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FRANCISCO SERRA
Expone por primera vez en la Sala Parés en 1932, donde volverá a lo largo
de su vida de forma reiterada, conjuntamente con la Sala Gaspar. En la
Sala Parés concurrió a las Exposiciones de Primavera encuadrado en el
Salón de Barcelona (1934-36).
Serra fue un gran admirador de Degas, lo que sin duda se nota en sus
pinturas. De ahí la importancia temática de los retratos, con preeminencia
de la figura femenina en escenas íntimas, que tienen su máximo
exponente en los realizados en mina de plomo. Sensuales, de ejecución
perfecta y cromatismo cálido y de gran calidad, sus retratos son una
muestra de su elegancia de trazo y dominio de la técnica. La paleta de
Francesc Serra es cálida, refinada y de tonalidades suaves. De trazo firme y
seguro, sus dibujos y óleos muestran una gran maestría. Un sencillo
momento cotidiano lo transforma como si nada en una obra de gran
belleza y llena de sensaciones, creando a la vez una atmósfera especial.
Brasil, según sus propias palabras, fue "como una goma de borrar". Las
influencias europeas en su pintura desaparecieron: "Estuve cuatro o cinco
años pintando temas locales y al final quedé yo sola y mudé el ritmo de mi
lenguaje y de mis escuelas". Isabel siempre se mostró convencida de que
su éxito es en parte fruto de la casualidad: simplemente llegó a América
"en el momento justo", cuando comenzaba a desarrollarse la técnica
gráfica que permitía potenciar los colores; la luz se convertía en el
lenguaje principal de la industria gráfica, y rápidamente quedaron
excluidos los grises parisienses tan del gusto europeo. De esta forma
Isabel Pons encontró el grabado. "¿Cómo?", se pregunta: "Buscando",
porque como ella decía se encontraba muy lejos de cualquier inspiración,
no entendía de musas y compartía plenamente con Picasso que sólo es
posible la búsqueda de soluciones artísticas desde el trabajo. A medida
que iba evolucionando como artista, en paralelo con los cambios que iban
ocurriendo en la industria gráfica, el grabado fue imponiéndose a la tela.
Le gustaba del grabado su concepción artesanal, que le hacía sentirse más
cómoda que delante de un lienzo vacío. Su interés por el grabado se
transformó enseguida en dominio manual de la técnica, lo que explica que
sus conocimientos sobre la misma fueran demandados por diversas
escuelas brasileñas de arte, diseño e ilustración. "Lo que explica que yo
me haya volcado en él", decía, "es que en pintura se ha dicho casi todo y
en grabado casi nada". La práctica fue su método desde la cátedra de
grabado del Instituto de Bellas Artes de Río. De sus alumnos destacan
mujeres, “porque se trata de una labor muy minuciosa".
Casi sin darse cuenta, se descubrió a sí misma como una artista moderna.
Isabel se consideraba ante todo una trabajadora de la imagen con ciertas
habilidades producto de sus esfuerzo y dedicación. Y es que en ella el
modernismo viene, como en tantos artistas españoles, de un prodigioso
fondo cultural arcaico. Este mundo es el forro protector de su
personalidad, y fue él quien le dio la temática poética de su imaginación.
Este arcaísmo natural la salvó del manierismo abstracto y frío en que se
encontraba el grabado en Brasil, y del que tanto se estaba abusando en
todo el mundo. Abierta al nuevo mundo del color y a las influencias
sudamericanas, pero buena conocedora de las tradiciones artísticas
europeas, Isabel fue mordida por una inquietud plástica o estética que al
principio no supo reconocer. Por ello, algunas de sus invenciones técnicas
en el campo del grabado levantaron al principio algunas dudas entre los
grabadores tradicionales, a los que les costó darse cuenta (como a Isabel)
de que se trataba de contribuciones con valor estético plenamente
justificadas. Enseguida el trabajo de Isabel fue valorado en cuanto suponía
de enriquecimiento de los medios de expresión y una ampliación de las
posibilidades artísticas del grabado. Destaca especialmente el proceso de
grabado en el que se yuxtaponen diferentes pedazos de chapa, que se
recortan y reúnen para crear una síntesis formal capaz de expresar algo
nuevo.
Josep Miquel Serrano Serra (Barcelona 1912- Barcelona 1982). Este pintor
catalán pasó por los talleres de Xavier
Nogués y Francesc Labarta. Expuso en
exposiciones colectivas desde 1929 y
se presentó individualmente en
1936. Expuso luego en París y Londres
y, en la posguerra, de nuevo en
Barcelona (salas Caralt, Vinçon, La
Pinacoteca, etc). Participó en el
segundo Salón de los Once, de Madrid
(1943). Ligado a Sitges, cultivó la
decoración, la ilustración y el cuadro
de caballete, muy especialmente en el
tema de las flores, que interpreta con
pincelada centrífuga, hábil y colorista.
El año 1927, con 15 años, Serrano entró como aprendiz en el taller que
Xavier Nogués (1873-1941) tenía en el Pueblo Español de Barcelona. Con
él colaboró en la elaboración de los paneles decorativos del Pueblo
Español. Con la clara voluntad de convertirse en un pintor profesional, en
1929 se matriculó en la escuela de Artes y Oficios de Barcelona, Lonja,
donde tuvo entre sus profesores a Francesc Labarta (1883-1963). Durante
aquellos años, la escuela se encontraba sometida en un intenso debate
entre las tendencias clásicas impulsadas por una amplia parte de los
profesores del centro, encabezados por su director, el pintor Félix
Mestres, y las nuevas ideas de vanguardia que gracias a profesores más
revolucionarios, como era el escultor madrileño Ángel Ferrant, cada día
iban calando más en los jóvenes y rebeldes estudiantes. En un artículo
publicado en La Vanguardia el 2 de septiembre de 1986, el reconocido
escritor Pere Calders (1912-1994) que también fue alumno de Lonja y
compañero de Serrano, cuenta la anécdota que protagonizó el pintor raíz
de esta " batalla artística" que se vivía en la escuela. Según Calders, Ángel
Ferrant dijo a sus alumnos que trabajar el dibujo "artístico" a base de
copiar yesos que reproducían obras clásicas era una tontería, y que lo que
necesitaba era llevar a la clase seres vivos. Y fue así como gallos, gallinas y
otros animales vivos se convirtieron en los nuevos modelos para la clase
de dibujo artístico, una solución que no gustó nada al ala más
conservadora de la escuela. Pero el acto contra el clasicismo más
impactante fue el que protagonizó el mismo Serrano y que Calders nos
describe en su artículo. Refiriéndose a Serrano dice: "que en aquel tiempo
era tan sólo un aspirante a artista, pero que luego se convirtió en un
pintor prestigioso. Serrano colocó un explosivo casero, hecho con
elementos pirotécnicos de verbena, en la interior de una copia a tamaño
natural del famoso discóbolo de Miró y la venerable obra sufrió daños
muy difíciles de reparar" .
Entre 1936 y 1939 el pintor hizo varias visitas a Barcelona y Biarritz, donde
tenía familia paterna, e incluso durante unos meses estuvo escondido en
la casa del pintor Josep Maria Delgado en la Costa Brava.
Ese mismo año se estrenó como ilustrador de libros con los dibujos que
realiza para la novela de Ignacio Agustí “Los Surcos”, y un año más tarde
realiza las ilustraciones para un cuento de Carlos Sentís.
Sobre Serrano, Eugeni d'Ors escribió en 1945 (en el libro “Mis Salones,
itinerario de arte moderno en España”): "Su sensualidad resulta, más que
vibrante, vibrátil. Nunca arte alguno ha estado más tremendamente
poseído por las agonías metafísicas del tiempo. Al lado de este artista, el
más loco de los impresionistas parece un albañil. Las flores de Serrano ni
siquiera esperan para morir al final del día; tras contemplarlas un
momento, hay que abrir las ventanas".
Fue durante ese mismo año cuando el pintor deja su estudio de la Plaza
Real de Barcelona para instalarse en Sitges, población a la que hacía poco
había llegado su amigo César González Ruano (Madrid, 1903-1963) y en la
que él ya había pasado temporadas durante los años 1939 y 1940. En un
primer momento Serrano vivió en casa del escritor madrileño y su mujer.
En Sitges encontró amigos y un ambiente donde su personalidad y su
manera de vivir la vida no era juzgada. Las primeras tertulias tuvieron
lugar en Chiringuito, aquel café junto al mar que tan de moda puso
González Ruano, así como las largas sobremesas en el restaurante Mare
Nostrum. Unos encuentros a las que iban otros personajes como Miquel
Utrillo Vidal o Pere Pruna, que hacía unos años había montado una casa-
taller en la calle Santa Tecla; también acudían con frecuencia Ignacio
Agustí, Eugeni d'Ors y José Luis de Vilallonga, aristócrata y escritor que en
1945 entró formar parte del equipo redactor de la revista Destino, y que
siguiendo el ejemplo de parte de sus compañeros, se instaló durante unos
meses en Sitges, justo en el piso de abajo en el que vivía González Ruano y
su esposa Mary, en la calle Sant Pau 22. En el primer volumen de sus
memorias, Villalonga describe muchas de las noches de tertulia que tenían
lugar en el piso de Ruano. Aunque Villalonga pasaba largas temporadas
fuera de España, fue durante un reencuentro en 1950, cuando una tertulia
en un restaurante acabó generando una situación complicada. Durante
una cena con González Ruano, José María Delgado y José Miguel Serrano,
Villalonga hizo un comentario sobre Franco que no sentó nada bien al
comensal de la mesa de al lado, que enfurecido se levantó pidiendo
explicaciones, una discusión que terminó en pelea. Este comensal era
Miquel Utrillo que al día siguiente denunció a Villalonga a la Guardia Civil
por insultar "al jefe de estado", lo que supuso poner en busca y captura en
Vilallonga.
Durante las décadas del cincuenta y del sesenta, el pintor pasó largas
temporadas en la capital española, donde realizó varias exposiciones,
como la de 1954 que convirtió el sótano de la sala Biosca en un jardín, al
presentar varios cuadros de flores.
Durante los últimos años de su vida, la situación de Serrano fue muy triste.
Poco a poco, y cada vez más arruinado y desvalido, se fue quedando solo.
Preocupado y ocupado en sus tareas como artista, Serrano dejó de
preocuparse por sí mismo. A principios del mes de septiembre de 1982
Serrano se encontraba en el Cable, bar del que era asiduo y donde aún le
quedaban algunos compañeros de copas con los que charlar, cuando se
sintió mal. Trasladado al Hospital Clínico de Barcelona y de ahí al Hospital
del Mar, Josep Miquel Serrano Sierra moriría el 21 de septiembre a los
setenta años. Su cuerpo fue enterrado, gracias a la colaboración social, en
el cementerio de Cerdanyola, una población con la que el pintor no
mantenía ningún tipo de relación. Su cuerpo descansa en tierra extraña,
lejos de su Sitges, de su gente, de su luz, de su mundo. Un final dramático
para un pintor que había despuntado, alcanzado sus momentos de gloria y
caído, malgastando su arte por una mezcla de dejadez, prodigalidad,
debilidad, soledad e importantes dosis de inconsciencia.
También realizó las pinturas que decoran «la pecera» del Círculo del Liceo.
Éstas representan una vista de Barcelona desde el Tibidabo, con las
fábricas y las chimeneas humeando rodeadas de elementos florales.
Como ilustrador realizó diversas portadas para escritores como José Sixto
Alvarez, Jacinto Benavente, Oscar Wilde o Josep Pla.
El año 1932 fue muy prolífico para el artista. Presentó una exposición de
pinturas en la Sala Busquets donde destacaban los paisajes urbanos y las
marinas pintados al óleo con una pincelada rápida e intensa, que
sobresalían por encima de sus apuntes, dibujos y acuarelas que habían
sido tan conocidos del público desde hacía años. Ahora era evidente que
la pintura de caballete iba a adquirir mucho más peso en su producción, y
que Junyent trataba de explorar nuevos territorios artísticos mediante la
utilización de técnicas que no había podido utilizar en el pasado.
En su faceta como pintor, se dedicó sobre todo a los paisajes, muchos
realizados en Mallorca, donde tenía una finca. También sus continuados
viajes con el yate Catalònia de Cambó a lo largo del Mediterráneo fueron
motivos de sus cuadros.
Vistió a los personajes como en una opereta vienesa o como si fueran del
mundo del music hall. A través de esos guiños se reía de la censura, que se
preocupaba más por el texto o determinados aspectos de la dirección. En
la Orestíada o Electra vestía a los personajes con trajes que parecían de
flamenca. Rocío Jurado se los habría puesto encantada.
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