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Rev. psicol.

Arequipa ISSN 2221-786X 2011, 1(2), 134-143


Recibido: 02-07-11 / Aceptado: 15-08-11

APORTES DE LA PSICOLOGÍA A LA
SEGURIDAD INDUSTRIAL Y LA SALUD
OCUPACIONAL
Walter Lizandro Arias Gallegos
Universidad Católica San Pablo

RESUMEN

El presente artículo explora los aportes de la psicología a la seguridad


industrial y la salud ocupacional a partir de sus necesidades y
limitaciones, en tanto que es un campo nuevo y emergente en América
Latina. Los aportes se reseñan en temas como ergonomía, entrenamiento
y capacitación del personal, diseño de programas de prevención de
riesgos e involucramiento del trabajador con las normas de seguridad,
atención profiláctica de los trabajadores y la intervención del psicólogo en
situaciones de emergencias y desastres.

Palabras clave: Seguridad industrial, salud ocupacional, psicología


industrial.

ABSTRACT

This article explores the contributions of psychology to industrial safety


and occupational health from their needs and limitations, so it is a new
field in Latin America. The psychology contributions are reviewed in
topics such as ergonomy, working personnel training, risk prevention
programs designed and workers involving with safety rules, prophylactic
attention to workers and psychologist intervention in emergency and
natural or industrial disaster situations.

Key words: Industrial safety, occupational health, industrial psychology.

Correspondencia: walterlizandro@hotmail.com

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Introducción

La salud ocupacional y la seguridad industrial conforman un binomio


inseparable que garantiza la minimización de los riesgos laborales y la
prevención de accidentes en el trabajo (Cortés, 2002). Por riesgo laboral se
entiende la probabilidad de que ocurran lesiones a las personas, daños al medio
ambiente o pérdidas en los procesos y equipos dentro de un contexto laboral.
Los accidentes laborales en cambio, son aquellos hechos lesivos o mortales que
tienen lugar durante la jornada de trabajo y que se caracterizan por ser violentos
y repentinos, pero prevenibles (Ramírez, 1986). Mientras que los accidentes
son evitables, los riesgos están siempre presentes y a veces sólo es posible
neutralizarlos o minimizarlos a través de capacitaciones y señalizaciones que
cumplen una función preventiva más que anuladora. Por tanto, puede decirse
que no hay puesto de trabajo que no conlleve riesgos laborales (De la Poza,
1990).
Por otro lado, cabe decir que si bien la salud ocupacional y la seguridad
industrial están indisolublemente relacionadas, no son lo mismo. Ray Asfahl
(2000) expone las diferencias entre la seguridad industrial y la salud
ocupacional, señalando que la primera se ocupa de los efectos agudos de los
riesgos, mientras que la segunda se ocupa de los efectos crónicos. La seguridad
industrial se concentra en los actos y las condiciones inseguras, mientras que la
salud ocupacional se concentra en los riesgos de la salud, y como lógica
consecuencia, la seguridad industrial estudia los accidentes y los riesgos
laborales con un enfoque preventivo y de investigación, en tanto que la salud
ocupacional estudia las enfermedades ocupacionales basándose en el
diagnóstico precoz y el tratamiento pertinente. Asimismo, la salud ocupacional
abarca la higiene industrial, la medicina del trabajo y la salud mental
ocupacional; mientras que la seguridad industrial abarca la ergonomía y el
análisis de ambiente.
Es importante distinguir la una de la otra, ya que en el presente artículo se
tratarán ambos temas como fenómenos de interés para los psicólogos, que
recientemente están siendo investigados y tomados en cuenta como parte de la
actividad profesional de los psicólogos industriales en el Perú y particularmente
en Arequipa. En ese sentido, nos centraremos en un primer momento, en las
cifras y la información que versa sobre la seguridad industrial y la salud
ocupacional para bosquejar las principales limitaciones y potencialidades de
este campo de reciente interés en Latinoamérica, en tanto que luego nos
detendremos en la intervención que han tenido los psicólogos en materia de
seguridad, contribuyendo con la reducción de accidentes laborales y la
prevención de riesgos ocupacionales.

La seguridad industrial y la salud ocupacional en contexto


La seguridad industrial se ha consolidado como profesión y goza ya de
reconocimiento social a través del marco legal que se ha desarrollado en torno
al tema, en diversos países. Pero también es cierto que el desarrollo de la

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seguridad es desigual en los países industrializados y en aquellos que se
encuentran en vías de desarrollo. Murray y López calcularon que en América
Latina y el Caribe el 3.2 por ciento de las muertes de 1990 se relacionan con el
trabajo cuyo porcentaje es el más alto en todo el mundo. Por otro lado, la
Organización Panamericana de la Salud indica que el envenenamiento por
plaguicidas y el dolor lumbar son los problemas más importantes en América
Latina, además de las enfermedades infecciosas, el ruido, la intoxicación por
metales pesados y la exposición a agentes cancerogénicos (Kales, 2004).
En ese sentido, el problema de la seguridad y la salud ocupacional de
América Latina no parece tener una base legal, ya que desde principios del
siglo XX los países de América Latina han promulgado las primeras leyes en
materia de seguridad. Según Jorge Letayf y Carlos González (1994) la primera
ley de seguridad en Perú y Salvador se aprobó en 1911, en Uruguay en 1914;
en Chile, Colombia y Panamá en 1916; en Brasil en 1919, en Ecuador en 1921,
en Venezuela en 1923, en Costa Rica y Bolivia en 1924, en Paraguay en 1927,
en Nicaragua en 1930, en México en 1931, en República Dominicana en 1932,
en Guatemala en 1946 y en Honduras en 1952.
Sin embargo, a pesar de la temprana institucionalización de la seguridad
en torno a un aparto jurídico que le valida y le regula, los índices de
accidentabilidad en América Latina son preocupantes. Según Jácome (2004),
los países andinos tienen los índices más elevados de inseguridad en diversos
aspectos, incluyendo la seguridad industrial. En México, el año 2002, en
804,389 empresas con un total de 12’112,405 trabajadores ocurrieron 302,970
accidentes de trabajo y se registraron 4,511 enfermedades laborales, murieron
1,053 obreros y 19,304 quedaron incapacitados (Anaya, 2006). En un estudio
realizado en Cuba, se encontró que del año 1993 al año 1997 se registraron
12,522 accidentes laborales sólo en la provincia de Villa Clara (Gómez y
Orihuela, 1999).
En ese sentido, aunque existen leyes que velan por la seguridad en todos
los países, muchas veces estas no se cumplen. Esto supone un reto social muy
grande ya que la seguridad debe de ser parte de nuestra cultura de vida y no
sólo la expresión de normas para el trabajo (Díaz et al., 2008). Por ejemplo,
basándose en las leyes colombianas, Leonardo Briceño (2003) realizó un
estudio en 120 empresas de Bogotá y Valle del Cauca, y encontró que sólo el
42.5 por ciento contaba con un programa de salud ocupacional y sólo la mitad
tenía reglamento de higiene y seguridad. Estas deficiencias se relacionan con el
hecho de que muchas empresas implementan normas de seguridad sólo con la
finalidad de cumplir con las leyes, mas no con la convicción de contribuir
responsablemente con la sociedad desde sus actividades productivas. Se
persigue el ahorro de gastos como consecuencia de los accidentes, pero no se
pretende la realización del trabajador como persona. Por tanto las medidas de
seguridad que se implementan tienen un alcance limitado que generan una falsa
seguridad en los trabajadores; hecho que trae más perjuicios que beneficios
(Asfahl, 2000).
Un reto de vital importancia se relaciona con el tamaño de las empresas,
ya que por lo general, la ley no obliga a que empresas con menos de 20, 25 o 50
trabajadores, según sea el país; cuenten con un programa de seguridad y salud
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ocupacional. Cuando es en estas empresas donde debido a la poca organización
y la escasa tecnología, se presenta mayor índice de accidentes (Briceño, 2003).
Situación similar se observa en empresas de trabajo temporal, ya que por dicha
condición están más expuestas a riesgos laborales (Arbués, 2001). Otro reto
tiene que ver con la extensión del marco legal de la seguridad que abarque más
sectores de producción como la agricultura y no sólo la industria, la
construcción y la minería como ocurre en Perú. Legislar y normar la seguridad
y la salud ocupacional de los agricultores es de suma importancia en países
poco industrializados, donde la agricultura es una actividad predominante,
como ocurre en América Latina. De hecho, la agricultura emplea a más de la
mitad de trabajadores del mundo y registra más del 50 por ciento de los
accidentes mortales, lesiones y enfermedades profesionales (Anaya, 2006).
Por otro lado, podemos decir que la salud ocupacional es un campo más
estudiado que la seguridad industrial y que éste se encuentra en manos de
médicos, psicólogos y otros profesionales de la salud, en lugar de los ingenieros
de seguridad. Precisamente, de las profesiones de la salud, la psicología es una
de las ciencias que más puede colaborar tanto con la salud ocupacional como
con la seguridad industrial, más aún hoy en día en que la salud mental
ocupacional supone un nuevo reto para la seguridad industrial, ya que forma
parte de los factores de riesgo psicosocial en el trabajo. Esta nueva perspectiva
de la salud ocupacional se debe en parte a los trabajos pioneros de Elton Mayo
(1880-1949). Mayo inicia sus estudios sobre los efectos de la iluminación en la
producción en la Western Electric Company en 1924 y encontró que la gente
produce con eficiencia sólo con una intensidad luminosa de 3 bujías-pie y que
el factor que más incidía en la productividad eran las relaciones humanas
(Dunnette y Kirchner, 1973). Con estos hallazgos que daban importancia al
factor humano y con el énfasis que puso Heinrich en los actos inseguros, los
estudios de seguridad empezaron a mudar desde enfoques de ingeniería
centrados en los factores físicos a enfoques más psicológicos centrados en los
trabajadores.

Aportes de la psicología a la seguridad y la salud ocupacional


Vivimos hoy en día, contextos laborales muy diferentes a los de hace unas
décadas atrás. La globalización de los mercados, la tecnologízación de los
medios de comunicación, el surgimiento de formas inéditas de organización
empresarial y la naturaleza cambiante de la fuerza de trabajo; han generado un
nuevo perfil del trabajador del siglo XXI (Robbins, 2004; Chiavenato, 2009).
Algunas de las cualidades para el trabajo que eran útiles hace unos años, ya no
son primordiales hoy. En la actualidad se busca pues trabajadores con
iniciativa, capacidad de adaptación, sólidos valores, responsabilidad,
creatividad, liderazgo y madurez emocional para relacionarse con los otros
(Goleman, 2010).
El trabajo también ha cambiado. Las exigencias son más mentales que
físicas, de modo que el capital intelectual tiene más valor que el capital
económico. En función de ello el trabajo ha sido categorizado en manual,
intelectual y de dirección (De la Poza, 1990). Sin embargo, aunque la
tecnología acelera y facilita la carga laboral, también puede desencadenar
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tecnoestrés (Gareca et al., 2007). En ese sentido, el estrés es una nueva variable
que afecta la salud de los trabajadores, tanto física como mentalmente, además
de mermar su productividad; ya que el estrés se asocia a la fatiga y ésta a su vez
se correlaciona negativamente con el rendimiento de los trabajadores
(Rodríguez et al., 2004). Por otro lado, no son pocos los autores e
investigadores que asocian el estrés con la accidentabilidad (Ramírez, 1986; De
la Poza, 1990; Schultz, 1991; Guillén et al., 2000; Robbins, 2004; Pereda et al.,
2006; Velázquez, 2008). De hecho, diversas variables psicosociales propias del
trabajo como el clima organizacional, la comunicación, el mobbing, el
liderazgo descendente, la satisfacción laboral, las relaciones humanas entre
compañeros y superiores; son causas de accidentes. Por ello, en los últimos
años han tomado mayor relevancia los enfoques psicológicos de la seguridad
(Asfahl, 2000) que se basan en los conocimientos que provee la psicología para
entrenar a los trabajadores, motivarlos y diseñar ambientes o equipos más
adecuados que les brinden tanto confort como seguridad.
Con este panorama, la psicología ha cobrado más y más importancia en
los escenarios laborales. Desde los estudios pioneros de Walter Dill Scott en
1903 o la publicación del libro The psychology of industrial efficiency de Hugo
Münsterberg en 1913, la psicología industrial se ha constituido en una de las
ramas de la psicología más provechosas para la sociedad y en especial para las
empresas y la industria. La psicología industrial, reconocida por la APA como
rama formal de la psicología en 1945 (Smith y Wakeley, 1977), ha ampliado
sus tareas clásicas según las demandas de la época, y se ha llegado a convertir
en una ciencia imprescindible para la seguridad industrial.
En ese sentido, el trabajo de los psicólogos industriales es ver si los
sistemas de producción se diseñan óptimamente para permitir que los
operadores humanos procedan con el mínimo de error y el máximo de
eficiencia (Dunnette y Kirchner, 1973). Para ello, intervienen en el diseño de
equipos de trabajo y de protección personal, así como en el diseño de controles.
De hecho, los psicólogos industriales especializados en ergonomía han
diseñado los paneles de control de los aviones y los autos. También han hecho
estudios sobre las señales de seguridad, eligiendo las dimensiones, los colores y
los estímulos pertinentes que den la advertencia para cada caso (Ramírez,
1986). Estas decisiones se toman en función de valoraciones psicofísicas sobre
las sensaciones, la percepción, la atención, la cognición y los movimientos
(Nivel, 2003). Por ejemplo, E. A. Fleishman identificó ya en 1962, once
capacidades psicomotoras usadas en el trabajo industrial: precisión de control,
coordinación de multimiembros, orientación de respuesta, tiempo de reacción,
rapidez del movimiento del brazo, grado de control, destreza manual, destreza
de dedos, firmeza de brazo-mano, rapidez de muñeca-dedo y puntería
(Dunnette y Kirchner, 1973).
Otra de las contribuciones de la psicología a la seguridad industrial se
observa en los procesos de selección, evaluación y entrenamiento del personal
(Chiavenato, 2009). La enseñanza programada por ejemplo, es un método muy
eficiente para la capacitación de personal. También lo son los métodos de
simulación, de instrucción oral, las dramatizaciones, el entrenamiento en
habilidades sociales, los sucesos críticos, etc. El entrenamiento y la
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capacitación son fundamentales para la prevención de riesgos ocupacionales.
En Estados Unidos el 90 por ciento de las empresas entrenan a sus empleados,
en especial si son nuevos. De hecho, sólo las compañías de Estados Unidos
gastaron más de 134 mil millones de dólares en el entrenamiento y desarrollo
del empleado el 2009 (Díaz y Salas, 2010). En ese sentido los psicólogos
intervienen en el diseño y ejecución de programas de entrenamiento (Islas y
Meliá, 1991). La evaluación y supervisión de los trabajadores es igualmente
esencial en la prevención de accidentes. Alrededor del 75 por ciento de las
empresas tiene un sistema formal de evaluación de puestos. La evaluación del
personal está basada en pruebas de conocimiento, la satisfacción laboral, la
puntuación de la supervisión, la productividad y el costo del entrenamiento. En
ese sentido, tanto la evaluación como la selección de personal, tienen el fin de
ubicar a los trabajadores en puestos de trabajo acordes con sus características y
habilidades. Los psicólogos deben de considerar las diferencias individuales de
los trabajadores para realizar la colocación de cada uno de ellos en los puestos
que aseguren su máximo rendimiento con el mínimo de riesgo (Smith y
Wakeley, 1977). Para ello, se diseñan programas de entrenamiento y desarrollo
individual y de equipo tomando como base la psicología cognitiva y la teoría de
las organizaciones (Díaz y Salas, 2010).
Con respecto a la prevención de accidentes, los psicólogos también han
desarrollado programas basados en el análisis funcional de la conducta con el
fin de reducir los accidentes en el trabajo. En una empresa siderúrgica, los
procedimientos de análisis conductual consiguieron el incremento de un 74 por
ciento en uso de protectores auditivos. J. Komaki et al. lograron incrementar las
conductas seguras en una fábrica de pasteles de Estados Unidos. B. L. Hopkins
consiguió reducir el tiempo de exposición a los carcinógenos y W. M. Rothon
utilizó el método de condicionamiento operante skinneriano para promover el
cumplimiento de las normas de seguridad en una mina. Finalmente, D. Zohar et
al. consiguieron el aumento de un 60 por ciento del uso de protectores auditivos
en una industria siderometalúrgica de Haifa (López y Veloz, 1990).
En Latinoamérica, Álvaro Jiménez (1978) aplicó diversas técnicas de
análisis conductual en una empresa mexicana y logró aumentar la
productividad con un record limpio de accidentes durante el periodo que duró
su estudio. López y Veloz (1990) emplearon reforzadores positivos en 914
trabajadores de tres empresas chilenas, consiguiendo reducir el índice de
accidentes en un 62.8 por ciento, mediante el programa “Green Card” que se
basa en el sistema conductual de economía de fichas, creado por Ayllon y
Azrin en 1968 (Hothersall, 1997). Los resultados de esta experiencia se dejaron
sentir desde sus etapas iniciales y se extendieron a lo largo del tiempo,
generando un ahorro promedio de 100,000 dólares americanos. En otra empresa
de Chile, Ugalde (2000) aplicó también, con muy buenos resultados, un
programa para el mejoramiento de conductas seguras con un enfoque de equipo
que comprende la designación de roles tales como miembros, observadores,
guías, monitores y coordinadores; entre los trabajadores participantes.
En nuestra localidad, se debe mencionar los trabajos de Belén Salvatierra,
que ha desarrollado con éxito, talleres de motivación para el involucramiento
con la prevención de riesgos, talleres para el desarrollo de comportamientos
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asertivos sobre la seguridad laboral, etc. en trabajadores de las minas del Perú
(Salvatierra, 2011b); todo ello a partir de la identificación del perfil psicológico
de 5,790 mineros que trabajan en minas subterráneas y de tajo abierto
(Salvatierra, 2011a). Además, Belén Salvatierra lleva investigando la
problemática psicosocial del minero desde hace más de 20 años, lo que le ha
permitido sentar un importante precedente en el Perú y publicar diversos textos
y documentos que recogen sus hallazgos y experiencias, dentro del campo de la
seguridad (Salvatierra, 2000, 2001).
Por otro lado, los psicólogos también han estudiado las variables que
favorecen el involucramiento del trabajador con las normas de seguridad
(Martínez, 1990). En ese sentido, para cambiar el desempeño de las personas en
materia de seguridad, primero se deben de cambiar sus actitudes. En otras
palabras, si se desea generar una cultura de seguridad, debe llegarse a conocer
las motivaciones, necesidades, intereses y creencias de los trabajadores
(Ugalde, 2000). Puede decirse con respecto a este tópico, que los estudios
psicológicos en materia de seguridad son básicamente descriptivos,
correlacionales y experimentales; y que implican intervenciones de tipo
cognitivo-conductual para hacer que los empleados, obreros u otros
trabajadores asuman las normas de seguridad en sus centros laborales. En un
estudio descriptivo efectuado en la localidad de Arequipa, Arias (2011) por
ejemplo, determinó las causas por las cuales los obreros de construcción no
usan los equipos de protección personal, siendo la formación de hábitos un
proceso esencial en el cumplimiento de estas normas.
Desde enfoques investigativos de tipo correlacional y experimental, los
psicólogos han hecho propuestas teóricas que explican las causas de las
conductas inseguras o actos inseguros, relacionándolos con factores cognitivos
como el modelo de P. Hansen-Curtis, o con las actitudes y la motivación como
el modelo de P. J. Leather. Asimismo, M. Deloy basó su aproximación teórica
en el modelo de las atribuciones para explicar los razonamientos de causalidad
de los trabajadores frente a los accidentes (Islas y Meliá, 1991).
Además, los psicólogos industriales también han realizado labores de
atención y consejería psicológica con fines profilácticos orientados a los
trabajadores. Ahora bien, históricamente, el primer programa de consejo en la
industria fue introducido en enero de 1914 por Henry Ford en la Ford Motor
Company. Pero el programa más exitoso de consejo de empleados que tuvo una
elevada aceptación fue el de la Western Electric Company con más de 20,000
entrevistas efectuadas entre 1920 y 1930. Este programa fue dirigido por
científicos sociales de la Universidad de Harvard, entre los que figuraba Elton
Mayo (Dunnette y Kirchner, 1973). Estas actividades resultan beneficiosas para
los obreros y empleados porque son espacios en los que reciben consejos y
aprenden técnicas de relajación o de afrontamiento, que ejercen una influencia
indirecta y positiva en la seguridad de la empresa, al paliar los efectos del
estrés, promoviendo la salud mental y el bienestar psicológico de los
trabajadores (Laca et al., 2006).
Cabe mencionar que la consulta psicológica en el trabajo es hoy en día un
servicio esencial para los trabajadores, pues es un hecho que los trabajadores
que presentan problemas psicológicos de diversa índole, también tienen un bajo
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rendimiento, se ausentan con más frecuencia, aumentan su consumo de alcohol,
padecen enfermedades psicosomáticas y tienen mayor riesgo de sufrir
accidentes. Plummer y Hinkle realizaron un estudio con operadoras de teléfono
y encontraron que las empleadas con más registros de ausencias, tenían también
mayores desórdenes emocionales que sus colegas que no tenían tantas faltas
(Dunnette y Kirchner, 1973). Y es que el estrés laboral es una condición muy
recurrente en nuestros días que se asocia con el deterioro de la salud y con el
riesgo psicosocial en el trabajo. Además, el estrés se ha asociado con el
consumo de alcohol, el tabaquismo y el uso de drogas ilegales (Arias, en
prensa). En Estados Unidos por ejemplo, se estima que el 10 por ciento de la
fuerza laboral tiene problemas de alcoholismo y que ello representa un costo de
9 mil millones de dólares anuales para la economía de ese país y de las
empresas (Schultz, 1991). Otros estudios también identifican que la
insatisfacción laboral se relaciona con el agotamiento emocional y el estrés
laboral (D’Anello et al., 2003). En ese sentido, el agotamiento emocional es un
síntoma del síndrome de burnout que surge como consecuencia del estrés
crónico en el trabajo. Aunque suele tener más incidencia en enfermeras,
médicos, policías y profesores; ya existen ciertos estudios que sugieren que los
especialistas de prevención de riesgos laborales, se encuentran entre las
profesiones con mayor riesgo psicosocial para padecer este síndrome (Gil-
Monte et al., 2006), así como el personal administrativo (Fernández, 2010).
Finalmente, los psicólogos también pueden aportar al campo de la
seguridad industrial y la salud ocupacional, en casos de emergencias y desastres
(Sigales, 2006a), ya que estos trágicos eventos se asocian con la vivencia de
estrés intenso, que suele derivar en estados de estrés postraumático o en otras
condiciones de insanidad mental, desde desórdenes neuróticos hasta trastornos
de tipo psicótico (Sigales, 2006b). Para contrarrestar ello, los psicólogos y otros
profesionales de la salud mental han desarrollado diversas técnicas de
intervención para personas que han padecido desastres naturales o bien
accidentes industriales de proporciones catastróficas. Entre estas técnicas se
tiene el briefing, defusing, debriefing, etc.; como parte del Critical Incident
Stress Management (Valero, 2002).
Todas estas intervenciones que realiza el psicólogo en el ámbito de la
seguridad industrial devienen en lo que hoy se conoce como “seguridad basada
en el comportamiento” ya que están orientadas a incrementar la tasa de
ocurrencia de conductas seguras de parte de los trabajadores para que se
reduzca la incidencia de accidentes en el trabajo. Sin embargo, dado que el
trabajo del psicólogo abarca además, aspectos motivacionales, cognitivos y
emocionales; así como contribuciones en el campo de la ergonomía, la salud
ocupacional, la psicohigiene laboral, etc. preferimos utilizar la expresión
enfoque psicológico de la seguridad, como hacen otros autores (Asfahl, 2000).

Comentario final
Desde los enfoques centrados en la tecnología y el error humano, la
seguridad industrial y la salud ocupacional se han integrado para desembocar
en ambos casos, en enfoques psicológicos, que privilegian una variedad de
aspectos actitudinales, motivacionales y conductuales de los trabajadores (Díaz
141
et al., 2008). Es en este contexto que la psicología ha encontrado un nuevo
espacio para extender sus planteamientos teóricos a nuevos campos del
conocimiento y aplicar sus técnicas y métodos para reducir la incidencia de
accidentes en la industria a través de la promoción de la salud mental, la
responsabilidad y el autocuidado. Así, en los últimos veinte años las
contribuciones de la psicología en la prevención de accidentes de trabajo en
América Latina, ha aumentado en aspectos como el comportamiento, los
grupos y la dirección de recursos humanos, etc. (Acquardo et al., 2007). Y es
que la seguridad industrial y la salud ocupacional son ahora campos
indisolubles (Rodellar, 1999), que requieren de la atención de diversos sectores
y del aporte de diversas profesiones, siendo la psicología una ciencia que puede
contribuir con los trabajadores a través de la aplicación de sus conocimientos,
métodos y técnicas; para reducir el riesgo psicosocial y prevenir la ocurrencia
de accidentes laborales.

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