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La historia de la historia cultural

Mario Gensollen
En 2004, Peter Burke publica What is Cultural History?, una historia de la historia cultural y, al mismo
tiempo, una crítica analítica a las formas de hacer este tipo de historia. La obra presenta un
panorama general sobre la larga tradición en el estudio de los temas culturales, desde el siglo XVIII
alemán hasta la Nueva Historia Cultural —nacida en la década de los ochenta del siglo XX— y sus
proyecciones hacia el siglo XXI, cuyo común denominador es la preocupación por lo simbólico y su
interpretación.
La historia cultural fue redescubierta en la década de 1970, y desde entonces goza de un
renacimiento, al menos en el mundo académico. Pero ¿qué es la historia cultural? y ¿qué hacen los
historiadores culturales? Para responder a estas preguntas, Burke conjuga un enfoque interno, que
se preocupa por la resolución de los problemas que surgen dentro de la disciplina, con uno externo,
que relaciona el trabajo de los historiadores culturales con la época en la que viven.
Desde el enfoque interno, Burke argumenta que el resurgimiento de la historia cultural se da como
una reacción en contra de enfoques históricos previos que omitían algo importante. Así, piensa
Burke, el historiador cultural accede a partes del pasado inaccesibles para otros historiadores: “El
énfasis en las ‘culturas’ como totalidades ofrece un remedio para la actual fragmentación de la
disciplina en especialistas en la historia de la población, la diplomacia, las mujeres, las ideas, los
negocios, la guerra, etc.”.
Desde un enfoque externo, Burke considera que el nacimiento de la historia cultural conecta con un
“giro cultural” más amplio, que se ha dado en política, geografía, economía, psicología, antropología
y en los estudios culturales. En estos campos, se ha producido un giro que va desde una supuesta
racionalidad que no cambia a través del tiempo hacia un creciente interés en los valores que
profesan grupos particulares en lugares y en periodos particulares. Burke ve en el “choque de las
civilizaciones” propuesto por Huntington —que enfatiza más las distinciones culturales que las
políticas o las económicas— un signo de este giro cultural. Sin embargo, un primer problema que
habría que enfrentar, a pesar del uso cada día más común del término, es que carecemos de una
definición de “cultura”, y cada día es más difícil decir qué no se considera como tal.
Los orígenes de la historia de la historia cultural los encontramos en el marco de la historia cultural
clásica —fechada por Burke entre 1800 y 1950—, cuando surgió la preocupación por retratar una
época determinada desde el “canon” de las obras maestras del arte, la literatura, filosofía, la ciencia,
etc., producidas por la sociedad culta.
Los trabajos de Jacob Burckhardt (Kultur der Renaissance in Italien de 1860) y de Johan Huizinga
(Herfsttij de Middeleeuwen de 1919) siguen siendo emblemáticos de este primer esfuerzo de la
historia cultural clásica por conectar las diferentes corrientes intelectuales y artísticas de una época
al estudio de los procesos históricos. La finalidad de estos estudios solía estar desligada de la tarea
tradicional del historiador, tal cual se concebía desde el paradigma clásico, que se fundamentaba en
el uso de documentos oficiales para obtener una impresión general de los patrones culturales de
una época. Sin embargo, la historia cultural clásica se diferenciaba claramente de la historia del arte,
a pesar de sus aparentes conexiones. Burckhardt y Huizinga, aficionados y amantes del arte, no
estaban tan interesados en relatar la historia del arte como en comprender ciertas obras,
ubicándolas en su contexto histórico. Así lo hizo Huizinga con las pinturas de los hermanos Van Eyck,
y Burckhardt con las de Rafael.
Por ese entonces, la historia cultural tenía su centro en Alemania y los historiadores describían su
propia labor como Geistesgeschichte (historia del espíritu, historia de la mente o simplemente
historia cultural). Tal como lo concebían, el trabajo de dichos historiadores consistía en “leer”
cuadros o poemas específicos como evidencia de la cultura y el periodo en el que se creaban. Una
de sus características centrales era que sus obras estaban destinadas al gran público, pese a ser
académicos profesionales.
Algunas de las contribuciones a la segunda fase de la historia de la historia cultural fueron obra de
estudiosos que trabajaban fuera de los departamentos de Historia. Entre ellos habría que contar a
los sociólogos alemanes Max Weber (Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus de
1904) y Norbert Elias (Über den Prozeß der Zivilisation de 1939), quienes concentraron sus esfuerzos
en el estudio de las minucias de la “superficie de la existencia humana” (que Elias denominaba
“civilización”, contraponiéndola a la cultura o las “profundidades de la existencia humana”). Como
después señalaría Warburg, en esta investigación detallada se sugería que aparecerían “esquemas”
o fórmulas culturales o perceptivas, que se manifestaban en los detalles de las creaciones artísticas.
Sin embargo, el culmen de este énfasis en los “esquemas” se encuentra sin duda en la obra de
Gombrich Art and Illusion. A Study in the Psychology of Pictorial Representation de 1960. En ella,
Gombrich sugería una lectura de la historia del arte a través de las dicotomías de “verdad y
estereotipo”, “fórmula y experiencia” y “esquema y corrección”. De este modo, es posible concebir
la evolución del arte como un proceso continuo de ajuste entre fórmulas preconcebidas y la
observación de la realidad.
La década de los sesenta del siglo pasado presentó ante los ojos de los intelectuales una nueva línea
de estudio: la Volkskultur o cultura popular, que tenía su impronta en algunos anticuarios y
folcloristas alemanes del siglo XVIII y en los antropólogos decimonónicos. En el siglo XX fueron los
historiadores quienes se preocuparon por la cultura popular, debido al evidente descuido del
enfoque historiográfico tradicional hacia la gente común y corriente, y a la preeminencia de los
estudios históricos político-económicos. Dos títulos representaron esta nueva fase de la historia
cultural: The Jazz Scene, escrito por “Francis Newton” (pseudónimo de Eric Hobsbawm) en 1959; y
Making of the English Working Class, de Edward Thompson en 1963.
La obra de Hobsbawm no estudiaba sólo la música, sino también al público que la escuchaba.
Además, estudiaba el jazz como negocio y como forma de protesta social y política. Concluía que el
caso del jazz mostraba una situación en que la música popular no se viene abajo, sino que se
mantiene en el entorno de la civilización industrial moderna. La obra de Thompson no se limitaba a
analizar el papel desempeñado por los cambios políticos y económicos en la formación de clases,
sino que examinaba el lugar de la cultura popular en este proceso. Making of the English Working
Class incluye detalladas descripciones de los ritos de iniciación de los artesanos, el lugar de las ferias
en la vida cultural de las clases menos privilegiadas, el simbolismo de la comida y la iconografía de
los disturbios. Como señaló Raymond Williams refiriéndose a esta obra, Edward Thompson logró
describir “una estructura de sentimientos de la clase obrera”. Se debe a Thompson la inspiración
para escribir la historia (incluida la historia cultural) “desde abajo”.
Los que se sitúan fuera tienden a ver un cuadro más amplio, advirtiendo que en Gran Bretaña, por
ejemplo, el surgimiento de la historia de la cultura popular en la década de 1960 coincidió con el
nacimiento de los “estudios culturales”, siguiendo el modelo del Centro de Estudios Culturales
Contemporáneos de la Universidad de Birmingham, dirigido por Stuart Hall. El éxito internacional
del movimiento a favor de los estudios culturales sugiere que respondía a una demanda, a una
crítica del énfasis en una alta cultura tradicional en las escuelas y universidades, así como a la
necesidad de comprender el cambiante mundo de las mercancías, la publicidad y la televisión.
mgenso@gmail.com | /gensollen | @MarioGensollen

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