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El currículo y sus problemas

En un mundo globalizado apostar por una mayor concentración y centralización de los


contenidos es apostar por la uniformidad, la rigidez y la burocracia frente a la flexibilidad, la
autonomía y la libertad de enseñanza. Es una respuesta equivocada provocada por la agenda
ideológica.

El curriculum deba concebirse como un proyecto educacional flexible y adaptable. En cuanto a


la implementación de la transversalidad curricular, los resultados apuntan hacia posiciones
encontradas. De las interpretaciones del discurso emitido por autores como Peñaloza (1999),
Fernández y Velasco (2003) y Moreno (1999) se puede extraer su perspectiva en cuanto a lo
difícil que resulta esta implementación.

El primero, aduce que es muy complicada ya que el currículo tradicional es más sencillo, y no
coloca sobre la institución educativa tantas exigencias; los segundos, afirman que tal vez
resulte factible en su diseño, pero no tanto en la práctica, ya que puede significar todo un
vuelco en la cultura pedagógica tradicional; finalmente, el tercer autor opina que no es una
tarea fácil ni teórica ni metodológicamente, y menos actitudinalmente. Contraria a esta
perspectiva, se encuentran los planteamientos hechos por Alarcón y col. (2003), Posner (1998)
y Arrieta y Meza (2000) quienes perciben que, estos principios epistemológicos de la
transversalidad se hallan ya inmersos en el currículum escolar porque el mismo está
compuesto, tanto por aquello preescrito explícitamente (currículum explícito), como por lo
que no está explícito en ningún plan o documento oficial, pero que forma parte de los
conocimientos, habilidades, actitudes y valores que los y las estudiantes adquieren en su
experiencia escolar (currículum implícito u oculto).

El currículo sigue siendo un problema sin resolver. No es cuánto más currículo impongo, sino
cómo lo dinamizó y lo adapto a las exigencias y necesidades futuras de las nuevas
generaciones. Hay que reformar la estructura del currículo. Introducir metodologías activas de
trabajo con el alumnado y entre los docentes. Otorgar un papel diferente a la evaluación del
que recoge el Gobierno en el anteproyecto de ley orgánica. Y organizar el currículo por áreas
de conocimiento. Que la interdisciplinariedad y el aprendizaje cooperativo sean las bases para
la adquisición de conocimientos, habilidades, destrezas y valores.

La jerarquía en los contenidos curriculares que plantea el Gobierno en el anteproyecto de ley


corresponde a una idea de la era industrial sobre aquellas asignaturas, unas pocas, que se
consideran necesarias para triunfar en la vida laboral y en la economía. Las llamadas materias
instrumentales (lengua y matemática) están relacionadas con el conocimiento “útil” y
“objetivo”. Con la formación de obreros y consumidores. Minimizar la presencia de otras
importantes áreas del conocimiento no hace sino empobrecer la educación y la cultura de los
jóvenes, que seguirán recibiendo las mismas enseñanzas que sus padres y sus abuelos.

Lo más bonito de la educación está en la experiencia. En la búsqueda de respuesta. La


propuesta curricular del Gobierno, rígida y de poco alcance, sacrifica la magia de los procesos
de aprendizaje en aras de los resultados academicistas.

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