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Carlos Ramírez y el arte como el arte de sobrevivir

Por Laura Macías, estudiante de tercer semestre del programa de Historia de la


Universidad Pontificia Bolivariana

Carlos Ramírez como faquir en el reality show Colombia tiene talento, año 20121

Como casi todo fin de semana, frecuento el centro de la ciudad de Medellín, mi paisaje
favorito, en el que confluyen la miseria, el rebusque y el arte. Al bajar del vagón del
metro, caluroso y hacinado, el viento proveniente de las montañas refrescó mi rostro; mis
pies se movilizaron escalera abajo como por inercia; crucé los torniquetes por los que
habían cruzado y cruzarían millones de personas, salí y me senté por un momento en las
escaleras de la estación. Mis ojos se posaron inertes sobre la masa humana que se hallaba
en frente de mí. El lugar estaba repleto. Había, sobre todo, negros de mediana edad (al
menos unos 70 entre las 200 personas que había, aproximadamente), el resto de las
personas eran adultos mayores, pensionados, gente desempleada y transeúntes. Los pitos
de los buses se entremezclaban con la música guasca que sonaba al fondo y el murmullo
multiplicado que produce toda multitud humana. Al acercarme a uno de los corrillos pude
divisar a los seres de donde provenía una perorata de desamor: una mujer y dos hombres,
cada uno con su guitarra y su aspecto campesino cantaban en una sola voz, abatida y grave
“El buque de más potencia’’, ranchera de Antonio Aguilar:
“¡Tú me juraste un dichoso día
que me amarías a mí no más,
que me amarías sinceramente
no separarnos nunca, jamás!”
Entre 50 y 60 años, las ropas desgastadas y su piel tan agrietada y seca como sus viejas
guitarras, reflejaban en su rostro la no condescendencia de la vida. Una multitud de gente
(no muy diferente a ellos) les rodeaba; algunos observaban sin la intención de dar una

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Sacado del video “Colombia Tiene Talento: Carlos Ramírez – Faquir”, del canal oficial en YouTube de
Colombia tiene talento. URL: https://www.youtube.com/watch?v=5Rf_OI4j1w8&t=17s
moneda, como levitando en aquel espacio, sumergidos en su mundo, distrayendo un poco
a la rutina.
- ¡Bonice, Bonice! (exclamó una voz nasal y aguda seguida del sonido de una campanita).
Pasó a cinco metros de mí el hombrecillo de bigote grisáceo, ojos hundidos y cuerpo
encorvado en aquel gran traje rojo y azul de Bonice junto con su neverita de icopor, sucia
y desgastada. “¡Espere, don!” grité- y me acerqué rebuscando en mis bolsillos unas
cuantas monedas.
Y allí me encontraba, comiendo Bonice en Parque Berrío, aquel lugar donde el tiempo se
congela contrastando con sus acelerados alrededores, donde la gente se sienta a leer el
periódico, a esperar, a hablar de tiempos pasados, de negocios, préstamos, opciones de
empleo y donde muchos se rebuscan vendiendo tintos, paletas o ungüentos milagrosos y
otros entonan cantos populares.
Pasaron los minutos y no divisé a alguien que me resultara atrayente para realizar la
entrevista, así que decidí caminar. El viento soplaba fuerte y el sol quemaba. Las calles
abarrotadas de gente hacían el andar lento e inseguro, pues chocar con alguien en está
nuestra ciudad podría derivar en una confrontación y quizá, en la muerte. De repente, no
habiendo caminado ni media cuadra, en aquel mar de lento andar un hombre gordo, en
dirección contraria, andaba a paso aligerado, pintado su cuerpo de oscuro y rojos sus
labios; en su cuello colgaba un pequeño y potente radio en el que sonaba Sacrifice, de
Elton John. Mi gesto fue de extrañeza. Me detuve, medité unos segundos sobre lo que
había acabado de ver. Me precipité a grandes pasos para alcanzar a aquel gordo y
oscurecido señor. Se había parado a hablar con una mujer pintada de plata, subida sobre
un balde de pintura. Ambos eran estatuas humanas. Saludé al hombre estatua de minero
con cierta timidez. Aceptó hacer la entrevista; pero como en el centro de Medellín nada
es gratis, me insinuó de una forma extraña, implícita, con su aire resuelto de hombre
famoso y artista, que no sería gratuito, pues yo, iba a tener la oportunidad de conversar
con él, con Carlos Ramírez, uno de los artistas faquiristas más reconocidos del territorio
antioqueño y a quien había tenido la suerte de encontrar, solo por el azar, transitando muy
animoso, pintado de minero, por las calles de Medellín. Empezamos la entrevista junto a
un puesto de jugos en Parque Berrío.
L.M.: Acá nos encontramos con un trabajador del centro…
Carlos Ramírez: ¡Un artista callejero! (dijo interrumpiendo, recalcando que él no era un
simple trabajador del centro, que era ¡un artista callejero!)
L.M.: ¡Un artista callejero! El cual está aparentemente disfrazado de minero…
C.R.: Emmm… Representando un personaje…un personaje que es un homenaje al
trabajo, a los mineros de Chile, o a los mineros de Colombia. Todos mis personajes vienen
con una pala, o una pica, o un azadón… siempre representado al trabajo.
L.M.: ¿Y cuál es su interés en representar en específico a la clase trabajadora?
C.R.: Yo como artista callejero que soy, saco varios personajes de la vida cotidiana, para
a la vez sostenerme yo y sostener mi hogar.
En este momento de la entrevista se para a nuestro lado, muy atenta, muy casual, una
señora con una neverita de icopor vendiendo helados. Estamos siendo observados.
Proseguimos con la entrevista.
L.M.: Entonces ¿Usted cuánto tiempo lleva ejerciendo este trabajo?
C.R.: Bueno, yo llevo 39 años de vida artística. Inicié, cuando estaba jovencito, con un
personaje de lo que se llama faquirismo, trabajando con vidrios, con candela, con
clavos…
¡A aquel hombre le había visto antes! En ese momento recordé que cuando era niña salía
con mi padre a ver los alumbrados del río … allí vi por primera vez a Carlos Ramírez
haciendo su espectáculo de clavos; años después le vi de nuevo cerca al Jardín Botánico,
en la Avenida Carabobo… ¡Claro, era él! Y también había salido en televisión….
L.M.: Y usted fue el que salió en…
C.R.: En Colombia tiene talento…
Carlos Ramírez, “El paisa de hierro” se presentó al reality show Colombia tiene talento
en su primera temporada, en el año 2012. Sus shows consistieron en colocarse sobre
trozos de vidrio y clavos mientras alguien se sentaba o paraba sobre él. En otra ocasión,
frente a las cámaras de RCN, y miles de espectadores, comió cucarachas sin el menor
signo de asco, se metió clavos y un taladro en movimiento por la nariz. Pasó las primeras
etapas, pero fue eliminado. Dijo que quería ganar los 500 millones de premio para
comprarle una casita a su hijo y dedicarse a recorrer el mundo2.
L.M.: Después de Colombia tiene talento ¿Qué fue de su vida?
C.R.: No cambia mucho, porque la televisión es un minuto de fama, no más. La televisión
es solamente “uy, salió en televisión”. Dos, tres, quince días, un mesecito… ¡“Oe, mirá
el que salió por televisión”! Aunque a pesar de que fue hace mas de tres años que grabé
todavía lo reconocen a uno por ahí. No hay necesidad de estar saliendo por televisión,
porque la fama se la da uno mismo saliendo cada día a los parques, ¡pero como está la
situación acá en Medellín! No estoy haciendo mis labores como faquirista es porque nos
están violando nuestros derechos como artistas callejeros. No nos estando dejando
camellar, ¡que no podemos! que esto y que lo otro… nos sacaron de Parque Berrío, nos
sacaron de Parque Bolívar, nos sacaron de Parque Botero; no quieren ver a ningún artista
trabajando. Tras de que no nos pagan, no nos apoyan, nos sacan de los parques y no nos
dejan trabajar. Yo lo que estoy reclamando como artista es un derecho, un derecho como
artista. Es como cuando a usted lo echan del trabajo, usted va y reclama ¿sí o no? por qué
me van a echar, por qué van a violar mis derechos; y nosotros los artistas… no hay un
artículo que diga que el arte y la cultura sean prohibidos en los parques.
Cuando Carlos Ramírez comenzó a manifestar su inconformismo por la dificultad que
impone el estado para el trabajo no formal, vinieron a mi mente las tantas situaciones de
injusticia que he presenciado en la ciudad. Ver a la policía o al Espacio Público
maltratando a las personas por trabajar es definible en una palabra: grotesco. ¡Y claro que

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Sacado del video “Colombia Tiene Talento: Carlos Ramírez – Faquir”, del canal oficial en YouTube de
Colombia tiene talento. URL: https://www.youtube.com/watch?v=5Rf_OI4j1w8&t=17s
la gente está ocupando el espacio público y lo está alterando! ¡Pero la gente tiene que
trabajar, la gente tiene que rebuscar para no morirse de hambre! En otra entrevista que
realicé en el centro, un viejecito con un carrito de dulces, al preguntarle si pensaba que la
ciudad había cambiado para bien o para mal, respondió que la ciudad seguía igual… que
él llevaba años esperando que le dieran un puestico para trabajar y no se lo daban.
L.M.: La policía de por sí no deja trabajar a la gente y siempre se dan leyes para lo mismo,
pero después también se están quejando de la delincuencia… cuando la gente quiere
trabajar, pero no la dejan.
C.R.: No nos dejan, no nos dejan. Es que mira, yo me paro a trabajar, y no solamente yo,
cualquiera, se pone a trabajar en un parque y le llega la policía ¡que no, que eso está
prohibido! ¡que mire, que está contaminando el área auditiva! ¡que no sé qué vainas! Por
cualquier lado se le quieren meter a uno… otros dicen que no podemos estar, que
saquemos un permiso, entonces nos mandan a todas partes, nosotros vamos, que vayamos
a otra parte… entonces nos cogen como en un partido de futbol ¡vaya aquí, vaya acá! Y
nunca nos tienden la mano… entonces no nos dejan trabajar.
Después de mirar a su alrededor prosiguió.
C.R.: Si usted me pregunta, en diciembre, estaba yo trabajando de estatua con otro
personaje en la avenida de los Alumbrados, y yo estaba parado así (se pone recto y quieto
como una estatua) con el otro personaje, cuando por detrás me dijeron ¡“oiga”! (dice con
voz grave) ¡“oiga”! ¡por detrás! Por respeto a mi personaje nunca me moví ¡“oiga”! como
no hice caso ¡ah, bueno! Pin me empujaron, pum allá caí; cuando volteé a mirar era un
policía y tres de Espacio Público. La estatua es una estatua viviente por lo cual no se
puede mover, ahí esta el profesionalismo de una estatua…
L.M.: ¿Y usted qué música estaba escuchando ahorita?
C.R.: Me gustan muchos las baladas americanas.
L.M.: ¿Cómo qué cantantes?
C.R.: Todos. Cyndi Lauper, Madonna (Le sube el volumen al radiecito que cuelga de su
cuello, y suena de nuevo la canción Sacrifice, de Elton John).
L.M.: ¿Y por qué le gusta esa música, como la conoció?
C.R.: Porque es música con la que uno creció. De la juventud. Cuando uno era joven esto
sí era música. Ahora que es lo que hay... El meneíto, que el champeteado, que el mete y
saca. Pura morbosidad.
L.M.: ¿Qué cambios buenos y qué cambios malos ha habido en la ciudad?
C.R.: No pues hasta el momento están renovando la cuidad, pero para el beneficio de la
cuidad y del ciudadano más se están olvidado de los vendedores ambulantes que trabajan
en la calle. Cuantos vendedores no los tienen arrumados por ahí, aguantando hambre. Que
les van a dar solución… y nunca les dan solución. Están es organizado el centro y ¡los
vendedores qué! Ellos también tienen familia, tienen hijos ¿Si me entendés? y respecto
a nosotros, nosotros (los artistas) ¿qué mal le estamos haciéndole a la ciudad? Les digo
a ustedes ¿qué mal le estamos haciendo?
L.M.: No, ustedes lo que hacen es enriquecer el paisaje.
¿Hasta donde piensa llegar el Estado con sus políticas públicas para acabar con las formas
de subsistencia que tiene la gente del común? Nuevamente es la medida penosa de querer
acabar con el pobre y no con la pobreza. Quienes se rebuscan encarnan el espíritu de
pujanza por el que Antioquia se ha caracterizado y han convertido en emblema… sin
embargo, a la gente luchadora, a la gente que apenas sobrevive, se la quiere ocultar,
silenciar, matar de hambre si es posible. ¿Dónde queda el lema de “Medellín la mas
innovadora” cuando día tras día, como Sísifo con su piedra, miles de persona se levantan
de la cama dudando si el dinero de las ventas alcanzara para la comida del día?...
C.R.: Exactamente. Que lo de nosotros es arte y cultura. Y el arte y la cultura no es ningún
delito. Pero sin embargo hay autoridades que se toman atributos que no deben ser.
L.M.: Ah, bueno don Carlos…
C.R.: Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
L.M.: Muchas gracias por la entrevista.
C.R.: Amén, jajajaja.
L.M.: Recuerde que esto es una entrevista para la Universidad Pontificia Bolivariana…
C.R.: No le pare bolas, y si lo va a llevar para la fiscalía mejor. Llévelo. Ahí le jalamos
las orejas, ¡llévelo! Se cuida.
L.M.: Jajaja…
Y luego de darle cinco mil pesos se alejó por el camino mientras escuchaba a Elton John.
Al siguiente día él volvería a las calles del centro y, firme como una estatua, se enfrentaría
con las inclemencias de un sistema desigual.

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