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Literatura Argentina II - BIBLIOGRAFÍA: Para SANTA EVITA de Tomás

Eloy Martinez – (Compilación)

1|) “Santa Evita y la Nueva Novela Histórica”

En la novela de Santa Evita de Tomás Eloy Martínez podemos ver como


utiliza los seis rasgos de la Nueva Novela Histórica: subordinación,
distorsión, ficcionalización, metaficción, intertextualidad, y los conceptos
bajtinianos para hacernos cuestionar sobre varios aspectos de la historia de
la vida de Eva Perón.

La Subordinación es el debate dentro de las novelas entre la ficción y lo


histórico. Ya que no se puede saber entre la verdad histórica y lo que no lo
es.

Como dice Borges “La literatura no busca lo exactamente histórico, sino lo


simbólicamente verdadero”.

“...... Qué sueño le habrá caído dentro de los sueños , qué balido de cordero
le habrá movido la sangre para convertirla tan de la noche a la mañana en
lo que fue: una reina?” pg. 12

Como Michel Foucalt podemos constatar que las corrientes historiográficas


actuales ponen en duda la posibilidad de conocer la verdad, puesto que la
historia no estudia el pasado -como se ha afirmado tradicionalmente- sino a
la sociedad y sus cambios. La historia no describe el pasado: lo traduce

La novela de Santa Evita es un documento muy interesante para analizar


profundamente, pues tienes muchos lados por cuales ver. Fue una vida muy
interesante porque como fue amada por unos, al mismo tiempo era odiada
por otros. Todo depende del punto de donde lo vieras. O dependía del lado
que apoyaras o si realmente te estaba ayudando, o al contrario, te estaba
perjudicando.

La distorsión dentro de la historia es muy notoria con sus anacronismos,


omisiones y exageraciones. Esto hace que la historia sea aún más
conflictiva para el lector, pero también la hace ser más interesante.

“Apenas empiece a contarla. Usted tampoco tendrá salvación” pg. 59

Los anacronismos es cuando en un capítulo Evita parece estar muerta y en


el siguiente capítulo se regresaron y ahora está viva, o están en su niñez.
Eso es a lo que me refiero con los anacronismos.

La ficcionalización de Evita fue muy utilizada en esta novela, pues


muchas veces no sabes hasta donde llega la veracidad de lo que nos están
contando, ¿Cómo probar que lo que me están diciendo es realmente
verídico?

“Voy del dentólogo, en vez de voy al dentista o al odontólogo y no me


alcanzan los molumentos por no me alcanza el sueldo o los emolumentos.”

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La metaficción es una de las características de la NNH más divertida de
todas pues como dice su nombre, va más allá de la ficción. Y es que al
mismo tiempo de ir leyendo la historia, el autor pone “al descubierto” su
forma de narrar, te lleva a profundizar junto con él, lo que está escribiendo,
te enseña tus sentimientos, sus temores y sus alegrías. Todo lo que pasó
mientras lo escribía.

“Hubo un momento en que me dije: Si no la escribo, voy a asfixiarme. Si no


trato de conocerla escribiéndola, jamás voy a conocerme yo. En la soledad
de Highland Park, me senté y anoté estas palabras : “Al despertar de un
desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo al fin la certeza de que iba a
morir.” Era una tarde impasible de otoño, el buen tiempo cantaba
desafinado, la vida no se detenía a mirarme. Pg.390-391

La intertextualidad es donde dentro de la misma historia podemos


encontrar canciones, poemas, obras, y películas de otros autores. La
intertextualidad fue usada en la novela, para dar apoyo en muchas de las
cosas que el autor nos platicaba durante la obra. También fue usada para
hacer comparaciones con obras y películas, y para hacer descripciones
usando poemas, pues era la forma en que el autor podía describir a Evita.

“Hombres de poncho y botas, personas atareadas con valijines de cartón y


paquetes son, desde la mañana de ayer martes 21 de agosto de 1951, la
vanzada de los contingentes derramados por el interior en las estaciones
ferroviarias y en las terminales de ómnibus y de micros.” Pg.93

Aquí mostraba recortes de Clarín para poder respaldar lo que él nos


describía o lo que él nos informaba que estaba ocurriendo. Conforme va
avanzando la novela nos damos cuenta que ocurre lo mismo pero lo hace
mencionando la obra de Evita de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber, o el
poema de Elliot etc.

“Yo no he hecho nada. Todo es Perón. Perón es la patria, Perón es todo y


los demás estamos a distancia sideral del líder de la nacionalidad.....” pg.
104

Dentro de los conceptos bajtinianos están el carnavalesco, el


dialógico, la parodia y la heteroglosia, el carnavalesco exalta la carne,
el dialógico es cuando dos fuerzas oponentes hablan de un mismo tema,
como en la novela se pudiera ver como el pueblo y el gobierno hablando de
Evita en un diferente espacio y tiempo. La parodia es cuando hacen una
comentario o narración burlesca de los personajes del texto y la
heteroglosia es cuando hay más de dos de interpretaciones de los
personajes. Como cuando se mencionan los diferentes puntos de vista sobre
Evita, de la madre, el esposo, el hermano, las amigas, el coronel, el pueblo,
el gobierno etc.

“Vivía no vivía se me perdía de vista. Es una santa, es una hiena en esas


semanas a Evita le dijeron de todo...”pg. 91

Durante la obra nos encontramos con muchas opiniones sobre Evita, y


todas son diferentes, pero eso nos ayuda a profundizar y a analizar la obra.

2
“EVITA Verb. Conjug. 3ª pers. Sing. pres. de evitar(de lat. Evitare vitare)
pg.131

“Evita tenía reflejos fosforescentes.” Pg.181

También dentro de la historia encuentras partes donde hacen burla de los


personajes, y exageraciones. También hay una parte donde se burlan de
que no sabía hablar muy adecuadamente.

En conclusión, la Novela Santa Evita de Tomás Eloy Martínez cuenta con los
6 rasgos característicos de la Nueva Novela Histórica, los cuales son,
subordinación, distorsión, ficcionalización, metaficción, intertextualidad, y
los conceptos bajtinianos.

“Todo relato es por definición, infiel. La realidad, como ya dije, no se puede


contar ni repetir. Lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla
de nuevo.” Tomás Eloy Martínez

Martínez, Tomás Eloy. “Santa Evita”. Joaquín Mortíz: México, D.F., 1995.

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2°) Evita, el nunca acabado mito argentino

por José Manuel Rodríguez

Santa Evita, novela en la que Tomás Eloy Martínez (Tucumán 1934) trabajó
más de siete años, marca el momento de culminación de su obra y de su
intento de reconstruir una saga narrativa que abarca las grandes
experiencias políticas y sociales argentinas del último medio siglo.

”La novela no trata de reconstruir ninguna verdad, sino de reconstruir un


mito” afirmó el autor en varias entrevistas, donde también explicó cómo con
los recursos del periodismo, la historia, el cine y la cultura popular ha ido
elaborando un soprendente relato del país, a través de sus mitos más
visibles y, paradójicamente, más desconocidos.

Todavía hoy, a cuarenta y tres años de su muerte, sigue colgando en la


mayoría de los hogares argentinos, el retrato de Evita, junto a la imagen de
San Cayetano o la Virgen de Luján. Metida deliberadamente por la ”historia
oficial” entre los parámetros del fascismo o del populismo, Evita Perón fue
una figura singular, políticamente muy discutida, cuya memoria no ha
quedado recluida entre los límites de esa historia argentina que marcó de
un modo decisivo; la cultura de masas que siempre rodeó al personaje, se
apoderó hace ya años de ella a punto extremo tal de, por ejemplo,
convertirla en la protagonista de esa falacia que es la ópera de rock de Rice
y Weber, que Broadway difundió por el mundo, con su tan típico
americanismo farandulero y superficial, a la hora de interpretar nuestros
hechos históricos latinoamericanos.

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En los últimos tiempos prestigiosos (?) directores norteamericanos
pretenden filmar su vida, y el cine y la televisión argentina se han ocupado
del personaje con fortuna desigual. Sólo en este momento hay tres películas
en marcha y otros dos proyectos en duda, lo que hace que, a fines de 1996
y 1997, cuando se estrenen la mayoría de estas producciones, se
convertirán en el bienio de la gran batalla cinematográfica de Evita. No hay
que olvidar tampoco la avalancha bibliográfica que precede a todo esto:
libros aparecidos de José Pablo Feinmann, María Sáez Quesada, Marysa
Navarro, Abel Posse y Alicia Dujovne Ortiz, que describen desde distintas
perspectivas a la mujer que cambió la historia de la Argentina.

Y son éstas aquí las circunstancias que mar-can la aparición en escena de


esta nueva novela de Tomás Eloy Martínez. Elementos de todo tipo
contribuyeron a la cristalización del mito irredentista de Eva Perón (véase
cap. ocho del libro, por ejemplo). Pero la odisea de su cadáver, que fue
embalsa-mado por un médico español, Pedro Ara, y que durante años
estuvo sepultado en diferentes lugares de América y Europa, encerraba
suficientes virtua-lidades narrativas, novelescas. Y es éste el material, que
con muy buen tino, se ha aprestado a explotar el autor. Material sobre el
cual se proyecta el personaje mismo, en el frágil hilo entre lo mítico y lo
verdadero.

El resultado es la historia de un cuerpo que sobrepasa a cuantos lo rodean,


un cuerpo canonizado por vastos sectores irredentos de la población
argentina; la historia también de un extraño personaje, aupado hasta el
poder mismo por la marginación y el resentimiento.

Pero Santa Evita es asimismo la historia de la misma historia que se cuenta.


Novela poblada con personajes reales reconstruye las investigaciones del
propio autor (técnica ya conocida en él, véase la Novela de Perón, por ej.),
convertido en personaje de su fábula tras los márgenes, la oscuridad y lo
indecible del personaje. De este modo, la narración fabula libremente sin
dejar de vincularse a un tiempo y a una realidad histórica. Conjugando con
notable habilidad lo ensayístico y lo periodístico, junto a la estricta
narración, consigue unos tiempos y modos que dan a la novela mucha
soltura y fluidez. Se despliega así, un texto plural, rico en resonancias y
motivos, ejecutado y escrito con evidente brillantez expresiva.

El recurso a los informantes (testigos presenciales de la vida de Evita) y a


las fuentes documentales (cartas, libros, diarios, declaraciones, etc.), se
encastra a la perfección con la estructura narrativa propiamente dicha, lo
cual marca también y condiciona a algunos de los personajes que se
escapan de su origen para convertirse en caricaturas autónomas, dotadas
de valor propio (el coronel Koenig, por ejemplo, que acaba enlo-quecido con
el misterioso cuerpo).

La fascinación del cuerpo errante por el mundo, y el punzante recuerdo del


extraño personaje, evocados en sus días de dolor y de gloria (desde la
soledad de la hija natural, y la insignificante actriz hasta los delirios corales
de las adhesiones populares); evocado e igualmente inventado y recreado,
esta fascinación se entrelaza, se anuda hasta tejer un discurso que novela
páginas capitales de la historia argentina, porque ese cuerpo fue la forma

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de un ser muy especial que roturó hasta el paroxismo esa historia, y fue
además durante años la expresión fetichista de una situación política no
resuelta (sobre todo a posteriori de 1955). Pero este discurso narrativo
novela también tramos sustanciales de determinadas configuraciones de las
sociedades contemporáneas. Hasta el punto que Evita-Santa Evita está
investida de los atributos típico-épicos de las mitologías de nuestro tiempo,
lo cual podría llevar al error de descontextualizar al personaje; convierte al
mito en la expresión de un anhelo colectivo o de su neurosis, según como
se lo quiera-pueda interpretar.

Tomás Eloy Martínez sugiere con justeza el trasfondo popular de la


protagonista, su poder de convocatoria, su condición psicológica que la llevó
por igual al populismo y al resentimiento, a la acumulación de riquezas y a
la filantropía en muchos casos arbitrarias y equívocas. En términos literarios
no es relevante el juicio que sobre el personaje histórico pueda tener el
autor, lo pertinente y valedero es la capacidad de convicción que tiene su
personaje novelesco y la maestría con que sabe insertarlo en el devenir
narrativo explotando a fondo las increíbles peripecias del cuerpo
embalsamado y segre-gando en torno suyo, espesas y congruentes
acumulaciones de sustancia novelesca.

La novela comienza el día de la muerte de Eva Perón, el 26 de julio de


1952. A partir de este momento tres historias se entrelazan sutilmente. Una
descifra, yendo cronológica-mente hacia atrás, algunos de los grandes
enigmas de su biografía: la intensidad de su amor por Perón, el extraño
renunciamiento a la candidatura vicepresidencial, los malos entendidos en
su audiencia con Pío XII, el encuentro con Perón en el Luna Park, sus
desventuras de actriz joven, su llegada a Buenos Aires, su infancia en Junín.

Otra de las historias narra, hacia adelante, el larguísimo calvario que sufrió
el cadáver embalsamado de Eva Perón, sometido durante años a las intrigas
del poder, a la locura de unos y la devoción de otros por perderlo o
recuperarlo. La novela sigue el enloquecido peregrinaje del cuerpo desde un
cine hasta el altillo de un capitán, y el despacho del Jefe del Servicio de
Inteligencia del Ejército, las travesías hacia Bon y Géneva, y se detiene en
el momento en que el cuerpo es enterrado en Milán.

La columna vertebral que une esas dos vertientes narrativas son las
obsesiones, emociones y desconciertos que la figura de Evita va desatando
en la cultura y en la imaginación de los argentinos, y por supuesto, también
en el autor-narrador.

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3°) Santa Evita

por Carlos Fuentes

para La Nación - México, 1996

En 1943, yo vivía en la esquina de Quintana y Callao, en Buenos Aires.


Acababa de cumplir quince años, pero no iba a la escuela para evitar la

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ideología fascista promulgada por el ministro de Educación, Martínez Zuviría
(que escribía novelas con el seudónimo de Hugo Wast). Quería regresar a
México, y la Argentina era un compás de espera. En vez de estudiar, me
dediqué a leer a Borges, seguir a la orquesta de tangos de Aníbal Troilo, ir a
los cines de la calle Lavalle y oír novelas radiofónicas.

La actriz Eva Duarte protagonizaba una serie radial sobre mujeres


célebres de la historia: María Antonieta, Ia emperatriz Carlota, Aladame
Dubarry... Estos programas se anunciaban en la biblia de la radiofonía
argentina, Sintonía. Eran bastante atroces, y la actriz era pésima. Tomás
Eloy Martínez transcribe a la perfeccion sus parlamentos en la espléndida
novela que nos ocupa, Santa Evita. "¡Macksimiliano sufre, sufre, y yo me
vuá vover loca!". Las películas de Eva Duarte no eran mejores; recuerdo
haber visto una adaptación de La pródiga, de Alarcón, que, como anota TEM
parece filmada antes de la invención del cine. Y en la portada de la revista
Antena, Eva Duarte aparecía a veces con trajes de baño de mal corte, o
disfrazada de marinero.

En el edificio de departamentos donde yo vivía con mi familia todos se


iban a las diez de la mañana y sólo quedábamos yo, leyendo a Borges y
oyendo a Eva, y una bellísima señora europea que vivía sola en el piso
superior. Una mañana fingí demencia y fui a tocar a su puerta. Ella
apareció, platinada y con un lunar postizo en el pómulo. Le pedí disculpas,
había perdido mi ejemplar de Sintonía y quería saber si hoy en la mañana
Eva Duarte hacía, el papel de Juana de Arco.

-No -me contestó mi vecina-. Hoy hace de la Dubarry. Es menos santa,


pero más entretenida.

De este modo, indirectamente le debo mi iniciacion sexual a Eva Perón. La


conocí, de oídas, antes que el propio coronel Juan Domingo Perón, a la
sazón ministro de Trabajo en el gabinete militar del general Edelmiro Farrel
y rumorado, ya, como el poder detrás del trono. Cual no sería mi sorpresa,
al regresar a México en 1945, de saber que en 1944 Perón y Eva Duarte se
habían conocido y que ahora, frente a las multitudes, interpretaban su
propia radionovela sin necesidad de imaginar, él, que era César, y ella, que
era Cleopatra. La primera vez que los vi juntos en su balcón de la Plaza de
Mayo, en el noticiero EMA, supe que de ahora en adelante Eva Duarte y
Juan Peron iban a interpretar a dos personajes llamados "Eva Duarte" y
"Juan Perón", o como lo indica TEM, dejaron de distinguir entre verdad y
mentira, decidieron que la realidad sería lo que ellos quisieran: actuaron
como novelistas. "La duda había desaparecido de sus vidas."

Realidad y ficción

Se ha vuelto un tópico decir que en América latina la ficción no puede


competir con la realidad. Las novelas de Carpentier primero, de Garcia
Márquez y Roa Bastos enseguida, le dieron suprema e insuperable
existencia literaria a esta verdad hiperbólica. No era -no esposible-, en este
sentido, ir más allá de El otoño del patriarca y Yo el Supremo. Sin embargo,
sigue siendo cierto que la novela difícilmente compite con la historia en
Latinoamérica. Se ha citado una conversación que tuvimos Garcia Márquez

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y yo a raíz de la increíble secuela de eventos recientes en México: había que
tirar los libros al mar, la realidad los había superado.

Tomás Eloy Martínez vuelve a los surtidores mismos de esta paradoja


latinoamericana, para recordarnos, primero, que en ella se encuentra el
origen de la novela; enseguida, para someter la paradoja a la prueba de la
biografía (la vida y muerte de un personaje histórico, Eva Perón), y
finalmente para devolver una historia documentada y documentable a su
verdad verdadera, que es la ficción.

"El único deber que tenemos con la historia es reescribirla", dice Oscar
Wilde, citado por TEM. Y el propio autor argentino elabora: "Todo relato es,
por definición, infiel. La realidad... no se puede contar ni repetir. Lo único
que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo". Y si la historia
es otro de los géneros literarios, "¿por qué privarla de la imaginación, el
desatino la exageración, la derrota, que son la materia prima de la
literatura?"
Es, por un momento, lo que pudo ser la vida irredenta de Eva Duarte,
nacida en el "pueblecito" de Los Toldos el 9 de mayo de 1919, hija natural,
muchacha prácticamente iletrada que nunca aprendió ortografía, que decia
"voy al dontólogo" cuando iba al odontólogo, obligada a aprender urbanidad
básica, Liza Doolitle de la Argentina profunda, esperando al profesor Higgins
que le enseñara a pronunciar las "erres". En vez, la llevó a Buenos Aires, a
los quince años, el director de una orquesta de tangos bufa, llamado Cariño,
quien acostumbraba disfrazarse de Chaplin.

Al iniciarse el ascenso de Eva Perón, la oligarquía y las elites argentinas le


opusieron el desprecio más feroz. "Esa mina barata, esa copera bastarda,
esa mierdita"; a los ojos de sus enemigos sociales, Eva Duarte era "una
resurrección oscura de la barbarie" en un país convencido -engañado- de
ser "tan etéreo y espiritual que lo creían evaporado". La derrota -mediata e
inmediata- de la oligarquía argentina y sus pretensiones por "la mina
barata" es una de las mejores historias de venganza política de nuestro
siglo.

El arma histórica de la vendetta de Evita fue una sola: no perdonar, no


perdonar a nadie que la humilló. la insultó, la golpeó. Pero su arma mítica
fue mucho más poderosa: Eva Duarte creía en los milagros de las
radionovelas. "Pensaba que si hubo una Cenicienta, podía haber dos." Esto
es lo que ella sabía. Esto es lo que ignoraban sus enemigos. Evita era una
Cenicienta armada. La Argentina no era un Olimpo europeo de la América
latina.

La Cenicienta en el poder

Por sórdida y naturalista que sea la historia de los orígenes y el ascenso


de Eva Duarte, la acompaña desde un principio otra historia, mítica,
mágica, hiperbólica. Los enemigos de Evita no vieron más que la novela
naturalista, a lo Zola: Evita Naná. Ella se propuso vivir la novela novelada, a
lo Dumas: Cenicienta Montecristo. Pero ni ella ni sus enemigos veían más

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allá de la Argentina culta, parisiense, cartesiana, que las elites porteñas,con
Victoria Ocampo y la revista Sur a la cabeza, le ofrecían al mundo. ¿Pues no
vencía la ficción a la historia, la imaginación a la realidad, en un país donde
los soldados de un campamento perdido en la Patagonia ponían seis o siete
perros contra una pared, atados, formaban un pelotón y los fusilaban en
medio de tiros errados, aullidos y sangre? "Lo único que nos entretiene acá
son los fusilamientos." Tomás Eloy Martínez recuerda, y describe, la afición
de los militares argentinos por las sectas, los criptogramas y las ciencias
ocultas, culminando con el reino del "Brujo" López Rega, eminencia gris de
la siguiente señora Perón, Isabelita. Sólo a la fábula fantástica puede
pertenecer el plan de un coronel argentino para asesinar a Perón: cortarle la
lengua mientras duerme. Y Eva misma, cuando conoce a Perón, en 1944,
empezaba ya a practicar su vocación filantrópica manteniendo a una tribu
de albinos mudos escapados de los cottolengos. Se los presenta a Perón.
Están desnudos, nadando en un lago de mierda. Horrorizado, Perón los
despacha en un jeep. Los albinos se escapan, perdidos para siempre en los
maizales ¿Realidad o ficción? Respuesta: la realidad es ficción.

TEM lo admite: las fuerzas de su novela son dudosas, pero sólo en el


sentido de que también lo son la realidad y el lenguaje. Se filtran deslices
de la memoria, verdades impuras. "A lo mejor no estaba sucediendo nada
de lo que parecía suceder. A lo mejor la historia no se construía con
realidades sino con sueños. Los hombres soñaban hechos, y luego la
escritura inventaba el pasado. No había vida, sólo relatos."

Eva Perón, la Cenicienta en el poder, lo ejerció como la madrina de un


cuento de hadas. Como un Robin Hood con faldas, lo daba todo, atendía a
las inmensas colas de gente necesitada de un mueble, un traje de novia, un
hospital. La Argentina se convirtió en su "ínsula barataria", sólo que el
Quijote era ella, y Sancho Panza su marido realista, jornalero, chato, sin el
carisma que ella le dio, el mito que ella le inventó y que él acabó por
aceptar e interpretar. Mítica. Eva Perón podía ser, sin embargo, tan dura
como cualquier general o político. Pero esto era secundario al hecho central:
Cenicienta no tenía que hacer malas películas y actuar en malas
radionovelas. Cenicienta podía actuar en la historia y, lo que es más, verse
en la historia: TEM narra un maravilloso episodio en el que Eva en la platea
ve a Eva en la pantalla visitando al papa Pío XII. La actriz frustrada va
repitiendo en voz baja el diálogo silencioso entre la primera dama y el Santo
Padre. Ya no es necesario actuar en los foros despreciados de Argentina
Sono Film. Ahora el escenario es nada menos que el Vaticano, el mundo... y
el cielo. La historia perfecta, después de todo, sólo puede escribirla Dios.
Pero imitar la imaginación de Dios es acceder, en la Tierra, a su reino
virtual. Santa Evita lo fue en vida: en 1951. una niña de 16 años, Evelina,
le envía dos mil cartas a Evita, a razón de cinco o seis por día. Todas con el
mismo texto, como se le reza a las santas. Evita ya era en vida, como dice
Ricardo Garibay de nuestra santa patrona mexicana, la Virgen de
Guadalumpen.

¿Cómo iba a soportar ese cuerpo, esa imagen, la enfermedad y la


muerte? "Prefiero que me mate el dolor y no la tristeza", dice Eva Perón
cuando su cáncer se vuelve terminal. A los treinta y tres años, la mujer
poderosa, bella, adorada , caprichosa, filantrópica, la esposa de Perón pero

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también la amante de los descamisados, la madre de los grasitas, se hunde
fatalmente en la intolerable muerte temprana, la joven parca se la lleva... Y
la ficción que la rodea cada vez más se acentúa con la agonía. Su
mayordomo Renzi, retira los espejos de la recámara de la moribunda,
inmoviliza las básculas en 46 perpetuos kilos, descompone los aparatos de
radio para que ella no escuche el llanto de las multitudes: Evita se muere.
Pero muerta, Eva Perón va a iniciar su verdadera vida. Esta es la esencia de
la alucinante novela de Tomás Eloy Martínez, Santa Evita.

Un cadáver errante

El doctor Ara, verdadero Frankenstein criollo, se va a encargar de darle


vida inmortal al cadáver embalsamado de Eva Perón. "Evita se había
tornado tensa y joven, como a los veinte años... Todo el cuerpo exhalaba
un suave aroma de almendras y lavanda... una belleza que hacía olvidar
todas las otras felicidades del universo." El toque final de la teatralidad del
doctor Ara es poner a la muerta flotando en el aire puro, sostenida por hilos
invisibles: "Los visitantes caían de rodillas y se levantaban mareados".

Al caer Perón, en 1955, los nuevos militares decidieron desaparecer el


cadáver de Evita. Pero no lo incineraron, con lo fácil que hubiera sido
quemar esos tejidos rebosantes de químicos: volaría en cuanto le acercasen
un fósforo. El presidente en funciones ordena, en cambio, que sólo se le dé
cristiana sepultura. Es un cuerpo "más grande que el país", en el que los
argentinos han ido metiendo todos "la mierda, el odio las ganas de matarlo
de nuevo". Y el llanto de la gente. Quizá, dándole cristiana sepultura, caerá
en el olvido.

Pero Eva Perón, al fin dueña de su destino, se niega a desaparecer.


Magistralmente, Tomás Eloy Martínez nos va develando la manera como
Evita sigue viviendo, asegura su inmortalidad, porque su cuerpo se
convierte en objeto de placer incluso para quienes la odian, incluso para sus
guardianes... El fetichismo, indica Freud, es una alteración del objeto
sexual. Provoca una satisfacción sustituta -satisfacción, pero también
frustración-. Los guardianes del cadáver de Evita no sólo sustituyen el
imposible amor sexual con la diosa o hetaira nacionales. Aseguran la
supervivencia del cadáver, asistidos por el doctor Ara, que, por supuesto, se
aferra a que su obra maestra perdure. Triplican el cadáver: uno real y dos
copias, el real señalado por marcas ocultas en la oreja, en el sexo. Mueven
el cadáver -los cadáveres- para despistar, para deshonrarlo y para seguirlo
honrando, para monopolizar la posesión de Evita Perón en su errancia
fúnebre, de desván a sala de proyecciones, a cárceles de la Patagonia, a
camiones del ejército, a buques transatlánticos, pasando por áticos
familiares. La llaman la Difunta. ED. EM. (Esa Mujer.). La llaman Persona.
Persona: la lengua francesa carece de nuestro rotundo "nadie", del
"nessuno" italiano, del "nobody" inglés. Le da a nadie su persona: persona
es respuesta negativa, elipsis de la inexistencia, sustantivo abstracto... De
esa persona que no es nadie se enamoran sus sucesivos carceleros. El
coronel Moori Koenig, encargado del secreto del cadáver, está a punto de
destruirlo a base de zangoloteos, una Evita nómada que va y viene por la
ciudad porque no hay ningún lugar seguro para ella -salvo, a la postre, la
obsesión del propio coronel-. La odia. La necesita. La extraña. Ordena a sus

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oficiales orinarse sobre el cadáver. Pero no soporta la ausencia de Evita
cuando otro oficial, el Loco Arancibia, la esconde en el ático de su casa y
desencadena la tragedia familiar: la mujer de Arancibia muere invadiendo el
sacro recinto de la muerta. Arancibia pierde la razón. Evita sobrevive a
todas las calamidades. Su muerte es su ficción y es su realidad. Adonde
quiera que es llevado, el cadáver amanece misteriosamente rodeado de
cirios y flores. La tarea de los guardianes se vuelve imposible. Deben luchar
con una muerte en cuya vida creen millones. Sus reapariciones son
múltiples e idénticas: sólo dice que los tiempos futuros serán sombríos y
como siempre lo son, Santa Evita es infalible.

El embalsamador lo supo siempre: "Muerta, puede ser infinita". Es el


doctor Ara el que se encarga, muerta Evita, de contestar las cartas que le
siguen dirigiendo sus fieles, pidiendo trajes de novias, muebles, empleos.
"Te beso desde el cielo", contesta la muerta. "Todos los días hablo con
Dios." Los carceleros del cadáver son, ellos mismos, prisioneros del
fantasma de Persona, la Difunta, Esa Mujer. "Dejó de ser lo que dijo y lo
que hizo para ser lo que dicen que dijo y lo que dicen que hizo." El cuerpo
de Eva Perón se muere, pero no deja detrás su destino. El arte del
embalsamador es semejante al del biógrafo. Consiste en paralizar una vida
o un cuerpo, dice TEM, "en la pose en que debe recordarlos la eternidad".
Pero el de Evita es un destino incompleto. Necesita un destino último, "pero
para llegar a él habrá que atravesar quién sabe cuantos otros".

Enloquecido por Eva, el coronel Moori Koenig cree asistir al destino de


Persona cuando ve el alunizaje de los astronautas norteamericanos. Cuando
Armstrong empieza a cavar para recoger piedras lunares, el coronel grita:
"¡La están enterrando en la Luna!" Yo me quedo, más bien, con este otro
clímax: el capitán de artillería Milton Galarza acompaña el cadáver de
Persona a Génova en el Contessino Biancamano. El cuerpo embalsamado
viaja en un féretro inmenso, zarandeado, relleno de periódicos, de ladrillos.
La única diversión de Galarza durante la travesía es bajar a la bodega y
conversar todas las noches con Persona. Eva Peron, su cadáver, "es un sol
líquido".

El último enamorado

El formalista ruso Víctor Schklovsky admiró la temeridad de los escritores


capaces de revelar el entramado de sus novelas, exhibiendo impúdicamente
sus métodos. Don Quijote y Tristram Shandy son dos ejemplos ilustres de
este "desnudar del método"; Rayuela, un gran ejemplo contemporáneo.
Tomás Eloy Martínez pertenece a ese club. Santa Evita está construida un
poco a la manera del Ciudadano Kane, de Orson Welles, con testimonios de
un variado reparto que conoció a Evita y a su cadáver: el embalsamador, el
mayordomo, la madre Juana lbarguren, el proyeccionista del cine donde el
ataúd estuvo escondido -segunda película-, detrás de la pantalla. El
peinador de la señora, los militares que se ocuparon de su cadáver.

A todos ellos, sin embargo, los trascienden dos autores. Uno de ellos,
abiertamente, es Tomás Eloy Martínez. Es consciente de lo que está
haciendo. "Mito e historia se bifurcan y en el medio queda el reino
desafiante de la ficción." Quiere darle a su heroína una ficción porque la

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quiere, en cierto modo, salvar de la historia: "Si pudiéramos vernos dentro
de la historia -dice TEM-, sentiríamos terror. No habría historia porque nadie
querría moverse". Para superar ese terror, el novelista nos ofrece, no vida,
sólo relatos.

"A lo mejor la historia no se construía con realidades sino con sueños. Los
hombres soñaban hechos, y luego la escritura inventaba el pasado." El
novelista sabe que "la realidad no resucita, nace de otro modo, se
transforma, se reinventa a si misma en las novelas".

Pero a partir de este credo, el novelista está condenado a vivir con el


fantasma de su creación, con el sueño que inventa el pasado, con la ficción
que se inserta entre mito e historia... "Así voy avanzando, día tras día. por
el frágil filo entre lo mítico y lo verdadero, deslizándome entre las luces de
lo que no fue y las oscuridades de lo que pudo haber sido. Me pierdo en
esos pliegues, y ella siempre me encuentra. Ella no cesa de existir, de
existirme: hace de su existencia una exageración."

Tomás Eloy Martínez es el último guardián de la Difunta, el último


enamorado de Persona, el último historiador de Esa Mujer.

Redención de Benjamin

Santa Evita es la historia de un país latinoamericano autoengañado, que


se imagina europeo, racional, civilizado, y amanece un día sin ilusiones, tan
latinoamericano como El Salvador o Venezuela, más enloquecido porque
jamás se creyó tan vulnerable, dolido de su amnesia porque debió recordar
que también era el país de Facundo, de Rosas y de Arlt, tan brutalmente
salvaje como sus militares torturadores, asesinos, destructores de familias,
generaciones, profesiones enteras de argentinos.

Como la América latina invade a la República Argentina, como los


cabecitas negras van rodeando a la urbe parisiense del Plata, asi invadió
Eva Duarte el corazón, la cabeza, las tripas, los sueños, las pesadillas de la
Argentina.
Alucinante novela gótica, perversa historia de amor, impresionante cuento
de terror, alucinante, perversa, impresionante historia nacional à rebours
Santa Evita es todo eso y algo más.

Es la prueba del aserto de Walter Benjamin: cuando un ser histórico ha


sido redimido, se puede citar todo su pasado, tanto las apoteosis como los
secretos.

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4°) Los placeres de la necrofilia

por Mario Vargas Llosa

Probablemente, la Argentina sea el único país en el mundo con las reservas


de heroísmo, masoquismo o insensatez necesarias para que, en pleno

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verano bajo temperaturas saharianas acuda gente al teatro, a asarse viva,
oyendo conferencias sobre liberalismo. Lo sé porque yo era el demente que
las daba, bañado en sudor ácido, resistiendo la taquicardia y el vahído, en
Rosario, Buenos Aires, Tucumán y Mendoza, en el curso de una semana
irreal, mientras los diarios anunciaban con incomprensible aire de triunfo
que se batían las marcas de calor de todo el siglo (cuarenta y cinco grados
a la sombra).
Me acompañaba el infatigable Gerardo Bongiovanni un idealista rosarino
convencido de que, cuando se trata de propagar la cultura de la libertad,
todo sacrificio es poco, aun si ello supone el brasero, las parrillas o la pira,
similes insuficientes para retratar los fuegos de este verano austral. Además
de charlas, mesas redondas, seminarios, diálogos, se las arreglaba para
organizar desmedidos asados que hubieran desesperado a los vegetarianos,
pero que, a mi, carnívoro contumaz, desagraviaban de las ascuas solares y
resucitaban.
Una tarde que navegábamos por el ancho Paraná, me sugirió que en vez
de reincidir en mis conferencias en aquello de "coger al toro por los
cuernos" suprimiese al testado o al verbo, pues, en el contexto lingüístico
argentino, la alegoría resultaba técnicamente absurda y de un impudor
sangriento. Mi instinto me dice que el humor de Gerardo estuvo detrás de
esos caballeros que, a la hora de las preguntas, emergían de los auditorios
calurosos a inquirir, con aire cándido, si yo también pensaba, como el Pedro
Camacho de La tía Julia y el escribidor, "que los argentinos tenían una
predisposición irreprimible al infanticidio y el canibalismo".

Pero quizás nada contribuyó tanto a la sensación de irrealidad estos siete


días, como la novela que iba leyendo, a salto de mata, en todos los
resquicios de tiempo disponible, mientras tomaba autos y aviones y
cambiaba de hoteles y ciudades y mi vida se columpiaba entre la hidropesía
y la deshidratación: Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez. Encarezco a los
lectores a que, sin vacilar, se zambullan en ella y descubran, como yo, los
placeres (literarios) de la necrofilia.

Conocí a su autor a mediados de los sesenta, en mi primer viaje a Buenos


Aires, cuando él era periodista estrella del semanario Primera Plana.
Hablaba con las erres arrastradas y el alegre deje de los tucumanos, le
había besado la mano en público a Lanza del Vasto y se decía de él que,
pese a su juventud, como en el verso de Neruda, se casaba de vez en
cuando, siempre con modelos bellísimas. Desde entonces me lo he
encontrado muchas veces por el mundo -en Venezuela, donde estuvo
exiliado en la epoca del régimen militar de su pais, en el París de los
alborotos sesentaiochescos, en el Londres de los hippies-, y la última vez en
el pueblo más feo del Estado más feo de Estados Unidos -New Brunswick,
New Jersey-, donde enseñaba en la Universidad de Rutgers, y, además,
dirigía por fax, desde su casa situada en un barrio de familias judías ultra
ortodoxas, el suplemento literario del diario Página 12, de Buenos Aires.
Con semejante prontuario no es de extrañar que Tomás Eloy Martínez sea
capaz de cualquier cosa, incluída la hazaña de perpetrar una novela
maestra.

Como todo puede ser novela, Santa Evita lo es también, pero siendo, al
mismo tiempo, una biografía, un mural sociopolítico, un reportaje, un

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documento histórico, una fantasía histérica, una carcajada surrealista y un
radioteatro tierno y conmovedor. Tiene la ambición deicida que impulsa los
grandes proyectos narrativos, y hay en ella, debajo de los alardes
imaginativos y ambatos líricos, un trabajo de hormiga, una pesquisa llevada
a cabo con tenacidad de sabueso y una destreza consumada para disponer
el riquísimo material en una estructura novelesca que aproveche hasta sus
últimos jugos las posibilidades de la anécdota. Como ocurre con las
ficciones logradas, el libro resulta distinto de lo que parece y, sin duda, de
lo que su autor se propuso que fuera.

Lo que el libro parece es una historia del cadáver de Eva Perón desde que
el ilustre viudo, apenas escapado el último suspiro del cuerpo de la esposa,
lo puso en manos de un embalsamador español -el doctor Ara- para que lo
eternizara, hasta que, luego de errar por dos continentes y varios países y
protagonizar peripatéticas, rocambolescas aventuras -fue copiado,
reverenciado, mutilado, divinizado, acariciado, profanado, escondido en
ambulancias, cines, buhardillas, refugios militares, sentinas de barcos hasta
que por fin, más de dos décadas después, alcanzó a ser sepultado, como un
personaje de Garcia Márquez, en el cementerio de la Recoleta, de Buenos
Aires, bajo más toneladas de acero y cemento armado que las que
compactan los refugios atómicos.

Trenzada a esta historia, hay otra, la de Evita viva, desde su nacimiento


provinciano y bastardo, en Junin, hasta su epifanía política y su muerte
gloriosa, 33 años más tarde, con media Argentina a sus pies, luego de una
vida truculenta y dificilísima, como actriz de reparto, en radios y teatros de
segunda, mariposa nocturna y protegida de gente de la farándula. A partir
del encuentro con Perón, en un momento crucial de la carrera política de
éste, esa vida cambia de rumbo y se agiganta, hasta convertirse en un
factor central, además de símbolo, de esa bendición o catástrofe histórica
(depende desde qué perspectiva se juzgue) llamada peronismo, en la que la
Argentina sigue todavía atrapada. Esta historia ha sido contada muchas
veces, con admiración o con desprecio, por los devotos y adversarios
políticos de Evita, pero en la novela parece diferente, inédita, por los
matices y ambigüedades que le añaden las otras historias dentro de las que
viene disuelta.

Porque, ademas de las que he mencionado -la de Eva Perón viva y la de


Eva Perón muerta-, hay dos historias más, en este libro poliédrico: la del
puñado de militares vinculados al Servicio de Inteligencia del Ejército, a
quienes el régimen militar que derribó a Perón encargó poner el cadáver
embalsamado de Evita a salvo de las masas justicialistas que querían
rescatarlo, y la del propio autor (un personaje emboscado bajo el apócrifo
seudónimo de Tomás Eloy Martínez) en trance de escribir Santa Evita. A
estas dos últimas debe la novela sus páginas más imaginativas e insólitas y
su mejor personaje, un neurótico digno de figurar en las historias
anarquistas de Conrad o en las intrigas católico-político-policíacas de
Graham Greene: el coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig, teórico y
práctico de la seguridad, estratego del rumor como pilar del Estado,
verdugo y víctima del cuerpo insepulto de Evita, que hace de él un
alcohólico, un paranoico tenebroso un fetichista, un amante necrofilico, una
piltrafa humana y un loco.

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No es la menor de las artimañas de Santa Evita hacernos creer que este
personaje existió, o, mejor dicho, que el Moori Koenig que existió era como
la novela lo pinta. Esto es tan falso, por supuesto, como imaginar que la
Eva Perón de carne y hueso, o la embalsamada o el sobreexcitado o
sobredeprimido escribidor que con el nombre de Tomás Eloy Martínez se
entromete en la historia para retratarse escribiéndola, son una
transcripción, un reflejo, una verdad. No: son un embauco una mentira, una
ficción. Han sido sutilmente despojados de su realidad, manipulados con la
destreza morbosa con que el doctor Ara -otra maravilla de invención- sacó
el cuerpo de Evita del tiempo impuro de la corrosión y lo trasladó al
impoluto de la fantasia, y transformados en personajes literarios, es decir,
en fantasmas, mitos, embelecos o hechizos que trascienden a sus modelos
reales y habitan ese universo soberano opuesto al de la historia, que es el
de la ficción.

El poder de persuasión de una novela que produce estas


prestidigitaciones reside en lo funcional de su construcción y lo hechicero de
su escritura. El orden con que está organizada Santa Evita es asimétrico,
laberíntico y muy eficaz; también lo es su lenguaje, dominio en que el autor
ha arriesgado mucho y ha estado varias veces a punto de romperse la
crisma. Ese abismo por cuyas orillas anduvo al elegir las palabras con que la
contó, al frasearla y musicalizarla, es el fascinante y peligrosísimo de la
cursilería. En la novela los músicos no interpretan sino "enturbian" el
Verano, de Vivaldi; "desmigajan" el Ave María, de Schubert, los pacientes
no son sometidos a sino "afrontan cirugías consecutivas", y un guionista
describe el rugido de una multitud con estas efusiones retóricas: "El
incontinente «ahora» despliega sus alas de murciélago, de mariposa, de
nomeolvides . Zumban los «¡ahora!» de los ganados y las mieses; nada
detiene su frenesí, su lanza, su eco de mego". Y, para describir un día sin
sol y con frío, el narrador estampa esta locura futurista: "Por las calles
desiertas se desperezaban las ovejas de la neblina y se las oía balar dentro
de los huesos". (Por alegorías menos pastoriles llamó D'Annunzio a
Marinetti "poeta cretino con relámpagos de imbecilidad".)

Ahora bien, si separadas de su contexto estas y otras frases similares dan


escalofríos, dentro de él son insustituibles y funcionan a la perfección, como
ocurre con ciertas cursilerías geniales de García Marquez o Manuel Puig.
Tengo la certeza de que, narrada con una lengua más sobria, menos
pirotécnica, sin los excesos sensibleros, las insolencias melodramáticas, las
metáforas modernistas y los chantajes sentimentales al lector, esta historia
truculenta y terrible sería imposible de creer, quedaría aniquilada a cada
página por las defensas críticas del lector. Ella resulta creíble -en verdad,
conmovedora e inquietante- por la soberbia adecuación del continente al
contenido, pues su autor ha encontrado el preciso matiz de distorsión verbal
y estética necesario para referir una peripecia que, aunque congrega todos
los excesos del disparate el absurdo, la extravagancia y la estupidez,
resuelta por todos sus poros una profunda humanidad.

La magia de las buenas novelas soborna a sus lectores, les hace tragar
gato por liebre y los corrompe a su capricho. Confieso que ésta lo consiguió
conmigo, que soy baqueano viejo en lo que se refiere a no sucumbir

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fácilmente a las trampas de la ficción. Santa Evita me derrotó desde la
primera página y creí me emocioné, sufrí, gocé y, en el curso de la lectura,
contraje vicios nefastos y traicioné mis más caros principios liberales, esos
mismos que iba explicando esta semana, entre las llamas y la lava del
verano, a los amigos rosarinos, porteños, tucumanos y mendocinos.

Yo, que detesto con toda mi alma a los caudillos y a los hombres fuertes
y, más que a ellos todavía, a sus séquitos y a las bovinas muchedumbres
que encandilan, me descubrí de pronto, en la madrugada ardiente de mi
cuarto con columnas dóricas -sí con columnas dóricas- del Gran Hotel
Tucumán, deseando que Evita resucitara y retornara a la Casa Rosada a
hacer la revolución peronista regalando casas, trajes de novia y dentaduras
postizas por doquier, y, en Mendoza, en las tinieblas de ese hotel Plaza con
semblante de templo masónico, fantaseando -¡horror de horrores!- que,
después de todo, ¿por qué un cadáver exquisito -luego de inmortalizado-,
embellecido y purificado por las artes de ese novio de la muerte, el doctor
Arano, podía ser deseable? Cuando una ficción es capaz de inducir a un
mortal de firmes principios y austeras costumbres a esos excesos, no hay la
menor duda: ella debe ser prohibida (como hizo la Inquisición con todas las
novelas en los siglos coloniales por considerar el genero de extremada
peligrosidad pública) o leída sin pérdida de tiempo.

por Mario Vargas Llosa para el suplemento "Cultura" de La Nación, febrero


de 1996. © La Nación

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