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+Living with other people.

An Introduction to Christian Ethics based on Bernard


Lonergan.
Kenneth R. Melchin
Novalis, Saint Paul University, Ottawa, Canada
1998
Traducción al español: Aprendiendo a Convivir. Introducción a la Ética Cristiana de
Bernard Lonergan
México: Trillas
2000

Capítulo primero: La experiencia de la responsabilidad


moral.
1. Tómese un momento para imaginar que se encuentra de vacaciones, recostado
sobre el amplio espacio de una magnífica playa blanca, sin nadie a su alrededor.
Finalmente siente alivio de la tensión y ansiedad que la vida cotidiana le ofrece. Puede
sentir cómo se relajan sus músculos, cómo fluye el estrés fuera de su cuerpo y cómo se
desconecta su mente de las preocupaciones diarias, liberando su sometimiento a la
atención concentrada, y comienza a divagar, a flotar dichosamente, para llevarlo aquí,
luego allá, de una imagen placentera a la siguiente, sobre las brisas que soplan en esa
región familiar de la conciencia entre el estado de vigilia y de sueño.

Repentinamente, un grito rompe su estado de dicha.


“¡Ayúdenme!”

¡Su ser entero de transforma repentinamente en un motor con diversas velocidades!


¡Usted se ve transformado! En un solo movimiento, su cuerpo y mente emergen juntos
a un estado de alerta, de atención enfocada, de concentración total. Es algo tan
diferente a su condición previa como un huracán en un calmado día de verano. Antes,
usted estaba descansando. Ahora, ¡se encuentra en movimiento! ¡Está lleno de
energía! Se siente dinámico debido a una preocupación, un deseo, un compromiso
hacia la acción. ¿Quién grito? ¿Se está ahogando? ¿En dónde está? ¿Cómo lo ayudo?
¡Averigua! ¡Sálvalo! ¡Mantenlo vivo!

¿Qué le ha sucedido a usted?

El paso más importante de comprender el conocimiento moral y la acción moral es


descubrir que detrás de los objetos familiares de nuestras experiencias yace un
ámbito interno que es bastante extraño. Éste es el ámbito de nosotros mismos como
sujetos. Pasamos la mayoría de nuestra vida experimentando, examinando, haciendo
cosas, con nuestra atención concentrada en aquello que está ante nosotros. Sin
embargo, mientras esto sucede, somos simultáneamente trasladados a través de
nuestras acciones por medio de fuerzas y operaciones internas invisibles que

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sutilmente evaden nuestra atención; éstas son las fuerzas y las operaciones del
experimentar, el evaluar, y el hacer mismos.

Las fuerzas no vienen de nuestro entorno, sino de nuestro interior. Y aunque a


menudo jugamos un papel deliberado en la movilización o guía de las operaciones,
aun así éstas tienen una energía y dirección propias que nos llevan de manera casi
invisible durante gran parte de nuestra vida. Para comprender la responsabilidad
moral, es necesario que ignoremos los objetos de nuestra experiencia y prestemos
atención a aquellas fuerzas y operaciones siempre presentes que nos conducen por
diversas etapas de la acción responsable. Para la mayoría de nosotros, este es un
terreno desconocido. Es el terreno del “yo” como un misterio.

Nuestro ejercicio imaginario en la playa nos puede proporcionar una oportunidad


para prestar atención a este reino interior en donde yacen las bases de la acción
moral. Para la mayoría de nosotros, sucesos como éste nos son familiares. Todos
podemos recordar momentos en los que hemos respondido al grito de auxilio de
alguien en peligro, cuando nos ha empujado hacia la acción un sentido de
responsabilidad. ¿Qué podemos observar acerca de dichos eventos?

Exigencia de la responsabilidad:

Primero, en la playa experimentamos una transformación. Fue una transformación


total, no simplemente con respecto a los objetos de nuestra atención, sino en todo
nuestro ser, en nuestra manera de participar en la experiencia. En ambos estados
estábamos conscientes y estábamos experimentando, pero había una diferencia. La
diferencia no era qué estábamos experimentando, sino cómo. El nuevo estado tenía un
patrón, un orden, una sensación, y una manera diferentes de enfocarse en los objetos.

Segundo, aquello que “provocó” esta transformación tiene algo de extraño.


Seguramente el llamado de auxilio que vino del exterior representó un papel
importante, pero esto no puede ser todo. ¿Cómo fue que dicha “causa” tuvo un “efecto”
tan determinante sobre nosotros?¿Por qué es que este sonido evoca una reacción
mientras que otro, digamos por ejemplo un “!miau¡”, evocaría algo totalmente
diferente? No podemos encontrar los elementos clave de la respuesta dentro de la
estructura física de los sonidos; la encontramos dentro de nosotros mismos. El
llamado “movilizó” o evocó un dinamismo desde nuestro interior para responder a
otro ser en peligro. Las fuerzas que movilizaron esta respuesta forman parte de un
conjunto muy familiar de fuerzas u operaciones interiores que nos convierten en lo
que somos y nos impulsan a través de la experiencia moral.

Tercero, uno de los elementos clave que distingue al primer estado del segundo es el
movimiento o la acción. Si podemos caracterizar nuestro primer estado como de
reposo, desembarazo, paz y tranquilidad, podemos describir al segundo como un
estado de movimiento, preocupación, intensidad exaltada y acción.

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Cuarto, este movimiento se dirigía a alguna parte, hacia una meta o un objetivo. Ssin
embargo, el objetivo funcionó de una manera muy extraña para dirigir el movimiento.
Aun cuando no estábamos seguros del origen del sonido, nos vimos impulsados a la
acción, primero para comprender u verificar en qué consistía, de dónde procedía, para
luego actuar con base en este conocimiento. Quizá no hayamos estado seguros si el
sonido realmente provenía de una persona que se estaba ahogando. Aun así, nos
movilizamos para averiguarlo. Una vez que nos aseguramos, nuestras preguntas se
transformaron en las acciones necesarias para salvarla. El objetivo exacto de las
fuerzas que nos impulsan a tomar medidas morales a menudo nos es desconocido o
no se nos presenta claramente por anticipado. Ciertamente, lo contrario es lo que
acontece. Las fuerzas internas u operaciones de responsabilidad moral nos ponen en
movimiento, no simplemente para alcanzar un objetivo, sino también para determinar
su forma precisa.

Quinto; mientras que el movimiento que caracterizó a este estado de acción fue
claramente consciente e involucró una acción deliberada, no iniciamos el movimiento
en sí por medio de esta acción. Más bien, cuando escuchamos el llamado nos vimos
movidos espontáneamente a realizar una diversidad de operaciones, pocas de las
cuales, si es que alguna, hubiéramos elegido explícitamente. La deliberación y la
elección entraron en funcionamiento después, pero ellas también se vieron
movilizadas por un dinamismo más básico. Si bien es cierto que quizá hayamos
elegido nuestra estrategia para salvar a la persona de manera consciente, no elegimos
deliberadamente sentir curiosidad por el sonido, interesarnos por la persona que se
ahogaba, echar a andar el cuestionamiento y la formulación de respuestas, que,
finalmente, dieron como resultado nuestra estrategia.

Sexto, esta acción que nos movilizó a través de todo el proceso estaba cargada con
sentimiento. La dinámica que nos impulsó hacia delante considtía en un sentido de
interés o responsabilidad por la persona que se ahogaba, y esta responsabilidad se
posesionó de nosotros de una manera tan dramática por estar impregnada de
sentimiento. Nuevamente, no elegimos deliberadamente estos sentimientos, sino que
al parecer, ellos nos eligen a nosotros y nos animan. Además, parecían tener un sabor
o textura distintivos derivados de nuestra respuesta ante la persona que se ahogaba.
Un “¡guau!” o “¡auxilio”! y un “¡miau!” se perciben de manera diferente debido a
nuestras diferentes relaciones con los orígenes de los sonidos. Es como si los sentidos
nos guiaran, nos dirigieran hacia la meta, y es la textura y el sabor de esos
sentimientos los que parecen jugar un papel bien definido en este proceso de
orientación.

Finalmente, aunque el dinamismo de la responsabilidad que surge dentro de nosotros


de manera espontánea, antes de la elección consciente, es bastante universal,
compartido por la mayoría de la gente a través de su vida, de ninguna manera se
adquiere automáticamente o está garantizado. Existe un elemento de aprendizaje o
hábito adquirido que juega un papel crucial para determinar si es que la
responsabilidad surgirá en nuestro interior, y de ser así, cuándo surgirá, qué tan
fuertemente nos afectará y qué forma tomará. Si ponemos demasiado empeño o bien

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tenemos un trauma, nuestro sentido de responsabilidad hacia otros se puede ver
opacado. En contraste, podemos desarrollar hábitos de genuino interés y
discernimiento en nosotros mismos y nuestro hijos de tal manera que, en casos como
éste los movimientos que impulsan a la acción responsable surjan de manera
consistente y vigorosa.

Entonces, qué significado llega a tener todo esto en relación con la ética?

La meta de este ejercicio ha sido iniciar nuestro estudio en torno al conocimiento y


acción morales dirigiendo nuestra atención hacia un dinamismo de “exteriorización”
moral que podemos observar en nuestra vida personal. Las experiencias morales
están cargadas de sentimientos de interés que tienen el efecto de dirigir nuestra
atención hacia el exterior. Además, aunque a menudo formulamos reglas morales en
términos de obligaciones impuestas por otros, este enfoque sobre la autoridad de
otros puede ser demasiado engañoso. Para comprender la vida moral en su totalidad
es necesario poner atención en la experiencia básica de la responsabilidad misma
como una dinámica de interés que se nos revela en nuestra propia acción moral. Es
aquí en donde descubrimos los fundamentos de la ética.

Este ejercicio también es importante porque nos puede ayudar a corregir la manera
en que pensamos normalmente acerca de la responsabilidad moral. A la mayoría de
nosotros se nos enseñó la moral como un conjunto de reglas y obligaciones
formuladas por otros, generalmente figuras de autoridad, las cuales nos son
impuestas para esforzarnos a actuar (generalmente con renuencia) de manera
socialmente aceptable. Existen elementos verdaderos en esta imagen, pero lo que nos
representa es una previa, íntima y básica conexión con la moralidad que justifica tanto
el origen de las reglas mismas como la manera en que funcionan en nuestra propia
vida. Esta conexión se refiere a un interés fundamental o una exteriorización que
utiliza y dirige la enseñanza social.

En su mayoría, las reglas morales surgen en sociedades como una consecuencia de los
esfuerzos de las personas por enfrentar problemas, atender a otros, prevenir las
tragedias sociales, proteger de la explotación a los miembros más débiles y,
generalmente, para coordinar a las personas dentro de una acción común con el fin de
lograr y mantener lo que nadie ha podido realizar por sí solo. Aunque las reglas nos
pueden ser heredadas como obligaciones que surgen del exterior, estas reglas
entraron en vigor porque las personas originalmente se vieron motivadas por un
impulso interior de responsabilidad similar al considerado en nosotros mismos en
nuestro experimento de la “playa”.

Además, los padres, maestros y tutores que participan en la vida social buscan
promover e inculcar reglas morales debido a un sentido de responsabilidad personal,
el cual es otra manifestación de esta exigencia o motivación interna que nos puso en
marcha en la playa. Finalmente, la razón por la que la enseñanza de reglas morales
hace tanto eco en nosotros se debe a que provoca esta dinámica de responsabilidad
interna y trabaja con ella. La enseñanza se enfoca en la responsabilidad y la nutre; no

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la crea ni la impone. La socialización moral utiliza esta dinámica operativa dentro de
nosotros y la dirige hacia objetivos creados y elegido por otros, quienes se vieron
movilizados por un impulso interior similar.

Hechos y valores. Las operaciones del cuestionamiento moral:

En situaciones como ésta, en donde respondemos inmediata y vigorosamente para


ayudar a otra persona en necesidad, nuestras acciones a menudo parecen
desarrollarse como un movimiento único. A partir del descanso, nos movemos
inmediatamente hacia la acción para localizar el origen del grito, desplazarnos hacia
éste, rescatar a la persona del peligro y asegurarnos de su salvación. Sin embargo, la
aparente unidad de esta acción es engañosa; oculta una complejidad interna. El
proyecto total involucra la coordinación de un conjunto bastante grande de
operaciones en servicio de un solo objetivo. Y si alguna de estas operaciones se omite,
el proyecto se ve interrumpido. Podemos ser dedicados, buenos nadadores, ser
capaces de resucitar a alguien y tener la fuerza para sacar a la persona que se ahoga,
pero si no podemos localizarla, nuestro objetivo se vuelve inalcanzable.

Las acciones morales quizá parezcan operaciones individuales, unificadas, pero en


realidad son cadenas de operaciones bastante complejas. Cuando cada eslabón se
encuentra presente, el aspecto de unidad se conserva, pero cuando falta un eslabón,
podemos apreciar la verdadera complejidad interna. En este sentido, la acción moral
se asemeja a una habilidad adquirida, como conducir un carro. Si ya hemos dominado
la habilidad, nuestras acciones se tornan fáciles, unificadas, sin esfuerzo. Si no ha sido
así, nuestras acciones resultan en un movimiento torpe e interrumpido, que consiste
en primero dar un paso, luego otro, sólo para descubrir que hemos omitido uno y que
el carro se ha detenido.

Algunas de las operaciones involucradas en la acción moral son habilidades como


aquellas que quizá podríamos aprender como salvavidas o como médico. Sin embargo,
las operaciones básicas de la responsabilidad moral son de diferente tipo. Involucran
operaciones de cuestionamiento que, de hecho, con frecuencia no requieren
formulación de las preguntas. Comúnmente, implican poco más que un vistazo para
despertar nuestra curiosidad acerca de esto, un giro de la cabeza para confirmar
aquello, un intercambio de opinión con otra persona para establecer una estrategia o
una evaluación de la situación para determinar si la estrategia es viable. Aun así, los
actos de cuestionamiento impulsan todos estos gestos. Y una evaluación de diferentes
tipos de preguntas nos puede ayudar a comprender mejor los eslabones en la cadena
de la responsabilidad moral.

La pregunta más básica que nos impulsó el estado de reposo al de movimiento en la


playa fue la pregunta qué: “¿Qué produce ese sonido?” “¿Qué es?” En esa ocasión,
probablemente habríamos respondido con facilidad, pero en muchas otras responder
a esta pregunta a nuestra entera satisfacción no es tan sencillo. A menudo, la pregunta
“¿qué?” se enfrenta no a una sola respuesta, sino a una serie de respuestas diferentes:

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“¡es una gaviota!” “¡Es un radio!” “¡Es un animal!” “¡Es alguien robándose mi auto!” “¡Es
alguien que se ahoga!” Cuando ese es el caso, la pregunta qué comienza a revelar sus
limitaciones. Quizá se deba a que encontrar una respuesta satisfactoria requiera de
varias hasta que encontremos aquella que se “ajuste”. A menudo, encontrar la
respuesta satisfactoria requiere el abandono de esta pregunta y la formulación de un
tipo diferente de pregunta, necesaria para realizar una selección y un juicio.

Al segundo tipo de pregunta lo denominaremos Acaso es: “¿Acaso es esto, o es


aquello?” Note que esta pregunta no solicita información nueva a las posibles
respuestas. Al contrario, esta pregunta busca examinar cada punto en la lista de
respuestas, consultar los datos acerca de la situación, recordar la intención original de
la pregunta qué y encontrar un “ajuste”. Aquí, por supuesto, la palabra “ajustar” tiene
un significado complejo que puede diferir, dependiendo del tipo de pregunta. En
general, por “ajustar” nos referimos a que:

i. La pregunta y la respuesta propuesta unidas especifican un conjunto de


condiciones que deben ser cumplidas para que la respuesta se “ajuste” a la
pregunta (si se trata de una persona que se ahoga, debemos tener la capacidad
de ver algo que chapotea en la dirección hacia donde percibimos el sonido).
ii. Determinamos si, efectivamente, estas condiciones se cumplen con la evidencia
(se trata de una persona que se ahoga porque puedo ver el chapoteo en el agua
en la misma dirección desde la cual se emite el sonido).
iii. Descartamos las otras respuestas propuestas porque la evidencia no cumple
con las condiciones (no se trata de un radio porque no se tiene visibilidad de
ningún radio alrededor de la playa; no es una gaviota porque el cielo está
despejado y no se ven aves por ninguna parte).

Cuando las condiciones y la evidencia de apoyo se conocen inmediatamente, las


preguntas qué y acaso es aparecen como si fueran una sola operación. La dualidad se
torna más evidente cuando no podemos satisfacer una de las dos condiciones
fácilmente, como vimos en el ejemplo acerca de aprender a conducir un auto. Nos
tropezamos. Esto ocurre cuando estamos, de alguna manera obligados a establecer
qué opciones funcionan como respuestas, o quizá, si ninguna lo hace, debemos
regresar a la pregunta de qué para obtener más opciones.

Hasta el momento, y de manera superficial, no parece haber algo definidamente


“moral” o “ético” en estas preguntas o sus respuestas. Éstas parecen ser preguntas
ordinarias que resuelven asuntos relacionados con “hechos”. Esto es muy cierto. Sin
embargo, es importante señalar que en el caso en el que una persona se está ahogando
(obviamente una inquietud moral), las preguntas sobre “hechos” adquieren una
particular característica de urgencia. Aunque podamos sentir esta urgencia desde el
principio, la característica distintiva de esta sensación se vuelve evidente una vez que
hemos establecido respuestas. En una situación en la que la exigencia de
responsabilidad moral nos impulsa hacia adelante, las respuestas de preguntas
relacionadas con “hechos” no nos dejan satisfechos. En realidad, una vez que

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obtenemos las respuestas relacionadas con “hechos”, parece que nos enfrentamos a
un tipo bastante diferente de pregunta: “¿Qué debo hacer?”

La esfera de preguntas sobre cómo “actuar” es la esfera propiamente moral o ética. Al


igual que las preguntas relacionadas con “hechos”, existen dos tipos de preguntas
sobre cómo “actuar”, las preguntas qué y acaso es. Sin embargo, en esta ocasión, la
interrogación tiene metas u objetivos que son bastante diferentes. Ahora, el “¿qué?”
significa “¿qué debo hacer?”, y “¿acaso es?”, significa “¿acaso estoy haciendo lo
correcto?” Existe una similitud en la estructura de las preguntas relacionadas con
“hechos” en el sentido de que la pregunta qué generalmente da como resultado una
variedad de posibles respuestas, y la pregunta acaso es busca seleccionar una que se
“ajuste”. La gran diferencia yace en la manera en la que la respuesta se “ajusta” a las
preguntas y a los datos que presenta la situación.

Si bien las preguntas relacionadas con “hechos” buscan averiguar algo que ya ha
ocurrido, las preguntas sobre “actos” buscan provocar algo que aún no ha ocurrido,
nuestra propia acción. Esto convierte a la tarea de lograr un “acoplamiento” entre la
respuesta, la pregunta y los datos en algo más complejo. Los capítulos subsecuentes
de este libro estarán dedicados a ayudarnos a comprender cómo lograr esto. Por
ahora, sin embargo, algunas de estas observaciones deberán ayudarnos a obtener una
idea general acerca de los diversos tipos de preguntas involucradas en la acción moral.

El impulso básico de las preguntas relacionadas con cómo “actuar” es idear estrategias
para la acción que aún no ha ocurrido. Si bien otras han salvado a personas que se
ahogan anteriormente, la pregunta sobre cómo actuar es totalmente concreta y
personal; plantea si debo hacer tal cosa en esta situación, ahora o en el futuro más
inmediato. Sin embargo, las preguntas sobre cómo “actuar” sí se ocupan del pasado y
del presente. La ética frecuentemente hace un escrutinio de acciones pasadas para
separar el éxito del fracaso y lo correcto de lo incorrecto. Es importante notar, sin
embargo, qué estamos haciendo en dicho proceso de escrutinio. La preocupación que
impulsa la evaluación moral de una acción pasada no es una preocupación por
establecer hechos. Al contrario, deseamos regresar con el pensamiento a esa acción
pasada y determinar por qué alguien eligió ese curso de acción en aquel entonces, de
tal manera que este razonamiento nos pueda guiar en nuestros hechos actuales. Decir
que algo fue “correcto” es decir que la persona “debió haber hecho eso”, que esta
acción futura debió haberse hecho en aquella ocasión, y que en casos similares en el
futuro debemos actuar de igual manera. Es la inquietud por la acción futura, lo que
confiere al cuestionamiento moral su característica distintiva.

Cuando formulamos y respondemos a preguntas sobre cómo “actuar”, estamos


comprendiendo y juzgando los valores morales. Los valores que son heredados de
generación en generación y se enseñan a los niños son respuestas comprobadas y
acertadas a las preguntas acerca de cómo “actuar” que ayudan a desempeñarnos en
situaciones futuras de manera que se “adapten” a los requisitos generales de la
sociedad. Tales valores nos proporcionan estrategias para la convivencia con otras
personas. Aunque hemos presentado preguntas sobre cómo “actuar” como un

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seguimiento a las preguntas relacionadas con “hechos”, generalmente nos movemos
en ambas direcciones durante nuestra interrogación. Cuando conocemos los hechos,
nos sentimos persuadidos a actuar de una u otra manera. Conforme descubrimos lo
que otros han valorado en el pasado, y lo que nosotros también valoramos, a menudo
regresamos a nuestra evaluación acerca de los “hechos” para encontrar realidades que
anteriormente estaban ocultas a nuestra vista. Las inquietudes acerca del valor o la
“acción”, por tanto, impulsan esta búsqueda de los hechos. Cuando nuestras
inquietudes se ven transformadas, a menudo nos vemos obligados a regresar a la
pregunta acerca de los “hechos” en busca de datos nuevos, con nuevas preguntas,
guiados por nuevos presentimientos.

Las preguntas sobre cómo “actuar” (tanto del tipo qué como del tipo acaso es) revelan
un paso adicional dentro de la cadena de operaciones de la acción moral. De la misma
manera que las preguntas relacionadas con “hechos” nos inquietan en situaciones de
responsabilidad moral, igualmente sucede con las preguntas sobre cómo “actuar”.
Esto se debe a que la meta de las preguntas sobre cómo “actuar” no es simplemente un
conocimiento moral; es una acción moral. La última etapa en la secuencia o el
esquema involucra un tipo totalmente nuevo de cuestionamiento, uno que no busca
conocimiento, pero que, sin embargo, es un cuestionamiento por derecho propio. Esta
última etapa es la exigencia o la motivación de “¡hacerlo!”.

Quizá pensemos que la palabra “cuestionamiento” es inapropiada para la etapa de


hacerlo. Sin embargo, si hacemos un análisis más profundo, podemos apreciar que
esta etapa es similar a las otras operaciones de cuestionamiento. Primero,
experimentamos un impulso que nos mueve a actuar. Segundo, obtenemos resultados
únicamente cuando proseguimos con la exigencia o el cuestionamiento. Tercero,
existe un elemento de indeterminación o incertidumbre, ya que no hay garantía de
que pondremos la actividad en marcha o que llegaremos hasta el final y alcanzaremos
el objetivo deseado. Finalmente, la decisión moral requiere que nos preguntemos “sí o
no”. ¿Lo haré o no lo haré? Cuando nos decidimos la pregunta se responde; se procede
a la acción.

Lo que es claramente diferente acerca de nuestras preguntas durante la etapa de


hacerlo es que no obtenemos únicamente el conocimiento (ya sea conocimiento
objetivo o conocimiento moral). Si estoy preocupado únicamente por lo que sé. (“¿Voy
a actuar con base en esto o no?” “¡Quizá sí, quizá no!), puedo tener ese conocimiento
sin tomar medidas al respecto. Sin embargo, éste realmente no sería conocimiento
acerca del futuro, sino un conocimiento acerca de cómo soy, mis hábitos o virtudes, si
soy el tipo de persona que actúa de esta manera. Este conocimiento no involucra la
exigencia o el impulso para “hacerlo” que es esencial para la toma de decisiones.
Cuando decidimos algo, transformamos el conocimiento moral en realidad al elegir las
respuestas de las preguntas sobre cómo “actuar” (“¡Esto es lo que definitivamente
debo hacer!”) y ponerlas en marcha. Cuando hacemos esto, estamos respondiendo a
una exigencia interna que nos dice que nuestra actividad debe ser congruente con
nuestro conocimiento: ¿tenemos integridad?, ¿estamos dispuestos a vivir de acuerdo
con nuestras convicciones?

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En resumen, podemos decir que la acción moral no es un solo movimiento desde el
pensamiento hasta la acción, sino que es una cadena o esquema complejo de
operaciones, cada una de las cuales es motivada por un tipo definido de
cuestionamiento. La pregunta operativa es la que le otorga a cada etapa en el proceso
sus características distintivas y especifica los requisitos que debe cumplir esa
operación. A diferencia de las fuerzas que impulsan un motor o una computadora, este
cuestionamiento no asegura ni que podamos llevar a cabo la operación o que podamos
alcanzar el éxito. La exigencia del cuestionamiento es una necesidad, fuerza o poder
muy definido. A pesar de que es un impulso hacia una meta, esa meta no está definida
o determinada de manera precisa. Para comprender la ética es necesario poder
percibir las características únicas de esta exigencia o impulso, ya que es diferente de la
mayoría de las fuerzas con las que nos enfrentamos en la vida.

Dos tipos de preguntas surgen en nosotros: la relacionada con el “hecho” y la de cómo


“actuar” o de valor. Para actuar, debemos conocer los hechos. Sin embargo, nuevas
estrategias para tomar acción nos pueden lanzar a la búsqueda de nuevos hechos.
Tanto en el cuestionamiento de cómo “actuar” como en el de los “hechos”
encontramos otra división. Las preguntas qué evocan infinidad de respuestas. Si
deseamos saber, debemos preguntarnos, “¿acaso es esto?”, o “¿es esto correcto?”.
Estas preguntas examinan las posibles respuestas en busca de vínculos con la
pregunta y la evidencia. Finalmente, el conocimiento moral apela a la acción moral,
pero eso no necesariamente significa que tomaremos medidas. De manera que
permanece la pregunta de si actuaremos de manera congruente con nuestras
deliberaciones. Aquí podemos resolver el tema de la integridad, el paso final dentro
del esquema de la responsabilidad moral, únicamente si nos entregamos a esta
exigencia y actuamos.

Horizontes, culturas y conversiones

En siglos recientes, hemos descubierto una importante característica del


conocimiento y la responsabilidad que ha cambiado la manera en la que
comprendemos la vida moral. Esta es una característica que denominamos
“horizontes morales”. El término “horizonte” generalmente se refiere a los límites de
lo visible desde un determinado punto de vista. Sin embargo los horizontes no sólo
son visuales, sino que también son morales o éticos: desde nuestra posición particular
o punto de vista nos encontramos con límites en torno a los que podemos valorar o
apreciar habitualmente.

Resulta interesante saber que los límites que definen las fronteras de nuestra área de
visión o valoración no son “visibles” por sí mismos. Igual que la dinámica de la
responsabilidad moral misma, los horizontes se encuentran más allá de nuestro
campo de conciencia explícita. Sin embargo, ejercen un impacto drástico sobre
nuestra vida cotidiana. Y de la misma manera que sucede con la habilidad para
manejar un auto o salvar una persona que se ahoga, notamos estos horizontes cuando
las cosas salen mal.

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A menudo descubrimos nuestro horizonte moral cuando conocemos a alguien de una
cultura diferente. Si usted ha tenido que convivir con personas de otra cultura,
indudablemente ha notado que parecen tener prioridades diferentes o valorar algunas
cosas en exceso. Otras, que consideramos importantes, no parecen importarles en
absoluto. Es como si estuviera viviendo alrededor de un centro diferente. Quizá
prestan muy poca atención a podar el césped o pasan demasiado tiempo con sus
parientes (quienes siempre estacionan sus autos en el estacionamiento de usted).
Quizá muestran muy poco interés cuando su gato desentierra sus flores, o dedican
demasiado tiempo a cocinar (con todos esos olores terribles).

Al reflexionarlo, lo que estamos viendo en dichas situaciones (si somos honestos con
nosotros mismos) no simplemente son sus horizontes morales y culturales, sino los
nuestros también. Encontramos que ambos no “encajan”, dado que los aspectos
invisibles de nuestros horizontes se encuentran en oposición con las características
visibles de ellos. Lo seguro es que esta oposición es inquietante. Si podemos
trascender más allá de la irritación inicial y nos preguntamos a nosotros mismos qué,
en nuestra vida está contrastando con la de ellos y porqué valoramos nuestro estilo de
vida, podemos comenzar a identificar el terreno y las fronteras de nuestros propios
horizontes morales. Si hacemos esto de una forma sincera, encontraremos algunos
resultados sorprendentes, incluyendo, quizá, un cambio sutil de estas fronteras y la
reestructuración del terreno en nuestra vida. El autoconocimiento puede conducir al
verdadero crecimiento dentro de la madurez moral.

Los horizontes marcan la diferencia entre lo que apreciamos y valoramos, y aquello


que consideramos secundario, irrelevante o inapropiado. Hacemos estas divisiones de
dos maneras. Podemos permitir que las inquietudes secundarias entren a nuestra área
de atención consciente, pero haciéndolas a un lado. Sin embargo, sucede con mayor
frecuencia que los horizontes bloquean por completo lo “secundario”. Desechamos del
área de nuestra atención consciente lo “secundario”, “irrelevante” o “inapropiado”, y
lo relegamos a un limbo inaccesible. En este segundo caso, lo que bloqueamos no son
simplemente datos o respuestas a preguntas, sino, más significativamente, la misma
capacidad o hábito para interesarnos en formas respetables de vivir. Esa separación
sucede, por ejemplo, cuando los soldados que están traumados por una guerra se
encuentran a sí mismos sin las herramientas para sobrevivir durante la paz, sin la
capacidad de interesarse en las cosas que otros valoran. Cuando los horizontes
funcionan de esta manera, se convierten en algo doblemente invisible: no sólo pasan
inadvertidos, colgados como una cortina de fondo en nuestro paisaje mental, sino que
también bloquean el terreno que podría revelarnos dónde se encuentran.

Mientras las personas de culturas diferentes pueden apreciar la diversidad de sus


horizontes morales de manera bastante fácil, sus amigos y seres queridos con
entornos similares tienen más dificultad para detectarlos. A menudo es en situaciones
de conflicto o discusión donde podemos observar diferencias en los horizontes
morales. En la mayoría de las discusiones, las partes se centran por completo en sus
propias y firmes posturas. Sin embargo, detrás de estas posturas, yacen los horizontes
de preocupación y valores que los cimientan. Debido a que los horizontes morales

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operan antes de que comencemos a pensar, como fondo a nuestras propias posturas,
generalmente son lo último que consideramos en una discusión. Consecuentemente,
nuestros horizontes morales a menudo desechan espontáneamente los intereses que
motivan a la otra persona. Para lograr una solución, es necesario valorar justamente
aquello que nuestro horizonte está bloqueando. Esto también se aplica para la otra
persona. Si alguna vez tenemos éxito en trascender este punto muerto, a menudo se
debe a que los eventos, gestos o acciones (más que las palabras) logran atravesar el
horizonte para mostrarnos que un interés apreciado por ellos merece ser valorado.

Cuando analizamos el fenómeno de los horizontes morales, encontramos tres esferas


del valor:

i) Lo conocido. Aquí, por supuesto, lo “conocido” no simplemente implica respuestas a


las preguntas relacionadas con “hechos”, sino que también responde a preguntas de
“actos” o de valor. Hemos llegado a conocer, comprender e interesarnos en valores
particulares así como en antivalores, es decir, en aquello que sabemos que está mal.

ii) Lo conocido desconocido. Esto parece una contradicción, pero de hecho todos
nosotros lidiamos regularmente con situaciones que no hemos logrado comprender o
hacer propias, pero que sabemos que son una parte del fondo de conocimiento común.
De modo que, dentro de la esfera de la ética, quizá no comprendamos los temas sobre
justicia en conflictos internacionales, pero sí sabemos que las agencias internacionales
han formulado parámetros de conducta para países asociados y podemos
interesarnos en sus metas y objetivos.

iii) Lo desconocido desconocido. Esta es la región que yace completamente más allá de
nuestros horizontes de conocimiento e interés; aquí ni siquiera podemos formular las
preguntas. Nuestra ignorancia en este ámbito puede causar la mayor conmoción
dentro del análisis y la acción moral, particularmente si permanecemos inconscientes
o nos negamos a reconocer esta ignorancia. El horizonte moral más significativo es la
frontera entre lo conocido desconocido y lo desconocido desconocido.

Al proceso por el cual los horizontes retroceden para aceptar elementos que
previamente se encontraban más allá de nuestra imaginación, lo denominaremos
conversión. Las tradiciones religiosas hablan de la conversión religiosa, pero la
conversión a la cual nos referimos aquí no necesariamente involucra elementos
religiosos explícitamente, sino que se refiere a cualquier situación en la cual los
horizontes de nuestra vida son trastocados.

La conversión no significa simplemente que comencemos a imaginar nuevas cosas


como objetos de nuestro interés y preocupación, sino que estos objetos van a
reorganizar nuestro paisaje moral. Conforme descubrimos nuevos valores, le damos
una mayor prioridad a las viejas acciones y las viejas memorias adquieren un nuevo
significado, y acciones previamente consideradas importantes se ocultan bajo las
sombras de la insignificancia. Las cosas familiares se vuelven extrañamente nuevas,
las recién descubiertas, ansiosamente anheladas en el pasado, se vuelven tediosas e

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irrelevantes. Comenzamos a sentirnos torpes haciendo cosas familiares porque hemos
descubierto una nueva dimensión para ellas que previamente habíamos ignorado o
subestimado. Las cosas imposibles se vuelven posibles.

Este retrato presenta un aspecto demasiado rosa de las cosas; en la vida real, la
mayoría de las conversiones o transformaciones no son la reorganización de nuestra
vida entera, sino que son parciales y a menudo ocurren gradualmente. Además la
conversión requiere de lucha: aunque los efectos de la conversión pueden ser
asombrosos y liberadores, el proceso generalmente es bastante doloroso. Los
horizontes morales excluyen los elementos de nuestra búsqueda consciente de
razones: sin un orden psíquico básico dentro de nuestra vida nos volveríamos locos.
Estar abierto a la conversión significa arriesgarnos a sufrir un colapso en esta área. Si
deseamos crecer como personas adultas, debemos reconocer que esta dolorosa
reorganización siempre será parte de nuestra vida.

Sentimientos y valor moral

Debemos abordar un último tema antes de examinar las características del


conocimiento moral con detalle. Este es el tema de los sentimientos. A menudo, en
nuestra sociedad la ética se representa como una convicción moral que expresa
nuestros sentimientos hacia las cosas. Los filósofos se han referido a la ética como
“sentimientos morales” y, en algunos casos, han argumentado que los principios éticos
no expresan sino nuestros sentimientos hacia las cosas. Si las cosas valen, se debe a
que les hemos atribuido sentimientos de valor. Nuestros sentimientos morales son
diversos y se argumenta que tenemos un derecho democrático sobre ellos. Algunos
incluso dirían que no existe un contenido objetivo en la ética más allá de los
sentimientos evocados en nosotros y expresados en un lenguaje moral. Esta filosofía o
suposición es bastante preponderante en nuestra cultura y a menudo nos conduce a
una mala interpretación de la responsabilidad moral.

Al igual que la mayoría de las posturas o argumentos filosóficos, esta perspectiva


surgió históricamente como reacción a otra y fue formulada para corregir los
problemas o excesos de la misma. Este otro concepto consistía en que los valores
morales derivan su significado y verdad a partir de un orden universal objetivo, donde
la humanidad desempeña un papel de autoría muy pequeño, y al cual nos debemos
adaptar por medio del discernimiento de la lógica del “gran diseño”. Dentro de esta
perspectiva los sentimientos correspondían al nivel más bajo de la vida humana (en
gran medida, porque se pensaba que esta era la esfera de lo “femenino”): este era el
nivel compartido por las bestias, el nivel que siempre debía verse dominado por el
intelecto.

Para corregir esta perspectiva, los opositores hicieron dos observaciones:

I. La humanidad desempeña un papel significativo en el establecimiento de los


diseños históricos y culturales, y somos responsables por hacer esto
correctamente.

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II. Lo que creíamos era el dominio de los sentimientos era, en gran medida, la
perversión de los mismos.

Si vamos a tomar responsabilidad por la historia, decían ellos, debíamos reconocer y


cultivar la esfera de los sentimientos para colocarlos nuevamente en la dirección
correcta.

Al igual que con todas las revoluciones, sin embargo, ésta comenzó a devorar a sus
propios hijos. Lo que primero se expresó como una corrección a un error en otra
postura, se mitificó como un principio absoluto. Los sentimientos ya no eran tan solo
parte de la ética: ahora se les debía considerar la totalidad de la ética. Si bien es cierto
que las nociones de objetividad expresadas por los oponentes anteriores ciertamente
debían ser corregidas, los nuevos enfoques “emotivistas” tomarían el paso audaz de
repudiar completamente la “objetividad” moral de los valores que son objeto de
nuestros sentimientos. Por tanto, actualmente vivimos en el escombro dejado por esta
batalla histórica.

¿Qué, entonces, debemos hacer con los sentimientos y su papel en el conocimiento y


objetividad morales? Como punto de partida podemos hacer una serie de
observaciones verificables en nuestra propia vida.

Primero, en los ejemplos ofrecidos anteriormente, descubrimos que los sentimientos


evocan y animan a las diversas operaciones en el cuestionamiento moral.
Efectivamente, experimentamos la exigencia o el impulso de la responsabilidad moral
en sí como un sentimiento fuerte, y cada una de las operaciones dentro de la
interrogación y la acción morales están cargadas con un sentimiento distintivo propio.

Sin embargo, hay varios tipos de sentimientos, y no todos desempeñan el mismo papel
dentro del conocimiento y la acción moral. En las operaciones ya descritas, los
sentimientos pueden denominarse autotrascendentes. Apuntan más allá de sí mismos
y enfocan nuestro interés en sus objetos, transportándonos fuera de nosotros mismos,
hacia la esfera de operaciones que buscan el conocimiento y la acción moral. Cuando
respondemos a preguntas relacionadas con “hechos” y “actos”, lo hacemos con
sentimiento, pero éste no es el criterio para la validez moral del conocimiento y de la
acción.

Segundo, existe otra clase de sentimientos moralmente relevantes que sí desempeñan


un papel más importante dentro del conocimiento y la acción moral, pero
nuevamente, no agotan ni los criterios ni el significado de las exigencias morales. A
estos sentimientos se les puede denominar “respuestas intencionales a los valores”.
Con frecuencia, actuamos con base en algo semejante a una premonición, un deseo o
un temor. No podemos explicar estos sentimientos, ni tampoco podemos validarlos. A
menudo ni siquiera los podemos expresar con las palabras correctas. Sin embargo, nos
llevan hacia una dirección específica, hacia un valor que, al principio, no podríamos
explicar. Y en el proceso de comprensión moral, a menudo comenzamos a descubrir el
valor hacia el cual nos dirigía el sentimiento, el cual actuó como un mecanismo de

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guía. Una vez que conocemos el valor y nos apropiamos de él, el sentimiento
permanece con el fin de dirigir nuestros pensamientos y acciones.

En casos como éste, el sentimiento no hace al valor, sino que simplemente lo descubre
por derecho propio. Uno de los problemas con los sentimientos es que pueden ser
confundidos, y la única manera en que podemos averiguar esto es formulando y
respondiendo a preguntas para obtener un conocimiento moral. Si deseamos cultivar
virtudes, debemos cultivar sentimientos moralmente elevados. Sin embargo, en el
análisis final, el objetivo del sentimiento puede ser reconocido y verificado como tal
únicamente por medio de las operaciones del conocimiento moral.

Resumen

¿Adónde nos han llevado estas reflexiones? Vamos a hacer un inventario de las
observaciones que hemos realizado en esta jornada inicial hacia la autocomprensión.

Nuestra primera observación se refirió a la exigencia de la responsabilidad moral; ésta


no proviene de nuestro entorno, surge como una demanda o dinamismo cargado de
sentimiento que brota de nosotros mismos y que nos impulsa hacia fuera para
interesarnos o preocuparnos por la acción en relación con las personas, cosas y
eventos en el mundo. Esta dinámica interna no pronuncia la última palabra acerca del
bien o el mal moral, pero sí pone en marcha las operaciones subsecuentes de reflexión
y evaluación que llevarán a cabo esta tarea. No se trata de una “causa” inevitable que
sistemáticamente produce un “efecto”, sino que es una exigencia o inclinación que
puede ser atendida o ignorada, cultivada o sofocada, pero que también puede llevar a
cabo las mismas operaciones de reflexión y toma de decisiones que nos conducirían a
atenderla, ignorarla, cultivarla o sofocarla.

Nuestra segunda observación se refirió a las operaciones de significado moral que son
detonadas por la exigencia de responsabilidad. En cualquier caso, el conocimiento
moral no es un acto individual, sino un grupo o cadena de cinco actos bien definidos
que funcionan juntos para llevarnos hacia el conocimiento y la activación del valor: los
actos de comprender y juzgar los hechos; los actos de comprender y juzgar el valor, y
el acto de decisión. La forma característica de estas operaciones es la del
cuestionamiento, que al igual que la exigencia de la responsabilidad moral, nos es
presentado como una demanda urgente que debe ser aceptada o rechazada, y no como
una “causa” mecánica que produce “efectos” inevitables. Al seguir estas exigencias y
cultivar las habilidades para reaccionar en diversas áreas de experiencia moral,
desarrollamos una gama completa de aptitudes para la acción moral responsable.

Hicimos una tercera observación sobre el tema de los horizontes morales. Las
operaciones de significado moral no producen significados individuales, aislados,
producen grupos de significados que forman enteros coherentes. También establecen
patrones de anticipación que dirigen actos adicionales de cuestionamiento. Estos
enteros coherentes o campos de significado moral que tienen fronteras u horizontes
que limitan preguntas y, consecuentemente, lo que podemos saber. Más relevante

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para la vida moral, delimitan el alcance de aquello que normalmente nos interesa.
Podemos ver las limitaciones de los horizontes cuando éstos se colapsan, y nos
encontramos experimentado e interesándonos en cosas que previamente habíamos
bloqueado. Este proceso de “conversión” puede suceder con poca frecuencia, pero
también se puede fomentar y cultivar de tal manera que podamos llegar a vivir con la
expectativa de nuevos encuentros con lo “desconocido, desconocido”.

Nuestra última observación se refirió a los sentimientos. Encontramos que, al


principio, éstos desempeñan un papel importante y una serie de funciones
intermedias en el conocimiento moral, y que todas las operaciones del
cuestionamiento moral, incluyendo la exigencia básica de la propia responsabilidad,
están llenas de sentimiento.

Sin embargo, también observamos que algunos sentimientos van más allá de sí
mismos: nos conducen a formular preguntas para que podamos descubrir y evaluar
sus objetivos. Los sentimientos de este tipo -respuestas intencionales a los valores-
nos llevan, por medio de las diversas operaciones de cuestionamiento moral, hacia el
descubrimiento y la actualización de valores previamente desconocidos, y
permanecen, manteniéndonos enfocados en los valores que nos hemos apropiado.

Si estas observaciones nos colocan en el camino del autodescubrimiento aún existe


una gran cantidad de preguntas sin respuesta. Las más prominentes de éstas se
refieren al carácter de conocimiento moral en sí. ¿Qué significado tiene decir que algo
es valioso, que algo es correcto, que una acción es buena? ¿Qué sabemos cuando
conocemos el valor? ¿Cómo sabemos cuando hemos alcanzado dicho conocimiento?
En el siguiente capítulo abordaremos estas preguntas. Nuestra meta es construir a
partir de estas ideas y proseguir con la labor de prestar atención a nuestras
experiencias personales de conocimiento moral. Sin embargo, en la siguiente fase de
nuestra investigación veremos una dimensión de experiencia moral, que representa
un desafío distinto a nuestro método de autodescubrimiento: la dimensión de la
sociabilidad.

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