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De la familia al vínculo
social. Barcelona: El Serbal.
Es primero desde el vacío del ser, la vanidad de la Ley y la vacuidad del saber que se inicia ese
tiempo de recapitulación y de inauguración.
este período
de crisis, de movimiento, sería poco propicio al trabajo de retorno -a posteriori-
del sujeto sobre su propia historia, indica quizás una resistencia de
los analistas, puesto que la adolescencia es menos una crisis única que una
crisis ejemplar, que el adulto parece querer olvidar para subrayar la barrera
ilusoria que lo separaría del niño
Una teoría de la
adolescencia no es posible más que si el analista acepta exponerse al límite
del discurso analítico, en el sentido en que su posición, con el adolescente,
10 lleva sin cesar al riesgo del discurso filosófico.
Pero si ese saber aparece bajo un aspecto en el peor de los casos catastrófico,
en el mejor, insolente, es porque es saber de los límites, saber de
la incongruencia de la promesa edípica, de lo intempestivo de la cuestión del
ser, de la incompletud de la ciencia propuesta como saber ideal, de la incoherencia
de los discursos socialmente dominantes.
el trabajo de emancipación
de un sujeto que primero se presenta como el más alienado posible; tanto
más cuanto que en este relato la liberación se apoya en el amor. Segundo,
entre el personaje y el lector existe una distancia histórica y geográfica justa.
Tercero, específicamente para las chicas, hay, en esas historias de mujeres,
una propuesta de feminidad distinta a la de la madre; allí donde la niña
es mostrada -en especial en los cuentos- en un conflicto con la mala madre,
la madrastra, no siendo las buenas figuras femeninas, las hadas, ni maternales
ni reales, la adolescente busca una feminidad positiva pero realista
que encarnará de manera privilegiada aquella que logre someter el deseo masculino
al amor.
En ese mundo del adolescente, asistimos a una reconstrucción del super-yo,
del ideal del yo y del yo ideal; las órdenes superyoicas han cambiado y en cierto
modo son remitidas a un mundo arcaico, persecutorio, que la fase de latencia
había hecho olvidar. El ideal del yo se despega de los rasgos producidos
por la identificación proyectiva con los padres: el héroe es ante todo
un solitario, alguien aislado, incluso abandon';ido, sin familia, y que saca su
fuerza de otra parte que de su educación; ya no basta con tener por objeto
el convertirse en un adulto sexuado. E.I yo ideal, amenazado así en su humanización,
no es ya sostenido por la madre sino, en el mejor de los casos, por un compañero, una banda, pero también es
acechado repetitivamente por la depresión.
Dios se convierte en referente necesario cuando los padres revelan no estar hechos de una materia
diferente a la de los niños
reactivación en la
madre de la problemática de su propia adolescenéia, ya sea bajo el modo
de un reinvestimiento narcisista o, lo que a veces ocurre, por un hundimiento
maníaco-depresivo, tanto más cuanto que el período de adolescencia
de las hijas es con frecuencia contemporáneo de la menopausia de
las madres.
La madre es considerada así como la Madre primordial, no en su maternidad
sino en su feminidad; la hija se revela también potencialmente como madre
El que los padres no estén hechos de otra materia que el niño, que cualquier
sujeto sea, en lo Real, equivalente a otro, que cada cuerpo, por lo tanto
el de los padres, sea objetivable, minan la base de la autoridad de los padres,
de su calidad de garantes, de referentes del gran Otro, algo que para el
adolescente es, en primer término, la experiencia de una decepción, y que
anima sus reivindicaciones como tentativas de restaurar a los padres en este
lugar.
dos pasiones del adolescente: la pasión de la escritura, en donde lo que se escribe
viene a sostener una palabra sin interlocutor; la pasión genealógica, en la búsqueda
de un ancestro que haga de punto de detención a esta defección del
Otro.
La cuenta del adolescente, abierta sobre el infinito de las filiaciones -y
es en ese sentido que la «crisis de las generaciones» es estructuran te- puede
entonces situar a todos los adultos, vivos o muertos, de un mismo lado,
hacia lo ancestral, «los viejos», (<1os ruinosos», repartidos entre los buenos
y los malos: lo bueno, cuando se manifiesta allí una ((originalidad» supuesta,
lo malo, cuando la función de transmisión prima sobre la figura; lo bueno
cuando el Otro encuentra allí encarnación, lo malo cuando se revela faltanteo
El riesgo consiste en que el adolescente se juega allí su desarrollo: o bien
acepta ser el eslabón siguiente, del mismo valor que ese padre ahora caído,
o bien rehúsa transmitir y permanece detenido ante la semejanza, bajo el
modo de una inhibición o el de una agitación que clásicamente encontramos
en la clínica del adolescente.
la operación de sublimación
sea designado como el que lleva a la homosexualidad, siendo la
amistad la fórmula valorizada.
en la adolescencia, el encuentro
con el otro sexo pasa en primer término por la reunión de una generación
marcada por sus modos, sus ritos, su vocabulario, incluso por el
rechazo de los «mocosos» y los «viejos». La unidad de la banda, por ejemplo,
exige que ésta sea, sin que importe el sexo de cada uno de sus miembros,
fraternal y asexuada, puesto que la introducción de un primado acordado
a la diferencia sex'llal tendría como doble efecto reintroducir la cuestión
del padre y de la madre, y provocar la división.
las razones de la homosexualidad del adolescente: la búsqueda
de un semejante con el que puedan'conjugarse amor y deseo y rechazar
que el orden de lo sexual sea en lo sucesivo el de una diferencia infranqueable
entre los sexos. En la búsqueda de la semejanza, de la reunión de dos compañeros, no
sería falso afirmar que todo amor comporta este componente homosexual
adolescencia como ese momento en el que las imágenes parentales
fueron trastocadas.
en la homosexualidad masculina
hay, por una parte, un verdadero investimiento de la zona genital y una
«creencia en el falo», incluso si eso puede llegar, marcando una perversión,
hasta el sobreentendido de un falo maternal prevalen te; por otra parte,
un investimiento de la zona anal, feminizada, en el sujeto o en el compañero,
o con mayor frecuencia, en los dos. En la homosexualidad femenina,
si existe un investimiento sexual de la zonas genitales -fuera del falo- y anales,
es secundario en la mayor parte de los casos, con respecto a la prevalencia acordada a la ternura, incluso a lo
que serían «placeres preliminares» en
una relación heterosexual Paralelamente, si en la exclusión misma de la que
las mujeres son objeto, la feminidad o la Mujer pueden ser valorizadas por
el homosexual masculino, la homosexualidad femenina, próxima a la reivindicación
histérica, va con la mayor frecuencia a la par de una acusación
contra los hombres y la masculinidad. Homosex'Uales hombres y mujeres se
unirán contra la denominada «falocracia», pero evidentemente desde un
lugar diferente. separación, no neta, entre amor y deseo, pero sí interna a cada
uno de esos términos: había un amor posesivo y un amor de reconocimiento,
un deseo que llevaba a los objetos parciales y un deseo sobre el objeto
total. madre y padre
de la realidad -siempre cuestionados y decepcionantes para el adoles
Lo que nos muestran tanto los amores adolescentes como la erotomanía, y ello
se presta a confusión diagnóstica, es que lo que se busca e, un estado amoroso
en el que, paradójicamente, e! objeto al que se trata de apegarse es intercambiable. Que el estado prevalezca
sobre el objeto nos parece ~star tainbién
en juego en e! acceso de celos. (166)