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Christian Laval y Pierre Dardot, Común.

Ensayo sobre la revolución en el siglo xxi,


Barcelona, Gedisa, 2015, 672 pp.

Perfiles Latinoamericanos, 26(51)


2018 | pp. 409-417
doi: 10.18504/pl2651-017-2018

L a noción de lo común ha pasado por distintas reelaboraciones durante las


últimas décadas a partir de la convergencia de discursos y teorías de múltiples
disciplinas académicas, movimientos sociales y activismos que evidencian la uni-
vocidad e insuficiencia de la dicotomía público/privado. Estos planteamientos
coinciden en un argumento central: la privatización y el cerco progresivo de
esferas fundamentales para la vida supone un gran riesgo para la humanidad y,
en consecuencia, es necesario instituir una racionalidad que se rija por criterios
diferentes a los del mercado. Este es el asunto que aborda Común. Ensayo sobre
la revolución en el siglo xxi problematizando la captura del término por los co-
munismos de Estado y rescatando su importancia para pensar en la posibilidad
de otro modelo económico y social. En su anterior libro, Laval y Dardot1 expli-
caban que el neoliberalismo no es un modelo económico sino una racionalidad
que abarca cada vez más áreas de la vida, estrechando el marco de posibilidades
en el que nos movemos. Para construir una alternativa se requiere pensar en
nuevas formas de vida. No se puede combatir esta gubernamentalidad sin otro
imaginario y sin antes responder a la pregunta de cuáles son las formas de vida
deseables. Común, escrito dos años después, supone el intento de responder-
la. Los autores estuvieron atentos a los movimientos sociales que surgieron en
todo el mundo como el 15M de España en 2011 o las protestas y ocupación
de la plaza Taksim de Estambul en 2013. Lavat y Dardot encontraron una

1 Laval, C. & Dardot, P. (2013). La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Barcelo-
na: Gedisa.

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hebra que unía las motivaciones de los diferentes movimientos de indignados:
la experimentación de emergentes formas de vida en la ocupación de las plazas
y la reivindicación de lo público. Una pancarta con las palabras “Comuna de
Taksim” evocaba en Estambul la experiencia de la comuna de París y eviden-
ciaba la demanda por una democracia en su sentido más radical. La referencia
a estos movimientos sociales, sin embargo, ocupa pocas páginas del libro, que
no es un estudio sobre luchas sociales sino un intento de articular y definir lo
común como principio político que sirva de referencia teórica y práctica. Ante
la amenaza de expolio permanente de bienes y espacios comunes, los autores
proponen pensar en un “más allá del capitalismo” y recuerdan, citando a Cor-
nelius Castoriadis, que esto solo será posible “cuando una reconstrucción ideo-
lógica radical se encuentre con un movimiento social real” (p. 20).
El libro de Laval y Dardot contrapone el principio de lo común al de la com-
petencia, que es la forma de vida privilegiada de la razón neoliberal. El derecho
absoluto de propiedad, cuyo principal argumento de defensa es la preservación
de la vida, es cuestionado por los autores cuando afirman que es justamente el
absolutismo de la propiedad el que se constituye en una amenaza para la hu-
manidad y el planeta. Lo público estatal y lo privado se desvelan no solo como
incapaces de ofrecer soluciones a los problemas actuales sino como cómplices
y responsables de los procesos de apropiación, de desigualdad y de deterioro de
recursos. El cercamiento progresivo de todas las áreas de la vida está expresado en
la transferencia de bienes públicos a los privados, en la extensión de la mercanti-
lización y la propiedad privada a través de patentes y propiedad intelectual sobre
lo viviente (semillas, plantas, genoma humano); en la privatización e introduc-
ción de criterios de rentabilidad en los sistemas de educación, salud y pensiones;
o en la especulación financiera e inmobiliaria. Estas nuevas olas de apropiación
de riqueza que tienen lugar por la acción del Estado y de multinacionales están
justificadas con discursos técnicos y económicos de rendimiento, de efectividad
e incluso de transparencia; no obstante, son la causa de los crecientes niveles de
desigualdad social y acumulación de recursos en pocas manos. En consecuen-
cia, “protestar contra la enclosure de los comunes significa reanudar la crítica de
la propiedad privada como condición absoluta de la riqueza social” (p. 127).
Laval y Dardot identifican bajo lo común el principio político fundamen-
tal de convergencia de movimientos sociales en contra del neoliberalismo y sus
lógicas de acumulación, privatización y cercamientos. Al plantear que ciertos
bienes, recursos y espacios deben ser comunes y cuestionar el derecho absoluto
de propiedad, es posible establecer conexiones entre diferentes luchas sociales
que cuestionan políticas globales/locales validadoras del aprisonamiento de lo
común en todas sus manifestaciones: lo genético, las semillas, el agua, la informa-
ción, la biodiversidad, los sistemas de alimentación, la neutralidad del Internet,

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la educación, los medios de comunicación, entre otras. Lo que reivindican estos
movimientos sociales es el uso común de recursos y espacios tangibles e intan-
gibles. Vandana Shiva afirma que “recuperar los comunes es el deber político,
económico y ecológico de nuestra época” (p. 110); Peter Linebaugh, mediante
una analogía, relaciona la historia de la destrucción de los comunes en Inglaterra
con la coyuntura neoliberal y los movimientos sociales contemporáneos; Naomi
Klein define diferentes luchas bajo la defensa de los comunes; Phillippe Aigrain
promueve una coalición de bienes comunes que agrupa luchas de bienes am-
bientales e informacionales. A partir de estas referencias cobran valor palabras
como interdependencia, coalición o articulación para denotar que no se trata de
luchas aisladas sino de prácticas contemporáneas unidas y conectadas por un hilo
común. De esta manera, reivindicaciones que aparentemente no tienen relación
se enlazan en una narrativa capaz de oponerse a los postulados neoliberales.
Esta concatenación de estudios diversos tiene uno de sus más importantes an-
tecedentes en el trabajo de la Premio Nobel de Economía Elinor Ostrom, quien
marcó un hito en la reflexión sobre lo común con su publicación Governing the
Commons en 1990. La autora recopiló allí varios estudios de caso sobre la gestión
colectiva de bienes comunes (bosques, sistemas de riego, pesquerías) y planteó
que bajo ciertas condiciones eran mejor gobernados por las comunidades que
por el Estado y el mercado. Mostró que no había fundamento científico en las
políticas públicas que recomendaban la privatización o estatización como úni-
ca vía de buena administración, con la falsa creencia de que si el trabajo estaba
a cargo de las comunidades, sobreexplotarían y agotarían los recursos. Por el
contrario, sus investigaciones evidenciaron que estos bienes comunes pueden ser
gestionados de forma exitosa por comunidades que coproducen juntas las reglas
de uso, para lo que retomó teorías de acción colectiva y de autogobierno. Laval y
Dardot reconocen el importante aporte de Ostrom, sin embargo, dan un giro a
esta concepción de la economía política. Al postular que ciertas esferas deben ser
inapropiables, se preguntan si la noción de bienes comunes, que responde a una
tradición neoclásica que escinde lo económico y lo político, es la más adecuada
en esta construcción. Los bienes proporcionan un marco de interpretación res-
tringido a la lógica del mercado; al igual que las mercancías, pueden ser compra-
dos, vendidos o poseídos. Laval y Dardot, en cambio, proponen un tránsito de la
categoría bienes comunes a la de comunes que definen como “objetos de naturaleza
muy diversa de los que se ocupa la actividad colectiva de los individuos” (p. 25).
Los comunes autorizan un uso político y reivindicativo más amplio al compren-
der todo aquello que las comunidades consideren como fundamental para la vida
y que no debe ser privatizado o convertirse en objeto de lucro.
La propuesta de Laval y Dardot abre un camino para la investigación de
temas filosóficos, jurídicos, económicos, políticos e interdisciplinarios sobre

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lo común a partir de una relectura de las prácticas sociales que se oponen a la
privatización de todas las esferas de la vida. En América Latina, una teoría de lo
común contribuye al análisis transversal de diversas luchas sociales que defienden
la tierra en Brasil, los municipios libres de minería en Colombia, el agua en Co-
chabamba, la gratuidad de la educación en Chile o las fábricas autogestionadas
en Argentina, por mencionar solo algunas. Al conceptualizar estas reivindicacio-
nes como comunes es posible conectar las luchas habituales por bienes, espacios
y recursos como la tierra o el agua con nuevas luchas por intangibles como el
Internet, la información o los medios de comunicación. Al respecto, los auto-
res problematizan el auge del capitalismo cognitivo que usurpa el discurso de
lo común creando comunidades de intereses alrededor de proyectos lucrativos
en la web facilitando la concentración de capitales. Así, el discurso redentor
que ve en el acceso a Internet y a la información un sinónimo de cambio social
o político solo reproduce las dinámicas de concentración: “es en términos de
una batalla que atraviesa todo el campo de las nuevas tecnologías como hay
que abordar la cuestión de los comunes del conocimiento, rechazando todo
profetismo que quiera ver en la tecnología digital el advenimiento inexorable de
una sociedad libre” (p. 212). En ese sentido, los autores se alejan de cualquier
espontaneidad que pretenda generar cambios sin la necesidad de instituirlos de
manera conjunta. Cuestionan las conclusiones de Hardt y Negri en Imperio,
Multitud y Commonwealth donde argumentan que lo común podría surgir de
forma espontánea a través de una comunidad reticular operando bajo principios
de código abierto, de la que pueda esperarse la superación del capitalismo y el
surgimiento de un comunismo informacional a través de las posibilidades del
Internet y las nuevas tecnologías. Por el contrario, afirman que es mediante
la creación de instituciones con reglas coproducidas por parte de las comu-
nidades como puede articularse una propuesta política en la que lo común
sea el centro. En este punto coinciden con Elinor Ostrom, quien entendió la
administración de lo común a través del establecimiento de instituciones y siste-
mas que no son impuestos desde arriba sino que responden a las características,
particularidades y modos de hacer de las comunidades.
Las principales propuestas de Laval y Dardot se sintetizan en tres postula-
dos que orientan toda su argumentación: 1) Lo común es un principio político
que motiva la construcción y resguardo de esferas comunes de las que depende
la vida. 2) El núcleo de lo común es un derecho de inapropiabilidad que debe
instituirse en oposición al derecho absoluto de propiedad. 3) El autogobier-
no es un modo de construcción y gestión de lo común a través de prácticas
sociales de comunidades comprometidas en la defensa de los comunes. Estas
cuestiones se abordan en las tres partes del libro. La primera define lo común,
la segunda muestra cómo fundar un derecho de lo común y la tercera articula

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nueve propuestas políticas para imaginar una organización social y política a
través del autogobierno.

¿Qué es lo común?

En los cinco primeros capítulos, los autores invocan la pertinencia de inventar


un concepto nuevo, pero acudiendo al pasado. Laval y Dardot recuperan de la
etimología de la palabra común su raíz latina munus que designa un oficio o tarea
pública. Todas las palabras que comparten esta raíz remiten a un significado de
puesta en común de cargos o tareas. De ahí coligen que lo común supone una
coobligación de personas comprometidas en una misma actividad pública. Esa
es una primera clave para entender lo común como un principio político, como
sustantivo y no como adjetivo y que “debe ser pensado como una coactividad,
no como una copertenencia, copropiedad o coposesión” (p. 37). Así, rechazan
que lo común se equipare al comunismo de Estado. Describen tres concepcio-
nes históricas del comunismo: la primera remitía a la comunidad y sus valores
de igualdad; la segunda, definida por Marx, se refiere a la autoorganización de
la sociedad de acuerdo con las fuerzas y facultades de sus miembros; y la ter-
cera es la de los Estados comunistas que a través de un partido controlaban la
riqueza y el poder social. Esta última forma de comunismo terminaría revelán-
dose como el rostro “de un Estado terrorista que acaparó no sólo el monopo-
lio de la violencia arbitraria, sino también el monopolio del discurso sobre el
mundo social, el pensamiento, el arte y la cultura, así como sobre el porvenir de
las sociedades” (p. 92). Este monopolio de lo común por el Estado significó su
destrucción. En consecuencia lo común no debe concebirse como un “origen
a restaurar, ni considerarse dado inmediatamente en el proceso de producción,
ni impuesto exteriormente, desde arriba” (p. 107). Los autores exponen dos
modelos para entender lo común: el de Marx, en el que lo común se produce
a partir de las relaciones de cooperación entre obreros, y el de Proudhon, en
el que la relación social es la que genera riqueza colectiva. Concluyen que hay
que inventar otro modelo teórico de lo común que dé cuenta de las prácticas
colectivas y de las luchas políticas.

Un derecho de lo común

La inquietud por otro modelo teórico sobre lo común conduce a la segun-


da parte del libro “Derecho e institución de lo común”, compuesta por cin-
co capítulos. Aquí sostienen la tesis de que lo común debe instituirse como

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inapropiable. Aristóteles distingue dos tipos de “puesta en común”: la de todos
los bienes (que sería impracticable) y la de las palabras, los pensamientos y las
acciones. La segunda puesta en común es inapropiable porque no es un bien
que se puede adquirir, comprar o intercambiar. Este intercambio de palabras
presupone la definición de lo justo y hace posible la existencia de una comuni-
dad política. La justicia entonces no procede de un orden político establecido
sino de la actividad de deliberación y puesta en común. Para pertenecer a una
comunidad política hay que comunicarse, poner en común y participar: “la
pertenencia es la consecuencia, no la causa, de la participación” (p. 269). Por
tanto, la única política capaz de retomar el sentido de la palabra griega koino-
nein, que significa “poner en común”, sería aquella que convierte lo común
en su objeto, principio y centro.
Lo común debe instituirse a través del derecho. ¿Cuál sería este derecho?, ¿de
dónde vendría su fundamento? Los autores concluyen que la Common Law,
el derecho consuetudinario de la pobreza y el derecho proletario aportan un
fundamento para tal derecho. Proudhon, “uno de los primeros teóricos de la
institución de lo común” (p. 419), plantea una alternativa a la propiedad priva-
da e impele a los obreros a crear “nuevas formas de institución” (p. 420) que se
construirían desde abajo a partir de la interacción social. Se trataría de un derecho
social creado a partir de la sociedad y no uno creado o dictado por legisladores:
“así el derecho está destinado a devolver a la sociedad la plena posesión de su
fuerza colectiva. Esta recuperación es el verdadero objetivo que debe perseguir
el movimiento social” (p. 421). Un nuevo derecho no saldría de la nada, sino
de las prácticas sociales, se construiría sobre las ruinas del derecho romano que
separa derecho público y privado, funcionaría con contratos y acuerdos entre la
sociedad. Se diferenciaría del liberalismo en que los contratos serían el resultado
de relaciones sociales basadas en el verdadero valor del trabajo, en la equidad
y en el principio de mutualismo que se traduce en beneficios justos (p. 426).
El fundamento del derecho de lo común provendría de la constitución social
definida como “la autoorganización jurídica de la sociedad que, partiendo de
la constatación de los derechos particulares de las diferentes agrupaciones, hace
de todo ello un derecho común formalizado de los coproductores de toda la
sociedad” (p. 426). El derecho social se fundaría en la experiencia, en las accio-
nes y en las relaciones sociales y económicas.
Laval y Dardot postulan entonces que es necesario establecer un derecho
de inapropiabilidad que se oponga al derecho de propiedad. Se trata de una
inversión del método: “inventar reglas de derecho capaces de convertirse a la
larga en costumbres” (p. 460), pues nadie puede decretar una costumbre, pero
sí es posible a través de la práctica colectiva establecer reglas. A esto llaman la
“praxis instituyente”, de ahí que el significado de institución merezca una re-

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visión. Desde la sociología primó su asimilación como “conjunto de actos ins-
tituidos”, sin embargo, esta comprensión dejaba de lado la institución como
acción de instituir. Si la institución es algo que ya está dado y solo es cuestión
de transmitir sus reglas, se sacrifica la dinámica por la estática. Para Cornelius
Castoriadis no es la modificación o transformación de lo instituido lo que pro-
duce el cambio sino lo nuevo mismo y eso nuevo puede producirse a partir
de la nada y a través de lo imaginario: “contra la reducción sociológica de la
institución a lo instituido, Castoriadis hace valer la primacía de lo instituyente
sobre lo instituido: el segundo nunca es más que el resultado del ejercicio del
poder instituyente como poder de creación” (p. 477). De esta manera, la eman-
cipación surge de una sociedad instituyente y la historia se da a partir de lo no
causal o la “novedad radical” (p. 480), y no de la causalidad como lo ha explicado
la sociología. Laval y Dardot tienen en cuenta la condición ineludible de que
cualquier creación de los hombres está determinada por las condiciones existen-
tes y las generaciones anteriores, pero esto es precisamente lo que hace posible
el cambio, ya que estas condiciones no son inmodificables. Entonces la “praxis
instituyente” haría posible el surgimiento de nuevas reglas de derecho a través
de la creación de instituciones y de una actividad continuada que permita re-
pensar la institución para evitar que se convierta en instituida. Esta praxis no
solo crea reglas sino que produce un sujeto colectivo a partir de “un ejercicio
que hay que renovar sin cesar más allá del acto creador” (p. 505).

Autogobierno de lo común

La última parte del libro presenta nueve propuestas políticas y una conclu-
sión sobre la revolución en el siglo xxi. Las luchas, movimientos y prácticas
sociales tienen el reto de crear nuevas instituciones con la doble característica
de oponerse al capitalismo, al comunismo de Estado y desarrollar una forma de
autogobierno. Estas nuevas instituciones no surgen de fórmulas o teorías
preconcebidas sino de la experimentación y de la imaginación. Sus propues-
tas políticas, como ellos mismos lo advierten, son un acto de imaginación. Las
primeras dos enuncian la necesidad de construir una política de lo común que
conciba “una nueva institución de los poderes en la sociedad” (p. 519) y que or-
ganice lo común en instituciones y sistemas de autogobierno. Proponen que en
todos los ámbitos donde los seres humanos actúan y toman decisiones pueden
definir las reglas y formas de actuar. Este modelo federativo se organizaría
bajo el principio de la cooperación y el autogobierno, debería ser transversal
a lo local, lo nacional y lo global. Esto implica someter el derecho absoluto
de la propiedad al derecho de uso y de inapropiabilidad como “el eje de la

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transformación social y política” (p. 524). El derecho de uso no sería equipa-
rable al derecho que tiene lugar en un marco capitalista en que unos pocos
poseen la propiedad y determinan las condiciones de acceso. Por el contrario,
el derecho de uso e inapropiabilidad iría aparejado con la coproducción de
reglas. Para explicar cómo funcionaría refieren la experiencia de Vandana Shi-
va y la gestión colectiva de semillas que son resguardadas, cuidadas y usadas
por las comunidades, pensando en su uso y beneficio para el consumo de ali-
mentos y no para el lucro. El banco de semillas que Shiva puso en marcha con
comunidades campesinas va en contra del derecho de propiedad que privatiza
las semillas a través de patentes.
La tercera, cuarta y quinta propuestas están dirigidas a la modificación de las
condiciones de trabajo. Plantean anteponer una alternativa al trabajo individuali-
zado y de competencia que impone la empresa donde la colaboración no deja de
ser un discurso del management. El trabajo debería estar orientado a la recupera-
ción de los vínculos, la solidaridad, el verdadero actuar en común que recobre la
“finalidad social de toda actividad laboral”, esto sería posible pensando la empresa
como una “institución democrática” (p. 555). La pregunta es cómo instituir una
empresa común. La empresa como institución democrática se lograría mediante
la gestión cooperativa, de ahí la necesidad de no construir una economía social
separada de otra economía de mercado. La economía tendría que ser toda social,
tener en cuenta los aportes de la sociedad civil y demostrar que la cooperación
además de ser buena socialmente, es más efectiva que la competencia. Laval y
Dardot proponen la creación de organizaciones cooperativas y autogestionadas
que formen un modelo de oposición y de construcción económica: “la sociedad
futura también debería basarse ni más ni menos que en la economía de mercado,
en un principio de libertad económica. Pero en este caso la libertad será para
todos y no solo para los poseedores de capitales” (p. 573).
Las últimas cuatro propuestas esbozan el orden que podría tener esta socie-
dad basada en lo común. Formulan la fundación de una democracia social que
devuelva a la sociedad el control de las instituciones democráticas confiscadas
por un Estado que se ha dedicado a poner las instituciones y recursos públicos al
servicio del mercado a través del discurso de austeridad. Abogan por la conversión
de los servicios públicos en instituciones de lo común, gobernadas democráti-
camente por organizaciones de ciudadanos y usuarios con la participación del
gobierno y la premisa de servir a las necesidades colectivas. Exponen el caso de la
remunicipalización del agua en Nápoles, que tras un referendo en 2011 decidió
que el agua se administraría de forma colectiva y no a través de empresas priva-
das. Esta democracia social también debe replantear el papel de los organismos
internacionales que actúan en alianza con oligopolios. Habría que cuestionar el
discurso de estos organismos internacionales que equiparan derechos fundamen-

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tales a “bienes”, lo que evidencia que “la lógica de los mercados se dirige contra
la lógica de los derechos fundamentales” (p. 618). Se trata entonces de compo-
ner “un derecho superior a las soberanías públicas y privadas y a los derechos
de propiedad” (p. 617). En consecuencia, una práctica emancipadora no solo
debe preocuparse por defender bienes sino por crear instituciones alternativas,
por construir un nuevo poder sin ceder en la toma del poder. El final del libro
recapitula diez conclusiones que enfatizan en que lo común es el corazón del
proyecto revolucionario. Común se inserta en el debate contemporáneo sobre
las posibilidades de tránsito desde el neoliberalismo a otra racionalidad. Es un
punto de partida que no solo cuestiona las concepciones de lo público, de lo pri-
vado y del derecho a la propiedad; sino que otorga a lo común un fundamento
filosófico, jurídico y político para revelarlo como un principio nuevo, capaz de
dar forma al reto colectivo de contener y reversar los cercamientos y privatiza-
ciones que amenazan la vida.

Lina Marcela Marín Moreno*

* Periodista y Máster en Políticas Sociales. Estudiante del Doctorado en Estudios Interdisciplinarios


sobre Pensamiento Cultura y Sociedad de la Universidad de Valparaíso (con financiamiento del
conicyt-pfcha. Doctorado Nacional 2017/Folio 21170677) y del Doctorado en Ciencias Sociales
de la Universidad de Salamanca.

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