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El silencio y la razón: apuntes sobre una teoría del conocimiento en el periodo de la Baja
Edad Media.
Adán de perseigne, monje cisterciense del siglo XII, escribió al Abad de Belley, Francia, lo
siguiente: “…melius mihi suadere silentium quam de censura et utilitate silentii scriptum a
me aliquod postulares. Rei nimirum rationem quam postular non inveniunt, nisi amatores
silentii…”1 (traduzco) ¿Qué tan lejos estamos, en la actualidad, de reconocer la sensación
de incomodidad intelectual que refleja la respuesta del monje medieval ante el silencio? Al
parecer, bastante lejanos pues al hombre contemporáneo no se le pide su opinión sobre el
silencio ya que habita un mundo que pretende significarlo todo, que desea decirlo todo.
Considero que esta pretensión ha desvanecido las fronteras entre palabra y silencio como
elementos necesarios para el conocimiento racional del mundo y, al mismo tiempo, ha
producido una abulia por conocer la trascendencia del silencio como elemento fundacional
del lenguaje humano. Quiero hacer hincapié en que este texto sólo es una primera
aproximación al tema pues me tiene cautivada la forma en como el silencio ha desaparecido
de los procesos de aprendizaje que veo en mis alumnos, salvo en los niños de preescolar y
primer año de secundaria con los que me ha tocado trabajar. Una de las cosas que me
animaron a embarcarme en el tema del silencio fue la siguiente frase que María Montessori
escribiera en su clásico El secreto de la infancia: “…non guastare la nostra bella impressione,
siamo ancora dentro al diletto del nostro spirito, non divagarci”; la frase habría sido dicha
por uno de sus alumnos al finalizar un ejercicio de clase que consistía en permanecer en
silencio el mayor tiempo posible para obtener un premio que habrían de rechazar porque
habían encontrado, en palabras nuevamente de Montessori, que: “I bambini rifiutavano delle
dolcezze esteriori inutili mentre si elevavano nella vita spirituale.” Es decir, en la vida moral.
1
“…hubiera sido mejor que me persuadiera de permanecer en silencio, antes que solicitarme un escrito sobre
la utilidad y la importancia del silencio. Los motivos que usted desea saber los conocen solamente aquellos que
aman el silencio.”
En este ensayo analizo fragmentos de la carta XXIX que Adán de Perseigne dedica al
silencio con el propósito de evidenciar que, ya en ese tiempo, se le concebía como principio
de significación del mundo y, por ende, como fundamento de cognición. 2 Ahora bien, ¿quién
fue Adan de Perseigne? En la ya clásica Patrología de Migne se le define como místico y
varón santo; como Abad de Perseigne desde circa 1180; se dice que en 1191 tuvo una visión
sobre el Apocalipsis y fue perseguido por el contenido de dicha revelación; contemporáneos
suyos como Jacobo de Vitry, historiador que participó en el asedio de Damieta en 1218, lo
describía como defuncto igitur praedicto Christi athleta… et veritatis lumine ex parte
nebulosas illuminaverat regiones…3 Uno más de aquel tiempo, Joannes Trithemius, lo
recuerda como: Vir in divinis scripturis jugi exercitatione doctus…4. De él tenemos
traducción de sus cartas recopiladas bajo el título Un maestro del amor, editadas, en 2 tomos,
por ediciones Monte Carmelo. Como pueden notar, el personaje del que les hablaré tenía una
reputada imagen y una mente preclara que fascinaba a sus coetáneos y que aún tiene mucho
por decirnos.
Los tiempos en que vivimos se caracterizan por la exangüe presencia del silencio. El nuestro
es un tiempo sin silencios, podríamos decir, incluso, sin armonía. No tenemos más que mirar
en torno, afirmaba Romano Guardini, para constatar que el silencio se ha esfumado y en su
lugar ha aparecido el rumor constante y la palabrería sin fin. El silencio, como tal, no existe
más como una entidad real dotado de un valor propio sino como una especie de incomodidad,
que se caracteriza, también, por la indisposición para escuchar al otro. Y aquí radica el
problema del cual quiero partir para hablar del silencio como un fundamento de cognición
que exploraré con los fragmentos elegidos de la carta XXIX de Adán de Perseigne: sin
inclinación hacia la escucha, no hay proceso de conocimiento; sin afecto por el silencio, no
hay disposición para la escucha honesta. Considero, y en ello sigo a Davide Turoldo, que en
nuestro tiempo: “Tutto é di uguale importanza, e di nessuna importanza. Non abbiamo piú il
dono del discernimento e della discrezione. Nessuno ascolta nessuno. Infatti, perché ascoltare
e chi? En suma: parece que el hombre contemporáneo no posee criterios firmes (¿habrá, entre
nosotros, quién realmente crea que no debe haberlos?) para juzgar lo que sucede en torno
2
Este es el primer trabajo que presento dentro del marco de mis estudios doctorales. (SIC )
3
Muerto está, pues, el atleta preferido de Cristo; aquél que iluminaba verdaderamente en la oscuridad…
4
Hombre culto que articulaba su conocimiento en Divinas Escrituras con la práctica contenida en ellas…
suyo. De acuerdo con Turoldo, la capacidad de discernir es un ejercicio basado en aspecto
racionales y morales. Desde la parte racional, se advierte la necesidad de la escucha como
garante de un posible criterio: debe haber alguien a quien escuchar. Allí mismo, se impone
la pregunta, ¿por qué preferir escuchar a uno sobre otro? Mejor aún, ¿por qué escuchar a uno
sobre los otros? Traslademos las cuestiones al ámbito cognitivo, ¿por qué privilegiar al acto
de escuchar? ¿aporta algo al proceso del conocimiento? Si lo aportara, ¿para qué sería útil
dicho aporte y cómo lo identificamos? Según quien esto escribe, una posible respuesta está
en la parte moral destacada por Turoldo: hemos perdido el don de la discreción.
Con todo, celebrar al silencio como momento auroral del conocimiento debe, también,
advertirnos sobre la existencia de otro tipo de silencio que promueven la muerte de la
escucha. Al respecto, Merleau- Ponty ha escrito que iniciar un diálogo equivale a transformar
una cierta especie de silencio en discurso. Y es precisamente este origen discursivo el que
nos permite aparejar nuestros accesos cognitivos sobre la realidad contemporánea con
aquellos caminos que, frente al mundo cognoscible, tomaba un pensador medieval.
Adan de perseigne inicia su carta con la siguiente afirmación: “Injungit mihi aliquid, frater
charissime, tuae petitionis instantia, quod fateor formidolosus aggreditor…”5 Nótese que el
monje cisterciense manifiesta pavor ante la respuesta solicitada por su superior acerca de la
utilidad del silencio. De este fragmento se rescatan estas ideas: el vocablo latino formidolosus
se traduce, literalmente, como “miedo”, pero en su aspecto figurado se traduce por “espanto”.
¿Por qué lo remarcamos? Porque la palabra espanto procede del latín expaventare que se
forma por la preposición “ex” (que indica un punto de partida) y el verbo pavere que se
traduce como angustiarse. Adán de Perseigne no se muestra temeroso frente al encargo
asignado, sino angustiado pues entiende que en él no habita conocimiento alguno sobre la
relevancia del silencio porque: “rei nimirum rationem quam postulas non inveniunt, nisi
amatores silentii, quietis sectatores, quibus datum cultum justitiae silentium aemulari”. 6 Es
decir, existe un conocimiento reservado para quienes, en efecto, se animan a ponerse
ontológicamente frente al silencio y lo integran como la etapa inicial de su proceso cognitivo,
5
En cierta medida, querido padre, esta petición que me has impuesto la tomo, lo confieso, con miedo
(lit.)/espanto.
6
Los motivos que usted desea saber los conocen solamente aquellos que aman el silencio, es decir, aquellos
que buscan la paz y a los cuales les es concedido cuidar, silenciosamente, la práctica de la justicia.
siempre con el propósito de llegar a ser justos pues un conocimiento que no es capaz de
mejorarnos, ¿para qué sirve?
Ahí mismo, De Perseigne presenta una idea sugerente: sólo quienes aman el silencio conocen
la forma de la justicia. No sólo eso. Esa capacidad de enamorarse del silencio es una donación
divina, pero no exclusiva para los religiosos porque, como afirma Mauricio Beuchot (2004)
en su Manual de historia de la filosofía medieval: “…la filosofía latina medieval se da al
intento de compaginar la razón y la revelación.” (p.45). En ese sentido, es posible ubicar una
didáctica del silencio que se comprende desde la razón humana sin visos de profundo
misticismo, pero no sin requerimientos mínimos de circunspección. Leamos la siguiente cita
que, a nuestro juicio, resume una suerte de técnica de conocimiento propuesta por Adán de
Perseigne: “Qui audit, auscultat; qui auscultat, silet; quie silet et audit, alieni audientiam
praestat.”7
7
Quien oye, escucha (obedece); quien escucha, calla (debe callar, reposa); quien calla y escucha, supera a
quienes sólo oyen.
auscultationis, que refiere, en su 2ª acepción, la obediencia. Así, podemos entender por qué
Adán de Perseigne, a pesar de que tuvo sus reticencias para seguir la petición de su superior
e, incluso, la describió como una imposición, tuvo la decencia de seguir dicha orden.
¿Cuántos de nosotros, honestamente, deponemos nuestra voluntad en favor de quien nos
solicita algo? Es claro que no me refiero a una orden simple ni cotidiana, sino a un encargo
empeñoso que signifique una especie de sacrificio, pero que aceptamos llevar a cabo por
obediencia a un superior.
En ese mismo fragmento, Adán de Perseigne indica que quien es capaz de oír y escuchar,
aventaja (praestat) a quienes sólo oyen. El verbo praesto refiere una pluralidad de
significados relacionados con el ser mejor que otros o una cosa ser mejor que otra. En el
análisis que nos ocupa, se ha decidido emplear el significado de aventajar por indicar una
acción no completa, es decir, que no existe una ventaja definitiva en términos cognitivos de
alguien respecto de otros; no hay superación absoluta sobre quien no practica la escucha ni
la obediencia, sino, simplemente, una toma de delantera provisional. Aún más. De acuerdo
con el monje cisterciense, quien desarrolla la capacidad de escuchar y, con ello, basar el inicio
de sus procesos de conocimiento, tiene la obligación de compartir su técnica con quienes le
rodean porque, de otra forma, estaría faltando a una de las ideas más sugestivas que expone
en su carta, y cito: “Ubi nimirum humilitas et quies, ibi motio spiritalis silentii, pax et
tranquillitas silentium, non potest agi sabbatum cordis, ubi labor labiorum silentii retundit
disciplinam”. Traduzco: Donde, ciertamente, hay quietud y humildad, allí se aspira el
silencio; la paz y la tranquilidad que el silencio otorga no pueden ser agitadas por los
corazones festivos cuya labor no debe consistir en desbordarse sino en disciplinarse en el
silencio. Empero, se está frente a una propedéutica del actuar que requiere de 2 momentos:
1) guardar silencio y saber escuchar; 2) ser disciplinado en el actuar con base en lo escuchado.
Pero, ¿cómo puede lograrse que cualquier hombre se aperciba de esta capacidad y que la use?
De Perseigne ofrece la siguiente solución: “Fides, ratio et auctoritas multum caelestis
philosophiae professoribus commendant silentii disciplinam…”8 y a continuación enlista una
serie de pasos para conquistar la disciplina del silencio que van desde la obediencia a Dios,
pasando por la obediencia a los principios humanos universales hasta llegar a la praxis
cotidiana de dichos principios que para él son: escucha, obedece, juzga, decide y actúa.
Con todo, Adán de Perseigne sabe que la respuesta otorgada a su superior es débil porque:
“Semper igitur Pater a creatura rationali silentium. Semper loquitur nobis Pater, dum Semper
Verbum ineffabile generat, et ad aeternum ejus eloquium continuum debet creatura
silentium.”9 El pensador medieval no considera que su “propuesta” sea imposible de
practicar, simplemente expone una radiografía de la voluntad humana como una entidad que
debe ser regulada y encaminada hacia el bien porque esa es su forma de ser racional. Empero,
esta pedagogía del silencio sólo tiene sentido si, como afirmaba Montessori aceptamos que
el silencio no tiene una valía banalmente disciplinar, es decir, no le interesa el silencio en el
exterior sino el silencio interno que nos permite aseverar, junto con Heidegger: “…quien
calla puede hacer comprender (a otro)”, esto es, puede promover un entendimiento mucho
más auténtico que el ofrecido por quien nunca calla.
8
Excelentes maestros en filosofía encomiendan, para obtener una mejora en la fe, la razón y la moral, ser
disciplinados en el silencio.
9
Por tanto, Padre, siempre las criaturas racionales deben guardar silencio (reposar, calmarse), pero resulta que
siempre el hombre es dicharachero, mientras que el Verbo siempre, desde lo inefable, produce sentido en el
mundo y antes que eternos y continuos elogios, lo que deberíamos hacer es adorarlo en silencio.