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COMELLAS REYES CATÓLICOS P á g i n a |1

HISTORIA DE ESPAÑA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA


I. La época de los Reyes Católicos
Los últimos años del siglo XV encontramos en España una mezcla de elementos medievales y modernos, se trata de una época de
transición. Pero hay una etapa en que el cambio de lo medieval a lo moderno se hace espectacular: reinado de Fernando e Isabel. Si
bien sus primeros años se desenvuelven en un marco histórico medieval, lo que reciben sus sucesores es un Estado típicamente moderno.
La época de los Reyes Católicos se trata de un período eminentemente evolutivo, y no sirve estudiarlo como algo estático y en equilibrio.

Los cronistas de los Reyes Católicos inician su historia con el mismo tópico: la desastrosa situación de España al advenimiento de los
nuevos monarcas→ Aragón y Castilla estaban en crisis política, social, económica y moral.

Durante el reinado de los Reyes Católicos: Se logra la unidad española, se termina la Reconquista; se descubre y explora el Nuevo
Mundo; España vence a Francia en la lucha por la hegemonía en la península italiana y conquista del Reino de Nápoles; domina el
Mediterráneo occidental y se ha transformado en el mejor organizad de los Estados moderno y en primera potencia mundial.

Su reinado abarca, cronológicamente, de 1474 a 1516 y puede dividirse en dos grandes etapas: 1) 1474-1492: Unificación y ordenación
interna de España; y 2) 1492- 1516: Mayor atención a la política exterior.

i. Resolución del problema sucesorio (1474-1479): Concordia de Segovia, guerra de sucesión, Tratado de Alcáçovas.
ii. Reestructuración del Estado (1479-1482): Preocupación por hacer de España un Estado moderno (abarca todo el reinado)
iii. Culminación de la Reconquista (1482-1492): Década dedicada casi exclusivamente a la guerra de Granada.
iv. Vuelco al exterior (1492-1504): Aventura americana, guerra de Italia, inicio de las expediciones al norte de África.
v. Época de regencias (1504-1516): Tras la muerte de Isabel. Enlace con Austria.

i. La sucesión en el Reino de Castilla


En 1463 nació la princesa doña Juana, que el rey de Castilla, Enrique IV, reconoció como hija suya. Sin embargo, pronto se atribuyó su
paternidad al valido de la Corte, don Beltrán de la Cueva. Los nobles utilizaron esta información como terrible arma política tanto contra
el rey como contra su valido.

Enrique, ante las presiones de la oligarquía, acabó desheredando a Juana para conceder la sucesión a su hermanastro, Alfonso. Y muerto
Alfonso, a la hermana de éste, Isabel→ Acuerdo de los Toros de Guisando (1468). En aquel pacto reconocía a Isabel como heredera,
pero ésta no podría casarse sin autorización de aquél. Resuelto el problema sucesorio, quedaba planteada la cuestión del matrimonio.

Desde el primer momento se dibujaron dos principales candidatos: el rey de Portugal, Alfonso V, y el príncipe de Aragón, Fernando II.
A la cabeza de los que propugnaban el matrimonio portugués se contaba el marqués de Villena, y dirigía el partido contrario el almirante
Enríquez (ambos movidos por intereses personales, pero también por el deseo de engrandecer al reino castellano).

Villena convenció a Enrique IV de la procedencia de una vinculación portuguesa, pero Isabel se decidió por su primo Fernando de
Aragón. Se falsificó la dispensa pontificia para el matrimonio y se acordó que el silencio de Enrique equivalía a una tácita licencia.

El matrimonio tuvo lugar en Valladolid (1469). Al enterarse, Enrique se sintió engañado, denunció el tratado de los Toros de Guisando
y desheredó a Isabel en beneficio otra vez de Juana. Los siguientes cinco años transcurren en guerra civil. Enrique decide quedarse en
la meseta sur donde encuentra mayor fidelidad y a su muerte (fines de 1474) la legitimidad sucesora parecía estar del lado de Juana.

La concordia de Segovia

Apenas desaparecido Enrique IV, la princesa Isabel se hizo coronar en Segovia como reina de Castilla. Las primeras dificultades se las
impuso Fernando, que a la muerte de Enrique pretendía ocupar con entera propiedad el trono de Castilla, ya que si fuera admitida
únicamente la sucesión masculina, nadie podía mostrar mejores derechos que don Fernando, único vástago varón de la casa de
Trastamara. Una comisión de arbitraje se encargó de encontrar la fórmula de cogobierno y dictó la llamada Concordia de Segovia. La
herencia del reino correspondía propiamente a Isabel y llevaba aparejada la “propiedad” de Castilla: sólo la reina podría disponer de su
patrimonio, dirigir la administración y ceder la herencia a sus descendientes. Ambos se encargarían de la labor de gobierno, la dirección
política y la administración de justicia.

La guerra de sucesión (1475-1479)

El partido que apoyaba a Juana la Beltraneja no aceptó la coronación de Isabel y el duque de Arévalo y el marqués de Villena prepararon
la organización de un nuevo bando nobiliario. La mayoría de la nobleza se puso de su lado y para asegurar su éxito, recurrieron a Alfonso
V de Portugal. Un enlace entre Alfonso y Juana uniría a los reinos castellano y portugués; y una alianza con Francia neutralizaría la
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oposición aragonesa. Los futuros Reyes Católicos contaban con el apoyo de Juan II de Aragón y con las simpatías de la mayor parte de
la Iglesia y de la burguesía castellana, y, en general, de las clases populares.

La guerra de sucesión representa un conflicto dinástico (Isabel y Juana), civil (castellanos contra castellanos), social (nobleza contra
burguesía), político (poder real contra oligarquía señorial) e internacional (intervención portuguesa, francesa y aragonesa).

En un principio el bando luso-nobiliario se encontraba en situación de ventaja. Disponía de más fuerzas y Alfonso V contaba con su
propio reino como retaguardia y con un ejército organizado. El portugués penetró por Extremadura, atravesó el Sistema central y cayó
sobre la meseta del Duero. Tal movimiento fue un error, puesto que le condujo a operar sobre la zona de Castilla donde la burguesía
tenía más fuerza. Los portugueses obtuvieron algunos éxitos iniciales, pero pronto comprendieron la desventaja que suponía el combatir
en territorio enemigo. Mientras tanto, Fernando iba improvisando un ejército de nueva planta con los recursos que Isabel lograba. La
batalla de Toro (1476) fue una victoria decisiva. Y cuando, dos años más tarde, Alfonso V y un grupo ya reducido de nobles realizaron
su último intento, la derrota de Albuera puso fin a la guerra.

Las negociaciones celebradas cerca de Alcántara – Paz de Alcáçovas- y luego en Toledo dieron como resultado el mutuo reconocimiento
de los Reyes Católicos como reyes de Castilla, y de Alfonso V como rey de Portugal. Se pusieron de acuerdo respecto de su expansión
oceánica: los portugueses reconocían los derechos de Castilla a las Canarias, mientras los castellanos dejaban las manos libres a sus
vecinos en el reino de Fez y en Guinea, que era el camino de la India.

ii. La lucha por la unidad


A lo largo de todo su reinado los Reyes Católicos tuvieron una preocupación fundamental: la unificación territorial de la Península y la
cohesión interna mediante el prevalecimiento del poder real. En 1479 se unen Castilla y Aragón bajo un solo cetro, y se da un paso
gigante en la integración de España. En 1480 e celebran las Cortes de Toledo, las más importantes en orden a la conversión de España
en un Estado moderno. Y en 1481 actúa por primera vez el Tribunal de la Inquisición, factor decisivo de la unidad religiosa.

La unidad territorial

En 1479 moría el rey de Aragón, Juan II, y su hijo Fernando tomaba posesión de sus estados. Si en Castilla reinaron y gobernaron los
dos esposos, fue únicamente Fernando quien recibió los reinos de Aragón (culpa del derecho sucesorio aragonés). Con la unión de los
reinos castellanos y aragoneses quedaba prácticamente integrada la realidad geopolítica “España”. Subsistían aún independientes otros
tres núcleos: Navarra, Portugal y Granada, destinados a englobarse tarde o temprano en la monarquía hispánica mediante enlaces
matrimoniales o por “derecho de reconquista”.

Los distintos reinos no se asociaron más que a título “personal” o “principal”, es decir, en cuanto obedecían a una misma persona o
príncipe. Cada reino conservó su propia constitución jurídica, política y aún social. Se mantuvieron las fronteras con sus aduanas
correspondientes. Los reinos de las Indias fueron anexionados a la corona de Castilla, no a España en su conjunto. Los reinos aragoneses
disfrutaban, en general, de muchas más exenciones y privilegios que los castellanos, mucho más sometidos al poder central. Sólo con el
siglo XVIII comenzaría a fondo la unificación jurídica de los reinos españoles.

La unidad de poder

1) En Castilla: Obra de cohesión interna. El triunfo del poder monárquico sobre los otros dos poderes (nobiliario y oligárquico municipal)
puso a disposición del Estado moderno gran parte de las fuerzas humanas, militares y económicas del país. Gracias a este proceso de
concentración de fuerzas, España pudo transformarse en una potencia de primer orden dentro del marco de la Europa de su tiempo.
El que lo poderes subsidiarios (especialmente el de la nobleza) fueran en Castilla más de hecho que de derecho, y pecasen muchas veces
de arbitrarios, tendieron un espléndido argumento a la acción real, que pudo recabar así la bandera de la justicia, la paz y el orden. Esta
acción la realizan munas veces personalmente Fernando e Isabel; otras veces por medio de delegados; y un tercer medio de imposición
es la ley: ordenamientos de Cortes, sobre todo en las trascendentales de Madrigal (1476) y Toledo (1480).

a) Reducción de la nobleza. A fines del reinado de Fernando e Isabel, la nobleza marcha, políticamente, a remolque de la
monarquía, y es su principal servidora. Ya la guerra de Sucesión dio pie a los Reyes para atacar sus privilegios y reducir su
poder. Pero a partir de las Cortes de Toledo se inicia una política general de revisión de las “mercedes enriqueñas” y de todos
aquellos títulos y propiedades que los nobles no pudiesen demostrar como adquiridos en legítimo derecho. Recurso típico de
los Reyes católicos fue la destrucción de castillos y fortalezas; unido a un cambio de mentalidad motivado por el ambiente
renacentista, da lugar a una importante transformación en el papel social de la nobleza. Se convierte en un alto aristócrata que
conserva su ascendiente social y sus extensas propiedades. Su papel en la vida política quedará reducido siempre bajo la más
estrecha dependencia del poder real.
b) Intervención en las ciudades: El principal elemento de intervención de la autoridad real en el municipio fue el corregidor,
representante del monarca ante el concejo y provisto de altos poderes judiciales. Ejercían un indirecto papel de control,
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fiscalización y tutela. Su presencia coartó en cierto grado la autonomía municipal. Los representantes del monarca, al reprimir
muchos de los abusos de aquella oligarquía, fueron una institución beneficiosa para la vida local.

2) En los reinos aragoneses: La obra de reducción del poder nobiliario y municipal se verificó sólo en parte en los reinos de la Corona
de Aragón. Fernando el Católico se mostró siempre sumamente respetuoso con la constitución político-social de los reinos aragoneses.
De aquí que en estos reinos la evolución, o, si se quiere, la “modernización”, haya sido mucho menos considerable que en Castilla.

a) La nobleza en Aragón estaba en franca decadencia económica y política, pero aun así defendió sus privilegios e independencia
frente al monarca. Su resistencia tuvo éxito porque esta nobleza era en general más solidaria y obraba más en bloque que la de
Castilla. Un grave problema social planteado en Cataluña fueron las continuas revueltas de los payeses de remensa (campesinos
adscritos por fuerza al terruño y sometidos a condiciones de servidumbre humillantes). Estos constituían aprox. la cuarta parte
de la población catalana. En 1484 se inició un movimiento que inició una verdadera guerra civil al tiempo que los reyes se
esforzaban por ocupar la parte occidental del reino de Granada. Las tropas reales sofocaron la rebelión y Fernando arbitró en
1486 la Sentencia de Guadalupe, por la que los payeses podían redimir su condición de remensa, a costa de una compensación
económica extraída de sus propios recursos.
b) En cuanto al municipio, no llegaron a conocer la institución de los corregidores, y la vida local se mantuvo emancipada en gran
parte de la tutela del Estado. Sin embargo, Fernando logró efectuar algunas reformas. En Zaragoza logró designar a los
regidores, en Barcelona consiguió la estructuración de un nuevo Consejo logrando una democratización. (Consejo de Ciento)

La unidad religiosa

En los tiempos de los Reyes Católicos dominaba en toda Europa la idea de que la unidad política no es posible si no va acompañada de
la unidad religiosa. La intervención de los Reyes en los problemas religiosos puede resumirse en:

a) Iglesia española: Los Reyes pensaron en controlar la Iglesia hasta cierto punto y en tutelarla desde el trono (situando las bases
del regalismo español). Por el derecho de Patronato podían presentar candidatos a las dignidades eclesiásticas y sedes vacantes;
podían detener documentos pontificios que considerasen atentatorios a su autoridad; y disfrutaban de las tercias, o tercera parte
de los diezmos que se pagaban a la Iglesia. Este regalismo no perjudicaría en absoluto a la Iglesia.
b) Iglesia reformada: Puesta en marca a causa del laxo general del clero. Surtió, n general, los mejores efectos entre las órdenes
religiosas y entre el bajo clero, que en adelante cumplió mucho más estrictamente con sus obligaciones y vio progresivamente
elevada su formación intelectual y humana. La relajación continuó en parte, pero hubo un cambio de mentalidad entre los
grandes señores eclesiásticos: una menor preocupación por la política y una atención mayor a sus funciones específicas.
c) Iglesia una: Fernando e Isabel fueron “reyes de los hombres de las tres religiones” (cristianos, musulmanes y judíos). Los
judíos se habían ganado el odio popular por su oficio y sus barrios sufrían matanzas frecuentes. Por esta causa surgen
conversiones algo ficticias de judíos al catolicismo: los conversos o “cristianos nuevos”. A la aversión entre cristianos y judíos
siguió ahora la incordia entre “cristianos viejos” y “cristianos nuevos”. Muchos de estos “cristianos nuevos” seguían
practicando ocultamente su antigua religión, y para evitar los motivos de discordia era preciso averiguar qué conversos eran o
dejaban de ser auténticos cristianos. Los Reyes solicitaron al Papa el restablecimiento del viejo Tribunal de la Inquisición para
que hiciera el trabajo. La Inquisición, como organismo eclesiástico, sólo podía juzgar a bautizados. No tenía poder contra los
que públicamente se declaraban musulmanes o judíos.

El nuevo Estado

Fernando e Isabel autorizaron grandes decisiones de política interior y exterior, pero la gran complejidad de asuntos y escenarios no
permitía la directa actuación de los monarcas en todas las cosas y en todas partes; la misma centralización y organización cada vez más
compleja iban dejando la resolución de muchos asuntos en manos de organismos delegados (corregidores, pesquisidores, etc.) Para la
administración de justicia establecieron las Audiencias o Chancillerías, tribunales supremos que radicaban en Valladolid, Galicia y
Granada.

Importancia fundamental tuvo la reforma del Consejo Real, acordad en las Cortes de Toledo de 1480. Fernando e Isabel lo convirtieron
en un cuerpo regular y estructurado. Un prelado sería el presidente, y lo formarían tres caballeros y ocho juristas; el número de estos
últimos se iría haciendo mayor con el tiempo. Estos juristas van a constituir el principal apoyo de la política de los monarcas,
sustituyendo a los miembros de la nobleza como asesores o consejeros. Universitarios, conocedores de las leyes o de la economía, serán
el nervio de la nueva administración estatal que los Reyes Católicos están organizando. Pronto veremos al Consejo dividido en salas: la
de Estado, Haciendo, Justicia, Hermandad. A fines del reinado las salas constituirían ya Consejos independientes, integrado cada uno
por “técnicos”, especialistas en un determinado ramo administrativo.

En esta época decaen las Cortes. Nobleza y clero van quedando más al margen de las preocupaciones políticas que en generaciones
anteriores. El mismo gobierno se tecnifica, la política se ha hecho un arte difícil. Esto unido a las escasas reuniones convocadas por los
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Reyes (Diez veces en cuarenta años en Castilla, y nueve veces en treinta y cuatro años en Aragón) explican la decadencia de aquella
vieja institución. Las reuniones más importantes son las de Madrigal (1476) y Toledo (1480), en que se acordaron las medidas más
importantes (régimen municipal, revisión de las mercedes nobiliarias, reforma del Consejo, orden interno, problema de los falsos
conversos) de la política interna del reinado.

La Hacienda

La compleja organización estatal necesitaba apoyarse sobre una sólida base económica. Sin dinero abundante no hubiera sido posible
un Estado fuerte. En las cuentas de la época es frecuente ver especificados sólo dos tipos de valores: ducados y maravadíes. El ducado
era una moneda de oro que equivalía a 375 maravadíes. En los reinos de la Corona de Aragón solía emplearse el dinero, de valor similar,
aunque un poco superior, al del maravedí castellano. El jornal de un obrero oscilaba de 20 a 55 maravedíes, y eran frecuentes los sueldos
profesionales o funcionarios de 5.000 a 15.000 maravedíes mensuales.

Lo que Fernando e Isabel acuñaron fueron excelentes, magníficas monedas de oro de 435 maravedíes de valor y, sobre todo, reales de
plata, que valían 34 maravedíes. Así vemos la pobreza de recursos del Estado castellano, si tenemos en cuenta que en tiempos de Enrique
IV los ingresos fiscales no pasaban de diez o doce millones de maravedíes anuales.

Todo cambió de forma espectacular en cuanto subieron al trono Fernando e Isabel. Una de sus mayores preocupaciones consistió en
poner en orden la Hacienda y en vigilar todas las fuentes de ingreso de la Corona. La vigilancia fiscal, cada vez mejor llevada, hacía
difícil que se escaparan los contribuyentes. El contador mayor del reino, Alonso de Quintanilla, hizo de la organización hacendística
una perfecta maquinaria. Realizó –en pleno siglo XV- algo muy parecido a un catastro de la riqueza del país, y a él se debe principalmente
aquella especie de “milagro español” que multiplicó de forma increíble la riqueza del Estado, siendo sus ingresos hacia el 1500 superiores
al millón de ducados anuales (suficiente para fundamentar un imperio).

La política económica

Los impuestos eran una pesada carga para el particular (las alcabalas sobre todo, 10% de todas las ventas), y su mantenimiento llegó a
suscitar en Isabel escrúpulos de conciencia. Los esfuerzos de la Corona por incrementar la riqueza de los españoles son evidentes.
Siguieron una política proteccionista, alentando la producción y reglamentando cuidadosamente ferias y mercados: sin comprender tal
vez que el prurito reglamentista resultaba, más que una garantía, un entorpecimiento.

Su mayor preocupación fue favorecer la producción, la industria y el comercio de la lana. La finísima lana merina de las ovejas
castellanas era la principal fuente de riqueza de los reinos peninsulares, empresa regulada por la Mesta. La política oficial tendió a
favorecer este desarrollo ganadero, en perjuicio de la agricultura.

Una parte de la lana no se exportaba, sino que iba a parar a los telares de Segovia o a las hilaturas de Valladolid, donde los gremios
artesanos producían manufacturas de espléndida calidad, si buen poco exportables por ser más caros que los extranjeros. De aquel
desarrollo podían beneficiarse los más diversos núcleos de la población (grandes propietarios de rebaños; burgueses dedicados a la
banca, al comercio o al transporte terrestre o marítimo; artesanos y operarios de los gremios; gañanes del pastoreo o marineros norteños).
Por lo general, aumentó la exportación de lana, pero la industria propia quedó muchas veces ahogada y no pudo vencer las trabas que
se oponían a su desarrollo.

La preferencia otorgada al movimiento ganadero significó para los intereses agrícolas un retroceso. Por otra parte, casi toda España era
un país de cosechas inciertas (sequía de 1502, abundancia de 1509). Los Reyes recurrieron a la importación del trigo siciliano. Sicilia,
patrimonio de Don Fernando, era considerada entonces como uno de los principales graneros de Europa. El grano de Sicilia bastó para
conjurar el fantasma del hambre en Castilla o Andalucía.

Quizás la fórmula “lana castellana+ trigo siciliano” no fuera la más acertada, pero representaba una solución. España nunca fue un país
rico, pero sin alcanzar alturas excepcionales, el desarrollo de la economía española llegó a un nivel nunca antes logrado.

iii. La guerra de Granada


La guerra de Granada es, con el descubrimiento del Nuevo Mundo, el episodio central del reinado de Isabel y Fernando. Significa la
culminación de un ideal del medioevo- la Reconquista- y la realización de una aspiración típicamente moderna –la unidad nacional-.
Supuso al mismo tiempo una gran victoria de la Cristiandad, celebrada en toda Europa; fue “la soldadura de la unidad”, al conferir a
castellanos y aragoneses un ideal y una empresa comunes.

La situación inicial

Granada era el último reino musulmán que quedaba en la Península. Ocupaba una extensión aproximada de unos 30.000km2 y su
población pasaba del medio millón de habitantes, en su mayoría campesinos, muy apegados al terruño y a sus tradiciones.
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El reino, protegido por una complicada orografía, se había mantenido incólume desde el siglo XIV frente a los esporádicos ataques
cristianos, pero había comenzado a dar muestras de descomposición interna en lo político y en lo social, y habían comenzado a entablarse
en su seno rivalidades suicidas. Granada vivía también una crisis económica, al cesar la afluencia de oro del Norte de África, que era
uno de los principales mercados de la excelente seda granadina.

Las campañas

Los Reyes quisieron resolver antes el pleito dinástico y dejar sentadas las bases de la unidad interna. Dejaron pasar el año clave de 1480
y pronto estuvieron en condiciones de convertir en guerra abierta lo que habían sido escaramuzas entre los grandes señores andaluces y
los granadinos. Las recíprocas conquistas de dos plazas importantes, Zahara y Alhama, hicieron prácticamente inevitable la guerra
abierta en 1481.

Sólo tres vías de penetración permitían el paso de grandes contingentes militares: la cuenca del Guadalhorce, que conduce a Málaga; la
depresión del Genil, que lleva hasta la misma capital; y las “hoyas” de la zona oriental: Guadix y Baza. Los reyes utilizaron
sistemáticamente estos tres caminos en el orden indicado en el curso de sus campañas contra Granada.

La guerra duró algo más de diez años (1481-1492) y registra en su transcurso dos fases perfectamente diferenciadas:

a) Fase medieval (1481-1484): Declarada la guerra, acuden a ponerse a disposición de los Reyes contingentes heterogéneos,
dotados de una gran diversidad de mandos, armamentos y métodos de combate. La caballería es el arma considerada más
importante. Los ejércitos cristianos destruyen, incendian, talan las vegas de Granada, y luego se retiran a Córdoba o Ecija, sin
otra ventaja que la del daño causado al enemigo. Es la correría, la algara o aceifa, de tan vieja tradición en la España medieval;
pero no hay conquista propiamente dicha. Las expediciones organizadas por los granadinos, que practican la misma táctica,
fracasan también.
b) Fase moderna (1484-1489): Los ejércitos fueron regularizados, se les adiestró en la más severa disciplina, se prohibió el
combate singular, se coordinaron los mandos. La infantería fue convirtiéndose en el arma fundamental. El avance será lento
pero sistemático. El territorio dominado no será abandonado, sino que guarniciones de infantería se encargarán de conservarlo
mediante el dominio de las plazas fuertes. Para esto cobra cuerpo el alma de la Edad Moderna por excelencia: la artillería. Las
lombardas y las cerbatanas van a jugar un papel fundamental frente a las ciudades sitiadas. Para su transporte será preciso abrir
carreteras y construir puentes de madera sobre ríos o torrentes. Isabel se cuidó de fundar un hospital de la Reina, las
comunicaciones con la retaguardia y el aprovisionamiento de las tropas fueron aseguradas mediante convoyes.
Tras 1484, las campañas se hicieron sistemáticas y fueron arrancando al reino granadino tajadas cada vez mayores. 1) 1484-
85: conquista de la zona occidental del reino; 2) 1846-47: se ocupa el sector centro-occidental, que termina con la difícil toma
de Málaga; y 3) 1488-89: valles de la zona oriental, para ocupar Baza, Guadix y Almería.
c) Conquista de Granada: Boabdil, único sobreviviente de la dinastía granadina, se había comprometido ya a entregar la ciudad
a Fernando e Isabel a cambio de una compensa monetaria, pero a última hora se negó a cumplir con el pacto. Granada era
prácticamente inexpugnable, y aún podían llegar ayudas berberiscas o turcas, combinadas con rebeliones de la población
musulmana ya conquistada. Una resistencia prolongada podría proporcionar una rendición en condiciones más favorables.
Todas estas consideraciones fueron las causantes de que la guerra se prolongara dos años más. No podía ni soñarse una
conquista por asalto, había que esperar la rendición por hambre. Las disensiones políticas entre los granadinos aconsejaron a
Boabdil precipitar las negociaciones. Granada capituló el 2/01/1492.

Condiciones de la capitulación: Sus habitantes podrían conservar sus viviendas, religión, lengua, indumentaria y costumbres. Serían
juzgados por sus propios jueces, aún bajo la superior jurisdicción de las nuevas autoridades cristianas, y seguirían pagando los mismos
tributos que antaño entregaban a los reyes musulmanes.

Moriscos y judíos

La ocupación del reino de Granada planteaba un serio problema interno. Desde el primer momento se intentó la conversión. El primer
arzobispo de Granada siguió la que hoy en lenguaje misional se llama “técnica del perfeccionamiento”: aprendió el árabe, y predicaba
a los moros en su propia lengua. Muchas tradiciones musulmanas que se creían compatibles con la nueva fe fueron respetadas. Años
más tarde, Cisneros impuso una nueva técnica, la de la “ruptura” o “tabula rasa”. Se quemaron viejos libros mahometanos, y se llegó en
algunos casos a violentar la voluntad de los catecúmenos. Las conversiones se hicieron desde entonces más rápidas y numerosas, pero
menos sinceras, y fomentaban, en el fondo, la rebeldía del pueblo conquistado. Hacia el 1500 estallaron las primeras sublevaciones que
el Rey Católico hubo de reprimir por la fuerza. Los moriscos fueron siempre un quiste inasimilable. Después de muchas vicisitudes
históricas, se les acabaría expulsando en el siglo XVII.

Los judíos eran una minoría urbana, perfectamente definida, que vivía agrupada en barrios, con preferencia en las grandes ciudades.
Pero seguían siendo un objeto de aversión popular. En 1492, una vez finalizada la guerra de Granada, los Reyes decidieron culminar su
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política de unificación religiosa, y decretaron la expulsión de todos los que practicasen el judaísmo. Se les expulsaba de España por
motivos religiosos y no por motivos raciales, ya que la medida no afectaba a los conversos.

Los judíos exiliados se establecieron en el norte de África o en algunas ciudades del Mediterráneo oriental donde, con el espíritu
conservador de su raza, aún mantienen la lengua y las tradiciones de la España del siglo XV.

El decreto de expulsión dividió a los judíos en dos bandos: partidarios de convertirse y quedarse, y los decididos a mantener su fe y
exiliarse. Entre los primeros figuraban los más ricos, por lo cual la tesis de que la expulsión provocó la decadencia económica de España
se tambalea. De todas formas, la ausencia de los judíos (y sobre todo de su mentalidad) debió influir en el retraso de España en la
formación del capitalismo moderno).

El ejército moderno

La guerra de Granada fue factor fundamental de la transformación del Ejército. La transformación más importante fue aquella que hizo
del miliar un profesional. Nace ahora el soldado, es decir, el combatiente que sirve a sueldo, y que considera a la milicia como un
empleo, por honorable y hasta por glorioso que sea.

Los cuadros se regularizan. El más simpe, la alferecía, es un pelotón de hombres; un capitán manda una compañía (agrupación de
alferecías), unidad de combate formada por 500 infantes; doce compañías formaban una coronelía, precedente de los actuales
regimientos. Pero el coronel mandaba a su vez un escuadrón de caballería (600 jinetes) y un número determinado de piezas artilleras.
Más tarde, en las campañas de Italia, se consagraría una unidad superior aún, el tercio.

El Estado necesita saber en cada momento el número exacto de sus hombres, entre otras razones porque tienen que pagarles. Y la
agrupación en unidades cerradas es el mejor sistema de control.

La plena profesionalización del soldado triunfó entre 1490 y 1500; se montaron parques de artillería, se aumentaron las armas de fuego
portátiles. Cuando estallaron guerras en Italia, España contaba con un ejército capaz de medirse ventajosamente con el de cualquier
potencia extranjera.

iv. La política exterior


El año 1492 es una de las fechas clave de la historia de España. Culmina la Reconquista, se logra una teórica unidad religiosa con la
expulsión de los judíos y la evangelización de los moriscos, escribe Nebrija la primera gramática española y se descubre un Nuevo
Mundo.

La expansión atlántica

El descubrimiento de América y la ulterior penetración en aquel continente no hubiera sido posible sin la conjunción de una serie de
factores:

 La organización del Estado moderno, dotado ya de medios y poderes para una empresa de tal envergadura. América fue
descubierta, por azar providencial, en el justo momento en que su conquista, colonización y evangelización comenzaban a ser
técnicamente posibles.
 Avances de la marina castellana durante el siglo VX. La exportación de lanas a los Países Bajos y la búsqueda de mercados en
las costas africanas o las Canarias proporcionaron a Castilla una madurez marinera capaz de responder a la empresa que se
avecinaba.
 La ocupación de las Canarias: proporcionaba a Castilla la mejor base que pudiera soñarse para emprender la navegación
atlántica.

a) La isla de Lanzarote es adquirida por la Corona en 1477 al comprar los derechos feudatarios que poseía Diego de Herrera sobre ella.
Gomera y Hierro fueron adquiridas también. Se hacía precisa una conquista en regla de las islas mayores y a este fin obedecen las
expediciones de Juan Rejón, Pedro de Vera y Alonso Fernández de Lugo. Se hizo frecuente la alianza con algunos jefes nativos para
dominar a otros, y la fusión de razas comenzó a producirse desde el primer momento, siendo de destacar un mayor prurito de
discriminación social que de discriminación racial. El proceso de evangelización fue rápido y eficaz. Todas las islas quedaron
incorporadas a la Corona, aunque no todas fueron conquistadas bajo el mismo régimen.

b) Mientras tanto, Cristóbal Colón seguía a los Reyes y su Corte en demanda de ayuda para una empresa más amplia. Su idea consistía
en llegar a las costas orientales de Asia navegando hacia Occidente. Los dictámenes de los expertos españoles resultaron en líneas
generales desfavorables al proyecto, y, por otra parte, los Reyes Católicos habían concedido, desde los tratados de Alcáçovas-Toledo,
vía libre a los portugueses “versus indo”, por la vía de Oriente.
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En 1492 quedó autorizada y patrocinada la expedición, que podría perderse para siempre en el Océano o proporcionar a Occidente
perspectivas inimaginables en todos los campos posibles. El primer viaje de Colón fue coronado con el descubrimiento de lejanas tierras,
que sólo años más tarde aparecieron como un continente nuevo, desconocido e inmenso.

c) El éxito del descubrimiento culminó con la triunfal recepción que los Reyes dispensaron a Colón en Barcelona, en 1493. La conmoción
en la Península y en Europa fue enorme. La oferta de expedicionarios para el segundo viaje fue realmente fabulosa y llovieron de todas
partes demandas de embarque hacia la nueva Tierra Prometida.

Pero la realidad es que aquellas islas resultaron estar extremadamente lejos, tenían un clima malsano para los europeos y estaban
pobladas de indígenas hostiles, inhábiles para el trabajo a usanza occidental. No se hallaron ni metales preciosos ni las codiciadas
especias orientales. Colón fracasaba lastimosamente como gobernante y como colonizador. Solo algunas expediciones, como la de Pedro
Alonso Niño a la región del caribe, reportaron beneficios compensatorios.

La expansión mediterránea

Las tradiciones castellana y aragonesa diferían totalmente en lo que refiere a política exterior. Castilla mantenía una habitual alianza
con Francia y una actitud más o menos hostil hacia Inglaterra. Aragón, por el contrario, aparecía como rival de Francia y buscaba la
amistad inglesa. Motivos de las actitudes: rivalidad de Castilla con los británicos por razones dinásticas y competencia en el mercado
de la lana; disputas francoaragonesas en el Pirineo y por el reino de Nápoles. Quién impuso sus directrices al nuevo Estado fue Aragón:

 Porque Francia y España se habían alzado de pronto al rango de primeras potencias de Occidente, y era lógico que chocasen
en sus naturales planes de expansión.
 Porque quien dirige la política exterior de España es, ante todo, Fernando el Católico, aragonés y fiel a la política de su padre,
Juan II.

Tratado de Barcelona (1493): Sube al trono de Francia Carlos VIII, que soñaba con la conquista de Constantinopla y la liberación de
los Santos Lugares. Para ello ambicionaba la previa ocupación del reino de Nápoles, a la sazón en manos de una rama de la casa
aragonesa. Atacar Nápoles era atacar a los primos de Fernando y herir de inmediato la susceptibilidad española. En el tratado cedía el
condado de Rosellón y a cambio, España renovaba la alianza con Francia, prefería esta alianza a ninguna otra, “salvo el Papa”. Cuando
Carlos VIII anunció su propósito de ocupar Nápoles, Fernando contestó que consideraba a Nápoles feudo del Papa.

Carlos VIII entró en Lombardía reclamado por los Sforza y otros príncipes quienes soñaban con la unificación de toda la península. Pero
a la diplomacia de Fernando no fue difícil presentar al francés como un invasor y el francés no tardó en quedarse solo. Aun así, el reino
de Nápoles, mal defendido, fue ocupado por el poderoso ejército galo; pero ya España había reunido en la empresa de expulsar a los
franceses al Emperador, al Pontífice y a la mayoría de los príncipes italianos. El rey de la casa aragonesa –Ferrante III- fue restablecido
en el trono. Mientras, otras fuerzas aliadas expulsaban a los franceses al norte de Italia.

La conquista de Nápoles

Pronto Francia tuvo un nuevo rey, Luis XII, que decidió reanudar la aventura italiana sobre bases más seguras. Supo amarrar mejor a
Fernando y conseguir la neutralidad española para la ocupación del Milanesado. Hizo partícipe a España del botín con el Tratado de
Granada (1500).

Los napolitanos, aislados diplomáticamente por Francia y cada vez más amenazados de una invasión, habían acabado por aliarse con
los turcos. El tratado de Granada, firmado entre Francia y España era, en teoría, un pacto contra los turcos y sus aliados. En la práctica
era un reparto del reino de Nápoles. Fernando, comprendiendo la suerte de Nápoles, se aseguraría cuando menos de una parte del reino
de sus parientes.

Si los franceses comenzaron su campaña atacando a Nápoles (1501), los españoles cumplieron al pie de la letra el tratado de Granada,
y su expedición de aquel año estuvo encaminada a liberar de los turcos la isla de Cefalonia. Sólo cuando el Rey Católico tuvo noticia de
la prisa francesa por ocupar Nápoles (incluyendo territorios asignados a España) dio orden de suspender las operaciones contra el turco.

Pronto la guerra se generalizó entre los dos ocupantes, al negarse los franceses a evacuar los territorios centrales, el conflicto de límites
derivó inmediatamente hacia una lucha por la totalidad del reino de Nápoles. Aquí es cuando se consagra definitivamente Gonzalo
Fernández de Córdoba como Gran Capitán. Su sistema “defensivo-contraofensivo” consiste en escoger el terreno, dejar que ataque el
enemigo en condiciones desfavorables, y cuando empieza a dar síntomas de cansancio, contraatacar por sorpresa.

La batalla de Garellano fue la que decidió de una vez la suerte de Nápoles. Aquel reino quedó definitivamente incorporado a la Corona
española; ya no habría de perderse hasta el siglo XVIII, y aun así quedaría dinásticamente vinculado a España durante una centuria más.
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v. La época de las regencias


La vida política de Isabel terminaba con una sucesión discutida. Y la crisis de legitimidad iba a conducir a una crisis de poder; los dos
grandes logros del reinado conjunto –la unidad de España y la fundación del Estado de corte moderno- correrían evidente peligro. La
crisis fue salvada, y en 1516 Carlos I podría recibir intacta la herencia castellana y aragonesa, pero para que esto sucediera hubieron de
conjugarse circunstancias favorables, como la prematura desaparición de Felipe el Hermoso y la falta de descendencia del segundo
matrimonio del Rey Católico.

Tres períodos, muy desiguales de extensión, cubren esta época.

1) 1504-1506: reinado teórico de Don Felipe y Doña Juana en Castilla: fuerte rebrote de particularismos, de elementos de división
y de la nobleza y la burguesía ciudadana.
2) 1507-1515: Regencia de Fernando el Católico en Castilla. Se restablece precariamente el orden interior y se reanudan las
grandes empresas exteriores.
3) 1516-1517: Regencia de los prelados, Cisneros en Castilla, Don Alonso en Aragón, con el consiguiente retoñar de las
discusiones en torno a la legitimidad, hasta la llegada de Carlos I.

Planteamiento del problema

El príncipe heredero, Don Juan, había muerto en 1497; al año siguiente falleció la princesa Isabel, y su hijo Don Miguel –nieto de los
Reyes Católicos, que hubiera sido rey de España y Portugal- murió poco después. Quedaba como heredera Doña Juana, casada con un
hijo del emperador Maximiliano. La sucesión femenina suponía un cambio de dinastía y la entronización en España de una casa
extranjera, la de Habsburgo; aparte de que los reinos de la Corona de Aragón, donde regía la sucesión masculina, ponían muy serias
dificultades a aquella herencia.

Felipe era un príncipe educado en una corte afrancesada que no congeniaba en absoluto con el carácter español, recompensado con una
idéntica antipatía por parte de los españoles. Y Doña Juana mostraba síntomas crecientes de enajenación mental (locura, básicamente).

Isabel la Católica murió en noviembre de 1504. En su testamento reconocía como heredera legítima de Castilla a su hija Doña Juana;
pero si ésta no quería o no podía gobernar, quedaría como gobernador de Castilla el rey de Aragón, Don Fernando.

Fernando el Católico y Felipe el Hermoso

A la muerte de Doña Isabel, Fernando hizo proclamar a Doña Juana como reina, y a sí mismo como gobernador interino de Castilla.
Mientras tanto, Felipe comenzó a titularse rey de Castilla y a dictar providencias. Llevado por su inclinación profrancesa y por la aversión
a su suegro, pactó con Luis XII la devolución de la parte norte de Nápoles. Fue entonces cuando Fernando firmó el tratado de Blois
(1505) en el que se reconciliaba con el francés y la prenda de la nueva alianza sería su matrimonio con la princesa Germana de Foix. El
tratado representaba la conservación de Nápoles y, al mismo tiempo, la posibilidad de la ruptura definitiva de la unidad nacional si
Fernando tenía descendencia masculina de su segunda mujer.

Felipe el Hermoso y Juana la Loca llegaron a España en 1506. La mayor parte de la nobleza castellana se puso de su lado, en contra de
Don Fernando. Fernando comprendió y se retiró a sus Estados. Castilla y Aragón quedaban separadas de hecho.

El nuevo monarca se hizo pronto impopular, al conceder cargos a los miembros de su corte flamenca. Los aliados circunstanciales de la
víspera le volvieron la espalda. Murió en el mismo año 1506.

Fernando el Católico en Castilla

El Rey Católico cayó en la tentación de reinar en Castilla y desde Castilla. Fernando puso durante estos años las bases definitivas del
absolutismo real. Castilla llevaría la mayor parte del peso –también la mayor parte de la gloria- de las empresas que se avecinaban.

Por estos años la aventura de América vuelve a revalorizarse. Se sabe que no es la India, sino un nuevo continente. El Rey Católico
reúne la Junta de Burgos (1508) para decidir la línea a seguir: ¿continuar la búsqueda de los confines del Viejo Mundo por la vía de
Occidente, o interrumpir la empresa para ocupar el Nuevo Mundo surgido en medio del camino? La conclusión está de acuerdo con la
enorme vitalidad de los españoles de entonces: realizar las dos empresas a un tiempo.

Al mismo tiempo, el monarca procuraba la centralización y estatalización de las nacientes posesiones.

La política exterior

Reducida por Doussinague en la vieja fórmula medieval: pax inter christianos, bellum contra paganos. Para cumplir la primera parte
del lema, la mejor garantía es la amistad con Francia. La alianza hispano francesa sería el mejor seguro para la concordia de la
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Cristiandad. Sólo cunado comprendió que la actitud de Francia ponía en peligro la unidad del mundo cristiano, decidió Fernando cambiar
de política. De modo que podemos distinguir dos períodos durante la regencia: 1) búsqueda de la amistad gala (1505/1507-1511), y 2)
ruptura (1512-1516).

En cuanto a la segunda parte de su lema –lucha contra el infiel-, parece que estaban previstas otras dos etapas: 1) (1505-1510) dominio
del Mediterráneo y conquista de plazas africanas, 2) hubiera comprendido el ataque a Grecia o Constantinopla y el intento de recuperar
los Santos Lugares, pero no llegó a realizarse.

a) Política africana:

Acción antiislámica, materializada en la conquista de las plazas africanas. Es durante la regencia fernandina cuando se realizan la obra
principal. Se conquista o se someten pacíficamente le Peñón de Vélez, Orán, Bugía, Argel, Túnez, La Goleta y Trípoli. El director
material de la empresa, Pedro Navarro, hábil como nadie en el cerco y asalto a las plazas fuertes, cifraba la dominación de la costa en el
control de sus principales puntos estratégicos.
Sin embargo, el espacio norteafricano nunca llegó a ser español. Las campañas fueron interrumpidas en 1510, cuando Italia reclamó de
nuevo la atención del Rey Católico. Atacar sólo las plazas, sin controlar el terreno circundante, no suponía una penetración en
profundidad, y el mantenimiento de aquellas plazas aisladas resultaba molesto y caro; no tardaron en abandonarse algunas, pocos años
después. El abandono puede haber sido por el regreso de la atención de Fernando a Italia, pero es muy probable que se abandonara el
proyecto de un África española y católica, en aras de una América que sí llegó ser católica y española.

b) Política Italiana:

Fernando mantuvo la amistad francesa en tanto le fue posible. Esta amistad le resultaba molesta al emperador Maximiliano; y le resultaba
grata al Papa Julio II. Al fin la hábil diplomacia pontificia consiguió una coalición general antiveneciana en la que España participó sin
excesivas apetencias, y más que nada para no quedar al margen de la política internacional. Julio II se da cuenta de que los franceses
habían intervenido en su propio provecho más que en el pontificio; y desde 1510 se le ve empeñado en invertir las tornas y formar una
alianza antifrancesa (Liga Santa). Fernando no quiso entrar en ella, así que España quedó al margen de aquella especie de cruzada
antifrancesa. Efectivamente, Luis XII para debelar el poder del Pontificado ideó la reunión de un concilio en Pisa, a base de elementos
adictos que, defendiendo la doctrina de la supremacía conciliar, pudiesen incluso deponer a Julio II. Fue entonces que intervino
Fernando. Trató de disuadir al francés, y al no conseguirlo, bloqueó con la escuadra española el puerto de Liorna, para impedir la llegada
de los supuestos padres conciliares. La intervención española en la alianza resultó decisiva, y los franceses hubieron de retirarse una vez
más al otro lado de los Alpes.

La incorporación de Navarra

Navarra era un pequeño país atravesado en el camino de las grandes potencias, y no era fácil que subsistiese en forma de reino
independiente. Sus reyes, Juan y Catalina, tenían a sus mejores rentas ubicadas al norte del Pirineo. De aquí que Luis XII tuviese medios
más eficaces para coaccionar a los monarcas navarros que Fernando. Tanto uno como otro presionaron cuanto pudieron para inclinar a
Navarra de su parte y utilizarla como pasarela de invasión hacia el reino vecino. Los reyes de Navarra, obligados a decidirse, tomaron
partido por Francia.

La campaña para conquistar Navarra por parte de Fernando duró cinco días. Pamplona abrió sus puertas al ejército del duque de Alba.
Tantas facilidades sólo se explican teniendo en cuenta que un numeroso partido dentro de la propia Navarra (los beamonteses) estaba
ya por la incorporación a los reinos peninsulares. Francia llegó tarde y fue rechazada hasta por los mismos navarros.

Navarra fue incorporada en pie de igualdad a los restantes dominios de la corona fernandina; conservó sus fueros, sus cortes, su
Diputación y la Cámara de Comptos. Pasó a integrarse definitivamente en la historia y el alma de la España moderna.

Los testamentos

Mientras, el heredero de la corona, el príncipe Carlos, hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, crecía y se educaba en los países
Bajos, contra el deseo de su abuelo Fernando. Carlos estaba llamado a heredar España y el archiducado flamenco, y aparte de esto
aparecía como máximo candidato a la corona imperial, así que muriera su abuelo Maximiliano. Don Fernando intuyó mejor que nadie
en su tiempo la “trágica herencia” que uncía a los reinos españoles al carro de la casa de Austria. Y al no conseguir la venida de su
nieto a España pensó, contra todas las leyes dinásticas, desheredarle y conceder la sucesión a su otro nieto, Fernando, el hijo de Juana
la Loca, criado en España. Costó mucho trabajo disuadirlo, y sólo en sus últimos días, ante la amenaza de posibles conflictos, decidió
reconocer como sucesor a Carlos. Fernando el Católico murió en enero de 1516.
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La regencia de los prelados

Los últimos veinte meses del difícil período de las regencias, los cubre el gobierno interino del cardenal Cisneros en Castilla, y del
arzobispo de Zaragoza, don Alonso de Aragón, en el otro reino.

La regencia de Cisneros es corta, azarosa y tal vez no siempre acertada; pero Cisneros representa mucho más que su propia regencia.
Se elevó hasta los más destacados puestos de la Iglesia y el Estado gracias a su fuerte personalidad y su fuerte carácter. Como director
de la reforma interna de la iglesia española, su obra no admite réplica, y perduró de modo fecundo hasta la época tridentina. Mecenas
valedor de ciencias y artes, fundador de la Universidad de Alcalá, etc.

En el aspecto político, fue uno de los más celosos defensores de la autoridad real, y como tal llegó a convertirse en uno de los más
grandes colaboradores de los Reyes Católicos. (Organización de las campañas africanas con vistas a una ulterior evangelización). Pero
sus poderes como regente, conferidos a la vez por otro regente, podían aparecer como discutibles, y a ello se asieron los grandes a la
hora de pedir cuentas al cardenal. También había elementos empeñados en discutir la legalidad de la herencia de Don Carlos. Aquellos
veinte meses señalaron una continua lucha entre el esfuerzo por conservar intacta la estructura del Estado moderno, y los intentos
particularistas, que tendían a su descomposición. Señores y ciudades rompían los lazos de la dependencia al poder central. Para
contener a los nobles ideó un ejército sostenido por las ciudades: la Milicia de la Ordenanza. Tocó entonces el turno de protesta a la
burguesía, alarmada por los gastos necesarios; y el cardenal no tuvo más remedio que dejar su organización a las propias ciudades.

Muchos elementos de la nobleza descontento se exiliaban a los Países Bajos, y acudían a la corte del ya rey de España, Carlos I.
Cuando éste llegase a la Península, lo haría rodeado de caballeros castellanos.

El Arzobispo de Zaragoza, don Alonso de Aragón, hijo natural de Fernando el Católico, gozaba de cierta popularidad en los reinos
aragoneses. Pero ello no sería obstáculo para que al elevarse a la regencia comenzase a encontrar dificultades. Don Alonso no había
heredado las dotes de gobierno de su padre, ni reunía las cualidades de reciedumbre y grandeza de ánimo propias de Cisneros. El
prelado aragonés era concesivo, quizá débil, pero no carecía de una cierta flexibilidad. Logró evitar que la tensión en sus reinos llegase
a un estallido fatal.

En Zaragoza se levantó la poderosa familia Lanuza, en demanda de legitimidad, recordando que, de acuerdo con la tradición
aragonesa, a falta de rey, el gobierno correspondía en corporación a la nobleza. Y, desde luego, se ponían en tela de juicio los derechos
de Carlos I, por haber nacido y haber sido educado en el extranjero. La repulsa a Carlos nacía, en el fondo, de un movimiento tendente
a la separación entre los reinos aragoneses y castellanos. A quien querían proclamar los aragoneses era al infante Don Fernando,
hermano menor de Carlos, quien se encontraba en Castilla a cargo de Cisneros.

Carlos I desembarcó en Villaviciosa de Asturias. Recibía una España difícil, pero con su integridad definitivamente a salvo.

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