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Sobre “La literatura fantástica”

Montevideo, El País, 2 de diciembre de 1949 (Resumen de Carlos A. Passos)

En la sala de “Amigos del Arte” Jorge Luis Borges dio ayer, una conferencia sobre el tema: “La literatura
fantástica”.

Un público numerosísimo escuchó con profundo interés, la palabra del autor de Ficciones.

Es inevitable que una disertación como ésta –comenzó manifestando Borges–, constituya una vindicación,
una apología de la literatura fantástica.

En efecto: se propende a suponer que la literatura fantástica es una especie de capricho contemporáneo; y
créase, en cambio, que la verdadera literatura es aquella que elabora novelas realistas, y que ofrece una
verosimilitud casi estadística.

La verdad, sin embargo, es que, si nos alejamos de tal creencia, y examinamos la historia de las literaturas,
se comprueba lo contrario, las novelas realistas empezaron a elaborarse a principios del siglo XIX, en tanto
que todas las literaturas comenzaron con relatos fantásticos. Lo primero que encontramos en la historia de
las literaturas, son narraciones fantásticas. Y, además, esto mismo ocurre en la vida de todos nosotros, pues
los primeros cuentos que verdaderamente nos han encantado, son los cuentos de hadas. Por otra parte, la idea
de la literatura que coincida con la realidad es una idea que se ha abierto camino de un modo muy lento; así,
los actores que, en tiempos de Shakespeare o de Racine representaban las obras de éstos, no se preocupaban,
v. gr., del traje que debían vestir en escena, no tenían esta especie de escrúpulo arqueológico sustentado por
la literatura realista. La idea de una literatura que coincida con la realidad es, pues, bastante nueva y puede
desaparecer; en cambio la idea de contar hechos fantásticos es muy antigua, y constituye algo que ha de
sobrevivir por muchos siglos.

Los procedimientos de la literatura fantástica pueden reducirse, ciertamente, a unos pocos.

Hay, por ejemplo, un procedimiento que es bastante raro, y lo encontramos en un libro que es todo lo contrario
de un libro fantástico, en “El Quijote”. Todos sabemos que “El Quijote” fue escrito contra las novelas de
caballería, y que representa una especie de protesta de lo real contra lo fantástico. Pero en “El Quijote” ocurre
esto: cuando Cervantes, con él censuró las novelas de caballería, ya la boga de éstas se encontraba en
decadencia; al atacarlas, pues, Cervantes no quiso censurar a otras personas que gustaban de las mismas, sino
que quiso arrepentirse –conclusión más patética si se quiere– de una afición suya a lo fantástico. Y esta es,
por cierto, la paradoja: el encanto de “El Quijote” reside en el carácter fantástico que conserva el relato; el
mundo real de “El Quijote” es, hoy, para nosotros, fantástico, es, en efecto, romántico. Muchos son los rasgos
fantásticos que existen en “El Quijote”. Uno de ellos lo advertimos en los primeros capítulos, en la parte
donde se nos dice que todo el libro está traducido de un manuscrito árabe. Hallamos, también, la intercalación
de novelas cortas, y es el mismo procedimiento que encontramos, por ejemplo, en “Hamlet”, en cuyo
escenario se representa, efectivamente, una tragedia que puede ser la de Hamlet. Pero hay particularmente,
este rasgo que parece el más asombroso de todos: en la segunda parte, encontramos que los personajes han
leído la primera parte. Existe, allí, un efecto mágico: nos parece, sí, muy raro el hecho de que los héroes de
“El Quijote” sean también lectores. Buscando algunos antecedentes de este procedimiento literario,
consistente en que la obra de arte aparezca en la misma obra de arte, él –dijo entonces– había encontrado tal
juego, aunque de un modo más débil, en los ejemplos siguientes: en un episodio del tercer canto de “La
Ilíada”; en una circunstancia del arribo de Eneas a Cartago en “La Eneida” de Virgilio; en uno de los últimos
actos de “Per Gynt” de Ibsen; y en una historia de la literatura sánscrita.

Aparte de esta especie de juego entre la ficción y la realidad –prosiguió exponiendo Borges–, hay, también
otra forma menos literaria y más antigua, cual es esa en la que se cruzan el plano onírico y el plano objetivo.
Aquí podrían citarse ejemplos de sueños proféticos. Un ejemplo bien remoto lo advertimos en una novela
china, que se ha traducido al inglés. El mismo juego de los sueños y la realidad, lo encontramos después, en
aquel pasaje de la flor onírica del poeta inglés Coleridge. Luego hay una novela de H. G. Wells, “La máquina
del tiempo”, en la que aquél –suponiendo que hubiera conocido ese pasaje de Coleridge– parece haberse
resuelto a inventar una cosa todavía más extraordinaria, creando entonces una flor del porvenir. Y, por último,
hay una novela inconclusa de Henry James, donde hallamos un objeto mágico más raro que la flor onírica de
Coleridge y que la flor del porvenir de Wells: no ya la idea de un viaje en el tiempo –imitada de Wells–, sino
el retrato de un muchacho del siglo XX ejecutado por un pintor del siglo XVIII, retrato que resulta lo más
raro, porque es, a la vez, una causa y un efecto.

Una tercera forma de la literatura fantástica, pero que presenta ya algunos problemas, es la de los dobles. El
–expresó–, recordaba, por ejemplo, una novela de Henry James en la cual hay un doble, referido a un juego
por el tiempo, pero un juego curioso, puesto que se refiere a un tiempo que es posible, a un tiempo que no ha
existido. Luego, un cuento de Poe, donde estamos frente a un símbolo de la conciencia. Esta idea del doble
–subrayó–, la hallamos, por lo demás, en todas las literaturas fantásticas.

Podría suponerse, de tales pocas formas, que hay una verdadera pobreza en la literatura fantástica. Si ésta
fuera un mero juego de la fantasía, entonces todos los escritores fantásticos habrían encontrado miles de
temas. No es así, sin embargo. El hecho de que vuelvan siempre a alguno de esos temas, significa que tales
temas tienen una importancia, quiere decir que ellos son símbolo de algo. Por ejemplo: habría otro tipo de
cuento fantástico: la idea de la invisibilidad, en las “Mil y una noches” figura v. gr., la idea de un talismán;
en la novela alemana, encontramos la idea de una capa; y Wells, a su vez, imagina un hombre estrictamente
invisible. ¿Por qué Wells ha contado esa historia? Porque ese hombre perseguido y solo, de su novela, viene
a ser una especie de símbolo de la soledad. Y lo mismo ocurre con los demás temas de la literatura fantástica,
porque son como verdaderos símbolos de estados emocionales, de procesos que se operan en todos los
hombres. Y lo mismo ocurre con todos los demás temas de la literatura fantástica, porque son como
verdaderos símbolos de estados emocionales, de procesos que se operan en todos los hombres. Por eso, no es
menos importante la literatura fantástica que la literatura realista. Y ante dos ejemplos como “Crimen y
castigo” de Dostoievski y la historia de Macbeth, v. gr. es de creer –afirmó Borges–, que ninguna persona
pueda pensar que una obra es menos real y menos terrible que la otra; porque, simplemente, se trata de
convenciones literarias distintas.

Volviendo al tema de los dobles –dijo Borges–, es interesante comprobar que en la historia de la filosofía se
habla de dobres, con una idea mucho más extraordinaria. Así, esa idea que advertimos en los estoicos, en los
pitagóricos, en Hume, en Nietzsche, de que el mundo se repite cíclicamente, y que viene a ser una especie de
exacerbación del tema de los dobles. Pero hay otras conjeturas más asombrosas todavía, por ejemplo, esa del
idealismo y, aún, la del solipsismo, por la cual se supone que sólo existe una persona en el mundo, y que esa
persona sueña toda la historia del universo. Podríamos, entonces, llegar a la conclusión de que los sueños de
la filosofía no son menos fantásticos que el género fantástico. ¿A qué género pertenecemos pues, en realidad?

La literatura fantástica se defendería, así, con dos argumentos: podemos suponer que cada una de las fábulas
que integra la narración fantástica es una imaginación; pero al mismo tiempo, que corresponde a sensaciones
y procesos que son efectivamente reales. Por ejemplo, el tema del hombre invisible de Wells es la misma
idea de “El proceso” de Kafka. Estas dos obras, tan distintas entre sí, puesta que una es representativa de la
literatura fantástica científica y la otra pertenece a un mundo de pesadillas, constituirían dos símbolos de la
soledad. Y ésta es algo que se repite siempre en todos los hombres. Podríamos imaginar, aún, una novela
realista cuyo tema fuera, también, la soledad; y serían entonces, tres símbolos de esa misma soledad.
Stevenson, creador de admirable obras fantásticas y realistas, dice, al hablar de los problemas del novelista y
del historiador, que los problemas literarios del novelista que deben referir algo que ha soñado, son iguales a
los del historiador y que, además, en los historiadores de tipo narrativo, como Tácito, Voltaire, encontramos
las mismas habilidades que vemos en un novelista. Lo importante, pues, sería esto: todas las personas tienen
una serie de experiencias: expresar símbolos de esos estados, es el fin de la literatura fantástica.

Las conjeturas de la filosofía son, todavía, mucho más asombrosas que las literarias. Por ejemplo, la idea de
que sólo existe en el mundo cada uno de nosotros, es más terrible que cualquier cuento fantástico. De otra
parte, esa idea de la obra de arte que aparece en la obra de arte, no dice que, en cierto modo, podemos ser
irreales para otros; aquí está insinuada –según lo creía Borges–, la idea de que somos una ficción.
Él, pues, como final –terminó diciendo–, nos proponía esta pregunta sencilla y, de algún modo, terrible:
¿nuestra vida pertenece al género real o al género fantástico?; ¿no será porque nuestra vida es fantástica, que
nos conmueve la literatura fantástica?

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