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Casi un cuarto de siglo antes de que Alexandr Solzhenitsin descubriera al

mundo el horror de los campos de trabajo de la Unión Soviética durante el


estalinismo en Archipiélago Gulag (1973), un joven periodista y escritor
polaco, Gustaw Herling-Grudzinski (1919-2000), adelantó lo que el sistema
comunista había perpetrado contra millones de personas. Herling publicó en
Inglaterra en 1951 Un mundo aparte, relato autobiográfico de los casi dos
años que sobrevivió en el campo de Arjánguelsk, al norte de Rusia. El libro,
editado por fin en castellano por Libros del Asteroide, detalla las largas
jornadas de penosas tareas bajo un clima extremo, las violaciones a las
mujeres, las heridas que se infligían presos para estar de baja y tener algo
más de comida, el hambre atroz, el dolor por la extenuación y las kafkianas
detenciones de un sistema dispuesto a lavar al cerebro al que aceptara que
estaba equivocado. Un vía crucis que desgrana Herling con sencillez, con
un estilo que a veces sorprende por su frialdad, incluso cuando cuenta su
estancia en el barracón del mortuorio, adonde se enviaba a los
desahuciados.

La explicación a esta manera de narrar tan precisa se debe a que "las


muescas de la experiencia que padeció Herling eran secundarias al lado de
la reflexión por lo que veía", señala el catedrático de la Universidad de
Barcelona Ricardo San Vicente, traductor de autores rusos. "Herling plantea
en su libro hasta qué punto el Estado puede destruir a un hombre", dice este
profesor. Un régimen que el escritor José María Ridao y el periodista Jorge
M. Reverte, conocedores de la literatura sobre los campos de concentración
soviéticos, tachan de “monstruosidad”.

La primera edición de Un mundo aparte fue prologada por Bertrand Russell.


El filósofo británico dijo que "de los muchos libros" que había leído sobre el
sistema penitenciario en la URSS, este era "el más impresionante y el mejor
escrito por su extraña fuerza descriptiva". A pesar de las sucesivas
traducciones a distintos idiomas, la obra fue ninguneada por la izquierda
europea. En Rusia y Polonia, tras varias décadas en el índice de libros
prohibidos, vio la luz por fin en 1990. "El conocimiento del gulag se retrasó
mucho porque la Unión Soviética fue un país vencedor del nazismo”, dice
Ridao, que vivió en la URSS los años previos a su derrumbe. "El tener un
enemigo común con las democracias le dio a los soviéticos unas
credenciales que no tenían. La URSS había combatido en el buen lado pero
no por buenas razones". Para Reverte, "aún no se ha explicado
suficientemente lo que ocurrió porque hubo un manto piadoso tras la II
Guerra Mundial que llevó a muchos intelectuales a ocultar esas
barbaridades, que fueron similares a las de los nazis. Seguramente Stalin
mató a más comunistas que Hitler". Para Ridao, esa intelectualidad se
comportó como "una ideología sectaria, que aceptó una doble moral para
perder toda empatía con el sufrimiento".

Aberración

De las similitudes entre Hitler y Stalin, Ridao explica que “la idea comunista
de la URSS encarna la aberración de un ideal igualitario; el nazismo es un
ideal de superioridad que condujo a la aberración". Unos caminos en
paralelo que, según el profesor San Vicente, ya apuntó el escritor y
exministro de Cultura Jorge Semprún, deportado al campo nazi de
Buchenwald y expulsado del Partido Comunista de España en 1964.

Otro intelectual, Albert Camus, recomendó de forma reiterada a editores


franceses Un mundo aparte, pero siempre le dieron con la puerta en las
narices. "Este libro tendría que ser publicado y leído en todo el mundo, tanto
por lo que es como por lo que dice”, afirmaba el autor de El extranjero. Hubo
que esperar hasta 1985 para que ello sucediera en territorio francés. El
propio Semprún explicaba las razones de ese retraso en el prólogo de la
edición francesa: "La infiltración de comunistas" en las editoriales.

El escritor polaco Gustaw Herling-


Grudzinski.
Reverte abunda en esta cuestión: “Los comunistas que vivían en Occidente,
en sociedades acomodadas, defendían a Stalin porque había que defender
la revolución. Sacar a flote lo que había sucedido era traicionar esa
revolución, una complicidad que se explica por el antiimperialismo, estar
contra los americanos”. El periodista e historiador polaco Adam Michnik
escribió que la lectura con solo 15 años del libro de Grudzinski fue un
"impacto". "La propaganda comunista se redujo a nada. Comprendí que
todos los días, en la escuela, los libros y los periódicos, me mentían".

Herling vivió para ver cómo su obra era despreciada. Él, que había estado
desde mediados de 1940 hasta comienzos de 1942 confinado en uno de
esos campos, acusado de espía cuando intentaba cruzar la frontera con
Lituania. El joven Herling se había enrolado en un grupo de resistencia tras
la partición que hicieron Hitler y Stalin de su país en agosto de 1939, días
antes de que empezase la Guerra Mundial. Solo cuando los alemanes
rompieron el acuerdo e invadieron la URSS en junio de 1941, los polacos
como él tuvieron esperanzas de que cambiara su suerte en el gulag. Hasta
entonces su miserable existencia pasaba "día tras día, semana tras
semana, mes tras mes, sin alegría, sin esperanza, sin vida", escribió el
periodista.

Para Reverte, "aún no se ha explicado bien lo que ocurrió en el


gulag"
"Era un sistema brutal de represión, salvaje, inhumano", subraya Reverte,
autor de obras sobre la Guerra Civil española. "El fin era acabar con
cualquier forma de discrepancia pero no se buscaba el exterminio". Había
un matiz de perversión: "Querían que sus campos de trabajo fueran
productivos". Una idea en la que está de acuerdo San Vicente, un hombre
nacido en Moscú porque sus padres fueron enviados por la II República
poco antes de la Guerra Civil: "Se convirtió en un sistema perfecto de
producción, ¡cuántas grandes infraestructuras se construyeron con presos!".
Así, cuando los campos se desmantelan por la llegada al poder de
Jruschov, el sucesor de Stalin "descubre que necesita trabajadores e inicia
una campaña de llamamiento al patriotismo a los jóvenes". Para Ridao, lo
más terrible de aquel periodo fue "la extraordinaria impunidad con la que
actuaba el régimen". San Vicente lo califica de "violencia gratuita". "Lo único
racional era la estadística, tenían que aparecer tantos enemigos en cada
pueblo. Y aparecían".

Cuando Herling es liberado solo tiene 22 años. La invasión nazi de Rusia ha


cambiado la dirección del viento. "Polonia pasó de ser un país que debía
desaparecer a usar a sus soldados como carne de cañón", destaca Reverte,
que recuerda la célebre matanza del bosque de Katjyn, cuando los
soviéticos asesinaron en 1940 a unos 15.000 polacos de la élite militar en
Smolensk.

No solo los polacos sufrieron la saña del estalinismo. San Vicente, que
prepara la traducción de un nuevo volumen de los Relatos de Kolimá, el
gigantesco retrato del terror del gulag que escribió Varlam Shalámov,
recuerda cómo se castigó "a los que habían caído prisioneros de los
alemanes". "Cuando volvieron a casa, los enviaron a Siberia. También fue
especialmente cruel el trato a los habitantes de las zonas ocupadas por los
nazis".

A pesar de los padecimientos, Herling tuvo el coraje, recién salido del gulag,
de alistarse en el Ejército polaco y combatir en Italia contra el fascismo. Se
quedó allí tras la guerra y vivió en Nápoles hasta su muerte en 2000.

San Vicente se refiere al conocido axioma de que "el país que no conoce su
pasado está condenado a repetirlo" para referirse a la situación actual en
Rusia. "Hay un intento de recuperar el bagaje épico de la lucha contra los
nazis, a la vez de un intento de olvidar el gulag. Las nuevas generaciones
no saben qué paso pero confío en que los escritores les hagan recordar".
Será la forma de evitar que resurja ese mundo aparte que sufrió Herling.

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