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La psicoterapia de Carl Rogers: sus orígenes, evolución y relación con la psicología científica.

Gondra.

5. El desarrollo de la personalidad

El carácter unificado del organismo del niño no va a durar mucho, ya que en el seno de su campo
perceptual va a ir diferenciándose progresivamente una nueva porción, llamada self que, en el
curso ordinario de los acontecimientos, no va a coincidir plenamente con todas las experiencias
del organismo. Veamos cómo surge el «sí mismo», y con él, la disociación y el alejamiento
fundamental de la persona humana.

La experiencia de sí mismo

A medida que el niño se desarrolla, «una parte del campo perceptual total se diferencia
gradualmente constituyendo el "sí mismo"» (54, pág. 421). El niño comienza a reconocer como
suya una parte de su mundo privado. En un «sí mismo consciente», que no necesariamente
coexiste con todo el organismo humano. Se trata de «una conciencia de ser, conciencia de
funcionar» (92, pág. 223), procedente probablemente del «gradiente de autonomía» o sensación
de control de ciertas experiencias. Como se dice en 1951:

«Si un objeto o una experiencia se consideran o no partes del «sí mismo», depende en grado
considerable de si se los percibe o no dentro del control del «sí mismo». Consideramos a aquellos
elementos que controlamos como parte de nuestro «sí mismo»… Quizás este «gradiente de
autonomía» es el primero en dar al infante conciencia de sí mismo, puesto que por primera vez es
consciente de una sensación de control sobre algunos aspectos de su mundo de experiencias» (54,
pág. 422).

En 1951 Rogers no responde a la pregunta de si el «self» es producto de la interacción con el


medio, o es producto del proceso de simbolización. Se contenta con afirmar que no es sinónimo
de «organismo», y que tiene un sentido más restringido; es la conciencia de ser o de funcionar. En
1959 relaciona su desarrollo con la tendencia actualizante, y en lugar de «sí mismo», llama
«experiencia de sí mismo» a esta conciencia de funcionar. Y no se dan más detalles acerca de
cuándo comienza a diferenciarse esta porción del campo perceptual, que, como decimos, todavía
no constituye el concepto del sí mismo.

Formación del «concepto del si mismo»

«Esta representación en la conciencia de ser y de funcionar, se va complicando, y por la


interacción con el medio, especialmente con el medio compuesto por las otras personas
significativas socialmente, se convierte en un «concepto del sí mismo», u objeto perceptual en su
campo experiencial» (92, pág. 223). Con estas palabras sintéticas se describe el nacimiento del
«concepto del sí mismo» en el niño. Este «concepto de sí mismo» es una configuración
organizada, contiene todas aquellas percepciones relativas a uno mismo, las relativas a su relación
con los demás, y los valores y objetivos de la persona. «A medida que el infante interactúa con su
ambiente, gradualmente construye conceptos acerca de sí mismo, acerca del ambiente, y acerca
de sí mismo en relación con el ambiente. Aunque estos conceptos son averbales y pueden no estar
presentes en la conciencia, esto no obstaculiza su funcionamiento como principios orientadores,
como lo ha mostrado Leeper» (54, pág. 423).

Esta imagen o «concepto de sí mismo» es, como vimos anteriormente, una configuración de
percepciones conscientes de uno mismo, y se va a erigir poco a poco en criterio de la selección
perceptual del individuo, y en principio regulador de su conducta. A la evaluación organísmica de
los primeros momentos, le va a sustituir una evaluación más compleja que tiene como criterio al
«concepto del sí mismo». De modo que esta parte del campo fenoménico, conocida como
«concepto o idea de sí mismo» va a tener funciones importantes dentro de la vida psíquica.

Este «concepto de sí mismo», que en un principio es una consciencia de funcionar


organísmicamente, y, por tanto, se funda totalmente en la vida orgánica del niño, va a ir poco a
poco alejándose de la misma, y va a erigirse en sistema rival del organismo. La dinámica de la vida
psíquica va a centrarse en torno al conflicto o rivalidad entre estos dos sistemas. Por una parte, el
«concepto de sí mismo» va a tratar de preservar su estructura frente a las amenazas procedentes
del mundo externo, aún a costa de las propias sensaciones orgánicas. Por otro, el organismo,
empujado por la tendencia actualizante, se verá impelido a la satisfacción de sus necesidades, con
el consiguiente perjuicio para el «concepto del sí mismo». En esta lucha, en esta alienación de
ambos sistemas, se hallará el núcleo de la inadaptación psicológica, tal como la considera Rogers.
Veamos con detenimiento el camino que sigue la persona hasta llegar a tal estado de disociación o
incongruencia.

El desarrollo de la disociación entre organismo y «self»

Se recordará que en el «concepto de sí mismo» se hallan incluidos también los valores de la


persona. En el caso del niño, al comienzo estos valores son los que proceden del proceso de
evaluación directa. Pero esta simplicidad no va a durar mucho, ya que enseguida este cuadro va a
complicarse con la introducción de otros valores procedentes del exterior, y a consecuencia de
ésto, «los valores ligados a las experiencias y los valores que son parte de la propia estructura, en
algunos casos son valores experimentados directamente por el organismo, y en otros son valores
introyectados o recibidos de otros, pero percibidos de una manera distorsionada, como si
hubieran sido experimentados directamente» (54, pág. 323).

Es decir, llega un momento en que los valores del niño no son calibrados conforme al criterio de su
tendencia actualizante, sino conforme a criterios de otras personas o grupos sociales. Al «es bueno
pegar a mi hermanito» sucede un «es malo pegarle», producto de una introyección de los criterios
de los padres, pero con la particularidad de que éstos son experimentados como si fueran propios.
Las valoraciones de los padres entran a formar parte del propio campo perceptual, con la
consiguiente negación de los propios valores y la distorsión de otras experiencias. Así se llega a
formar un proceso de evaluaciones extrínsecas caracterizado por un poner el «locus de
evaluación» fuera del organismo, por fundarse en criterios ajenos a uno mismo, pertenecientes al
grupo social o familiar, y no fundados en la evidencia de los propios sentidos, y por ser rígidos y
contradictorios.

Pero ¿cómo se llega a este estado de introyección de valores, o de adquisición de unas


condiciones de valor? ¿Cuál es el camino que sigue la persona en esta separación de su
organismo? Como veremos, comienza con una negación de ciertas experiencias y la distorsión de
otras, con el fin de conservar el aprecio de las personas socialmente significativas, y de mantener
la incipiente imagen de sí mismo, como se nos dice en 1951. En el momento en que se produce la
primera distorsión de la experiencia, y se introyectan valores de otras personas, podemos decir
que se sientan las bases de un «concepto de sí mismo» poco realista y falso, por cuanto que no
coincide con la experiencia. Veamos con más detalle las dos versiones de este proceso de
alienación propuestas por Rogers.

Introyección de valores.— En 1951 el distanciamiento de la experiencia comienza en el momento


en que el niño introyecta una serie de valores de sus padres con el fin de defender o preservar su
incipiente «concepto de sí mismo». Una de las primeras percepciones constitutivas del sí mismo es
la de ser digno del amor de los padres. El niño «se percibe a sí mismo como amable, digno de
amor, y su relación con sus padres es de afecto» (54, pág. 423). Junto con este concepto inicial de
sí mismo, existe una serie de experiencias orgánicas que el niño siente con satisfacción y valora
positivamente. Por ejemplo, experimenta placer en pegar a su hermanito y, por tanto, esta
experiencia es valorada de modo positivo. Pero pronto choca con la reacción de sus padres, los
cuales no opinan lo mismo y le condenan o rechazan por pegar a su hermanito. Porque lo
ordinario es que le reprendan y le digan «no hagas esto», «no seas malo». Los valores incipientes
del niño entran en conflicto con los valores de los padres. Pero además, la reacción de los padres
constituye una amenaza para el «concepto de sí mismo» del niño. «Eres malo», luego no «eres
digno de amor». Ante el dilema de conservar su propia imagen de persona digna del amor de sus
padres, o mantener sus propios valores y satisfacciones organísmicas a costa de su «sí mismo», el
niño optará por lo primero, y tenderá a toda costa a defender su imagen propia. Para ello tendrá
que negar ciertas experiencias, especialmente los sentimientos de satisfacción procedentes del
pegar a su hermanito, y distorsionar la experiencia que tiene de sus padres con el fin de apropiarse
de sus criterios y valores. En lugar de percibir que quienes no valoran positivamente su conducta
son sus padres, llegará a distorsionar su percepción de tal modo que haga suyo y perciba como
propio el rechazo de los padres. No son ellos quienes desaprueban su conducta, es él mismo el
que la siente rechazable. «La simbolización exacta sería: "Percibo que mis padres experimentan
que esta conducta es insatisfactoria para ellos". La simbolización distorsionada:. para preservar el
"concepto del sí mismo" amenazado es: "Yo percibo que esta conducta es insatisfactoria"» (54,
pág. 424).

De este modo, las actitudes de otras personas llegan a experimentarse como propias y fundadas
en el propio equipo sensorial y visceral. Como puede apreciarse, esto se hace a costa de
distorsiones. La expresión de cólera llega a experimentarse como algo malo, cuando más exacto
sería percibirla como algo gratificante para el organismo. Y no se permite a esta percepción entrar
en la conciencia. «En consecuencia, "quiero a mi hermanito" queda como la pauta que pertenece
al "concepto del sí mismo", porque es el concepto de la relación que se introyecta de los demás a
través de la distorsión de la simbolización, aún cuando la experiencia primaria contiene muchas
gradaciones de valor en la relación, desde "me gusta mi hermanito" hasta "¡lo odio!". De esta
manera los valores que el bebé vincula con la experiencia se divorcian de su propio
funcionamiento orgánico, y evalúa la experiencia en términos de las actitudes de sus padres…»
(54, pág. 424).

El «concepto del sí mismo» formado sobre esta distorsión de los datos sensoriales y viscerales, y
por tanto, extraño a la experiencia del organismo, se constituye en estructura que el niño ha de
preservar y defender de toda amenaza, comienza a erigirse en criterio regulador de la conducta.
Las experiencias, los valores, las conductas no se evalúan conforme al organismo, sino conforme a
su relación con este «concepto de sí mismo».

«El concepto del sí mismo» va forjándose por tanto, a partir de este doble sistema. Por un lado las
experiencias directas del individuo, y por otro aquellas simbolizaciones distorsionadas de
experiencias incompatibles con él que tienen como resultado la introyección de valores ajenos. De
ambas fuentes emerge la «estructura del sí mismo». Tal es el curso ordinario del desarrollo que
desemboca en el «concepto del sí mismo» adulto, y que en parte se compone de percepciones
relativas a uno mismo distorsionantes de la verdadera experiencia. Precisamente en esta
discrepancia entre lo que acontece a nivel orgánico y las percepciones conscientes de uno mismo,
es donde está el núcleo del conflicto psíquico.

Como puede verse, en sus orígenes hay una actitud de no aceptación total por parte de los padres.
Sus evaluaciones extrínsecas, y hechas desde su propio punto de vista, son las que han obligado al
niño a prescindir de sus experiencias orgánicas y crearse una imagen falsa de sí mismo. Pero, ¿qué
ocurriría en el caso ideal en que el padre o la madre aceptase genuinamente los sentimientos de
satisfacción orgánica del niño, tuviese una aceptación total de toda su persona y aceptase también
sus propios sentimientos? «El niño en esta relación no experimenta amenazas a su "concepto de sí
mismo" como persona amada. Puede vivenciar plenamente y aceptar como parte suya sus
sentimientos agresivos hacia su hermanito. Puede experimentar plenamente la percepción de que
a la persona que lo ama no le agrada su acción de pegar…» (54, pág. 426). Su conducta resultante
dependerá del conjunto de la situación, será la conducta adaptativa de un individuo único que se
autodirige. Será realista y tendrá en cuenta todos los elementos de la situación. Su «concepto de sí
mismo» no se ve amenazado, y, por tanto, no necesita distorsionar sus percepciones para
protegerlo. «En lugar de ello mantiene un yo seguro que puede servirle para orientar su conducta,
admitiendo libremente en la conciencia, con una exacta simbolización, todas las pruebas
relevantes de su experiencia en términos de sus satisfacciones orgánicas, tanto inmediatas como
de largo alcance. De esta manera, se desarrolla un yo profundamente estructurado en el que no
hay rechazo ni distorsión de la experiencia» (54, pág. 426).

Pero semejante situación es algo ideal, ya que la realidad es distinta, y en casi todo el conjunto de
los mortales el «concepto del sí mismo» se constituye a base de distorsiones de las experiencias e
introyecciones de valores ajenos.

El desarrollo de las condiciones de valor.— En 1959 aparecen algunas modificaciones en esta


teoría. En lugar de hablarse de una necesidad de preservar el self para explicar la necesidad de
introyectar otros valores ajenos al organismo, se habla de una necesidad de consideración
positiva, y este concepto acuñado por Standal (475) viene a substituir al anterior. Asimismo
tampoco se habla de valores «introyectados», sino de «condiciones de valor». Pero, hablando en
términos generales, esta nueva teoría peca de artificiosidad, y no parece aportar grandes cambios
con respecto a la anterior. De modo que no resulta extraño la poca importancia atribuida
posteriormente por Rogers a esta modificación de su teoría. En realidad, cuando pase el furor
sistematizador de esta época, Rogers recurrirá simplemente a una necesidad de amor en el niño
para explicar las primeras distorsiones de la experiencia.

Pero en 1959 Rogers pone el comienzo de la disociación psíquica en el desarrollo en el niño de una
necesidad de ser considerado positivamente por sus padres. Es una necesidad universal, insistente
y pervasiva, pero no innata»3.

El niño tiene necesidad de ser amado por sus padres y busca satisfacer esta necesidad buscando el
amor de sus padres. Debido al carácter absoluto de la misma, la necesidad de ser amado por los
padres puede convertirse en una necesidad más fuerte que incluso las necesidades biológicas de
conservación. Como dirá Rogers, «la expresión de consideración positiva por parte de una
persona-criterio puede llegar a ser más obligante que el proceso de evaluación organísmica, y el
individuo puede llegar a depender más de la consideración positiva de tales personas, que de las
experiencias positivas para la actualización del organismo» (92, pág. 224).

Ahora bien, ¿cómo puede llegarse a semejante situación? Esto sucede en el momento en que el
niño necesita considerarse positivamente a sí mismo, y cuando esta necesidad, debido al amor
condicional y no pleno de los padres, se convierte en una necesidad no incondicional, sino
condicional. El niño, después de desarrollar una necesidad de amor, desarrolla una necesidad de
amarse a sí mismo íntimamente ligada a la necesidad anterior. Llega a amarse a sí mismo del
mismo modo como cree ser amado por los padres, pero independientemente de los mismos.

De manera que si estos habían observado con respecto a su conducta una actitud no aceptativa, el
niño, en virtud de esta nueva necesidad de autoestima, no permitirá dentro de sí aquellas
experiencias que vayan en contra de la misma. Ya no vive pendiente de la aprobación de sus
padres, sino más bien vive pendiente de su propia aprobación.

En el momento en que esto sucede, cuando esta necesidad de considerarse positivamente a sí


mismo es una necesidad condicional, es decir, establece diferencias, entonces podemos decir que
ésta se hace dependiente de las condiciones de valor impuestas por las personas criterio. Cuando
los padres valoran discriminativamente las experiencias de su hijo, aceptando unas y reprobando
otras, el niño terminará valorando sus experiencias conforme a la relación de las mismas con la
necesidad de apreciarse positivamente a sí mismo. Aquellas experiencias que no contradigan tal
necesidad, y por tanto no hieran la propia autoestima, serán consideradas satisfactorias. En
cambio, las que destruyan esta imagen o autoestima de sí mismo, terminarán por ser rechazadas
independientemente de la consideración de su valor auto actualizante. Cuando esto se produce,
es decir, cuando el niño busca o evita determinadas experiencias únicamente por ser dignas o no
serlo de su propia consideración positiva, entonces podemos decir que se han establecido unas
condiciones de valor.

De esta manera se llega a una situación parecida a la expuesta anteriormente. El niño introyecta
valores ajenos. El niño no busca ya la actualización de su organismo, sino la satisfacción de su
propia necesidad de autoestima. Actúa conforme a valores introyectados. «Ahora acepta o evita
determinadas conductas únicamente en virtud de estas condiciones introyectadas en la
consideración de si mismo, sin referirse para nada a las consecuencias organismicas de tales
conductas» (92, pág. 225).

La diferencia entre ambas explicaciones es únicamente terminológica. En el fondo, la raíz o núcleo


de la disociación entre el organismo y la experiencia por un lado, y el concepto del si mismo por
otro, radica en la adopción de unos valores extraños al organismo impuestos por la necesidad de
conquistar el aprecio de unos seres queridos —los padres— los cuales se muestran discriminativos
a la hora de apreciar al niño. Cuando éstos no aceptan totalmente a sus hijos, éstos tendrán que
renunciar a sus propias satisfacciones con vistas a mantener un amor paterno que con el tiempo
se ha identificado con su propio amor. Por tanto, necesitarán renunciar a sus propias experiencias
para seguir siendo amados por los padres.

El desarrollo de la incongruencia

Desde el mismo momento en que se establecen estas condiciones de valor con respecto a las
propias experiencias, el niño comienza a construir su concepto de sí mismo sobre una base distinta
de sus experiencias organísmicas. El yo comienza a disociarse del organismo. Lo cual supone una
disociación en el campo perceptual del individuo, una represión de ciertas experiencias, y una
nueva valoración de las experiencias dictada por el «concepto del sí mismo». En una palabra, se
desarrolla un self opuesto y contrario a las experiencias. Veamos algunos elementos de este
desarrollo.

Organización del campo perceptual.— El naciente «concepto del sí mismo» va a consumirse en el


tamiz o filtro por el que han de pasar las experiencias antes de ser simbolizadas en la conciencia.
Conforme a su relación con él, las experiencias serán simbolizadas de distintas formas, y en
consecuencia, las leyes que regulen la selección de las percepciones serán dictadas por él. En este
sentido, el «concepto del sí mismo» desempeña una función muy importante en la organización
del campo perceptual.

En 1951, la organización de las percepciones de la persona es considerada en los siguientes


términos: «A medida que se producen experiencias en la vida del individuo, estas son: a)
simbolizadas, percibidas y organizadas en cierta relación con el «sí mismo»; b) ignoradas porque
no se percibe ninguna relación con la «estructura del sí mismo»; c) se les niega la simbolización o
se las simboliza distorsionadamente porque la experiencia no es compatible con la «estructura del
sí mismo» (54, pág. 426).

El primer grupo lo constituyen las experiencias concordes con el concepto del sí mismo, o con las
condiciones de valor, las cuales tienen pleno acceso a la conciencia.

El segundo grupo es el de aquellas experiencias ignoradas por no percibirse su relación con el


«concepto del sí mismo», pero que, de suyo, podrían acceder a la conciencia. Se trata de todas
aquellas experiencias que permanecen en el fondo del campo fenoménico, y que son ignoradas
porque ni contradicen ni afirman al concepto «de sí mismo», ni tampoco sirven para satisfacer
ninguna necesidad.
El tercer grupo de experiencias es el más interesante «porque en este campo se encuentran
muchos fenómenos de la conducta humana que los psicólogos han intentado explicar» (54, pág.
427). Se trata de las experiencias negadas o distorsionadas mediante unos mecanismos que son
calificados por otras escuelas con el término de represión. Prescindiendo de aquellos casos en que
la negación se hace de modo totalmente consciente, vamos a detenernos en este importante
grupo de experiencias.

La represión. Rogers admite este fenómeno, aunque la explicación del mismo no coincida en
absoluto con la freudiana. «Hay un tipo de rechazo más significativo, que es el fenómeno que los
freudianos han tratado de explicar mediante el concepto de represión. En este caso parecería que
se produce la experiencia orgánica, pero no la simbolización de esta experiencia, o solo una
simbolización distorsionada» (54, pág. 428).

El hecho de la represión es admitido por Rogers desde sus comienzos. Al principio hablará
genéricamente de represión de impulsos y actitudes, y el «insight» se concebirá precisamente
como una comprensión de los mismos (13, pág. 162). El «insight» comporta un reconocer y
aceptar el «sí mismo» espontáneo, lo cual supone que el cliente «se ve sin defensas y
gradualmente reconoce y admite su sí mismo real con sus pautas infantiles, sus sentimientos
agresivos y sus ambivalencias». En terapia, se nos dirá en otra ocasión, el cliente «se hace capaz de
afrontar sin racionalización ni negación los diversos aspectos de sí mismo —sus gustos y disgustos,
sus actitudes hostiles, así como sus aspectos positivos, sus deseos de dependencia y también los
de independencia, sus conflictos y motivaciones no reconocidos, etc.» (21, pág. 71). En una
palabra, en la terapia el cliente llega a ver con realismo toda la realidad escondida tras su fachada.

Pero hasta 1950 no encontramos explicitados los dos mecanismos fundamentales de la represión,
a saber, el rechazo de ciertas experiencias, y la distorsión de la simbolización de otras (48, pág.
379): «Cuando la "estructura del sí mismo" llega de este modo a formarse en parte sobre una
distorsión o negación de la evidencia sensorial relevante, se hace también selectiva en su
percepción».

Como Rogers no especifica otra clase de mecanismos defensivos, vamos a ver con más detalle
estos dos por él propuestos. Veamos primero el caso en que existe una experiencia en el
organismo, pero cuya simbolización no llega a efectuarse. Los ejemplos aducidos por Rogers
suelen referirse a experiencias sensoriales y viscerales. Así, por ejemplo, pueden negarse la
existencia de fuertes impulsos sexuales, de sentimientos de hostilidad a los padres, en cuyo caso,
«orgánicamente experimenta los cambios fisiológicos concomitantes a la cólera, pero su yo
consciente puede impedir que esas experiencias sean simbolizadas, y, por lo tanto, percibidas
conscientemente» (54, pág. 428).

En otros casos, quizá en la mayoría (cfr. 92, pág. 205) las experiencias no son totalmente negadas,
y entran en la conciencia de modo muy distorsionado. Se trata del otro gran mecanismo defensivo
llamado distorsión de la experiencia. Así, por ejemplo, las sensaciones orgánicas de hostilidad
pueden transformarse en la percepción de un dolor de cabeza, o el antagonismo hacia otra
persona puede transformarse en un mareo, etc. Este es el caso de una mujer que sufre fuertes
mareos cuando está en compañía de otras personas. Rogers lo explica del siguiente modo:
«Si examinamos esta secuencia desde un punto de vista psicológico parecería claro que ella ha
experimentado visceralmente sentimientos de oposición hacia su esposo. El elemento crucial que
falta es la simbolización adecuada de estas experiencias» (54, pág. 136).

Ahora bien, ¿cuáles son los criterios conforme a los cuales se establece esta negación o distorsión?
¿Qué es lo que se reprime? La respuesta a esta cuestión es clara y tajante: el criterio de la
represión es impuesto por el «concepto del sí mismo». Se reprimen las experiencias en función de
su incompatibilidad con él. No se reprime necesariamente todo aquello que es malo, sino
únicamente aquello que se opone a nuestra imagen propia. El criterio de la represión lo suministra
la consistencia o no consistencia con el self. Al menos, esta es la experiencia clínica de Carl Rogers.

«Nuestra experiencia clínica nos dio otro indicio del modo cómo funcionaba el "sí mismo". El
concepto convencional de la represión, considerada en relación con los impulsos prohibidos o
tabúes sociales, no se ajusta a los hechos. Frecuentemente los impulsos y sentimientos más
profundamente negados eran sentimientos positivos de amor o ternura o confianza en uno
mismo. ¿Cómo podía explicarse ese preocupante conglomerado de experiencias que, al parecer,
no eran permitidas en la conciencia? Gradualmente fue reconociéndose que el principio
importante era el de la consistencia con el self. Las experiencias que eran incongruentes con el
concepto que de sí mismo tenía el individuo tendían a ser rechazadas de la conciencia cualquiera
que fuese su carácter social. Comenzamos a considerar al self como criterio mediante el cual el
organismo arrojaba experiencias que no podían ser admitidas confortablemente en la conciencia.
El librito postumo de Lecky reforzó esta línea de pensamiento» (92, pág. 292).

Estos párrafos rogerianos ilustran Perfectamente su concepción de la represión y de lo reprimido.


Frente a Freud, quien, como vimos, asigna un carácter inmoral a los contenidos del inconsciente,
Rogers se erige nuevamente en defensor de una concepción distinta. Lo reprimido no es
necesariamente lo inconfesable y perverso. Podemos también reprimir sentimientos e impulsos
positivos. Lo reprimido, por tanto, es aquello incompatible con la imagen previa de nosotros
mismos.

En lo que se refiere a la instancia que ejerce la represión, el pensamiento de Rogers aparece


también bastante claro. A pesar de sus ambigüedades terminológicas de los primeros escritos, las
cuales pusimos enteriormente de relieve (4), no hay una instancia represora particular, sino que es
el organismo quien expulsa las experiencias de la conciencia. La única fuerza dinámica es la
tendencia actualizante del organismo, y no es preciso recurrir a otras fuentes de energía distintas
a la misma. El self no es ningún agente activo, a la manera del ego freudiano, sino simplemente un
filtro o tamiz a través del cual actúa la tendencia fundamental del organismo. Admitir su
existencia, no supone por otra parte, la admisión de un «alma» o facultad interna distinta del
organismo.

7. La teoría de la personalidad: Resumen

Después de haber estudiado con detalle los diversos aspectos de la teoría, vamos a resumirla tan
brevemente como sea posible. Se trata de una teoría fundada en la experiencia clínica de Carl
Rogers, y que busca con ahínco una confirmación empírica conforme a los módulos de la ciencia
psicológica. Pero al adoptar un punto de vista fenomenológico, y por tanto subjetivista, lleva
dentro de sí una fuerte dosis de anticientifismo. Esto agudizará, como veremos en capítulos
posteriores, el conflicto entre lo científico y lo subjetivo presente en Rogers desde sus primeros
comienzos, y, en todo caso, será un signo de su carácter contradictorio.

Por otra parte, es una teoría eminentemente práctica: está orientada a describir y explicar lo
sucedido en la terapia de Carl Rogers. De ahí que sea incompleta, y no tenga pretensiones
estructuralistas ni tampoco pretenda ofrecer una visión totalizante de toda la personalidad. Se
concentra en los aspectos de la misma relacionados con el cambio terapéutico, y no en la
estructura de la personalidad. En este sentido, es una teoría dinámica.

La teoría está construida en torno a dos conceptos o nociones fundamentales: el «concepto del sí
mismo», o imagen subjetiva de nosotros mismos, y el «organismo», o totalidad organizada de la
psique y el soma. Estos dos conceptos claves sirven para situar a la teoría rogeriana dentro de dos
corrientes importantes de la psicología: la tradición fenomenológica importada a los Estados
Unidos por Snygg y Combs, y la tradición organísmica representada por Goldstein, Angyal y otros
psicólogos humanistas americanos. Rogers toma muchos elementos de estas teorías, así como
también de otras teorías menos importantes, y les da la impronta de su propia personalidad, es
decir, los combina con una gran simplicidad y optimismo. La teoría resultante, en consecuencia,
cae dentro de la tendencia humanística o «tercera fuerza» de la psicología americana. El
organismo humano es concebido por Rogers como una totalidad organizada de experiencias, las
cuales se constituyen en un campo fenoménico regido por las leyes de la Gestalt. El organismo es
dinamizado por una tendencia fundamental, el impulso hacia la actualización o autorrealización, y
al mismo tiempo está dotado de un sistema regulador mediante el cual dirige su conducta hacia la
satisfacción de las necesidades derivadas de ese impulso básico.

El «concepto del sí mismo» es un constructo fenomenológico. No es un «yo» agente —en sentido


psicoanalítico—. Es una porción del campo perceptual que va formándose a medida que la
persona interactúa con el medio ambiente. Es la propia imagen fenoménica del sujeto. Contiene
las percepciones, valores e ideales del individuo, organizadas en una configuración o gestalt que
tiene la particularidad de ser totalmente consciente.

Dentro de la dinámica de la personalidad, el «concepto del sí mismo» tiene la función de


seleccionar las percepciones del individuo y regular la conducta del mismo. El principio conforme
al cual se rechazan o admiten las experiencias en la consciencia es el de su consistencia o
congruencia con la «imagen de uno mismo». Aquellas experiencias coincidentes con el self son
aceptadas en la conciencia. Las que no lo sean pueden seguir un doble camino: o bien ser
distorsionadas, o bien ser totalmente negadas.

En el curso ordinario del desarrollo de la personalidad, no suele darse una consistencia o


coherencia plena entre el «concepto del sí mismo» y las experiencias del organismo. Al contrario,
la persona suele desarrollar un estado de incongruencia, o lo que es lo mismo, se divorcia de su
realidad orgánica. El conflicto reside en los primeros años de la infancia aunque no se especifica
cuándo. Debido a las actitudes evaluativas y poco aceptativas [sic] de los padres, el niño,
impulsado por una necesidad que primero es de conservar el amor paterno, y luego de conservar
su propia autoestima, desarrolla unas condiciones de valor o introyecta unos valores ajenos como
si fueran propios, y se ve forzado a rechazar ciertas experiencias satisfactorias y a distorsionar la
simbolización de otras. A partir del momento en que se produce la primera distorsión de la
experiencia, comienzan a sentarse las bases para la posterior incongruencia o discrepancia entre el
organismo y el «concepto del sí mismo». Este último va distanciándose cada vez más de las
experiencias reales de la persona, y los valores organísmicos van siendo substituidos por otros
valores extrínsecos recibidos de los demás.

En consecuencia, la conducta ya no intenta satisfacer las necesidades del organismo, sino que se
hace defensiva, es decir, intenta preservar la rígida «estructura del sí mismo», y, en consecuencia,
la tendencia actualizante no puede llevar a cabo la actualización del organismo y es desviada hacia
direcciones perversas. Se produce entonces la inadaptación psíquica. La persona que vive en tal
estado de incongruencia o de disociación es una persona que vive en estado de tensión. Frente a
la amenaza que le proporcionan las numerosas experiencias expulsadas de su conciencia,
reaccionará con angustia y conductas defensivas. Necesitará de una psicoterapia, la cual intentará
restablecer la congruencia entre el organismo y el self, mediante una reorganización de este
último.

De esta manera, la terapia centrada en el cliente recibe una explicación coherente. El terapeuta,
con vistas a facilitar esta reorganización, tendrá que poner unas condiciones de aceptación y
comprensión que subsanen de algún modo la falta de las mismas durante las primeras
experiencias de la infancia del cliente. Creando una atmósfera de libertad y seguridad, facilitará al
cliente el liberarse de la amenaza y explorar sus propias experiencias. Comprendiendo al cliente,
podrá facilitar la reorganización de todas sus experiencias en torno a un self más amplio, dúctil y
maleable.

La teoría de la personalidad concluye, por tanto, con los resultados de la psicoterapia, resultados
que ya fueron estudiados en el capítulo anterior. Es una teoría al servicio de una psicoterapia, y no
hay que buscar en ella ninguna otra cosa ajena a la misma. Sus méritos y sus defectos, son los
mismos que los de la terapia del Carl Rogers.

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