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La niña desnuda: Guatemala

Aquiles Faillace

“Siguiendo la historia de los infortunios y calamidades de nuestra amada patria,


en el siglo XVIII, se nos presenta la gran tribulación que padeció el 1 de febrero
de 1705, en que enfureció el volcán, comenzó a vomitar humo y cenizas, en tanta
copia, que se oscureció el sol …” (texto tomado del Compendio dela Historia
General de la Ciudad de Guatemala, Domingo Juarros y Montufar. Capitulo XI
De la noche a la mañana, una postal se convierte en una escena dantesca que
siempre y sin excepción, es protagonizada por aquellos más vulnerables, los que
sobreviven bajo condiciones de pobreza y exclusión. No solo se les arrebata su
patrimonio sino también el derecho a la vida.
Es durante estos momentos que se pone en evidencia la precariedad de las
grandes mayorías, la cual cobra relevancia hasta que es demasiado tarde,
comprobando una vez más la debilidad estructural del sistema de protección
social, que no da una respuesta contundente frente a los riesgos naturales y
económicos.
Este no es el primer desastre natural ni será el último. Chile, México o Japón
son hermanos nuestros en el riesgo de desastres naturales, siendo abismalmente
opuestos en el cómo salimos de la crisis, que aprendemos de ellas y como
reconstruimos lo perdido.
La primera tarea ante un evento de esta magnitud es intentar poner a salvo a
todos los ciudadanos vulnerados y proveer para ellos. Mi admiración y respeto
por los héroes anónimos que arriesgan sus vidas y por los miles que, sin titubear,
salen y entregan todo lo que pueden en centros de acopio y albergues. Sin
embargo, pregunto: ¿Y el Estado?
La segunda tarea y más difícil, es reconstruir. Los huracanes Mitch y Stan
dejaron una huella que hace imposible olvidarlos. No podemos dejar las cosas
como estaban, habiendo convertido puentes Bailey (supuestamente temporales)
en parte de la infraestructura vial permanente. A partir de las guerras y
desastres naturales, otras naciones han sido capaces de reinventarse y cambiar
de rumbo. En nuestro caso la cultura del “chapuz” pronto nos hace caer en otra
crisis, agudizando el problema original. Las muertes por este suceso natural, los
damnificados y la suma de las pérdidas económicas son el resultado de un estilo
de desarrollo que normaliza la exclusión y racismo, la inseguridad y la pobreza,
donde nuestro estado se preocupa más el pueblo de Israel que el porvenir del
propio pueblo Maya.

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Con la misma facilidad se muere de hambre o frio que por intentar migrar en
busca de mejores oportunidades. No hay un sistema de protección social que
vaya más allá de la caridad ante la tragedia y promueva un piso de garantías
sociales que evite estas muertes, tan atroces como prevenibles.
No permitamos que esta sea otra coyuntura más, otro desastre que nos una para
pronto tomar cada quien su camino. Lo que hoy estamos llamados a hacer es
darnos cuenta que Guatemala en sí misma es un perpetuo desastre, en la que
todos los días sentenciamos a nuestra niñez al subdesarrollo y les vedamos de
un mejor futuro a las nuevas generaciones. Este desastre es la oportunidad que
ambicionamos, esa de propiciar que las personas no mueran por la furia
esperable de un volcán, pero tampoco de hambre.

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