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Función

paterna

Psicología
Evolutiva I

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Función paterna
Cada miembro nuclear de una familia cumple un rol específico, y, de
hecho, la Psicología ya ha demostrado que, para que una persona devenga
en sujeto entero, completo, con capacidad de amar, trabajar y adaptarse al
medio que vive, no solo necesita de una mamá y un papá biológicos, sino
que además ellos deben cumplir con las funciones de madre y padre, los
roles que este niño necesita para desarrollarse no solo biológicamente sino
afectivamente y psicológicamente.

En la lectura 1, se desarrolló cómo se constituyen algunas áreas,


especialmente las afectivas, las anímicas. En las lecturas 2 y 3, las
condiciones mínimas necesarias del rol de madre, pero aún no está
completo, falta un rol: el del padre. Lógicamente que no hablamos del
espermatozoide que inseminó al óvulo, que también es necesario, sino a
aquel que permitirá que este niño, que adquirió confianza básica y que
recibe los cuidados de la madre para crecer, pueda ser un ser humano
integrado al mundo. Para desarrollar este tema, volveremos a remitirnos a
las etapas psicosexuales de Freud, más específicamente a la etapa fálica,
donde se desarrolla este interesante intercambio entre tres personajes
madre-hijo-padre, llamado completo de Edipo.

Edipo de Tebas era un príncipe. Cuando nació, sus padres (Layo y Yocasta)
consultaron el oráculo para saber cuán afortunado sería este hijo. Este dijo
que Edipo mataría a su padre y se casaría con su madre. Ante semejante
vaticinio, Layo mandó matar a Edipo. Lo colgaron en un árbol, pero de sus
pies. Luego, alguien pasó por el lugar, se apiadó del niño, lo recogió y se lo
llevó a un lugar lejano. Allí fue criado por una familia importante, la que,
cuando Edipo creció, también consultó al oráculo para saber de su futuro.

Este último volvió a decir que se casaría con su madre y mataría a su padre.
Frente a tremenda suerte, Edipo huyó del lugar para evitar este futuro. En
el camino, se encontró con un hombre con el que luchó y a quien le dio
muerte. Resultó ser Layo. Edipo continuó su camino y venció a un
personaje fantástico que tenía a maltraer al pueblo de Tebas. Cuando
Edipo llegó a Tebas, el pueblo, feliz porque lo había librado del enemigo, y
frente a la muerte del rey, entregó a Edipo para que se casara con Yocasta
y se convirtiera en rey. Edipo y Yocasta se casaron y luego fueron a
consultar al oráculo por su destino, quien dijo que aquel había matado a su

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padre y se había casado con su madre. Desesperado, Edipo huyó, se sacó
los ojos y la historia continuó.

De esta historia se vale Freud para explicar lo que le sucede al niño cuando
atraviesa la etapa fálica. En esta etapa, el niño tiene un despertar sexual:
siente, le gusta, se toca, tiene curiosidad por sí mismo y piensa que todos
los niños tienen lo mismo (un pene). Como se toca y manipula, los adultos
lo censuran. Claro, los adultos (con mente adulta) le dan un significado que
el niño aún no tiene. Sin embargo, empieza a temer que le suceda algo si
no obedece a estos adultos; tal vez suceda algo con su pene si desobedece,
tal vez se lo corten, o, tal vez decrezca. Es una incertidumbre hasta que, en
su curiosidad, ve en alguna amiguita o hermanita, tal vez, que hay alguien
que no lo tiene, entonces asocia que se lo cortaron. Esto hace que entre en
angustia y miedo.

En el mismo momento lógico y frente a este despertar sexual, el niño se


siente atraído por el progenitor opuesto, lo ama, quiere casarse y vivir
eternamente, pero ese objeto de su amor ama a otro. Menos mal que ama
a otro, porque si no el niño y su madre serían una díada soldada, completa,
y no habría deseo de más nada, ya que estaría todo resuelto en dicho
vínculo. “¿Para qué seguir viviendo si ya conseguí todo lo que quiero?”. He
aquí la inclusión del tercero, ese que es objeto del amor de mi amor.

Entonces, el niño entra en rivalidad, se opone, quiere separar a los padres;


pero tarde o temprano se resigna porque se asume como niño frente a un
otro que es grande, que puede más; el niño se rinde, retrocede. Además,
vuelve el miedo, miedo a que le corten el pene, porque ya vio que hay
algunos que no tienen. Frente a esta realidad, se le ocurre un intento más:
ser lo más parecido al objeto de amor de su amor. Se repliega y se
identifica con el progenitor de su mismo sexo, trata de imitarlo para así,
algún día, lograr el amor de su amada. Se produce, por lo tanto, la primera
identificación sexual, que luego se va a jugar y a determinar en la
adolescencia. Esto es así, aunque se sienta descabellado, pues las
observaciones de cientos y cientos de seres humanos así lo manifiesta.

En el varón, la angustia de castración logra que este se rinda y se


identifique con el padre. En las niñas, es un poco más complejo, ya que
ellas no lo tienen (al pene, claro está). Se sienten defectuosas y también
añoran casarse y vivir eternamente con su padre. Con algunas vueltas más
en su psiquismo, logran darse cuenta de que, aunque no tienen pene, sí

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tienen algo que el varón no: pueden tener hijos. Esa es la salida en la niña:
se calma al pensar que ahora no puede porque es chiquita, pero que, algún
día, cuando sea grande, podrá darle un hijo a su padre. Entonces, se vuelve
hacia su madre para imitarla lo más que pueda y así conseguir algún día
seducir a su padre, objeto de su amor.

Esta historia que parece tan fantástica nos muestra que, para que haya
identificación sexual, hacen falta tres: hemos encontrado el rol del padre.
Hace falta un tercero, pero no solo su presencia, sino que debe estar en el
deseo de su madre para que el niño sienta que hay una rivalidad.

Es el padre el que dice no a este vínculo con la madre, se lo impone al niño,


pero debe lograrlo en el corazón y deseo de la madre también. Es ella la
que debe darle lugar a su pareja para que el niño se dé cuenta de que no es
todo para la madre. Es, por supuesto, una eta muy dura para el infante,
pero es la base del psiquismo, funda identificaciones, funda estructuras;
por ello es imprescindible la figura de un papá que haga de padre.

Cuando finaliza esta etapa, se instauran las normas, la consciencia moral.


En el psicoanálisis, se denomina superyo que, junto con el yo, pondrá freno
a los instintos más profundos, como el incesto o el parricidio, sentimientos
muy profundos que nuestra razón no las concibe como tales porque el
superyo está funcionando y a través de la censura nos mantiene a raya.
Esto se denomina principio de realidad.

A partir de esta etapa, y si se resuelve con éxito el complejo de Edipo,


están dadas las condiciones para continuar la estructuración del psiquismo,
que se vuelve neurótico y luego se desarrollará aún más hacia la
sublimación, la creatividad y la reparación. Si se resuelve más o menos, hay
posibilidades de que, con un superyo débil, el sujeto (no tan sujeto)
termine en una perversión. Si no se resuelve, o sea, no hubo un tercero o la
madre no le dio lugar al tercero, es probable que se dé en el niño una
psicosis. A estas tres conclusiones se las llama los tres tiempos del Edipo:

 Si se instaura el superyo y se resuelve el Edipo, represión-neurosis.


 Si se resuelven a medias y quedan algunas lagunas, renegación-
perversión.
 Si no se resuelve, no hay superyo: forclusión- psicosis.

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Podemos concluir, entonces, que la función paterna es:

 Intervenir y cortar el vínculo niño-madre.


 Es el que pone la autoridad.
 Es el que mantiene el deseo de la madre fuera del niño.
 Gracias a su función, el niño se desprende de la madre y, más adelante,
se producirá su despegue hacia el exterior, lo que se llama la exogamia
“Con mamá no, pero sí con alguien de afuera”.
 Es el que brinda seguridad y protección para continuar con este
maravilloso desarrollo del niño. Lo anima a continuar y avanzar.

5
Referencias
Berk, L. (1999). El desarrollo del niño y el adolescente. Prentice Hall,
Madrid.

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