Вы находитесь на странице: 1из 18

Sanidad Interior

La sanidad emocional o sanidad interior es un proceso de restauración espiritual de


personas afectadas por problemas espirituales y emocionales, que resultan de dar lugar a
sentimientos negativos y destructivos en la vida.
 Muchísimas experiencias de dolor y contradicción provocan heridas en el ser
interior, que no cicatrizan.
 Estas heridas traen como resultado amargura, tristeza, depresión, sentimientos de
auto-destrucción, odio, celos, rencor y otros sentimientos que echan a perder el
gozo y la paz interior.

El evangelio tiene un gran poder SANADOR que, mediante la aplicación del amor y el
ejercicio del perdón, puede liberar a la persona de estos sentimientos y restaurar en ella el
gozo y la paz del Espíritu Santo.

La sanidad emocional involucra un proceso, que sigue ciertas instancias.


 Es necesario confiar (ejercer fe) en el poder amoroso del Señor para sanar las
heridas interiores (Is. 61:1).
 Hace falta reconocer el problema, permitiéndole al Espíritu traer a la memoria
aquello que hiere o está produciendo el dolor interior.
 Es bueno orar sobre cada sentimiento y recuerdo negativo, renunciando a él y
pidiendo liberación y sanidad al Señor.
 Y, por cierto, hay que proclamar la liberación y la sanidad del afligido con acción de
gracias a Dios.

Tanto creyentes como no creyentes necesitan de la sanidad emocional y de un ministerio


de restauración.
Los creyentes tienen necesidad de sanidad emocional.
El hecho de que somos nuevas criaturas en Cristo Jesús no nos vacuna de sufrir heridas
emocionales.
Todos nosotros somos personas quebrantadas por causa de nuestro propio pecado
autodestructivo o por haber sido victimizados por el pecado de otros (2 Co. 4:7).
Todos nosotros tenemos algo roto que necesita ser reparado si es que vamos a ser
personas plenas en Cristo.

1
Nuestra plenitud de vida no es el resultado automático de nuestra salvación, sino el
resultado de nuestra santificación a través de la obra del Espíritu en nosotros.
Como personas quebrantadas somos como las vasijas resquebrajadas, y “goteamos” la
presencia del Espíritu Santo. Todos tenemos necesidad de un ministerio de arreglo o
restauración.

Los no creyentes tienen necesidad de sanidad emocional.


Después de experimentar con el cerebro humano, Wilder Penfield, quien fuera
neurocirujano en la Universidad McGill de Montreal, Canadá, extrajo algunas
conclusiones.
Primero, el cerebro registra cada experiencia que tiene una persona.
Segundo, el cerebro también registra los sentimientos que acompañan a estas
experiencias.
Tercero, a través del proceso del recuerdo, una persona puede ser consciente del
presente mientras que revive una experiencia pasada.
Cuarto, las experiencias pasadas registradas todavía existen aun cuando una persona no
sea plenamente consciente de ellas. Algunas de estas experiencias pueden ser recordadas
en cualquier momento, mientras que otras están enterradas más profundamente
(reprimidas) en el subconsciente de la mente y pueden ser accesibles a través de sueños o
recordatorios externos.
Quinto, estas experiencias pasadas influyen no sólo sobre el presente, sino también sobre
el futuro, conformándolo, guiándolo y frecuentemente limitándolo.
Los no creyentes no están vacunados contra las memorias traumáticas del pasado. Por el
contrario, el diablo utiliza estas memorias para mantenerlos en las tinieblas, en la
esclavitud y en la enfermedad.

La iglesia tiene necesidad de sanidad emocional. La iglesia es una comunidad terapéutica,


pero para poder cumplir adecuadamente con su ministerio y misión en el mundo, necesita
ser una comunidad sana emocionalmente.
Una comunidad terapéutica acepta a las personas tal como están y como son, pero las
ama lo suficiente como para no permitirles permanecer de esa manera (Gá. 6:1).

2
Esto significa que los líderes espirituales que comparten la responsabilidad espiritual y
moral por el cuidado del rebaño junto a los pastores, deben estar equipados en su papel
de proteger la salud espiritual y emocional del cuerpo de Cristo.
Para poder cumplir con nuestro ministerio en la iglesia necesitamos estar completos y ser
maduros en y como Cristo.
Al igual que los automóviles viejos, de tiempo en tiempo todo creyente se descompone o
pierde su alineación en relación con Cristo y está en necesidad de reparación.
Consciente o inconscientemente muchos creyentes viven de manera auto-destructivas y
están en necesidad de reparación.
De otra manera, no podrán servir a otros que se encuentran en una situación similar. El
foco del ministerio de sanidad emocional de la iglesia debe estar puesto sobre la plenitud
de las personas de modo que puedan transformarse en ministros efectivos para los
demás. Las personas son restauradas para que puedan ser canales útiles en el servicio de
Dios.

LAS ÁREAS DE LA SANIDAD EMOCIONAL


La sanidad emocional y el ministerio de restauración tienen que ver básicamente con tres
áreas muy importantes de la persona humana: su mente, su voluntad y sus emociones.

La sanidad de la mente
No es lo mismo sanidad de la mente que sanidad mental.
La sanidad de la mente tiene que ver más con los procesos del pensamiento y las
emociones que están ligadas al mismo.
Por “mente” entendemos aquí esa parte o aspecto de nuestro ser al que hacía referencia
Jesús cuando decía: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr. 12:30).
Mente en este apartado es esa realidad a la que se refiere Pablo cuando dice que en
nuestra guerra espiritual, nosotros “destruimos argumentos y toda altivez que se levanta
contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta
a Cristo” (2 Co. 10:5).

El Señor quiere y nos ordena que nos ocupemos en la tarea de poseer la tierra interior de
nuestras vidas. El primer terreno dentro de la tierra interior es el de la mente.

3
Cuando hablamos de sanidad interior o emocional, debemos reconocer que la mente es
un gran campo de batalla. No puede haber paz en la vida de una persona hasta que cada
pensamiento haya sido puesto bajo la obediencia a Cristo. Para comprender mejor el
significado de la conquista de nuestra mente para Cristo, vamos a hacer varias
consideraciones.
El campo de batalla. El campo de batalla en la conquista de la mente son los
pensamientos. Es en la esfera de los pensamientos que rendimos nuestra mente al
enemigo. Una mente cuyos pensamientos no son dignos es una mente abierta a ser
colocada bajo cautividad.
Por eso, Pablo nos amonesta a desarrollar una manera de pensar que se ajuste a una
disciplina cristiana, es decir, regida por Cristo (Fil. 4:8).
Una mente que no está bajo el señorío de Cristo es una mente pasiva. Los poderes del
razonamiento caen en un estado de inercia y se da la bienvenida a cualquier pensamiento
que aliente ese estado de inercia. Si la persona no usa su mente, los demonios sí la van a
usar. Poner la mente en blanco es invitar al diablo a que escriba en ella lo que él quiere.

EJERCICIO
Una mente cuyos pensamientos no son convenientes.
Colocar el pasaje bíblico que corresponda:
a. Es una mente que no ha sido regenerada.
Está ciega: .
Está embotada: .
Es desobediente: .
Es enemiga: .

b. Es una mente carnal.


Es muerte: .
Es enemiga de Dios: .
No quiere ni puede obedecer a Dios: .
No puede agradar a Dios: .

4
c. Es una mente reprobada.
Cambia el conocimiento de Dios por la depravación mental: .
Cambia los buenos deseos por los malos deseos: .
Cambia la verdad de Dios por la mentira: .
Cambia el juicio de Dios por la práctica del pecado: .
Pasajes: Romanos 1:24; Romanos 1:25; Romanos 1:28; Romanos 1:32; Romanos 8:6;
Romanos 8:7a; Romanos 8:7b; Romanos 8:8; 2 Corintios 3:14; 2 Corintios 4:4; Efesios
2:3; Colosenses 1:21

La estrategia de Satanás. La estrategia de Satanás consiste básicamente en engañar y


anular la mente.

La victoria de Dios. Para disfrutar de la victoria de Dios sobre la mente son necesarias
cuatro cosas.
(1) Debemos vestirnos la armadura de Dios (Ef. 6:14–17): el cinturón de la verdad, la
coraza de la justicia, el calzado del evangelio, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y
la espada del Espíritu.
(2) Debemos apropiarnos de la verdad de Dios (Jn. 8:31–32). El engaño es expulsado por
medio de la verdad. La verdad de Dios es la que nos libera. Para ello es importante que
como creyentes discernamos la fuente de los problemas y del sufrimiento que
afrontamos, esperemos recibir la iluminación de la luz de Dios conforme a su Palabra,
resistamos a la mentira en todas sus formas, venzamos una por una toda mentira y sus
obras al tiempo que rechazamos sus beneficios, y permitamos que la verdad penetre en
cada área de nuestras vidas.
(3) Debemos renovar nuestra mente. Para ello es necesario que examinemos la fuente de
nuestros pensamientos, hagamos que cada pensamiento se someta a la obediencia a
Cristo (2 Co. 10:5), liberemos la mente de la carne (Ro. 8:7), renovemos la mente en la
voluntad de Dios (Ro. 12:2) y permitamos que el arrepentimiento haga un trabajo
perfecto.
(4) Debemos activar nuestra mente. Lo hacemos con una decisión responsable. Debemos
ser capaces de decir: “Mi mente me pertenece y voy a hacer uso de ella.” No permitas que
ninguna fuerza externa emplee o controle tu mente. Lo hacemos también con una

5
iniciativa. Toma la iniciativa en cada acción y no dependas de nadie más. Antes de actuar,
consulta siempre al Señor. Y, finalmente, lo hacemos con un pensamiento. Comienza a
pensar, razonar, recordar y comprender. Permite que tu mente funcione normalmente.
El crecimiento espiritual hacia una vida victoriosa y la renovación de la mente están
íntimamente relacionados. La Biblia nos exhorta diciéndonos que debemos “ser
renovados en la actitud de nuestra mente” (Ef. 4:23). Esta es una orden de parte de Dios.
La renovación se lleva a cabo a medida que permitimos que la verdad de Dios sature todas
y cada una de las áreas de nuestro pensamiento. Debemos cultivar lo mejor en el campo
de nuestra mente, si es que pretendemos tener un ministerio digno del Señor (Os. 10:12).

Sanidad de la voluntad
La voluntad del ser humano es la esencia de lo que él o ella es como persona.
Por ser seres humanos dotados de voluntad propia, tomamos decisiones que no sólo
determinan nuestra vida diaria, sino que de algún modo definen también nuestro destino
eterno.
El Creador le ha dado al ser humano libre albedrío. Es por eso que él nunca nos mueve por
la fuerza o por coerción, ni actúa para controlarlos o manipularnos. La voluntad es aquello
que está colocado entre el bien y el mal.
Es esa parte del ser humano que cuando está unida a la voluntad de Dios brinda una unión
profunda, que produce una armonía única entre la criatura y su Creador, y suelta por
completo el poder de Dios en una salvación plena. El ser humano puede decirle “no” a
Dios, y Dios siempre va a respetar esa decisión. Pero también estará permanentemente a
la espera de un cambio de actitud, para volcar todo su amor y poder en beneficio de quien
así se lo permite.
Hacer la voluntad de Dios en todo es la mejor opción para nosotros como siervos suyos,
aun cuando a veces parezca lo contrario. En Getsemaní, Jesús oró: “No se cumpla mi
voluntad, sino la tuya” (Lc. 22:42). Y su decisión libre y voluntaria fue la mejor, no sólo
para él, sino para toda la humanidad. La obediencia a Dios en el terreno de la voluntad es
la garantía de nuestra libertad y felicidad. La desobediencia a Dios en el terreno de la
voluntad es expresión de nuestra esclavitud a Satanás. Por eso, uno de los campos de
batalla más duros en la guerra espiritual es el de la voluntad. En relación con esto, hay tres
cuestiones muy importantes a notar.
El potencial de la voluntad. No es fácil definir qué es la voluntad ni describir su naturaleza.
Una manera fácil de entenderla es señalar que la voluntad comunica lo que deseamos, así
como las emociones expresan lo que sentimos y la mente manifiesta lo que pensamos. La

6
voluntad es el órgano por medio del cual tomamos las decisiones. Dios nos creó con la
capacidad de tomar decisiones. Él nos dio libre albedrío. La voluntad es nuestro propio yo
actuando con libertad. Por eso, nuestras decisiones o elecciones revelan nuestro carácter.
La vida espiritual comienza con una elección. Elegimos hacer la voluntad de Dios, y que
ésta se convierta en nuestra propia voluntad y deseo. La voluntad de Dios se convierte así
en la meta de nuestra vida. Cuando comprometemos nuestra vida con Cristo, la meta ya
es ser nosotros mismos. El arrepentimiento significa renunciar a una vida centrada en
nosotros mismos y en hacer lo que queremos. La salvación significa la liberación de la
voluntad natural, animal, carnal y orientada hacia el yo, para vivir conforme a la voluntad
divina. La vida espiritual significa algo más que las emociones o el intelecto, pues incluye
también la redención de nuestra voluntad.
La unión espiritual se produce cuando la voluntad humana se une a la voluntad divina. El
producto de esta unión es la obediencia. La desobediencia, por el contrario, significa
seguir nuestra propia voluntad. Como creyentes somos hijos de obediencia y esto significa
que debemos poner fin a nuestras propias obras y deseos. Además, el producto de esta
unión espiritual es un nuevo corazón. Un nuevo corazón significa la armonía total entre la
voluntad divina y la voluntad humana. Si fallamos en tener un nuevo corazón para con
Dios, vamos a fracasar como la mujer de Lot o Balaam. No tratemos de vivir para nosotros
mismos, sino para Dios (Mt. 10:38–39).
La voluntad de Dios es la que debe controlar nuestra mente y voluntad. Nuestra mente
subconsciente es el depósito de las experiencias pasadas y desde allí ejerce una notable
influencia sobre nuestra voluntad. El enemigo usa el subconsciente para proyectar
pensamientos a la mente consciente, de modo de controlar nuestra voluntad. Ahora, la
voluntad puede recibir o rechazar estos pensamientos. Cuando estos pensamientos ajenos
a la voluntad de Dios dominan a la mente, la voluntad queda vulnerable a la obra del
maligno. Satanás logra controlar la voluntad cuando ésta cesa de resistirlo en ésta área.
Por el contrario, la renovación de la mente genera nuevas fuerzas a la voluntad y libera del
cautiverio. Por medio de la renovación de la mente se libera la fuente de la tentación. Así
ocurrió en la experiencia de Jesús, al punto que pudo decir: “Viene el príncipe de este
mundo. Él no tiene ningún dominio sobre mí” (Jn. 14:30).
El cautiverio de la voluntad. Satanás obra con dos armas sobre la voluntad: el engaño y la
pasividad. Por un lado, la obra del engaño esclaviza la voluntad. Este engaño puede sonar
muy bien, como cuando un creyente dice: “Cristo vive en mí” (Gá. 2:20b). Pero termina
siendo un concepto errado si yo no estoy vivo. El concepto correcto debe movernos a
poder decir: “Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios.” El
principio divino aquí es que Dios no quiere que desaparezcamos como personas para que
su vida se manifieste. Otro engaño bastante común es el de aquel creyente que recita:

7
“He sido crucificado con Cristo” (Gá. 2:20a). Aquí también puede haber un concepto
errado, como pensar: “Estoy muerto y debo actuar como un muerto.” El concepto
correcto, más bien, es poder decir: “Yo morí con Cristo y ahora he resucitado para vivir
por medio de su vida.” Aquí el principio divino es que el propósito de Dios para el creyente
no es la muerte sino la vida. Una tercer declaración que puede resultar en engaño es
decir: “Dios es quien produce en mí tanto el querer como el hacer” (Fil. 2:13). El concepto
errado en este caso está en pensar: “Yo no actúo, solamente me rindo y Dios es quien
actúa y trabaja en mi lugar.” El concepto correcto es: “Como yo tengo en mí su poder, le
permito actuar, y todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). El principio divino
en este caso es que Dios nunca deja a un lado la voluntad humana ni pide al ser humano
que renuncie a toda acción para que él pueda actuar.
Hay varias otras instancias en las que el engaño tergiversa la Palabra de Dios para someter
la voluntad del creyente a cautiverio. Es el caso del que dice: “Yo soy de los que le
obedecen en el Espíritu” (Hch. 5:32). En esta manera de expresar la verdad bíblica puede
haber un concepto errado, si lo que la persona está afirmando es: “Tengo que rendir todo
mi ser al Espíritu invisible y dejarlo actuar.” El concepto correcto es, más bien: “Obedeceré
a Dios el Padre por medio de su Espíritu Santo.” En este caso, el principio divino es que el
Espíritu Santo no piensa por medio de mi mente, ni siente por medio de mis emociones, ni
decide por medio de mi voluntad. El Espíritu Santo me guía por medio de impresiones
divinas que recibo en mí espíritu. Así también puede resultar en engaño la frase: “Dios ha
derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Ro. 5:5).
Esta verdad bíblica se transforma en engaño cuando el creyente desarrolla el concepto
errado, que afirma: “Yo no voy a amar, porque el Espíritu Santo es quien lo va a hacer por
mí.”
El concepto correcto es el que nos lleva a decir: “Yo voy amar en la medida en que el
Espíritu Santo derrame en mí el amor de Dios.” El principio divino en esta oración es que
amar es una decisión de la voluntad y debemos escoger amar como Dios nos ha amado.
A veces el engaño se agazapa tras la frase piadosa: “Den gracias a Dios en toda situación”
(1 Ts. 5:18). Aquí el concepto errado es el que nos lleva a aceptar todas las circunstancias
como si fueran la voluntad de Dios. Por el contrario, el concepto correcto es el que nos
hace pensar: “Yo me someto a Dios en todas las circunstancias,” porque el principio divino
es que la sumisión a Dios y la resistencia al mal tienen que trabajar juntas (Stg. 4:7). Otros
creyentes caen en engaño con la frase paulina: “Porque cuando soy débil, entonces soy
fuerte” (2 Co. 12:10). Sería un error desear ser débil para así ser fuerte. El concepto
correcto es que el creyente no debe escoger la debilidad, pero sí el creyente débil debe
buscar la fortaleza de Dios. El principio divino es que en cualquier estado en que nos
encontremos, Dios es suficiente. Una de las frase hechas más conducentes al engaño es la

8
que nos enseñó Jesús para la oración: “Hágase tu voluntad” (Mt. 6:10). Un concepto
errado en cuanto a estas palabras nos lleva a pensar: “Yo no tengo que escoger, porque es
Dios quien ejerce su voluntad sobre mí.” Pero el concepto correcto es el que nos mueve a
declarar: “Yo escojo hacer su voluntad en todo.” El principio divino en este caso es que
Dios nunca sustituye la voluntad nuestra por la de él; él quiere que nuestra voluntad sea la
de él.

Por otro lado, la obra de la pasividad también esclaviza la voluntad. Hay ciertos pasos de
la pasividad. El creyente comienza a dejar de ser activo y da lugar a la indolencia, la
indiferencia, la inercia, y finalmente cae en inacción. Dios no puede usarlo porque su
voluntad ya no opera en su vida. Dios quiere que el creyente coopere con él por medio del
ejercicio obediente de su voluntad y mediante el uso de sus facultades, pero el creyente
ya no le busca. Dios desea llenarlo de su Espíritu Santo, de sus dones y de su fruto, pero el
creyente ya no desea más de él. Entonces, los espíritus malignos toman ventaja de la
pasividad y comienzan a involucrarse en la voluntad del creyente. Le quitan el gozo de la
salvación, el deseo del servicio, el placer de la alabanza y el poder para servir. Estos
demonios aquietan al creyente y no le permiten usar sus facultades, ni operar con los
dones del Espíritu Santo, ni dar el fruto que deben producir.
Algunos síntomas de de la pasividad son los siguientes: (1) inercia, que es la incapacidad
para servir; (2) inconstancia, que tiene que ver con innumerables tareas sin terminar; (3)
incapacidad, que es la imposibilidad para concentrarse; y, (4) inacción, que es la
incapacidad para tomar decisiones e iniciar acciones.

La liberación de la voluntad. ¿Cuáles son los pasos para la liberación de la voluntad? Estos
pasos son seis:
(1) Es necesario recibir la verdad. El engaño queda al descubierto cuando recibimos la
verdad. Para que haya liberación de la pasividad es necesario que se conozca la verdad. Es
fundamental estar dispuesto a saber la verdad acerca de uno mismo, es decir, admitir que
uno es susceptible al engaño. Será de ayuda reconocer las áreas de engaño en la vida y
sacar al descubierto el terreno que se ha entregado al enemigo. Habrá que renunciar al
engaño y la pasividad. Cuanto más profundo sea el engaño y más aguda la pasividad tanto
más habrá penetrado el enemigo en el terreno de la voluntad.

(2) Es necesario activar la voluntad. Al activar la voluntad rompemos con la trampa del
engaño y la atadura de la pasividad. Cuando nuestra voluntad comienza a responder a la

9
voluntad de Dios, empieza también a activarse. La voluntad se energiza por medio de la fe,
porque la fe es siempre activa (Sal. 40:8). La voluntad se fortalece por medio de la verdad,
ya que la verdad nos llama a la libertad.

(3) Es necesario tomar decisiones. Las decisiones ejercitan la voluntad.


La persona pasiva no puede actuar por su propia voluntad; es como un corcho en el mar.
El ejercicio de la voluntad a través de las decisiones es importante. Por eso, es importante
estar firme en las decisiones y romper con la duda (1 Co. 7:37). Hay que estar dispuesto a
tomar decisiones, aun a riesgo de equivocarse, y a aceptar la responsabilidad por tomar
esas decisiones, sin permitir que sean las circunstancias las que nos guíen. Algunas
personas prefieren ser manejadas por las circunstancias, en lugar de tomar sus propias
decisiones. Con frecuencia se les escucha decir: “Vamos a ver qué pasa.” La persona
pasiva supone erróneamente que Dios va a tomar todas las decisiones en lugar de ella.

(4) Es necesario luchar contra el enemigo. Para ello hay que presentar batalla al enemigo
en el terreno de la voluntad (Stg. 4:7), resistir al intento del enemigo por gobernarnos,
recuperar el terreno perdido, trabajar activamente con Dios para que él pueda usar todas
y cada una de nuestras facultades, y no aflojar aunque nos parezca que estamos más
débiles. Esto último puede ser indicación de que el enemigo se está resistiendo.

(5) Es necesario tomar el control de todo el ser. La liberación está garantizada cuando la
voluntad está en control del espíritu, la mente y el cuerpo. Todo nuestro ser debe estar
bajo el control de nuestra voluntad sometida a la voluntad de Dios. El espíritu necesita
este control de la voluntad (Pr. 25:28); la mente necesita estar sujeta a la voluntad (Fil.
4:8); y, el cuerpo necesita obedecer a la voluntad (1 Co. 9:26–27).

(6) Es necesario cuidar la libertad. Para mantener la liberación en cualquier área de


nuestra vida, es necesario que nuestra voluntad esté activa (Gá. 5:1). Voluntariamente
hemos decidido ser libres en Cristo, y voluntariamente podemos echarnos cadenas de
nuevo.
La estrategia del enemigo contra la voluntad es el engaño y la pasividad. Cuando esta
acción diabólica se concreta, la persona se convierte en alguien débil, condescendiente e
inútil para el reino. La orden del Señor de poseer la tierra interior demanda de personas
con una voluntad activa y rendida en obediencia a la voluntad de Dios.

10
Sanidad de las emociones
La intención primordial de Satanás es herir a cada persona que nace en este mundo. Este
propósito se hace evidente cuando consideramos la manera destructiva en que él se
aprovecha de esas heridas para terminar con la vida de las personas. Satanás esclaviza a
las personas a través de estas heridas. Pero Cristo vino para “sanar a los quebrantados de
corazón” (Lc. 4:18, RVR).

Cada persona es el producto de la experiencia total de su vida. Nuestras experiencias


pasadas determinan nuestras reacciones a las situaciones presentes. Las heridas del
pasado pueden distorsionar la percepción del presente. En la medida en que no podamos
controlarnos y reaccionemos violentamente a un problema pequeño, podemos concluir
que estamos atados al pasado y que no podemos responder normalmente a las
situaciones actuales. Satanás produce heridas, que de no ser sanadas, le sirven como base
para su tarea de esclavización de las personas y de destrucción de sus vidas. Quién se
aprovecha de las heridas que se producen en el terreno de nuestras emociones es
Satanás. En torno a esta cuestión hay dos cosas que necesitamos ver.

El propósito de Satanás. En su acción nefasta sobre nuestras emociones, Satanás tiene un


triple propósito.
Primero, el propósito de Satanás es herirnos. Este propósito fue profetizado desde antiguo
(Gn. 3:15). Este propósito fue experimentado por la raza humana a lo largo de toda su
historia. Esta fue la experiencia de personas como Job, quien perdió a sus hijos, sus
bienes, su salud, su buen nombre, y en definitiva, perdió a su Dios.
Pero esta fue también la experiencia de Jesús (Is. 53:3, 10). Jesús fue traicionado por un
amigo íntimo, rechazado por su pueblo, acusado por los religiosos, odiado por todos, y
abandonado por los suyos. Esta puede ser nuestra propia experiencia.

Segundo, el propósito de Satanás es incapacitarnos. Para ello, Satanás ataca a los niños. Lo
hace aún antes de que nazcan. El niño que ha sido rechazado desde niño (por ejemplo con
un intento de aborto) va a crecer incapacitado para amar y ser amado. Está probado
científicamente que las emociones de la madre se transmiten al feto.
Además, Satanás intenta incapacitarnos durante nuestro crecimiento y desarrollo. El
miedo nos puede asaltar desde niños.

11
Un niño del que se ha abusado se encerrará en sí mismo debido al miedo, o se convertirá
en alguien destructivo debido a la rebelión. El abuso infantil es más común de lo que
pensamos, incluso entre creyentes. También el rechazo nos puede afectar desde niños. Un
niño que lleva consigo heridas a lo largo de toda su vida, es muy difícil que pueda tener la
libertad necesaria para ser todo lo que Dios quiere que sea. Los temores, la inseguridad, la
amargura y el rechazo son evidencia de esta obra del enemigo. La opresión del enemigo se
mantiene viva hasta el momento en que sus obras son sacadas a la luz y destruidas.
Satanás incluso ataca a los hijos de Dios. Los nuevos creyentes son objetos especiales de
los ataques satánicos, por medio de la sospecha y el rechazo. Los viejos creyentes son
heridos por Satanás por medio de malentendidos, falsas acusaciones, rechazo y miedo.
Las mentiras y divisiones en la iglesia son obras de Satanás y afectan las relaciones en el
cuerpo, produciendo heridas profundas. El propósito de Satanás es neutralizar a la iglesia.
Satanás hiere a la iglesia para mantenerla dividida y para poder así permanecer en la
tierra. Las personas que están heridas tienen dificultades para formar parte del cuerpo de
Cristo, porque el miedo y la desconfianza los separan de los demás.

Tercero, el propósito de Satanás es esclavizarnos (He. 12:1). Las heridas nos atan. Las
heridas nos atan al que nos ha herido y a la amargura producida por el golpe. Las heridas
nos atan de manera que no nos permiten amar ni recibir amor. Pero Jesús nos libera. Él
vino a liberar a los que están heridos (Is. 53:5). Él es el único que puede sanar nuestras
heridas interiores y cambiar nuestro corazón. Por medio de los principios espirituales que
Jesús enseñó se rompe el cautiverio espiritual. Los principios espirituales referentes a la
liberación y la sanidad interior serán discutidos más adelante. El peso y la atadura
producidos por las heridas que impiden el crecimiento del cristiano y su servicio, son
quitados por Jesús.
El propósito principal de la sanidad interior es que el Cuerpo de Cristo sea sano. A medida
que el Cuerpo se va uniendo, la plenitud de la Cabeza va a surgir y se va a manifestar a
través de cada miembro. Una iglesia sana es una iglesia victoriosa y llena del Espíritu
Santo.

La obra de Satanás. Satanás hiere las emociones provocando amargura y rechazo.


Primero, Satanás hiere las emociones provocando amargura. La herida de la amargura es
una herida seria y de graves consecuencias (He. 12:15). La amargura es una obra diabólica.
Fue una gran tragedia la separación de Israel entre norte y sur, lo que provocó un estado
de guerra permanente entre hermanos. La misma estrategia de separar y destruir es la
que usa Satanás hoy. La amargura ha sido el arma más utilizada por el enemigo para

12
destruir a la iglesia, cuando se abandona el amor y el perdón. Con esto se crea un círculo
vicioso, ya que la herida lleva a amargura, y ésta lleva a la división, que a su vez termina en
la destrucción que crea una nueva herida. Hay una secuencia diabólica en la serie enojo,
resentimiento y amargura.

La amargura es el resultado de las heridas recibidas. Trabaja en la misma forma en que


una manzana, cuando cae del árbol, no se le nota el daño, hasta pasados algunos días. La
amargura nace de las heridas causadas en varios niveles de relaciones: en las relaciones
familiares (padres-hijos, esposo-esposa, hermanos, etc.); en las relaciones laborales
(patrón-empleado, jefe-subalterno, etc.); en las relaciones filiales (amigos, parientes,
vecinos); y en las relaciones eclesiales (pastor-diáconos, ancianos-miembros, líderes-
familias, etc.) Cuanto más íntima sea la relación tanto más profunda será la herida que se
produzca con el conflicto, y tanto más amarga la amargura.
La amargura causa daños en todo nuestro ser. Afecta nuestra conversación, pues muchas
veces se expresa en insultos y maledicencia; afecta nuestra acción, ya que suele terminar
en violencia; afecta nuestras actitudes, porque crea desconfianza; afecta nuestra salud,
porque fácilmente lleva a ciertas formas de enfermedad; y, afecta nuestro espíritu, ya que
crea ataduras y opresión demoníacas.
La amargura causa daños a otras personas, como en el caso de la mujer rencillosa o el
marido violento, el hijo rebelde, el hermano criticón, o el amigo desconfiado. La amargura
también nos aísla de otras personas, ya que provoca temor (a ser heridos por otros
todavía más; a confiar en los demás o desconfianza; a ser descubiertos en nuestro dolor).
La amargura provoca soledad, ya que al aislarnos de los demás, nos hace más vulnerables
al sufrimiento humano y nos hace más vulnerables a la acción satánica.
La amargura rompe relaciones. La amargura nos lleva a tomar distancia de otras personas,
nos hace asumir una actitud crítica hacia los demás y nos causa daño personal en la
relación con otros. El rompimiento de relaciones nos causa ceguera (Jn. 2:9–11), y esta no
nos permite actuar con sabiduría, ni vernos a nosotros mismos, ni ver a demás como son
en realidad. El rompimiento de relaciones también nos causa insensibilidad. La vida
comienza a centrarse alrededor de uno mismo. No hay una preocupación sincera por las
necesidades de otros. Y, en definitiva, el rompimiento de relaciones nos causa inmadurez.
En el momento en que se produce una herida, el crecimiento emocional se detiene, la
personalidad deja de madurar. El crecimiento emocional se reanuda cuando la liberación y
la sanidad interior se llevan a cabo.
La buena noticia del evangelio del reino es que hay sanidad para la amargura. El remedio
para la herida de la amargura es el perdón. Es por esto que hay una gran necesidad de

13
perdón. Muchos cristianos son atormentados por el enemigo por su falta de perdón. La
falta de perdón da al enemigo una entrada para que él se mueva oprimiendo y
atormentando, y creando un círculo vicioso entre herida, amargura, división y destrucción.
La amargura es causada por la falta de perdón. El resentimiento no resuelto se convierte
en amargura, y ésta es el semillero de toda obra destructiva del diablo. La solución está en
ir a la raíz del problema, es decir, atacar la herida inicial y curarla con amor mediante el
perdón.
¿Qué es el perdón? La mejor definición de perdón es la que encontramos en la Biblia. Allí
se utilizan varios vocablos que se traducen al castellano como perdón. Uno de ellos es
apoluo, que significa poner en libertad, liberar a alguien de alguna cosa (Lc. 13:12). El
término connota la idea de dejar ir, soltar a alguien, como cuando se libera a un preso (“lo
dejó en libertad”, Mt. 18:27). También lleva la idea de dejar cuando está relacionado con
el divorcio (Mt. 1:19). Otro término bíblico para perdón es aphiemi, que significa dejar ir,
enviar lejos (Mt. 13:36), y también cancelar, remitir, perdonar (Mt. 18:27). De estos
términos se puede discernir cuál es la acción del perdón.
John Wimber: “El ingrediente más importante en la sanidad interior es la oración por
sanidad; esta es la clase de oración que afecta los más profundos recuerdos y las heridas
asociadas que frenan nuestro avance en la verdadera libertad en Cristo; esta es la moneda
de dos caras [de la sanidad emocional]: el arrepentimiento y el perdón (ambas partes
perdonándose entre sí y a los demás).”
Por un lado, el perdón libera de las heridas del pasado. Una persona herida está atada a
los hechos del pasado, de suerte tal que no puede vivir el presente. La amargura del
pasado inunda las relaciones del presente. De igual modo, una persona herida está atada
a las personas del pasado. Por la falta de perdón, la otra persona queda retenida en su
pecado (Jn. 20:22–23), y si retenemos a alguien en su pecado, terminamos siendo iguales
a esa persona. El principio bíblico es que perdonemos para parecernos a Dios. Si no
perdonamos, nos pareceremos a quien nos hirió. Las heridas del pasado no se solucionan
con el paso del tiempo; por el contrario, se agravan. Además, una persona herida está
atada al tormento del pasado (Mt. 18:21–35). El hecho que produjo la herida se mantiene
fresco y vivo. La única manera de neutralizarlo es con perdón. No puede haber sanidad
para una herida del pasado si primero no hay perdón para quien provocó esa herida.
Por otro lado, el perdón libera a Dios para actuar. El perdón libera a Dios para que me
perdone a mí y sane mi herida (Mt. 6:14–15; Mr. 11:23–26). Un pecado que no ha sido
perdonado da lugar a que entre Satanás en la vida. La sanidad y la liberación va codo a
codo con el perdón (Ef. 1:7). Pero el perdón también libera a Dios para que pueda
perdonar a otros, incluso a quienes me hirieron (Mt. 18:18–20).

14
EJERCICIO 29
El perdón cristiano.
Colocar el pasaje bíblico que corresponda:
Perdona y serás perdonado: .
Perdona como has sido perdonado: .
Perdona a los demás: .
Perdona sin medida: .
Perdona en la oración: .
Pasajes: Mateo 6:12, 14; Mateo 18:21, 22; Marcos 11:25; Lucas 6:37; Efesios 4:32.

A la luz de estos comentarios, queda clara la importancia de la decisión de perdonar.


El perdón es un acto de la voluntad y no un sentimiento, es decir, uno escoge perdonar.
Por eso en la Biblia, el perdón es un imperativo.
Pero el cristiano debe personar no sólo porque es un mandato del Señor, sino porque es la
manera de imitarlo. ¡Debemos perdonar! Para ello, resulta de ayuda que enumeremos las
relaciones que no han sido buenas en el pasado o las heridas que nos han provocado
otros. Es oportuno hacer un análisis para encontrar las razones de tales heridas y tratar
con cada relación para liberar a la o las personas involucradas por medio del perdón. Y,
finalmente, será bueno pedir perdón a la persona por haber tenido una actitud de falta de
perdón.

Segundo, Satanás también hiere las emociones provocando rechazo. El rechazo es una
herida profunda que causa la destrucción total del individuo. El ser humano fue creado a
la imagen y semejanza de Dios. Sus necesidades básicas sólo se satisfacen por medio del
amor y la comunicación con otros. El rechazo hace que el individuo no pueda recibir amor,
ni entrar en relación con otros. Esto genera inseguridad y falta de aceptación, identidad y
reconocimiento. La persona pierde su capacidad de amar y de ser amada. El resultado es
la destrucción de la persona total. A mayor rechazo, mayor daño El rechazo es una herida
profunda, que puede llegar a provocar la destrucción total de la persona.

Las fuentes del rechazo con varias. A veces el rechazo se da en la relación entre padres e
hijos. Del lado de los padres, el rechazo puede ocurrir aún antes del nacimiento de los

15
hijos y puede expresarse en el deseo de no tener hijos o en intentos de aborto. Niños
abandonados e incluso quienes han sido adoptados pueden haber sido heridos con
rechazo. La falta de cuidado, ternura, atención y disciplina por parte de los padres puede
crear una sensación de rechazo en los hijos. Hay muchos padres que son incapaces de
comunicar amor porque ellos mismos han sufrido rechazo. En otros casos, los padres
están cautivos de adicciones (drogas, alcohol, tabaco), ansiosos, estresados o se sienten
culpables; son exigentes, críticos, duros y perfeccionistas (Col. 3:21). Hay padres
frustrados que esperan realizarse a través de sus hijos y asumen conductas de
compensación (Ef. 6:4). También hay padres que pretenden sustituir el amor con regalos,
pero que son padres ausentes o indiferentes hacia sus hijos.

En algunas situaciones de rechazo provoca en los hijos actitudes negativas hacia Dios. Un
niño que no ha sido amado tendrá dificultades para tener una relación estable con Dios
como Padre. Si ha sido educado con rechazo, va a enfatizar el rechazo o la ira de Dios más
que su amor. La imagen que el niño recibe de sus padres va a ser el modelo con el cual él
va a elaborar su imagen de Dios como Padre.
El rechazo también ocurre en la relación con los semejantes. Se expresa a través de
comentarios crueles, la crítica mordaz, la calumnia y la burla. A una persona así
probablemente le cueste encontrar un grupo de aceptación. Por el contrario, las personas
con las que intente relacionarse van a hacer todo lo posible por excluirlo, lo cual creará
una situación de vacío y aislamiento. Hay un nivel de rechazo en relación con la sociedad
cuando no se aceptan ciertos valores sociales o se produce marginación social por razones
sociales, económicas, raciales, étnicas o religiosas. El peor de los rechazos es el que se da
en la relación con Dios. Y esto ocurre por causa del pecado (Ro. 3:23), y por causa de la
culpa, como ocurrió con Adán y Eva (Gn. 3:8, 9, 23, 24).
Los resultados del rechazo son terribles. Uno de ellos es la inmadurez emocional. Esto se
ve en el matrimonio, ya que un niño o niña que no ha recibido amor y cuidado, va a
intentar buscarlo en su pareja. El niño buscará el amor de su madre mientras que la niña
el amor de su padre. Esto llevará al desarrollo de expectativas respecto al cónyuge, que no
siempre se pueden satisfacer. En el caso de otras relaciones, el inmaduro emocional
establece esas relaciones a partir de sus carencias, lo cual no es sano. Para la madurez
emocional hace falta amor, aceptación y aprobación. Otro resultado del rechazo es el
vacío de amor. Este vacío no puede ser llenado por otras personas. Cónyuge, hijos,
amigos, hermanos no pueden llenar este vacío. El vacío de amor en el matrimonio trae
consecuencias tristes (Pr. 30:23). La persona rechazada es consentida y pretende absorber
a los demás, o bien quiere ser el centro del mundo y pretende manipular a los demás. En
algunos casos, la persona rechazada llega a ser odiada por su conducta. Este vacío

16
tampoco puede ser llenado por las cosas. Se buscan las posesiones para tener éxito y
satisfacción, o se sigue una carrera para ganar reconocimiento y aceptación. El exceso de
trabajo puede ser indicio de un vacío interior de amor. De igual modo, este vacío no
puede ser llenado por el yo egoísta. El propio yo es un dios cruel que nunca se satisface. El
yo quiere llenar el vacío de amor con placer (auto-gratificación), sexo (lujuria y
perversión), o religión (mesianismo).
Otro resultado del rechazo es la soledad y el miedo. La persona que ha sido rechazada
levanta muros de protección. Estos muros son expresión del temor a ser heridos y aislan a
la persona de los demás. El resultado es una persona sumida en soledad y miedo. La
persona que ha sido rechazada es dominada por el temor al rechazo. Internamente, la
persona se llena de inseguridad, temor, autocompasión, soledad y vanidad. Y
externamente, la persona se vuelve competitiva, agresiva, o volcada sobre sí misma. El
rechazo también resulta en una imagen negativa de sí mismo. Se da una pérdida del valor
de sí mismo. La persona piensa que el rechazo de los demás es indicación de falta de valor
propio, lo cual termina en una minusvalorización propia, que lleva a la persona a decir
permanentemente: “No puedo”, “No merezco.” Se desarrolla así una imagen personal
negativa, porque la persona se compara con los demás de manera negativa (2 Co. 12:10) y
desarrolla una actitud crítica hacia sí mismo y hacia los demás (Mt. 7:3). Fácilmente todo
esto lleva a una pérdida de identidad. El rechazo destruye el sentido de identidad
personal. Una y otra vez, la persona se pregunta: “¿Quién soy?” Y termina definiéndose en
base a la aceptación de los demás. La buena noticia es que la persona rechazada puede
encontrar su identidad en Dios, ya que el Señor puede darle una nueva imagen personal
en Cristo.
El resultado más trágico del rechazo es el rechazo de Dios. La persona rechazada no puede
desarrollar una relación aceptable con Dios. Generalmente, tiende a basar esta relación en
las buenas obras. El activismo ocupa el lugar del amor, y la ley el lugar de la gracia. La
persona rechazada encuentra difícil confiar en Dios y, en consecuencia, desarrolla cierta
incapacidad para amar y ser amado. Esto es una señal segura de rechazo.
¿Cómo se puede producir la sanidad del rechazo? Para esto hay varios pasos a seguir. (1)
Es necesario identificar las fuentes del rechazo. (2) Es necesario perdonar a quienes nos
han rechazado. (3) Es necesario entregar el rechazo a Cristo. Él fue rechazado (Is. 53:1–3).
Jesús soportó el rechazo por parte de los hombres y, por amor a nosotros, él soportó el
rechazo por parte de Dios (Mr. 15:34).
Es por esto que Jesús puede sanar nuestro rechazo (Is. 54:4–6; Jer. 30:17). (4) Es necesario
aceptar el amor del Señor, pues en él es que somos aceptados (Ef. 1:6). (5) Es necesario
encontrar nuestra propia identidad en Cristo. Nuestra identidad descansa en que somos
su “imagen” (2 Co. 3:18), somos “hechura suya” (Ef. 2:10), y somos una “nueva creación”

17
(2 Co. 5:17). (6) Es necesario aceptarnos a nosotros mismos. Para ello, tenemos que
perdonarnos los errores del pasado y recibir la aceptación del amor del Padre. (7) Es
necesario reclamar nuestra liberación y recibir sanidad interior. Por medio de sanidad
interior se cortan las raíces del rechazo, y se rompe así el cautiverio y la opresión
provocados por las mentiras y el engaño del diablo. Hay que recordar siempre que en Dios
no hay rechazo, porque él no rechaza a nadie.

18

Вам также может понравиться