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La etimología de la palabra Naturaleza indica que proviene del latín natura, que se refiere al
“nacimiento” (natus participio pasivo de nasci, nacer). Desde ese contexto se explican dos usos
comunes: por un lado, “naturaleza”, como referida a las cualidades y propiedades de un objeto o
un ser; y por otro, “Naturaleza”, para los ambientes que no son artificiales, con ciertos atributos
físicos y biológicos, como especies de flora y fauna nativas. Este capítulo enfoca este segundo uso.
A partir de esta línea surgen varios subconceptos, La Naturaleza ha sido invocada como el origen
de la riqueza de un país, pero también como un medio salvaje y peligroso donde ocurren desastres
que deben ser controlados. Madre tierra proveedora de alimentos; Reino salvaje de los primeros
exploradores del continente americano; más recientes son ecosistemas o ambientes.
Desde el cambio renacentista se acentúa la visión medieval del ser humano como parte de su
entorno, pero muy jerárquico, el ser humano cobra un nuevo papel por fuera y por encima de la
naturaleza. Se manipula y apropia la Naturaleza como condición y necesidad para atender
requerimientos, hasta llegar a considerar solo como factor de producción de tierra. Los recursos
naturales eran considerados como ilimitados, y tan sólo debían encontrarse sus paraderos para
enseguida explotarlos.
Los primeros economistas, imbuidos en estas concepciones, promovían tanto el progreso material
como la apropiación de la Naturaleza para hacerlo posible. Smith se refiere a la acumulación de
riqueza, mediante un progreso sostenido. Mill señalaba las ventajas del progreso perpetuo y el
dominio de la Naturaleza como su aspecto privilegiado.
Las diferentes concepciones de la naturaleza, son ideas generales sobre el desarrollo y el papel del
ser humano, que pueden ser analizadas como una ideología. El concepto de ideología se maneja
en un triple sentido: deformación, legitimación e integración. Debemos reconocer que existe una
ideología del progreso, que engloba a las diferentes escuelas sobre el desarrollo, las que en
realidad corresponderían a distintos paradigmas.
La frontera salvaje
En el inicio de la conquista y colonia, la Naturaleza era incontrolable y se imponía sobre los seres
humanos, quienes debían sufrir los ritmos de lluvias y sequías, la fertilidad del suelo, la
disponibilidad de agua o las plagas de los cultivos. Los espacios sin colonizar eran, a su vez, sitios
salvajes, potencialmente peligrosos por las fieras y enfermedades que pudieran cobijar. Los
colonizadores se vuelcan decididamente a controlar esos ambientes salvajes, con cultivo de la
tierra, la caza intensiva, la tala de bosques, la introducción de especies productivas o la
domesticación de especies salvajes.
Siguiendo la imagen de Descartes, donde todo era en realidad una máquina, la Naturaleza era
analizada en sus piezas, y desde allí se proveen los medios para la manipulación y control. La
misión se entendió como una “conquista” de la Naturaleza, pero además será la obra humana la
que permite “civilizar” a la Naturaleza, para que ofrezca sus recursos y riquezas, con el fin de
civilizar los espacios considerados salvajes, junto a los grupos indígenas que ahí vivían.
Ya que según el explorador Martius los indígenas americanos no eran capaces de dominar a la
Naturaleza y “ennoblecerla” por medio de la cultura, de donde serían excluidos de ese proceso de
“civilización”, que estaría en manos de los occidentales. El “destino” de los ambientes silvestres
sería el cambio por el “irresistible avance de la historia de los hombres”
A medida que avanzaba el control de la Naturaleza, se imponía a su vez una visión utilitarista.
Quedaban atrás los miedos ante el entorno, convirtiéndolo en una “canasta” de recursos que
pueden ser extraídos y utilizados. Minerales, animales y plantas eran vistos como abundantes y al
alcance de la mano; las llanuras y bosques eran descritos como inmensos y aguardando su
explotación. Los elementos de la Naturaleza se los observa como “recursos”, desvinculados unos
de otros.
Se reconocieron especies de animales o plantas “útiles”, engloban a los cultivos utilizables, las
maderas preciosas, y algunos animales de caza, alimentación y para la piel. Y las especies
“inservibles”, “peligrosas” o “dañinas”, como los grandes felinos, escorpiones, arañas, etc.
En los siglos XVIII y XIX se tiene una visión de la región atrasada, por trabas culturales o políticas,
ya que los indígenas no le daban un mejor uso a la naturaleza, por lo tanto, se buscó traer más
inmigrantes y civilizar a la población para hacer uso más eficiente de los recursos naturales.
La Naturaleza posee sus propios mecanismos y funcionamientos, que se conciben como “leyes”, y
que el humano no debería violar o alterar. La naturaleza poseía una dinámica basada en el
equilibrio, especialmente por la competencia; y un desarrollo temporal que va desde estados
iniciales a otros más desarrollados (sucesión ecológica).
Con la irrupción del concepto de ecosistema, se aplicó la noción de sistema sobre la Naturaleza
dada por los físicos en esa época. El concepto era una forma de descripción sintética y
correspondía a un principio organizador de compresión de la naturaleza.
Visión más reciente dice, que no existen comunidades ni ecosistemas reales en sí mismos, y que la
dinámica de los ecosistemas no está en equilibrio, sino en continuo cambio, sin un orden pre-
establecido.
La ecología clásica al presentar una Naturaleza con un orden propio, también ofrecía un marco de
referencia para proponer medidas de gestión.
Se considera al ambiente como una forma de capital lo que hace posible promover la
“internalización” de los recursos a la economía, se manteniendo la instrumentalización y
manipulación, así como el antropocentrismo, donde la valoración de la Naturaleza está dada por
los valores de uso y cambio asignados por el ser humano.
La Naturaleza se podría contabilizar en dinero, y la protección del ambiente en realidad sería una
forma de inversión; los ciclos ecológicos (como del agua o regeneración del suelo) pasan a ser
considerados “servicios” que pueden ser también ingresados al mercado. Por esto, la conservación
abandona sus objetivos primarios, los criterios de eficiencia y beneficio económico se imponen, y
quedan rezagados los valores ecológicos, culturales o estéticos.
La conservación apunta a asegurar tanto los procesos ecológicos como las especies vivas, y todo
eso depende de una dinámica ecológica, pero no de una económica. La presencia humana, aún en
el caso de que ésta sea ambientalmente saludable, no es necesaria ni indispensable para
mantener la sustentabilidad ecológica, la dimensión ecológica del desarrollo sustentable es una
propiedad de los ecosistemas y no del ser humano.
Y al ingresar a la Naturaleza dentro del mercado, de alguna manera desarticula y anula el propio
concepto de Naturaleza. La reemplaza por términos como capital, servicios, bienes, productos, o
recursos.
La naturaleza fragmentada
Este capítulo demuestra que hay muchas concepciones sobre la Naturaleza. Hay quienes la ven
como un mero agregado de elementos, otros como un “super-organismo”; para algunos está al
servicio de las personas, mientras que para otros posee derechos. Esta diversidad además se
correlaciona con matrices culturales (no es la misma la percepción y valoración de un vecino de
Cartago a un indígena de Cabécar). También hay diferencias en cómo un sitio es evaluado por
quienes viven en él, y por quienes lo observan desde fuera.
La categoría de Naturaleza es una creación social, distinta en cada momento histórico, cambiante
de acuerdo a cómo los hombres se vinculan con su entorno; se determina socialmente qué se
considerará Naturaleza, y qué deja de serlo cuando es artificializado.