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Orden de los Carmelitas Descalzos

En el año 1562, santa Teresa de Jesús efectuó una reforma en la orden religiosa y fundó
el primer convento de Carmelitas descalzas en la ciudad de Ávila; posteriormente, junto
con San Juan de la Cruz, fundó la rama de los Carmelitas descalzos. A partir de ese
momento santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz impulsaron la reforma del
Carmelo, fundando los primeros monasterios de Carmelitas descalzos; la nueva regla
busca retornar a la vida centrada en Dios con toda sencillez y pobreza, como la de los
primeros eremitas del Monte Carmelo.

Los carmelitas llegaron a la Nueva España el 27 de septiembre de 1585, gracias al


permiso concedido por la Orden de los descalzos en capítulo tenido en Lisboa en ese
año; no cabe duda que también el rey Felipe II tenía interés en enviar carmelitas
reformados a la Nueva España, como lo estuvo haciendo con las demás órdenes
mendicantes, por eso pudieron pronto embarcarse los 11 primeros frailes que se
enviaron a México.

El objetivo que traían los Carmelitas era, sin discusión, predicar el Evangelio. Venían con
su mente puesta en las regiones de Nuevo México. Pero tanto este intento misional
como el de Filipinas y el de California fracasaron, principalmente por la corriente Dorista
que prevaleció en la Congregación de España.

Los frailes que se embarcaron en San Lúcar de Barrameda fueron: Fr. Juan de la Madre
de Dios, que venía como comisario en la expedición, Fr. Pedro de san Hilarión, Fr. Pedro
de los Apóstoles, Fr. Ignacio de Jesús, Fr. Francisco Bautista de la Magdalena, estos
cinco religiosos eran sacerdotes. Además vinieron los hermanos coristas: Fr. José de
Jesús María, Fr. Juan de Jesús María (Robles), Fr. Hilarión de Jesús, de Prado Longo,
Fr. Arsenio de san Ildefonso, Fr. Gabriel de la Madre de Dios, Fr. Anastasio de la Madre
de Dios, también venia el hermano diácono Fr. Cristóbal del Espíritu Santo.

El primer hospedaje que recibieron los carmelitas recién llegados a la capital del
virreinato fue en el palacio del marqués del Valle; ahí permanecieron mientras les
buscaban un lugar en la ciudad de México. Esto se logró el 18 de enero de 1586, cuando
se trasladaron solemnemente a lo que sería su primera fundación, la ermita de
Thumatlán (Atzacualco), cedida por los franciscanos, al noreste de la ciudad y cuyo
patrón era san Sebastián. Una vez recibida la ermita y cuando comenzaron a prestar el
servicio a los indios de habla náhuatl del barrio de Atzacualco, también creció el número
de los religiosos.

Al año siguiente de la llegada de los Carmelitas a México, ya les estaban ofreciendo


fundación en la Puebla de los Ángeles, al donarles la ermita de nuestra Señora de los
Remedios, el 28 de septiembre de 1589, ya estaban fundando en la Villa de Carrión
(Atlixco), no lejos de la Puebla; en esta fecha el P. Pedro de san Hilarión, superior de
Puebla hizo los trámites necesarios y compró en cuatro mil pesos las casas que se
habrían de convertir en convento. El 22 de octubre de ese mismo año se hizo
propiamente la inauguración del nuevo convento, hasta 1593 hicieron la cuarta fundación,
ahora en el obispado de Michoacán, en la ciudad de Valladolid y después de Valladolid,
tocó el turno a Guadalajara, provincia de Xalisco (Nueva Galicia). Dicha fundación no
duró muchos años, pues el visitador Tomás de san Vicente mandó suprimirla en 1608.
Después, en 1652, se volvió a erigir un nuevo convento, suprimido ahora por el visitador
Antonio de la Cruz. La siguiente fundación tocó a la Villa de Zalaya en 1598; la región
era tierra fértil y productora de granos que ayudaba a abastecer a las necesidades
siempre crecientes de Zacatecas y su región, gracias al crecimiento y explotación de las
minas.

La Reforma Teresiana, al llegar a México en 1585, se encontró una Nueva España que
comenzaba una época nueva y le brindaba un campo de acción doble: al norte las
misiones; en el interior, la elevación espiritual de la sociedad. Los Carmelitas, intentaron
trabajar en el primero, pero la Providencia los empleó casi exclusivamente en el segundo,
es decir, la elevación espiritual de la sociedad. Aunque los carmelitas habían llegado a la
Nueva España con la encomienda de pasar al Nuevo México recién descubierto, las
circunstancias los obligaron a permanecer en los conventos que iban edificando, sobre
todo en las ciudades ya bien establecidas y ciudades propiamente de españoles.

El primer monasterio femenino se estableció en la ciudad de Puebla el 26 de diciembre


de 1604 y las fundadoras fueron cuatro mujeres españolas: Ana Núñez. Beatriz Núñez.
Elvira Suárez y Juana Fajardo Galindo, en religión llamadas Ana de Jesús, Beatriz de los
Reyes y Elvira de San José, respectivamente. El primer convento carmelita de la Ciudad
de México fue el de San José que fundó Inés de la Cruz. El monasterio dedicado a San
Jose fue conocido con el nombre de Santa Teresa la Antigua y la primera novicia fue
Beatriz de Jesús. Poco después se fundaron los conventos de Santa Teresa la Nueva, el
Monasterio de Nuestra Señora del Carmen en Querétaro, el de Santa Teresa en
Durango, el de la sagrada familia de Morelia y el de Zacatecas.

La regla de este orden, era una de las más austeras que se conocían, como casi todas
las congregaciones, tenían como primer voto la obediencia y después de la pobreza
personal, clausura y castidad. Los ayunos y las abstinencias eran diarios, la oración
contemplativa, casi continua pues ocupaba la mayor parte del día.

Las faltas a cualquiera de los cuatro votos eran castigadas con gran severidad, desde
una reprimenda ante la comunidad, hasta una azotaina sobre la espalda desnuda o
encarcelamiento temporal o perpetuo. Para que posibles conversaciones no
interrumpieran el silencio monástico, las reglas prohibían la sala de labor. Los labios de
las monjas tenían que estar cerrados y solo para hablar en voz baja de cosas santas o
para rezar. El resto del tiempo el lugar debe ser total.

El convento estaba dirigido por la priora y el consejo, la elección era libre y provincial y
deberían ser elegidas por monjas de velo negro, o sea las que habían profesado hacia
dos años y el cargo duraba tres años sin reelección. El número de religiosas era de 20,
17 de velo negro y 3 de velo blanco. No había servidumbre pues las reglas autorizaban
solo una mandadera y un sacristán.

Bibliografía
Maccise, Camilo, Apuntes de Historia de la Orden del Carmen, México, (Apendice sobre
la Provincia de México), 1978.

Ricard, Robert, La conquista espiritual de México, México, F.C.E., undécima reimpresión,


2013.

Victoria Moreno, Dionisio, Los Carmelitas Descalzos y La Conquista Espiritual de México,


1585-1612, México, Editorial Porrúa, 1966.

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