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ANTONIO IRIARTE C.
I
Conocí a don Luis Flórez en “EL RANCHO”, un viejo
caserón de bahareque y teja de zinc, en el cual doña
Beatriz atendía su restaurante de El Altico, emblemático
barrio de nuestra ciudad.
II
Año y medio después me volví a encontrar con el Yagé,
esta vez en “EL RANCHO”, el viejo caserón de doña
Beatriz. Aunque sentí a don Luis menos cortante y
arisco que la primera vez que nos vimos –hasta nos
saludamos de abrazo como si se tratara de dos viejos
amigos-- tal gesto, sin embargo, no lo eximió de su actitud
distante ni de su habitual parquedad para hablar. Aunque
sentía el ambiente más relajado que entonces, él
persistía en su costumbre de escuchar y callar, razón por
la cual me veía obligado, de tanto en tanto, a tomar las
riendas de la conversación, no fuera que de un momento
a otro se rompiera el hilo precario de nuestra
comunicación.