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VIVIR
LA EUCARISTÍA
que nos mandó celebrar el Señor
( LITURGIA
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OFOVENDA
Pedro Farnés Scherer, pbro.
VIVIR LA EUCARISTÍA
QUE NOS MANDÓ
CELEBRAR EL SEÑOR
| LITURGIA
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F U N D A C I Ó N P E D R O FARNÉS tiene como finalidad la promoción de la sagrada Li-
turgia que ha sido el trabajo y la vida de D. Pedro Farnés Scherer. A iniciativa de una
familia cristiana de Barcelona, que ha aportado el patrimonio fundacional, y con la ayuda
y orientación de un pequeño grupo de presbíteros de diferentes diócesis de España se ha
creado dicha Fundación. Pretende mantener y continuar la obra y los escritos de D. Pedro
Farnés -quien ha cedido a la Fundación todos los derechos sobre sus libros y escritos y
su biblioteca y archivo- y ayudar al conocimiento más profundo y a la celebración más
piadosa de los dones que el Señor dejó a su Iglesia en la Liturgia.
C O N LICENCIA ECLESIÁSTICA
© F U N D A C I Ó N "PEDRO FARNÉS"
ISBN: 978-84-939108-0-8
Depósito legal: SE-5948-2011
Impresión i encuademación:
Publidisa
La reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento, comprendidos la repro-
grafía y el tratamiento informático, como también la distribución de ejemplares mediante alquiler
o préstamo, quedan rigurosamente prohibidas sin la autorización escrita de los titulares del "Co-
pyright" y estarán sometidas a las sanciones establecidas por la ley.
Al Emmo. y Rvdmo. Mons.
Jorge Arturo
Cardenal Medina Estevez,
prefecto emérito de la Congregación
del culto divino
y de la disciplina de los sacramentos,
miembro de la redacción del
Catecismo de la Iglesia Católica
y "viejo amigo "
con sincero agradecimiento
por su siempre amable acogida
en la Congregación de la que fue prefecto.
SIGLAS Y ABREVIATURAS
IGMR
Missale Romanum, Institutio generalis Missalis Romani, Ed.
typica tertia, Typis Vaticanis 2002 (= IGMR).
Ordenación General del Misal Romano.
http://www.va/roman ciiria/congregations/ccdds/documents/rc_con_ccdds_
doc 20030317_ordinamento-messale_sp.html
SC
Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concdium sobre
la Sagrada Liturgia
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/
vat-i i_const_ 19631204_ sacrobanctum-concilium _sp.html
Rit. Serv.
Missale Romanum: Ex decreto Ss. Concüii Tridentiní restitutum
Summorum Pontificum cura recognitum
RITUS SERVANDUS in celebratione Missae
PRESENTACIÓN
En las páginas que siguen al prólogo será el mismo autor de este libro quien
se presentará a sus lectores y hará la introducción a esta su última fatiga.
Aquí quisiéramos sólo brevemente decir "dos palabras" al lector.
Conocemos desde hace muchos años al Padre Pedro Farnés Sherer y hemos
tenido la oportunidad de escuchar algunas de sus doctas conferencias sobre
temas de liturgia, además de leer algunas de sus obras, empezando por la
"Ordenación General del Misal Romano", publicado junto con el Padre
Miguel Delgado en 1969, nada más publicarse la primera edición del Misal
Romano de Pablo VI, y no digamos sus numerosas aportaciones anteriores
en la revista de pastoral litúrgica "Phase", después en la revista "Oración de
las Horas" (pasando a ser "Liturgia y Espiritualidad"), revista del Instituto
de Liturgia de Barcelona, del que ha sido muchos años director.
Precisamente en esta revista, durante varios años (al menos de 1979 hasta 2005))
el Padre Farnés se ha cuidado con amor y entrega - diría más, con pasión - de la
sección: "Mejorar la celebración", convencido de que ninguna reforma litúrgica
será jamás llevada a término si no se traduce en un nuevo "estilo celebrativo",
pero esto no es más que el resultado de una nueva y más profunda compren-
sión teológico-litúrgica de aquello que "el Señor nos ha mandado celebrar".
En primer lugar el punto de partida del autor: nos pone delante los siete ges-
tos realizados por el Señor en la cena (tomar el pan - bendecir a Dios - partir
el pan - distribuir el pan - celebrar una cena intermedia - recitar una segunda
acción de gracias sobre la copa - dar a beber de la copa) y "las seis acciones
que la Iglesia ha recibido del Señor y ha conservado siempre en todas las
familias litúrgicas de Oriente y Occidente como elementos inmutables de la
Misa" (tomar la copa - bendecir a Dios - preanunciar, con palabras y gestos,
su oblación sacrificial - partir el pan - distribuir el pan partido - dar de beber
PRESENTACIÓN
La edición de este volumen puede, por tanto, hacer un precioso servicio a todos
aquellos que tienen amor al estudio y el conocimiento de la liturgia, a tantos
obispos y presbíteros, pero también a todos aquellos laicos que no se contentan
con "asistir" a la Santa Misa, sino que buscan aquella «plena, consciente y
activa participación en las celebraciones litúrgicas reclamada por la naturaleza
de la Liturgia misma, y a la que el pueblo cristiano ... tiene derecho y deber en
virtud del Bautismo» (SCI4). Esperamos que el trabajo del Padre Farnés pueda
continuar en el tiempo la obra de acompañamiento en la formación litúrgica a
la que se ha dedicado durante toda su vida y que tanto lo ha apasionado.
D. Ezechiele Pasotti
Jefe de estudios
Seminario Diocesano Misionero "Redemptoris Mater" Roma
Los años que aún nos queden de vida en este mundo los queremos dedicar
principalmente a la espera de la venida del Señor. No queremos, con todo,
aunque sea con menos fuerzas que en nuestra juventud, olvidar la vocación
cristiana de pueblo sacerdotal y nuestra vocación, como cristianos, de ser
luz de los hombres que, en el mundo buscan el rostro del Señor. Frente
sobre todo a nuestros hermanos, los miembros de la Iglesia, no queremos
cejar en el ministerio que recibimos en la ordenación presbiteral, de ayudar
a nuestros hermanos bautizados a comprender cada día mejor y a participar
cada vez con mayor intensidad de los tesoros que Jesús nos dio para vivir,
ya durante la vida mortal, aunque sea aún sólo en el claro-oscuro de los
signos sacramentales -de la Eucaristía singularmente- aquello que con-
templaremos, ya cara a cara y sin velos (1 Cor 13, 12) en el reino que Dios
nos tiene preparado (Le 22, 29).
Vivir ¡a Eucaristía que nos mandó celebrar el Señor, ,e sara al autor rd es-
tas páginas, una obra con larga historia personal. Recuerdo, con acción de
gracias al Dios de quien procede todo don (Sant 1,17,) como en ya el leja-
no 1932, cuando iniciábamos nuestro camino consciente de vida cristiana,
recién recibida la Confirmación, nos preparábamos para participar por vez
primera en la Eucaristía. Acompañado por mi madre, mujer de alta cultura
humana y sólida formación cristiana3, recorrimos varias librerías religiosas
Ordenado presbítero en 1950, creo viví, creo que con gran intensidad, el
crecimiento del Movimiento litúrgico y de sus etapas en España. La Encí-
clica Madiator Dei de Pío XII, (1947), mis estudios posteriores en el Insti-
tuí Superieur de Liturgie de París, la preparación y desarrollo del Concilio
Vaticano II (en el que personalmente no intervine ni como consultor, pero
del que estuve muy en contacto a través de algunos de los personajes que
para participar en la Misa usaba siempre su misal inglés que en Inglaterra era ya bastante
común entre los fieles, cuando en España era casi totalmente desconocido.
16 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDO CELEBRAR EL SEÑOR
1. LA JOYA Y EL ESTUCHE
manece siempre la misma pero el "cofre" no. Incluso puede darse -alguna
vez ha pasado- que el "cofre" sea menos apropiado a la "joya", es decir, que
los ritos que "envuelven" la celebración ofusquen el más genuino «entido de
la celebración; en este caso se hace necesaria una reforma de determinados
ritos de la celebración (Sacr. Conc. 21).
La Eucaristía "que nos dio el Señor" debe celebrarse siempre con fidelidad
en el interior del "cofre eclesial", es decir, acompañada de los ritos litúrgicos
preparados por la Iglesia. Toda la historia de las Iglesias orientales y occi-
dentales nos testifica que romper con los usos -con los ritos- de la propia
Iglesia es signo inequívoco de rompimiento con la misma Iglesia de Jesús.
El Vaticano II en nuestros días ha vuelto a repetir la necesidad de alejar de
la celebración todo rito o gesto que no sea "de la Iglesia". La motivación de
esta unidad litúrgica es fácil de entender: el Señor no ha dejado la Eucaristía
a cada uno de los bautizados individualmente ni a cada asamblea de fieles,
sino a la "Iglesia" como tal. Ya en el s. II, decía san Ignacio de Antioquía que
no era legítima la Eucaristía celebrada al margen del obispo; para expresar
esta pertenencia de la Eucaristía a la Iglesia y no sólo al grupo que la celebra
en un lugar concreto, en la liturgia romana se nombra al obispo del lugar y al
Papa, como signos de la unidad de la Iglesia celebrante, en el interior mismo
de la Plegaria eucarística (en las liturgias orientales se citan con el mismo fin
incluso algunos de los diversos obispos de las Iglesias mayores).
La distinción joya y cofre, con todo, no sólo interesa al Papa sino también a
todos los fieles, aunque bajo otro aspecto: no en vistas a cambiar los ritos,
que los fieles nunca pueden modificar ni suprimir aunque se trate de ritos
secundarios o pertenecientes al cofre. Los fieles, sean laicos o ministros,
no pueden cambiar los signos eclesiales de la celebración pero sí pueden
y deben esforzarse en dar un realce relativo a cada una de las partes de la
celebración. Porque si es verdad que el cofre es precioso, \ajoya vale aún
mucho más. A los fieles - y este aspecto es muy importante-, les interesa y
deben saber distinguir entre lo que es \ajoya -para que quede más subraya-
da y se viva con mayor intensidad- y lo que es el cofre que está muy lejos
de tener el mismo valor que lajoya que hemos recibido del mismo Señor.
Nos hemos referido hasta aquí a lajoya que nos dio el Señor y al cofre que
la Iglesia le ha preparado. Hemos dicho también que la joya es única y que
los cofres son -y han sido a través de los siglos y de los diversos ritos de
Oriente y Occidente- a veces muy diversos. En cuanto a los ritos de la Misa
en la liturgia romana algunos de nuestros contemporáneos han celebrado
la Eucaristía con ritos diferentes, antes o después del Vaticano 1. Aún hoy
son diferentes los cofres en cada una de las familias litúrgicas, sobre todo
en Oriente. En estas familias litúrgicas se enmarca la única joya de la ce-
lebración eucarística en ritos o cofres eclesiales diversos.
La finalidad que pretendemos es simple: lograr que, por una parte, que
objetivamente se descubra cuáles son los ritos que constituyen el núcleo
de la celebración -Xajoya que nos dejó el Señor- y por otra que los par-
ticipantes -ministros y fieles- subjetiva y espiritualmente vivan con la
mayor intensidad estos gestos recibidos del Señor, subrayándolos muy por
encima de los elementos añadidos por la Iglesia. Que, por ejemplo el Canto
de entrada o el Cordero de Dios -elementos del cofre eclesial- no tenga
más realce que el Prefacio o el Santo que, por formar parte integrante de
la Plegaria eucarística, pertenecen al núcleo mismo de a Eucaristía es real-
mente importante.
ha joya, es decir la Eucaristía que nos entregó el Señor, consta de dos par-
tes: La Palabra y la Plegaria eucarística (Sacr. Conc. 56; IGMR 8); todo lo
demás forma parte únicamente del marco añadido por la Iglesia para vivir
mejor los dos ritos fundamentales. Todos los ritos eclesiales se han de reali-
zar ciertamente con plena fidelidad; pero lo que no puede admitirse que los
ritos eclesiales queden, de hecho, más realzados, ni en la espiritualidad ni en
la práctica litúrgica, que las dos partes fundamentales de la celebración.
22. VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR El, SEÑOR
Para vivir la Eucaristía que nos mandó celebrar el Señor es preciso, pues,
distinguir y valorar, por encima de todos los otros ritos secundarios que
con el correr de los tiempos se han añadido, los gestos fundamentales que
nos vienen del Señor. Todo lo que no sea la proclamación de la Palabra y
la Acción de gracias constituye simplemente el estuche en el que las di-
versas familias litúrgicas de Oriente y Occidente han ubicado lajoya que
nos legó el Señor, tal como explicamos en el capítulo anterior. Todos los
ritos añadidos a este esquema fundamental se han de realizar fielmente,
pero se deben valorar en la medida que sirven para subrayar y hacer vivir
con mayor intensidad las dos partes de la Misa, sin interferir en el signi-
ficado radical cristiano de las dos partes de la Misa.
2. LA IGLESIA ENSAMBLA MUY PRONTO EN UNA ÚNICA CELEBRACIÓN LOS DOS MAN-
DATOS OUE JESÚS LE ENCOMENDÓ
Las dos acciones que Jesús confió a su Iglesia -el mandato de anunciar
el Evangelio y el de actualizar sacramentalmente su Pascua o tránsito de
este mundo al Padre- el Señor las confió a los suyos en dos ocasiones
o momentos cronológicamente distintos y bastante distantes entre sí6. La
misión de anunciar el Evangelio se la confió a sus apóstoles después de la
resurrección, poco antes de su Ascensión al cielo (Mt 28, 19); la de repetir
los gestos que actualizan su muerte y resurrección, antes de su muerte, en
la cena de la víspera de su pasión (Le 22, 19).
6 Por ello no es sino una acomodación un tanto artificial pretender que el llamado Dis-
curso de la Cena en S. Juan sea una especie de Liturgia de la Palabra. La Liturgia de la
Palabra depende no de la Cena ritual judía sino del culto sinagogal.
LOS DOS RITOS CENTRALES DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA 25
Pero la Iglesia ensambló muy pronto en una única celebración estos dos '
mandatos. Los fieles ya a principios del s. II, celebraban habitualmente la
Palabra inmediatamente antes de la Eucaristía7. Este ensamblaje del anun-
cio evangélico y de los gestos eucarísticos en una única celebración es,
por otra parte, muy coherente: el anuncio del Evangelio, en efecto, y el
tránsito de Jesús de este mundo al Padre como cabeza de la humanidad son
dos realidades íntimamente ligadas entre sí, dependientes, por decirlo de
alguna manera, la una de la otra: lo que anuncia la buena nueva del Evan-
gelio, Jesús lo realizó con su muerte y resurrección. Ambas realidades la
Iglesia las hace presentes en su más característica celebración a través de
la proclamación de la palabra y de la realización de los signos eucarísticos
en la asamblea que llamamos Misa. Por ello el Vaticano II puede afirmar
con razón que "las dos partes de que consta la misa, a saber la liturgia de
la palabra y la eucaristía, están tan íntimamente unidas que constituyen un
solo acto de culto (Sacr. Conc. 56; Cf. también IGMR, 8)".
3 . LOS SIETE GESTOS QUE REALIZÓ EL SEÑOR EN LA CENA Y LAS SEIS ACCIONES QUE
ENTREGÓ A LA IGLESIA PARA QUE CELEBRARA SU MEMORIAL
1. tomar el pan
2. bendecir a Dios por las maravillas que obra en favor de los hombres
(Qiddush hebreo con explicitación de su muerte-resurrección)
Estos siete gestos Jesús los insertó, probablemente8 en el interior de los ritos
de la pascua judía. Estas siete acciones -no seguramente los restantes ritos
de la Pascua de Israel- la Iglesia las conservó al principio (seguramente
cuando celebró la Eucaristía en comunidades judeo-cristianas) pero pronto,
en las comunidades cristianas de origen pagano9 se suprimió la cena inter-
calada entre ambas bendiciones y, parece que muy pronto se unieron en una
sola bendición (o plegaria eucaristica) la bendición del pan y la bendición de
la copa que, en la Cena de Jesús, tuvieron lugar al inicio y al final de la cena.
Con ello la Iglesia redujo a seis los siete ritos que hizo el Señor.
8 Decimos que Jesús insertó posiblemente los ritos eucarísticos cristianos en los de la
pascua judía, pero este detalle no es absolutamente cierto. Lo que sí que es innegable que
Jesús instituyó la Eucaristía en el contexto de una cena ritual judía (fuera esta pascual o
no). Hay quienes piensan que en la Cena el Señor se limitó a la bendición del birkhat-ha-
mazón, que forma también parte de los ritos pascuales judíos, pero que, con todo, tiene
lugar también en otras ocasiones, especialmente en la inauguración semanal del sabbat.
Para el significado de la Eucaristía cristiana este detalle -únicamente en la bendición del
birkhat-ha-maz.ón- tiene muy poca importancia porque, de hecho, la comunidad cristiana
olvidó pronto -o no conoció nunca- el conjunto de ritos pascuales judíos posiblemente
siguió sólo los ritos comunes del birhkat-ha-mazón, presente en la Cena pascual y también
en otras cenas religiosas judías. El ritmo semanal de la Eucaristía cristiana absolutamente
seguro y el hecho histórico de que el pan ácimo, usado en el rito pascual judío, no fue
incorporado a la Eucaristía cristiana hasta el s. VII (y únicamente en Occidente).
9 San Pablo, en la más antigua descripción de la Cena del Señor que se conserva, ya
insinúa la conveniencia de suprimir la cena en la celebración eucaristica (1 Co 11,22). En
las descripciones eucarísticas extrabíblicas ya no se encuentra nunca la cena unida a la
Eucaristía sino que ambas bendiciones -la del pan y la de la copa- aparecen unidas en el
interior de una sola bendición o plegaria eucaristica.
LOS DOS RITOS CENTRALES DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA 27
4. romper el pan
Estas seis acciones son, ni más ni menos, las partes constitutivas del rito
eucarístico, las acciones que la Iglesia ha recibido del Señor, que nunca
pueden faltar en la celebración eucarística y que en las maneras de celebrar
deben sobresalir sobre todo los otros ritos.
10 La llamada Gran entrada del rito bizantino -que a su manera parece también existió
en el antiguo rito galicano- no tiene nada que ver con la procesión de las ofrendas; en la
gran entrada, en efecto, no son los fieles quienes llevan el pan y el vino para la Eucaristía
-el rito no tiene, pues, el sentido de ofrenda de dones- sino que son los ministros quienes
llevan procesionalmentc el pan y el vino y en alguno de los cantos que acompañan esta
procesión parece que el rito se interpreta más bien como un adelanto de la presencia eu-
carística del Señor.
LOS DOS RITOS CENTRALES DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA 29
"En las fórmulas que siguen (se refiere a las palabras del relato de la
Institución) las palabras del Señor han de pronunciarse con claridad,
como lo requiere la naturaleza de las mismas. "
"El celebrante, poniendo los codos sobre el altar, con la cabeza in-
clinada, pronuncia en secreto, clara y reverentemente las palabras
11 Era lo que había decretado Sacr. Corte, sobre todo en los nn. 21 y 48, principios a
veces hoy muy olvidados.
12 La generación de sacerdotes que vivió personalmente el paso del Misal de S. Pío V
al de Pablo VI al ver las rúbricas sobrias del nuevo Misal reaccionó (de modo comprensi-
ble, pero objetivamente inaceptable) contra todo tipo de gestos litúrgicos, equiparando sin
criterios objetivos ceremonias y gestos sacramentales. No pocos, al interpretar la reforma
litúrgica de esta forma -como una especie de liberación del rubricismo- arremetieron
contra todos los gestos litúrgicos y así se generaron -y perseveran en muchos ambientes-
unas maneras de celebrar a base de múltiples palabras y moniciones, pero casi sin gestos
o, cuando éstos se hacen, organizándolos no eclesialmente -es decir, no según la normati-
va de la Iglesia- sino subjetivamente a gusto de cada celebrante.
30 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
En este ámbito, pues, no pueden equipararse las rúbricas del antiguo Misal
con la descripción de los gestos sacramentales del Misal de Pablo VI.
13 No es ni solemne, ni correcto, ni tan sólo estético tomar con una mano el pan y con
otra la patena; históricamente nunca se ha hecho de esta forma; por otra parte si el Señor
-a quien nuestro gesto quiere imitar- tomó el pan y lo rompió, es evidente que en sus ma-
nos no tenía en aquel momento otros objetos. Seguramente el tomar en este momento el
pan con una mano y su recipiente con la otra debe ser un quererse distanciar -aunque sea
de modo inconsciente- de lo que se hacía antes, de lo que prescribían las antiguas rúbricas.
14 Este sostener el pan un poco elevado es lo que dio origen en el rito romano, como
veremos en nuestro próximo capítulo, al rito de la elevación de después de la Consagra-
ción.
32 VIVIR LA EUCARISTÍA QULi NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
Al recordar lo que el Señor hizo y nos mandó repetir, podría ser expresivo
-pero el Misal no lo dice- mirar discretamente a los fieles al decir Tomad
y comed todos de él; Tomad y bebed todos de él; pues estas palabras las
dirigió el Señor a sus discípulos y, las dice el celebrante a la asamblea.
Pero diríamos que el respeto y la unción a las palabras y acciones del Señor
deben, según nuestro Misal, prevalecer incluso sobre lo que podría ser tam-
bién expresivo. Si el celebrante, como está prescrito, se inclina para decir
las palabras, y repetir los gestos del Señor esta inclinación pueden ser e
interpretarse como una especie de epíclesis en acción. El sacerdote, pues,
con gran respeto -casi diríamos con temor- se inclina para pronunciar con
fruto espiritual para él y para los participantes las santas y vivificantes
palabras que dijo el Señor16.
15 Algunos pueden recordar las rúbricas del Misal de S. Pío V para este momento,
rúbricas que sí presentaban por lo menos un dejo de magia: "El celebrante, poniendo los
codos sobre el altar, con la cabeza inclinada, pronuncia en secreto, clara y reverente-
mente las palabras de la consagración sobre la hostia o sobre todas las hostias si ha de
consagrar más de una" (Rit. serv., VIII, 5).
16 Aquí pensaríamos que la rúbrica que prescribe inclinarse debería interpretarse de
manera que el Tomad y comed todos de él de ambas consagraciones (y también el Haced
esto en conmemoración mía del cáliz) deberían dirigirse a la asamblea; la inclinación
debe únicamente hacerse mientras se dice Porque este es mi Cuerpo... Porque éste es el
cáliz de mi Sangre...
LOS DOS RITOS CENTRALES DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA 33
Dichas las palabras santas el celebrante debe mostrar al pueblo el pan con-
sagrado. Aquí tenemos otro gesto de difícil realización, sobre todo porque
la práctica anterior y las costumbres de los fieles tienden a olvidar que es-
tamos en plena acción sacramental de la muerte y resurrección del Señor.
Este espacio no debe convertirse, pues, en un tiempo primordialmente de
adoración de las santas especies, rompiendo en cierta manera el dinamismo
de la Misa como memorial del misterio pascual. Hay otras ocasiones -v.
gr. la Exposición solemne de la Eucaristía- que tienen como finalidad la
adoración de la Eucaristía. Se puede adorar al Señor presente mientras el
sacerdote muestra la Eucaristía a los fieles, pero esta adoración no conviene
alargarla ni subrayarla aquí excesivamente; rompería la dinámica sacra-
mental del sacramento del paso o pascua del Señor.
17 El Misal de S. Pío V sí que hablaba aquí de elevar el Cuerpo y la Sangre del Señor:
"Dichas las palabras de la Consagración el sacerdote eleva tanto cuanto le sea cómoda-
mente posible la Hostia -o el Cáliz- para que el pueblo los adore". El hecho de que el
nuevo Misal haya suprimido esta rúbrica habla ya por sí mismo.
18 De ello hablaremos en el próximo capítulo.
19 En España podría recordarse, por ejemplo, el toque de la marcha real durante la ele-
vación; en la práctica actual -¡postconciliar!- seguramente a causa de las retransmisiones
televisivas de las misas del Papa, hay celebrantes que elevan el pan y vino consagrados
dando una vuelta hacia todas las direcciones, a pesar de que este rito es, desde hace siglos,
exclusivo de la Misa papal.
34 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR El. SEÑOR
El primero de estos defectos -el más común y el que viene a ser como la
raíz de todos los otros defectos que se deslizan en este ámbito- es el de
recitar el relato de la institución -incluso las mismas palabras de la consa-
gración- a la manera de una simple lectura que narra lo ocurrido en otro
tiempo durante la Cena del Señor, olvidando que aquí se trata de algo más
importante como es la realización y actualización real y sacramental de
cada una de las acciones del Señor.
20 Vestigios del sentido oblativo de la elevación -el sacerdote presenta el Pan y Vino
consagrados al Padre- se conservan aún en algunos escritos bastante posteriores; Bertol-
do de Chiemsee (1535), afirma, por ejemplo: "Cuando el sacerdote eleva la forma, esto
es, la ofrece sacramentalmente" (Keligpuchel, c. 20, 7); o Martín de Chochem (1724):
"¡Qué don más precioso presenta el sacerdote a la Santísima Trinidad cuando levanta
la forma consagrada!" (Medulla missae germánica, c. 29)) citados en JUNGMANN, El
Sacrificio de la Misa, Madrid, BAC, 1959, pág. 765.
21 Nótese que el misal no habla en este momento de elevar el Cuerpo y la Sangre del
Señor sino de mostrarlos. Únicamente en la doxología final el misal alude a una verda-
dera elevación.
LOS DOS RITOS CENTRALES DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA 35
22 La primera noticia sobre elevación del Pan consagrado la tenemos en una disposi-
ción del Obispo de París, en el año 1210.
23 Parece ser que la primera noticia sobre esta actitud de los fieles se la debamos al
Card. Guido quien en el año 1201 dio el mandato de proceder de esta forma cuando
visitó Colonia como Legado del Papa (Cf. HEISTERBACH', Dialogus miiaculorum,
IX, 5 1).
36 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MAXDO CH.F.BRAR F.L SEÑOR
Señalemos aún otra práctica poco correcta y que en cierta manera des-
equilibra el dinamismo de la celebración: la de tocar el órgano durante la
elevación. El nuevo Misal advierte explícitamente que los instrumentos
musicales deben quedar silenciosos durante las oraciones presidenciales
(IGMR, 12); ahora bien, la consagración-elevación forma parte de la Gran
Plegaria presidencial de la Eucaristía; durante ella por tanto no puede so-
nar el órgano. Además el sonar del órgano en este momento por una parte
subraya de algún modo la adoración de las sagradas especies por encima de
la contemplación del memorial del Señor y por otra parte separa y aisla in-
debidamente la consagración-elevación del resto de la acción eucarística.
Pero el subrayado y la unción no son aún suficientes para vivir lo que sig-
nifica y contiene la Eucaristía del Señor. Para lograr la debida vivencia sa-
cramental y subrayado de los ritos centrales de la Misa es necesario además
velar a fin de que estos gestos y palabras centrales no queden como sumer-
gidos entre aquellos otros gestos y palabras que constituyen únicamente
como el marco de la celebración; gestos que deben realizarse ciertamente
como figuran en los libros litúrgicos, pero por ser menos importantes deben
quedar menos subrayados.
LITURGIA BIZANTINA: El sacerdote canta con una voz grave: Tomad y '
comed, esto es mi Cuerpo, que se rompe por vosotros, para el perdón
de los pecados. Asamblea: Amén. Sacerdote: Del mismo modo tomó
el cáliz, después de haber cenado, diciendo: Bebed todos de él, esto
es mi Sangre, la de la nueva alianza, que se derrama por vosotros y
por todos para remisión de los pecados. Asamblea: Amén. Sacerdote:
Por eso, cumpliendo el precepto saludable y conmemorando todo lo que
aconteció por nosotros: la crucifixión, la sepultura, la resurrección al
tercer día...
mandato sacramental del Señor de celebrarla como memorial de sus misterios, sin interca-
• • ^ . i - 1 1 1 -
lar nunca en este momento nada que distancie la Consagración del memorial del misterio
pascual Cí os textos que ofrecemos a continuación los traducimos del Petit Paroissien des
Liturgies Orientales, prologado por el Card. Eugenio Tisserant, Líbano, 1941).
40 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDO CELEBRAR EL SEÑOR
26 El memorial del misterio pascual, en la Misa caldea, está como resumido en las
LA ELEVACIÓN DE LAS SANTAS ESPECIES Y OTROS RITOS QUE ACOMPAÑAN LA CONSAGRACIÓN 41
LITURGIA COPTA: Él nos confió este gran sacramento de la piedad, pues '
habiendo resuelto entregarse a la muerte por la vida del mundo, tomo el
pan en sus manos santas, puras, dichosas y vivificantes. Asamblea: Así
lo creemos. Amén. Sacerdote: levantó los ojos al cielo, hacia ti. Padre y
Señor de todo, dijo la acción de gracias. Asamblea: Amén. Sacerdote:
Lo bendijo, Asamblea: Amén. Sacerdote: lo santificó, Asamblea: Amén,
Amén, Amén; lo creemos, lo confesamos, le glorificamos. Sacerdote:
lo rompió (el sacerdote rompe ligeramente el pan) y lo dio a sus após-
toles amados diciendo: Tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo
roto por vosotros y entregado por todos para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía. Asamblea: Creemos que es verdad.
Amén. Sacerdote: Del mismo modo, después de haber cenado, tomó el
cáliz, lo llenó de vino y agua, dio gracias Asamblea: Amén. Sacerdote:
lo bendijo, Asamblea: Amén, Sacerdote: lo santificó. Asamblea: Amén,
Amén, Amén, lo creemos, lo confesamos, le glorificamos. Sacerdote: lo
gustó y lo dio a sus apóstoles amados diciendo: Tomad y bebed todos
de él: este es el cáliz de mi sangre, la sangre de la nueva alianza, que
será derramada por vosotros y entregada por todos, para el perdón de los
pecados. Haced esto en conmemoración mía. Asamblea: Amén. Cree-
mos que es la verdad. Amén. Sacerdote: Cuantas veces comáis este pan
o bebáis este cáliz, anunciaréis mi muerte, confesaréis mi resurrección y
haréis mi memorial hasta que vuelva. Asamblea: Amén. Amén. Amén.
Sacerdote: Por eso nosotros hacemos el memorial de su santa pasión, de
su resurrección de entre los muertos...
últimas palabras; una cosa semejante veremos también habitualmente en la liturgia hispa-
na. Posiblemente así era en las más primitivas liturgias cristianas como explicaremos al
comentar esta parte de la Plegaria eucarística.
42 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
anunciaréis la muerte del Señor hasta que venga glorioso desde el cielo.
Asamblea: Así lo creemos, Señor Jesús. (Sigue el Post Pridie, pieza va-
riable con sentido a veces de memorial, a veces de epíclesis).
Las palabras y los gestos que usan las liturgias en los ritos de la Consagra-
ción ofrecen un claro testimonio -lo acabamos de ver- de como los cristia-
nos de las diversas iglesias ven el contenido y significado sacramental de la
Eucaristía. Desde los mismos orígenes de la Iglesia, cuando los cristianos
celebran la Eucaristía, han visto siempre, por encima de todo, la actualiza-
ción sacramental de la muerte y resurrección del Señor y a través del pan y
del vino hacen -para decirlo con palabras de Jesucristo- el memorial de ¡a
muerte y resurrección del Señor. A través del pan y del vino consagrados
contemplan y veneran sobre todo las acciones que el Señor realizó en la
víspera de su pasión y creen que dichas acciones, no menos que la realidad
del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, se hacen realmente presentes en medio
de ellos.
El Señor dio gracias -pronunció la antigua Berakáh- con que Israel daba gra-
cias a Dios por las maravillas realizadas a favor de su pueblo (especialmen-
te de la salida de Egipto) y culminó la contemplación y acción de gracias
de las maravillas divinas con los signos de la mayor de sus maravillas, su
muerte y resurrección. Tomó, pues, el pan y la copa y dio gracias porque su
Cuerpo era entregado y su Sangre derramada para el perdón de los pecados
y como signo de una nueva alianza, la más grande y definitiva maravilla
de Dios a favor de los hombres. Los discípulos de Jesús, pues, desde el
nacimiento de la Iglesia al celebrar la Eucaristía fueron conscientes de que
realizaban lo que hizo Jesús y les mandó repetir, bendiciendo a Dios por sus
maravillas y haciendo presente la culminación de estas maravillas divinas
con la gran y definitiva maravilla del tránsito de la muerte a la resurrección,
inaugurada con el tránsito pascual de Jesús y en la que esperaban también
participar. Este es, pues, el sentido fundamental de la Eucaristía.
De aquí -de estos gestos fundamentales del Señor- que todas las liturgias
inicien la gran plegaria eucarística con la invitación a dar gracias -Demos
LA ELEVACIÓN DE LAS SANTAS ESPECIES Y OTROS RITOS QUE ACOMPAÑAN LA CONSAGRACIÓN 4.3
Cada una de las acciones del Señor, por otra parte, se recalcan, repitiendo
y subrayando con expresiones sinónimas los gestos del Señor -dio gracias,
lo bendijo, lo santificó-; el pueblo interviene a cada una de los gestos que
evoca el celebrante, uniéndose con diversas aclamaciones -Amén, lo cree-
mos, es la verdad-. Estamos, pues, en un contexto muy distinto y distante
aún de lo que será más tarde en la Iglesia latina la adoración de la persona
de Cristo presente a través de la Eucaristía, tal como se introdujo en los
siglos medievales.
22,5; la versiones castellana, gallega e italiana traducen el matiz diciendo cáliz glorio-
so; la francesa habla de coupe incomparable; la catalana omite lastimosamente todo
calificativo.
LA ELEVACIÓN DE LAS SANTAS ESPECIES Y OTROS RITOS QUE ACOMPAÑAN LA CONSAGRACIÓN 4-5
"El sacerdote eleva la hostia (es decir la toma con sus manos de sobre
el altar) y la consagra diciendo: El cual (Jesús) la víspera de su pa-
sión, tomó el pan... Porque esto es mi Cuerpo. A continuación eleva
(también con el sentido de tomar en sus manos) el cáliz y lo consagra
diciendo: Del mismo modo, después de haber cenado, tomó este cáliz
glorioso... Haced esto en conmemoración mía."
46 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDO CE! F.BR \R Fl. SEÑOR
En el siglo XIV nace una tercera costumbre: a la elevación del pan consa-
grado se añade ahora la del cáliz. Así figura, por ejemplo, en un misal de
Lucon de finales de este siglo32:
Así, pues, en el curso de los ss. XIII-XIV se suceden rápidamente tres usos
diversos y estos tres usos se dan incluso en la misma liturgia papal. Así el
antiguo uso -no hacer ninguna elevación de las santas especies- lo encon-
tramos en los sacraméntanos y Ordines Romani anteriores al siglo XIII; el
segundo -elevar únicamente el pan consagrado- aparece en el Ordo Ro-
manus de tiempos de Gregorio X (1276) y finalmente el tercer uso -elevar
tanto el pan como el cáliz- en el Ordo Romanus de Clemente V (1311).
?2 V. .eroquais, ,. c. p. 205.
?3 El uso anterior -elevar únicamente el Cuerpo del Señor- persevera en muchos lu-
gares por largo tiempo. Así, por ejemplo, en España en el Ritual impreso de Barcelona de
! 501 aparece aún únicamente la elevación del pan, no la del cáliz. Después de la consagra-
;ión del pan la rúbrica de este Ritual dice: Aquí (dichas las palabras de la consagración
.:'<?/ pan) eleve el Cuerpo de Cristo de tal forma que pueda ser visto por los presentes.
Z onsagrado ei cáViz, en cambio,nuestroR\Uia\ d\ce s''mp\cmente'. Aquí coloca el cáliz, so-
n
re el altar y prosigue: Por eso, Señor, nosotros, tus siervos... (Ordinarium Sacramentorum
Barchinonense 1501. Edició facsímil, Barcelona Institut d'Estudis Catalans, 1991, p.54).
48 VIVIR LA EUCARISTÍA QUF. NOS MANDO CLT.ERR \R El SEÑOR
Para corregir esta anomalía una prescripción sinodal del obispo de París,
Sully (+ 1208), se pronunció en estos términos:
34 Es lo mismo que acontece hoy: el misal, como luego veremos, habla de mostrar el
Cuerpo y la Sangre del Señor; pero no faltan celebrantes que los elevan exageradamente y
los sostienen elevados largamente o incluso los muestran a la manera de la misa papal en
todas direcciones. Si los celebrantes del s. XIII caían en el despropósito de hacer adorar el
sacramento antes de su realización, los de hoy, intercalando una exposición del Santísimo
en el interior del Memorial del Señor, desequilibran el sentido de la Eucaristía que nos
mandó celebrar el Señor como memorial de sus misterios, no como un espacio de adora-
ción a la Eucaristía. Realizar los gestos litúrgicos como aparecen descritos en los libros
de la Iglesia puede ser garantía -sobre todo en nuestro tiempo en que los libros han sido
cuidadosamente revisados- de no entremezclar visiones personales con la celebración (y
a veces incluso con la misma fe) de la Iglesia.
LA ELEVACIÓN DE LAS SANTAS ESPECIES Y OTROS RITOS QUE ACOMPAÑAN LA CONSAGRACIÓN 49
El sentido del decreto sinodal es claro; debe evitarse inducir a que se adore
lo que simplemente es pan. Pero en el trasfondo del decreto se manifiesta
además otra cosa: el sacerdote debe elevar la hostia después de la consa-
gración para que pueda ser vista por todos. Sully con su decreto sinodal
quiere evitar la idolatría que significaría adorar el pan, pero sin duda per-
sigue también otra finalidad: desea responder a la devoción del pueblo que
en este tiempo ansia ver la hostia consagrada como veremos en el apartado
siguiente; y este deseo de ver la hostia llega a la larga a modificar un tanto
la misma perspectiva de la Misa y el significado más pleno de la Consa-
gración.
A estos gestos habría que añadir los que señala el Ceremonial de obispos
de Clemente VIII (1600): varios ceroferarios, terminado el Sanctus (en
vistas por tanto no a la Plegaria eucarística sino a la Presencia real) ro-
dean el altar.
Misal de Pablo VI: Las palabras del Señor han de pronunciarse con clari-
dad, como lo requiere la naturaleza de las mismas. Al empezar el relato y
aludir a que el Señor tomó el pan, toma el pan y, sosteniéndolo un poco ele-
vado sobre el altar, continúa el relato. En el Canon Romano eleva los
ojos al aludir a este gesto del Señor. Mientras el celebrante pronuncia
las palabras de la Consagración se inclina un poco. Consagrado el pan,
lo muestra al pueblo (no se alude a elevarlo; sí se alude, en cambio a
este gesto en la doxología Por Cristo, con él y en él) y lo adora hacien-
do genuflexión. (Con el cáliz hace los mismos gestos).
Después de trazar a grandes rasgos los avatares por los que han discurrido
desde los siglos medievales hasta el Misal de Pablo VI, se impone una
breve reflexión en vistas a la práctica de cómo realizar más expresivamente
los gestos del Señor y los ritos que hoy acompañan en la liturgia romana
esta parte central de la Eucaristía. El espacio no nos permite más que unas
breves sugerencias; si la oportunidad lo permite, en otra ocasión comple-
taremos lo que aquí sólo podemos insinuar.
Lo primero que se impone es dar la primacía a los gestos del Señor, hacer
presente y visible lo que él hizo como memorial de su muerte y resurrec-
ción. Tomar el pan y el cáliz solemne y expresivamente, no separando el re-
lato de la Plegaria eucarística, pero dando, eso sí, como advierte la rúbrica,
el máximo realce a las palabras que son culminación de toda la Plegaria-
memorial y que por ello deben pronunciarse de forma distinta.
Las elevaciones largas del Cuerpo y Sangre del Señor y lo silencios prolon-
gados en este momento no son oportunos: hacen de la elevación casi como
un rito aparte.
Digamos para terminar que hay un gesto algún tanto difícil de realizar equi-
libradamente pero que se debería poner esfuerzo en realizarlo de modo ex-
presivo: es la inclinación que debe hacer el celebrante mientras pronuncia
las palabras del Señor. Hemos notado más arriba que el misal de S. Pío V
prescribía un gesto realmente poco estético, seguramente determinado en
vistas a facilitar una actitud que asegurara la validez de la Consagración.
Como "contestación" a aquel gesto muchos celebrantes casi se esfuerzan
en decir las palabras de la Consagración con naturalidad, sin distinguirlas
apenas -o en absoluto- del resto del relato. Una inclinación leve, pero rea-
lizada con gran respeto y unción ¿no significaría eficazmente que la Ple-
garia eucarística ha llegado a su punto culminante? ¿No vendría a ser casi
un antídoto contra toda visión de poder mágico del celebrante? Este gesto
bien realizado ¿no podría pasar a ser una especie de epíclesis en gestos con
la que el celebrante pidiera humildemente la intervención del Espíritu para
que obrara a través de las palabras de Cristo que el ministro pronuncia úni-
camente en su nombre y con su poder?
46 IGMR,n. 12.
47 Cf.IGMR,n.235.
Capítulo IV
-o quizá mejor desde los inicios del cristianismo hasta comienzos del s.
XII- la Eucaristía se vivió primordialmente como obediencia al mandato
del Señor: toda la intensidad estribaba en hacer lo mismo que hizo el Se-
ñor48. San Justino (+163) -el más antiguo escritor extrabíblico que descri-
be la celebración eucarística- presenta la celebración como obediencia al
mandato de imitar lo que hizo el Señor en la Cena (dio gracias, bendijo).
En el diálogo con el judío Trifón afirma que los cristianos han aprendido
de Jesús a ofrecer la Eucaristía; que es él mismo quien nos ha trasmitido
el precepto de ofrecerla, que la Eucaristía es la acción de gracias que hizo
Jesús y que nosotros hacemos en la conmemoración del pan y del vino que
él nos ordenó y que es el único sacrificio agradable a Dios49.
48 Muchas expresiones de las antiguas liturgias que perviven en la liturgia actual con-
servan aún este transfondo de la época antigua. En el embolismo propio para el Jueves
Santo del Canon Romano, por ejemplo, se alude a la Eucaristía como a las Tradita Myste-
ria celebrando (los sacramentos que nos entregó el Señor; la versión española del inciso
no tiene la misma fuerza significativa del texto original; dice simplemente "encomendó a
sus discípulos la celebración del sacramento").
49 N. 117; Ruiz BUENO Padres apologistas Griegos, Madrid, BAC 116, p. 505.
50 Etimologías, VI, 19, 38, Madrid, BAC, 433, p. 614.
LA EUCARISTÍA, ACCIÓN DE GRACIAS 57
Hay que admitir que esta visión medieval que cristaliza en los escritos de
Santo Tomás de Aquino, a través de ellos sobre todo, influyó en toda la
teología y la piedad eucarística posterior y continúa teniendo gran eco en
nuestros días. Según Santo Tomás de Aquino la Eucaristía no es funda-
mentalmente la celebración de la asamblea de los fieles que, presidida por
el ministro que representa Cristo, obedece el mandato del Señor y repite
todas sus acciones sino la acción del sacerdote que, en virtud del poder que
ha recibido en la ordenación, actúa en nombre de Cristo53. La realidad del
sacramento está centrada, pues, en las palabras de la consagración54 y en el
poder que el sacerdote ha recibido en la ordenación55. El papel de los laicos
en este contexto se limita a recibir el sacramento previamente confeccio-
nado por el sacerdote y a adorar a Cristo realmente presente en el mismo56.
O un S. Isidoro:
"El sacrificio que los cristianos ofrecen a Dios fue instituido por •
nuestro Señor Jesucristo cuando confió a los apóstoles su Cuerpo y
su Sangre antes de ser entregado, como se lee en el Evangelio: "Je-
sús, dice, tomó el pan y el cáliz y, bendiciendo a Dios, se los dio". Es
precisamente esto lo que también hacemos nosotros59."
gracias sobre el pan y sobre la copa. Así hizo también Jesús en la víspera •
de la pasión.
Los apóstoles, pues, que por una parte habían oído que Jesús tomando el
pan había bendecido a Dios y en el momento de la copa -la copa de ben-
dición- le había dado gracias aludiendo a su triunfo cercano y por otra
habían recibido el mandato de repetir lo que el Señor había hecho, recibie-
ron la Eucaristía primordialmente como Acción de gracias y, obedeciendo
el mandato recibido, fueron fieles a repetir la Eucaristía como Acción de
gracias en el mismo contexto que habían visto en su Maestro. Es así, pues,
como, apenas nacida la Iglesia, empezaron a celebrar la Eucaristía sobre
todo como acción de gracias. En la más antigua narración bíblica sobre la
Misa -la que se contiene en la primera carta a los Corintios- San Pablo la
describe con estas palabras:
Sería largo aducir las anáforas y otros textos litúrgicos antiguos de la ce-
lebración eucarística; pero puede afirmarse de forma absoluta que en ellos
aparece siempre la celebración de la Cena del Señor fundamentalmente
como una acción de gracias y que este matiz se ve como lo fundamental
de la celebración. Hay textos en los que apenas aparece el matiz de la ce-
lebración como sacrificio, otros en los que incluso no figuran las que hoy
llamamos palabras de la consagración67 pero nunca falta, en cambio, la
explicitación de que los reunidos dan gracias como hizo y ordenó el Señor.
7. LA EUCARISTÍA COMO ACCIÓN DE GRACIAS EN LA LITURGIA POSTERIOR
Es verdad que, pasados los primeros siglos, disminuye algún tanto el matiz
de acción de gracias y empiezan a subrayarse más otros matices, especial-
mente el de ofrenda del sacrificio de la cruz, y aparecen aspectos nuevos,
más lejanos a lo que realizó el Señor (como el ofrecimiento previo de los
dones, o la adoración de las Especies consagradas). Pero el matiz de acción
de gracias continúa siendo una de las notas fundamentales y más importan-
tes de la celebración -¡es un gesto que viene del mismo Señor!- y por ello
debe conservar o recuperar su primacía.
"La liturgia consta de una parte que es inmutable, por ser de institu-
ción divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el decurso del
tiempo pueden y aún deben variar, si es que en ellas se han introduci-
do elementos que no responden tan bien a la naturaleza íntima de
la misma liturgia o han llegado a ser menos apropiados68."
En efecto, según los gestos oficiales tal como los presenta el Misal de Pa-
blo VI, hay que afirmar que la faceta de acción de gracias aparece con
bastante fuerza y claridad. Notemos, en primer lugar, el notable aumento
de prefacios70 que incorporan a la Acción de gracias las diversas maravillas
que Dios ha realizado sea en la historia santa (prefacios de tiempo) sea en
las acciones sacramentales (prefacios de las Misas rituales) sea en los del
santoral en los que se proclama el misterio pascual realizado en ellos71.
Además el prefacio, que es el inicio de la anáfora y la parte de la Plega-
ria eucarística en la que más aparece el matiz de acción de gracias, por el
hecho de recitarse ahora toda la anáfora en voz alta72 hace que resulte más
fácil verla como acción de gracias en su conjunto.
Sea, pues, que la Eucaristía primitiva derive directamente del rito pascual
judío de la Cena del Señor en la víspera de la pasión, sea que en su trasfondo
se proceda más bien como en las cenas religiosas del Señor con los suyos
en torno a la mesa en sus apariciones después de su resurrección (v. gr. La
Cena de Emaús) el trasfondo del Quiddhus y el Birkhat-ha-mazón estaba
siempre presente. Ahora bien, el Birkhat-ha-mazón judío está constituido
siempre (tanto en la cena pascual como en las otras cenas religiosas más
habituales) por una bendición a Dios que tiene como motivo principal la
acción de gracias por la liberación pascual de Egipto y por el buen país que
Dios había dado a los suyos. Pero en las principales fiestas judías, incluía
LA EUCARISTÍA, ACCIÓN DE GRACIAS 69
"El Señor Jesús, la noche que iban a entregarlo tomó pan y pronun-
ciando la acción de gracias (Quiddhus) lo partió y dijo: esto es mi
cuerpo que se entrega por vosotros (embolismo propio de la víspera
de la pasión). Haced esto en memoria mía. Lo mismo hizo con la
copa después de cenar diciendo: esta copa es la nueva alianza sellada
con mi sangre (mandato de repetir el Birkhat-ha-mazón con el nuevo
embolismo alusivo a su muerte y resurrección) haced esto cada vez
que bebáis, en memoria mía (Birkhat-ha-mazón con el embolismo
alusivo a su muerte y resurrección). Por eso, cada vez que comáis de
este pan y bebáis de la copa, proclamáis la muerte del Señor (nuevo
mandato de repetir su Birkhat-ha-mazón o acción de gracias con el
embolismo propio alusivo a su muerte y resurrección)."
70 VIVIR LA EUCARISTÍA QI T \ n s M \ M ) 0 CELEBRAR EL SEÑOR
¿Se referirá esta frase a que el Papa Alejandro añadió una anamnesis más
explícita (nosotros, al hacer el memorial de la muerte y resurrección de tu
Hijo) a la primitiva que terminaba con las palabras de la Consagración?
Hay motivos para pensar que esta hipótesis tiene por lo menos un fondo de
probabilidad histórica. En este supuesto en s. VI (que es cuando se escribió
la noticia del Papa Alejandro) se veía aún creíble que el recuerdo explícito
LA L-.L'CARISTÍA, ACCIÓN DE GRACIAS 71
Con el telón de fondo de obediencia al mandato del Señor que mandó repe-
tir su bendición, la Iglesia ha celebrado, desde sus orígenes hasta nuestros
días, la Eucaristía como Acción de gracias. Acción de gracias enriquecida
posteriormente con diversos ritos y multiplicidad de oraciones, pero que
fundamentalmente es Acción de gracias, bendición o birkhattha-mazón
cristiano. Acción de gracias por las maravillas que obra el Señor a favor
de su pueblo y en la que como punto culminante se ubica el memorial
de la muerte y resurrección del Señor como primicia de la resurrección y
glorificación universal. El telón de fondo y el contenido fundamental de
toda anáfora es, pues, la Acción de gracias, realizada, eso sí, con mayor
o menor expresividad en las diferentes épocas y en las diversas Plegarias
eucarísticas.
Para vivir, pues, la Eucaristía que nos dio el Señor, en el centro de nuestra
vivencia espiritual debemos poner la contemplación de las maravillas de
Dios y la acción de gracias por las mismas. Podemos ciertamente ofrecer el
Cuerpo y Sangre del Señor, unir nuestra vida a la del Señor que se ofrece,
adorar su Cuerpo y Sangre verdaderamente presentes en el sacramento...
pero el contenido y la motivación primordial ha de ser la obediencia al
mandato del Señor que, después de haber dado gracias, nos mandó Haced
esto (la acción de gracias que acababa de realizar) como memorial mío (en
la que había añadido el embolismo de su muerte y resurrección).
77 JUSTINO, Apología, caps. 65 y 67; Cf. RUIZ BUENO, o.c. pp. 256 y 258.
78 Recordemos nuevamente que prefacio en su original latino praefatio no significa
introducción sino proclamación pública y solemne.
74 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL ^LÑ'OR
Otra sugerencia que hace el misal -ciertamente creemos que esta posibi-
lidad no debe usarse con frecuencia- es la de intercalar una breve monición
entre la Oración sobre las ofrendas y el inicio del Prefacio (IGMR 11); en
casos excepcionales una breve monición de este tipo por una parte puede
ayudar a que se interiorice la Plegaria eucarística como acción de gracias
por algún hecho concreto de la historia santa contemplada en aquel día82 y
por otra, marca muy fuertemente que, con el prefacio, empieza una parte
importante y diversa de la Misa83.
79 Hemos oído decir a veces que resulta importante cantar siempre esta monición en
vistas a que el pueblo cante también la aclamación que sigue; pensamos que no es difícil,
si se explica, lograr que el pueblo cante la aclamación aunque la monición sea rezada. ¿No
se canta con frecuencia el Santo aunque el celebrante haya recitado el prefacio?
80 Decimos posible porque el Misal deja al arbitrio del que preside recitar personal-
mente toda la anáfora o dejar algunas partes secundarias a los concelebrantes.
81 El Misal dice que los concelebrantes "terminados los ritos del Ofertorio se disponen
en pie alrededor del altar, de tal modo que no impiden la ejecución de los ritos... y no ce-
rrando el paso al diácono, cuando por razón de su ministerio debe acercarse al altar". Entre
el celebrante, principal y la "corona de concelebrantes" debe haber por tanto una cierta
distancia que permita al diácono acercarse cómodamente a la mesa y que ayude a destacar
que el celebrante principal es el que representa al Señor.
82 Especialmente cuando el prefacio es propio o cuando el motivo de la celebración
resulta extraordinario para la asamblea concreta (v. gr.: en una Misa exequial dar gracias
ante la muerte, porque en Cristo la muerte que entristece a los congregados ya ha sido
inicialmente destruida).
83 Cuando no hay monición unos breves acordes o un breve silencio entre la oración sobre
las ofrendas y el prefacio pueden también marcar el inicio de una nueva parte de la Misa.
76 VIVIR LA EUCARISTÍA QI.T NOS M \N'DO C F ! F B R \ R F L SLÑOR
84 El Misal presenta también detalles que sugieren esta sobriedad en los ritos secun-
darios: así la norma de que durante los ritos de preparación del altar -incluido el diálogo
del Orad, hermanos y con la única excepción de la Oración sobre las ofrendas- los fieles
permanezcan sentados (IGMR 21), la de que las oraciones de esta parte de la Misa se
digan en voz secreta (excepto el Orad, hermanos, la Oración sobre las ofrendas y excep-
cionalmente las fórmulas de presentación del pan y del vino). En el contexto de austeridad
de los ritos secundarios hubiéramos preferido que no se recomendara la procesión de las
ofrendas (IGMR 49), un rito añadido -que ciertamente no viene del Señor- y que en cierta
manera puede ofuscar el sentido de la Eucaristía como Acción de gracias.
85 Cf Liturgia y Espiritualidad 29 (1998) 303ss.
Capítulo V
86 Las liturgias hispana y galicana no parece que hayan conocido nunca la intinción
sino que ha dado siempre a los laicos a beber del cáliz.
87 Hoy diríamos la plena sacramentalidad o simbolismo.
88 S. Th. 3, q.80,a.l2.
78 VIVIR LA EUCARISTÍA QI'F" V i s V ' \>>- ::-..-• - : v p-\oR
pies gestos que recordaban los misterios del Señor y con ello excitaban *
la fe de quienes los contemplaban. Según él, esta fe, excitada por la con-
templación de los gestos de Jesús que los ritos sacramentales recordaban,
era lo único que en realidad causaba la gracia (la célebre justificación úni-
camente por la fe). Los sacramentos en sus explicaciones actuaban, pero
sólo como excitantes de la fe a la manera como actúa la predicación.
Hay que reconocer que los teólogos, a partir del siglo XVII, influenciados
sin duda por sus deseos de combatir el protestantismo, presentaron cada
80 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS M \ \ D ( ) CFI ERRAR FI SEÑOR
vez más los sacramentos, no con la doble vertiente de la que había hablado
Trento, sino unilateralmente con una sola de ellas: la de ser instrumentos o
causa para lograr la gracia casi siempre, en cambio, se olvidaron del matiz
de ser también signos de la fe. Los catecismos siguieron generalmente
este mismo camino y, por más que en sus definiciones conservaron casi
siempre que los "sacramentos son signos sensibles de la gracia", de hecho
sólo hablaban de la gracia sacramental de cada uno de ellos, no en cambio
del simbolismo de sus ritos. Y la visión de los sacramentos únicamente
como causa de la gracia ha perseverado hasta nuestros días.
Con estas palabras el Vaticano II recupera, pues, con claridad la visión ple-
na de lo que son los signos sacramentales.
Desde comienzos del siglo XIII en la Iglesia latina -no así entre los orienta-
les- se fue generalizando la costumbre de bautizar por infusión. Esta nueva
práctica, aunque válida y eficaz, perdía con todo gran parte del simbolismo
bautismal. El bautismo, en efecto, a través de la triple inmersión que une
simbólicamente (sacramentalmente) al bautizado a la muerte, sepultura
y resurrección de Cristo muerto, sepultado y resucitado (Cr. Rm 6). Así ve
aún el rito de la inmersión Santo Tomás que afirma tajantemente:
Es, pues, en esta misma línea que la reforma del Vaticano II insiste en la
conveniencia del bautismo por inmersión. El Ritual del bautismo de ni-
ños dice, por ejemplo:
También el nuevo Código vela por la sacramentalidad más plena del rito
bautismal:
Vale la pena observar que tanto el Ritual como el Código aluden pri-
mero a la inmersión, como al gesto típico, y sólo en segundo lugar a
la infusión. Digamos aún que en el mismo rito del bautismo el Ritual,
82 VIVIR LA EUCARISTÍA OL'F NOS \ i \ \ n n r'FI FBRAR l:L SEÑOR
Un segundo ejemplo de recuperación del doble sentido que tienen los sa-
cramentos hace referencia a la Eucaristía, temática de nuestro estudio. El
mismo Concilio -a pesar de que algunos asertos de Trento podían repre-
sentar una grave dificultad para hablar de la comunión del cáliz por parte
de los laicos- optó por permitir en algunos casos la comunión con el cáliz
como más significativa de la naturaleza de este sacramento (Sacr. Conc,
n. 55). Pero, apenas pasados unos pocos años, la reforma litúrgica ha sido
mucho más generosa, explícita y clara. El misal, por ejemplo, afirma sin
ambages:
"La comunión tiene una expresividad más plena por razón del sig-
no cuando se hace bajo las dos especies ya que en esa forma es donde
más perfectamenee se manifiesta el signo del banquete eucarístico
y se expresa más claramente la voluntad con que se ratifica en la
Sangre del Señor la alianza nueva y eterna, y se ve mejor la relación
entre el banquete eucarístico y el banquete escatológico en el reino
del Padre (IGMR 240); por ello establece la necesidad de advertir a
los fieles que se interesen en participar con el mayor empeño en esta
forma de celebrar la Eucaristía, pues en ella brilla más plenamente el
signo del banquete eucarístico (IGMR 241)."
1U. TRES FORMAS DE COMULGAR, LAS TRES LEGÍTIMAS PERO NO IGUALMENTE EX-
PRESIVAS NI FIELES A LA EUCARISTÍA QUE "NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR"
La comunión de los laicos con el cáliz fue en otros tiempos motivo de dis-
cordia e incluso de rompimiento entre católicos, ortodoxos y protestantes.
Actitudes fundamentalistas de quienes no admitieron la legitimidad de una
celebración eucarístca en la que los laicos no participaran en el cáliz, di-
vidió a la Iglesia en tiempos pasados y forzó a que Trento se pronunciara
dogmáticamente en el sentido que hemos visto. Y la Iglesia católica se vio
lastimosamente forzada a empobrecer el signo eucarístico para salvar la
verdad substancial. Hoy, a partir del Vaticano II, se ha podido recuperar la
más plena sacramentalidad del sacramento del Cuerpo y de la Sangre del
86 VIVIR LA FUCARISTÍ \ Ol'[• Ni ^ M W D O CL:LEBRAR EL SEÑOR
ROMPER EL PAN
mandato del Señor. Sin romper el pan. no hay. pues, Eucaristía plenamen-
te fiel al mandato de Jesús. Aún podríamos añadir que si el pan se rompe
de una forma insignificante, es decir, poco visible o poco expresiva, no
puede decirse haya una buena celebración eucarística ni que se invite a la
contemplación de la obra de la salvación a través de los signos que nos
dio el Señor.
Pero la fracción del pan es y fue siempre mucho más que un rito simple-
mente utilitario; es también uno de los gestos más significativos, una de las
acciones del Señor que se describen en todas y cada una de las narraciones
de la Cena del Nuevo Testamento94 y que aparece también en todos los re-
latos evangélicos de la multiplicación de los panes que, según los comenta-
ristas, tienen una innegable referencia a la Eucaristía95. Bien podría decirse
que la figura del Señor rompiendo el pan debía ser uno de los recuerdos
de lo que realizó Jesús en la Cena que más impresionaron a los apóstoles96
y que más grabados quedaron en su memoria y, por ello, las comunidades
más primitivas llamaron a la Eucaristía la Fracción del pan.
un sacramento y que los sacramentos, por voluntad del Señor, son siempre "
acciones simbólicas,97 se comprende la importancia de este gesto simbóli-
co que al comienzo de la Iglesia fue tan valorado, aunque posteriormente,
por diversas causas como luego veremos, decayera y llegara a quedar como
recubierto por otras ceremonias más secundarias. La reforma litúrgica del
Vaticano II la ha restituido felizmente, aunque la práctica postconciliar -
hay que confesarlo humildemente- no ha acabado de recibirlo como luego
también veremos.
En las épocas apostólica y patrística la fracción del pan tuvo gran relieve.
Se la ve sobre todo como signo de la unidad de la Iglesia. Este relieve
aparece también con frecuencia en los comentarios patrísticos. Muy pron-
to -primero quizá en Oriente, luego también en Occidente- al significado
primordial de unidad a través de la participación en un mismo pan se añade
otro significado: se ve también en la fracción un símbolo del Cuerpo del
Señor roto en la pasión.
"El Pontífice rompe el pan por su parte derecha y deja sobre el altar el
fragmento que ha roto; los panes restantes los coloca sobre la patena
que sostiene el diácono. Luego retorna a la sede. A continuación el
primicerio, el secundario y el primicerio de los defensores con los no-
Muy pronto, con todo, la fracción empieza a decaer; dos causas influyen
sobre todo: la disminución de la comunión habitual de los fieles en la Misa
y la aparición de las hostias pequeñas e individuales. Con ello la fracción
va perdiendo progresivamente su importancia y se va convirtiendo en una
ceremonia in-signifícante y casi como un simple órgano-testigo, es decir,
simple vestigio, de lo que antes había sido el expresivo signo de la fracción.
Incluso después de la restauración de la comunión frecuente por S. Pío X la
fracción no reaparece y los fieles -incluso los más piadosos y formados- se
contentan con recibir la Eucaristía y no parece les interese en lo más míni-
mo ni la fidelidad al gesto del Señor ni el doble simbolismo del pan partido.
En nuestros días el Misal de Pablo VI restituye y subraya la importancia
del gesto y aunque éste sea en realidad una de las restauraciones litúrgicas
importantes del Concilio, la voz de la reforma del Vaticano II no parece
haber sido demasiado escuchada en este caso.
El rito de la fracción del pan como gesto litúrgico deriva sin duda de las
comidas religiosas judías, más concretamente del Quiddush con el que los
Aquí, más que la bendición, nos interesa subrayar el gesto y la misma ex-
presión romper el pan (aunque gesto y expresión dependen fuertemente de
la bendición que las precede)100. La frase constituye una expresión técnica,
que significaba ya para el Israel contemporáneo de Jesús, la participación
en una misma mesa, y la pertenencia a una misma familia101, conceptos
que los cristianos adoptaron ya desde sus orígenes tanto con referencia al
gesto como a la expresión. En este gesto que Jesús les mandó repetir los
cristianos vieron, con todo, algo nuevo: no ya como el memorial y la ben-
dición por la tierra que manaba leche y miel sino como el memorial del
Señor que quiso significaran la unidad en él de cuantos comen de este pan.
99 Esta presencia del Quiddush al inicio de tan múltiples celebraciones -como del
Birkat-ha-mazón al final de las mismas- es importante para el problema de si la Cena de
Jesús se insertó en la pascua judía o no; tanto si fue pascual como si no lo fue, la Cena
empezó con la bendición y fracción sobre el pan (rito del Quiddush) y terminó con la
bendición sobre la copa (rito del Biikattha-mazon).
100 Las mismas anáforas cristianas unen la bendición con la fracción del pan: Tomó
el pan, dando gracias te bendijo y lo partió.
101 Cf. LODI, Frazione del pane en Amen vestrum, Padua, Abazia di S. Justina,
1994, p.390.
92 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDO CELEBRAR I L SEÑOR
Uno de los escritos cristianos más antiguos -la Didajé (aprox. 90-110)- in-
terpreta también claramente la fracción del pan -o el pan partido como la
llama este antiguo documento- como signo de unidad de cuantos comen de
él. Este único pan por otra parte -y ello es especialmente significativo- en
la Didajé se denomina no por el sustantivo pan sino por el adjetivo sustan-
tivado este fragmento partido o roto como si la fracción como tal fuera lo
propio del pan de la Eucaristía. Veamos este interesante texto:
Los Padres, por su parte, no cesan de aludir a este simbolismo del único
pan que se rompe y reparte como símbolo de la unidad eclesial. Así, por
ejemplo, S. Ignacio de Antioquía (98-117), cuyo testimonio es aún más
valioso porque el escrito no se refiere directamente a la Eucaristía sino a la
jerarquía que une a la Iglesia, escribe:
102 Por ello resulta realmente incomprensible que los cristianos de hoy, en plena res-
tauración de los gestos litúrgicos, no hayan recibido el gesto eucarístico de la fracción
restaurado por Pablo VI y continúen celebrando la Eucaristía como antes del Vaticano
II usando hostias individuales.
103 1 Co 10,17.
104 16 IX, 4.
ROMPER EL PAN 93
"Todos los que se salvan son una sola cosa y un solo cuerpo: todos,
en efecto, somos un solo pan porque participamos del mismo pan y
todos somos un solo cuerpo de Cristo."
"No se alimenta uno de un pan, otro de otro, sino que todos comemos
y participamos de un solo y único pan106."
105 AdEf.,20,2.
106 PG61,200.
94- VIVIR LA EUCARISTÍA QTjE NOS MANDÓ CELEBRAR FI. SEÑOR
de la fracción del pan, que era el que servía en los tiempos apostóli-
cos para denominar la misma Eucaristía, manifiesta mejor (es más
plenamente sacramento) la fuerza y la importancia del signo de la
unidad y de la caridad de todos en un solo pan, por el hecho de que
este único pan es distribuido entre los hermanos107."
Sin que nos atrevamos a decir que el gesto de romper el pan se vea, ya
desde sus orígenes, como símbolo también de la muerte de Jesús despeda-
zado en la cruz, sí que por lo menos hay que decir que los cristianos muy
pronto vieron simbolizada en este rito la entrega sacrificial del Señor. A
favor de un origen primitivo (¿presente ya en el Nuevo Testamento?) de
la interpretación también sacrificial está el hecho significativo de que en
algunos códices del Nuevo Testamento, en las narraciones de la Cena de
1 Cor 11, 24 la expresión "Este ec mi Cuerpo entregado por vosotros" se
cambia o se amplía diciendo: "Este es mi Cuerpo roto por vosotros". Este
matiz lo encontramos ya en la Tradición Apostólica (ss. III-IV) y sobre
todo en los manuscritos del Nuevo Testamento de Egipto y en numerosas
anáforas. Así, por ejemplo entre las anáforas alejandrinas podemos citar la
de S. Marcos, la del Eucologio de Serapión, la de S. Cirilo de Alejandría, la
etiópica de los santos apóstoles, etc. En todas ellas se dice:
107 IGMR,n.283.
108 LODI, Enchiridion Eucologicum Fontium Liturgicorum, nn. 834. 835, 837. 21
ID, n. 844.
109 ID, n. 844.
110 ID, n. 842.
111 ID, n. 841.
ROMPER EL PAN 95
112 ID, n . 8 4 9 .
113 HANGI, Prex Eucharistica, p. 407.
114 Petit paroissien des liturgies orientales. Líbano 1941. p. 69.
115 En el Misal ambrosiano promulgado después del Vaticano II no sabemos -ni aca-
bamos de comprender por q u é - el rito de la fracción se ha romanizado; en el anterior
96 VIVIR LA EUCARISTÍA Q1 T V >•> M W D O (_ I.LEBRAR IZL SEÑOR
"El Papa Sergio prescribió que durante la fracción del Cuerpo del
Señor el clero y el pueblo cantaran Cordero de Dios que quitas el
pecado del mundo"8.'"
tenía mucho más relieve, conservaba su lugar primitivo y más lógico -después del Padre
nuestro e inmediatamente antes de la comunión- y era uno de los ritos característicos más
antiguos de esta liturgia.
116 Ciertamente este lugar es más propio por dos razones: a) porque el conjunto de
la Eucaristía se asemeja mejor a lo que hizo el Señor -dio gracias (anáfora) y rompió el
pan (fracción) y b) porque el Padre nuestro rezado inmediatamente antes de la comu-
nión aparece mejor como oración preparatoria a la misma. Solo la liturgia bizantina y
la romana -después del Vaticano // también la ambrosiana- ubican la fracción después
del Padre nuestro.
117 Sergio I era de origen sirio y por ello debía estar habituado a ver en la fracción
un intenso simbolismo sacrificial, como hemos visto ya al hablar tanto del relato de la
institución en las anáforas orientales como los cantos orientales de fracción.
118 DUCHESNE, Líber Pontificalis, I, p. 386.
ROMPER EL PAN 97
Un canto, por tanto, que debe revalorizarse y que nunca debiera substituirse *
por otros cantos que únicamente aluden a la paz y a veces incluso más en
sentido de amistad humana que de unidad eclesial.
Las diversas liturgias, sobre todo a partir de la baja Edad Media, han in-
troducido en el interior del relato de la institución la costumbre -luego
convertida en norma- de que el celebrante imite algunos de los gestos que
hizo el Señor en la Cena. El Canon romano, por ejemplo, aún hoy describe
las palabras y gestos del celebrante de esta forma:
Se inclina un poco
o repite solo dos de los cuatro gestos del Señor: tomar el pan y elevar los
ojos. Los otros dos gestos -romper el pan y distribuirlo- los deja para más
tarde, concluida ya la Plegaria eucarística. ¿No significa esto una anoma-
lía? ¿No sería más expresivo que rompiera el pan cuando alude al gesto del
Señor? Pero hay que notar, con todo, que posponer la fracción a después de
concluida la anáfora, es una práctica común a todas las liturgias. La romana
y la bizantina la posponen incluso al Padre nuestro"9 , las demás liturgias
la acostumbran ubicar al final de la anáfora, hacen la fracción del pan antes
de la Oración dominical120.
c) Cena festiva.
119 La liturgia romana antes de S. Gregorio (+ 604) tenía la fracción también inme-
diatamente después de la anáfora. La liturgia ambrosiana antes del Vaticano II también
ubicaba la fracción inmediatamente después de la anáfora.
120 En la liturgia copta el celebrante al decir que el Señor rompió el pan ¡o resque-
braja un poco sin llegarlo a romper (Cf. Petil Paroissien des liturgies orientales, Líbano
1941, pág 476). No hemos logrado saber si el gesto es antiguo; más bien suponemos que
se trata de un rito tardío. De todas formas la verdadera fracción del pan se sitúa, como
en las demás liturgias, después de concluida la anáfora.
121 Cf. Sacr. Conc. n.22.3.
ROMPER EL PAN 99
El rito cristiano de la Cena de Jesús sufrió muy pronto cambios, sobre todo
simplificaciones, debidas seguramente al ingreso en la Iglesia de miembros
no judíos que desconocían las Cenas rituales de Israel y se limitaron a rea-
lizar únicamente los gestos propios del Señor. Ignoramos todo detalle de
esta evolución primitiva ocurrida ya en el tiempo apostólico Pero algunos
extremos parecen innegables. No tenemos constancia de ningún Hagga-
dah pascual en el interior de la Eucaristía cristiana122. La cena entre ambas
consagraciones desapareció ciertamente muy pronto; tenemos el testimo-
nio de todo un conjunto de relatos cristianos muy primitivos en los que la
cena ya no figura123.
Así, pues, los cristianos organizaron el mandato del Señor de repetir la ben-
dición y fracción del pan y la bendición de la copa en este esquema:
122 Algunos piensan que la célebre homilía de Melitón de Sardes podría ser un Ha-
ggadah cristiano; pero la cosa deja de ser evidente y en todo caso es un hecho aislado.
123 1 Co 11122 parece insinuar ya la conveniencia de separar la Eucaristía de la cena:
¿No tenéis casas para comer y beber?
100 VIVIR LA EUCARISTÍA QLf- NOS \ ' \ \ [ ) 0 CELEBRAR EL SEÑOR
Dicho de otra forma: en lugar de dos anáforas -una muy breve sobre el
pan, otra más larga sobre la copa- las ensamblaron en una única fórmula de
acción de gracias y bendición del pan y vino eucarísticos. En este esquema
la fracción se situó -como en la Cena de Jesús- después de la bendición,
aunque ésta muy pronto empezó a hacerse, no inmediatamente después del
pan, sino después del pan y de la copa ensamblados en una misma bendi-
ción o anáfora.
Es la práctica eclesial vigente aún hoy en todas las liturgias, según la cual
el celebrante:
Toma el pan
Toma la copa
El equívoco de quienes para imitar mejor las acciones del Señor en la Cena •
rompen el pan en el interior del relato es consecuencia de una mala y pobre
interpretación de la frase dando gracias te bendijo; interpretan estas pala-
bras como si tuvieran referencia a una bendición del pan cuando de hecho
se refieren a la berakah o gran acción de gracias que hizo Jesús, lo que hoy
llamamos anáfora o plegaria eucarística. De las cuatro acciones que cita el
Canon Romano -y muchas otras Plegarias eucarísticas de Oriente y Occi-
dente- Jesús hizo dos antes de decir la bendición sobre el pan -tomarlo y
levantar los ojos al cielo-, y dos dicha ya la bendición -partirlo y distribuir-
lo-. Exactamente como hace el celebrante cuando usa el Canon Romano:
Tomó el pan
dijo la acción de gracias (anáfora completa)
lo partió (concluida la anáfora)
y lo dio a sus discípulos (comunión)
4. La fracción del pan debe durar un cierto tiempo y debe mostrar una
clara autonomía; no puede 'imitarse a cumplir la rúbrica de partir
la hostia del celebrante en tres partes y mezclar una de ellas en el
cáliz. El Misal supone que a veces el rito dura tanto que el canto del
Cordero de Dios repetido tres veces no es suficiente para un rito que
se prevé a veces prolongado 126 .
125 Id.
126 IGMR, núm. 56,c).
127 Cf. IGMR núms. 56, c) y 113 y Ordinario de la Misa, nn. 143-144.
ROMPER EL PAN 103
LA EUCARISTÍA SACRAMENTO
DEL SACRIFICIO DE LA CRUZ
En los últimos siglos, por lo menos, por lo que se refiere a la Iglesia latina,
la expresión más común para referirse a la celebración eucarística ha sido la
de Sacrificio de la Misa. Pero, a pesar del uso tan común de esta expresión,
la visión y la vivencia de la Eucaristía como sacrificio ha tenido, como
hemos visto, en ciertas épocas y en determinados ambientes -y continúa te-
niendo hoy día- no algunos rechazos. Las tuvo, por ejemplo, como hemos
visto ya, en tiempos del luteranismo -debido sobre todo a algunas prácticas
abusivas en torno a los estipendios y al ofrecimiento de Misas- y las tiene
de nuevo en nuestra época debido sobre todo al redescubrimiento de otros
matices de la Misa que, propuestos hoy con nuevo entusiasmo, han llegado
a veces a oscurecer o incluso a negar el carácter sacrificial de la Eucaristía.
En este capítulo nos proponemos, pues, presentar cómo la Eucaristía, por
voluntad del mismo Señor, es un propio y verdadero sacrificio, sin que
ello signifique que la Misa no tenga también otros matices tan importantes
como el sacrificial, y que, por tanto, para vivir la Eucaristía que nos mandó
celebrar el Señor, deben ensamblar el carácter sacrificial de la Misa con
la visión y la vivencia de las otras facetas del sacramento que nos entregó
el Señor la víspera de su muerte. Dicho de otra forma: que la Eucaristía es
verdadero sacrificio pero no únicamente sacrificio129.
129 Es especialmente clara a este respecto la clara aportación del Magisterio en la
Instrucción Eucharisticum Mysterium (1967): "En estos últimos tiempos se reflexiona
con mayor dedicación sobre algunos aspectos de la doctrina tradicional acerca de este
sacramento y se proponen con nuevo entusiasmo... con la multiplicación de trabajos e
iniciativas sobre todo en el campo de la Liturgia y de la Biblia. Se impone, por tanto, de-
106 VIVIR LA EUCARISTÍA Ql'E NOS MANDÓ CFÍ.FDRAR E:L SEÑOR
ducir del conjunto de la doctrina... normas prácticas que orienten la conducta del pueblo
cristiano con relación al misterio eucarístico" (n. 2). A continuación el documento explaya
los puntos más importantes que nunca pueden olvidarse: la Eucaristía es sacrificio que
hace presente el sacrificio de la Cruz, es Memorial de la Muerte y Resurrección del Señor.;
es banquete que renueva la Alianza y prefigura el banquete escatológico, es presencia de
Cristo que debe adorarse... (id).
LA EUCARISTÍA SACRAMENTO DEL SACRIFICIO DE LA CRUZ 107
ficio es algo que, si bien quizá con menor claridad, entendieron y enseñaron •
también desde el comienzo los discípulos. Que la Eucaristía aparezca, en
los Sinópticos y en otras fuentes más primitivas, sobre todo como Acción
de gracias y como Memorial no significa en manera alguna que no sea
también -y por voluntad de Jesús- la presencia real y objetiva del verda-
dero sacrificio de Jesús en la cruz. Celebrar la Eucaristía, pues, sólo como
Acción de gracias y recuerdo (memorial) del Señor, sin atender a que ofre-
cemos en ella un verdadero sacrificio, como ha hecho la Iglesia desde sus
orígenes, no sería vivir la Eucaristía que nos mandó celebrar el Señor.
Los sinópticos en sus relatos de la Cena a pesar de que quizá subraye más
explícitamente el carácter de la Eucaristía como Acción de gracias y como
Memorial que como sacrificio, no deja con todo de presentar las palabras y
los gestos de Jesús como palabras y gestos también sacrificiales. Tal como
lo escuchamos en la Plegaria eucarística el relato de la Cena -relato que
evidentemente constituye un eco de las narraciones neotestamentarias130-
130 Con más exactitud deberíamos decir, no que los textos litúrgicos antiguos son eco
de los relatos del Nuevo Testamento, sino al revés: son los escritos del Nuevo Testamento
los que son eco de las diversas prácticas litúrgicas de las comunidades apostólicas, presi-
didas en nombre de Jesús, por quienes habían contemplado la Cena del Señor. De la prác-
tica apostólica -mucho más antigua que los escritos del Nuevo Testamento- los relatos
de la Cena pasan luego a los Evangelios y otros escritos apostólicos. La celebración de
la Eucaristía es sin duda mucho más antigua que la redacción del Nuevo Testamento (los
discípulos celebraron la Cena inmediatamente después de la resurrección y sólo muchos
años más tarde se redactaron los evangelios). Ello hace comprender las notables diferen-
108 VIVIR LA EUCARISTÍA Ql F \ C N V W D ' ' ' I U.BRAR Ell SF.ÑOR ¡1
cias entre los diversos relatos de la Cena que responden a las maneras parcialmente diver-
sas como las diversas comunidades apostólicas realizaban las acciones de Jesús (v. gr. 1
Co y Le con la cena intercalada entre el pan y el cáliz; Mt y Me el cáliz inmediatamente
después del pan).
131 Vivir el sacrificio de la Misa en la centralidad que Jesús dio a la Eucaristía es im-
portante, pero frecuentemente olvidado por los mismos que más se esfuerzan en defender
el carácter sacrificial de la Misa. La Eucaristía es sacrificio ^por lo menos principalmen-
te- porque el Señor se entrega en ella al Padre, no tanto porque se le añadan otros matices
sacrificiales que son, en todo caso, muy secundarios, como los ritos llamados de ofertorio
o los de la presentación del pan y del vino o de otras ofrendas.
132 O roto, como figura en muchas versiones antiguas del Nuevo Testamento (Cf. Li-
turgia y Espiritualidad XXX (1999) 208-209).
133 A este respecto vale la pena subrayar la innovación introducida por el Misal de Pa-
blo VI en las palabras de la consagración del pan: en el Misal anterior el pan se consagraba
con la expresión, sacrificialmente menos explícita. Esto es mi Cuerpo. Pablo VI quiso que
tanto en la consagración del pan como en la del vino -en la del vino ya figuraba la expre-
sión derramada por vosotros- en la Misa romana hubiera, como en las demás liturgias, la
alusión sacrificial explícita "mi Cuerpo entregado por vosotros".
LA EUCARISTÍA SACRAMENTO DEL SACRIFICIO DE LA CRUZ 109
Aun más: además de Cuerpo entregado, Sangre derramada, la liturgia aña- "
de otra frase de inspiración bíblica y de sentido inequívocamente sacrifi-
cial. Se trata de las palabras sobre el cáliz que se consagra como "sangre
derramada para el perdón de los pecados'". Toda la tradición veterotesta-
mentaria de los sacrificios de expiación resuena en esta expresión134 y da
consiguientemente a la misma un carácter netamente sacrificial. En la ma-
yoría de liturgias orientales no sólo al consagrar el cáliz sino también en la
consagración del pan se alude explícitamente como el Nuevo Testamento,
al carácter sacrificial-expiatorio de la Eucaristía: el pan eucarístico "se rom-
pe por vosotros y se entrega por todos para el perdón de los pecados"1u5.
Escuchar estas palabras y comulgar después de la Eucaristía sin tener viva
conciencia de que estamos celebrando y participando del sacrificio con que
Jesús hace presente su sacrificio de entrega al Padre sería ciertamente un
modo de celebrar empobrecido y poco fiel a la institución de Jesús.
Hay otro pasaje del Nuevo Testamento (1 Co 10, 14-21) -no tan repetido
ciertamente por la liturgia pero que citamos especialmente por su claridad-
del que se desprende con toda evidencia que los discípulos, desde el primer
momento, vieron la Eucaristía como el sacrificio ofrecido por los cristia-
nos. San Pablo alude en este texto a los sacrificios idolátricos y de ellos
dice que se ofrecen a los demonios y que quienes participan en ellos beben
la copa de los diablos. Pasa luego a referirse a los fieles y de ellos dice que
no pueden participar en los sacrificios paganos porque no se puede beber la
copa de los diablos y la copa del Señor, compartir la mesa de los diablos
y la mesa del Señor. La simple comparación entre la Eucaristía cristiana
(mesa del Señor, copa del Señor) y los sacrificios paganos {sacrificio ofre-
cido a los diablos, copa de los demonios) evidencia que para los oyentes de
Pablo la Eucaristía es el sacrificio que nos dio el Señor.
134 En la Eucaristía se hace, pues, presente el Señor que entregó su vida como sacrificio
de expiación por los hombres (Cf. v. gr. Rin 4, 25; 1 Tm 2, 6; Hb 9, 15 y pasim).
135 Cf. los numerosos testimonios de las liturgias católicas (las ortodoxas tienen los
mismos textos) que se reproducen en Liturgia y Espiritualidad XXIX (1998) 305-307.
1 10 VIVIR LA EUCARISTÍA QL F N< '*• \ ' \\D< ' CFI.KBRAR EL SEÑOR
"Reunidos cada domingo, día del Señor, romped el pan.. .a fin de que •
vuestro sacrificio sea puro...porque este es el sacrificio del que dijo
el Señor: en todo lugar y en todo tiempo se me ofrece un sacrificio
(cap. XIV)."
El mismo Justino que, como hemos visto más arriba, tan claramente vive la
Eucaristía dominical como alabanza y acción de gracias, no deja de verla
también como el sacrificio que ofrecen los cristianos a Dios. En su Diálogo
con Trifón (un judío a quien quiere convencer de la superioridad del cris-
tianismo) le compara los sacrificios judíos con la Eucaristía, sacrificio que
ofrecen los cristianos:
142 Muchos cantos llamados de ofertorio presentan aún hoy la Misa como si en la mis-
ma se ofrecieran a Dios dones (como el pan y el vino, incluso otros elementos o actitudes
espirituales a nuestras acciones o intenciones...). La misma procesión de ofrendas en el
ofertorio -a pesar de que aparezca recomendada (no mandada) en el Misal- no deja, a
nuestro juicio, de tener peligro de desdibujar un poco la Eucaristía que nos mandó cele-
brar el Señor.
143 Resulta incorrecto referirse a la Misa como "esta Eucaristía", o como "una Euca-
ristía" o como "la Eucaristía de la comunidad" o "de tal hora". La Eucaristía es única: la
Eucaristía del Señor. Lo que varía y se repite en todo caso es la celebración de la misma.
Referirse a esta Eucaristía es como si habláramos del "Señor de nuestra parroquia " o del
"Señor de nuestra comunidad" para referirse al sagrario de una determinada iglesia. Así
como el Señor es único, aunque los sagrarios sean múltiples, así la Eucaristía es única.
aunque las celebraciones sean diversas. En el fondo el vocabulario que criticamos signi-
fica -y ello es más grave- que la nueva costumbre ha cambiado la palabra Misa (que ésta
sí puede aplicarse a una determinada celebración -Misa de 11 o Misa de niños- pues se
refiere a la acción de la comunidad que es múltiple, no a la acción del Señor que es única)
por el vocablo eucaristía sin haber cambiado la significación. Es correcto hablar de la
celebración de la Eucaristía de las 11, o de esta celebración eucarística, pero no de la Eu-
caristía de las 11, ni de esta Eucaristía. La Iglesia repite la celebración pero no multiplica
la única Eucaristía del Señor. (El uso incorrecto al que nos referimos ha entrado desgra-
ciadamente incluso en no pocas versiones del Misal en lengua del pueblo; sería deseable
se corrigiera este defecto en futuras ediciones).
LA EUCARISTÍA SACRAMENTO DEL SACRIFICIO DE LA CRUZ 1 15
147 ¡Cuantos cantos populares durante la preparación del pan y del vino sobre el altar.
por ejemplo, o cuántas moniciones o procesiones de ofrendas incitan a los fieles a vivir la
Misa como un simple ofrecimiento de nuestros bienes, de nuestros propósitos sin la más
mínima alusión a la ofrenda del sacrificio de la Cruz que es lo que objetivamente contiene
y hace presente la Misa!
CÓMO VIVIR LA EUCARISTÍA EN SU VERTIENTE DE SACRIFICIO 119
El Señor, según los relatos bíblicos, tomó el pan, lo partió y dijo: "Esto es
mi cuerpo entregado por vosotros (añadiendo, según no pocos testimonios,
tanto antiguos como de algunas liturgias actuales, para el perdón de los
pecados148); Esta es mi Sangre derramada para el perdón de los pecados ".
Es en estas expresiones donde la Iglesia, ve y los fieles deben vivir espiri-
tualmente la Eucaristía como el sacrificio en el que Cristo se ofrece y se
entrega al Padre; y es en estas expresiones donde también (sobre todo por
lo menos) los fieles aeben ver y vivir la Misa como sacrificio, donde se de-
ben unir su propia entrega sacrificial al sacrificio que el Señor re-presenta
al Padre149.
148 Véanse los numerosos testimonios de cómo en las liturgias católicas actuales el
celebrante recita la palabras sobre el pan con el inciso sacrificial entregado para el perdón
de los pecados en Liturgia y Espiritualidad XXIX [1998] 305-307.
149 A este respecto es muy significativa la expresión del Vaticano II: "Los fieles deben
aprender a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada" (Sacr. Conc, 48). Según
este importante y expresivo texto conciliar el ofrecimiento de los fieles debe realizarse es-
pecialmente en el momento en que Cristo se ofrece al Padre, es decir, durante las palabras
del relato y de la siguiente anamnesia, no tanto al presentar sus dones, como tantas veces
se sugiere.
150 Es el caso frecuente y tan equívoco de insistir en que los fieles se ofrezcan a sí
1 2v) VIVIR LA EUCARISTÍA QUF \"OS MANDO CELFBRAR LL SLÑOR
mismos cuando el sacerdote dice las plegarias del llamado ofertorio. O cuando se con-
tinúa explicando aún que la Misa tiene tres partes: ofertorio, consagración y comunión.
O cuando, durante la preparación de los dones, se entonan aún cantos con sentido de
ofrecimiento. Todo ello está muy lejos de las afirmaciones del Vaticano II que dice que la
Misa tiene, no tres, sino dos partes (Palabra y Eucaristía: Sacr. Conc. 56) o se exhorta a
los fieles a que "aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada''' (Sacr.
Conc. 48), es decir, en el interior de la Plegaria eucarística.
151 Es significativo que en la liturgia hispano-mozárabe -también en la antigua galica-
na- con mucha frecuencia después de la Consagración no figure el memorial de la muerte
y resurrección del Señor, sino que se pase directamente a las peticiones epicléticas por los
frutos de la comunión o a otro tipo de peticiones. Estas liturgias, pues, parece como si vie-
ran totalmente realizado el ofrecimiento del sacrificio eucarístico en las solas palabras del
relato. Por otra parte es muy significativo en la misma línea de contemplar el relato -las
palabras de la Consagración- que tanto la liturgia hispánica como la mayoría de liturgias
orientales hagan aclamar al pueblo Amén después de cada una de las consagraciones.
como si con ellas la Eucaristía o Acción de gracias por las maravillas realizadas por Dios.
llegara ya a su culminación con la entrega sacrificial de Jesús, y terminara, por ello, la
anáfora.
CÓMO VIVIR LA EUCARISTÍA EN SU VERTIENTE DE SACRIFICIO 121
154 Si como advierte el Vaticano II incluso en los mismos ritos litúrgicos "en el decurso
del tiempo...se han introducido elementos que no responden tan bien a la naturaleza de
la misma" (Sacr. Conc, 21), ¡cuánto más este fenómeno se habrá hecho presente en las
explicaciones de los ritos!
155 Antes de la crisis protestante que negó el carácter sacrificial de la Misa, la Iglesia.
desde sus orígenes, vivió la Eucaristía como sacrificio, pero sin preguntarse demasiado el
. porqué y el cómo lo era. Pasaba como acontece con los no médicos ante la digestión, por
ejemplo: la hacemos pero sin preguntarnos sus etapas o funcionamiento.
CÓMO VIVIR LA EUCARISTÍA EN SU VERTIENTE DE SACRIFICIO 123
156 Cf. edición de la Conferencia Episcopal Española, edit. EDICE, 1997, n. 89.
157 Cf.edic.BAC, 1999, p. 118.
158 Esta visión de las especies separadas no tuvo lugar en las primeras celebraciones
eucarísticas -las relatadas, por lo menos en Le y 1 Co- pues la cena separó la comunión
del pan y la del cáliz, y en ningún momento estuvieron simultáneamente sobre la mesa el
Cuerpo y la Sangre del Señor.
159 Bajo este punto de vista vale la pena insistir en la nueva rúbrica que, por voluntad
explícita de Pablo VI, se introdujo en el Misal antes de las palabras de la consagración:
"En las fórmulas que siguen, las palabras del Señor han de pronunciarse estando el cele-
brante un poco inclinado y con aquella solemnidad y claridad, que requiere la naturaleza
de las mismas". Es decir, se han de recitar no a la manera de un simple relato de lo que
aconteció, sino como verdadero sacramento de lo que se está realizando. Pensamos que
todo ello se olvida con frecuencia.
1 24 VIVIR I. A EUCARISTÍA Ql'I M ' s V '• \ 7> ' •. F Lt HR \R F.lI SFÑOR
Este fenómeno -anteponer los dones de los fieles, sea materiales sea in-
cluso espirituales (ofrecerse a sí mismo o las propias disposiciones o de-
seos)- a la ofrenda de Cristo, no es una realidad o tendencia exclusiva de
nuestro tiempo. Ya la procesión de las ofrendas, introducida como hemos
visto en la liturgia romana medieval (¿ss. V-VI?) (no en las otras familias
litúrgicas) parece haber tenido un trasfondo que casi considera el sacrificio
eucarístico más como ofrenda de los participantes que como presencia sa-
cramental del sacrificio de Cristo. Los dones que los fieles llevaban al altar
en la procesión de ofrendas, no son ni fueron nunca el sacrificio cristiano.
pero algunas de las antiguas plegarias de los Sacraméntanos (conservadas
en nuestro misal161) parecen entenderlo así. En los siglos posteriores, des-
160 Es decir, ya antes de que la separación de las especies simbolice la muerte violenta
del Señor.
161 Véase, por ejemplo, la Oración sobre las ofrendas (es decir, sobre los dones que los
fieles han aportado en la procesión de ofrendas de la liturgia romana) del Domingo XVI
del tiempo ordinario: "Oh Dios.. .recibe y santifica las ofrendas de tus fieles (lo que acaba-
ban de aportar en la procesión de ofrenda).. .para que la oblación que te ofrece cada uno
de nosotros (se trata indudablemente del pan y vino y oíros dones que se han ofrecido en la
CÓMO VIVIR LA EUCARISTÍA EN SU VERTIENTE DE SACRIFICIO 12. 5
procesión que se concluye con esta plegaria) sirva para la salvación de todos. Que trate de
los dones presentados en la procesión, no del Cuerpo y Sangre del Señor que se ofrecerán
en la Plegaria eucarística, se ve más claro aún en el original latino de la oración pues en
el inciso te ofrece cada uno de nosotros el verbo aparece en tiempo verbal pasado, con
referencia indudable a la procesión de ofrendas ya realizada "quod singuli obtulerunf'.
Lo mismo aparece en muchas otras oraciones sobre las ofrendas (ver, por ejemplo, la del
Domingo XXIV, también en tiempo verbal pasado en el original latino).
162 A estos dos ofertorios -el de la procesión de las ofrendas del pueblo y el más tardío
del ofrecimiento del pan y del vino por parte del sacerdote- como posibles ofuscamientos
del verdadero sacrificio eucarístico del Señor, ofreciendo su Cuerpo y su Sangre, dedica-
mos sendos capítulos.
163 Cf. Liturgiay' EspiritualidadXXIX (1998) 55-59, 251-263,438-458; XXX (1999)
55-64,201-216,381-390.
126 VIVIR LA EUCARISTÍA Ol í \ O S M W'DO CLLLBRAR EL SEÑOR
164 Deben, pues, revisarse muchas de IPS definiciones que aparecen en algunos catecis-
mos antiguos e incluso en no pocas obras teológicas que definen o por lo menos describen
el sacrificio como ofrecimiento a Dios de una víctima destruyéndola para significar el
dominio de Dios sobre las criaturas.
165 El sacrificio de Abel, era, por ejemplo, de víctimas; el de Caín, en cambio, de frutos
de la tierra. Con mucha frecuencia se ofrece harina, pan (sobre todo sin fermentar). Son
especialmente conocidos el sacrificio u ofrenda de los panes de la proposición, del pan
y vino de Melquisedec, del aceite, sal, de los mejores frutos de la tierra. En todos estos
casos hay ofrecimiento de un verdadero sacrificio, pero no hay, en cambio, ninguna víc-
tima inmolada. ¿Porqué, pues, hubo -y se da aún en ciertas explicaciones- tanto empeño
en ver de qué modo en la Eucaristía se realiza el ofrecimiento de una víctima a través de
su muerte presente, por lo menos simbólicamente, en los ritos extemos? En este sentido
la aclaración de la Comisión histórico-doctrinal del Comité del Jubileo sobre el sentido
sacrificial de las palabras de la consagración -prescindiendo, como hemos subrayado- de
la presencia simultánea de ambas especies que significan muerte violenta tienen un gran
valor.
166 El pelagianismo es una antigua herejía que situaba la acción del hombre por encima
de la gracia de Dios; el hombre se salvaba, según los pelagianos, por sus méritos, no por
la gracia gratuita de Dios.
167 Hay que decir que la visión del sacrificio centrado únicamente en el ofrecimiento
de una víctima inmolada es una visión relativamente moderna. En la antigüedad -y en la
misma Edad Media- para describir el sacrificio se partía más bien del texto o definición
de S. Agustín que afirma que el sacrificio, es una acción que se realiza para ponernos en
santa sociedad con Dios (Cf. De civ. Dei X).
CÓMO VIVIR LA EUCARISTÍA EN SU VERTIENTE DE SACRIFICIO \ 2.7
Pero, con todo, este sacrificio que ofrece la Iglesia y cada uno de los parti-
cipantes en la Misa, es algo más secundario respecto a la acción principal
que realiza el Señor. Cristo, a través de los signos eucarísticos, hace real-
mente presente el sacrificio que presentó al Padre, la Iglesia y cada uno de
los fieles, participan o se unen al sacrificio de su Señor. Este un aspecto
que hay que clarificar y en el que es necesario insistir, so pena de caer
en una especie de moderno pelagianismo que sobrevalora la acción del
hombre sobre la acción de Dios. La dificultad para vivir correctamente la
Eucaristía-sacrificio no estriba tanto en si el pueblo ofrece o no, ni en si en
la Misa ofrecemos o no a Dios también lo nuestro, sino sobre todo en como
lo nuestro se incorpora al sacrifico mismo de Jesús.
Esto es mi Cuerpo,
169 Esta expresión, que figura en las versiones españolas del Misal (no, en cambio, en
la edición típica latina), es en sí misma correcta; aunque puede tener el riesgo de subrayar
excesivamente lo que es secundario -los propios gozos y fatigas- quizá en menoscabo de
lo principal, la contemplación de Cristo que re-presenta su entrega al Padre como cabeza
de la Iglesia e incluso de la humanidad. El peligro es tanto más posible cuanto los gozos y
fatigas de cada día psicológicamente son más fáciles de vivir y sentir que la contempla-
ción de la autodonación de Cristo.
170 Las frases de ofrecimiento que figuran en las Plegarias eucarísticas acostumbran a
quedar subjetivamente muy poco subrayadas, debido seguramente al excesivo subrayado
que se ha dado a las preces del llamado ofertorio.
130 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS M W D i i Cf-I F.BRAR EL SEÑOR
9. CONCLUSIÓN
Terminamos este capítulo con una conclusión que, de hecho, es muy rela-
tiva. Lo que hemos desarrollado hasta aquí, para que sea plenamente fiel a
nuestro propósito de "Vivir la Eucaristía que nos mandó celebrar el Señor".
necesitaría un complemento práctico: cómo pueden y deben interpretar los
participantes y cómo deben realizar expresivamente los ministros las di-
versas fórmulas y los respectivos gestos sacramentales para que también se
viva intensamente el sentido sacrificial de la Eucaristía. Pero de ello habla-
remos en las páginas siguientes en las que abordaremos lo que aquí falta.
Capítulo IX
ESPIRITUALIDAD Y DINAMISMO
CONTEMPLATIVO DE LA PLEGARIA
EUCARÍSTICA
Las reflexiones que hemos ido desgranando en los capítulos anteriores han
presentado sucesivamente los diversos aspectos fundamentales de la Eu-
caristía: las palabras y gestos que el Señor realizó y nos mandó repetir,
presentando la Eucaristía sobre todo en sus vertientes de acción de gracias,
de memorial y de sacrificio. Nuestro esfuerzo ha estado orientado siempre
a distinguir entre gestos y matices fundamentales y ritos o fórmulas secun-
darios, añadidos más tarde a las palabras y gestos del Señor.
Para una fidelidad plena a lo que Jesús hizo y quiso que repitiéramos hay
que tener siempre muy vivo y muy presente que la Eucaristía, siempre y
radicalmente, es una Acción de gracias por los eventos de la Historia santa.
historia que incluye y se culmina con la contemplación y acción de gracias
por la pascua de Jesús que se hace presente en el relato de la institución.
Este trasfondo de acción de gracias es, pues, una premisa necesaria para
vivir la Eucaristía que nos mandó celebrar el Señor. El Señor en efecto.
empezó la celebración recitando (y modificando o llevando a la plenitud)
el Qiddush o bendición judía sobre el pan, producido por la tierra, que en
adelante no sería el de la tierra sino su Cuerpo, verdadero pan bajado del
cielo, y la concluyó con el birkhat-ha-mazón o bendición de la copa llena
del fruto de la vid, que ahora sería, no el fruto de la viña cosechado en la
177 En la liturgia hispánica, las acciones de gracias por los diversos dones se insertan
no sólo al inicio de la Acción de gracias sino también más adelante, tanto antes como des-
pués del relato de la institución; de aquí la frecuente alusión, sobre todo en las fiestas de
los mártires, al santo incluso después del relato.
178 Cf. más abajo, en el párrafo 6.
ESPIRITUALIDAD Y DINAMISMO CONTEMPLATIVO DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA 13 7
tierra santa, sino el vino de su sangre derramada para el perdón de los peca- •
dos. Lo que celebró, pues, Jesús, lo que nos mandó repetir, es por tanto una
bendición o acción de gracias por las maravillas de la historia santa, histo-
ria que a partir de la nueva pascua tiene su punto más alto en su muerte y re-
surrección. Por ello los evangelistas resumen el relato de la Cena diciendo:
Tomó el pan y la copa, dio gracias y añadió Haced esto en conmemoración
mía. Nuestra Eucaristía es pues, Acción de gracias, pero ya no recordando
el don de la tierra dada a los padres y del fruto de sus viñedos sino de la vida
y resurrección iniciadas por Cristo. Por ello dirá el apóstol: "Cada vez que
comáis de este pan y bebáis del cáliz, proclamaréis la muerte del Señor";
ya no, por tanto, el don de la tierra y el fruto de sus vides.
179 Decimos intencionadamente "si es que se hace" porque esta procesión ni es obli-
gatoria, ni es habitual, ni primitiva, ni existe en la mayoría de liturgias (personalmente
pensamos que se introdujo en la liturgia de Roma durante el s. V). Por supuesto que ni en
la Cena del Señor ni en ninguno de los antiguos documentos que tratan de la celebración
de la Eucaristía, encontramos nunca el gesto de esta aportación de los dones por los fieles.
En todo caso hay constancia de aportación de dones o a final de la celebración (Apología
de Justino) o antes de su inicio (algunos Concilios locales de la Alta Edad Media).
180 Cf. IGMR, n.53.
181 Por ello el Misal ha conservado oportunamente que durante los mismos el pueblo
permanezca sentado, casi como si oficialmente se desentendiera de los gestos que en este
momento hace el celebrante.
138 VIVIR LA EUCARISTÍA Ql'F N0^ \1 W D O CFI.F.BRAR L:L SEÑOR
El celebrante, para hacer expresivo y fiel su servicio, y los fieles, para parti-
cipar con autenticidad en la Eucaristía de Jesús deben pues distinguir bien
entre los ritos de preparación -que terminan, como hemos dicho, con la
Oración sobre las ofrendas- y el comienzo de la Plegaria eucarística que
se introduce, como la mayoría de fórmulas importantes, con una salutación
inicial al pueblo. El mismo Misal sugiere -o incluso algunas veces man-
da- que se haga un espacio de separación entre el Amén conclusivo de la
preparación de la mesa eucarística y el inicio de la Eucaristía o Acción de
gracias186 que se inicia con el diálogo invitando al pueblo a dar gracias a
Dios (Demos gracias al Señor, nuestro Dios) que figura en todas las litur-
gias de Oriente y Occidente ya desde los textos más primitivos.
El Señor, según los relatos del Nuevo Testamento y otras fuentes primi-
tivas, e incluso según la costumbre de Israel en sus cenas rituales, empe-
zó Dando gracias o Bendiciendo a Dios. Nada extraño, pues, que quienes
182 Que a veces incluye equívocos por cuanto parece que lo que se ofrece en la Euca-
ristía sean los dones aportados por los fieles y no tanto el sacrificio del Cuerpo y Sangre
del Señor (Cf. v. gr. Domingos XVI y XXIV del Tiempo Ordinario).
183 Sería, por ello, opinamos, que es menos correcto -aunque esta permitido- cantar
la oración sobre las ofrendas, fórmula a todas luces secundaria; menos expresivo aún
seria cantar esta oración y recitar, en cambio, sin canto el inicio (prefacio) de la Plegaria
eucarística.
184 En las liturgias antioquenas la salutación inicial es el texto paulino La Gracia de
N.S.J.C., el amor del Padre, etc.pero a continuación figura la monición Demos gracias al
Señor.
185 Esta monición es típicamente cristiana (nada semejante a ella hay en las bendicio-
nes de la mesa judías). De ella y de su significado para vivir la Eucaristía que nos mandó
celebrar el Señor hablaremos en otra ocasión.
186 En las concelcbraciones, por ejemplo, se manda que los concelebrantes permanez-
can en sus puestos (IGMR, n. 166) durante los ritos del ofertorio (que incluyen la Oración
, sobre las ofrendas (IGMR, nn. 53 y 106-107); y sugiere hacer eventualmentc una moni-
ción, terminada la oración sobre las ofrendas y antes de iniciar el prefacio (IGMR, n. 11).
ESPIRITUALIDAD Y DINAMISMO CONTEMPLATIVO DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA 139
187 JUSTINO, Apología í, (Cf. RUIZ BUENO, Padres Apologistas Griegos, Edic.
BAC,p.256).
140 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
La Iglesia, pues, fiel al mandato recibido, desde sus más remotos oríge-
nes191, ha celebrado la Eucaristía con el matiz dominante de acción de gra-
cias. Dar gracias es, en el fondo, la actitud religiosa que mejor cuadra cor
el evangelio como buena noticia. Si en otros contextos religiosos al Dios.
Ser supremo, majestuoso y a veces amenazador, se le honraba con ofren-
das y sacrificios que expresaban sobre todo la reverencia, el temor y el
reconocimiento de su majestad (sobre todo con los sacrificios con víctimas
destruidas), ante el Señor que anuncia la buena noticia se responde prin-
cipalmente con la acción de gracias que contempla las obras realizadas
por él (sin que ello excluya, por supuesto, las demás actitudes religiosas
de adoración, por ejemplo, de petición de perdón, de petición). Por ello.
después del diálogo inicial192, el celebrante empieza a desgranar otro de los
Escritura.
191 Cf. Liturgia y Espiritualidad. XXIX (1998) 438-458, especialmente pp. 445-446.
192 Permítasenos insistir de nuevo, en vistas a una mejor y auténtica vivencia de la
misa, que la palabra Prefacio con la que se inicia y se titula la primera parte de la Plegaria
ESPIRITUALIDAD Y DINAMISMO CONTEMPLATIVO DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA 143
motivos de la Acción de gracias. Las palabras y maneras concretas con las '
que se explícita la Acción de gracias, varían de una liturgia a otra, pero el
contenido de bendición a Dios por sus diversas maravillas constituye siem-
pre el tramado principal: recordar algunas de las maravillas (no siempre las
mismas) y culminarlas siempre con el recuerdo de la maravilla definitiva de
la muerte y resurrección del Señor (este sí siempre invariable).
De estas tres maneras distintas de proceder las anáforas más antiguas como
la de Hipólito (usada ahora, con leves modificaciones en nuestra anáfora
II) y todas las orientales siguen la primera forma: el breve recuerdo del
eucarística aquí está muy lejos de ser sinónima de Introducción (que es el significado que
acostumbra tener este vocablo en las primeras páginas de nuestros libros). En la Plegaria
eucarística, prefacio no significa introducción sino algo así como Proclamación solemne
Prae-fari = Proclamar ante la asamblea). Todo lo que ha seguido a la Liturgia de la Pa-
labra ha sido simple preparación para la parte eucarística que se inicia con la monición
Demos gracias al Señor nuestro Dios y prosigue con el Prefacio o proclamación solemne
de las maravillas divinas, que se recordarán en la Acción de gracias.
144 VIVIR I.A FÚCARISTI \ (,1'\ ' s
-' s
V , A ' n i i CELEBRAR EL SEÑOR
Las breves palabras sobre el pan y sobre la copa del relato de la Cena con-
tienen mucho más que un simple recuerdo de lo que hizo el Señor en la
Cena. Si bien estas expresiones aisladas y solas no realizan el sacramento.
como pensaron algunos teólogos, sí que en cambio son ellas las que lo
culminan, tanto en su vertiente de Acción de gracias como en cuanto Sa-
crificio y Memorial. Por ello precisamente es tan importante darles todo j
su relieve espiritual, y los ministros deben poner su máximo interés en j
pronunciarlas con suma reverencia y expresividad; los fieles, por su parte
deben esforzarse en escucharlas con suma atención, con suma admiración
y con un espíritu intensamente contemplativo de la realidad que en ellas se
re-presentan'94. Para lograrlo, para que estas expresiones adquieran todo
su relieve celebrativo y para que los fieles capten el pleno significado de
193 Nuestra actual anáfora IV ha sido calcada sobre este modo oriental, adaptando una
antigua anáfora bizantina.
194 Así lo subraya la rúbrica del misal: "Las palabras del Señor han de pronunciarse
con aquella expresividad y claridad que requieren la naturaleza de las mismas". Para
lograr esta expresividad y unción al recitarlas, por voluntad explícita de Pablo VI, las
palabras de la consagración son literalmente las mismas en las cuatro anáforas latinas. En
algunos proyectos variaban de una anáfora a otra, pero Pablo VI no lo permitió a fin de que
el celebrante pudiera pronunciarlas de memoria y con mayor unción y facilidad.
ESPIRITUALIDAD Y DINAMISMO CONTEMPLATIVO DE LA PLEGARIA EUCARÍST1CA 145
197 Cf. Instrucción Eucharisticum Mysterium. n. 3 Cf. Ritual del Culto eucarístico
'itera ad la Misa, Praenotanda, n. 22
: 98 Cf. Liturgia y Espiritualidad XXIX (1998) 303-321.
' 99 En los más antiguos comentarios medievales que explican el entonces nuevo gesto
Je la elevación, éste acostumbra interpretarse como presentación al Padre del sacrificio
Je la cruz.
148 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS \ 1 \ \ D ( * CELEBRAR F.I. SEÑOR
200 Cf.IGLH,20.
201 El inciso entregado por vosotrosfiguraen la totalidad de las llturgias de Oriente; en
la romana anterior al Vaticano II, la hemos encontrado tínicamente en el Canon Romano
del ms. 87,88 (s. IX) del Archivo de la Catedral de Colonia: "Esto es mi Cuerpo entregado
por todos" (Hoc est enim corpus meum. quod pro multis confringetur) (Cf. MOELER-
CLEMENT-COPP1ETERS, Corpus orationum, X, n. 6263 c).
ESPIRITUALIDAD Y DINAMISMO CONTEMPLATIVO DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA 14-9
Hemos hecho hasta aquí una serie de reflexiones sobre lo que pretendió
exactamente el Señor al entregar a la Iglesia el Sacramento eucarístico.
Desde ahora vamos a retomar este mismo tema pero de una forma más bien
negativa. Nos explicamos. Como decíamos ya al iniciar estas reflexiones
sobre la liturgia de la Misa, la Iglesia recibió del Señor la Santa Eucaristía
que es una joya; pero para estay'qya la Iglesia, a través de los siglos y en los
diversos lugares o ritos, ha construido como un estuche, a veces riquísimo,
otras veces más simple e incluso en alguna ocasión menos expresivo.
que nos mandó celebrar el Señor nuestro intento es, pues, remover los obs-
táculos que pueden obscurecer la más plena vivencia del significado cen-
tral de la Misa, es decir, quisiéramos ayudar a que se realizara el voto del
Vaticano II procurando que en nuestra manera personal o subjetiva de vivir
la Misa no dominen "aquellos elementos que se han introducido en la cele-
bración a través de los siglos y que no responden tan bien a la naturaleza de
la Misa o han llegado a ser menos apropiados"204. En nuestras reflexiones
no pretendemos evidentemente proponer reformas, supresiones o cambios
en los ritos de la Misa (ello únicamente corresponde a la Sede Apostólica
205
) pero sí quisiéramos sugerir actitudes o maneras prácticas que, en plena
fidelidad a los ritos eclesiales, ayuden a subrayar con fuerza los elementos
centrales y procurar, en cambio, que queden menos subrayadas las partes
más secundarias de la celebración; así se vivirá mejor la Eucaristía que nos
mandó celebrar el Señor.
204 Id.
205 Sacr. Conc, nn. 22 y 26.
206 Ed.2000n.28; edic..975n.8.
207 Ni la procesión de entrada ni los ritos del ofertorio no figuran en las otras familias
litúrgicas, o no figuran en todo caso de manera autónoma como parte de la Misa, sino de
modo mucho más modesto o implícito.
EL OFERTORIO ( ü LOS OFERTORIOS) 153
la promulgación del Misal de Pablo VI20X (cuando los ritos de las ofrendas
según el Misal de Pablo VI) como unos pocos años después a raíz de su
promulgación y como comentario a los nuevos ritos del Misal actual209.
No quisiéramos, pues, limitarnos a repetir lo que ya hemos dicho en otras
ocasiones -aunque sí nos reafirmamos en la mayoría de limitaciones que,
precisamente con referencia concreta al llamado ofertorio en el muevo Mi-
sal vertimos en los comentarios citados- sino reflexionar sobre alguno de
ios aspectos de estos elementos de la Misa, de su configuración en el actual
Misal Romano y sobre todo de algunas maneras como tanto celebrantes
como fieles interpretan y viven aún equívocamente estos ritos como si fue-
ran un verdadero ofertorio.
He aquí un interrogante que puede iluminar nuestra cuestión desde sus raí-
ces. Terminada la liturgia de la Palabra sigue el gesto de poner sobre el
altar el pan y el vino para la Eucaristía210. Este gesto ¿es simplemente el
rito funcional de colocar sobre el altar el pan y el vino en vistas a la Acción
de gracias del Señor o se trata de una ofrenda de estos elementos de un
verdadero ofertorio? El misal de S Pío V, ya desde su Editio princeps de
1570 hasta su última edición de 1962, da el nombre de ofertorio a esos ritos
intercalados entre la liturgia de la Palabra y el inicio de la Plegaria eucarís-
tica, tanto en el Ritus servandus como en las Rubricae generales211. En el
cuerpo de ambos misales, en cambio, el nombre de ofertorio se aplica úni-
camente a la antífona que reza el celebrante antes de iniciar la preparación
208 Cf. v. gr. ¿Hacia una reforma más pastoral del Ofertorio? en Phase, VII (1968)
160-173.
209 Cf. también FARNES, Crónica de la reforma del Misal en El Misal de Pablo VI,
Edibcsa, Madrid 1996.
210 Algunas veces el gesto se limita a poner estos dos elementos sobre el altar. Así des-
cribe el gesto, por ejemplo, en la antigüedad, la Apología de S Justino (ca. 150 dC) o en
la Tradición Apostólica (ca. 250 dC); y así se realiza hoy en la mayoría de celebraciones;
^tras veces el gesto incluye una larga procesión de ofrendas. Así, por ejemplo, en los Ordi-
'ies Romani de la Edad Media y en algunas celebraciones más solemnes de nuestros días.
211 SODI-TRIACCA, Missale Romanum, Editio Princeps, pág. 13; Missale Roma-
num, 1962. Rubricae generales Missalis. XII y Ritus Servandus VI y VII.
154 VIVIR LA EUCARISTÍA QUF NOS M \ N p O CFI.EBRAR EL SLÑOR
Este balanceo del modo con que se emplea la palabra ofertorio puede pa-
recer sólo un detalle insignificante, pero tiene, pensamos, su importancia.
De hecho en el Consilium que preparó el Misal de Pablo VI se suscitaron
dudas y controversias. La mayoría de miembros del Consilium que preparó
nuestro Ordo Missae insistieron en la necesidad de que se suprimiera toda
alusión a ofertorio de dones a Dios -a cualquier alusión a la oblación del
pan y el vino— en el momento de colocar los elementos sobre la mesa eu-
carística, pues la verdadera y única ofrenda que la Iglesia ofrece a Dios en
la Eucaristía -el único verdadero ofertorio- es el ofrecimiento del Cuerpo
y Sangre de Cristo, ofrenda a la cual se une a Cristo y con él se ofrece tam-
bién la Iglesia y cada uno de los fieles214. Seguramente debido a este recelo
de los peritos del Consilium, en el Misal de Pablo VI apenas figura una
parte de la Misa que pueda llamarle propiamente ofertorio2'5, y si algún
vestigio de ofertorio persevera en el Misal216, hay que decir que ha quedado
muy a pesar de quienes proyectaron la reforma.
212 SODI-TRIACCA, Missale Romanum, Editio Princeps, pág. 237; Missale Roma-
num, 1962, Rubrícete generales Missalis, XII y Ritus Servanedus VI I VII.
213 Insttutio General del Misal Romano, n. 73.
214 Sacr. Conc, n.48.
215 El vocablo ofertorio aparece preferentemente (no exclusivamente) en referencia ai
canto que puede ejecutarse durante la procesión de las ofrendas y la colocación del pan \
del vino sobre el altar ( Cf. Institutio General delMisal Romno, edit. 2000, n. 178; edic
1975, n. 166).
216 La principal referencia al vocablo ofertorio es, sin duda, la expresión "quem (para
el pan) quod (para el vino) tibi offerimus " en las respectivas fórmulas de presentación de
estos elementos. Pero estas dos fórmulas fueron muy controvertidas en el Consilium >
aceptadas finalmente contra el parecer de la mayoría de los miembros. En la versión espa-
ñola, catalana y gallega, muy intencionadamente, como eco de las controversias, se optó
por traducir el verbo offerimus por te presentamos -us el presentem- presentámoscho para
alejar la visión del pan y el vino como ofrenda de la Iglesia.
EL OFERTORIO ( o EOS OFERTORIOS) 155
Por más que una cierta teología posterior -y más si cabe las catequesis, la
piedad y la pastoral de los últimos tiempos, incluidos los primeros pasos
del movimiento litúrgico- hicieran especial hincapié en los ritos llamados
ofertorio, y acostumbraban incluso a englobarlos en una de las partes de la
Misa (que a veces se presentaba como formada por tres partes: ofertorio,
consagración y comunión)217, la verdad es que el conjunto de acciones o
ritos que van desde la Oración de los fieles hasta el comienzo de la anáfo-
ra (prefacio) son un añadido posterior que tiene muy poco que ver con la
verdadera naturaleza de Eucaristía que nos dio el Señor. En efecto, tanto
histórica como teológicamente hablando, es insostenible continuar con la
presentación común de hace sólo unos pocos años según la cual la Misa
consta de tres partes o momentos: ofertorio, consagración y comunión. El
Vaticano II y luego el Misal de Pablo VI presentan la celebración constan-
do de dos partes, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística, que
responden a la doble acción del Señor: anunciar la buena nueva con su pre-
dicación, actualizada en la Liturgia de la Palabra, y encabezar el tránsito o
pascua de la humanidad que pasa de este mundo a Dios a través de su muer-
te y resurrección, realidades hechas presentes en el sacramento eucarístico.
217 Entendiendo por ofertorio dos acciones bien diversas: a veces la procesión de los
ñeles que presentan las ofrendas al diácono o al sacerdote, a veces el ofrecimiento del
•-acerdote que presenta a Dios el pan y el vino que serán consagrados.
156 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
eucarística. El Señor, nos dirán los diversos relatos del Nuevo Testamento,
tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, e hizo lo propio
con la copa del vino. En la más antigua descripción de la Eucaristía -la
Apología de S. Justino (apox. 165)- los gestos eucarísticos son exclusiva-
mente los mismos que los del Nuevo Testamento: después de la liturgia de
la Palabra, el que preside toma pan y una copa de vino mezclado con agua
y pronuncia una larga acción de gracias. En el siglo siguiente, la Tradición
Apostólica presenta el mismo cuadro: después de la oración universal el
que preside recita inmediatamente la anáfora sin que se aluda a ningún rito
ni de procesión ni de ofrecimiento de dones. Podemos estar ciertos, pues,
de que los ritos llamados posteriormente de ofertorio no existen en los si-
glos primitivos.
La Eucaristía que nos mandó celebrar el Señor tiene matices diversos de los
que hemos hablado más arriba. En cuanto a sacrificio, la Misa es fundamen-
talmente el ofrecimiento del Cuerpo y de la Sangre del Señor, ofrecimiento
que realiza el mismo Cristo al hacer presente bajo los signos sacramentales
(por las palabras de la consagración principalmente) su oblación de la cruz.
Al sacrificio de Cristo re-presentado (hecho nuevamente presente) en la
mesa eucarística se unen los fieles sobre todo en la anamnesis que sigue a
la consagración ("Te ofrecemos el Pan de vida y el Cáliz de salvación").
Este ofertorio, realizado por Cristo en la cruz y al que se une la Iglesia, es
lo que logra que la Eucaristía sea verdadero sacrificio, como definió Tren-
to. Pero podemos preguntarnos aún: a este ofrecimiento fundamental del
Cuerpo y Sangre del Señor al que se unen los fieles218 ¿pueden añadirse el
ofrecimiento de otros dones? Aquí estriba la manera como se realiza y se
vive aquella parte de la Misa que durante algunos siglos219 se la ha llamado
ofertorio.
220 De este ofrecimiento nace la práctica piadosa del Ofrecimiento de obras u Oracio-
nes de la mañana.
221 Hacer u omitir la procesión de las ofrendas, pronunciar en secreto o en voz alta las
fórmulas de presentación del pan y del vino, etc.
222 Adversus haereses, IV, 24,18,1.
158 VIVIR LA FUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
7. LA PROCESIÓN DE OFRENDAS
Pero quizá al leer los testimonios antiguos no adviertan que en los textos •
antiguos las aportaciones de los fieles ni tenían nunca sentido de ofrendas
litúrgico-sacrificiales sino que eran dones para los pobres y para el sosteni-
miento de los ministros, ni se presentaban en el interior de la celebración.
Es verdad también que esta entrega de dones, sobre todo en Occidente, con
el tiempo tendieron a coincidir cada vez más con la celebración eucarística
y llegaron incluso a inserirse en el interior de la misma.
Los testimonios que aluden -o que mandan incluso- que los fieles aporten
su contribución a la Iglesia al acudir a la celebración se hacen cada vez mas
frecuentes; los numerosos concilios locales africanos, francos y visigodos,
se hacen eco de esta práctica. La costumbre, con todo, parece que fue muy
limitada y sólo en algunas pocas y especialmente solemnes Misas y unas
pocas personas que presentaban dones. Pero una cosa es aportar dones, otra
distinta incorporar la entrega de los mismos como ofrendas del sacrificio en
la costumbre (que por otra parte nunca se impone) de que los fieles aporten sus dones.
Hay, con todo, en la descripción de este gesto un detalle digno de subrayar (y que en
los días de la reforma del Misal fue objeto de alguna tensión). Hubo entre los miembros
que intervinieron en la reforma quienes, para subrayar precisamente el gesto de los fieles
que presentaban sus ofrendas, insistían en que debía ser el mismo celebrante quien las
recibiera; otros miembros del Coetus, por el contrario, para disminuir la importancia del
gesto, querían que las ofrendas las recogiera el diácono (como un simple gesto material
o funcional) mientras el celebrante se desentendía de este rito y permanencia en su sede,
como aparece en las fuentes más antiguas (Hipólito, Tradición Apostólica). El texto que
quedó plasmado en la IMGR dejó las dos posibilidades. La práctica -desgraciadamente-
opta casi siempre por el celebrante; teológicamente creemos que es más significativo que
recoja las ofrendas el ministro y se deje al celebrante el ofrecimiento del Cuerpo y Sangre
del Señor en el interior de la anáfora.
225 Ya en el Pastor Hermas el ayuno unido a las limosnas se llama sacrificio y oblación
grata a Dios (Símil. V, 3, 8).
1 60 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
En otros escritos antiguos se dice que los fieles aportan sus dones antes
de iniciar la celebración; así aparece en muchas liturgias orientales. Ya en
escritos tan antiguos como el Testamentum Domini (s. IV-V), se dice, que
los fieles dejan los donativos antes de la Misa en una dependencia llamada
Diaconicon, generalmente situada al lado de la iglesia. En el citado Testa-
mentum Domini (I, 19: Rahmani, 23; Quasten mon, 237) leemos taxativa-
mente:
"El diaconicon esté situado al lado derecho del edificio, a fin de que
los dones que los fieles aportan queden visibles (Testamentum Do-
mini I, 19)."
unas pocas liturgias orientales (la bizantina, por ejemplo)228 y que ocupa el
lugar de la procesión de ofrendas; pero -esto es muy importante- no tiene
ningún sentido de ofertorio por parte de los fieles, no es paralelo, por tanto,
a la procesión latina de las ofrendas. Este solemne traslado (no ofrecimien-
to) del pan y del vino fue imitado posteriormente por otras liturgias, incluso
latinas (por ejemplo por la galicana) pero en ninguna de estas liturgias el
rito tiene sentido de ofrendas del pueblo, sino gesto de los diáconos que
preparan el altar229.
228 No en Oriente, como algunos dicen, sino únicamente en unas pocas liturgias orien-
:ales que tardíamente copian esta procesión del rito bizantino).
229 En plena Edad Media se conserva con ello el mismo gesto de Justino en el s. II o de
Hipólito en el s. III: terminada la liturgia de la Palabra los diáconos ponen en el altar (no
ofrecen) lo necesario para la eucaristía.
230 Históricamente es interesante el desarrollo de este rito nacido en la liturgia papal de
la Edad Media; pero mucho más interesante es saber qué sentido da la tradición litúrgica
a este rito que, exteriormente por lo menos, parece un gesto paralelo al ofrecimiento de la
Eucaristía, cosa que puede representar un problema teológico.
162 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDO CLLI.BRAR El SEÑOR
231 Poco auténtica, decimos, pues en las iglesias presbiterales no acostumbró a haber
t ni procesión ni casi ofrendas de los fieles sino solo el vestigio del canto de ofertorio y de
la oración sobre las ofrendas.
EL OFERTORIO ( o LOS OFERTORIOS) 163
232 En el Misal de Pío V estas fórmulas se decían aun en voz secreta (Ritus Servandus
Vtl, 7).
164 VIVIR LA EUCARISTÍA Q l T NOS MANDO CELEBRAR EL SEÑOR
1. CUATRO PARTES DE LA MlSA A LAS QUE SE LES DA, A VECES, Y ALGO EQUÍVO-
CAMENTE UN CIERTO SENTIDO DE OFERTORIO
El título que encabeza este capítulo puede parecer un tanto extraño a mu-
chos lectores. ¿Cuatro ofertorios en la Misa? Más extraño aún, si cabe,
teniendo presente que en el último capítulo manifestábamos una innegable
reticencia a dar el nombre de ofertorio a aquella parte de la Misa en la que
de hecho propiamente lo que se realiza es preparar el altar y los dones para
la Eucaristía. Afirmar, ahora, que en la Misa hay hasta cuatro ofertorios ¿no
es por lo menos un tanto desconcertante?
2. la presentación del pan y del vino por parte del sacerdote (el celebrante
presenta u ofrece233 los dones que servirán para la Eucaristía);
233 El original latino hace decir al sacerdote offerimus al presentar las ofrendas.
166 VIVIR LA EUCARISTÍA QI_ F NOS M WDO CF.I.EBRAR EL SEÑOR
Analicemos, pues, por orden cada uno de estos cuatro momentos llamados
ofertorios. Empecemos nuestra reflexión por el primero de ellos, la presen-
tación de las ofrendas por parte del pueblo.
234 La versión oficial italiana explícita aún más claramente -a nuestro juicio exage-
radamente- el significado sacrificial de la expresión bíblico-litúrgica de entregado por
vosotros: "Questo c il mió Corpo offerto in sacrificio per voí\
235 No faltan comentaristas que a veces insinúan la analogía entre la procesión de la^
ofrendas romana y el rito de la Gran entrada en la liturgia bizantina. Esta comparación es
en realidad fruto de un gran desconocimiento del contenido y significado de la Gran en-
trada bizantina. En esta Gran entrada, por una parte, no son los fieles quienes ofrecen sus
dones sino algunos ministros quienes llevan el pan y el vino a la mesa eucanstica y, por
otra parte, ninguna fórmula ni canto de ofrecimiento acompaña dicha procesión.
236 Insttutio General del Misal Romano, edic. 2000, n. 75, edic. 1975, n. 49.
237 Que este gesto se hiciera antiguamente debe matizarse mucho. Antiguamente no
significa ciertamente los tiempos primitivos, ni puede referirse a todas las comunidades
o familias litúrgicas. El adverbio sólo puede aplicarse con certeza a las primitivas Misas
LOS CUATRO OFERTORIOS DE LA MISA. LA PROCESIÓN DE LAS OFRENDAS 167
Pero este llamado ofertorio ni siempre existió -ni existe hoy- en la mayo-
ría de liturgias. En la casi totalidad de ellas se desconoce esta procesión de
ofrendas en este lugar de la Misa. Si queremos profundizar la teología de
la Misa como ofrecimiento de un verdadero sacrificio debemos seguir otro
camino: poner la atención en primer lugar en los datos fundacionales de la
Eucaristía tal como figuran en el Nuevo Testamento y en la Tradición oral
de la Iglesia. Al examinar estas fuentes nos encontramos con que de esta
procesión de ofrendas no hay la más mínima alusión a una presentación de
dones previamente aportados por los presentes, ni nunca aparece alusión
alguna a un ofertorio previo a la acción eucarística. En todas las descrip-
ciones del Nuevo Testamento se dice únicamente que el Señor tomó el pan,
tomo la copa, y que él, tomándolos, bendijo a Dios y le dio gracias, nunca,
en cambio, se halla ninguna alusión al ofrecimiento del pan y el vino.
Unos setenta años más tarde la Tradición Apostólica se expresa de una ma-
nera parecida, después de la oración universal se dice:
papales (ss. V-Vl) y algo más tarde a otras (¿pocas?) misas influidas por los ritos papales.
238 RUIZ BUENO, Padres Apologistas Griegos (BAC 116, 256).
168 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDO CELEBRAR EL SEÑOR
Nada, por tanto, durante los primeros siglos, que se parezca ni a una proce-
sión de ofrendas ni tan sólo a un ofrecimiento del pan y del vino por parte
de los fieles o del celebrante.
Con la propagación de la liturgia romana allende los Alpes entró -no sabe-
mos como ni en que medida- algo246 de lo que, en las Misas papales, eran
244 Algunos opinaron que cuando en el Sacramentarlo hay tres oraciones éstas sirvie-
ron como conclusión a cada una las tres antiguas lecturas (a la manera como se recitan las
oraciones en la Vigilia pascual después de cada lectura). Otros creen más bien que cuando
en una misma Misa hay tres oraciones la primera corresponde a la actual colecta de la
Misa, la segunda la oración conclusiva de la Plegaria universal y la tercera a la oración
sobre las ofrendas. Lo que sí es indiscutible es que la última de estas oraciones correspon-
de a la actual Oración sobre las ofrendas y es la conclusión del rito de presentación de
los dones que en los ss. V-VI ciertamente ya se ha introducido en las Misas estacionales
del Papa.
245 Al principio (así aparece en el Ordo Romanus I) la entrega de las ofrendas se hace
discurriendo el ministro por los diversos lugares de los fieles, pero pronto son los fieles
quienes se acercan procesionalmente al altar y así la entrega de los dones se convierte en
la procesión de las ofrendas.
246 Decimos algo parecido al rito de las Misas papales a las de allende Roma (o a las
mismas presbiterales de Roma), por el testimonio de los misales medievales, se conserva
170 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
la palabra ofertorio pero el rito parece reducirse al canto o lectura de la antífona que lle-
va este nombre. En algunas ocasiones (v. gr. en las Misas exequiales o muy festivas de
muchos lugares) se conserva un vestigio de una procesión con dones... pero muy proba-
blemente es sólo un deseo de realizar lo que la difusión de los Ordines papales relataban
de la Misa papal.
247 Allende los Alpes no pasa ninguna descripción de las sencillas Misas presbiterales
que por ello ignoramos como se celebraba la Eucaristía incluso en las iglesias de Roma.
Los peregrinos únicamente se interesaban por las liturgias papales y, regresados a sus igle-
sias, la imitaban como podían; de aquí que se incorporaran a la Misa presbiteral incluso
el canto de entrada o el canto de la procesión de ofrendas y si era posible una pequeña
procesión de ofrendas.
248 Decimos cada vez mus disminuido porque de hecho, fuera de las Misas estaciona-
les, creemos que la procesión de las ofrendas tiende progresivamente a reducirse a sólo el
canto del ofertorio y la oración sobre las ofrendas.
249 Digamos, una vez para siempre, que los Ordines Romani son descripciones medie-
vales de la Misa y de otros oficios litúrgicos.
LOS CUATRO OFERTORIOS DL: LA MISA. LA PROCESIÓN DE LAS OFRENDAS 171
Con rigor histórico hay que reconocer que, a pesar de la divulgación por
toda la Iglesia latina de los ritos del ofertorio, la procesión de las ofrendas
como tal, no pasa de ser un rito:
250 La Entrada solemne con el pan y el vino de la liturgia bizantina (llamada la Gran
Entrada) y la procesión análoga del antiguo rito galicano no tienen nada que ver con la
procesión y entrega de dones. Ni son los fieles sino los ministros quienes aportan el pan y
el vino, ni hay alusión a "ofrecer" estos elementos. Esta Entrada solemne deriva más bien
del gesto simple de Justino o la Tradición Apostólica; concluida la liturgia de la Palabra
los diáconos llevan pan y vino (Cf. n.3).
251 Desde un punto de vista tanto teológico como sobre todo espiritual no resulta, pues,
correcto presentar la celebración como formada por tres bloques: Ofertorio, Consagración
y Comunión: el verdadero ofertorio se halla en la anáfora. El Vaticano II y el Misal de
Pablo VI dividen la Misa en dos bloques: Liturgia de la Palabra y Liturgia de la Eucaristía
(Cf. Sacr. Conc. n.56;IGMR,n.28 (edic. 1975. n. 8).
172 VIVIR LA EUCARISTÍA QIT VOS \ i \ \ D ( í ChLEBRAR El. SEÑOR
Es interesante notar, por otra parte, que, en el interior de las antiguas Mi-
sas papales, la procesión de las ofrendas, de hecho, llega a ofuscar (¿y a
suprimir?) dos de las partes más importantes de la celebración: la homilía
y la Oración universal, gestos que son partes integrantes de la celebración
eucarística, presentes en todas las liturgias cristianas excepto en la romana.
en la que parece que muy pronto desaparecen252.
252 En cuanto a la Oración universal no deja de ser llamativo que cuando la Misa ro-
mana pasa más allá de los Alpes, para sustituir los antiguos ritos autóctonos (Hispánico.
Galicano... ) conserva, con todo, aunque bastante degradados, dos ritos tradicionales \
populares, desaparecidos en la Misa papal: la homilía y la Oración universal (esta última.
en Francia a través de las conocidas Priéres de Próne; en España a través de los Rituales
u Ordinarios diocesanos, usados por lo menos, hasta el s. XVI). Estas Preces no desapare-
cen del todo hasta los ss. XIX-XX, convertidas en una serie de Padre nuestro por diversas-
intenciones presentes en muchos rituales diocesanos para ser recitados en las Misas domi-
nicales antes de la preparación de los dones (precisamente en el mismo lugar que ocupaba
la antigua Oración universal). En cuanto a la homilía llama también la atención que en
las colecciones de patrísticas, abundan las predicadas por los Padres y Obispos de las di-
versas Iglesias de Oriente y Occidente, mientras casi no hay predicaciones de los obispos
de Roma. En la tan abundante colección editada por MIGNE apenas figuran escritos de
los obispos de Roma (S. León Magno y san Gregorio Magno son casi los únicos papas
que figuran). Tampoco en los Ordines Romani se cita nunca ni la homilía, ni la Oración
universal que siempre aparecen en cambio en las demás liturgias de Oriente (e incluso de
Occidente) La solemne y prolongada recogida de las ofrendas influyó probablemente en
la supresión de la homilía y de la oración universal Cuando la Misa papal (simplificada!
fue adaptándose en las demás Iglesias occidentales de Europa en la misma ya se había
olvidado la Oración universal por más aue se tratara de una parte bastante más antigua
importante y común de todas las Iglesi'is
253 Tanto cuando ésta presentación consiste en las ofrendas del pueblo como cuando.
más tarde, desaparecidwa totalmente la procesión de ofrendas, la presentación se convier-
te en el ofrecimiento del pan y del vino por parte del sacerdote a Dios.
LOS CUATRO OFERTORIOS DE LA MISA. LA PROCESIÓN DE LAS OFRENDAS 1 77
Con esta inflación del ofrecimiento de dones, (de la asamblea primero, del
celebrante más tarde) la anáfora, con el verdadero ofrecimiento del sacrifi-
cio del Cuerpo y Sangre del Señor, quedó cada vez más opaco e inadvertido
para el pueblo el verdadero y único sacrificio cristiano, actualizado por la
Eucaristía, frente a la solemnidad y subrayado del rito de las ofrendas. El
gesto de las ofrendas pasa a llamarse popularmente ofertorio de la Misa
(en los antiguos libros romanos y nuevamente en el Misal de Pablo VI la
palabra ofertorio se aplicaba únicamente al canto que en la liturgia romana
acompañaba las Misas papales -y más tarde en todas las del rito romano- la
procesión de las ofrendas). Mientras tanto el ofrecimiento del verdadero y
único sacrificio cristiano, sacramentalmente presente en la anáfora -espe-
cialmente en la consagración- pierde casi todo su relieve como ofrecimien-
to del Cuerpo y Sangre del Señor. No puede olvidarse que, en Roma, desde
hacía siglos la anáfora se recitaba en voz secreta y era difícil que el pueblo
advirtiera el fuerte significado sacrificial del Canon Romano: "Haciendo el
memorial de la Muerte y Resurrección de tu Hijo te ofrecemos la Víctima
pura, santa e inmaculada, Pan de vida eterna y Cáliz de eterna salvación."
254 En Trento algunos Padres ya notaron este deficiencia teológica y pidieron subsana-
ra... pero terminado el Concilio parece que nadie recordó esta grave deficiencia.
174 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDO CELEBRAR EL SLNOR
255 Cf. Minucio Félix, Octavius.c. 32, 1 CSEL 2,45; Tertuliano De Spectt c. . 3 , CSEL
20,15.
256 Cf. Carta de Bernabé, 2, 6.
257 Es interesante subrayar que en los textos originales latinos de las Oraciones sobre
las ofrendas el verbo en el que se alude a los dones que ofrecen los fieles aparece en tiem-
po verbal pasado por lo que no resulta fácil aplicar el ofrecimiento a la acción eucarística
que seguirá; no se dice, por ejemplo, lo que tus fieles ofrecen (con posible alusión a la ac-
ción eucarística que seguirá) sino "lo que tus fieles han ofrecido" con necesaria aplicación
al pan y vino ya aportados. Es también interesante advertir que las versiones generalmente
han traducido estos verbos en tiempo presente; sin duda los traductores hicieron el cambio
del tiempo verbal probablemente sin advertirlo para adaptar la oración a una teología más
correcta del sacrificio eucarístico.
LOS CUATRO OFERTORIOS DF. LA MISA. LA PROCLSIÓN DE LAS OFRENDAS 175
ción que ofrece cada uno en honor del Señor5* -no el memorial eucarístico
del Señor- lo que constituye la causa y motivo de que el pueblo se sienta
satisfecho porque estos dones colman el altar del Señor259.
¿De donde viene el hecho de que los fieles, sobre todo en Roma, empiecen
a ver la realización del sacrificio cristiano casi más en la entrega de las
ofrendas que en la oblación del Cuerpo y Sangre del Señor que se realiza
en el interior de la anáfora? La respuesta a este interrogante, la razón de
este cambio de enfoque, arranca probablemente de la paganización26()del
ambiente que, con la paz de Constantino, se va infiltrado progresivamente,
incluso en el mismo interior de la Iglesia, sobre todo en la gran Roma261.
Los nuevos cristianos, nacidos en un imperio oficial y civilmente cristiano,
conocieron menos que sus antecesores, que vivieron su cristianismo en un
ambiente de persecuciones y dificultades, la originalidad del cristianismo
(y consiguientemente del sacrificio eucarístico radicado en la pascua del
Señor más que sus ofrendas). Por ello seguramente tendieron a asimilar
su sacrificio personal a las ofrendas de las religiones y se inclinaron a ver
y a valorar más sus dones y aportaciones personales que a contemplar la
salvación gratuita que se deriva del sacrificio de Jesús. El valor (incluso
material) de sus ofrendas les impresionaba más que la Acción de gracias
contemplativa de las obras de Dios, especialmente la Pascua de Cristo, de
su entrega sacrificial en la cruz re-presentada en el sacramento eucarístico.
Es seguramente a través de esta descristianización ambiental como, pro-
gresivamente -y casi sin advertirlo- como germina y crece el prestigio del
ofertorio y de sus ritos mientras decae y se desvaloriza la centralidad de la
Plegaria eucarística que acaba por recitarse en voz secreta, sin relieve y casi
como simple apéndice del gran ofertorio que realiza ahora la asamblea con
la presentación de sus dones y ofrendas.
258 Oración sobre las ofrendas del domingo XIV del Tiempo ordinario.
259 Oración sobre las ofrendas de la solemnidad de S. Juan Bautista.
260 O por lo menos la débil evangelización de las nuevas Iglesias (por ello más religio-
sas que propiamente cristianas).
261 Téngase presente que cuando en Roma se escriben los primeros formularios euco-
lógicos (los Libelli Missarum) de los que se tomarán después las oraciones para los Sacra-
méntanos, el Imperio es ya oficialmente cristiano, desde hace más de un siglo, y el Papa
es en la antigua ciudad imperial el personaje quizá más importante incluso civilmente. La
procesión de las ofrendas para el Papa es. pues, un acto relevante y solemne.
Capítulo XII
de dones con que fueron redactadas y así aparecen aún en el actual de Pa-
blo VI, a pesar de que, por su contenido, han dejado de tener aquel pleno
significado que tuvieron en las solemnes Misas estacionales del Papa263.
Como ejemplo claro de la finalidad que tuvieron estos textos en su origen
(entrega de dones) y de cómo corresponden muy poco a lo que la Iglesia
primitiva había recibido del Señor y a lo que enseña la Iglesia y define
Trento sobre todo el contenido del sacrificio eucarístico como presencia
sacramental de la ofrenda de Cristo en la cruz (la Iglesia celebra en la Eu-
caristía el memorial de la muerte y resurrección del Señor). Podemos citar.
como ejemplo, tres textos de Oraciones sobre las ofrendas que figuran aún
en nuestro Misal:
En el Ordo Romano I (s. VII) tenemos una descripción muy completa del
rito de las ofrendas. Pero en este Ordo más antiguo aún no hay propiamen-
te procesión para la entrega de los dones; es el mismo Papa y los demás
ministros quienes discurren por la basílica recogiendo los dones. El Papa
se dirige primero al Senatorium (lugar donde está la alta nobleza romana),
luego, al pasar delante del altar, recoge las oblaciones de los dignatarios
eclesiásticos, y finalmente las de las matronas aristócratas. Esta aportación
de ofrendas va acompañada de un canto propio (antífona del ofertorio) y
termina con una oración del Papa (oración sobre las ofrendas)267.
Así se llega al rito completo del ofertorio romano, rito ahora autóctono en
cierta manera y compuesto pronto de tres partes (procesión, canto y oración
conclusiva), y semejante en su estructura a otros dos ritos, añadidos en esta
misma época en la Misa romana: el rito de entrada y el rito de comunión268.
266 Evidentemente en este texto hay referencia a los abundantes dones colocados en
diversas credencias auxiliares {altaría, no altare) de cuya existencia en la basílica de S.
Pedro hablan las fuentes: Tua, Domine, muneribus altaría cumulamus.
267 En vistas al desarrollo progresivo del rito cabe señalar que según el Ordo Romanus
XV (s. VIII) parece que el Papa, colocadas las ofrendas sobre el altar, ora aún en secreto
y posiblemente con una oración mental (¿"secreta?", como la titulan muchos sacramén-
tanos) quizá aún espontánea.
268 Evidentemente nos referimos no a la comunión en sí misma -que es una parte de
la Misa de institución divina y consecuentemente presente en la celebración desde los
orígenes- sino al ritual tripartito en el que la sitúa ahora la misa papal -procesión al altar,
canto durante la misma y oración conclusiva que es ciertamente posterior.
180 VIVIR LA EUCARISTÍA QL'E NOS M W D O LLI.tBRAR F.L SEÑOR
269 El hecho de que el solemne rito de las ofrendas naciera en el momento y en el lugar
precisos en los que la Iglesia, superadas las persecuciones, empieza a gozar del favor del
, Imperio no es ajeno a las formas con las que se desarrolla el nuevo rito precisamente en
la capital del Imperio.
LA ORACIÓN SOBRF, LAS OFRENDAS 18 1
270 Algunos miembro^ del Consilium y algunos de los peritos llegaron a proponer su
eliminación (Cf. V. RAFFA, Liturgia eucarística, Roma, 1998, p. 365).
271 De hecho en la mayoría de versiones -seguramente sin que lo advirtieran los mis-
mos que las prepararon- se cambió el tiempo latino de los verbos: del pasado del original
latino se pasó en no pocas versiones al presente o futuro que figura en los misales en
lenguas vernáculas; así se facilita que la ofrenda de los fieles pueda interpretarse con
referencia a la Eucaristía que se ofrecerá en la anáfora y no a los dones que los fieles han
aportado en la procesión de las ofrendas al que literalmente se refiere el texto latino. El ori-
ginal latino de la oración sobre las ofrendas del domingo XVI del tiempo ordinario dice,
por ejemplo: "Accipe sacrificium a devotis tibi famulis... ut quod singuli obtulerunt..."
(el ofrecimiento está ya pues realizado con las ofrendas); la versión española, en cambio,
traduce:"Recibe las ofrendas de tus fieles... para que la oblación que ofrece cada uno de
nosotros (aquí la oblación puede interpretarse fácilmente en vistas a la Eucaristía que se
ofrecerá en la Plegaria eucarística). Lo mismo ocurre con la oración sobre las ofrendas
del domingo XXIV: "Quod singuli ad honorem nominis tui obtulerunt (verbo en pasado:
el ofrecimiento está ya pues realizado por las ofrendas que han presentado los fieles); la
versión española, en cambio, traduce: "la oblación que ofrece cada uno (verbo en presente:
fácilmente puede aplicarse al ofrecimiento eucarístico).
272 Aún después de la promulgación del Misal de Pablo VI existen reparos contra estas
plegarias. En Alemania, por ejemplo, se ha vuelto a la costumbre de recitar estas oraciones
nuevamente en voz secreta y de componer formularios con un contenido teológicamente
más exacto (Cf. RAFA, o. c. p. 365).
182 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDO CELEBRAR EL SEÑOR
La oración sobre las ofrendas nació, como hemos visto, como conclusión
del rito de las ofrendas. Su significado original se hace evidente al exami-
nar no pocos de los textos más antiguos de estas plegarias. Pero, al exten-
derse el uso de la oración sobre las ofrendas a todas las Misas, incluso a
aquellas en las que no tenían este rito -cada día más numerosas- los autores
de los nuevos formularios se vieron obligados (seguramente sin darse ni
cuenta) a buscar otro tipo de significado o finalidad de la oración sobre las
ofrendas. Así las Oraciones sobre las ofrendas que podríamos llamar de se-
gunda generación, se entienden en otro significado y tienen otro contenido
y otra finalidad. En lugar de concluir el rito de las ofrendas que ya no es
común277, estas nuevas oraciones, o bien repiten los conceptos del recién
inventado ofertorio del pan y del vino por parte del celebrante, dando a este
gesto un sentido espiritual de ofrecerse a sí mismo (imitando, con frecuen-
cia -cuando se trata de la celebración de un santo- la ofrenda que también
ellos hicieron como oblación de sí mismos)278, o bien preparan la Plegaria
eucarística que seguirá aludiendo, con frecuencia, a la fiesta del santo que
celebró la Eucaristía, o bien son simplemente una nueva colecta de conte-
nido muy parecido a la primera oración de la Misa.
Te ofrecemos el trabajo,
las penas y la alegría,
el pan que nos alimenta
y el afán de cada día.
Te ofrecemos nuestro barro
que oscurece nuestras vidas
y el vino que no empleamos
para curar las heridas279.
Ayudar a que los fieles vivan la Eucaristía como ofrecimiento del sacrificio
de Cristo, presente sobre todo en las fórmulas de la Plegaria eucarística, es
hoy una tarea pastoral urgente. Hay que mejorar y profundizar la práctica
que continúa subrayando la procesión de las ofrendas o la presentación del
pan y del vino por parte del celebrante como si estos ritos constituyeran el
verdadero sacrificio que ofrece la Iglesia y en el que participan los fieles.
Estos dos ritos son secundarios, muy posteriores, desconocidos en el con-
junto de las liturgias cristianas. La aportación del pan y del vino por parte
de losfielespuede servir, como dice el Misall para avivar en los participan-
tes el sentido de su participación; pero nunca es un rito mandado, ni tiene
especial significación directamente relacionada con la Eucaristía que nos
mandó celebrar el Señor, ni es un rito antiguo. Por otra parte, si el rito de
las ofrendas se subraya excesivamente, se corre el riesgo de que resulte en
detrimento del verdadero ofertorio del Cuerpo y Sangre del Señor al que
los fieles deben incorporar su propia entrega282y, en lugar de ayudar, oscu-
rezca la verdadera participación de los fieles en el sacrificio de Cristo.
281 Permítasenos subrayar el alto valor de la versión que, una vez por lo menos, llama
a la Eucaristía no solo sacrificio sino también, y como nombre propio, Acción de gracias
En este punto la versión castellana (también la catalana, no así la gallega) supera en ex-
presividad el original latino.
282 Cf. Sacr. Conc. n. 48.
1 88 VIVIR I.A FAJCARISTÍA QUE NOS MANDO CELEBRAR EL SEÑOR
este pan y este vino; Te ofrecemos el trabajo, las penas y las ale-
grías, el pan que nos alimenta...; Te ofrecemos nuestro barro que
oscurece nuestras vidas; Te ofrecemos, este pan y este vino, etc.)
Los participantes deben aprender a ofrecer en la Misa el Cuerpo y
Sangre del Señor y a ofrecerse a sí mismos, no precisamente en el
mal llamado ofertorio, sino, como dice el Vaticano II, cuando ofre-
cen la Víctima inmaculada283, es decir, en el interior de la Plegaria
eucarística (v. gr. cuando el celebrante dice: "Que él -el Espíritu
Santo- nos trasforme en ofrenda permanenee "; "Que congregados
en un sólo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos, en Cristo, víctima
viva^).
285 Cf. H.B. MEYER, Eucharistie,pp. 343-344; A. ADAM, Die Eucharistiefeier, Her-
der, Freihurg 1991. pp. 63-66.
286 Cf . n 49 (73, edic. 1975, 49). La disyuntiva fue muy discutida por los miembros
del Consilium; muchos abogaron porque figurara solo el diácono para no subrayar excesi-
vamente el rito de las ofrendas.
Capítulo XIII
1. E L OFERTORIO DEL PAN Y DEL VINO POR PARTE DEL CELEBRANTE VISTO DESDE
LA HISTORIA
En las narraciones del Nuevo Testamento no hay nada que aluda, ni si-
quiera implícitamente, a ningún gesto del Señor ofreciendo el pan o el
vino al instituir la Eucaristía en la víspera de su pasión. Los gestos ri-
tuales de la última Cena tienen ciertamente relación con los ritos ju-
díos de la bendición sobre el pan {Qiddush) y sobre el vino (Birkhat-ha-
mazón) sean estos gestos del Señor los de la pascua judía o los de una
cena religiosa más simple287. Estos gestos los cristianos, por mandato de
Jesús, los convirtieron en la bendición (consagración) y ofrecimiento
i
>, 287 Las fórmulas bendicionales del Qiddush y del Birkaht-ha-mazón sobre el pan antes
i de la cena y sobre el vino después de la misma, que aparecen en las fuentes del Nuevo
<l Testamento, tanto si la Cena del Señor fue pascual como si fue simplemente religiosa nada
i contienen que haga referencia a un ofrecimiento previo del pan y del vino a Dios.
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1 92 VIVIR LA EUCARISTÍA QUF. NOS \ ! . \ N P " ( LL! I3RAR RE SHÑOR
del Cuerpo y Sangre del Señor bajo las apariencias de pan y de vino.
Los ritos y fórmulas del ofrecimiento del pan y del vino son, pues, cierta-
mente posteriores y nada tienen que ver, al menos directamente, con los •
gestos y palabras de la Eucaristía que nos mandó celebrar el Señor. Estos
ritos pertenecen a aquella categoría de gestos de los que dice la Consti-
tución de la Liturgia del Vaticano II que son "partes mutables, que están
sujetas a cambio y que en el decurso del tiempo pueden y aún deben variar
si en ellas se han introducido elementos que no responden a la naturaleza
íntima de la liturgia"294.
¿Cuál es, pues, el origen de estos nuevos ritos y de estas nuevas fórmulas
del sacerdote ofreciendo el pan y el vino, llamados también posteriormente
ofertorio! Es difícil descifrarlo. Probablemente confluyeron diversas cau-
sas. De hecho los historiadores han presentado algunas hipótesis sobre el
origen de estos nuevos ritos. Parece que tuvieron su origen en las Galias
entre los ss. IX y XI295, sobre todo en las Misas privadas, que en estos si-
glos nacen, se propagan y multiplican; en estas Misas sin asamblea parece
nació este nuevo ofertorio, que se llamó a veces incluso pequeño canon
por su parecido externo y en contraposición al verdadero Canon o Plegaria
eucarística.
Para la finalidad que perseguimos en este estudio (vivir con máxima auten-
ticidad y fidelidad la Eucaristía que nos mandó celebrar el Señor) no nos
parece necesario (ni oportuno) adentrarnos en la exposición detallada de
estos tres pasos y de las múltiples y diversas hipótesis que los historiadores
han propuesto para explicar el nacimiento de los ritos del ofrecimiento del
pan y del vino por parte del celebrante297. Para nuestro propósito, y como
297 Quien quiera informarse mejor de ello puede consultar en español: JUNGMAN,
UN NUEVO Y MÁS TARDÍO OFERTORIO: LA PRESENTACIÓN DEL PAN Y DLL VINO iy5
POR PARTE DEL CELEBRANTE
1. los ritos de la presentación del pan y del vino por parte del celebrante
son gestos relativamente modernos, muy secundarios y no forman
parte de la estructura fundamental de la Eucaristía que nos dio el
Señor. Como ritos de ofrecimiento del pan y del vino no figuran
tampoco en las liturgias orientales;
El sacrificio de la Misa, BAC 68. (Como hay múltiples ediciones es prácticamente inútil
indicar las páginas; consultando el índice de la edición que se tenga a mano fácilmente
encontrara los datos concretos).
196 VIVIR LA EUCARISTÍA Ql. I. V ^ V '.\ "'• : : BR \R F:L SEÑOR
Oh Dios
(sería mejor decir Señor Jesucristo, ,ues la aclecta as eirige ea Hijo)298
que, bajo un sacramento admirable
(el símbolo del pan y el vino)
nos has dejado el memorial de tu pasión
te pedimos nos concedas venerar (celebrar)
los sagrados misterios (los signos sacramentales) de tu Cuerpo y de
tu Sangre...
Es esta la visión teológica del pan y del vino de la Eucaristía: no unos do-
nes autónomos que se ofrecen en sí mismos, no un ofertorio previo, sino
un símbolo a través del cual se hace presente la única ofrenda agradable
a Dios: la entrega humilde de Cristo en la cruz (el Cuerpo entregado, la
Sangre derramada) que ahora el Señor hace presente bajo la apariencia del
pan y del vino para que la Iglesia se incorpore a su oblación. Por ello la pre-
sentación del pan y del vino no son un ofertorio, sino un rito que es preciso
interpretar teológicamente de manera sobria y correcta299.
Al explicar los gestos y las fórmulas con las que el Misal S. Pío V mandaba
realizar los ritos del entonces llamado ofertorio de la Misa no pretendemos
dar una simple nota de erudición histórica; lo que deseamos es exponer el
contexto y la espiritualidad que vivieron (y viven quizá aún muchos) de
los fieles, a través de las enseñanzas que han recibido de quienes fueron sus
formadores. Esta espiritualidad ha pervivido hasta casi nuestros días y con-
tinua ejerciendo su influjo en muchos de los fieles actuales que aprendieron
a vivir la Misa de los citados maestros. Tener claros los conceptos de lo que
realmente significan estos ritos de presentación del pan y del vino podrá
ayudar sin duda a comprender mejor -y a rectificar posiblemente- algunos
matices de las maneras como debe comprenderse y vivir los ritos actuales
de la parte de la Misa que preceden la Plegaria eucarística.
Por otra parte no puede olvidarse que el Misal de san Pío V ha estado
vigente durante los últimos cinco siglos300. Durante este largo periodo (a
finales del cual nació el moderno Movimiento litúrgico, que tanto insistió
en la profundización de la liturgia) fue esta liturgia de los libros tridenti-
nos, la que vivieron y meditaron los formadores de muchos de los actuales
pastores y fieles. No pocos de estos formadores aún hoy son responsables
de la espiritualidad de muchas de las actuales comunidades cristianas y,
consciente o inconcientemente, trasmiten estas ideas de ofertorio del pan y
300 El misal tridentino se promulgó en 1570 y dejó de usarse a partir de 1970; por ello
es comprensible que muchos (cada vez menos) de los actuales formadores de sacerdotes
y fieles hayan vivido y hecho vivencia en su espiritualidad de las equívocas fórmulas de
ofrecimiento del pan y del vino (de hecho muchos recordatorios de ordenación y primera
Misa hasta hace unos pocos años, tenían la imagen de un sacerdote en el momento de
ofrecer el pan o el vino, como ilustración del ministerio recibido)..
198 VIVIR LA EUCARISTÍA QL'L NOS M W D O CELEBRAR LL SEÑOR
Las oraciones del ofertorio del Misal tridentino eran siete (en la Misa so-
lemne, con incienso, había aun otras tres); de estas siete oraciones, cuatro
hacían alusión directa al ofrecimiento del pan y del vino, con expresiones
algunas veces que hoy nos parecerían casi escandalosas por cuanto parecen
dar a entender que lo que se ofrece en la Misa, como el sacrificio cristiano,
son el pan y el vino. He aquí algunas, entre otras que podrían recordarse,
de las expresiones más llamativas. El celebrante tomaba, por ejemplo, la
patena con el pan y elevándola con ambas manos lo ofrecía305 diciendo:
306 Llamar al pan hostia inmaculada, expresión tomada del canon romano en el inte-
rior del Canon, por tanto allí con referencia exacta al Cuerpo y Sangre del Señor, (ver-
dadera hostia inmaculada) dicha con referencia al pan y al vino es evidentemente una
exageración de la que muchos de los teólogos y comentaristas de hace unos años, ya se
lamentaban.
307 Aquí se manifiesta el sentido medieval individualista: es el sacerdote quien ofrece,
no la asamblea ni la Iglesia.
308 Aquí la fórmula pasa a ser apología de la indignidad del celebrante, concepto muy
frecuente en los textos galicanos medievales.
309 Nuevamente aparece el ministro como sacerdote personal e intercesor por el pueblo.
310 El texto de la rubrica diciendo nuevamente ofreciéndolo.
311 El plural no se refiere al pueblo sino que era debido a que el cáliz lo elevaban con-
juntamente el celebrante y el diácono.
200 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDO (_i.LEBRAR EL SEÑOR
El celebrante, esta vez inclinado ante el altar, decía aun una cuarta oración
de ofrecimiento:
Orad, hermanos,
y añadía en secreto:
Hacía tiempo que no solo los liturgistas, sino también la mayoría de teólo-
gos estaban molestos frente a las fórmulas del ofertorio del Misal tridenti-
no313. En una célebre reunión de liturgistas tenida en María Laach, bastante
antes de la celebración del Vaticano II, se abordó ya la necesidad de supri-
mir este ofertorio, por lo menos en la forma tan equívoca que figuraba en el
Misal tridentino entonces en uso.
312 Esta última fórmula ha pasado a nuestro Misal. Hay que notar, como hemos ya
dicho, que las versiones españolas (castellano y catalán) empeoran un poco el texto latino.
porque allí donde el original dice simplemente meum ac vestrum sacrificium, con posible
referencia a la futura acción eucarística, nuestras versiones añaden un inoportuno "este
sacrificio" que señala como ofrecimiento el pan y el vino presentes sobre el altar (o incluso
a los dones que han ofrecido los fieles).
313 El mismo Concilio Tridentino señaló la conveniencia de reformar estas fórmulas
equívocas; pero pasado el Concilio se olvidó esta determinación de los Padres.
UN NUEVO Y MÁS TARDÍO OFERTORIO! LA PRESENTACIÓN DEL PAN Y DEI. VINO 2\)1
POR PARTE DEL CELEBRANTE
Suprimido el falso ofertorio medieval del pan y del vino, pedían los citados
miembros del Coetus, la Misa recobraría aquella fisonomía mas auténtica
tal como había deseado el Concilio, centrada toda ella en las dos partes
de la Misa de origen divino: la proclamación de la Palabra y la Acción de
gracias315. Las negociaciones entorno a esta parte de la Misa fueron largas
y difíciles. Hubieron consultas, proyectos, celebraciones de ensayo y expe-
rimentación de los ritos proyectados, realizados, incluso alguna vez, ante
el Papa Pablo VI y ante el Sínodo Episcopal.
314 Cf. Liturgia y Espiritualidad (XXXll [2001] 371 y 372, notas 34 y 36).
315 Sacr. Conc, nn. 21 y 56.
202 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS M \ M ) n CE I.EBRAR EL SEÑOR
Este esquema de presentación (no de ofertorio) del pan y del vino topó con
continuas modificaciones. Pablo VI (como hemos dicho) y algunos otros
obispos miembros del Consilium encontraron que el rito de la Misa, sin el
ofertorio del pan y del vino, quedaba pobre. Algunos lamentaron que no se
comprendía por que el ofertorio se decía en secreto (como se había hecho
siempre) y pedían se procurara un rito de ofrendas más comprensible pues,
decían, (hoy afirmaríamos equívocamente) se trataba de la parte más propia
UN NUEVO Y MÁS TARDÍO OFERTORIO.' LA PRESENTACIÓN DEL PAN Y DEL VINO ¿(J3
POR PARTE DEL CELEBRANTE
Bendito seas Señor, Dios del universo, por este pan...y Bendito seas
Señor. Dios del universo, por esse vino...
Estas fórmulas, según algunos, quedaban privadas del sentido del ofertorio
que, a todo trance, querían dar a esta parte de la Misa. Posteriormente se
añadió la frase:
Para que se viera que en la Misa el pueblo ofrecía... Nuevamente nos en-
contramos con el poco subrayado de lo principal del sacrificio cristiano,
de que lo que nos encargó el Señor: el ofrecimiento, no de nuestros dones,
sino de su Cuerpo y de su Sangre o mejor aún, la unión de los fieles a
la re-presentación que el mismo Señor hace de su entrega al Padre en la
Cruz. Pero finalmente como texto definitivo ha quedado la presentación y
ofrecimiento del pan y del vino en el misal actual. Es significativo el juicio
colegial que el Consilium hizo de la introducción de estas frases: 12 votos
favorables, 14 contrarios y 5 partidarios de buscar una expresión que habla-
ra de la presentación del pan y del vino, pero no del ofrecimiento3'7.
316 En estas respuestas -que definitivamente influyeron- se nota la poca formación his-
tórica y teológica de los consultados. El pueblo, ni implícitamente, había intervenido nun-
ca en las oraciones de ofrecimiento del pan y del vino que, incluso en el Misal tridentino,
decía únicamente el celebrante en voz secreta, y casi siempre en singular. El ofrecimiento
que hacia la comunidad eclesial por boca del sacerdote, que representaba a Cristo cabeza
de la asamblea, era el Cuerpo y Sangre del Señor y tenia lugar en la Plegaria eucarística.
317 La versión española muy concientemente no quiso traducir el offerimus latino por
204 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
Pero hay que confesar que con los retoques introducidos a los primeros
proyectos de reforma del Misal, la duplicidad, en cierta manera, resurgió.
Incluso puede decirse que en el Ordinario de la Misa de Pablo VI quedó
más realzada la duplicidad que en el del Misal de san Pío V En este último
(el de Trento) la ofrenda del pan y del vino se hacía siempre en voz secreta
y ahora se permite también hacerla en voz alta e incluso se añade una posi-
ble aclamación del pueblo (ambas posibilidades en la práctica de muchos
celebrantes resultan además muy habituales).
Por otra parte en las nuevas fórmulas se añade otra duplicidad: según el
Misal de san Pío V, la bendición o acción de gracias se hacía una sola vez.
Únicamente en la Plegaria eucarística (prefacio) se proclamaba la Acción
de gracias que hizo el Señor que transformó la Berakhá judía en la Acción
de gracias cristiana319, como acaba de recordar Benedicto XVI. Ahora, en
320 La doble posibilidad de recitar en secreto y sin la aclamación popular o en voz alta
y con la respuesta de la asamblea, históricamente (en la historia reciente de la reforma del
Misal del Vaticano II) se debe a que los peritos del Coetus de reforma del Misal estaban di-
vididos en sus pareceres: la mayoría no querían estas fórmulas de ofrecimiento-bendición
del pan y del vino, pero otros (pocos) deseaban quedara algo por lo menos del ofertorio
medieval... y por ello quedó la doble posibilidad, aunque la recitación secreta logró el
primer lugar, como modo más expresivo.
206 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS \ ! W D O Cf IJ BRAR EL SEÑOR
Partiendo, por una parte, de la más plena fidelidad a los modos de la Eu-
caristía que nos dio el Señor y teniendo por otra parte muy presente que la
liturgia debe celebrarse, en cada momento histórico, como, lo establece la
Iglesia, única depositaría a quien Jesús entregó la Eucaristía, sin introdu-
cir ni suprimir ritos según los propios criterios individuales de quienes la
organizan o presiden, ni de los sabios que pueden conocer incluso mejor
sus raíces y desearían otros modos, daríamos las siguientes orientaciones
prácticas (todas ellas conformes a la actual normativa litúrgica):
321 Este doble gesto responde incluso mejor a lo que hizo el Señor: antes de la cena
UN NUEVO Y MÁS TARDÍO OFERTORIO: LA PRESENTACIÓN DEL PAN Y DEL VINO Zi) 7
POR PARTE DEL CELEBRANTE
EL RELATO DE LA INSTITUCIÓN,
PRINCIPAL OFERTORIO DE LA MISA
322 Decimos actualmente por lo menos porque si la Iglesia (no un celebrante por su
cuenta) en algún caso realice o en otros momentos de la historia hubiera realizado la
consagración de las Santas Especies con otras expresiones distintas y equivalentes, éstas
serían la del punto culminante de la Eucaristía (es el caso, por ejemplo, de la anáfora de
Addai y Mari o quizá del antiguo texto de la Didajé) en las que no figuran las llamadas pa-
labras de la consagración y recientemente, con referencia a la Anáfora de Addai y Mari,
la Sede Apostólica ha declarado válida para los Sirios Orientales.
210 VIVIR LA EUCARISTÍA Ql'F N'OS M.\\'DO CELEBRAR EL SEÑOR
hizo en la Cena, al hacer presente por adelantado, bajo los signos del pan '
y del vino, su sacrificio definitivo y único que ofreció en la Cruz y Resu-
rrección. Pero los textos evangélicos narrativos de la Cena no ahondan
en el cómo y de que manera el sacrificio de Jesús y los gestos y palabras
de la Cena como una profecía del sacrificio de la Muerte-Resurrección,
ni en el cómo y de que manera las acciones que Jesús mandó repetir (la
Eucaristía) serían una nueva presencia (una re-presentación objetiva) del
mismo sacrificio de la Cruz-Resurrección.
En este escrito a los Hebreos, al tratar del sacrificio y del sacerdocio del
Señor, no se hace referencia explícita a la Eucaristía, como tal, sino que
todo se centra en la muerte-resurrección-ascensión de Cristo, que es el
único sacrificio cristiano en sí mismo La Misa, como claramente definió
Trento, no es un sacrificio en sí misma sino un sacrificio relativo al de la
Cruz, es la presencia sacramental del único sacrificio ofrecido una vez
para siempre por Jesús en la Cruz-Resurrección.
Es, pues, el tránsito pascual del Señor lo que la carta a los Hebreos presen-
ta como el único sacrificio que tenemos los cristianos (frente a la pluralidad
de víctimas de la Antigua Alianza). En este escrito Cristo se presenta como
el gran sacerdote de la Nueva Alianza, como el único y definitivo sacerdote
del pueblo cristiano e incluso de toda la humanidad, sacerdote que, con su
muerte y resurrección, entra en el santuario definitivo de Dios para presen-
tarse ante el Padre como Víctima perfecta y sacrificio definitivo. Porque la
Misa es actualización y presencia sacramental y real de este único sacrificio
por ello la Misa es también verdadero sacrificio.
326 Es interesante a este respecto subrayar que el Nuevo Testamento y los escritos más
antiguos de la Iglesia nuca llamen sacerdotes ni a los Apóstoles ni a sus sucesores sino o
bien ministros de Cristo o bien Obispos y Presbíteros.
327 (Hb 7,23) Es por la afirmación clara y tajante de Hb que Lutero niega el sacerdocio
de los obispos y presbíteros. Fue deficiencia de los teólogos posteriores el hablar con fre-
. cuencia de los sacerdotes cristianos, sin subrayar debidamente que su sacerdocio era sólo
ministerial, no propio ni ontológico.
FL RELATO DE LA INSTITUCIÓN, PRINCIPAL OFERTORIO DE LA MISA 2 13
Del hecho de que, por una parte, la Misa sea verdadero sacrificio (como
definió dogmáticamente Trento y desde los orígenes ha considerado la Igle-
sia) por otra, no exista para los cristianos otro sacrificio que el de la Cruz-
Resurrección, (así lo ha visto también la Iglesia en su constante Tradición)
surgieron, en las reflexiones teológicas posteriores, serias dificultades y
controversias. De la realidad, en efecto, de que Cristo con su muerte-resu-
rrección hubiere ofrecido el único y definitivo sacrificio, parece excluirse
la posibilidad de cualquier otro sacrificio, por tanto, de que la Misa sea un
verdadero sacrificio como dedujeron algunos. Del hecho por el contrario de
que la Iglesia, desde sus orígenes, (desde el mismo Nuevo Testamento y a
través de las anáforas)328 viera en la Eucaristía el sacrificio cristiano, otros
concluyeron que la realidad sacrificial de la Misa era un dato indiscutible
de la Revelación, una realidad que se imponía a la fe cristiana.
334 En el Canon Romano en especial -el único que conoció Lutero- las referencia al
sacrificio son especialmente numerosas (mucho más numerosas que en las restantes aná-
foras de la Tradición). Muchas de estas referencias aluden menos claramente al Cuerpo
y Sangre del Señor (v. gr., inmediatamente después del Santo (antes por tanto de que esté
presente sobre el altar el Cuerpo y Sangre del Señor) el celebrante dice: "Te pedimos, Pa-
dre misericordioso, que aceptes y bendigas este sacrificio santo y puro...". Estas expresio-
nes la Tradición las ha comprendido correctamente, pero en el momento de la crispación
reformista y añadidas a las numerosas prácticas medievales que parecían comprender cada
Misa como un sacrificio autónomo se comprende.
335 Cf. RIVIERE, La Messe durant la période de la Reforme et du Concile de Trente
enDTC 10, 1085-1099.
336 Una interesante lista de estos abusos medievales puede verse, por ejemplo, en el
Decretum de observandis et vitadisi in celebratione missarum del Tridentino (Concilio-
rum Oecumenicorum Decreta, Bologna, 1972, pp.736-37). También en numerosos Ri-
tuales y Misales diocesanos de los ss. XV y XVI hay claras alusiones a estas prácticas
superticiosas o simoníacas.
2 16 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
Hay que reconocer que la doctrina de Trento fue una verdadera purifica-
ción teológica de la visión medieval de la Misa; pero también hay que
confesar que esta purificación llegó más a los teólogos que al pueblo,
a la piedad y a las maneras de proceder de los ministros y de los fieles.
La práctica litúrgica y las vivencias del pueblo quedaron poco afectadas
por las aclaraciones de Trento y muchas de las supersticiones continua-
ron. Los fieles, en su práctica piadosa, continuaron viendo cada Misa
casi como un sacrificio autónomo337. Cabría preguntarse, si incluso y
a pesar de las explicaciones de Trento y de Pío XII en Mediator Dei,
después del movimiento litúrgico, del Vaticano II y de la reforma litúr-
gica, se ha saneado plenamente la visión del carácter cristológico de la
Misa (Cristo único verdadero sacerdote de la Misa en la que él mismo
presenta al Padre su Cuerpo y su Sangre, a cuyo ofrecimiento se une la
Iglesia).
Un dato de como los fieles no han acabado de asumir que la doctrina tri-
dentina del único sacrificio de la Cruz que el Magisterio posterior ha ido
repitiendo, es el hecho de que, después de las insistentes propuestas, no
337 Aún hoy son muchos los fieles que hablan del valor infinito de la Misa cuando, en
realidad, lo único infinito es la muerte y resurrección de Cristo: la Misa es una simple pre-
, sencia limitada por parte de los participantes, de la acción infinita de Cristo en su tránsito
pascual.
EL RELATO DE LA INSTITUCIÓN, PRINCIPAL OFERTORIO DE LA MISA 217
y que por ello la Eucaristía era únicamente el testamento del Señor antes de su muerte.
342 Es decir tiene relación esencial al sacrificio pascual porque no es una nueva ofren-
da, sino la misma ofrenda de la cruz sacramental mente presente; aunque también puede
llamarse sacrificio absoluto por cuanto no se trata de un recuerdo subjetivo sino de una
presencia objetiva del mismo sacrificio de la cruz.
343 Esta afirmación dogmática es sumamente importante para la pastoral y para la
espiritualidad litúrgicas de la Eucaristía y para entender lo que es fundamentalmente
el ofertorio de la Misa: lo que se ofrece en la Misa no son determinados dones, menos
aún actitudes personales; la Misa no es un ofrecimiento de obras como el que hacemos
al iniciar la jornada sino la ofrenda pascual que Cristo re-presenta al Padre. Aunque ello
no signifique que los fieles y sus dones y actitudes no puedan también unirse a la ofrenda
principal que es el Cuerpo y la Sangre del Señor, según se expresa bellamente sobre todo
en la Anáfora III "Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia y reconoce en ella la Víc-
tima (Cristo, la ofrenda principal) por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad...
Que él nos trasforme en ofrenda permanente...".
. 344 Aunque también la Iglesia y cada uno de los participantes son cooferentes con él,
aunque cooferentes secundarios.
EL RELATO DE LA INSTITUCIÓN, PRINCIPAL OFERTORIO DE LA MISA 219
Magisterio como por los teólogos. Quizá uno de los resúmenes más com- '
pletos y abordables por los fieles sencillos es el que figura en la Encíclica
Mediator Dei de Pío XII345. Pero, pensamos, que esta óptima explicación
sobre la identidad del sacrificio eucarístico y el sacrificio de la cruz no ha
pasado con la misma claridad a la práctica litúrgica y a la piedad de los
fieles. Tememos, en efecto, que la celebración se mueva aún demasiado
en las categorías medievales de ofrenda de dones, casi de sacrificio autó-
nomo centrada más en las aportaciones u ofertorios de los fieles que en el
sacrificio que Cristo representa al Padre sobre todo a través de los gestos y
palabras del relato346.
Hay que insistir ante los fieles que, unidos a Cristo tanto la Iglesia como
cada uno de los participantes deben ofrecer el "Cuerpo entregado, la San-
gre derramada". Es ésta la centralidad del sacrificio que Cristo ofreció al
Padre en la cruz y que ahora hace presente en el sacramento eucarístico.
Sería una falta grave de teología pastoral y un desenfoque de la verdadera
piedad cristiana hacer creer a los fieles que su participación en el sacrifi-
cio de Cristo, son el pan y el vino, sus acciones y ofrendas (ritos, por otra
parte, desconocidos tanto en la antigüedad como en la mayoría de liturgias
cristianas y católicas).
Mediator Dei- dice que la Eucaristía es verdadera presencia objetiva del '
sacrificio pascual de Cristo.
Las palabras y gestos del relato de la institución no son, con todo, un cuer-
po aislado o autónomo, simplemente inserto dentro de la anáfora pero in-
dependiente del resto de la misma y con valor y significado propio como
-seguramente por falta de suficiente información histórica- creyeron la
mayoría de teólogos de la Escuela (el mismo Santo Tomás). Las palabras
del relato forman parte intrínseca de la anáfora347. Pero estos gestos y estas
palabras son no sólo parte de la anáfora sino también el punto culminante,
el más alto y el más significativo y uno de los textos más antiguos de la aná-
fora y del desarrollo literario progresivo de la misma. Por ello estos gestos
y palabras deben tratarse con especial unción tanto por el ministro que las
pronuncia como voz e instrumento del Señor como por los fieles que las
escuchan como dichas por el mismo Cristo, pero no como un texto aparte.
347 Jesús pronunció las palabras de la Consagración no aisladamente sino dando gra-
cias y bendiciendo, es decir, en el interior de la Berakhá o anáfora judía.
222 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
El rito eucarístico, pues, que arrancó y tuvo su raíz más central, en la repe-
tición de palabras y acciones que realizó el Señor: bendecir o dar gracias
(lo que hoy llamamos prefacio) y el relato de la institución, que re-presenta
real y objetivamente la entrega o sacrificio de Jesús al Padre, entrega a la
cual los fieles se adhieren con sus cantos (Anunciamos tu muerte) por la
anamnesis que, en nombre de la asamblea recita el sacerdote (haciendo el
memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos el pan de
vida y el cáliz de salvación) y sobre todo, por el Amén de ratificación al fi-
nal de la anáfora348 los cristianos obedecemos al mandato de Jesús de hacer
los antiguos ritos judíos en memoria o como memorial de Jesús.
348 Es interesante recordar (Cf. Liturgia y Espiritualidad XXIX (1998) 304 y ss) que
la mayoría de liturgias hagan que el pueblo cante Amén después de ambas consagraciones
¿No será un vestigio de cuando las palabras del relato concluían la anáfora?
349 En Justino (ca. 150) no parece haber alusión aún a la anamnesis; ésta sí que está ya
bien explícita en la Tradición Apostólica (ca. 220).
350 Si esto es verdad -y hoy parece innegable- las dos partes más importantes de
nuestra Plegaria eucarística son el relato de la institución y el inicio de la Plegaria, (lo
que hoy llamamos Prefacio) que está muy lejos de ser, como muchos entienden, simple
introducción, a la manera como se habla del prefacio de un libro (Prefare en latín significa
proclamar solemnemente). Son los dos únicos elementos que se citan explícitamente en
, el Nuevo Testamento: 1) dio gracias; 2) tomo el pan y la copa y pronunciando lo que hoy
llamamos palabras de la consagración.
EL RELATO DE LA INSTITUCIÓN, PRINCIPAL OFERTORIO DE LA MISA 223
De cuanto hemos dicho hasta aquí sobre la centralidad del relato de la ins-
titución deben deducirse algunos principios de actuación, tanto por lo que
respecta a los obispos y presbíteros que presiden la Misa como con referen-
cia a los fieles que quieren participar activa, piadosa y concientemente en
ella (Sacr. Corre, n. 48))
Por lo que respecta a los fieles que quieren participar activa, piadosa y
concientemente en la celebración, durante el relato (Consagración) deben
centrarse con intensidad en la contemplación y adhesión a Cristo que hace
realmente presente su entrega humilde al Padre, entrega que realizó históri-
camente una vez y para siempre en la cruz, pero que ahora hace realmente
presente para que la Iglesia -los fieles participantes- se adhieran a ella.
Si la fe nos exige creer que, por la Eucaristía, Cristo, el mismo Cristo -no
un nuevo Cristo- que está junto al Padre, superando las leyes del lugar
se hace realmente presente, esta misma fe nos exige también creer que el
mismo tránsito pascual que aconteció hace 2000 años en el Calvario, la
misma entrega filial, humilde y obediente de Cristo-hombre, que histórica-
mente aconteció hace 2000 años, esta misma entrega, este mismo sacrificio
-no un nuevo sacrificio- está realmente presente sobre la mesa eucarística.
Así se conjuga perfectamente la doble realidad de que hemos hablado más
arriba: sólo existe un único sacrificio -el tránsito pascual de Cristo- con el
que lo ha santificado todo; pero este sacrificio, único y exclusivo, se hace
de nuevo realmente presente (Cristo lo re-presenta ante la Trinidad y ante
los fieles) a través de los gestos y palabras que hace en su nombre el cele-
brante, ministro o servidor de su sacerdocio. Sería, en efecto, ilógico creer
que las palabras del Señor Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre tuvieran
un efecto objetivo (convirtieran realmente el pan y el vino en el Cuerpo y la
Sangre del Señor) y que, en cambio, los respectivos calificativos entregado,
derramada se limitaran a un simple recuerdo subjetivo de los fieles. Lo que
se hace presente sobre la mesa eucarística no es simplemente el verdade-
ro Cuerpo y la verdadera Sangre del Señor sino el Cuerpo entregado, la
Sangre derramada, es decir, el Cuerpo y Sangre del Señor ofrecidas en la
cruz en sacrificio. A este respecto es oportuno recordar de nuevo (lo hemos
hecho ya más arriba) las palabras de Juan Pablo II:
354 Forque a Cristo, como Dios verdadero, realmente presente, le corresponde la ado-
ración.
355 Los gestos deben hacerse con solemnidad, las palabras recitarse con unción, expre-
sividad y pausa, nunca como simple relato histórico de un acontecimiento pasado.
226 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CEEEBRAR EL SEÑOR
En este mismo sentido hay que subrayar la oportunidad de que, en los mo-
mentos que siguen a la Consagración, actualmente se hayan prohibido los
cantos y jaculatorias con sentido de adoración eucarística dichas comuni-
tariamente (v. gr. Señor mío y Dios mío) y se haya mandado, por el con-
trario, un canto alusivo a la participación en la entrega sacrificial del Se-
ñor (Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección). La adoración
a Cristo, Dios realmente presente bajo los signos eucarísticos, tan rica de
espiritualidad, no debe olvidarse pero hay que encontrar otros momentos
más propios, sobre todo, la exposición solemne del Santísimo.
Capítulo XV
Es, pues, a través de los signos eucarísticos del pan y del vino, que la Igle-
sia participa del sacrificio de Cristo. El, el Señor, es quien actúa en la Misa
como celebrante principal -la Misa que es primordialmente la ofrenda de
Cristo al Padre- pasa con las nuevas presencias de su sacrificio para que la
Iglesia pase a celebrar también, verdadera, aunque secundariamente, ofe-
rente del sacrificio de Cristo. Por ello decimos que la Misa es también el
sacrificio de la Iglesia.
Hubo un tiempo en que las personas piadosas mostraban gran interés en oír
varias misas, incluso a diario, y muchos autores espirituales recomendaban
esta práctica357. Hoy quizá este lenguaje ha dejado de ser por lo menos fre-
cuente, pero a esta expresión ha sucedido otra manera de expresarse - o de
actuar- que incluye una visión de la pluralidad de Misas no muy lejana a lo
que significaban nuestros mayores cuando hablaban de oír varias Misas.
357 La normativa eclesiástica, con todo, por lo menos implícitamente, ponía una cierta
t limitación a esta práctica, pues no permitía una participación plena, por medio de la co-
munión, en repetidas Misas.
LA EUCARISTÍA, SACRIFICIO DE LA IGLESIA 229
Tener claro lo que hemos dicho sobre la relación del único sacrifico de
Cristo -el de su muerte y resurrección- con las nuevas presencias de este
único sacrificio a través de las repetidas celebraciones de la Eucaristía
es la mejor clave para responder al interrogante que nos planteamos. En
el fondo, de lo que se trata fundamentalmente con la participación en la
Eucaristía, es de vivir intensamente unidos al sacrificio de Cristo, realizado
una sola vez para siempre. Si el Señor, la víspera de su pasión, instituyó
la Eucaristía (sacramento de su sacrificio como con frecuencia llama a
la Misa san Tomás de Aquino) lo hizo precisamente para que los fieles
lograran una unión viva y constante a su entrega sacrificial al Padre, para
que tuvieran un sacramento o símbolo eficaz de su sacrificio. Repetir la
celebración eucarística no es, pues, ofrecer diversos sacrificios sino hacer
presente, repetidamente, si se quiere, el mismo y único sacrificio de la cruz.
Si bien por parte de Cristo su sacrificio fue único y de valor infinito (por ser
el Sacrificio de Cristo infinito no se da posibilidad alguna ni de repetirlo,
ni de lograr del mismo un fruto mayor); por parte de los fieles, en cambio,
que desean unirse a la oblación del Señor, las posibilidades son limitadas y
la participación siempre dista mucho de ser infinita.
decir, con aquella frecuencia que más le ayude a vivir intensamente unido
al único sacrificio pascual del Señor, que se hace nuevamente presente en
la Iglesia a través de los signos sacramentales cada vez que se celebran los
signos eucarísticos.
Como principio universal hay que decir que la Misa dominical, como re-
cordó Juan Pablo II, es irrenunciable en la vida habitual de los cristianos.
Sin la Misa dominical (a no ser que ésta resulte imposible para un cristiano
concreto) se puede ser buena persona, pero no cristiano. Así lo ha recor-
dado recientemente con insistencia, Juan Pablo II (especialmente en sus
Cartas Apostólica Dies Domini y Tertio millenio ineunte); a ello responde
lo que entre los fieles se ha venido llamando el precepto dominical.
358 El ciclo dominical reparte en tres años una selección de lecturas muy bien estructu-
rada, pero bastante más limitada. A todos los fieles se les brinda, pues, la posibilidad -y la
obligación- de escuchar lo más fundamental de la Divina Revelación.
L \ [:LCARISTÍA, SACRIFICIO DE LA IGLESIA 231
Todo ello nos evidencia que, por una parte, el subrayado de una mayor o
menor frecuencia de celebraciones eucarísticas no es una cosa absoluta y,
por otra, que el acento conviene ponerlo en la conformidad con el uso ecle-
sial de cada Iglesia y de cada tiempo. Hoy, en la Iglesia latina, no creemos
que un cristiano (un sacerdote o religioso sobre todo) obrara correctamente
si omitiera la Misa diaria. En cambio, un cristiano oriental -o incluso un
fiel de Milán con respecto a los viernes de cuaresma- que deje la participa-
ción de la Misa determinados días en los que no se celebra la Eucaristía,
no por ello está en situación de inferioridad eucarística. Unido a los usos de
su propia Iglesia participa menos veces de la Misa, pero puede vivir inten-
samente unido con su Iglesia al sacrificio único del Señor.
359 Evidentemente pueden haber casos en los que sea oportuno, expresivo o incluso
necesario, participar de la Eucaristía más de una vez en el mismo día. La celebración, por
ejemplo, en unas exequias o en un matrimonio cuando se ha participado ya en la Misa co-
munitaria habitual. El caso de los obispos y presbíteros que, por razón del ejercicio del mi-
nisterio presidencial, sobre todo en los días festivos, deben celebrar la Misa varias veces,
es radicalmente diverso. Estas repetidas celebraciones las realizan no tanto para alimentar
su vida de oración sino para cumplir con su deber de servir al pueblo que necesita de su
ministerio (en este caso, a los que deben celebrar varias Misas, les aconsejaríamos servirse
de las equilibradas posibilidades de omitir parte o todo el Oficio Divino cuando han de
celebrar más de una vez la Eucaristía) Cf. el decreto de la Congregación del Culto Divino
y de la Disciplina de los Sacramentos, en Liturgia y espiritualidad, XXXII (2001)71-75).
Una cierta mesura en las prácticas rituales ayuda a realizarlas mejor y con más unción, y si
bien el equilibrio una única Misa-varias horas del Oficia ayuda a vivir la Eucaristía como
acción culminante, en el caso de los obispos y presbíteros cuya función ministerial exige
t celebrar varias veces para diversas asambleas, pensamos que la disminución de oraciones
del Oficio ayuda a celebrar mejor.
LA EUCARISTÍA, SACRIFICIO DE LA IGLESIA 233
Los gestos y palabras que la Iglesia romana usa -o ha usado en otros tiem-
pos y/o continua usando en otras familias litúrgicas- para significar y rea-
lizar la participación de los fieles en la misma, no siempre han sido los
mismos, ni todos tienen ni la misma claridad, ni la misma importancia.
Algunos de estos gestos y palabras son indudablemente de origen divino
y consiguientemente inmutables: nadie -ni el Papa ni un Concilio- puede
modificarlos (Sacr. Conc. 21)365, pero muchos otros son de origen mera-
mente eclesial. No deja de haber incluso algunos de estos signos de los que
puede dudarse si tienen una expresividad correcta. Algunos de estos signos,
a primera vista, pueden parecer de origen divino, pero con todo, históri-
363 El gesto reformado (muy conscientemente por el Coetus de reforma del Ordo Mis-
sae) cambió la rúbrica que en el Misal anterior decía que el celebrante, consagradas las
Santas Especies, las elevara cuanto pudiera para que el pueblo las adorara y el Misal
actual la ha variado diciendo: a) primero que el celebrante muestra (no eleve) a la asam-
blea b) luego que, haciendo, genuflexión, las adore. El gesto de alargar las Santas Especies
hacia la asamblea es un gesto que evoca la entrega sacrificial de Jesús: Mi Cuerpo entre-
gado; mi Sangre derramada.
364 El Vaticano II justifica precisamente la reforma litúrgica de cara a que los textos y
ritos "se ordenen de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que signifi-
can" (Sacr. Conc. 21) pues "con el decurso del tiempo... se han introducido elementos que
no responden bien a la naturaleza de la liturgia" (id).
365 Cuáles son en concreto estos signos de origen divino es más fácil decirlo. Las mis-
mas palabras del relato o de la consagración posiblemente no existieron siempre pues no
figuran en textos muy primitivos, como veremos mas abajo.
238 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS M A \ O ' 1 LK.! BRAR F.L SEÑOR
camente, hay indicios que pueden hacer dudar de ello pues, de hecho, no
figuran incluso en algunos documentos muy antiguos366.
366 Es el caso en concreto de las llamadas palabras de la consagración de las que, como
veremos, hay indicios -no pruebas- de que algunas liturgias no las tuvieron y en este
caso no puede decirse que sean de origen divino ni hablarse de una necesidad absoluta de
pronunciarlas para celebrar una Eucaristía válida (Cf. más abajo lo que ha declarado el
Magisterio con respecto a la anáfora de Addai y Mari que no tiene las palabras de la con-
sagración y el Magisterio romano ha declarado válida en algunas comunidades siríacas).
367 Los nombres con que el Nuevo Testamento alude a la Eucaristía contienen una
clara referencia a estos aspectos: se llama Acción de gracias (Jesús dio gracias); se llama
fracción del pan (Jesús rompió el pan); Jesús mandó hacer estas acciones como su memo-
rial (Haced esto en conmemoración mía; cada vez que comáis el pan y bebáis de la copa
anunciad la muerte del Señor).
SIGNOS LITÚRGICOS DE LA PARTICIPACIÓN DE LA IGLESIA EN LA EUCARISTÍA Zj9
parte del mandato del Señor, son de origen divino y constituyen el núcleo
más radical e inmutable de la Eucaristía que el Señor legó a su Iglesia para
que pudiera participar de los frutos en su muerte y resurrección.
Para participar, pues, más plena y más concientemente del sacrificio de Je-
sucristo, estos gestos fundamentales no sólo no pueden omitirse nunca (sin
ellos no habría Eucaristía), sino que además conviene que se realicen con
la máxima expresividad, y hay que procurar que tengan siempre la primacía
por encima de todos los otros ritos que eventualmente se introduzcan en la
Misa. En ellos debe centrarse la atención de los participantes, mucho más
por supuesto, que en todos los otros ritos añadidos posteriormente y a los
que el Señor no se refirió368.
La fidelidad a las acciones que nos mandó el Señor (dar gracias sobre el pan
y el vino, recordando su muerte y resurrección) ¿exige que además estas
realidades se signifiquen con determinadas palabras o gestos? ¿Es necesa-
rio que en la Misa hayan unos signos o expresiones concretas para aludir
a las realidades que nos legó el Señor? Dicho de otra forma: ¿es necesario
que en la Misa, para dar gracias, se pronuncie literalmente lo que nosotros
hoy llamamos prefacio? O, para significar la presencia del Señor que se
entrega por nosotros, ¿es imprescindible que se digan lo que llamamos pa-
labras de la consagración? ¿O que para recordar la muerte y resurrección
del Señor se pronuncie lo que llamamos anamnesis?369 Estas fórmulas, ¿son
la única manera de realizar el mandato divino de dar gracias y anunciar la
muerte salvadora del Señor?
No puede caber la menor duda de que lo que hoy llamamos prefacio, relato
de la Cena o Consagración y la anamnesis expresan muy bien cómo la Iglesia
obedece el mandato del Señor; en estas dos partes se explícita muy clara-
mente las dos acciones del Señor: la Acción de gracias y la entrega sacrificial
de Jesús. Pero no está tan claro que materialmente muchos de otros signos
concretos que hoy usamos sea necesario decirlos con unas determinadas pa-
labras si los responsables de la Iglesia (hoy el Papa) no lo establece.
368 Estos ritos posteriores no son comparables con los gestos de institución divina (v.
gr. el acto penitencial o la colecta, o el ofertorio).
369 El texto antiquísimo que sigue a la consagración: Haciendo el memorial de la
muerte y resurrección del Señor.
240 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía, Cristo hace presente su me-
morial y sacrificio o entrega al Padre, como bellamente expresa la oración
sobre las ofrendas del Jueves Santo. Cristo, por otra parte, en la Misa in-
corpora sacramentalmente (es decir con gestos y palabras) a la Iglesia en
su oblación en su Acción de gracias contemplativa de la Historia Santa.
¿Pero con qué palabras y ritos la Iglesia expresa esta su unión al memorial
de Cristo? He aquí un punto importante para realizar bien la participación
de los fieles en la liturgia eucarística; conocer cuáles son estos gestos de
la Iglesia. En la liturgia actual370, Cristo significa y hace presente su obla-
ción principalmente a través de la voz de su ministro que, en su nombre,
recita llamadas palabras de la Consagración. ¿Ha sido siempre así? ¿Ha
significado y realizado la Iglesia su participación en la acción que le dio el
Señor siempre como lo hace hoy? Aunque parezca a primera vista extraño,
no es fácil saber exactamente con qué ritos y sobre todo con qué palabras
la Iglesia empezó a celebrar la Eucaristía.
370 Decimos en la liturgia actual porque, como luego veremos, quizá no siempre ni en
todas las familias litúrgicas estas palabras han estado explícitamente presentes.
SKiNOS LITÚRGICOS DE LA PARTICIPACIÓN DE LA IGLESIA EN LA EUCARISTÍA 241
por vez primera en 1 Co 111 23-26, el más antiguo relato de la Eucaristía del
Nuevo Testamento171. Este relato se limita a decir que Jesús mandó repetir
los mismos gestos que él hiciera en la noche en que fue entregado, pero no
reproduce la Berakha, es decir, las palabras de la Acción de gracias (ni la
que usó Jesús, ni las que repetían las nacientes comunidades cristianas).
Únicamente hay referencia a algunos de los gestos (rúbricas) que el Señor
les mandó: 1) dar gracias sobre el pan y sobre la copa, 2) romper el pan;
3) proclamar su muerte; 4) comer del pan y beber la copa sobre los cuales
se había dicho la Acción de gracias. Según este primitivo testimonio, en
la Eucaristía de las comunidades apostólicas se repetían simplemente los
gestos del Señor que simbolizaban, de alguna manera, su muerte y resu-
rrección. Pero sin explicar cuáles, en concreto, fueran las palabras (lo que
nosotros llamamos Anáfora o Plegaria Eucarística) de esta celebración. El
gran teólogo medieval, santo Tomás de Aquino -muchos se maravillarán
de este detalle- llega a dudar de cuáles fueran las palabras concretas con
que Jesucristo consagró la Eucaristía en la víspera de su pasión. El santo
doctor dice que Jesús mandó a los suyos decir las palabras que hoy llama-
mos de la Consagración, pero que no faltan quienes opinan que ignoramos
las palabras usadas por el Señor para bendecir (consagrar) el pan y el cá-
liz372. Estudios recientes han descubierto que quizá algunas anáforas muy
antiguas no conocían estas palabras.
371 Mucho más antiguo, por supuesto, que las narraciones evangélicas que nos relatan
la Cena de la víspera de la Pasión.
372 Cf. S. Thelogiae, III, q. 78, art. 1, ad 1.
242 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
Entre estos textos primitivos cabe destacar la Didajé (finales del s. I o prin-
cipios del II) documento éste muy estudiado y discutido373. La anáfora si-
ríaca oriental llamada de Addai y Mari (texto aproximadamente del siglo
IV) usado aún hoy día por lo Sirios Orientales (tanto Nestorianos como
Católicos) y sobre la que la Sede Apostólica se ha pronunciado muy re-
cientemente reconociendo su validez sacramental y permitido su uso, con
ciertas limitaciones, por parte de los sirios orientales374. En esta última aná-
fora no figuran actualmente"5 ni el relato de la Cena ni las palabras de la
Consagración.
373 Si aquí aducimos a este texto no es por simple erudición histórica; es únicamente
para vivir mejor la participación espiritual de la Eucaristía, no para plantear una vez más,
la interesante problemática crítica entorno a este importante documento.
374 Cf. Osservatore Romano (26-X-2001).
375 Decimos que el relato, por lo menos actualmente, no figura en esta anáfora porque
con B. Botte creemos que en su origen esta anáfora sí contenía el relato y las palabras de
la Consagración.
376 Con una diferencia radical: lo que la Iglesia ha observado siempre y en todos los
lugares (S. Vicente de Lérins) es dato de la Tradición y, por ello de por sí, infalible; las
explicaciones, en cambio, de los teólogos e incuso las afirmaciones menores del Magiste-
rio no gozan de esta certeza y son únicamente o bien doctrina de cada uno de los autores
o, en el caso del Magisterio, datos que exigen obediencia fiel pero que pueden ser menos
exactas e incluso algunas veces equivocadas y posteriormente corregidas.
SIGNOS LITÚRGICOS DE LA PARTICIPACIÓN DE LA IGLESIA EN LA EUCARISTÍA 24 3
377 La cena ritual judía consta siempre del Qiddush o bendición fracción del pan al
inicio de la cena y del Birkhat-ha-mazón o bendición sobre la copa al final de la cena
(adviértase que tanto ICo como Le 22, como Didajé y la mayoría de anáforas dice explí-
citamente que la copa se bendice y se toma terminada la Cena. Muy pronto desaparece
la cena intercalada y las dos bendiciones se funden en una sola y así, ya a fines del s. I, la
vemos cristalizada Justino y en las anáforas).
244 VIVIR LA EUCARISTÍA QUK NOS MANDO CLLf-HR \R FL SEÑOR
Este mismo esquema fue el que adoptó Jesús en la última Cena y el que
siguieron los judeo-cristianos en sus primeras celebraciones de la Euca-
ristía. Únicamente que, tanto Jesús como los judeo-cristianos, en lugar de
bendecir a Dios principalmente por la tierra que les dio pan y abundantes
cosechas de las vides, se da gracias por la obra pascual de Jesús. Al tomar
el pan y la copa, en la bendición que el Señor mandó repetir, los cristianos
lo hacían como memorial del Señor y cuantas veces comían el pan y bebían
el cáliz, en vez de bendecir a Dios por la tierra y sus cosechas, le daban
bras de la consagración; los que creen, en cambio, que la plegaria de la Didajé es una anti-
gua y auténtica anáfora eucarística cristiana, se apoyan sobre todo en la prohibición de que
"nadie puede comer ni beber de esta Acción de gracias, sino los bautizados en el nombre
del Señor" (nn. 4 y 9). Hay que decir con todo que hoy cada vez son más los que creen
que nuestro texto se refiere a la Eucaristía cristiana (que hoy llamaríamos sacramental)
aunque no figuren las palabras del relato.
24 8 VIVIR LA EUCARISTÍA QUE NOS MANDÓ CELEBRAR EL SEÑOR
pre, desde los orígenes, se ha hecho, lo que nunca puede omitirse para ser
fieles a lo que mandó el Señor, es dar gracias y bendecir a Dios, recordando
y actualizando la obra de Jesucristo. Y lo que hay que evitar es que estos
matices centrales y nucleares de la Eucaristía queden como ofuscados por
elementos más secundarios, que se han introducido en la Misa pero que no
forman parte del núcleo del mandato eucarístico de Jesús.
c) rompió el pan;
379 Puede compararse, entre otros muchos ejemplos, la petición de las estrofas 3 y 8 de
la Didajé con las actuales anáforas latinas: v. gr. la anáfora 2 tiene como primera petición
"que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre
de Cristo"; la tercera anáfora, también como primera petición dice "llenos de su Espíritu
Santo formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu "; la plegaria cuarta dice "con-
cede a cuantos compartimos este pan y este cáliz que, congregados en un solo cuerpo".
SIGNOS LITÚRGICOS DE LA PARTICIPACIÓN DE LA IGLESIA EN LA EUCARISTÍA 2. J 1
9. OTROS TEXTOS QUE CLARIFICAN CUÁLES SEAN LAS PALABRAS Y GESTOS FUNDA-
MENTALES DE LA EUCARISTÍA
1. NOTAS CONCLUSIVAS
De la misma forma que iniciábamos este pequeño estudio con unas palabras
tituladas A manera de introducción, en las que expresábamos ciertas reti-
cencias y temores ante que nuestro escrito no fuera completo, ni su lectura
en algún apartado suficientemente clara, así queremos concluir esta nueva
edición, en la que hemos modificado unos pocos textos (no para corregirlos
sino simplemente para intentar clarificar algunos asertos) con estas Notas
A manera de conclusión.
Nuestro escrito no pretende, como hemos ya dicho, ser una exposición com-
pleta, ni en los aspectos teológicos ni en la vertiente histórica de la Misa.
Nuestro propósito ha sido simplemente ayudar a recibir, con la máxima
claridad y profundización posibles, el gran don que el Señor dio a su Igle-
sia antes de dejar visiblemente a los suyos. Como hemos repetido -quizá
demasiadas veces y con ello la lectura de estas páginas en algún momento,
contenga incluso excesivas y pesadas repeticiones- de que, por ejemplo,
los destinatarios de la Eucaristía (y menos aún sus propietarios) no son los
fieles individualmente sino la Iglesia, guiada siempre por sus legítimos pas-
tores, también con referencia a las maneras y formas de la celebración.
En este contexto de los ritos concretos hay que distinguir, pues, entre cele-
bración válida y celebración más o menos expresiva. La celebración de la
Eucaristía en nuestra Iglesia latina durante siglos dejó de subrayar la rele-
vancia del relato y de las mismas palabras de la Consagración (se decían en
secreto). Fue a este propósito el Vaticano II dijo que, en la reforma litúrgica
la Iglesia quería emprender una reforma en la que, "los textos y los ritos
debían ordenarse de manera que expresaran con mayor claridad las cosas
santas que significan" (Sacr. Conc, n. 21) y la reforma litúrgica así lo ha
realizado ya.
otros se duelen de los cambios y preferirían los ritos anteriores. Aquí cabe,
pues el interrogante que no pocos se plantean: los nuevos ritos legítima-
mente introducidos, ¿son siempre perfectos y suficientemente expresivos y
mejores que los anteriores? Reflexionemos un poco sobre ello.
se
ons i ción acrosanc um onci mm so re a agrá a i u gia
http://www.vatican.va/archive/hist councils/ii vatican council/documents/
—* _ = =
vatii const 19631204 sacrosanctum-concilium sp.html
i = = — ^
IMGR
Missale Romanum, Institutio generalis Missalis Romani, Ed.
typica tertia, Typis Vaticanis 2002.
http://www.vatican.va/roman curia/congregations/ccdds/documents/rc con_
ccddsdoc 20030317 ordinamento-messale_sp.html
MOHLBERG, Leo Cunibert. Missale Gothicum: Vat. Reg. .at. 317. Roma:
Herder, 1961. XXXII-142 p. + VI facs. (Rerum Ecclesiasticarum Docu-
menta. Series Maior. Fontes V).
262 BIBLIOGRAFÍA
PRESENTACIÓN (9)
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
11. Participar en la Eucaristía con una espiritualidad fiel al mandato del Señor (71 -
73)
12. Algunos consejos o sugerencias para celebrar mejor la Eucaristía como Acción
de gracias (73-76)
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
ROMPER EL PAN
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
1. Cuatro partes de la Misa a las que se les da, a veces, y algo equívocamente un
cierto sentido de ofertorio (165-166)
2. El primer ofertorio de la Misa romana: la procesión de las ofrendas (166-168)
3. Un segundo rito de ofertorio: la presentación de las ofrendas por parte de la
asamblea (168-169)
4. El nuevo rito de la presentación de las ofrendas por el pueblo de Roma pasa a
las demás iglesias latinas (169-173)
5. ¿A qué se debe la popularidad y el arraigo del rito de las ofrendas en la Misa
romana? (173-175)
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
1. El ofertorio del pan y del vino por parte del celebrante visto desde la historia
(191-195)
2. El ofertorio del pan y del vino visto desde la teología eucarística (195-196)
3. El ofertorio del pan y del vino en el misal tridentino de San Pío V (197-200)
4. La presentación del pan y del vino en el Misal del Vaticano II (201-203)
5. Comparar los ofertorios del Misal de San Pío V y de Pablo VI (204-205)
6. Algunas conclusiones prácticas de este capítulo (205-208)
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
BIBLIOGRAFÍA (259-262)
OTRAS PUBLICACIONES