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A toda vela

Los recuerdos más latentes que guardo de mi infancia evocan los


momentos que pasaba con mi juguete favorito, un globo
terráqueo giratorio. Disfrutaba durante horas, en la habitación de
mi casa, dando vueltas a aquella esfera azul y en el momento que
lograba alcanzar la mayor velocidad de giro, la detenía con el
dedo índice señalando un nuevo destino imaginario.
Desgraciadamente, no siempre podía jugar a esos fascinantes
juegos, ya que según mi familia, otras muchas obligaciones
debían tener prioridad en mi vida.
Pero entonces ya había elegido mis próximos objetivos. Deseaba
dejar atrás las cuatro paredes de mi habitación y surcar los mares
de aquel grandioso mundo aún por descubrir. Pero como por
aquel entonces era pequeño, ciertos inconvenientes logísticos
frenaban mi paso, empezando por la carencia de dinero y
siguiendo por el escaso poder que disponía para ejecutar mis
propias decisiones. A pesar de que nadie tomaba en serio mis
reflexionados propósitos en mi mente permanecían claros, así
que en un día de esperanza lancé al mar una botella con un
mensaje, con un deseo. ‘Deseo escapar de aquí y encontrar la
libertad’. Le pedí al viento que llevara esa botella bien lejos,
pero esa suplica se perdió en el océano para siempre.
Por suerte, el tiempo fue avanzando sin pausa pero con prisa
hasta que me llevó a la edad adulta. Fue el momento en el que
hice un análisis de mi pasado y reconocí que nunca me había
sentido acogido en la ciudad en la que crecí, no culpaba a nadie,
simplemente, me sentía prisionero de una conducta social irreal e
incómoda y yo anhelaba encontrar la libertad.

Ahorré lo suficiente para comprar un pequeño barco de vela y


aprendí a navegar. Fui adquiriendo experiencia durante los

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primeros años de navegación convirtiéndome con los años en un
experto marinero. Adoraba el mar y todo aquello relacionado con
la naturaleza marina hasta el punto de forjar una firme amistad
con el viento. A diario trabajábamos mano a mano para viajar a
puertos desconocidos.

Aparte de vender algo de pescado en los mercados para ganar


algo más de dinero, amarraba en puerto y paseaba por tierra
firme hasta encontrar un lugar de paso donde instalar mi pequeño
negocio. Me bastaba con una silla, una mesa y mi maletín de
pinturas con las que retrataba a los turistas que solicitaban mis
servicios. No me disgustaba ese trabajo, pero era inevitable
retratar en cada cuadro la sensación que me transmitían todas
aquellas personas. Se trataba de una sensación gris que me hacia
verlos como tristes prisioneros de una cárcel invisible. Yo escapé
de esa cárcel desde el momento en el que la reconocí como tal.
Quizás fue eso lo que me llevó a romper con todo y viajar rumbo
fijo a ningún lugar concreto.

Llegué a un pueblecito costero llamado La Blanca Bahía, me


gustó tanto a primera vista que decidí quedarme unos días allí.
En una de las plazas de ese hermoso pueblo instalé mi taller y
conocí a una mujer de la que me enamoré ciegamente desde el
día que oí su voz por primera vez.

-¿Puedo sentarme? Dicen que dibujas de maravilla.-dijo ella


-Bueno, intento hacerlo lo mejor que puedo. ¿De donde vienes?
-No vengo, me voy.-dijo ella.
-¿A donde?
-Busco el faro del norte. Dicen que está muy lejos, más allá del
horizonte.
-¿Que hay allí?

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-Un lugar donde cada cual encuentra lo que busca. Y tú, ¿a
donde vas?
-Pues la verdad es que no lo sé, yo voy perfilando la costa y
cuando encuentro un sitio agradable me quedo y cuando me
canso de pisar el suelo firme, navego. La verdad es que no tengo
ningún rumbo concreto, solo sé donde no quiero regresar.
-Huyes, pero no sabes hacia donde, ¿verdad?

Me quedé muy sorprendido con esa afirmación. Desubicado


saqué un lienzo en blanco y empecé a hacer bocetos de su
agradable presencia. Podía dibujarla incluso con los ojos
cerrados porque su hermoso rostro me quedó grabado fijamente
en mi consciencia. La observé con atención, ella se sonrojo y yo
inspiré profundamente y me dispuse a cerrar los ojos un instante
reflexivo. No había disfrutado nunca de un perfume como el
suyo, era parecido al de una desconocida flor de color verde
turquesa, como una suave ola acariciando mi presencia,
abrazando sutilmente mis cinco sentidos. Cuando me recuperé de
esa fascinación pasajera, volví a abrir los ojos ilusionado y
sonriente. Pero ella ya no estaba, se había esfumado como la
espuma silenciosa de una ola rota que se diluye en el mar.
Nunca supe si fue la realidad o fue un espejismo. Estaba
anocheciendo y las estrellas aparecían como broches brillantes de
un cielo inconmensurable. Qué hermosa era. Recogí mi maletín y
el lienzo a medio acabar y fui rápidamente hacia el amarre de mi
embarcación.

-¿Habéis visto una mujer como esta? –exclamé a los trabajadores


del puerto enseñando los bocetos de su rostro.
-¿Habéis visto una mujer como esta?-repetí- Dijo que zarpaba
hacia el faro del norte ¿Alguien sabe donde está eso?-volví a
preguntar desesperado.

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- Tranquilo chaval, tranquilo. Por aquí no ha pasado ninguna
mujer, pero escúchame, el faro del norte no es ningún faro como
los que se conocen comúnmente. Se le llama así a la estrella
polar. Mira es esa de ahí.
Me sorprendió la precisión de la respuesta e inmediatamente
agarré la brújula y anoté sus coordenadas. No se porqué sonreí y
me tranquilicé. Decidí terminar con esmero el cuadro esa misma
noche. La forma de sus mejillas me cautivó y estuve horas
pintando e iluminando ese rostro de una manera sorprendente.
Nunca había dedicado tanto amor a ninguna de mis obras.
Parecía tan real su mirada embriagadora y su sutil sonrisa parecía
la de un mar en reposo. Mi pincel acariciaba el lienzo como el
agua acaricia la madera de un barco amarrado, calmada y
paciente. En cada pincelada se coloreaba una sombra y en cada
sombra se escondía una luz. Amaneció y pude observar mi obra
de día, con el tono amarillo que imprime el sol. Era perfecta. Le
di siete capas del mejor barniz, mi creación precisaba la mayor
protección.
Zarpé sin dormir, no me importó, después de elaborar esa obra,
mis fuerzas se habían multiplicado por diez y tenía un solo
objetivo en mi mente. Tenía que llegar al sitio donde se
encontraba ella y algo en mi interior me decía que lo iba a lograr.
Quizás la había estado buscando toda mi vida y no sabía porqué.
Esa mística mujer desprendía un aire mágico que me recordaba a
una sensación pura que experimenté en mi infancia más lejana.
Estuve pensando en mi pasado y en mi futuro. En realidad, el
único hogar en el que alguna vez me había encontrado a gusto
bien era mi humilde embarcación y la sensación de deambular
por el mundo era satisfactoria, pero a la vez me invadía una
impresión de soledad y tristeza. Lo único que tenía claro era que
no quería regresar a la cárcel de cemento en la que nací y notaba

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que cada soplido de viento que rozaba mi cara me hacía sentir un
más libre.
Pasé semanas siguiendo el mismo rumbo. La única luz de la
noche a la que me rendía era la estrella polar, inmóvil, con un
sutil parpadeo, permanecía acostada en un mar plateado por la
luna menguante. Llevaba días en los que apenas dormía, así que
esa tarde decidí amarrar en el puerto de un pueblo cuyo nombre
aún nunca he podido recordar. Dormí placidamente esa noche.
Me desperté y saludé al rostro de mi apreciada mujer sin nombre.
Después de comprar varios quilos de fruta decidí zarpar de
nuevo. El día nació soleado, pero los pescadores más expertos
olían las veloces nubes. Estaba preparando las velas cuando se
acercó un pescador de unos sesenta años que me dijo:
-¿No vas muy lejos verdad?
-Puede ser lejos para algunos y cerca para otros ¿porque lo dice?
-Se avecina una tormenta, una gran tormenta.
-¿Está seguro, no ha visto el día que hace? Mire ese sol. No hay
ni una nube a la vista. Con el debido respeto señor, pero creo que
se equivoca.
-No suelo equivocarme -dijo el pescador mientras se perdía en la
oscuridad de un almacén cercano.

Partí siguiendo las coordenadas del faro del norte. Cuando


llevaba aproximadamente dos o tres horas navegando no había
ninguna nube a la vista, no obstante, tuve una ligera sensación de
sospecha. La duda me asaltó entonces, cuando la corriente
cambió de dirección y la temperatura empezó a bajar
delicadamente. Aquella no era una buena señal. El viento se
agitó en contra y la primera nube me alcanzó rápido. Iba seguida
de otras enormes nubes que teñían la mitad norte del cielo de un
color gris oscuro. Empezó a diluviar y la tormenta me atrapó de
improvisto. Las gigantescas nubes no dejaban ya ni un pequeño

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resquicio de sol en el cielo. El viento cada vez soplaba más fuerte
y las olas iban creciendo hasta tomar unas medidas
descomunales. Nunca había estado en una tormenta tan feroz. Mi
embarcación sufría golpes y sacudidas como si fuera un barco de
papel en un río. Los rayos me desorientaban rompían la
oscuridad creando multitud de porciones irregulares de cielo. Me
pareció ver a lo lejos la diminuta luz naranja intermitente de un
faro, pero estaba tan lejos que dudaba de su existencia. La lucha
parecía interminable y cada vez el mar estaba más bravo y feroz.
Los truenos no paraban de estallar, estaba en el mismo ojo de la
tormenta y cada minuto que pasaba se volvía más intensa.
Intentaba con todas mis fuerzas no caer, cuando de repente oí
que el mástil crujió y se desplomó impactando sobre timón.
Presentí que ya no había nada que hacer, cuando vi que la proa se
estaba partiendo en dos. Bajé al camarote en busca del único
chaleco salvavidas que disponía, mientras notaba que mi humilde
embarcación se hundía sin remedio, junto con mis esperanzas de
salir vivo de esa. Salté al agua y vi como mi embarcación
desaparecía. Me encontraba a merced de la inmensidad de un
océano salvaje que jugaba conmigo como si fuera un muñeco en
las zarpas de un león. Indefenso, impotente… triste. La última
gota de lluvia que cayó al mar fue una lágrima que afloró de mis
ojos en cuanto finalizó la tormenta y llegó la calma. Solo
entonces sentí verdaderamente el miedo.
Mientras estaba flotando en medio de la nada, tuve ciertos
recuerdos, todos eran de ella. Recordaba el andar de aquella
chica, cuando la veía acercarse con un vestido holgado, de color
claro, con la tela bailando al viento. Tenía una larga melena
castaña que le llegaba a la cintura, una sonrisa que muchas
querrían tener y una mirada con la que muchos querrían soñar.
Sus ojos eran de un color indescriptible, nuevo, un color
iluminado que nunca pude olvidar. Ciertos destellos de luz

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sobresalían de su silueta, era una mujer inolvidable. Al rato abrí
los ojos y volví otra vez a la cruda realidad, estaba esperando el
momento de mi muerte en un lugar remoto en medio del mar y vi
un objeto que me rescató de la desesperanza. Era el lienzo de mi
obra, flotando en la calmada mar acercándose a mí como si fuera
un ser vivo. Parecía intacto, lo contemplé durante unos segundos.
Que hermosa era. Ya podía esperar el fin, tranquilo y satisfecho.

Recuerdo una sábana limpia una almohada blanda y con el


grosor adecuado, un aire puro y fresco. Recuerdo una agradable
voz, unas palabras atentas, no sé bien lo que decían, estaba muy
cómodo, reinaba una temperatura perfecta. Intenté moverme pero
me dolía todo. No obstante me gustaba sentir aquello, parecía ser
que estaba vivo, no sabía como me había salvado ni donde me
encontraba. Sonreí y me extrañé, quizás había muerto y estaba en
el cielo, me daba igual eso. Una voz me habló.

-Te has despertado, me alegro.


-¿Donde estoy?-dije. Tenía la visión nublada y no conseguía ver
nada.
-En mi casa, te encontré en la playa.
-Perdí mi embarcación-dije frotándome los ojos de nuevo.
-Lo sé. ¿A donde te dirigías?
-Buscaba el faro del norte-dije.
-Pues te felicito-respondió su voz.
-¿Porqué?
-Llegaste a tu destino. Estas en la isla del faro del norte.
De repente mi visión se estabilizó i le pregunté algo
-¿Eres tú?
-¿Como?- se extrañó ella

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-La mujer a la que retraté… ¿eres tú?
-Perdona, pero creo que te confundes.
Estaba seguro que era ella, tenía el mismo rostro de
inconfundible mirada y ese olor maravilloso la delataba.
De repente miré por la ventana, se veía el mar y la arena. Eché
una ojeada en la habitación en la que me encontraba y vi una
cosa que me sorprendió muchísimo. Me acerque a una estantería
en la que había una botella que me recordó a mi infancia. Dentro
había un mensaje. Me dispuse a abrirla y no podía creerlo. En ese
antiguo papel amarillento había un mensaje cuyas palabras
parecían escritas por un niño. Era un mensaje de mi puño y letra.
‘Deseo escapar de aquí y encontrar la libertad’

-¿De donde has sacado esto?- Pregunté boquiabierto.


-Me lo trajo el viento de tu parte. Me dijo que algún día vendrías
a verme.
Sonreí, no lo entendía y le di un abrazo pero inmediatamente me
acordé de algo. Busqué en la cama donde había dormido y en el
suelo, luego registré todas las habitaciones de la casa y al no
encontrar el objeto que buscaba, salí por la puerta y corrí
dirigiéndome a la playa.
-Pero donde vas?
La arena era muy clara, casi blanca y cuando llegué al agua seguí
buscando. Recorrí toda la orilla de esa pequeña playa y por
suerte lo encontré. Ahí estaba, en la arena, como yo,
superviviente.
Me giré, desde la orilla veía la casa a lo lejos, la mujer que me
salvó me miraba extrañada desde la puerta y yo le grité.

-¡Lo he encontrado!¡Lo he encontrado! ¡Si! –gritaba mientras me


acercaba a ella corriendo con el objeto en las manos. Sonrió al

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verme contento y eufórico, pero seguía profundamente
extrañada. Cuando llegué hasta ella la abracé y le di un beso.
-Ves, eres tú, te retraté en La Blanca Bahía.-afirmé mostrándole
el lienzo con su retrato.
-Nunca he estado allí -dijo con la voz rota mientras sorprendida
se reconocía hermosa en el cuadro.
-Quizás siempre estuviste dentro de mí y nunca te supe
encontrar. ¿Cuál es tu nombre?- pregunté.
-Mi nombre es Libertad ¿y el tuyo?
-No importa.

(Fin del principio)

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