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La idea de la tecnología
La idea de la tecnología
Las palabras
El habla cotidiana y los lenguajes más o menos estereotipados, al uso de periodistas
improvisados y de políticos sin formación ni compromiso, registran el empleo del término
ciencia casi invariablemente acompañado por la palabra técnica o por la más sofisticada
tecnología, en un hermanamiento siamés similar al que también afecta a filosofía y letras,
economía y finanzas, deportes y recreación, escrito y oral, sexo y violencia, ética y moral y otras
tantas duplas de insoportable inconsistencia.
Muy cerca de esta cuestión, Mario Bunge comentaba hace un tiempo que cuando un
científico escucha, justamente, de labios de alguno de estos personajes, un elogio de los
avances y la importancia de la ciencia referidos a televisores, medicamentos o
computadoras, la actitud más frecuente del científico es la de hacerse el desentendido y
aceptar el elogio. Y no porque desconozca la confusión, sino porque ésta le permite seguir
recibiendo subsidios para la investigación.1 En uno de sus libros el mismo autor avanza, en
idéntica línea de pensamiento, un poco más allá todavía:
“El primer problema que enfrenta quien estudia, diseña o pone en práctica políticas
científicas y técnicas es el de distinguir la investigación científica de las actividades
relacionadas con ella. No es que sea imposible efectuar tal demarcación, sino que a menudo
se la hace incorrectamente; como cuando se dice que el automóvil, la radio y la bomba
atómica son resultados científicos, simplemente porque se basan en conocimientos
científicos.”2
De hecho, los términos ciencia, técnica y tecnología corresponden a tres conceptos y designan
otros tantos niveles de la realidad, que reconocen diferencias esenciales y vínculos
singulares, y aun constitutivos en uno de los casos.
Este capítulo se encamina a indicar las características y vinculaciones (diferencias,
oposiciones, afinidades y complementariedades) establecidas por diversos autores con
respecto a dichas ramas del conocimiento.
El objetivo es determinar con la mayor consistencia posible el significado, sentido e
implicaciones del término tecnología. A partir del análisis de cada uno de los términos y de
sus relaciones, y establecido el concepto de tecnología, se podrá encaminar la consideración
dialéctica de su vínculo con el trabajo, considerando en esa instancia el rol y la influencia de
1 La nota fue publicada en el diario La Nación, de Buenos Aires, circa enero 1999.
2 Mario Bunge: Ciencia, técnica y desarrollo, Buenos Aires, Sudamericana, 1997, pag. 33.
la tecnología en la sociedad contemporánea, y atendiendo principalmente a la percepción
que de la misma tiene -los atributos que le asigna y las relaciones que con ella establece- el
común de los mortales.
Estas precauciones obedecen a la necesidad de disolver confusiones como las arriba
indicadas, que no se limitan a los ámbitos mencionados, sino que incluso llegan al
universitario. A tal punto que el área que atiende estas cuestiones en la Universidad
Nacional de Río Cuarto (lo mismo que en la Facultad de Ciencias Humanas) se denomina
Secretaría de Ciencia y Técnica, lo cual deja lugar si no a la objeción, al menos a la pregunta:
¿por qué no Ciencia y Tecnología, dado el elevado y sistemático componente científico en las
técnicas que se estudian, analizan y desarrollan en ambas unidades?
Naturalmente, estas consideraciones parten de un concepto de tecnología cuya base son las
definiciones en las que han coincidido prácticamente todos los autores consultados.
De todos ellos se toma como núcleo de referencia y punto de partida la siguiente,
propuesta por el autor de Causalidad, en la que queda planteada la relación ciencia-técnica y
su resultado:
"La ciencia como actividad —como investigación- pertenece a la vida social; en cuanto se la
aplica al mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y manufactura de
bienes materiales y culturales, la ciencia se convierte en tecnología."3
Puede observarse entonces que no se dice que la ciencia se convierte en técnica, sino en
tecnología, de donde se deduce que el elemento constitutivo y radicalmente diferenciador de
ésta con respecto a aquella es, como queda expresado, el componente científico. Villoro y
Quintanilla también coinciden con este criterio.
Corresponde, entonces, realizar un proceso de reconstrucción del concepto de tecnología,
esto es, un proceso analítico primero, para luego arribar a la síntesis con todos los
elementos ya considerados, articulados e integrados en un concepto sustentable.
2.1. Ciencia
2.1.1. Conceptos de aproximación
En su clásica y ya citada La ciencia, su método y su filosofía, Bunge define a la ciencia como un
"conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente falible.”
Mediante la investigación científica –dice- el hombre ha alcanzado una reconstrucción
conceptual del mundo “cada vez más amplia, profunda y exacta." 4
Y a continuación precisa lo siguiente:
“Sin embargo, la ciencia se nos aparece como la más deslumbrante y asombrosa de las
estrellas de la cultura cuando la consideramos como un bien por sí mismo, esto es, como un
sistema de ideas establecidas provisionalmente (conocimiento científico), y como una actividad productora de
nuevas ideas (investigación científica).”5
3Mario Bunge: La ciencia, su método y su filosofía, Buenos Aires, Sudamericana, 1995, pag. 11 y 12.
4 Id. pag. 11
5 Id., pag. 12. Itálicas HPN.
Y aunque, en última instancia, el producto de la investigación científica también se integra
al conocimiento en general y también al conocimiento tecnológico, esos dos rasgos
distintivos de la ciencia –como sistema y como actividad productora- refieren a un mismo
ámbito: el de las ideas. Y establecen un límite, más allá del cual se ingresa en el dominio del
hacer, de la técnica, correspondiendo a la tecnología el área de intersección o más bien de
integración, entre ambos campos. (Véase Diagrama 1.)
2.1.2. Antecedentes.
Hasta las proximidades del siglo V a.c., las explicaciones referidas al mundo, las cosas y los
fenómenos se buscaban en el ámbito del mito, la magia y la religión que, en última
instancia, constituían atributos y reaseguros de los poderes vigentes.
A partir de esa época comienza a producirse un quiebre en la manera de situarse frente al
mundo, de planteárselo como totalidad y de relacionarse con él. Ya no se trata sólo de
mirarlo o de contemplarlo en éxtasis, sino de observarlo, de indagarlo.
DIAGRAMA 1: CIENCIA, TÉCNICA Y TECNOLOGÍA: LÍMITES Y VINCULACIONES
CIENCIA
TÉCNICA
TECNOLOGÍA
A los primeros preguntadores no sólo les interesa por qué ocurren los hechos, sino “qué son las
cosas, de qué están hechas, cómo se hacen y de dónde provienen. No inquieren solamente la
causa inmediata de los fenómenos naturales, sino que indagan su primer principio, con lo cual
puede decirse que inician al mismo tiempo la Física y la Ontología.”6
Xavier Zubiri enseña, en su lección sobre Aristóteles, que el conocimiento propio de la
filosofía, el que la define como tal y refiere al gusto y al amor por la sabiduría, es el que “se
logra por el examen o inspección de las cosas; un examen al que los griegos llamaron
(teoría”7
8 Según el maestro español, sophía significaba también cierto tipo de “saber eminente que confiere a quien lo
posee […] autoridad para dirigir y gobernar: la Sabiduría. Tales fueron los Sophoí, los ‘Siete Sabios’…” Cf.
Op. cit., pag. 13
9 Id.pag. 14. Itálicas, HPN.
10 Hasta podría conjeturarse que separa a “Occidente” del resto del mundo, en tanto contribuye a
12 Para el animal que “se ha salido” de la naturaleza, la realidad es caótica, y dado ese desajuste estructural,
resulta inexplicable. De ahí que, para tratar de reestablecer el equilibrio y acercarse a un cierto orden que no lo
cuestione existencialmente, para justificarse y darse un lugar soportable en la vida, el animal tiene sólo dos
opciones: persistir en la animalidad, y volver a la naturaleza como parte absoluta de ella, o desarrollar la razón,
tratar de comprenderla y mantenerse en ese estado de precario equilibrio en que la misma razón lo sitúa al
darle la comprensión de que su ámbito no es ya la pura naturaleza, de la cual, no obstante, tampoco termina
de salir.
un indicio de su debilidad y agostamiento, en tanto implican una negación esencial de la
racionalidad, cuya sacralización, a su vez, constituye una autocontradicción.13
-Universalidad. Es el complemento de la razón (o acaso más que ello), en tanto sus
formulaciones son el fundamento de la verdad o la verdad misma, es inimaginable –por
definición- que tengan un alcance meramente local. Lo que es racional en el Barrio Alberdi
de Río Cuarto, ha de ser también racional en Tánger, La Coruña, Bruselas, y el Morro de
San Pablo.
El carácter universal de la ciencia –y su validez- no se ven menguados por el
desplazamiento de sus criterios definitorios hacia la política y hacia las llamadas ciencias
sociales –sea por convicción, conveniencia, error o mala intención-, ni por los juicios que
justifican y fundamentan las tropelías de la “razón universal” del Occidente capitalista. La
pretensión de universalidad del conocimiento científico tiene suficiente consistencia como
para ser cuestionada en base a una universalización que representa la negación de la propia
razón.
-Necesidad. Esta característica se desprende de las dos anteriores y aun puede encontrar en
el mismo proceso deductivo su justificación. Esto es: las leyes científicas son racionales y
universales porque necesariamente constituyen la explicación de los fenómenos y de las
leyes que rigen los diversos aspectos de la realidad, que son estudiados por las distintas
ciencias.
-Método. Para que un conocimiento o una investigación tengan valor científico (el cual es
otorgado por la comunidad de científicos), debe cumplir con determinados procedimientos
sistematizados y justificables que constituyen lo que se llama método. Lejos de ser un
capricho de los científicos, el método es un conjunto de ideas, criterios, conceptos
generales y de procedimientos que minimiza los márgenes de error, aportando garantías de
certeza y razonabilidad a las investigaciones y a los hallazgos y propuestas que de ellas
derivan.
-Falibilidad o Falsabilidad. A partir de Popper y su teoría del falsacionismo toma cuerpo la
idea puesta en práctica por siglos, sobre la necesidad de que el conocimiento científico,
para serlo, debe ser falible, a riesgo de caer en el dogmatismo, que es lo contrario a lo
científico. Esto es: que el conocimiento presentado como científico tiene que tener al
menos una fisura de imperfección que permita criticarlo y superarlo, para dar continuidad a
la investigación y búsqueda de conocimientos nuevos o de nuevos aspectos de los
conocimientos ya establecidos. La falibilidad es el componente de la ciencia que asegura la
vigencia de la investigación científica y la perfección del conocimiento. Ni Galileo ni
ninguno de los científicos de la modernidad inicial, ni los filósofos que se apoyaban en la
virtual condena del mundo aristotélico (cuando en realidad estaban condenando al universo
de pensamiento católico que hallaba en Aristóteles uno de sus más sólidos fundamentos),
ni Marx y Engels contra Feuerbach ni el propio Aristóteles contra Platón se frenaron ante
13 La deificación de la ciencia admite diversos cultos: los propiamente religiosos, de los cuales pudo dar cuenta
Galileo Galilei; los stalinistas, en sus varias iglesias, hoy extinguidas; los mediáticos, que designan maestro de
ética a un señor que copia títulos de Heidegger (“Qué significa pensar”) y “piensa” para lectoras de revistas
femeninas y los académicos sometidos al poder político en estados policiales, que declaran subversivos a los
vectores y llaman “filósofo” a un tal García Venturini.
las ideas definidas como verdades como un fuera para tirarlas abajo. Y fue de esta actitud y
de los nuevos conocimientos derivados de donde surgieron otros nuevos.
El mismo autor describe cómo, a partir de ser construido sobre trozos de realidad, el
conocimiento fáctico, aunque racional, es esencialmente probable.
“Las ciencias formales demuestran o prueban: las ciencias fácticas, verifican (confirman o
disconfirman) hipótesis que en su mayoría son provisionales”.19
Otra diferencia remarcable es la que se refiere a la perfectibilidad de los conocimientos y
teorías en uno y otro caso.
Las formales pueden llegar a un punto de culminación, de perfección y, por definición, de
estancamiento, como puede ser el caso, por ejemplo, del teorema de Pitágoras, que será el
mismo por siglos y cuya reformulación sólo daría lugar a otro teorema.
En cambio, las ciencias fácticas nunca pueden jactarse de ser definitivas. Sus sistemas
teóricos son relativos, probables y, por lo tanto, perfectibles.
17 Id., pag. 19
18 Id., pags. 16-17.
19 Id., pag. 19
Por la vía contraria puede sostenerse que, mientras menos experimentables sean los
sistemas de conocimiento y, por ello, más alejados estén de la posibilidad de establecer
teorías o leyes de mínima estabilidad, más imperfectos e inverificables serán sus postulados
y su propia estructura, siendo incluso más discutible su cientificidad.
Esta cuestión conduciría a la polémica sobre el carácter científico de las ciencias sociales, a
la hegemonía del modelo de las ciencias exactas, a las consideraciones de la hermenéutica y
a otras cuestiones que escapan al objeto de este trabajo.
El Cuadro 1 aporta una somera reseña de este punto en cuanto a las características de las
ciencias formales y fácticas hasta aquí consideradas.
2.1.5. Historicidad
En el artículo “Ciencia” de su libro Uno y el universo, escribió Ernesto Sabato:
“Durante siglos el hombre de la calle tuvo más fe en la hechicería que en la ciencia: para
ganarse la vida, Kepler necesitó trabajar de astrólogo: hoy, los astrólogos anuncian en los
diarios que sus procedimientos son estrictamente científicos”20.
Detrás de la ironía y la paradoja que dan forma al comentario, y de algún indicio de
sacralización, puede observarse el pleno imperio de la ciencia como referente de realidad y
de máxima certeza. Aun cuando se trate de una idea difusa, susceptible del bastardeo que
el ejemplo muestra, la idea de la ciencia como vertiente de verdad absoluta es, como se dijo,
característica de la Modernidad.
Interesa aquí subrayar el carácter histórico de la ciencia, precisamente a la luz de algunos de
los rasgos que se han descrito como definitorios y de algunas ideas complementarias que
contribuyen a una mejor exposición del planteo.
a. En el mismo Sabato –al igual que en Mumford- se encuentran referencias a la aparición
explosiva de elementos característicos de la época moderna, que constituyen su pulso y
referencia insoslayables: la matemática, la máquina, el cálculo, la tasa de ganancia; en suma,
aquello que el autor de El túnel describe como estallido de la abstracción. 21
Al señalar la íntima vinculación entre el proceso económico (y, por ende, político) que
preside el surgimiento de la Modernidad alimentando a la ciencia y nutriéndose de ella,
señala que “el misticismo numerológico de Pitágoras celebra matrimonio con el de los
florines, ya que la aritmética regía por igual el mundo de los poliedros y el de los
negocios”, pues, dice, “los negocios introdujeron en Europa el concepto de exactitud
numérica, que será la condición del desarrollo científico”22
“Este es el hombre moderno. Conoce las fuerzas que gobiernan al mundo, las tiene a su
servicio, es el dios de la tierra: es su diablo. Su lema es todo puede hacerse. Sus armas son el
oro y la inteligencia. Su procedimiento es el cálculo”.23
Esta matematización del mundo, presente en la frase de Galileo, según el cual “la naturaleza
está escrita en caracteres matemáticos”, significa la comprensión del mundo natural a partir
20 Ernesto Sabato: Uno y el Universo, Buenos Aires, Sudamericana, 1973, pag. 26-31
21 Ernesto Sabato: Hombres y engranajes, Buenos Aires, Seix Barral, 1991, pag. 19-23 y sigs.
22 Id., pags. 35-36
23 Id., pag. 37
de un a priori racional-matemático, como dice Rubén Pardo. Aunque el mismo autor agrega
que esta matematización universal no es sino la puesta en números de una confianza
absoluta en el poder de la razón, referido tanto al conocimiento como a su capacidad de
dominio y transformación de la naturaleza.24
b. Esta capacidad de transformación de la naturaleza, que excede el ámbito de lo científico
para internarse en lo técnico es un atributo nuevo de la razón, puesto que tanto la
Antigüedad como el Medioevo estuvieron lejos siquiera de concebir una cercanía entre el
logos (razón) y la episteme (conocimiento científico) y el saber empírico y técnico. No hay que
olvidar que, mientras el método científico moderno postula la experimentación como
garantía de certeza y validez, en la Antigüedad y el Medioevo el ámbito de la reflexión y el
conocimiento estaba bien lejos de los quehaceres materiales, ya que la máxima aspiración
del sabio era la contemplación.
La ligazón entre el conocer filosófico y científico con el saber práctico es propia de la
Modernidad.
c. En otro plano, la pretensión de universalidad y necesidad se entroncan con la creencia en
la inexorabilidad del progreso social como consecuencia del desarrollo de la ciencia.
Semejante creencia –verdadero artículo de fe sarmientina de los maestros argentinos- va de
la mano de la idea de que todo proceso de investigación científica es, en sí mismo, bueno.
El adjetivo científica transforma la proposición, otorgándole al proceso mencionado un
salvoconducto que, a la vez que lo distingue y justifica, apunta a reafirmar la importancia
social de la actividad científica.
Los elementos aquí considerados permiten establecer características que son propias no de
la ciencia sino de la concepción moderna de la ciencia, de la idea de ciencia propia de la
Modernidad. Una idea que es absolutamente sui generis, puesto que la ciencia como hoy la
entendemos es una creación de la Modernidad, así como la noción de infancia es propia de
los siglos XIX y XX.
Su carácter histórico no está dado por las referencias temporales que pueden observarse –
hubo un comienzo, hay una crisis de muchos de sus principios fundantes, empezando por
la razón y la justificación de cualquier experimentación o investigación por el solo hecho de
llamarse científica- sino porque sus rasgos definitorios, los fundamentos epistemológicos
que se nutren de la práctica científica y justifican a la ciencia como sistema y aun como idea
responden a momentos históricos y se agotan o entran en crisis cuando nuevos momentos
plantean nuevas necesidades.
Desde esta perspectiva es posible comprender que el hecho científico no está aislado de su
contexto social y temporal, que lo demanda (impulsa), genera y justifica, además de
sostenerlo materialmente.
No es ideológicamente inocente la noción de que la universalidad -espacial y temporal- de
la verdad científica escapa al vórtice de la historia. Los saltos científicos de principios del
siglo XX han dado por tierra con este tipo de creencias y las epistemologías derivadas han
dado cuenta de ello.
2.2. Técnica
2.2.1. De la ambigüedad al límite
Resulta fácil comprender las imprecisiones que circulan en el habla popular o no
especializada con referencia a la técnica, empleando este término o tecnología de manera
indistinta, toda vez que autores consagrados como Mumford o Jaspers hacen lo propio en
estudios sólidos dedicados a la cuestión. Esta ambigüedad, que se desentiende de los
términos y que en ocasiones hace lo propio con los conceptos, parece haberse ido
constriñendo en los últimos tiempos, al menos en varios de los estudios producidos o
editados en nuestro país.26
Así las cosas, las consideraciones que se formulan en este apartado se apoyan en la
indiferenciación señalada y procuran arrimar más precisiones al concepto técnica.
Habiendo reservado para tecnología la referencia a los productos, procesos y sistemas en cuya
estructura y dinámica evolutiva la ciencia es factor clave, el análisis se centra en la
consideración de lo que queda. O más bien, de lo que estaba, de aquello que puede
entenderse por técnica prescindiendo –hasta donde sea posible- del componente científico.
En el Diccionario de la Real Academia el término técnica aparece como subsidiario de técnico:
técnica. (De técnico) f. Conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia o
un arte/ 2. Pericia o habilidad para usar de esos procedimientos y recursos//3. fig.
Habilidad para ejecutar cualquier cosa o para conseguir algo.
29 Darcy Ribeiro: El proceso civilizatorio: de la revolución agrícola a la termonuclear, Buenos Aires, CEDAL,
1971, pag. 151. Itálicas: HPN.
30 Lewis Mumford: Técnica y civilización, Madrid, Alianza, 1971, 522 pag.
2.2.3. Del término al concepto
Lejos de aclarar o dar precisiones sobre el significado del término técnica, la traducción
literal de la voz que le da origen - es arte, lo cual no hace más que provocar la
necesidad de más explicaciones. Efectivamente: en el sentido actual del término en español,
queda claro que, si bien todo arte supone una técnica, no toda técnica es un arte; y acaso la
idea general de técnica tal vez se acomoda mejor enfrente de lo que el término arte
transmite más habitualmente.
Algunos de los sentidos más próximos que da el Diccionario de la Real Academia, tales
como: “virtud, disposición y habilidad para hacer una cosa”, “conjunto de preceptos y
reglas para hacer bien alguna cosa” o “arte servil”, entendido como “mecánica”, no
permiten avanzar gran cosa. De manera tal que, de la traducción literal, se podría rescatar la
significación que se aproxima al concepto de técnica entendida como “habilidad, capacidad,
método” para hacer alguna cosa o desempeñar algún oficio o actividad.
En busca de las raíces más profundas del significado empiezan a aparecer mayores
precisiones en la monumental Paideia de Werner Jaeger, donde se lee que “la palabra tekné
tiene en griego, un radio de acción mucho más amplio que nuestra palabra arte”.31 El
término, explica, no se limitaba a designar lo que hoy puede entenderse como “las artes”: la
pintura, la escultura, la arquitectura y la música, sino “a toda profesión práctica basada en
determinados conocimientos especiales”, y “acaso con mayor razón aún, a la medicina, a la
estrategia de guerra o al arte de la navegación”32. Aparece aquí el significado que en la
primera mitad del siglo pasado se utilizaba en la Argentina para designar a cierto tipo de
instituciones de enseñanza técnica: las escuelas de artes y oficios. Jaeger explica que aquella
palabra trataba de expresar que las referidas labores prácticas, así como las actividades
profesionales a las que aludía, no respondían “a una simple rutina, sino a reglas generales y
a conocimientos seguros”.33 Es notable, además, cómo el término va descubriendo ciertas
complejidades cuya comprensión alumbra una percepción más amplia y una mayor riqueza
semántica. Esto se advierte cuando el autor explica que “el griego tekné corresponde
frecuentemente en la terminología filosófica de Platón y Aristóteles a la palabra teoría en su
sentido moderno, sobre todo allí donde se la contrapone a la mera experiencia. A su vez, la
tekné como teoría se distingue de la “teoría” en el sentido platónico de la “ciencia pura”, ya
que aquella teoría (la tekné) se concibe siempre en función de una práctica.”34
Las referencias a Aristóteles, se encaminan al primer libro de la Metafísica, donde sin dudas,
Jaeger apoya la idea de que “los griegos designaban con la palabra tekné al conjunto de
conocimientos y habilidades profesionales susceptibles de ser transmitidos.” 35
31 Werner Jaeger: Paideia, México, F.C.E., 1971, pag. 515. En cuanto a la castellanización del vocablo, son
muy diversas las grafías adoptadas por los distintos traductores para el término thechné, tékhne,
techné y tekné son algunos de los usos. Para simplificar se ha optado por la forma tekné.
32 Idem.
33 Id. ibid.
34 Id. ibid.
35 Id., pag. 19. Es justamente el Viejo Maestro quien, en la exposición referida, precisamente, a la tekné dice
que “es una prueba de la posesión de la ciencia la capacidad de enseñarla”. Cf. Aristóteles: Metafísica I, 1, ed.
cit., pag. 910.
Estas referencias, revisten suma importancia en el concepto de técnica y, como se verá,
resultan muy pertinentes para la comprensión de la frontera nebulosa que existe entre
técnica y tecnología.
40 Oswald Spengler: El hombre y la técnica, Santiago de Chile, Nueva Época, 1933, pag. 19.
41 Id., pag. 38. Itálicas del autor.
42 Lo que el autor observa es evidente en los ejemplos citados, aunque menos notorio en casos como los de
los horneros, por ejemplo, y en ciertas especies de pájaros constructores de nidos complejos, como algunas
golondrinas del sur de China o cierta especie de loros del centro y sur de la provincia de San Luis, los cuales
carecen de rasgos físicos que denuncien su oficio. Con lo que se observa una vez más que una serie de
ejemplos eficaces no bastan para inducir una ley, a pesar de los esfuerzos teóricos y prácticos de Bacon, quien,
según Bertrand Russell, parece haber dado su vida por el método inductivo. Cf. Spengler, id. ibid. Sobre la
referencia a Bacon, vid.: Bertrand Russell: Historia de la filosofía occidental, t. II, Buenos Aires, Espasa-Calpe,
1947, pag. 163.
43 Spengler: Op. cit., pag. 40
44 Spengler: Op. cit., pag. 18.
“Durante un siglo hemos aislado los triunfos técnicos de la máquina; y nos hemos
inclinado ante la obra del inventor y del científico; alternativamente hemos exaltado
aquellos nuevos instrumentos por su éxito práctico y los hemos despreciado por la
limitación de sus logros.”45
Y va mucho más allá al afirmar:
“Cuando se examina el tema […] encontramos que en la máquina existen valores humanos
que no sospechábamos...”46
No lejos de esta línea de pensamiento, aunque desde una perspectiva dialéctica, y en un
muy alto nivel de abstracción, se puede sostener que la técnica es la manifestación
(instancia fenoménica), la concreción y, más ampliamente, el ámbito de la contradicción
entre el hombre y la naturaleza.
Siendo un objeto de conocimiento complejo, susceptible de ser abordado por más de una
rama del saber, pueden considerarse como válidas, más que definiciones, diversas
perspectivas de análisis, que tienen que ver con características ineludibles del hecho técnico,
cuyos fundamentos se entrecruzan en las líneas precedentes.
Así, se puede considerar a la técnica:
Como un saber hacer general, de aplicaciones específicas (técnicas de relajación,
técnicas sexuales, administrativas, de ventas, etc.), en un sentido próximo al de
procedimiento;
Como un saber hacer apoyado en instrumentos que mediatizan la relación entre el
hombre y la naturaleza
A la luz del concepto que define a la técnica como la capacidad de modificación estructural de la
realidad mediante la cual el hombre transforma el mundo natural en un mundo humano, no está de más
precisar, en primer lugar que los animales están excluidos del universo y de la posibilidad de
la técnica y que por reiterado que sea un ejercicio, un hábito o un movimiento, lo instintivo
jamás puede constituir una técnica.
El suceder de la técnica se da entonces cuando se conjugan los siguientes factores:
el hombre
la realidad que lo circunda, en la que está y de la que es parte
un hacer del hombre que la modifica
Hasta aquí no se habla de instrumentos, pero es obvio que si hay instrumentos subyace una
instancia de producción y de empleo de los mismos, aunque no es eso lo que ahora se
considera.
Esa tríada de elementos y, en especial, ese hacer que modifica la circunstancia, para emplear
un término orteguiano, esa factibilidad de hacer del mundo natural un mundo humano,
sitúa también el análisis ante el concepto y la realidad del trabajo.
2.3. Tecnología
45 Id., pag. 16
46 Id. ibid. (Itálica HPN)
La tecnología, como hoy la conocemos, definimos y entendemos -esto es, como hecho y
como noción-, es uno de los resultados más conspicuos del desarrollo de la humanidad,
correspondiéndole a la sociedad capitalista la estructuración del contexto y los medios para
su desarrollo, así como su finalidad y sentido.
Por tanto, y con arreglo a los fundamentos del método científico, resulta de gran
importancia mantener el mayor equilibrio en cuanto a la estrategia, selección, exposición y
conclusiones relacionadas con este tema. La referida búsqueda de equilibrio sostiene la
pretensión de que el análisis y los juicios sobre la tecnología deben permitir la
consideración de sus innegables méritos distinguiéndolos de la injusticia estructural del
modo de producción, es decir, de la finalidad y uso característicos de la sociedad capitalista.
Para delimitar el ámbito de análisis de la cuestión, conviene retomar la referencia de Bunge,
consignada al comienzo de este capítulo, pues permite constituir un espacio conceptual
consistente y ampliamente avalado.
"La ciencia como actividad —como investigación- pertenece a la vida social; en cuanto se la
aplica al mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y manufactura de
bienes materiales y culturales, la ciencia se convierte en tecnología”47
Esta referencia, y otras de similar tenor, que parecieran cubrir la finalidad descriptiva del
presente capítulo, dejan, no obstante, sin saldar las relaciones entre técnica y tecnología,
ciencia y técnica y ciencia y tecnología. Y, en última instancia, no aportan al problema más
que una endeble, aun cuando inteligente, definición.
47 Bunge: La ciencia, su método y su filosofía, Buenos Aires, Sudamericana, 1995, pags. 11 y 12.
48 Quintanilla: Tecnología: Un enfoque filosófico, Buenos Aires, EUDEBA, 1991 pag. 33
49 Esther Díaz: “Investigación básica, tecnología y sociedad. Kuhn y Foucault”, en Esther Díaz (Editora) La
50 Id. Ibid.
Se han hecho, en páginas anteriores, referencias acerca de la precedencia de la técnica con
respecto a la ciencia. O quizás debamos decir del conocimiento técnico con respecto al
conocimiento científico. Es casi obvio que los hombres sabían ya de la flotabilidad de la
madera mucho antes que Arquímedes enunciara el principio que lleva su nombre, y no hay
dudas de que los mismos y otros hombres empleaban cierta máquina tan poderosa en su
increíble elementaridad –la palanca- mucho antes que el científico griego enunciara sus
leyes.
Los ejemplos de la anticipación técnica en el desarrollo de nuevos instrumentos, que
suponen nuevas nociones teóricas se suceden a lo largo de toda la historia de la humanidad.
La certidumbre de la importancia del riego, de la humedad y de la luz en el proceso de
crecimiento de los vegetales es sin dudas muy anterior a los primeros rudimentos de la
botánica o a la noción de la fotosíntesis.
De manera más directa, Ignacio Ikonicoff sostiene que los inventos o descubrimientos
fundamentales que transformaron la vida humana, tales como el fuego, la rueda, el buque,
la alfarería, el cultivo de cereales y los tejidos, “nada deben a la actividad científica
organizada como tal: son conquistas puramente técnicas, prácticas, productos de los
propios artesanos o quizá de personas aún menos especializadas.”51
En todos los casos se registra la observación de situaciones problemáticas, la existencia de
determinadas nociones, como conocimientos particulares procedentes de la experiencia y
no considerados en sus fundamentos profundos, y la impronta creativa que propone una
síntesis concreta, material, instrumental y realizable.
Sin dudas, hay en la Antigüedad excepciones, que no son pocas ni tantas, en las que la
ciencia –cuyos parámetros establece Aristóteles- se manifiesta como tal y aun avanza hacia
orientaciones tan insólitas (desde nuestra perspectiva) como la mecánica. Dichas
excepciones muestran, por un lado, la búsqueda de conocimiento “puro”, aunque también
exhiben fuertes canales de comunicación con lo técnico.
Aristarco de Samos, discípulo de Aristóteles y bibliotecario de Alejandría, es autor de un
tratado sobre las dimensiones del sol y la luna y sus distancias desde la tierra, con las
medidas casi exactas. La obra, escrita dieciocho siglos antes que Copérnico describe un
cosmos heliocéntrico. Euclides, cuya geometría rige nuestras nociones de espacio y
superficie, marca un salto en la cadena histórica. Herón de Alejandría sistematizó los
conocimientos de mecánica y dedicó su tiempo a la fabricación de autómatas “en los que
empleaba casi todas las cadenas cinemáticas que conocemos: válvulas, poleas, engranajes,
contrapesos, programación.”52 Posiblemente la más notoria sea la personalidad de
Arquímedes, a quien Héctor Ciapuscio define como “el primer mecánico racional”, figura
que no se repetiría hasta Galileo. Bien merecería el título de primer tecnólogo, por su
capacidad de articular conocimiento científico, que él mismo producía, a diferencia de
buena parte de los tecnólogos contemporáneos, que en general aplican de la ciencia lo que
otros descubren. El diseño y empleo de los espejos cóncavos como armas de guerra contra
la flota del cónsul romano Marcelo, convalida esta idea. Y lleva también la mirada hacia
51 Ignacio Ikonicoff: “La expansión técnológica”, en Siglomundo, La historia documental del siglo XX, fascículo 28.
Buenos Aires Centro Editor de América Latina, febrero de 1969, pag. 577.
52 Héctor Ciapuscio: Nosotros y la tecnología, Buenos Aires, Agora, 1999, pag. 16.
otro fenómeno reiterado por siglos e intensificado en los últimos cien años: el de la guerra
como escenario de descubrimientos, generadora de productos tecnológicamente
innovadores y como inductora de la investigación científica.
“Aún los inventos que posibilitaron –en el plano técnico- el paso de la economía medieval
a la moderna, prescindieron del aporte de la ciencia, en su mayoría (como el martinete de
fragua y el fuelle mecánico) o con un aporte incierto, y en todo caso menor, del saber culto
(como los lentes, la pólvora y la imprenta). Es quizá todavía más claro que la inventiva de
los trabajadores fue el factor principal del conjunto de transformaciones técnicas que
posibilitaron y constituyeron la Revolución Industrial”.53
Esta característica se mantendrá incluso después del advenimiento en Europa –y en el
mundo- de la ciencia como tal. Así, un lego como Roberto Arlt pudo patentar un sistema
de engomado que prevenía el corrimiento de los puntos de las medias de mujer. Y “un
aficionado optimista con conocimientos de física no demasiado profundos”, pudo
comprobar en 1895 que las ondas electromagnéticas descubiertas por Hertz nueve años
antes, podían transportar señales de un lugar a otro del planeta, refutando la idea sostenida
por la ciencia de la época, según la cual las señales de dichas ondas se expandirían en el
espacio sin retornar a la tierra. El aficionado optimista se llamaba Guillermo Marconi.54
Estas referencias permiten señalar que ha sido la técnica, la permanente aplicación práctica
–instrumental, podría decirse- de nociones referidas a características esenciales de la
naturaleza, la fuerza impulsora más persistente de la ciencia y de la constante expansión de
sus fronteras, al menos hasta el siglo XVI.
A partir de entonces, y aun cuando dicha característica se mantenga hasta la actualidad –al
punto de que haya quien crea que la característica esencial de la industria del siglo XX no se
debe a la incorporación de conocimiento científico sino a “una innovación de tipo
organizativo-, será la ciencia la que tome a su cargo el desarrollo del conocimiento teórico,
de modo sostenido y a un ritmo cada vez más acelerado, como se muestra en el Cuadro 3.55
No obstante, la iniciativa, las estrategias y los objetivos de la investigación provendrán del
lado de la técnica, ahora conformada como tecnología y articulando tales requerimientos en
función de las necesidades de la producción y del mercado.
Lewis Mumford recomienda explorar cuidadosamente “el período preliminar de la
preparación ideológica y social. No basta con enumerar simplemente la existencia de los
nuevos instrumentos mecánicos: debe explicarse la cultura que estaba dispuesta para
utilizarlos y aprovecharse de ellos de manera tan extensa.”56 Aunque este autor sitúa los
antecedentes del período de “preparación del clima” en el interior de los monasterios, esto
es, antes del despliegue de la Modernidad, sus rasgos se hacen más evidentes entre los
siglos XVI y XVIII, período en el que, precisamente, se produce no sólo la irrupción de las
ciencias exactas y naturales, sino una nueva forma de pensar el mundo y la sociedad. Con
mucha agudeza percibe que los “instrumentos críticos” de la modernidad, tales como el
Fuente: Esther Díaz: “Investigación básica, tecnología y sociedad: Kuhn y Foucault”, en Esther Díaz
(Editora): La posciencia. Buenos Aires, Biblos, 2000, pag. 65
La investigación básica procura la obtención de nuevos conocimientos sin tener en cuenta las
posibles aplicaciones de sus resultados. La investigación básica pura “se produce al arbitrio
del científico individual”, sin inducción alguna, dice la autora y agrega que tal investigación,
que “puede ser subsididada económicamente o no”.
La investigación básica orientada, en cambio, está encaminada hacia algún campo de interés
determinado por la institución que financia el proyecto. No existe el imperativo de aplicar
el conocimiento a la realidad, pero sí el de buscar en determinadas direcciones que ya están
claramente establecidas por quienes trazan las estrategias de investigación a escala nacional
o internacional, que son, justamente, quienes financian la investigación.
En cambio, en el caso de la investigación aplicada se encamina hacia la búsqueda de nuevos
conocimientos, “pero dirigidos ahora hacia algún objetivo práctico. Se trata de una
transición hacia el uso de las teorías científicas. Los modelos teóricos que en este tramo se
desarrollan pueden ser materializables, y puede haber desarrollos capaces de modificar la
realidad.
Finalmente, “la tecnología es la aplicación concreta del conocimiento”. El desarrollo
tecnológico o experimental es el uso del conocimiento científico para generar productos,
sistemas o procesos nuevos. En esta instancia, “los técnicos... dirigidos por los científicos,
transforman los modelos teóricos en tecnología propiamente dicho...”. 58
58 Todas las citas de este apartado fueron tomadas de Esther Díaz: Op. cit. pag. 64-65.
59 Luis Villoro: “Sobre el conocimiento tecnológico”, en Revista Latinoamericana de Filosofía, Vol. XVI, N° 2,
julio de 1990, pag. 131. (Itálicas, HPN). El autor señala entre los críticos a Heidegger, Mounier, Hannah
Arendt, Horkheimer y Marcuse. Indica además que el pensamiento tecnológico, que respondería al mismo
interés que el científico – explicativo, podría ejercerse con independencia de otras formas de pensamiento y
que habría “una racionalidad-científico-técnica, separable de otras formas de racionalidad, si las hubiere, y
comprensible sin ellas”.
el mundo de los artefactos. Es imaginable y hasta comprensible que dicha masa de ideas y
creencias pueda fungir como una suerte de “pensamiento”. Pero dicho cuerpo amorfo
carece de rigor y de otro sentido que no sea el de autoafirmación en la sociedad. O, en
última instancia, de ocupación de espacios ideológicos por parte de quienes conducen el
macro sistema tecnológico y a quienes Lewis Mumford denomina “tecnócratas”.
En los ejemplos dados, la química, la zoología y la bibliotecología no se piensan a sí
mismas: sólo actúan, fijan objetivos, establecen métodos, se dan normas y generan
documentos producto de su accionar. Puede que los profesionales y científicos de esas
ramas del saber reflexionen incluso sobre su quehacer; en estos casos, sus reflexiones
serán específicas: técnico-procedimentales, metodológicas o descriptivas. Pero en cuanto
reflexionen sobre las generalidades de sus actividades respectivas estarán incursionando,
quiéranlo o no, en la sociología, en la política, en la ética o la epistemología; en última
instancia, en la filosofía.
Así, las ciencias darán respuestas sobre las ciencias, la tecnología dará respuestas sobre
cuestiones tecnológico - técnicas y la filosofía indagará sobre ambos sub-universos como
temas filosóficos.
Estos postulados constituyen lo que en el discurso de la tecnocracia se denomina “la
trampa antropocéntrica”60 y constituyen la antítesis de lo que aquella representa. Al advertir
contra enfoques como el que orienta el presente trabajo, los tecnócratas y sus amanuenses
pontifican que “sólo hay tecnología cuando el discurso sobre la técnica es tecnológico.”61
Esta pretensión, implica -de hecho- que sólo los tecnócratas juzguen a los tecnócratas. Y
tiene ciertas resonancias con lo que se puede inferir de la propuesta de Bunge (declarado
enemigo de la tecnociencia, otro nombre que se aplica a esta suerte de pensamiento)
referida a la creación de una ética de base científica, para cuya evaluación sólo estarán
capacitados los científicos.62
El referido análisis de Villoro distingue ciencia y técnica (o tecnología) como dos tipos de
conocimientos identificables por el tipo de enunciados que emplean la una y la otra. Así,
mientras la ciencia se expresa como un saber proposicional, que describe propiedades o
relaciones de hechos que pueden llegar a constituir teorías, el saber tecnológico se vale de
reglas instrumentales. Los enunciados de la tecnología no describen, sino que prescriben
acciones: se trata de enunciados prácticos.63
El pensador mexicano señala que, como ya se ha visto, el conocimiento tecnológico es
fuente del conocimiento científico y que éste, a su vez abastece a aquel.
“El ‘saber hacer’ es una fuente continua de saberes proposicionales [...] También en la
ciencia aplicada encontramos saberes proposicionales fundados en un ‘saber hacer’.
60 “Cuando se fundó la Royal Society en Inglaterra, las humanidades fueron excluidas intencionalmente.” V.
Lewis Mumford: Op. cit., pag. 70.
61 Manuel García Pelayo: Burocracia y tecnocracia, Madrid, Alianza, 1987, pag. 42 .
62 Mario Bunge: Ética, ciencia y tecnología.. Buenos Aires, Sudamericana, 1995, pag. 103 y sigs.
63 Villoro: Op. cit., pag. 132
210 Id, pag. 134
Muchos saberes de la ciencia aplicada se convierten en técnicas, justo cuando pueden
codificarse en un conjunto de reglas prácticas para transformar el objeto manipulado.”64
Y tras señalar la estrecha relación que existe “entre el saber técnico y la ciencia aplicada, por
su mutua vinculación con la práctica”, advierte sobre la inconveniencia de “establecer
límites tajantes entre ellos”..65
En lo que se refiere puntualmente a la indagación sobre el conocimiento tecnológico, los
conceptos del autor de Creer, saber, entender guardan una distancia cercana a cero con los dos
primeros capítulos de la Metafísica de Aristóteles, que Zubiri comentara de modo magistral.
“Tanto la ciencia como la técnica parten del conocimiento cotidiano, anterior al establecimiento
de teorías y reglas.”66
Y Aristóteles:
“Porque gracias a la experiencia alcanzan los hombres el arte y la ciencia, ya que la
experiencia, como con razón dice Polo, construye el arte, mientras que la carencia de ella
lleva tan sólo al azar. Se llega al arte cuando a partir de muchas nociones, obtenidas por
experiencia, se viene a parar en un concepto único y universal, aplicable a todos los casos
semejantes”..67
Villoro coincide también con el viejo maestro cuando afirma que además de prescribir
acciones las reglas también “transmiten un conocimiento”, en tanto expresan un ‘saber
hacer’68.. Sin embargo, luego se aleja un poco y posteriormente parece entrar en
contradicción con sus propias afirmaciones.
“El ‘saber hacer’ no se refiere propiamente a un conocimiento sino a una habilidad o
destreza para efectuar un conjunto ordenado de acciones. Sin embargo, un saber hacer puede
ser fuente de varios saberes proposicionales. Saber construir, diseñar y utilizar un artefacto me da a
conocer sus características y funciones. Los ensayos y errores repetidos en la construcción
de útiles, estructuras, trebejos artificiales, dan un conocimiento directo de ellos que no
puede lograrse sin su uso”.69
Distinto es el parecer de Aristóteles, quien sostiene que “en la práctica poco se diferencia la
experiencia del arte”, como lo demuestra el hecho de que quienes sólo se valen de la
experiencia suelen obtener resultados más inmediatos que quienes sólo cuentan con la
teoría.
“La razón de ello está en que la experiencia es conocimiento”.70
Tras afirmar que la ciencia y la tecnología son “formas de conocimiento” que “acuden a un
‘saber hacer’ práctico como fuente de conocimiento”, sostiene que la búsqueda del saber
teórico, objetivo, guía la exploración del objeto, mientras la finalidad transformadora y las