Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
OBRAS REUNIDAS
II
EDICIÓN A CARGO DE
JESUS R. MARTÍNEZ MALO
VÍCTOR PELÁEZ CUESTA
CON LA COLABORACIÓN DE
FRANCISCO SEGOVIA
3%“
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Cuesta, jorge
Obras reunidas, tomo ll. Ensayos y prosas varias /Jorge
Cuesta ; edición a cargo de Jesús R. Martínez Malo, Víctor Pela’lez
Cuesta ; colab. de Francisco Segovia — México : FCE, 2004
566 p. ; 26 x 19 cm — (Colec. Obras Reunidas)
ISBN 968-16-7264-X
221
fundamentalmente externo de nuestra historia, que no tiene sus raíces ni en nuestra
vida indigena, ni en nuestra vida espanola.
Este acto externo tiene sus raices en Francia. Seguramente que a mas de un
espíritu ha de repugnar que se diga que Mexico es el resultado de una "importación
de cultura" y de la victoria que ha tenido la cultura “importada” sobre nuestros datos
histo’n‘cos mas genuinos. Pero son los datos históricos los que lo significan, La gue-
rra de independencia fue obra de “las ideas francesas". La guerra de Reforma, aun
prolongada contra la propia Francia, fue un triunfo de las ideas republicanas y del
Estado laico, las mas representativas creaciones políticas francesas; puede decirse
que fue un triunfo de Francia contra Francia, y bien clara esta su naturaleza de gue-
rra intestina. Nuestra existencia posterior a la guerra de Reforma, hasta nuestra mas
reciente Revolución, se caracteriza como un movimiento social para afirmar de un
modo definitivo el poder de una política revolucionaria, que no posee una significa-
ción histo’rica y revolucionaria diferente a la del radicalismo frances. La historia de
la nación francesa se ha distinguido por estos dos principios esenciales de su poli-
tica: el laicismo y el radicalismo, que no representan sino una misma actitud del
espiritu, manifesta’ndose, ora frente a los sentimientos religiosos, ora frente a los
sentimientos economicos. Su resultado es una política libre —exterior a los intere-
ses religiosos y económicos, habituales del individuo—. Ahora bien, la historia
nacional de Mexico es la historia de una política libre, desarraigada de la vida eco-
nomica y religiosa del país, y so'lo interesada en consolidar su libertad; no por otra
razón ha tenido que luchar contra nuestra tradicional Vida española, personificada
por la iglesia, y contra nuestra tradicional Vida indígena, personificada por nuestra
economía. Nuestra Independencia fue la fundacion radical de un Estado original y
libre; nuestra Reforma, la liberación radical de nuestra sociedad politica respecto de
su dependencia religiosa; nuestra última Revolución no es otra cosa que una libera-
ción radical de nuestra misma sociedad política respecto de su dependencia econó-
mica. Los tres movimientos son radicalismo puro, radicalismo frances.
La ignorancia de esta tradición externa ——-que no substituye, que no niega,
por su parte, sino que, por el contrario, afirma a nuestra tradición espanola, cuyo
sentido original es el de la cultura renacentista, el mismo a que obedece el desarro-
llo cultural de Francia—- hace que parezca inexplicable y arbitrario hasta nuestro
mas inmediato y correcto pensamiento politico, y hueco y sin sentido el lenguaje en
que se expresa. Y debe advertirse que esta ignorancia es la actitud caracteristica de
la reacción; que en esto consiste la reacción: en ignorar y no comprender la vida radi-
cal y desinteresada del espíritu, así se manifieste en la politica, en la literatura, en la
religion o en el arte. A un atento espiritu no se escapa el peligro que significa, hasta
223
puntal: si no penetrar en ellas. en nuestm espíntu propio, Mlemrx obras como
hs de Alfonso ¡lots sean eensuradas por su dexas-lamiemo y su desarraxgu, solo
m‘rmos en dejamos de ¡mmm genuino y autentico xr. a cuyo eonoexmlemo y a
cun! smsfnecmn nos hacemos ¡mumbles Es prensameme en ese Jrsanmm en
ese desfaslammm en donde mngun memeano debe dem de encontrar la verdadera
rubdad de su ggmñcxtón Menta: asi no sea. sólo la confusmn cabra en nuestro
csplmu Esto ser: el resultado de que ahandonemos el deber que nuestra propia
cultura nos tmpone verdaderamente. y que no es mm que encnnlrar en una mlun.
ud enema. en efecto. L1 eseneu de nuestra pmpm mlumad mtenor. el nngen dc
nuestra pmpu .qgmfx‘xlon; pem demm de la cual es menesier que se mamhmen
nuestra mmhhdad y mmm com-¡meu profunda de ella. y no solo una aga.
nnepenuda. hlpamu y Ohm": dependeneu cspmtual.
I NH]
El clasicismo mexicano
259
mexicana. Consciente de este origen, y constantemente fiel a e’l, la función de la
poesía mexicana, dentro de la española, ha sido el mantenerle, el recordarle esa
universalidad.
Los orígenes de la poesía mexicana se confunden con una de las más brillan-
tes epocas de la poesía, Sus primeros balbuceos fueron obras clásicas y perfectas,
que no ven disminuido su valor dentro de la competencia poe’tica universal ma’s
admirable que haya habido nunca. Desde su nacimiento entro’ en la madurez; desde
su infancia fue suya una responsabilidad superior que fascinaba a los ma’s grandes
ingenios de una gran e’poca, en las mas grandes naciones.
Inmediatamente entró de lleno en la tradición mas honrada y tuvo que satis-
facer al mas exigente linaje. Es imposible suponer siquiera la probabilidad de que
el pensamiento mexicano, en su nacimiento, no hubiera sentido la dominación de un
pensamiento que dominaba universalmente, como no es posible suponer tampoco
que hubiera podido nacer y desenvolverse de un modo original sin la obra de esa
fascinación.
Ha sido un compromiso para la historia de la literatura mexicana esta identi-
dad de sus orígenes con la literatura cla’sica española. ¿Las obras de don juan Ruiz
de Alarcón y Sor Juana Ine’s de la Cruz pertenecen a la literatura española o pueden
considerarse ya como una literatura mexicana? Pero este problema es absolutamen-
te vano, si se recuerda que se trata de una literatura espanola clásica, es decir, con
un lenguaje y una significación universales. Tampoco pertenecen exclusivamente a
España las obras de fray Luis de León o las de Francisco de Rioja. La vida de una
cultura española en America no se explica sin un desprendimiento de España, es
decir, no se explica sin un clasicismo, sin un universalismo español. La dominación
de España en America —tambie’n en la poesía- fue la dominación de un pensa-
miento universal, un pensamiento que era también el de Italia, Francia e Inglaterra,
y que bebía en las fuentes clasicas de Grecia y de Roma. No habría habido una lite-
ratura española en America si el idioma español no hubiera sido un idioma univer-
sal y culto, capaz de servir a la expresión de no importa que temperamento; capaz
de dar forma a una literatura original y nueva en no importa que” latitud. En los
Estados Unidos, de una manera semejante, se habría adoptado el latín, por ejemplo,
como lenguaje literario, si el ingles no hubiera poseído, gracias a su cultura, gracias
a su relación con las mas diversas maneras del sentir y del pensar, la capacidad de
recibir en sus formas no importa que” nuevas e inesperadas concepciones. junto con
las formas cultas del español, pasaron a Mexico también las formas populares. Pero
si sólo éstas hubieran pasado, hoy sería la fecha en que quiza no podría hablarse de
una literatura mexicana original, aunque, en cambio, habría en Mexico una litera-
261
ba, no dejó de ser la representación de la herejía. Esta condición original ha hecho
imposible un casticismo en America, o sea una ortodoxia amen’cana de la sangre.
Esta condición muy pronto hizo sospechoso, a los europeos ortodoxos, lo que se
produciría en América y aspiraba naturalmente a la universalidad.
La originalidad americana de la poesía de Me’xico no debe buscarse en otra
cosa que en su inclinación clasica, es decir, en su preferencia de las normas univer-
sales sobre las normas particulares. De este modo, se ha expresado su fidelidad a su
origen en lo que consiste la originalidad. Esa inclinación no pudo desaparecer ni del
romanticismo mexicano, que ha sido una tendencia hacia la particularización: razón
por la cual nuestro romanticismo se derivó directa, y no inversamente, de nuestra
poesía academica. Así como las obras de Sor juana lne’s de la Cruz y de Juan Ruiz
de Alarcón se distinguen dentro del clasicismo español por su mayor radicalismo,
nuestra poesía academica posterior se distingue de la similar española por una
mayor libertad, por un apego menor a las formas artificiales de una escuela cla’sica
española, por un deseo natural de mantener Viva una escuela cla’sica universal,
Es decir, el academicismo mexicano fue mucho menos academicismo que el espa-
n'ol: ningún casticismo le prohibía encontrar directamente en las fuentes clasicas
griegas y latinas la autorización de su herejía y el ejemplo de su independen-
cia y sus predilecciones revolucionarias. Una de e'stas era, cosa en España blasfe-
maton'a, no tener empacho en mirar sus modelos y sus normas también en el clasi-
cismo francés.
La relación que se establece en la poesía mexicana entre el academicismo y
el romanticismo permanece obscura y resulta como arbitraria y sin sentido, si se
juzga de acuerdo con los más estrechos conceptos escolares, que no acostumbran
distinguir perfectamente el clasicismo del academicismo, y arrojan al romanticis-
mo en contra de los dos. En contra del clasicismo, el academicismo fue quien se
arrojó. El academicismo ha sido un clasicismo sin universalidad, un clasicismo par-
ticular. Si se tiene presente que el romanticismo ha sido el amor de lo particular en
el arte, se encontraran razones para acercarlo al academicismo y no para oponerlo
a e'l. Sin embargo, el romanticismo difiere en su culto por la modernidad, cosa que
hizo de e’l, mas que un particularismo en el espacio, un particularismo en el tiem-
po, aunque tambie’n ha sido las dos cosas a la vez. Ahora bien, el academicismo
mexicano, sin una tradición clásica, histórica y geográficamente propia, estaba filo-
so'ficamente imposibilitado para ser un clasicismo castizo y particular: el universa-
lismo estaba necesariamente presente en e’l. Cuando vino el romanticismo, puesto
que era un particularismo en el tiempo, puesto que era un culto de la modernidad
universal, satisfizo, inmediatamente, la necesidad de la poesia académica mexica-
263
trar en la nueva poesía que la esmeralda de los arboles fuera más que una metá-
fora retórica, y que los lagos se confundían positivamente en la mente de los poe-
tas con la plata, el zafiro y el lapisla'zuli. Pues en su poesía ya existen versos como
e'stos:
bellota
en el pajizo algodonal levanta
de su “Cándido” airo’n la blanca nota.
265
Pero el desierto de Díaz Miro'n es un desierto en que no queda ninguna can-
didez y en que ninguna niebla, ninguna sombra existe para proteger a la fantasía:
Tan significativo como que Díaz Miro’n haya sido nuestro más grande román-
tico es que Gonzalez Martínez haya sido nuestro mas grande simbolista. No fue, con
seguridad, ni un accidente ni una aberración consentida el que se hubiera puesto en
Mexico a la cabeza de una escuela literaria esteticista, un temperamento de mora-
lista, que no consiente en el pensamiento poético la embriaguez o que no se com-
place en ella. El conocido verso
es una herejía dentro del simbolismo. Sin embargo, Gonzalez Martínez es el simbo-
lismo mexicano, no a pesar de, sino gracias a esa herejía. La moralidad en su poesía
es una reserva que hace una penitencia reflexiva, una especie de arrepentimiento;
su objeto es alejar la satisfacción, mantener viva y despierta la pena; a causa de ella
se acerca a la belleza con desconfianza, prefiriendo su mentira en la imaginación a
su falsa presencia. Se la nombra exactamente si se dice que es esta una “desconfianza
mexicana”; que es el temor de ser particular, de no concertar universalmente. La
belleza ——parece decir Gonzalez Martínez- no me es familiar, no me está próxima;
ycon esta conciencia le devuelve su verdadera condición extraordinan’a y furtiva, y
no incurre en la romantica fatuidad de pensar que se la trae sujeta a los labios. La
ambición de este poeta es la certidumbre, la evidencia, y su virtud se robustece en
una indiferencia orgullosa semejante a la de Díaz Miro’n. El efecto de su reserva es
que deba buscarse su espiritu en la profundidad, donde mantiene su conflicto, y
que deba admirarse una actitud que conduce a la poesía mexicana a la reflexión,
y que la restituye, si no a la universalidad, al universalismo.
El “modernismo” mexicano tiene para la historia literaria el interes de haber
sido un movimiento “lrancesista”, que se desprende en absoluto de las tradiciones
españolas. Por tanto, representa también, relativamente, en su totalidad, una deci-
sión here’tíca, pero que solo en Gonzalez Martínez recuerda su propósito de uni-
versalidad. En este movimiento se perdio” por completo la posibilidad de que un
espan’olismo llegara a prosperar en México; pero no sólo ha sido incapaz de evitar
267
un mexicanismo, sino que su propia tendencia particularista lo ha creado o fomen-
tado. El mexicanismo en nuestra poesía contemporanea no es sino un “modernis-
mo” aplicado al paisaje de México. Todos los mexicanismos en nuestra literatura no
han sido sino aplicaciones al paisaje, es decir, no han tenido sino un puro caracter
ornamental. Además, han podido existir so'lo cuando una poesia extranjera, por su
inclinación a lo particular, se ha prestado a recibir lo “mexicano” como objeto. En
otras palabras, la literatura mexicanista no ha sido una literatura mexicana, sino el
exotismo de una literatura extranjera. El romanticismo histórico hizo una poesia
mexicanista con la historia mexicana; el costumbrismo español hizo un costum-
bn'smo mexicano; el exotismo de la poesía sirnbolista y postsimbolista francesa per-
mitió un nuevo mexicanismo; como en España, ya desde Juan Ramón jimenez, ha
permitido un españolismo nuevo. En consecuencia, no es para extrañar que en nin-
gún mexicanismo de la literatura mexicana sea imposible encontrar la menor ori-
ginalidad.
De Ramón López Velarde, poeta que murió a los treinta y tres años de edad,
en 1921, se ha hecho el representante de una escuela mexicanista; se ha hecho, pero
indebidamente: Ramón López Velarde es uno de los poetas más originales de Me’xi-
co. Parece que en e'l se hubieran vuelto manifiestamente fecundos y hubieran reve-
lado su sentido el silencio de Díaz Miro'n y la reserva de González Martínez. Es cier-
to que, en apariencia, López Velarde es el poeta del paisaje social de Me’xico; su mas
aplaudido poema: La suave patria, es un canto a lo pintoresco mexicano; su primer
libro de versos es el canto de la provincia. Sin embargo, en este aspecto de López
Velarde hay que ver más una tolerancia suya que su verdadero caracter. Dentro
de su propio paisajismo no logra ocultarse un sentimiento clasico, semejante al de
Othón, pero mucho más significativo. López Velarde es también un decepcionado
del paisaje. Su paisajismo es un gusto en el sentimiento de su decepción; senti-
miento que resulta tanto mas trágico cuanto que no es la naturaleza física la que le
revela su aridez; quien se hace diáfano como un desierto se expone a los ma’s ardien-
tes y ávidos rayos luminosos, y pierde su candidez.
En Ramón López Velarde la poesia mexicana se reflexiona apasionadamente,
repudia sus artificios y adquiere una conciencia de sus propósitos que es compara-
ble, por su penetración, a la conciencia inmortal de Baudelaire. No son numerosos
los poemas en que este poeta dejó lo mejor de si mismo: son unos cuantos; pero bas-
tan para que se le admire como el poeta más personal que en México ha existido. La
llama que en su poesia se enciende no se limita a darle a ella su claridad, sino que
ilumina el destino todo de la poesía mexicana. En Ramón López Velarde adquieren
un sentido todas las tentativas poéticas mexicanas cuya originalidad es dificil adver-