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Hará unos años –para ser precisos en mayo del 2005– volvía-
mos en tren de Caen a París con Norab Giraldi y otros colegas
después de un coloquio sobre la ciudad contemporánea en la li-
teratura latinoamericana. Mientras atravesábamos la grisura casi
eterna de Normandía, hablamos de una de las características más
1. Tomado de El escritor y el intelectual entre dos mundos. Lugares y figuras del desplazamiento.
Homenaje Internacional a Fernando Aínsa, Iberoamericana Vervuert, Madrid/Frankfurt, 2010.
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Y, por sobre todas las cosas, el azar, tal vez encontrado por-
que lo andaba buscando, propició que el 14 de junio de 1974, Ju-
lio Moncada, un poeta chileno exilado, me presentara a Mónica,
también chilena de pura cepa que reivindicaba con orgullo una
bisabuela mapuche. Mi destino quedaría sellado. Gracias a la que
sería desde entonces mi compañera, Chile pasó a ser un tercer «te-
rruño» a unir al mapa fragmentario de mi identidad. En todo caso,
sus paisajes, sus gentes, su literatura, su sabrosa cocina y ese acento
y ocurrentes expresiones con las que me identifico apenas piso su
tierra. Pero además, porque Mónica sería la primera y rigurosa
lectora de todo lo que he escrito desde entonces, incluidas estas
palabras. Escrito desde entonces; de esto se trata, justamente.
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otro, son temas ensalzados por escritores que, muchas veces, llevan
en sí mismo esa ambivalente condición.
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oferta para vivir fuera del «lugar en que se ha nacido» y para inte-
grarse a redes que desconocen las exclusivas fronteras nacionales
y culturales. La geografía alternativa de la pertenencia se impone,
pues, en gran parte del mundo. El trazado de esta nueva cartografía
se basa en los flujos segmentados y combinados que atraviesan y
desdibujan las fronteras existentes y nos indica que los procesos de
mundialización en que estamos inmersos, las facilidades para viajar
y comunicarse, las herramientas de Internet, gracias a las cuales
forjamos afinidades electivas en desmedro de las territoriales o ét-
nicas, agudizan esta condición errante del escritor.
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De raíces y desarraigados
Errabundo trabajador,
cosmopolita, por entonces sin saberlo,
voluble viajero
¿arraigado dónde?
Imaginabas otras vidas posibles
como un juego de piezas intercambiables
–cuentos, destinos alternativos–
cuando te asomaste
a la orilla del Pacífico
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en Papudo
y mirabas seducido las vetustas casas de madera
hogares de otras existencias que podrías haber vivido
o novelabas los caserones en Normandía
con sus persianas bajadas en el invierno interminable,
desde una bicicleta alquilada en la estación.
¿Raíces?
Las tienen ellas,
cuya silenciosa vocación botánica
José cuida con esmero.
Arraigados vegetales
árboles plantados en sus trece
orientados hacia el sur,
callados,
creciendo a su ritmo,
palmo a palmo,
como indican sus secretas leyes.
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