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Contra el Estado

y la mercancía

Compilación de
Cuadernos de Negación
(nros. 2 al 5)
Cuadernos de Negación
Contra el Estado y la mercancía
1ra ed., Rosario, Lazo Negro, 2017
250 p., 206×145 mm

ISBN 978–987–29441–7–9

Primera Edición: noviembre de 2017


Lazo Negro Ediciones
Rosario, Argentina
lazo.ediciones@riseup.net – www.lazoediciones.tumblr.com
Contra el Estado
y la mercancía

Compilación de
Cuadernos de Negación
(nros. 2 al 5)
Presentación

Pronto van a cumplirse diez años del primer número de Cuadernos


de Negación y, poco a poco, vamos dándole forma a los proyectos
que nos propusimos con la publicación. Uno de ellos era esbozar lo
fundamental de la crítica revolucionaria: antagonismo social, trabajo
asalariado, mercancía, Estado y democracia. De eso tratan los números
aquí recopilados, fueron pensados como una unidad y de ese modo
los presentamos en esta ocasión.
En vistas a esta compilación quitamos erratas e intentamos expresar
de mejor manera lo que nos parecía estar confuso. Y, aunque también
hemos borrado algunos párrafos y ampliado otros, el contenido de
los textos es el mismo. La intención no es retractarnos sino hacer la
lectura lo más grata posible. Las posiciones continúan invariantes.
Presentamos originalmente los temas por separado porque fue el
modo que encontramos para escribirlos y compartirlos, la vía más
adecuada para imprimir y difundir. Sabemos que los sucesos reales no
son fragmentarios ni suceden aisladamente unos de otros. Incluso en
estos papeles los temas se entremezclan constantemente, dando lugar
a reflexiones que, para mejor y naturalmente, no se limitan al tema
central que cada número propone como núcleo, sino que además nos
abren otros caminos por donde continuar.
Diez años transcurrieron, y a la distancia nos damos cuenta de que
la constancia y la perspectiva fueron elementos muy importantes tanto
para los procesos individuales como para los colectivos. Admitimos,
8  |  Cuadernos de Negación

sin embargo, que hubieramos querido abarcar más temas, pero no nos
resulta simple. A su vez, el margen de tiempo entre uno y otro número
nos permite difundir los ejemplares lo máximo posible, siempre gracias
a compañeras y compañeros cercanos y a otros más lejanos que no
conocemos, de ciudades que quizá nunca conoceremos. Ese margen de
tiempo nos permite también reflexionar un poco más a fondo sobre lo
que queremos publicar, debatir entre nosotros y con quienes aportan
desde diferentes latitudes para mejorar los Cuadernos.
No es fácil escribir entre las presiones y obligaciones que impone
este modo de vida, no somos escritores ni investigadores profesionales,
aunque escribamos e investiguemos, de la misma forma que iluestramos,
diseñamos o plegamos esta publicación. Y allí radica nuestra pequeña
virtud, escribimos desde la necesidad, desde el deseo, desde las tripas.
Realizar Cuadernos de Negación nos llena como seres humanos,
nos hace reconocibles, no a este mundo espectacular, sino a nosotros
mismos. Nos encontramos en la lucha, en la proyectualidad del co-
munismo y la anarquía. No porque podamos realizarlas ahora mismo
sino porque hacer la revolución es ser la revolución. Como se dijo hace
más de un siglo: nuestro concepto de comunismo no es ningún ideal
a aplicar, sino el movimiento real de destrucción de la sociedad del
Capital y la comunidad que resulta de esa negación práctica.
Aquí no presentamos la negación como una primera etapa que debe
llevarse a cabo para poder pasar a una segunda etapa e carácter, ahora
sí, positivo. Porque no hay etapas, no hay escalones para ascender
hacia una sociedad ideal. Hay una sociedad material —que es esta y
es el centro de nuestra crítica— que debe ser negada y superada. En
este sentido, muchos lectores y lectoras buscarán entre estas páginas
algunas “propuestas”, nosotros les recordamos que la comprensión de
esta sociedad se encuentra en su más profunda y despiadada crítica,
en la lucha contra ella. Y de paso, para la “propuesta”, ya estamos
enumerando todo lo que no queremos, que no es poco.
La opinión poco reflexiva, y hasta burlona, exige a la actividad teó-
rica inmediatez práctica, como si ambas cuestiones pudieran existir
independientes una de la otra. Como si toda práctica —nos guste o
no— no conllevara necesariamente una expresión teórica, como si la
teoría no fuera también la práctica de nuestra lucha diaria.
Contra el Estado y la mercancía  |  9

Nuestra existencia de explotación y opresión, así como de oposición


a toda esta mierda, es una realidad indivisible. Esa tensión que vivi-
mos como seres sujetos a reproducir el Capital así como a padecerlo
y enfrentarnos a él, como sus únicos posibles destructores, require de
ciertas precisiones y direccionamientos.
No basta con que el pensamiento reclame su acción, la acción mis-
ma debe reclamar el pensamiento. Desde Cuadernos de Negación
pretendemos aportar en este sentido.

Los amigos de la Negación.


Primavera de 2017 en la región argentina
No tenemos nada que venderle a nuestros hermanos de clase, nada con
qué seducirlos. No somos un grupúsculo compitiendo en prestigio e
influencia con los demás grupúsculos y partidos que dicen represen-
tar a los explotados, y que pretenden gobernarlos. Somos proletarios
que luchan por acabar con el Capital y el Estado con los medios que
tenemos a nuestro alcance, nada más y nada menos.

Si sentís que estos materiales deben ser difundidos… ¡A reproducirlos,


imprimirlos, copiarlos, discutirlos! Fueron realizados para circular por
donde se considere más conveniente.
Por obvias razones económicas no podemos realizar una gran ti-
rada de los diferentes números de Cuadernos como lo deseamos, ni
tampoco enviarlo a muchos lugares del mundo, por ello alentamos
a la distribución de los Cuadernos copiándolos y haciéndolos correr
como mejor se pueda.
Agradecemos profundamente a quienes vienen colaborando con la
difusión de los números de Cuadernos de Negación y los invitamos
a ponerse en contacto.

¡Adelante compañeros!
Advertencia
sobre las citas

No es nuestra tarea anunciar novedades ni resguardar un antiguo tesoro,


sin embargo, muchos de quienes se dispongan a leer podrán encontrar
aquí pequeñas y grandes revelaciones así como viejos enunciados. Des-
de Cuadernos, nos gusta compartir algunos párrafos bien dichos de
las diferentes publicaciones, libros, textos y papeles que utilizamos al
momento de preparar cada número. Cuando reproducimos estas citas,
nombramos a sus autores simplemente para dejar visibles los pasos
de algunos de nuestros recorridos e invitar a seguir profundizando.
Quien lea con atención sabrá distinguir entre la cercanía de un autor u
otro. En su gran mayoría se trata de afines, pero esto tampoco implica
una reivindicación acrítica de ellos o de las organizaciones de las que
forman o formaron parte. Y quien lea con la intención de reflexionar,
pero también de transformar la realidad, comprenderá que todo esto
se trata de algo más que libros, panfletos, autores y palabras.
Cuadernos de Negación nro. 2:
Clases sociales o la maldita
costumbre de llamar a las
cosas por su nombre

En este segundo número de Cuadernos profundizamos y desarro-


llamos la cuestión de la lucha de clases y de la revolución, porque si
hablamos de revolución como transformación radical de la sociedad,
como supresión del capitalismo, hablamos indefectiblemente de la
autosupresión del proletariado como clase, esa inmensa mayoría de la
humanidad que está impedida de vivir porque debe “ganarse la vida”
de una forma u otra.
16  |  Cuadernos de Negación

Presentación

«Es esto lo que normalmente no se os dice, es esto lo


que no está escrito en los periódicos, es esto lo que no
está escrito en los libros, es esto lo que la escuela calla
celosamente porque esto es el secreto de la vida: no
separar definitivamente el pensamiento de la acción,
las cosas que se saben, las cosas que se comprenden, de
las cosas que se hacen, de las cosas a través de las cuales
actuamos.»
(Alfredo M. Bonanno, La tensión anarquista)

Se nos sigue impulsando a escribir y a decir, siempre y cuando aque-


llo quede en el dominio de la opinión, como representación de lo
vivido. La intención de esta publicación, entonces, no es hacernos
reconocibles ante este mundo espectacular, sino hacernos reconoci-
bles a nosotros mismos, como negación de este mundo espectacular.
Esto no representa una búsqueda en un sentido autoreferencial, sino
que ese “nosotros mismos” hace referencia a toda esa comunidad de
lucha que no descansa —ni descansará— hasta dejar al viejo mundo
completamente destruido.
Ha transcurrido ya más de un año desde la aparición de Cuader-
nos de Negación nro. 1: Trabajo Comunidad Política Guerra, que fue
la reedición con algunos aportes al texto que aparece en el sitio web
Prole.Info.1 Si hemos tardado todo este tiempo, fue en pos de realizar
exhaustivamente la distribución de esos textos en papel tanto como
creemos necesario y dentro de nuestras posibilidades.2 Consideramos

1 Nota de la presente edición: Dicho texto ya ha sido incluido como anexo en el


libro Abajo los restaurantes, editado por Lazo Ediciones en 2014.
2 Aunque realizar la edición física de publicaciones requiere mayor esfuerzo, consi-
deramos que vale la pena. Entendemos que su circulación por Internet tiene otras
características y potencias, pero muchas veces esa supuesta infinidad de posibili-
dades repite una dirección única donde el “cyber militante”, el “cyber teórico” y
la “cyber policía” hallan su lugar de referencia, tornándose un espacio limitado
que se va cerrando sobre sí mismo.
Además, la gran cantidad de sitios “contestatarios” hace que se diluyan las
expresiones revolucionarias que ponen mayor dedicación al asunto, debido a la
Contra el Estado y la mercancía  |  17

algo inútil la actual producción y reproducción de inmensas cantidades


de textos —mayoritariamente por Internet, debido a su facilidad y bajo
costo—, sin darles la importancia que se merecen, sobrecargándonos
y acumulando textos como si de mercancías se tratase, por el mero
hecho de sumar cuantitativamente… quizás esos textos merezcan una
mayor reflexión, pero seguir ese ritmo se hace imposible para cualquier
proletario. Otra razón por la que nos ha tomado bastante tiempo este
número de Cuadernos fue que tratamos de prepararlo lo mejor posible
para que sea realmente un aporte. Aunque comprendiendo que no
podemos pretender resolver de manera puramente teórica lo que solo
puede ser obra de nuestra clase luchando por una verdadera comuni-
dad humana, es decir, en el momento que precede su autoliberación.
Hemos creído importante para esta segunda entrega y las siguientes,
abordar temas que consideramos centrales del sistema de relaciones
que se nos impone bajo el domino de la economía: lucha de clases,
Capital, trabajo, mercancía, Estado, democracia. Es algo que se ha
tratado históricamente y en forma constante, pero constatamos que
en el presente existe un vacío que se llena con discursos aislados, ge-
neralmente enarbolados simplemente como consignas y sin establecer
una relación radical (es decir, a la raíz) que aborde estos temas como
propios de una totalidad que niega la vida en pos de un sistema de
relaciones basado en la economía y las relaciones jerárquicas. Nuestro
aporte, además de una profundización de las posiciones revolucionarias
respecto a este tema (posiciones que, podemos decir, son verdadera-
mente revolucionarias en el sentido de que aspiran y se posicionan
realmente contra el orden del Estado y el Capital), es apuntar y precisar
la negación y destrucción de lo que las tendencias de izquierda de la
burguesía muestran como diferentes unidades de poder y establecen
en sus programas como entidades a controlar: las clases, la economía,
el Estado. Esta negación es un paso básico para posicionarse desde el
presente —desde una perspectiva histórica— en el enfrentamiento que
esa realidad nos impone (ellos o nosotros, proletariado o burguesía,

existencia de (cyber) grupos que llevan adelante una (cyber) militancia con muy
poco esfuerzo, siendo en su mayoría personas que solo se dedican a reproducir
textos que ya están colgados en Internet. No es mucho más que lo que sucede en
ciertos ámbitos con la publicación de libros y revistas.
18  |  Cuadernos de Negación

economía o vida). Los Cuadernos por sí solos no pueden impulsar


una ofensiva, pero sí establecer un análisis que aporte a que esa
ofensiva sea certera. Precisando, por ejemplo, la necesidad de la
destrucción del Estado siempre y en todas sus formas, la lucha del
proletariado como lucha para anular las clases y por la constitución
de la comunidad humana. Además, nos pone en tensión (como indi-
viduos que llevamos a cabo los textos y como tendencia) al momento
de plantearnos ese estado de transición que surge en la mente y que es
necesario encarar asumiendo que es imposible de definir: no hacemos
ni ciencia ficción, ni ciencia política.
Estos Cuadernos se plantean como un medio de reflexión y de
agitación, no como una investigación académica, ya que no somos
ni investigadores ni académicos: la actividad revolucionaria no es un
objeto a estudiar.3
«Dado que queremos sinceramente acabar con toda dominación y
explotación y empezar a abrir las posibilidades para crear un mundo
donde no haya ni explotados ni explotadores, ni esclavos ni amos, ele-
gimos aprovechar toda nuestra inteligencia apasionadamente, usando
toda arma mental —junto con las físicas— para atacar al presente
orden social. No pedimos disculpas por esto, ni nos dirigiremos a
aquellos que por pereza o por la concepción ideológica de los límites
intelectuales de las clases explotadas rechazan usar su inteligencia.»
(Willful Disobedience, Contra la lógica de la sumisión: Ni intelectualismo
ni estupidez)
El rechazo a estas tareas de análisis y reflexión tildándolas de “inte-
lectuales” nos deja aún más desarmados e indefensos a merced de estos
profesionales y su ideología,4 delegándoles nuestro análisis y reflexión,

3 Nota de la presente edición: En la edición original decíamos “entendemos la


actividad revolucionaria como una herramienta a utilizar, no como un objeto a
estudiar”. Pero considerar cualquier actividad humana, en este caso la revolucio-
naria, como una herramienta a utilizar es casi tan nocivo como considerarla un
objeto a estudiar. En las dos concepciones se la comprende como una cosa exterior
a quien la lleva adelante, tal como separar al cuerpo humano de su actividad.
4 Nos referimos siempre a la ideología como fuerza material. No estamos discutien-
do simplemente acerca de “ideas” cuando criticamos la ideología, sino de ideas
que solo pueden surgir y presentarse como verdaderas en una sociedad basada en
la falsificación, en la separación, en la alienación. No oponemos una ideología
Contra el Estado y la mercancía  |  19

recayendo quizás en un exceso de activismo sin proyectualidad y sin


contenido.

«Es en la lucha histórica misma donde es necesario realizar la fusión de


conocimiento con la acción, de tal suerte que cada uno de estos términos
coloque en el otro la garantía de su verdad. La constitución de la clase
proletaria en sujeto es la organización de las luchas revolucionarias
y la organización de la sociedad en el momento revolucionario: es
allí donde deben existir las condiciones prácticas de la conciencia, en
las cuales la teoría de la praxis se confirma al volverse teoría práctica.
Sin embargo, la cuestión central de la organización ha sido la menos
encarnada por la teoría revolucionaria en la época en que se fundaba
el movimiento obrero, es decir, cuando esta teoría poseía todavía
el carácter unitario legado del pensamiento de la historia (y que se
había otorgado justamente como tarea el desarrollo hasta una práctica
histórica unitaria). Es, al contrario, el lugar de la inconsecuencia para
esta teoría el admitir la toma de métodos de aplicaciones estatistas y
jerárquicas adoptadas de la revolución burguesa. Las formas de orga-
nización del movimiento obrero desarrolladas sobre el renunciamiento
de la teoría han tendido a interrumpir a su vez el mantenimiento de
la teoría unitaria que ésta ha traicionado, cuando una tal verificación
surgió en la lucha espontánea de los obreros: solo puede concurrir a
reprimir la manifestación y la memoria. Sin embargo estas formas
históricas aparecidas en la lucha, son justamente el medio práctico
que le falta a la teoría para que sea verdadera. Son una exigencia de la
teoría, pero que no había sido formulada teóricamente. El soviet no
fue un descubrimiento de la teoría. Y la más alta verdad teórica de la
Asociación Internacional de los Trabajadores era su propia existencia
en la práctica.» (Guy Debord, La sociedad del espectáculo)

proletaria o revolucionaria a la ideología burguesa, nos enfrentamos a ella en


cuanto pretendemos destruir las bases materiales de la sociedad del Capital y con
ella todas las estúpidas representaciones e idealizaciones de ella misma que han
surgido para defenderla y perpetuarla.
20  |  Cuadernos de Negación

Apuntes para una comprensión crítica de estos textos

«En el fondo, las palabras “No discutamos cuestiones


teóricas” se reducen a: “No cuestionen nuestra teoría,
mejor ayúdennos a ejecutarla”. No ganamos nada
evitando las “cuestiones de teoría”: por el contrario, si
queremos ser “prácticos”, necesariamente, tenemos que
empezar hoy mismo a exponer y discutir, bajo todos
los aspectos, nuestro ideal de comunismo anarquista.
Si queremos ser prácticos, expongamos aquello que los
reaccionarios de todo tipo han llamado siempre “utopías,
teorías”. Teoría y práctica deben ser una, si queremos
vencer.»
(Piotr Kropotkin, Palabras de un rebelde)

No nos oponemos a desarrollar el pensamiento y la vida de tal o cual


militante, pero esta vez, para estos Cuadernos, lo haremos de otra
manera. No se trata de ponernos a tono con la moda de rechazar todo
lo pasado, siguiendo en el plan que nos prepara la publicidad capitalista,
sino todo lo contrario. Ver, con el tiempo, cómo importantes aportes
son apartados u olvidados, como si los años los desgastaran, como si
les restaran su importancia, es reconocer un síntoma del desprecio por
nuestra historia como clase. Incluso en esto se ha metido la dinámica
mercantil del capitalismo y la modernidad: el repliegue de mercancías
antiguas ante la última novedad, todos a tirar a la basura antiguos
aparatos ante la apabullante aparición de un nuevo producto estrella.
Es sorprendente cómo no solo se utilizan los tiempos mercantiles,
sino que esta ley literalmente dicta cómo producir ideología. Tal
cual se tratase de una mercancía, estos mercenarios del pensamiento
y la acción intentan “vender” su ideología: desafilando la crítica para
aparentar ser más agradables con este mundo, utilizando los concep-
tos y clichés a la moda por más errados que estén, recayendo en el
lugar común que presenta como problemas a las consecuencias del
capitalismo y no sus verdaderas causas, tal cual lo hacen los medios
masivos de comunicación o esa masa heterogénea, en el peor sentido
de la palabra, llamada “opinión publica”.
Contra el Estado y la mercancía  |  21

Podríamos ser más amables al criticar este mundo… podríamos


decir aquí, por ejemplo, que el problema es la “sociedad de consumo”
(y no la mercancía), o la falta de igualdad, o la corrupción, o una fase
del capitalismo (léase imperialismo) y no el capitalismo y el sistema de
relaciones que impone la necesidad económica en sí. Más aún, podría-
mos presentar de manera aislada, estática y ahistórica los problemas
de cada aspecto particular de la totalidad, cosa que reformistas de
cualquier categoría aman hacer, escuchar y leer. Sin embargo… ¿Qué
habríamos logrado? Quizás más adeptos, más simpatía para con noso-
tros, y una cosa segura: seguir dando vueltas en círculos chocándonos
simpáticamente las cabezas para llegar a ningún lado.
Pero nosotros, proletarios, no necesitamos este plan. Poco cam-
bian las relaciones capitalistas con el discurrir del tiempo, porque se
mantiene lo esencial: la explotación de unas personas por parte de
otras. Por lo tanto, toda nuestra producción histórica es necesaria,
útil, imprescindible. Hay que retomarla y hacerla circular para que
la acción de nuestra clase no sea estéril. Se debe, eso sí, criticarla, me-
jorarla, profundizarla, llevarla más allá y más acá; eso es lo que nos
permite el desarrollo histórico. La relación con la práctica de estas
ideas es lo que mayormente nos permite superar estos textos, en
sus contradicciones, en sus fallas y en los que suponemos aciertos.
Y cuando hablamos de materiales históricos, hablamos tanto de
los de hace 200 años, como los del año pasado. Las afirmaciones y
negaciones revolucionarias de un Bakunin, un Marx, un Durruti, un
Debord y tantos otros provienen del seno de la lucha, son fruto de ella,
son una expresión del comunismo y la lucha anárquica.
Separar esas afirmaciones y negaciones de la lucha proletaria, cuando
esas afirmaciones son fruto y expresión de la lucha, solo puede hacerse
desde la separación socialdemócrata de la lucha en teoría y práctica
que, lejos de ser un problema de terminología, esconde detrás toda una
concepción diferente de cómo luchar y cómo se entiende la revolu-
ción. Como si ésta fuese obra de pensadores que introducen una idea
en las masas desorientadas, esas masas que ponen el cuerpo mientras
otros ponen su mente, una separación curiosamente muy parecida a
otra: la religiosa entre alma y cuerpo. ¡Cuánta semejanza existe con
la concepción de que el alma puede existir sin el cuerpo! Es decir que,
22  |  Cuadernos de Negación

según estas personas automutiladas —filósofos e historiadores, utópicos


y filántropos— puede existir la anarquía como bello ideal abstracto
sin que haya personas que la lleven a cabo.5
El esfuerzo de aquellos militantes revolucionarios que han redactado
libros, panfletos y octavillas partiendo de la necesidad de su época
es por demás de importante aún desde el presente. Contribuyen, en
un sentido programático,6 a una especie de “tomar y devolver” a su
propia clase, pero nunca un “inventar”. Si a lo largo de estos artícu-
los señalamos de quiénes hemos tomado las citas publicadas, no es
porque estas sean “más verdaderas” por el prestigio7 de quienes las
hayan formulado: lo hacemos porque puede abrir enlaces a los textos
y/o autores expuestos.
Como en todos los casos en que publicamos citas, textos, panfletos
o fragmentos, dicha inclusión no implica en absoluto una reivindi-
cación acrítica de los mismos, sin importar a quién pertenecieron
esas palabras, los militantes que las escribieron o las organizaciones
de las que formaron parte. Constituiría el más puro idealismo el
pretender que un individuo, en un momento dado, haya podido
afirmar todo el proyecto de la revolución, y que en plena sociedad
capitalista no podamos estar influenciados, al menos mínimamente,
por la ideología burguesa.

5 No podemos dejar de hacer mención, en todo esto, de la separación entre trabajo


manual e intelectual, que no solo nos mutila como seres humanos, sino que
incluso ha calado profundamente en nuestra clase, imponiéndose toda una serie
de separaciones entre dirigentes y dirigidos, entre intelectuales y activistas, entre
los portadores de conciencia y los ignorantes que solo podrían luchar por mejoras
inmediatas.
6 Programa que comprendemos de manera tal que englobe objetivos y la manera
de llevarlos a cabo, pero que de ninguna forma puede ser reducido a un texto, una
plataforma o programa formal, ni a cien, sean cuales sean. El programa revolucio-
nario, no es otra cosa que el conjunto de consecuencias prácticas del antagonismo
social y de su desarrollo hasta la revolución proletaria mundial y la destrucción
del Capital y su Estado. «Un paso adelante del movimiento real es más importante
que una docena de programas» afirmamos históricamente.
7 Prestigio teórico que aman poseer los intelectuales y sus ávidos lectores, y prestigio
organizacional para el así llamado “hombre práctico”.
Contra el Estado y la mercancía  |  23

Entonces, lo subrayamos: la teoría revolucionaria8 es consecuencia


de las luchas llevadas adelante por los mismos explotados y oprimidos,
cuando sintieron la necesidad de organizarse para acabar con lo que
los convertía en esclavos, y no la obra de alguna o algunas mentes.
«El anarquismo —escribía Malatesta— desde sus orígenes no tiene
ningún vínculo necesario con ningún sistema filosófico. El anarquismo
nació de la rebelión contra las injusticias sociales. Cuando algunos se
propusieron abatir al Estado y a la propiedad, allí nació el anarquismo.»
«Para nosotros —escribían Marx y Engels en La ideología alemana—, el
comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha
de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento
real que anula y supera al estado de cosas existente.»
Más allá de los “ismos” y de los autores nombrados (a los cuales
podemos realizar una infinidad de críticas despiadadas), está claro
que lo que queda por hacer es enorme y solo podrá ser llevado a cabo
por la realización misma de la revolución social, y no por la reflexión
acerca de ideologías, libros y publicaciones… Pero esta situación a
ciegas se nos presenta como otro obstáculo a superar.

«Nosotros no tenemos nada que venderle a nuestros hermanos de clase,


nada con qué seducirlos. No somos un grupúsculo compitiendo en
prestigio e influencia con los demás grupúsculos y partidos que dicen
representar a la clase obrera, y que pretenden gobernarla. Somos pro-
letarios que luchan por autoemanciparse con los medios que tienen
a su alcance, y nada más.» (de la autodisolución del Núcleo de Ira.
Marzo del 2006, Chile )

8 «Las teorías no están hechas más que para morir en la guerra del tiempo: son
unidades más o menos fuertes que hay que emplear en el combate en el momento
justo; y sean cuales sean sus méritos o sus insuficiencias, ciertamente no se puede
emplear más que aquellas que están ahí a su debido tiempo. Así como las teorías
se deben reemplazar porque se desgastan con las victorias decisivas, más aún que
con las derrotas parciales, así ninguna época viva ha salido de una teoría (…) [La
revolución] de ningún modo es una ciencia positiva y dogmática, sino un arte
sujeto a algunos principios generales y, más aún que eso, un drama apasionado.»
(Guy Debord, In girum imus nocte et consumimur igni)
24  |  Cuadernos de Negación

¿Comunismo? ¿Anarquía?

«Queremos acabar con el capitalismo y eso no se consigue


simplemente llamándose de una forma u otra, como
quien invoca un extraño conjuro.»
(Grupo Ruptura, ¿Comunistas o anarquistas?)

«El comunismo no es una sociedad que alimentaría


adecuadamente al hambriento, cuidaría al enfermo,
alojaría al que no tiene casa, etc. No puede basarse en
la satisfacción de las necesidades tal como existen hoy
o incluso como podríamos imaginarlas en el futuro. El
comunismo no produce suficiente para cada cual y lo
distribuye equitativamente entre todos. Es un mundo
en el que la gente entra en relaciones y en actos que
(entre otras cosas) dan como resultado que sean capaces
de alimentarse, cuidarse, alojarse… ellos mismos. El
comunismo no es una organización social. Es una
actividad. Es una comunidad humana.»
(Gilles Dauvé, Declive y resurgimiento
de la perspectiva comunista)

Actualmente, puede sorprender a muchos agitar por el comunismo y la


anarquía, ya que ambas categorías están impregnadas (y no sin motivo)
de demasiada basura y algunos hasta las consideran antagónicas. Más
allá de los rótulos y lo que se dice, existe la realidad de lo que se
hace: definirse como comunistaanarquista no significa que nuestra
praxis necesariamente lo sea.9 De la misma manera, la actividad revo-
lucionaria no necesariamente es llevada adelante por individuos que
se definen revolucionarios. De hecho, la mayoría de las personas que
9 Incluso en nuestra historia los revolucionarios se han llamado a sí mismos o los
han denominado de diferentes maneras: ludditas, comunistas, socialistas, nihilistas,
anarquistas, libertarios, situacionistas, encapuchados y hasta liberales (como el grupo
en el cual participaba Ricardo Flores Magón). Con estos adjetivos también se ha
nombrado a diferentes reformistas y burgueses. Si bien, estas categorías quieren
tender a mejorar la comunicación y el entendimiento, muchas veces logran todo
lo contrario.
Contra el Estado y la mercancía  |  25

participaron de los intentos revolucionarios no se autodenominaban


de ninguna forma.
Los ejemplos sobran: gran cantidad de autodenominados comunistas
cacarean sobre su internacionalismo y posición de clase, pero cuando les
toca poner en juego aquello, no hacen más que ubicarse en alguno de
los dos bandos en las guerras capitalistas (preferentemente de la nación
que consideran más oprimida o menos desarrollada para justificar ese
“mal menor” que es el antiimperialismo). Otros, autodenominados
comunistas, pueden también afirmar la necesidad de destrucción del
Estado, pero en su propia práctica asumen la defensa del mismo hasta
el extremo, participando repetidas veces en elecciones parlamentarias
o presionando al Estado una y otra vez para que cumpla su función.
En definitiva: a mantenerlo en pie, posponiendo su destrucción para
el día del nunca jamás.
Así también, algunos otros autodenominados anarquistas, supues-
tamente irreconciliables con el Estado, han llegado a ocupar puestos
en el gobierno de la República en la España del 36. Asimismo, existen
ejemplos más autóctonos y más ninguneados como los “anarquistas
K”10 que apoyan activa y “críticamente” al gobierno de los Kirchner
en la región argentina.
Entonces, lo aseveramos: reconocerse de tal o cual doctrina no
garantiza nada.
El comunismo y la anarquía no son simplemente “objetivos” a
alcanzar, son formas de actividad y relaciones sociales, que se ma-
nifiestan como tendencia y como necesidad en las luchas reales y
concretas contra el Capital y la vida alienada en general. No son
ideales a aplicar, por el contrario, son el movimiento real de lucha de
destrucción de esta sociedad. Mediante el comunismo y la anarquía
no se pueden dar soluciones a los problemas del capitalismo, no se

10 Para mayor información, leer el reportaje realizado a Federico Martelli en la revista


Veintitrés de febrero del 2007, titulado Los anarquistas de Scioli donde puede leerse
por ejemplo: «Tengo formación anarquista, socialista y peronista. Trato de rescatar
de cada uno lo mejor. Rescato de la ideología libertaria el amor por la libertad.
Del peronismo la profunda transformación que realizó. Partidos puede haber un
montón, lo importante es cuál es el movimiento nacional que represente a los
trabajadores.» (¡¡!!) Extraído del nro. 42 de la publicación ¡Libertad! (del grupo
del mismo nombre).
26  |  Cuadernos de Negación

propone que sea más racional o moderno, esas son las bases del viejo
mundo y justamente se las quiere destruir. Mejorarlas es la tarea del
reformismo y no de los revolucionarios. Esperando las respuestas a
los interrogantes de este mundo, una y otra vez nos preguntan «¿pero
cómo es la sociedad que ustedes proponen?»… no están fallando las
respuestas, está fallando la pregunta.
Comprendemos que décadas y décadas de contrarevolución y pa-
sividad a cargo de “comunistas” y “anarquistas” provocan desagrado
por esos conceptos: los países llamados “comunistas”, grupúsculos
nacionalistas, populistas, stalinistas, troskistas, leninistas, maoístas,
por un lado; y liberales, artistas, oportunistas, pacifistas, intelectuales,
punks narcotizados, hippies adictos al consumo de miseria y demases
vómitos de la subcultura, por el otro… solo han servido para obstacu-
lizar el desarrollo de las herramientas para la autosupresión de nuestra
clase. Pero, así y todo, nos negamos a despreciar todo el arsenal del
movimiento revolucionario, ya que es parte de nuestra historia y no
permitiremos que quede en manos de los imbéciles de siempre.
Entendemos la actividad revolucionaria como una tensión,11 ya que
excede lo que podría ser una filosofía, una teoría política o hasta una
práctica: es un modo de concebir la vida, de involucrarse en lo que se
intenta transformar. Por ello cambiamos en lo personal, aunque ese no
sea el objetivo final, simplemente sucede, aunque pueda descalificarse
como una “contradicción” con la cual se convive. Este concepto es muy
discutible porque esta contradicción no aparece desde el momento
en que se asumen un conjunto de posiciones. Asumimos posiciones
revolucionarias porque las mismas contradicciones nos llevan a ellas.
Quienes piensan que es al revés, están siendo presos de la ideología,
creyendo que uno debería hacer las cosas de determinada manera al

11 «He aquí lo que diferencia a un hombre político de un revolucionario anarquista.


No las palabras, no los conceptos, y, permitidme, bajo ciertos aspectos ni siquie-
ra las acciones, porque no es su extremo concluirse en un ataque —pongamos
radical— lo que las califica, sino el modo en que la persona, el compañero que
realiza estas acciones, consigue convertirlas en momento expresivo de su vida,
caracterización específica, valor para vivir, alegría, deseo, belleza, no realización
práctica, no la realización de un hecho que mortalmente se concluye en sí mismo
y determina el poder decir: “Yo hoy he hecho esto”.» (Alfredo Maria Bonanno, La
tensión anarquista)
Contra el Estado y la mercancía  |  27

identificarse con determinado movimiento. De hecho, las ideologías


no aportarán en ese sentido más que la sensación de pertenencia y
movimiento que sin más que la adhesión conducirían a la revolución
final. Lo que se quiere dejar en claro, al fin y al cabo, es lo siguiente:
no estamos en contradicción con esta realidad por los libros que lee-
mos, es decir, no estamos en contradicción por ser comunistas y vivir
en el mundo de la propiedad privada, no estamos en contradicción
por ser anarquistas y vivir bajo el ojo de dios y el pie del gobierno.
Estamos en contradicción porque somos asalariados, explotados
y oprimidos en todos los aspectos de nuestras vidas, y es eso lo
que nos empuja a luchar. Podremos reconocer más claramente esa
contradicción entre la vida y lo que atenta contra ella, pero jamás
salirnos de la realidad gracias a la ideología. Al fin y al cabo todos
vivimos en el mismo mundo.
La sola idea de ser libres en un mundo de esclavos es inadmisible,
pero también es inadmisible la justificación de conductas de mierda
enmascaradas en supuestas “contradicciones ideológicas” que sí son
solucionables como la coherencia entre medios y fines, la solidaridad,
etc. La realización del individuo en un sentido inmediato12 también
lo es, porque pareciera ser que la propaganda capitalista ha dado
sus frutos: lo queremos todo acá y ahora, y si algo no nos lo propor-
ciona no lo compramos… Sí, ¡compramos! porque a veces hasta se
comprende a la teoría–practica revolucionaria como una mercancía
más, que puede (y debe) agradar, dar identidad, con la que se puede
simpatizar y finalmente abandonarla cuando nos da la gana, total es
una parte separada de nuestras vidas de la que podemos prescindir
cuando sea necesario.
Pero nosotros, al igual que muchas personas, hemos entendido que
«la revolución no tiene sentido más que como transformación de
lo cotidiano, aunque lamentablemente esto se ha malinterpretado
al creer entonces que una transformación de lo cotidiano equival-

12 Aquí vuelve a aparecer la visión moderna del mundo, donde todo es instantáneo…
en el imaginario revolucionario muchas veces se comete el error de querer usar
como sinónimos espontáneo e inmediato. En realidad, espontáneo hace referencia
a que esto se lleva adelante sin agentes externos que lo provoquen, y no por la
rapidez inmediata (o no) con la que se realiza el acto revolucionario.
28  |  Cuadernos de Negación

dría a una revolución.» (Dauvé, op. cit.) Esto último se asemeja a las
ya no tan nuevas corrientes new age, que nos dicen que podemos ser
felices y realizados si tenemos “paz interior”, solo que algunos piensan
lo mismo si tenemos “revolución interior”. Revolución interior, que
creemos necesaria e inevitable, como paso fundamental, pero que nos
excede en el mismo instante porque no es un invento personal que
fluye desde cada uno. Es quizás un aspecto de la lucha revolucionaria,
que puede comenzar modificando algunos aspectos de nuestras vidas
y luego empujándonos a tomar protagonismo en la extensión de esos
cambios en la totalidad del mundo. Ya que solo podemos realizarnos
como personas particulares en la medida en que nos relacionemos
con las demás personas.
«Los que hablan de revolución y de lucha de clases sin referirse
explícitamente a la vida cotidiana, sin comprender lo que hay de
subversivo en el amor y de positivo en el rechazo de las obligaciones,
tienen un cadáver en la boca» afirmaba Raoul Vaneigem y en ello se
han escudado tanto él como otros “reformadores de la vida cotidiana”.
Nosotros proponemos entender esa afirmación comprendiendo su otra
cara: que quienes hablan de transformar la vida cotidiana sin referirse
explícitamente a la revolución y a la lucha de clases, sin comprender
lo que hay de subversivo en la acción individual pero a la vez social
y de positivo en el rechazo de las ideologías individualistas, también
tienen un cadáver en la boca… Ambas afirmaciones son verdades, pero
separadas son solo verdades parciales. Nuestra mayor fuerza reside
en la globalidad de nuestra implicación, en nuestra adhesión no a
un grupo, subcultura, ideología o jefe… sino al movimiento real de
abolición de todo lo que nos hace ajenos a nosotros mismos. «Lo que
convierte a una lucha en global y universal no es su generalización y su
generalidad, sino su radicalidad; es decir si es transgresiva, subversiva,
si atenta contra la totalidad del sistema, contra su legitimidad. Aunque
parcial, local, puntual, esta lucha contra cada aspecto de la violencia
capitalista adquiere, si es radical, un carácter total. No apunta a una
distribución distinta del poder, sino a su destrucción. No pretende la
estatización de los medios de producción, sino la destrucción del valor
de cambio y la gratuidad del don.» (Revista Etcétera, Glosa marginal a
las “Glosas críticas marginales”)
Contra el Estado y la mercancía  |  29

Post data

No es nuestra intención adherir o contribuir a esos híbridos llamados


“marxismo libertario” o “anarcomarxismo”, no estamos armando
ningún rompecabezas, ni añadiendo fragmentos de Marx a Bakunin
(o viceversa), sino que tenemos en cuenta a algunos anarquistas y a
Marx (y a unos pocos considerados marxistas) como ellos tuvieron
que valorar a ciertos revolucionarios del pasado para poder avanzar.
Por un lado, bajo la categoría de “anarquismo” se han nombrado,
como ya dijimos, diversas corrientes y concepciones del mundo incluso
antagónicas, quizás por su propia falta de una guía o una doctrina más
rígida. Lo que afortunadamente ha permitido a algunos anarquistas
avanzar verdaderamente sin la pesada carga de esa “sagrada familia”
de pensadores y dogmas, a otros les ha permitido tomarse la libertad
de llamar anarquismo a lo que les vino en gana. Por otro lado, los
marxistas han hecho con los textos de Marx, quien manifestó expresa-
mente «yo no soy marxista», también lo que les vino en gana. Entonces,
agregar un “ismo” tras el nombre de una sola persona, aunque ésta ya
se encuentre muerta, tampoco garantiza nada.
Ya desde los inicios del movimiento obrero, ambas corrientes histó-
ricas contenían su expresión reformista y su expresión revolucionaria,
pero pareciera que actualmente en vez de reflexionar sobre sus puntos
fuertes se reivindican sus debilidades, y no solo por parte del rival de
cada una de ellas para el triunfo de su ideología en alguna discusión
mediocre, sino también desde el “ista” en cuestión. En su momento,
haberse denominado bakuninistas o marxistas no permitió llegar a
superar a ambas ideologías, y hoy esa división nos llega arrastrándose
desde el pasado y cada vez más putrefacta. Nuestra ventaja de conside-
rarlas como ideologías está en que queda así muy clara la necesidad de
superar lo que esa división tiene de falso problema. Coincidimos con
Debord cuando sostiene que cada una de ellas contiene «una crítica
parcialmente verdadera, pero perdiendo la unidad del pensamiento de
la historia e instituyéndose ellas mismas en autoridades ideológicas».
«Si nos subordinamos a un “ismo”, seremos menos críticos con él
que con los demás, ya que subordinaremos toda nuestra actividad
(incluyendo nuestra crítica) a la victoria del “ismo” por el cual hemos
30  |  Cuadernos de Negación

tomado partido. Nos convertiremos en guardianes de ese “ismo”, en


conservadores de esa tradición específica.» (Ricardo Fuego, La propa-
ganda subversiva y los “ismos”)
Una corriente puede haber comprendido que el Estado debe ser
abolido a como dé lugar, la otra habrá comprendido cuáles son las
razones que llevan a instituir un Estado y para qué existe, por ejemplo…13
entonces ¿qué vamos a hacer? ¿cada uno defender su “ismo” en com-
petencia con el otro, para así cada uno tener una verdad parcial que
separadas jamás llegarán a ningún lado?
Decimos que no llegarán nunca a ningún lado por separado pues
así lo muestra nuestra experiencia histórica. Muchos de los que han
podido comprender la naturaleza histórica del Estado, su base material
de surgimiento con el desarrollo del valor, han pretendido controlar a
este último a través de la conquista del Estado. Por otro lado, muchos
de los que siempre se opusieron al Estado, no comprendieron cómo
debía hacerse para terminar con él, es decir, atacando a sus mismas
bases de existencia: la producción mercantil, el intercambio, el valor.
Con esto remarcamos una vez más la necesidad de una perspectiva de
la totalidad, lo fragmentado sencillamente no funciona.
No podemos partir desde la ideología, sea aferrándonos a un “ismo”
o a varios. Incluso aquellos que pretenden tomar lo “mejor” de cada
ideología no hacen más que reproducir las mismas debilidades de
siempre sin profundizar en los balances y las debilidades históricas de
nuestra clase. No se trata de volver a unir lo separado, sino de romper
la separación misma. No se trata de ideología, se trata de la teoría
del proletariado como resultado y exigencia práctica de su lucha por
autosuprimirse como clase.

13 Cualquier ejemplo siempre puede ser mal entendido, particularmente en este no


hacemos como algunos que pretenden complementar el “idealismo” del anarquismo
con el “economicismo” de Marx, fundamentalmente porque no caricaturizamos
a esas corrientes con esos estúpidos y erróneos adjetivos.
Contra el Estado y la mercancía  |  31

Clases sociales o la maldita costumbre


de llamar a las cosas por su nombre

«Proletario es una palabra usada para describir a la clase


trabajadora bajo el capitalismo. Somos todos quienes
en esta sociedad no contamos con una propiedad o
negocio del cual obtener dinero y por lo tanto tenemos
que vender nuestro tiempo y energía a un jefe o patrón.
En definitiva, nos vemos forzados a trabajar… y nuestro
trabajo es la base de esta sociedad. No somos una simple
categoría social, somos una maldita realidad. El trabajo y
la sociedad que se desarrolla en torno a él nos alienan y
hacen miserable nuestras vidas. Vivimos para “ganarnos la
vida” y la vida que “ganamos” la derrochamos en la lucha
diaria por sobrevivir sin satisfacer nuestros verdaderos
deseos y sus necesidades.»
(Cuadernos de Negación nro. 1, ¿Proletariqué?)

No es un invento filosófico, ni la resentida intención de dividir a la


sociedad en clases, como señalan los dedos acusadores del conformismo.
Las clases sociales se definen en la práctica, por su oposición y su
relación con la “producción”. Pero “producción” no en el sentido
económico de producción exclusivamente de cosas, sino en el
sentido global de reproducción de la especie, reproducción de la
explotación, reproducción de dos bandos irreconciliables —explo-
tadores y explotados—, reproducción de la propiedad privada y
de una masa siempre creciente de seres privados —privados, claro
está, por la propiedad de los otros— de todos los medios necesa-
rios para reproducir sus condiciones de existencia. Esa inmensa
mayoría de la humanidad que está impedida de vivir porque debe
“ganarse la vida” de una forma u otra. Aunque en su alienación no
se reconozcan como tales, aunque no comprendan esa contraposición.
Porque hasta cuando no suceden más que en un único lugar, las re-
vueltas y demás expresiones de rabia de los oprimidos están situadas
en el nivel de la totalidad porque son una protesta del ser humano,
sean muchos o pocos, contra la vida deshumanizada, en antagonismo
32  |  Cuadernos de Negación

con este mundo creado casi a medida de la clase burguesa. Así se da


la paradoja de que el Capital que contiene en sí todas las divisiones,
toda la competencia, todas las guerras y masacres, actúa como una
unidad frente a toda acción proletaria en cualquier parte, mientras
que el proletariado actúa separado y desunido frente al monstruo ca-
pitalista mundial. De esta forma, se reproduce la dominación general
del Capital y el proletariado es negado en su vida misma como clase,
como fuerza, como perspectiva y proyecto revolucionario.
En una sociedad dominada por la economía hay una clase que se ve
beneficiada por ese orden de producción y por eso defiende, perpetúa
y reproduce esas condiciones. El mundo es una mierda, tanto para
el burgués como para el explotado, pero este último sentirá incomo-
didad, hambre, dolor, sueño, insatisfacción de sus necesidades… el
burgués también, pero tendrá a sus manos los medios para apaciguar
su molestia o distraerla… El desarrollo histórico del Capital ha re-
querido, tanto para frenar la lucha como para generar nuevas esferas
de valorización, que algunos proletarios también puedan apaciguar o
distraer su malestar, aunque claro que siempre de manera más barata
con sabores que no serán los mismos que para el burgués. El punto es
que el mundo que se descompone es uno (tanto para el burgués como
para el proletario), pero el que está en condiciones más desfavorables
y que históricamente ha tomado conciencia de ello es el proletariado,
basta sentir una o varias necesidades para ello. Quien está en condi-
ciones más cómodas lo protege. El enfrentamiento abierto y directo
no es una condición en sí de la división de clases, es un motor para la
revolución; la lucha de clases no es la revolución, es su combustible.
Lo importante no es saberse proletario, sino saberse contra la
sociedad del Capital y saberse en comunión con otras personas que
son proletarios, esa es la llama capaz de encender el combustible…
La llama de un fósforo es débil, frágil como el proletariado, pero la
revolución ha de ser un fuego incontrolable.
Esto no es un llamado populista a la unidad, recordamos que: «El
proletariado no es débil porque está dividido, está dividido porque
aún es débil.» Esto quiere decir que solo cuando el proletariado sea
una fuerza en lucha con un posicionamiento revolucionario real se
llevará adelante una unidad de clase (en el sentido de coordinación,
Contra el Estado y la mercancía  |  33

no de grupúsculo o partido de masas) realmente digna de ese nombre,


comprendiendo que lo central es la acción y la situación de la clase,
y no la situación de las minorías. Minorías que hoy, de todas formas,
son fundamentales para intensificar las luchas.
El problema que se nos plantea, justamente como minorías, no es
el de obtener el mayor número de adherentes, sino el de permanecer
coherentes con los principios y valores que hemos asumido. Compren-
demos la necesidad imperiosa de la cantidad, pero no por ello podemos
despreciar lo cualitativo a favor de lo cuantitativo, ya que estaríamos
construyendo en base a la nada… Así, sucede que se construye en base
a la cantidad menospreciando la calidad, y poco tiempo después el
castillo de naipes se derrumba… pero no porque hubo errores en su
construcción, sino porque inicialmente se construyo con frágiles naipes.

Definiciones…

Cuando hablamos de “definición” no lo hacemos en el sentido que


le da la ciencia, la burguesía, un sentido meramente ideológico, con-
ceptual, sino en la forma de definición histórica, de determinación
práctica. Tampoco lo hacemos en la acepción ignorante de separar
o dividir estas “definiciones” en sus aspectos económicos, políticos,
ideológicos y sociales como si aquellos aspectos pudiesen ser tratados
como entidades separadas (¡que luego la ideología cree que articu-
la!); sino que toda nuestra concepción concibe a la totalidad como
calidad diferente de la suma de las partes. Los miembros y órganos
de un cuerpo, por ejemplo, no deben considerarse tan solo partes
de él, ya que lo son pero en relación con su unidad, con sus íntimas
e imprescindibles vinculaciones. Entendido así, cuando analicemos
esas partes por separado, asumamos que ya no estamos analizando un
cuerpo, sino a un cadáver.
Basta aislar un elemento para comprobar que en él se encuentra la
totalidad, que lo social, por ejemplo, es a la vez económico, ideológico y
político. No hay duda pues que no se trata de diferentes realidades o
estructuras sino únicamente de aspectos, de ángulos de percepción,
de una misma realidad (¡la única que existe!). Por eso nos sorprende
cuando los populistas dicen que los revolucionarios están alejados de
34  |  Cuadernos de Negación

la realidad, y nos preguntamos: ¿cómo podrían hacerlo? Este tampoco


es un problema de palabras, de malentendidos con el lenguaje, detrás
se esconde toda una ideología: al no poder transformar esa realidad
se la acepta tal cual es, con sus limitaciones y su putrefacción. Lamen-
tablemente, desconocen que los trabajadores revolucionarios no
están más separados de los demás trabajadores comunes, de lo que
estos ya están separados entre sí. Y no hablamos aquí de juntarse
solo físicamente, justamente en estos tiempos de cada vez más aisla-
miento, sino más bien del hecho de que, si bien existe en los mejores
de los casos un grado respetable de solidaridad y de comunicación,
esos mismos trabajadores (en actividad laboral o desocupados) están
aislados de su verdadera comunidad14 como seres humanos.
Asumirnos como proletarios nada tiene que ver con esos ridículos
esfuerzos por “construir identidad”. Nadie elige ser proletario. Uno
nace proletario como se nace esclavo, o bien, es proletarizado por las
fuerzas ciegas de la economía; y en ambos casos no hay nada de qué
enorgullecerse. Estar proletarizado no es ninguna virtud, no es una
condición que nos interese reafirmar ni defender, no nos complace
como a quienes “eligen libremente” su identidad entre las mil y una
opciones existentes para presentarse en sociedad. El único motivo de
orgullo para los proletarios es luchar contra el mundo de la propiedad
y del Estado, contra sus excrementos culturales y psicológicos, y contra
todos los que justifican la servidumbre en vez de denunciarla.
Aceptarse del bando proletario no supone aplaudir los actuales
rasgos mayoritarios de quienes son los oprimidos: religión, nacio-
nalismo, racismo, machismo y demás aspectos de la enajenación,
como gustan los populistas o como tal vez toleran con disgusto para
poder estar «firmes junto al pueblo».15 La más extrema injusticia de la

14 Comunidad en el sentido de actividad, de relación dinámica, de su “ser colectivo”


para ser más precisos. El ser humano se ha vuelto extraño a su propio ser genérico.
Es decir, que los seres humanos se han vuelto extraños los unos con respecto a los
otros, y cada uno de ellos se ha vuelto extraño a la condición humana. Una verda-
dera comunidad humana solo podrá afirmarse tirando abajo todas las separaciones
que el Capital nos ha impuesto como seres humanos a lo largo de su desarrollo
histórico.
15 El Pueblo: un eslogan más a través del cual la burguesía se amalgama con los ex-
plotados. El pueblo es un concepto amorfo utilizado muy bien por los demócratas
Contra el Estado y la mercancía  |  35

opresión social tiene más probabilidades de degradar a sus víctimas


que de ennoblecerlas. La cuestión no es alabar al proletariado, sino
abolirlo, y no puede ser abolido desde afuera. Hablar de revolución,
como transformación radical de la sociedad, como supresión del
capitalismo, es hablar de la autosupresión del proletariado como
clase… y no de la imposición de las actuales condiciones proletarias
a todo el mundo.
«[Comprendemos al] proletariado como nueva fuerza histórica en
relación con los esclavos, los siervos, los pobres, explotados y desposeí-
dos de épocas anteriores al capitalismo (antes del Renacimiento, pero
por sobre todo antes de la Industrialización). Y ello, no por amor a la
industria o a las fuerzas productivas (aunque la ambigüedad de Marx
y otros en torno a este punto sea innegable,16 aquí nos concentramos
en los puntos fuertes de su perspectiva, y no en sus debilidades), sino
porque el capitalismo es el primer sistema de explotación universal,
y se basa en un proletariado potencialmente revolucionario debido
a su existencia en el Capital, a su interrelación con el Capital, a la
“implicación recíproca” precisamente, que le da la capacidad de actuar
como sujeto de un cambio social radical, la capacidad de crear una
comunidad humana. A partir de la mitad del siglo XIX empezó a estar
claro el contenido del comunismo: abolición de la propiedad privada,
del Capital, del dinero, del trabajo, del Estado. Según esta perspec-
tiva, no hay ninguna diferencia fundamental que separe al minero

para desconcientizar nuestra clase introduciéndola dentro del contexto nacional.


Dentro del pueblo cabe de todo, explotados y explotadores, ejército, policía, cam-
pesinos y obreros, partidos y sindicatos, etc.
16 Aquí nos reconocemos en una ruptura fundamental con los revolucionarios que
obnubilados con los progresos científicos de su época atribuían un valor positivo
al crecimiento de los mismos, por el contrario ese desarrollo gigantesco de la pro-
ductividad en los tiempos modernos es lo que ha permitido al Capital constituirse
como falsa comunidad. El crecimiento de esa productividad equivale al crecimiento
ilimitado del aislamiento, de la masificación estandarizada, de la servidumbre, de
la prisión en que se encuentra sepultada la especie humana. Si cabe aclarar, nos
reconocemos también en ruptura fundamental con aquellos que consideran al
capitalismo como un sistema social progresivo, que ahora puede encontrarse en
su decadencia o descomposición. El capitalismo podrá ser progresivo, pero para sí
mismo. ¡No podemos confundir su progreso con el progreso humano! ¡De hecho,
se encuentran en contraposición! (Nota de Cuadernos de Negación)
36  |  Cuadernos de Negación

inglés o al artesano proletarizado parisiense de 1850, del asalariado


de un call–center en la India o del camionero californiano del 2004.
Si analizamos los factores que en 18impedían al minero y al artesano
proletarizado emprender una acción comunista, esos “límites objetivos”
(es decir, que no dependían de ellos sino que les eran impuestos por la
situación) también los encontraremos en el asalariado del call center
y en el camionero del 2004. Lo que ambos tienen en común (en
términos de posibilidad histórica y de impotencia e inercia social)
tiene infinitamente más peso que aquello que los diferencia. Esa
es la parte fundamental.» (Gilles Dauvé, Comunización: un “llamado”
y una “invitación”)

Proletariado y propiedad privada

Con la autosupresión de nuestra condición de proletarios desaparecerá


la antítesis que nos condiciona: la propiedad privada. No existe una
sin la otra.
«Os horrorizáis —dice Marx— de que queramos abolir la propiedad
privada. Pero en vuestra sociedad actual, la propiedad privada está
abolida para las nueve décimas partes de sus miembros; la misma
existe precisamente porque no existe para esas nueve décimas
partes. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad
que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de
la sociedad sea privada de propiedad.»
Del mismo modo que fuimos echados de las tierras, clavaron cuatro
palos, cercaron y luego dijeron “esto es mío”, están también cercando
cada vez más nuestra creatividad, destruyendo el conocimiento social,
fragmentándolo y patentándolo para que no podamos utilizarlo. Es
decir, la propiedad privada no solo se reduce a la privación de un
lugar donde vivir en particular, sino a la privación del vivir en
general.
La propiedad privada no ha existido siempre y no será eterna. Su
supresión, entonces, no es solo posible sino también necesaria para
la realización de una vida verdaderamente humana.
Contra el Estado y la mercancía  |  37

¿Transformarse o asumirse?

«El proletariado no denuncia la sociedad capitalista


desde el punto de vista de la Razón, la denuncia, en
su práctica, desde el punto de vista de su ser; y cuando
expresa conscientemente esta denuncia, lo que no es
“más que la forma ideológica en que toma conciencia del
conflicto”, no hace sino enunciar lo que es y el sentido
de lo que hace.»
(Pierre Guillaume, Ideología y lucha de clases)

No somos proletarios por considerarnos anticapitalistas o por tener


el overol de la fábrica puesto.
La producción capitalista no solo genera mercancías y plusvalor
sino que también produce dos clases irreconciliables: burguesía y
proletariado. La sola existencia del Capital significa explotación,
significa antagonismo de clases, por lo tanto, significa lucha de
clases, aunque no parezca serlo.
El Capital no es un monstruo lleno de maldad que anuncia: «voy
a explotarte, a separarte de los medios para realizar tu vida» y luego
ataca. Su ataque hacia nosotros (llevado adelante por los burgueses
y proletarios traidores —negados como clase— que se ganan la vida
reprimiendo a sus hermanos, o sea, por seres humanos de carne y hueso)
se materializa en el trabajo asalariado, en el dinero, en la propiedad
privada, en el Estado, en las leyes… es decir, en toda nuestra relación
de sumisión obligada para con esos “pequeños monstruos”. Eso es
lucha de clases, cruel y violenta para millones y millones de personas,
para la gran mayoría de este planeta. Es lucha de clases aunque los
intelectuales a la moda o ya en desuso no hablen de ello. Es lucha de
clases aunque no lo digan por la TV. Es lucha de clases respondamos o
no, y cuando respondemos, si lo hacemos para terminar con todo esto
o no… hagamos lo que hagamos estamos inmersos en ella; no estamos
en paz con nuestra humanidad, con nuestras verdaderas necesidades,
con nuestros más profundos deseos.
Cualquier lucha que se base en las necesidades humanas se
contrapone con la rentabilidad del Capital: es necesario asumir,
38  |  Cuadernos de Negación

entonces, lo que ya es en un principio, llevándolo hasta las últimas


consecuencias mediante la imposición de las necesidades humanas
a las necesidades de la economía burguesa. Luchas como las que se
llevan adelante por reclamos salariales, mejores condiciones de tra-
bajo, mejores condiciones en las zonas donde intentamos vivir o, tan
simplemente, cuando elegimos o deseamos dedicar nuestro tiempo
a nuestros seres queridos o a lo que nos gusta realizar en vez de estar
produciendo ganancias para la sociedad burguesa; son todas situacio-
nes donde estamos afirmando, quizás no con la suficiente fuerza u
ofensiva, la superioridad de nuestra humanidad frente a este sistema,
como cuando un oprimido destruye, roba o desvía la utilidad de una
mercancía, afirmando prácticamente la superioridad humana con
respecto a los objetos.17
Lamentablemente, esas reivindicaciones y momentos de nuestra exis-
tencia no asumen lo que realmente portan en su seno, no desarrollan
la potencia que contienen, no se apropian de su contenido revolucio-
nario. Peor aún, siguen obviando lo más importante: que la mayoría
de nuestras penurias son directa o indirectamente causadas por esta
manera mercantil de concebir la vida, y que sin atacar las verdaderas
causas seguiremos cortando ramas toda nuestra existencia, mientras
el verdadero problema seguirá latiendo en la raíz, ileso.18 Por ejemplo,
se siente injusto que nos exploten por menos dinero que a lo que a
otros trabajadores les pagan, pero no es una situación extraordinaria,
ni siquiera un exceso, es algo propio del capitalismo, por lo tanto, el
problema no es tal o cual patrón en particular, sino las dinámicas
capitalistas en general. Mediante la lucha podemos lograr que en ese
caso puntual eso no vuelva a suceder, pero seguirá sucediendo en cada
rincón del mundo mientras el capitalismo siga existiendo.
Por eso, como expresábamos párrafos antes, el posicionamiento
revolucionario no viene desde afuera, sino que es un impulso interno
y propio negado por nuestra alienación, que obviamente no hemos
elegido libremente. «Es un error creer que este sistema se perpetúa

17 Es en ese sentido que consideramos más correcto entender que las luchas deben
asumirse como acción revolucionaria, y no que deban transformase en…
18 Para ampliar sobre este tema se puede leer el texto Desvío y parcialización aparecido
en el nro. 13 de la publicación Disarmo.
Contra el Estado y la mercancía  |  39

solamente por la represión policial o por la “traición” de los jefes polí-


ticos y sindicales. El principal obstáculo para una sociedad liberada es
que la inmensa mayoría de los explotados “acepta” (ya sin el esfuerzo
de decir que sí) las normas y valores de esta sociedad: las relaciones
jerárquicas, el trabajo asalariado, la pasividad y la ignorancia.» (Correo
Proletario —segunda época— nro. 1)
Los revolucionarios han constatado más de una vez que esa deter-
minación histórica general hacia la revolución social no es inmediata
ni lineal, y que puede ser retrasada, condicionada, desviada por mu-
chísimos factores de orden político, ideológico, religioso, cultural,
etc. Esto explica que en condiciones materiales impresionantemente
catastróficas, como las actuales, la protesta contra dichas condiciones
no se asuma directamente, como quisiéramos, como acción organizada
para la destrucción del capitalismo, con pequeños pasos adelante que
se convertirían en grandes y determinantes en lo inmediato si se fuera
a la raíz. Por ejemplo: en vez de defender “nuestra” fuente de trabajo
deberíamos pasar a defendernos a nosotros mismos, a defender nues-
tra fuerza de trabajo, a que no nos revienten psíquica y físicamente,
a que no nos vuelvan locos, a que no nos humillen, a que no nos
maten, a arrancarles mejores condiciones para nosotros como clase,
defendiendo siempre la perspectiva revolucionaria, la necesidad de
terminar con el trabajo.
«Lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o que el
explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los ham-
brientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la
huelga.» (Wilhelm Reich, Psicología de masas del fascismo)
En estas condiciones hay diferentes tipos de movimientos sociales
del proletariado, desde las simples protestas, huelgas o manifestaciones
callejeras que responden a tal o cual partido, sindicato, gobierno (o su
oposición), hasta movimientos mucho más generales y violentos que
atacan a todos los partidos y fuerzas del capitalismo en presencia y que
en los hechos están mostrando una tendencia mucho más general a
atacar todo el orden burgués.
El reciente ejemplo en la región griega que ha comenzado en di-
ciembre del 2008 es muy ilustrativo sobre este tema: no se pedía que
renuncie tal o cual gobierno o que bajen los precios, sino que la
40  |  Cuadernos de Negación

lucha se convirtió en una crítica práctica de toda esta sociedad ¡y


hasta de la normalidad capitalista! Lucha que fue agudizándose y
rompiendo divisiones luego del asesinato por manos de la policía del
joven Alex, pero que venía desde antes con la de los inmigrantes sin
papeles, con los motines en las cárceles, con la de los trabajadores, con
la de los estudiantes, con la de los “encapuchados”. Si bien, no nos
agrada usar esos términos, logramos hacernos entender: esas mismas
categorías que gustan usar sociólogos y periodistas fueron enterradas
en la misma práctica de la lucha. La extensión y generalización de la
revuelta a todo el país y los propios comunicados que proclamaron el
carácter proletario, internacionalista y revolucionario de la revuelta no
dejaron lugar a dudas a los otros proletarios, no solo en Grecia, sino
en otros países, sobre el carácter unitario, es decir radical, de su lucha.
Recuperando los alimentos hechos por nuestros hermanos, tomando
las universidades para reunirse, enfrentándose a la policía, recuperando
las calles para las asambleas y los combates, actuando fuera y contra
partidos y sindicatos: de esta manera procedieron en Grecia. Asumiendo,
como decíamos antes, el carácter internacionalista de la lucha contra el
capitalismo bloqueando el puerto privado de Astakos, desde donde el
Estado de EEUU enviaría unas tres mil toneladas de munición al Estado
de Israel para el ataque al proletariado que sobrevive en la Franja de
Gaza. Unos días después el Estado de EEUU comunicaba a Israel sobre
la cancelación del envío; pero los luchadores en Grecia, en Palestina y
en el mundo sabíamos bien que nuestros enemigos prefirieron parar el
envío (y tal vez hacerlo de otra forma o utilizando otra vía) que hacerlo
en contra de la solidaridad proletaria internacional, pues esto último
hubiese provocado una violencia muy clara de clase contra clase a nivel
general y, a su vez, hubiese dejado evidencia a nivel internacional de
que solo la lucha revolucionaria del proletariado puede parar las
guerras, las represiones y masacres estatales, dejando en ridículo
todos los discursos y manifestaciones pacifistas. No es entonces la
falta de internacionalismo del proletariado en Grecia que impide la
extensión, sino al contrario, es la inconsciencia de internacionalismo
del proletariado en los otros países que marca los límites objetivos
de la revuelta griega. Desde Grecia el proletariado hizo todo lo que
estaba a su alcance.
Contra el Estado y la mercancía  |  41

¿Y nosotros cómo podemos solidarizarnos con “su” lucha? Luchan-


do y organizándonos contra “nuestra” propia burguesía en “nuestra”
propia región, asumiéndonos como el movimiento real que anula y
supera el actual estado de las cosas.

Apariencia de inexistencia

A diferencia del proletariado, la burguesía cuanto más fuerte es, más


afirma que no existe, y su fuerza le sirve antes que nada para afirmar
su inexistencia, lo que la hace aparecer como inatacable. ¿Dónde está
esa burguesía? ¿qué dominación real ejerce sobre nosotros? ¿y de qué
manera? Parece ser un misterio… Así y todo es posible que se utilice
más a menudo la categoría de “burgués” que la de “proletario”, que
jamás es nombrada. Esto no es un misterio.
Existen montones de mecanismos ideológicos y distracciones va-
rias que no permiten reconocernos como lo que somos, explotados y
oprimidos. Estos mecanismos tienden generalmente a presentarnos
como opuestos y con diferentes intereses entre diversos sectores del
proletariado, conformando un complejo proceso ideológico contri-
buyente a mantener el régimen de explotación y opresión burgués al
disimular y hacer difuso a nuestro enemigo y presentar dividida, de-
bilitada numéricamente a nuestra clase. A la vez, se busca en muchos
casos borrar las fronteras de clase, con subterfugios ideológicos como
“clases populares” o a través del nacionalismo y las supuestas alianzas
con la “burguesía nacional” o sectores progresistas.
La ideología dominante, que no es más que la ideología de la clase
dominante, tiene entre sus objetivos el mantener al proletariado desor-
ganizado, negado como clase, o mejor aún, encuadrado y movilizado
al servicio de la burguesía. No por casualidad, las herramientas del
poder del Capital son siempre las mismas. La repolarización de la so-
ciedad en diferentes alternativas burguesas, del estilo derecha contra
izquierda, antifascistas contra fascistas, liberales contra antineolibera-
les, nacionalistas contra imperialistas, dictadores contra demócratas,
militaristas contra pacifistas, islamistas contra cristianos, republicanos
contra monárquicos. Se trata de reorganizar la dominación burguesa
que está en peligro mediante el antiguo método de transformar la
42  |  Cuadernos de Negación

rabia social contra la sociedad en rabia al interior de la sociedad,


la guerra social en guerra interburguesa, la bronca proletaria en de-
legaciones y negociaciones al interior del Estado, el cuestionamiento
de toda la sociedad en cuestionamiento de una forma particular de
dominación, la lucha contra el capitalismo en lucha contra una frac-
ción burguesa y a favor de otra.
Si el secreto de la revolución es la autonomía del proletariado,
la clave de la contrarrevolución es la atomización del proletariado
y su canalización dentro de la sociedad al servicio de la lucha de
tal fracción contra tal otra. Es cierto que más de una vez la lucha del
proletariado pudo coincidir en el tiempo y en el espacio, en enfrentar
un mismo enemigo, con alguna fracción de la burguesía, pero es solo
una coincidencia política (y, en tanto que política, limitada y parcial)
dado que la contraposición social contra sus propios explotadores
es permanente y por ello cada vez que esta misma lucha nos lleva a
afirmarnos como fuerza autónoma amenazando a la burguesía en su
conjunto, todas sus fracciones asumieron la misma política de terro-
rismo contra las expresiones revolucionarias.
A uno le hacen creer que no es proletario porque es empleado, el otro
cree que no lo es porque está desocupado, el de más allá se siente cam-
pesino en oposición al trabajador de la ciudad, otro se cree comerciante
porque es vendedor ambulante,19 muchos otros se sienten demasiado
jóvenes o demasiado viejos para ser proletarios, habrá también quien
por ser mujer se sienta menos concernida por la cuestión de su clase
o quien sienta la opresión racial como más determinante que la de
clase y en vez de sentirse proletario negro, proletario latino o proletario
amarillo, se siente negro, latino o amarillo… y para quienes superan
estas formas más elementales de negación inmediata de la realidad de
proletario habrá otras formas más político–ideológicas de esa misma
negación como el sentirse “antiimperialista”, “antineoliberal”, “palesti-

19 Una tendencia entre los vendedores ambulantes es diferenciarse entre “artistas”,


“artesanos” y vendedores, los dos primeros despegándose del último y peleando por
un lugar en el mercado callejero al son de su valoración como “agentes culturales”.
Lo que a muchos lleva, en ocasiones, a no sorprenderse de que de alguna plaza
echen a los vendedores ambulantes, pero a poner el grito en el cielo cuando se
echan a los “artistas”.
Contra el Estado y la mercancía  |  43

no”, “judío”, “cubano”, “de izquierda”, “francés”, “yanqui”, “aymará”,


“kurdo”, “croata”, “obrero de un país rico”, “feminista”, “antiracista”,
etc. Justamente esas negaciones del proletariado mismo son las que
consolidan la ideología burguesa del “verdadero proletario” que, como
se sabe, con sarcasmo lo definimos como: obrero industrial, hombre,
nacional y que mira con desprecio al lúmpen, al estudiante, al que
saquea, al inmigrante, a la mujer y a “todos esos negros”.
Perpetrado por la ideología dominante funciona el aislamiento de
quienes luchan. Gran cantidad de veces escuchamos en los medios
masivos de información cómo se nos reduce a diferentes categorías
que “olvidan” y separan a nuestra clase cuando anuncian diversos
conflictos que estallan en distintas partes del globo. «Ellos nos organi-
zan contra nosotros mismos y nos impiden organizarnos contra ellos»
afirmábamos en el primer número de Cuadernos.

El obrerismo es obsoleto

Teniendo en cuenta la importancia que tenía el obrero en los comienzos


de las grandes luchas proletarias, es comprensible que muchos hayan
buscado el “sujeto revolucionario” en los obreros y que “proletariado”
haya sido, en muchos casos, interpretado como un sinónimo. Sin em-
bargo, esto ya engendraba un grave error, ya que se veía al proletario
en tanto trabajador y reproductor del Capital, y no como su enterrador,
a la vez que se desestimaba, en muchos casos, la importancia de los
campesinos y se fortalecía la ideología del progreso capitalista con sus
monstruosas ciudades y fábricas, en oposición al “atraso” del campo.
Muchos obreros se sentían parte de ese desarrollo y a lo sumo querían
quitar a los burgueses del medio para gestionar y “disfrutar” ellos
mismos del progreso capitalista.
Hoy, continuamos sufriendo las debilidades de esa búsqueda obre-
rista, cuando es evidente que el obrerismo ha sido superado más por
el propio desarrollo de la producción capitalista que por los propios
proletarios en lucha, cuando todavía muchos se dejan encantar por
tan estúpida ideología. La ampliación cada vez más exacerbada de
las esferas de producción y de consumo, la disminución de la calidad
de los alimentos y las mercancías en general, la homogeneización de
44  |  Cuadernos de Negación

los hábitos y condiciones de vida, han evidenciado que la contradic-


ción esencial de esta sociedad es su reproducción misma, que nunca
se trató de oponer el trabajo al Capital, sino que son inseparables y
necesitamos destruirlos.
Es indudable que hay sectores estratégicos del proletariado que, dada
su capacidad de paralizar los centros decisivos de la acumulación del
Capital (gran industria, minería, transportes, comunicaciones), podrían
tener un papel realmente decisivo en una revuelta, pero no siempre
estos son los más decididos o los que más aseguran la generalización
de las mismas. En cambio, otros sectores como, por ejemplo, los
desocupados en general o, en particular, el proletariado joven que no
ha encontrado —o que sabe que no encontrará— comprador para su
fuerza de trabajo, juegan un papel decisivo en el salto de calidad del
movimiento, rompiendo con las divisiones sectoriales, desarrollando
el asociacionismo proletario.
Compartimos entonces un texto bastante ejemplificativo de Wildcat
titulado justamente Obrerismo:

«El obrerismo es una forma de ideología capitalista, endémica entre


los autodefinidos revolucionarios. Es una ideología que fomenta la
aceptación de la relación labor–sueldo entre individuos que se han
dado cuenta de la explotación que ésta conlleva. Es, por lo tanto, una
de las más elevadas formas de alienación.
La veneración por el obrero se encuentra en varias ideologías estatis-
tas, como el estalinismo y el nazismo. Los trabajadores son honrados
por su rol de constructores de la nación, el Estado y el Capital. El obre-
rismo venera el trabajo manual, el “trabajo con martillos”. Su visión
del proletariado es el “hombre musculoso”. Mediante el rechazo del
trabajo comercial y de oficinas, rechaza a una gran parte de traba-
jadoras asalariadas, revelándose a sí mismo también como sexista.
El obrerismo ha estado presente en el movimiento obrero desde el
principio. Las primeras sociedades obreras, de inspiración cristiana, ve-
neraban la honradez y el trabajo. Este moralismo linda con el obrerismo,
el bastión remanente de la ideología cristiana en el movimiento obrero.
(…) El obrerismo lidia con el fracaso histórico de su teoría no
mediante la corrección de su teoría sino mediante la falsificación
Contra el Estado y la mercancía  |  45

histórica, en cada caso el rol jugado por los no–obreros es denegado


o minimizado. La teoría revolucionaria en cambio analiza los eventos
reales para luego entender los momentos de debilidad en el capitalismo.
Los obreros productivos, según los obreristas, mantienen una
posición crucial debido a que pueden, dejando de trabajar, destruir
al capitalismo. En realidad la importancia de éstos está sobrevaluada,
debido a que la producción es solo una parte del ciclo acumulativo
del valor. Los trabajadores de las ramas de la comunicación y distri-
bución son también una fuerza poderosa. Una huelga de trabajadores
bancarios puede tener un mayor efecto para el Capital que una de
obreros automotrices. A su vez, una ola de disturbios urbanos puede
tener más efecto que ambas juntas.
La búsqueda de facciones cruciales dentro del proletariado, cuya
lucha se vea privilegiada, revela la perspectiva jerárquica que mantiene
el obrerista. Surge de la visión de que el comunismo es un programa
ya encuadrado que solo necesita de tropas para ser llevado a cabo. Esto
refleja la resaca del antiguo socialismo de la II y III Internacional en
sus facetas socialdemócratas, leninistas o sindicalistas.
Esta teoría ve a la lucha de clases como una guerra (burguesa) con
soldados y generales. El revolucionario profesional determina el pro-
grama y los obreros lo ponen en práctica.
El obrerismo y el intelectualismo son opuestos pero no se contra-
ponen, se complementan el uno al otro, el pensamiento y la acción
están separados, los trabajadores deben poner las ideas de los teóricos
en práctica. Los obreristas a menudo tienen su propia crítica de los
intelectuales y no para el mismo obrerista.
El sujeto revolucionario no son los trabajadores productivos, ni
siquiera los obreros: es el proletariado, aquellos sin poder social
o capital económico, que no tienen nada excepto sus cadenas
para perder. Además, los estratos no–proletarios pueden jugar un
rol totalmente activo en un contexto revolucionario si el proletariado
mismo está en actividad.
La meta del movimiento comunista, entonces, no es la de lograr el
Estado de los trabajadores: es la abolición de todas las clases sociales para
lograr la comunidad humana, creada mediante la lucha anticapitalista.»
46  |  Cuadernos de Negación

Trabajadores de la ciudad y del campo

Un proletario trabajador de la industria o un empleado, por ejemplo,


es convocado un día y se le dice que será promovido, que ya ha “paga-
do su derecho de piso” y que desde allí en adelante se encontrará un
puesto más arriba. Será una sorpresa constatar, a la semana siguiente,
el hecho de que solo gana unas pocas monedas más y que su trabajo
continúa siendo el mismo, con la salvedad de que, por supuesto, ya no
debe sentirse igual que sus excompañeros que trabajaban codo a codo
junto a él: se lo invita así, a participar en la ilusión de distinguirse de
sus compañeros de siempre.
Otro proletario que se desempeña en el campo se identifica más con
sus explotadores porque les dicen que todos serían gente de campo, lo
que invariantemente sirve para confundir y someter al proletariado
agrícola. Al poner al trabajador del campo en esa categoría, se lo aísla
de su hermano proletario de la ciudad y de los otros países. Esto es de
mucha utilidad para la burguesía ¡y cómo ha servido en el sobresaliente
conflicto interburgués “campo–gobierno” en la Argentina! Conflicto
que se trata, no nos olvidemos, tan solo de una disputa entre dos sec-
tores burgueses que, a pesar de disputarse ciertas políticas de Estado y
la riqueza, comparten esencialmente el mismo modo de producirla:
explotándonos.20
De la misma manera, tampoco los vendedores ambulantes de la
ciudad tienen conciencia de que en la práctica están vendiendo su vida,
su fuerza vital, a cambio de unas migajas que les permiten subsistir.
Entre los que se denominan “cuellos blancos”, la ilusión de no
pertenecer al proletariado es todavía peor. El hecho de que la produc-
ción se cosifique bajo formas más abstractas (servicios) con respecto al
trabajador manual contribuye a aumentar el espejismo. El oficinista
está convencido de que su trabajo es menos fatigante y destructivo que
el del obrero de fábrica, y de que no es comparable arruinarse la vista
(¡y mucho más!) mirando un monitor de computadora ocho horas
por día con la vida miserable de un minero. Pero no solo esto: para
20 Se puede ampliar sobre este tema con el panfleto: ¿Quiénes y cómo nos van a chupar
la sangre? Acerca del conflicto de intereses campo–gobierno del Grupo Anarquistas
Rosario.
Contra el Estado y la mercancía  |  47

hacer las cosas aún peores, el oficinista se basa en estas apreciaciones


para considerarse muy superior y diferente del otro, fallando en su
comprensión una y otra vez, ignorante de que la esencia de su vida es
exactamente la misma: la venta de sí mismo para poder subsistir,
al precio de arruinarse como ser humano.
Está también el maestro de escuela que porque modela cerebros en
vez de otras materias mercantiles cree que es menos proletario; o el
empleado del Estado a quien se le promete un empleo de por vida y
por eso cree tener, a diferencia del resto de su clase que vive la amenaza
permanente de la desocupación, el futuro asegurado, una seguridad
que lo situaría totalmente afuera del proletariado.

Estudiantes

Los escolares, los estudiantes o, en general, los sectores que no están


vendiendo su fuerza de trabajo ni siendo “directamente explotados”
se creen en general flotando entre las clases y, en caso de sentirse pro-
letarios, consideran serlo mucho menos que el obrero que vive al lado
o hasta ¡en su propia casa! Todo lo que socialmente se designa por
educación y cultura está destinado a producir trabajadores con
conciencia de ciudadanos, proletarios con ideología de “hombres
libres”, productores con la ideología de “consumidores”.
A los hijos de proletarios que van a la escuela primaria, secundaria
y/o a la universidad, que reciben además una buena dosis cotidiana
de televisión y van siendo así formados como fuerza de trabajo del
Capital. Se les oculta que son parte de una clase reproduciéndose
como esclava. Al mismo tiempo y paralelamente, se les va impo-
niendo, desde preescolar o los primeros años de escuela, elementos
indispensables para aceptar luego la disciplina de la oficina, la fábrica
o el supermercado: disciplina y orden escolar, horario de trabajo, re-
creación como corta suspensión entre dos tiempos de trabajo, volver
a la casa para reproducir sus energías para soportar más escuela y
luego más trabajo.
Así, el aprendiz de esclavo repite la frase que le impone su opresor
y que lo encadena: «estudio para poder trabajar en lo que quiera». De
esta manera, lo que el esclavo asalariado cree que es su libertad, son
48  |  Cuadernos de Negación

en realidad las leyes del mercado de fuerza humana, que se ofrece al


mejor postor para ser explotada. Esta creencia permite que la oferta
de fuerza de trabajo se adecue a las necesidades futuras del Capital,
que se expresará en la demanda de esclavos asalariados. Esos esclavos
preparando y afirmando su propia esclavitud asalariada serán tanto
mejores en la misma medida en que crean no pertenecer a la clase de
los explotados.
Incluso cuando los estudiantes de hogares proletarios entran en lucha
no rompen —o no lo hacen de manera suficientemente radical— con
toda esa ideología. Esa misma inconsciencia de clase, se cristaliza en la
pretensión de ser un movimiento propio: “el movimiento estudiantil”,
sin contar aquí la fuerza de las ideologías marxistas–leninistas u otras
que hablarán de un “movimiento pequeño burgués” y repetirán a
coro con toda la contrarrevolución que los estudiantes quieren tal cosa
o reclaman tal otra… ¡Como si pudiesen tener intereses propios de
estudiantes y nada más! Todas las ideologías sobre la originalidad del
“movimiento estudiantil” expresan los intereses de la clase dominante,
su deseo de que exista entre ella y el amenazante proletariado una ca-
tegoría sin clases que sirva de amortiguador, de colchón social. ¡Como
si en una época de esta vida los seres humanos pudieran reproducirse
sin pertenecer a ninguna de las clases! ¡Como si por el hecho de ir a
la universidad se diluyera la pertenencia a una clase social!21

Clase media

Hay una diferencia de forma, mas no de contenido, entre el individuo


que es explotado directamente por un burgués en una fabrica, empresa
o negocio y el que monta cualquier tienda, quiosco, huerta o cualquier
forma de vida que suponga —sin emplear a nadie— ganarse la vida
mediante la propia fuerza de trabajo sin encontrar a nadie directamente
dispuesto a comprarla. En ambos casos se trata de fuerza explotada por
el Capital para la valorización, en una el capitalista pone los medios
de producción y en el otro caso ni eso.

21 Para este tema recomendamos la revista titulada La Miseria: Publicación contra la


Universidad.
Contra el Estado y la mercancía  |  49

Están también aquellos empleados del servicio público que creen


que forman parte del poder del Estado y solo son un engranaje en su
funcionamiento. O los trabajadores de “cuello blanco” que nombrá-
bamos anteriormente. Estos sectores suponen tener intereses propios,
por sobre la lucha de clases, pero están tan fuertemente condiciona-
dos por la ingobernable dinámica de la economía como un simple
proletario obrero.
Resulta que para los liquidadores de nuestra clase, ser clase media
es pertenecer a esa burguesía ascendente que tanto sentimos nombrar,
pero al mismo tiempo, en un rapto esquizofrénico para nada inocente
o casual, incluyen también a quienes ganan un mísero salario y tienen
unos pocos ahorros. Del otro lado, se es proletario cuando se está en
la más estricta miseria. Entonces, según ellos… ¿hay que esperar a que
nos despidan del trabajo y vivamos en un basurero para ser proletario?
¡Claro que no!
El trabajador explotado no puede protestar, porque tiene un trabajo
que hoy es extremadamente difícil conseguir, el desocupado no puede
quejarse porque aún come y hay gente que ya no tiene para comer…
entonces los únicos con derecho a protestar son los muertos de hambre
que ya no pueden alzar su voz. Este discurso representa, sin más, el
acogedor sueño vigil de la burguesía, elevándose con disimulo sobre
el espacio aéreo de un seguro condominio en las afueras de la ciudad,
como una nube de perfume importado con aroma a sangre de proletario.
Entonces, lo reafirmamos: somos proletarios. Es verdad que nuestra
clase tiene enormes debilidades, que está infectada de ideología burgue-
sa que hay que exterminar, y también que hay proletarios en diferentes
niveles y condiciones de explotación. Pero somos proletarios todos,
y hasta que no nos consolidemos en fuerza inquebrantable seguirán
pasando siglos y siglos de delicado adormecimiento en las garras de
nuestros explotadores, quienes seguirán masticándose nuestras yugu-
lares hasta matarnos, para pasar a succionar entonces las de nuestros
hijos y las de los hijos de nuestros hijos por siempre jamás.
Existe una gran debilidad por parte de nuestra clase al reconocer en
numerosos proletarios a la clase media. Lo que deberíamos empezar
a realizar es una crítica a las debilidades de nuestra clase y dejar
de colocar nuestras debilidades como algo exterior a nosotros.
50  |  Cuadernos de Negación

Ciudadanismo

Si existe una mayor negación del proletariado como clase, mayor a los
conceptos raciales, religiosos, o que antes hemos nombrado (estudiantes,
campesinos, etc.) es la categoría de ciudadano, pseudo clase social que
nos desintegra en la apariencia de su integración. Esta categoría
completamente aclasista es un vómito de la ideología dominante, con
sus métodos para idealizar la realidad y su finalidad que pareciera ser
humanizar el capitalismo, como si fuera posible maniatar algunos de
sus tentáculos para volverlo “más justo”.
«Las raíces del ciudadanismo deben buscarse en la disolución del
viejo movimiento obrero, cuando ya ninguna fuerza se sentía capaz
de emprender la transformación radical del mundo y en vista de que
la explotación seguía su curso, era necesario que se expresara alguna
forma de contestación, ésta fue el ciudadanismo.» (Alain C., El impasse
ciudadanista. Contribución a la crítica del ciudadanismo)
La lucha proletaria trata de ser canalizada hacia la participación
política de los ciudadanos, que eligen a sus representantes. Aquellos
componentes que se sientan más “héroes” actuarán constantemente
para hacer presión sobre ellos, con el fin de que apliquen aquello para
lo que fueron elegidos. Naturalmente, los ciudadanos no deben en nin-
gún caso sustituir a los poderes públicos. Se les deja de vez en cuando,
en el extremo de su “radicalidad”, practicar la “desobediencia cívica”
(ya no “civil”, término que recuerda con excesiva incomodidad a la
“guerra civil”), para obligar a los poderes públicos a cambiar de política.
Para encubrir las diferencias entre pobres y ricos, las leyes y cons-
tituciones elaboradas por los legisladores de la clase dominante
pretenden que en realidad todos somos “iguales ante la ley”. Buscan
así que olvidemos nuestras diferencias de clase, por la posibilidad de
tener el derecho de votar o mayoría de edad. La ciudadanía es la
consagración del proletario convertido en individuo ideológica-
mente aburguesado (pues su condición económica sigue siendo
la misma). El ciudadanismo se desarrolla, además, como ideología
propia de una sociedad que no concibe la superación de este sistema.
Al ciudadano jamás lo dejan ver más allá de sus propias narices, pero
no contento con eso opinará sobre todo, intentando hacerse entender
Contra el Estado y la mercancía  |  51

por medio del miserable lenguaje que le han dado, diciendo que los
problemas son aislados y que sus razones son inmediatas (si es que
alguna vez concibe que pueda llegar a tenerlas). Cuando no opina sobre
la farándula, el clima o el fútbol, ama hacerlo sobre lo que comprende
como “problemas sociales”: es exactamente eso lo que lo hace sentir
un verdadero ciudadano.
Así, se quejará del tópico de moda, “la inseguridad”, y dirá, por
ejemplo, que le roban en todas partes, sin encontrar ni por asomo las
causas de ello en las relaciones capitalistas. Por esto mismo, jamás
se sentirá robado por el Estado al pagar impuestos, en su trabajo
por su patrón, o en el supermercado por las empresas; y cuando
le metan cámaras en su casa y vigilen todos su pasos o —gracias a sus
pedidos de políticas de “mano dura”— comiencen a meter personas
indiscrimidamente en las cárceles o directamente las asesinen por
“gatillo fácil” (en ambos casos, la mayor cantidad de víctimas siempre
son los proletarios), no sentirá que sus reclamos son una causa de ello
o que venía avalando esas políticas.
Cuando quiere ser bueno con la humanidad es aún peor y expone
propuestas como la tasa Tobin, un impuesto del 0,1% sobre el flujo
de capitales internacionales para paliar el hambre en todo el mundo.
Pero… ¿por qué los capitalistas querrían acabar con el hambre y la
pobreza en el mundo? Su inocencia e ignorancia no son dañinas por
irrealizables, son dañinas porque confunden y distraen con estupideces
a los proletarios que quieren transformar la realidad. «En todas las
revoluciones anteriores, —escribía Rosa Luxemburgo en 1918— los
combatientes se enfrentaban a cara descubierta: clase contra clase,
programa contra programa. En la revolución presente las tropas de
protección del antiguo régimen no intervienen bajo el estandarte de las
clases dirigentes. Si la cuestión central de la revolución fuera planteada
abierta y honradamente: capitalismo o socialismo, ninguna duda, nin-
guna vacilación serían hoy posibles en la gran masa del proletariado.»
El ciudadano comprende que la explotación existe, pero la en-
tiende «casi siempre como un trabajo precario y mal pagado, lo que
efectivamente es el caso de la inmensa mayoría de los asalariados del
planeta. Pero esta definición restrictiva implica que crear durante
seis horas diarias softwares educativos a cambio de un buen salario y
52  |  Cuadernos de Negación

en un ambiente que respete el entorno, sin ninguna discriminación


étnica, sexual o de género, en conexión con los habitantes del barrio
y las asociaciones de consumidores, ya no sería explotación.» (Gilles
Dauvé, ¿Qué anticapitalismo?)
Otra vez su confusión de desear un mundo con trabajo asalariado
para todos es nociva y su base es el desconocimiento, porque el capita-
lismo no podría existir si todos fuésemos explotados “de buena manera”
y en trabajos relativamente sanos. Bajo estas supuestas condiciones,
no existiría ese ejército de reserva tan necesario para los capitalistas y
desaparecería el miedo a perder el trabajo, que es justamente lo que
más nos ata a él.
En sus ataques de pseudo ira exclama que nos van a remplazar a
todos por robots, pero no piensa que los robots luego de trabajar no
consumen lo producido, o que él cuando trabaja vale menos que un
robot: si la máquina se rompe hay que pagar para arreglarla, en cambio
si él se lesiona basta con despedirlo y tomar otro. Además, el autómata
necesita de un proceso de fabricación, mientras personas a la espera
de un puesto de trabajo hay miles y se consiguen sin gastar un peso.
Sus propuestas siempre son idealistas, por lo tanto, según la ideo-
logía ciudadanista las cosas no cambian para bien porque quienes
nos gobiernan son gente mala, o tal vez porque nosotros aún no
somos lo suficientemente buenos para cambiarlas: la modificación
de la conciencia, separada de las condiciones materiales, bastaría para
trasformar lo existente. Respondemos con Alain C.: «El Capital no
es una fuerza neutra que, “orientada” convenientemente, podría
engendrar la felicidad de la humanidad de la misma manera que
provoca su perdición. No puede “descontaminar de la misma manera
que contamina”, como pretendía un ciudadanista ecologista, puesto
que su propio movimiento lo conduce ineluctablemente a contaminar
y destruir, o sea, el movimiento de acumulación y de producir para
dicha acumulación pasa por encima de cualquier idea de “necesidad”,
así como de la necesidad vital que supone para la humanidad preservar
su medio ambiente. El Capital tan solo obedece a sus propios fines, no
puede ser un proyecto humano. Ante él no están las necesidades de la
humanidad, sino la necesidad de la acumulación. Si por ejemplo, se
dedica a reciclar, la rama que se cree para ello hará todo lo necesario
Contra el Estado y la mercancía  |  53

para tener siempre cosas que reciclar. El reciclaje, que no es más que
otra forma de producir materia prima, crea siempre más desechos
“reciclables”. Además, contamina tanto como cualquier otra actividad
industrial.»
Por su mismo idealismo, el ciudadano no se sentirá ofendido por
lo que podamos decirle, en su totalitarismo democrático hay lugar
para todas las ideas. Pero eso sí, bajará su bandera de la tolerancia en
cuanto las palabras sean superadas por los hechos. Puede obligar, por
ejemplo, al explotado a dialogar con su patrón, pero si el explotado
responde, el ciudadano corre a llamar a la policía con alegría y sin
remordimientos.
«No hemos criticado a los ciudadanistas porque no tengamos los
mismos gustos, los mismos valores o la misma subjetividad. Y tam-
poco hemos criticado a los ciudadanistas en cuanto personas, sino al
ciudadanismo en cuanto falsa conciencia y en cuanto movimiento
reaccionario.» (Alain C., El impasse ciudadanista. Contribución a la
crítica del ciudadanismo)
54  |  Cuadernos de Negación

Revolución proletaria y conciencia

«Lo que es inadmisible es esperar que primero se


tome conciencia, se “recupere la identidad de clase”, y
solo después se entre en lucha, con todo muy clarito
y…¡palante! Esto es absurdo y paralizante, y por ello
reaccionario. El proletariado actúa cuando tiene
necesidad de hacerlo, empujado por la explotación y la
opresión a la que le somete el Capital y su Estado. Y solo
en la acción, en la lucha real, puede “tomar conciencia”
para seguir luchando hasta las últimas consecuencias. Sin
errores, sin pasos en falso, no hay revolución.»
(UHP, Arde nro. 7)

Las últimas grandes revueltas, verdaderas explosiones de rabia pro-


letaria, a primera vista se muestran cada vez menos concientes de
sus necesidades y objetivos históricos. Pero el proletariado en tanto
que clase y ya no como proletarios individuales o como una suma de
proletarios individuales —¡y mucho menos como proletarios “incon-
cientes” dirigidos por el partido “conciente”!— está forzado a luchar.
Y es en las luchas, cuanto más se radicalizan, que ha asumido y seguirá
asumiendo esos objetivos históricos.
La revolución proletaria es una revolución conciente, pero no como
suma de la conciencia individual de los proletarios que de ella formen
parte. La revolución es conciente en el sentido de que el proletariado en
su proceso de confraternización y lucha se va constituyendo en fuerza
y se nutre de un programa, que repitámoslo, ¡no es algo meramente
teórico, sino práctico, práctica de clase!
No pretendemos que, alguna vez, absolutamente toda la clase explo-
tada tome partido concientemente de la necesidad de transformación
revolucionaria de la realidad y avance con todo en claro y sin errores.
Esta pretensión olvida que esa conciencia se va desarrollando en los
mismos procesos revolucionarios, en su experimentación, con sus
fallas y aciertos, recuperando el proyecto comunista y anárquico, que
nos han querido robar durante toda nuestra historia de oprimidos.
Debemos aprender, sin duda, de los errores históricos, porque lamen-
Contra el Estado y la mercancía  |  55

tablemente si algo tenemos son fracasos y es necesario, de una vez por


todas, superar las prácticas que nos han llevado a ellos.
La experiencia histórica de la lucha contra la opresión no se ha
trasmitido en forma lógica, ni verbal y mucho menos por escrito, solo
una pequeñísima minoría ha utilizado y utiliza esa forma de trasmitir
experiencia. La conciencia de ello, la experiencia histórica, no puede
encontrarse en el cerebro de los individuos atomizados, por lo que las
decisiones de ellos en tanto que individuos no pueden conducir a la
destrucción de la opresión. Solo el proletariado actuando como clase
y como potencia puede reapropiarse de la experiencia histórica
revolucionaria oponiéndose a toda forma de sociedad de clase. La
“conciencia colectiva” del proletariado como fuerza no es entonces la
suma de conciencias individuales o cerebrales, sino la condensación
orgánica de potencias mucho más radicales, de pasiones totales. Esa
potencia revolucionaria está arraigada en lo más profundo del ser
humano, en el odio a la sociedad presente, en el odio al trabajo y a su
propia vida de trabajo y de sacrificio, en el odio a la guerra capitalista.
Y las minorías revolucionarias no son quienes aportan conciencia,
sino que es su propia conciencia el producto histórico de esa potencia
“inconciente” y colectiva. Los materiales teóricos, las reapropiaciones
y avances programáticos son también producto de la lucha histórica
de nuestra clase.
Algunos compañeros se comprometen realmente con lo que sienten
y piensan, y con hacer lo que dicen, en cambio en otros la radicalidad
de sus palabras esconde la miseria de sus actos. Consideramos que, en
vez de hacer llamamientos desesperados a la radicalidad, es cada vez
más necesario aportar para una comprensión de la naturaleza de este
período histórico y hacer lo posible por restaurar una crítica unitaria22
del mundo, a la par de actuar en él, con nuestros aciertos y errores.

22 «La organización revolucionaria no puede ser más que la crítica unitaria de la


sociedad, es decir, una crítica que no pacta con ninguna forma de poder separado,
en ningún lugar del mundo, y una crítica pronunciada globalmente contra todos
los aspectos de la vida social alienada. En la lucha de la organización revolucionaria
contra la sociedad de clases, las armas no son otra cosa que la esencia de los propios
combatientes: la organización revolucionaria no puede reproducir en sí misma las
condiciones de escisión y de jerarquía de la sociedad dominante.» (Guy Debord,
La sociedad del espectáculo)
56  |  Cuadernos de Negación

Ya existen en el proletariado tanto la crítica teórica de la sociedad


como su crítica en actos. Ambas críticas se explican entre sí, cada una
es inexplicable sin la otra, y aunque expresen lo mismo aún se hallan
separadas en la mayoría de los casos. Debemos entonces hacer lo posible
por romper esa separación o, por lo menos, por no seguir agrandan-
do la distancia. Sin adoctrinar a nadie, ni esperar a que las cosas se
sucedan solas, influyendo concientemente en los demás explotados y
explotadas: compartiendo las luchas, nuestros materiales, conversando
y todo lo que esté a nuestro alcance. Si algo debe caracterizarnos es
no asumirnos unos como “prácticos”, otros como “propagandistas”,
otros como “teóricos”… De acuerdo a nuestras posibilidades y prio-
ridades debemos intentar asumir las tareas y necesidades de nuestra
clase en cada momento, sin caer en la repetición de los mismos roles
de dirigentes y dirigidos y sin imitar la típica división del trabajo de
la sociedad mercantil.
La teoría revolucionaria y la acción revolucionaria se relacionan
mutuamente y se alimentan una de la otra: estos Cuadernos intentarán
ser un aporte en ese sentido. Sin desarrollo de la teoría revolucio-
naria, no hay desarrollo de la acción revolucionaria, y viceversa. Y
es claro que ningún proyecto en su totalidad se resume en unas hojas
entintadas, es este esfuerzo un aspecto más de las tareas que hemos
escogido para realizar.
Si sostenemos que la lucha contra la explotación es llevada a cabo por
la humanidad dominada no es porque esta posea alguna superioridad
moral con respecto a la de quienes pertenecen a la clase dominante,
sino porque la contradicción entre sus necesidades humanas y sus
condiciones materiales de existencia la empujan a luchar (indepen-
dientemente del nivel de conciencia) contra su situación y todo lo que
la sustenta. Nosotros somos los únicos que podemos derribar este
sistema porque, a pesar de que somos sus principales víctimas, al
mismo tiempo somos sus principales pilares.
Reconocernos como proletarios o tan solo reconocer nuestra situa-
ción social puede ser un paso decisivo, y es en esa actividad misma
donde debemos darnos cuenta, también, de que lo importante no es
solo reconocernos como proletarios, para generar identidad u orgullo
por nuestra condición, sino que justamente debemos suprimir revo-
Contra el Estado y la mercancía  |  57

lucionariamente la lucha de clases por la lucha contra el Capital. Es


decir: una lucha no solo contra la burguesía, sino también contra las
relaciones sociales que emanan del desarrollo del capitalismo.
«Luchar contra el Capital inevitablemente significará enfrentarnos
con los funcionarios del Capital, y generalmente cualquier conciliación
de nuestros intereses con los suyos será reaccionaria. Pero el objetivo
de la lucha anticapitalista no es la derrota de los actuales explotadores
(lo cual es solo una consecuencia), sino abolir las formas actuales de
actividad y relaciones sociales que dividen a los seres humanos en
explotadores y explotados.
El capitalista genera una actividad autoalienante, muchas veces
prescinde de la represión visible. El autoritarismo que podemos sufrir
personalmente por parte del capitalista, del político, del juez, o del
policía, está precedido, entonces, por la autoalienación general que
crea una sociedad con capitalistas, políticos, jueces y policías.» (Circulo
Internacional de Comunistas Antibolcheviques, La lucha contra el
Capital vs. la lucha de clases)

Y hablando de violencia…

Tanto el pacifismo como el antiterrorismo en general, así como la distin-


ción entre violencia de la clase “en su conjunto” y acción “individual”,
son una expresión cínica conciente o no de la ideología dominante y,
por lo tanto, antirrevolucionaria. El señalar y condenar la violencia
—siempre pero siempre necesariamente minoritaria en sus primera
fases— o considerar que la lucha armada contendría en sí virtudes
revolucionarias o “perversiones inhumanas”, independientemente del
proyecto social que contiene —lo que inevitablemente determinará
la forma y el contenido real de esa violencia—, es un obstáculo para
cualquier proyecto que intente transformar la realidad.
A esta altura de la historia es evidente que la revolución social
será necesariamente violenta, pero es totalmente falso que la
violencia conduce necesariamente a la revolución. Reforma y
revolución no se distinguen por la utilización o no de la violencia,
sino por la práctica social global al servicio de la reproducción
reformada del sistema o de la actividad contra él. La burguesía,
58  |  Cuadernos de Negación

el Estado y los aparatos de dominación también utilizan la lucha


armada en su guerra. Fracciones de oposición, reformistas de todo
tipo, nacionalistas varios, han recurrido desde siempre a la violencia
y a la lucha armada en la defensa de sus propios intereses para ocupar
(o participar en) la dirección del Estado, para el cambio de su forma,
para imponer variantes en la forma de la acumulación capitalista que
les asegure una mayor apropiación de plusvalor.
Por más armados que estén, por más que sus dirigentes hablen de
revolución, todas estas luchas no son una afirmación de la revolución
contra la reforma sino, por el contrario, una afirmación de la reforma
y de la guerra capitalista contra el proletariado y la revolución: desde
sus raíces apuntan a una guerra entre aparatos por la disputa del Estado,
separándose indefectiblemente del proletariado.
Es absurdo el pretender caracterizar socialmente una lucha por
la utilización de armas, así como también lo sería el pretender ca-
racterizarla por la difusión de panfletos o por el hecho de que sus
protagonistas hagan reuniones o editen periódicos. La lucha solo
podrá caracterizarse, no por lo que sus impulsores quieran o digan de
ella, sino por su manifestación práctica en la realidad, por su contenido
social real y por sus medios que inevitablemente prefigurarán los fines.
Si bien, algunos caprichosamente desechan la violencia y otros la
elevan como un fin en sí mismo, también están quienes hacen una
distinción entre defensa y ofensa que haría de la violencia algo moral-
mente aceptable. Esta diferenciación se hace muy difícil de divisar en
un contexto en el cual la represión abierta no es la decisión deliberada
de tal o cual presidente o de tal o cual dirigente militar o policial, sino
que parte de la planificación sistemática para someter a los rebeldes
y evitar al máximo la posibilidad de más rebeldes a futuro. Nosotros,
según la concepción de esta gente, estaríamos siempre en posición de
legítima defensa, desde que nos tocó nacer de este lado en la lucha de
clases, por lo tanto, tal diferenciación es absurda. Tomar posiciones
activas a favor de la violencia es obviamente violento, pero tomar una
posición pasiva con respecto a la violencia impuesta es, quiérase o no,
violento también, por omisión, por permitir de una manera u otra
la violencia. Para ser más concisos, jamás se puede ser “violento” o
“no–violento”: es fundamental saber hacia quién y en qué situación, no
Contra el Estado y la mercancía  |  59

se puede ser una cosa o la otra en abstracto, no se puede ser “violento”


con el policía y con el amante. Esas caricaturas de las posiciones a
adoptar solo nos alejan de una práctica y una discusión que pueden
sernos útiles de alguna manera…
«La Revuelta necesita de todo: diarios y libros, armas y explosivos,
reflexiones y blasfemias, venenos, puñales e incendios. El único pro-
blema interesante es cómo mezclarlos.» (Anónimo, Ai ferri corti con
l'esistente, i suoi difensori e i suoi falsi critici)

Nos muestran este sistema como inalterable, como algo ajeno a nosotros
mismos. Nos quieren hacer sentir desdichados pero impotentes, llenos
de rabia pero resignados… Estas relaciones sociales nos deprimen,
nos enferman, nos roban el tiempo y la capacidad de desarrollarnos
como seres integrales.
Pero poco a poco, nos vamos dando cuenta de que esta manera de
vivir y comprender el mundo no es algo natural, es algo histórico
y por lo tanto modificable. La única manera de llevar a cabo una
transformación real es por medio de la revolución total, y es en el
mismo desarrollo de la abolición del Capital, el trabajo asalariado,
la mercancía, el Estado y toda forma de dominación que nos vamos
a autosuprimir como clase, para que éstas ya no existan como tales.
Repetimos entonces: si hablamos de revolución como transfor-
mación radical de la sociedad, como supresión del capitalismo,
hablamos indefectiblemente de la autosupresión del proletariado
como clase.
Y no se trata de lo que imagine tal o cual proletario, o incluso el
proletariado entero. Se trata de lo que es y de lo que históricamente está
forzado a hacer el proletariado para comenzar verdaderamente a vivir.

«La revolución no es ni política ni económica, sino social: es un pro-


ceso de comunización, de negación directa de las relaciones sociales
capitalistas —especialmente de la empresa— y su reemplazo por
relaciones humanas. Comunización no es el traspaso de la propiedad
privada a manos de la colectividad, sino la abolición de la propiedad y
del intercambio. Es un proceso en el cual el conjunto de la humanidad
asume directa o indirectamente la organización de la producción de
bienes para su uso (no para el intercambio) de acuerdo a las necesi-
dades sociales. En el comunismo cada individuo tiene acceso a los
bienes, sin que deba intercambiarlos por dinero ni por una cuota de
trabajo. De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus
necesidades: esta noción, aunque fue formulada en las colectividades
campesinas rusas y en la Comuna de París, se remonta a los tiempos
del comunismo primitivo» (Presentación del sitio web “Comunización”
www.comunizacion.org)

«La futura revolución no tendrá ningún sentido emancipador ni po-


sibilidad de éxito a menos que despliegue desde sus comienzos una
transformación comunista en todos los planos, desde la producción
de alimentos hasta el modo de comerlos, pasando por la forma en
que nos desplazamos, dónde vivimos, cómo aprendemos, viajamos,
leemos, el modo en que nos entregamos al ocio, amamos y odiamos,
discutimos y decidimos nuestro futuro, etc. Este proceso no susti-
tuye, sino que acompaña y refuerza la destrucción (necesariamente
violenta) del Estado y de las instituciones políticas que sostienen la
mercancía y la explotación salarial. Esta transformación, que se dará
a escala planetaria, se extenderá sin duda a lo largo de generaciones,
pero no dependerá de que se hayan creado previamente las bases de
una sociedad futura, destinada a realizarse únicamente después de una
fase más o menos larga de “transición”. Esta transformación no sería
una mera consecuencia de la conquista (o la demolición) del poder
político, que posteriormente daría paso a un trastorno social. Ella sería
lo contrario de aquella fórmula: “Toda revolución es un sacrificio del
presente en nombre del futuro”. Para decirlo positivamente: no se
trata solamente de hacer, sino de ser la revolución.» (Gilles Dauvé,
Comunización: un “llamado” y una “invitación”)
Cuadernos de Negación nro. 3:
Contra la sociedad
mercantil generalizada

Si hoy respirar, alimentarse, abrigarse, divertirse o buscar amor está


condicionado por la necesidad de la comercialización, no significa
que siempre fue así o que deba seguir siéndolo.
Hoy toda relación social lleva el sello de la mercancía, ésta ha
ocupado la totalidad de la vida social. Incluso los seres humanos nos
vemos unos a otros como mercancías.
El capitalismo, como relación social y no solo como concepto, es
la sociedad mercantil generalizada, una sociedad en la que toda la
producción es producción de mercancías: la dictadura totalitaria y
generalizada de la ley del valor contra los seres humanos.
64  |  Cuadernos de Negación

Presentación a este tercer número de Cuadernos

En este número 3 de Cuadernos de Negación desarrollaremos una


breve crítica al sistema del trabajo asalariado, la mercancía y el
valor, es decir: la sociedad mercantil generalizada. En este con-
junto de notas se intenta abordar temas complejos —y sin embargo
constantes— en el sistema de dominación que vivimos. Al ser temas
constantes, el material que las corrientes revolucionarias (núcleos,
grupos, organizaciones, individuos, etc.) han desarrollado es amplio,
y a ellos se puede recurrir para ampliar, para profundizar. Para esta
ocasión decidimos hacerlo de forma breve, asumiendo la continuidad
de ese movimiento e intentando aportar entre tanta abundancia de
consignas que no se hacen cargo de la época que nos contiene, y menos
aún del contenido de las frases.
Queremos compartir aquí con otros proletarios “nuestras reflexio-
nes”, para comenzar a desarrollar una mejor y más acertada crítica, no
solo teóricamente, sino también en la práctica. Si decimos “nuestras
reflexiones” entre comillas es porque consideramos que no nos per-
tenecen, son posiciones históricas e invariantes de nuestra clase y en
ese sentido son nuestras, no reclamamos su paternidad. Repetimos:
nuestra clase no es un grupo identitario más, se es proletario por las
relaciones sociales que impone el Capital, no se elige serlo. Encerrados
en una visión de “tribu urbana” o de diferentes identidades adquiri-
das para sentirse especial, se olvida que en este mundo capitalista no
todo se elige como en un supermercado. Tampoco idealizamos un
proletariado libre de contradicciones, aislado y estático, sino que es
justamente en su antagonismo y en su movimiento que este desarro-
lla su potencia y su organicidad, y para que esto suceda es necesario
criticar sus brutales límites e ilusiones ideológicas, para llegar a su
propia extinción como clase necesariamente junto a la sociedad que
la ha engendrado.
Nos encontramos en lucha por autoemanciparnos con los medios
que tenemos a nuestro alcance y en ese camino compartimos conclu-
siones, apuntes y reflexiones con otros proletarios, insistiendo en que
no tenemos nada que venderle a nuestros hermanos de clase, nada
con qué seducirlos.
Contra el Estado y la mercancía  |  65

Y como la revolución no es una guerra de ideas, en la que exista


una batalla a ganar mejorando la difusión y discusión de nuestros
ideales, reafirmamos que no se trata de “educar” al prójimo, así como
tampoco significa, por lo contrario, tratarlo como nuestro maestro. No
buscamos organizar a otros proletarios, buscamos organizarnos juntos.
Si, como clase, todavía nos mantenemos generalmente en la confor-
midad, y particularmente —en menos casos— cuando se va a la lucha, se
lo hace empantanados en prácticas reformistas, no es porque aún no se
conozcan “nuestras” ideas revolucionarias, sino porque la vida cotidiana
de los proletarios es aún conformista en general y/o particularmente
reformista a la hora de luchar. Para que las ideas revolucionarias se
concreten mediante su ejecución práctica deben entrar en tensión
las ideas, pero también esas ideas con la vida cotidiana. ¿O acaso
creemos que podemos hacerle frente a la alienación reinante solo con
nuestra propaganda, tanto práctica como escrita? ¿o acaso creemos que
un cambio revolucionario real para nuestra clase solamente depende
de los grupúsculos o individuos “concientes”? ¿seguimos pensando que
“los revolucionarios”, “los agitadores”, “los militantes”, “los activistas”
deben llevar la Verdad a las masas y despertarlas para finalmente
liberarlas? ¿nosotros ya somos libres porque “somos revolucionarios”
y tan solo nos queda liberar al resto? Claro que no. Afirmar esto sería
buscar la imposible salida individual o, en lo social, erigirse como
jefe de masas, sea desde una posición moralista cercana a la autoridad
de la religión —y encadenada a la fe ideológica— como desde una
estructura de control social como un partido político. La vieja ilusión
de «cambiar las condiciones existentes solo depende de los buenos
ideales de las personas» se recicla constantemente…
Cada una de nuestras expresiones para autosuprimirnos como
clase y con ello la supresión de todo Estado y forma de explotación y
dominación, no solo expresan diferentes intensidades de lucha, sino
que también responden a diversas necesidades de esas luchas. En ese
sentido, esta publicación no es ni más ni menos importante que otras
publicaciones, libros o hasta panfletos, que afirman el mismo contenido.
En la próxima entrega de los Cuadernos de Negación, el nro.
4, nos extenderemos en estas hojas para comprender la función del
Estado. De la misma manera, este número amplía la perspectiva res-
66  |  Cuadernos de Negación

pecto a la relación forzada que impone la producción capitalista. En


el capitalismo, el trabajo asalariado es inseparable del antagonismo
que existe entre las clases sociales. Los trabajadores somos una mer-
cancía más y nuestra vida poco valor tiene, o lo que es peor, su valor
se determina cuantitativamente, como en la “proyección productiva
vital” de una persona que se realiza en el caso de los seguros de vida:
mientras más probabilidades de producir tiene la persona, mayor es
la cifra asegurada. Es decir: igual de horroroso que el no–valor de
la vida, es el valor de la misma en los términos mercantiles que
impone esta sociedad.
Si nuestros textos abordan parcialidades nunca lo haremos como
el ejercicio aislado y taxonómico del académico o del médico forense,
sino para facilitar la comprensión del conjunto social que significa
el sistema de dominación capitalista. Este se expresa como la forma
en que nuestra vida ha de transcurrir, llegando a un presente donde
todo acontecer parece establecido de antemano para la convivencia
efectiva de un conjunto humano cada vez más abstracto y parecido a
lo que produce–consume.
Nuestra realidad no es tal, sentimos hambre e insatisfacción —así
como rabia y alegría— no por una condición única y particular, sino
como parte de una sociedad. Esa serie de relaciones que nos someten
continuamente —por las buenas o por las malas, conciente e “incon-
cientemente”— es lo que necesitamos comprender si pretendemos
impulsar una verdadera comunidad humana en total contraposición
a los intereses y necesidades del Capital.
Resulta absurdo, por ejemplo, que a algunos les pueda estorbar el
Estado como ente aislado, sin comprender cuál es su función social.
Quienes así piensan tienen en definitiva como única perspectiva o,
mejor dicho, como ilusión posible, autogestionar lo existente (el in-
tercambio de valor, el trabajo asalariado) y siendo así, poco importa si
se proponen hacerlo sectariamente o “junto al pueblo”. El problema
no es para ellos la existencia de mercancía sino cómo repartirla, el
problema no es el trabajo asalariado sino cómo mejorarlo.
No presentamos entonces un proyecto que gestione este modo de
no–vida mercantil sin Estado. El problema de la revolución no es quién
gestione las empresas —por más colectivo y autogestionado que sea
Contra el Estado y la mercancía  |  67

el emprendimiento— sino acabar con la empresa como unidad de


valorización del capital, con su inevitable explotación y competencia.
Lo expresamos sin miedos y sin vueltas: el trabajo asalariado es la
columna vertebral del sistema capitalista y la mercancía es el corazón
de un mundo sin corazón.

Buscando la raíz de la “radicalidad”

En la necesidad de ir a la raíz de nuestros problemas es que compren-


demos al trabajo asalariado y la mercancía como temas centrales de
estos Cuadernos. Ya que al comprender los problemas desde la raíz,
también la actividad y las soluciones se comprenden desde la raíz,
abandonando de una vez por todas todo análisis parcial y yendo en
busca de la comprensión de la totalidad que contiene a cada tema.
Abandonando también toda tentativa de soluciones parciales, de
entrar en la lógica que nos imponen. Es imposible que haya comida
y espacio para todos dentro del capitalismo, porque va contra su esen-
cia y su desarrollo. Sin embargo, casi todos los “opositores” de este
sistema lo siguen buscando y terminan siempre en la lucha inmediata
por reformas, parcializando la realidad y negando la necesidad de
revolución. Es así, que terminan también por liquidarnos como clase
con la creación de movimientos específicos (obrerismo, feminismo,
antiracismo, ecologismo, por la vivienda, etc.) tendientes a disminuir
o resolver los problemas por separado, pretendiendo tener luchas
“políticas” por un lado y “económicas” por el otro, sin poder, por lo
tanto, atacar su causa común, su raíz.
No es nuestra intención presentarnos como radicales en tanto que
sinónimo de extremistas, para autocomplacernos, autoreferenciarnos
y ocupar un lugar en el miserable escenario del análisis político más
o menos contestatario. Somos radicales. Y por radicales compren-
demos además de ser tajantes y desconfiar de los términos medios
(que siempre suelen ser el refugio de los oportunistas) el hecho de
comprender las cuestiones desde la raíz.23 Es a esta radicalidad a la

23 Radical (del lat. radix, –icis, raíz). 1. adj. Perteneciente o relativo a la raíz. 2. adj.
Fundamental, de raíz.
68  |  Cuadernos de Negación

que el movimiento revolucionario siempre ha apelado y de la cual


nos sentimos parte, no a lo estético y espectacular que la palabra
“radical” puede evocar.
El reformismo y el oportunismo siempre buscan justificativos para
posponer las verdaderas urgencias de nuestra clase y boicotear la
solución a todo este sistema de muerte. La historia nos demuestra
que siglos de lucha contra los efectos de este sistema asesino no
acaba con dichos efectos (y mucho menos con las causas), por más
masivas y combativas que esas luchas sean. Aún incluso cuando en
la correlación de fuerzas de la lucha de clases el proletariado es en su
número favorecido, no pueden acabar con el problema del hambre,
de la destrucción de los espacios naturales, de la desocupación, de la
sobreexplotación o de la represión. Esas luchas (“parciales”, “reivindica-
tivas”) se seguirán dando y en ellas podemos (según las circunstancias)
ir comprendiendo y, por lo tanto, atacando las causas de los problemas.
Teniendo en cuenta también a esas luchas como una acumulación de
fracasos, donde en momentos y épocas dadas se ha prendido la mecha
revolucionaria. Ese conjunto de fracasos puede permitirnos afinar la
puntería, definir mejor la forma y el contenido de la revolución que
nos impulsa.
Estos, como otros textos, de por sí no pueden impulsar una ofensiva,
pero sí pueden establecer un análisis que aporte a que esa ofensiva
existente sea certera, o a crear ofensivas certeras y desechar las inútiles.
Hubo momentos históricos revolucionarios, es cierto, de ellos
podemos sacar buenas lecciones tanto de sus logros como de sus
derrotas, pero las situaciones revolucionarias son las menos en
nuestra historia como clase, la regla general es la dominación. Por
lo tanto es necesario —si deseamos transformar la realidad— analizar
las posibilidades en esta época que nos contiene, más que contentarse
y/o compararse con ciertos sucesos.24

24 Esto, como afirmábamos en el Cuadernos anterior, no es querer ponernos a la


moda de rechazar todo lo pasado, siguiendo en el plan que nos ha preparado la
publicidad capitalista. Todo lo contrario: el ver cómo importantes aportes son
—con el tiempo— apartados u olvidados, como si los años los desgastaran, como
si les restaran su importancia, es reconocer un síntoma del desprecio por nuestra
historia como clase.
Contra el Estado y la mercancía  |  69

Es en esta necesidad que vemos como necesario posicionarnos firme-


mente contra las viejas ilusiones: las de la participación democrática,
las de la gestión de lo existente, las de la creación de poder popular,
las de construir clasismo.25 Viejas ilusiones que son el contenido de
diversas formas de organización o tan solo su mera expresión… aunque
también puede ocurrir que movimientos con formas organizativas
idénticas (asamblearismo, lucha armada, línea editorial) expresen
contenidos sociales radicalmente distintos. Pero la revolución no es
un “problema” que se resuelve encontrando “la forma” organizativa
adecuada; por el contrario, es una cuestión de contenido social real
que va directamente ligado a las formas organizativas que adquiere
la lucha, rompiendo la división entre medios y fines.
Vale aclarar, además, que no podemos categorizar las luchas in-
mediatas y defensivas que llevamos adelante en “revolucionarias” o
“reformistas”. El contenido de las luchas no se define en el conjunto
de puntos que se puedan fijar en un petitorio, ni en las consignas
contenidas en nuestra propaganda.
Comprendemos que este entramado no se destruye de la noche a
la mañana, que no se trata de, por la mañana capitalismo, a la noche
revolución y al otro día comunismo anárquico. Así, también com-
prendemos que algunas (solo algunas) de las situaciones que pueden
comprenderse como “reformistas” pueden no serlo… Porque fuera
de momentos históricos profundamente revolucionarios sigue
existiendo una tendencia revolucionaria, que al estar condicionada
por su tiempo, actúa dentro de sus propios límites.
No es posible separar las necesidades humanas inmediatas de
la necesidad humana de revolución, no podemos separar lo que se
necesita ahora (por ejemplo pan o techo) de lo que también se nece-
sitaría después (destruir a los opresores que son quienes nos niegan
aquel pan, aquel techo, y también algo más).
25 ¿Construir clasismo? Las clases no son inventadas por la izquierda (ni parlamentaria
ni extraparlamentaria), las clases existen materialmente, no son producto del
mundo de las ideas. Lo que estos señores pretenden es sostener la antorcha que
iluminará a los explotados, que serán explotados recién cuando estos señores les
cuenten que lo son, y así pretenderán dirigirlos. Uno no se convierte “en clase”
para luchar por lo que le corresponde, solo hace falta asumir lo que ya somos. Ver:
Cuadernos de Negación nro. 2: ¿Transformarse o asumirse?
70  |  Cuadernos de Negación

La búsqueda de una solución de fondo a las necesidades humanas


contiene en sí misma la necesidad de destruir esta sociedad de opre-
sión. La generalización de aquellas reivindicaciones humanas,
no canalizadas por el reformismo, son los estallidos sociales que
prefiguran la revolución.
La defensa proletaria de la vida es a su vez ofensiva cuando se asume
de manera autónoma y a través de la acción directa, e indefectiblemente
está ligada con la lucha revolucionaria, futura si se quiere, pero lucha
revolucionaria al fin.
Pero fuera de esos momentos excepcionales, cuando globalmente
se impone la contrarrevolución respondiendo a cada reivindicación
con una reforma para que todo siga igual, siguen existiendo personas
con anhelos revolucionarios, por más o menos claros que sean. Su
práctica concreta se mantiene dentro de los límites de su tiempo, pero
con perspectivas de avanzar.
Publicamos a continuación fragmentos, con algunas precisiones
nuestras, de una discusión en el foro del sitio web anarkismo.net, lugar
donde suele expresarse, a excepción de alguna acertada crítica, lo más
rancio del anarquismo mundial. Estas críticas han sido realizadas por
un compañero que además lleva adelante el sitio web Comunización:26
«La perspectiva revolucionaria solo será asimilada por las masas
cuando éstas actúen revolucionariamente; mientras tanto, enunciarla
sirve para evitar que se extinga, para ayudar a crear lazos entre minorías
que compartan una visión de lo que la revolución significa. (…) La
entereza personal y colectiva consiste en poder asumir esto sin renunciar
a participar e intervenir en la vida social. Actuar dentro de los límites
actuales es obligatorio, pues nadie puede preciarse de “revolucionario”
si da la espalda a esas necesidades prácticas de resistir y construir. (…)
Por ejemplo: Las inmobiliarias y el ayuntamiento están decididos
a destruir lo que queda de nuestro viejo barrio. Nace una asamblea
vecinal, y luego otra, y un día nos encontramos ocupando la calle junto
a un montón de vecinos que apenas conocíamos. Participamos como
uno más, intervenimos mostrando nuestro punto de vista, preparamos
26 Si bien no es necesario contextualizar el debate para comprender estas posiciones que
asumimos junto al compañero, quien tenga interés de leer la discusión completa y
el texto que dio pie a esto puede encontrarlos en www.anarkismo.net/article/13596
Contra el Estado y la mercancía  |  71

encuentros, creamos redes, organizamos agitaciones callejeras, discuti-


mos el curso a seguir… y además tratamos de evidenciar las conexiones
menos evidentes, las implicaciones más profundas del problema del
cual tomamos parte, y el valor trascendente de esta acción colectiva.
Entre otras cosas, buscamos extender el movimiento dándolo a cono-
cer, comunicándolo. Siendo capaces de actuar, participar, intervenir
en la realidad dando lo mejor de nosotros mismos. Y continuando
con nuestro ejemplo, allí decimos: «la especulación inmobiliaria y la
destrucción de este barrio expresan a su manera el viejo antagonismo
entre explotados y explotadores, entre dirigentes y dirigidos… este
conflicto es una expresión concreta, inmediata, de ese antagonismo de
fondo… así que: si para frenar a los despiadados especuladores actuales
exigimos que se hagan cargo del negocio otros especuladores, unos
no tan malos, unos con responsabilidad social… si hacemos eso, solo
estaremos cambiando los términos del problema, sin solucionarlo:
reaparecerá de nuevo con otra cara». No estamos diciendo que no
luchemos contra la especulación, estamos tratando de darle sentido a
esa lucha dentro de un cuadro más amplio.
Esto no es una simple hipótesis: tal crisis ocurrió (hace no mucho
tiempo), tales vecinos nos organizamos y luchamos para impedir la
destrucción del barrio, y tal discurso fue el que algunos de nosotros
agitamos mientras se sucedían reuniones, protestas y hasta las inevi-
tables negociaciones. Participamos, pero también queríamos mostrar
que ese conflicto, como todos los conflictos parciales, expresaba la
relación social capitalista, y aunque lográsemos solucionar el conflicto
parcial, la única solución para que esto no vuelva a suceder es abolir
esa relación social en general. Y esta posición no nos priva de los ele-
mentos teóricos que nos permiten agitar, en cada conflicto parcial, la
perspectiva revolucionaria en tanto visión del mundo, de la historia,
del devenir de la especie humana. Esta visión no es ni “abstracta” ni
“ideologizada”, sino que resulta de una constatación práctica cotidiana,
de experimentar directamente las relaciones sociales alienadas y de
reconocer en esas mismas relaciones los elementos para su superación
práctica, en el sentido comunista.
Hacer explícita la cosmovisión comunista implica referirnos a tenden-
cias históricas, a momentos ejemplares, y a todo un campo de realidad
72  |  Cuadernos de Negación

que trasciende el espacio–tiempo particular de cada conflicto. Por eso


hablamos de antagonismo proletariado/burguesía, por eso insistimos
en abandonar la consigna “antigolpista” en la cuestión reciente de
Honduras y agitar en favor de la lucha de clases, poniendo de un lado
al proletariado y del otro a la burguesía, la democrática y la golpista.
Y si bien, hoy en día existe muy poca receptividad social a la cosmo-
visión comunista, que aún así la agitemos no nos convierte en parias
aislados de la vida colectiva. Es horrible que por decir estas cosas se nos
diga que pertenecemos a un círculo de amigos salidos de un recinto
psiquiátrico o una secta religiosa. Es horrible, pero también es muy
revelador acerca del desprecio arrogante que anima a los militantes
profesionales: unos simples obreros, unas simples mujeres que trabajan
en su hogar, unos simples hijos de vecino, han sido siempre mucho
más comprensivos y despiertos que ellos hacia nuestros puntos de vista.
No hay forma de no estar en este mundo, de oponerse a este mundo
desde afuera. Tampoco es posible transformar el mundo sin situarse en
oposición a él, de eso se trata el movimiento dialéctico de negación y
superación. Nosotros estamos en el mundo, y actuando como actuamos
y diciendo lo que decimos intentamos transformarlo.
El desprecio que nos escupen los profesionales de la revolución lo
tenemos bien merecido.»
Luchando por los intereses históricos de nuestra clase —a sabiendas
o no—, aún cuando estos intereses son parciales, es que los proletarios
comenzamos a reconocernos como seres humanos (con nuestras capa-
cidades y posibilidades), y es en la generalización de esas luchas, ya no
solo de carácter individual, sino social, que ponemos en jaque a toda
la organización social que nos destruye, nos oprime y nos deprime.
«La revolución radical no es un sueño utópico… Tampoco lo es la
emancipación humana en general. Sí lo es en cambio una revolución
parcial, meramente política, revolución que deja intactos los pilares
de la casa.» (Karl Marx, Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel)
Contra el Estado y la mercancía  |  73

Contra la sociedad mercantil generalizada

«Los hechos aparentemente más normales: que cada cual no disponga


más que de su fuerza de trabajo, que, para vivir, deba venderla a una
empresa, que todo sea mercancía, que las relaciones sociales giren
alrededor del cambio, todo esto no es de hecho más que el resultado
de un proceso violento y prolongado.
Hoy la sociedad, por su enseñanza, su vida ideológica y política, en-
mascara las relaciones de fuerza y la violencia pasada y presente sobre
la que se ha establecido esta situación. Disimula a la vez su origen y el
mecanismo de su funcionamiento. Todo aparece como el resultado
de un contrato libre en que el individuo, portador y vendedor de su
fuerza de trabajo, encuentra la empresa. La existencia de la mercancía
es presentada como el fenómeno más cómodo y natural posible.» (Jean
Barrot, Capitalismo y Comunismo)
El capitalismo como relación social, y no solo como categoría, es
la sociedad mercantil generalizada, una sociedad en la que toda la
producción es producción de mercancías, y el consumo se limita
al consumo de mercancías, una sociedad donde todo es producido
para el cambio. Pero esto no es inevitable… esta es la forma capita-
lista de hacer las cosas, no la única. En definitiva el capitalismo es la
dictadura totalitaria y generalizada de la ley del valor contra los seres
humanos. Donde para vivir hay que consumir, para consumir hay que
comprar, para comprar hay que tener dinero y para tener dinero hay
que trabajar. Y aquí nos oponemos a categorizar fácil y livianamente
a esta sociedad como “sociedad de consumo”, cuando en realidad
es una sociedad más bien determinada por la producción de valor.27
Es cierto que el consumismo desenfrenado, o la aspiración a él, es
hoy un fenómeno central de nuestra sociedad. No intentamos eludir

27 Algunos se preguntarán para qué hacemos este tipo de precisiones, pensarán que
son “delirios teóricos” que no pueden tener una implicación directa en la realidad.
Aquí, al comprender a esta sociedad como “de consumo” se puede creer entonces
que el acto más subversivo es negarse a consumir, cuando la subversión no pasa
por ello. Abstenerse de tal o cual producto no implica ni colabora con que este
desaparezca. Comprender a esta sociedad como “consumista” es omitir el momento
de producción y distribución que cada mercancía esconde de sí, es confundir los
aspectos con la totalidad, y eso a la hora de luchar se paga caro.
74  |  Cuadernos de Negación

este tema, analizable a simple vista y del que además abunda material.
Es una realidad innegable que podemos vivir sin aquellas toneladas
de porquerías ¡y que hasta viviríamos mejor sin ellas!
Sin embargo, las críticas al incesante consumismo no suelen tener
en cuenta la importancia de comprender sobre qué modo de produc-
ción se erige esta enfermedad moderna: sobre el modo de producción
capitalista que necesita la incesante producción de mercancías.
Somos obligados a trabajar asalariadamente para satisfacer necesida-
des e imposiciones, nos convertimos en mercancías que otras personas
compran para sus fines, al vender nuestra mercancía más preciada,
la fuerza de trabajo, estamos vendiendo necesaria e inevitablemente
nuestro cuerpo. ¡O hasta nos obligamos a trabajar horas extras para
satisfacer autoimposiciones!
Que tenemos precio puede parecer un comentario a la ligera que se
escucha cantidad de veces, pero no por eso deja de ser terrorífico. No
es que, por ejemplo, a dos personas en un mismo trabajo nos pagan
lo mismo, ¡es que durante una hora de trabajo valemos tanto una
como la otra! Para el Capital no importamos en tanto que humanos
sino en tanto productores. Todo ello solo si el trabajador consigue
quien compre su fuerza de trabajo, esa mercancía que ningún prole-
tario puede acumular, sino que, por el contrario, se deteriora con el
tiempo y cada vez vale menos, mientras que lo único que crece es la
acumulación de los capitalistas.
Tener precio se experimenta como una obviedad: cuando el propie-
tario de un automóvil siente que la vida del ladrón, a quien mata de
un disparo en el pecho, es menos importante que el coche que estaba
robando. Cuando un proletario mata a otro solo para robarle algunas
mercancías: una bicicleta, un teléfono, un par de zapatillas. Cuando
un policía reprime para que unos manifestantes no destrocen unos
vidrios. Cuando en un establecimiento de trabajo se rompe una má-
quina, una herramienta o se enferma un trabajador y solo se calcula
en pérdidas de dinero…
Tener precio es trabajar descargando camiones y poder llevar las
cajas en carretilla solo hasta la entrada del negocio en cuestión, porque
«el piso nuevo se arruina». Entonces, lo que antes iba sobre ruedas
se carga al hombro y se caminan metros y metros hasta un depósito
Contra el Estado y la mercancía  |  75

(que suele estar escondido a la vista del cliente). Allí se verifica que
ese piso brillante tiene mucho más valor que nuestra cintura, nuestra
columna y nuestra salud en general, por el solo hecho de que podemos
ser reemplazados fácilmente, y es también allí donde entra en juego la
presión que ejerce el enorme ejército de reserva, presión que el patrón
aprovecha para su beneficio.
Esa es nuestra realidad, donde los objetos gozan de igualdad con
los seres humanos gracias al valor, en tanto que sustancia común, que
permite comparar e intercambiar elementos que de otra manera no
tendrían esa característica. En nuestra supervivencia hasta nos preocupa
que un objeto valga más que nosotros mismos, y no nos sorprende el
problema anterior: que personas y objetos son medidos de la misma
manera. Cuando la pierna de un importante jugador de fútbol vale
más que una pequeña empresa, esa pierna es solo un objeto productor
de ganancias, no importa su condición en tanto que “pierna humana”.
Somos fragmentados. Ya no somos hombres o mujeres, sino mozas,
albañiles, barrenderos, telefonistas, operarios… es decir, empleados
(o nos autoempleamos, sin patrón pero aún sometidos por la ley del
valor y el mercado). Generamos productos y/o servicios que nos son
ajenos, mientras y luego de ser realizados, que escapan al control del
productor, adquiriendo independencia del mismo, dominándolo a
través del precio y demás leyes económicas
Hemos llegado a “amar” a las mercancías, y cuando nos amamos
entre personas también lo hacemos como entre mercancías. Esta rela-
ción de personas como meras cosas puede observarse simplemente en
la calle, las miradas se dirigen reduciendo el deseo sexual a algo tan
banal como la simple atracción por un cuerpo, creado por un sistema
en el que los cuerpos son reducidos a mercancías. Somos objetos para
ser contemplados, somos objetos en la calle, en la cama. Pero este no
es un problema extraordinario, somos objetos desde mucho antes:
cuando somos obligados a trabajar asalariadamente para satisfacer
necesidades e imposiciones, nos convertimos en mercancía que otras
personas compran para sus fines.
«Cuando no estamos trabajando, estamos viajando hacia o desde el
trabajo, preparándonos para trabajar, descansando porque estamos
cansados de trabajar o emborrachándonos para olvidarnos del trabajo.
76  |  Cuadernos de Negación

Lo único peor que trabajar es no tener trabajo. Entonces nos pasamos


semanas en la calle buscando trabajo, sin que nadie nos pague por ha-
cerlo. El constante temor al desempleo es lo que nos hace ir al trabajo
todos los días. (…) Todas nuestras actividades tienden a alienarse y
se vuelven aburridas como el trabajo: los quehaceres domésticos, el
entretenimiento… Eso es el capitalismo.» (Cuadernos de Negación
nro. 1, Trabajo Comunidad Política Guerra)
Producimos objetos, servicios para comprar y vender, y a la vez nos
reproducimos como mercancías a nosotros mismos. El tiempo que
pasamos trabajando no parece formar parte de nuestra vida, no se
siente así, no trabajamos realmente para obtener lo que producimos,
que se nos escapa inmediatamente, trabajamos para conseguir dinero,
el medio más usual para conseguir lo necesario para mantenerse con
vida… y seguir trabajando…
Otros asalariados se hacen adictos al trabajo o reducen su pena
con respecto a él, reacción psicológica que colabora en la función
de levantarse al otro día de la cama para volver al trabajo. Sin ello,
muchos días, esto sería imposible o motivaría un desequilibrio con la
normalidad para seguir sobreviviendo. También, perdida la verdadera
comunidad entre las personas, el ámbito laboral —en tanto que comu-
nidad ficticia— viene a sustituirla, buscándose en el tiempo y espacio
de trabajo la satisfacción de toda la amplia complejidad de deseos y
necesidades de la vida, sin distinguir entre explotadores y explotados.
En ésta sociedad se considera estimulante que el jefe comparta unas
copas con los empleados tras algún logro financiero, para estimular
su productividad; o más tristemente, nos sentimos realizados cuando
nuestra comunidad social de amigos se torna en una unidad productiva.
El intercambio mercantil se manifiesta concretamente con el di-
nero. Esa abstracción que es el valor se materializa en él, ese tiempo
de trabajo abstraído del trabajo y fijado bajo una forma duradera y
transportable se materializa en él. Eso es lo que hay de común, no en
algunas mercancías, sino en todas.
Por eso, aunque ciertas luchas lo exijan, y no nos oponemos a ello,
nuestro objetivo final no es repartir el dinero de los ricos entre todas
las personas, ese reparto se sitúa todavía en el terreno del Capital. La
comunidad del dinero no debe ser “más justa”, sino abolida.
Contra el Estado y la mercancía  |  77

El dinero no es solo una medida de valor: es nuestra “comunidad”.


Es una comunidad que interrumpe la conformación de nuestra comu-
nidad humana, de nuestro ser colectivo. Nos relacionamos a lo largo
de casi todo el día con las demás personas en tanto que consumidores
y/o productores. Nuestros momentos de producción de servicios o de
objetos no nos pertenecen, generan más ganancias para los burgueses
y mercancías que otros proletarios —y también burgueses— deberán
comprar. Y así mismo sucede con todos los momentos de nuestra vida,
incluyendo los de ocio.
De ninguna manera nos oponemos a producir o realizar una actividad
para beneficiar a los nuestros. Pero sí nos oponemos rotundamente a
hacerlo para “el otro”, porque así se nos presentan los demás humanos
(¡y hasta nosotros mismos en nuestra relación interna!): como “el otro”,
como algo extraño a nosotros mismos, ajeno a nuestro ser colectivo. He
ahí la diferencia abismal entre la sociedad actual y la comunidad por
la que luchamos.28
Cuando “el otro” no se nos presenta como un competidor —que suele
ser la regla general— lo hace como un extraño al que solo conocemos
a través de la mercancía, delimitado simbólicamente como tal para
que quede claro que la relación allí no será entre dos seres humanos
sino entre un empleado–trabajador y un consumidor–cliente. Esto es

28 La transformación de esta sociedad implica seguir manteniendo una relación


social forzosa. Por eso luchamos por una comunidad humana, cuyo vínculo surge
en base a las relaciones, necesidades y deseos entre las personas, y no en base a la
gestión productiva de un grupo social denominado “comunidad” como algunos
inocentes piensan, donde la comunidad A intercambia zapatos con la comunidad
B que recoge frutas.
En el texto Un mundo sin dinero, Les Amis de 4 Millions de Jeunes Travailleur
afirmaban: «El comunismo no suprime al Capital para devolver las mercancías
a su estado original. El intercambio mercantil es un vínculo y un logro, pero es
un vínculo entre partes antagonistas. Su desaparición no supondrá un retorno al
trueque, esa forma primitiva de intercambio. La humanidad ya no estará dividida
en grupos opuestos o en empresas. Se organizará a sí misma para planificar y usar su
herencia común y para compartir obligaciones y disfrutes. La lógica del compartir
reemplazará a la lógica del intercambio.»
No debemos confundir dinero y moneda como hacen los defensores del true-
que. Si hay intercambio existe dinero, existe valor y, por lo tanto, una producción
separada de las necesidades directas. Recomendamos en Cuadernos nro. 9: El mito
del intercambio como actividad natural entre los hombres.
78  |  Cuadernos de Negación

evidente, ya sea mediante determinada vestimenta (mozos, enfermeras,


mecánicos) o físicamente detrás de un mostrador, una computadora,
una ventanilla (secretarios, cajeros, vendedores). Por ello, nuestra ac-
tividad necesariamente debe acabar con esa “comunidad” del dinero,
con esas relaciones superficiales mediadas por las mercancías, así como
también con todas esas “comunidades” ya instituidas y aceptadas como
la familia, la patria, la religión. Podríamos mencionar también aquellas
que se construyen más allá de las proporcionadas, como el equipo de
fútbol, o quizás hasta por el rechazo a lo establecido, como los jóvenes
al formar comunidades según sus gustos o subculturas.
Existe en alemán una palabra que es de gran utilidad para expresar
esto: Gemeinwesen. Este término tiene más de una connotación que no
pueden pasarse por alto y su uso comprende, a veces, más de uno de
ellos a la vez. Puede emplearse como “esencia común”, “ser colectivo”,
“ser común”, “comunidad”. Refiriéndose a la esencia común de los
seres humanos en tanto que humanos, sociales, y también al modo
de actividad de esa comunidad o vida colectiva.
Pero más allá de los trabalenguas, para quienes hablamos el idioma
español, de lo que se trata es de luchar por la abolición del enfrenta-
miento entre el ser único y su comunidad. Está claro que cada persona
es única y particular, pero cada persona es también un ser colectivo
que se afirma en ello a cada momento. La revolución no supone
el triunfo de las masas aplastando a cada ser, la revolución —entre
otras cuestiones— supone la supresión del “individuo” en tanto que
egoísta y limitado, dando lugar al ser humano “particular” que no se
opone a su especie sino que se desarrolla junto a ella. Como expresó
Bakunin alguna vez: «Yo entiendo esta libertad como algo que, lejos
de ser un límite para la libertad del otro, encuentra, por el contrario,
en esa libertad del otro su confirmación y su extensión al infinito; la
libertad limitada de cada uno por la libertad de todos, la libertad por
la solidaridad, la libertad en la igualdad.»
Comprendemos la particularidad de cada persona, por lo que disol-
verla en la masa sería no solo un error de análisis, sino perjudicial para
el desarrollo de los seres humanos. No somos seres idénticos, claro, pero
no podemos caer en el error de partir del concepto de individuo como
algo que ha existido siempre, «olvidando que el individuo (como las
Contra el Estado y la mercancía  |  79

clases, el Estado, la propiedad privada…) es también un producto


histórico. (…) En realidad, todas estas concepciones sobre el hombre
en general parten de lo que quieren probar. Quieren demostrar que
el hombre siempre es egoísta, que siempre hubo competencia…, y no
se dan cuenta que cuando estudian el pasado proyectan hacia atrás al
miserable hombre burgués y leen la historia a partir de él.» (Miriam
Qarmat, Contra la democracia)
En los Manuscritos económico–filosóficos de 1844, Marx afirma que la
comunidad (Gemeinwesen) no puede oponerse al ser individual: «Hay
que evitar, sobre todo, el fijar de nuevo la Sociedad como una abstrac-
ción frente al individuo. El individuo es el ser social. La manifestación
de su vida —aunque no aparezca bajo la forma inmediata de una
manifestación comunitaria de la vida realizada con otros y al mismo
tiempo que ellos— es pues una manifestación y una afirmación de la
vida social. La vida individual y la vida de la especie del hombre no son
distintas, aunque —y ello de modo necesario— el modo de existencia
de la vida individual sea un modo particular o más general de la vida
de la especie o que la vida de la especie sea una vida individual más
particular o más general.»
Queremos un mundo donde la actividad humana nunca más
vuelva a adoptar la forma de trabajo asalariado, y donde los pro-
ductos de esa actividad ya no sean objetos para el comercio. Que
lo producido por cada uno —y/o entre varios— sea la realización y
afirmación de nuestra particularidad personal, y nuestra particularidad
en tanto que grupo. Donde lo producido sirva a la satisfacción de las
propias necesidades y deseos particulares, y las propias necesidades
y deseos particulares de los demás, junto con nuestras necesidades
como ser colectivo.
Sabernos satisfechos mutuamente con nuestras actividades, com-
prendiendo que gran parte de lo que hacemos, es también gracias a
una acumulación de actividades y conocimientos previos que otras
personas han hecho justamente para ello: satisfacerse inmediatamente,
satisfacer a otros en breve y satisfacer al resto de las personas a futuro.
Esa actividad que describimos (ya no en tanto que trabajo, es decir
algo separado de nuestra vida) es irrealizable en la sociedad mercantil
generalizada…
80  |  Cuadernos de Negación

Esta sociedad es rechazada por todos nosotros como seres domi-


nados, en diferentes niveles de posicionamiento frente a lo existente.
Siempre y cuando no exista coacción física o algún otro tipo de
control (aunque también suelen desafiarse), se comprenda o no el
significado de la palabra plusvalor,29 se conozca o no el funciona-
miento de un banco, etc., se rechaza al trabajo como se rechaza la
peste, faltando o intentando recuperar algunos minutos, mediante
el sabotaje y el robo al interior del horario laboral, entre otros.
Este orden social también es rechazado mediante la expropiación
o la simple destrucción de mercancías, afirmando la superioridad
humana sobre las mismas, a su vez, haciendo de nuestros días algo
menos alienante.
«(…) el día en que las viejas instituciones se desplomen bajo el hacha
de los proletarios, se oirán voces que griten: “¡Pan, casa y bienestar para
todos!” Y esas voces serán escuchadas. El pueblo dirá: comencemos
por satisfacer la sed de vida, de alegría, de libertad, que nunca hemos
apagado. Y cuando todos hayamos probado esa dicha, pondremos ma-
nos a la obra: demolición de los últimos vestigios del régimen burgués,
de su moral tomada de los libros de contabilidad, de su filosofía del
debe y haber, de sus instituciones de lo tuyo y de lo mío. Demoliendo,
edificaremos.» (Piotr Kropotkin, El salario)

«El tiempo es oro»30

¿Con qué fin medimos el tiempo? El tiempo es medido para ser utili-
zado en esta sociedad mercantil generalizada, por eso podemos hablar
de “ahorrar tiempo”, “ganar tiempo” o hasta “perder tiempo”. Pero

29 Una realidad que comienza a desnudar lo despiadado del trabajo asalariado. El


plusvalor es, brevemente, la diferencia entre el valor creado por el asalariado en su
trabajo y el necesario para la reproducción de su fuerza. El salario cubre los gastos
de esta reproducción; pero el asalariado trabaja una parte de su jornada de trabajo
gratuitamente, pues esta parte, correspondiente al valor nuevo que produce, no
le es retribuida… el Capital se embolsa la diferencia. Y aquella diferencia de valor
que es el plusvalor no solo le cuesta nada al patrón, sino que es parte esencial de
su acumulación.
30 Recomendamos el artículo Privación del tiempo en Cuadernos nro. 7.
Contra el Estado y la mercancía  |  81

no necesitamos más o menos tiempo, sino un tiempo más pleno, un


tiempo que sea nuestro, o una mejor “convivencia” con él.31
«El reloj —como señaló Lewis Mumford— es la máquina clave de la
era de las máquinas, tanto por su influencia en la tecnología como en
las costumbres humanas. Técnicamente, el reloj fue la primera máquina
realmente automática que alcanzó alguna importancia en la vida humana.
Antes de su invención, las máquinas comunes eran de tal naturaleza que
su funcionamiento dependía de alguna fuerza externa y poco confiable,
como la del hombre, la de los músculos del animal, la del agua o la del
viento (…). El reloj fue la primera máquina automática que alcanzó
una importancia pública y una función social. La manufactura de los
relojes fue la industria en la cual el hombre aprendió los elementos para
construir máquinas y en la que logró la habilidad técnica necesaria para
producir la complicada maquinaria de la revolución industrial.
Socialmente el reloj tuvo una influencia más profunda que cualquier
otra máquina, porque fue el medio por el cual se pudo lograr la regu-
larización y regimentación de la vida, tan necesarias para el sistema
de explotación industrial. El reloj suministró el medio por el cual el
tiempo —una categoría tan ambigua que ninguna filosofía ha podido
aún determinar su naturaleza— pudo ser medido concretamente en
los términos más tangibles del espacio provisto por los cuadrantes del
reloj. El tiempo, en tanto duración, dejó de ser tenido en cuenta, y los
seres humanos empezaron a hablar y a pensar siempre en extensiones
de tiempo, como si estuvieran hablando de medidas de alguna tela.
Ahora que podía medirse en símbolos matemáticos, el tiempo fue
considerado como una mercancía que podía ser comprada y vendida
como cualquier otra.» (George Woodcock, La dictadura del reloj)
Deberíamos agregar que el querer “medir el tiempo” es viejo como la
dominación. Las primeras civilizaciones inventaron el reloj de arena32
31 Todas estas nociones referidas al tiempo están relacionados con la manera de so-
portarlo. Como en situaciones similares, sufrimos aquí el no poder encontrar en
el lenguaje formal mejores palabras para expresarnos. Comprendemos así, cómo
este gran problema no solo nos condiciona al momento de buscar palabras, sino
también al momento de buscar alternativas a lo existente, al revolver en nuestros
deseos que se encuentran definidos con palabras.
32 “Reloj de arena” es en rigor una definición moderna para una herramienta que
aún estaba relacionada con el lugar en que transcurría la vida y sus amplios ciclos.
82  |  Cuadernos de Negación

y las matemáticas (inexistentes en las sociedades nocivilizadas)… no


es curioso entonces que esa abstracción que es el número sea utilizada
para medir esa otra abstracción que es el tiempo.
Desde las catedrales en la ciudad y las iglesias en el campo (¿cuándo
no?), así como también desde los palacios, sonaban las campanas de
los primeros relojes. Luego, este tiempo, numérico alejado de la natu-
raleza, de la experiencia, seguirá sirviendo para disciplinar, controlar
y —peor aún— sincronizar la actividad de diferentes personas. En un
comienzo esta concepción del tiempo era extraña, la manejaba la clase
dominante (de ahí la ubicación de los primeros relojes), pero con la
victoria de esta reducción del tiempo a mera cantidad, convirtiéndolo
en algo mecánico, impersonal, externo y desvinculado de nuestra
experiencia, cada uno tuvo derecho a poseer un reloj y así ser parte
fundamental de esta extraña pero efectiva medición. ¿Y qué es eso sino
la democratización de la vida?
Desde los primeros meses de vida nos hacen comer y dormir a de-
terminado horario (y no cuando tenemos hambre o sueño) y, ya desde
la escuela, comenzamos a cumplir horarios tan estrictos que, cuando
llegamos a nuestro primer trabajo, esto nos parece lo más natural del
mundo… ¡Si hasta tenemos horarios para lo que llamamos descansar
y divertirnos!
La mentira no se hace evidente ni cuando el Estado nos hace atrasar
o adelantar nuestros relojes, según la hora que deba ser en verano y
la hora que deba ser en invierno, para el ahorro de energía eléctrica.
Porque, como sabemos, las máquinas producen bajo la tutela del
Capital, y esta máquina en particular, el reloj, produce (¡sí, produce!)
horas, minutos y segundos… también para el Capital.

¿Siempre hemos vivido así?

Cuando nuestra época no intenta verse a sí misma como la única que


ha existido, mira hacia atrás o hacia delante proyectando la sombra de
su propio mundo. Hacia atrás ve el desarrollo obligado y la búsqueda

Si bien se podía comenzar a medir el tiempo, el reloj de arena no crea un horario


oficial y lo sincroniza indistintamente para todas las personas y sus actividades.
Contra el Estado y la mercancía  |  83

hacia este mundo, y en el futuro solo se ve a sí misma: depurada de


sus contradicciones, mejor controlada o avanzando en su progreso.
En su autoreferencialidad totalitaria, solo puede verse como única
posibilidad de vida.
Esta sociedad mercantil generalizada esconde su nacimiento,
para ocultar su muerte. El trabajo tal como lo conocemos, el valor,
la mercancía, el Capital, son procesos recientes teniendo en cuenta
la larga historia del humano sobre esta Tierra. Parece ser que el mito
creacionista, compartido por varias religiones para explicar la exis-
tencia del ser humano, sirve para explicarlo todo: el humano al que
hizo aparecer dios mágicamente en la Tierra es el hombre tal como
lo conocemos hoy, sin ningún rastro evolutivo. Y la sociedad que
conocemos hoy —según quieren hacernos creer— es la que existió
siempre y siempre existirá. Ocultando que hubo y sigue habiendo un
desarrollo histórico en cuanto a modos de vida, que el ser humano ya
vivió en comunidades, sin la despótica ley del valor, sin democracia,
sin Estado, ni Capital, es decir, que es posible una organización social
de ese tipo para los seres humanos. De hecho, vivimos mucho más
tiempo de ese modo, quizá el 95% de nuestra existencia como especie.
Con esto no estamos proponiendo “volver hacia atrás” ni reivindi-
car acríticamente aquel “comunismo primitivo”. Lo que nos interesa
remarcar es que siempre han existido diversos modos de vida, de
producción, que han coexistido, que se han condicionados unos a
otros, y que, fundamentalmente, esta época es transitoria, como lo
han sido las demás.
84  |  Cuadernos de Negación

¿Contra qué Capital?

«El capital es trabajo muerto que, al igual que un vampiro,


solo puede vivir succionando trabajo vivo, y mientras
más vive, más trabajo vivo succiona.»
(Karl Marx)

«La fuerza del vampiro está en el hecho de que nadie


cree su existencia.»
(Bram Stoker, Drácula)

El capital de un burgués puede ser un conjunto de inmuebles, máquinas,


computadoras, vehículos, tierras, dinero y demás bienes acumulables,
así como fuerza de trabajo humana para poner en funcionamiento
todo aquello. Algunos capitalistas pueden no tener trabajadores bajo
sus órdenes, pueden beneficiarse, por ejemplo, comprando barato y
vendiendo caro, asegurándose una tasa de ganancia que les permite
acumular y crecer.
En esos ejemplos es donde gran parte de liberales de izquierda y de
derecha no ven al trabajo asalariado como indispensable en las relacio-
nes capitalistas. Para nosotros, proletarios, salta a la vista y duele en el
cuerpo que «el capital viene al mundo chorreando lodo y sangre por
todos sus poros». Antes de llegar a este “inocente burgués” vendedor
de mercancías, el capital o bien fue arrancado violentamente de algún
rincón del planeta (cuando aún aquello no era capital pero incluso
también después), o ha sido inicialmente producido por la explotación
capitalista —que, como ya dijimos, es todo tipo de trabajo en esta
sociedad— ¡y también será vendido en función del trabajo asalariado!
Supongamos la compra y venta de maquinaria de producción de alguna
mercancía: esta maquinaria, en tanto trabajo muerto deberá ser puesta
en movimiento por el trabajo vivo de aquellos que están incapacitados
de realizar la acumulación de materias primas y medios de trabajo a
causa de la dinámica capitalista, así como tampoco pueden acumular
su fuerza de trabajo. Es decir, no se vende acumulada al mercado, no
se puede dejar de trabajar 15 días y venderle esa “acumulación” a un
capitalista; así como tampoco puedo vender por adelantado mi fuerza
Contra el Estado y la mercancía  |  85

de trabajo, ya que la realidad capitalista funciona al revés: el patrón


primero utiliza mi fuerza de trabajo, genera ganancias —saca ventaja—
y recién después me paga lo que considera por mis jornadas laborales.
Por lo tanto: los capitalistas no pueden producir sus riquezas al mar-
gen de la explotación, por más especulación financiera que tengan a su
favor. Estos existen porque existen personas que han sido expropiadas
violentamente de los medios de reproducir su vida, y son obligadas a
transformarse en esclavas asalariadas.
Si queremos dejar de ser esclavos debemos tener bien en claro cuá-
les son las cadenas que nos mantienen sujetos a esta sociedad. Para
terminar con el trabajo y la explotación es fundamental reconocer que
la producción capitalista está basada en la producción de valor, en la
valorización constante y siempre creciente del Capital. Por eso nos
explotan y no simplemente por la avaricia de determinados burgueses.
El Capital no es simplemente la suma de capitales particulares,
es un sujeto que se ha desarrollado históricamente a medida que
la producción y la reproducción de la vida se ha ido separando
cada vez más de las necesidades directas y orientándose hacia el
intercambio, hacia el mercado. El Capital como sujeto es algo bien
material, está totalmente separado de las necesidades de los seres hu-
manos, pero solo existe en base a las relaciones que nosotros mismos
llevamos adelante. En este sentido, no solo debemos terminar con la
burguesía y su explotación, debemos terminar con la explotación del
Capital, es decir, con toda producción orientada al intercambio y por
ende a la producción de valor. Si la burguesía existe y tiene la fuerza
que tiene es porque es la mejor forma que ha encontrado el Capital
de reproducirse y ampliarse, los burgueses son sus funcionarios, sus
mejores representantes en las relaciones de explotación. Pero el Capital
puede reproducirse sin ellos, y hasta en algunos casos necesita que así
sea, como veremos más adelante con la autogestión, o como ocurrió
en varias ocasiones en la historia con el sofocamiento de las mejores
intentonas revolucionarias. La contrarrevolución no triunfó en Rusia o
en España sencillamente por no poder terminar con el Estado y el poder
político, sino fundamentalmente por seguir reproduciendo al Capital.
Situarnos en contraposición al Capital significa oponernos tam-
bién a los capitales particulares, ya que han sido generados por unas
86  |  Cuadernos de Negación

necesidades que no son las nuestras. No queremos reapropiarnos de


los medios de producción existentes y ponerlos a funcionar “al día
siguiente de la revolución” bajo una nueva forma, sino que en su
mayoría deberemos destruirlos y otros reorientarlos totalmente. Hoy
la cantidad domina totalmente a la calidad, la búsqueda de ganancia
ha destruido la utilidad de las cosas.
La socialdemocracia históricamente ha insistido con la contra-
posición entre capital y trabajo, denunciando la explotación, pero
solo limitándose a luchar por “defender” al trabajo sin suprimir la
explotación misma, o luchando por ser los trabajadores los dueños
de esos medios de producción, pero siempre manteniendo invariante
la reproducción del Capital.
Una vez más, terminar con la explotación y con el trabajo asalariado
significa terminar con el Capital como sujeto y relación social, significa
terminar con el valor y el intercambio.33

Capital ficticio

Además de generar capital con nuestro trabajo, o con el intercambio


de mercancías (que en definitiva también han sido generadas o ex-
traídas mediante trabajo asalariado), esta sociedad mercantil genera,
o inventa podríamos precisar, capital ficticio. Las relaciones entre este
capital ficticio y el capital real son contradictorias, y explotan en lo
que llamamos crisis.34
Por su importancia actual, queremos precisar brevemente este
tema que no puede ser pasado por alto. Presentamos a continuación,
entonces, un aporte realizado por los compañeros del Grupo Comu-
nista Internacionalista: «En toda la historia del capitalismo, el capital

33 Este apartado fue ampliado en esta reedición haciendo hincapié en el Capital como
sujeto. Para profundizar sobre estos temas volvemos a recomendar el Cuadernos
nro. 9 Contra la economización de la vida y el bloque sobre crítica de la economía
comenzado con este.
34 Crisis que no será el fin del sistema de explotación, como ninguna lo fue. Si bien
es cierto que la sociedad de clases posibilita su propia muerte, ésta no se encuentra
en ninguna de sus constantes crisis económicas, sino en esas masas oprimidas y
desposeídas de sus medios que la han engendrado, la han mantenido y la mantienen
con vida, y que son en definitiva los únicos posibles enterradores del viejo mundo.
Contra el Estado y la mercancía  |  87

ficticio (todo tipo de préstamos, deudas, fondos de inversiones, etc.,


que reposan en una cada vez más hipotética creación de valor futuro)
ha tenido un papel crucial en el desarrollo del proceso de valorización
del Capital y en el funcionamiento de todo el sistema. Esa creación
ficticia de valor, ha sido no solo indispensable a la reproducción am-
pliada, sino básica en cada expansión capitalista y también fuente de
apropiación y centralización del Capital basado en el poder militar. En
el siglo XX y sobre todo luego del fin del ciclo expansivo, posibilitado
por la destrucción de la llamada “Segunda Guerra Mundial”, el capital
ficticio llegó a niveles cada vez mayores, caótico e incontrolable. En
la carrera loca de creación y desarrollo, ninguna institución, banco o
gobierno puede controlar la totalidad, ni tampoco dar una idea seria
de la desproporción entre el capital financiero (creciendo exponen-
cialmente) y el capital real (creciendo aritméticamente).
El capital, nunca circuló “libremente”, como sus apologistas sostienen.
Tanto como la creación de capital de la nada, ha sido indispensable
también el terror de Estado, la expropiación y la separación violenta
del ser humano de la tierra. Signos de valor, papel “moneda”, créditos,
acciones, obligaciones, letras de cambio, títulos de deuda pública, “pro-
ductos derivados”… son todas formas de crear capital, que en principio
es valor, sin que el trabajo haya producido ese valor. Las ficciones, como
todas las otras mentiras sociales, como los dioses, funcionan mientras
la gente crea en ellas. Si hay gente para ir a morir por dios, la idea de
dios tiene fuerza social, se pueden enviar millones de seres a morir y
matar por los intereses del Capital. Dios como tal fuerza ideológica
“existe”, tiene potencia social aunque se base en una mentira. Pero
apenas los proletarios se organizan y pelean por la revolución contra
la guerra, la potencia ideológica de dios se desmorona. Con todas las
otras ficciones sucede lo mismo. Mientras hay gente para creer en ellas
funcionan, pero apenas empieza la desconfianza resulta sumamente
difícil, para quienes tienen interés en mantenerlas, y el riesgo es la
pérdida generalizada del valor ficticio.35

35 Un claro ejemplo son las corridas bancarias. Cuando por rumores, que luego serán
desmentidos o confirmados, la gente se apresura a sacar su dinero de los bancos, lo
que se genera es una crisis de liquidez porque, claro está, los bancos nunca tienen
el dinero físico para devolvérselo a todos a la vez. Allí es cuando el Estado se ve
88  |  Cuadernos de Negación

En función de las necesidades de la circulación, se fueron im-


poniendo monedas y luego signos de valor, con lo que comenzó a
existir la posibilidad de que quienes hacían la moneda o emitían los
signos hicieran trampa y fabricaran más cantidad de valor que lo que
esa moneda o signo decían representar. Los bancos y, en general, el
capital financiero, así como todo tipo de gobiernos, fueron los que
hicieron ese gran negocio, haciendo que el ritmo de intercambio y de
reproducción del capital fueran mucho mayores que lo que hubiese
sido posible sin ellos. Cuando el exceso superaba ciertos límites y la
moneda y los billetes comenzaban a depreciarse, se trataba siempre de
imponer, por la fuerza, el curso oficial (curso forzoso o legal), pero a la
larga, la moneda tendía a su valor intrínseco y el billete se desvalorizaba.
Es importante retener que, en todos los casos, esa ficción beneficia-
ba a todo el capital potenciando su reproducción ampliada, pero al
mismo tiempo era una excelente estafa legal que beneficiaba al banco
o institución privada o pública que creaba esa moneda o billete así
como a la autoridad legal (Príncipe o Gobierno). Todos conocemos
ejemplos, en todos los países, de cómo los bancos y los gobiernos
desarrollan el crédito y la correspondiente emisión monetaria (para
financiar el gasto público), títulos de deuda y billetes… porque esa
estafa legal es lo más normal en el mundo del Capital y todos hemos
constatado que llegado un cierto momento el papel moneda no vale
más nada. En los últimos años se han caído así los sistemas monetarios
de decenas de países y, en todos los casos, los más perjudicados fueron
los pobres de este mundo, los proletarios que muchas veces esperan
a este extremo, que los lleva a una pauperización aún peor, para salir
a la calle a apedrear bancos e instituciones públicas. La represión y
el poderío militar de las fracciones burguesas que controlan bancos y
gobiernos, podrán posponer las consecuencias, esconder las responsa-
bilidades… pero tarde o temprano se produce una corrida contra los
signos de valores que no eran tales y se impone la verdadera ley del
valor desvalorizando violentamente y quedando al desnudo lo poco
que vale tal o cual signo. En general se lanza una nueva moneda, se
obligado a intervenir para que el sistema bancario no termine de derrumbarse
(desnudando aún más la mentira del capital ficticio) implantando los llamados
“corralitos”, como en Argentina en el año 2001. (Nota de Cuadernos de Negación)
Contra el Estado y la mercancía  |  89

sustituye un signo por cientos o miles de los otros y con una buena
represión y campaña ideológica la cosa funciona unas cuantas décadas.
Ello pasa demasiado a menudo en toda América Latina, ha pasado
muchas veces en Europa del Este en las dos últimas décadas, también
sucedió en Asia, África y en Europa occidental en el entreguerras y al
salir de la Segunda Guerra.
Todo el desarrollo económico productivo dependió cada vez más de
la inyección de capitales ficticios. Todo el sistema mundial capitalista
“vivía” gracias a esa droga.
En un primer momento, los ideólogos economistas de este sistema
pretendieron que se entraba en una fase de desarrollo ilimitado del
capitalismo, en un momento histórico en que las crisis quedaban atrás.
Lo inevitable, se fue posponiendo. Luego surgieron toda una serie
de balones de oxigeno (entre los cuales el tema inmobiliario ocupó un
papel importante) que posponían ese reventar de la economía capita-
lista. Sin embargo, en la década pasada, una serie de crisis, también
llamadas financieras, explotaron en diferentes lugares del mundo (la
llamada crisis asiática y el corralito en Argentina, fueron unas de las
tantas expresiones que anunciaban la generalización de la crisis que
hoy estamos viendo emerger).
En unísono, todos los Estados nacionales se apresuran en afirmar
que ellos no son responsables, que es una crisis made in USA, que nos
cae del exterior. Ocultando así la imbricación directa, la imposibilidad
real de separar los espacios económicos de todas esas determinantes
que hoy surgen como inevitables, como la crisis generalizada del
capitalismo mundial. Con ello quieren cerrar al proletariado en la
defensa de la economía nacional.
Hoy, a nivel mundial, la burguesía pretende “salvar” su sistema podri-
do, invitándonos a hacer nuestras las deudas de los que nos explotan.»
90  |  Cuadernos de Negación

Abajo el trabajo

La crítica al trabajo no es una crítica entre otras, es la crítica fundamen-


tal de este mundo tal como lo sufrimos. Es nuestra actividad humana
fragmentada, limitada y enajenada.
En el capitalismo el trabajo toma la forma de asalariado, algo que
sin duda generará maravillas para la burguesía, mas no para quienes lo
realizan. Este no es otra cosa que la actividad humana hecha prisio-
nera de las sociedades de clases y, concretamente, de la necesidad
de las clases dominantes de apropiarse de gran parte de nuestra
actividad en base a la explotación y al sometimiento.
Pero la actividad que realizamos no debe ser necesariamente
asalariada ni tampoco trabajo. A lo largo de la historia, se han suce-
dido diferentes maneras de relacionarse entre personas y de satisfacer
sus necesidades y deseos.
La actividad como cazadores, pescadores y recolectores pudo haberse
desarrollado en algunos sitios no como forma separada del resto del
tiempo, sino como actividad vital de subsistencia. Otros son los casos
de la esclavitud, la servidumbre, que no pueden ser considerados “tra-
bajo asalariado”. Aquí nuevamente el lenguaje dominante, que no es
otro que el de la clase dominante, no nos permite expresarnos como
quisiéramos: al referirnos a “trabajo” pareciera que lo hacemos siempre
haciendo referencia al trabajo asalariado, ya que bajo el sol negro del
capitalismo la mayoría del trabajo es asalariado.
La palabra trabajo no debería designar más que una forma muy
particular de actividad humana, parte de una vida fragmentada,
experimentada enajenadamente, porque ¿qué es la vida sino actividad?
“Trabajo” suena hoy a los oídos de todo el mundo como el per-
fecto sinónimo de “actividad”, puesto que para la mayoría de los
seres humanos el trabajo ha llegado a ser, lamentablemente, la
totalidad de su vida. Y no hablamos solo de la forma de conseguir
dinero para subsistir, todo es vivido como trabajo: los quehaceres
domésticos, la creatividad artística, tener relaciones sexuales, la
militancia política, criar un hijo o salir con amigas.
De este modo, la realización de una comunidad humana tendiente
a anular todas las separaciones de nuestra propia vida, sería casi im-
Contra el Estado y la mercancía  |  91

posible de describir con el lenguaje actual. No podríamos referirnos


con los mismos términos, indistintamente, a diferentes actividades y
realizaciones: alimentarse, hacer el amor, creatividad, corporalidad
o expresión, llamándolas a todas “actividad” (incluso todas esas son
categorías que pertenecen al mundo de hoy).
Por ello, cuando hablamos de “trabajo”, vale comprender que la
utilización de ese término determina una categoría, una forma muy
precisa de reproducción de la actividad humana en la actualidad, ligada
intrínsicamente al sistema mercantil, en tanto que actividad extraña
al ser humano, reducido a trabajador.
Por otra parte, no está de más aclarar que, cuando afirmamos que
el trabajo asalariado es explotación, no nos referimos al trabajo mal
pago o en un ambiente poco digno.
Como decíamos también en el Cuadernos nro. 2: «Por “explota-
ción”, se entiende casi siempre un trabajo precario y mal pagado, lo
que efectivamente es el caso de la inmensa mayoría de los asalariados
del planeta. Pero esta definición restrictiva implica que crear durante
seis horas diarias softwares educativo a cambio de un buen salario y
en un ambiente que respete el entorno, sin ninguna discriminación
étnica, sexual o de género, en conexión con los habitantes del barrio
y las asociaciones de consumidores, ya no sería explotación. En una
palabra, una sociedad en la que cada uno se lo pasa bien yendo al
mercado el domingo por la mañana, pero sin que nadie sufra la ley
de los mercados financieros. En suma, el sueño de las clases medias
asalariadas occidentales extendido a seis mil millones de seres huma-
nos…» (Gilles Dauvé, Declive y Resurgimiento de la perspectiva comunista)
Y de ello hablamos cuando hablamos de trabajo asalariado, no
solamente de sueldos bajos e inseguridad laboral, sino del robo vio-
lento a todos los proletarios, quienes, privados de los medios de
reproducir nuestra vida, somos obligados a transformarnos en
esclavos asalariados.
La división del trabajo, impuesta por el método de producción capi-
talista, se nos presenta como una cosa sumamente extraña. Siempre
estamos realizando solo una parte de un proceso que sabemos mayor,
pero del cual jamás vemos su inicio ni su final. Esto generalmente nos
genera curiosidad, por lo que preguntamos a nuestros compañeros
92  |  Cuadernos de Negación

de trabajo (si es que los tenemos y no estamos aislados físicamente


para que eso ocurra) cómo se hace su parte, al menos para conocer el
trabajo anterior y posterior más inmediato al nuestro.
Una buena jornada laboral puede llegar a depender de factores tales
como que la automatización de las tareas que realizamos acelere el paso
de las horas hacia el final de la jornada. Pero al volver a casa, el día fue
algo ajeno a nosotros. Y al acostarnos programamos el reloj desperta-
dor —que nos condiciona tanto el sueño como la vigilia— y sabemos
que hay muchas posibilidades de seguir soñando con el trabajo, con
sus dificultades o simplemente con su rutina, la que forma parte de la
mayoría de nuestras horas despiertos. Al otro día volvemos a derrochar
nuestro sudor, nuestra sangre, nuestra salud, nuestra vida, en una ac-
tividad en la que lo absurdo compite con el embrutecimiento. Somos
separados de toda relación noalienada con otros proletarios extendiendo
nuestra existencia como seres atomizados, individualizados, alienados.36
El capitalismo pregona, en cuanto al trabajo, los preceptos de ra-
cionalidad, rapidez y eficacia; pero debajo de ese manto frío y sobrio
esconde la más inhumana de las irracionalidades. Una secretaria, que
un viernes por la mañana corre entre bancos pagando impuestos de
servicios que no consumió y haciendo depósitos de dinero que no le
es propio para personas que no conoce, se encuentra contemplando
el ventanal que exhibe las mercancías de un comercio de prendas de
vestir mientras espera el colectivo que la lleve al próximo banco: a pesar
de estar haciendo aparentemente nada, esos minutos forman parte de
su trabajo. Ese mismo día, pero por la noche, se detiene a contemplar
la misma vidriera mientras pasea en un momento de ocio, pero esos
minutos son estériles para el valor a pesar de estar llevándose a cabo
la misma acción. A eso el Capital le llama racionalidad.
Ante esta situación que describimos, el progresista democratizado
teme que seamos reemplazados por robots. Pero no comprende que

36 La situación de alienación del trabajo, que viene apareciendo a lo largo de los textos
es una noción histórica transitoria, a diferencia del planteamiento que sostiene que
toda actividad humana realizada para satisfacer sus necesidades es “alienación”. Es
en estas relaciones capitalistas de producción que nos negamos en vez de afirmarnos
como seres humanos. Nos vendemos a otro, quien se apropia no solo del producto
realizado (material o inmaterial) sino también de nuestra actividad.
Contra el Estado y la mercancía  |  93

valemos menos que un robot. Al robot hay que arreglarlo si se rompe,


comprar otro… pero si nosotros —trabajadores— nos quebramos o
morimos, hay una gratuita fila interminable de desocupados detrás
nuestro. Además de que los robots no consumirían luego las mercan-
cías que producen.
El empleador tampoco compra las máquinas o herramientas para
hacer nuestro trabajo más fácil y/o menos pesado, no nos engañemos:
compra una máquina o herramientas para obtener ventajas en la
competencia con otros burgueses del mismo sector de producción.
Nosotros no dejamos de trabajar, o de hacer el trabajo pesado, sino
que reducimos nuestra actividad a una menor cantidad de pasos, lo
que hace la jornada laboral aún más repetitiva e insoportable.37 Y,
acostumbrados a relacionarnos con otros trabajadores en tanto que
objetos, si la máquina o la herramienta se descompone, deja de fun-
cionar o no lo hace como desearíamos, terminamos por insultarla…
Descargando nuestra ira, canalizándola para no atacar las verdaderas
causas de nuestro enojo, o al menos las más inmediatas. Como cuando
peleamos entre trabajadores de un mismo establecimiento, cuando
explota el cansancio, la rabia, en vez de enojarnos con quien deberíamos.
Mientras tanto, los liquidadores de nuestra clase argumentan que
solo son proletarios quienes son obreros, y —peor aún— reducen la
categoría de obrero a quienes solo desarrollan ciertos trabajos: un em-
pleado de limpieza o la cajera de un supermercado no serían proletarios.
El obrerismo es obsoleto no simplemente por razones teóricas sino
porque la misma producción capitalista lo ha superado.38

37 Por esto mismo es que afirmamos que cualquier máquina o instrumento no es


neutro y que está social e históricamente concebido. Esto o no se comprende o se
oculta concienzudamente. Entonces no concebimos el comunismo anárquico como
“la toma de los medios de producción”, porque aunque hoy éstos constituyan las
bases para la acción revolucionaria, ya que son las bases del presente, no significa
que vayan a ser de nuestra utilidad para siempre (¡y menos aún en la realidad que
deseamos!). Si verdaderamente tuviésemos capacidad de decisión sobre nuestra
actividad humana, estos instrumentos deberían ser concebidos en función de las
necesidades humanas y no del desarrollo capitalista. Es probable que una grandí-
sima cantidad de esos aparatos y máquinas no tengan un uso o solo tengan uno
perjudicial para el mundo que deseamos.
38 Para profundizar sobre este tema ver: El obrerismo es obsoleto en Cuadernos de
Negación nro. 2
94  |  Cuadernos de Negación

…Y abajo el ocio

Destinamos cierta cantidad de horas a lo que definimos como espar-


cimiento, para recuperarnos del stress generalizado en que vivimos
diariamente. Pausamos nuestro rol de productores de objetos y ser-
vicios, para darle paso a nuestro rol de consumidores de productos y
servicios (al margen de los proletarios que trabajan en estas fábricas de
ocio y diversión mercantil, porque —como para todo en este mundo
del Capital— alguien está allí trabajando).
Realizar nuestros momentos de ocio y diversión en la sociedad
mercantil generalizada tiene similitudes con el trabajo asalariado:
hay que hacerlo rápido y bien, se vuelve repetitivo y obligatorio, no
hay tiempo para descansar, se rechazan las pasiones, se cumple con la
norma de la ideología dominante.
Divertirse parece ser directamente proporcional al dinero gastado,
por eso se pasea por shoppings y centros comerciales, por eso se paga
para hacer deportes, música o tener sexo, o se paga para ver a otros
hacer deportes, música o tener sexo.
Las ciudades se van organizando ya no solo de acuerdo a los centros
de producción, sino también a los centros de consumo. Es que el mundo
mercantil gira en torno a ello: producción y consumo… de mercancías.
La liberación del ocio solo es posible si nos liberamos de la esclavitud
asalariada. Si el “tiempo de ocio” existe, es porque existe un “tiempo de
trabajo” que lo define, ambos son fruto de esa división.

Ya no somos esclavos… ¿viva la libertad?

«La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La


ignorancia es la fuerza.»
(George Orwell, 1984)

La sociedad del Capital nos hace libres: libres de elegir entre morir
de necesidades insatisfechas o trabajar. Esa es la libertad burguesa.
Somos libres de poder vender nuestra fuerza de trabajo y el burgués
es libre de comprarla. Podemos ilustrar esto con un fragmento del
film Queimada (Gillo Pontecorvo, 1969) donde un agente comercial
Contra el Estado y la mercancía  |  95

británico intenta convencer a un grupo de notables portugueses de una


pequeña colonia latinoamericana de los beneficios del libre cambio
internacional y del asalariado con respecto al esclavo:
«Caballeros, permítanme ponerles un ejemplo, un ejemplo que po-
drá parecer un poco impertinente… pero que según creo es bastante
adecuado: ¿qué prefieren ustedes? O mejor dicho, ¿qué creen que les
conviene más, una esposa o una de esas mulatas? No, no por favor, no
me entiendan mal, estoy hablando estrictamente en términos económi-
cos. O sea del costo del producto… del rendimiento de ese producto.
El producto en este caso es el amor, amor físico naturalmente, ya que
los sentimientos, obviamente, no forman parte de la economía. Pues
bien, a una esposa hay que darle una casa, comida, vestidos, medicinas
cuando se pone enferma, etc, etc. A una mujer hay que mantenerla toda
una vida, incluso cuando envejece y resulta improductiva. Y si uno la
sobrevive, encima tiene que pagarle el funeral. No, no se rían, señores.
No es una broma. Es exactamente así. En cambio, con una prostituta
es mucho mejor, los costes disminuyen, porque no hay necesidad de
hospedarla, curarla, vestirla, alimentarla… ni mucho menos enterrarla.
Una prostituta se tiene solo cuando se la necesita y se le paga solo por
su servicio, y se le paga por lo que hace por horas. Entonces, señores,
¿qué es más conveniente: un esclavo o un trabajador asalariado?»
Esta libertad no nos satisface. Las cadenas del esclavo, y los hilos
invisibles que retienen al actual trabajador asalariado, no nos permiten
avanzar.
Es este chantaje llamado libertad el que alberga la libre competen-
cia, la libertad de votar, la libertad de culto, la libertad de prensa, la
libertad de los derechos y los deberes, las libertades de seguir siendo
dominados… Pero tampoco queremos menos que eso. En realidad
¡queremos más! queremos otra libertad, superando aquella ambigüedad
terminológica con la realidad revolucionaria…
Queremos liberar a la actividad humana del trabajo asalariado,
a las necesidades humanas del Capital, a la decisión de la política, a
la comunidad del Estado, a nuestros sentimientos de toda variedad
de religión, a la creatividad del arte, al amor de las imposiciones
culturales, a la diversión del ocio capitalista: esa es la libertad que
queremos.
96  |  Cuadernos de Negación

Ideología del sacrificio

«¡Qué locura es el amor al trabajo! Que gran habilidad


escénica la del capital, que ha sabido hacer que el
explotado ame la explotación, el ahorcado la cuerda y
el esclavo las cadenas.»
(Alfredo María Bonanno, El placer armado)

El capitalismo, al separar a los explotados de sus medios de vida y


de producción, impuso el asalariado y generalizó el trabajo “libre”
al conjunto del planeta, reduciendo así al ser humano, en todas los
continentes, al rol de trabajador, en definitiva: de torturado.39
El Capital ha hecho del trabajo la actividad más importante a la
cual todo se subordina. Normal y normalizadamente nuestra acti-
vidad es «qué haces en la vida», lo que en esta sociedad quiere decir
“profesión”, “trabajo”, “oficio”. Nada es más coherente con ello que
todas las ideologías burguesas hagan del trabajo la esencia del ser hu-
mano, ideología que es reproducida y soportada por las centenas de
millones de ciudadanos (o ciudadanizados, mejor dicho) que pierden
cotidianamente su vida para “ganarse la vida”. Y cuando hablamos
de perder cotidianamente la vida, lo decimos en serio. Uno se levanta
temprano, para cuando ha llegado la noche está cocinando para comer
y, a veces, se va dormir pensando: «¿Qué he hecho hoy en todo el día
para realizarme como ser humano?» Y las respuestas son tristes: «nada»
o «casi nada», pero no hay mucho tiempo para seguir preguntándose,
mañana hay que comenzar otra vez.
La ideología burguesa de que el trabajo dignifica, que nos hace seres
humanos y nos separa de las bestias es, junto con la idea de dios, de
las mentiras que parecieran ser más insostenibles pero que más bene-
fician a nuestros amos. No es casualidad, que las clases dominantes a
lo largo del planeta y en diferentes momentos históricos, presenten
como héroe a imitar al trabajador modelo, aquel que no se queja, que

39 Que se diga la cantidad de veces que sea necesario: “trabajo”, proviene etimológi-
camente del latín tripalium (tres palos). El tripalium era un instrumento de tortura
construido con tres (tri) palos (palium) con los que se amarraba a los esclavos para
azotarlos.
Contra el Estado y la mercancía  |  97

se esfuerza hasta los límites de su agotamiento por “la patria” o “la


empresa” (en épocas de crisis) o hasta por “la revolución” (como llegan
a llamar algunos capitalistas, en el máximo de su asquerosa hipocresía,
a la reactivación de una economía antiproletaria). Desde el «Arbeit
macht frei»40 de los nacional–socialistas hasta el «ganarás el pan con
el sudor de tu frente» de la biblia cristiana, desde Henry Ford a Fidel
Castro, desde el stalinismo a los sindicalistas, desde Mao Tse–tung a
Obama, la ideología dominante rinde culto a los trabajadores, mientras
éstos sean solamente eso: trabajadores; una pieza más en el engranaje
capitalista. Pero en cuanto comiencen a rebelarse, justamente contra
su condición, habrá, como expresaba hace más de un siglo Louis
Auguste Blanqui, «de primera agua bendita, luego injurias, al fin la
metralla, la miseria siempre.»
Nos dicen que una persona es “digna” porque es trabajadora. Casual-
mente, esa es la ideología de aquellos que hacen trabajar a otros para
ellos, y la de curas y políticos: esos parásitos que jamás han producido
algo útil para el resto de los mortales.
Así, somos empujados a esta lógica que es la única que nos permite
mañana volver a soportar el trabajo. Nos convencen —y luego nos
convencemos— de que el trabajo hace bien, que de alguna manera es
bueno para nosotros, con tal de poder tolerar esa humillación diaria
que padeceremos la mayor parte de nuestra vida.
«En coherencia con esto, todas las ideologías se basan en el sacrificio,
en la renunciación, en la interiorización de las emociones, sentimientos,
sensaciones… Al trabajo corresponde el sacrificio y a este la religión
(¡incluida la marxista leninista de Estado!) como justificación de la
represión de toda manifestación de las pasiones y los placeres huma-
nos, físicos, corporales.» (Grupo Comunista Internacionalista, Tesis de
orientación programática)
Pero si alguna “enseñanza” debería darnos el trabajo, es la de compren-
der las relaciones sociales mercantilizadas más brutales que padecemos,
porque allí se encuentran al desnudo: cuando experimentamos en carne
propia la extracción de plusvalor, cuando somos despedidos de forma

40 Frase que adornaba los campos de concentración del régimen nazi y significa nada
más y nada menos que “El trabajo hace libre”.
98  |  Cuadernos de Negación

inesperada (para nosotros claro), cuando nos hacen —en definitiva—


lo que quieren, de manera más brutal o solapada, seamos hombres
o mujeres, blancos o negros, inmigrantes o nativos, homosexuales o
heterosexuales. Esas “enseñazas” deberían darnos lecciones importantes
acerca de nuestra condición como clase, acerca de qué es lo que nos
une a los demás proletarios más de lo que nos separa.
Y a partidos, sindicatos y quienes aspiran a representarnos… dicha
ideología del sacrificio les viene como anillo al dedo. Defienden nuestra
condición de asalariados para tener a quien “defender”; es decir, a quien
representar; es decir: de quien vivir. Su función es mantenernos a raya,
lograr la sumisión y la disciplina que ni el ejército y la religión pueden
a veces lograr; en definitiva: canalizar y destruir nuestras luchas…
Una lucha por un aumento de salario, por ejemplo, no es en sí
reformista; se transforma en reformista cuando esa lucha es codifi-
cada en términos burgueses por el sindicalismo, transformando la
reivindicación en reforma. Sin esta transformación, que en plena paz
social siempre domina las reivindicaciones salariales, lo que plantea la
lucha es un ataque a la tasa de ganancia, a la parte del producto social
apropiado por la burguesía, y en ese punto se mueve en el terreno de
clases de la reapropiación de la producción, independientemente de
lo que piensen los protagonistas y aunque sea bajo una determinación
primaria. Lo mismo con lo demás: tiempo, condiciones…
Es doloroso, y a la vez de alguna manera comprensible,41 ver que
en épocas de crisis los trabajadores defienden su fuente de trabajo…
en vez de defender su fuerza de trabajo. Defendemos la fuerza de
trabajo para que no nos revienten, para que no nos vuelvan locos,
para que no nos humillen, para que no nos maten en “accidentes
laborales”, para arrancarles las mejores condiciones posibles en lo
inmediato y como clase.
La respuesta por lo tanto no es complicada. Al contrario, la contra-
rrevolución es la que complica todo, llegando a presentarnos hasta lo

41 Comprensible porque, como decíamos anteriormente en este mismo número,


perdida toda comunidad real, los trabajadores buscan lo más cercano que creen
tener, y recurren equivocádamente a agruparse bajo la bandera de la empresa que
los contrata. Esto sucede porque piensan que es lo más fuerte que tienen en común
—o quizás lo único— con sus compañeros de trabajo.
Contra el Estado y la mercancía  |  99

que necesitamos y sentimos en las tripas como algo ilógico o absurdo,


y como lo más humano y natural nuestro sacrificio en el altar de la
economía nacional, dando a entender que las necesidades de la bur-
guesía son las necesidades de todos.
«Los sindicatos son órganos vitales del Estado burgués para desem-
peñar tal función. En efecto, ellos representan el “mundo del trabajo”
al interior del Capital, es decir, al proletariado liquidado como clase,
sectorializado; negociando, como cualquier otro individuo de la socie-
dad mercantil, el precio de venta de su mercancía (fuerza de trabajo),
que asegure a su vez una “razonable” tasa de ganancia y que garantice
la paz social. Frente a ese tipo de órganos, el proletariado lucha por
organizarse fuera y contra los sindicatos que, en tanto que obstáculos en
la vía de la revolución comunista, deberán ser destruidos por completo.»
(Grupo Comunista Internacionalista, Tesis de orientación programática)
Un sindicato se convierte en una herramienta de lucha cuando sus
miembros justamente lo superan, y utilizan solo el nombre mas no
la organización sindical como debe ser. Por lo tanto, se mantiene la
“etiqueta” pero es objetivamente un núcleo proletario de lucha que ha
prescindido de las herramientas sindicales concebidas.
Para que se comprenda: no nos asusta la palabra “sindicato”, estamos
contra su estructura, fines y medios. A lo largo de los años se ha usado
el término sindicato como sinónimo de asociacionismo proletario o
particularmente de asociacionismo entre trabajadores, ocultando así
que estos puedan juntarse y luchar por sus reivindicaciones fuera (¡y
hasta contra!) de la forma sindicato.

Ideología del antisacrificio

Al sacrificio militantista se le opone una ideología no menos peligrosa


que el resto de las ideologías: el mito de “la liberación individual”, el
mito de pensar que se puede elegir no ser un explotado y un oprimido
en esta sociedad. Como quien adquiere identidades en el mercado de
las apariencias del Capital, algunos creen elegir la de “ser libre”, ya
que suponen que no sacrificarse es de por sí rebelde, y este suele ser
el refugio de la pasividad. Así como es el refugio de la atomización
individualista el asumir que el trabajo condiciona y empeora nuestra
100  |  Cuadernos de Negación

actividad humana, resolviendo aquello de la peor manera: «yo no


trabajo, yo me autogestiono o sobrevivo como puedo, que los demás
se jodan por no seguir mi camino».
Ni el sacrificio redentor de la tradición judeocristiana, y posterior-
mente del obrerismo, ni el delirio del individuo–ciudadano opuesto
a su propia clase son posiciones emancipadoras.
Nuestra vida está y estará llena de alegrías, de tristezas, de relajaciones,
de tensiones y de todos sus matices…
Contra el Estado y la mercancía  |  101

La mercancía como objeto y relación social

«La mercancía ha alcanzado la ocupación total de la vida


social. La relación con la mercancía no solo es visible, sino
que es lo único visible: el mundo que se ve es su mundo.»
(Guy Debord, La sociedad del espectáculo)

La mercancía de la que hablamos no es un producto social inevitable,


no es simplemente un objeto en la estantería de un supermercado: es
un objeto producido en la sociedad capitalista dotado de valor de uso
y valor de cambio. Es un producto destinado desde el principio a la
venta y al mercado, arrastrando así un modo de producción que le es
inherente. Es la forma que adquieren todas las cosas en la producción
capitalista, cuando ya la totalidad de la producción está destinada al
intercambio.
El problema no es simplemente que una parte de la población tenga
más mercancías que otra, o que algunas estén defectuosas u otras sean
perjudiciales para el medio ambiente. El comunismo anárquico no
significa mejorar su distribución, sino destruir su existencia como tal,
que justamente niega que gran parte de los proletarios tengan
dónde vivir, o poco y malo que comer, porque todo es mercancía:
desde lo más básico para sobrevivir hasta lo más lujoso.
Su destrucción no se reduce simplemente a su destrucción física,
si hasta los capitalistas destruyen algunas veces sus mercancías
para equilibrar precios. Su destrucción es la destrucción de las
relaciones sociales mercantiles.

Las sutilezas metafísicas de la mercancía


(Fragmentos de un artículo del mismo nombre de Anselm Jappe)

Por lo general, la existencia de mercancías suele considerarse un hecho


enteramente natural, por lo menos en cualquier sociedad mediana-
mente desarrollada, y la sola cuestión que se plantea es qué hacer con
ellas. Se puede afirmar, desde luego, que hay gente en el mundo que
tiene demasiado pocas mercancías y que habría que darles un poco
más, o que algunas mercancías están mal hechas o que contaminan o
102  |  Cuadernos de Negación

que son peligrosas. Pero con eso no se dice nada contra la mercancía
en cuanto tal. Se puede desaprobar ciertamente el “consumismo” o
la “comercialización”, eso es, pedirle a la mercancía que se quede en
su sitio y que no invada otros terrenos como, por ejemplo, el cuerpo
humano. Pero tales observaciones tienen un sabor moralista…
La mercancía es un producto destinado desde el principio a la venta
y al mercado (y no cambia gran cosa cuando sea un mercado regulado
por el Estado). En una economía de mercancías no cuenta la utilidad
del producto sino únicamente su capacidad de venderse y de transfor-
marse, por mediación del dinero, en otra mercancía. Por consiguiente,
solo se accede a un valor de uso por medio de la transformación del
propio producto en valor de cambio, en dinero. Una mercancía en
cuanto mercancía no se halla definida, por tanto, por el trabajo con-
creto que la ha producido, sino que es una mera cantidad de trabajo
indistinto, abstracto; es decir, la cantidad de tiempo de trabajo que se
ha gastado en producirla. De eso deriva un grave inconveniente: no
son los hombres mismos quienes regulan la producción en función
de sus necesidades, sino que hay una instancia anónima, el mercado,
que regula la producción postfestum. El sujeto no es el hombre sino
la mercancía en cuanto sujeto automático. Los procesos vitales de los
hombres quedan abandonados a la gestión totalitaria e inapelable
de un mecanismo ciego que ellos alimentan pero no controlan. La
mercancía separa la producción del consumo.
Este proceso en que la vida social de los hombres se ha transferido
a sus mercancías, es lo que Marx llamó el fetichismo de la mercancía:
en lugar de controlar su producción material, los hombres son con-
trolados por ella; son gobernados por sus productos que se han hecho
independientes, lo mismo que sucede en la religión.
El amor excesivo a ciertas mercancías es solo un epifenómeno del
proceso por el cual la mercancía ha embrujado la entera vida social,
porque todo lo que la sociedad hace o puede hacer se ha proyectado
en las mercancías.
El desdoblamiento de todo producto humano en dos aspectos, el
valor de cambio y el valor de uso, determina casi todos los aspectos de
nuestra vida y, sin embargo, desafía nuestra comprensión y el sentido
común, quizá un poco como la teoría de la relatividad. Era difícil hacer
Contra el Estado y la mercancía  |  103

del fetichismo un discurso para masas, como se hizo con la “lucha de


clases” o la “explotación”.
El fetichismo es el secreto fundamental de la sociedad moderna, lo
que no se dice ni se debe revelar.
Durante mucho tiempo, tal ocultamiento no fue muy difícil: criticar
el fetichismo habría implicado poner en tela de juicio todas las cate-
gorías que incluso los presuntos marxistas y los críticos de la sociedad
burguesa habían interiorizado por completo, considerándolas datos
naturales de los cuales solo podía discutirse el más o el menos, el cómo
y, sobre todo, el “para quién”, pero sin cuestionar su existencia en sí:
el valor, el trabajo abstracto, el dinero, el Estado, la democracia, la
productividad.
No es fácil sustraerse a la perversa fascinación de la mercancía. La
crítica del fetichismo de la mercancía es la única vía que hoy se halla
abierta a una comprensión global de la sociedad; y afortunadamente
semejante crítica se está formando.
Durante largo tiempo, la mercancía nos engañó presentándose como
«una cosa trivial y obvia». Pero su inocencia ha pasado, porque hoy
sabemos que es «una cosa embrolladísima, llena de sutileza metafísi-
ca y caprichos teológicos». Y todos los rezos de sus sacerdotes serán
incapaces de salvarla de la evidencia de su condena.
104  |  Cuadernos de Negación

¿Liberar el trabajo? ¡Liberarnos del trabajo!

«No se trata de desembarazarse del lado “malo” del capital


(la valorización), guardando el “bueno” (la producción).
Pues como hemos visto, el valor y la lógica de la ganancia
imponen un cierto tipo de producción, súperdesarrollan
ciertas ramas, descuidan otras.»
(Jean Barrot, Capitalismo y Comunismo)

Por lo expuesto a lo largo de este Cuadernos, está claro que no


proponemos nacionalizar las fábricas, ni nos conformamos solo con
luchar por mejorar las condiciones de trabajo. Asimismo, tampoco
queremos autogestionar las fábricas, ni abolir la moneda para suplan-
tarlo por bonos o algo que se le parezca. Afirmamos del mismo modo,
que no queremos llevar adelante una crítica “moral” del trabajo, ni
nos oponemos a este porque nos da la gana, “nos parece aburrido” o
tenemos mejores propuestas para hacerlo más “justo”. Mucho menos
igualamos la revolución a contentarse con tomar los medios de pro-
ducción… ¡como si eso fuese suficiente! Queremos reapropiarnos de
nuestra actividad humana, y queremos someter a crítica los medios
de producción antes de tomarlos ciegamente: nuestra lucha no es
por producir y re–producir este mundo tal como está pero sin dinero,
patrones, ni Estado.
Nuestro posicionamiento no es una reivindicación acrítica de las
masas trabajadoras por su condición justamente de trabajadoras,
tolerando así toda la carga de enajenación. Afirmamos la posi-
bilidad que ellas encarnan en su propio seno, más precisamente
su posibilidad de autosupresión revolucionaria. Por ello, no hay
contradicción entre nuestras posiciones de “abajo el trabajo” y el
apoyo a ciertas luchas de los trabajadores o cualquier grupo social
que se plantee en conflicto con la sociedad en tanto lucha por una
reivindicación y no una reforma. No circunscribimos la idea de lucha
en torno al trabajador, sino al proletario que puede luchar tanto en su
barrio contra los desalojos como en la oficina, la fábrica, etc.
Si sostenemos que la lucha contra la explotación es llevada a cabo por
la humanidad dominada, no es porque ésta posea alguna superioridad
Contra el Estado y la mercancía  |  105

moral con respecto a quienes pertenecen a la clase dominante o porque


encarnen un designio celestial, sino porque la contradicción entre
sus necesidades humanas y sus condiciones materiales de existencia
la empujan a luchar (independientemente del nivel de consciencia)
contra su situación y todo lo que la sustenta. Y de ninguna manera
soñamos con una revuelta de los proletarios que apunte a imponer
el modo de vida proletario actual a toda la especie humana.
Volveríamos a cometer el error denunciado en el Cuadernos anterior
si preguntáramos cómo liberarnos del trabajo, pensando en brindar
soluciones al ordenamiento actual. «¿Quién recogería la basura? ¿dónde
la acumularíamos?» Antes de responder a esa pregunta, deberíamos
analizar el actual modo de producción de basura y la basura que es
el modo actual de producción. Y no se trata tan solo de un juego de
palabras, el actual modo de producción genera una cantidad de ba-
sura que solo es necesaria para la comercialización (basta pensar en
publicidades, envases descartables, etiquetas, residuos en la fabricación,
especulación, etc.).
Tampoco nos posicionamos desde un pseudo hedonismo, donde
se propone la abolición del trabajo para dar paso a un juego que
comenzaría al nacer y acabaría al morir. Estos hedonistas modernos,
que oponen al trabajo un no–trabajo propio del capitalismo, no nos
convencen sobreestimando placeres capitalistas a menor costo, como
el hecho de viajar o disfrutar “lo bueno” del capitalismo sin pagarlo.
Las vacaciones, sean más baratas o incluso gratuitas, no dejan de ser
parte del disfrute capitalista, del hecho de desplazarse a lugares siempre
similares para obligarse a “descansar”, “aprender” o “explorar”. Y el
resto de los supuestos placeres capitalistas, no dejan de ser capitalistas
por no pagarlos directamente o por el simple hecho de creer que no
lo son. Nadie puede mantenerse “al margen” de un mundo que ha
sido infectado en su totalidad por el veneno de estas relaciones de
producción: tanto el “libertario” que come de la basura porque desea
no pagar por sus mercancías comestibles, como el cartonero que lo
hace porque no tiene otra opción, cumplen al fin y al cabo la misma
función en la dinámica del consumo. Se alimentan de los deshechos
de lo que consumen los demás y que antes otros proletarios asalaria-
damente produjeron, su “estilo de vida” (impuesto o elegido) no es
106  |  Cuadernos de Negación

extendible a la totalidad de la población, y existen porque existe el


modo de producción capitalista. Tal como los trabajadores existen
porque existe el modo de producción capitalista y no al revés.
«El hombre crea colectivamente los medios de su existencia, y los
transforma; no los recibe regalados por las máquinas, pues en ese caso
la humanidad estaría reducida al estadío del niño, que se contenta con
recibir juguetes cuyo origen ignora, y cuyo origen ni siquiera existe para
él (los juguetes están ahí, existen, es todo). De la misma manera, el comu-
nismo no hace el trabajo perpetuamente alegre y agradable. La actividad
eminentemente enriquecedora del poeta pasa por momentos penosos
e incluso dolorosos. Lo único que hace el comunismo en este dominio
es suprimir la separación entre el esfuerzo y el disfrute, la creación y el
recreo, el trabajo y el juego.» (Jean Barrot, Capitalismo y Comunismo)
Nuestra lucha no es seguir en el mundo de lo separado y optar por
uno de los extremos, nuestra lucha es por abolir dicha separación.

Gestión y autogestión

«Los explotados no tienen nada que autogestionar, a


excepción de su propia negación como explotados.»
(Anónimo, Ai ferri corti con l'esistente, i
suoi difensori e i suoi falsi critici)

¿Y qué decir de la toma de fábricas y de espacios? Podemos remarcar


que, en los mejores casos, se atenta contra la propiedad privada, se
confronta con el patrón y sus guardias, se desvía el uso de medios de
producción y espacios para necesidades y deseos más propios. Ahora
bien, éstas, entre otras prácticas que pueden ser el comienzo de una
verdadera revuelta, no representan un motivo suficiente para evitar
realizar una crítica, que además siga aportando en la comprensión
de la sociedad mercantil generalizada. Tarea fundamental para no
restaurar el orden capitalista «desde abajo» con nuestras manos y la
de nuestra gente. ¡Un esfuerzo más si queremos ser revolucionarios!
El gestionismo, es decir, intentar gestionar la producción de este
sistema, no es más que la otra cara del politicismo: considerar que
tomando el mando del gobierno se puede cambiarlo todo.
Contra el Estado y la mercancía  |  107

Observamos entonces que un cambio social es deseable, pero este


deseo a su vez coexiste con el mandamiento implícito y dominante
de que es imposible superar el capitalismo. Al actuar encerrado en
esas premisas, se intenta llevar a cabo un cambio pero sin salir de los
márgenes del capitalismo.
En la gestión del capital a manos de la clase trabajadora, se continúa
sin poseer autonomía con respecto a las leyes de la producción capita-
lista. Esto reforma el capitalismo poniendo a los mismos trabajadores
a preocuparse del comercio, olvidando que lo que necesitan es en
realidad la destrucción de ese comercio por más “solidario” o “justo”
que lo consideren. Por ello lo de «obreros y obreras sin patrón/a»
que anhela el trotskismo, es completamente realizable pero no como
sinónimo de “anticapitalismo” como pretenden hacernos creer, sino
como rechazo de la autonomía por el automatismo. La «fábrica bajo
control obrero» no es más que los obreros bajo control de la fábrica.
Sería más fácil pensar que el capitalismo y todo lo que nos convierte
en esclavos es un espacio físico al cual destruir o al cual conquistar,
pero también sería erróneo. El Capital es un conjunto de cosas y
relaciones, pero es además un sujeto social e histórico que, a pesar
e independientemente de las personas o matices ideológicos que
crean o quieran dominarlo, es el que determina las dinámicas
económicas.
Debemos, sin embargo, precisar algo muy importante: las críticas
aquí expuestas no son un ataque a los proletarios que día a día
deben sobrevivir y por ello venden su fuerza de trabajo a un patrón
directamente o indirectamente. Cada uno de nosotros sabe lo difícil
que es juntar el dinero suficiente día a día o mes a mes, y la “creativi-
dad” a la que hemos tenido que recurrir más de una vez. Estas críticas
son un ataque directo al gestionismo en tanto proyecto social y
expansivo, en tanto apología de una de las tantas formas que
tienen los proletarios para sobrevivir, es decir: al gestionismo en
tanto ideología.
«El gestionismo extremo aparece así como la última trinchera de la
defensa capitalista, como puede vislumbrarse ya en las luchas actuales.
Las modernizaciones del gestionismo y reformismo, que bajo la for-
ma de “cambiar al mundo sin tomar el poder” (en realidad cambiar
108  |  Cuadernos de Negación

al mundo sin destruir ni el poder burgués, ni el Capital), debemos


considerarlas como parte de la preparación contrainsurreccional de la
burguesía. Cada vez que el proletariado ha salido a la calle y se ha en-
contrado en una cierta correlación de fuerzas, esas “nuevas” expresiones
del viejo y putrefacto gestionismo han constituido barreras reales de
defensa de la gestión autónoma de las unidades del capital (empresas,
emprendimientos productivos, municipios…) y han logrado liquidar
las energías y la dinámica de destrucción revolucionaria del Capital
portada por el proletariado.» (Grupo Comunista Internacionalista, La
contrarrevolución rusa y el desarrollo del capitalismo)

«Es larga la lista de problemas que enfrenta un microemprendimiento


familiar o comunitario: falta de crédito, de tecnología, escasez de
mercado, carencia de preparación… Los problemas básicos que
todo pequeño capital tiene en una economía capitalista, ilustrados
elocuentemente. ¿Solución? Más de lo mismo: que el Estado otorgue
más subsidios. Conscientes de estos obstáculos y escépticos de que
los “microempresarios” puedan salvarlos, afirman que pese a todo,
los microemprendimientos tienen una ventaja: la “solidaridad”.
¿Pero, en términos concretos, qué significa esta “solidaridad”? De
vuelta se trata del trabajo en familia o entre grupos de familias
que, sin importar la ganancia, se esfuerzan por sobrevivir. Pero este
“trabajar para sobrevivir” significa que el microemprendimiento a
duras penas da ingresos que permiten reproducir a la familia. El
microemprendimiento es, entonces, el autoempleo que debe batal-
lar duramente para insertarse en el mercado a costa de precios bajos
por superexplotación individual y de la propia familia, en peores
condiciones que en una empresa: no hay jubilación, obra social
ni estabilidad alguna. Solo así se puede producir con costos sufici-
entemente bajos como para competir. En definitiva, se vuelve una
forma de transferencia de plusvalor a los capitalistas, bajo la forma
de insumos baratos por trabajo no pago. Se dirá que al menos tienen
trabajo. Precisamente, el microemprendimiento se convierte en la
“prueba” cabal de que no trabaja el que no quiere. Impulsada por la
burguesía, esa conclusión suena lógica. De la mano de los propios
Contra el Estado y la mercancía  |  109

obreros, implica confiar ciegamente en el capitalismo, una apología


del Capital por sus propias víctimas. El “síndrome de Estocolmo” en
su máxima expresión.» (Juan Kornblihtt, Profetas de la autoexplotación
del libro Contra la cultura del trabajo)

Gestionismo en acción

«“La Toma” no refleja la realidad de las fábricas recuperadas en


Argentina», así se titula un documento del Movimiento Nacional
de Fábricas Recuperadas por los Trabajadores de abril de 2004, en
relación a “La Toma”: documental acerca de la lucha de las fábricas
recuperadas por sus trabajadores, realizado por Naomi Klein (quien
comparada con estos individuos que prestan su voz al documental,
parece una revolucionaria, y no la estrella demócrata y antiglobali-
zación que es).
Pero dejemos hablar al Capital por boca de estos trabajadores:
«Lamentamos que se quiera utilizar la recuperación de fábricas
para una acción política internacionalista dentro de la lucha de clases
antiglobalizadora con un claro matiz ideológico marxista y, desde esta
mirada de materialismo dialéctico, es visto todo este proceso.
(…) Desde este Movimiento estamos agradecidos a todos los fun-
cionarios públicos de todo el territorio Argentino porque más allá de
su color político y de la situación de emergencia están colaborando
con la recuperación de las fábricas.
Sentimos que se nos faltó el respeto a todos los argentinos, y a los
trabajadores de las fábricas recuperadas en particular, porque han mez-
clado el proceso político y la debacle económica con nuestro esfuerzo.
Se quiere poner a toda la dirigencia política en la misma bolsa, a
los jueces y al Presidente de la Nación Argentina Dr. Néstor Kirchner,
mostrando como que los argentinos somos tontos porque mayorita-
riamente lo eligieron para que administre los destinos de nuestro país;
intentan mostrar que todo va a seguir igual porque el presidente firmó
un acuerdo con el FMI, para no aumentar el estado de cesación de pagos.
Sabemos que el Presidente de todos los argentinos ha instruido a
los funcionarios nacionales para que apoyen a las Cooperativas de
Trabajo que recuperaron fábricas en todo el país.
110  |  Cuadernos de Negación

Así también, la mayoría de los jueces de la República Argentina


que colaboran activamente dentro del marco normativo para reabrir
las fábricas.
(…) Aquí somos un pueblo que ha vivido grandes luchas por la
Liberación Nacional, no necesitamos que los intelectuales extranjeros
nos vengan a decir a quién tenemos que votar o qué debemos hacer
o si lo hicimos mal.»
En el resto del comunicado además de apología del legalismo,
defensa de la democracia y nacionalismo, puede apreciarse un claro
resentimiento hacia la tendencia trotskista que intentó conducir estos
procesos, aunque se nota que el motivo del rechazo de la izquierda es
para ser menos que esta, y no más.

Administración y administración obrera

Presentamos a continuación fragmentos del texto ¡Abajo los restau-


rantes! Una crítica obrera de la industria del servicio de comida realizado
y publicado en el sitio web Prole.Info. (Recomendamos la lectura de
dicho texto, en el cual el autor expone una crítica al trabajo asalariado
y su mundo, desde su experiencia como trabajador gastronómico. Con
sus particularidades, el leerlo recuerda ejemplos de vivencias propias
que son transpolables a otros submundos del trabajo):
«Algunos obreros de restaurante han construido una ideología a
partir de la lucha, sobre la forma en que se hace el trabajo. Crearon
restaurantes cooperativos donde no hay patrón. A la vez que tra-
bajan, toman las decisiones administrativas ellos mismos. En estos
restaurantes, los obreros ya no están bajo el poder arbitrario de un
patrón. A menudo eliminan partes de la división del trabajo y de
los peores aspectos de la atención al cliente. Pueden vender comida
vegana, vegetariana, orgánica, de “comercio justo”, o alimentos
cultivados localmente.
Al mismo tiempo, ellos se olvidan de que la división del trabajo se
debe a que ayuda a hacer dinero de manera más eficiente. El patrón
no es un imbécil sin motivo. El patrón está bajo una fuerte presión
que viene de afuera del restaurante. Él tiene que mantener su dinero
en movimiento, haciendo más dinero. Él tiene que competir y ob-
Contra el Estado y la mercancía  |  111

tener un beneficio, o su negocio no sobrevivirá. Los obreros de un


restaurante colectivo, como las pequeñas empresas familiares, no
han eliminado al patrón. Simplemente han fusionado la posición
del patrón y del trabajador en una sola. No importa los ideales que
tengan, el restaurante todavía está atrapado dentro de la economía. El
restaurante solo puede seguir existiendo si obtiene una ganancia. El
trabajo sigue siendo estresante y repetitivo, solo que ahora los admi-
nistradores son los obreros mismos. Tienen que imponer el trabajo a sí
mismos y a los demás. Esto significa que los obreros de los restaurantes
autogestionados a menudo trabajan más tiempo y más duro y se les
paga incluso menos que a los de los restaurantes regulares. O sucede
eso o los restaurantes autogestionados no lucran y no sobreviven por
mucho tiempo.
Más común que la autogestión, es que la administración responda
a la lucha de los obreros intentando crear una especie de “comunidad”
en el restaurante. Ellos saben que los obreros dentro de un restaurante
formarán grupos. En lugar de fomentar el aislamiento y los prejuicios,
fomentan la “comunidad” –una “comunidad” que incluye a la adminis-
tración del restaurante. Esto es especialmente común en los pequeños
restaurantes, donde los empleados incluso pueden tener lazos familiares
entre sí y con la administración. El patrón puede explicar cuán difícil
es el negocio, sobre todo para un pequeño restaurante independiente
como el suyo. El patrón puede ser gay o una mujer o de una minoría
étnica y tratar de crear una especie de “comunidad” sobre la base de
esa identidad. El restaurante podrá no vender determinadas marcas,
podrá limitarse a vender los alimentos de “comercio justo”, orgánicos,
o vegetarianos.
Cualquiera sea la “comunidad”, la función es la de minimizar la lucha
de clases. La idea es que en lugar de defender nuestros propios intereses,
lo que naturalmente nos pondría en conflicto con la administración,
deberíamos tener en cuenta el punto de vista de la administración.
Nosotros podemos tener problemas, pero nuestro patrón también
tiene problemas, y tenemos que llegar a algún tipo de compromiso
–un compromiso que termina con nosotros trabajando para ellos. A
diferencia de las propinas, esta es una forma puramente ideológica de
atar a los obreros al trabajo, y tiende a ser menos efectiva. Sin embargo,
112  |  Cuadernos de Negación

la administración nunca tiene mayor control sobre los obreros que


cuando los obreros creen que están trabajando para una buena causa.
Con la autogestión, al igual que con la “comunidad” que incluye a
la administración, se supone que debemos imponer el trabajo sobre
nosotros mismos y sobre los demás. Ambas son una respuesta a nuestra
lucha contra nuestra situación que, en última instancia, solo crea una
mayor forma de alienación. Nuestro problema con los restaurantes
es mucho más profundo que la forma en la que son administrados. Y
no podemos resolver nuestros problemas mediante la colaboración
con la administración.»
Contra el Estado y la mercancía  |  113

Negación de lo que nos niega

Parecemos incapaces de describir una sociedad sin relaciones capi-


talistas y sin Estado. Sería terrorífico que nuestras pretensiones se
limitaran a tan solo apropiarse de este mundo y ponerlo en funcio-
namiento sin cuestionarlo. Y sería ingenuo pensar que ese mundo
que imaginamos podría ser un paraíso en el cual cada minuto sería
divertido. Pareciera ser que nuestras mentes de esclavos no encuentran
ideas para describir el mundo que deseamos, y es en la revolución
—un período de grandes cambios— que las personas, liberando su
creatividad, podrán hacerlo…
El negar lo que nos niega, es de por sí una afirmación positiva de
nuestras capacidades humanas. No podemos imaginar por su exten-
sión, profundidad y grandeza; un mundo verdaderamente libre de
dominación, y eso es gratificante… Es gratificante saber que exceden
a nuestra imaginación de “esclavos libres”, las capacidades humanas
que hemos ocultado al mundo, la creatividad que podemos desarrollar
al no estar condicionados a la tarea de producir valor.
Desde las formas de comer a las formas de hacer el amor, sufrirían
modificaciones casi totales. Las relaciones personales dejarían de suceder
como fusión de seres atomizados, con todas las posibilidades que ello
encarna. En un espacio ya no diseñado para el control estatal y el tráfico
de mercancías, y en un tiempo concebido de otra manera. Categorías
como “tiempo libre” y “trabajo” en tanto que esferas separadas que a la
vez se complementan en este sistema, serían obsoletas.
Descubriríamos las responsabilidades de “producir”, ya no para otro
sino para nuestra comunidad en general y para cada uno de nosotros
en particular. Hoy la obediencia nos lo impide, cada persona se mira a
sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona
y, por lo tanto, no se considera a sí mismo responsable de sus actos,
por más que estos influyan de manera directa en sus pares.
Lo que aquí expresamos no es el fin de la historia humana, un
punto máximo de su evolución, sino todo lo contrario: se trata del
comienzo de un mundo de posibilidades, ya no condicionadas por la
dominación y el lucro. Un mundo donde cada momento de nuestras
vidas nos pertenezca.
Muchas de nuestras actividades de agitación, de reflexión, de defen-
sa, de ataque, van en dirección a ello, a explorar las posibilidades de
un mundo nuevo que sabemos se esconde como posibilidad en este,
donde no puede desarrollarse plenamente. Un mundo nuevo que ya
no permita retorno al pasado, que es este presente de dominación
y angustia, pero que es también un presente de posibilidades para
revolucionarlo todo. No se trata tan solo de oponerse a lo que nos
destruye y “aislarnos del mundo”, se trata de negar y superar…
La potencia del contenido del comunismo anárquico42 está en la
tensión que genera con el presente al no poder realizarse dentro
de él y, por lo tanto, en su necesidad de negar este mundo para
construir uno nuevo.

42 “Comunismo anárquico” es la definición teórica que mejor encontramos para las


condiciones que la revolución debería generar. Decir que estamos por el comunismo
y la anarquía podrá ser comprendido por algunos solamente como comunismo,
otros como anarquía, otros como comunización y una gran mayoría simplemente
como una vaga necesidad de libertad y emancipación. Lo importante es recalcar
que no es una ideología en tanto que posicionamiento enajenado y dogmático y,
menos aún, una síntesis ideológica de dos corrientes. No queremos refundar la
corriente comunista anárquica, sino ser parte del movimiento revolucionario para
vivir una comunidad humana.
Cuadernos de Negación nro. 4:
Sobre la necesidad de
destrucción del estado

El Estado no es un enemigo por razones de gusto, afinidad moral o


antipatía ideológica. Lo es en tanto estructura de poder fundamental
que garantiza nuestro sometimiento al trabajo asalariado, que permite
y defiende la destrucción de la naturaleza en pos de la producción
económica y garantiza la guerra como método de reorganización
económica y de control social.
Es nuestro enemigo, no porque quienes detentan el poder sean
malas personas o estén motivados por ciegas ambiciones; es nuestro
enemigo porque organiza y ordena el sometimiento de nuestras vidas
en armonía con el Capital ¡porque es el gobierno del Capital!
118  |  Cuadernos de Negación

Presentación a este cuarto número de Cuadernos

Este conjunto de textos precisan una serie de puntos que consideramos


fundamentales respecto al Estado como estructura jerárquica organi-
zadora de la vida: sus aspectos como guardián y defensor de la clase
capitalista —de la cual emerge— contra el proletariado como clase, e
incluso como limitante del burgués individual que intenta “sobrepasarse”.
Intentaremos también analizar su raíz histórica y social, así como la
necesidad de su negación. En la próxima entrega de esta publicación
ahondaremos más en la democracia y sus derechos y libertades. Por
lo pronto aquí estamos, centralizando algunas reflexiones, incitando
al pensamiento en acción e invitando a desarrollar aún más sobre
este tema, para abandonar la pasividad y las mitificaciones acerca de
nuestra realidad.
Lo que consideramos fundamental a saber es que el Estado, ese
aborto monstruoso de la sociedad, no es un enemigo por razones de
gusto, afinidad moral o antipatía ideológica. Lo es en tanto estructura
de poder fundamental que garantiza nuestro sometimiento al trabajo
asalariado, que permite y defiende la destrucción de la naturaleza en
pos de la producción económica y garantiza la guerra como método
de reorganización económica y de control social. Lo es también, en
tanto estructura que se contrapone a la plena realización de la vida y
la autonomía de la comunidad humana: su mera existencia limita la
posibilidad de explorar y desarrollar otros modos de relacionarse. Lo es,
porque es justamente el resultado del antagonismo de clases existentes.
Desde sus orígenes el Estado capitalista mundial se cristaliza en
Estados nacionales, pero no ha surgido en uno o varios países y desde
allí se ha ido extendiendo. El Capital surge del mercado mundial,
va desarrollándose, subsumiendo todas las formas de producción
anteriores.
El desarrollo y poder de los Estados nacionales es el desarrollo y
poder del Capital mundial, y en concreto, de cada átomo de Capital
que para enfrentarse a otro —y en su desarrollo— se asocia y coaliga a
otros átomos hasta estructurarse en fuerzas estatales contrapuestas. Sin
perder de vista que, pese a su competencia, estos átomos son parte del
Capital mundial. Que los Estados nacionales son partes del Estado
Contra el Estado y la mercancía  |  119

capitalista mundial, es una cuestión que se ve con claridad en cada


represión mundial al proletariado en tal o cual país. El Capital también
es mundial, pero su concreción no puede afirmarse más que como
esferas de capital enfrentadas —pues la competencia es su motor—, y
por ello, el Estado del capital es mundial pero se afirma en tanto que
Estados nacionales.
El Estado no es un enemigo al que se pueda ignorar, al que sim-
plemente baste con oponerse o que ilusamente haya que tomar bajo
control: es una forma de organización de la clase dominante que
hay que destruir, se organice en la apariencia de la democracia o
la dictadura, represente los intereses de la burocracia de un parti-
do político, grupo religioso u otra fuerza ideológica burguesa. El
Estado moderno no es solo un presidente, casa de gobierno, bandera,
conjunto de fronteras ¡aún menos una expresión cultural ancestral o un
territorio! Es una organización “óptima” en relación a las necesidades
de la clase dominante, del poder político de acuerdo a la organización
de la producción de la economía, es quien garantiza esa producción y
reproducción de la sociedad mercantil generalizada.
Un Estado no equipara su nivel de desarrollo y poder frente a los
otros Estados en una balanza económica, que de ser favorable sería
más beneficioso para los habitantes de ese Estado, sino que lo hace en
relación a su peso económico en la totalidad de la economía mundial, lo
cual excede a nivel de análisis al hecho puntual de un superávit en la
balanza comercial.43 Este es el sistema de relaciones que lleva a que se

43 Claro ejemplo de esto fue lo que sucedió en la década de los 70, cuando EEUU
tuvo un déficit comercial por primera vez en el siglo XX, dados sus abrumadores
gastos para financiar la Guerra de Vietnam. Esta circunstancia no impidió de todas
formas que la superpotencia siga haciendo valer su poderío económico–militar,
interviniendo directamente o apoyando a una de las partes (financiando la oposi-
ción a gobiernos de “tendencia antiimperialista” o “alineados con la esfera soviética”,
ahogando a esos países con sanciones en los organismos multilaterales de crédito,
secuestrando y asesinando líderes opositores por medio de tareas encubiertas de
Inteligencia, apoyando dictadores en los países donde se habían formado fuertes
movimientos de resistencia) en los asuntos y conflictos de diversas regiones, prin-
cipalmente del “Tercer Mundo”, durante todo el decenio, aún luego de la derrota
en Vietnam (Operación Cóndor en América del Sur, el Conflicto Centroamericano,
Guerra de Yom Kipur en Medio Oriente, etc.)
120  |  Cuadernos de Negación

equipare tan bien el control monetario de la economía con su control


político: es el interés común de una clase.
El rol del Estado entonces, no se destaca tanto por el beneficio “social”
que pueda generar a su “pueblo”, sino por su capacidad de impulsar
el beneficio de la burguesía sea nativa o extranjera. Y es ese el sistema
de relaciones que nos ha impulsado y nos impulsa a su destrucción:
el interés común de nuestra clase despreciada por este sistema de vida,
y cuyo desprecio debemos considerar como la fuerza que contiene la
posibilidad de producir una forma de vida diferente, que reconcilie
al ser humano y la totalidad del mundo que habita.
Si rechazamos al Estado es porque rechazamos todo un sistema
de organización de lo social que lleva como conclusión al Estado.
Su abolición es inseparable de la abolición del sistema de trabajo
asalariado. Por ello, la lucha contra el Estado no es una lucha política
de aparato contra aparato: partidos políticos o grupos que aspiran al
poder estatal de manera extraparlamentaria mediante, por ejemplo,
la estrategia de la vía armada. Tampoco es una simple lucha contra
las fuerzas del orden confundiendo la parte con el todo (por ejemplo:
algún sector del proletariado contra la policía o el ejército). Es una
lucha social, total y totalizadora.
Si esto lo señalamos es debido a la incomprensión de la organización
social vigente, que suele ser confusamente separada como política por
una parte, y económica por la otra. Este error de análisis —cuando ya
no incrustado en el pensamiento como ideología que anula cualquier
análisis al aceptar dogmas instituidos— se convierte en un gran
obstáculo a la hora de cambiar esa realidad incomprendida. Así, se
escogen formas de lucha que no pueden acabar con una cosa ni con
la otra, y que de hecho, como una trampa, tienden a perpetuar ambas,
es decir: las luchas politicistas (partidos, foco, grupúsculos) y las luchas
economicistas (sindicatos, reformas, autogestión).
Esta artimaña de separar lo político de lo económico funciona
para luego señalar que hay luchas políticas y otras luchas eco-
nómicas. Así, en las luchas políticas se debería actuar bajo ciertos
principios (los que suele dictar la ideología escogida) y en la económica
“valdría todo”, justificado aquello en nombre de las “necesidades” y
las urgencias.
Contra el Estado y la mercancía  |  121

Pero… ¿cómo puede separarse lo político de lo económico? ¿en qué


momento es una cosa y no la otra?44 Basta aislar un elemento para
comprobar que en él se encuentra la influencia de la totalidad, que
lo social es a la vez económico y político. Que efectivamente sin la
coerción económica no habría venta directa o indirecta de fuerza de
trabajo al burgués, pero esto tampoco existiría si esa venta no estuviese
garantizada por el Estado.
Por lo tanto, aquellos tramposos llamados a «ser realistas», a ser
«más flexibles» o a «no debatir a la hora de luchar», no son más que
llamados a articular el oportunismo, a subirnos al carro del cortejo
fúnebre que son la democracia y la dictadura mercantil. Los llamados
a no reflexionar, como ya hemos señalado anteriormente (Cuadernos
de Negación nro. 2) suelen ser llamados del tipo «acóplense a la lucha
como la queremos nosotros o manténganse al margen», en la «fútil
discusión perpetua de las cuevas de los intelectuales», como si esas
fueran las únicas dos posibilidades de un mundo estático en el cual
las polarizaciones ya están tan definidas que «no hace falta teorizar
más, sino actuar ya y ahora».
De lo que se trata entonces, no es de renunciar a nuestras posiciones
por culpa de la imposibilidad inmediata de su realización, o “abandonar
la realidad”, porque esta no se ajusta a nuestros principios. De lo que
se trata es de centralizar fuerzas y asi justamente articular una
lucha total para abolir la sociedad de clases. Ese es nuestro desafío.

«En todas partes del mundo donde los pobres sin cualidades se rebe-
lan contra su condición y la toman concretamente con la miseria, el
reformismo debe hacer de ésta una fatalidad y de la agravación de
la opresión social un problema político. Su finalidad es imponer el
Estado como la respuesta a esta fatalidad; dicho de otro modo, que las
aspiraciones sociales de los pobres vayan a buscar su realización en el
Estado. ¡Fuera del Estado, no hay salvación!» (Os Cangaceiros, ¿Cómo
se puede pensar libremente a la sombra de una universidad?)

44 Es importante notar que estas dos ideologías aparentemente opuestas son en realidad
dos aspectos del mismo proyecto, y llegarán siempre a conclusiones similares.
122  |  Cuadernos de Negación

Está fuertemente impreso en el imaginario social que «Estado


hubo siempre», «la democracia es deficiente pero es la mejor de las
organizaciones sociales posibles». Por ello, es que la crítica del Esta-
do y de la democracia es neutralizada por un discurso “armónico y
armonizador” justamente democrático y pluralista, pero totalitario.
Totalitario en el sentido de que no permite nada fuera de sí. Quien
critica a la democracia no debe ser escuchado, es un idiota, un fascista
o un demente de la teoría y en última instancia, no se dudará en en-
carcelarlo o matarlo. Si es que previamente dicha crítica (en palabras
o en algo más que palabras) no ha sido ya hecha a un lado mediante
la indiferencia: lo contradictorio coexiste pacíficamente de manera
escandalosa, insoportable…45 la democracia y sus libertades se nos
presentan como el triunfo definitivo. Lo totalitario se define, en este
sentido, por oposición antagónica a su concepto tradicional: discur-
sivamente casi todo está permitido, puesto que ya nada parece poder
hacer daño, perdido en un mar de discursos constantes.
Pero sus charlatanerías son desmentidas y sus escenarios de cartón
pintado son destrozados por la práctica, cuando los órganos oficiales
son hechos a un lado y los proletarios empujados por la necesidad y el
deseo comienzan a crear sus propios órganos de debate, posicionándose
fuera (¡y hasta contra!) de la canalización de las instituciones estatales.

45 Más allá de que esta afirmación encarna también planos más complejos, sin dudas
el ejemplo más grosero de esto se esconde tras el lema que tanto gusta utilizar el
ciudadano en su más pura expresión: «no debe responderse a la violencia con más
violencia». Este tipo de preceptos generan situaciones como que, tras el asesinato
brutal por “gatillo fácil” de un joven proletario por parte de un policía, este ciudada-
no se indigne porque los vecinos, hartos de los abusos policiales reiterados, expresan
su furia incendiando la comisaría del barrio. Es decir, la violencia monopolizada
por el Estado no es un problema, ésta es un problema solo si escapa a su dominio.
Contra el Estado y la mercancía  |  123

Proletariado: algunas otras aclaraciones

En el nro. 2 de Cuadernos de Negación, Clases sociales o la maldita


costumbre de llamar a las cosas por su nombre, nos hemos explayado más
sobre este tema, aquí queremos subrayar o agregar cuestiones que
han quedado fuera o pudieron ser malentendidas debido a diversos
prejuicios. Cada uno de estos puntos, comprendemos, puede merecer
un texto aparte, intentamos aquí hacer una aproximación al problema.
1. Es importante remarcar nuevamente, no solo para este Cuadernos
sino para el resto de nuestras publicaciones, que cuando nos referi-
mos al antagonismo entre burguesía y proletariado no nos estamos
refiriendo a relaciones sociales entre un individuo y otro, estamos
refiriéndonos a clases sociales. Por lo cual, debe comprenderse que no
es simplemente un burgués que explota a unas decenas de proletarios
aislados, o unos proletarios aislados que pueden acabar con la burgue-
sía o simplemente mantenerse al margen de la lógica capitalista. Son
condiciones globales las que permiten la explotación burguesa y
no permiten, justamente, lograr apartase de ella o llevar una “guerra
social” minoritaria contra el Estado y el Capital.
2. «La refutación de la existencia de clases antagónicas y la reducción
de los problemas sociales a situaciones personales o grupales, fomentan
y consolidan la ideología dominante.»46 La ideología de la separación,
del ocultamiento, del todos contra todos, del ciudadano libre e igual.
Los proletarios individuales no son mejores o más honrados que los
capitalistas individuales. Individualmente, los trabajadores pueden ser
más, menos o tan malos como cualquier otro. El asunto es la actividad
social del proletariado como clase.
3. «Eppur si muove». El antagonismo de clases existe independiente-
mente de que sea o no reconocido a un claro nivel de conciencia como
tal por los sujetos sociales. «Y sin embargo se mueve» dijo, según la
tradición, Galileo Galilei ante el tribunal de la Santa Inquisición que

46 Extraído de Estado: Guardián de la clase capitalista, distribuido por el Grupo Anar-


quistas Rosario el 1º de Mayo de 2010, «en el año de los festejos burgueses por
el bicentenario se hace necesario remarcar el papel histórico y social del Estado
capitalista.»
124  |  Cuadernos de Negación

lo condenaba a muerte si no se retractaba de su afirmación de que no


era el Sol el que giraba alrededor de la Tierra, sino al revés.
4. El ciudadano en su frenesí de consumo, consume ideología, consu-
me identidad y tarda en comprender que hay realidades impuestas que
no ha adquirido en el mercado. Ser proletario no es una identidad
elegida, es una realidad social. Y sentir orgullo por esta condición
es como enorgullecerse por ser esclavo. No amamos ser proletarios.
Y revolución no significa, de ninguna manera, expandir la condición
de los trabajadores a toda la humanidad.
5. No esperamos que los explotados y oprimidos salgan a las calles
con una bandera en la cual pueda leerse «proletarios», porque no se
trata de una composición de sílabas sino de una práctica social. El
debate sobre los términos en nuestro lenguaje es arduo, sabemos
que muchos socialdemócratas y demás reformadores del Capital han
utilizado y utilizan ciertas palabras para decir justamente lo contrario,
como también luchadores imprescindibles de todas las latitudes no las
emplean (y hasta las rechazan). Esto, si bien no es completamente fatal,
sí es verdaderamente un obstáculo: el no asumir nuestra práctica a
nivel de consignas y conceptos, a la larga ha facilitado el debili-
tamiento, la confusión y la recuperación contrarrevolucionaria.
6. La opresión de clase no es una opresión entre otras. No es
superior, ni inferior a la lucha contra el racismo, el machismo o la
xenofobia. No se trata de pluralismo o antipluralismo. No se trata,
tampoco, de “dejar para después de la revolución” los “problemas
parciales”. De lo que se trata es de asumir la lucha de una clase que
contiene todas las orientaciones sexuales, colores y orígenes geográficos.
Es más, podemos afirmar que el Capital se nutre de esas diferencias,
creando falsas comunidades, enfrentando proletarios entre sí. Com-
prender, por ejemplo, que no se trata de “ecologismo” sino de que
el capitalismo a mediano plazo es incompatible con la vida en este
planeta. Asumir que las verdaderas causas no son los excesos o las
maldades de algunas personas, sino la necesidad de valorización del
Capital llevada adelante por la clase burguesa.
Contra el Estado y la mercancía  |  125

¿Qué es el Estado?

Extracto de un texto de Agustín Guillamón. Epílogo del libro: Barri-


cadas en Barcelona. La CNT de la victoria de julio de 1936 a la necesaria
derrota de mayo de 1937.47

El punto de partida de una revolución proletaria es la destrucción del


Estado burgués. Así pues, para entender qué es, cómo se desarrolla y qué
pretende una insurrección o una revolución, necesitamos comprender
qué es el Estado, y sobre todo qué es el Estado capitalista.
No es el Estado, o el poder político, el que crea las clases, sino
que es la existencia de una sociedad dividida en clases la que crea
el Estado, para defender todos los privilegios de la clase dominante.
Podemos encontrar mil definiciones distintas del Estado. Pero básica-
mente se reducen a dos. Una, amplia, que habla impropiamente del
Estado ya en las primeras civilizaciones, con importantes excedentes
agrícolas, de Mesopotamia y Egipto, y después de Grecia y Roma,
que no vamos a utilizar, y que es inadecuada para estudiar la actual
sociedad capitalista en la que vivimos. Se trata de una definición que,
en todo caso, necesita calificar al Estado con el modo de producción
imperante: Estado esclavista, Estado feudal, Estado capitalista. Otra,
reducida, en la que se utiliza el concepto actual del Estado, o Estado
capitalista, o Estado moderno, como poder soberano absoluto o único
en cada país, que es la que aquí utilizaremos.

¿Qué es el Estado capitalista?

El Estado moderno, o capitalista, es una forma histórica reciente de


organización política de la sociedad, surgida hace unos quinientos
años, en algunos países, con el fin del feudalismo y las primeras ma-
nifestaciones del sistema de producción capitalista. La aparición del
Estado (capitalista) suponía la desaparición de las formas feudales de
organización política. El concepto de Estado (moderno) es, pues, muy
47 Ediciones Espartaco Internacional. Colección: Emancipación Proletaria Internacional
(España, 2007) y Lazo Ediciones (Argentina, 2013). Agustín Guillamón es también
realizador de la Revista Balance: Cuadernos de historia del movimiento obrero.
126  |  Cuadernos de Negación

reciente y surge con la aparición histórica del sistema de producción


capitalista. Es la organización política adecuada al capitalismo.
En la sociedad feudal la soberanía era entendida como una relación
jerárquica entre una pluralidad de poderes. El poder del Rey se fun-
damentaba en la fidelidad de otros poderes señoriales y además, esos
poderes de la realeza eran venales, esto es, podían venderse o cederse a
la nobleza: la administración de la justicia, el reclutamiento del ejército,
la recaudación de los impuestos, los obispados, etcétera, podían ser
vendidos al mejor postor o eran adjudicados en una compleja red de
favores y privilegios. La soberanía residía en una pluralidad de poderes,
que podían subordinarse o competir entre sí.
El Estado, en la sociedad capitalista, convierte la soberanía en un
monopolio: el Estado es el único poder político del país. El Estado
(moderno o capitalista) detenta el monopolio del poder político, y en
consecuencia pretende el monopolio de la violencia. Cualquier desafío a
ese monopolio de la violencia se considera como delincuencia, y atenta
contra las leyes y el orden capitalistas, y por lo tanto es perseguido,
castigado y aniquilado. En la sociedad feudal, las relaciones sociales es-
taban basadas en la dependencia personal y el privilegio. En la sociedad
capitalista, las relaciones sociales solo pueden darse entre individuos
jurídicamente libres e iguales. Esta libertad e igualdad jurídicas (que
no de propiedad) son indispensables para la formación y existencia
de un proletariado que provea de mano de obra barata a los nuevos
empresarios fabriles. El obrero ha de ser libre, también libre de toda
propiedad, para poder estar disponible y preparado para alquilarse
por un salario al amo de la fábrica, a una empresa o al propio Estado.
Ha de ser libre y carecer de toda dependencia de la tierra que labraba,
y de todo sustento o propiedad, para ser expulsado por el hambre, la
pauperización y la miseria hacia las nuevas concentraciones industriales
donde pueda vender la única mercancía que posee: sus brazos y su
inteligencia, esto es, su fuerza y capacidad de trabajo.
A estas nuevas relaciones sociales, propias del capitalismo, les corres-
ponde una nueva organización política, distinta de la feudal: un Estado
que monopoliza todas las relaciones políticas. En el capitalismo todos
los individuos son, en teoría, libres e iguales (jurídicamente) y nadie
guarda dependencia política de ningún tipo respecto al antiguo señor
Contra el Estado y la mercancía  |  127

feudal o al nuevo amo de la fábrica. Todas las relaciones políticas son


monopolizadas por el Estado.
En los modos de producción precapitalistas, las relaciones de produc-
ción eran también relaciones de dominación. El esclavo era propiedad
de su amo, el siervo estaba ligado a la tierra que trabajaba o dependía
de un señor. Esa dependencia ha desaparecido en el capitalismo. El
Estado (moderno) es pues, producto de las relaciones de producción
capitalistas. El Estado (actual) es la forma de organización específica
del poder político en las sociedades capitalistas. Existe una separación
radical entre la esfera económica, la social y la política.
El Estado (moderno) monopoliza el poder, la violencia y las rela-
ciones políticas entre los individuos en las sociedades en las que el
modo de producción capitalista es el dominante. En el sistema de
producción capitalista el Capital no es solo el dinero, o las fábricas,
o las maquinarias; el Capital es también, y sobre todo, una relación
social de producción, y precisamente la que se da entre los proletarios,
vendedores de su fuerza de trabajo por un salario, y los capitalistas,
compradores de la mercancía “fuerza de trabajo”.
El Estado (capitalista) ha surgido recientemente, hace unos quinien-
tos años, y desaparecerá con las relaciones de producción capitalistas.
El Estado (capitalista), pues, no es eterno, ha tenido un origen muy
reciente y tendrá un fin. La teoría política del Estado moderno nació
en la Inglaterra del siglo XVII, anticipando o justificando ese proceso
histórico conocido como la Revolución Industrial, con Hobbes (y
Locke). Hobbes no es solo el primer teórico, desde el punto de vista
cronológico, sino que toda la problemática actual sobre el Estado
(moderno) está ya en Hobbes. Desde Platón hasta Maquiavelo la
teoría política preestatal se caracteriza por definir el poder político y
la comunidad como algo natural, y por identificar comunidad civil y
comunidad política.48

48 Nota de Cuadernos de Negación: Aquí también los politiqueros establecen una


relación directa entre las deficiencias del proletariado con el hecho de no tener,
justamente, un espíritu político, y he ahí su superioridad: separarse del ser colectivo
del Estado (Staatwesen) para suprimir toda separación con su ser colectivo humano
(Gemeinwesen).
128  |  Cuadernos de Negación

El Estado (capitalista) surge desde una contradicción, que le da origen


y razón de ser, entre la defensa teórica del bien común, o general, y la
defensa práctica del interés de una minoría. La contradicción existente
entre la ilusión de defender el interés general y la defensa real de los
intereses de clase de la burguesía. La razón de ser del Estado (actual)
no es otra que garantizar la reproducción de las relaciones sociales de
producción capitalistas.
Sin embargo, el Estado (capitalista), cosificado en sus instituciones,
es la máscara de la sociedad, con apariencia de fuerza externa movida
por una racionalidad superior que encarna un orden “justo” al que
sirve como árbitro neutral. Esta fetichización del Estado (moderno)
permite que las relaciones sociales de producción capitalistas aparezcan
como meras relaciones económicas, no coactivas, al mismo tiempo
que desaparece el carácter opresivo de las instituciones estatales. En
el mercado, trabajador y empresario aparecen como individuos libres,
que realizan un intercambio “puramente” económico: el trabajador
vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario. En ese intercambio
libre, “solo” económico, ha desaparecido toda coacción, y el Estado
(capitalista) no ha intervenido para nada: no está, (aparentemente)
ha desaparecido.
La escisión entre lo público y lo privado es una condición necesaria
de las relaciones de producción capitalistas, porque solo así aparecen
como acuerdos libres entre individuos jurídicamente libres e iguales,
en las que la violencia, monopolizada por el Estado (capitalista), ha
desaparecido de escena. De todo esto resulta una contradicción entre
el Estado como fetiche, que debe ocultar su monopolio de la violen-
cia, permanentemente ejercida sobre el proletariado para garantizar
las relaciones de producción capitalistas, esto es, de explotación del
proletariado por el capital, y el Estado como organizador del con-
senso social y de la legalidad, que convoca elecciones libres, tolera
los derechos democráticos de expresión, reunión, prensa y asociación;
permite los sindicatos obreros y legisla conquistas laborales como la
asistencia sanitaria, pensiones, jornada de ocho horas, seguro de paro
y enfermedad, etcétera. (Fin del extracto de Agustin Guillamón)
Contra el Estado y la mercancía  |  129

Esencia y funciones del estado capitalista

Es la existencia de una sociedad dividida en clases, entonces, la que crea


el Estado para defender todos los privilegios de la clase dominante. En
caso de crisis, el Estado capitalista desvela inmediatamente que es antes
Estado capitalista que Estado nacional, de pueblos y ciudadanos, o
“Estado de bienestar”. El componente coactivo del Estado, ligado a la
dominación de clase, es la esencia fundamental de este, que aparece
diáfana cuando consenso social y legitimación estatal son sacrificados
en el altar de la sumisión del proletariado a la explotación del Capital.
Las revueltas y las insurrecciones proletarias desvelan siempre el carácter
clasista del Estado y su esencial función represora.
El Estado capitalista surge de esa relación contradictoria entre su
esencia represora y su aparente función arbitral. Pretende ocultar su
papel represor, como garante de la dominación de la clase burguesa
mediante el monopolio de la violencia, al tiempo que quiere aparecer
como organizador del consenso de la sociedad civil, que a su vez le-
gitima al Estado (moderno) como árbitro neutral. Con esto el Estado
fortalece además su monopolio ideológico y consigue un dominio
más completo y encubierto de la sociedad civil.
Las instituciones fundamentales del Estado son el ejército per-
manente y la burocracia. Las tareas del ejército son la defensa de las
fronteras territoriales frente a otros Estados, las conquistas imperia-
listas, para ampliar los mercados y acaparar materias primas, y sobre
todo la garantía última del orden establecido frente a la subversión
obrera. Las tareas de la burocracia son la administración de todas
aquellas funciones que la burguesía (parcial o totalmente) delega en
el Estado: educación, policía, salud pública, prisiones, correo, ferro-
carriles, carreteras… El funcionario del Estado (capitalista), desde el
maestro de escuela al catedrático, del policía al ministro, del cartero
al médico desempeñaron, o desempeñan, funciones necesarias para
la buena marcha de los negocios de la burguesía, mientras no sean un
buen negocio para ésta, en cuyo caso se privatizan, como ha sucedido
últimamente con cárceles, policía y ejército en algunos países.
El Estado (moderno) es la organización del dominio político, de la
coacción permanente y de la explotación económica del proletariado
130  |  Cuadernos de Negación

por el Capital. El Estado (capitalista) no es, pues, una máquina o ins-


trumento que pueda utilizarse en un doble sentido: ayer para explotar
al proletariado, mañana para emancipar al proletariado y oprimir a la
burguesía. No es una máquina que pueda conquistarse, ni que pueda
manejarse al antojo del maquinista de turno. El proletariado no puede
conquistar el Estado, porque es la organización política del Capital:
ha de destruirlo. Si una insurrección victoriosa del proletariado se
limita a conquistar el Estado, y más tarde a fortalecerlo y reconstruirlo,
podemos estar ante un golpe de Estado o una revolución, e incluso
ante una revolución proletaria (como en Octubre de 1917 en Rusia),
pero ante una revolución que está poniendo en pie los fundamentos
de una rápida y sólida contrarrevolución, que pronto desembocará
en otra forma de gestión del capitalismo, como sucedió con el estali-
nismo en Rusia.
El proletariado ha de destruir el Estado porque este es la organiza-
ción política de la explotación económica del trabajo asalariado. La
destrucción del Estado es una condición sine qua non del inicio de una
sociedad comunista. Pero el Estado capitalista no puede destruirse
realmente si antes la clase proletaria no niega inmediatamente
las condiciones económicas, sociales e históricas de la existencia
del trabajo asalariado y de la ley del valor, en un ámbito mundial.
Contra el Estado y la mercancía  |  131

¿Antiimperialismo? ¡Internacionalismo!

La continuidad y el desarrollo de la lucha contra los explotadores,


nos conduce a coincidir con nuestros hermanos de clase en todo el
planeta, en una sola comunidad de lucha contra el Capital mundial,
¡aquel que no tiene patria y ya ha abolido las fronteras para sí mismo
en pos de circular libremente!
El imperialismo, no es un fenómeno particular de tal o cual potencia,
de tal o cual Estado, sino que es un fenómeno inherente e invariante
del Capital mismo: cada átomo de valor valorizándose contiene todos
los presupuestos del terrorismo imperialista. «Los Estados poderosos
solo pueden sostenerse por el crimen. Los Estados pequeños solo
son virtuosos porque son débiles» expresaba ya hace siglos Bakunin.
El grupo político que ahora nos gobierna o los capitalistas que ac-
tualmente nos explotan, podrían ser otros, de otro país, otra religión,
ideología política o hasta de otras familias. No es solo su poder parti-
cular lo que permite su dominación, sino las condiciones globales
de explotación y opresión.
La lucha antiimperialista es la renuncia a la lucha contra el capita-
lismo y sus Estados en tanto que relación social. El antiimperialismo
apunta hacia un país, justificando así el capitalismo y el estatismo
de los países menos desarrollados.
«El trabajo asalariado siempre es explotación. Las condiciones de
trabajo son, por supuesto, mucho mejores para un obrero de un
restaurante sueco que para, por ejemplo, un niño que trabaja en
una fábrica de zapatos en China. El problema es que solo hay un
mundo, donde las condiciones y la explotación de los obreros
en Suecia y en China están conectadas entre sí. Si uno se toma en
serio el cambiar al mundo, hay que atacar la base misma de la que
depende el Capital: el trabajo asalariado.» (Kämpa Tillsammans!,
Hamburguesas vs. valor)
El proletariado no tiene —y nunca tuvo— patria. Por ello, el inter-
nacionalismo no es la suma de los nacionalismos particulares, ni
la suma de los procesos de “autodeterminación de los pueblos”.
El patriotismo, sea del color que sea, siempre será un as bajo la manga
de la burguesía para dividir a una clase que es mundial.
132  |  Cuadernos de Negación

Si bien hoy el desarrollo del capitalismo mundial tiende a eliminar


la existencia de luchas de “liberación nacional”, o por la “autodetermi-
nación de los pueblos”, estas aún persisten, agregando, por ejemplo,
la variante de la liberación de conjuntos o bloques de países. Sin
embargo, su programa es invariable: reemplazar una cara por otra,
ocultar el antagonismo de clase presente a escala global y defender la
dominación capitalista.
Incluso podemos afirmar que los procesos de liberación nacional
triunfantes en muchos casos implicaron un terrible incremento de
la explotación en dichas regiones. El virtuosismo del que nos habla
Bakunin en los Estados más débiles no es mas que su habilidad en
imponer sacrificios al proletariado, primero en la defensa de la patria
frente al enemigo externo y, luego, en el trabajo para fortalecer la
economía nacional después de la guerra.49
Para el proletariado de una región determinada, es esencialmente
lo mismo tomar parte por cualquiera de los bandos burgueses en
disputa. Ambas fracciones se pelean por el derecho a explotarnos
para incrementar su capital. Ambos son imperialistas. Su fuerza, en
gran parte, reside en la confusión ideológica que puedan generar en
las filas del proletariado.
Estas afirmaciones programáticas que expresamos no son dogma o
tradicionalismo, parten de la comprensión de que nuestra clase es una
clase mundial y solo mundialmente pude autosuprimirse. Ya no se
trata de solidarizarse con el proletario de otro país que pensamos en
peores condiciones que las nuestras, se trata de asumir que su lucha
es la nuestra, luchando en “nuestro” país, contra “nuestro” Estado,
contra “nuestra” burguesía.

49 Recomendamos los artículos de la Revista Comunismo del Grupo Comunista In-


ternacionalista acerca de las luchas de liberación nacional aparecidos en los nros.
2, 3, 4, 5 y 7.
Contra el Estado y la mercancía  |  133

Contra la política, o más allá de ella

Ser antipolíticos no significa pasar por al lado de las cuestiones denomi-


nadas políticas, o no tomarlas en cuenta. Nos oponemos a la política
justamente porque la comprendemos en tanto parcialidad de la
realidad social que pretendemos superar.
No bastan los eslóganes vacíos y los discursos que se conforman con
enaltecer una ideología. Si nos interesan los procesos sociales existentes,
es porque somos parte de ellos, siendo nuestro objetivo anularlos antes
de que estos anulen nuestra humanidad y nuestro ser colectivo en pos
de mantener la economía. Algunos creen que es posible conseguir la
“libertad política” sin conseguir la “libertad económica”, pero ambas
conquistas por sí solas son inútiles y vacías, pues estas supuestas
esferas son parte indisociable del cuerpo social. Solo el análisis —no
inocente— de políticos, economistas y “expertos” es capaz de produ-
cir esta disociación, esta separación que anula en el discurso nuestra
pertinencia en dichos temas: nosotros somos los hombres y mujeres
que vivimos y damos sentido al orden político existente o cualquiera
que pueda existir, nosotros somos los hombres y mujeres que ponemos
en movimiento y generamos la economía. Sin embargo, nos hemos
convencido de que “política”, “economía” y prácticamente todo en esta
sociedad son ciencias ocultas, solo descifrables para pseudo expertos.
Para nosotros queda el espectáculo de la opinión, sabemos opinar de
todo sin restricción —el material nos lo otorga, fácilmente deglutido
en forma de polarizaciones ordinarias, el periódico o noticiero de
cada día— mientras nos abstengamos en tomar decisiones claves en
nuestra vida y en el orden social.
Entonces nos preocupamos de la política pero dentro del terreno
destinado a la política, el único que nos presentan como abordable.
Entonces opinamos sobre la moral de un candidato, preferimos pro-
ductos locales y no de una multinacional, nos sobreinformamos de
“actualidad política”. Participando así en los festejos del espectáculo
político y su pirotecnia. Desde una posición revolucionaria todo
aquello no nos invita a participar, ni más ni mejor organizados… Sin
embargo, no podemos cerrar los ojos frente a lo que es una expresión
de nuestra realidad social.
134  |  Cuadernos de Negación

Por estos motivos, la conformación de un partido político integrado


por proletarios no es una contradicción o un pecado, es un proyecto
impotente, tan impotente como un agrupamiento con fines solamente
económicos o culturales. Mantenernos en esos terrenos parcelarios y
estrechos nos hace impotentes de antemano frente a la totalidad social.
“Lo político” existe en cuanto separado del resto de la realidad social,
es el hecho de su separación lo que lo define como tal, de no hallarse
separado no podría limitarse a “política”. Sin embargo, advertimos
que la separación no es posible resolverla sumando las parcialidades
en tanto tales, dejando a un lado su interrelación y la importancia de
comprender que la totalidad se expresa en cada una de sus partes. El
todo es más que la suma de las partes.
La política, a su vez, suele presentarse en muchos casos como la
preocupación por lo general, y desde ahí todo podría ser presentado
como político. Pero cuando se dice que “todo es político” no se hace
más que observar la sociedad desde la óptica de la política. Nosotros
decimos que todo es social y que la política misma es una parcialidad
propia de esta sociedad que debemos superar.
Estamos contra la política, pero no para interesarnos por algo más
pequeño que ella o por otra cosa, sino por algo más completo, abar-
cador, total: denunciándola como un engañoso árbol que pretende
ocultar el frondoso bosque del cual forma parte.
Contra el Estado y la mercancía  |  135

Destrucción del Estado

El viejo discurso fascista del Estado omnipresente50 es hoy también


una realidad democrática. No existe un “fuera del Estado”, todas
nuestras relaciones son atravesadas por él y no hay región del mundo
que no esté bajo la sombra de un Estado. Por eso la inevitabilidad de
su destrucción: no hay “esferas sociales” por fuera del poder estatal, no
podemos hacer abstracción del Estado. Ya no solo se trata de seguir
reflexionando acerca de qué hace el Estado con nosotros, sino también
de pensar qué haremos nosotros con él.
La fuerza del Estado surge desde la sociedad, para luego situarse
por encima de ella. Un ejemplo claro es la relación entre la policía
y la mentalidad policial: las fuerzas policiales, si bien están dirigidas
por la burguesía y en su defensa, están constituidas mayoritariamente
por proletarios traidores a su clase. Estos incluso cumplen un rol que
la sociedad con mentalidad policial ve como “poco digno”, aunque
siempre argumentando que «alguien tiene que hacer el trabajo sucio».
Algo similar sucede con el gobierno, es un secreto a voces que todos
los políticos son mafiosos, mentirosos y están en contra de los intereses
de los trabajadores, sin embargo, se vota en cada elección por el “mal
menor” una y otra vez, o hasta se deja de votar, manteniendo lo más
importante: el continuar delegando la responsabilidad sobre la tota-
lidad de nuestras vidas en diversos especialistas o pseudo especialistas,
al costo de sacrificarlo todo, es decir: que otros hagan aquel “trabajo
sucio”, pero también toda realización social.
Esto no sucede sobre la nada, en el ámbito de la abstracción total.
Son condiciones materiales e ideológicas que lo hacen posible, y unas
50 «Nosotros confirmamos solemnemente nuestra doctrina respecto al Estado; confirmo
no menos enérgicamente mi fórmula del discurso en la Scala de Milán: Todo en el
Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado» Benito Mussolini (Discurso
de la Ascensión, 26 de mayo de 1927).
La actual falacia democrática se avergonzaría de compartir opiniones con aquel
histórico fascista que nos presentan como su enemigo, sin embargo, no podrían
estar más de acuerdo con él: «se va hacia nuevas formas de civilización, tanto en
política como en economía. El Estado vuelve por sus derechos y su prestigio como
intérprete único y supremo de las necesidades nacionales. El pueblo es el cuerpo
del Estado, y el Estado es el espíritu el pueblo. En la Doctrina Fascista, el pueblo
es el Estado y el Estado es el pueblo.» (18 de marzo de 1934)
136  |  Cuadernos de Negación

son inseparables de las otras. El Estado no es tanto una entidad sino


una actividad histórica y social. Es el producto de una sociedad que,
al llegar a cierto estadío de desarrollo y situada en un antagonismo
social irreconciliable, en el intento de perpetuarse encontró la forma
de continuar y garantizar su existencia conservando, justamente,
ese antagonismo social irreconciliable. Garantizando también el
libre desarrollo del valor, en un escenario de orden y garantías para
su existencia.
El Estado moderno nació con la sociedad de clases y tiene que
mantener esas condiciones si precisa seguir existiendo. Esto es lo
mismo que decir, entonces, que el Estado moderno se extinguirá con
la sociedad de clases.
Es al comprender al Estado de forma histórica y social que com-
prendemos que su destrucción no puede ser instantánea, que solo se
podría destruir el Estado de la noche a la mañana si este no tuviese
su raíz enterrada en el terreno de lo social.51
Esto, que unos no han comprendido por falta de reflexión, otros lo
han intentado “comprender” a su manera para perpetuar la sociedad
mercantil generalizada llamándole “período de transición”. ¿Transición
a qué? Deberíamos preguntarnos, si lo fundamental sigue sin siquiera
ser molestado: la producción para el intercambio bajo un gobierno de
uno u otro color. Lo que quieren asegurar es entonces la transición
no hacia el comunismo, sino un mayor desarrollo del capitalismo y
del poder político. Las finalidades de aquellos “períodos de transición”
que se nos vienen a la cabeza al recordar aquel término (Rusia, Cuba,
China), no fueron desviaciones o errores, fueron golpes al proletariado,
bajo el nombre del “comunismo” y la “libertad”.52
No fueron traiciones de los líderes o problemas en las formas de
organización. Los líderes, los referentes o las personas sobresalientes
51 Sin duda, las consignas y los deseos de destruir el Estado de la noche a la mañana
son atractivas, y hasta vistas con simpatía, en comparación con todas las tendencias
reformistas que solo quieren mejorar el Estado. Pero más allá de las proclamas y
la fraseología poética, el inmediatismo revolucionario es una posición idealista
heredada del pasado, que no tiene en cuenta condición histórica alguna.
52 Y estas fatales experiencias para el proletariado llamadas “países socialistas”, en vez
de desnudar la realidad de su capitalismo han contribuido al mito de “la muerte
del comunismo” o del capitalismo como vencedor histórico.
Contra el Estado y la mercancía  |  137

en un período de esas características son un emergente del movimiento


social, si estos hacen o deshacen es por el apoyo, omisión o escasas fuerza
de su clase para oponerse. Es decir: una clase que, con esos personajes
o con otros, tampoco podrá llegar muy lejos debido a sus debilidades.
Por otra parte, la crítica focalizada solamente en las formas orga-
nizativas como fundamental es en realidad un falso problema. Las
formas organizativas van de la mano y surgen de una necesidad
de fondo, de expresar un contenido. Si el proyecto es el desarrollo
del capitalismo o la toma del poder político, poco y nada cambia, más
que el grado de efectividad con la que se realiza ese mismo contenido,
si esto se organiza en asambleas o de forma vertical.53
Por eso, cuando hablamos de comunismo y anarquía no estamos
refiriéndonos a quién gestionará el actual sistema de producción, o
quién ocupará las bancas del gobierno, ni si la bandera que reem-
plazará a las banderas de los Estados actuales será de color rojo o de
color negro. No se trata del desarrollo del capitalismo a manos de los
trabajadores sentados en las bancas del gobierno o en su nombre, nos
referimos a la abolición del capitalismo, las bancas del gobierno y
el rol de trabajadores… y todo símbolo que nos reduzca a un rol
pasivo y de servidumbre.
Decíamos anteriormente que la revolución no sucede de la noche
a la mañana, que seguramente haya un tiempo más prolongado, que
no serán días sino años (o como sea que se comprenda el tiempo vi-
vido ya lejos de esta civilización de relojes y calendarios). Una verdad
parcial expresaban aquellos primeros nihilistas revolucionarios que
se empeñaban en que debíamos negar esta sociedad, argumentando
que después de nosotros vendrían generaciones “más libres” que se
desarrollarían en otras condiciones de vida y que por ello tendrían
seguramente mejores propuestas que las nuestras, atrofiadas por el peso
de la ideología dominante. Claro que, sin proyecto revolucionario, la
destrucción a ciegas con la esperanza de un futuro mejor no garantiza,

53 «Puede ocurrir que movimientos con formas organizativas idénticas (asamblearismo,


lucha armada, línea editorial) expresen contenidos sociales radicalmente distintos.
Pero la revolución no es un “problema” que se resuelve encontrando “la forma”
organizativa adecuada; por el contrario, es una cuestión de contenido social
real.» (Cuadernos de Negación nro. 3: Buscando la raíz de la “radicalidad”)
138  |  Cuadernos de Negación

ni se aproxima, a nada más que a la lenta e inevitable reconstrucción


de la única forma de vida que conocemos, si no desarrollamos el cómo
construir otras. Pero volvamos a lo nuestro: esquivar la cuestión
del mal llamado “período de transición” es dejarle el momento
decisivo a la contrarrevolución, o seguir luchando a ciegas con
las esperanzas que el estado de cosas se dirija a buen puerto por
obra y gracia de la magia, o los buenos deseos y la buena voluntad.
«La pasión por la destrucción es también pasión creativa», decía Mijail
Bakunin. No se trata de etapas, sino de una realización múltiple.
La abolición del Estado precisa justamente de nuevas formas de orga-
nizarse entre las personas, lo que incluye la abolición de los aspirantes
a reconstruirlo, y estos aspirantes se desarrollan en las condiciones
capitalistas, condiciones que, por lo tanto, también deben ir siendo
abolidas, en tanto terreno fértil para la reconstrucción del viejo mundo.
Y es que la abolición del Estado no es nuestra única meta, la que
nos diferencia del resto, sino que es consecuencia de pretender abolir
el antagonismo de clase que sufrimos. La necesidad de acabar con
el Estado capitalista es la necesidad de matar al perro guardián de la
burguesía, un perro guardián que en algunas ocasiones parece tomar
cierto grado de libertad de algunos de sus amos, pero jamás de todos.
Su no–destrucción total significa seguir manteniendo un aspecto de
la organización social de la clase capitalista.
En un número anterior de esta publicación expresábamos «La
anarquía no es entonces un montón de medidas que se tomarán el
día después de la revolución, es lo que hacemos hoy para llegar a los
días de la revolución, o para desenvolvernos mejor en situaciones
prerevolucionarias».54 Y unos compañeros nos señalaban que si bien
es necesario romper con el mito de la Revolución como fin separa-
do de nuestra actividad antagónica cotidiana, también se llega a lo
contrario banalizando que la Revolución es solo lo que hacemos
cotidianamente. A esto se agregan otros que aseguran «no esperar
hasta la Gran Insurrección» y pretenden «vivir en insurrección per-
manente», ¡cómo si se pudiera comparar la insurrección social con la
“insurrección” individual!

54 Cuadernos de Negación nro. 2: ¿Comunismo? ¿Anarquía?


Contra el Estado y la mercancía  |  139

Por ello, la actividad militante exige lo que se expresa en aquella frase,


pero por supuesto, también un montón de acciones que se realizaran
durante y después de “las grandes jornadas insurreccionales”. Lo que
de ninguna manera significa conquistar el poder político y realizar
“reformas sociales”. Ya hemos hablado de la destrucción del Estado y
el Capital como una realización múltiple.
No se trata de reemplazar las funciones del Estado capitalista,
pero tampoco se puede dejar para “después de la revolución”
cuestiones fundamentales: desde qué y cómo producir hasta las
relaciones personales al interior de nuestra clase en lucha, la de-
fensa y ataque frente al reagrupamiento burgués y otros puntos
que puedan surgir en un momento insurreccional.
Al menos pensar en la necesidad de estas tareas, es de vital impor-
tancia si verdaderamente se quiere transformar el mundo acabando
con las clases sociales, y en lo posible —y sin aspiraciones pontifica-
doras— generar las mejores condiciones de vida que seamos capaces
de establecer.55
Pero si nuestra finalidad es continuar respondiendo/resistiendo a esta
sociedad de aquí a la eternidad sin cambiar nada, podemos continuar
presos de un activismo sin perspectivas o, por otro lado, intentar con-
quistar el poder político del Estado. Así podemos seguir rechazando
esta cuestión, que si bien lejana en el tiempo, discutir y reflexionar
acerca de ella, representa una tarea programática que no solo da
perspectivas a largo plazo, sino que orienta en la lucha presente.

Qué y cómo producir

El proletariado constituido en clase no se convierte en un órgano


político o en un órgano económico, sino que debe tender a destruir
esa separación, y asumirse como sujeto social.
55 Con toda la amplitud que expresa esta idea, consideramos que cada cual, como
sujeto consciente y en relación a los demás, puede desarrollar en lo más íntimo el
conocimiento mínimo en relación a su propia vida: qué alimentos nos hacen bien
o mal, qué forma de relacionarnos son nocivas o nos satisfacen más, qué herra-
mientas sabemos usar mejor, cuáles podemos aprender a usar, qué tareas estamos
dispuestos a llevar a cabo en pos de nuestros objetivos particulares y colectivos,
quiénes están en similar disposición.
140  |  Cuadernos de Negación

Espontáneamente (en el sentido de “naturalidad” y no de “inmediatez”


de la palabra) se irá dejando a un lado la producción de bienes inútiles
y se mejorará la calidad de lo que sí se necesita ¿Quién produciría una
comida repleta de químicos para sí y sus iguales, cuando se puede ha-
cer una realmente nutritiva? Porque no se trata de realizar la gestión
de este mundo tal como está,56 sino de crear uno nuevo, “oculto” en
este. Comenzando a realizar actividades concebidas en función de las
necesidades humanas, en la tendencia a terminar con la alienación
que se relaciona directamente con no producir para las necesidades
del Capital.
La finalidad de la revolución (incluso en la lucha por ella) no es el
“control obrero” de la producción, porque la producción en tanto que
producción de mercancías destinadas al intercambio, en tanto que
producción de valor, siempre pero siempre dominará a los productores,
aunque estos deseen lo contrario. La producción es indisociable de las
decisiones “políticas”, por lo tanto la práctica proletaria en tanto
que totalidad se deshace de su chaleco de fuerza “económico” al
producir, de su chaleco de fuerza “político” al decidir, así como
de su chaleco de fuerza “militar” al tomar las armas. Porque de
ninguna manera podrá asumirse verdaderamente como clase, como
fuerza centralizada, imponiendo sus necesidades y sus deseos, si toma
el control de las armas pero no de qué producir, si toma control de
qué producir pero no de las medidas sociales más generales a llevar
adelante. Todo debe estar íntimamente relacionado ya no como aspectos
separados, sino como aspectos de una misma lucha total.
Pongamos un ejemplo: «Suponiendo incluso la máxima utopía de
que se haya efectivamente destruido toda fuerza organizada político–
militar de la contrarrevolución abierta en el mundo, y se comience a
organizar la sociedad, no sobre la base de la centralización orgánica y
una directiva única contrapuesta a la ley del valor, sino a las decisiones
democráticas de un sinnúmero de asociaciones, poco tiempo después

56 «Un mundo en el que toda la electricidad que nos llega procede de gigantescas
centrales eléctricas (sean de carbón, fuel oil o nucleares), siempre quedará fuera
de nuestro alcance. Solo la mente política considera que la revolución es ante
todo una cuestión de toma de poder o redistribución, o ambas cosas.» (Jean Barrot,
Capitalismo y Comunismo)
Contra el Estado y la mercancía  |  141

tendremos otra vez el capitalismo en pleno funcionamiento. O dicho


de otra forma, sin la supresión de la autonomía de decisión local en el
cómo producir y el qué producir, que caracteriza a la sociedad mercantil,
no se puede destruir el capitalismo. (…) Si los productos no pierden
el carácter mercantil, si el valor de cambio continúa reinando, todas
las atrocidades del capitalismo volverán a reproducirse, y esa nueva
sutilidad del gestionismo se revelará como lo que es, un arma de la
contrarrevolución, de la reconstitución del capitalismo, no ya contra la
insurrección sino para después.» (Grupo Comunista Internacionalista,
La contrarrevolución rusa y el desarrollo del capitalismo)
Claro que este nuevo “modo de producir”, en oposición a la descrip-
ción anterior, no puede ser realizado de la noche a la mañana, pero eso
no quita la importancia de dirigirse hacia ello (si lo que verdaderamente
se quiere es acabar con el Capital y su dominación). En este sentido,
la necesidad de actuar como fuerza total y centralizada es ineludible.57
Asumiendo, sin temor, la fuerza adquirida para imponerse al Capital
y sus defensores. Luchando para suprimir nuestra condición de pro-
letarios, lo cual exige la supresión de la sociedad de clases y, por tanto,
la imposición temporal frente al Capital. Remarcamos: imposición y
no dominación. Es la dominación burguesa la que busca perpetuarse
eternamente. La imposición del proletariado busca acabarse lo antes
posible, atacando de inmediato la producción capitalista y su Estado,
no valiéndose de ello. Es la burguesía que precisa afirmarse en lo que
socialmente es. Para el proletariado su emancipación está inevitable-
mente ligada a luchar contra su mismo rol social reproducido por y
junto al Capital.

57 Cuando hablamos de centralización hacemos hincapié no tanto en las formas or-


ganizativas como en el contenido. No nos referimos a una ideología que propone
centralizar a todos los proletarios tras una misma sigla, comprendemos y asumimos
la centralización de otra manera, como la unificación de prácticas y objetivos,
descentralizando el lugar geográfico donde actuar, los espacios donde atacar.
Para que se entienda, centralización para nosotros no significa una Organización
formal y jerárquica donde todos se conocen las caras o el número de carnet, sino
de una práctica de clase común que, claro, deberá ser coordinada, pero eso es una
consecuencia, no su objetivo inmediato.
142  |  Cuadernos de Negación

Relaciones interpersonales al interior de nuestra clase en lucha

Los roles desempeñados al interior de la sociedad capitalista y cues-


tiones similares, no solo no deben sino que no pueden dejarse “para
después de la revolución”. Esto es imposible. No hay “etapas de libe-
ración” o algo similar: una verdadera revolución es un desarrollo que
se manifiesta en todos los aspectos de la vida de una enorme cantidad
de personas. A quienes se preocupan demasiado por ciertos temas,
volviéndose muchas veces especialistas en ello, les decimos que no
hay proceso revolucionario si no se desarrolla una práctica masiva en
relación a la crítica de la familia, el machismo, la homo y lesbofobia,
el desprecio al extranjero, etc. ¡Porque no habría revolución posible
si esos prejuicios poseerían la potencia de la actualidad! La revolución
constituye, entre otras cosas, ir barriendo con esos prejuicios y no un
decreto aplicado a la sociedad actual.
En un momento de mayor profundidad de la revolución ese cuestio-
namiento tampoco ha de surgir como imposición moral o ideológica:
la decisión de utilizar o no materiales reciclables, por ejemplo, no
tiene sentido si se impone como un deber moral último de quien se
crea “verdaderamente” revolucionario, sino que tiene que ver más
con las relaciones que somos capaces de establecer con la totalidad
de lo que nos rodea, se trate de otros seres humanos, otros animales,
otros seres vivos, etc.58
Teniendo claro que la fuerza de la revolución radica en el movimien-
to constante y no en disposiciones preestablecidas, sabemos que hay
acciones que son un salto de calidad en la destrucción de lo existente,
propulsando nuevas posibilidades que afirman nuestro movimiento.
De todos modos hay que tener en claro que la fuerza de un levanta-
miento no radica en que el movimiento haya sido alentado por algún
sector específico o por el grado de destrucción de locales comerciales
o firmas explotadoras que haya generado. Tampoco por la cantidad
de ocupaciones de edificios o la creación de nuevos lenguajes estéticos

58 Lamentamos si este ejemplo sobre los materiales reciclables suena a caricaturiza-


ción. Sin embargo, expresa una de las tantas limitaciones a la revolución como
movimiento real, ya que la sitúa como un conjunto de reglas y mandamientos que
en la medida que vayamos cumpliendo nos harían progresivamente más libres.
Contra el Estado y la mercancía  |  143

que promuevan una contracultura. Y aunque todas estas acciones que


recién apuntamos nos mantengan al mismo tiempo como espectadores
contentándonos con el grado de satisfacción que nos pueden llegar a
producir, también sabemos reconocer más allá de lo estético estos actos
y los sentimos parte del florecimiento insurreccional de nuestra clase
como expresión de su fuerza autónoma. Lo importante aquí es tener
claro que la fuerza de ese movimiento brilla tanto más en el reconoci-
miento colectivo de la lucha que en la satisfacción de nuestros gustos:
cuando el anarquista asume que forma parte de la misma comunidad
de lucha que el inmigrante junto a él en la barricada, o cuando ambos
son concientes de que la solidaridad de una señora de edad avanzada
se hace complicidad, pese a no tirarle piedras a la policía y hablar en
sus mismos códigos.
Aún, todos estos no dejan de ser aspectos simbólicos al momento
de contemplarlos, pero la sinceridad de la lucha de alguna manera
expresa convicciones: el simple hecho de saber de qué lado se en-
cuentran los “amigos” y de que otro lado están los “enemigos”, es tan
importante como tener la voluntad de apertrecharse. Una vez más,
aquí es donde la idea de clase es la única capaz de expresar esa
comunidad humana total en lucha que impulsa la destrucción
de todo cuanto nos niega. Y volvemos a repetirlo: no como una
identidad más, no se deja de ser anarquista, marxista, punk u obrero
para ser “proletario”, no se trata de otra etiqueta a escoger, sino de
una actividad viva.

Defensa y ataque frente al reagrupamiento burgués

Una revolución que acabe con las clases sociales precisa de la impo-
sición temporal de la clase proletaria sobre la burguesía. ¿Y por qué
hacer hincapié en que se trata de algo “temporal”? Simple. Para realizar
su fin la burguesía debe dominar para siempre al proletariado. Este
último, en cambio, debe simplemente imponerse de manera temporal
a la burguesía para concretar su programa histórico, ya que no necesita
oprimir a una clase para subsistir, sino que precisa abolir las clases,
autosuprimirse como clase y para ello debe no solo defenderse sino
atacar toda tentativa de reconstrucción de esta sociedad, esa es su im-
144  |  Cuadernos de Negación

posición. Aquí también radica aquella pasión dialéctica destructora/


constructora a la que se refería Bakunin.
La propia toma de los medios de producción y de distribución ya
desvía los propios mecanismos de valorización del Capital. Pero se debe
rechazar toda tentativa gestionista que intenta superar al capitalismo por
“absorción” y no por ruptura. Se debe impedir la dispersión localista, la
ilusión gestionista, el federalismo democrático y el intercambio entre
unidades de producción independientes (fuente del trabajo privado
opuesto al social y, por lo tanto, de la reorganización mercantil).
Los llamados a «cambiar el mundo sin tomar el poder», nos llaman
a no destruir el poder burgués. Pero el proletariado no puede deponer
las armas esperando que la burguesía desista racionalmente de su posi-
ción de poder. Como así tampoco debe tomar el Estado burgués como
si fuese una herramienta neutra para tomar las medidas necesarias,
constituyendo así otra vez un órgano de dominación perpetuo. Si la
finalidad del proletariado, constituido en clase y en fuerza, apunta a
acabar con el sistema capitalista, su potencia apuntará en esa dirección,
extendiéndose y extinguiéndose entonces en su mismo desarrollo.
Nuestra clase constituida en fuerza se extinguirá en su desarrollo
y extensión porque se irá extinguiendo en el mismo proceso de
liquidación del Capital, quien únicamente puede producir y re-
producir la clase proletaria. Esto que guarda estrecha relación con
el Estado burgués, Estado que no se extinguirá jamás por sí mismo,
y que por ello es necesario destruir, conjuntamente con la dictadura
mercantil y democrática de la cual emerge y se reproduce.
Entonces, quienes aseguran que en aquella posición el proleta-
riado se acomodará para siempre en el poder, aseguran por ende
que: el ser humano domina a sus iguales por naturaleza, olvidando
que es un ser social e histórico. Quienes argumentan la agresividad
incontrolable y necesidad de dominio como inherentes al ser humano,
hablan entonces de una sociedad de clases que es casi biológica, propia
de nuestra especie. Nos dicen, de alguna manera, que deberíamos vivir
reprimiendo ese supuesto impulso natural de dominar al resto, y crear
situaciones que no permitan ello, lo que significa de uno u otro modo,
afirmar que la necesidad de la existencia del Estado es incuestionable.
Son los mismos que repiten aquella ponderada frase hobbesiana —con-
Contra el Estado y la mercancía  |  145

cebida, casualmente, como justificación de un gobierno monárquico


de poder absoluto— que reza «el hombre es un lobo para el hombre».
Según esta visión, en pos de salir de este constante estado de «guerra
de todos contra todos», los hombres tienen solo una salida: ceder la
completud de sus derechos (y con ellos, lo sabemos, la potestad sobre
el manejo de su propia vida) en favor de un tercero, surgido de este
contrato: el Estado, el Leviatán.

Sin duda estas pocas páginas respecto del Estado no solucionan nada,
pero sí deseamos sean un aporte para comenzar a reflexionar sobre el
tema y acabar así con los mitos y la fraseología revolucionaria vacía
que se continúa rebuznando, ya sea por tradición o búsqueda de una
identidad.
La destrucción del Estado, significa la destrucción de una socie-
dad que “necesita” de la existencia del Estado. Suponer cómo sería el
mundo actual si no existiese su Estado, supone pensar a la revolución
como el asalto de una minoría al parlamento o como un partido po-
lítico que gana las elecciones y debe hacerse cargo de la situación que
le tocó en suerte. Es decir: es negar la posibilidad de una revolución
en tanto que acción masiva de destrucción y construcción total…
El hecho revolucionario está determinado por la actividad radical del
proletariado, porque parte de la necesidad social de los explotados y
no de la necesidad abstracta y militante de los grupos.
Por ello, más allá del consignismo vacío, de la miseria de la poesía
con cáscara política, de la contrainformación, en definitiva, de las
cantidades de tinta o kilobytes gastados, preferimos hacer un texto
donde se arriesga algo en lugar de seguir repitiendo una y otra vez las
mismas palabras que se suponen acreditadas como válidas en ciertos
círculos revolucionarios.
Volvemos a afirmar que el desafío es nuestro, que es de todos quienes
realmente tengan necesidad y ánimos de cambiar este mundo.
Cuadernos de negación nro. 5:
Contra la democracia, sus
derechos y deberes

La alternativa para los esclavos asalariados no está en el hecho de


tener un gobierno más a la izquierda o más a la derecha, en soportar
el desprecio de los politiqueros pluralistas o la arrogancia de una oli-
garquía militar, en participar en el constante agravio y reprobación
entre una organización política partidista y otra. La contradicción
fundamental se encuentra entre dictadura de la burguesía —sean
cuales sean los mecanismos puestos en marcha por esta clase para
administrar la explotación— y el desarrollo del comunismo y la
anarquía, es decir, la destrucción de la explotación, el Estado, el valor
y la sociedad de clases.
148  |  Cuadernos de Negación

Presentación a este quinto número de Cuadernos

«En términos generales, la democracia es la regla de la


igualdad y los derechos. Es muy fácil entenderla como
capitalista: los “derechos” implican la existencia de
individuos atomizados compitiendo entre ellos, además
de una forma estatal o cuasiestatal que los garantice; la
“igualdad” implica la existencia de una sociedad en que
la gente tiene un valor igual, o sea, una sociedad basada
en el trabajo abstracto.»
(Wildcat, En contra de la democracia)

«No es una cuestión de palabras, es una cuestión de


sustancia: se trata de toda la diferencia entre la democracia,
que significa gobierno del pueblo, y anarquía que significa
no gobierno…»
(Errico Malatesta, En el café. Conversaciones
sobre comunismo anárquico)

En la actual forma democrática, los seres humanos se organizan en


sociedades determinadas por las premisas de la reproducción del Capital.
La burguesía ejerce así, en tanto que representante del Capital, una
dictadura social, formal y políticamente democrática, pero dictatorial
en tanto que casi la totalidad de nuestra especie está obligada a vender
su fuerza de trabajo solo para existir, manteniéndose a flote como
aletargados productores–consumidores–ciudadanos, o simplemente
reventar. De esta manera, no intentamos presentar a la democracia
simplemente como una conspiración burguesa para mantenernos
engañados, o como un modelo político estático sin contradicciones
ni historia. La forma en que se ha configurado esta dictadura social
que antes subrayábamos, es el resultado histórico del antagonismo de
clases, de una correlación de fuerzas desfavorable para los oprimidos
que ha podido lograr “conquistas” en cuanto a lo formal, pero poco
y nada en lo que hace a lo sustancial de esta dictadura del Capital.
Empleamos el término “dictadura” no simplemente en su sentido
ideológico, es decir de “dictadura política”, nos referimos a una dic-
Contra el Estado y la mercancía  |  149

tadura social, que es la garantía ejercida por medio de la violencia


de la propiedad privada.
Esto bastaría para afirmar su negación en términos programáticos,
pero intentamos presentar una aproximación al desarrollo de la misma
en nuestro mundo contingente, para que su entendimiento sirva en
pos de reconocer al menos “algo”, ya sea la sustancia del dominio del
Capital, la negación de la vida por la economía o la valorización del
valor; y como única conclusión posible: la necesidad de la revolución
y del comunismo en anarquía.
Concientes del antagonismo social, estas reflexiones buscan impo-
ner sobre la reafirmación de las consignas históricas de esta lucha, la
evidencia de las contradicciones que se manifiestan y, por lo tanto,
también poner de relieve la necesidad de posicionarse ante un con-
flicto que en la apariencia del dominio pareciese no existir. No nos
interesa perpetuar este conflicto histórico, sino resolverlo mediante
su radicalización y el impulso de un movimiento real, capaz de des-
truir todo cuanto niega nuestra posibilidad de constituirnos en una
comunidad humana. Somos la clase trabajadora que quiere abolir las
clases y el trabajo.

Jamás se precisa que la democracia se desarrolla históricamente junto


al intercambio, el valor, la mercancía, la propiedad privada, es decir:
la sociedad de clases.
Las antiguas relaciones humanas son transformadas profundamente
cuando se comienza a producir para el intercambio y no para las nece-
sidades directas, es decir, cuando se comienza a producir mercancías.
Primero, entre comunidades y luego también al interior de muchas de
ellas, el intercambio va desarrollándose y con él la mercancía comien-
za a ocupar una parte cada vez más grande de la producción. En este
simplificado desarrollo histórico de miles de años aparecen los comer-
ciantes, quienes se irán elevando a nueva clase dominante, derrocando
violentamente a la clase aristócrata. Las nuevas formas de organización
política, van así de la mano con el nuevo modo de actividad comercial.
«La unidad histórica (y lógica) democracia–mercancía es muy potente;
son dos aspectos de una misma realidad. La democracia no surge de
150  |  Cuadernos de Negación

la esclavitud (aunque coexista con ella), sino del comercio. En efecto,


en las sociedades antiguas donde la mercancía se encontraba en la
periferia de la sociedad, la democracia también ocupaba ese lugar
periférico, y solo adquiría una importancia interna en los centros
comerciales como, por ejemplo, en Atenas. En la sociedad mercantil
generalizada, en el capitalismo, la democracia se generaliza.» (Miriam
Qarmat, Contra la democracia)
Con la producción y reproducción de la ideología dominante,
se ha impuesto la idea de que la organización democrática es la
mejor organización social posible, como un ideal que todos debié-
semos compartir, respetar y venerar como la mejor y más amable de
las formas de dominación posibles, perdonando sus errores, festejan-
do sus aciertos y esperando sus posibles mejoras. Ya alcanzado este
estadío, entonces, se presenta como algo que existirá para siempre.
Estableciéndose en contraposición con otros sistemas como la cús-
pide del desarrollo humano, un ideal de vida armoniosa entre los
seres humanos que siempre pareció estar esperándolos allí arriba, en
la cima del desarrollo. Es así como nos entregamos por enteros a la
idea de progreso, donde la democracia representa un punto cúlmine
de perfección ¿Y qué hemos logrado gracias a ella más que negarnos
como seres humanos?
La única “comunidad” que parece sernos propia es la “comu-
nidad” del dinero y, por lo tanto, también la de la legalidad, que
reproduce al ciudadano “libre” disuelto en el pueblo, esa comunidad
amorfa utilizada muy bien por los demócratas para desarticular nuestra
clase ya que dentro del pueblo cabe de todo: explotados y explotadores,
ejército, policía, campesinos y obreros, partidos y sindicatos, etc.59
No hubo en el pasado demasiados movimientos de lucha o diversos
militantes que hayan realizado una crítica teórico–practica profunda
de la democracia, es cierto, pero sí han brindado variadas herramientas
para ayudarnos a hacerlo…

59 Ver: Cuadernos de Negación nro. 2: Ciudadanismo


Contra el Estado y la mercancía  |  151

Preparar las elecciones o preparar la revolución

El antiparlamentarismo no es una cuestión de estrategia política


según la región o las circunstancias históricas. Tampoco es una cues-
tión de fe dogmática que define nuestra perspectiva. El parlamento
es un instrumento de dominación sobre el proletariado, que no puede
usarse al antojo de quien lo pretenda, es una herramienta creada por y
para la clase dominante60: en este mundo nada es neutral, todo tiene
sus razones y su historia. Y su uso o apología por parte del reformismo
y el oportunismo no ha hecho más que seguir depositando confianza
en el legalismo, en la política de jefes, en la delegación, en el culto a
la personalidad, en la renuncia a un cambio radical de la organización
de lo social: en la apariencia de una sociedad sin antagonismos, en
una masa de ciudadanos que tienen el mismo derecho a participar en
la vida política del país donde viven. Mientras que, por otra parte, la
apología abstencionista y acrítica ha hecho una religión del no votar,
dejando entrever peligrosamente en su discurso que los cambios tam-
bién son la suma de las individualidades, y que en vez de sumar votos
se deberían sumar cambios de conciencia y/o voluntades individuales.
El acto de votar, así como su reverso abstencionista, expresan en
lo inmediato la determinación de triunfo y derrota en relación a una
suma cuantitativa: la mayoría de las democracias actuales sobreviven
sin problemas con altísimas tasas de abstención de votantes. Sin
embargo, los casi siete mil millones de humanos que habitamos este
planeta seguimos dirigidos por regímenes políticos organizados dentro
de los parámetros democráticos de gobierno.

60 El origen de la institución se remonta a las reuniones de los representantes de


la nobleza, del clero y de las ciudades con derecho a ello que los reyes europeos
convocaban a fin de que aprobaran la imposición de gravámenes y derechos y
trataran los negocios importantes del reino.
152  |  Cuadernos de Negación

Democracia y dictadura

Cuando hablamos de Estado capitalista, es fundamental posicionarnos


frente a los dos polos entre los que oscila el péndulo del orden de la
burguesía: “democracia” y “dictadura”, incluyendo la gran cantidad
de modelos o formas híbridas que se suceden en esta oscilación.
Comúnmente se comprende por democracia un Estado donde sus
gobernantes son elegidos a través de las urnas y por dictadura un Estado
administrado por un gobierno de facto, militar o civil, impuesto por
las armas o algún vericueto constitucional o anticonstitucional según
quien lo quiera ver. Pero como ya hemos dicho desde un comienzo, el
Capital es siempre dictatorial y democrático, sea cual sea la forma en
que los Estados sean administrados. No son formas de gobierno, son
rasgos esenciales, sociales, que exceden totalmente la esfera de político.
Cuando hablamos de la dictadura democrática del Capital estamos
hablando de la producción de valor en oposición a las necesidades
humanas, estamos hablando del mercado, estamos hablando de la
libertad e igualdad burguesas.
Si remarcamos esto una y otra vez no es por un gusto estúpido por
las palabras, sino porque consideramos que esta confusión trae terribles
consecuencias en nuestra clase, cuando históricamente nos han pre-
sentado a la democracia como la forma menos mala de administración
del Estado, siempre en oposición a la dictadura.
El Estado burgués siempre es una expresión de la democracia del
mundo mercantil, que al mismo tiempo contiene invariablemente el
terror de Estado, el terror dictatorial. Es como el durazno: siempre tiene
carozo, por lo que sería absurdo decir prefiero la pulpa que el carozo,
simplemente no tiene sentido, porque el durazno es pulpa y carozo.
Para profundizar en la crítica a dicha oposición nos permitiremos por
momentos emplear los términos según indica la ideología dominante
y si no utilizamos comillas es para simplificar la lectura.
La democracia incluye la violencia latente y dispuesta a funcionar,
y ésta actúa constantemente en toda la estructura de defensa del orden
y la propiedad privada. El Estado contiene en su seno fórmulas de
consenso, pero también siempre la potencialidad del terror. No es más
democrático el consenso que el terror. Uno no existe sin lo otro. Más
Contra el Estado y la mercancía  |  153

aún, el consenso solo funciona porque existe el terror general latente


defendiendo la propiedad privada y el funcionamiento del Capital.
La tendencia a que esto se nos aparezca como una opción o que la
democracia se asemeja más al consenso y menos al terror de Estado es
puramente ideológica. Se debe a que todos los medios de difusión e
ideologización presentan la violencia y el terror de Estado como
no–democrático, cuando en realidad es un componente esencial
de toda democracia, de todo Estado, de toda sociedad mercantil
generalizada.
Por otro lado, no podemos dejar de notar que la historia reciente de
los países latinoamericanos ha sido marcada por las dictaduras cívico–
militares desarrolladas entre mediados y fines del siglo XX, cuyo fin
esencial, junto a la rearticulación de la economía, fue la aniquilación
de grupos sociales organizados de contrapoder (no necesariamente
revolucionarios). La cercanía íntima con estos hechos nos hace asi-
milar dictadura con represión descarnada, el relato de una memoria
histórica hegemónica que se ha establecido en los países que vivieron
estas dictaduras, nos hace concebirlas como la imposición armada
del ejército y sus aparatos de inteligencia en complicidad de grandes
y distintivos empresarios.
Si bien nada de lo anterior es falso, simplemente no podemos
aceptar creer que es la única forma que adquiere la imposición
política de la dictadura. Las similaridades se manifiestan estructurales,
mientras que las diferencias no. Quizás debido al peso de lo simbólico,
vemos una forma más o menos brutal que la otra, o en función de
profundizar, las vemos idénticamente brutales. Pero no se trata de
eso, sino de entenderlas como diferentes manifestaciones materiales
de dicha estructura. Tarea poco fácil en relación a cuestiones tan
fuertes como la muerte, la tortura o la desaparición de personas, todas
características de la dictadura o de la democracia, pero que se dan a
diferentes niveles, complejidades y posibilidades.
«Las divergencias ideológicas no diferencian realmente los sis-
temas socioecónomicos», afirmaba Otto Rühle en la década del 40,
haciendo referencia a la increíble similaridad con la cual el Estado
Soviético desarrollaba su modelo de acumulación respecto de sus pares
corporativos en la Alemania nazi y la Italia fascista. Otros autores de
154  |  Cuadernos de Negación

la misma época y posteriores, han extendido este análisis comparado


para que se incluya también al keynesianismo, que se aplicaba en di-
cho momento en EEUU. Lo que Rühle y otros intentaban afirmar es
que las diferencias son superficiales, pero lo que realmente sustenta la
lógica de dominación, lo estructural, es semejante o igual. Democra-
cia, estalinismo, corporativismo, economía libre de mercado, Estado
benefactor y tantas otras variantes son las caras que asume el Reino
del Capital. Esas “divergencias” como las denominaba Rühle, son
además útiles y necesarias ya que permiten al aparato político utilizar
falsas contraposiciones para confundir al proletariado con consignas
ajenas e impropias.
Frente a la ferocidad estatal manifiesta de una dictadura cívico–mi-
litar, podemos vernos empujados a “escoger” por el denominado mal
menor: la democracia (cuando no, una dictadura que otorga un siste-
ma de atención de salud gratuita a cambio de la sumisión). Es cierto
que dentro de los restringidos límites en que se nos ofrece nuestra
supervivencia inmersa en la idea de Progreso, el éxito de la sociedad
pareciera ser vivir explotado bajo un régimen socialdemócrata europeo
que garantice una serie de derechos ciudadanos y económicamente
atractivos, antes que vivir bajo los oscuros mantos militares de los re-
gímenes de Videla, Pinochet, Kim Il Sung, Mussolini o Stalin. Preferir,
imaginar, se puede. Lo que no se puede es elegir. Son condiciones
globales las que permiten ambas variantes: es de pública aceptación
que los países considerados como las “mejores democracias” colabo-
ran decisivamente con “las crueles dictaduras” de otros países. Y no
solo esto, sino que se hacen posibles las unas a las otras. Incluso en la
competencia económico–política entre burgueses, motor indiscutible
de la dominación burguesa.
Los reclamos democráticos contra las dictaduras cívico–militares, tal
como los llamados desde el antifascismo, son otras de las lamentables
consecuencias de estos regímenes de gobierno, que no hacen más que
seguir ocultando la verdadera cara de esta sociedad.61

61 Volvemos a recomendar la lectura del debate que mencionamos en el nro. 3 de


Cuadernos, en torno al último golpe de Estado en Honduras, dado en el foro del
sitio Anarkismo.net, donde intervenía el compañero responsable del sitio Comu-
nizacion.org.
Contra el Estado y la mercancía  |  155

Resulta ejemplificador para el caso, los acontecimientos que se


desarrollan a la fecha en Egipto: hasta la revuelta popular del 25 de
enero de 2011 el gobierno de Hosni Mubarak era presentado como un
gobierno democrático ejemplar de África, sin embargo, rápidamente
—velocidad dada de acuerdo al particular análisis de cada gobierno y
los medios de comunicación— se instituyó la imagen del “dictador” así
como también la de los “rebeldes”. La otra cara de la misma moneda
nos indica que mientras se ejecuta este conjuro (que troca la imagen
de un «gobierno democrático» —similar a otros tantos— «por una dic-
tadura de 30 años») se logra establecer el caso “particular” de un país o
de una zona geográfica, donde los reclamos de hambre, desocupación
y desesperanza que contienen una embrionaria e instintiva posición de
clase, son tornados en una “revolución de jazmín” que aspira a reformas
por más democracia.62 Absurdamente (pero dentro de la lógica de la
democracia), los encargados de asumir el poder y llevar adelante las
reformas democráticas serán el ejército de Egipto, mientras las armas
utilizadas para reprimir son vendidas por países europeos que son el
buen ejemplo de las democracias a imitar en el resto del mundo.
La dictadura política es una formalización de la dictadura social, no
es simplemente el resultado de una puja de poderes. Es una tendencia
del Capital que suele surgir cuando comienzan a aparecer obstáculos a
su gestión (no decisivamente revolucionarios) o si el gobierno a derrocar
se vuelve ineficaz para la administración de la economía capitalista.
Se acaba el show de la participación y entonces el Estado tiene que
reorganizar el gobierno bajo un “estado de excepción” (decretos de
urgencia, derogaciones de leyes y el evidente control de las armas).
El uso de la violencia y de las armas pareciese ser el elemento que
define por excelencia a una dictadura, olvidando que el monopolio
de la violencia es una de las cualidades fundamentales de todo Estado,
se trate de democracia o dictadura. Básicamente son las potestades
legales que asume el régimen dictatorial lo que marca la diferencia,
pues asume el control de la situación («por el bien del conjunto so-
cial») estableciendo los mecanismos que considere necesario sin los
62 Desde Occidente, para la lógica dominante, estas simples reivindicaciones son
codificadas no solo como una lucha por democracia, sino por una democracia
occidental, allí estarían luchando entonces por ser más parecidos a los occidentales.
156  |  Cuadernos de Negación

procesos de intervención de los “representantes electos del pueblo”.


En cambio la democracia integra ilusoriamente con las elecciones,
con “presupuestos participativos”, consultas, referéndums. Esta parti-
cipación es aceptada y festejada mientras reproduzca la organización
social ya existente.
En la tesis 109 de La sociedad del espectáculo Guy Debord afirma que:
«El fascismo ha sido una defensa extremista de la economía burguesa
amenazada por la crisis y la subversión proletaria, el estado de sitio en
la sociedad capitalista, por el que esta sociedad se salva y aparenta una
nueva racionalización de urgencia haciendo intervenir masivamente al
Estado en su gestión. Pero tal racionalización está ella misma gravada
por la inmensa irracionalidad de su medio.»
Sin embargo, los desagradecidos demócratas suelen condenar
discursivamente a quienes han tenido que hacer el trabajo sucio por
ellos para salvaguardar su mundo capitalista. No reconocerán en los
sangrientos dictadores a quienes les salvaron el pellejo, o a quien ha
puesto la cara para liquidar a los proletarios molestos o sobrantes que
hoy no interferirán en sus planes, y es que el demócrata ocultará las
contradicciones sociales hasta su muerte.
Muchas veces se ha querido entender que igualamos democracia
a dictadura cívico–militar… Si «todo es lo mismo» no hay reflexión
posible, no hay vida posible… No somos ciegos, comprendemos sus
diferencias encarnadas principalmente en el terrorismo estatal beli-
gerante, pero esto no puede llevarnos a preferir una o la otra, siendo
que ese terrorismo estatal se sigue llevando a cabo de una forma di-
ferente en democracia. Porque como ya hemos dicho, no es cuestión
de elegir (¡esa falsa elección es justamente el cáncer que nos significa
la democracia!), es cuestión de comprender que ambas son diferen-
tes variantes de la dictadura democrática del Capital, y no se puede
prescindir de ninguna de ellas, pues la existencia de una garantiza a la
otra. Un claro ejemplo son casos como lo recientemente ocurrido en
Haití, “las bombas de paz” y la ayuda humanitaria en Libia o cualquier
invasión de organizaciones internacionales con “fines de paz social”:
son países democráticos los que envían su “ayuda humanitaria” para
controlar y liquidar a los proletarios del país en cuestión, e incluso con
mayor violencia y brutalidad que los dictadores que dicen combatir.
Contra el Estado y la mercancía  |  157

Alternativas democráticas a la democracia

Las críticas a la democracia integradas a la ideología dominante,


conllevan ciertas propuestas que suelen ubicarse, con diferentes
matices entre: la sustitución por una dictadura cívico–militar que
imponga puño de hierro y el mejoramiento de la democracia actual,
que suele comprenderse como “falsa” o “defectuosa”, en pos de
una democracia más democrática. Es decir: si se nos dice constan-
temente que la democracia es el mejor de los mundos posibles,
solo queda mejorarla. Pareciera no existir la posibilidad de su
superación histórica… Por ello, excepto la crítica reaccionaria, que
es la que menos nos interesa criticar aquí, las demás suelen tener
en común la importancia manifiesta en cambiar las formas y su
desprecio por la necesidad de criticar y cambiar el contenido.
No comprenden, además, la relación dinámica que hay entre formas
y contenido, y cómo se condicionan mutuamente, limitándonos a
ser meros entes repetidores de una fórmula que nunca deja a nadie
contento. Así, desean un ejército pacífico, propiedad privada sin
robos, trabajo sin explotación, religión sin ignorancia, leyes justas,
fantasías y duendes danzando sobre ollas de oro al final de los arco
iris de colores…
«Se nos dirá que en ninguna parte existen los derechos y libertades,
que en todos lados se limita el derecho de propiedad, que en tales
otros solo se permite el partido único, etc. y de ello no nos cabe la
mínima duda. Sin embargo, en cualquiera de estos ejemplos existe
una fracción burguesa que critica los regímenes respectivos
por las carencias y las imperfecciones de la democracia, pero
para hacerlo tiene que tener un sistema de referencia, y es pre-
cisamente este sistema de referencia el que tratamos de poner
en evidencia. Solo así seremos capaces de romper con la crítica
burguesa que se basa siempre en las imperfecciones de la demo-
cracia, y de reconocer nuestro enemigo en todos los defensores
de la democracia pura o perfecta, que es al mismo tiempo pro-
ducto y reflejo de la superficie mercantil de la sociedad.» (Grupo
Comunista Internacionalista, El paraíso de los derechos del hombre y
del ciudadano)
158  |  Cuadernos de Negación

Crítica reaccionaria de la democracia

Con este enunciado nos referimos a cuando la oposición a la demo-


cracia es en favor de más Estado, en el sentido de mayor control y
perfeccionamiento del funcionamiento del aparato represivo (aunque
esto coexista con una menor presencia estatal en la esfera económica).
Pero nosotros nos oponemos a la democracia, porque nos opone-
mos al Estado. Quienes defienden y promulgan una concepción tal de
la vida que para que “funcione y sirva a la sociedad” debe someterse al
designio centralizado del Estado ven en el ser humano a ese ser malo
por naturaleza que la democracia es demasiado débil para controlar.
Gilles Dauvé nos aporta al respecto: «La reacción denuncia la libertad
personal y el individualismo burgués para reemplazarlos por (nuevas o
antiguas) formas de autoridad opresora. Quieren menos que individuos.
La perspectiva comunista tiene como objetivo realizar las aspiraciones
individuales a una libertad que es tanto personal como vivida con los
demás. Quiere más que el individuo.»63

Violencia revolucionaria contra democracia

Es la ilusión de que la democracia sería derrocada por la violencia


quizás individual, quizás generalizada, poco importa… Es una idea
tan imprecisa que tiende a considerar que la democracia es una
especie de espacio físico a destruir y no una relación social entre
seres humanos. La insurrección violenta de un puñado de noches
alcanzaría para liberarnos de una organización social que ha llevado
siglos de desarrollo… Suena apasionado y valiente en estos tiempos de
vaciamiento y pasividad, pero con ello no se cubren las faltas de perspec-
tivas reales. Se olvida, además, que es necesario abolir las condiciones
tanto materiales como ideológicas que hacen posible la democracia.
63 Es sorprendente que mientras se escribían los borradores destinados a este número
de los Cuadernos, nos encontramos con un texto llamado Contribución a una crítica
de la autonomía política (2008) de Gilles Dauvé, publicado en el libro Crítica de la
democracia (traducido por Comunización y publicado por Editorial Klinamen), en
este texto también se describían las diferentes pseudo críticas a la democracia aquí
descritas. Demostrando por enésima vez que las ideas no pertenecen a nadie, sino
que surgen y se expresan aquí y allá.
Contra el Estado y la mercancía  |  159

«La democracia es mala porque niega mi libertad individual»

Los revolucionarios, desde siempre, han sentido disgusto por la sociedad


en la que se encontraban, no por rechazo al resto de las personas, sino
por la manera en que éstas estaban organizadas y se relacionaban entre sí.
A menudo, desde el ámbito “existencialista”, libertario y/o indivi-
dualista se suelen proferir críticas morales a diferentes instituciones
sociales, siendo la más común la que presenta que “todo parece estar
contra el individuo”. Lo que ignora esta forma de análisis es que
entonces, finalmente toda forma social se encuentra “contra el indivi-
duo” ¡que es necesariamente un ser social!, e ignoran la posibilidad
de una comunidad humana donde pueda realizarse la múltiple
satisfacción de las particulares necesidades y deseos, junto a las
particulares necesidades y deseos de los demás, junto también con
nuestras necesidades como ser colectivo.
Este discurso que pretende levantar la figura del Único, ni siquiera se
cuestiona que esa entidad individual que se pretende salvaguardar
es el producto histórico de la misma sociedad que supone rechazar.
El individualismo, cuando se predica como un conjuro que libera
de los desastres de esta sociedad, no hace más que replicar la miseria
egoísta de la sociedad actual.
El Capital produce y reproduce ese individuo, que es necesariamente
democrático, pues posee sus derechos y libertades individuales, y que
además debe vender su particular fuerza de trabajo, por lo cual se
presenta como competencia del otro individuo.

Democracia obrera

El “gobierno del pueblo obrero” o la organización social por parte de


los obreros (en su versión más libertaria) no hace más que intentar
mantener todas las mediaciones propias al Capital: entre política y
economía, entre teoría y práctica, entre decisión y acción, entre poder
legislativo y poder ejecutivo, entre individuo y sociedad… Sustituyendo
el culto del parlamento, de las libertades, de los individuos atomizados,
por el de los “soviets (o consejos) democráticos” o los “sindicatos libres”
y, por sobre todo, el culto al obrero. Un cambio de formas adminis-
160  |  Cuadernos de Negación

trativas que, desde el punto de vista del contenido, es exactamente


lo mismo. Meter los obreros al parlamento o crear asambleas, y agregar
el adjetivo de “obrero”, no cambia nuestras condiciones. De hecho,
es más que obvio que sigue habiendo obreros, y hasta pretenden, sin
comprender la realidad, una sociedad capitalista (aunque les disguste
llamarla así) donde no haya pobres, ni injusticias…
No nos hacemos ilusiones con ciertas expresiones de autoorganiza-
ción proletaria, como el control autónomo de lugares de trabajo, de
estudios o viviendas, que por sí solas no garantizan nada. La autonomía
comúnmente ha significado un rechazo a la burocracia y a ciertas for-
mas organizativas, y al no comprender el contenido de dichas formas,
ha terminado por reproducirlo bajo una diferente. Si reivindicamos
la autonomía, esta no puede reducirse a la independencia de las
estructuras formales burguesas, sino también de su ideología y
su reproducción.

Democracia directa

Si bien esta “alternativa” parece establecer un cambio más profundo


en las formas, que sin duda repercutiría en el contenido social real, lo
esencial continúa existiendo y vendría ni más ni menos que a reem-
plazar la democracia sin adjetivos.
A favor de la “democracia directa”, suele argumentarse: la prioridad
de la voluntad colectiva ante la de un individuo o un pequeño grupo,
que la totalidad de las decisiones pasen por la asamblea, mayor posi-
bilidad de expresión por parte de las minorías, que de haber delegados
estos serían revocables, y por sobre todo el respeto y cumplimiento de
las decisiones tomadas, sin corrupción y sin burocracia.
Lo que se olvida a menudo es que poco importa la forma en que se
manifiesta la ideología dominante (contenido) cuando ésta de todos
modos se manifiesta (formas). Se olvida que las condiciones materia-
les van a manifestarse de manera vertical u horizontal, pero que van
a emerger de todos modos. No se trata de cómo administrar “este
mundo”, sino de negarlo y superarlo.
Desde la reproducción del racismo a la imperceptible apología del
trabajo asalariado, pueden ser traficadas tranquilamente mediante la
Contra el Estado y la mercancía  |  161

horizontalidad de una asamblea, en tanto que momento de la demo-


cracia directa, más allá de sus delegados revocables, la rapidez con la
que se los pueda revocar, o hasta con la tendencia a abolir los delegados.
En el fetichismo de las formas, ciertos grupos horizontales y hori-
zontalistas, se deslumbran ante un grupo de personas que decidieron
organizarse asambleariamente de manera espontánea para resolver sus
problemas ¡Claro que esto es importante! Pero no es indispensable, ni
garantiza que dicha propuesta vaya a buen puerto por el mero hecho
de su apariencia horizontal. En ciertos barrios periféricos de la región
argentina, vecinos se autoorganizan para pedir más policías y ni la
horizontalidad ni la reflexión colectiva han garantizado que lleguen
siquiera a acercarse a la conclusión de que el robo entre proletarios
es inherente al sistema capitalista y la propiedad privada. ¡Ni siquiera
a vislumbrar la paternidad de la policía en los crímenes y delitos
cotidianos!
Se sobrevaloran las formas y se desprecia el contenido. En ciertas
ocasiones, la acción revolucionaria (es decir el contenido) se manifiesta
de manera asamblearia, otras de manera clandestina, otras de manera
minoritaria, sin consultar, y luego es asumida por la mayoría.
La revolución no es solamente un problema de formas de organi-
zarse, es conjuntamente un problema de contenido, de movimiento
real incesante. Como el capitalismo, tampoco se trata de un simple
problema de gestión, sino que es el resultado de un conjunto de rela-
ciones de producción y reproducción de la sociedad. Si subrayamos
esto es para luego no depositar esperanzas ciegas en buscar formas de
gestión (partidos, sindicatos, consejos, cooperativas) y para, en medio
de una lucha, no temer de marcar los límites a superar.
Tal como afirmábamos en nuestro número anterior, la democracia
es la garantía de la economía en tanto que intercambio entre uni-
dades de producción independientes, es decir: la fuente del trabajo
privado opuesto al social y por lo tanto de la reorganización mercantil.
Un círculo vicioso, si hay trabajo privado, intercambio y valor, volverá
a aparecer aquello que los demócratas bien intencionados suponen
rechazar: la economía capitalista.
162  |  Cuadernos de Negación

El Estado y su aparato represivo

«Pero si los proletarios no saben más que divertirse en


manifestaciones callejeras, plantando “árboles de la
libertad”, escuchando discursos de abogados, ya se sabe
la suerte que les espera: primero el agua bendita, después
los insultos, y por último, la metralla. La miseria siempre.»
(Auguste Blanqui, Quien tiene el hierro tiene el pan)

Es importante señalar que en este apartado haremos referencia a los


modos más groseros de represión estatal, pero que de ninguna ma-
nera pensamos que estos son los únicos mecanismos existentes para
mantenernos a raya. Puede sonar delirante señalar como represivo al
trabajo asalariado, la escolaridad, la religión, o hasta diversas formas
de relaciones interpersonales (de pareja, familiares o de amistad), pero
es esta liviandad para tratar la realidad la que no permite verificar la
gravedad de los hechos para poder reflexionar sobre ellos y cambiarlos.
Como en la mayoría de los casos, el maldito “sentido común” de
la democracia hace pasar como inaceptable solo el exceso de una
situación que ha naturalizado, aunque ese pretendido “exceso” no
es más que la consecuencia lógica de un sistema de vida. Lo que co-
múnmente llamamos “represión”, no es más que el último recurso de
la aplicación de un mecanismo cotidiano que, al haber fallado en su
modo sutil, se muestra brutal respecto a nuestro actual sistema moral.
Llegará el día en que nos horroricemos de la disciplina de las escuelas
y los trabajos, de las cárceles y los psiquiátricos, de la familia y las
tradiciones, de los espacios urbanizados y vigilados, de las religiones
y las ideologías, del arte y el entretenimiento: entonces, desearemos
abolir toda fuerza represiva.
Desatada la represión ilegal o semilegal, muchas personas suelen
horrorizarse con lo ocurrido y buscan desesperadamente atacarla,
denunciándola, solicitando que no vuelva a suceder. Lo extraño no es
horrorizarse, sino no atacar el sistema que la permite y alienta. La re-
presión no puede simplemente dejar de existir al interior de un mundo
de opresores y oprimidos. No es el capricho de tal o cual gobernante
o policía, sino parte del plan sistemático y necesario de la burguesía
Contra el Estado y la mercancía  |  163

para reprimir a nuestra clase.64 Un mundo en el que los medios de


reproducción de la vida son propiedad de una minoría, requiere una
represión sin piedad contra todos, una represión que castiga a quien
se atreve y que disciplina a quien podría atreverse.
En el año 2009 CORREPI (Coordinadora Contra la Represión
Policial e Institucional) presentó el Archivo anual de casos de personas
asesinadas por la fuerzas de seguridad del Estado,65 y señalaba que en la
Argentina democrática, una vez finalizado el trabajo encomendado a
los responsables militares y civiles de la última dictadura, la represión
cambió de forma para adaptarse a las necesidades del nuevo sistema
político. A partir de 1983, ya no se reprimiría tanto en forma abierta y
selectiva, sino silenciosamente, con masividad y sin repercusión pública.
La Junta Militar cumplió con la tarea, iniciada años antes, de aniquilar
la resistencia de trabajadores organizados altamente combativos, de
organizaciones sociales y de grupos políticos armados. Reemplazados
los gobiernos militares, cobró central importancia esta “represión
preventiva” cuyo objetivo es disciplinar a la clase de cuyo seno
surgen la resistencia y la confrontación. Así, los gobiernos que ad-
ministran el Estado argentino tratan de garantizar que “nunca más”66
el sistema de explotación capitalista sea cuestionado seriamente en el
país. Qué mejor, para alcanzar ese fin, que atemorizar por medio de
castigos ejemplares aplicados cotidianamente, potenciados por un alto
grado de naturalización hacia el interior de un sector en particular de
la clase reprimida, y de invisibilización hacia afuera.
La pertenencia a las partes más empobrecidas económicamente de
la clase proletaria es la regla en los asesinados, al punto que los pocos

64 En este sentido, es importante subrayar que la represión es estatal porque el Estado


es la principal herramienta de la burguesía para el fin de reprimir, pero cuando
es necesario mantener a raya a los oprimidos, están a mano las fuerzas paralelas
al Estado, la “seguridad privada” o las patotas integradas por sindicalistas, barras
bravas o simples traidores a su clase.
65 Disponible completo en: correpi.lahaine.org (modificamos levemente el texto
original en esta publicación).
66 Nunca más es el nombre de un significativo libro editado por la CONADEP (Co-
misión Nacional sobre la Desaparición de Personas). Se trata de un conjunto de
investigaciones, informes y testimonios sobre la desaparición y tortura de personas
en la dictadura cívico–militar formalizada en el año 1976 en Argentina.
164  |  Cuadernos de Negación

casos registrados de víctimas que exceden a esta categorización afecta


a quienes estaban en el lugar, con la ropa o el aspecto “equivocados”.
El análisis del componente etario permite, por otra parte, ratificar que
los jóvenes son el blanco favorito de esa política preventiva. Los jóvenes
son el sector con mayor potencialidad de rebeldía (y en especial, son
los más propensos a tomar de la manera que sea necesaria aquello que
necesitan o aquello que se los incita a consumir, aún cuando a su vez
se les niegan los medios para hacerlo) y, por ende, quienes primero y
más profundamente deben ser disciplinados. Más de la mitad de las
muertes corresponde a la franja de varones pobres de menos de 25
años, y el 30,50% del total tenían 21 años o menos.
La distribución territorial de los casos ratifica que el “gatillo fácil” y
la tortura no son patrimonio de una provincia o una fuerza, sino que
son utilizados en todo el país, cualquiera sea el color del gobierno local,
con expresa preferencia por los grandes conglomerados urbanos que
concentran el mayor índice de pobreza, y, por lo tanto, es mayor la
necesidad de prevenir la potencial organización popular contestataria.
No hay purga al interior de la institución policial que pare el gatillo
fácil, ni se puede atribuir superficialmente la continuidad y profundi-
zación represiva a “resabios de la dictadura”, a “desbordes individuales”
o a “planes de estudio inadecuados con poca formación en Derechos
Humanos”. Es significativa la cantidad de hechos protagonizados
por “nuevos cuadros” de las estructuras que, una y otra vez, han sido
reformadas, purgadas, descabezadas, capacitadas y sometidas a cursos
y talleres de Derechos Humanos, muchas veces dictados por dirigentes
de ONG que apuestan a la posibilidad de mayor legalidad del aparato
represivo del Estado. Adopte la forma que adopte, la represión siste-
mática es siempre funcional a la misma clase, más allá del sector
que beneficie en lo inmediato, y tiene la finalidad de perpetuar y
profundizar la explotación, que requiere, obviamente, opresión.
Precisamos, además, que lo anterior no puede entenderse como un
modo de acción exclusivo de un Estado, en este caso el argentino, al que
se podría cargar estos actos como un rasgo característico y particular
de su policía. Podemos tomar cualquier otro Estado como ejemplo o,
por qué no, el accionar conjunto de la “paz social” de varios Estados,
como ha sido el caso del control policíaco–militar llevado a cabo por
Contra el Estado y la mercancía  |  165

fuerzas represivas conjuntas (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay) bajo


el eufemismo de Fuerzas de Paz.
En Chile, por ejemplo, siguen produciendo estupor en el imaginario
social los allanamientos realizados por patrullas militares durante la
dictadura “pinochetista”. Sin embargo, entrados los años 90, ya con una
democracia consensuada por las diferentes facciones de la burguesía,
las imágenes televisadas de allanamientos armados a poblaciones (villas,
favelas) para buscar supuestos delincuentes producían “seguridad” y
no temor o rabia en la mayoría de la ciudadanía televidente. Así, hoy
no debe sorprender el show mediático–judicial que ha comenzado a
desarrollarse desde el 14 de agosto de 2010 con el denominado “caso
bombas”, luego de los allanamientos contra compañeros anarquistas
y antiautoritarios; o en la incesante y abierta represión a comunidades
insubordinadas mapuches. Ya en el 2000 la policía chilena realizó un
informe en la que precisaba que el perfil característico de los sospe-
chosos de delitos, a los cuales había que controlar, eran mapuches,
pobladores (habitantes de las villas, favelas) y estudiantes. Podrían haber
agregado “trabajadores”, sino fuera porque en las últimas décadas el
sector productivo como tal no ha llevado adelante ninguna ofensiva
reivindicativa, mientras que mapuches, pobladores y estudiantes
precariamente lo han intentado. Tal vez hubiese sido más simple que
ese informe de “inteligencia policial” acuse como sospechosos a los
proletarios en general, pero hay cosas que les es mejor callar.

Policías, sociedad policial, “trabajo sucio” y robo

«¿Qué es un policía? Es el servidor activo de la mercancía;


es el hombre totalmente sometido a la mercancía, por
obra del cual este o aquel otro producto del trabajo
humano sigue siendo una mercancía cuya mágica
voluntad es que se la pague, y no simplemente una vulgar
heladera o un fusil, una cosa ciega, pasiva e insensible, a
merced de cualquiera que la use.»
(Guy Debord, La decadencia y caída de
la economía espectacular–mercantil)
166  |  Cuadernos de Negación

La existencia de la policía es la clara demostración de que este sis-


tema puede funcionar agregando a su disciplinamiento cotidiano
el miedo y la represión directa, y difícilmente podría funcionar de
otra manera.
El policía lleva adelante un rol despreciable que nadie parece querer
cumplir, pero del cual la sociedad policial, a su vez, no puede prescindir.
Desde la antigua Grecia, lo que hoy podríamos llamar “policía” (en
aquel momento una fuerza pública que protegía a Atenas contra los
enemigos del exterior y mantenía en obediencia a los esclavos) era
conformada por esclavos; ya que el ciudadano libre ateniense veía
como indigno aquel oficio. La burguesía aún no ha podido hacer ver
con buenos ojos a estas fuerzas hacia el grueso de la sociedad: hasta
el mismo ciudadano temeroso que aplaude cada palazo en la espalda
de un proletario acepta, en el fondo, que la policía es una institución
putrefacta, corrompida, y por eso no solo le teme, sino que también
le tiene asco. Es cierto que cada vez menos personas se fían ya de la
policía, pero poco importa la corrupción de estas fuerzas o su mala
imagen si la sociedad no puede prescindir de ella, y hasta no pueda
imaginar una sociedad en la cual la policía no exista. Por ello, además
se tolera su “corrupción”, su “abuso de autoridad”, algo relativamente
obvio en un conjunto de traidores a su clase en los que se deposita
esa cantidad de poder. Alguien tiene que hacer el “trabajo sucio”,
pues para eso se pagan los impuestos. En ciertos países se toleran
los “negocios sucios” de una policía corrupta y poco formada, y en
otros se toleran los “excesos represivos” de una policía militarizada,
profesionalizada y, por lo tanto más preparada y legal. Tolerar lo
que toque en suerte y a cualquier precio, para que nos cuiden de
nosotros mismos.

Sistema penitenciario

El sistema carcelario moderno es una de las muestras más ejemplifi-


cativas del “progreso” de este mundo. Nos asustamos de la tortura
en los centros clandestinos de detención de las dictaduras cívico–
militares, de los brutales castigos de la Edad Media, sin embargo,
en las ciudades que habitamos existen cárceles donde se encierra,
Contra el Estado y la mercancía  |  167

se tortura física y psicológicamente. Es un secreto a voces que el


sistema carcelario no reintegra como desea ciudadanamente al sector
productivo, ni a la normalidad democrática. El sistema carcelario aísla,
aísla al encerrar y devuelve a la calle al terminar su pena a un ciudadano
aún más aislado que quienes se encuentran en ella.
Las cárceles solo sirven para atemorizar y castigar. El infierno car-
celario hace sentir menos terrible la vida fuera de él: se pensará dos
veces antes de robar, matar o salir de la norma.
Más allá de la mayor o menor efectividad con la que cumpla su pro-
pósito, la cárcel intenta solucionar individualmente un problema
que es de carácter social. Esto vale la pena aclararlo para generar un
antídoto a las luchas por las mejoras y reformas del sistema carcelario
como objetivo final.
Esta sociedad, con sus relaciones mediatizadas y sus instituciones,
es la que genera aquí y allá lo que suele llamarse delincuencia, y esta
es una responsabilidad social que no se soluciona asistiendo a cada
persona individualmente, porque hasta pudiendo solucionar el proble-
ma de una persona particular, de esta sociedad seguirán emergiendo
“delincuentes” en el mismo instante.
En este mundo verdaderamente invertido, la noparticipación se
asume como participación, y la verdadera participación y responsabi-
lidad inherentes a la vida social no son asumidas. Cuando la selección
nacional gana un partido de fútbol dicen que «ganamos todos», pero
cuando una persona delinque es simplemente su responsabilidad: hasta
en los análisis “más pensantes”, a lo máximo que se llega es a intentar
encontrar los motivos en los allegados directos o la historia personal
de quien ha delinquido.
Y aquellos progresistas, bien o mal intencionados, cuando llegan
a percibir el problema como social exponen su solución: «trabajo
para todos», cuando en realidad es el sistema de trabajo asalariado el
corazón de esta sociedad antagónica que, en mayor o menor medida,
seguirá generando cárceles y más cárceles.
Podremos entonces reducir el problema, y hacer menos terribles a
las cárceles, pero su existencia es inevitable en una sociedad con estas
características. La lucha contra las cárceles es inseparable de la
lucha contra el Capital.
168  |  Cuadernos de Negación

La sociedad capitalista ha encontrado sus maneras de reformar las


cárceles, comprendiendo su mal funcionamiento hasta al interior de
sus propias concepciones ideológicas: existen cárceles modelo donde se
recluye voluntariamente a la familia junto al preso y cárceles privatiza-
das donde una empresa se hace cargo de la inversión de construcción y
mantenimiento, y el Estado de su custodia y vigilancia. Allí los presos
trabajan al interior de estas fábricas–cárcel produciendo para la empresa
en cuestión con un sueldo hasta tres veces más bajo que los trabajadores
que están afuera. Sueldos bajos, control casi total, abultados subsidios
estatales, dentro de una publicidad de buenas intenciones sociales…
un negocio capitalista redondo.

Nada garantiza que sin capitalismo exista la violencia pasional, pero


en un mundo invertido como este, la acción represiva restringe todo
delito a la esfera de intereses de la burguesía, sin interesarse en resolver
tales dilemas. En una sociedad sin necesidad de delitos producidos por
el mismo sistema social ya es asunto de la misma comunidad humana
hacerse cargo de sus conflictos ¿Acaso el temor a ser protagonistas de
nuestros propios conflictos basta para descansar bajo el dominio
monstruoso y perturbador del castigo?
«La delincuencia tiene una cierta utilidad económico–política en
las sociedades que conocemos: cuanto más delincuentes existan, más
crímenes existirán; cuanto más crímenes hayan, más miedo tendrá
la población y cuanto más miedo en la población, más aceptable y
deseable se vuelve el sistema de control policial. La existencia de ese
pequeño peligro interno permanente es una de las condiciones de
aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica por qué en los
periódicos, en la radio, en la televisión, en todos los países del mundo
sin ninguna excepción, se concede tanto espacio a la criminalidad
como si se tratase de una novedad cada nuevo día. Desde 1830 en
todos los países del mundo se desarrollaron campañas sobre el tema
del crecimiento de la delincuencia, hecho que nunca ha sido probado.
(…). La delincuencia posee también una utilidad económica; vean la
cantidad de tráficos perfectamente lucrativos e inscriptos en el lucro
capitalista que pasan por la delincuencia: la prostitución; tiene por
Contra el Estado y la mercancía  |  169

función canalizar el lucro para circuitos económicos tales como la


hotelería de personas que tienen cuentas en bancos (…). El tráfico
de armas, el tráfico de drogas, en suma, toda una serie de tráficos que
por una u otra razón no pueden ser legal y directamente realizados
en la sociedad pueden serlo por la delincuencia, que los asegura. Si
agregamos a eso el hecho de que la delincuencia sirve masivamente
a toda una serie de alteraciones políticas tales como romper huelgas,
infiltrar sindicatos obreros, servir de mano de obra y guardaespaldas
de los jefes de partidos políticos.» (Michel Foucault, Las redes del poder)

La industria del control del delito

«El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el pro-


fesor compendios, etc. El delincuente produce delitos. Fijémonos un
poco más de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de
producción y el conjunto de la sociedad, y ello nos ayudará a sobre-
ponernos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente
delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo,
al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además,
el inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado
sus lecciones como una “mercancía”. (…)
El delincuente produce, asimismo, toda la policía y la administración
de justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y, a su vez,
todas estas diferentes ramas de industria que representan otras tantas
categorías de la división social del trabajo; desarrollan diferentes capa-
cidades del espíritu humano, crean nuevas necesidades y nuevos modos
de satisfacerlas. Solamente la tortura ha dado pie a los más ingeniosos
inventos mecánicos y ocupa, en la producción de sus instrumentos, a
gran número de honrados artesanos.
El delincuente produce una impresión, unas veces moral, otras
veces trágica, según los casos, prestando con ello un “servicio” al mo-
vimiento de los sentimientos morales y estéticos del público. No solo
produce manuales de derecho penal, códigos penales y, por lo tanto,
legisladores que se ocupan de los delitos y las penas; produce también
arte, literatura, novelas e incluso tragedias, como lo demuestran no
solo La culpa de Müllner o Los bandidos de Schiller, sino incluso el
170  |  Cuadernos de Negación

Edipo de Sófocles y Ricardo III de Shakespeare. El delincuente rompe


la monotonía y el aplomo cotidiano de la vida burguesa. La preserva
así del estancamiento y, provoca esa tensión y ese desasosiego sin los
que hasta el acicate de la competencia se embotaría. Impulsa con ello
las fuerzas productivas. El crimen descarga el mercado del trabajo de
una parte de la superpoblación sobrante, reduciendo así la compe-
tencia entre los trabajadores y poniendo coto hasta cierto punto a la
baja del salario, y, al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia
absorbe a otra parte de la misma población. Por todas estas razones,
el delincuente actúa como una de esas “compensaciones” naturales
que contribuyen a restablecer el equilibrio adecuado y abren toda una
perspectiva de ramas útiles de trabajo.
Podríamos poner de relieve hasta en sus últimos detalles el modo
cómo el delincuente influye en el desarrollo de la productividad. Los
cerrajeros jamás habrían podido alcanzar su actual perfección si no
hubiese ladrones. Y la fabricación de billetes de banco no habría lle-
gado nunca a su actual refinamiento a no ser por los falsificadores de
moneda. El microscopio no habría encontrado acceso a los negocios
comerciales corrientes si no le hubiera abierto el camino el fraude
comercial. Y la química práctica debiera estarle tan agradecida a las
adulteraciones de mercancías y al intento de descubrirlas como al
honrado celo por aumentar la productividad.
El delito, con los nuevos recursos que cada día se descubren para
atentar contra la propiedad, obliga a descubrir a cada paso nuevos
medios de defensa y se revela, así, tan productivo como las huelgas,
en lo tocante a la invención de máquinas. Y, abandonando ahora el
campo del delito privado, ¿acaso, sin los delitos nacionales, habría
llegado a crearse nunca el mercado mundial? Más aún, ¿existirían si-
quiera naciones?» (Karl Marx, Historia crítica de la teoría de la plusvalía)
Contra el Estado y la mercancía  |  171

El delito y la pena

Extracto del texto El delito y la pena: Acercamiento desde la teoría anar-


quista escrito por Leticia J. Vita.67

El delito

«Todos los ilegalismos que el tribunal codifica como


infracciones, el acusado los reformuló como la afirmación
de una fuerza viva: la ausencia de hábitat como
vagabundeo, la ausencia de amo como autonomía, la
ausencia de empleo del tiempo como plenitud de los
días y de las noches.»
(Michael Foucault, Vigilar y castigar)

Hablar de delito implica hablar antes de ley. No hay delito sin ley
previa que haya sido quebrantada, ley emanada de un Estado que se
define por el monopolio de la coerción que le permite imponer un
orden jurídico determinado. En esta línea, una de las cuestiones que
más ha interesado a la literatura jurídica, especialmente a sus vertientes
sociológicas, ha sido la cuestión de los motivos que llevan al hombre
a delinquir. Muchas —y de las más variadas implicancias— han sido
las respuestas.
Desde el anarquismo, y en consonancia con los postulados generales
básicos de su concepción sobre la propiedad y el Estado, se ha dado
una respuesta muy contundente sobre el origen de la delincuencia.
Las causas del delito no las debemos buscar en el individuo que
comete un delito sino en la sociedad. Es la sociedad y su sistema
capitalista y excluyente el que genera el quiebre social necesario para
que alguien delinca. La mayoría de los delitos está constituida por de-
litos contra la propiedad. (…) Esta última afirmación pretende acabar
con las posturas conservadoras que prefieren encontrar las causas del
delito en cualquier otro lado. Una de las más conocidas es la teoría

67 Publicado en el libro El anarquismo frente al derecho. Libros de Anarres, colección


Utopía Libertaria.
172  |  Cuadernos de Negación

positivista del italiano Ezechia Marco Lombroso (más conocido como


Cesare Lombroso), que cree ver las causas de la criminalidad en la con-
formación física de los individuos.68 Piotr Kropotkin, en Las prisiones,
lo critica cuando aquel afirma que la sociedad debe tomar medidas
frente a quienes presentan los “signos físicos” de la delincuencia. «Es
posible —dirá— que las enfermedades favorezcan la tendencia hacia
el crimen, pero de ninguna manera podemos inferir de ello que sean
la causa de los mismos.»
El quiebre en la solidaridad social, que provoca una reacción anó-
mica en gran parte de los marginados sociales, es producto puro del
individualismo propietario característico de la sociedad moderna. El
crimen es fruto de una determinada relación de clases, no es algo inhe-
rente a la condición humana. Tampoco puede escapar a la razón —no
solo anarquista— que la mayor parte de los delincuentes provengan
de un determinado sector social: «…El crimen no es una virtualidad
que el interés o las pasiones hayan inscripto en el corazón de todos
los hombres, sino la obra casi exclusiva de determinada clase social;
que los criminales, que en otro tiempo se encontraban en todas las
clases sociales, salen ahora casi todos, de la última fila del orden social.»
(Michel Foucault, Vigilar y castigar)
Podríamos preguntarnos acaso si la opulencia exuberante que convive
con la pobreza de manera cotidiana en nuestras ciudades no es causa
suficientemente generadora de la violencia y quebrantamiento social.69
68 Uno de los ejes más difundidos de la obra de Lombroso es la concepción del delito
como resultado de tendencias innatas, de orden genético, observables en ciertos
rasgos físicos o fisonómicos de los delincuentes habituales (asimetrías craneales,
determinadas formas de mandíbula, orejas, arcos superciliares, etc.) Lombroso,
C., El delito. Sus causas y remedios (traducción de Bernaldo Quirós, Ed. Victoriano
Suárez. Madrid, 1902). También vale la pena ver Los anarquistas, que contiene un
estudio, parcial y tendencioso, sobre los anarquistas, publicado hace años por Ce-
sare Lombroso (1835–1909), y la refutación, aplastante y definitiva, que al mismo
hiciera a su tiempo el inteligente y conocido escritor anarquista español Ricardo
Mella (1861–1925). Lombroso, C. y Mella, R., Los anarquistas (estudio y réplica), La
Protesta, Buenos Aires, s/f.
69 Nota de Cuadernos de Negación: La sociedad capitalista ya está lo suficientemente
quebrada desde el momento en que existen en su seno dos clases antagónicas, irre-
conciliables: una cosa no es consecuencia de la otra. El quebrantamiento social no
es un “mal” que comenzó a suceder en un momento de “exceso” del capitalismo,
es parte estructural de él. Por convicción demócrata o por pereza reflexiva se gusta
Contra el Estado y la mercancía  |  173

La pena

«Si se me preguntara: ¿Qué podría hacerse para mejorar el


régimen penitenciario? ¡Nada! —respondería— porque
no es posible mejorar una prisión. Salvo algunas pequeñas
mejoras sin importancia, no hay absolutamente nada que
hacer sino demolerlas.»
(Piotr Kropotkin, Las prisiones)

Preguntarnos acerca de la naturaleza o del carácter de la pena puede


conducirnos a múltiples conclusiones. Lo cierto es que, con respecto
a este tema, una de las cuestiones mayormente debatidas ha sido la
de la efectividad de la pena privativa de libertad y, consecuentemente,
la de la entidad de la prisión. ¿Es la pena un mecanismo que intenta
“reformar”, “educar” al delincuente, o su objetivo es el de castigarlo?
Es sabido que Michel Foucault, en su obra Vigilar y castigar, aborda
exhaustivamente la transformación —que tiene lugar en los siglos
XVIII y XIX— de la prisión en términos de humanización del sistema
punitivo. La prisión adquiere una centralidad única en el escenario
del derecho penal moderno y se presenta como la gran solución para
el delito.
El anarquismo, y puntualmente Kropotkin en su obra Las prisiones,
aborda el tema de la prisión desde una mirada descriptiva crítica.
Como se mencionó en el inicio, Kropotkin teoriza sobre el sistema
carcelario europeo, mirando especialmente el régimen carcelario
francés, el mismo que casi un siglo después Foucault analizaría en sus
conocidas reflexiones. La prisión, para Kropotkin, no puede ser nunca

de referirse a esto como “desintegración social”, pero en realidad se está hablando


de la pérdida del ideal burgués de paz social, es decir: cuando una gran masa de
proletarios está tan marginada de la vida social que comienza a inquietarse, a
ponerse molesta, revoltosa; con o sin expectativas necesariamente revolucionarias,
reivindicando o no sus necesidades más inmediatas.
Lo asombroso es, entonces, que no exista una cantidad mayor aún de crímenes
en estas condiciones de inequidad. Desde este punto de vista, no debemos sorpren-
dernos del crecimiento de la criminalidad, sino asombrarnos de que aún queden
visos de humanidad entre nosotros.
174  |  Cuadernos de Negación

una instancia superadora del delito, ya que la prisión no “educa” sino


en la criminalidad y genera reincidencia:
«El hombre que ha estado en la cárcel, volverá a ella. Cierto, in-
evitable es esto; las cifras lo demuestran. Los informes anuales de la
administración de justicia criminal en Francia nos dicen que la mitad
próximamente de los hombres juzgados por el Tribunal Supremo y
las dos quintas partes de los sentenciados por la policía correccional,
fueron educados en la cárcel, en el presidio; éstos son los reincidentes.
(…). He ahí lo que se consigue con las prisiones. Pero no es esto todo.
El hecho por el cual un hombre vuelve a la cárcel, es siempre más grave
que el que cometiera la primera vez. Todos los escritores criminalistas
están de acuerdo en esto.» (Piotr Kropotkin, Las prisiones)
Para este autor, la prisión no solo aniquila todas las cualidades y ca-
pacidades que hacen posible que el hombre viva en sociedad. La prisión
deshumaniza, en la medida en que quita sociabilidad al hombre. (…)
Es por todo esto que la prisión no logra impedir que se reproduzcan
los actos antisociales, sino que lo que hace es reproducirlos, favorecer
su aparición. En consecuencia, las reformas no tienen sentido. Cual-
quier reforma al sistema carcelario, por más importante que sea, solo
reproduciría un sistema que está viciado desde su misma concepción.
La prisión, también encarna un mecanismo de economía de la
violencia. La prisión moderna, comos señala oportunamente Foucault,
basa su pretendida efectividad en el control y la vigilancia, más que
en el castigo corporal sistemático. Kropotkin mismo sostiene que el
ideal de las prisiones sería un millar de autómatas levantándose y tra-
bajando, comiendo y acostándose por medio de corrientes eléctricas
producidas por un solo guardián.
La funcionalidad de la prisión es también la de controlar a una de-
terminada clase social, distribuyendo el castigo entre quienes deben ser
controlados. Se toleran ciertas acciones y se penalizan otras. Foucault
(en Vigilar y castigar) lo describe con precisión cuando dice:
«Sería preciso entonces suponer que la prisión y de alguna manera
general los castigos, no están destinados a suprimir las infracciones;
sino más bien a distinguirlas, a distribuirlas, a utilizarlas (…). La pe-
nalidad sería entonces una manera de administrar los ilegalismos, de
trazar límites de tolerancia, de dar cierto campo de libertad a algunos,
Contra el Estado y la mercancía  |  175

y hacer presión sobre otros, de excluir a una parte y hacer útil a otra;
de neutralizar a éstos, de sacar provecho de aquéllos. (…) Y si se pue-
de hablar de una justicia de clase no es solo porque la ley misma o la
manera de aplicarla sirvan intereses de una clase, es porque toda la
gestión diferencial de los ilegalismos por la mediación de la penalidad
forma parte de esos mecanismos de dominación.»
176  |  Cuadernos de Negación

La ley y el orden

«¿Qué importa que los poderosos juzguen a los débiles


según su capricho, o según la ley, que es el capricho de
los poderosos de ayer?»
(Rafael Barrett, Jueces)

No es sorprendente cómo mediante el lenguaje se normalizan, hacién-


dose pasar por naturales, cuestiones meramente políticas que benefician
a la burguesía. Quizás sea por eso que damos tanta importancia a la
cuestión terminológica, no para escribir un buen diccionario revolucio-
nario, sino para poner de manifiesto que el terreno del lenguaje es otro
campo donde se desarrolla la lucha de clases. El no asumir nuestra
práctica a nivel de consignas y conceptos, a la larga facilita el
debilitamiento, la confusión y la recuperación. Aquí un ejemplo,
extraído del libro El anarquismo frente al derecho realizado por el Grupo
de estudio sobre el anarquismo, que antes citábamos:
«Según Bakunin, usamos las palabras “ley” y “autoridad” de manera
insidiosamente ambigua. En un sentido estricto, llamamos “leyes” a
la causalidad universal (leyes científicas que constatan regularidades).
Uno puede hacer cualquier cosa con la realidad, menos impedir sus
efectos. Esas “leyes” (biológicas, sociológicas, etc.) que determinan el
comportamiento humano no son externas al hombre; son inmanen-
tes al hombre en tanto ser material; constituyen al mismo hombre,
son el Hombre. Pero en otro sentido usamos “ley” para referirnos al
mandato bajo amenaza de un castigo proveniente de una “autoridad”
externa, un “legislador” artificial (dios o el Estado, que no son más que
ficciones que encubren la autoridad arbitraria de otros hombres que
imponen su voluntad al resto). Ésta es la esfera del “derecho jurídico”
(positivo), opuesto siempre, cualquiera sea su contenido, al “derecho
natural o humano”.»
De esta manera, toda ley burguesa se presenta ante nosotros tan
inalterable como la ley de la gravedad, a las cuales se podrá burlar o
“hacer la trampa” pero jamás hacer desaparecer.
En esto vale la pena recordar a Rafael Barrett en otro de sus artículos,
titulado Los jueces, donde señala que la ley se establece para conservar
Contra el Estado y la mercancía  |  177

y robustecer las posiciones de la minoría dominante. Así, en los


tiempos presentes, en que el arma de la minoría es el dinero, el objeto
principal de las leyes consiste en mantener inalterables la riqueza del
rico y la pobreza del pobre. La idea de justicia que favorece al poderoso,
habría de parecerle muy justa a este e injusta al humilde. Sin embargo,
nace la idea en sentido contrario: el poderoso encuentra la ley todavía
estrecha a su deseo, ya que él mismo la dictó y es capaz de hacer otras
nuevas, y el desposeído, lamentablemente, se conformaría con que la
ley se cumpliera como se dice y no como se hace.
Ese es nuestro triste y paradójico mundo.
178  |  Cuadernos de Negación

Derechos, deberes y libertades

«El derecho humano de la libertad no se basa en la


vinculación entre los hombres sino, al contrario, en su
aislamiento. Es el derecho de este aislamiento, el derecho
del individuo restringido, circunscrito a sí mismo.»
(Karl Marx, Sobre la cuestión judía)

El reflejo jurídico de este mundo material, “paraíso terrenal de los de-


rechos del hombre y del ciudadano”, es el conjunto de leyes, decretos
y contratos, donde se garantiza la libertad, igualdad y la posibilidad
de acceso a la propiedad. En este “paraíso”, el ser humano imagina a
dios a su imagen y semejanza, pero depurado de sus contradicciones.
El Capital también imagina su reinado “eterno y perfecto”, en base a
afirmar solo el aspecto de su sociedad que él mismo considera “positivo”,
depurándolo completamente de sus aspectos antagónicos.
Los “derechos humanos”, las “garantías” y demás artificios de esta
sociedad es cierto que de algún modo y en ciertas ocasiones pueden
salvarnos de entrar a la cárcel o nos permitan ciertas libertades, pero
siempre como ciudadanos, como parte de esta sociedad mercantil. Por
ello, no necesitamos más libertad sino otra libertad, no necesitamos
más derechos o más justicia, sino una comunidad donde estos sean
innecesarios u obsoletos. No son necesarios más libertad de prensa,
más derechos humanos, más permiso de huelga, más juicios y cas-
tigos, pero tampoco es necesario menos que eso, ¡necesitamos aún
más, pero distinto! Necesitamos, entonces, luchar por un mundo
en donde estos mecanismos sean obsoletos.70
70 Con esta afirmación, de ninguna manera nos referimos a renunciar a la acción legal
cuando un compañero está preso o procesado, o a formarse sobre herramientas
legales; lo que hacemos es señalar los límites, para luego no salir a gritar con sor-
presa que se están violando nuestros derechos, o reclamar legalidad en un lenguaje
pseudo revolucionario. Lo volvemos a repetir: no queremos menos que aquello,
queremos más, mucho más.
Lo mismo sucede con el pedido de endurecimiento de las leyes: artimañas legales
como “traición a la patria” o “sedición” pueden servir para juzgar a los milicos de la
última dictadura cívicomilitar, pero servirán más y mejor cuando deban juzgarnos
a nosotros por “terroristas”. A las cárceles ya sabemos quiénes son los que nunca
entran y quiénes los que nunca salen…
Contra el Estado y la mercancía  |  179

Negando, para anular las necesidades que hicieron posibles estas


expresiones (la necesidad de organizarse para luchar, de comunicarse,
etc.), superándolas con formas no recuperables por parte de la clase
dominante.
Para una verdadera respuesta a nuestras necesidades debemos romper
con las limitadas formas en que se expresan hoy a través de reformas
y del lenguaje dominante.
«El odio a la injusticia va dirigido, entonces, a la proporción en que
son distribuidos los bienes materiales y los derechos. El odio a la in-
justicia social lleva a proponer una sociedad “más justa” (o sea, menos
injusta) o a una sociedad “justa” donde cada uno tenga exactamente la
misma proporción de bienes y derechos. El rechazo de la injusticia y
la exigencia de justicia (…) no escapan a la sociedad de los individuos
privados, propietario cada uno de ellos de bienes y derechos.» (Ricardo
Fuego, Tesis sobre la justicia)
Este odio a la injusticia, que no tan instintivo como civilizado, expresa
justamente una necesidad que deberá romper con los límites del Dere-
cho, no solo como expresión de una realidad deseable donde las leyes
burguesas no existan, sino en la necesidad de la lucha por conseguirla.
Si bien la burguesía nos domina mediante la explotación, y con
ello se genera una continuidad de asuntos como la alienación o la
incontrolable dinámica económica, un fuerte aspecto de lo que po-
dríamos señalar como su dominación radica en el impedimento de
la constitución del proletariado en fuerza autónoma, diluyendo
nuestra clase en el ciudadano “libre” con sus derechos y sus deberes,
en esa “igualdad” que lo neutraliza, ya que solo es igual a todos en
tanto que productor, consumidor y votante.71 Entonces, los derechos
existen y se respetan siempre y cuando abdiquemos a la posibilidad
de hacernos cargo y responsables de la plenitud de nuestra libertad.
Es decir, esta renuncia es a favor de mantener el precario orden del
Capital… si llegamos a insubordinarnos, entonces los derechos —en

71 Igual a los demás productores, a la hora de presentarse al mercado de venta de su


fuerza de trabajo. Igual a los demás consumidores, cuando la lógica capitalista ha
estandarizado sus productos para poder venderlos masivamente. Y como votante,
cuando su secreto voto vale y cotiza lo mismo que el de los demás votantes.
180  |  Cuadernos de Negación

homenaje a las libertades del Capital— garantizarán la aniquilación


de cualquier fuerza insurrecta.
No es en vano subrayar que lo ilegal, lo prohibido y hasta lo mo-
ralmente incorrecto, cambia según la época y el lugar. Por ejemplo,
una tranquila manifestación callejera que hoy puede estar “permitida”,
ayer podía ser considerada subversiva, y acciones que hoy pueden ser
consideradas una “locura”, en otro contexto estaban muchísimo más
“aceptadas” por el resto de los oprimidos.

Acerca de la libertad…

Es “la libertad” uno de los conceptos más ambiguos de nuestro len-


guaje. ¿Qué significa? ¿Es no estar dentro de la cárcel o un manicomio?
¿Es no ser un esclavo? En la escuela, cuando nos aplazaban por exceso
de inasistencias nos decían que habíamos «quedado libres». Los
economistas hablan de libertad de mercado, los religiosos hablan de
libertad de culto, los demócratas de libertad de circulación, de prensa,
de reunión, de expresión, etc. Esas son las libertades que conocemos,
a las que aspiramos, esas libertad que nos otorgan pero que terminan
donde empiezan las del otro. Una libertad basada no en la comunidad
entre las personas, sino en el aislamiento ¡esa es la libertad de este
mundo de mierda!
Somos presos de la libertad democrática, podemos votar al candidato
de derecha, de izquierda o hasta en blanco. Somos esclavos de la liber-
tad capitalista, hemos sido “liberados” de la tierra y de los medios de
producción: podemos entonces elegir vender nuestra fuerza de trabajo
o reventar de hambre. El burgués también es libre de comprarla o no.
También somos libres, si es que tenemos dinero, de comprar lo que
se nos de la gana, eligiendo entre toneladas de mercancías producidas
para unas necesidades que no son las nuestras.
Pero la libertad por la que han luchado y luchamos los revolucio-
narios del mundo, no termina en la otra persona sino que, como
afirmaría Bakunin, crece y se expande hasta el infinito. Libertad
realizable mediante la destrucción de todo Estado y toda sociedad
mercantil, configurando y viviendo una comunidad de seres humanos
solidarios, que se reconocen en el otro. La libertad de cada individuo
Contra el Estado y la mercancía  |  181

ligada al desarrollo de su comunidad humana, y no enfrentados unos


contra otros, separados de su “ser colectivo”.
«Sí, mil veces sí, ¡liberemos al ser humano de la extorsión de la plus-
valía, liberemos a los niños de la escuela y la familia, liberemos a los
“paranoicos” y los “esquizofrénicos” de los análisis de sus psiquiatras
o sus psicoanalistas, liberemos a los enfermos de la ciencia asesina,
liberemos a los recién nacidos de las manos frías y profesionales de
los médicos, liberemos a los hombres de toda autoridad jerárquica,
liberemos a la sociedad de todo mercantilismo, liberemos al amor de
la miseria sexual mercantil, liberemos a los viejos de las necrópolis
en las que se les pone durante su “jubilación”, liberemos la creativi-
dad, liberemos la actividad humana de la tortura que es el trabajo,
liberemos a la mujer del trabajo doméstico, liberemos al hombre y
la mujer del machismo, liberemos al ser humano de la religión, del
arte, de la economía, de la política, liberemos todo potencial de goce
de la especie humana, liberemos a la humanidad de las clases sociales
y de todo Estado, liberemos a los prisioneros de todas las escuelas,
todas las fábricas, todos los cuarteles, todos los hospitales, todas las
prisiones ¡liberemos a todos los proletarios de toda explotación, de
toda opresión!» (Grupo Comunista Internacionalista, La libertad es la
esclavitud asalariada)
182  |  Cuadernos de Negación

Derecho a luchar… democráticamente

Contemplar nuestra actividad bajo el Capital y su democracia, puede


hacernos concebir que solo podamos modificar superficialmente estas
categorías que aprisionan nuestra actividad, y que “naturalmente” no
podamos romper con ellas, superarlas. Toda organización social es
concebida como “democracia”, y cada uno llama “democracia” a lo
que le viene en gana. Por ello, cuando intentamos desmarcarnos de esta
categoría no es tan solo para ser precisos en términos lingüísticos, sino
porque como ya hemos afirmado, sabemos que el no asumir nuestra
crítica práctica a nivel de consignas y conceptos, a la larga facilita la
confusión y la recuperación contrarrevolucionaria.
Nos dicen que la actual sería una “falsa democracia”, y deberíamos
luchar por una “verdadera democracia”. En realidad, los defensores
de esta deseada “verdadera democracia”, quieren lo mismo que los
de la acusada como “falsa”. Los de la “falsa” son más realistas, y no
pretenden una democracia depurada de los elementos que la hacen
“falsa”, debido a que esto es imposible: lo que los imbéciles conciben
como “falso” es un aspecto característico de la democracia.
En este “paraíso democrático”, somos libres de disgustarnos con
ciertos aspectos de la realidad y hasta tenemos el derecho de luchar,
pero siempre como productores, consumidores, votantes… es decir:
ciudadanos, negándonos como clase, quejándonos sin poner en evi-
dencia el antagonismo social que nos enfrenta a estas condiciones de
existencia. Alentando la idiotez y la sumisión, fijándonos una imagen
de orden que obstruye la capacidad de concebirnos capaces de com-
prender la totalidad que engloba nuestro mundo.
Tenemos derecho a exigir a nuestros representantes mejoras en las
ciudades repugnantes donde vivimos, tenemos derecho a sindicali-
zarnos y negociar el precio de nuestra vida. Hasta tenemos derecho a
manifestarnos pacíficamente. Debemos, traduciendo al lenguaje de
la normalidad y según las leyes del Estado y el Capital, codificar
nuestra demanda real por el derecho a aquella demanda.
La reivindicación, la demanda, son expresiones de lo que como
explotados y oprimidos necesitamos exigiendo de manera firme y
directa, o hasta cuando lo hacemos tímidamente y casi rogando.
Contra el Estado y la mercancía  |  183

Cuando esta reivindicación se codifica en reforma, aparece la clave


de la reproducción de la explotación y la dominación. Por ello,
cuanto más clara y directa es la reivindicación, más difícil es
que la reforma con la que responde la burguesía sea aceptada
como una solución.
Toda reivindicación, en tanto formulación de una necesidad humana,
es una expresión formalizada de algo que justamente no tiene forma,
es la expresión en un momento dado de intereses que por su propia
naturaleza están en proceso, es la verbalización de una realidad en
movimiento.
La trampa burguesa frente a esta realidad es la que se ocupa
precisamente de presentar la revolución como algo diferente a la
generalización de todas las reivindicaciones. Es la ideología que me-
jor mantiene la dominación y opresión capitalista. Según ellos, habría
reivindicaciones políticas, otras económicas, unas serían históricas, las
otras inmediatas. Y de allí que para cada cuestión haya especialistas
que separan todo “paquete por paquete”: sindicatos para lo econó-
mico, políticos profesionales para la política, ecologistas para el
medioambiente, feministas para la cuestión de género, artistas
para ciertas expresiones humanas, etc., etc., etc.
En realidad, si las reivindicaciones se pueden encerrar así, separando
lo que humanamente es inseparable, separando las necesidades hu-
manas inmediatas de la necesidad humana de revolución, separando
la necesidad de resolver algo económicamente de la de luchar contra
los opresores y explotadores, separando lo que se necesita ahora (por
ejemplo, pan o techo) de lo que también se necesitaría ya (destruir a
los opresores); no es porque la separación esté en la naturaleza de la
cosa misma, sino porque los reformistas transforman las reivindicacio-
nes en reformas o, lo que es lo mismo: porque los reformistas tienen
más fuerza que los revolucionarios. Es decir, porque los proletarios se
dejan convencer por la burguesía, porque la contrarrevolución sigue
imperando y haciendo pasar los intereses burgueses como intereses
de todos, las reformas y los progresos del capitalismo como buenos y
deseables para los explotados.
Agregamos unos fragmentos del texto ya citado de Wildcat (En contra
de la democracia) para aportar algo más a estas afirmaciones:
184  |  Cuadernos de Negación

«¡No podemos respetar los derechos de un policía si le estamos


partiendo la cabeza con un palo! ¡Si el líder de un sindicato trata
de dirigir una reunión y le respondemos gritando hasta callarlo o
arrastrándolo fuera del escenario y cagándolo a patadas, es absurdo
decir que creemos en la libertad de expresión! “La revolución no será
televisada”, ¡ni monitoreada por la Amnistía Internacional! De la mis-
ma manera en que no le concedemos derechos a nuestros enemigos,
tampoco queremos derechos de su parte. Este es un tema complicado
porque, en la práctica, a menudo es difícil distinguir entre el hecho
de demandar algo y el de demandar el derecho a algo. No voy a lidiar
con cada aspecto de esta cuestión, solo voy a hacer algunas aclaracio-
nes tomando el “derecho a huelga” como ejemplo. En general, como
dijo Hegel, «por cada derecho hay un deber». Entonces, por ejemplo,
tenemos el derecho a viajar en colectivo y el deber de pagar por un
boleto. El “derecho a huelga” implica que los trabajadores tienen per-
mitido abandonar pacíficamente su labor a cambio del respeto por el
orden público y generalmente el no hacer nada para que la huelga sea
efectiva. ¿Qué otra cosa puede significar? Después de todo, un derecho
es algo garantizado por ley.
(…) ¿Qué significa en la práctica la democratización de una lucha?
Significa cosas como:
1. Mayoritarismo: nada puede concretarse a menos que lo decida
la mayoría.
2. División entre toma de decisiones y acción: nada puede concretarse
hasta que todos puedan discutirlo. Esto puede verse como análogo
a la separación entre los poderes ejecutivo y legislativo. ¡No es por
coincidencia que las discusiones entre miembros de organizaciones
democráticas se asemejen a debates parlamentarios!
3. Afirmación del «no se puede confiar en nadie»: las estructuras
democráticas dan el “todos contra todos” por sen
tado y lo institucionalizan. Los delegados tienen que ser revocables
para que no se dediquen demasiado a sus agendas personales que,
claro está, todos llevan.
Todos estos principios promueven la atomización.»
Contra el Estado y la mercancía  |  185

¿Entonces?

Luchar para transformar la vida se nos vuelve una necesidad vital,


y también una posibilidad real que precisa de apoyos y simpatías,
pero también de participación, compromiso y decisión. Y cuando en
nuestras luchas se encuentran la raíz de los problemas, traspasando
las apariencias y asumiendo el carácter de un mismo organismo, con
sus diversas expresiones y características, el entendimiento fluye con
mayor naturalidad, los límites de la normalidad no–comunicativa
comienzan a borrarse y el diálogo con el poder dominante comienza
a hacerse imposible. Porque no hay un lenguaje común con el
oponente cuando se ha decidido no dejar canalizar nuestras ne-
cesidades de manera democrática: la necesidad de organizarse no
puede transformarse en “derecho a reunión” o “libertad sindical”, ni
la necesidad de expresarse en “libertad de prensa”, ni hacer huelga en
“derecho a huelga” y mucho menos en satisfacer nuestras necesidades
humanas entendiéndolas como “derechos básicos”.
Es difícil que la ruptura con la normalidad suceda masivamente.
Las acciones decisivas en la lucha de clases no comienzan en forma-
les consultas generales por parte del Estado o con debates abiertos y
tolerantes hacia el enemigo. Estas suelen ser acciones realizadas por
una minoría (en términos de cantidad), determinada a romper con
la pasividad y el aislamiento de la mayoría de los proletarios a su al-
rededor, que luego intenta difundir sus acciones a través del ejemplo,
antes que con distintos argumentos. En otras palabras, el principio de
división entre toma de decisiones y acción siempre es superado en la
práctica de acuerdo a las necesidades del momento, que no son más
que las necesidades generales.
Aparentemente los rebeldes operan “aisladamente”, pero no están
más aislados de lo que están los demás explotados entre sí ¿Es esto
entonces una reproducción del aislamiento? No, más bien es un
esfuerzo por superarlo, partiendo desde la realidad concreta, que es
la del aislamiento.
Este momento de separación es el momento para la oportunista
política de jefes que plantea la revolución como un problema de
conciencia, conciencia que poseería el partido (o la ideología) y de
186  |  Cuadernos de Negación

la cual las masas no solo carecerían, sino que les es inaccesible. Plan-
teado como un problema estrictamente de conciencia que determina
de antemano el camino a seguir, no hay salida más allá de aportar
la conciencia leninistamente72 o bien de invertir la óptica leninista
esperando a que los obreros adquieran la conciencia, tildando de
“sustitucionismo” todo intento por contribuir como minoría a superar
las debilidades de nuestra clase.
Ya es hora de dejar de rechazar y temer las capacidades de los
explotados, como de señalarnos a nosotros mismos como una masa
necesariamente reformista que solo puede luchar por conquistas
económicas. Es esta excusa la que permite que cuando realizamos nues-
tras demandas, los “profesionales de la revolución” corran a traducirlas
en reformas. No se comprende el desarrollo y se lo anula con la excusa
de que «la masa no posee teoría». A esta formulación particular que
presentan como problema general, lo resuelven entonces aportando
la teoría, es decir, la conciencia exteriormente: no comprenden a la
clase en sus diversas expresiones y posibilidades, a nivel reivindicativo,
teórico, práctico, con los difusos límites que estas categorías presentan.
Pero la revolución no es simplemente un asunto de conciencia
entendida de esta manera. Si cabe el término “conciencia”, ésta va de-
sarrollándose en la dinámica de la lucha como algo práctico más que
como una teoría, o —mejor aún— como una actividad que supera esa
falsa dualidad. Las divisiones entre teoría y práctica, o entre la actividad
manual e intelectual, pueden ser superadas mediante el desarrollo de
la actividad revolucionaria. Y serán superadas efectivamente, cuando
podamos señalarlas sin temor como los límites de nuestra época y no
como una condición inmodificable, es decir: cuando sean relacionadas
como expresión formal del contenido capitalista.

72 Con esto hacemos referencia a lo que escribió Lenin en su libro Qué Hacer: «Hemos
dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta solo podía
ser traída desde fuera. La historia de todos los países demuestra que la clase obrera
está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas solo una
conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse
en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación
de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del
socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por
intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras.»
Contra el Estado y la mercancía  |  187

«No se trata de dictar la “línea justa” a los obreros revolucionarios;


tampoco se trata de abstenerse de toda intervención revolucionaria
coherente so pretexto de que “los obreros deben decidir por sí mismos”;
pues, por un lado, los obreros no toman sino las decisiones que les
impone la situación general de la sociedad; y por otro, el movimiento
revolucionario es una totalidad orgánica de la que la teoría es un ele-
mento inseparable. Los comunistas representan y defienden siempre
los intereses generales del movimiento. En cualquier situación en
la que se encuentren, no rehúsan expresar todo el sentido de lo que
sucede y hacer propuestas de acción consecuentes; si la situación es
revolucionaria, si la expresión dada del movimiento y las propuestas
de acción son justas, estas se integran necesariamente en la lucha del
proletariado.» (Gilles Dauvé, Contribución a la crítica de la ideología de
ultraizquierda)
Toda acción de revuelta al orden impuesto, toda reivindicación
planteada radicalmente, en fin: todo deseo de algo distinto a lo que
encontramos en el frío paraíso de las mercancías, es una mirada reve-
ladora hacia la inmensidad del horizonte revolucionario. Se trata de
la posibilidad radical de llevar la vida a una plenitud que no significa
desperdiciarla en intentar organizar —jerárquica y autoritariamente—
a siete mil millones de individuos, sino en establecer las condiciones
para entendernos, tal como puede suceder con vecinos, compañeros
de trabajo o amigos, pero ya sin mediar esas diferenciaciones, sin me-
diar nuestro tiempo esclavizado, sin mediar las angustias económicas,
sin mediar las urgencias y falsos deseos que nos impone el consumo.
El rechazo a la democracia, implica entonces rechazar su imposición
jerárquica de clase, que garantiza el libre curso de la economía en
contra de la libre comunión de humanos en relación con lo que los
rodea. Así como rechazar la absurda imposición que agota y niega la
imaginación del ser humano, arrojándolo como un recién nacido, des-
nudo y desarmado, en las manos de instituciones políticas e individuos
que lo obligan a someterse a lo que ellos consideran mejor, ocultando
que somos seres sensibles, apasionados y comprensivos, capaces de
comunicarnos y de realizar actividades que facilitan nuestra vida.
Las acciones a llevar a cabo para luchar contra este mundo son
infinitas, contamos con las pistas materiales que establecen el terreno
188  |  Cuadernos de Negación

de nuestra acción, así como también somos capaces de visualizar a los


enemigos que nos someten.
Reconocemos también que el presente de este mundo está sometido
a la falsedad de este orden que criticamos, que significa a su vez el
imperio de la mercancía, terreno difuso —casi espiritual— que otorga
una dinámica impalpable a las fuerzas que debemos enfrentar para una
plena emancipación de la humanidad y con ella del planeta: podemos
atacar y eliminar tal o cual objetivo, pero desconocemos los procesos
que harán que la repetición de nuestras acciones permitan acomodar
dicho poder en nuevas formas. Además de una falsa expectativa numé-
rica que solo se tornará real cuando la lucha se lleve a cabo desde una
perspectiva revolucionaria, sabemos que nuestra ventaja como clase es
la posesión de la fuerza de trabajo, la principal fuerza productiva del
Capital. El obrerismo ve esas fuerzas como un arma a la cual habría
que controlar y poseer, sin comprender aún hoy el suicidio que eso
ha significado, y ha significado para el movimiento revolucionario,
apropiarnos de lo que nos apropia nos hace propietarios de las
condiciones de nuestra miseria, no nos libera de ella: nos anula como
movimiento revolucionario. El tomar el control sobre nuestras vidas
es necesariamente tomar el control sobre nuestras fuerzas y dejar
de aplicarlas en la reproducción de lo existente.
Así como el esfuerzo de sumar militantes a una representación ideo-
lógica (llámese partido, tendencia, organización ciudadana, etc.) solo
garantiza la acumulación y uniformidad de inquietudes, el esfuerzo de
precisar las condiciones en las que actúa la sociedad presente nunca
ha sido suficiente para hacer del desprecio por lo que nos oprime una
fuerza revolucionaria. La lucha contra el domino del Capital requiere
de una afirmación que podemos llamar “espiritual”, que se define en
relación a una subjetividad antagónica a la vacía realidad que nos
ofrece la cosmovisión burguesa, subjetividad que a su vez afirma el
deseo y la posibilidad de un sistema de relaciones desconocido pero
que, inconciente o intuitivamente, experimentamos en lo cotidiano
en cada hecho de entendimiento, complicidad, solidaridad y en el
sentimiento sincero (que no siempre es de placer).
Esta dimensión, que torpemente podemos llamar subjetiva y espi-
ritual, es difícil de comprender. El lenguaje formal es limitado para
Contra el Estado y la mercancía  |  189

definir las relaciones anárquicas que se dan en el marco de un movi-


miento revolucionario porque dicho aspecto del antagonismo social
(como momento de la lucha de clases y de la revolución) tiene que
ver más con una disposición particular, a veces experimentada como
individual, que con una comprensión de textos y acontecimientos.
Solo en este sentido, la teoría permite generar, difundir y entender,
facilitando ese desarrollo particular a la vez que permite poner en
común diferentes inquietudes.
La revolución —entendida como proceso de emancipación del ser
humano y por la abolición de todo cuanto impida la posibilidad de
un entendimiento colectivo y hermanado con la totalidad de nuestro
ecosistema planetario— no pretende imponer las condiciones de vida
proletarias sobre la Tierra, por el contrario, busca afirmar la comunidad
humana, libre de esa relación de clases.
Esta época —sometida al dominio de la burguesía, el orden autori-
tario del Estado y el Capital, dependiente de la incesante producción
y consumo de mercancías y depredadora de todo lo que fomenta la
vida— nos echa en cara que el antagonismo entre clases es mucho
más que teoría abstracta: es la relación social que tiene a la mayoría
de la humanidad y a toda relación sobre el planeta en estado de per-
manente agonía. Solo la posibilidad de que el proletariado —como
afirmación de la clase revolucionaria y no como perpetuador de las
condiciones que hacen a su condición— pase a la ofensiva, permitirá
generar las condiciones de un movimiento revolucionario que cambie
radicalmente la situación en que nos encontramos.
El proletariado sobrevive en posición de desventaja, y nuestras
acciones de negación a este sistema se expresan, hoy por hoy, en su
mayoría como reacciones a un estrangulamiento mayor de nuestra
vida, necesario para la economía
Las precisiones en torno a una perspectiva revolucionaria —que
nos permite comprender el presente y actuar en relación a un movi-
miento de lucha que es histórico— son conclusiones temporales que
permiten desarrollar nuestra acción hacia la organización de una
tendencia radical.
Quizás, el proceso de comprender todo esto sea más arduo que
realizarlo…
¿Teoricismo?73

«Cuando el pensamiento revolucionario, la conciencia de


clase, se inmovilizan bajo la forma de “teoría acabada”,
de “método científico”, se convierten en “cosa”, en
algo muerto, en algo manipulable y manipulado, y en
consecuencia en algo desvirtuable y desvirtuado, en
una mercancía adulterada que pasa de mano en mano
siguiendo las leyes de la oferta y de la demanda, en un
producto que se cotiza en el mercado.»
(Mil, Revolución hasta el fin)

«Cierto, el arma de la crítica no puede sustituir la


crítica por las armas; la violencia material no puede ser
derrocada sino con violencia material. Pero también
la teoría se convierte en violencia material una vez
que prende en las masas. (…) No basta con que el
pensamiento apremie su realización; la realidad misma
tiene que requerir el pensamiento.»
(Karl Marx, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel)

Si solamente se pudiera reflexionar y hacer en función de lo cercano


y lo inmediato, de “lo posible”, solo podríamos hacerlo en función de

73 Extraido de Cuadernos de Negación nro. 9.


192  |  Cuadernos de Negación

lo existente y de reformas prontas y accesibles. De ser así, no habría


crítica del Estado y del Capital, porque éstos no son posibles de derri-
bar una vez cerrado el libro y acabada la reflexión. Tampoco se puede
comenzar una breve campaña de propaganda para terminar con ellos.
Según estas exigencias mediocres y reformistas que se le hacen a la
reflexión teórica, deberíamos abocarnos solo a lo que se percibe como
cercano e inmediato. Y peor aún, según la burguesía y sus apologetas,
deberíamos reflexionar según sus categorías, según su lógica, según
la propia mentalidad dominante. Poner en duda su mundo, con sus
categorías (que, por otra parte, son la expresión teórica dominante de
una realidad concreta), supone abrir una perspectiva que sobrepasa
violentamente las muchas propuestas de quienes quieren mantener
intocable lo invariante de esta sociedad capitalista. Ya no se trata, y
nunca fue necesario, hacer una lista de calamidades e injusticias, un
detalle de las consecuencias; debemos comenzar a buscar las causas
más profundas y estudiar nuestras posibilidades.
Sin embargo, no es necesario «detenerse, contemplar y parar a pen-
sar» porque no hay exterioridad entre el movimiento y la cosa, no hay
prioridad de uno ante el otro. La teoría revolucionaria es movimiento
y es en ese movimiento que se realiza (movimiento comprendido no
desde una lógica mecánica, es decir, como el desplazamiento de un
lugar a otro, sino como cambio, oposición, contradicción). Surge de
necesidades inmediatas aún cuando sus “descubrimientos” no puedan
traducirse inmediatamente en voluntarismo, en llamados al activismo,
en órdenes militantistas o en frases breves escritas en afiches, twitter
o facebook.
Cuando remarcamos no ser activistas, pero tampoco estudiantes,
profesores, egresados o profesionales, no hacemos un ejercicio de or-
gullo obrero o algo que se le parezca. Se trata de poner sobre la mesa
que existe la posibilidad de reflexionar y profundizar sobre temas
supuestamente difíciles por fuera de las instituciones académicas y
sin depender de ellas, que temas como este no son propiedad de es-
tudiantes, académicos e intelectuales. Justamente, queremos reforzar
la idea de que no existe ninguna exterioridad o sustitucionismo entre
el proletariado en su conjunto y los proletarios que nos organizamos
en distintos grupos (con o sin un nombre). La única diferencia es
Contra el Estado y la mercancía  |  193

que estos grupos asumimos la necesidad de revolución y tratamos de


mantenerla viva e impulsarla. De hecho, las posiciones revolucionarias
que defendemos no son propiedad o invención de ningún grupo, son
el producto de la lucha histórica del proletariado por sus necesidades
contrapuestas a las del Capital. Son nuestras condiciones de vida las
que nos han empujado a luchar, y no alguna bella idea de alguien.74
¿Hablamos de ahondar y reflexionar sobre temas supuestamente
difíciles? ¿Nos referimos entonces a una teoría que en ocasiones puede
resultar complicada? Sí, más difícil o complicado, no significa crípti-
co, maliciosamente complejizado, en un tono oscuro para aparentar
inteligencia. Mientras la apología de este mundo suena suave, clara,
amable y fácil de comprender (¡pues habla en el lenguaje dominante
de su mundo!), hay también una crítica que aparenta profundidad,
quizás para sobresalir, quizás porque no busca resonancia en ninguna
parte, o quizás porque es profundamente hueca como un gran pozo.
Este mundo es portador de su falsa crítica, tal como si se tratase de su
antídoto. Se trata de críticas que no solo no lo debilitan, sino que lo
fortalecen. Nuestra intención es fortalecernos a nosotros mismos para
debilitar este mundo capitalista y, para ello, es necesario hacernos en-
tender. Asumimos que, para romper la economización de este mundo,
es probable que adoptemos un lenguaje duro y aparentemente difícil,
pero exclusivamente cuando las circunstancias lo exijan, y a menudo
las circunstancias lo exigen. Sin embargo, quienes, en sintonía con la
ideología dominante, rehuyen de la teoría exigente, lo hacen porque
la consideran una mercancía que debe cumplir con ciertas caracterís-
ticas como ser simpática y complaciente, “útil” en los términos que
la sociedad mercantil generalizada impone. Así como el ciudadano
desea industria sin polución o policía sin tortura, exige reflexión sin
esfuerzo. Pero la teoría revolucionaria no está hecha ni para complacer
ni para desagradar, intenta ser un lazo, una comunicación entre lo
existente y las posibilidades de su negación.
Si por teoría suponemos una tarea de especialistas, una actividad
separada, reducir la crítica de la economía a una simple teorización
74  Para ampliar sobre este tema recomendamos un artículo de Agustín Guillamón
titulado El quehacer del ¿qué hacer? (que se enmarca en la controversia con Octavio
Alberola). En la web: www.alasbarricadas.org/noticias/node/26476
194  |  Cuadernos de Negación

es entonces parcializarla, anularla. ¿Qué puede causar la lectura de


estas críticas a quienes no tienen necesidad ni deseos de acabar con la
propiedad privada? ¿Qué pueden escribir o decirnos quienes no sufren,
ni consideran al trabajo asalariado como una peste?
Es una posibilidad que quien reflexiona hasta el cansancio devenga
un “especialista de la teoría”, lo cual es un claro síntoma de la impo-
tencia de su actividad subversiva y/o la de su tiempo. Las fantasías
provenientes de la especialización, junto a su ideología, acaban por
“proteger de la realidad” al especialista. El teoricismo —y también
el practicismo— intenta compensar ideológicamente la ausencia,
insuficiencia o impotencia de la actividad teórico–práctica. Lo cual,
naturalmente, puede derivar en una fantasía, que vista desde dentro
parece perfectamente coherente y real.
Diversos motivos que originan el alejamiento de la realidad, pueden
llevar a analizarla como si se tratase de simples categorías, objetos,
datos, estadísticas, palabras vacías. Llegando incluso a la satisfacción
indisimulada de echar en cara que los análisis son correctos, así se trate
de guerras o catástrofes. El agorero se regodea en sus visiones aunque
esto signifique la ruina de los demás seres humanos. Sin duda, esta
manera de realizar la teoría es otra triste parte de la catástrofe.
Otro de los riesgos es el anhelo de volverse inaceptables frente a
la sociedad. Claro que esta sociedad rechazará a cualquiera que in-
tente destruirla, pero aquella inaceptabilidad no prueba nada por sí
misma; cualquier excentricidad ideológica (neonazismo, teorías de la
conspiración, etc.) se regodea en la cantidad de críticas y oponentes
que atrae contra sí y no por ello está de este lado de la barricada. El
simpatizante de un gobierno, así como el autodenominado oposi-
tor (en su típica versión parcial), también se considera a sí mismo,
según la ocasión y el ámbito, señalado y rechazado, y por la misma
razón, acertado.
En definitiva, cualquier cosa que digamos puede ser usada en nuestra
contra, interpretada y vulgarizada para decir exactamente lo contrario.
Quien comience a leer desde el prejuicio y con malas intenciones podrá
llegar a querer entender que la teoría, finalmente, no tiene aspectos y
momentos prácticos, que cualquier esfuerzo teórico puede tacharse de
intelectualismo. Quien quiera justificar sus planteamientos elaborados
Contra el Estado y la mercancía  |  195

a priori querrá entender que la teoría debe ser una abstracción aplicable
a la realidad. Quien lea con buenas intenciones y abierto a la reflexión,
quizás, pueda intuir —si logramos explicarnos lo suficientemente
bien— que las complejidades de la práctica no permiten respuestas
mágicas y recetas aplicables en cualquier momento.
Podemos pararnos desde el oportunismo y la reforma, podemos
pensar políticamente en función de obtener supuestas mejoras o un
mayor número de simpatizantes. O podemos situarnos en concordan-
cia con nuestras necesidades históricas e inmediatas, incluso cuando
consideremos que la correlación de fuerzas nos es desfavorable. La
unidad entre teoría y práctica no puede comprenderse desde una
perspectiva inmediatista, es necesario romper con las barreras espa-
cio–temporales impuestas.
Así, nuestra actividad teórica —en tanto que momento práctico de la
crítica al Capital— es indispensable para reapropiarnos de los aportes
históricos de nuestra clase, escritos en libros y panfletos, tomando
lecciones del balance de las experiencias de las luchas del proletariado.
Es indispensable para mantener encendida la llama de la revolución,
para que las minorías revolucionarias no desaparezcan, para que se
comuniquen y avancen. Para no olvidar jamás que no debemos de-
jar que piensen por nosotros. De lo contrario, cada momento nos
encontrará desarmados frente al Capital y al Estado, comenzando
de cero cada vez que haya que avanzar. De hecho, hoy, en todas
partes, sufrimos la falta de reflexión y de reapropiación de la historia
de nuestra clase, mientras la burguesía pone en práctica las mismas
canalizaciones de siempre y muchos proletarios se arrastran y son
arrastrados por el reformismo, las falsas alternativas, los populismos
y nacionalismos de todos los colores.
Retomamos entonces, aquella cita de Kropotkin que ya publicamos
en la Presentación del nro. 2 de esta publicación: «En el fondo, las
palabras “No discutamos cuestiones teóricas” se reducen a: “No cues-
tionen nuestra teoría, mejor ayúdennos a ejecutarla”. No ganamos
nada evitando las “cuestiones de teoría”: por el contrario, si queremos
ser “prácticos”, necesariamente, tenemos que empezar hoy mismo a
exponer y discutir, bajo todos los aspectos, nuestro ideal de comunis-
mo anarquista. Si queremos ser prácticos, expongamos aquello que
los reaccionarios de todo tipo han llamado siempre “utopías, teorías”.
Teoría y práctica deben ser una, si queremos vencer.»
Y aunque advertimos los riesgos de practicar la teoría, el estar en
lucha, en pelea, en confrontación frente a las ideologías, y el no erigir-
nos en guardianes de ninguna de ellas, es nuestra única certeza. Lo es
también no conformar ningún grupúsculo en busca de prestigio, cuyo
persistente ensimismamiento en las ideas surge a falta de algo mejor.
Menos aún vamos a acabar enredándonos entre las palabras, buscando
un halo de extremismo para agradar a un grupo selecto, o diciendo
lo que no pensamos, ni sentimos, para agradar a las “grandes masas”.
Quizás nuestro estilo no sea el más grato, pero más ingrato sería el
silencio. No hay una frontera entre la crítica y la agitación. La distancia
académica se horroriza del insulto, la ironía y los deseos expresados;
como el activista rechaza todo análisis que tienda a radicalizar y “crear
diferencias” porque según él «debemos estar todos juntos». Nosotros
no nos hallamos en un punto medio, sino fuera y contra el activismo
y el academicismo.
Son los intelectuales, y no nosotros, quienes por un sueldo (o por
prestigio cuando son novatos, fracasados o ególatras) escriben a pe-
dido de un jefe o de las tendencias de la moda académica, siguiendo
las leyes generales de la producción capitalista para el gran público:
fabricación rápida y de mala calidad, satisfacción de las necesidades
económicas y no humanas.
Se trate de las últimas novedades intelectuales, la comida que nos
venden, las casas que habitamos, la música que nos ofrecen para
bailar o el partido de izquierda donde participar, todo mantiene una
coherencia capitalista: es una mierda.
La lucha contra el Capital no puede cercarse a una actividad pura-
mente teórica, pero sin ese momento teórico sería imposible de realizar.
Para acabar con esta realidad que todo lo economiza es necesario acabar
con el capitalismo, no con la crítica del capitalismo.
Entrevista a
Cuadernos de Negación

Esta entrevista fue realizada por dos miembros del Colectivo Asymetrie,
que en el momento de entrevistarnos publicaban el blog Reestructuración
sin fin. De viaje por Sudamérica los compañeros vieron la oportunidad
de contactarnos, visitarnos y realizar esta entrevista.

¿Cómo podrían definir el origen y los objetivos de su grupo?

Cuadernos de Negación surge en relación al deseo y la necesidad de


comenzar a hacer circular material de crítica radical y revolucionaria.
En ese proceso nos pareció interesante hacer la traducción desde el
inglés al español del texto de Prole.info Trabajo Comunidad Política
Guerra, donde se presentaba de alguna manera lo que queríamos
abordar: la crítica del Capital incluyendo al trabajo asalariado y la
crítica del Estado incluyendo la crítica de la política y de la democra-
cia, desde una perspectiva de clase y no desde la ideología anarquista
o marxista para sumar simpatizantes a una de ellas. Así, decidimos
publicarlo agregando una introducción y la presentación al libro Con-
tra la democracia firmado por Miriam Qarmat. En las últimas páginas
había enlaces a sitios web de interés, que de alguna manera mostraban
por dónde iba nuestra intención: la agitación revolucionaria desde el
movimiento anarquista, el comunismo (no–leninista, no–troskista) y
198  |  Cuadernos de Negación

la Internacional Situacionista. Ese primer número fue publicado en


otoño de 2007.
Si bien por aquellos momentos confluimos en el movimiento anar-
quista de la región —por una parte participando desde hacía tiempo y
por otra viniendo desde otros lugares— no era nuestra intención con
la publicación adherir a la ideología anarquista, así como a ninguna
ideología. Nuestro interés estaba y sigue estando en el movimiento
revolucionario del proletariado y no tanto en las definiciones que pue-
dan darse de un “ismo” en particular. Eso no debilita nuestro interés
por el movimiento revolucionario histórico que se ha llamado a sí
mismo, y le han llamado con desprecio, anarquista o comunista. Coin-
cidimos con Debord cuando sostiene que cada una de estas tendencias
contiene «una crítica parcialmente verdadera, aunque perdiendo la
unidad del pensamiento de la historia e instituyéndose ellas mismas
en autoridades ideológicas».
Es gratificante y sorprendente para quienes parten desde el mo-
vimiento anarquista —y están lo suficientemente alerta contra los
dogmas— encontrarse con que la crítica del Estado no es privativa
del anarquismo. Así como también pueden sorprenderse para bien
quienes viniendo de una formación marxiana y sin dogmas encuentran
compañeros fuera de ese ámbito. En este sentido, y antes de comenzar
con este proyecto, la revista Comunismo del Grupo Comunista Inter-
nacionalista había sido una primera referencia, junto a Antagonismo
del Núcleo de Ira. A ellas se suman las lecturas de Guy Debord, Gilles
Dauvé y otros comunistas y/o marxistas que rechazaban el parlamento,
los sindicatos y el reformismo socialdemócrata en general.
Nuestra intención, y eso lo dejamos en claro inmediatamente en
el nro. 2,75 es que si estamos contra el Estado y el Capital no es por
adoptar una ideología y abrigarnos en ella, sino porque somos asala-
riados, explotados y oprimidos en todos los aspectos de nuestras vidas,
y eso es lo que nos empuja a luchar. Por ese motivo jamás nos interesó
publicitar una ideología para sumar adeptos, sino criticar este mundo
para subvertirlo.

75 Se trata del artículo ¿Comunismo? ¿Anarquía? publicado en el nro. 2 de Cuadernos


de Negación. Existe traducción al francés por Bad Kids: badkids.noblogs.org
Contra el Estado y la mercancía  |  199

Así, desde ese segundo número comenzamos a poner en cada uno


de los Cuadernos la siguiente cita del Núcleo de Ira (un grupo que
se autodisolvió en el 2006 en Chile): «Nosotros no tenemos nada que
venderle a nuestros hermanos de clase, nada con qué seducirlos. No
somos un grupúsculo compitiendo en prestigio e influencia con los
demás grupúsculos y partidos que dicen representar a la clase obrera,
y que pretenden gobernarla. Somos proletarios que luchan por auto–
emanciparse con los medios que tienen a su alcance, y nada más».
En ese segundo número, además de plantear la cuestión de las
ideologías y de la falsa dicotomía entre comunismo y anarquía, pro-
fundizamos la cuestión de la lucha de clases y de la revolución. Para
ello expusimos “nuestra” perspectiva de clase (“nuestra” no en un
sentido particular o grupuscular sino en tanto perspectiva histórica
del proletariado), que lejos de ser una definición sociológica o una
apología del obrero industrial es el intento por poner en palabras
una realidad en movimiento: el proletariado, el cual se encuentra en
contraposición directa con el Capital, esa clase que necesita asumir
sus luchas llevándolas hasta sus últimas consecuencias. Aquellas
luchas en las zonas donde intentamos vivir, por reclamos salariales,
mejores condiciones de trabajo, donde se destruye o se desvía el uso
de la mercancía, donde se ataca al Estado y su policía. O tan simple-
mente cuando expropiamos a los expropiadores, cuando elegimos
o deseamos dedicar nuestro tiempo a nuestros placeres o nuestras
angustias en vez de estar produciendo ganancias para los burgueses.
En esas situaciones estamos afirmando —quizás no con la suficiente
fuerza u ofensiva— la superioridad de nuestra humanidad frente a
este sistema.
Suele ser problemático el hablar de la contraposición del proletariado
al Capital, así como de las necesidades humanas contrapuestas a las
necesidades de valorización. Nosotros no partimos de ningún determi-
nismo o ninguna supuesta esencia humana que defender. Partimos de
la realidad concreta, de cómo vivimos y sentimos bajo el dominio del
Capital, del trabajo como actividad alienada, de la propiedad privada
como privación de los medios de vida, de la mercancía como forma
social de la producción humana que surge solo a través del intercam-
bio como principal relación social, de la naturaleza como recurso, de
200  |  Cuadernos de Negación

lo cuantitativo sobre lo cualitativo. De nuestro rechazo a todo esto


afirmamos nuestras necesidades y que es posible otra humanidad.
Para nosotros, entonces, la revolución es una necesidad y una posibi-
lidad. Una necesidad que surge de nuestra realidad como explotados y
que solo se realizará en cuanto derribemos su mundo. Y si remarcamos
una vez más que sí es posible una transformación revolucionaria de la
sociedad no es solo en base a un deseo surgido de nuestra condición
de explotados, sino principalmente a las históricas y actuales luchas
del proletariado contra la explotación. Cada vez que la burguesía ha
buscado enterrarnos con palo e ideología, hemos resurgido como
clase revolucionaria. En Latinoamérica, sobre todo, vienen desde hace
años tomando fuerza todo tipo de teorías acerca de los “sujetos” de
la “revolución”. Se habla de la mujer, del campesino, de las comuni-
dades originarias, del precariado, etc. Pero para nosotros, al encarar
la cuestión de esta forma, ni siquiera se está hablando de revolución.
Estas categorías sociológicas no pueden ser más que sujetos de simples
reformas de esta sociedad. Seguimos afirmando que «El proletariado
no es débil porque está dividido, está dividido porque es débil».
Claro que aceptarse del bando proletario no supone aplaudir los
actuales rasgos mayoritarios de quienes son los oprimidos: religión,
nacionalismo, racismo, machismo, y demás aspectos de la enajenación
moderna. Sin embargo, como expresa Dauvé «no vivimos en un mundo
de dominaciones, donde el capitalismo sería una discriminación más
entre muchas otras. Aunque los fenómenos de dominación más rele-
vantes (propiedad privada, familia, religión, Estado) surgieron algunos
miles de años antes de la revolución industrial, es el capitalismo el
que las estructura hoy en día». No es que el antagonismo de clase lo
explique todo, pero sin su comprensión no se puede entender nada.
Por alguna parte decíamos que no esperamos que los explotados y
oprimidos salgan a las calles con una bandera en la cual pueda leerse
«proletarios», y no porque seamos pesimistas sino porque es un sueño
formalista propio de las ideologías burguesas “para proletarios”. Mu-
chos socialdemócratas y demás reformadores del Capital han utilizado
y utilizan ciertas palabras para decir justamente lo contrario, como
también luchadores imprescindibles de todas las latitudes no las em-
plean (y hasta las rechazan). Esto no es completamente fatal pero puede
Contra el Estado y la mercancía  |  201

convertirse en un obstáculo. El no asumir nuestra práctica a nivel de


consignas y conceptos, a la larga ha facilitado el debilitamiento, la
confusión y la recuperación contrarrevolucionaria.
En el ámbito anarquista, libertario y afín la cuestión del antagonis-
mo de clases y del proletariado fue ampliamente rechazado. Sea desde
una defensa del individuo, o porque «hablar de clases suena marxista»
o hasta una defensa posmoderna de la sociedad en la que se supone
ya no hay clases. A pesar de esto, nosotros sentimos la necesidad de
plantear la cuestión de clase para, en relación a la sociedad que vivimos
y que pretendemos superar, proseguir con los temas que suponíamos
y suponemos necesarios abordar: trabajo asalariado, mercancía, valor,
Estado, democracia, ciencia, urbanismo, arte, sexualidad. Esto no
es una actitud caprichosa ni la palabra mágica de un conjuro que
pronunciar, es lo que nos permite abordar críticamente esta sociedad
y la contraposición que permite —eventualmente— revolucionarla.
Hablamos de clase no porque lo consideremos un concepto, una ca-
tegoría o una novedad teórica. La existencia de las clases sociales en
la sociedad actual y el antagonismo material entre ellas no depende
de puntos de vista, es una certeza que debemos comprender y destruir.
Sabemos que una publicación como la nuestra no tiene una amplia
difusión. Sabemos que no genera afición en cualquier persona sino en
personas ya comprometidas con ciertas luchas o al menos simpatizantes
de ellas. Por ello nuestra intención desde el comienzo fue profundizar
en críticas y posiciones ya existentes, que existen incipientemente y
creemos es necesario radicalizarlas (ir a la raíz). Desde nuestras po-
sibilidades asumimos consignas, desarrollos teóricos y experiencias
de lucha contra el capitalismo, indagando sobre su potencia y sus
debilidades, para darles mayor profundidad y proyección. Para esta
tarea leemos, escribimos, apuntamos fragmentos de textos que nos
conmueven, conversamos entre nosotros y recibimos aportes y co-
mentarios de otros compañeros. Nuestro objetivo con esta publicación
es poner en común “nuestras posiciones”, contribuir al movimiento
histórico revolucionario y establecer una comunicación con las mi-
norías revolucionarias que ya se encuentran activas, así como con las
personas comprometidas de una manera u otra con el movimiento
revolucionario. De este modo, sentimos que Cuadernos puede ser
202  |  Cuadernos de Negación

un buen comienzo también para quienes desde su realidad sienten


curiosidad por las posiciones revolucionarias y, sobre todo, sienten la
necesidad de cambiar este mundo.

¿Podrían hacer un resumen de las sucesivas publicaciones que


han realizado?

Ya hemos hablado en la pregunta anterior sobre el nro. 1 y 2 de Cuader-


nos de Negación. Estos dos números junto al 3, 4 y 5 completan una
especie de bloque o unidad de temas que de alguna manera también
servirían de base para números posteriores. Podría resumirse como:
antagonismo social (nro. 2), trabajo asalariado y mercancía (nro. 3),
Estado (nro. 4) y democracia (nro. 5). La crítica del Estado y de la
democracia que estaban planeadas en un solo número por la cantidad
de páginas acabaron siendo dos y ese es un ejemplo de por qué los
temas aparecen publicados por separado aunque consideramos que
forman parte de una totalidad. Se trata de desarrollarlos de la manera
que consideramos más conveniente y como mejor podamos.
El nro. 3 lleva el título Contra la sociedad mercantil generalizada, allí
exponemos que el capitalismo, como relación social y no solo como
categoría, es la sociedad mercantil generalizada, donde toda la pro-
ducción es producción de mercancías, donde ésta intenta ocupar la
totalidad de la vida social e incluso los seres humanos nos relacionamos
unos con otros como mercancías. Se hace una crítica del trabajo asala-
riado así como del ocio capitalista, de la mercancía y de la propuesta
autogestionista de “liberar el trabajo”. Para aproximarnos el tema de
la mercancía escogimos un artículo de Anselm Jappe (Las sutilezas
metafísicas de la mercancía).
En el nro. 4 Sobre la necesidad de destrucción del Estado, su título es
más que claro. Allí precisamos que el Estado no es un enemigo por
razones de gusto, morales o ideológicas sino en tanto que estructura
de poder fundamental que garantiza nuestro sometimiento al trabajo
asalariado, que permite y defiende la destrucción de la naturaleza en
pos de la producción económica y garantiza la guerra como método
de reorganización económica y de control social. Que no se trata de
la maldad o la ambición de ciertos personajes sino del gobierno del
Contra el Estado y la mercancía  |  203

Capital. Que no se trata de reformarlo pero tampoco de destruirlo de


la noche a la mañana ya que no se trata de un edificio o una institución
sino de una actividad social. En este sentido, nuestra lucha contra el
Capital y el Estado es antipolítica, porque no se limita a la parcialidad
de la política. No solo nos planteamos contra y fuera el Estado y sus
organizaciones, rechazamos la miseria de los intereses particulares
de las organizaciones, las siglas, las separaciones entre la decisión y la
acción y todos los residuos de la ideología democrática que influyen
sobre las estructuras proletarias. Acerca del Estado hay una extensa
cita de Agustín Guillamón realizador de la revista Balance.
Y en el nro. 5 titulado Contra la democracia, sus derechos y deberes
nos propusimos hacer una crítica no solo de la representatividad y
las elecciones sino de la democracia como dictadura social, como
garantía de la economía en tanto que intercambio entre unidades de
producción independientes y de su necesario aparato represivo. Este es
un tema delicado para esta región, debido a las sangrientas dictaduras
cívico–militares que hubo, particularmente las de la década del ‘70
que aún se mantienen nítidas en la memoria en toda Latinoamérica.
Muchos proletarios se sorprenden cuando se critica a la democracia ya
que la conciben como el resultado de una lucha ganada y los sectores
de la burguesía que se han visto beneficiados de estos procesos se han
encargado de recalcarlo apelando siempre al mal mayor, a la amenaza
de “la dictadura”. Y más aún sorprende cuando se critican sus derechos
y deberes. De todos modos no es nada nuevo, ya Karl Marx decía «El
derecho humano de la libertad no se basa en la vinculación entre los
hombres sino, al contrario, en su aislamiento. Es el derecho de este
aislamiento, el derecho del individuo restringido, circunscrito a sí
mismo». O incluso por este lado del mundo, ya en 1888 un grupo de
revolucionarios de La Habana, Cuba, organizados en torno al periódico
El Productor nos decían: «… El trabajador, el asalariado, seguirá siendo
el asalariado, es decir, el esclavo del capitalista. Tanto valdría que a
un paralítico se le concediera la libertad de andar… Somos iguales, le
dirá el proletario al encopetado señor, gracias a la Democracia tengo
el derecho de decírtelo frente a frente: somos iguales. Y el burgués,
mirándolo con desdén seguirá en su coche y murmurando entre dientes:
¡Imbécil!, ¡Eres mi esclavo!… ».
204  |  Cuadernos de Negación

Estos números, del 2 al 5, pueden reconocerse desde sus tapas ya que


todos han sido ilustrados con la bella y concisa gráfica de Gerd Arntz.
Luego, hasta la fecha (mayo de 2014) hemos editado tres números más.
Se trata del nro. 6 ¡Abajo el reino de los cielos!, el nro. 7 Recorrido por el
territorio capitalista y el nro. 8 Crítica de la razón capitalista. Los temas
han vuelto a enredarse, ¿o es que en verdad jamás podrán desenredarse?
En el nro. 6 intentamos abordar una cuestión extensa e indudable-
mente la más rica en variedad de tonterías que cualquier otra actividad
humana: la religión. Reflexionando en torno a su forma institucional,
así como a sus formas más modernas y new age, consideramos siempre
su papel como cómplice de la dominación de clase a través de la his-
toria. También tuvimos en cuenta su influencia sobre el movimiento
revolucionario, tratamos el tema del ateísmo y comenzamos nuestra
crítica a la supuesta oposición entre ciencia y religión, tema que reto-
maríamos en el nro. 8 donde hacemos una crítica no solo de la ciencia
sino también de la tecnología y de la noción de progreso, de cómo se
impone un modo de percibir el mundo y de actuar en él. Y por ello la
crítica radical, la lucha revolucionaria es vista como una locura, porque
es inverosímil dentro de los parámetros de razonamiento dominante.
Allí afirmamos que la razón dominante es burguesa en tanto que idea,
pero también como fuerza material, porque actúa en beneficio del Ca-
pital. La investigación y desarrollo para los avances tecnológicos nunca
tienen como finalidad el satisfacer nuestras necesidades y deseos, sino
la necesidad de ganancia del Capital y por lo tanto mantener, ampliar y
reproducir el orden dominante. Allí nos parecía imprescindible pensar
y atacar estos tiempos de internet e indignación ciudadanista, así como
criticar la medicina, la catástrofe del progreso y las esperanzas en una
“revolución” en nombre de la libertad y la igualdad burguesas, de la
ciencia y la Razón, de la eficacia y el progreso.
Y en el nro. 7 retomamos la crítica del urbanismo, que ya han
hecho otros antes que nosotros como nos sucede en los demás temas,
intentando aportar o simplemente puntualizando lo más importante:
que el espacio ha sido reducido a cosa por el Capital y, como toda
cosa en relación al Capital, encierra y oculta relaciones sociales, he
ahí su carácter material y su carácter abstracto, presentados de manera
indisociable. Nuestra intención no es buscar definiciones o responder
Contra el Estado y la mercancía  |  205

a la pregunta «qué es el espacio», sino reflexionar qué es ese espacio


con respecto a nosotros, cuál es nuestra experiencia humana con el
espacio y más precisamente como proletarios con respecto al espacio
en el capitalismo.
Hace poco tiempo en Chile editaron una compilación de los pri-
meros números y para comenzar, entre otras cuestiones, proponíamos
subrayar que la teoría revolucionaria es parte inseparable de la práctica.
Lo teórico no significa algo opuesto o separado de la práctica, algo
que debería realizarse antes o después de ella, o en paralelo, sino una
forma en la que esta práctica se expresa y se transmite. En el momento
en que esta teoría se separa de la práctica se transforma en ideología.
También existe el camino inverso: el activismo, que, aunque se pre-
senta como antagónico al teoricismo, es su complemento realizando
la misma separación, desechando lo que huele a teoría para aferrarse
a lo que aparenta ser práctica.
En este sentido muchos lectores buscarán entre nuestras páginas
algunas “propuestas”, nosotros les recordamos que la comprensión
de esta sociedad se encuentra en su más profunda y despiadada críti-
ca, en la lucha contra ella. Y de paso, para la “propuesta”, ya estamos
enumerando todo lo que no queremos, que no es poco.

¿Cuáles son las siguientes publicaciones de su grupo? ¿Qué aspectos


teóricos están desarrollando actualmente?

En estos momentos nos encontramos corrigiendo los primeros cinco


números para volver a publicarlos, ya que encontramos que hay cosas
que podrían decirse de mejor manera, otras que podrían ampliarse
levemente o clarificarse borrando párrafos que confunden o no aportan
demasiado. La intención no es modificar el contenido o retractarnos,
las posiciones continúan invariantes, sino hacer la lectura un poco más
grata. Esas reediciones las publicaremos en papel y estarán disponibles
en la web como venimos haciendo desde el comienzo.
También estamos preparando el próximo número que intentará
ser una crítica de la economía y de la economización de la vida.
No adoptando una posición economicista, sino luchando contra el
economicismo brutal de esta época. Lo que podemos percibir como
206  |  Cuadernos de Negación

económico no es estrictamente económico, condiciona y es a su vez


desbordado por las demás dimensiones de la sociedad descripta frag-
mentariamente por diversas categorías. Lo económico se expresa a
través de lo religioso, de lo político y por medio de las formas jurídicas
que adquieren las relaciones capitalistas.
A su vez, tenemos intención de hacer una exposición de la crítica
de la forma–valor, tema que no es muy corriente por aquí y del que
además no abunda material debido quizás a la falta de traducción de
muchos textos y el ocultamiento o el desprecio de los textos principales,
sean de Marx, Rubin o más actuales. En líneas generales, debido sobre
todo a las deformaciones marxistas, se suele abordar la problemática
del valor en relación al aspecto meramente cuantitativo de la teoría
del valor–trabajo, para terminar buscando definir los precios de las
mercancías a partir del trabajo que tienen incorporado, apuntando
cuanto mucho a una mejor distribución de la producción en base al
tiempo trabajado. Para nosotros es esencial comprender el aspecto
cualitativo del valor, es decir, desnudar al valor como relación social
donde la actividad humana es reducida al trabajo abstracto, donde
no importa realmente qué hagamos mientras sea producir valor. El
intercambio no se basa en el valor como supuesta propiedad de las
cosas, sino que es en base a relaciones de intercambio que surge el valor
que comienza a dinamizar y a apropiarse de la sociedad.
Al tomar la crítica del valor nuevamente nos sucede que deberemos
destinar dos o tres números de Cuadernos a estos temas debido a que
además queremos incluir una crítica detallada de la propuesta auto-
gestionista que si bien es repetida en todo el mundo, en Argentina ha
tenido mucho protagonismo posteriormente a la crisis del año 2001 y
por ese motivo sabemos que varios países insisten una y otra vez con
el ejemplo argentino.
Por otro lado, en algún número anterior nos quedó pendiente el
tema subsunción, que comenzó a interesarnos por los debates que
han suscitado los conceptos de subsunción formal y subsunción
real, y las periodizaciones del desarrollo capitalista basadas en ello.
Observando la realidad internacionalmente nos es imposible pensar
en etapas delimitadas respecto del proceso de trabajo. Especialmente
cuando las innovaciones técnicas en determinadas ramas productivas,
Contra el Estado y la mercancía  |  207

en determinadas regiones del mundo, solo son posibles gracias a la


imposición de condiciones menos tecnificadas de trabajo en otras
ramas y/o regiones.
Para nosotros el proceso de subsunción es importante para criticar
la supuesta oposición entre trabajo y Capital, comprendiendo que el
Capital no domina al trabajo sino que lo incluye en sí, lo hace Capital.
En este sentido, tampoco comprendemos por qué se afirma que la sub-
sunción formal afecta al proceso de trabajo inmediato, mientras que
la subsunción real se extiende más allá de la esfera de la producción a
la sociedad en su conjunto. Es evidente que ambas formas que toma la
subsunción afectan lo inmediato y lo global, lo particular y lo general;
afectan más allá del mero proceso de producción.
Para más adelante tenemos la intención de dedicarle tiempo y
algunas páginas al arte, la sexualidad, el lenguaje, la guerra, la lucha
proletaria; pero aún no sabemos cómo organizar los temas, relacio-
narlos, exponerlos. Así que por el momento seguimos conversando,
leyendo, tomando apuntes y recopilando material sobre los temas
que nos interesan.

¿Pueden explicar el período de luchas de 2001 y el proceso histórico


que llevó hasta allí? ¿Qué pasó luego de 2001 y qué relación tiene
con lo que está sucediendo hoy en Argentina?

Para repasar brevemente la situación en Argentina creemos que es


necesario retroceder por lo menos hasta fines de la década del 60 y
principios de la década del 70, época destacada de luchas proletarias en
la región y en el mundo. En ese contexto, el proletariado se encontraba
en las calles, combatiendo la represión de un gobierno que en dictadura
militar golpeaba con más crudeza. Claro que hablar de dictadura militar
es incompleto ya que todas estas dictaduras son cívico–militares, de
todos modos creemos que se comprende qué queremos decir.
Las principales jornadas de aquella época fueron los “azos”: el tucu-
manazo de noviembre de 1970, los rosariazos de mayo y septiembre de
1969 y el más importante, el cordobazo de mayo de 1969. Estas fueron
protestas proletarias que escalaron hacia una situación de insurrec-
ción urbana, con barricadas, control de edificios y enfrentamientos
208  |  Cuadernos de Negación

armados. El ejército intervino para frenar las insurrecciones pero los


fuegos no se apagaron.
La ciudad de Córdoba, uno de los principales centros industriales
del país, fue el escenario permanente de tomas de fábrica, protestas
callejeras violentas y situaciones de organización social de todo tipo.
Los principales grupos militantes que actuaron en aquel entonces
fueron peronistas de izquierda, trotskistas y leninistas organizados en
el PRT–ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército
Revolucionario del Pueblo), sindicalistas revolucionarios y, principal-
mente, los grupos de trabajadores organizados autónomamente o por
lugar de trabajo, como en el caso de SITRAC–SITRAM (Sindicato de
trabajadores de Fiat Concord/Materfer), sindicatos por fábrica al estilo
de los que se formaron masivamente en Italia en los ‘70.
Lamentablemente y como sucedió en muchas otras regiones, ese
nivel de organización militante y de capacidad de lucha de la clase fue
cediendo paso gradualmente a sus principales debilidades, el politi-
cismo y el luchaarmadismo que caracterizaría a la región a partir del
año 1973, año de la vuelta de la democracia y del retorno de Perón.
La burguesía se empeñó además en dividir al movimiento obrero para
lograr así aumentar los alquileres y disminuir los salarios, confiando
en su recientemente creada organización parapolicial, la AAA (Alianza
Anticomunista Argentina), encargada de asesinar militantes obreros.
En este contexto, la lucha armada escaló así como la respuesta estatal,
llegando al punto de quiebre cuando el 24 de marzo de 1976, las
Fuerzas Armadas tomaron nuevamente el control del Estado bajo lo
que se conoció como Proceso de Reorganización Nacional.
Esta dictadura militar, suponemos es de conocimiento general, se
caracterizó no solo por sus brutales asesinatos sino también por la
desaparición forzada de miles de personas, principalmente militantes,
y, en muchos casos, por la apropiación de sus hijos. A su vez, muchas
personas debieron optar por el exilio. Estos hechos y su fuertísimo
carácter emocional, de delación, desconfianza y miedo permanente,
generaron heridas generacionales que no se curan al día de hoy.
Una vez terminada la dictadura en 1983, se dio paso a un débil gobier-
no que continuó normalmente con el proyecto de desindustrialización,
flexibilización, inflación y miseria generalizada del gobierno militar,
Contra el Estado y la mercancía  |  209

que hizo que para 1989 se dieran los primeros estallidos generalizados
de bronca. Hubo saqueos a supermercados en las principales ciudades
del país y enfrentamientos con la policía. Pero lo más notorio fue la
inexperiencia y la falta de capacidad que los proletarios demostraron
en esas luchas. La década del ‘90 sería una nueva demostración del
mismo fenómeno, una clase dividida, luchando cada sector por cues-
tiones particulares sin un proyecto general ni capacidad de acción.
Ese vacío de experiencias y de organización al interior de nuestra
clase se haría sentir junto a la falta de aquellos luchadores asesinados
por la dictadura militar. El terrorismo de Estado, profundizado en la
dictadura, dejó un sello difícil de borrar: miedo, desconfianza, falta
de lazos proletarios y la ideología burguesa del “no te metas” que hace
referencia tanto a no meterse “en política” como a no interesarse por
lo que le pasa al de al lado.
Los años previos a 2001 fueron de una creciente agitación social, sin
embargo, por lo antes expresado, no parecen mantener un hilo directo
con la lucha de los ‘70. Desgraciadamente, tanto en ese resurgir de las
luchas como hoy, es muy difícil encontrarse con el relato histórico de
compañeros que hayan participado en la agitación de aquellos años y
que mantengan posiciones revolucionarias o hayan hecho un balance
de lo ocurrido en este sentido. El relato dominante, construido en gran
parte a través de los sobrevivientes (que hoy son parte del gobierno o
han sido seducidos por este), reduce en la memoria las luchas de aquel
entonces a meras luchas de liberación nacional y por la democracia.
Muchos llegan a decir que el país que tenemos hoy era el sueño de
esa generación. No es nuestra pretensión mitificar esas luchas, cuando
sabemos que estaban plagadas de debilidades que se ponen claramente
de manifiesto en las principales organizaciones de ese entonces. Pero
también es un sinsentido reducir esas experiencias al plano formal
analizando la historia solo a través de ciertas organizaciones y no de
la clase en su conjunto.
En la segunda mitad de la década del 90 hubo crecientes luchas
de trabajadores, principalmente docentes, ferroviarios y petroleros.
Además se masivizaron las huelgas, el absentismo y los cortes de ruta
protagonizados principalmente por proletarios sin trabajo. Hacia
fines de la década esta situación de creciente conflicto se topó con la
210  |  Cuadernos de Negación

represión estatal, con policías y gendarmes en numerosas zonas del


país. A diferencia de épocas anteriores apareció con fuerza la figura
del “desocupado”, que representaba a una gran masa de proletarios
que se encontraban sin empleo debido a la profundización de las po-
líticas económicas impuestas en los 90 a falta de respuesta social. Los
desocupados no tienen espacio de trabajo que tomar ni producción
que sabotear, por eso se vuelcan a la calle y a las rutas a interrumpir la
circulación de mercancías (incluyendo claro, la mercancía fuerza de
trabajo). Los primeros piquetes fueron organizados fuera de partidos y
sindicatos, fueron violentos y se plantaron firmemente contra el Estado.
Más adelante, la falta de perspectivas encausaría a los “piqueteros” en
el reclamo hacia el Estado, y sus organizaciones podrían compararse
a sindicatos que, con otras complejidades, también negocian con el
Estado, controlan la rabia y le ponen precio a la vida, en una dinámica
de dirigentes y dirigidos.
Sin embargo, no es hasta el 2001 que la crisis comienza a sentirse ya
no solo en los desocupados sino en todo el proletariado. Esto incluye
claro, a todos esos proletarios que se consideraban a sí mismos de
clase media. En mayor o menor medida, estos burgueses frustrados,
estos trabajadores de diversa condición social que se piensan “flotan-
do” entre las clases, se vieron también arrastrados a las calles por la
dura situación del momento. El gobierno de turno no pudo dar una
respuesta inteligentemente burguesa a las presiones de los organismos
internacionales, a la oposición peronista y a esta nueva y endeble
alianza entre desempleados, trabajadores en lucha y estos sectores
autoproclamados medios. Durante todo el 2001 el gobierno realizó
una serie de medidas de “blindaje”, pidiendo masivos préstamos para
asegurar la continuidad de la actividad bancaria. Pero esto no resultó
suficiente y a principios de diciembre se promulgó una nueva ley, la
del famoso “corralito”, que ponía restricciones severas al retiro de
dinero de los bancos y limitaciones varias a la conversión de pesos a
dólares y viceversa.
Hasta ese momento, el dólar era una moneda de uso cotidiano en
la Argentina, pero fue durante la década del ‘90, con el “1 a 1” (1 peso
equivale por ley a 1 dólar, garantizado por el Banco Central Argentino)
que esta moneda adquirió un carácter central no solo para inversores
Contra el Estado y la mercancía  |  211

sino para cualquiera que tuviera ahorros en bancos. Fue en 2001 ante
la caída masiva de depósitos que esa garantía se esfumó.
Todas estas condiciones explotaron a mediados de diciembre de 2001,
con el corralito, la perspectiva de no recuperar los ahorros en dólares,
los despidos masivos y el enorme empeoramiento de las condiciones
de vida que golpeó muy duro en los barrios de las principales ciudades.
El día 19, ante la generalización de saqueos a supermercados, el
gobierno terminó por decretar el Estado de sitio (que no había sido
implementado desde la última dictadura militar), militarizando todo
el país y prohibiendo la congregación de personas en las calles. Es
muy importante remarcar que todas las protestas se desenvolvieron
en total desafío a este decreto del gobierno. La policía pudo atrapar a
unos pocos pero no a miles.
Hacia el final del día 20 el presidente renunció y, a pesar de la
represión y el asesinato de 39 personas en todo el país, la gente no
abandonó las calles.
La respuesta de la sociedad fue masiva, se hicieron cacerolazos a toda
hora, se organizaron asambleas de vecinos en las principales ciudades
del país, se realizaron escraches76 a bancos e instituciones estatales, y
los movimientos de desocupados vieron crecer increíblemente sus
organizaciones y su fuerza cortando rutas y calles en todo el país. Es
en este momento, cuando se comienza a generalizar la consigna «que
se vayan todos» en total repudio a los políticos de todos los colores.
Aunque con menor intensidad llegó también a escucharse «piquete y
cacerola, la lucha es una sola» pero lamentablemente no fue amplia-
mente asumida ya que, en la mayoría de los casos, la cacerola que

76 En los ‘90 la práctica del escrache consistía en dirigirse al domicilio de distintos


militares de la última dictadura o justamente escrachar donde vivían llenando el
barrio de carteles con su cara, nombre y dirección con consignas como «a 100 metros
vive un asesino». Se hacían manifestaciones en sus puertas llegando a agredirlos,
también surgían escraches espontáneos si se encontraban paseando o comiendo en
un restaurante. La intención del escrache es acosar y no dejar vivir en paz a quie-
nes se consideran responsables de un hecho repudiable. Dicha práctica perduró
en la cultura popular y hoy es una herramienta a mano para la lucha proletaria
como para escrachar a los directivos de un equipo de fútbol que no hace goles.
Desde hace poco más de un año comenzó a usarse en España para los desahucios
y en Chile el término más similar es funa.
212  |  Cuadernos de Negación

era el símbolo de la lucha de esa “clase media” no se reconocía en el


piquete de los desocupados y viceversa.
El «que se vayan todos» se coreaba por toda la región. Cuando
periodistas o miembros de partidos de izquierda, desafiando a los
manifestantes, preguntaban qué pasará cuando se hayan ido todos,
la repuesta fue contundente en muchas partes: «que se sigan yendo».
El descreimiento en los políticos era total, el rechazo se traducía en
insultos allí donde se encontrasen y hasta en agresiones que se suce-
dieron durante todo el 2002. Algo similar ocurrió con la policía, hasta
se habló de un refuerzo psicológico dentro de las fuerzas debido a la
depresión que atravesaban estos asesinos por los sucesivos insultos
en manifestaciones y en cualquier parte. «Por una pizza reprimís a
tu mamá» es una canción que también podía escucharse, incluso
desde antes, en las canchas de fútbol o en recitales de rock. Y esto es
importante para comprender que muchos, sino la mayoría, de los
manifestantes jóvenes tenían su experiencia en esos ámbitos y no
venían de la tradición de luchas militantes. El aspecto positivo fue
el encuentro en enfrentamientos callejeros y el nivel de solidaridad,
pero el límite en esos casos de rebeldía es que en algún momento debe
dirigirse a algo más allá de lo que alcanza la mirada (políticos, policías,
bancos, sedes de gobierno). Con esa cantidad de gente en la calle es
necesario dar un salto cualitativo, el que se intentó dar a través de las
asambleas populares y los emprendimientos productivos para sobrevivir
a la falta de dinero.
En los meses siguientes la burguesía trató de organizar su respuesta
aunque de forma lenta y desordenada, haciendo pasar presidente tras
presidente hasta que Eduardo Duhalde, sospechado socialmente de
narcotraficante y asesino, hijo predilecto de las filas peronistas se hizo
cargo de la situación. El proyecto de esta nueva camada de políticos
fue, una vez más, “divide y vencerás”. Duhalde promovió la alianza
con la “clase media”, emparchando la situación financiera, pesificando
la economía y estabilizando circunstancialmente la inflación. Por otro
lado, mataba piqueteros en rutas y en la famosa Masacre de Avellaneda
del 26 de junio de 2002.
A su vez, el movimiento obrero recuperó su forma habitual aferrándose
a sus debilidades de siempre, fortaleciendo los sindicatos “combativos”
Contra el Estado y la mercancía  |  213

y promoviendo la autogestión de fábricas abandonadas por sus dueños.


Todas estas propuestas lo distanciaban gradualmente de los desocupa-
dos, que a su vez también estaban en pleno proceso de politización,
entrando de lleno en una lógica paternalista, de reclamo de subsidios
y planes de trabajo basura al mismo Estado que los asesinaba.
Pensamos que es necesario detenernos por un momento en el tema
de las asambleas y de la autogestión.
El autogestionismo, a diferentes niveles, fue puesto en marcha tanto
por los desempleados que no tenían otra forma de conseguir trabajo,
así como por los trabajadores que tenían que poner a andar el lugar
de trabajo luego de la huida del patrón endeudado que no quería dar
la cara a sus empleados. En muchos barrios estos proyectos eran parte
de una solidaridad de clase palpable, estando en la calle, protestando y
solucionando sus problemas sin pedir nada al gobierno. Así, un vecino
ponía en común su casa y un horno para hacer pan para que quien lo
necesitara lo hiciera y saliera a vender. Estas situaciones eran comunes
y generaban mayores relaciones entre proletarios, lazos menos débiles
que en épocas de aparente paz social. Sin embargo, sin perspectiva
de lucha revolucionaria, las situaciones se fueron replegando hacia el
autogestionismo, lo que significó: seguir sobreviviendo en el sistema
capitalista sin buscar salidas. Como decíamos antes, sabemos que en
varios países se insiste una y otra vez con el ejemplo argentino de la
autogestión, por eso consideramos de vital importancia exponer esta
cuestión que ha sido y es un verdadero freno a la furia y creatividad
proletaria en los momentos de revueltas que se dan en estos contextos
de crisis mundial. El autogestionismo olvida o quiere hacer olvidar
que la explotación reside en las condiciones de producción capitalista
y no cesa por cambiar las etiquetas ni mucho menos gracias a buenas
intenciones. Ocultar la explotación es ocultar el carácter de clase de la
sociedad en que vivimos, es ocultar la extracción de plusvalor por parte
la burguesía. Luego de los ajustes y de la reactivación de la economía
nacional, la actual presidenta de este país agradeció públicamente a
quienes siguieron gestionando sus fábricas sin patrón y declaró que
“la Argentina es como una gran fábrica recuperada”. Esto, pensamos,
deja aún más evidenciado el carácter contrarrevolucionario, no de la
lucha de los proletarios por sobrevivir, sino de gestionar la economía
214  |  Cuadernos de Negación

sin patrón y ponerse al servicio del Capital con un menor salario y


peores condiciones en épocas de crisis. Los burgueses agradecen que
en épocas de mayor necesidad el proletariado no saquee ni destruya
lo que les destruye, sino que se ajuste los cinturones por la patria. Así
como ahora agradecen que muchos de los militantes que estaban en
las calles en 2001 se conformen con propuestas autogestivas. No es la
primera vez que las debilidades del proletariado en un contexto de
conflictividad son luego presentadas como las “virtudes” a defender
en un momento de pasividad. Así como ocurrió con el politicismo y
el parlamentarismo en las primeras décadas del siglo XIX, hoy ocurre
también con el autogestionismo.
El otro fenómeno importante fue el caracterizado por las denomina-
das asambleas populares. En casi todos los barrios estaba la “asamblea
popular de…” y algunas de estas siguieron funcionando años más tarde.
Esto significaba que ante cualquier convulsión social la asamblea era
una de las herramientas más a mano para coordinar. Las sucesivas
elecciones demostraron esa falta de confianza en los dirigentes. Sien-
do en Argentina el voto obligatorio, apenas votaba la mitad de los
empadronados, la otra mitad se dividía entre absentismo, voto nulo
y voto en blanco. Tal es así que hoy mediante un reciente sistema de
informatización se persigue y se multa a quienes no se presenten a
votar. Sin embargo, esa “crisis de representación”, como gustan llamar
los especialistas, sumada a las asambleas no fue suficiente. Así como no
es suficiente para acabar con el Capital quitar a los patrones del medio,
tampoco es suficiente la crítica a los representantes y a los partidos
políticos para acabar con la política. Menos aún si va a reproducirse la
ideología política y democrática en su forma asamblearia. Para ilustrar
esto podemos mencionar que, recientemente, en muchos barrios de
la ciudad en la que vivimos, se encontraron vecinos en las calles que
formaron asambleas horizontales y que, en algunos casos, acabaron
atacando comisarias para pedir más policía y más mano dura. Sin irnos
a ese extremo para criticar al asambleismo, creemos que es necesario
hacerlo, incluso cuando tiene buenas intenciones. Principalmente
porque la revolución no es solo un problema de forma organizativa,
sino especialmente de contenido social real. Claro, es necesario orga-
nizarnos y que suceda fuera —y si es posible— contra el Estado y todas
Contra el Estado y la mercancía  |  215

las estructuras burguesas, y de acuerdo a cada situación el proletariado


encuentra las suyas. La asamblea es simplemente una manera de actuar,
de hacer y de ser la revuelta, pero no es la única y muchos menos una
garantía de nada. En una revuelta lo importante es asumir un conte-
nido común más que una forma organizativa común. Hay cuestiones
que no pueden decidirse en asamblea, hay veces que la asamblea es
un freno y es necesario seguir sin ella. No hacer un balance de estas
cuestiones nos deja desarmados ante la próxima situación, debiendo
comenzar siempre desde cero.
Volviendo a la pregunta y a la actualidad de este país, podemos
mencionar que en abril de 2003 se producen las elecciones presiden-
ciales que según la burguesía iban a estabilizar finalmente al país. En
la primera vuelta —y con una participación del 80% del padrón—
gana el ex–presidente de dos mandatos en los ‘90, Menem (peronista,
caudillo de la provincia de La Rioja), con un 25% de los votos. Sin
embargo, su imagen negativa, debido a una extensa lista de casos de
corrupción, es enorme y antes que arriesgarse a una vergonzosa derrota
en la segunda vuelta renuncia, dejando como ganador a Nestor Kirch-
ner, otro caudillo peronista pero de Santa Cruz, provincia sureña del
petróleo y la lana a la que gobernó durante 12 años. Desconocido por
gran parte del país, había incrementado su exposición pública cuando
desde 1997 se había comenzado a oponer a las políticas menemistas
de privatización de las empresas estatales.
El gobierno de Nestor Kirchner desde 2003 a 2007 puede caracterizar-
se como una obra maestra del populismo peronista y latinoamericano.
Mientras que se pagaba y renegociaba la deuda externa, el gobierno
invertía las ganancias del agro en el aumento de los subsidios sociales
y promovía la inversión extrajera en áreas específicas de la producción
industrial. Por otro lado, se encargaba de hacer que todas las orga-
nizaciones sociales se posicionen a favor o en contra de su proyecto
político. Escuelas populares, espacios de base en barrios y grupos de
jóvenes militantes marchaban en la fila kirchnerista, alentados por
su supuesta renovación, sus estímulos económicos y por promover la
imagen del “gobierno de los derechos humanos” luego de reanudar los
juicios a los militares de la junta del ‘76, lo cual fue otra gran maniobra
de imagen, ya que sabemos que el aparato represivo del Estado sigue y
216  |  Cuadernos de Negación

seguirá intacto. En Argentina hay desaparecidos en democracia, miles


de personas asesinadas en comisarías o en casos de “gatillo fácil” y miles
de presos y procesados por luchar. El gobierno de Cristina Fernández
de Kirchner continuó las políticas de su marido, ya fallecido. A algunos
les asombra que, por un lado, se apruebe la Ley Antiterrorista y por
el otro, el matrimonio “igualitario” entre personas del mismo sexo,
pero no son medidas contradictorias. La ideología progresista y/o de
izquierda siempre queda empantanada en estas cuestiones de leyes,
derechos y aclasismo. El progresismo es el progreso del Capital, por
más que se lo quiera pensar como el progreso de la sociedad contra
la avanzada capitalista.
Hoy el país se ha polarizado en opiniones a favor o en contra del
gobierno, en dos bandos burgueses que se enfrentan por la dirección
del país. El lado contra el gobierno está relacionado con personajes
ligados directa o indirectamente a la última dictadura militar por
lo cual muchas personas “progresistas” se sienten más atraídas por
el oficialismo, o en el caso de muchos proletarios sucede lo mismo
debido a los prometidos beneficios económicos. Se supone que el país
se encuentra politizado y comprometido con su realidad social, así
cada aniversario de diciembre del 2001 se recuerda «lo perdida que
estaba esa Argentina que pedía que se vayan todos» y que hoy esos
ciudadanos desorientados pueden militar en política, formar partidos,
agrupaciones, ONGs.
Todo el espectro político comparte la imposibilidad de imaginar
opciones que no sean a través de la gestión institucional del Estado.
Hasta los sectores independientes y/o libertarios que reclaman la po-
sibilidad de hacer esa gestión de forma horizontal y aparentemente
sin líderes buscan también un “interlocutor válido” en el Estado, el
patrón o un empresario.
Actualmente en Córdoba se sostiene desde hace un tiempo pro-
longado un acampe contra Monsanto, pero aún no se ha asumido
que se trata de la amenaza del Capital contra la humanidad, por
esos motivos se pide que Monsanto se vaya de Argentina y los más
arriesgados proponen que se vaya de América Latina. Nosotros no
creemos que ustedes en Francia merezcan a Monsanto… En fin, son
el patriotismo y el reformismo en acción contra las luchas radicales
Contra el Estado y la mercancía  |  217

que necesitamos. También se vienen dando respuestas, aún pequeñas,


a la represión contra el proletariado. Nos referimos a la lucha que se
está desplegando contra el procesamiento y la aplicación de la nueva
ley antiterrorista a trabajadores petroleros de Las Heras, que sienta un
preocupante precedente para las luchas no solo futuras sino las que
podemos presagiar a corto plazo, dado que este año comenzó con
grandes subas en los precios de los alimentos y la vivienda. El Estado
busca nuevas formas de neutralizar la lucha con la ley antipiquete, aún
no aprobada, que permitirá reprimir más fácilmente a quien corte
una calle o no deje transitar libremente a las demás personas. Esto,
sumado a la “lucha contra las drogas y la inseguridad”, que permite
la colocación de cámaras en las calles de muchas ciudades del país y
la irrupción agresiva de policías y militares en villas y barrios, deja
un escenario dispuesto a la represión estatal, que lamentablemente
es aprobado por quizás la mayoría de la población.

¿Qué nos pueden decir acerca del peronismo y su importancia en la


política argentina y la historia del movimiento obrero en la región?

Pese a su íntima relación con los llamados totalitarismos y si bien cada


uno de ellos tiene sus características, el peronismo es un fenómeno
un tanto único a nivel mundial, por su magnitud, su permanencia
generacional y el hecho de abarcar tantas tendencias ideológicas que
en otras regiones no podrían convivir en un mismo partido político.
Pero antes de entrar en cuestión es importante recordar los inicios
del movimiento obrero en la región, del cual el peronismo es su
principal enterrador. Influenciado en gran medida por las diversas
oleadas de inmigrantes provenientes principalmente de Europa, se va
conformado en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo
XX un importante movimiento obrero, en el cual desde sus inicios las
ideas anarquistas y socialistas comenzaron a tomar fuerza. Abundaban
los grupos y organizaciones proletarias así como las publicaciones y
periódicos en varias regiones del país, de los cuales La Protesta Humana
llegó a tener dos ediciones diarias. Existía una gran convulsión social
en varias regiones del país y se sucedieron importantes huelgas y mo-
vilizaciones. En el nro. 7 de Cuadernos recordamos la huelga de los
218  |  Cuadernos de Negación

inquilinos de 1907. Producto de la ruptura entre anarquistas y socialistas,


surge en 1901 la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), que
en su V Congreso se plantea como finalidad el comunismo anárquico.
De la mano de la represión y de la crisis económica del 30, se rees-
tructura la economía argentina afectando notablemente al movimiento
obrero que va cediendo cada vez más terreno al reformismo, al politicis-
mo, al sindicalismo y al nacionalismo, y que finalmente se termina de
formalizar en la CGT (Central General de los Trabajadores) en el año
1936. Si bien conviven en ese momento varias organizaciones obreras
es la CGT quien comenzará a tomar el liderazgo en el movimiento.
Sobre esta base surge el peronismo, en el año 43 cuando el joven co-
ronel Juan Domingo Perón era el popular Secretario de Trabajo del
gobierno militar de ese entonces, en un momento en que la economía
nacional se vio altamente favorecida por la guerra y la producción de
materias primas. Con este envión de divisa internacional, el Estado fue
capaz de emprender el primer proyecto de industrialización masiva
de las principales regiones del país. En este contexto, y con el adveni-
miento de una nueva serie de oleadas de luchas obreras, la mediación
pro–obrerista de Perón lo hizo un héroe popular.
Cuando en 1945 se produjo una disputa interna en el gobierno
militar entre distintas fracciones del ejército, Perón fue retirado de
su cargo y detenido. Como respuesta, una masiva movilización de los
“cabecitas negras” (término racialmente despectivo que utilizaban los
burgueses de Buenos Aires) paralizó la capital del país exigiendo la
liberación de su líder. La movilización logró su objetivo y el presidente
de facto se vió forzado a reinstaurar a Perón y a completar su gabinete
de ministros con figuras leales a este. Luego, en 1946 se realizaron elec-
ciones y el general llegó a la Presidencia, cargo en el que será reelecto
en 1952 con otra masiva victoria electoral a medida que continuaba
forjándose el mito del líder.
Ya desde antes de la primera campaña presidencial, Perón era
acompañado por su esposa María Eva Duarte (Evita), quien también
se convirtió rápidamente en una figura popular, debido a las medidas
sociales que promovió sobre todo a través de la Fundación Eva Pe-
rón. A su vez impulsó la ley del sufragio femenino, sancionada en la
Argentina en 1947. Murió de cáncer a los 33 años en el ‘52, en pleno
Contra el Estado y la mercancía  |  219

apogeo del peronismo, por lo que se generó un enorme mito en torno


a su persona. Incluso muchos afirman que de no haber muerto, el des-
enlace del peronismo hubiera sido otro, y sobran las expresiones que
retoman su figura y no la de Perón cuando se refieren al peronismo.
Entretanto la fórmula peronista de pacto entre la burguesía y
los trabajadores funcionaba a la perfección en un contexto eco-
nómico mundial propicio. Perón tenía dos o más discursos según
la ocasión y con su carisma convencía a industriales, sindicalistas,
personalidades de la política internacional y militantes obreros de
base. Se reunía con Franco en España y decía que Ernesto Guevara
era peronista, tranquilizaba a los empresarios diciendo que tenía
a los trabajadores domesticados mientras cantaba «combatiendo
al Capital» (frase de la marcha peronista). Pero, entretanto, había
sectores que no resultaban convencidos, particularmente los grandes
productores agropecuarios, quienes (en su eterna disputa sectorial)
no compartían el proyecto de industrialización, que les quitaba (en
forma de retenciones a la exportación) beneficios para desarrollar
un proyecto que no aportaba nada a sus intereses. Junto a la Iglesia,
que veía en el crecimiento del Estado y del laicismo una amenaza a
su poder, comenzaron a tramar su venganza. De esto se desprende
que hoy, en un “nuevo escenario” donde se suceden casi idénticas
pugnas interburguesas, los kirchneristas acusen de golpistas a quienes
defienden al sector agropecuario.
En 1955, luego de días de enfrentamientos callejeros, quema de
iglesias y el bombardeo a la Plaza de Mayo por parte de los milita-
res, las fuerzas armadas finalmente completaron su golpe de estado,
enviando al exilio a Perón, prohibiendo la mención de su nombre
y desmembrando las organizaciones peronistas. Pero en los años
de proscripción el mito se acrecentó aún más. Se formaron grupos
guerrilleros que respondían a Perón y recibían órdenes suyas desde
España. Dichos grupos asesinaron a militares culpables de matanzas
de militantes peronistas. Entretanto, militantes peronistas difundían
secretamente el rechazo a la dictadura en fábricas y como delegados
de base en sindicatos.
Hacia fines de la década del ‘60 y con el desgaste del proyecto de las
Fuerzas Armadas, el reclamo de “Perón vuelve” se hacía notar cada
220  |  Cuadernos de Negación

vez más en las calles y en las diversas protestas que había en el país. En
1973, y luego de muchos años de presión para que vuelva un gobierno
democrático, fue electo Hector Cámpora, fiel peronista y ligado a los
grupos más a la izquierda dentro del movimiento peronista. El lema
rezaba «Cámpora al gobierno, Perón al poder».
Luego de 18 años de exilio, Perón vuelve al país en junio y el acto para
celebrar su regreso se transforma en la llamada «Masacre de Ezeiza». La
AAA y los grupos de la derecha peronista disparan contra las organiza-
ciones de izquierda, como FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y
Montoneros y contra otros grupos no–armados, matando a 13 personas
e hiriendo a más de 200. Parecía que la amplitud del peronismo se iba
a romper, pero los izquierdistas del peronismo todavía no terminaban
de comprender tamaño gesto, culpaban a los que estaban alrededor
de Perón, a su segunda esposa y al Ministro del Interior, López Rega,
de todos los males que afectaban al movimiento.
Un año después, con Perón ya como presidente, en un acto multi-
tudinario por el 1° de Mayo, luego de cantos entonados por algunos
grupos contra la derecha y exclamaciones ruidosas por sobre la voz
del general, Perón critica a “esos imberbes”, acusando a esos grupos
de estúpidos jóvenes de izquierda que no respetan a los sindicalistas
que tantos años lucharon desde las bases por su retorno. Ante esa si-
tuación, los jóvenes abandonan la plaza y fortalecen sus organizaciones
armadas y clandestinas.
Parecería que toda esta situación iba a terminar de ordenar el panora-
ma político de las principales organizaciones, pero no, los izquierdistas
seguían empecinados con su peronismo, llegando a hablar ya no solo
de peronismo de izquierda sino incluso de “peronismo sin Perón”, en
este sentido es fundamental comprender la figura y la mitología en
torno a Evita que mencionábamos más arriba. Estos grupos, muchos
de origen católico, no abandonaron nunca su perspectiva populista y
más aún en momentos de represión, recrudecieron su luchaarmadis-
mo, lo cual, para el proletariado, significó una canalización hacia el
reformismo a la vez que facilitó la represión.
El 1° de julio de 1974 moría Perón y en el gobierno sucesor, con
su esposa Isabel a la cabeza, no quedaban ni rastros de la militancia
izquierdista que años antes había ocupado posiciones de poder. El
Contra el Estado y la mercancía  |  221

terrorismo de Estado era cada vez más notorio y se empezaban a sentar


las bases de un nuevo golpe militar que se concretó en 1976.
En 1983, con la vuelta de las elecciones, las organizaciones del pero-
nismo se rearmaron, y en una situación económica débil encuentran
en la “militancia barrial” su punto fuerte. Más allá de perder las elec-
ciones nacionales el peronismo se hace cada vez más fuerte y contagia
con su estrategia a muchas tendencias, principalmente de izquierda.
Es ahí cuando podríamos decir —exagerando un poco— que de
algún modo la sociedad argentina es una sociedad ideológicamente
peronista, culturalmente peronista. Porque a grandes rasgos, para la
mayoría de sus habitantes, sean o no declaradamente “peronistas”, el
razonamiento que más a mano está es el peronista. En casi todas partes
del mundo ha triunfado la glorificación del trabajador mientras se
mantenga como tal, el “sálvese quien pueda” tras una apariencia de
solidaridad, el fanatismo ciego y la ignorancia, en Argentina quien
articula esto de una manera cultural es el peronismo. Tal es así que
hasta los jóvenes —en su mayoría estudiantes— que comienzan una
militancia política en la izquierda sea parlamentaria o no (y esto incluye
grupos libertarios), lo primero que hacen es repetir la vieja fórmula de
cómo llevar adelante la militancia en Argentina, lo que se traduce en
dirigirse a barrios pobres, dando “apoyo escolar”, abriendo comedo-
res, solicitando subsidios al Estado y desarrollando una fuerte actitud
paternalista hacia el resto de las personas. Lo demás es considerado
extremismo, incoherencia o falta de sentido de la realidad, a menos
que se trate de sindicalismo (u otra forma de obrerismo), partidos
políticos (u otra forma de politicismo), “resistencia cultural” (es decir,
medidas simpáticas e inofensivas), ecologismo o de cualquier forma
que no cuestione radicalmente la organización social capitalista.
Otro rasgo del peronismo ha sido y es su exacerbado nacionalismo,
que cuanto mucho puede llegar a hablarnos de latinoamericanismo
cuando se busca reforzar la alianza entre Estados y burgueses del
Cono Sur, como ocurre hoy con Morales, Mujica, Maduro, etc. Para
nosotros todo Estado es imperialista, pues defiende intereses burgue-
ses particulares y nunca puede defender los intereses del proletariado.
Pero en esto no podemos culpar solo al peronismo y los gobiernos
progresistas, cuando trotskistas, stalinistas, guevaristas, leninistas, etc.,
históricamente han promovido el nacionalismo en el proletariado y
han mamado del populismo y el patriotismo de cada región particular
para poder aplicar sus miserables programas. Han pretendido siempre
hacer pasar por internacionalismo lo que no es más que una suma de
liberaciones nacionales.
Nosotros remarcamos que no queremos Estados más fuertes, quere-
mos terminar con el Estado, no queremos hacer crecer las economías
débiles, queremos terminar con la economía. No buscamos un mejor
lugar en la División Internacional del Trabajo, queremos terminar con
el mercado y el trabajo asalariado. A los hipócritas que nos dicen que
no queremos estar mejor, les recordamos que la sangre derramada no
ha sido en vano y que ya hemos aprendido adónde nos conducen el
reformismo y el nacionalismo.
Nosotros seguimos sosteniendo que el proletariado no tiene patria,
que debemos afirmarnos contra “nuestro” Estado y contra “nuestros”
explotadores a la vez que asumimos, de la manera en que nos sea
posible, las luchas proletarias en las diversas regiones del mundo. No
se trata solo de comprender la realidad internacional de nuestra clase,
sino de asumir y practicar el internacionalismo, reconstruyendo los
lazos proletarios, con discusiones, materiales y acciones conjuntas.
Desde Cuadernos esperamos que nuestros materiales sean un aporte
en este sentido y agradecemos enormemente esta entrevista que nos
posibilita ponernos en contacto con más compañeros.
El objeto humillado

Colaboración de Los amigos de la negación para la revista Salamandra


nro. 21–22 (2014–2015) del Grupo Surrealista de Madrid.
Este texto surge luego de una correspondencia sobre el libro Las
mercancías mueren, las cosas despiertan. Jornadas sobre el objeto cuando
todo se viene abajo (La Torre Magnética, 2013) donde se recoge lo acon-
tecido en el marco de las jornadas del mismo nombre que tuvieron
lugar los días 11, 12 y 13 de abril de 2013 en el solar liberado de la
Asamblea de Lavapiés. Los autores del libro agregan: «Estas jornadas
se organizaron con la intención de llevar al espacio público ciertas
cuestiones que nos parecen candentes acerca de nuestra relación con
los objetos en el contexto de una sociedad industrial que esperamos
esté cercana a su colapso, y con el deseo de favorecer una experiencia
colectiva capaz de contribuir a su liberación a la vez que a la nuestra
propia. Otros objetos para otra vida.»

Despojado del juego, el ciudadano medio confunde el disfrute de su


corporalidad, el goce y la actividad lúdica con el deporte. Aquella
disciplina del espíritu y humillación del cuerpo, que siquiera se atreve
a ejercer, y observa —como buen aficionado— desde las tribunas
o a través de la pantalla el desplazamiento de unos seres humanos
sponsoreados y dopados. Máquinas humanas que se golpean, corren,
nadan, conducen cacharros, lanzan objetos o intentan meterlos en
224  |  Cuadernos de Negación

algún lugar. Sin duda los deportes más atractivos para los amantes de
mercancías son lo que tienen por centro algún tipo de objeto, ya sea
esférico o con motor.
Privado de gozar su sexualidad y acostumbrado a relacionarse a tra-
vés de los objetos, el esclavo moderno supone que el acto sexual es un
intercambio. Y si los objetos son intercambiables no es porque posean
un mismo valor, sino al contrario, poseen un mismo valor porque son,
justamente, intercambiables. Los penes y vaginas de plástico compra-
dos en el sexshop desentonan muy poco en el acto de fricción entre
esos cuerpos reducidos a mercancías, donde otras mercancías tienen
su rol estelar, sea la silicona en las tetas o el viagra. Sin embargo, la
organización de la impotencia orgásmica generalizada priva a muchos
de sus miembros de esa sexualidad alienada y redobla la alienación
invitándolos a vivirla a través de la pantalla. Los objetos pueden verse
pero es imposible tocarlos, olerlos o saborearlos.
Del mismo modo intentan hacerlo con la comida: mientras se engulle
veneno en forma de alimento se pueden ver decenas de programas de
televisión con chefs cocinando alimentos medianamente saludables
o exóticos, a los cuales tampoco se puede tocar, oler o saborear. Así
también, se puede viajar por el mundo con el culo aplastado y los
dedos en el teclado o el control remoto.
En estas épocas de crisis de valorización del Capital la industria
televisiva también se ve afectada. La explosión de reality–shows en
todos los canales no es una cuestión de gustos o de necesidad, son
programas con muy bajo presupuesto en comparación con los progra-
mas de ficción con escritores y actores famosos, costosas grabaciones
en exteriores, escenografía, etc. La promesa de estos programas tele-
visivos es mostrar lo que le ocurre a personas reales, a diferencia de
los personajes ficticios de series y películas. Este género se inauguró
en 1948 en Estados Unidos con el programa “Candid camera” y se
trataba ni más ni menos que de la primer cámara oculta. Luego estas
se generalizarían en bancos y comercios, pero también en las calles. A
esto muchos proletarios lo denunciamos como el Gran Hermano, como
le llamó Orwell al omnipresente líder de su novela 1984 (casualmente
también escrita en 1948). Décadas después, la industria televisiva, sin
ninguna vergüenza y a modo de desafío, lanzó un reality–show con
Contra el Estado y la mercancía  |  225

el mismo nombre en más de 80 países. Así, el telespectador que es


diariamente vigilado al menos puede observar a otros desdichados
mientras son observados.
Se trata de la misma masa de seres humanos reducidos a televidentes
que se relacionan a través del intercambio de mercancías. Estas personas
relacionadas y condicionadas a través del intercambio, unidas por lo
que les separa y separadas por lo que les une, deben contentarse con
satisfacer sus necesidades en el mercado y permitir que el mercado
les cree nuevas necesidades. Y ahora, en épocas de ajustes y austeridad
deberán conformarse con ver la compra y venta de objetos a través de
la pantalla. De eso se trata el nuevo reality–show estrella: Pawn stars,
conocido como La casa de empeños en España y como El precio de la
historia en América Latina, el programa de mayor audiencia en His-
tory Channel que ya se encuentra con su octava temporada en curso.
Los objetos se mezclan con el relato burgués de la historia así como
con la nostalgia, la educación y el entretenimiento como coartada.
¿El resultado? La concepción burguesa, es decir dominante, de cada
objeto. Se trate de un adorno, un trasto algo indescifrable o una vieja
publicidad de Pepsi, el objeto debe ser tasado, calculado, juzgado y
vendido. Para ello es necesario una vidriera donde colocar el objeto,
publicidad, unos vendedores convencidos y la mirada aguda de los
especialistas para calcular exactamente el precio y evitar hacer un mal
negocio (los burgueses ni en sus caprichos más estúpidos se permiten
no hacer cálculos precisos, todo debe ser un negocio). Pero lo que se
necesita, por sobretodo aquello, es todo un sistema de opresión que
valide tamaña estupidez.
Las publicidades nos habían acostumbrado a observar y desear
diversas mercancías. Carteles, jingles y spots televisivos son parte de
la normalidad capitalista, pero quizás estemos asistiendo a un nuevo
enfoque de la cuestión. Ya no solo se trata de la publicidad de una u
otra mercancía, o mediante películas, series y telenovelas de la repro-
ducción ficcionada de la normalidad capitalista, sino de la publicidad
explícita de la forma mercancía, mediante vendedores y consumidores
“reales”, realizando transacciones. Lo que sirve de alivio para la conducta
compulsiva en momentos de abstinencia y de sustituto para quien no
puede hacerlo. El cacareado mérito educativo de este programa es en
226  |  Cuadernos de Negación

verdad enseñar, incluso a los jóvenes que aún no venden su fuerza de


trabajo ni compran las mercancías que consumen, que las relaciones
humanas, la historia, la curiosidad y todos los objetos son parte de
la sociedad mercantil generalizada. Y nos referimos incluso, o quizás
principalmente, a los objetos que habían salido del circuito comercial,
aquellos objetos prófugos del mercado a los cuales les ha caído todo el
peso de la ley del valor para que vuelvan de donde escaparon.
En este sentido, el reality American Pickers (Cazadores de tesoros),
donde dos seres despreciables recorren Estados Unidos en busca
del objeto preciado, es toda una declaración de principios. En su
presentación afirman: «Soy Mike Wolfe. Y yo Frank Fritz. Y somos
recolectores. Viajamos por las carreteras de Estados Unidos en busca
de “oro oxidado”. Estamos buscando cosas asombrosas enterradas en
los garajes y graneros de la gente. Lo que la mayoría de la gente ve
“como basura”, nosotros lo vemos como dinero. Compramos cualquier
cosa que nos de dinero».
Esta persecución de los objetos que han escapado del circuito
comercial es llevada adelante también en el programa Storage Wars
(¿Quién da má$?) donde se remata lo contenido en los depósitos de
almacenamiento que no han pagado la renta durante cierto tiempo.
La razón capitalista no solo necesita despejar espacios para conseguir
ganancias —se trate del depósito de un californiano o una región del
Amazonas— sino que no puede permitir que los objetos se encuentren
quietos en la oscuridad, a menos que estén aguardando su circulación,
pues para ello fueron producidos. Cuando se presume que un objeto
puede dejar de ser mercancía allí está la Economía para despejar dudas,
dudas subversivas que pueden desencadenar sucesos asombrosos. El
policía o el protagonista de alguno de estos realitys acudirá violenta-
mente a transmutar en útiles aquellas mercancías en desuso para aliviar
a su diosa Economía, su mundo no tolera otra forma de relación que
no sea capitalista. Olvidan y nos quieren hacen olvidar, sea mediante
palo o pantalla, que hasta un árbol es un objeto con una utilidad de-
terminada «porque nos da oxígeno, porque nos da sombra». Pero el
árbol es y está allí, no para servirnos voluntaria o involuntariamente.
Quieren convencernos de que las relaciones existentes son unicamente
de uso y que no somos más que objetos, cosas entre las cosas.
Contra el Estado y la mercancía  |  227

El sueño del Capital es crecer infinitamente, obtener siempre el


máximo de ganancia. Intenta satisfacer esa pulsión con la industria
del reciclaje donde nos venden la misma basura que producimos, nada
muy diferente al resto de basura que producimos en nuestros lugares
de trabajo. Su deseo es que toda mercancía pudiese ser vendida una y
otra vez, y revendida una y otra vez. Nuestro sueño es un mundo donde
la ganancia y la competencia no existan, donde no nos relacionemos a
través del intercambio y la utilización. Un mundo donde no despierte
odio y ansiedad que uno u otro objeto repose o caiga en desuso.
Carta a los proletarios
en Grecia

Hermanos y hermanas,
Durante fines del año 2001 y principios del año 2002, aquellos que
vivimos bajo el control del Estado Argentino experimentamos una
situación muy similar a la que viven hoy en día millones en Grecia.
Para nosotros es difícil conversar con otros proletarios en nuestra región,
ya que pese a que solo ha pasado una decena de años, la memoria de
la lucha vivida y las perspectivas que se abrieron parecen haberse ex-
tinguido… y eso nos desespera. Es indispensable evitar que se olviden
las experiencias, que siempre estemos comenzando desde cero. Es por
eso que queremos compartir algunas precisiones con ustedes, nuestros
hermanos. Porque la crisis no tiene nada de griega ni de argentina, no
hay soluciones nacionales frente a un problema global.

Ha sido a partir de la “crisis de deuda” del Estado griego y particular-


mente cuando el gobierno de Tsiripas decidió aplicar el corralito en
vuestra región que la prensa, los políticos, los especialistas de nada y
los opinadores de todo, han intentado hermanarnos a través del espejo
invertido del Capital. Para nosotros ese es tan solo otro capítulo de la
explotación capitalista, la cual nos hermana como proletarios y como
tales no somos una mera imagen reflejada ante las circunstancias de
cada región: somos una misma clase.
230  |  Cuadernos de Negación

Aquí el discurso oficial mantiene el plan de igualar la imagen de


la revuelta a la del desastre, fundiendo en un mismo plano la miseria
ocasionada por la dictadura de la economía y el fuego de la revuelta.
Los políticos, que eran blanco del grito «que se vayan todos» que re-
corrió toda la región durante el 2001 y parte del 2002, naturalmente
denunciaban aquella consigna como vacía. Hoy nos dicen que estamos
mejor, que el pueblo recuperó la confianza en la política y en la econo-
mía. La corte de periodistas hace lo propio, como ya lo hicieron hace
más de una década. Lo devastador es que gran parte de los proletarios
creen, aunque sea a medias, todas esas mentiras y además, contra toda
evidencia, nos quieren convencer que somos pocos y tenemos poca
fuerza para imponer nuestras necesidades.
«Que se vayan todos» no era solo un grito contra el presidente de
la Rúa, quien la noche del 20 de diciembre huía en helicóptero des-
de el palacio presidencial ante una masiva protesta callejera que se
saldó con 31 muertos. No era solamente un grito contra el ministro
de economía Cavallo que ejecutó las medidas para contener la crisis
financiera que movilizó a una parte de los ahorristas, pero que ante
todo significaba la pérdida de puestos de trabajo y la pauperización de
la vida de millones de proletarios. Tampoco era contra el capitalista
particular que en vista del “colapso económico” huía en búsqueda
de nuevos horizontes de ganancia. El «que se vayan todos» contenía
todo el descontento, la rabia y la frustración de que nuestras vidas son
decididas por fuera de nuestras necesidades y deseos. Que hayamos
asumido a nivel consignas la importancia de la destitución de quienes
arruinan nuestras vidas, conocerlos con nombres y apellidos, fue sin
dudas un paso adelante en la lucha.
Uno de los problemas más importantes fue no haber llevado aquella
oposición hasta el fondo de la cuestión. Se decía que esa desconfianza
en los políticos era débil porque no era propositiva, ¡esa era su fuerza!
La debilidad se encontraba en que, si bien se desconfiaba totalmente
de los representantes, aún se tenía algo de confianza en el sistema.
La ideología dominante es la de la clase dominante y esa ideología
es una fuerza material que se percibe abiertamente en esas ocasiones
de incipientes rupturas. Así mismo, el movimiento que se gestó en
aquel momento solo puede vislumbrarse comprendiendo los intereses
Contra el Estado y la mercancía  |  231

materiales antagónicos de la burguesía y el proletariado en conflicto.


El hecho de que muchos proletarios tengan ilusiones democráticas o
reformistas es una debilidad y como tal hay que combatirla. Debemos
combatir la confianza en el Estado así como la confianza en la relación
social capitalista (incluso cuando a nivel discursivo se esté contra el
capitalismo).
Era urgente el «que se vayan todos» ¡y aún lo es! Y es urgente des-
truir las condiciones de las que provienen para que no vuelvan más.
Con esa destrucción no nos referimos solamente a tal o cual edificio,
o eliminar a tal o cual autoridad. No esperamos milagros de la acción
directa… Sabemos que incluso acciones con un espíritu combativo
como el incendio de comercios o el saqueo de alimentos para la dis-
tribución comunitaria pueden volverse parte del paisaje político. Sin
embargo, es indispensable, y junto con la reapropiación del progra-
ma revolucionario de nuestra clase, son nuestras formas inmediatas
de lucha. Programa que es una práctica histórica de clase y no una
plataforma acordada en un congreso. Las posiciones revolucionarias
del proletariado —el internacionalismo, la crítica del Estado y el
Capital, el trabajo, el dinero, etc.— son claves en la extensión de la
revuelta y el potenciamiento de las rupturas con el orden dominante.
Es así que como clase vamos entrando con más fuerza en el terreno
del antagonismo radical, como vamos clarificando los objetivos de
nuestras acciones.
Además, durante años la izquierda nos estuvo dando geniales mues-
tras de su cinismo e ignorancia: «¡Que la crisis la paguen los capitalistas!»
nos decían… Como si fuera posible jugar con la economía y volcarla
a nuestro favor. Aquellos que quieren gestionar y ser gobierno nunca
comprendieron la gravedad de la situación en la que nos encontramos,
lo fuertes que son nuestras cadenas, el verdadero carácter social de la
explotación. Son también ellos quienes nos subestiman, quienes some-
tieron a miles de proletarios en nuestra región a la vida del subsidio, a
una existencia victimista y pasiva. Quienes nos proponían unir nuestra
lucha con los ahorristas y los burgueses que caían de la pirámide social.
Los que solo salieron a la calle cuando peligraban los dólares de isu
cuenta bancaria. Los fanáticos del ascenso social que lloraban ante la
perspectiva de vivir la misma vida que nosotros, sus empleados.
232  |  Cuadernos de Negación

Toda la miseria que significa la administración de la vida presente


persiste pese al cambio de uso de un tipo de moneda, se trate de pasar
del Euro a un nuevo Dracma o de Dólares a Pesos o a papeles para
el trueque. Todo el proceso que significa la acumulación de Capital
y desarrollo del valor no cambia si quiera si se intenta cambiar la
forma de organización del trabajo (pasar de la gestión particular de
una empresa a la gestión obrera), ni siquiera si se cambia la forma de
gestión política (democracia representativa, dictadura cívico–militar,
asambleas populares). De lo que se trata es de destruir todo cuanto
hace necesario que de una u otra forma tengamos que producir valor
o perecer.
La revolución que necesitamos es para dejar de ser explotados y
oprimidos, es decir seres humanos proletarizados, es por la vida y no
por la administración del orden social existente. Aquí en Argentina
se hizo pasar la lucha combativa por una mejor vida como lucha por
el trabajo, sin patrón a la vista pero trabajo al fin. Así “salvamos la
nación”, así también demostramos una vez más —y no lo asumimos
como clase— que la vida y el orden social vigente se llevan a las patadas.
Los pequeños emprendimientos productivos para sobrevivir
subsumieron la sociabilidad combativa que habíamos generado,
convirtiéndose en el sostén de la economía nacional en detrimento de
toda posibilidad de superación revolucionaria. Ese autogestionismo fue
puesto en marcha por personas sin empleo que no tenían otra forma
de conseguir trabajo, así como por trabajadores que tenían que poner
a andar el lugar de trabajo luego de la huida del patrón endeudado.
En muchos barrios estos proyectos eran parte de una solidaridad de
clase palpable, compartiendo en la calle, protestando y solucionando
sus problemas sin pedir nada al gobierno. Luego muchos de estos
emprendimientos se vieron forzados a solicitar subsidios al Estado para
poder sobrevivir. Del mismo modo pedir a “papá Estado” se volvió
un motivo de lucha, que a veces precisa de cortes de rutas o calles e
incluso enfrentamiento con la policía y otras acordar con las mafias
sindicales, patronales, políticas o territoriales, cambiando la forma de
la protesta pero no su contenido.
Sabemos que en varios países se insiste una y otra vez con el ejemplo
argentino de la autogestión. Para nosotros el gran ejemplo argentino
Contra el Estado y la mercancía  |  233

que se vendió al mundo es cómo se logró la canalización de las luchas


hacia la producción y el progreso de la economía ¡haciéndolo pasar
por lucha combativa! La lucha no debiese ser una herramienta para
el uso de la burguesía con la cuál ésta pueda dar vueltas al engranaje
y ajustar la máquina del progreso capitalista ¡La lucha en su sentido
radical debe ser lo que ponga freno a ese progreso! ¡Es la destrucción
del engranaje!
Esperamos que todo esto que les contamos pueda interesarles y de
algún modo les sirva. Que sepan que estas propuestas han sido y son
un verdadero freno a la furia y creatividad proletaria en los momentos
de revueltas. Ahora, si se quiere uno acomodar a los mandatos de la
normalidad capitalista, todas estas reflexiones que hemos puesto en
común tienen poca importancia. El autogestionismo olvida o quiere
hacer olvidar que la explotación reside en las condiciones de produc-
ción capitalista y no cesa por cambiar las etiquetas ni mucho menos
gracias a buenas intenciones. Ocultar la explotación es ocultar el
carácter de clase de la sociedad en que vivimos. Sabemos lo duro que
es buscarse la vida, nosotros mismos hemos recurrido a estas prácticas
para seguir día a día. Pero también sabemos que la realidad no se
transforma trabajando mucho y ganando poco, exigiéndole al Estado
que haga de protector y mucho menos relacionándonos con nuestros
semejantes como tristes productores y consumidores. Hemos visto a
tantos convertirse en su propio patrón, en su propio cronometrador,
en publicistas permanentes de sus productos.
Llegado el momento, para cualquier subversión<, la única perspectiva
posible si se pretende una vida radicalmente distinta para todos, es la
perspectiva revolucionaria. Es necesario saber ante qué estamos dando
batalla y ante todo, para qué la estamos dando, pues si alguien viene
a decirnos que las fábricas tomadas bajo control obrero en Argentina
son una experiencia liberadora y de “empoderamiento” de los trabaja-
dores, no podemos más que decir que la explotación del ser humano
persiste en esos lugares de producción, aunque sea organizada de forma
asamblearia, y sin siquiera poner en cuestión el desarrollo del Capital.
Bien lo ha entendido esto la presidente saliente Cristina Kirchner
cuando dice que «la Argentina es una gran fábrica recuperada», para
ejemplificar que es mediante el sacrificio de las condiciones de vida
del proletariado que el capitalismo puede seguir desarrollándose en el
país. Bien lo sabe Tsiripas y su coalición de gobierno izquierdista cuando
llaman a la movilización del proletariado griego contra las imposiciones
de la Unión Europea y la mafia capitalista para finalmente someterlo
a un ajuste más duro que incluso al pactado por la burguesía mundial.
Es que precisamente, de lo que estamos hablando es de la vieja lucha
de clases, del antagonismo social que solo puede acabar mediante la su-
peración de ésta vida o que puede mantenerse pero con nosotros como
combustible fósil para sus motores.
En ésta noche, mientras el viento hace prever que una tormenta se
acerca, el impulso hacia una vida plena nos da la certeza de que no hay
tiempo para descubrir nuevas formas de gestionar este mundo de muer-
tos. La necesidad de una vida emancipada de todo lo que nos oprime y
destruye, abierta a nuestras posibilidades, contradicciones y deseos ha
de ser nuestra única propuesta.
¡Luchemos en todas partes contra el Capital y su Estado!

Los amigos de la negación


Primavera de 2015 en la región argentina
Índice

Presentación r7

Advertencia sobre las citas r 13

Nro. 2: Clases sociales o la


maldita costumbre de llamar r 15
a las cosas por su nombre

Nro 3: Contra la sociedad r 63


mercantil generalizada

Nro. 4: Sobre la necesidad r 117


de destruccion del Estado

Nro. 5: Contra la democracia,


r 147
sus derechos y deberes

¿Teoricismo? r 191

Entrevista a
r 197
Cuadernos de Negación

El objeto humillado r 223

Carta a los
r 229
proletarios en Grecia
También disponible

Barricadas en Barcelona
La CNT de la victoria de julio de 1936 a la necesaria derrota de mayo de 1937

Agustín Guillamón

196 páginas . 206 × 146 mm . Julio de 2013

Este libro trata de las barricadas levantadas por los obreros barceloneses en
julio de 1936 y mayo de 1937, erigidas con sólo diez meses de diferencia.
Estudia las causas de su aparición, así como sus similitudes y diferencias.
Intenta explicar el carácter “ofensivo” de la insurrección obrera de julio, y
el “defensivo” de mayo. ¿Por qué los obreros, prácticamente desarmados,
consiguieron en julio vencer al ejército sublevado y a los fascistas? ¿Por
qué, al contrario, en mayo, un proletariado armado hasta los dientes fue
derrotado políticamente, tras demostrar en la calle su superioridad militar?
¿Por qué las barricadas de julio seguían aún en pie, y activas, en octubre
de 1936; mientras en mayo se retiraron inmediatamente?
La llama del suburbio

Proletarios Internacionalistas

126 páginas . 206 × 146 mm . Septiembre de 2013

La chusma del suburbio, como el entonces ministro de Interior Sarkozy


tildó a los rebeldes retomando la terminología clásica que la burguesía de
ese país siempre empleó contra el proletariado en lucha, desempolvaba el
«traje» de la guerra social que había pasado a formar parte de las reliquias
guardadas en el fondo del baúl de la nación francesa. Fue una revuelta en
toda la regla que amenazó mediante tintes insurreccionales con romper la
paz social en toda Francia.

A lo largo de este libro se hace frente al desprecio y a las falsificaciones de la


que fue objeto esta revuelta, no sólo por parte de los defensores del mundo
de la mercancía, sino tambien de muchos que pretenden combatirlo. Al
mismo tiempo, se subrayan las fuerzas y debilidades que se materializaron,
se extraen lecciones y se difunde material desconocido en castellano pro-
veniente de la revuelta con el único objetivo de reapropiarnos de nuestra
propia experiencia como clase y trazar directrices para las futuras luchas
que ya se abren paso.
Citius, altius, fortius
El libro negro del deporte

Federico Corriente, Jorge Montero

282 páginas . 210 × 175 mm . Mayo de 2014

Desde la transformación de las fiestas y juegos populares en deportes,


pasando por las distintas nociones de cultura física que se han sucedido
desde la Antigüedad hasta llegar a nuestros días, este ensayo analiza el
proceso de difusión internacional del deporte y su evolución en el seno de
la sociedad moderna, prestando especial atención al papel de los deportes
en la configuración del liberalismo decimonónico, el colonialismo y el
imperialismo, y haciendo especial hincapié en el destacado lugar que
ocupan en el discurso ideológico totalitario. El deporte no solo es una
válvula de escape y un mecanismo de control social sino también una
ideología de la competición, de la selección biogenética, del éxito social y
de la participación virtual.

Este libro es un trabajo crítico, riguroso, muy bien documentado y de lectura


ágil, que aborda la relación entre deporte, democracia y totalitarismo desde
una perspectiva completamente inédita.
Abajo los restaurantes

Prole Info

104 páginas . 206 × 146 mm . Agosto de 2014

Abajo los restaurantes es una crítica del capitalismo en un lugar específico: los
restaurantes. Si bien podría hacerse una crítica similar de la mayoría de los lugares
de trabajo, el autor escogió este por haber trabajado en el sector gastronomico y
conocer de cerca el estrés de servir rápido la comida o limpiar los platos, los roces
con los compañeros de trabajo, las estupideces del jefe y las pretenciones de los
clientes. Pero el capitalismo está en todas partes y esta experiencia de ser bachero,
moza o cajero no es una desgracia individual. Se trata de una parte funcional y
necesaria de un sistema más grande que crea condiciones similares en todas partes.

Abajo los restaurantes es una guía ilustrada que trata sobre la miseria, el estrés,
el aburrimiento, y la alienación cotidianas del trabajo en un restaurante, pero
tambien de las maneras en que sus trabajadores luchan contra ella y de como
podrían ser una fuerza subversiva más grande. La sociedad capitalista se basa en
la lucha de clases y estas páginas se posicionan de un lado de este antagonismo,
para acabar no sólo con los restaurantes sino con los patrones y el trabajo, con el
dinero y el Capital.
El monstruo de la vivienda

Prole Info

156 páginas . 206 × 146 mm . Agosto de 2014

El monstruo de la vivienda toma un simple objeto cotidiano —una casa— y observa


a las relaciones sociales que la rodean y determinan. Lo que comienza con una mi-
rada hacia la cuestión de la vivienda se amplia hacia una crítica de la totalidad que
es el capitalismo. El texto va acompañado de imágenes burlonas, simples y bellas.

«¿Buscás un nuevo lugar para vivir? ¿O tal vez un nuevo mundo en el que vivir?
¿Tenés miedo, quizás, de que la crítica radical sea aburrida? Entonces El monstruo
de la vivienda es el libro indicado para vos. El autor del ya clásico Abajos los res-
taurantes abarca otro aspecto vital:la vivienda. Análisis de clase + una crítica de la
vida cotidiana + dibujos innovadores y sin censura + mucho más… ¡A disfrutar!»
(Gilles Dauvé, Troploin)

«Material indispensable de la crítica radical en épocas de resurgimiento interna-


cional de la revuelta y la perspectiva revolucionaria. El monstruo de la vivienda
parte claramente las aguas entre los falsos críticos y los que luchamos por el comu-
nismo y la anarquía». (Cuadernos de Negación)
Boletín La Oveja Negra
Selección de textos (febrero 2012 – agosto 2015)

184 páginas . 206 × 146 mm . Octubre de 2015

Con la siguiente selección de artículos queremos rescatar muchas de las


reflexiones que hemos compartido en el boletín La oveja negra desde su
inicio. Un boletín tiene la cualidad de circular fácilmente de mano en
mano, escabullirse entre diferentes espacios y llegar a una gran cantidad
de personas. Pero esa fugacidad favorece también que a las pocas semanas
las hojas puedan perderse en la constante actualización de informaciones,
entre la rutina y la falta de tiempos. Una de las intenciones de editar este
libro es evitar que esto ocurra, ya que si bien muchos de estos artículos
tratan sobre “actualidad”, hay cuestiones de fondo que exceden a la
circunstancia particular e inmediata. La propuesta ha sido siempre no
perder de vista lo histórico frente a lo inmediato, lo total frente a lo par-
cial. He ahí su vigencia y fortaleza, su mejor excusa para ser algo más que
una gaceta. No hemos escrito noticias, ni informaciones; partimos de los
sucesos, de los hechos, para reflexionar sobre esta realidad y la necesidad
de su transformación. ¿Qué sentido podría tener reflexionar sobre este
mundo si no es para cambiarlo?
Un futuro sin porvenir
Por qué no hay que salvar la investigación científica

Grupo Oblomoff

132 páginas . 206 × 146 mm . Noviembre de 2016

«El ideal de la ciencia sigue conservando una gran fuerza, imagen de uni-
versalidad y de poder en un contexto de trastornos climáticos y de deterioro
social globalizado. En medio de todos estos progresos en el absurdo de la
vida y de la brutalidad creciente de las sociedades, la investigación es el
único ámbito que ofrece una imagen tranquilizadora de continuidad con
las épocas pasadas. Un ámbito que parece estar más o menos al resguardo
de la mezquindad de las relaciones capitalistas. Un ámbito en que, mientras
todo lo demás se derrumba, las cosas siguen su curso. Funesta ilusión».

El Grupo Oblomoff desarrolla en estas páginas una profunda crítica de


la Ciencia y del aparato científico–tecnológico, derribando grandes mitos
arraigados a través de la historia; verdades impuestas que, como en el caso
de su supuesta neutralidad, nos alejan de preguntarnos el porqué de la
necesidad de la investigación científica, de sus fines y sus medios, y del tipo
de mundo que contribuye a forjar y perpetuar.
La Comuna de París
Revolución y contrarevolución (18701-1871)

Proletarios internacionalistas

222 páginas . 206 × 146 mm . Junio de 2017

«En la imponente confrontación de clases que se dio en Francia en 1870-


1871 y que tuvo en París su centro de gravitación, nos encontramos en su
desarrollo con todo un conjunto de enseñanzas indispensables respecto a la
revolución y a la contrarrevolución. El proletariado se tuvo que enfrentar a
todos y cada uno de esos elementos de la contrarrevolución que hoy siguen
en pleno auge: guerra imperialista, repolarización en campos burgueses,
cambios formales en el Estado (imperio por república), recambios en el
gobierno, parlamentarismo “revolucionario”, nacionalismo, comunalismo…

Se comprende que organizar en fuerza material las lecciones de ese combate


captando tanto las posiciones de fuerza que llevaron al proletariado a
hacer temblar la dominación de la burguesía, como de las ideologías, las
debilidades, y los errores que finalmente le condujeron a la derrota, es una
cuestión fundamental para el triunfo de la revolución social.»
Este libro ha sido finalizado
en talleres propios
durante noviembre de 2017
en Rosario, Argentina

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