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haragana jactándose frente al espejo. “¡Qué bella soy!” repetía por el día, por las tardes y
por las noches.
Entonces sucedió que un buen día, la mamá rata descubrió una pepita de oro mientras
regresaba a casa. Al momento, la rata imaginó cuántas cosas no podría comprar con aquella
pepita de oro tan brillante, pero lo más importante para ella, era su propia hija, por lo que
decidió regalársela sin dudarlo.
“No compres nada inútil, querida mía” le advirtió la mamá a su hija cuando se disponía a
marcharse. Al llegar al mercado, la ratita presumida compró una cinta de color rojo y quedó
prendida al ver cómo lucía de hermosa en la punta de su cola. “Ahora seré más bella aún”
pensaba la ratita.
De regreso a casa, se topó con el señor gallo, quien le propuso trabajar en su granja, pero la
ratita contestó rápidamente: “Lo siento querido gallo, no me gusta levantarme temprano”.
Más tarde, se encontró con un perro cazador, quien estaba necesitado de una buena
compañera de caza. “Lo siento querido perro, pero no me gusta correr y andar agitada”,
contestó la pequeña y se despidió con un hasta luego.
Finalmente, salió al encuentro de la ratita un gato gordo de bigotes enormes. “Hola, ratita
¿Quieres trabajar conmigo? No tendrás que levantarte temprano ni correr”, le dijo el gato
acercándose lentamente. La ratita, tan alegre, le preguntó a qué se dedicaba.
– Toma mi ratita chiquita, esta moneda de oro es un regalo para ti úsala bien y hazlo de
forma tal que puedas asegurar tu futuro.
Al ver la ratita presumida el regalo que su madre le había hecho, no escucho ninguno de los
consejos que ella le dio y partió hacia el mercado con su moneda. Al llegar allí en vez de
invertir en un buen negocio y sacarle provecho a largo plazo, decidió comprarse un
hermoso y gran lazo rojo que coloco en su colita. Mientras caminaba por el pueblo se decía
a si misma:
– Soy una ratita muy elegante, con este gran lazo estoy segura de que muchos querrán hacer
conmigo varios negocios.
Y en parte tenía razón pues es lacito rojo llamaba la atención de todos y la veían como una
ratita de alta sociedad. Durante su camino se encontró a un gallo quien quedo
deslumbrando ante la ratita, y le dijo:
– Tienes la elegancia que necesito en mi granja, eres justo lo que buscaba. ¿Te interesaría
trabajar conmigo?
Que alegría le causó a la ratita saber que su plan estaba teniendo éxito pero como ella era
muy perezosa al instante le preguntó:
Un rato más tarde, se encontró en el camino a un perro cazador quien al verla tan linda y
elegante quiso que fuese su compañera en los momentos de cacería ya que le haría
compañía. Cuando el perro le hizo la oferta, volvió a ponerse muy contenta, pero una
pregunta necesitó hacerle al perro cazador antes de aceptar:
– Si te acepto ¿tengo que correr a tu lado cada vez que vayas a perseguir a un conejo?
– Pues conmigo no cuentes, eso es muy agotador.- Y siguió su camino la ratita presumida.
Poco después se encontró a un gato blanco, que era tan presumido como la ratita. Este tenía
unos bigotes muy largos y bien acomodados, y su estilo cautivó rápidamente a la ratita. Al
acercarse le contó sobre toda su situación y del tiempo que llevaba buscando trabajo, y le
preguntó que si él era capaz de ayudarla. El gato rápidamente le respondió:
Ella entusiasmada y contenta porque ya había logrado su primer objetivo necesito hacerle
las mismas preguntas que al gallo y al perro, pues si las condiciones eran las mismas no
aceptaba el trabajo.
– Para trabajar con usted ¿necesita que me levante muy temprano?, es que ya hable con el
gallo y por eso fue que a esa opción la eliminé.
Muy contenta la ratita porque creyó de que al fin había encontrado su trabajo ideal no se
percataba cuáles eran las verdaderas intenciones del gato blanco, y además era tanta la
emoción que no era capaz de ver como el gato se acercaba cada vez más saboreándose los
bigotes. A punto de dar el sí, a la ratita le surgió una nueva duda:
– Las condiciones que impones son las mejores, no hay que madrugar y no es un trabajo
agotador, pero ¿qué es a lo que realmente te dedicas? El gata que ya estaba casi encima de
ella para responderle se lanzó sobre la ratita y exclamó bien alto:
– Ves ratita, si no hubieras sido tan cómoda y presumida nada hubiese ocurrido. ¿Cuándo
vas a lograr encaminar tu vida y hacerte una ratita de bien?
La ratita presumida permaneció en silencio y no dijo nada, pues ya ella había aprendido la
lección.