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MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.

ORG

UNA POLÉMICA EN LAS FILAS DEL MARXISMO LATINOAMERICANO: CARLOS PEREYRA,


BOLÍVAR ECHEVERRÍA Y ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ

Presentación. El sentido del término ‘marxista’

Por Carlos F. Lincopi Bruch

A continuación, presentamos tres ponencias que constituyen una polémica en


las filas del marxismo latinoamericano, en torno al sentido o falta de sentido del
término ‘marxista’. En ella intervinieron tres colosos del pensamiento
latinoamericano, por ello hablamos de “una polémica en las filas del marxismo
latinoamericano”.

La polémica que presentamos se originó en el marco del IV Congreso Nacional


de Filosofía, en Toluca (México), entre los días 23 y 27 de noviembre del año 1987, en
la mesa redonda titulada “¿Crisis, muerte o renovación del marxismo?”,
posteriormente los artículos fueron publicados por la revista Nexos.

En efecto, la polémica es abierta por Carlos Pereyra (1940-1988), filósofo,


intelectual, militante comunista, analista político, de origen mexicano, quien a inicios
de 1988, presenta una ponencia titulada Señas de identidad. En ella abre el problema
sobre el sentido del término ‘marxista’ como marco de identificación teorética de un
movimiento político orientado a la transformación de la realidad. Pereyra identifica
algunos problemas claves del término, tales como, falta de ‘homogeneidad’ en la
referencia al término ‘marxista’, su asociación a regímenes autoritarios y despóticos y
su consolidación ismática (de “ismo”) como religión de estados, repúblicas y partidos.
Carlos Pereyra identifica el término ‘marxista’ como una suerte de velo de maya que
impide captar la riqueza del movimiento de lo real, los avances científicos y filosóficos,
transformando al sujeto identificado ismáticamente en una persona alienada,
desfigurada en su receptividad hacia elementos que no han surgido de la pareja Marx-
Engels, se trata de una deformación de la conciencia que vuelca al sujeto a ver
‘pensamiento burgués’ en todas partes. Carlos Pereyra, con bastante fundamento y
agudeza, califica el marxismo como una suerte de ‘religión laica’.

Frente a los problemas reales que identifica nuestro autor, no faltarán los
religiosos que lo califiquen inmediatamente como ‘revisionista’, ‘renegado’, entre
otros epítetos excomulgatorios que terminan por dar razón a Carlos Pereyra. Sin
embargo, la pregunta abierta por Carlos Pereyra es absolutamente pertinente, se trata
de preguntarse por el sentido, el significado, de la identidad del ser ‘marxista’,
cuestión que a nuestro juicio, fue mayoritariamente olvidada por los ‘marxistas’ y con

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razón, no pocos cambiaron su coherencia político-revolucionaria con cómodas


posiciones de poder, entregándose completamente a la mediocridad y al oportunismo
político antes, durante y después de la caída de los socialismos del Este.

Sin embargo, ¿cuáles fueron las reacciones al problema abierto por Carlos
Pereyra?

La primera réplica vendrá por parte del destacado filósofo ecuatoriano Bolívar
Echeverría (1941-2010), a través de su ponencia titulada Todos somos marxistas. Si los
problemas que había identificado Carlos Pereyra parecían sorprender, la respuesta de
Bolívar Echeverría no va a ser menos sorprendente, con ello, el título lo dice todo.
Para Echeverría, Carlos Pereyra olvida que junto a ese marxismo ismático, religioso,
como culto oficial de regímenes despóticos, dogmático y sin capacidad de apertura al
mundo, existirá un marxismo del todo autocrítico, revolucionario, anti-despótico y
abierto al mundo, a las novedades de la ciencia y el pensamiento. Sin embargo, Bolívar
Echeverría es más agudo y afirma que el marxismo es el pensamiento que con mayor
profundidad ha dado cuenta de una época: la modernidad capitalista. El pensamiento
de Marx y de sus discípulos, en efecto, abre, interroga, problematiza, cuestiona, toda
una época y, frente a esas interrogantes es que todo el pensamiento moderno ha
tenido que definir, orientar, diseñar, una posición ante ese genio crítico de la
modernidad. El pensamiento de Marx interroga a izquierdas y derechas, todos deben
responder o intentar responder a las preguntas abiertas por Marx, en ese sentido,
todos somos marxistas, pues toda la época se ha visto obligada a tener como
interlocutor a Marx, sea como ‘marxista’ o como ‘anti-marxista’. La respuesta de
Bolívar es astuta, audaz, filosófica. Abre un puente, un discurso, ante Carlos Pereyra.

En junio de 1988, de forma lamentable, Carlos Pereyra muere y la polémica se


ve abruptamente truncada. Es en ese contexto, en agosto del mismo año, en el marco
del Simposio en memoria de Carlos Pereyra, es que va a intervenir Adolfo Sánchez
Vázquez (1915-2011) con la conferencia inaugural del evento. En ella, Sánchez
Vázquez expone a grandes rasgos elementos del pensamiento de Carlos Pereyra,
caracterizándolo como un agudo pensador crítico, revolucionario y comprometido con
la causa socialista. Se trata de establecer trazas, iluminar, la riqueza de la obra de
Carlos Pereyra. Será solamente al finalizar la ponencia que Adolfo Sánchez Vázquez
establezca su posición frente a la polémica abierta. Para nuestro autor, Carlos Pereyra
es claramente marxista, pero no en el sentido ismático, se trata de una provocación
abierta para interrogar a la izquierda marxista, a la militancia revolucionaria, sobre el
sentido de ser marxista, tal y como lo hizo Marx cuando afirmó “yo no soy marxista”,
se trata de una forma inteligente de reivindicar el legado de Marx no en su dimensión
fonético-terminológica, sino en el sentido más profundo, esto es, de seguir el camino
de una crítica radical a la modernidad capitalista en la perspectiva de la

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transformación revolucionaria de la sociedad. Con ello, tenemos ya, tres ponencias.


Pero antes, comentamos algunas cuestiones.

A casi tres décadas de esta polémica, nos parece justo, explicar las razones que
justifican volver a poner en circulación las diferentes ponencias que presentamos más
abajo.

Tras la caída de los socialismos del Este, es innegable que la izquierda


revolucionaria y, con ella, el pensamiento marxista, se vio obligada a realizar un fuerte
repliegue. Todos daban por muerto a Marx y a sus discípulos. Lo interesante, la
pertinencia de la crítica de Pereyra en este contexto, es que precisamente esos
marxistas despóticos y religiosos, fueron los primeros en abandonar las filas de la
lucha revolucionaria por el socialismo. Se mantuvieron en pie, a contracorriente y
contra la marea, los más audaces, los más críticos, los más abiertos a recibir el mundo,
y que no en pocas ocasiones fueron acusados de ser ‘revisionistas’ o ‘renegados’, entre
ellos, Bolívar Echeverría y Adolfo Sánchez Vázquez. Entonces, la pregunta abierta por
Pereyra tiene mucho sentido, pero a ella, ante un resurgir de la izquierda, aún
fragmentada y teóricamente desorientada, surgen nuevas interrogantes, tales como:
¿puede la izquierda no ser marxista sin debilitarse en sus propias luchas políticas? ¿Y
si la izquierda se define como marxista, a cuál marx-ismo nos referimos? ¿Cuántos
Marx hay en el mundo? ¿Cuál es la pertinencia de marcar y señalar el marxismo como
identidad teorética de la izquierda? En efecto, son preguntas que hay que, a lo menos,
intentar responder.

Nos tentamos a orientar algunas directrices. Por un lado, hay que reconocer la
existencia de varias interpretaciones de la obra de Marx, cuya versión mayoritaria
durante el siglo veinte fue el materialismo dialéctico o diamat, que fue subsumido bajo
la forma axiomática de ‘marxismo-leninismo’. Se trata, en efecto, del marxismo
despótico y religioso que Carlos Pereyra tiene como objeto de su crítica y de su
interrogante (pertinencia de la identidad ‘marxista’), pero al mismo tiempo,
deberíamos tener en cuenta que tal marxismo ismático tenía muy poco que ver con
Marx y con las ideas originales del autor de El Capital. Por ello, ponemos énfasis en la
respuesta de Bolívar Echeverría, pues en la oscuridad de ese marxismo despótico se
irá forjando el otro marxismo, absolutamente crítico y no dogmático, ese marxismo
nosotros lo identificamos con el nombre de filosofía de la praxis y es a nuestro juicio,
un sentido sobre el cual el término ‘marxista’ adquiere un nuevo sentido, radical,
crítico, revolucionario, alejado de las experiencias despóticas, autoritarias y
dogmáticas. Sin embargo, al mismo tiempo, debemos reconocer que ese otro
marxismo no se ha constituido como el discurso crítico mayoritario de la izquierda
revolucionaria, de hecho, hasta el día de hoy, la mayoría de los círculos militantes en
América Latina siguen definiendo el marxismo en términos ‘marxista-leninistas’, como

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un axioma que se aplica mecánicamente a la realidad. La filosofía de la praxis,


esbozada por Adolfo Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría, pero también por otros
intelectuales marxistas como Georg Lukács, Karl Korsch, Karel Kosík, o el propio
Antonio Gramsci, debe ser el discurso crítico, articulador de una teoría revolucionaria
y una práctica transformadora de lo real, abiertamente crítica y receptiva al mundo. Se
trata de un nuevo sentido del término ‘marxista’ que puede forjar y reconstruir
nuevamente la identidad política de la izquierda y ello, tras la caída de los socialismos
del Este es, por lo menos, una urgencia. Por otra parte, el término ‘marxista’ como
sentido identitario tiene un sentido muy radical, esto es, tratar de observar el mundo
como trató de observar e interrogar el propio Karl Marx, es decir, observar e
interpelar al mundo desde la posición de los explotados y oprimidos, esto es, desde
aquellos que nunca tuvieron un interlocutor en la filosofía.

Entonces, de lo que se trata es de ser ‘marxista’, en el sentido de interrogar


críticamente a la modernidad capitalista en la perspectiva de las tesis once sobre
Feuerbach, esto es, de intentar transformar el mundo al calor de la praxis.

Señas de identidad
Por Carlos Pereyra

Tomaré como punto de partida la definición elemental de marxismo ofrecida


por Norberto Bobbio en algún lugar: “por marxismo se entiende el conjunto de ideas,
conceptos, tesis, teorías, supuestas metodologías científicas y de estrategia política, en
general la concepción del mundo, de la vida asociada y de la política, considerada
como un cuerpo homogéneo de proposiciones hasta llegar a constituir una verdadera
‘doctrina’, que se puede extraer de las obras de Karl Marx y Friedrich Engels”.
Respecto a la inclusión de Engels, el propio Bobbio anota, que en el interior del
marxismo se ha manifestado a veces la tendencia a distinguir el pensamiento de Marx
del de Engels. Dicho en términos más precisos, a veces se ha manifestado la tendencia
a negar que ciertas formulaciones de Engels (en relación con la dialéctica de la
naturaleza, para mencionar un ejemplo entre otros posibles) corresponden en sentido
estricto al pensamiento de Marx y a negar, por tanto, que formen parte del cuerpo
doctrinario del marxismo. Por lo demás, aunque en la definición elemental de Bobbio
el marxismo queda restringido a la obra de Marx y Engels, lo más habitual es
considerar que esta obra ha sido ampliada, prolongada y enriquecida por muchos
otros, ya sea con participación destacada como dirigentes políticos (Lenin, Gramsci,
Rosa Luxemburgo, por ejemplo), o muchos más que tienen una obra teórica de peso
cualquiera que haya sido su intervención en sus respectivas circunstancias políticas
inmediatas.

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Lo que quiero señalar con esta forma de abordar el tema es que si ya era muy
problemático considerar el conjunto de ideas, conceptos, tesis, teorías, etc., de Marx
como “un cuerpo homogéneo de proposiciones”, en los términos de la definición de
Bobbio se vuelve imposible mantener incluso el más débil sentido de homogeneidad
cuando la etiqueta marxismo engloba, junto a Marx y Engels, a docenas de otros
intelectuales. El término marxismo se acuñó por motivos ideológico-políticos, pero
empleado en un sentido analítico ha dejado de tener, si alguna vez lo tuvo, un
referente preciso. Prácticamente todas las ideas, conceptos, tesis, teorías, etc., que
pudieran proporcionarse como candidatos a figurar en el cuerpo de creencias y
proposiciones propias del marxismo han sido y son objeto de discusión por parte de
quienes en un sentido más o menos fuerte se asumen como marxistas. Son tantas y tan
variadas las interpretaciones que del marxismo ofrecen sus propios protagonistas,
que hace ya mucho tiempo se habla más bien de marxismos, en plural, lo que indica
hasta dónde la designación es ambigua y confusa.

La situación no es distinta si en vez de pensar el marxismo en términos de


ideas conceptos, tesis y teorías positivas o sustantivas, se le piensa ya sea en términos
de un método, según la sugerencia lukacsiana de Historia y conciencia de clase o en
términos de un discurso crítico radical de la modernidad capitalista. En efecto, no
parece factible construir una versión unívoca del método marxista que fuera
aceptable para la totalidad de quienes se colocan en esta perspectiva. Asimismo, la
idea de que marxismo remite a un discurso crítico radical anticapitalista, carece de
fuerza como para delimitar con mínima precisión el ámbito de lo que pueda o deba
entenderse por marxismo. A finales del siglo veinte sigue tan viva como a mediados
del siglo pasado la necesidad de someter a critica las formas que adopta el desarrollo
de la modernidad capitalista y es, por supuesto, tan actual como siempre la necesidad
de asociar esa teoría crítica a una práctica política que busque las vías de la
transformación social, pero ni una cosa ni la otra bastan para delinear con claridad
una posición específicamente marxista.

Antes de la irrupción de Marx en la cultura moderna ya se había generado el


movimiento social y cultural que buscaba superar las modalidades específicamente
capitalistas de la modernidad. Por decisiva que haya sido la contribución de Marx al
esclarecimiento de las raíces de ese movimiento social, y por vigoroso que haya sido
su aporte para el despliegue y fortalecimiento del mismo, estas razones no bastan
para identificar marxismo y movimiento socialista. Menos aún cuando asistimos desde
hace largo tiempo a la crisis de ciertas instituciones en las que históricamente
cristalizó el proyecto político de Marx, las cuales no pueden disociarse sin más de ese
proyecto. La conversión del marxismo en doctrina oficial de estados despóticos es
algo que no puede considerarse completamente ajeno a determinados rasgos inscritos
en el núcleo mismo del proyecto político marxista. Así como resulta necio desconocer
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hasta dónde el ejercicio normal de las ciencias sociales no puede prescindir de


herramientas analítico-conceptuales producidas por Marx y por la tradición derivada
de su obra, es igualmente necio pretender -tanto desde el punto de vista del
conocimiento de la realidad como desde la óptica de la lucha por superar la modalidad
capitalista de la modernidad- que el llamado marxismo, cualquier cosa que signifique,
ofrece todo lo que se requiere.

Debe tomarse en serio la afirmación de Marx según la cual él no era marxista.


En rigor, nadie debería serlo. En primer lugar porque la expresión misma de
marxismo o la declaración individual yo soy marxista confiere tanto al trabajo teórico
como a la lucha política un aire de secta religiosa poco recomendable. Pero, además,
porque no hace falta ninguna profesión de fe marxista para desarrollar una actividad
intelectual en un sentido concurrente con el trazado por Marx ni para participar en el
combate contra la forma capitalista de la modernidad. Por lo demás, una vez asumido
el membrete marxismo, es muy difícil dejar de ver pensamiento burgués en todo lo
que está fuera del marxismo. No puede extrañar, por ello, que la tradición marxista se
haya deslizado mucho más de lo deseable en el camino de la exégesis escolástica de lo
que verdaderamente dijo Marx, con el consiguiente desconocimiento e ignorancia de
lo que se produce en otros ámbitos de la filosofía y de la ciencia. Se produce así una
situación incómoda, no sólo porque los marxistas tienden con frecuencia a ignorar
elementos valiosos de la cultura moderna, sino también porque el marxismo esta
muchas veces ausente de la confrontación crítica y el debate contemporáneos. En
filosofía política, por ejemplo, pero también en teoría económica y en otros campos
del saber, aparecen y se desarrollan programas teóricos que exigen una atención
crítica que con frecuencia los marxistas no están en capacidad de satisfacer.

El pensamiento de Marx, elaborado en un período de aproximadamente


cuarenta años, no está conformado, ni podía estarlo, por un cuerpo homogéneo de
proposiciones. Al lado de numerosos elementos teóricos sin los cuales no es posible
pensar la modernidad capitalista y la reacción social contra esta forma de la
modernidad, hay muchos otros elementos insostenibles.

No se trata de examinar aquí tesis puntuales de Marx a las que cabe objetarles
estar demasiado subordinadas a tentaciones economicistas o a enfoques propios del
reduccionismo sociológico, pero si me quiero referir a una cuestión que afecta el
núcleo mismo de su programa teórico y político, es decir, el intento de dar cuenta, a la
vez, de los mecanismos específicamente capitalistas de la modernidad y de los
resortes del movimiento social orientados a eliminar esa especificidad capitalista. Se
trata de lo que podría denominarse ceguera política de Marx o, en otras palabras,
insuficiencia en su elaboración discursiva de un espacio para pensar la política. Hay
una paradoja en el hecho de que el esfuerzo conceptual más definidamente orientado

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a pensar el problema de la cancelación de la especificidad capitalista de la


modernidad, ofrece, sin embargo, posibilidades limitadas para entender el lugar de la
política.

El mismo movimiento conceptual que ilumino tanto la lógica interna de esa


forma específica de la modernidad como ciertas características de la iniciativa social
contraria a tal forma, bloquea, a la vez, el entendimiento de los procesos políticos en
virtud de los cuales eventualmente se transitara a otras formas de modernidad. Las
dificultades para pensar la política se concretan, por lo menos, en tres cuestiones
diferentes pero relacionadas: a) una concepción que tiende a suponer la inevitabilidad
de cierto futuro histórico el cual sería resultado de una lógica dada de la estructura
social capitalista, lo que lleva a la visión de un futuro predeterminado; b) una
concepción escatológica por la cual la transformación social más que proceso en curso
seria resultado de un acto puntual de confortación revolucionaria; c) la idea de que las
clases sociales son por sí mismas sujetos políticos constituidos como tales.

Habría que considerar la obra de Marx, como en diferentes planos intelectuales


ocurre con cualquier clásico, como punto de partida necesario pero no suficiente para
pensar críticamente la modernidad capitalista y para impulsar el tránsito a otra forma
de modernidad.

Todos somos marxistas


Por Bolívar Echeverría

La afirmación básica de Carlos Pereyra sobre el marxismo como seña de


identidad (Nexos 122, febrero de 1988, pp. 5-6), me parece inobjetable- aunque él
mismo no la respete como premisa de sus otras afirmaciones-. También me parece
insuficiente.

1. La afirmación básica: la heterogeneidad de la serie de proposiciones (de tesis


explicativas, de propuestas metodológicas o de intervenciones críticas) que el
marxismo debería englobar en su corpus teórico sólo puede ceder el sitio a una
homogeneidad, si el propio marxismo se convierte en una realidad teórica
evanescente. La unidad del marxismo teórico sólo puede establecerse en un nivel tan
elevado de generalidad, que resultaría imposible hablar de él como de una doctrina
específica, capaz de proyectar una identidad sobre sus seguidores. Hay que elegir:
marxismo es un nombre vacío o sin referente propio en el universo de las entidades
teóricas o marxismo es el nombre de muchas entidades teóricas homónimas, de
muchos marxismos diferentes, incluso contradictorios entre sí.

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Esta afirmación tiene una consecuencia ineludible: resulta ocioso hablar de lo


que el marxismo en general, como teoría, ha hecho o ha dejado de hacer, consecuencia
a la que, sin embargo, Carlos Pereyra no quiere atenerse. Su artículo atrapa al
marxismo en general convirtiéndose en “doctrina oficial de estados despóticos”,
viendo “pensamiento burgués en todo lo que está fuera de él”, exagerando “la exégesis
escolástica”, cerrándose ante “lo que se produce en otros ámbitos de la filosofía y de la
ciencia”, -ignorando “elementos valiosos de la cultura moderna”, ausentándose, por
incapacidad, “de la confrontación crítica y el debate contemporáneos”. Dado que todo
intento de describir entidades tan difusas e inaprehensibles como el “marxismo en
general” termina por no entregar otra cosa que imágenes más o menos válidas de
ellas, en las que lo importante pasa a estar en el amor o el odio con el que fueron
preparadas, alguien, con la misma inconsecuencia pero animado por una afectividad
contrapuesta, podría enfrentar a la odiosa imagen del marxismo insinuada por Carlos
Pereyra otra de igual validez, pero hecha de pura positividad: datos puntuales no
escasearían en la historia de los distintos marxismos para hablar a partir de ellos de
un marxismo todo él antidespótico, antisectario y antidogmático, autocrítico,
informado y abierto a la discusión de todos los nuevos desarrollos científicos y
filosóficos, inquieto y audaz en la investigación, presente en todos los ámbitos de la
cultura moderna, interlocutor incansable de toda nueva iniciativa teórica o política.

2. Pocas cosas resultan más desalentadoras en este sombrío fin de siglo que la
reaparición, en la vida política de los estados modernos o que se pretenden
democráticos, del sectarismo religioso -por esencia antidemocrático- como sustituto
más o menos velado del partidarismo político. Por ello, cuando Carlos Pereyra nos
recuerda -junto al hecho indudable de que una profesión de fe no es necesaria ni para
pensar ni para actuar- que los ismos teóricos y políticos mantienen una vecindad
“poco recomendable” con los ismos religiosos, uno no puede menos que sentirse
tentado a seguir su recomendación de que, “en rigor, nadie debería ser marxista”.1

Sin embargo, tal vez convenga pensarlo dos veces. ¿Es solamente una identidad
como persona teórica lo que está en juego cuando uno evita el calificativo de

1
A comienzos de siglo, en la época wilhelmiana o del segundo Reich alemán, el podium de todos los actos
públicos del Partido Socialdemócrata estaba siempre custodiado por las efigies de los dos santos patronos
del socialismo de entonces: la de Marx a la izquierda y la de Lasalle a la derecha. En una época de
religiosidades laicas, de retóricas fanáticas y frenéticas y de ánimos apocalípticos, esta teatralidad no era
más que el intento fallido de no perder el paso por parte de una “ideología fría”. Ya desde antes, desde los
años setenta, a quienes juraban por la imagen de la izquierda los llamaban marxistas. Tengo entendido -la
anécdota se contaba en distintas versiones- que lo que quería Marx cuando, a la pregunta de unos
desinformados turistas franceses, respondió con su famoso je ne suis pas marxiste era distanciarse de esos
marxistas y no de sí mismo. Se distanciaba de esos socialistas que aprovechaban su prestigio de científico
irrebatible en materia social y sobre todo su prestigio de padre porque creía que pertenecían a una
generación que no entendía en qué consiste la radicalidad.

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marxista? ¿Acaso el nombre marxismo no alude a una realidad más impura y


compleja, pero no menos importante, que la de una teoría? ¿Al apartarse del
marxismo como entidad teórica no se aleja uno al mismo tiempo de un marxismo del
que no quisiera alejarse? Para comenzar por el principio: ¿hay manera de no ser
marxista? En su difícil pero injustamente olvidada Crítica de la razón dialéctica, Sartre
habla del marxismo como “el horizonte de toda la cultura contemporánea”, el “humus
de toda teoría particular” que pueda generarse en ella. Se refiere al hecho de que las
ideas no existen aparte de las palabras y que nacen así marcadas por el hecho
histórico concreto en el que tuvo lugar el acto lingüístico que las invocó. Al igual que
otras pocas “filosofías” en la historia, el marxismo en nuestro tiempo -que dura tanto
como la modernidad capitalista, para cuya crítica nació en el movimiento práctico del
socialismo- tiene la peculiaridad de ser, no sólo un conjunto de respuestas a las
grandes cuestiones de la época, sino justamente el formulador de esas cuestiones o el
encargado de darles una expresión concreta. El marxismo es la “filosofía” de nuestro
tiempo porque trae las preguntas a las que todas las otras “filosofías” deben también
intentar responder. En este sentido, todos -incluso los antimarxistas- somos en el
fondo marxistas: irremediablemente. Todos estamos señalados por una marca
histórica inherente a la civilización contemporánea, que sólo podría ser borrada de
ella antes de tiempo por alguna nueva -nada improbable- barbarie “purificadora”.

Ahora bien, este marxismo que posibilita la creación de todo el discurso teórico
contemporáneo -y que se distingue por lo tanto del marxismo teórico en general- sólo
es capaz de cumplir esta función fundamental en la medida en que él mismo posee la
necesidad y la singularidad que corresponden a un discurso concreto en la vida
política y teórica de nuestros días. El marxismo sólo puede tener esa vigencia
trascendental gracias a que es ante todo una de las propuestas siempre renovadas de
cultura política concreta en el mundo moderno.

La vida moderna capitalista genera espontáneamente, a partir de los niveles


más profundos de la actividad práctica y del comportamiento social, las tendencias o
los lineamientos elementales de una cultura política que es estructuralmente
conflictiva. Al mismo tiempo que sus necesidades de autorreproducción fomentan una
línea de conducta y de pensamiento conservadora -que riñe y se bifurca ya de acuerdo
a si es la reforma o la restauración la fórmula elegida para conservar el progreso (lo
único verdaderamente conservable en la modernidad)-, las resistencias que despierta
esa autorreproducción dan lugar a posiciones prácticas y discursivas abiertamente
impugnadoras. La resistencia de las formas tradicionales de la técnica y de la
socialidad, destruidas a medias e integradas previa deformación en sus versiones
modernas, genera una actitud reaccionaria; la de las formas futuras, realmente
posibles desde ahora, reprimidas e integradas ellas también, genera en cambio una
posición revolucionaria. La aparición siempre renovada de esta conducta política
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profunda de resistencia revolucionaria a la autorreproducción de la modernidad


capitalista constituye la necesidad del discurso marxista; éste no es otra cosa que el
medio discursivo concreto en el que dicha conducta ha podido manifestarse hasta
ahora.

Así, mientras en el plano de la teoría resulta difícil, si no imposible, establecer


para los distintos marxismos un denominador común que no se esfume en
generalidades, en el plano de la cultura política, la propuesta profunda de los distintos
marxismos no puede dejar de lado, sin traicionar la encomienda revolucionaria que
ellos deben cumplir, un planteamiento básico que es seña concreta de identidad o
singularidad: de lo que se trata es de liberar a la democracia, de sacarla del estado de
secuestrada en el que se encuentra actualmente2. La democracia, el autogobierno del
pueblo, requiere que la facultad política fundamental que define a éste como sujeto, la
capacidad de formar la figura concreta de su socialidad, actúe efectivamente. Y es esta
facultad precisamente la que se encuentra mediatizada por los efectos políticos
profundos de la forma capitalista de la modernidad. Liberar a la democracia es, en este
sentido, lo mismo que luchar por el socialismo. Sólo en la medida en que la
reproducción de la riqueza social deja de sostenerse sobre la esclavitud, es decir, en
términos actuales, en la medida en que se deja de funcionar bajo la forma de
explotación de plusvalor a los trabajadores o de acumulación de capital, y pasa a
requerir de la libertad individual ante los medios de producción socializados, sólo en
esa medida el capital, la cosa hecha sujeto, deja de secuestrar a la democracia.

Carlos Pereyra3
Por Adolfo Sánchez Vázquez

A penas transcurridos dos meses del fallecimiento de Carlos Pereyra, seguimos


oprimidos por la terrible verdad que difícilmente podemos aceptar: el corte brutal de
una vida creadora en el momento mismo en que estaba dando granados frutos y
prometía una fecundidad aún mayor. Pero no sólo hemos perdido a quien ya ocupaba
un lugar destacado en la vida filosófica, intelectual y política de México, sino que
hemos perdido también un colega, un amigo, un compañero ejemplar en cada una de
estas facetas de su personalidad.

2
Carlos Pereyra cree encontrar en la elaboración discursiva de Marx “una ausencia de espacio para pensar la
política”. Desde la óptica de Marx bien podría decirse, a la inversa, que lo que hace falta es justamente la
exploración del espacio que él dejó abierto al pensar a la democracia como sometida al fenómeno de la
cosificación.
3
Este texto es la conferencia inaugural del “Simposio en memoria de Carlos Pereyra”, celebrado los días 2, 3
y 4 de agosto de 1988, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

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A este sentimiento de dolor que compartimos todos los que lo tratamos o


estuvimos cerca de él en actividades, afanes y preocupaciones comunes en nuestra
Facultad, añado en mi caso la carga que pone en ese fondo común de dolor
incontenible la relación personal que mantuve con Carlos Pereyra durante más de
treinta años: primero, como amigo de mis hijos y compañero de militancia juvenil
comunista de mi hijo mayor; después como discípulo brillante en mis cursos y
seminarios y, finalmente, como compañero de ideas que por la naturaleza marxista de
ellas y sus implicaciones políticas y sociales rebasaban nuestras responsabilidades y
preocupaciones académicas.

Dejo, sin embargo, este plano testimonial en el que se desenvolverán las


intervenciones de otros colegas y amigos en este Simposio para concentrar mi
atención en el pensamiento vivo que Pereyra nos lega con su obra.

Mi contribución a este Simposio en memoria de Carlos Pereyra consistirá en


tratar de fijar las coordenadas de su pensamiento y, en el marco de ellas, destacar los
puntos que considero más significativos. Pero antes de trazar esas coordenadas y fijar
esos puntos, quisiera subrayar su estilo de pensar o talante teórico así como el
trasfondo vital en que surge y se desarrolla su pensamiento. Es un pensamiento que
cobra vida con la vida real y, en primer lugar, con los acontecimientos políticos y
sociales de su entorno: huelgas, manifestaciones, represiones, movimientos sociales,
Revolución Cubana, movimiento estudiantil del 68 y lo que éste mueva a su vez dentro
y fuera de la Universidad, logros y derrotas del sindicalismo independiente, procesos
de unificación de la izquierda socialista, etc. De un modo u otro Pereyra se halla
vinculado a todo esto y esta vinculación no deja de reflejarse en su formación
ideológica y teórica. Lo que quiere decir que Pereyra no nace y crece intelectual y
políticamente sólo bajo el impulso de lo que encuentra -cuando lo encuentra- en las
aulas y los libros. Y si tras conocer lo que en ellas y ellos se le ofrece, toma la decisión -
que marcará el resto de su vida- de orientarse, a su paso por la Universidad, por cierta
modalidad del pensamiento contemporáneo: el marxismo, no como resultado de un
proceso intrateórico o puramente académico, sino práctico, vital. Dicho en pocas
palabras: es la política tal como la valora y la vive desde su juventud la que le empuja a
sentirse más enraizado en cierto tipo de pensamiento, aquel que considera más
adecuado para contribuir a transformar esa vida real a la que permanece, desde su
militancia juvenil, tan sensible y despierto. Y esta sustancia política que impregna su
toma de posición en el terreno teórico, lejos de debilitarse o desaparecer, se
mantendrá -y se expresará lúcidamente- hasta sus últimos días.4

4
Aunque Carlos Pereyra destaca sobre todo por su actividad teórica, no hay que olvidar su actividad y
militancia políticas desde sus años juveniles hasta su muerte. Citemos a este respecto a Arnaldo Córdova:
“Carlos Pereyra fue miembro del Partido Comunista en los años sesenta; en los setenta militó en el

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Ahora bien, una vez que Pereyra asume cierto saber y lo asume desde cierta
posición vital, hay un modo de asumirlo -un estilo de pensar que se manifestará a lo
largo de toda su obra-. Un estilo en el que la voluntad de claridad, de alejarse de lo
oscuro y ambiguo es patente. Claridad que no implica simplismo ni imprecisión
porque unida a ella, o más bien en la base de ella, está un rigor sin concesiones. Lejos,
pues, del oropel de los adjetivos, de la fácil retórica, de los fuegos verbales de artificio,
y atención sobre todo al análisis sereno, a la argumentación razonada. Un
pensamiento de este género no puede encerrarse en sí mismo; es un pensamiento
alterado, en el sentido de estar siempre abierto a su alter. Pensamiento que dialoga, se
confronta o discute con el otro. Y, ciertamente, a cada paso encontramos en su obra un
interlocutor con el que discute, confronta sus ideas o mantiene una actitud crítica.

De este estilo de pensar en el que se integran claridad y precisión, rigor y


crítica, se desprende como consecuencia forzosa su antidogmatismo. Su pensamiento
es incompatible con una profesión de fe -aunque sea marxista, y cuando se encuentra
más cerca de un pensamiento como el de Marx, o de una interpretación de él como la
althusseriana- esto no significa ponerse una venda en los ojos que le impida ver sus
límites o aspectos negativos. Ahora bien, la importancia que Pereyra reconoce en su
actividad teórica al rigor, a la argumentación fundada, racional sin que sus análisis se
dejen distorsionar por objetivos políticos inmediatos, pudiera llevar a ver -en una
mirada superficial- en él, en su obra, una disociación de la teoría y la práctica política.
Sin dejar de reconocer los efectos prácticos, políticos de un trabajo teórico como el
suyo, los escritos de Pereyra en los que analiza situaciones concretas del país,
cumplen una función práctica, política, directa en la medida en que han contribuido a
sanear y elevar la cultura política del país y, con ello, la práctica correspondiente. Y
estos textos -sobre los que volveré más adelante- en los que aborda problemas de
cada día han sido escritos con la misma claridad y precisión y con el mismo rigor,
espíritu crítico y antidogmatismo con que escribe sus textos más abstractos sobre
filosofía, teoría de la historia o filosofía política. Es decir, campea en ellos el estilo de
pensar que impregna toda su obra.

El estilo de pensar que acabamos de delinear se ejerce en diversos campos


temáticos; a saber: filosofía, teoría de la historia, ciencia política y social y, finalmente,
el análisis político concreto.5

movimiento sindical universitario y en la Corriente Democrática de los electricistas; posteriormente fue


miembro fundador y dirigente del Movimiento de Acción Popular; fue miembro fundador del Partido
Socialista Unificado de México, a cuyo Comité Central perteneció después de su último Congreso, y fue
miembro fundador del Partido Mexicano Socialista”. (“En memoria de Carlos Pereyra”, en: Memoria, Centro
de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, núm. 20, México, D.F., mayo-junio de 1988, p. 314).
5
Sin contar sus ensayos en diversas revistas no recogidos en sus libros y sus numerosos artículos
periodísticos, la obra de Pereyra comprende los siguientes volúmenes: Política y violencia, Testimonios del

12
MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.ORG

El objeto sobre el que más reflexiona es la historia, aunque en la última fase de


su producción -tan lamentablemente truncada- es la política. No podremos exponer en
toda su riqueza su pensamiento en sus diversas facetas temáticas, pero sí trataremos
de subrayar lo que, a nuestro juicio, es más distintivo o significativo en cada una de
ellas.

En el plano filosófico, Pereyra se siente atraído por una problemática filosófica


tradicional: la ontológica y la gnoseológica, pero las soluciones que hace suyas se
alejan no sólo del idealismo sino también de las soluciones dominantes en la tradición
marxista. Veamos, en primer lugar, cómo se enfrenta a la problemática ontológica.
Pereyra la aborda sobre todo en su libro El sujeto de la historia al ocuparse de la
unidad sujeto-objeto (pp. 56 y ss.) y especialmente en su obra Configuraciones: Teoría
e Historia (cap. XIII) al entrar en una polémica sobre el materialismo.

La posición ontológica de Pereyra es materialista, pero claramente distinta


tanto del materialismo tradicional metafísico o contemplativo como de la versión
contemporánea que se conoce como “materialismo dialéctico”. Al oponerse a uno y
otro, se apoya en la Tesis primera de Marx sobre Feuerbach y, con base en ella, en la
unidad indisoluble de sujeto y objeto. La concepción de la objetividad que entraña esa
unidad es el ariete con el que Pereyra echa por tierra la tesis materialista -metafísica o
dialéctica- que concibe el objeto en sí, al margen del sujeto o en una relación de
exterioridad con él. Al hacer suyo el planteamiento originario de Marx, caen bajo la
crítica de Pereyra todo el conjunto de doctrinas materialistas “concernientes a la
realidad en cuanto tal y que parten del reconocimiento de la prioridad de la
naturaleza sobre el espíritu, de la materia sobre la conciencia o del ser sobre el
pensamiento” (El sujeto de la historia, p. 75). Se trata de las doctrinas de Engels, Lenin
y sus epígonos, los materialistas dialécticos. La crítica de Pereyra apunta directamente
al supuesto ontológico común a todas ellas, claramente expresado en Materialismo y
empiriocriticismo de Lenin, según el cual “hay un `mundo exterior’ subsistente en y
por sí mismo, constituido al margen de la intervención de la actividad práctica
subjetiva” (El sujeto de la historia, p. 75). El contraste con la Tesis I de Marx sobre
Feuerbach tan rotundamente asumida por Pereyra, no puede ser mayor.

Y apoyándose precisamente en ella, cuando a raíz de un artículo de Ulises


Moulines6 se genera una polémica en la que toda una serie de confusiones en torno al
término “materialismo” vuelve a éste blanco fácil para tirios y troyanos al vincularlo
con el supuesto falso de que “sólo existe la materia”, entendida ésta a su vez en un
sentido físico, Pereyra sostiene con su claridad y precisión habituales un materialismo

Fondo, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1974, 64 pp; Configuraciones: Teoría e Historia, Editorial
Edicol, México, 1979, 204; pp. El sujeto de la historia, Alianza Editorial, Madrid, 1984, 249 pp.
6
C. Ulises Moulines, “Por qué no soy materialista”, en Crítica, No. 26. agosto/77.

13
MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.ORG

en el que la materialidad (realidad u objetividad) se halla constituida subjetivamente


por la práctica social, o sea: por la praxis. En suma, el materialismo filosófico -
concluye Pereyra- tiene que ver no con la “materia”, tal como la entiende el
materialismo metafísico o dialéctico, sino con la objetividad o materialidad en el
sentido en que la entiende Marx: materialidad que se constituye social e
históricamente.7

El modo materialista en que Pereyra aborda la problemática ontológica,


determina a la vez su modo de enfrentarse a la otra problemática que, como él
reconoce, enmarca desde antiguo el campo de la filosofía, o sea: la epistemológica, o
problemática del conocimiento (Configuraciones…, p. 11).

También aquí rompe Pereyra con la teoría del conocimiento que domina en
cierta tradición marxista. Lo que le lleva a la ruptura con esa gnoseología que gira en
torno a la teoría del reflejo es precisamente el reconocimiento del papel de la práctica
del sujeto en la constitución del objeto. La teoría del reflejo tiene como supuesto
ontológico la ignorancia de la unidad sujeto-objeto, o su relación puramente exterior.
Ahora bien, desde el momento en que se reconoce esa unidad, el conocimiento no
puede consistir para Pereyra en una simple reproducción del objeto. En concordancia
con su negación de la teoría del reflejo, subraya desde una posición materialista -que
yo llamaría praxeológica-, lo que el idealismo ya había aportado, como señala Marx: la
naturaleza del conocimiento como actividad, aspecto subrayado especialmente por
Althusser al caracterizarlo como producción o construcción. Pero al subrayar ese
aspecto activo, constructivo del conocimiento, Pereyra niega con ello que el
conocimiento sea reproducción o adecuación de lo concreto pensado -en la
terminología de Marx- con respecto a lo concreto real. Esta negación no deja de
suscitar las críticas a que da lugar el plantemiento afín de Althusser y que yo he
criticado en otra parte8. Pero de Pereyra retendremos ahora su crítica de la teoría del
reflejo, o de la adecuación especular en los términos de cierto marxismo, así como la
idea del conocimiento como actividad subjetiva, o producción. Pero debe subrayarse
también su adhesión a la idea de que el conocimiento no se da en un vacío sino en un
contexto cubierto por la ideología. Por otra parte, al introducir sus dos conceptos -
epistemológico y sociológico- de ideología puede superar el foso abierto por Althusser
entre ideología y ciencia. Asimismo, pertrechado con estos dos conceptos de ideología
-que no entrañan dos tipos de ideología- Pereyra logra desenredar algunas de las
cuestiones en las que Althusser se había enredado.

7
La intervención de Pereyra en la polémica citada se recoge en el cap. XIII “Acerca del materialismo” de
Configuraciones…, p. 175 y ss.
8
Cf. mi libro Ciencia y revolución (El Marxismo de Althusser), pp. 85-86 y 87-99

14
MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.ORG

El arco teórico de Pereyra se extiende sobre todo en el campo de la historia, y


es que en este campo hay mucha yerba que desarraigar, mucho terreno que
desbrozar. No pensamos que Pereyra haya dado siempre una respuesta satisfactoria a
cuestiones históricas fundamentales como tratamos de mostrarlo, con respecto a
algunas, al discutir su libro El sujeto de la historia9. Sin embargo, justo es reconocer
que Pereyra nunca rehúye abordarlas de frente y que, al examinarlas críticamente,
formula también una serie de propuestas que invitan a la reflexión y a arrojar por la
borda todo aquello que está insuficientemente fundado. Pereyra aborda cuestiones
históricas verdaderamente cruciales y, a la cabeza de ellas, la del sujeto de la historia.

Para él la historia es un proceso sin sujeto, no importa que este sujeto se


conciba como hombres, individuos, clases sociales o masas. Vinculadas a ella, están las
cuestiones, en las que se detiene especialmente, de la necesidad en la historia, del
determinismo y del cambio histórico. Estas reflexiones le llevan forzosamente a la
problemática epistemológica histórica y, dentro de ella, se ocupa de la objetividad del
conocimiento histórico, de las explicaciones causales y teleológicas o intencionalistas
de la historia y sale al paso, con una lúcida refutación, del individualismo como
método de explicación de la historia.

El hilo conductor a lo largo de estas reflexiones es la tesis central de la unidad


de sujeto y objeto que, en su doble vertiente ontológica y epistemológica, caracteriza
el enfoque filosófico de Pereyra y que él subraya sobre todo con referencia a la
realidad social. “No existe -escribe- una objetividad dada, preexistente, ajena a la
praxis subjetiva. Tampoco existe una subjetividad pura, formada en un vacío de
realidad” (El sujeto de la historia, p. 58).

Ahora bien, cuando Pereyra habla -y lo hace con insistencia- de la historia como
“proceso sin sujeto”, niega al parecer esta unidad, ya que unas veces parece disolver el
sujeto o reducirlo a puro objeto. Pero, en verdad, la crítica a la admisión de un “sujeto
de la historia” se endereza más bien contra el subjetivismo que considera la
conformación del sujeto como “independiente del objeto”. Sin embargo, aunque
Pereyra deja claro que ese sujeto no es independiente del objeto, no queda tan clara
en él la idea opuesta de que el sujeto no es puro objeto y que, por tanto, la unidad de
uno y otro no borra su distinción y, en consecuencia, cierta autonomía del sujeto10.

La tesis de la unidad sujeto-objeto se revela más fecunda en manos de Pereyra


cuando aborda otros dilemas tradicionales sin privilegiar uno de sus términos. Así
sucede con los de subjetivismo y objetivismo, causalismo y finalismo, determinismo

9
Cf. las palabras que pronuncié en la presentación del libro: “Sobre el sujeto de la historia”, en ASV, Ensayos
marxistas sobre historia y política, Ediciones Océano, México, D.F., 1985, pp. 59-64.
10
Cf. mis observaciones en este punto en el texto antes citado.

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MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.ORG

histórico e intencionalidad, decisión o voluntad. Igualmente se revelan falsas, en las


reflexiones que sobre ellas hace, las dicotomías de estructura y proceso histórico,
historia general e historia particular, evolución y revolución, entidades sociales e
individuos. Con respecto a esta última, la agudeza crítica de Pereyra alcanza sus más
altas cotas al deshacer los argumentos del individualismo metodológico de Popper y
Watksin, al que caracteriza como “contrarrevolución teórica”11.

Continuando el pensamiento “inacabado” de Marx, pero consciente de la


vigencia de una problemática no resuelta, Pereyra sale al paso, una y otra vez, de las
visiones dogmáticas que han impedido esa continuidad. Y ofrece como alternativa a
ellas un conjunto de aportaciones a una teoría objetiva, fundada, de la historia, que no
pueden dejar de ser tomadas en cuenta por quienes no se dejan arrastrar por las
dicotomías apuntadas y, particularmente, por la tan medular y nociva -teórica y
prácticamente- de subjetivismo y objetivismo.

Si la historia como ciencia del pasado constituye en Pereyra el núcleo primero y


central de su pensamiento, su atención al presente, al mundo que le rodea, a la
sociedad en que vive, aviva en él con el mismo rigor y precisión la reflexión política. A
ella le lleva asimismo la conciencia de que la cultura política dominante en la
izquierda socialista mexicana se nutre de un marxismo dogmático y de un
instrumental teórico-político enmohecido, lo que exige enfrentarse a viejos clichés y
explorar nuevos caminos. Y al hacerlo toma en cuenta a pensadores marxistas que,
unidos en el rechazo de un marxismo elemental, dogmático o adocenado, se separan
en la búsqueda de nuevos caminos. La inclinación de Pereyra por Althusser o
Poulantzas no le impide acercarse, cuando lo juzga necesario, a Lukács, Korsh o
Gramsci. Conjugando creadora -no eclécticamente- lo que encuentra en unos y otros,
desechando fórmulas simplificadoras sociologistas o reduccionistas, caen bajo su
lúcida mirada toda una serie de conceptos políticos fundamentales.

A la cabeza de ellos, fecundado por el pensamiento de Gramsci sin que pueda


ser considerado un gramsciano, Pereyra analiza los conceptos de Estado y “sociedad
civil” y contribuye así a que este último adquiera carta de ciudadanía en el lenguaje
político del México actual. Consciente de la necesidad de reexaminar categorías
políticas que, durante largos años, han gozado de un status inconmovible en la teoría
marxista, somete a crítica la idea leninista del partido-vanguardia. Y la misma
exigencia le lleva a ocuparse de la democracia, tratando de delinear su verdadero
perfil tanto en la sociedad capitalista como en la poscapitalista del llamado
“socialismo real”. Al examinar ésta y otras categorías políticas, Pereyra no sólo sale al
paso del dogmatismo, anquilosamiento o ambigüedad, sino que trata también de
11
Cf. el cap. IX de Configuraciones… “El individualismo metodológico: un caso de contrarrevolución teórica”,
pp. 19-136.

16
MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.ORG

llenar las lagunas que observa en una teoría que, como la marxista, se inscribe en el
proceso de transformación de lo real. Esto se pone claramente de manifiesto al
pretender colmar la insuficiencia teórica del marxismo en la cuestión nacional. Por
ello dice: “La tradicional subestimación en el marxismo de los vínculos entre clases
subalternas y nación, lleva al desconocimiento de las formas populares del
nacionalismo…” (El sujeto de la historia, p. 192). Enfrentándose a un nacionalismo de
vía estrecha y a una ideología clasista, subraya -como Mariátegui lo había hecho para
América Latina- que los antagonismos de clase no disuelven la dimensión nacional.
Piensa Pereyra -y en México hay elementos suficientes en el pasado e incluso muy
recientes para darle la razón- que un nacionalismo popular puede y debe ser
rescatado.

Digamos ahora algunas palabras sobre la actividad periodística de Pereyra,


primero en Uno más uno y después, desde su fundación, en La Jornada. En su
colaboración semanal que sólo se interrumpe unos días antes de su muerte, no hay
problema de la sociedad mexicana actual que escape a su atención: la política del
Estado, la actividad de los partidos políticos y demás instituciones y organizaciones de
la sociedad civil, el sindicalismo oficial e independiente, los conflictos obreros,
campesinos y universitarios, etc. No obstante las exigencias del tratamiento urgente
de cuestiones inmediatas, en sus artículos periodísticos brillan las mismas cualidades
que hemos encontrado en sus textos teóricos más generales: rigor, claridad, precisión,
argumentación sólida. La actualidad palpitante, el clima de pasión en que actúan las
partes interesadas, la mínima distancia en el tiempo que impone a la reflexión el tema
tratado, no opacan esas cualidades. Pero esto no significa, en modo alguno, asepsia o
neutralidad políticas. Hay siempre una clara y firme toma de posición sin importar los
efectos que pueda producir. No hay, por otra parte, debilidad o concesión- ante las
posiciones sectarias o dogmáticas, aunque provengan del mismo campo o de campos
afines ideológica y políticamente. Al examinar esos textos de circunstancias,
periodísticos, se pone de relieve la fecundidad de las reflexiones teórico, antes
examinadas, que subyace en ellos. Si Pereyra ha podido realizar ese periodismo de
altura es en gran medida porque ha dispuesto del instrumental teórico y metodológico
para enfrentarse a los acontecimientos políticos del día sin dejarse arrastrar por los
hechos desnudos ni tampoco sujetándolo -como pretenden los sectarios y dogmáticos-
al imperio de un molde o esquema conceptual. Pereyra sabía muy bien que lo concreto
real no se revela una lectura inmediata, directa, sino mediante la construcción de lo
concreto pensado.

Ahora bien, estas colaboraciones en la prensa diaria no sólo importan por su


valor intrínseco como textos que explican lo real cotidiano o inmediato en esa esfera
de urgencias que es la política, y especialmente la política de ahora y aquí en la
sociedad mexicana, sino que importan asimismo por su función práctica en la política
17
MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.ORG

misma. De este modo, si alguien pudiera creer que las reflexiones de Pereyra sobre el
estado, la sociedad civil, la democracia, la dimensión nacional, etc., recogidas en libros
y revistas, tenían un valor puramente teórico o académico, tendrá que reconocer su
potencial práctico, político, al fecundar análisis concretos que pueden contribuir -y
han contribuido en cierto modo- a seguir una política menos visionaria y más racional.
Pero su valor, con ser importante en este sentido, no se agota en ello. Con sus análisis
de una realidad política en la que están en juego las posiciones de la izquierda y
particularmente de la izquierda socialista, Pereyra contribuye a que ésta se libere de
las tentaciones del aventurerismo y de la complacencia del sectarismo y, de este
modo, contribuye a su vez a sentar las bases de una nueva cultura política de la
izquierda en México.

Los acontecimientos políticos que se suceden en el país después de las


elecciones del pasado 6 de julio, el verdadero terremoto político que sacude a la
nación prueba hasta que punto esa nueva cultura, que tiene por ejes la reivindicación
de la democracia y el rescate de un nacionalismo popular, aflora ya aunque necesita
enriquecerse y extenderse. La izquierda socialista, superando prejuicios doctrinarios y
prácticas autoritarias, así como los estrechos límites de una ideología clasista, ciega
ante la dimensión democrática y nacional, tiene que impulsar esa nueva cultura
política, anudando los objetivos socialistas, a los que no puede renunciar, con las
tradiciones nacionales revolucionarias y las exigencias que plantea la realidad
presente del país. La contribución de Pereyra en este terreno no se da aisladamente
sino junto a la de una generación a la que pertenecen Carlos Monsiváis, Rolando
Cordera, José Woldenberg, Adolfo Sánchez Rebolledo, Arnaldo Córdova, Roberto
Escudero y Gilberto Guevara, para citar algunos nombres de una lista que no puede
ser exhaustiva. Pero es innegable lo que aporta Pereyra arrojando una luz propia, con
sus ensayos y sus artículos periodísticos, a esa nueva cultura política mexicana.
Cuando se escriba la historia de la izquierda en México y, particularmente, de la
socialista, el nombre de Pereyra ocupará, más allá de las aulas y de su cubículo, un alto
y merecido lugar.

Del estilo de pensamiento que Pereyra pone de manifiesto en diversos campos


temáticos, se desprende la imagen de un intelectual nuevo que responde a las
necesidades y exigencias de la sociedad de su tiempo Lejos se halla esa imagen, por
supuesto, de la del intelectual tradicional que se retira a cultivar su propio jardín para
no aspirar los aires contaminados, o para entendernos mejor, los aires de las
ideologías. No podría ser tal quien piensa -como él- que el conocimiento no se produce
en un vacío ideológico. Pereyra es un intelectual comprometido ideológica,
políticamente con un proyecto colectivo de transformación del mundo que pasa
necesariamente por la transformación de la realidad inmediata. Sus escritos, y
especialmente sus textos políticos, prueban claramente ese compromiso así como su
18
MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.ORG

forma de asumirlo; interviniendo y pronunciándose en las cuestiones más candentes


y, por ello, más disputadas Pero su compromiso lo ejerce asimismo sin ser infiel a la
verdad ni hacer concesiones de forma o fondo. Y de ahí que revista a su vez un
carácter crítico. Crítica y compromiso se anudan en su quehacer intelectual Crítica a la
que no escapan quienes considera más afines ideológica y políticamente, y a la cabeza
de ellos el propio Marx, como no escapan tampoco -como a mí me consta- sus
maestros más cercanos.12 Pero su crítica, particularmente la política, no es la que se
considera a sí misma un privilegio del intelectual, convertido en “conciencia crítica” de
la sociedad. No es tampoco una crítica que se concentra exclusivamente en ciertas
áreas, las del adversario, y que cierra los ojos en el campo propio. No; es crítica de
todo lo existente -como la postulaba Marx- y, por tanto, también de lo que existe como
deformación, limitación o negación de lo que debe existir. De ahí sus críticas del
“socialismo real” y de ciertas prácticas de la izquierda socialista. Hace bien Paramio en
ponerlo como ejemplo de intelectual crítico entendido como “un intelectual poco
conformista, un intelectual capaz de rebelarse contra las ideas dominantes de su
medio, capaz de revisarlas y, si es preciso, tratar de desmantelarlas”13. Pero se trata en
su caso de un intelectual que no sólo crítica ideas, sino también las realidades en que
se encarnan o con las que se justifican. Se enfrenta así con el poder (con todo poder) o
con las instituciones y relaciones sociales (con todas las instituciones y relaciones
sociales) cuando lo considera necesario para propiciar o realizar el proyecto colectivo
de largo aliento -socialista- que ha asumido.

Intelectual, pues, comprometido, crítico, socialista, apoyándose en una


actividad teórica, rigurosa, que no claudica ante la verdad ni limita, condiciona o
supedita el compromiso y la crítica. Tal es la imagen del intelectual que nuestra
memoria conserva de Carlos Pereyra.

De esta imagen del intelectual que es Pereyra así adjetivado: comprometido,


crítico y socialista, ¿podríamos excluir el calificativo de marxista? La pregunta podría
parecer impertinente, a juzgar por lo que hemos subrayado en su pensamiento. Y, sin
embargo, la pregunta no es ociosa si tenemos presente su intervención en el IV
Congreso Nacional de Filosofía (Toluca, 23-27 de noviembre de 1987) en la acalorada
mesa redonda sobre “¿Crisis, muerte o renovación del marxismo?”, en la que me tocó
presidir pero también discutir14. En ella, expresó Pereyra con su precisión y serenidad

12
Un ejemplo inequívoco de esta actitud crítica es su texto “Sobre la práctica teórica”, para el volumen del
cual él fue editor, junto con Juliana González y Gabriel Vargas: Praxis y filosofía (Ensayos en homenaje a
Adolfo Sánchez Vázquez), Ed. Grijalbo, México, 1985, pp. 425-432.
13
Ludolfo Paramio, “Carlos Pereyra”, texto escrito pocos días después de la muerte de su entrañable amigo,
para un número especial de Cuadernos Políticos (en preparación).
14
En esta mesa redonda, que fue por su tono polémico la que más atrajo la atención en el Congreso,
participaron activamente Ludolfo Paramio, Carlos Pereyra, Bolívar Echeverría, Adolfo Gilly, Agnes Heller, V.

19
MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.ORG

habituales su renuencia -que era la del propio Marx, como él recordó- a llamarse
marxista. Las razones que adujo le llevaron a la conclusión de que no se puede
“delimitar con claridad una posición específicamente marxista”. Pero en la misma
intervención15 dijo asimismo: “A finales del siglo veinte sigue tan viva como a
mediados del siglo pasado la necesidad de someter a críticas las formas que adopta el
desarrollo de la modernidad capitalista y, es por supuesto, tan actual como siempre la
necesidad de asociar esa teoría crítica a una práctica política que busque las vías de
transformación social”.

Ahora bien, a lo largo de su obra Pereyra caracteriza al marxismo en más de


una ocasión, como la respuesta teórica y práctica a esa doble necesidad. Así, por
ejemplo, escribe que: “El marxismo presenta la paradoja… de ser la única teoría capaz
de dar cuenta del movimiento de la totalidad social e intervenir en su curso y a la vez
prolongar su estado de inacabamiento” (Configuraciones…, p. 35). Sólo un marxista
teoricista y, a la vez, cerrado, dogmático, podría no suscribir esta afirmación de
Pereyra. Ciertamente, porque da cuenta del movimiento social el marxismo puede
intervenir prácticamente en él y justamente porque este movimiento no se agota, la
obra de Marx así como la de sus verdaderos continuadores se encuentra siempre -
como dice Pereyra con razón- en “estado de inacabamiento”. Marxista, en
consecuencia, sólo lo es el que ve el marxismo como punto de partida necesario, pero
insuficiente, o sea: inacabado. Pero ser marxista es también, dicho con palabras del
propio Pereyra, “concebir el marxismo como un proyecto de introducir la conciencia y
la intencionalidad en el devenir histórico” (ibíd., p. 41), proyecto que él precisa en
estos términos: “El proyecto marxista de terminar con las relaciones capitalistas de
producción y con todas las formas de división de la sociedad de clases, es, a la vez, el
proyecto de transitar de la prehistoria a la historia consciente” (ibíd., p. 42).

Esta caracterización del marxismo por lo que tiene de proyecto emancipatorio,


es decir, por su lado ideológico, la complementa Pereyra al subrayar su lado científico,
al afirmar que “…el marxismo proporciona el núcleo conceptual decisivo para la
explicación científica de los fenómenos sociales…” (ibíd., p. 137). Y en la misma línea
están otras afirmaciones suyas como ésta: “…El marxismo ha producido… La
herramienta teórica más adecuada para la reconstrucción analítica de la formación
social capitalistas (ibíd., p. 162). Este reconocimiento del valor teórico del marxismo
se conjuga a la vez, como hemos visto, con la de sus limitaciones e inacabamiento. No
se trata pues, de un “cuerpo homogéneo de proposiciones”16, como lo entiende
Bobbio, puesto que el marxismo entraña la diversificación y las pugnas a las que no

Mikecin, Michelangelo Bovero y A. Sánchez Vázquez. La intervención de Pereyra contribuyó notablemente a


elevar y avivar la discusión.
15
Publicada después en Nexos, núm. 122, febrero de 1988, pp. 5-6, con el título de “Señas de identidad”.
16
Cita de Pereyra en su texto antes citado.

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MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.ORG

puede sustraerse porque “el ámbito en que se desenvuelve no es (ni puede ser)
puramente teórico”, porque “es connatural a su existencia cierta subordinación a las
exigencias de la lucha de clases y a los requerimientos de las polémicas ideológicas
asociadas con ella…” (ibíd., p. 169).

El marxismo se presenta para Pereyra, en definitiva, como la alternativa teórica


más adecuada para el proyecto práctico de transformación que es consustancial con él
y que no es otro que el socialismo, considerando la esencia de éste “más que en la
abolición de la propiedad privada, en la instauración de un régimen de participación
colectiva” (ibíd., p. 172).

Llego así a la conclusión de que en la obra de Pereyra hay elementos suficientes


para “delinear… una posición específicamente marxista”, y que no sólo la delinea, sino
que la suscribe. Ciertamente, en su intervención de Toluca – siguiendo a Marx- declaró
que no era marxista. Pero, como en el caso de Marx, no hay que tomar al pie de la letra
esta afirmación, como yo la tomé en el fragor de una encendida polémica poniendo a
Pereyra en el mismo nivel que los que, en aquella mesa redonda, no podían ser
considerados marxistas.

Y con esta imagen de Carlos Pereyra, como intelectual riguroso y crítico y, a la


vez, comprometido, socialista y marxista, que nos lega su obra -tan vigorosa como
prematuramente truncada- pongo punto final a su semblanza con la esperanza de
contribuir no sólo a honrar su memoria en este acto sino a que su obra permanezca,
dentro y fuera de nuestras aulas, en el lugar que merece en la cultura filosófica y
política de México.

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