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El vampirismo no es enfermedad.

Los vampiros son muertos que


andan –explica un científico a la mitad de toda película de
vampiros. La vampirología es un conocimiento extenso. Admirable
si se tiene en cuenta que es el estudio de algo que no existe.
Además de ser extenso, está muy extendido: la gente común y
corriente sabe más de vampiros que de los otomíes por ejemplo. En
las películas de vampiros, los espectadores saben más de
vampirología que los protagonistas, que para enterarse de lo que
está pasando tienen que recurrir a un pequeño manual del siglo
XVIII, o bien a un pergamino, que desenrollan con música de fondo,
de preferencia de armonio. El que abre el manual o desenrolla el
pergamino aprende muchas cosas, pero está casi siempre perdido,
con grandes probabilidades de terminar vampirizado. Los demás
protagonistas, en cambio, no dan pie con bola, y hacen una serie de
cosas que a nadie se le ocurriría hacer sabiendo que la película es
de vampiros: caminar por el bosque a la media noche, entrar en los
cementerios, andar jaloneando tumbas, meterse en un castillo
medieval sin encender la luz, dormir con la ventana abierta, darle la
espalda a unos cortinajes de brocado, colgar de la pared cuadros de
difuntos dientones…
Nunca se ha sabido de vampiros plebeyos, siempre pertenecen a
las mejores familias. Han sido enterrados con leontina, gorguerra y
un anillo, en un ataúd muy cómodo, en donde han pasado varios
siglos. Para despertarlos basta cualquier descuido: alguien se corta
Siempre se mueven en círculos sociales repletos de guapas y a
todas seducen. Alguna de esta Gente que en la vida real sería
incapaz de producirle pasión a una mosca, adquiere en la película
una fascinación irresistible, debida en parte al gredingote y en parte
al peinado estilo Directorio. No sólo se alimentan de ellas, sino que
las esclavizan, entran en sus habitaciones por la ventana, las
obligan a caminar descalzas y en camisón por páramos helados, por
pasadizos secretos o por pretiles y lo que es peor, quieren casarse
con ellas en ceremonias heterodoxas, en las que siempre interviene
un ataúd. Pero ser vampiro tiene sus desventajas. -Hace doscientos
cuarenta años que no veo la luz del día-, dice el vampiro que vi en
la última película. Pasan el día durmiendo en el ataúd y cuando
anochece salen a cenar. Debido en parte a estas limitaciones y en
parte a que en su existencia anterior tuvieron buena servidumbre,
siempre se las arreglaban para tener mozos fidelísimos, encargados
de hacer las labores que sea necesario despachar a la luz del día, y
evitar que algún entrometido llegue a la habitación y encuentre al
vampiro dormido en su sepulcro. Como todos sabemos, los
vampiros no se reflejan en el espejo, ni proyectan sombra. En esto
los reconocemos, porque los colmillos famosos son plegables y no
los sacan más que cuando les conviene. También pueden, según
parece, comer de todo y hasta beber cosas que no sean sangre
humana. La vista de la cruz les hace tanto daño como el sol. El
vampirismo no es enfermedad, pero se contagia. Por esta razón es
necesario aniquilar a los vampiros. No es fácil matarlos, porque
como ya dijimos, ya están muertos. Sin embargo, es posible
rematarlos con balas de plata –que también sirven para matar a los
lobos humanos- o a martillazos, atravesándoles con una estaca el
corazón. Estos dos procedimientos para deshacer vampiros,
además de ser complicadísimos, tienen el defecto de ser
sangrientos. Por eso yo recomiendo, para final de película
vampiresca, que al vampiro se le haga tarde y le amanezca. Puede
derretirse y convertirse en un charco, puede irse cuarteando y
acabar en un montoncito de tierra, puede también evaporarse,
quedar en forma de mal olor y antes de desaparecer por completo
puede ser percibido por un perro, y hacerlo aullar.

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