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Para aquellos de nosotros que no podemos hacer memoria

D. José Iván Elvira Sánchez

Alumno de 3er curso de la Licenciatura de Derecho de la Universidad de Salamanca.

CONVENCIDOS de que Europa, ahora reunida tras dolorosas experiencias, se propone avanzar por
la senda de la civilización, el progreso y la prosperidad por el bien de todos sus habitantes, sin
olvidar a los más débiles y desfavorecidos; de que quiere seguir siendo un continente abierto a la
cultura, al saber y al progreso social; de que desea ahondar en el carácter democrático y
transparente de su vida pública y obrar en pro de la paz, la justicia y la solidaridad en el mundo…

Esperanza para los que no pueden tenerla. Sólo tras el desastre se conoce su valor.

Para nosotros que no tenemos memoria, que sólo miramos con esperanza; para

aquellos de nosotros que hablamos de las historias de la Historia, escritas en letras en

nuestra cabeza. Para nosotros se muestra el futuro de Europa. No corresponde a quien

escribe componer loas a favor de un Tratado. Sólo conviene devolver la mirada a los seres

humanos muertos que llamamos “generaciones”, que escribieron, esculpieron, pintaron,

trabajaron y argumentaron Europa. Europa es el extremo del mundo añorado y odiado

adonde nos dirigimos. Para nuestra Civilización pasada y futura. Presente. Lo que más

cuesta imaginar es el dolor, y lo que más cuesta recordar. Para nosotros los desmemoriados,

Europa. Se nos ha dado el mar en calma, en el interior de la tormenta oceánica. En toda

época humana habita la esperanza, y de la que podemos hacer memoria, a esa esperanza se

la nombra con seis letras.

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Unión, que más que fuerza es virtud de sabios.

Para nosotros que jamás dialogamos a la luz de Sócrates, que no votamos a favor o

en contra de su muerte, que nunca acudimos raudos a las asambleas atenienses, que jamás

se nos mostró Oriente sobre Alejandrías; para nosotros, que no vimos a pastores levantar

ciudades eternas sobre Roma, que jamás asistimos a anábasis de sabiduría, que nunca

vimos el templo de Atenea victoriosa brillando y a Temis lustrar su balanza para futuros en

los que sí seríamos. Ya nunca conoceremos de nuestro destino hablado en griego y latín;

nunca podríamos, a pesar de nuestros conocimientos mecánicos, ver nuestros lenguajes

hacerse mayores de edad bajo la orgullosa mirada de sus padres, y de romance en romance,

enamorar con el este germano, eslavo y árabe.

Para nosotros, que por mucho que nuestra imaginación vuele, ya jamás sangraremos

como testigos circenses del Cristo, que jamás seguiremos el rastro de ejércitos sagrados e

imperiales, que nunca asistiremos al primer tañido de campana románica, que no lavaremos

nuestros humos en Mediterráneos limpios, y que no soñaremos cabalgando a Jerusalén con

alcanzar la luna. Nosotros, que somos sordos, no oiremos ya el crepitar de las llamas

consumiendo los infinitos mundos de luminarias y quemando ciudades. Ya no podríamos

embarcarnos en carabelas hacia el Océano impenetrable, para ponerle nombre a islas,

estuarios y ríos y bahías y lagos y montañas y continentes ya descubiertos por otros ojos

humanos. Y así, jamás trataríamos con extraños para derrumbar imperios majestuosos más

allá del Sol, construyendo los primeros puentes hermanos.

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Renacimiento del saber para regalar a la Historia.

Para nosotros, que no oímos a la Virgen piadosa y al David desafiante siendo

recordados con un cincel sobre el blanco de la piedra, que no contemplamos pasmados el

último trazo al dedo por el que Dios dio la vida al primer hombre, en una cúpula envidiosa

del cielo. No. Nosotros ya nunca renaceremos para ver al último sabio alcanzar la entrada al

Oráculo de Delfos y para asistir al cierre de la Academia. Para nosotros pretender alcanzar

la memoria es inútil. Sordos y ciegos y mudos, insensibles al tacto de las murallas y las

torres de otrora baluartes civilizados.

Pero con un poquito de esfuerzo oímos el griterío parisién, mientras nobles efigies

caen en la cesta. Y el eco de los cañonazos napoleónicos aún resuena en los extremos

borrosos de cada una esas seis letras. Si agudizáramos nuestro ingenio aún podríamos sentir

a otras Europas avanzando hacia occidentes y orientes, y escucharíamos a hombres cultos

que algún día caminaron en Sevilla, Londres y Munich derramar tinta y sangre en mundos

distantes. Desembarcados y solos, portando banderas verdes.

Nosotros. Que quizás ya debiéramos recordar. Quizás no. Para nosotros que

afortunadamente jamás nos cortó la respiración el aire envenenado de Verdún, que tenemos

la suerte de que jamás cambiamos a hermanos por patrias. Para nosotros que nunca vimos a

malvados vestidos de verdad, que nunca decaímos en la trampa del uniforme y de los falsos

renacimientos. Que ya no veremos desfiles de vergüenza ensuciando la sinfonía de Wagner.

Que no amenazamos ni denunciamos para salvarnos, que nunca levantamos un fusil para

apiadarnos, que no odiamos en abstracto para después aborrecer la vida. Afortunados

nosotros, que no tuvimos que ver morir a nuestros padres en Auschwitz.

A nosotros se nos ha dado el nuevo comenzar de Europa.

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Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o

demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un “sin embargo”; sólo un hombre

de esta forma construido tiene “vocación” para la política.

(Max Weber, “El político y el científico”)

¿Cuánta memoria hay que apilar para construir una idea? ¿Y para que esa idea

crezca hasta convertirse en sueño? La división de Europa ha sido una larga pesadilla, una

pesadilla que fue dulce fantasía, adormecer y sueño profundo. Europa es el Dios que sueña

buscándose. Que despierta después de consultar a miles de sabios y visiones torturadas de

poetas. La unión de “los pueblos de Europa” es una frase que divierte a los que aún

conservan la memoria de los libros.

Organización que deseamos sea justa, por el bien de todos.

Algunos nos llamarían supervivientes del desastre y otros se enorgullecerían de

nuestra evolución, pero entre los muertos y los vivos hay un abismo que afortunadamente

ninguna generación humana ha de salvar, y sólo el pensamiento es libre. Y Europa

comienza a pensar por sí misma, sin dejar de leer aún. El Destino de nosotros los europeos

está por decidir, ahora que sí podemos recordar, ahora que los años transcurridos son

fácilmente abarcables. El mundo ha perdido su manto de inocencia, y los países distantes ya

no lo son tanto. Otras Europas han cambiado su nombre y han crecido para ser otra cosa,

mientras el continente anciano comienza a florecer para ser otra vez niño. Los síes o noes

no interesan a la esperanza, sólo los ojalás no destiñen la bandera de profundo azul.

Todas las estrellas brillarán más si lo hacen al unísono. Si cada una de las banderas

cede sus formas, éstas dejarán de ser identidades para convertirse en lápices de colores. Las

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manos jóvenes podrán reconstruir Europa desde sus cimientos milenarios. ¿Podrán hacerlo?

La pregunta puede conducir a la pesadumbre para las mentes débiles, pero los que

comprendan que la única salida es el futuro vivirán sabiéndose en la riqueza.

Principios útiles a los que no tienen oídos para lindezas vacuas.

Muchos conocen que más allá de fronteras felices hay podredumbre, algunos saben

que la Unión no puede olvidar su responsabilidad. Consumida la culpa y desmemoriado el

mundo, los bosques vuelven a poblarse tras el incendio, sin saber de rencores. Ahora las

palabras que son huecas para los que mucho las utilizan quizás libren al mundo de nuevos

desastres. Solidaridad, porque Europa no puede olvidar sus miserias recientes y su

responsabilidad para con las demás. Justicia, porque el olvido puede convertirse en la

piedra de Sísifo. Cultura, porque no podría Europa tener su nombre sin ella. Democracia,

porque muchas formas y entendimientos abarca, pero la esencia de sabiduría y mayoría

social consolidará el progreso añorado de la Civilización, y quizás la Libertad deje de ser

algún día el nihilismo de la decadencia para convertirse en el supremo bien de la

Humanidad.

No por el dinero se construyen las palabras bonitas y nunca hubo enlaces que

gustaran de burocracias, pero Europa ahora ya tiene un futuro común para la política,

porque ya tenía un pasado en el Derecho. La oportunidad que ante ojos jóvenes se presenta

es un único y preciado tesoro con el que comenzar sin ruborizarse con tiempos pretéritos,

pero tampoco para enorgullecerse en actuales comodidades robadas o prestadas. Ante

nosotros, el presente que soñaron miles de veces las tumbas. Desaprovechar nuestra

oportunidad es matar a las generaciones muertas, es mofarse de las tragedias que azotaron

una centuria.

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Alas y amaneceres con las que deslumbrar al Mundo.

Ante nosotros, los que no podemos hacer memoria, un Tratado tras un largo camino.

Un pacto entre hermanos que siempre lo fueron, encontrados sin separarse; conscientes e

inconscientes de su centro. Somos el brazo del mundo, que quiso ser ejecutor y que ahora

se alzará como ala de paloma blanca. Qué querrá ser Europa para los no nacidos es una

pregunta imposible, pero qué puede ser para nosotros es una afirmación que nos incumbe.

Ojalá Europa tuviera seis palabras y varios libros no escritos desde seis frases. Ojalá

que el esfuerzo no se pierda en el tiempo, ojalá no nos recuerden por la fealdad sino por la

belleza de una Civilización Humana. Ojalá que nuestros hijos estén orgullosos de nosotros

por legarles un mundo en paz. Lo único importante es que desde recuerdos muertos han

crecido las ideas hasta susurrar un nuevo horizonte para Europa, un horizonte que no sea

turbio, en el que se ausente el humo de la mezquindad de la guerra y el odio, en el que

todos quepan sin incomodar a los de sonrisa fácil y voluntad tardía, en el que las palabras

no sean sólo el crujir del bosque quieto.

En nosotros, el futuro de Europa.

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