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CULTURA DE PAZ Y

PSICOLOGÍA DEL CONFLICTO


Francisco Augusto Laca Arocena

Resumen
A diferencia de un pacifismo tradicional y bienintencionado que por su carácter
ideológico adopta una actitud voluntarista al tratar con la realidad y que aspira a su
modificación utópica, la cultura de paz no pretende la imposible erradicación de
todas las disputas sino su manejo en forma constructiva. La psicología del análisis
y resolución de conflictos, disciplina relativamente joven, busca un conocimiento
científico, metódico y acumulativo sobre las dinámicas de la conflictividad humana
desde campos tan diversos como la toma de decisiones o la negociación y el mediar.
Se aspira con ello a una cultura de paz sustentada realistamente en el conocimiento
adquirido científicamente sobre las actitudes, motivaciones y comportamientos
humanos en las situaciones conflictivas.
Palabras clave: Cultura de paz, Psicología del conflicto, Conflictividad,
Ciencias del comportamiento

Abstract
Peace Culture and Psychology of Conflict
Differing from a well-intentioned traditional pacifism that adopts a willing attitude
due its ideological platform at having contact with the reality intending its utopian
modification, the culture of peace is not a culture that intends the impossible
eradication of all conflicts, but its management in a constructive way. The psychology
of analysis and conflict resolution, discipline relatively young, is building a scientific,
methodological and growing knowledge over the dynamics of human conflictivity
from diverse fields such as decision-making, negotiation and mediation. A culture of
peace is proposed based on the reality of what we know by scientific research
about attitudes, motivations and human behaviors in situations of conflict. A peace
culture is proposed to be built on scientific knowledge from behavioral sciences.
Keywords: Peace Culture, Psychology of Conflict, Conflictiveness,
Behavioral Sciences

Francisco A. Laca Arocena. Doctor en Psicología por la Universidad del País


Vasco, San Sebastián, España. En la actualidad es profesor e investigador de tiempo
completo en la Universidad de Colima. Sus investigaciones así como sus publica-
ciones en revistas de España, México y Estados Unidos tienen por objeto el
análisis del conflicto, la comunicación intercultural, el bienestar laboral y el bienes-
tar subjetivo; francisco_laca@ucol.mx

Estudios sobre las Culturas Contemporáneas 55


Época II. Vol. XII. Núm. 24, Colima, diciembre 2006, pp. 55-70
CULTURA
DE PAZ Y
PSICOLOGÍA
DEL CONFLICTO
Francisco Augusto Laca Arocena

Pacifismo bienintencionado,
pacifismo científico

T ras los sucesos del 11 de Septiembre de 2001 en Nueva York, pregun-


taron a Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz y superviviente del holo-
causto nazi, cómo podría explicarse esto. “El odio lo explica”, fue su res-
puesta. El odio religioso explicaba aquel suceso, el racial del holocausto al
que sobrevivió el propio Wiesel y el social o de clase así como el sexual o
de género impulsan otras formas de genocidio que se manifiestan endémi-
cas en la humanidad. En los campos nazis de exterminio, en el goulag
estalinista, en la Camboya de los khemers o en las matanzas étnicas centro
africanas la historia revalida una y otra vez nuestra triste vocación
autodestructiva (Dozier, 2003; Staub, 1992). Frente a esta evidencia
desoladora por persistente, surgen intentos de canalizar en forma cons-
tructiva nuestra tendencia tan arraigada a intentar resolver violentamente
las diferencias, intentos que en parte confluyen en lo que ha venido a
denominarse “cultura de paz”.
Por supuesto que siempre hubo individuos y grupos minoritarios entre-
gados a la construcción de la paz; líderes individuales como Ghandi, Martin
Luther King, Lanza de Vasto1 o Nelson Mandela que ejercieron influencia
en el afrontamiento pacífico de coyunturas muy conflictivas, o grupos
comunitarios como los inicios de la orden franciscana en el cristianismo o
los cuáqueros. Desde hace tres siglos, los cuáqueros, por ejemplo, en su
reunión mensual de la comunidad en que habitan se rigen por cuatro prin-
cipios:

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Época II. Vol. XII. Núm. 24, Colima, diciembre 2006, pp. 55-70
Cultura de paz y psicología del conflicto

1. Un fuerte compromiso con reglas de respeto manifestado mediante la


escucha activa de los demás miembros;
2. Manifestación sincera de los propios puntos de vista;
3. Enfoque cooperativo y no jerárquico de solución del problema; y
4. Toma de decisiones por consenso (en Webne-Behrman, 1998; 167).

Reglas que pueden considerarse esenciales en cualquier grupo democráti-


co y son las que un facilitador de tales grupos tendría presente. Sin embar-
go, estos y otros ejemplos admirables por excepcionales no han modifica-
do las pautas no cooperativas y violentas con las que los humanos afron-
tamos generalmente los conflictos. Este pacifismo que llamaríamos “bien-
intencionado” y que alguna innegable influencia benéfica ha tenido en
situaciones conflictivas concretas, nunca ha pasado a ser mayoritario en
ninguna cultura humana influyéndola de forma decisiva y permanente. ¿Si
ejemplos individuales y grupales de pacifismo no faltan en la historia de la
humanidad, por qué se revelan tan ineficaces en ejercer una influencia
decisiva y prolongada?
Pensamos que una causa importante de que ese pacifismo que hemos
denominado “bienintencionado” se reduzca a expresiones minoritarias y
pasajeras en todas las culturas humanas se debe a que ignora nuestra
naturaleza biológica. Una especie que en pocos siglos ha pasado del arco
y las flechas a la bomba atómica, está muy inclinada a la agresión y con una
considerable, temible diríamos, inteligencia al servicio de esa agresividad.
Es posible que personas con una fuerte motivación religiosa como Fran-
cisco de Asís y Ghandi o comunidades como los cuáqueros, logren inhibir
las pulsiones agresivas de su naturaleza; un freudiano hablaría de
sublimación del instinto de muerte, pero no esperemos que una mayoría
sociológicamente significativa de la gente pueda hacerlo. En las dos últi-
mas décadas, las neurociencias han comenzado a poner al descubierto
estructuras y funciones neuroquímicas específicas que generan en el cere-
bro humano intensas emociones negativas como el odio y el temor. Hay
una innegable evidencia biológica de que somos una especie particular-
mente dotada para el odio y para la agresión (Dozier, 2003). Cierto que cada
cultura construye códigos normativos para el control de la agresividad de
sus miembros, modos específicos de manejar las situaciones conflictivas
que acaban formando parte de la identidad cultural, pero tanto la historia
como las noticias cotidianas en los medios, evidencian la frecuencia cons-
tante con que el instinto se opone a la norma y la biología vence a la
cultura.

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Francisco Augusto Laca Arocena

A diferencia del pacifismo utópico que aspiraría a un mundo sin conflic-


tos, desearía alcanzar el sueño kantiano de una paz perpetua y no solamen-
te entre estados sino también entre individuos, la cultura de paz reconoce
como inevitable el conflicto. No persigue la imposible erradicación de las
diferencias sino su manejo en modos constructivos. Si el pacifismo es una
ideología y como tal supone una disposición voluntarista de tratar con la
realidad; la cultura de paz implica una disposición científica a observar,
interpretar y describir la realidad.
Si consideramos una de las definiciones del conflicto más aceptadas
entre los estudiosos del tema: “divergencia percibida de intereses, o la
creencia de que las aspiraciones actuales de las partes no pueden lograrse
simultáneamente” (Rubin, Pruitt y Kim, 1994:5) y pensamos en la frecuen-
cia con que percibimos que nuestros intereses nos parecen incompatibles
con los de otras personas o grupos, tomamos conciencia inmediata de la
urgencia de afrontar constructivamente un fenómeno tan frecuente como
doloroso en la vida de todos.
A mediados del pasado siglo XX, cinco o seis décadas atrás, se inician
desde diferentes disciplinas como la psicología social y la cognitiva, el
derecho, las ciencias políticas y los estudios internacionales, investigacio-
nes sobre la dinámica de los conflictos. Va creándose así un nuevo campo
de conocimiento que con investigaciones procedentes de orígenes tan
diversos como los citados, nos muestra la dinámica real de la conflictividad
humana, cómo funciona ésta y qué parece razonable esperar modificar
constructivamente de la misma. Desde las primeras investigaciones, se
evidenciaba que este nuevo campo del conocimiento tenía un componente
mayoritariamente psicológico caracterizado por la evidencia de que los
humanos no tenemos conflictos en abstracto, los construimos personal-
mente desde la interpretación subjetiva de una situación y la identificación
y valoración que hagamos de nuestros intereses y los de las otras partes
en dicha situación, lo que se conoce como “efecto del contexto” (frame
effect); (Kahneman y Tversky, 1984). La construcción personal del conflic-
to es incluso previa a la situación concreta del mismo, está ya en las actitu-
des personales (Webne-Behrman, 1998).
En la medida en que las actitudes influyen en los comportamientos, y esta
influencia no es simple, las actitudes concretas hacia el conflicto influirán
en los estilos personales de su afrontamiento (Laca, 2005a, 122).

Es precisamente en esta influencia de las actitudes hacia el conflicto, res-


pecto a qué motivos justifican asumir una disputa, qué comportamientos
son admisibles en la misma y qué soluciones son aceptables, donde radica
la posibilidad de que la educación en actitudes constructivas tenga una

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Cultura de paz y psicología del conflicto

influencia efectiva en algún grado en el desarrollo de una convivencia no


violenta.
En el siguiente apartado presentamos una breve cronología de esta
nueva disciplina: la psicología del conflicto (véase en la Tabla I de la si-
guiente página un cuadro cronológico de algunos autores y sus tipologías
del conflicto). Entendemos que una cultura de paz que se pretenda razona-
blemente transformadora de la realidad sólo puede construirse desde un
conocimiento científico de la misma. Un pacifismo efectivo y duradero no
vendrá de las buenas intenciones individuales que damos por supuestas,
sino de la investigación científica sobre las dinámicas reales de la
conflictividad humana.

La psicología del conflicto


una disciplina joven

El conflicto es un tema que, como señalaron Schmidt y Tannenbaum, ha


ocupado el pensamiento del hombre más que ningún otro, con las dos
posibles excepciones de Dios y del sexo (2000:25). Las mitologías y epope-
yas que se recogen en los primeros siglos de escritura arrojan ya evidencia
de que el hombre y la violencia siempre han caminado unidos. Sin embar-
go, no es hasta épocas muy recientes que el hombre ha iniciado una aproxi-
mación científica al estudio de su inseparable compañera. Mientras que en
otras áreas de las ciencias sociales los investigadores pueden remontarse
siglos atrás en búsqueda de sus orígenes y primeros maestros, los que nos
aproximamos al análisis del conflicto desde una perspectiva psicológica
apenas hallamos una “prehistoria” de unas pocas décadas.
El comienzo del interés de la psicología en el estudio de la conflictividad
humana podríamos datarlo en los trabajos del psicólogo social Kurt Lewin
quien examinó en los años treinta y cuarenta del pasado siglo XX los
factores que afectan a la toma de decisiones en grupos bajo condiciones
de intereses contrapuestos. Se inicia la década de los años cincuenta con
la publicación de una de las primeras obras sobre mediación Meeting of
Minds: A Way to Peace Through Mediation de Elmore Jackson. Pasa por
los conocidos trabajos de Muzafer y Carolyn Sherif sobre el conflicto
intergrupal con sus estudios ya clásicos sobre competencia y cooperación
entre grupos de adolescentes en campamentos de verano. Incluyen estos
años cincuenta importantes aportaciones al estudio del conflicto desde la
sociología y desde la psicología social; destaca entre ellas The Functions
of Social Conflict de Lewis Coser (1956). En 1957 inicia su publicación el
Journal of Conflict Resolution en la Universidad de Michigan, donde en
1959 se estableció el primer centro universitario para la investigación en

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Tabla I
Cronología de autores y sus tipologías del conflicto

1956 Reales / Irreales


Coser Valores, Estatus, Poder,
1972
Recursos

Rappaport 1960 Peleas, Juegos, Debates

Galtung 1969, 1980 Directos, Estructurales

Modelo del “Doble interés”: en


Blake y Mouton 1964 los propios resultados, en los de
la otra parte

Thomas y Kilmann 1974


Modelo del “Doble Interés”
Thomas 1978

Verídico, Contingente,
Desplazado, Mal Atribuido,
Deutsch 1973 Latente, y Falso

Constructivo / Destructivo

Con Pares o Iguales / con


Rahim 1983
Superiores o Subordinados

Personales (innegociables)
Fisher y Ury 1983
de Intereses (negociables)
Necesidades Básicas
Burton 1990 Valores (conflictos) o
Intereses (disputas)

Lewicki, Litterer, Minton Intrapersonal, Interpersonal,


1994
y Saunders Intragrupal, Intergrupal

Relación, Información,
1986
Intereses
Moore
1994 Estructurales, Valores

Amason 1996 Funcional / Disfuncional

Amason y Schweiger 1997 Cognitivo / Emocional

Necesidades en: Comunicación,


Mayer 2000 Emociones, Valores, Historia,
Estructura y Estatus

Adaptado de F. Laca (2005). Elección de Estrategias de Conflicto bajo Presión de


Tiempo . Bilbao, España. Universidad del País Vasco.
Cultura de paz y psicología del conflicto

resolución de conflictos. La década de los años sesenta se inaugura con la


publicación del libro de Thomas Shelling (1960) The Strategy of Conflict,
considerada la aportación más importante de la “teoría de juegos” de von
Neumann y Morgestern al estudio de la conflictividad en una época muy
influenciada por la Guerra Fría. Teoría de Juegos de la que procederá el
famoso esquema de El Dilema del Prisionero (Poundstone, 1992; 1995).
Los años sesenta ven también el paso, tímido al principio, de la teorización
académica a los intentos prácticos de mediación y resolución, quizás los
primeros talleres (workshops) de John Burton sean un buen ejemplo de
esto. El interés en las disputas internacionales entre países y bloques data
de los trabajos pioneros del psicólogo social Herbert C. Kelman (1965)
International Behavior: A Social-psychological Analysis. Dean Pruitt y
Richard Zinder publican en 1969 Theory and Research on the Causes of
War. Morton Deutsch publicará en 1973 su The Resolution of Conflict:
Constructive and Destructive Proceses que no pocos consideran el acta
de nacimiento de la psicología de la conflictividad interpersonal.
En muchos de los autores citados está presente en una u otra medida el
componente cognitivo, la intuición de que las cogniciones de los sujetos
cuentan mucho en sus personales afrontamientos de los conflictos, pero
probablemente una de las primeras aproximaciones netamente cognitivas
al estudio del conflicto podríamos datarla en el trabajo de Robert Jervis en
1976, Perception and Misperception in International Politics. En 1986 se
publica la importante recolección de trabajos editados por Ralph White:
Psychology and the Prevention of Nuclear War. Nos encontraríamos así
ya en los años ochenta donde con nombres como los de Johan Galtung o
John Burton, que ya venían de los sesenta, se produce un afianzamiento
en terreno propio de este campo de investigación, la psicología del conflic-
to. La década de los ochenta produce importantes investigaciones acadé-
micas como la de Robert Axelrod (1984, 1997) sobre la evolución de la
cooperación, incrementa el interés en los temas de la mediación (Touval y
Zartman, 1985; Moore, 1986; Kressel y Pruitt, 1989), comienzan a extender-
se múltiples curriculums para la mediación y la transformación de disputas
en ámbitos comunitarios, laborales, escolares. Los noventa que se inician
con la Primera Conferencia Europea sobre Paz y Resolución de Conflictos
en Estambul (1991) presencian una mayor extensión de las obras teóricas y
la currícula prácticos para la resolución de conflictos. Es esta de los noven-
ta una década de intensa producción académica en el campo del análisis y
de la transformación del conflicto. En autores y teorías los humanos tene-
mos nuestras debilidades y entusiasmos personales y este autor confiesa
su debilidad personal por la obra de John Burton (1979; 1986; 1987a; 1987b;
1990a; 1990b; 1991) y su teoría de las “Necesidades Humanas Básicas”

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Francisco Augusto Laca Arocena

subyacentes en los conflictos y, particularmente, en los “conflictos pro-


fundamente enraizados”. Se multiplican obras y autores, se extienden los
curriculums prácticos, aumentan las conferencias y congresos sobre el
tema del conflicto, prosiguen importantes iniciativas académicas como el
“Proyecto Harvard de Investigación en Negociación” que iniciaran en los
ochenta Roger Fisher y William Ury, cuya dirección asume en esta década
Robert Mnookin (Mnookin, Peppet y Tulumello, 2000). Los años noventa
concluyen con un extraordinario manual editado por Deutsch y Coleman
(2000) The Handbook of Conflict Resolution. Theory and Practice.
Para una breve pero bien documentada cronología del desarrollo en el
campo de la psicología aplicada a la resolución de conflictos durante los
últimos cincuenta años, tema que apenas hemos esbozado en la líneas
anteriores, recomendamos el capítulo de Louis Kriesberg en Zartman y
Rasmussen (1997:51-77) y remitimos al lector nuevamente a la Tabla I.
El conflicto percibido antes que el manifestado, construcción personal
del conflicto
Mientras que los economistas se inclinan por estudiar los efectos que
tienen sobre los acuerdos en las disputas y sus negociaciones las diver-
gencias de intereses manifestadas por las partes, los psicólogos tendemos
a concentrarnos sobre estas divergencias en sí mismas, no tanto en sus
efectos económicos o sociales sino tal y como son subjetivamente
percibidas por los protagonistas (Rubin en Kremenyuk, 1991; Rubin en
Staub, 1992). Entendemos que no son las diferencias objetivas las que
característicamente llevan a afrontar un conflicto de una determinada ma-
nera, sino las percibidas. Dos personas, grupos, o naciones pueden tener
pocos intereses opuestos dividiéndoles, pero pueden percibir y conse-
cuentemente actuar como si tales oposiciones existen, es decir acabarán
por “construir” su conflicto. Del mismo modo, las partes en otra situación
pueden estar divididas por profundas diferencias objetivas, pero pueden
creer, porque lo perciben así, que tales diferencias no existen o carecen de
importancia, y pueden actuar a partir de su –ilusoria– percepción de la
realidad evitando así el conflicto abierto y la confrontación. En definitiva,
son las creencias generadas a partir de las percepciones las que determi-
nan cómo se inclinará a actuar la gente. Este punto de vista ha venido
reflejándose en diversos textos sobre el conflicto social y la negociación
(Kelman, 1965; Deutsch, 1973; Pruitt, Rubin, 1986; Rubin, Pruitt, Kim, 1994).
¿Es ésta una apropiada perspectiva analítica para ser adoptada por psicó-
logos? Rubin se responde a sí mismo que “claramente, sí” (en Staub
1992:121). Por supuesto que las razones objetivas de una situación cuen-
tan decisivamente en los frecuentes conflictos que se derivan de discre-
pancias sobre intereses materiales. Hasta un teórico de las necesidades

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Cultura de paz y psicología del conflicto

humanas básicas (necesidades psicológicas) subyacentes tras las posi-


ciones en conflicto como John Burton, reconoce la importancia de los
intereses materiales en la génesis de los conflictos.
Los recursos no son infinitos. La escasez es una realidad. Pero la escasez de
recursos se refiere a los medios, no a las metas humanas. La identidad cul-
tural, por ejemplo, no es un recurso escaso. Tampoco lo es la seguridad.
Por el contrario, cuanto más las experimente uno más hay disponible para
los demás (Burton y Sandole, 1986:337).

Pero de igual o mayor importancia que los intereses objetivos serán las
percepciones de los protagonistas: ¿cómo perciben una situación quienes
han de tomar decisiones dentro de ella? Es precisamente este componente
interpretativo, subjetivo, desde el que cada uno de nosotros “construye”
su “esquema de conflicto” (Pinkley, 1990) el que puede dar esperanza
razonable de la transformación constructiva de muchos, si bien no de
todos, los conflictos que protagonizamos. No cabría esperar transforma-
ción allí donde el determinismo de las situaciones no dejase lugar a diferen-
tes percepciones e interpretaciones ni a la resignificación de estas últimas.
Donde hay determinismo no hay posibilidad de cambio.
Nuestra insistencia en el rol que los aspectos cognitivos tienen en la
construcción, escalada, estancamiento y resolución o transformación de
los conflictos, en absoluto supone que entendamos éstos como algo mera-
mente imaginado por las mentes de sus protagonistas. Como muy oportu-
namente señala Herbert Kelman (1997), “psicológico” no es opuesto a
“real”.
Análisis psicológico del conflicto de ninguna manera implica que el conflic-
to no sea real, un mero producto de los errores de percepción y compren-
sión. Examinar los procesos emocionales y cognitivos en una relación de
conflicto, no es presuponer que estos procesos sean irreales o irracionales.
El grado de realismo y racionalidad varía de situación en situación. Aún
más, el análisis psicológico se preocupa a menudo por mejorar el realismo
en la percepción (White, 1984) o en la racionalidad de quienes toman deci-
siones (Janis, 1972; 1982). Por otra parte, el análisis psicológico se basa en
el presupuesto de que los factores subjetivos desempeñan un rol en la per-
cepción e interpretación de los sucesos. En una relación de conflicto, tales
elementos subjetivos pueden exacerbar el conflicto generando diferencias
en la manera en que las partes perciben la realidad e imponiéndoles limita-
ciones a la persecución racional de sus intereses (Kelman en Zartman y
Rasmussen, 1997:193).

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El análisis y la transformación del conflicto (pensamos que “transforma-


ción” es un término por modesto más realista que el más popularizado de
“resolución”) tiene aplicabilidad a un amplio espectro de las relaciones in-
terpersonales e intergrupales. Como escribiera Thomas Shelling en su ya
clásico The Strategy of Conflict (1960; 1999) respecto a la utilización de
unas u otras estrategias, éstas son inaplicables allí donde las partes no
tienen interés alguno en cooperar ni siquiera para evitar el desastre mutuo,
y son innecesarias allí donde no hay conflicto ni problema alguno en
identificar y colaborar a metas comunes. Entre ambos extremos, el análisis
y transformación del conflicto tiene utilidad en ese amplio espectro que va
desde la asociación precaria donde hay disposición a la cooperación
pero ésta no es completa ni estable, hasta el antagonismo incompleto
donde hay conflicto pero éste no es destructivo y deja resquicios a su
transformación (Schelling, 1999; 15).

El conflicto
y la toma de decisiones

La relación de los términos conflicto y toma de decisiones, frecuente en la


literatura sobre el tema, por ejemplo entre estilos personales de afronta-
miento y patrones personales de procesar información y tomar decisiones,
aparece a la luz de la investigación empírica como positiva y significativa
(Laca, 2005b; Laca y Alzate, 2004). Así, John Burton que dedica un capítulo
de su Conflict: Resolution and Provention (1990) al proceso de la toma de
decisiones en la resolución del conflicto, cita algunas referencias de esta
estrecha vinculación.
Muchos escritores tanto de la gestión del conflicto como de su resolución
reconocen que están, de hecho, escribiendo sobre toma de decisiones y vi-
ceversa Janis y Mann titularon su libro Decisión Making: A Psychological
Analysis of Conflict, Choice and Commitement (1977). Fraser y Hipel uti-
lizan la toma de decisiones como su marco de trabajo en Conflict Analysis:
Models and Resolution (1984). Patchen en su Resolving Disputes Between
Nations (1988) dedica un capítulo a la toma de decisiones. En su prólogo a
Managing Public Disputes (1988) Carpenter y Kennedy dicen que su libro
está concebido para los tomadores de decisiones reconociendo así que la
gestión del conflicto es un tópico nuclear en la toma de decisiones. Fox
(1987) en su libro Effective Group Problem Solving: How to Broaden
Participation, Improbe Decisión Making, and Increase Commitment to Action
nos recuerda que la resolución de conflictos es una parte de los procesos de
toma de decisiones, como lo es también de la solución de problemas. Lawrence

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Cultura de paz y psicología del conflicto

Haworth (1986), tratando sobre la necesidad de satisfacer la autonomía si


se quiere evitar el conflicto, establece como prioritarias las tareas de toma
de decisiones (Burton, 1990:173).

Desde un enfoque cognitivo del conflicto, entendemos a éste como un


proceso interactivo entre dos o más protagonistas a lo largo del cual éstos
van decidiendo la estrategia o estilo de afrontamiento, son influidos ini-
cialmente en estas decisiones por la evaluación de sus intereses (interés
por los propios resultados e interés por los resultados que las otras partes
obtengan y la relación con ellas en lo que se conoce como “el modelo del
doble interés”). Modificarán después sus decisiones primeras en función
de la atribución de intenciones y valoración de los comportamientos de los
otros protagonistas que se hagan durante el transcurso del conflicto
(piénsese en los fenómenos de escalada o desescalada como ejemplos de
procesos interactivos en los que cada parte actúa condicionada por las
demás y, a su vez, las condiciona).
Por otra parte, en una sociedad crecientemente competitiva donde los
sujetos son cada vez más penalizados, o recompensados en su caso, por
las consecuencias de sus decisiones y en una cultura crecientemente indi-
vidualista que deja cada día más solo al sujeto frente al resultado de las
decisiones que tome, un factor muy condicionante de cómo afronten los
sujetos y grupos sus conflictos es la creencia en sus capacidades para
hacerlo constructivamente. La cuestión de la autoestima general del sujeto
y, más concretamente, la confianza en su capacidad de tomar buenas deci-
siones y manejar constructivamente diferencias con otros condiciona que,
finalmente, afronte constructiva o destructivamente sus conflictos (Mejía
y Laca, 2006).

Una invitación
a modo de conclusiones

Insistiendo una vez más en que las mejores intenciones hacia un fenómeno
no sustituyen al conocimiento real de sus dinámicas, invitamos a todas las
personas motivadas por la resolución constructiva del conflicto a acercar-
se a la psicología del mismo. Ciertamente, no con la expectativa utópica de
encontrar un recetario inexistente para resolver todos y cada uno de los
posibles conflictos en nuestras vidas. Como bien señala Bernard Mayer,
no se trata simplemente de decir a la gente cómo practicar la negociación,
la mediación y la facilitación; la práctica efectiva, sólo llega con el tiempo a
partir de un buen conocimiento teórico y una experiencia continuada
repensándose a sí misma y aprendiendo de sus fracasos. Un sólido y claro

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Francisco Augusto Laca Arocena

marco teórico es necesario para guiar una práctica efectiva, así como para
ayudarnos a aprender desde ella; pero incluso más importante que la teoría
y la práctica son los propios valores. Un serio compromiso con valores de
paz y con la resolución no violenta de las inevitables diferencias es el
terreno más firme desde el que podemos operar en la transformación cons-
tructiva de los conflictos (Mayer, 2000). Los valores forman parte de la
identidad cultural y se adquieren durante el proceso de construcción por
parte del sujeto de esta identidad (Baron y Byrne, 2002), lo cual nos condu-
ce a la cuestión de la educación y su imprescindible rol en la construcción
de una cultura de paz efectiva.
En nuestra modesta opinión, la política más efectiva hacia la construc-
ción de culturas más cooperadoras y constructivas en el manejo no violen-
to de las inevitables diferencias, la política más efectiva en definitiva en la
construcción de una cultura de paz realista, vendrá de la educación de las
jóvenes generaciones comenzando por su educación en actitudes. Las
actitudes primarias, básicas, hacia el conflicto, por ejemplo que no es bue-
no ni malo tener conflictos, es inevitable tenerlos y todo depende de que
se gestionen constructiva y no destructivamente; que una oposición de
intereses no implica necesariamente culpa en las partes (Laca, 2005a; Mayer,
2000), deberían inculcarse desde el inicio de la educación de los jóvenes.
Igualmente, un entrenamiento práctico en habilidades para negociar los
conflictos propios y mediar en los de terceros debería formar parte en los
programas de enseñanza, sino como una asignatura más del curriculum, al
menos, como una actividad práctica habitual en los años de formación.
Obviamente, ajustados estos programas a los niveles de desarrollo
cognitivo y emocional según la edad de los niños, adolescentes o jóvenes
a los que se dirijan.
Con origen en los Estados Unidos es creciente en Europa y Latinoamérica,
aunque a ritmo lento, la implementación de programas para capacitar a la
gente en la adquisición de técnicas básicas en el manejo constructivo de
sus conflictos cotidianos. Probablemente constituyan los Community
Boards de San Francisco (www.communityboards.org) una de las primeras
experiencias en la generación de programas comunitarios en la enseñanza
de habilidades en la resolución de conflictos. Desde 1976 en el ámbito de
los conflictos vecinales y desde 1982 en ámbitos educativos con diversas
adaptaciones de su Conflict Manager Program, han venido capacitando
a millares de personas en el manejo constructivo del conflicto.
Una variante característica de estos programas aplicados al ámbito es-
colar es la “mediación entre pares” (peer mediation). Muchachos y mu-
chachas de enseñanza secundaria (se está extendiendo a otros niveles
como el universitario) elegidos por sus compañeros para el rol de mediado-

66 Estudios sobre las Culturas Contemporáneas


Cultura de paz y psicología del conflicto

res en sus centros, reciben capacitación en técnicas de mediación como,


por ejemplo, la escucha activa. Posteriormente, estos jóvenes mediadores,
en algunos centros, incluso llevan alguna prenda de vestir que los distin-
gue para que sus compañeros puedan acudir fácilmente a ellos, actúan a
requerimiento de otros estudiantes cuando éstos protagonizan algún con-
flicto (a diferencia del arbitraje, la mediación no puede imponerse, debe ser
solicitada y aceptada por las partes). Siendo la comunicación la primera
víctima en toda situación de conflicto, éste sólo puede encauzarse hacia
alguna resolución mediante el restablecimiento de la misma. Es creciente
en la literatura sobre el tema que nos ocupa la importancia concedida a la
adquisición de habilidades en comunicación, es el vehículo de toda posi-
ble negociación o mediación. La comunicación está tanto en el corazón del
conflicto como en su posible resolución, por ello,
En el conflicto, no hay aspecto más importante que comprender o habili-
dad que desarrollar que la comunicación efectiva (Mayer, 2000; 119).

Esto es particularmente cierto en el ámbito de la educación secundaria


donde los adolescentes son naturalmente deficitarios en habilidades de
expresión clara pero no agresiva de las propias necesidades (asertividad) y
en la escucha activa de las necesidades de los otros (Laca, Alzate, Sánchez,
Verdugo y Guzmán, 2006).
Si comenzamos y proseguimos con más constancia que optimismo, es
decir con voluntad y realismo, a educar a las jóvenes generaciones en
actitudes constructivas y prácticas hacia el conflicto, desposeyéndolo de
épica y dramatismo, tomándolo por lo que es: un problema más a gestionar
efectivamente. Si más allá de una formación en valores de convivencia y en
actitudes realistas y constructivas para la negociación de intereses y la
satisfacción de necesidades, les dotamos además de modestas pero efica-
ces en el tiempo herramientas de negociación y mediación; estaremos po-
niendo las bases de una cultura de paz realista. Una cultura de paz que
seguramente no nos llevará a un inexistente edén kantiano de paz perpe-
tua, pero que nos alejará algo del abismo. Un abismo que en estos tiempos
neoconservadores de una cultura e integristas de otra parecen contemplar
con amenazadora fascinación.

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Notas y referencias bibliográficas

1. Lanza de Vasto, pacifista italiano afincado en Francia donde fundó una comunidad
agrícola organizada en valores pacifistas que recuerdan en alguna medida a las
comunidades cuáqueras. En los años cincuenta del siglo pasado, durante la
guerra de la descolonización argelina, dirigió actos pacíficos de oposición al
reclutamiento militar tales como encadenamientos de los jóvenes reclutas; actos
que serían frecuentes en la década siguiente en los Estados Unidos con motivo
de la guerra de Vietnam pero que en Europa en aquellos años eran una novedad.

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