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decir nada.
Laureano Borton1
Palabras clave: Estilos comunicativos - Niñez – Infancia
1
significados que tienen lugar durante la niñez, así como al papel jugado por
las interrelaciones con el mundo adulto, el que aparece como una de las
condiciones que hacen posible la presencia de producciones de sentidos por
parte de los niños (Cohn: 1995; Toren: 1999).
2
(Novaro et al: 2008). Así, lejos de ser una ausencia de mensaje, este silencio
es un ejemplo de labor comunicativa deliberada, en un marco institucional
intercultural en el que la identidad étnica es un elemento importante en la
construcción de las representaciones por parte de los docentes.2 Es un
silencio que habla.
3
de diferencia que se plantea cuando la población proviene de grupos sociales
a los que se ha identificado históricamente con un conjunto de “diferencias
desavalorizadas”. Lo último lleva a advertir que el foco de atención no es la
diferencia en sí misma sino la relación conflictiva de la institución escolar con
grupos en los que se presentan simultáneamente, entre otros, cuestiones tales
como la pobreza, la situación migrante y la identidad indígena (Novaro:
2006).3 Este señalamiento sobre el peso y el rol de las diferencias
desvalorizadas está en línea con las críticas de Ortiz a las construcciones
culturalistas sobre los sentidos de la globalización. Al respecto, el autor
advierte que los intentos de explicar la diversidad cultural en tanto mera
interacción de discursos o textos producidos en pie de igualdad no es sino un
discurso ideológico que desatiende al conflicto. La alternativa a esta visión
pasa por advertir el peso de las condiciones de materialidad y del poder en
tanto factores determinantes de las formas asimétricas que puede asumir lo
intercultural. Desde esta premisa, no se puede sino coincidir entonces con el
autor cuando advierte que “…la diversidad cultural es diferente y desigual
porque las instancias y las instituciones – la escuela entre ellas - que las
construyen tienen distintas posiciones de poder y legitimidad” (1999: 48).
Queda planteado entonces que el vínculo entre las perspectivas
antropológicas sobre la niñez y las representaciones de los docentes sobre la
otredad cultural. Para comenzar a detallar este punto se hará una síntesis de
aquellas perspectivas, enfatizando el lugar central que las nociones de cultura
y socialización han tenido en cada uno de estos aportes.
Para hacer referencia a los cambios en las formas de entender la niñez desde
distintas perspectivas teóricas se tomarán como punto de partida los trabajos
de la Escuela de Cultura y Personalidad, en especial la obra de Margaret
Mead.
El culturalismo define el concepto como un proceso de transmisión y
aprendizaje intergeneracional que, aplicado y dispuesto sobre los niños,
genera en ellos formas de comportamiento y de disposición estandarizadas,
semejantes en gran parte a aquellas que fueran aplicadas sobre generaciones
4
anteriores, por lo que la formación de la conducta de los niños respondería así
a un proceso social e histórico determinado. 5 A su vez, con el fin de apuntalar
el carácter histórico del proceso de transmisión cultural, su trabajo enfatizó la
importancia de que los estudios de la niñez apuntaran a las formas
particulares adoptadas por cada proceso, remarcando así la diferencia entre
aquello que podía pensarse era natural y general a toda cultura y aquello que,
por el contrario, respondía a procesos más locales. Esta especie de puja entre
general y particular se resumió y canalizó en gran parte a través de las
nociones de innato y adquirido (1995:11). Una contribución importante que
se deriva de lo anterior es que el trabajo de Mead ayudó a pensar la temática
desde una perspectiva relativista, poniendo en claro que la experiencia de la
niñez debe ser definida en contexto y conforme circunstancias históricas
determinadas (1995: 12). Lo anterior dio a su vez impulso a la idea de que el
estudio antropológico debía atender a las particularidades de cada grupo
sociocultural a la hora de explicar la forma en que los niños eran socializados,
alejándose así de afirmaciones generales que no contaran con el sustento
etnográfico necesario.
Un ejemplo de este interés por las formas particulares que adquieren los
procesos y pautas de socialización puede advertirse en las comparaciones que
la autora hace entre la cultura manus y la norteamericana. Mead muestra que
los procesos de socialización como los mencionados pueden ser vistos, en
contextos sociales distintos y en aspectos puntuales, como antagónicos, como
formas opuestas de experimentar y concebir la niñez. Al referirse a los manus,
la autora destaca las características de un proceso de socialización centrado
en el control de las respuestas emocionales y en la liberación de las
manifestaciones corporales, trazando a partir de allí un conjunto de
oposiciones con respecto a las formas más frecuentes de socializar los niños
en la cultura norteamericana de la época. En esta última, el control de lo
corporal es uno de los canales o medios de un proceso de socialización que se
juzgará eficiente en la medida que lleve a formas de personalidad
concordantes con lo socialmente estipulado (1985: 45). 6 /7
5
Otra corriente que prestó atención a la niñez como tema de estudio fue el
estructural funcionalismo. Esta corriente desplazó en cierta forma el foco
desde las estructuras de personalidad predominantes en una sociedad hacia
los procesos de socialización en general y los sistemas de roles que surgen de
estos. Así, roles y relaciones son los dos materiales con los que, según el
estructural funcionalismo, se definirá el lugar de la persona en la sociedad.
Debido al hecho de que – según esta corriente – el niño es definido por un
sistema de roles en cuya definición no participa, el estudio de sus
representaciones simbólicas pasó a un segundo plano. El foco de atención
fueron entonces las competencias que deben ser adquiridas durante el
proceso de socialización en el que los niños son, en cierta forma, destinatarios
de las acciones llevadas a cabo por los agentes socializadores.
Desde posturas como estas, el proceso de socialización es entendido como
reproducción de un orden social determinado, lo que se expresa – a nivel
etnográfico – en esfuerzos por definir las sociedades como sistemas, en los
que se destaca el peso de lo tradicional. Esto último supone a su vez que el
proceso de socialización apunta tanto a la integración del niño a la sociedad
como así también a su adecuación a un ideal de persona históricamente
reproducido. 8
6
Los enfoques de la niñez señalados en el punto anterior van a comenzar a ser
revistos, durante los años ’60. Durante esa década, y en cierta sintonía con un
contexto mundial caracterizado por movimientos culturales, sociales y
políticos críticos, los estudios antropológicos comienzan a poner el acento en
la dinámica social, lo que conlleva a una redefinición del sentido que se le
atribuye de ahí en más al proceso de socialización y, a su vez, a la valoración
de la autonomía y de la capacidad de generación de significados desde el
universo infantil (2002: 214).
Estas diferencias de enfoques sobre la idea de niño se corresponden
principalmente con cambios en la concepción disciplinaria del concepto de
cultura (Cohn, 1995: 11). En relación con esto – como se señaló antes - la
mirada de la disciplina se ha ido modificando a partir del efecto que la
cambiante noción de cultura ha tenido sobre su objeto de estudio.
En este contexto, el concepto comienza a ser redefinido y a ser visto como un
sistema simbólico por medio del cual el actor social da sentido a su
experiencia. La atención está puesta entonces en la capacidad del actor para
dar sentido a sus prácticas. Así, la cultura es un sistema de reglas, que hace
que un sistema simbólico pueda ser, en los términos de un lenguaje,
compartido y compartible. A su vez, la reformulación del concepto de cultura
conlleva cambios en las nociones de sociedad e individuo que van en dirección
semejante. Esto supone que la sociedad, además de cumplir el rol
estructurante que otras corrientes ya señalaban, es también estructurada por
los actos simbólicos que las personas ponen en práctica. De esta manera, la
sociedad es pensada como una estructura que, como la cultura, se produce y
reproduce todo el tiempo, con cambios y continuidades .9
En el caso de la producción disciplinaria sobre la niñez, este conjunto de
modificaciones implicó a su vez un cambio en la forma en que la disciplina
piensa a los niños, y del predominio de la idea de recepción pasiva se pasa a la
de recreación crítica y activa.
De aquí se desprenden dos ejes para analizar la niñez como objeto de estudio.
Por un lado, la idea de que el niño es un sujeto actuante, capaz de influir en la
configuración de relaciones sociales. Esto supone que, dentro del contexto de
relaciones del que participa, los niños operan con cierto margen de maniobra,
de autonomía. A su vez, complementariamente, la niñez es vista como una
7
experiencia vital con capacidad de producir cultura y de estar en diálogo con
los significados que se producen – sólo inicialmente – en y desde el mundo
adulto.
Un correlato etnográfico de lo anterior se advierte en la obra de Toren, quien
plantea la existencia de una brecha cualitativa entre mundo adulto y mundo
del niño, replanteando así toda la visión sobre el papel de los procesos de
socialización que se había tenido hasta ese momento (1999). Así, desde este
enfoque los niños no saben menos sino que saben “otra cosa” que los adultos.
No se trata ya de una diferencia de dimensiones sino simbólica. En tono con
esto, la pregunta que plantea Toren, y que recorre su obra, tiene que ver con
el sistema simbólico que se pone en marcha cuando los niños producen sus
propios sentidos (Cohn: 1995).
Toren fundamenta esta capacidad de producir significados por parte de los
niños a partir del concepto del ontogenia, al que define como un proceso
histórico que ayuda a superar la división artificial que suele darse, a nivel
teórico, entre cultura y naturaleza (1999). Ese fue, según la autora, uno de los
principales obstáculos enfrentados por las teorías de la cognición hasta el
presente. Tradicionalmente se había pensado la cognición como límite
estructural a la capacidad simbólica.
En contraste con lo anterior, la ontogenia entiende la intencionalidad y la
intersubjetividad como aspectos de la cognición, con participación de aspectos
conscientes e inconscientes, lo que permite pensar la capacidad de
producción simbólica con mayor independencia de conducta racional de la
persona. Otro rasgo de la idea de ontogenia es que las acciones humanas son
y producen nociones al mismo tiempo. Así descripta, un estudio de la
cognición infantil implica pensar en procesos por medio de los cuales los niños
significan y resignifican representaciones producidas por los adultos (1999).
Al respecto, el trabajo de Toren con los niños filipinos muestra que los
significados (que pueden manifestarse en categorías, metáforas y otos tipos de
simbolizaciones) suelen tener la forma de subversiones y trastocamientos de
las relaciones de poder tal y como son tradicionalmente representadas desde
el mundo adulto. Esta idea de representaciones que trastocan, subvierten y
cuestionan muestran ya un cambio marcado respecto de las formas más
tradicionales de concebir la niñez que se señalaron más arriba.
8
Otro señalamiento interesante de Toren es que la manifestación de estos
significados – en este caso por parte de los niños - no es sólo consciente y
verbalizado sino que los mismos son “hablados” inconsciente e
involuntariamente a través de sus cuerpos. Esto último es un dato que merece
ser tenido en cuenta, ya que la noción de silencio, en referencia a los estilos
comunicativos de los alumnos tobas, incluye toda una dimensión corporal que
puede ser sintentizada como ‘pasiva’. Esto último lleva a hablar de un silencio
que se acompaña de una marcada quietud corporal.
Lo anterior se advierte en su estudio sobre concepciones infantiles sobre las
jerarquías locales. La autora afirma en ese sentido que el cuerpo constituye
un “subtexto material”, que expresa lo cognitivo, y que puede ser leído para
extraer y producir significados a partir de él.
A partir de lo anterior, Toren afirma que lo que los niños filipinos hacen a
través de sus significados son inversiones simbólicas que alteran el sistema de
representaciones que prevalecen en el mundo adulto. Un ejemplo de esto son
los contrastes entre las representaciones que adultos y niños fijianos ponen en
juego al momento de pensar el sistema de status en su sociedad. Así, mientras
los primeros atribuyen a la persona la capacidad de conferir status a una
situación ritual – subordinando el contexto y el lugar a la persona - los niños
resignifican esta representación e invierten la fuente del status. Así,
asignando al espacio - y no ya a la persona - la capacidad de conferir status,
los niños subordinan a los actores eventuales al lugar relativo que ocupan en
un contexto espacial determinado. Desde el foco infantil las personas no
emanan sino que ocupan – eventual y circunstancialmente – una posición que
es, básicamente, provisoria. Para la autora, esta inversión es un ejemplo de lo
que se viene diciendo respecto de la autonomía necesaria en la producción de
significados.
9
Por ejemplo, en occidente existen (Ariés:1987), formas particulares de pensar
y sentir la niñez, sintetizadas a grandes rasgos en el concepto de sentimiento
de infancia. El mismo, lejos de ser un hecho dado y homogéneo, refleja un
proceso de construcción histórica que se ha ido desarrollando en relación
estrecha con factores diversos (Cohn: 1995).10
A su vez, las investigaciones que llevaron a la idea de infancia permitieron ver
que las actitudes y los roles respecto de la niñez en otras sociedades y
culturas se diferencian y hasta a veces se hallan en franca oposición a las
occidentales. Tales estudios señalan que la producción cultural de ese objeto
llamado infancia debe ser pensado en plural, tanto por su carácter relativo
como relacional. Relativo en tanto existen diversas formas en que la misma se
manifiesta en occidente, relacional por el hecho de que la infancia es el
resultado de un proceso de interacción entre representaciones, una forma de
experiencia social frecuentemente contrapuesta y en algunos aspectos
autónoma, relativamente independiente del mundo adulto, conformando así
una experiencia temporal y culturalmente acotada (Ariés:1987).11
Este énfasis en lo plural, como señala Cohn, es un paso importante para dejar
atrás nociones esencialistas sobre la niñez, enfatizando su condición de
construcción social. Así, hablar de cultura infantil - en singular y como
fenómeno autogenerado - implica retroceder a visiones universalistas, que
niegan la especificidad de lo infantil como objeto de estudio, a la vez que
refuerza la idea de un hiato entre dos mundos, el adulto y el de los niños.
Visiones como estas impiden ver que en realidad el proceso de producción y
reproducción cultural no prescinde de prácticas en las que lo adulto y lo
infantil se definen mutuamente. Ambos son actores de la construcción de las
formas de lo infantil en diversos contextos sociales e históricos. De allí la idea
de la autora de hablar de culturas infantiles, remarcando la importancia de
una perspectiva que destaque lo plural y diverso (1995).
10
señalar como más representativo el surgimiento de la idea de infancia, y la
propuesta de pensar el concepto en plural, destacando así la variedad de
formas culturales que el mismo puede asumir.
En la misma línea, el punto siguiente se centrará en la idea de que el silencio
que se vienen analizando no es un rasgo aislado, una forma esencialmente
toba de comunicar, preexistente al contacto con la escuela, sino el producto de
un proceso de silenciamiento, institucionalmente situado. Este nuevo enfoque
del silencio intentará reinscribir así esta forma de estilo comunicativo en el
marco de las relaciones de poder que atraviesan la situación de
interculturalidad aquí analizada.
11
discursos de los alumnos que ha cristalizado en cierto modo en la
institucionalización de pautas de coherencia discursiva que la escuela ha
construido y reproducido como adecuadas, y cuyas reglas intentan imponer un
tipo de discurso por parte del alumnado.
Todas estas circunstancias tiene a su vez como rasgo común el hecho de que
pueden hallarse rasgos esencialistas en las etnografías y las representaciones
docentes dejan ver un enfoque esencialista de la otredad cultural.
Lo anterior puede advertirse en el documento denominado “Historia de la
llegada de la ‘Comunidad Toba’ a X X ”, donde se relata brevemente la llegada
de los tobas, hacia fines de 1995, a las tierras que – de acuerdo al documento
– fueron donadas por la arquidiócesis del distrito y gestionadas por las
hermanas de la orden. Uno de los temas que predominan en estos documentos
es el relativo al rescate de la identidad toba a través de un proyecto que
contempla distintas pautas de acción, desde la contratación de una maestra
toba, la cesión de tierras y la apertura de la matrícula de los niños tobas. El
documento está atravesado por la idea de que elementos como la cultura y la
raza toba existían en tanto conjunto de rasgos que debían y eran susceptibles
de ser revalorizados, teniendo la orden una función de apadrinamiento de los
tobas en todo este proceso. Esta idea de una especie de identidad que podía
ser retrotraída a un estado de mayor esencia puede ser reforzada con el
testimonio de una hermana superiora, que refiere al proceso de fundación del
12
barrio que describe este documento. Puede decirse que se trata de un
testimonio que es una revisión crítica de una de las hermanas que participó en
el proceso de instalación del barrio toba, y que – once años después y casi
como en un espejo invertido – cuestiona en cierta forma lo sostenido por del
documento. El siguiente extracto de la entrevista intenta dar cuenta de esa
revisión un tanto desencantada de los tobas:
“… Esos tobas…” los conocía … no eran del Chaco, como ellos habían
dicho allá por 1995, cuando la construcción del barrio toba comenzó a
gestarse. “…No son del Chaco, son de C.O . …. Acá vinieron diciendo
14
una cosa, pero son otra…”. Agregó ella, los tobas empezaron a llegar
muy rápidamente, ya que no querían perderse la posibilidad de acceder
a una casa .“…La tierra era nuestra, eran unos lotes de la época de….
(mucho tiempo)”. Tampoco era cierto que la Fundación M.T hubiera
ayudado mucho. Dio a entender que habían dado una mano, pero poco
más. De hecho, dijo que los de la fundación se habían dejado seducir por
las historias que contaban los tobas, donde se hablaba “…del pasado…”,
ya que los tobas les contaban cómo cazaban, cómo recolectaban. “Y ahí
andaban (en referencia a los de la fundación, todos encantados…(con las
historias que les contaban los tobas)…”.
Ella sostenía que todo había sido como una actuación (de los tobas), que
lo habían hecho todo para conseguir las casas lo antes posible, que
habían dicho saber cosas y tener habilidades que luego no tenían. Por
ejemplo, estaba enojada por el hecho de que ellas (las hermanas) habían
conseguido un lote para que ellos hagan la huerta, sobre todo porque
ellos habían asegurado saber hacer la huerta. Ellas consiguieron un lote
y hasta contrataron una persona joven (…) que les iba a ayudar a
sembrar, cuidar y cosechar. (…) Pero, según ella, este hombre se cansó
de ir y de ver que, de una semana para otra, las cosas sólo empeoraban”
(Registro VII, 2006 - 8/9/2006).
13
hasta el relato de danzas, mitos y leyendas. El documento en cuestión es
particularmente minuncioso al respecto. El conjunto de todo eso daría lugar a
una síntesis que podría ser denominada “lo toba”, en tanto conjunto de
práct6icas y conocimiento que la orden consideraba propio a ellos.
El contraste entre el documento y el relato de la hermana se da al nivel de la
veracidad, al nivel de la autenticidad acerca de los tobas. El problema parece
estar en el hecho de que la distancia entre ambos relatos es demasiado
amplia, lo que lleva a que la hermana cuestione tanto la veracidad de un
documento que ella inicialmente avaló como la veracidad de los tobas en sí
mismos.
14
de alumnos tobas y no tobas y sobre el rol de la escuela en tanto institución a
cargo del “rescate” de los tobas. En ambos documentos prima la idea de
patronato,, es decir, de una ascendencia paternalista de la iglesia para que los
tobas retornen a su identidad.
En el Ideario – que como se dijo no hace referencia a las diferencias sociales y
culturales posibles entre aquellos a quienes va dirigido – esta idea
paternalista se advierte en dos puntos específicos: los Fundamentos
Carismáticos y el Perfil de Alumno respectivamente. Los primeros se
componen de tres puntos principales, presentes estos “en el corazón” de
aquellos que “el Padre llama a formar parte de la Familia de Santa X”: el
Espíritu de Familia, la Donación Materna y el Espíritu de Pobreza. En virtud
de este ideario, la institución educativa, dependiente de la orden, propone
orientar “las capacidades y cualidades (de los alumnos) al servicio de Dios y
del hombre”.
15
de existir un ejercicio de subordinación de los alumnos tobas al ideario
religioso de la institución. Los términos usados por Do/Es, una de las docentes
con quienes se trabajó en las observaciones de campo, puede echar luz sobre
lo anterior.
16
de la institución escolar y un cierto efecto de invisibilización que el mismo
ejerce sobre los docentes que participan en su producción y reproducción.
A nivel de las escuelas en general, los aspectos estructurales y estructurantes
se expresan en la creación y replicación de significados y sentidos que tienden
– en términos generales – a incorporar a los alumnos en proyectos como los
aquí descriptos con propósitos diversos.
17
Ante esta situación de perspectivas que en cierta manera se cuestionan y
objetan mutuamente, el concepto de producción cultural se ubicaría en el
punto en que ambas se entrecruzan. Así vista, la producción cultural puede
ser vista como un concepto a través del cual aludir a la vez a una idea de
creatividad y agencia, como así también a un proceso de producción continuo
de significados con vínculos complejos con el proceso de producción social y
cultural del sistema de clases (Levinson y Holland: 1996; Rockwell: 1996).
Planteado de esta manera, el proceso de producción cultural es complejo y
debatido, lo que refuerza la idea de que desde esta óptica la cultura no es ni
un repertorio de representaciones ni un concepto estático sino un proceso de
generación continua de nuevos significados. Como señalan Levinson y
Holland, en una afirmación cuyo contenido puede ser aplicado a este trabajo,
la idea de producción cultural es dinámica y hace referencia a disputas
permanentes de significados. Por eso, afirman los autores, “…las definiciones
hegemónicas de la persona educada pueden ser disputadas a partir de
criterios como el género y la edad y, en sociedades más estratificadas, a partir
de criterios étnicos y de clase” (1996: 2).17
18
En oposición a esto, la propuesta del trabajo es la de someter a crítica esta
idea un tanto preconcebida y naturalizada del silencio en tanto rasgo cultural
definitorio de los integrantes del grupo. La alternativa propuesta es intentar
un ejercicio de vigilancia epistemológica que intente definir las condiciones
objetivas que determinan el ejercicio de silencio. De esta manera se podría
desarticular esta especie de no conciencia que parece existir en un conjunto
de docentes respecto de las relaciones de poder que efectivamente afectan los
estilos comunicativos de los tobas en esta situación de interculturalidad
(Lahire: 2006). De esta forma, también, se contribuiría a contextualizar las
condiciones de posibilidad que hacen que en ese marco específico los estilos
comunicativos de los alumnos tobas se caractericen por una pasividad y
ausencia de palabras que de hecho no se corresponden con las formas de
interacción que los mismos niños muestran cuando no están en condición de
alumnos.
19
porque yo tengo entendido que en la casa les hablan en castellano…. Es como
que se está perdiendo...”. Así, ante lo que era visto como una pérdida que
empezaba por las casas, la idea de la docente era que la escuela empezara a
ocupar roles que las familias estaban abandonado, para que así los tobas
niños volvieran a convertirse en “tan” tobas como ella pensaba que debían
serlo.
Ahora bien, a esta preocupación discursivamente bienintencionada por una
identidad en crisis le sigue un comentario que cuestiona en cierta forma lo
dicho antes, ya que muestra que la profesional – en coincidencia con varias
docentes - sotenía que los tobas estaban un peldaño intelectual más abajo en
comparación con los demás alumnos. Eso es lo que surge cuando afirmó –
adhiriendo al comentario de sus colegas, que “… las maestras que tienen
alumnos tobas me dicen… ‘vos les explicás, pero (los tobas) no te entienden’…
y yo me pregunto si (los tobas) llegarán al pensamiento abstracto”. (Registro 1
de 2006 - 5/08/2006).18
Por eso, más allá de lo ajustado o no de esta apreciación, ya que los registros
muestran casos de participación, sobre todo cuando los contenidos eran
culturalmente significativos para los alumnos tobas, el testimonio que se
analiza ahora se vincula con el discurso de directivos y docentes. Estos solían
coincidir en el hecho de que el silencio y la pasividad misma que predominaba
entre los alumnos toba en la escuela debían ser explicados como una conducta
enraizada en hábitos aprendidos y reproducidos a nivel familiar. Ese discurso
hace del silencio una marca cultural, más allá de que algunos la vieran como
un rasgo positivo y a otros – en lo que era la variante predominante -
pareciera moverlos a reproche. Puede decirse entonces que el silencio de los
tobas da lugar a distintas voces, a distintas asociaciones de significado, pero
que en términos generales es visto como un rasgo venido de afuera, que se
resume en una especie de expresión fija del tipo “los tobas son así”. De hecho,
el sentido de tal silencio supera largamente la idea de no intervenir o
participar en las clases o en la vida social en las aulas en general. Es un
silencio metafórico, en tanto extensión de sentido, de toda una situación de
silenciamiento.
20
Un testimonio que refleja esta amplitud de sentido del silencio, dado que es
también interpretado por algunos docentes como un mensaje que transciende
el lenguaje articulado, y que genera reproche de los docentes, es el
comentario de una de las directivas de la institución, la hermana ME. El
siguiente registro fusiona en cierta manera la descripción con el análisis, y
también una comparación con las formas de ser alumno de los niños que no
son tobas, tal vez permita ilustrar el punto:
Sentada frente a mí, vestida con un hábito gris que le cubre desde
la nuca hasta los tobillos, empezó a preguntarme qué se podía
hacer para que los chicos tobas no dejaran la escuela como lo
hacen y para que participaran más, para que los padres se
acercaran al colegio, para que – en general – se interesaran por el
colegio. Uno de los temas que ella planteó como un problema era
el de las condiciones en que asisten [los chicos]. […] Ella
observaba que la mayoría de las veces los alumnos tobas asisten
sin útiles, sin siquiera un cuaderno. A esa falta de materiales había
que agregar la falta de higiene.[…] […] Al ratito agregó que el
barrio toba está rodeado de barrios muy humildes, como el barrio
de atrás, llamado L, en el que los chicos hacen un esfuerzo por
comprar materiales, estar limpios, etc. [pero que] … a los alumnos
tobas parece no importarles lo que se les enseña [y que] los
docentes les hablan y no hay respuesta. A cada rato decía: “Es
como si no les importara”. (21/07/2006)
Así visto, este silencio para connotar, para los docentes, un conjunto de
actitudes que, en términos generales – con excepciones que no son analizadas
aquí – vinculan con lo toba. Es un silencio que va frecuentemente asociado a
la idea de pasividad, de carencia de acción.
21
El silencio así entendido resulta de un sistema de relaciones asimétricas entre
directivos, docentes, alumnos otros, alumnos tobas (y sus familias) en las que
las producciones simbólicas de los tobas parecen definirse en los términos de
un otro que es definido en posición de inferioridad respecto de la institución,
vale decir, en negativo. A esto se hacía referencia cuando en un trabajo
anterior afirmaba que “… no se trata sólo de silencio sino de diversas formas
de incomunicación. Esto se manifiesta en diferentes situaciones, registradas
cotidianamente por la institución, y con las cuales identifican no sólo a los
alumnos sino también a sus familias. Las mismas, -según el testimonio-
tampoco hablan, tampoco se muestran, tampoco se avienen a los horarios y
las formas de la institución, etc. Esta idea de silencio, no debe ser entendida
entonces como el no-hablar específicamente, sino como toda una variedad de
formas de conducirse que implican no estar dónde, cómo y cuándo la escuela
lo requiere” (Novaro et al.; 2008:183).
22
disputa discursiva o ideológica mayor, entre blancos e indios, sobre el sentido
de las representaciones culturales” (1996: 81).20
En términos generales, y en virtud de lo anterior, podría pensarse que el
silenciamiento es el rasgo predominante de estilos que tienen lugar en el
contexto de las relaciones desiguales en el que se ven insertos los grupos.
CONCLUSIONES:
23
los niños son vistas como el efecto o el eco de categorías trabajadas e
impuestas, con mayor o menor eficacia, desde el mundo adulto (Toren: 1999).
A partir de lo anterior el trabajo adhirió a la idea de niñez como experiencia
localmente definida y dotada de agencia, es decir, con capacidad de
cuestionar las categorías del contexto sociocultural. Sobre esta base, el
trabajo intentó plantear que la situación de interculturalidad que se presenta
en la escuela supone el contraste de formas culturales distintas de concebir la
niñez, y supone además advertir que la pasividad percibida desde la
institución es en realidad una conducta significativa, un estilo comunicativo
institucionalmente situado.
La idea de estilo comunicativo ha sido el punto de partida de un análisis
crítico de la representación institucional y de la explicación que esta hacía del
pretendido silencio y pasividad de los alumnos tobas. Desde esta perspectiva
dicho silencio y pasividad eran evidencia de una limitación cognitiva o una
falta de interés y de desidia manifiesta por la escuela. En virtud de la
perspectiva crítica sostenida por este trabajo, se planteó una explicación
distinta. Dicha explicación habló de un contraste que fue resumido como un
conflicto entre el discurso institucional de deficiencia cultural y el discurso
antropológico de denuncia del silenciamiento.
El trabajo de denuncia consistió en señalar que el silencio puede ser visto
como un tipo de estilo comunicativo que expresa mucho y dice bastante más
de lo que los docentes parecen oír (o no oír). Es un estilo comunicativo que
surge en un contexto institucional atravesado por la asimetría del poder. Es un
estilo comunicativo que invita a pensar en el concepto de producción cultural
en tanto capacidad de producción de significados alternativos en contextos de
hegemonía del discurso institucional. Es un estilo que invita a pensar que
hablar y callar son, también, formas del decir.
NOTAS:
1. La investigación de campo que se menciona en este trabajo fue hecha en
una institución religiosa a la que asisten alumnos de una comunidad toba
vecina. El grupo de investigación que integro tomó contacto con la escuela
y hacia fines de 2004 comencé a realizar observaciones en la misma. Así,
en forma convenida con las autoridades de la escuela se comenzó a tomar
24
contacto periódico con el personal directivo, los docentes y los alumnos.
Las visitas a la institución se realizaron con una frecuencia de una vez por
semana. Cuando hubo posibilidad de asistir a los actos escolares, se
concurrió dos veces por semana. La mayoría de los registros estuvieron
centrados en las situaciones de aula.
2. Una referencia mediata a esta asociación entre las ideas de estilo
comunicativo y labor comunicativa es el trabajo de Foley sobre prácticas
expresivas.
3. Un análisis en cierta forma coincidente es el que hace Schmelkes en una
evaluación general de la situación de la Educación Intercultural en México.
(2004)
4. Las partes de la oración en itálica son agregados.
5. De hecho, uno de los temas recurrentes de su obra es la documentación
y análisis de la forma en que la sociedad samoano mantenía la cohesión
social y la continuidad.
6. Otro aporte central dentro de esta corriente es el de Ruth Benedict. Al
igual que en el caso de Mead, la obra de Benedict presta atención a la
niñez como período durante el cual la cultura participa en el proceso de
formación de las distintas estructuras de personalidad.
7. Lo anterior obedece en parte a los vínculos que la corriente establecía
entre la idea de cultura y de legado, es decir, del hecho de ver la cultura
como una enseñanza de las generaciones anteriores, que comienza en la
niñez y concluiye en la adultez. Esto lleva a pensar que la cultura es el
medio que ayuda salvar o recorrer una brecha entre adultos y niños que se
irá reduciendo a medida que los niños aprendan o “lleguen” a ser adultos.
(Cohn: 1995, 15).
8. Como señala Cohn, algunos trabajos pioneros de la antropología
brasilera sirven como ejemplo de abordajes del universo infantil
coincidentes con esta corriente (2002: 214). Algunos ejemplos de este
énfasis en la estabilidad y la adaptación son las obras de Fernándes y
Schaden sobre los niños tupinambá y guaraní respectivamente.
9. En cuanto a la noción de individuo, su sentido fue cambiando de forma
semejante a como ocurría con los conceptos previos. La noción,
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inicialmente referida a aquel que actúa un rol preestablecido, fue
gradualmente sustituida por la de actor social (Cohn: 1995).
10. Entre estos merecen mencionarse – entre otros - los cambios en la
composición familiar y en las nociones de paternidad y maternidad, las
modificaciones en la vida infantil cotidiana y los efectos de la
institucionalización de la vida escolar sobre esta última.
11. La semejanza aparente que desde el sentido común suele trazarse entre
niñez e infancia esconde más de lo que muestra, sobre todo cuando se
analiza más detenidamente la información etnográfica disponible. Así
mientras que la noción de niñez tiene que ver con la experiencia vital que
todo ser humano atraviesa en su desarrollo psicofísico, la infancia se limita
a la forma particular en que el occidente europeo ha ido construyendo una
forma específica de pensar a los niños.
12. El trabajo de Lahire atiende a la invisbilización tanto de las categorías y
prácticas de los actores que el análisis social estudia como a la dificultad
de advertir el sentido de los propios términos en que se plantea el análisis
científico en ciencias sociales. Sólo a los efectos de este momento del
análisis aquí se ha prestado atención a la primera alternativa.
13. Este tema será analizado en el punto Los silenciamientos y sus
condiciones de posibilidad.
14. Un barrio cadenciado del conurbano
15. Paralelamente, en relación al rol estructurante que se analiza, y quizás
a un nivel más profundo – complementario del anterior - la escuela tiende a
la formación de la subjetividad de cada alumno. En contextos de este tipo,
los fines políticos muchas veces absorben y marcan el sentido del currículo,
y los alumnos suelen ser vistos como objetos mudos, como sujetos pasivos
(Levinson y Holland; 1996:1).
16 En apoyo de esta capacidad de agencia, Levinson y Holland señalan que
la idea de producción cultural refiere a formas culturales que – aun dentro
de las escuelas – pueden resistir la interpelación ideológica dispuesta
desde la institución misma, lo que pone de manifiesto que “…las escuelas
no eran (ya) los proveedores monolíticos de ideologías dominantes” (1996:
9).
17. Las partes de la oración en itálica son agregados.
26
18. Esta referencia al no entender había sido referida en diversas ocasiones
por otras docentes, que señalaban que los alumnos tobas no parecían
mostrar interés alguno por lo que se veía en clase, y que solía ser difícil
lograr que hablaran o que levantaran la mano para decir algo.
19. Esta observación crítica a las explicaciones de los docentes, que
identificaban al silencio como una práctica cultural propia a los tobas,
transformando a la cultura en el eje de la falta, no supone que el trabajo
haya pretendido acabar con el análisis.
20. Las partes de la oración en itálica son agregados.
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