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políticos de la filosofía
http://verne.elpais.com/verne/2017/03/08/articulo/1488988124_863134.html
Es más, aunque eliminemos las desigualdades económicas, seguirá habiendo gente más
inteligente o personas cuyos talentos se valorarán más en una sociedad determinada. Por
ejemplo, si Messi hubiera nacido en el siglo XIII, no habría podido desarrollar todo su
potencial fubolístico.
Es decir, gran parte de lo que logramos depende de cómo nos haya ido en la lotería
genética y social. Por eso muchas desigualdades son injustas. No son el resultado de una
meritocracia, sino que perpetúan ventajas y desventajas sistémicas.
De todas formas y aunque estemos de acuerdo con esto, ¿cómo podemos corregir estas
desigualdades? ¿Podemos ponernos de acuerdo en cómo lograr una sociedad más justa?
¿Qué ocurre cuando la igualdad entra en conflicto con la libertad?
Rawls cree que la sociedad debe ofrecer “un sistema justo de cooperación social a lo
largo del tiempo y que se transmita de generación en generación”, tal y como escribe en
Justicia como equidad: una reformulación. Pero también es consciente de que no hay
un acuerdo público acerca de cómo lograr este sistema. Para alcanzar cierto consenso, el
filósofo estadounidense recurre a una idea clásica, que reformula por completo: la del
contrato social, es decir, el acuerdo tácito entre los ciudadanos y el Estado.
Hobbes, Locke y Rousseau usaron este concepto para explicar por qué la sociedad es
como es y por qué nos hemos dado unas leyes y no otras. En cambio, Rawls recurre a él
para plantear cómo debería ser una sociedad justa.
Estamos bajo “el velo de la ignorancia”, en lo que Rawls llama la “posición original”.
Como recoge Camps en su Breve historia de la ética, según el filósofo en esta situación
todos nos imaginaremos a nosotros mismos en la posición más desfavorable, por lo que
optaremos por una sociedad que nos proteja.
Libertad e igualdad
Rawls apunta que bajo el velo de la ignorancia lo razonable es llegar a dos principios
básicos de la justicia:
1. El primero asegura libertades básicas e iguales para todos los ciudadanos, como la
libertad de expresión y de religión.
Por ejemplo, desde el liberalismo muchas veces se afirma que cualquier acuerdo
económico entre dos personas libres es válido, lo que permitiría trabajar por menos del
salario mínimo o incluso vender un riñón. Si la persona quiere hacerlo, ¿por qué hay
que prohibírselo?
Pero como recuerda Michael J. Sandel en Justicia, no todos tenemos el mismo poder a
la hora de negociar un acuerdo. ¿Qué clase de libertad para vender un órgano tiene una
persona que se encuentra en una situación de pobreza extrema?
Precisamente uno de los objetivos del velo de la ignorancia es eliminar, aunque sea en
un ejercicio mental, estas diferencias en el poder de negociación para poder llegar así a
un acuerdo básico que sea justo para todos.
Por ejemplo, el filósofo marxista Gerald A. Cohen (1941-2009) cree que en una
sociedad realmente justa todo el mundo sería igual de rico. Además, todos deberíamos
estar dispuestos a trabajar por el beneficio de la sociedad y no por el nuestro si, como
dice Rawls, somos racionales y razonables.
Otras críticas llegan del feminismo y del comunitarismo. Como explica Sandel, uno de
los exponentes de esta segunda corriente, “no se puede razonar sobre justicia
abstrayéndonos de nuestros objetivos e inclinaciones”. No somos personas abstractas
que viven en sociedades ideales, sino que tenemos identidades concretas y vivimos en
un contexto también determinado. Es decir, la justicia debe enfrentarse a estas
diferencias y no reflexionar como si fuéramos personas sin atributos.
La crítica más influyente quizás sea la que firmó Robert Nozick (1938-2002), cuando
publicó Anarquía, estado y utopía en 1974. Si Rawls sentó las bases del pensamiento
socialdemócrata contemporáneo, Nozick hizo lo mismo para el liberalismo moderno.
“Se resume en una tesis simple -escribe Camps-: cuanto menos Estado, más justicia”.
Camps recuerda que ambos filósofos tienen mucho en común: ambos eran
estadounidenses y contemporáneos, y además trabajaban en el departamento de
Filosofía de la Universidad de Harvard. Igual que Rawls, Nozick también parte de un
estado natural hipotético parecido a la posición original.
Pero de estas condiciones surge un Estado que solo detenta el monopolio del poder y la
fuerza, y garantiza la protección y las libertades de los ciudadanos, pero no tiene
ninguna función de redistribución de la riqueza. Si alguien quiere ceder parte de su
dinero en favor de los menos favorecidos, está en su derecho, pero se trata de una
opción y no de una obligación.
De todas formas y como explica Brennan, Nozick justifica la posibilidad de que haya
desigualdades, pero no necesariamente las desigualdades que existen en la sociedad
actual. No ha habido siempre un mercado libre que haya permitido la creación de
riqueza de un modo justo y según decisiones autónomas por parte de todas las personas
que participaban en estas transacciones.
Por poner un ejemplo extremo, si la riqueza actual de una familia procede de la venta de
esclavos no se puede decir que tenga un origen justo. Nozick podría admitir que este
tipo de desigualdades se corrigieran con la intervención del Estado.
Las críticas a Rawls son comprensibles si recordamos que estamos hablando de política.
Pero no podemos olvidar que este filósofo es el autor de “la defensa más convincente en
favor de una sociedad igualitaria que haya producido la filosofía política estadounidense
hasta la fecha”, como escribe Sandel.
Rawls ofrece las razones por las que las sociedades justas necesitan proteger la libertad
y la igualdad. Esta es una de las labores de la Filosofía. “A la Economía o al Derecho no
les interesa ese fundamento último -nos explica Camps-. Ya lo dan por supuesto.
Hacerse esas preguntas es tarea del filósofo”.
De hecho, una de las muchas cosas que podemos aprender de este filósofo es que se
negó a dar por supuesta la sociedad tal y como la conocemos. Rawls se niega a admitir
que las cosas tengan que seguir igual solo porque siempre han sido así y considera que
esa actitud conformista no es más que una excusa para mantener las injusticias. Cada
nuevo e incómodo “¿por qué?” pone de manifiesto, como mínimo, que nuestras
sociedades deben y pueden ser mejores.