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sutilmente evaden nuestra atención; éstas son las fuerzas y las operaciones del
experimentar, el evaluar, y el hacer mismos.
Exigencia de la responsabilidad:
Tercero, uno de los elementos clave que distingue al primer estado del segundo es el
movimiento o la acción. Si podemos caracterizar nuestro primer estado como de
reposo, desembarazo, paz y tranquilidad, podemos describir al segundo como un
estado de movimiento, preocupación, intensidad exaltada y acción.
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Cuarto, este movimiento se dirigía a alguna parte, hacia una meta o un objetivo. Ssin
embargo, el objetivo funcionó de una manera muy extraña para dirigir el movimiento.
Aun cuando no estábamos seguros del origen del sonido, nos vimos impulsados a la
acción, primero para comprender u verificar en qué consistía, de dónde procedía, para
luego actuar con base en este conocimiento. Quizá no hayamos estado seguros si el
sonido realmente provenía de una persona que se estaba ahogando. Aun así, nos
movilizamos para averiguarlo. Una vez que nos aseguramos, nuestras preguntas se
transformaron en las acciones necesarias para salvarla. El objetivo exacto de las
fuerzas que nos impulsan a tomar medidas morales a menudo nos es desconocido o
no se nos presenta claramente por anticipado. Ciertamente, lo contrario es lo que
acontece. Las fuerzas internas u operaciones de responsabilidad moral nos ponen en
movimiento, no simplemente para alcanzar un objetivo, sino también para determinar
su forma precisa.
Quinto; mientras que el movimiento que caracterizó a este estado de acción fue
claramente consciente e involucró una acción deliberada, no iniciamos el movimiento
en sí por medio de esta acción. Más bien, cuando escuchamos el llamado nos vimos
movidos espontáneamente a realizar una diversidad de operaciones, pocas de las
cuales, si es que alguna, hubiéramos elegido explícitamente. La deliberación y la
elección entraron en funcionamiento después, pero ellas también se vieron
movilizadas por un dinamismo más básico. Si bien es cierto que quizá hayamos
elegido nuestra estrategia para salvar a la persona de manera consciente, no elegimos
deliberadamente sentir curiosidad por el sonido, interesarnos por la persona que se
ahogaba, echar a andar el cuestionamiento y la formulación de respuestas, que,
finalmente, dieron como resultado nuestra estrategia.
Sexto, esta acción que nos movilizó a través de todo el proceso estaba cargada con
sentimiento. La dinámica que nos impulsó hacia delante considtía en un sentido de
interés o responsabilidad por la persona que se ahogaba, y esta responsabilidad se
posesionó de nosotros de una manera tan dramática por estar impregnada de
sentimiento. Nuevamente, no elegimos deliberadamente estos sentimientos, sino que
al parecer, ellos nos eligen a nosotros y nos animan. Además, parecían tener un sabor
o textura distintivos derivados de nuestra respuesta ante la persona que se ahogaba.
Un “¡guau!” o “¡auxilio”! y un “¡miau!” se perciben de manera diferente debido a
nuestras diferentes relaciones con los orígenes de los sonidos. Es como si los sentidos
nos guiaran, nos dirigieran hacia la meta, y es la textura y el sabor de esos
sentimientos los que parecen jugar un papel bien definido en este proceso de
orientación.
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tenemos un trauma, nuestro sentido de responsabilidad hacia otros se puede ver
opacado. En contraste, podemos desarrollar hábitos de genuino interés y
discernimiento en nosotros mismos y nuestro hijos de tal manera que, en casos como
éste los movimientos que impulsan a la acción responsable surjan de manera
consistente y vigorosa.
Entonces, qué significado llega a tener todo esto en relación con la ética?
Este ejercicio también es importante porque nos puede ayudar a corregir la manera
en que pensamos normalmente acerca de la responsabilidad moral. A la mayoría de
nosotros se nos enseñó la moral como un conjunto de reglas y obligaciones
formuladas por otros, generalmente figuras de autoridad, las cuales nos son
impuestas para esforzarnos a actuar (generalmente con renuencia) de manera
socialmente aceptable. Existen elementos verdaderos en esta imagen, pero lo que nos
representa es una previa, íntima y básica conexión con la moralidad que justifica tanto
el origen de las reglas mismas como la manera en que funcionan en nuestra propia
vida. Esta conexión se refiere a un interés fundamental o una exteriorización que
utiliza y dirige la enseñanza social.
En su mayoría, las reglas morales surgen en sociedades como una consecuencia de los
esfuerzos de las personas por enfrentar problemas, atender a otros, prevenir las
tragedias sociales, proteger de la explotación a los miembros más débiles y,
generalmente, para coordinar a las personas dentro de una acción común con el fin de
lograr y mantener lo que nadie ha podido realizar por sí solo. Aunque las reglas nos
pueden ser heredadas como obligaciones que surgen del exterior, estas reglas
entraron en vigor porque las personas originalmente se vieron motivadas por un
impulso interior de responsabilidad similar al considerado en nosotros mismos en
nuestro experimento de la “playa”.
Además, los padres, maestros y tutores que participan en la vida social buscan
promover e inculcar reglas morales debido a un sentido de responsabilidad personal,
el cual es otra manifestación de esta exigencia o motivación interna que nos puso en
marcha en la playa. Finalmente, la razón por la que la enseñanza de reglas morales
hace tanto eco en nosotros se debe a que provoca esta dinámica de responsabilidad
interna y trabaja con ella. La enseñanza se enfoca en la responsabilidad y la nutre; no
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la crea ni la impone. La socialización moral utiliza esta dinámica operativa dentro de
nosotros y la dirige hacia objetivos creados y elegido por otros, quienes se vieron
movilizados por un impulso interior similar.
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“¡es una gaviota!” “¡Es un radio!” “¡Es un animal!” “¡Es alguien robándose mi auto!” “¡Es
alguien que se ahoga!” Cuando ese es el caso, la pregunta qué comienza a revelar sus
limitaciones. Quizá se deba a que encontrar una respuesta satisfactoria requiera de
varias hasta que encontremos aquella que se “ajuste”. A menudo, encontrar la
respuesta satisfactoria requiere el abandono de esta pregunta y la formulación de un
tipo diferente de pregunta, necesaria para realizar una selección y un juicio.
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obtenemos las respuestas relacionadas con “hechos”, parece que nos enfrentamos a
un tipo bastante diferente de pregunta: “¿Qué debo hacer?”
Si bien las preguntas relacionadas con “hechos” buscan averiguar algo que ya ha
ocurrido, las preguntas sobre “actos” buscan provocar algo que aún no ha ocurrido,
nuestra propia acción. Esto convierte a la tarea de lograr un “acoplamiento” entre la
respuesta, la pregunta y los datos en algo más complejo. Los capítulos subsecuentes
de este libro estarán dedicados a ayudarnos a comprender cómo lograr esto. Por
ahora, sin embargo, algunas de estas observaciones deberán ayudarnos a obtener una
idea general acerca de los diversos tipos de preguntas involucradas en la acción moral.
El impulso básico de las preguntas relacionadas con cómo “actuar” es idear estrategias
para la acción que aún no ha ocurrido. Si bien otras han salvado a personas que se
ahogan anteriormente, la pregunta sobre cómo actuar es totalmente concreta y
personal; plantea si debo hacer tal cosa en esta situación, ahora o en el futuro más
inmediato. Sin embargo, las preguntas sobre cómo “actuar” sí se ocupan del pasado y
del presente. La ética frecuentemente hace un escrutinio de acciones pasadas para
separar el éxito del fracaso y lo correcto de lo incorrecto. Es importante notar, sin
embargo, qué estamos haciendo en dicho proceso de escrutinio. La preocupación que
impulsa la evaluación moral de una acción pasada no es una preocupación por
establecer hechos. Al contrario, deseamos regresar con el pensamiento a esa acción
pasada y determinar por qué alguien eligió ese curso de acción en aquel entonces, de
tal manera que este razonamiento nos pueda guiar en nuestros hechos actuales. Decir
que algo fue “correcto” es decir que la persona “debió haber hecho eso”, que esta
acción futura debió haberse hecho en aquella ocasión, y que en casos similares en el
futuro debemos actuar de igual manera. Es la inquietud por la acción futura, lo que
confiere al cuestionamiento moral su característica distintiva.
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seguimiento a las preguntas relacionadas con “hechos”, generalmente nos movemos
en ambas direcciones durante nuestra interrogación. Cuando conocemos los hechos,
nos sentimos persuadidos a actuar de una u otra manera. Conforme descubrimos lo
que otros han valorado en el pasado, y lo que nosotros también valoramos, a menudo
regresamos a nuestra evaluación acerca de los “hechos” para encontrar realidades que
anteriormente estaban ocultas a nuestra vista. Las inquietudes acerca del valor o la
“acción”, por tanto, impulsan esta búsqueda de los hechos. Cuando nuestras
inquietudes se ven transformadas, a menudo nos vemos obligados a regresar a la
pregunta acerca de los “hechos” en busca de datos nuevos, con nuevas preguntas,
guiados por nuevos presentimientos.
Las preguntas sobre cómo “actuar” (tanto del tipo qué como del tipo acaso es) revelan
un paso adicional dentro de la cadena de operaciones de la acción moral. De la misma
manera que las preguntas relacionadas con “hechos” nos inquietan en situaciones de
responsabilidad moral, igualmente sucede con las preguntas sobre cómo “actuar”.
Esto se debe a que la meta de las preguntas sobre cómo “actuar” no es simplemente un
conocimiento moral; es una acción moral. La última etapa en la secuencia o el
esquema involucra un tipo totalmente nuevo de cuestionamiento, uno que no busca
conocimiento, pero que, sin embargo, es un cuestionamiento por derecho propio. Esta
última etapa es la exigencia o la motivación de “¡hacerlo!”.
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En resumen, podemos decir que la acción moral no es un solo movimiento desde el
pensamiento hasta la acción, sino que es una cadena o esquema complejo de
operaciones, cada una de las cuales es motivada por un tipo definido de
cuestionamiento. La pregunta operativa es la que le otorga a cada etapa en el proceso
sus características distintivas y especifica los requisitos que debe cumplir esa
operación. A diferencia de las fuerzas que impulsan un motor o una computadora, este
cuestionamiento no asegura ni que podamos llevar a cabo la operación o que podamos
alcanzar el éxito. La exigencia del cuestionamiento es una necesidad, fuerza o poder
muy definido. A pesar de que es un impulso hacia una meta, esa meta no está definida
o determinada de manera precisa. Para comprender la ética es necesario poder
percibir las características únicas de esta exigencia o impulso, ya que es diferente de la
mayoría de las fuerzas con las que nos enfrentamos en la vida.
Resulta interesante saber que los límites que definen las fronteras de nuestra área de
visión o valoración no son “visibles” por sí mismos. Igual que la dinámica de la
responsabilidad moral misma, los horizontes se encuentran más allá de nuestro
campo de conciencia explícita. Sin embargo, ejercen un impacto drástico sobre
nuestra vida cotidiana. Y de la misma manera que sucede con la habilidad para
manejar un auto o salvar una persona que se ahoga, notamos estos horizontes cuando
las cosas salen mal.
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A menudo descubrimos nuestro horizonte moral cuando conocemos a alguien de una
cultura diferente. Si usted ha tenido que convivir con personas de otra cultura,
indudablemente ha notado que parecen tener prioridades diferentes o valorar algunas
cosas en exceso. Otras, que consideramos importantes, no parecen importarles en
absoluto. Es como si estuviera viviendo alrededor de un centro diferente. Quizá
prestan muy poca atención a podar el césped o pasan demasiado tiempo con sus
parientes (quienes siempre estacionan sus autos en el estacionamiento de usted).
Quizá muestran muy poco interés cuando su gato desentierra sus flores, o dedican
demasiado tiempo a cocinar (con todos esos olores terribles).
Al reflexionarlo, lo que estamos viendo en dichas situaciones (si somos honestos con
nosotros mismos) no simplemente son sus horizontes morales y culturales, sino los
nuestros también. Encontramos que ambos no “encajan”, dado que los aspectos
invisibles de nuestros horizontes se encuentran en oposición con las características
visibles de ellos. Lo seguro es que esta oposición es inquietante. Si podemos
trascender más allá de la irritación inicial y nos preguntamos a nosotros mismos qué,
en nuestra vida está contrastando con la de ellos y porqué valoramos nuestro estilo de
vida, podemos comenzar a identificar el terreno y las fronteras de nuestros propios
horizontes morales. Si hacemos esto de una forma sincera, encontraremos algunos
resultados sorprendentes, incluyendo, quizá, un cambio sutil de estas fronteras y la
reestructuración del terreno en nuestra vida. El autoconocimiento puede conducir al
verdadero crecimiento dentro de la madurez moral.
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operan antes de que comencemos a pensar, como fondo a nuestras propias posturas,
generalmente son lo último que consideramos en una discusión. Consecuentemente,
nuestros horizontes morales a menudo desechan espontáneamente los intereses que
motivan a la otra persona. Para lograr una solución, es necesario valorar justamente
aquello que nuestro horizonte está bloqueando. Esto también se aplica para la otra
persona. Si alguna vez tenemos éxito en trascender este punto muerto, a menudo se
debe a que los eventos, gestos o acciones (más que las palabras) logran atravesar el
horizonte para mostrarnos que un interés apreciado por ellos merece ser valorado.
ii) Lo conocido desconocido. Esto parece una contradicción, pero de hecho todos
nosotros lidiamos regularmente con situaciones que no hemos logrado comprender o
hacer propias, pero que sabemos que son una parte del fondo de conocimiento común.
De modo que, dentro de la esfera de la ética, quizá no comprendamos los temas sobre
justicia en conflictos internacionales, pero sí sabemos que las agencias internacionales
han formulado parámetros de conducta para países asociados y podemos
interesarnos en sus metas y objetivos.
iii) Lo desconocido desconocido. Esta es la región que yace completamente más allá de
nuestros horizontes de conocimiento e interés; aquí ni siquiera podemos formular las
preguntas. Nuestra ignorancia en este ámbito puede causar la mayor conmoción
dentro del análisis y la acción moral, particularmente si permanecemos inconscientes
o nos negamos a reconocer esta ignorancia. El horizonte moral más significativo es la
frontera entre lo conocido desconocido y lo desconocido desconocido.
Al proceso por el cual los horizontes retroceden para aceptar elementos que
previamente se encontraban más allá de nuestra imaginación, lo denominaremos
conversión. Las tradiciones religiosas hablan de la conversión religiosa, pero la
conversión a la cual nos referimos aquí no necesariamente involucra elementos
religiosos explícitamente, sino que se refiere a cualquier situación en la cual los
horizontes de nuestra vida son trastocados.
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irrelevantes. Comenzamos a sentirnos torpes haciendo cosas familiares porque hemos
descubierto una nueva dimensión para ellas que previamente habíamos ignorado o
subestimado. Las cosas imposibles se vuelven posibles.
Este retrato presenta un aspecto demasiado rosa de las cosas; en la vida real, la
mayoría de las conversiones o transformaciones no son la reorganización de nuestra
vida entera, sino que son parciales y a menudo ocurren gradualmente. Además la
conversión requiere de lucha: aunque los efectos de la conversión pueden ser
asombrosos y liberadores, el proceso generalmente es bastante doloroso. Los
horizontes morales excluyen los elementos de nuestra búsqueda consciente de
razones: sin un orden psíquico básico dentro de nuestra vida nos volveríamos locos.
Estar abierto a la conversión significa arriesgarnos a sufrir un colapso en esta área. Si
deseamos crecer como personas adultas, debemos reconocer que esta dolorosa
reorganización siempre será parte de nuestra vida.
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II. Lo que creíamos era el dominio de los sentimientos era, en gran medida, la
perversión de los mismos.
Al igual que con todas las revoluciones, sin embargo, ésta comenzó a devorar a sus
propios hijos. Lo que primero se expresó como una corrección a un error en otra
postura, se mitificó como un principio absoluto. Los sentimientos ya no eran tan solo
parte de la ética: ahora se les debía considerar la totalidad de la ética. Si bien es cierto
que las nociones de objetividad expresadas por los oponentes anteriores ciertamente
debían ser corregidas, los nuevos enfoques “emotivistas” tomarían el paso audaz de
repudiar completamente la “objetividad” moral de los valores que son objeto de
nuestros sentimientos. Por tanto, actualmente vivimos en el escombro dejado por esta
batalla histórica.
Sin embargo, hay varios tipos de sentimientos, y no todos desempeñan el mismo papel
dentro del conocimiento y la acción moral. En las operaciones ya descritas, los
sentimientos pueden denominarse autotrascendentes. Apuntan más allá de sí mismos
y enfocan nuestro interés en sus objetos, transportándonos fuera de nosotros mismos,
hacia la esfera de operaciones que buscan el conocimiento y la acción moral. Cuando
respondemos a preguntas relacionadas con “hechos” y “actos”, lo hacemos con
sentimiento, pero éste no es el criterio para la validez moral del conocimiento y de la
acción.
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guía. Una vez que conocemos el valor y nos apropiamos de él, el sentimiento
permanece con el fin de dirigir nuestros pensamientos y acciones.
En casos como éste, el sentimiento no hace al valor, sino que simplemente lo descubre
por derecho propio. Uno de los problemas con los sentimientos es que pueden ser
confundidos, y la única manera en que podemos averiguar esto es formulando y
respondiendo a preguntas para obtener un conocimiento moral. Si deseamos cultivar
virtudes, debemos cultivar sentimientos moralmente elevados. Sin embargo, en el
análisis final, el objetivo del sentimiento puede ser reconocido y verificado como tal
únicamente por medio de las operaciones del conocimiento moral.
Resumen
¿Adónde nos han llevado estas reflexiones? Vamos a hacer un inventario de las
observaciones que hemos realizado en esta jornada inicial hacia la autocomprensión.
Nuestra segunda observación se refirió a las operaciones de significado moral que son
detonadas por la exigencia de responsabilidad. En cualquier caso, el conocimiento
moral no es un acto individual, sino un grupo o cadena de cinco actos bien definidos
que funcionan juntos para llevarnos hacia el conocimiento y la activación del valor: los
actos de comprender y juzgar los hechos; los actos de comprender y juzgar el valor, y
el acto de decisión. La forma característica de estas operaciones es la del
cuestionamiento, que al igual que la exigencia de la responsabilidad moral, nos es
presentado como una demanda urgente que debe ser aceptada o rechazada, y no como
una “causa” mecánica que produce “efectos” inevitables. Al seguir estas exigencias y
cultivar las habilidades para reaccionar en diversas áreas de experiencia moral,
desarrollamos una gama completa de aptitudes para la acción moral responsable.
Hicimos una tercera observación sobre el tema de los horizontes morales. Las
operaciones de significado moral no producen significados individuales, aislados,
producen grupos de significados que forman enteros coherentes. También establecen
patrones de anticipación que dirigen actos adicionales de cuestionamiento. Estos
enteros coherentes o campos de significado moral que tienen fronteras u horizontes
que limitan preguntas y, consecuentemente, lo que podemos saber. Más relevante
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para la vida moral, delimitan el alcance de aquello que normalmente nos interesa.
Podemos ver las limitaciones de los horizontes cuando éstos se colapsan, y nos
encontramos experimentado e interesándonos en cosas que previamente habíamos
bloqueado. Este proceso de “conversión” puede suceder con poca frecuencia, pero
también se puede fomentar y cultivar de tal manera que podamos llegar a vivir con la
expectativa de nuevos encuentros con lo “desconocido, desconocido”.
Sin embargo, también observamos que algunos sentimientos van más allá de sí
mismos: nos conducen a formular preguntas para que podamos descubrir y evaluar
sus objetivos. Los sentimientos de este tipo -respuestas intencionales a los valores-
nos llevan, por medio de las diversas operaciones de cuestionamiento moral, hacia el
descubrimiento y la actualización de valores previamente desconocidos, y
permanecen, manteniéndonos enfocados en los valores que nos hemos apropiado.
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