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Un poema de Versos humanos, de Gerardo Diego.

Por Rafael Roldán Sánchez.

El Ciprés de Silos.

Enhiesto surtidor de sombra y sueño


que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas de Arlanza
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales.
Como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.

1. TEMA.

El tema del poema es la firmeza de la fe que el Ciprés de Silos simboliza para el


poeta.

2. RESUMEN.

El poeta ve, en la altura y la verticalidad del ciprés de Silos, un símbolo del


anhelo de eternidad que la fe provoca en el hombre. Por eso, identifica la figura del
ciprés con una serie de imágenes de objetos que se separan con fuerza de la tierra
(“surtidor”, “flecha”, etc.). A continuación, el poeta habla de sí mismo para
confesarle al ciprés cómo llegó hasta él falto de espíritu y cómo, tras contemplarlo,
sintió, quiso sentir, esa confianza en la fe que se desprende de la apariencia del árbol.

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3. ESTRUCTURA.

Podemos dividir el poema en tres partes:

- la primera (versos 1º a 6º) consiste en una serie de metáforas que identifican el


aspecto del ciprés, al que todavía no se nombra, con el ansia espiritual, casi
mística, de alcanzar el cielo, símbolo aquí del mundo que está más allá de la
realidad;

- la segunda (versos 7º y 8º) muestran las circunstancias físicas, acaba de llegar a


un sitio que todavía no se nombra, y espirituales, el poeta es un hombre sin fe,
desde las que se escribe el poema. Es este estado espiritual el que justifica el
asombro y la pasión de las metáforas de los versos precedentes;

- la tercera (los versos restantes) es el resultado de las dos anteriores: impresionado


por el árbol, el poeta quisiera sentir esa fuerza espiritual que aquél parece tener.

4. COMENTARIO ESTILÍSTICO.

El poema es un soneto en endecasílabos, compuesto por dos cuartetos, con rima


consonante en –eño y –anza, y dos tercetos encadenados, con rima consonante en –
irme, -ales y – ilos. La disposición de la rima es: ABBAABBACCDEDE. Hay sinalefa
en el 1º verso (“som/bra-y”), en el 2º (“que-a/con/go/jas”), en el 3º (“que-a”, “ca/si-
al/can/za), en el 4º (“de/va/na/do-a”, “mis/mo-en”, “lo/co-em/pe/ño”), en (a partir de
aquí el alumno anotará las demás sinalefas). Encontramos encabalgamientos dignos
de destacarse entre los versos 1º y 2º, 3º y 4º, 7º y 8º, 10º y 11º. Los dos de los cuatro
primeros versos parecen querer sugerir, al alargar cada apóstrofe (invocación que nos
dirigimos a alguien) al ciprés en dos versos, la gran altura del árbol: la apóstrofe no
puede ser contenida en un solo verso, sino que igual que el ciprés llega hasta el cielo,
esta figura sobrepasa la medida de un verso y llena el siguiente. En el
encabalgamiento de los versos 10º y 11º encontramos la misma sugerencia: el deseo
del poeta de subir se muestra también con una frase más larga que la medida de su
verso, como si del mismo modo que el poeta se ilusiona con escapar de la tierra, esta
frase escapara hacia el verso siguiente: así lo sugiere el comienzo del verso 11º, “y
ascender como tú”. El encabalgamiento de los versos 7º y 8º, dejando para el final el
sujeto de la oración, crea un ritmo lento que se adecua muy bien al vagar del que
habla el poeta en esos dos versos.
El poema revela la emoción religiosa del poeta ante el Ciprés de Silos. Para
explicar por qué este árbol provoca este sentimiento, Gerardo Diego utiliza una serie
de imágenes que muestran al árbol como un ser que, anclado en la tierra, tiende a
elevarse con fuerza hacia el cielo, al igual que hace el alma humana movida por la fe.
Ya desde el primer verso, la anteposición del adjetivo “enhiesto” a “surtidor”
se refiere a la posición del ciprés para destacar la rectitud de su posición y su altura,
cualidades que revelan ese anhelo por llegar al cielo. A continuación, una serie de
metáforas insisten en la misma idea de que el árbol se esfuerza por separarse de la

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tierra: el árbol es un “surtidor”, un “chorro”, un “mástil”, una “flecha”, “una saeta”
y una “torre”; su copa, una “lanza”.
Pero para que el sentimiento religioso sea más intenso, el poeta hace que el
árbol lo comparta con él, que cause la impresión de experimentar las mismas
vivencias que el poeta. Con este fin, Gerardo Diego utiliza fundamentalmente tres
recursos:

-el primero, la personificación del árbol mediante las acciones (“acongojas”


, “alcanza” “ascender”), los sentimientos (“de sueño”, “loco empeño”,
“soledad”, “fe”, “esperanza”, “delirios” ) y las cualidades (“mudo”) que el
poeta atribuye al ciprés. Las acciones muestran la altura del ciprés como el
producto de un deseo del árbol por llegar hasta arriba, no como el resultado
del simple crecimiento de una planta. Los sentimientos enfatizan esta idea de
que en el árbol existe la voluntad de desprenderse de la tierra. Se trata de una
voluntad no muy distinta de la de un hombre que vive la religión de una
manera crítica, con el dolor que produce la duda de no saber que nos aguarda
tras la vida. De ahí que el esfuerzo del ciprés sea un “loco empeño” o un
“ejemplo de delirios”. También podríamos considerar que es una
personificación la gradación de adjetivos “señero, dulce, firme” (v. 9º), porque
más que referirse a aspectos físicos del árbol (imposible en el caso de “dulce”),
parecen aludir a su carácter, “dulce” por el sentimiento de esperanza y fe que
emana del ciprés, “señero” y “firme” porque no cesa en su empeño por
“ascender” al cielo.

- el segundo, la apóstrofe del poeta al ciprés. Todo el poema es una apóstrofe,


puesta de relieve por el uso de la segunda persona (“acongojas”, “a ti”, “te
vi”, “como tú”). A lo largo del poema, el poeta, contemplando el ciprés
(“cuando te vi”), le habla de su propio anhelo de elevarse igual que el propio
árbol. Este anhelo descubre las ansias espirituales del mismo Gerardo Diego y,
al comunicarlas al árbol, convierte la figura del ciprés, que sube hacia el cielo
sin llegar a él, en un reflejo del alma del poeta, que suspira también por
conocer ese cielo y tampoco lo consigue;

- el tercero, las metáforas que relacionan al ciprés con armas (“lanza”, “flecha”,
“saeta”). Estas metáforas, además de aludir a la altura del árbol, como las
que hacen de él un “surtidor”, un “mástil”, etc., destacan en el ciprés la
intención por despegarse del suelo y el coraje que pone en ese trabajo. Al igual
que ocurre con el poeta, el sentimiento religioso en el árbol es una lucha (de
ahí que tenga “lanza” y sea “flecha” y “saeta”) por escapar de este mundo,
como pone de manifiesto el hipérbaton del tercer verso (“que a las estrellas
casi alcanza”), donde la anteposición del complemento directo al verbo evoca
el fracaso del árbol en su tesón por llegar al cielo, cuando está a punto de
lograrlo.

La apóstrofe, además, parece hacer del poema una especie de oración en la que el
poeta opone su espíritu desvalido y confuso (“peregrina al azar, mi alma sin dueño”)
a la tenacidad de la fe representada por el árbol (“Cuando te vi señero, dulce, firme”).
Y, como en toda oración, en el poema el poeta muestra las debilidades de su alma y

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las esperanzas que aguarda: debilidades que son una fe poco consistente, sin rumbo
(“mi alma sin dueño”); esperanzas que consisten en recuperar esa fe, encaminarla
hacia el cielo como lo está el árbol (“flecha de fe”, “saeta de esperanza”). Para
revelar la profundidad con que vive esta situación y, quizás, imitar la forma de una
plegaria, Gerardo Diego emplea de modo destacado la aliteración y una serie de
recursos sintácticos:

- la aliteración: este recurso permite, sobre todo, transmitir sentimientos y


sensaciones que el escritor prefiere insinuar a explicarlos, quizás porque las
palabras no dan la idea exacta de lo que siente. De ahí que Gerardo Diego lo
haya usado con frecuencia en este poema, puesto que su tema es un hecho
irracional, la vivencia de la fe. Analizamos ahora los ejemplos más claros:

1. la emoción con que comienza el poema se debe en parte a la aliteración


provocada por la s (enhiesto, sombra, sueño), por las tres consonantes
dentales (enhiesto surtidor), por las consonantes en posición implosiva,
esto es, en final de sílaba (surtidor de sombra) y por el predominio de
vocales cerradas (“Enhiesto surtidor de sombra y sueño”). La aliteración
de las dentales y las consonantes en posición implosiva refuerza la
impresión causada por la altura del árbol; la de la s y las vocales aporta al
verso un ritmo misterioso, que alude a la emoción despertada por el árbol;

2. el verso 3º comienza con la repetición de o, “chorro”, y sigue con la


alternancia de e y a, “que a las estrellas”, para terminar con la imposición
de la a, “casi alcanza”. Esta gradual apertura de las vocales, con esa
aliteración final de la a, parece querer representar la voluntad que impulsa
al árbol hacia arriba; el sonido duro de la k (“casi alcanza”) y de la l y la n
en posición trabada (“alcanza”) apoya esta sensación de que el árbol se
eleva movido por una determinación fuerte, como su propia fe;
3. la misma aliteración de vocales abiertas se da en el verso 6º (“flecha de fe,
saeta de esperanza”) para resaltar la confianza en la fe que el árbol
simboliza para el poeta;

4. en los tres últimos versos, la intensidad de la fe que el poeta experimenta


ante el árbol, llega a embargarlo por completo. La aliteración de la r , con
su timbre vibrante, revela este estado de ánimo: “como tú, negra torre de
arduos filos,/ejemplo de delirios verticales/mudo ciprés en el fervor de
Silos”.

- el hipérbaton: este recurso se emplea en el poema de modo muy concreto para


resaltar la inquietud espiritual del poeta. Ya hemos comentado el del verso 3º,
donde el hipérbaton destaca la frustración de quien se esfuerza por alcanzar el
cielo, frustración que explicaría que el árbol represente la “soledad”, la “fe” y
la “esperanza”, sentimientos propios del alma que busca a Dios sin tener la
seguridad de que exista. Precisamente, los siguientes hipérbatos insisten en
esta busca y en la desazón que produce: el de los versos 7º y 8º, donde el sujeto
de “llegó”, “mi alma sin dueño”, queda al final de la oración para destacar el
estado de desasosiego que sentía el poeta antes de su encuentro con el árbol; el

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del verso 10º, donde el verbo, “sentí”, se coloca entre el nombre “ansiedades”
y su complemento del nombre, “de diluirme”, para resaltar el nuevo estado
que el poeta quiere lograr tras ver el árbol, el de esa fe “firme” simbolizada
por el ciprés;

- la repetición: aquí este recurso se utiliza en los versos 11º y 12º (“como tú” es
la expresión repetida) y resalta el afán del poeta por compartir esa fe
inconmovible “eleva” al ciprés hacia las “estrellas”;

- el asíndeton: este recurso aparece en los versos 5º, 6º, 9º, 12º, 13º y 14º, y en
todos ellos contribuye a manifestar el arrobamiento, casi el éxtasis, que el
poeta siente ante el ciprés, como explicaremos a continuación al hablar del
paralelismo;

- el paralelismo: en todos los casos, se trata de una estructura muy sencilla,


formada por un nombre más su complemento preposicional. En los dos
primeros versos del segundo cuarteto, encontramos “mástil de soledad”,
“flecha de fe”, “saeta de esperanza”, donde el complemento preposicional (“de
soledad”, “de fe”, “de esperanza”) añade a las metáforas sobre la altura del
ciprés los sentimientos que esa misma altura despierta en el poeta. En los tres
últimos versos, tenemos que el complemento preposicional se enriquece con
un adjetivo (“de arduos filos”, “de delirios verticales”) o con otro
complemento preposicional añadido al primero (“en el fervor de Silos”). Los
paralelismos, unidos al asíndeton, manifiestan la gran impresión que el ciprés
ha causado en el poeta, porque con ellos parece que el poeta intenta nombrar
todo lo que siente ante el árbol, todo lo que el árbol significa para él, y parece
también que esa emoción es tan grande que sólo acumulando imagen tras
imagen puede ser sugerida, pero no dicha. Así, al final del poema, tras dos
metáforas que sustituyen al ciprés (“negra torre”, “ejemplo de delirios
verticales”), el poeta no tiene más remedio que identificar por fin al árbol,
puesto que su propio nombre y el lugar en que se encuentra expresan todo el
sentir religioso de Gerardo Diego;

- la gradación : este recurso está unido en el texto a los dos anteriores. Así, se da
en el verso 9º junto al asíndeton: en este verso, la gradación “señero, dulce,
firme” consiste en la profundización en la grandeza espiritual del árbol que,
primero, destaca frente a cualquier otra (“señero”), segundo, emana hacia
quien lo contempla y lo consuela (“dulce”) y, por último, tiene una fe
inquebrantable frente a cualquier adversidad (“firme”), rasgo éste que parece
ser el esencial para el poeta. La otra gradación relevante la tenemos en los tres
versos finales, donde el simbolismo del árbol se intensifica de verso en verso:
en el v. 12º, el ciprés, “negra torre”, es símbolo de la firmeza en el anhelo por
alcanzar el cielo; en el v. 13º, “ejemplo de delirios verticales”, es símbolo del
desasosiego religioso del hombre y de la tendencia del alma a aferrarse a la fe;
en el v.14º, la personificación del ciprés, “mudo ciprés en el fervor de Silos”,
que casi lo presenta como un monje más, y el que por fin se lo nombre lo

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convierten en el símbolo del estado ideal del alma, el del silencio producido
por la certeza que infunde la fe.

4. COMENTARIO CRÍTICO.

El poema muestra el sentimiento religioso de un hombre, el poeta Gerardo Diego,


al contemplar el Ciprés de Silos. En principio, parece lo más natural que alguien que
esté en este ambiente, un convento medieval, y frente a un ciprés experimente un
momentáneo desapego de los problemas terrenales y se refugie en una vivencia
religiosa pura. Esta influencia del ambiente se muestra claramente en el poema: las
últimas palabras, “el fervor de Silos”, aluden a ese función del monasterio medieval
como lugar de reflexión, creado para apartar al hombre de la sociedad y concentrar
su atención únicamente en dios. Incluso la “mudez” del ciprés (“mudo ciprés”)
insinúa que el propio árbol está reconcentrado, olvidado del mundo y ensimismado
en su propia fe. Incluso las imágenes “mástil de soledad” y “prodigio isleño” evocan
esa necesidad que siente el hombre de apartarse de los demás para dedicar su vida
exclusivamente a Dios.
Si lo interpretamos así, el soneto no describiría otra cosa que una emoción
religiosa particularmente intensa, casi mística si consideramos el deseo del poeta de
perder su consistencia humana y elevarse hasta el cielo, que es lo mismo que decir
hasta Dios: “qué ansiedades sentí de diluirme/ y ascender como tú, vuelto en
cristales”. Sin embargo, el poema responde más a las inquietudes de un hombre que
necesita creer que a las de alguien que cree plenamente. La llegada del poeta al
monasterio no se presenta como la de un hombre que venga a visitar un lugar
sagrado para admirarlo y rendir culto a Dios en él. Más bien, esa llegada es la de
alguien que va buscando algo de lo que carece, fe, y es conducido allí casi por
casualidad, siguiendo el curso de un río (“riberas del Arlanza”): el poeta no es un
peregrino cualquiera, que viaja con rumbo fijado, sino que su alma es “peregrina al
azar” y, además, “alma sin dueño”. No parece que un “alma sin dueño” pertenezca a
un hombre con fe.
Esta idea explicaría las expresiones de dolor (“acongojas al cielo”, “mástil de
soledad”, “negra torre”, “delirios verticales”), de esfuerzo o de lucha (“con tu lanza”,
“flecha de fe”, “saeta de esperanza”, “mi alma sin dueño”, “arduos filos”) y de
frustración (“a las estrellas casi alcanza”, “en loco empeño”, “qué ansiedades sentí”)
que se refieren tanto al ciprés como al poeta. Puesto que el ciprés es un símbolo de las
vivencias del propio poeta, todas estas palabras se refieren al sentir de este último y
lo que desvelan es un hombre que, como el asceta, busca la certeza de la existencia de
Dios a través de la belleza del mundo, llegando a experimentar un sentimiento
cercano al éxtasis, pero que no logra superar su propia soledad, simbolizada en ese
ciprés “mudo” del final. Versos como el 3º, “chorro que a las estrellas casi alcanza”, o
el 10º y el 11º, “qué ansiedades sentí de diluirme/ y ascender como tú, vuelto en
cristales”, se adentran en este suplicio espiritual del hombre que adivina otro mundo,
que lo siente, pero que nunca alcanza la seguridad de que exista. De ahí que, en el
poema, la religión sea “loco empeño”, “soledad”, “fe”, “esperanza”, “delirios
verticales” y “fervor”: una inquietud humana, al fin y al cabo, no un mundo que
existe al margen del nuestro.

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