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cierto valor acumulativo. No todas las cosas del presente son
susceptibles por igual de ser superadas en el futuro, y algunos
elementos de la teoría o la creencia actual pueden ser de tal
calidad que resulte difícil prever su abandono, a no ser que se
descarte completamente la tradición. Así, por ejemplo, en la
tradición científica actual, la relación entre células y moléculas en
la bioquímica contemporánea; y del mismo modo la interpretación
aristotélica de algunas virtudes centrales dentro de la tradición
clásica.
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de la interpretación aristotélica de las virtudes.
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La ética de Aristóteles, expuesta como él la expone, presupone su
biología metafísica. Aristóteles se impone a sí mismo la tarea de
dar una descripción del bien que sea a la vez local y particular, co-
locada y definida parcialmente por las características de la polis,
y no obstante también cósmica y universal. La tensión entre estos
polos se siente a través de toda la discusión de la Ética.
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lograr el fin del hombre sin el ejercicio de las virtudes, carece de
sentido.
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imponen a quien los comete varían de ciudad en ciudad. No
obstante, lo que dice sobre el tema es tan breve como críptico. Por
lo tanto, parece interesante preguntar de modo más general
(mejor que imputar a Aristóteles opiniones que van más allá de lo
que está en el texto) cómo opiniones como las de Aristóteles acerca
del lugar de las virtudes en la vida humana deberían exigir
alguna referencia a las prohibiciones absolutas de la justicia
natural. Y al hacer esta pregunta es bueno recordar la insistencia
de Aristóteles en que las virtudes encuentran su lugar, no en la
vida del individuo, sino en la vida de la ciudad y que el individuo
sólo es realmente inteligible como politikon zoon.
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La violación de los fundamentos de la comunidad por el
delincuente ha de identificarse como tal por la comunidad; de lo
contrario, es la misma comunidad la que falla. De ahí que el
delincuente en un sentido clave se ha excluido de la comunidad y
por su acción provoca el castigo. Que la exclusión haya de ser
permanente (por vía de ejecución o exilio irrevocable) o temporal
(por vía de prisión o exilio durante un tiempo), eso depende de la
gravedad particular del delito. Un cierto grado de acuerdo acerca
de la escala de gravedad de los delitos sería parcialmente
constitutiva de tal comunidad, así como un cierto grado de
acuerdo sobre la naturaleza e importancia de las distintas
virtudes.
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logro del bien sin el cual la vida común de la comunidad no tiene
objeto. Ambos son malos porque son privaciones del bien, pero
privaciones de muy diferente entidad. De modo que una
interpretación de las virtudes en tanto que parte esencial de la
interpretación de la vida moral de una comunidad nunca puede
por sí misma quedar cerrada y completa. Y Aristóteles, como
hemos visto, reconoce que su interpretación de las virtudes tiene
que completarse con otra, por breve que sea, de los tipos de acción
que están absolutamente prohibidos.
Hay otro vínculo clave entre las virtudes y la ley, porque el ber
cómo aplicar la ley sólo es posible para quien posee la virtud la
justicia. Ser justo es dar a cada uno lo que merece; y los supuestos
sociales para que florezca la virtud de la justicia en la comunidad
son, por tanto, dobles: que haya criterios racionales de mérito y
que exista acuerdo socíalmente establecido sobre cuáles son esos
criterios. Gran parte de la asignación de bienes y castigos de
acuerdo a los méritos está por supuesto gobernada por normas.
Ambas, la distribución de cargos públicos dentro de la ciudad y la
sanción acor-
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inconstitucionalmen-te expropiadas y luchan para que se les
devuelvan. (El caso acaba de decidirse contra la pretensión de los
wampanoag mediante un veredicto del jurado notable sólo por su
incoherencia.) La demanda ha tardado bastante en llegar a los
tribunales y la vista de la causa está tardando lo suyo. La parte
que pierda en primera instancia casi con seguridad apelará y el
proceso de apelación es largo. Durante este largo período, el valor
de la propiedad ha caído drásticamente en Nashpee y hoy por hoy
es casi imposible vender ciertos tipos de inmuebles. Esto crea
general penuria para los dueños de casas y más en especial para
cierta clase de propietarios de casas, por ejemplo, los trabajadores
retirados que legítimamente habían esperado vender sus
propiedades y marcharse a otro lugar, confiando en el producto de
la venta para restablecer sus vidas, quizá más cerca de sus hijos.
En este tipo de situación, ¿qué exige la justicia? Debemos poner
de relieve que ninguno de los dos conceptos de justicia avanzados
por los filósofos morales contemporáneos nos puede ayudar en
absoluto. John Rawls argumenta que «las desigualdades sociales
y económicas deben resolverse de modo que se produzca el mayor
beneficio para los desfavorecidos...» (p. 302) y Robert Nozick
afirma que «las posesiones de una persona son justas si su
propiedad viene avalada por la justicia de su adquisición y
transferencia ...» (p. 153).
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corresponde a propiedades del tipo descrito, y el número de
afectados si el tamaño exento se fija en más o en menos de un
acre. Juzgar kata ton orthon logon es, en realidad, juzgar sobre
más o menos, y Aristóteles intenta usar la noción de un punto
medio entre el más y el menos para dar una caracterización
general de las virtudes: el valor está entre la temeridad y la
cobardía; la justicia, entre cometer o padecer injusticia; la
generosidad, entre la prodigalidad y la tacañería. Por tanto, a
cada virtud le corresponden dos vicios. Y lo que sea caer en un
vicio no puede especificarse adecuadamente sin atender a las
circunstancias: la misma acción que sería liberalidad en una
situación, en otra puede ser prodigalidad y tacañería en una
tercera. Por lo tanto, el juicio tiene un papel indispensable en la
vida del hombre virtuoso, que ni tiene ni podría tener, por
ejemplo, en la vida del hombre meramente obediente a la ley o a
las normas.
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para cualquier fin, antes que para aquellos fines que son
auténticamente buenos para el hombre.
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entre las virtudes según Aristóteles^—, pero eso es lo que dice
[Ética a Nicómaco, 1145a). No obstante, es fácil de entender por
qué Aristóteles sostiene que las virtudes centrales están
íntimamente relacionadas entre sí. El hombre justo no debe caer
en el vicio de la pleonexía que es uno de los dos vicios que
corresponden y se oponen a la virtud de la justicia. Pero para
evitar la pleonexía, está claro que se debe poseer sophrosyne. El
hombre valeroso no debe caer en los vicios de la temeridad y la
cobardía; pero «el hombre temerario siempre parece jactancioso» y
la jactancia es uno de los vicios correspondientes y opuestos a la
virtud de ser veraz acerca de uno mismo.
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de esa palabra. Entonces pensaremos que amistad es lo que todos
comparten en el proyecto común de crear y sostener la vida de la
ciudad, acuerdo incorporado en el círculo inmediato de amistades
de cada individuo en particular.
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manera bastante convincente, simplemente ofrece una opinión
demasiado simple y demasiado unificada de las complejidades del
bien humano. Si contemplamos la realidad de la sociedad
ateniense, por no hablar de la sociedad griega como un todo ni del
resto del mundo antiguo, lo que encontramos de hecho es un
reconocimiento de la diversidad de los valores, de los conflictos
entre bienes, de virtudes que no forman una unidad simple,
coherente, jerarquizada. El retrato aristotélico es como mucho
una idealización y siempre tiende, podría decirse, a exagerar la
coherencia y unidad moral. Así, por ejemplo, acerca de la unidad
de las virtudes, lo que argumenta sobre la variedad de relaciones
entre las diferentes virtudes y vicios no parece apoyar en absoluto
su conclusión principal sobre la unidad e inseparabilidad de todas
las virtudes en el carácter del hombre bueno.
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a la comprensión homérica de que el conflicto trágico es la
condición humana esencial —en opinión de Aristóteles el héroe
trágico falla por su propia imperfección, no porque la situación
humana sea a veces irremediablemente trágica— y la dialéctica
ya no es el camino hacia la verdad, sino en su mayor parte sólo un
procedimiento subordinado y se-miformal de la investigación.
Sócrates argumentaba dialécticamente con individuos
particulares, y Platón escribió diálogos; Aristóteles, en cambio, da
exposiciones y tratados. Existe naturalmente el correspondiente
contraste llamativo entre el punto de vista aristotélico sobre la
teología y el de Esquilo o el de Sófocles; para Aristóteles esa
apelación especial a la divinidad que en ambos, Esquilo y Sófocles,
señala el reconocimiento del dilema de la tragedia, carece de
realismo. La divinidad impersonal e inmutable de la que habla
Aristóteles, cuya contemplación metafísica procura al hombre su
específico y último telos, no puede interesarse en lo meramente
humano y aún menos en lo dilemático; no es otra cosa que
pensamiento que se piensa continuamente a sí mismo y sólo
consciente de sí mismo.
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y la que deriva de una preocupación común por los bienes que son
de ambos y por tanto de ninguno de ellos en exclusiva.
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catálogo de virtudes de Aristóteles.
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esquema general de comprensión del lugar de las virtudes en la
vida humana, sin hablar de desfigurar sus numerosas agudezas
más particulares. Dos de ellas merecen un énfasis especial en
cualquier interpretación de las virtudes. La primera concierne al
lugar del gozo en la vida humana. La caracterización del gozo de
Aristóteles como lo que resulta del éxito en una actividad nos hace
capaces de entender dos cosas, por qué es plausible tratar el gozo
—o el placer o la felicidad—■ como telos de la vida humana y por
qué, no obstante, tal interpretación sería un error. El gozo que
identifica Aristóteles es el que típicamente acompaña al logro de
la excelencia en una actividad. Tal actividad puede ser de muy
diferentes clases: escribir o traducir poesía, jugar, sacar adelante
algún proyecto social complejo. Y lo que cuenta como excelencia
siempre será relativo a las normas de actuación de gente como
nosotros por lo menos hasta la fecha. Generalmente buscar la
excelencia es apuntar a hacer aquello que producirá gozo, y es
natural concluir que buscamos hacer lo que nos dé placer y por
tanto que el gozo, o el placer o la felicidad son el telos de nuestra
actividad. Pero es importante poner de relieve que las
mismísimas consideraciones aristotélicas que nos llevan a esta
conclusión nos impiden aceptar cualquier opinión que trate el
gozo, el placer o la felicidad como criterio para guiar nuestras ac-
ciones. Precisamente porque el gozo de una clase muy
determinada —subrayé antes el carácter determinado y
heterogéneo del gozo cuando hablé del utilitarismo de Bentham—
sobreviene sobre cada diferente tipo de actividad que
venturosamente se logre, el gozo de por sí no nos proporciona
ninguna buena razón para emprender un tipo de actividad antes
que otro.
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comunidad. De ahí que las virtudes no puedan definirse o
identificarse en términos de lo placentero o lo útil. A esto puede
replicarse que seguramente existen cualidades que son útiles y
placenteras para los seres humanos qua miembros de una especie
biológica concreta en su medio ambiente particular. La medida de
utilidad o placer la sienta el hombre qua animal, el hombre previo
a cualquier cultura. Pero el hombre sin cultura es un mito.
Ciertamente nuestra naturaleza biológica pone límites a toda
posibilidad cultural; pero el hombre que no tiene más que natura-
leza biológica es una criatura de la que nada sabemos. Sólo el
hombre con inteligencia práctica (y ésta, como vimos, es
inteligencia informada por las virtudes) es el que encontramos
vigente en la historia. Y sobre la naturaleza del razonamiento
práctico, Aristóteles proporciona otra discusión que es de
relevancia crucial para el carácter de las virtudes.
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ininteligible para quienes le rodearan. No sabríamos cómo
responderle, porque no podríamos cuadrar lo que hiciera o lo que
quisiera decir con lo que hiciera, o ambas cosas a la vez. Así, la
descripción del silogismo práctico de Aristóteles puede servir para
declarar las condiciones necesarias de la acción humana
inteligible y hacerlo de modo tal que valga reconocidamente para
cualquier cultura humana.
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cada lugar y tiempo determinado, es el terreno de actividad de la
ética.
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La segunda problemática concierne a la relación de la ética con la
estructura de la polis. Si gran parte de los pormenores de la inter-
pretación aristotélica de las virtudes presupone el contexto
desaparecido de las relaciones sociales dentro de la antigua
ciudad-estado, ¿cómo formular que el aristotelismo tenga
presencia moral en un mundo donde ya no hay ciudades-estado?
O, en otro sentido, ¿es posible ser aristotélico y contemplar sin
embargo la ciudad-estado desde la perspectiva histórica, para la
cual es sólo una forma más, aunque muy importante, dentro de
una serie de formas sociales y políticas a través y por medio de las
cuales se define el yo capaz de ejemplificar las virtudes, y donde
éste puede educarse y hallar campo para su actuación?
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El gran filósofo australiano John Anderson nos urge a «no pre-
guntarnos, ante una institución social, a qué fin o propósito sirve,
sino más bien qué conflicto pone en escena» (Passmore, 1962, p.
xxii). Si Aristóteles se hubiera hecho esta pregunta ante la polis,
así como ante el agente individual, habría dispuesto de una
fuente adicional para la comprensión del carácter ideológico tanto
de las virtudes como de las formas sociales que les abastecen de
contexto. Fue la perspicacia de Anderson, una perspicacia
sofoclea, la que captó que podemos aprender cuáles son nuestros
fines y propósitos a través del conflicto y algunas veces sólo a
través del conflicto.
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