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SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA

Se han propuesto multitud de definiciones de la vida. La NASA la entiende como


“un sistema químico autosuficiente, capaz de experimentar una evolución de tipo
darvinista”.
Richard Dawkins profundizó hace tiempo sobre esta imagen de la primera entidad
viva:”En algún momento surgió por casualidad una molécula de particular interés,
que denominaremos ·replicador·. Puede que no fuese la molécula de mayor tamaño
o complejidad, pero poseía la extraordinaria capacidad de autorreplicarse”. Cuando
Dawkins escribió estas palabras hace ya cerca de cuatro décadas, el ADN era el
candidato más probable para desempeñar ese papel. Más tarde, los investigadores
volvieron su atención hacia otras moléculas como posibles “replicadores
primordiales”.
Sin embargo, otros muchos expertos piensan que considerar el origen de la vida
basado en una “estructura replicadora”, es un modelo erróneo y proponen un
modelo alternativo.
Las primeras objeciones a la teoría del “ADN primordial” no tardaron en aparecer.
La “replicación” del ADN requiere la intervención de cierta clase de “proteínas”,
macromoléculas químicamente diferentes del ADN. Ambos se obtienen del
encadenamiento de subunidades o “monómeros”, pero mientras que el ADN se
fabrica a partir de “nucleótidos”, las “proteínas” se construyen a partir de
“aminoácidos”. Las “enzimas”, un tipo de proteínas especialmente importante,
actúan como “catalizadores”, es decir, aumentan la velocidad de los procesos
químicos que, sin ellas, se desarrollarían de una forma desesperadamente lenta e
inútil para la vida. Pero el problema es que las “proteínas” se fabrican siguiendo las
instrucciones codificadas en el ADN.
Llegamos así al viejo dilema evolutivo: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? El
ADN contiene la receta para la síntesis de proteínas. Sin embargo, esa información
no se puede recuperar o copiar sin la ayuda de las proteínas.

¿Cuál fue la primera macromolécula: la proteína (la gallina) o el ADN (el huevo)?
Las teorías sobre el “origen de la vida” se dividen en dos grandes grupos principales:
las que se basa en la existencia de un “replicador primordial” (por ejemplo el ARN),
que se habría formado por casualidad, y las teorías que se fundamentan en la
existencia de un “metabolismo primigenio”, un ¡sistema de moléculas pequeñas!
Que formarían un entramado de reacciones químicas impulsado por una fuente de
energía y que sería capaz de evolucionar. Veamos el primer caso.

Una posible respuesta surgió cuando se centró la atención en un nuevo candidato:


el ARN. Es una macromolécula que se construye al igual que el ADN mediante el
ensamblaje de nucleótidos, aunque desempeña numerosas funciones celulares.
Ciertos ARN transportan la información desde el ADN hasta los “ribosomas”, donde
se lleva a cabo la síntesis de proteínas.
A principios de la década de los años ochenta se descubrieron las “ribozimas”,
moléculas similares a las enzimas pero hechas de ARN. Surgió así una sencilla
solución al dilema del “huevo o gallina”. La vida podría haber comenzado con la
aparición de la primera molécula de ARN capaz de autorreplicarse. Según esta
hipótesis el ARN que surgió de la materia inerte desempeñaba las funciones que
hoy cumplen el ARN, el ADN y las “proteínas”.

La hipótesis del “ARN primordial” se enfrenta, no obstante, a una cuestión


crucial:¿Cómo surgió ese primer ARN autorreplicante?, pues son imponentes los
obstáculos que se levantan contra la suposición de que ello ocurrió a partir de una
“sopa” de “nucleótidos” inertes.

Todas las células, incluidas las bacterias más elementales, están repletas de
dispositivos moleculares que serían la envidia de cualquier “nanotecnólogo”. A
medida que se desplazan o giran sin cesar por el interior de la célula, esas máquinas
cortan, pegan y copian moléculas genéticas, transportan nutrientes de un sitio a otro
o los convierten en energía, construyen y reparan las membranas celulares y
transmiten mensajes mecánicos o eléctricos. Una lista que crece continuamente con
la incorporación incesante de nuevos descubrimientos.
Resulta imposible imaginar el modo en que los mecanismos celulares, en su
mayoría enzimas (catalizadores de naturaleza proteínica), pudieron formarse de
manera espontánea cuando surgió la vida a partir de la vida inanimada hace entre
3700 y 4000 millones de años.

Es cierto que, dadas las condiciones adecuadas, algunos aminoácidos se forman


fácilmente a partir de componentes inorgánicos sencillos, tal como descubrió
Stanley L. Miller, en un experimento que hoy conocen ya incluso los estudiantes de
enseñanza media.
Experimento de Miller. Miller reunió los componentes que él suponía que formaron
la atmósfera primigenia (vapor de agua, hidrógeno, metano, amoniaco) y sometidos
a descargas eléctricas, que simulaban las tormentas den aquella atmósfera, se
acababan depositando aminoácidos y otros compuestos orgánicos.

A partir de la extrapolación de esos resultados, algunos autores comenzaron a


imaginar que todos los componentes de la vida se encontraban ya en los meteoritos
y podrían formarse fácilmente mediante reacciones parecidas a las del experimento
de Miller. Sin embargo, muchos años después, todo indica que aquello fue un
callejón sin salida en el sentido de obtener sustancias orgánicas más complejas que
desembocaran en el nacimiento de la vida. Pasar de ahí a la obtención de proteínas
y enzimas es otra cosa.

Los “nucleótidos” del ARN y ADN son sustancias orgánicas complejas. Cada uno
consta de un “azúcar”, un grupo “fosfato” y una de las cuatro posibles “bases
nitrogenadas”.

Por tanto, cada “nucleótido contiene ente 9 y 10 átomos de carbono (en los vértices
de los anillos suelen estar dichos átomos), numerosos átomos de oxígeno y
nitrógeno y el grupo fosfato, todos ellos enlazados según un patrón tridimensional
preciso.
Existen múltiples formas alternativas de establecer tales conexiones; podrían
generarse, por tanto, miles de otros nucleótidos. Sin embargo, todas esas opciones
alternativas no vienen representadas en el ARN.

Los “aminoácidos” evidencian una complejidad menor que la de los “nucleótidos”:

Estructura de un aminoácido

Constan de un “grupo amino”, un “grupo ácido carboxílico” y una cadena más o


menos corta de átomos de carbono (R). El más sencillo de los 20 aminoácidos que
se utilizan para la síntesis de “proteínas” naturales contiene sólo dos átomos de
carbono; otros diecisiete constan de seis átomos de carbono o menos.
Los aminoácidos y demás sustancias orgánicas encontrados en el “experimento de
Miller”, contenían entre dos y tres átomos de carbono. En cambio nunca se ha
encontrado ningún “nucleótido”, ni entre los productos de los experimentos con
descargas eléctricas ni en el estudio de los meteoritos.
Pero es más, aún en el caso de que la naturaleza hubiese proporcionado una “sopa
primitiva” con los materiales de construcción adecuados (“nucleótidos” o algún
sustituto más sencillo), su ensamblaje espontáneo para fabricar un “replicador”
resulta tan inverosímil que deja muy pequeña la probabilidad de que hubiera existido
la mencionada “sopa primitiva” de constituyentes.
La probabilidad de ese suceso ocurra es tan pequeña, que en caso de que así
ocurriera, aunque sólo fuera una vez en todo el universo visible, se consideraría una
especie de “milagro”.

El Premio Nóbel Chistian de Duve, realizó un llamamiento al rechazo de teorías


basadas en probabilidades tan inconmensurablemente pequeñas que sólo pueden
considerarse “milagros”.
Desde este punto de vista, debería descartarse la participación del ADN, el ARN,
las proteínas y otras macromoléculas complejas en el origen de la vida. A cambio,
la naturaleza inerte nos ofrece un repertorio muy diverso de “moléculas pequeñas”
con las que trabajar.

Por fortuna, durante decenios se han venido desarrollando otras teorías


alternativas, basadas en la acción de ese tipo de moléculas. No parten de una
definición genética de la vida, sino termodinámica, de acuerdo con el esquema
propuesto por Carl Sagan: “Una región circunscrita que aumenta el orden (que
disminuye la “entropía”) mediante ·ciclos·, impulsados por un flujo de energía,
podría considerarse algo vivo”.
Ese enfoque basado en moléculas de tamaño reducido radica en las ideas del
bioquímico ruso Alexander Oparin, aunque difieren en algunos detalles respecto al
mismo.
Las propuestas sobre el “origen metabólico de la vida” cumplen cinco principios
básicos comunes:
1- “Entre lo vivo y lo inerte se necesita una barrera de separación”.
La vida se caracteriza por su elevado grado de organización, a pesar de que la
“segunda ley de la termodinámica” requiere que el universo evolucione en una
dirección en la que aumente el desorden o “entropía”. Existe una salvedad, una
excepción a esa ley: la “entropía” puede disminuir en una determinada región
siempre que se produzca un mayor incremento de la misma en sus alrededores.
Cuando las células crecen y se multiplican, convierten la energía química o la
radiación en “calor”. El “calor” liberado aumenta la “entropía” del entorno, lo que
compensa la disminución que tiene lugar en los sistemas vivos. La “barrera
mantiene esa división del mundo entre los compartimentos que contienen la vida y
el entorno inerte donde deben hallar sustento.

La "entropía" (simbolizada como S) es una magnitud física que, permite determinar


la parte de la energía que no puede utilizarse para producir trabajo. La "entropía"
describe lo irreversible de los sistemas termodinámicos (Monumento dedicado a la
"entropía" en la Universidad de Monterrey).

Las células de hoy se rodean de una doble capa de lípidos que las separan de su
entorno, pero cuando comenzó la vida es probable que algún otro rasgo de la
naturaleza desempeñara tal función: membrana de sulfuro de hierro, superficies
rocosas, pequeños estanques, etc.

2- “Una fuente de energía debe impulsar el proceso de organización”. Las


transformaciones que tienen lugar para el mantenimiento de la vida suelen ser
“reacciones redox” (reacciones de “oxidación” y “reducción”). Implican la
transferencia de electrones desde una sustancia rica en los mismos (reducida) hacia
una sustancia pobre en electrones (oxidación).
En “circunstancias especiales” las células utilizan otras formas de energía: las
“diferencias de acidez a ambos lados de una membrana”. Sin embargo, en otras
partes del universo podrían utilizarse otras formas de energía para la vida como la
radiactividad o las diferencias de temperatura (gradientes térmicos).

3- “Un mecanismo de acoplamiento debe conectar la liberación de la energía


con el proceso de organización que produce y sostiene la vida”. Cada día en el
interior de nuestras células, degradamos kilos de un “nucleótido denominado ATP”.
La energía liberada mediante ello sirve para impulsar procesos necesarios para
nuestra bioquímica, que sin tal auxilio no tendrían lugar o serían demasiado lentos.
La conexión se produce cuando las reacciones comparten un intermediario común
y el proceso se acelera mediante la intervención de una enzima. Por tanto, la
hipótesis de un “metabolismo primigenio” supone la existencia en la naturaleza de
“reacciones acopladas” y los “catalizadores” primitivos necesarios para iniciar la
vida.

4- “Debe establecerse un ·entramado de reacciones químicas· que facilite la


adaptación y la evolución”. Tal exploración del panorama químico, basada en el
“ensayo y error”, promovería la aparición de compuestos que actuarían como
catalizadores de las etapas cruciales del ciclo, con el consiguiente aumento del
rendimiento energético de la red energética.

5- “El entramado de reacciones químicas debe crecer y reproducirse”. Para


sobrevivir y crecer, el entramado metabólico debe captar materia más rápidamente
de lo que la consume. Podemos imaginar, en la Tierra primitiva, una situación en la
que se produjeran multitud de inicios del tipo que hemos expuesto, en los que
intervendrían numerosas reacciones impulsoras alternativas y diferentes fuentes
externas de energía. Al final, se afianzaría la que mostrara mayor resistencia y
autonomía.
En última instancia, debe desarrollarse un sistema de reproducción. Si nuestro
entramado metabólico está separado por una membrana de lípidos, podría
escindirse mediante fuerzas físicas, tras haber alcanzado un tamaño suficiente.
Cualquiera que sea el mecanismo esta dispersión en unidades separadas protege
al sistema de su extinción total por una catástrofe local.
Una vez establecidas las unidades independientes, seguirían diferentes trayectorias
evolutivas y competitivas entre sí por las materias primas. Se habría producido la
transición de una vida surgida a partir de la materia inerte, gracias a la acción de
una fuente de energía, a una vida que se adapta al entorno mediante “evolución
darvinista”.
Si el entramado de reacciones generaba sus propios constituyentes (y era
recurrente), podría constituir el núcleo de un sistema químico con capacidad de
autoamplificarse y sujeto a la selección.
Este modelo propone que surgió un sistema de ese tipo y que buena parte de ese
núcleo inicial se conserva en la parte universal de la bioquímica moderna, es decir,
en las secuencias de reacciones que comparten todos los seres vivos
Los sistemas de esta clase corresponden al ¡modelo que atribuye el origen de la
vida a un “metabolismo primordial”! Carecen, por tanto, de un mecanismo para la
herencia. En otras palabras, no cuentan con una molécula o estructura encargada
de duplicar y transmitir a sus descendientes la información que contienen.
Algunos han llamado “genoma composicional” a la herencia almacenada en forma
“moléculas pequeñas”, en vez de encontrarse en una lista como el ADN o el ARN y
que impone toda una serie de exigencias que hemos numerado anteriormente.
Cuantos más trabajos experimentales se hagan al respecto más luz haremos sobre
el tema.

Hoy nuestra tarea consiste en observar las “rutas bioquímicas modernas” y


determinar qué nos revelan sobre de los “senderos bioquímicos”, de a pie,
originales.
La robustez de la vida, y por tanto, de la bioquímica moderna, hace que estas
cuestiones resulten muy difíciles. El metabolismo que observamos hoy día parece
ser uno en el que la vida ha convergido y a cuyo alrededor se ha reorganizado tras
sufrir verdaderos cataclismos históricos: la oxigenación de la atmósfera, la
emergencia de la “multicelularidad”, los “cambios climáticos” que han redefinido el
ambiente, etc.

Para no confundir esta forma “convergente” y ciega, con una forma hacia la cual
“iría dirigida” la evolución, nos centraremos en el mundo inorgánico y “abiótico” que
precedió a la vida y preguntarnos ¿”qué es lo que falló” en ese mundo, para que se
diesen los primeros pasos que condujeron hacia la vida? En otras palabras, ¿cuál
fue el “problema” que la Tierra abiótica “solucionó” con la aparición de la vida?
Lo más probable es que el tumultuoso “mundo abiótico” de la Tierra primitiva era un
“entorno excitado químicamente”, donde se acumularon reservorios de energía: los
electrones (junto con algunos iones clave) fueron acumulándose. Estos electrones
poseían, como el agua acumulada en una colina, energía almacenada. El problema
consistía en como liberarse de ella. Ese es el problema que vino a resolver la “vida”
en nuestro planeta. Como dice Albert Szent.-Gyorgi: ¡“La vida no es sino un electrón
buscando un lugar donde descansar”!

Las moléculas de dióxido de carbono y agua se producen en abundancia en


ambientes geoquímicos comunes, por ejemplo, en las “fuentes hidrotermales”
profundas. La energía existente en el sistema disminuye si los electrones de la
molécula de hidrógeno se combinan con los átomos del dióxido de carbono, en una
reacción química que produce “ión acetato” (una molécula que contiene ya dos
átomos de carbono) y agua:

Sin embargo, en el mundo “abiótico” esa reacción se produce de forma tan lenta y
parsimoniosa, que los electrones de la molécula de hidrógeno se quedan atascados
y la reacción no progresa debidamente.
El “problema” que se resuelve mediante la aparición de la vida es conseguir que los
electrones más energéticos dejen su “altura” y la hagan posible. Esta hazaña se
consigue mediante la aparición de una serie de “canales bioquímicos”, donde cada
uno contribuye al conjunto. Las reacciones que generan esos “canales” implican
intercambios químicos sencillos entre moléculas orgánicas de tamaño reducido.

¿Cómo trasladar ese argumento a un escenario que explique la aparición del primer
ser vivo? Una forma de hacerlo sería mirar con detalle el diagrama que representa
las reacciones químicas básicas de todos los sistemas vivos que hoy conocemos.
En el punto de partida de todas las rutas bioquímicas del metabolismo de los
organismos vivos se encuentran un conjunto de reacciones simples: el “ciclo del
ácido cítrico” o “ciclo de Krebs”. En él hay ocho moléculas, todas “ácidos
carboxílicos” (moléculas que contienen grupos –COO):

En la mayoría de las formas de vida actuales este ciclo funciona mediante la


descomposición de “moléculas orgánicas” en dióxido de carbono y agua.

Se utiliza el oxígeno para producir energía para la célula y se “queman” esas


moléculas como si fueran combustibles (Una molécula como la “glucosa” se
descompone, primero, en moléculas de menor tamaño como el “piruvato”, que se
incorpora luego al “ciclo del ácido cítrico”.
La descomposición completa del “piruvato” para generar dióxido de carbono y agua
se ve facilitada por ¡la “transferencia de electrones de alta energía a ciertos
“complejos” (en la célula moderna) que transportan los electrones hacia otras
reacciones! Cuando el “ciclo” opera de esta manera decimos que lo hace en su
¡MODO OXIDATIVO!

El “ciclo del ácido cítrico” es universal en los organismos modernos. Sin embargo,
en numerosas especies microbianas opera en sentido inverso al habitual : en lugar
de oxidar la molécula combustible “acetato” con la consiguiente liberación de dióxido
de carbono como producto de desecho, incorpora dióxido de carbono a las
moléculas orgánicas aprovechando la “transferencia de electrones” (poder
resductor) de moléculas de origen geológico como el hidrógeno.
Esto sugiere que un “ciclo reductor” podría haber sentado las bases de la
“biosíntesis primordial”.

El “ciclo” anterior puede operar también en “sentido opuesto”. Acepta energía, en


forma de electrones energéticos, para construir macromoléculas a partir de otras de
menor tamaño. Este es el “MODO REDUCTOR” del ciclo.
Si un organismo tiene acceso a electrones de energía elevada, como los que
derivan de los procesos geológicos, puede prosperar con el “ciclo” operando en el
“MODO REDUCTOR”, quedando el “MODO OXIDATIVO” sin ninguna utilidad.
Podemos resumir, pues, la forma de actuar del “ciclo del ácido cítrico o de Krebs”,
de la siguiente manera:
En “MODO OXIDATIVO”, se aporta una “molécula orgánica” y se obtiene “energía
química”, “dióxido de carbono” y “agua”.
En “MODO REDUCTOR”, se aporta “energía química” y se obtiene una “molécula
de mayor complejidad”.

Esta forma debió ser la recorrida por el “ciclo bioquímico” en la Tierra primitiva, pues
al principio no había oxígeno molecular disponible para sostener el “modo oxidativo”.
Añádase que en la actualidad sigue operando así en determinados “organismos
anaerobios” que parecen haber conservado este aspecto de la bioquímica
ancestral.
En “MODO REDUCTOR” el ciclo proporciona una vía para que los electrones de
energía elevada “desciendan por la pendiente química”. Semejante proceder guarda
semejanza con la reacción del “acetato”, aunque termodinámicamente posible,
resulta extremadamente lenta, pero con un “entramado de moléculas pequeñas” (el
“ciclo de ácido cítrico” en “modo reductor) que desempeñan una función
intermediaria y acelera la reacción.

Por tanto, el ¡‘ciclo de ácido cítrico” en “modo reductor”! (o algún precursor más
sencillo) sería, un buen candidato para definir el umbral de la vida primitiva.

El conocimiento de las fases iniciales del proceso que condujo a la aparición de la


vida no nos revela qué sucesos específicos condujeron hasta los organismos
basados en ARN, ADN y proteínas.
Además, es posible que puesto que la evolución no anticipa sucesos futuros, es
posible que los “nucleótidos” aparecieran en el metabolismo con una finalidad
distinta, quizás como “catalizadores” o como “contenedores” para almacenar
energía química (recordemos que el “nucleótido” ATP sigue desarrollando esa
función en la actualidad). Alguna circunstancia o suceso azaroso habría conducido
a la unión de “nucleótidos” para formar ARN.

Si se confirmara el modelo basado en el “metabolismo primordial”, cambiarían la


expectativa que desempeña la vida en el universo.

Un comienzo de la vida muy improbable, como la existencia de un “mundo de ARN”


primigenio, implica que casi con seguridad estamos solos en el universo. En ese
caso se cumplirían las palabras del Premio Nóbel, Jacques Monod: “El universo no
estaba preñado de vida ni la biosfera de hombres. Nuestro número salió en el juego
de la ruleta”.

En cambio, la posibilidad alternativa que se funda en un “metabolismo primordial”,


está en armonía con la visión del biólogo Stuart Kauffman: “Si todo esto es verdad,
la vida es mucho más probable de lo que habíamos supuesto. No seríamos los
únicos habitantes del universo; lo más probable es que lo estaríamos compartiendo
con otros organismos que no conocemos todavía”.

Fuentes:
“El origen de la vida” de J. Trefil; Harold J. Morowitz y E. S,ith
“El origen de la vida” de Alonso Ricardo y J. W. Szostak
“El origen de la vida” de Robert Shapiro

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