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Introducción

Correríamos el riesgo de pisarnos el poncho, si


pretendiésemos determinar con minuciosidad la
antigua historia de esta prenda, tan criolla y tan
nuestra, cuyos remotísimos antecedentes se
encuentran también en las leyendas griegas y
romanas.
Una prenda de idéntico corte y semejantes
funciones se encuentra en los cantos del poeta
Virgilio, en la urdimbre de los tejidos de Dido, la
hija del rey Tiro y en la huida de Eneas, el hijo
del valeroso Anquises.
El poncho ejecutado por Dido ,llamémoslo así-,
dice Virgilio, "era un paño rectangular de unos
dos metros de largo por mas o menos uno de
ancho, con un orificio en medio para pasar la
cabeza.

Era, pues, por su conformación y uso, nuestro típico poncho.


Más aún. Parece ser que Eneas, cuando se trasladó a tierras de Ostia
produjo gran sen-sación entre las señoras y los hombres, por la gracia y
novedad que importó el conocimiento de esta nueva prenda.
En época más reciente, en el siglo X, aparece en el imperio de Bizancio,
en alterada varíe dad de funciones, ya que la Iglesia lo destina como
prenda privativa de la liturgia de la misa
De esta adaptación, fragmentada y alterada el su total ornamentación,
resultó la casulla.

En nuestras tierras
En nuestras tierras de América, su presencia se comprueba por frecuentes
hallazgos arqueológicos, hechos que establecen la costumbre y si empleo
“como complemento del ajuar funerario”.
El investigador Eric Boman, en sus búsqueda por la región andina y valle
de Atacama, ha verificado que las momias de Sayate se encontraba han
envueltas en un grosero tejido de lana de un centímetro de espesor, de
forma rectangular la que se hallaba provisto de una hendidura para pasar
la cabeza, al modo de los ponchos.
También el abate Juan Ignacio Molina, en su "Compendio de la Historia
Civil de Chile", sostiene que la indumentaria de los primitivos aborígenes
araucanos de Chile era semejante a la de los griegos, al decir que éstos
"llevaban un capa de forma de escapulario que tiene en medio una
abertura para introducir la cabeza y que es larga y ancha, de manera que
cubre las manos y llega a las rodillas”.
Evidentemente, el poncho ya tenía entre nosotros una muy antigua
tradición.
En su tratado de "Etnología cultural", publicado en París en el año 1934, el
doctor Jorge Montandón asegura que esta prenda se extendió por toda la
Polinesia, prosiguiendo por el norte, hasta arribar su conexión con el
sudeste del Asia, entre los Davac de Borneo. Como es comprensible, al
cambiar de ambiente, allá los ponchos son elaborados con pieles de
cabra, de oso, gato y tigre; en el centro de Formosa, es de piel de ciervo, y
así prosigue con ligeras variantes, también, en otros países de nuestro
continente.
De ellos, dice el citado autor: "Para obtener un poncho los quechuas
simplemente cosían los huecos laterales de sus oncos, al modo de una
camisa que les llegaba hasta el suelo."

Origen y razón de su nombre


En cuanto al origen y razón de su nombre, no se ha conseguido una
concluyente definición, sobre la cual dice, en un minucioso estudio
etnogeográfico, María D. Millán de Palavecino:
"Los lingüistas, por la forma de la palabra poncho, la ubican dentro del
área de habla araucano (pontro). Mas esta palabra poncho sería un
préstamo para designar la prenda de tejido típicamente andina. La voz
quechua con que se designa el poncho puede haberse perdido y estar
sustituida por otra, o tal vez figura en los documentos y no ha sido ubicada
aún como perteneciente a dicha prenda."
Por su conformación y particular modo de usarse, también conduce al
estudioso a razonables dudas.
Para no ir más allá, en el año 1767, el ameno sacerdote jesuita Florian
Paucke dice que los indios pampas, puelches y araucanos no portaban
poncho sobre los hombros sino que llevaban velludas mantas envueltas en
torno de las extremidades inferiores, completada con otras que le servían
para cubrir la parte media y superior, al modo de ponchitos cortos, con la
con la común abertura al medio.
Contrariamente a lo que hemos señalado, para Formosa, entre nosotros,
los cueros de guanaco, llama y vicuña constituían los elementos
esenciales de sus abrigos.

El poncho en Argentina
A pesar de lo señalado por Paucke, en el 1772, el sacerdote de la misma
compañía Sánchez Labrador asegura que entre los ir Picunches y
Sanquelches, de la misma nació los Aucas de Buenos Aires y Araucanos.
"Las mujeres tejen muy vistosos ponchos y mantas. Sacan sus obras
pulidas con diferencias de lisos, que forman labores bellas, y buenos
colores".
El prisionero inglés Alejandro Gille (1806-1807), confinado en el pueblo de
A. de Areco, afirma que los indios pampas vendían "ponchos de estambre
fuerte, teñido de negro y rojo, concluidos como para desafiar lluvia"; él dice
haber adquirido uno por sólo seis duros.
'El pintor E. E. Vidal. (1820) informa que en Perú y 'en Salta es famosa la
manufactura de ponchos y son hechos de algodón, de gran belleza y alto
precio; pero los ejecutados por los humildes indios de las pampas son de
lana, tupidos y fuertes como para resistir una lluvia grande, los decorados
son curiosos y original los colores son sobrios, pero duraderos; aunque
tienen tinturas de los colores más brillantes, que emplean para otros fines.
El sabio inglés Carlos Darwin (1833), no muy inclinado por algo que no
fuese de su parte cuando observó el perfecto ligado de un pone pampa,
supuso que había sido fabricado en Inglaterra y solo se convenció de lo
contrae cuando verificó que las borlas estaban unidas con trozos de
nervios hendidos.
La calidad y el orgullo del tejido pampa fue la artesanía que de mejor
modo distinguió a estos aborígenes.
"La mujer tiene la obligación escribe Bárbara (1856) imprescindible de hilar
y tejer para vestir al marido, a más de proveer de estas telas a sus hijos."
Con el producto de su venta sobrante, compra aguardiante para su
principal explotador, el marido. De no hacerlo, éste le da de palos,
obligándola a regresar al lugar de la venta, y se lo traiga.
Los pulperos de los pueblos de frontera y los mismos de su principal
centro de venta, Buenos Aires, se los trocaban por frascos de aguardiente,
tabaco y otros vicios.
La explotación del trabajo indígena era una fuente segura y constante de
enriquecimiento. Entonces, corno ahora, la materia prima era abundante y
la competencia extranjera no había invadido el mercado nacional. En el
año 1785, desde Córdoba, el Marqués de Sobremonte, en oficio al
Marqués de Loreto le informa: "Hay más de un millón de cabezas de
ganado lanar, es de buena calidad y su lana la emplean en ponchos,
pellones y alfombras, que sacan a vender por las provincias inmediatas."
En la lista de contribuciones que el pueblo hace al Ejército Libertador, el
padre Grenon anota las que le fueron entregadas en Córdoba, señalando:
De las 174 donaciones, 152 eran ponchos.
Ya a fines del siglo XVII, el poncho reviste en la vastedad del territorio del
Río de la Plata condición de prenda imprescindible.
Tratándose de ponchos de fina calidad, nuestras provincias de arriba y
Perú y Bolivia poseen los animales que mejor lana ofrecen, torna-da de la
vicuña, la llama y el guanaco.
Los de vicuña, tejidos en rústicos telares, son livianos, suaves e
impermeables, sin que por ello carezcan de su propiedad de tibio abrigo.
A medida que se entremezclan lanas de distintos animales o se obtienen
fibras más gruesas, los ponchos adquieren otra calidad, peso, abrigo y
ornamentación.
Por sobre toda la variedad de dibujos, tamaños y colores, el poncho
prosigue siendo la prenda más distintiva de la indumentaria rioplatense.
Llevar un poncho tendido sobre los hombros, o cuidadosamente doblado
en el antebrazo izquierdo, constituye un incuestionado y firme signo de
argentinidad o de manifiesto propósito de serlo.
Contrariamente a su manifiesta malquerencia por el gaucho, resulta
atinada la observación que hace Sarmiento a mediados del siglo pasado,
en "La nación soberana", cuando analiza el diferente uso que tuvo el
poncho, entre las distintas clases sociales.
"El uso del poncho en el pueblo llano ha debido mantener el traje indio
reducido a cubrir la desnudez de las carnes, bastando la camisa para el
busto y sobrando los calzones, que no se usaron entre la gente blanca,
sino bragas hasta la rodilla con hebilla, prescindiendo de todo ello el
pueblo mediante el más ligero de todos los tejidos de algodón blanco, que
llamaron por eso calzoncillo, y el chiripá, pedazo de tela de lana informe,
envuelto a la cintura o pasado por entre las piernas."
Los más finos, por su actual calidad y elevado precio, elegantes, suaves y
livianos, son demostrativos de legados familiares o fruto de reciente
adquisición de entusiastas mantenedores de nuestras tradiciones; por
cuyo tipo, flecos, dibujos y manera de portarse puede identificarse
fácilmente la provincia o región del país de la persona que lo luce.
Y también existen otros más modestos; los de lana de llama, mullidos y
abrigados; los de lana de guanaco, de tono más fuerte y oscuro; los de
lana de oveja, gruesos corno mantas para abrigo.
Los que se identifican como poncho pullo, los calamacos, y los negros y
blancos ponchos pampas, distinguidos por sus cruces, encerradas en
rombos o cuadriláteros de otro color.
Otros tipos suelen ser lisos, listados, con guardas pampas y algunos con
leyendas partidis-tas e iniciales de sus dueños tejidas de ex profeso en su
parte extrema e inferior.
Por su condición perecedera, con excepción de los pocos que aún se
conservan en las vitrinas de los museos, las memorias de diversos autores
suelen darnos la tónica de su uso, -como de propiedad de este -o aquel
personaje de nuestra historia.
Y éstos prevalecieron durante todo el siglo pasado, en abierta oposición a
los presuntos dictados civilizadores de Sarmiento, que sostenía:' "Mientras
haya chiripá y poncho, no habrá ciudadanos." Afortunadamente, hemos
superado es-tas premisas sarmientinas, y el poncho subsiste sin
desmedro de nuestra civilidad.
Como una prenda imprescindible y única, lo enaltecieron don José de San
Martín, cubriendo la severidad de su uniforme francés; los generales G. A.
de La Madrid, José M. Paz, Las Heras, Facundo Quiroga, Gelly y Obes,
Juan M. Dorrego, Juan M. de Rosas y los sacerdotes Salvaire y Brochero.
Y Artigas lo luce en el combate, en la pintura y en el bronce; Justo José de
Urquiza, triunfante, después de Caseros, se ofrece a la expectación de los
porteños desfilando por la calle Florida vistiendo traje de parada, sombrero
de copa alta y poncho listado.
También fueron históricos el blanco y celestes de Juan Lavalle; el rojo de
Martín Güemes; el pullo de Paz y el del valiente Villegas, que después de
desigual combate con la indiada, en una proporción de tres a cien, terminó
luciendo las condecoraciones de siete lanzazos.
Como fueron adecuados para la guerra y el trabajo, también se utilizaron
como banderas de paz.
Un día en que todo presagiaba guerra con los indios del cacique
ranquelino Mariano Rosas, éste le dice a Lucio V. Mansilla
"-Tome, hermano, use este poncho en mi nombre; es hecho por mi mujer
principal.
"Acepté el obsequio, que tenía una gran significación, y se lo devolví,
dándole yo mi poncho de goma.
"Al recibirlo, me dijo:
"-Si alguna vez no hay paces, mis indios no lo han de matar, hermano,
viéndole ese poncho.
"La gran significación que el poncho de Mariano Rotas tenía no era que
pudiera servirme de escudo en un peligro, sino que el poncho tejido por su
mujer principal es entre los indios un gaje de amor, es como el anillo
nupcial entre los cristianos."
Por esta vez, la barbarie había dado el ejemplo: un poncho pampa era
entregado como símbolo de paz, en un tratado entre dos representantes
de culturas diferentes

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