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A Ronaldo Muñoz sscc

hermano y compañero de pobres


junto a Esteban Gumucio
Las manos heridas
Esteban Gumucio

1º de Mayo de 2009
Congregación de los Sagrados Corazones
Número de inscripción…
I.S.B.N….

Fundación Coudrin
Condell 665 – Providencia
Santiago de Chile
Teléfono (56-2) 222 0143

Edición: Enrique Moreno Laval

Ilustración de portada: Claudio Di Girólamo


Diseño y diagramación: Carola Giesen Amtmann
Impresión: Alfabeta Artes Gráficas Ltda.
Esteban Gumucio

Las manos heridas

Congregación de los Sagrados Corazones


Presentación

Presentación

«Al alba / resucitarán las manos heridas / y serán de


nuevo / manos de alfarero», escribe Esteban Gumucio (Las
manos de los cesantes). Es este verso el que le da el título, Las
manos heridas, a este nuevo volumen con textos suyos, que
la Fundación Coudrin publica en la emblemática fecha del 1º
de Mayo, en este año 2009.

En siete capítulos, hemos recopilado poesía y prosa


del autor en relación a temas tan vitales como: el trabajo, el
trabajador, la trabajadora, el cesante; la denuncia necesaria de
los muchos que abusan del poder, que se valen de un sistema
económico que produce riqueza para unos pocos y pobreza
para muchos; el cansancio y la esperanza de los pobres; los
desafíos que esta realidad plantea a los creyentes en Jesús y a
su Iglesia; la invitación de Dios a seguir creando con él una
tierra habitable para el ser humano; la responsabilidad cris-
tiana en la política.

Desde luego, estos textos de Esteban Gumucio no son


«actuales», en el sentido cronológico del tiempo. Pero lo son,
en el sentido de una connotación más extensa, que apunta
a la validez de unos textos para todo tiempo. Sobre todo
cuando los tiempos no cambian demasiado para los pobres.
Una lectura atenta de estos escritos del padre Esteban, y de
la realidad de hoy, le permitirá al lector confirmar esta sen-
sación de actualidad de la poesía y la profecía de su autor. La
crisis financiera global, desatada en este último tiempo por
la ambición y la codicia humana, parece confirmarlo de esta
misma manera.

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LAS MANOS HERIDAS

Esteban Gumucio está consciente de que no es sino


«un sacerdote que habla de los pobres y desde los pobres, sin
haber logrado todavía ser auténticamente uno de ellos» (El
cansancio de los pobres). No es un analista profesional ni un
intelectual de escritorio, y quiere abordar estos temas «más
bien con ojos de poeta y corazón de pastor: los poetas son
capaces de ver la realidad de todos los días con ojos nue-
vos; los pastores tienen por misión redescubrir con mucha
humildad los pasos de Dios en sus pobres, para escucharlo
y servirlo en ellos» (La esperanza de los pobres). Y lo dice Es-
teban, avalado por una cercanía y un compromiso vital con
el mundo de los pobres, que surgió en él desde niño, en el
seno de su familia, y que se profundizó más tarde en su vida
religiosa y en su ministerio sacerdotal.

Si bien el sistema económico que excluye a los pobres


y deja heridas las manos de los trabajadores, indigna siempre
a Esteban Gumucio, la esperanza, la esperanza siempre, es la
tonalidad dominante de sus escritos. Una esperanza radicada
en Jesús y su Evangelio. Una esperanza que surge desde los
pobres una y otra vez. «La fuerza de la esperanza empieza
a amanecer desde la oscura tierra dormida» (Pasión de Jesús
leída por un cesante).

Enrique Moreno Laval sscc


Fundación Coudrin
1º de mayo de 2009

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CAPÍTULO 1

Los trabajadores en su dia


LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

SALMO 1º DE MAYO

Dijo el trabajador en su corazón:

He trabajado el pan con el sudor de mi frente,


siguiendo tus mandatos, Señor.
He trabajado la tierra con mis manos de hombre,
he trabajado el mundo que Tú creaste
con todo mi corazón humano
con toda mi alma,
con todas mis fuerzas.

Con cuánto amor cogí en mis manos el primer martillo;


con cuánta esperanza llevé a mi madre mi primer salario.
Aprendieron mis hábiles dedos la precisa medida del
milímetro
y mis ojos, la penetrante mirada que domestica el acero
y lo convierte en máquina.

Señor, por tu nombre y por el amor de mis hijos


fui carpintero, como tu hijo Jesús;
por tu nombre,
recorrí los mares: fogonero, marinero, pescador.

Señor, por tu nombre, recorrí los largos caminos de mi


patria,
camionero, caminante vendedor, caminero de pala y azadón;
fui mecánico y textil, fui minero,
descubrí las oscuras galerías y el calor de los amigos;
trabajé el cobre y el acero, fui soldador, desperté chispas
como estrellas, construí gigantes de metal;
conduje los ácidos y las sales misteriosas en los laboratorios;

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LAS MANOS HERIDAS

tomé la humilde escoba y barrí, en tu nombre, Señor;


Y en tu nombre, dibujé las rectas, las curvas, las parábolas
de infinitas matemáticas; construí la carreta y los satélites
artificiales y los variados robots y las computadoras.

Fui campesino, y en tu nombre, Señor, di alimento a los hijos


de los hombres.
Tomé el arado y volteé la semilla,
aprendí a manejar el tractor y la segadora,
llevé apaciblemente las vacas de los establos a los potreros,
regué las vides, coseché las uvas y los trigales,
pan y vino para la cena de los hombres y para tus altares.

Fui, con mis hermanos trabajadores,


cimiento de la vida de nuestra sociedad;
Con nuestra sangre y nuestro sudor
se reparten por el mundo los frutos de la tierra.

Pero, Señor, hoy día alzo a Ti mi voz,


levanto mis manos surcadas de trabajo,
tomo conmigo y pongo en las tuyas
las manos de todos mis hermanos trabajadores.

Porque los poderosos de la Tierra nos han cercado,


nos han rodeado con su avaricia;
han hecho del dinero el amo de la Tierra:
injusticia y mentira son las obras de su maldad.

Mira, Señor, cómo defraudan el salario de tus hijos;


mira, por tierra, millones y millones de tus pobres sin trabajo.
Han preferido las armas que matan,
al pan, a la vivienda y a la escuela.

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LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

Las naciones ricas se han confabulado, Señor,


contra tu Cristo y el pueblo de tu Cristo.
Han quebrantado nuestra fuerza,
han acallado nuestras bocas.

Pero Tú, Señor, nos has mostrado nuestra dignidad;


Tú mismo te has acercado por nuestros caminos,
y has levantado tu vivienda entre nosotros;
Tú mismo, en Jesucristo, te has hecho trabajador del mundo;
trabajador de Nazaret, trabajador clavado en una cruz
para libertad de todos los humanos.

Despierta, Señor, a tu pueblo.


Ven, Tú, a enseñarnos la Justicia y la Hermandad.
Que fracasen y se pierdan los que atentan contra la vida;
que nos des aliento e inteligencia para buscar la unidad,
para amar apasionadamente la causa de tu pueblo,
la civilización del amor.

Y nosotros seguiremos esperando activamente;


y te daremos gracias
y contaremos a nuestros hijos cómo fue tu auxilio,
cantaremos tu justicia y tu misericordia.

Los trabajadores del mundo entero diremos:


«nos han hecho pasar por peligros
muchos y graves,
estuvimos en hambre y en cárcel,
fuimos humillados, divididos, enmudecidos;
pero Tú de nuevo nos darás la vida,
nos harás subir de lo hondo de la Tierra».

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LAS MANOS HERIDAS

Tú acrecentarás nuestra dignidad,


de nuevo nos consolarás;
y te daremos gracias, Dios mío,
con la alegría de nuestras esposas y de nuestros hijos.

Te aclamarán nuestros labios, Señor,


nuestros corazones que Tú has liberado.
Y seremos un solo pueblo bien plantado,
que no baja los brazos, caminante de la aurora;
un pueblo de un solo corazón
que busca cada día la parte de su pan en libertad.
Amén.

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LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

HE VISTO CON MIS OJOS EL 1º DE MAYO

Ellos iban silenciosos en la micro. Algunos parecían rumiar


con impotente tristeza el cansancio de un día más sin trabajo
o un día más de trabajo sin aliciente, sin esperanzas, con
demasiadas humillaciones...

Era un silencio espeso, duro. Sólo algunas mujeres


conversaban de lo que habían logrado comprar con cuarenta
pesos, y se mostraban mutuamente el bolso de malla
transparente con unas relucientes cebollas y unos paquetes
de tallarines. Yo no alcanzaba a distinguir bien sus voces
quejosas...

Mi vecino de asiento rompió el silencio. Comenzó a hablarme


en voz tenue, tan tenue que apenas le escuchaba. «¿Qué me
dice que no le oigo...?» Se notaba que quería estallar. El dique
del miedo dejaba pasar un hilito de voz: «Oiga, ¿sabe? No hay
nada que hacer... los trabajadores parecemos bueyes... vamos
tirando la carreta, callados... no hay nada que hacer.»

Mi vecino se calló de nuevo y se encerró en sí mismo. Yo le


miré sus manos rudas, callosas... No sabía qué decirle sino
levantar las cejas en un gesto de desesperanza... Sus palabras
me horadaban el cerebro y las entrañas... Me parecía oír en
él a millones de trabajadores de Chile y de Latinoamérica:
¡que si pudieran hablar! ¡Que si pudieran juntar todas las
manos!

La micro se detuvo dando sacudones epilépticos. Al llegar


al paradero de Franklin, unos niños subían a la pisadera
gritando «me lleva oiga, me lleva».

15
LAS MANOS HERIDAS

El chofer iba demasiado nervioso, demasiado cansado. Tenía


que mirar bien la calzada, tenía que dar vueltos y atender
a tantas preguntas de los pasajeros que subían. «Por favor,
avancen por el pasillo, la bajada es por atrás». «Es que yo me
voy a bajar ahí no más». «Pero, entonces, deje pasar, pues,
señora». «¿Oiga chofer, y esta micro pasa por La Legua...?» Y
los chiquillos que gritan que los lleven, que tienen que llegar
a sus hogares...

¿Y no tienen derecho acaso? El chofer va muy alterado y los


que suben regañan, levantan la voz.

Mi amigo y yo y toda la gente vamos resignados, apretu-


jados, transpirados, soñolientos. Me pongo a pensar en las
palabras de mi vecino: «Los trabajadores parecemos bueyes,
vamos tirando la carreta, callados». Miro alrededor de mí y
veo que aquí son todos trabajadores, o esposas de trabajado-
res, o hijos de trabajadores. Multiplico por 100 y por 100 mil,
y por millones esta micro y me parece ver y oír a los pueblos
de Latinoamérica recorriendo ajenos su propia tierra, margi-
nados de lo que ellos mismos sostienen y construyen con su
trabajo. Mi corazón de cristiano quiere sentir compasión por
esta gente que camina siglos en la pobreza, desarticulados,
dispersos como ovejas sin pastor; pero al mismo tiempo me
avergüenzo de mi compasión tan romántica y barata.

Hay muchos que han dicho con la frente en alto: «No somos
bueyes, porque somos hombres». Hay muchos que han sacri-
ficado la vida por los derechos de la clase obrera; y, conocien-
do bien a mi pueblo, en este mismo silencio o en este mismo
grito de protesta de mi vecino, veo asomar la conciencia de
la dignidad humana que no acepta ser pisoteada. Como en
un relámpago recorro la historia y admiro las grandes con-

16
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

quistas que pacientemente han ido logrando los trabajadores


organizados del mundo.

Al pasar cerca de los postes de alumbrados, la micro se ilu-


mina toda. Como encandilados por un flash veo el rostro y
las manos de mi vecino, rostros y manos de color de arcilla
que me hacen pensar en la nobleza del hombre creado a la
imagen de Dios: «Vayan, crezcan, multiplíquense y dominen
sobre la faz de la tierra» (Génesis 1, 28). Pero con la misma
rapidez, volvemos a quedar en sombra: entonces vuelvo a
pensar cómo esta fuerza de esperanza se enfrenta no sólo
con la inercia e incomprensión de muchos, sino más aún con
la voluntad deliberada de los explotadores de la miseria, que
parecen no tener otra idea que agravar el mal y reducir a la
impotencia a los que quieren trabajar.

Recuerdo lo que hace poco leí en una revista: los sociólogos


catalogan de habitantes en la extrema pobreza a cien mi-
llones de hermanos latinoamericanos. Constituye la tercera
parte de nuestro contingente humano y, sin embargo, tienen
que repartirse para vivir sólo el 4% del ingreso total. Sigo
mirando las manos rugosas de mi vecino de asiento. Ma-
nos como las suyas han horadado montañas, han socavado
el fondo del mar para extraer carbón, cobre y petróleo; y me
pregunto: ¿por qué estos millones de manos poderosas no
se han unido para conquistar plenamente su libertad, para
hacer reconocer su dignidad de hombres? ¡No, me digo para
mis adentros: los trabajadores no son ni bueyes ni máquinas;
son lo más noble que hay en el mundo: son hombres, hijos
de Dios!

Ahora el chofer ha encendido la radio. El locutor pretende


hacernos cosquillas para que nos riamos; pero nadie se ríe.

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LAS MANOS HERIDAS

Después de ponderar la excelencia de una nueva pasta de


dientes y lo fácil que es comprar un refrigerador a plazo, con
la misma inmutable voz nos anuncia el alza del precio del
pan. Se oye un murmullo. El chofer desconecta la radio. La
micro se ha detenido de nuevo. Unos bajan, otros suben y to-
dos dificultosamente empujando, abriéndose camino, como
un símbolo de lo que es la vida. Entre los nuevos pasajeros
ha subido el vendedor de útiles escolares: «Cuatro lápices
sólo por $10». Avanza serpenteando por el pasillo con su
pálido rostro de cesante desnutrido y sus manos finas de ex
oficinista...

Es un hecho que no se han juntado aún todas las manos


obreras. Si lo hicieran, no podrían existir ya más estas
condiciones concretas con que se pretende industrializar
y desarrollar nuestro continente: pero aquí están, aquí van
vivos y fuertes por dentro los trabajadores del mundo. En
estas manos de cansados hermanos de Cristo el Carpintero,
va la esperanza del mundo. Aquí va también nuestra tarea
de cristianos. Pienso en la Iglesia, este pueblo de Dios
convocado por Cristo y amado por Él hasta la muerte. En
silencio sanamente voy diciendo: La Iglesia son ustedes.
Créanme, no me gusta cuando a veces decimos: la Iglesia
quiere acercarse al Pueblo, quiere llevarle su mensaje a los
trabajadores. ¡Como si ella viniera de la luna, como si la
inmensa mayoría de sus miembros no hubiesen nacido aquí
de la pobreza de las clases populares!

Mientras advierto cómo el chofer pelea por meter la prime-


ra con gran sonajera de cambios, me viene a la mente algo
que decía San Pablo en su carta a los Corintios, que de igual
manera se podría decir hoy a nuestra Iglesia latinoamericana:
«Miren la asamblea o comunidad que ustedes tienen: no hay

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LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

entre ustedes ni muchos letrados ni muchos ricos ni muchos


poderosos. Dios ha escogido a los débiles para confundir a
los fuertes» (1 Corintios 1, 27). La Iglesia latinoamericana...
«miren, su gran mayoría es un gran pueblo de pobres mar-
ginados, y cuando su jerarquía o sus dirigentes, clérigos o
laicos, se comprometen seriamente con el pueblo sufriente,
que no tiene seguridad social ni estabilidad laboral, que está
desnudo, hambriento y sediento, impedido de organizarse
libremente, encarcelado, reprimido... cuando la Iglesia se
compromete así con sus propios miembros pobres, que son
los más, a través de ellos, se hace solidaria de las esperanzas
de la clase trabajadora».

El cambio está taimado decididamente; la primera no quiere


entrar, a pesar de las maldiciones del chofer y de uno que otro
pasajero. Mi pensamiento vuela de los pobres a los trabaja-
dores y de éstos a la Iglesia. Me duele pensar que no pocos
cristianos les tienen miedo a los trabajadores y que oír hablar
de clase trabajadora les suena a sacrilegio. Me duele cuando
no ven o no quieren ver el conflicto. ¡Ay, el cambio no entra
y parece que se está acabando la batería! Me duele cuando
los trabajadores no sienten a la Iglesia como suya. Me duele
este equívoco. Me duele que los trabajadores no se unan y
no junten sus manos. No puedo dejar de pensar que oscura-
mente hay una mano interesada en mantener las distancias y
ahondar los recelos. Esa mano utiliza tres instrumentos que
paralizan o dificultan el que la Iglesia toda entera se sitúe en
el corazón mismo del clamor de los hombres, que impiden
que los trabajadores junten sus manos.

El primer instrumento lo constituyen los regímenes de


fuerza que engendraron miedo. Y la Iglesia está sujeta
también al miedo como todo lo humano. En la cuna misma

19
LAS MANOS HERIDAS

del cristianismo, el miedo costaleó a San Pedro y enmudeció


a los discípulos. La superación del miedo es obra del Espíritu
y pasa por el martirio.

El segundo instrumento es el poder del dinero que maneja


muchas cosas, entre otras, el prestigio y los medios de comu-
nicación. A través de ellos, logran confundir los espíritus,
crean mitos encaminados a desunir a los trabajadores y fal-
sean la realidad.

Y el tercero es el apetito de paz barata y de conformismo


que todos llevamos en mayor o menor dosis. Pienso cómo
muy a menudo sacrificamos los intereses profundos del bien
común por una unidad artificial y un orden aparente para no
tener que luchar por metas de largo alcance.

Ya me he ido demasiado lejos en mi meditación. La micro


decididamente no quiere partir. El chofer se levanta y se
transforma en un organizador sereno y eficiente: «Señores
pasajeros, si ustedes no me ayudan, hasta aquí no más llega-
mos, las señoras bájense para disminuir el peso, y los caba-
lleros a empujar». Entre risas y tallas la micro pudo partir.
Todos sentimos la sensación de haber vencido un imposible.
Dejamos de ser anónimos, desconocidos unos de otros.

Cuando llegué a casa, mis compañeros me preguntaron:


¿Qué te pasa que estás tan contento? Yo les dije: ¿Saben?, hoy
día he visto con mis ojos lo que es el 1º de Mayo: se vienen
juntando las manos de todos los trabajadores y hacen partir
la micro. Entonces, mis compañeros me miraron asombra-
dos pensando que me había vuelto loco.

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LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

REFLEXIÓN EN EL 1º DE MAYO:
MÁS ALLÁ DE LAS ECONOMÍAS TRIUNFANTES

¿Cómo imaginar a Jesús sin detener la mirada en sus manos


recias de trabajador? En esta fiesta del 1º de Mayo quiero
pensar en Él. Muchos artesanos de su tiempo sintieron y
hablaron como Él.

No existían cepilladoras eléctricas, perforadoras, fresadoras,


en el banco de carpintero de José o de cualquier otro car-
pintero del siglo I; pero ciertamente, a pesar de los cambios
culturales que han ido marcando la historia, hay una heren-
cia común y una solidaridad de los trabajadores que vienen
bajando de siglo en siglo hasta nuestros días. Es una especie
de genealogía bíblica: Adán fue el primer labriego; trabajó
la tierra, puso nombre a las creaturas de Dios, y engendró a
Abel y Caín.

Abel engendró a todos los trabajadores que acompañaron a


los patriarcas, peregrinando por tierras nuevas.

Caín engendró a todos los que matan a sus hermanos, con


cuchillo, bala, hambre y salarios injustos.

Los descendientes de Abel aprendieron a trabajar en silencio


o cantando. Entraron en los bosques a acariciar la madera
que sería vivienda de sus nietos; llevaron agua y tierra para
inventar la greda de sus cántaros; buscaron de la tierra el oro
y otros metales, para adornar a sus esposas y coronar a sus
reinas. Los artesanos del mundo construyeron las murallas
y las puertas de sus ciudades fuertes. Sus diestras manos hi-
laron también la lana, tendieron sus puentes, inventaron el
arado y la rueda.

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LAS MANOS HERIDAS

Los hijos de Abel engendraron a los trabajadores que levan-


taron ladrillo a ladrillo las majestuosas pirámides de su es-
clavitud; estos engendraron a los labriegos y artesanos libres
de Israel.

Los artesanos de Israel engendraron a José de Nazaret, que


fue carpintero y enseñó a Jesús el secreto del martillo y del
serrucho. Jesús, el aprendiz, midió maderas, alisó tablas,
construyó mesas, ventanas, y puertas; levantó techos y elevó
tabiques en las modestas viviendas de su aldea.

Del taller de Nazaret nace una nueva manera de mirar las ma-
nos de los trabajadores. Hoy, en cada golpe de martillo, como
en cada pulsación del computador, la genealogía de la digni-
dad de los trabajadores llega hasta Jesús y desciende desde la
cruz hasta el más humilde y sufriente de los obreros.

Nuestro mundo bullicioso sólo sabe aplaudir a los grandes


del dinero o del poder que aparecen en las primeras páginas
de las revistas, que ellos mismos editan, para acrecentar su
dinero, su fama y su poder.

Pero los trabajadores saben que son ellos el cimiento del


mundo. De nuevo, en silencio o cantando, están esperando
la hora de su auténtica libertad, que tiene nombre de justicia
y participación.

Mientras Caín mata de hambre a los niños de los pueblos


pobres, la inmensa paciencia de los trabajadores sale cada
mañana rumbo a su trabajo, sin perder la esperanza.

Más allá de las economías triunfantes, queda siempre pen-


diente la gran deuda del mundo para con sus trabajadores.

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LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

Es una deuda reajustable por cada generación sometida a sa-


larios injustos, sin seguridad para sus hogares.

Venimos saliendo en Chile de una dictadura que se ensañó


contra los trabajadores y anuló sus conquistas. No olvidemos
jamás esta deuda sagrada. El 1º de Mayo hacemos callada-
mente el recuento de la sangre derramada y las esperanzas
frustradas, no para quedarnos en lamento estéril, sino para
dar nuevos pasos de justicia.

23
LAS MANOS HERIDAS

ORACIÓN DEL DÍA DE LOS TRABAJADORES

Te reconocemos, Padre,
gracias a Jesucristo
tu delegado y nuestro dirigente.
Te reconocemos en la fortaleza que nos comunicas.,
Te reconocemos en el perdón que forjas en nuestras
conciencias,
difícilmente, como se forja el hierro a golpe de martillo.
Te reconocemos en el servicio al hermano necesitado,
servicio que nos nace de un buen corazón
donde primero has pasado Tú.

Reconoce también Tú
a estos hermanos de trabajo de tu Hijo, Jesucristo.
El día entero la vida entera hemos buscado
la justa parte de felicidad que nos corresponde,
pero, he aquí que cae la tarde sin haberla encontrado,
no por culpa tuya, sino por culpa nuestra, por culpa de
nuestra injusta sociedad.

Reconoce a tus hijos en todos aquellos que desparramados


por el mundo, se encuentran, como nosotros, alrededor
del mismo pan y de la misma copa, bendiciendo tu
nombre.

Acoge, Padre, nuestro «amén»;


queremos que vaya cargado con el rumor
de la innumerable multitud de los trabajadores del mundo
y con el clamor de tu Hijo, el carpintero Jesús.

Por Él, con Él y en Él, a Ti, Padre,


todo honor y toda gloria, para siempre.

24
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

NO HAY TRABAJO

Están sentados allí clavando silencios los maestros


carpinteros.
«No insista, no hay trabajo».
La madera grita a las manos.
Las manos duras se miran y se frotan.
Puerta de roble, puerta de pino;
desesperante silencio de los martillos.
Pero ¿cómo que no hay trabajo?
Dicen que van a tomar gente...
oiga, pero si a lo mejor...
No hay pan, dice la mano derecha.
No hay dinero, dice la mano izquierda.

Entonces vendes tu formón.


¿Mi formón?... Dicen las dos manos.
Te darán apenas para pagar el microbús.
Vendes también el martillo.
Un poco de azúcar para la guagua.
Protestan los callos de las manos;
pero las manos duras toman al niño.
Lo colocan a caballito sobre las rodillas.
El carpintero llora.
Pero que no lo vean.
Es macho recio el
carpintero.

La mujer dice:
«¿Te acuerdas cuando te caíste del andamio?
Anda a ver esa constructora, a lo mejor...»
¡Y vendo también el serrucho!
Ella disimula.

25
LAS MANOS HERIDAS

No dice nada.
Las manos de la mujer dicen:
nos arreglaremos de cualquier forma.
El carpintero acaricia el madero.
Le clavan el alma al Nazareno.

26
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

LAS MANOS DE LOS CESANTES

Esta mano es la de un trabajador chileno:


surcos y venas salientes
Fíjate en los dedos duros, encallecidos.
La piel está reseca, morena, color de tierra.
Son manos de larga geografía:
en las pequeñas grietas
y en todo el contorno de las uñas
hay restos de minerales
y sedimento de la historia
de todo el país.

Manos limpias,
pero como son limpias
las rocas
trabajadas por el mar
y por los siglos.
Mano recia,
piel de lagarto:
domadora de motores,
caricia de tornillos,
negra de aceites,
blanca de harina y cementos,
rubia de trillas,
roja de vendimias.
Y suave,
respetuosa de la flor;
y justa de milímetros y
micrones,

27
LAS MANOS HERIDAS

precisa,
fina de hilos;
y segura
de palancas y manubrios
y bridas y cachos de toro.

Tierna mano
de abuelo,
de padre,
de novio enamorado.
Cogió el cintillo
de la niña
y el cabello
y el chupete de la guagua,
en la micro, una tarde de domingo,
mientras duermen las manos en las manos.

Pero la mano busca


la materia,
inquieta pregunta trabajos,
humillada de no ser mano siendo mano.
Y acusa abierta o empuñada...
La dejaron como sarmiento inútil,
la amputaron de Chile,
le quitaron la auténtica bandera:
la que hace pan, casa y
camino,
la que canta martillos
y ruedas y poleas
de máquina.

28
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

En las noches, los cesantes


esconden la mano:
después, en silencio, la
levantan hacia el cielo.
A tientas, encuentran
un madero
y otro madero
un clavo
y otro clavo
y las manos carpinteras...
Los trabajadores
cubrían de cruces
el horizonte...

Al alba,
resucitarán las manos
heridas
y serán de nuevo
manos de alfarero
que moldean a Chile
solidariamente,
digna y democráticamente...
Alegres manos libres
de trabajadores libres...

Pero ahora, en la noche


busca mi mano;
dame la, tuya.
Es preciso reconocer
la señal,
al tacto,

29
LAS MANOS HERIDAS

sin palabras,
las inconfundibles, las
insobornables
nobles manos: una con
otra,
en la noche,
miles y cientos de miles y millones,
todas, todas
las manos...

30
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

PASIÓN DE JESÚS LEÍDA POR UN CESANTE

Ahora comprendo, Señor, tu soledad... Llegó un momento


en que te dejaron solo, aun tus amigos.

El miedo es cosa viva. Nadie se atrevió a decir que era cono-


cido tuyo. Quedaste como fuera de tu pueblo.

Ahora comprendo, Señor, tu soledad; ahora que yo soy un


cesante más y me siento como fuera de mi pueblo. Soy un
bicho raro. Mis compañeros de ayer se sienten incómodos
cuando me ven.

En la parentela no me dicen nada, pero yo leo en sus miradas


que me quisieran decir: «¡Por algo será que quedaste sin
trabajo...!»

En la «tele», un caballero bien trajeado dijo: «Van quedando


a la orilla del camino los menos capaces, los más débiles; es
un fenómeno de la recesión económica».

Por eso me he puesto a caminar solo por esta calle sin mucho
tráfico, para no encontrarme ni con parientes ni compañeros.

Y era como un camino que salía fuera de Jerusalén, y me llama-


ron. Me obligaron a cargar la cruz de Jesús de Nazaret. Yo les
dije: «nada que ver; yo no tengo nada que ver... yo he sido siem-
pre un trabajador tranquilo, cumplidor con mi trabajo, mire».

Ahora te estoy mirando de otra manera, a Ti clavado en la


cruz. Escucho lo que te gritan: «¡A ver, sálvate a ti mismo!...
¡mírenlo, el que decía que era el Hijo de Dios! ¡Vamos,
hombre, baja de la cruz! ¡Ha puesto su confianza en Dios:

31
LAS MANOS HERIDAS

que lo libre El ahora...!» (Marcos 15, 31-32). Y hacían burla


meneando la cabeza.

Y cómo me dolían tus clavos en mi propia carne, cuando


escuché el otro día a unas buenas señoras que hablaban
en voz alta en pleno paradero de bus: «¡Es de puro flojos
que son!... ¡si no trabajan es porque no quieren! ¡Yo vi
tantos anuncios de trabajo en los avisos económicos de El
Mercurio, fíjese!... ¡Y para tomar sí que no les falta la plata,
digo yo! ¡Y por qué no ahorraron dinero, digo yo también!»

Señor, Tú y yo estamos clavados en la cruz.


Tengo cincuenta años de edad... ya no tengo cómo bajar de
esta cruz.
Tengo sed, tengo hambre, tengo todavía niños chicos.
¡Padre en tus manos pongo mi vida!

«En esta cruz al lado tuyo estoy», le digo a Jesucristo. Y


él me dice: «En esta cruz también yo estoy al lado tuyo.
Cuando a ti te clavan, a mí me entierran los clavos. Somos
compañeros de Pasión».

¡En este mundo tan poblado de cruces de injusticia es muy


larga la tarde del viernes y muy oscura la noche!

¡Qué silencioso el amanecer del sábado!... Qué interminables


las horas del Sábado Santo. Mi tierra parece un sepulcro
cubierto de vergüenza.

Pero ya empiezan a nacer los primeros fuegos del primer día


de la semana. La fuerza de la Esperanza empieza a amanecer
desde la oscura tierra dormida.

32
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

Como un sol aparecerá la justicia y todos los huesos


humillados de tu pueblo, Señor, se levantarán en un solo
canto de alegre libertad.

33
LAS MANOS HERIDAS

EL PRIMER MINERO

Buscando el secreto de la vida, quiso el hombre llegar hasta


las profundidades, hasta los oscuros lugares donde se forman
los huesos del planeta,

Tocó con sus manos inquietas el hierro, la plata, el oro y el


cobre; y al arrancarlos del vientre de la montaña, descubrió
su propio rostro aventurero.

Hasta entonces los metales dormían en el útero silencioso de


la madre tierra, recordando los fuegos de su origen, descan-
sando por siglos de las grandes mutaciones que forjaron la
estructura firme de los astros.

Tal vez los metales nacieron ensangrentados como niños


de parto adelantado, bajo el cuchillo de una cesárea: muy
pronto, el hombre los sometió a la guerra, los buscó con afán
de avaricia para guardarlos en sus arcas, los empleó para
subyugar a sus hermanos.

Sin embargo, el metal dormido era vida y esperanza. Como


una mujer embarazada, la tierra soñaba barcos de acero
y rascacielos, construía maravillosos instrumentos de
precisión, coronaba reinas, bendecía anillos de enamorados,
volaba hasta la luna, cruzaba las distancias para comunicar a
los hombres...

La Palabra del Creador acariciaba el vientre fecundo.


«Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del
suelo y sopló en su nariz un aliento de vida».

Así Dios fue el primer minero y el más original orfebre.

34
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

CREATURA CREADORA

Cumplió el hombre los siglos de su adolescencia hasta que


aprendió a ser creatura creadora.

Rompió con el arado el costado de la madre tierra y sacó de su


herida el primer pan; y encontró que era bueno hacer crecer
el mundo de Dios, pensando los movimientos de su mano,
aguzando dardos y labrando cuchillos y flechas, soñando las
primeras arquitecturas, nacidas de troncos y piedras.

Asomado a la ventana de su guarida soñó vencer la tempes-


tad, domeñar los vientos y los ríos, perforar la noche con
fuegos nacidos de su mente...

Un día fue el milagro de una mesa, de una silla y una rueda.

Y fueron los primeros insomnios, las primeras impaciencias


de la raza de los descubridores. Acomodó caminos sin saber
hacia dónde le llevaban las estrellas. Interpretó las necesidades
de su tribu, mientras todavía nadie sabía reconocer el fulgor
de las miradas nuevas que penetraban el futuro.

Después inventó los números y las letras.

Su vida fue una rápida sucesión de infinitas creaciones. Se


unieron manos amigas madrugando caminos. Navegaron,
sorprendieron a los grandes peces del mar. Montaron sobre
elefantes y dromedarios para ir lejos a trocar sus productos,
llevando cantos nuevos, trayendo lenguas desconocidas.
Treparon las altas cordilleras, saboreando la sal y los frutos
extraños, hasta descubrir el hierro, el oro y el cobre.

35
LAS MANOS HERIDAS

Y va el hombre saltando de siglo en siglo, rompiendo sus


soledades, estudiando el corazón de las cosas, estableciendo
las leyes que rigen la alegría y la lucha de la existencia del
universo.

No puede estarse quieto el hombre sin crear nuevas fuentes


de vida.
Sus sentidos se agudizan para sorprender el secreto de los
seres infinitamente pequeños y se tornan alas para alcanzar
antiquísimas estrellas y medirles sus años, sus senderos, su
peso, volumen y la intensidad millonaria de sus luces...

Oh gran pequeño hombre, desataste las amarras íntimas


que detenían la historia; ayudaste a la creación que dormía
esperando tu hora...

Ven, desde el fondo de ti, humildemente; a continuar el séptimo


día de Dios.
Juntos, dice Dios, haremos esta ruta.

Cuando haces crecer al mundo, la simiente que tú arrojas la va-


mos sembrando tú y yo. Voy en tus brazos, en tu inteligencia y
en tu corazón. Cuando haces al hombre más hombre y la tierra
más justa y más fraterna, tus manos son las mías, tu sabiduría
brota de mi fuente. Cuando tú destruyes y matas, cuando tu
creación es inhumana y esclaviza a mis hijos, tu ciencia y tu
técnica me clavan de nuevo en el madero.

Bésame, dice la tierra, espósate conmigo; hazme salir de nuevo


de las manos del Creador, pero en las tuyas. Bendito el sudor
que hace brillar tu rostro con el resplandor del trabajo. Por tus
manos, la oscura entraña de mis metales arde y genera movi-
mientos como de parto; da a luz petróleo, carbón, oro, cobre...

36
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

Bésame, y que nazcan las grandes chimeneas y aumente el


canto de los que accionan las inmensas máquinas. Que se
abran nuevas avenidas y tengan vivienda digna todos los
hogares de la tierra. Que se perfeccione el motor; que se vista
la humanidad de telas nuevas y que su corazón se haga más
bello y razonable. Que la química produzca los fertilizantes
y los medicamentos que necesita la familia humana. Que
las comunidades, cada vez más perfectas, configuren una
sola ciudad en comunión. Suban hasta el cielo, como una
alabanza, las canciones y los esfuerzos de quienes construyen
al hombre, que es gloria de Dios.

En la más divina creación mancomunada, el varón, la mujer


y Dios hacen nacer la tierna vida de un hijo.

Aprende a amar a tu hijo, relevo creador. Ámalo en su pueblo,


en su libertad, en su futuro.

37
LAS MANOS HERIDAS

SEÑOR ALFARERO

El Señor amasó al hombre de greda y sopló sobre él su


Espíritu Santo. Desde entonces somos Espíritu y tierrita
de la tierra: inteligentes, anhelantes, buscadores; y a la vez;
pesados, conformistas, demorones y reticentes. Pero la
tierrita que era greda en las manos del gran Alfarero y el
Espíritu que era aliento de su corazón, estaban llamados a
ser obra de arte; una obra de arte de Dios que se llama vida
del hombre y vida de Dios. Todo mezclado: barro y Espíritu;
obra de arte de Dios, abierta a todos los soles y a todos los
riesgos.

Y Dios amasó al hombre por miles y miles de años y, si


ustedes quieren, podríamos decir que fue preparando la
arcilla desde los primeros desprendimientos de las rocas del
mar; desde los primeros polvos de fuego lanzados de las
estrellas; cuando recién empezaban a ser niñas las estrellas
jugando en las noches del firmamento.

Y Dios acariciaba su greda escogida, su greda preparada


por larga paciencia de siglos. Y Dios dejaba mover su mano
de artista. Acariciaba su greda, su greda escogida, soñando
hermosuras únicas y originales para el hombre y para la mujer;
hermosuras que le venían de su corazón de Padre y de su
corazón de Madre. Todo el corazón de Dios se complacía en
soñar buenas noticias para su greda. Las mejores noticias, las
más profundas bienaventuranzas que puede desear un Padre
y una Madre las iba acariciando Dios en su greda predilecta;
en su amado pedazo de arcilla, de espíritu barroso y de barro
espiritual. Hombre y mujer los formaba con toques delicados
como los movimientos de la mano de una Madre que sonríe a
su hijo recién nacido; que lo envuelve en pañales, sonriéndole;

38
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

que lo balancea en sus brazos y le acaricia el rostro y lo lleva


a su corazón y lo besa.

Y el barro se enredaba entre los dedos de Dios; y la mano


de Dios quedaba gozosamente marcada por el barro de
su obra, como el alfarero que canta mirando sus manos
bendecidas de barro, embarradas de greda. Y Dios decía: te
llevaré siempre marcado en las palmas de mi mano. Y vio
Dios que era bueno: entonces llamó a la vida. La sacó de su
propio corazón. La sacó como saca el artista su idea desde
su profundo ser; porque ya la tenía desde toda eternidad;
porque ya la llevaba amando y amasándola desde no se sabe
cuándo; es decir, desde siempre. ¿Cuántas veces tomó Dios
y volvió a tomar ese terrón de greda que es el hombre y la
mujer; ese montoncito de barro que soy yo; y lo puso en su
torno y le dio vueltas y vueltas soplándole el Espíritu; y le
hizo girar mirándolo con los ojos iluminados, con ojos de
artesano feliz que le habla a su vasija, a su pequeña forma
bella que va creciendo entre sus dedos? «Hagamos al hombre,
cantaba Dios, hagamos al hombre, hagámoslo semejante a
nosotros». Hombre y mujer los hizo; los hizo casi como su
autorretrato, pero de barro; como en un espejo, como en
enigma; por eso el hombre y la mujer preguntan; preguntan
siempre acerca de las cosas que sólo Dios entiende. Son un
barro preguntón, una greda que busca insaciablemente su
por qué, y el por qué de unas huellas de la mano de Dios que
quedaron grabadas en los límites que bordean la imagen de
Dios: esas formas limitadas del barro que lo separan de Dios
y de la moda. «Soy, soy, dice el cántaro: soy tuyo, alfarero;
pero no soy tú. Tampoco soy nada. Aunque me caiga al suelo
y me quiebre».

39
LAS MANOS HERIDAS

Cuando la greda ya hecha hombre, se puso a llorar y hacer


preguntas imposibles, Dios la retomó en sus manos, la revis-
tió con el aliento de su propio Hijo y la acercó a su rostro,
levantándola como se toma a un niño pequeño, y la besó. La
última marca de la greda fue el beso de Dios. Dios se hizo
barro; se vino a vivir como uno más entre los cacharros y
vasos. Se hizo hombre y habitó entre nosotros, tomando la
condición de greda: artesanía cocida con nuestros dolores;
endurecida con nuestros fuegos; al alcance de la mano, eter-
no y frágil; hijo de Dios y hermano nuestro.

Ahora, Señor Alfarero; ahora que miro mi barro mortal; mi


barro cocido al fuego de tu propia vida; ahora te pido, me
hagas también alfarero: alfarero y greda en tus manos, al
mismo tiempo alfarero y greda por ti, siempre, y creador de
mi propia vida. Alfarero y greda: artesano de tu Palabra en
los otros, mis hermanos; pero, dejándome amasar mil veces
por ellos en ti: escuchando, mirando tus dedos en ellos;
atento al paso del Espíritu que sopla en ellos donde quiere y
cuando quiere.

Al atardecer, bendice éste mi barro y tómame de nuevo en


tus manos, hoy y mañana y para siempre, para siempre. Mi
gloria es greda tuya y tu gloria es el hombre, obra de tus
manos.

40
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

CANTO AL CREADOR Y SU CREATURA

Ven conmigo
a escuchar la conferencia de las alas del cóndor
o el canto de un zorzal enamorado,
cuando millones de musgos y plantas
oran al calor poniente del sol.
Escucha:
la trabajosa noche de los insectos está afinando sus
violines.

Aquí, la tierra ha creado sus techos y sus quitasoles.


El aire acostumbra correr entre los viejos troncos
para retomar su fresca humedad.
Por donde tú quieras puedes imaginar una ventana
y asomarte a los azules colgados de las ramas.

¡Oh, gran pequeño hombre!,


desataste las amarras íntimas que detenían la historia;
ayudaste a la creación que dormía esperando tu hora.
Ven desde el fondo de ti, humildemente,
a continuar el séptimo día de Dios.

41
LAS MANOS HERIDAS

II

Abre
tus ojos para ver.
Afina
tus oídos para escuchar.
Extiende
tus brazos para abrazar.
Despierta
tu mente para comprender.
Libera
tu corazón para sentir.
Ofrece
tu alma para amar.

III

Cuando se ilumina la aurora con color de madrugada,


cuando se apaga el ocaso en la oscuridad de la noche,
eres una creación constante
de una vida que nace,
muere y se levanta.

Desde que sales a la luz por el soplo creador,


hasta que ella se apaga en tu cuerpo material,
eres una creación constante
de un universo que nace,
muere y se levanta.

Cuando saltas, ríes, trabajas y cantas,


cuando duermes, lloras, descansas y bailas,
eres una creación constante
de una historia que nace,
muere y se levanta.

42
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

IV

A imagen de Dios fuimos creados,


creatura y Creador.
Creatura,
para recibir y disfrutar.
Creador,
para continuar y completar.
Creatura ,
para proteger y cobijar.
Creador,
para poblar y fecundar.

A imagen de Dios fuimos creados;


creatura y Creador para el amor.

«He trabajado el pan con el sudor de mi frente;


he trabajado la tierra con mis manos recias;
he trabajado el mundo que Tú creaste, Señor,
con todo mi corazón, con toda mi alma,
con todas mis fuerzas.

Soy el hombre del campo y de la ciudad;


el hombre del carbón, del cobre
y de los desiertos nortinos.
En mi rostro curtido de soles y de nieves
se podría saborear la sal de nuestra costa interminable
y, más adentro, descubrir al varón que ama a su mujer,
a sus hijos y a su pueblo».

43
LAS MANOS HERIDAS

VI

Así fueron acabados el cielo y la tierra


y toda su ornamentación.
Dios dio por terminada su obra
el Día Séptimo y en este día
cesó de toda obra que había hecho.
Dios bendijo este día y lo santificó porque en él
había cesado toda obra de su actividad creadora.
Tal fue el origen del cielo y de la tierra
cuando fueron creados.

VII

No sería creador,
si antes no fuera creatura.
No podría subir hasta los astros,
sin antes bajar a los humildes menesteres de la vida.
Por eso, ya de siglo en siglo
vamos cantando perdones y gratitudes.

Perdón...
desde el comienzo de la historia:
por la sangre de Abel,
por el hermano olvidado y el hermano empobrecido,
y el herido a la orilla del camino;
perdón por el hambre de muchos
en un mundo que creamos abundante para pocos.

Perdón porque hemos llenado de tristeza


la limpia belleza de la tierra;
perdón por la codicia y el orgullo que fabrican miserias.

44
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

Gracias...
por lo más grande y lo más pequeño;
por el pan de la mesa
y los primeros pasos de los niños;
gracias por la vida y el amor
y la inquieta travesía del espíritu
que busca la verdad;
por la profundidad de la ciencia,
la prolijidad de la técnica
y la precaria realidad de nuestros intentos;
gracias por la sinfonía de los martillos
y los delicados sistemas de nuestras computadoras;
gracias por lo bello brotado del corazón humano
y por la ciudad que hicimos habitable,
gracias por la danza, la música, el teatro
y el arte de las grandes construcciones
al servicio de la vida.

Gracias,
Padre, porque confiado,
pusiste la Creación en nuestras manos.

VIII

A ti Señor que nos creaste


como llama temblorosa,
vuelva enriquecida de amor
toda nuestra obra y toda cosa;
el trabajo, el amor, la ceniza y la llama.
la montaña, la llanura,
y suba hasta Ti, el oro y el incienso,
y la morena mirra de nuestra minería; y te den gloria
nuestros altos edificios y nuestros ascensores

45
LAS MANOS HERIDAS

y la alegre destreza de los computadores.


A ti para siempre la vida y la muerte
y la pequeña regla de cálculo y el centímetro
y el grano
y la paciencia del martillo,
y el mármol y el golpe del martillo
y el canto del obrero y el ojo del observatorio
y el beso de los niños en la escuela
y el campo chileno, la vaca y el caballo
y el trigo y la lana y el calor del fuego
en el hogar.
Y gracias por esperar que mañana todo podrá ser mejor...

46
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

SALUDOS

Cuando Don Néstor me ve en la esquina de la calle Central


de nuestra población, esperando el primer bus de la mañana,
siempre me aborda con estas palabras: «Paseando temprani-
to, padre, ¿ah...?»

Las primeras veces que me saludaba con ese «paseando


¿ah?», confieso que sentía cierta incomodidad... Eran las seis
y media de la mañana, estaba lloviendo en la forma en que
llueve en la provincia de Valdivia y, a pesar de todo, si un
cura anda por la calle, ciertamente ha de estar paseando...
Sin embargo, el tono de la pregunta no tenía nada de
hiriente, más bien era una muestra de simpatía. Al cabo de
un tiempo, logré escuchar el saludo con mi corazón y me
acostumbré a preguntar yo, a mi vez: «Y usted, ¿ya parte
para su trabajo?»

Así han pasado cinco años; yo, según él, paseando a la


hora en que parto a oscuras a celebrar la misa a un colegio
de monjitas; y él, según yo, yendo a su trabajo, tal vez a la
Carbonífera o al Hospital.

Nuestras vidas se entrecruzan cada mañana, como dos


hormigas que en el ir y venir de sus afanes se topan, se saludan
y siguen sus caminos.

Pero, no sé por qué, me ha venido la idea de que, si llego


a morir en esta pequeña ciudad sureña, Don Néstor me va
acompañar a mi funeral... A lo mejor, les va a decir a sus
compañeros matinales del silencio: «¿Sabían que se murió
el viejito de barbas... ése que venía tempranito a esperar el
primer colectivo?» Y ellos dirán: «Ah… ¡ése!».

47
LAS MANOS HERIDAS

Y ¿saben?... creo que va a ser el mejor discurso. Lo he conver-


sado con Dios. Y Dios se ha puesto hablar conmigo en ese
mismo tono de interrogación benevolente:

¿No has visto, tú, sacerdote, qué invisible es el trabajo de los


humildes?
Será como esos milímetros de miel o de cera que acarrean las
abejas a la colmena, digo yo...
Van a entrar todo el día al socavón de la mina… ¿se irán
a cansar?, ¿irán a pelear todo el día con la mina, sacándole
carbón, como con cesárea?...
A lo mejor no vuelven, digo yo... ¿Quién sabe?
A lo mejor, yo sé, dice Dios.
¿Le alcanzará lo ganado para la familia? ¿No será por eso que
se levanta tan callado...?
A lo mejor, los niños ya van a estar acostados cuando
vuelva...

Ojalá mañana nos veamos de nuevo con Don Néstor, en la


garita de los buses... ¿Irá a estar despejado?... Más o menos
parece...

Tú, Señor del silencio, eres el único que sabe por qué oscuros
senderos camina tu Espíritu Santo.

Empiezo a comprender que está bien, que no es malo para la


nueva evangelización de los trabajadores que un viejo cura,
como yo, comparta el frío, el silencio, la espera...

Tal vez no sea yo capaz de otra manera de servirles, que


compartiendo lluvias y madrugadas.

48
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

Dios no me contestó... Él es también un trabajador silencioso...


¿Paseando tan de madrugada? Le pregunto yo... Y Él me
hizo recordar a un vecino desconocido que un día, al regreso
de un largo viaje, me recibió con estas palabras: «Cuando
usted no está en la población, falta algo».

Eso que él llama «algo», Señor, yo creo que eres Tú. ¡Qué
bueno es sentir que de alguna oscura manera anuncio tu
venida!

49
LAS MANOS HERIDAS

EL NORTE CHILENO

El desierto es como la puerta de acceso a lo más íntimo del


Creador.
Su silencio dibujó las solemnes montañas del Norte chileno.
Las revistió de púrpura y oro. Les regaló sol y luna.

Estas colinas encendidas, estos territorios emparentados


con los astros,
han dormido siglos y miles de siglos incubando nuestros
metales.

Hasta que vino el cantero y despertó la minería con el


golpe de su azada,
cuando todavía todo brillaba en la inocencia de la Creación.

Los metales chilenos nacieron rodeados de belleza:


la Cordillera invariable, erguida, fiel y pura;
el cielo azul sin arrepentimiento
y el Océano Pacífico con sus olas en versos de Neruda.

Palabras sentenciosas y verdades desnudas aprendió el


hombre de la mina,
bellas de sudor, duras de esperanza como el lapislázuli
soñando ser sortija.
Caminó entre las soledades trazando senderos hasta el
corazón de la tierra,
y se enamoró para siempre el minero de sus pellejerías.

Perdón,
hay que volver a pedir perdón
al que creó la belleza y se la hemos quebrado en el espejo,
al que tuvo paciencia y tiempo ancho para cuajar el oro,

50
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

el cobre y los demás metales,


y nosotros, apresurados, impacientes, pasamos por encima
del
hombre y de la naturaleza, para arrebatarlos, acapararlos y
convertirlos en becerros de adoración.

Perdón por los mineros heridos


y sus mujeres y niños.
Perdón por la pobreza de los que fundieron las rocas para
otros;
perdón por la tierra herida y los ríos envenenados,
Perdón por el olvido de los pioneros
y por la horrible indiferencia ante los que cayeron.

51
LAS MANOS HERIDAS

EL NACIMIENTO DE LA MINERÍA

El nacimiento de la minería fue de esta manera:


Buscando el rostro de Dios, el Hombre quiso llegar
hasta las profundidades, hasta los oscuros lugares
donde se forman los huesos del planeta.
Así se habría de cumplir aquella sentencia del libro del
Génesis:
«Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y
sométanla...»
Las manos del hombre, hasta entonces blandas e ingenuas
– sólo el tacto de los frutos, las flores y las mejillas
tiernas
de la mujer y de los niños – tocaron ahora el hierro, la
plata, el oro y el cobre.
Al arrancarlos de la carnosa masa de la montaña,
descubrieron su propio rostro aventurero, en los destellos
del oro.
Hasta entonces los metales dormían, inocentes, en el
vientre silencioso de la Madre Tierra.
Al salir a la luz, nacieron ensangrentados,
como niños a quienes se les adelanta el parto, bajo el
bisturí de una cesárea.

52
LOS TRABAJADORES EN SU DÍA

EL HIJO DEL CARPINTERO

El hijo del Carpintero


compartió fatiga y canto,
con el sudor de su cuerpo
con la alegría del campo.
Fue un hombre de su trabajo
entre martillo y madero.
Va compartiendo camino
al paso del mundo entero.

Hoy, Jesús carpintero,


busco alabarte en mis hermanos.
Por mi alegría, por mi trabajo
santifica mi mente,
santifica mis manos

La madre del carpintero


trabaja noche y día
Su alegría era del cielo,
sus manos lana tejían,
amasaban, cocinaban
entre oraciones y canto.

53
CAPÍTULO 2

Profecias para los que abusan


del poder
LAS MANOS HERIDAS

56
Profecías para los que abusan del poder

UN PECADO NACIONAL

Los periódicos y revistas oficialistas intentan hacer creer a


la opinión pública que la situación social y económica del
pueblo chileno se encuentra en buen estado de salud Es fácil
que el sector menos afectado económicamente se deje con-
vencer por esta campaña y, sin mala voluntad, se imagine
que la realidad de los pobres ha dejado de ser tan dramática.
Detrás de las cifras de los tantos por cientos con que se pue-
de graficar periodísticamente el índice de la cesantía y de la
extrema miseria, hay situaciones humanas vividas muy dife-
rentemente en Providencia y Las Condes, que en La Caro o
Lo Hermida; en Ámsterdam o Copenhague, que en el Chile
de los pobres.

No. No ha mejorado ni un ápice la situación de miseria de


una buena cantidad de los chilenos. Los escaparates de las
tiendas «tienen de todo». Si usted desea puede comprar vodka
o el último modelo de auto, o avioncitos a control remoto
para gerentes aburridos. Pero eso no es señal de buena
salud; lo que importa es lo que puede comer el pueblo, y las
condiciones en que la familia y los grupos humanos puedan
crecer en humanidad. De eso, todos somos responsables.
Ignorarlo es un pecado nacional.

Un ingenuo habitante del barrio alto pensaba, de buena fe,


que Santiago era la ciudad que ve habitualmente desde su au-
tomóvil al venir cada mañana a su oficina del centro. Se re-
presentaba una ciudad de varios kilómetros de confortables
viviendas y un sector comercial, al cual se le añadían unos
oscuros apéndices de poblaciones donde vivían las familias
de los trabajadores. Estos, casi pasaban a ser un mito, pues,
¿quién puede decir dónde termina el obrero y dónde empieza

57
LAS MANOS HERIDAS

la clase media? «Mira, Joaquín, aquí en Chile, la verdad es


que casi todos somos de la clase media...»

Pensar a Chile así es vivir drogado. La realidad es muy otra.


Santiago es una inmensa ciudad de pobres silenciosos, tan
atareados en sobrevivir que no se les nota vivir. Unos pocos,
poquísimos, aparecen en el proscenio, de paso, como esos
utileros a quienes sorprende por unos segundos el telón que
se levanta inoportunamente. El centro de la ciudad, las áreas
de los hoteles desde donde se asoma el turista, los escaparates
y las luces, las oficinas y el comercio, toda esa ínsula urbana
de primera plana, desde donde se fabrica comunicación, no
son sino una pequeña porción sonora de un Santiago mudo
y pobre.

En ese mundo mayoritario y sin voz la tasa de cesantía tiene


otra consistencia que la de un frío 14% oficial... Veo que el
trabajador del Empleo Mínimo no alcanza a alimentar a su
familia. Estadísticamente no es un cesante. Se lo supone, en-
tonces, feliz, comprando televisores en color...

¿Hemos pensado cuán triste es para un padre de familia te-


ner que «acostumbrar» a sus hijos a contentarse con la ta-
cita de té, después de una jornada de escuela o de trabajo?
Cuando yo le decía a un grupo de amigos en Alemania, que
muchas familias chilenas sólo tienen una refección diaria, no
me podían creer. Así de mal alimentados acuden nuestros
niños a la escuela y vuelven a sus casas a tomar té con pan...

La vida humana es tan pujante, a pesar de todo, que encuen-


tra cómo defenderse; los niños pobres van saliendo peque-
ños y esmirriados, de tamaño económico, y tienen 15 años y
parecen niños de 11.

58
Profecías para los que abusan del poder

Para tener un punto de comparación acerca de la precariedad


en que vive nuestro pueblo, voy a transcribir algunos datos
aparecidos en la revista Nouvel Observateur acerca del po-
der adquisitivo del sueldo medio de un trabajador europeo:
con tres horas y media de trabajo, un luxemburgués puede
comprar lo siguiente: 1 kilo de pan, 1 kilo de carne, 1 litro
de leche, 12 huevos, 1 kilo de mantequilla, 1 kilo de fruta y
1 litro de vino.

Esta misma «canasta» que nosotros estimamos de súper lujo,


la compra un holandés, con tres horas y cuarenta y cinco
minutos de trabajo; un sueco, con cuatro horas y ocho
minutos; un alemán, con cuatro horas y media; un inglés,
con cuatro horas y cuarenta y siete minutos; y un francés,
con cinco horas y veintitrés minutos. ¿Cuántas horas de
trabajo le significaría a un obrero chileno? ¡Veintitrés horas!
Casi media semana de trabajo...

Pero lo más grave no está en aquello. Lo trágico es que el 50%


de las familias de nuestros barrios obreros quedan fuera de
este cálculo comparativo. La extrema miseria se mide frente
a otra canasta que cualquier observador puede comprobar
asomándose a la feria local: se vive de fideos de «harinita», de
pan y de una que otra verdura. En las carnicerías de nuestros
barrios populares nadie se avergüenza de comprar huesos y
de vez en cuando menudencias para mejorar la sopa.

Me cuesta decirlo, porque debo reconocer que yo


personalmente no carezco del alimento suficiente; es
frecuente que la gente viva con hambre. Nos hemos
acostumbrado a estos rostros pálidos de nuestros jóvenes,
a estas mujeres jóvenes, madres de familia, que dan vuelta
el año con rostros de recién parturientas batallando por el

59
LAS MANOS HERIDAS

dinero para comprar alimentos y remedios para los niños.


Pasarse el día sin probar bocado es algo que forma parte de
la existencia normal de muchos niños. Tienen que sobrellevar
la dureza de la vida en solidaridad con toda la familia desde
muy temprana edad. Esto logran vivirlo sin aspavientos, sin
perder el natural deseo de participar de los juegos colectivos
del vecindario.

«Ha disminuido la cesantía. Victoria de la economía liberal».


Yo me pregunto, ¿no está pasando que ya la gente perdió la
esperanza de encontrar trabajo?... «¿Para qué voy a caminar
cuadras y cuadras, si ya lo he hecho durante meses?».... «Va a
haber una cola de 200 ó 300 personas y van a tomar a uno o
dos»... «Hay que estar allí a las 5 de la mañana para ser de los
primeros»... «Ya cuando lo ven a uno de 50 años, está perdi-
do, no hay caso»… «Para qué ir a hablar con la visitadora, o
con el cura, o con algún funcionario de la Municipalidad, si
ellos me van a decir: mire hombre, trabajo no hay, usted lo
sabe; vuelva en unos días más, por si acaso...»

«Por si acaso»... Un hombre con tres o cuatro hijos, a veces


con siete y más, vive en la ilusión de encontrar trabajo, ven-
de todo lo que tiene, se humilla, busca pololos: «le encero,
le riego el jardín, le ayudo a subir y bajar cargas, le ayudo a
vender en la feria, le hago cualquier cosa». Cuando se llega
a «cualquier cosa», nada resulta. No se busca más; ni siquie-
ra se dice «soy cesante». ¿Para qué? Se economiza vida. La

60
Profecías para los que abusan del poder

familia se organiza con esta realidad: el padre, el hermano,


el tío son cesantes indefinidamente así como de carrera o
profesión. Se establecen entonces ciertas actividades que
sirven para defender «la moral», esos miserables negocitos
ambulantes contra los cuales se defiende la Municipalidad
y el comercio establecido. El cesante logra vender calugas o
aliños o lápices, arriesgando a que se lo quiten todo por no
tener patente de vendedor. Hace poco, un hombre de unos
35 años, casado y con hijos, tenía que pagar una multa de
700 pesos y perder todo su capital, 250 pesos invertidos en
ají de color y otras especias. La otra solución es lo que puede
hacer la heroica esposa del cesante dos o tres veces por se-
mana: lavar ropa ajena...

En la casa del cesante hay siempre una hazaña de turno. Hay


que pagar la cuenta de la electricidad, que ya viene multada,
y al poco tiempo se vuelve imposible. En la escuela, el bue-
no del profesor hace vista gorda al uniforme y hasta de los
zapatos y zapatillas de deporte; pero los cuadernos, ¿cómo?,
o el delantal para la niñita... Se enfermó la menor .... ¿Con
qué pagar los remedios, si la libreta no está al día? El Pepe
anda con unos furúnculos. El profesor dice que debe ser
debilidad. La mayorcita va a terminar el Liceo y va de lo más
bien la chica.... habrá que pagar para la prueba de aptitud.
¿La Universidad? ... ¡Qué sueño...! ¿Con qué?...

Contra toda la optimista propaganda de esta cruel economía


liberal que se olvida de los pobres, está esta permanente rea-
lidad de nuestro pueblo que se hace patente al que se acerca
con discreto buen oído. Es deber de la Iglesia denunciar esta
injusticia. Los que solemos hacerlo de una u otra forma, ya
nos hemos acostumbrado a que nos llamen marxistas...

61
LAS MANOS HERIDAS

NUESTRO PECADO SOCIAL

Creer en Dios entraña valorar, admirar y defender la vida,


especialmente la vida de los amenazados, la vida de los po-
bres.
La miseria y el dolor de los pobres tocan el corazón de
Dios.
La vida es la manifestación primaria de Dios, es su gran sa-
cramento. La Escritura lo llama: el Dios vivo. La dignidad
de Dios queda empañada cuando alguno de los suyos es re-
ducido a condiciones que amenazan o entorpecen la vida.
El mismo Dios se compara a una mamá que engendra a su
pueblo. Como buena mamá nada hay que pueda ofenderlo
más que el desprecio o atropello a su pueblo, a sus pobres.

La vida humana tiene muchos valores o expresiones de sí


misma. Está todo el mundo de la comida, del trabajo, de la
vivienda, del descanso y recreación, de la crianza de hijos, de
la educación, de la participación en sociedad, del intercam-
bio y manifestación de las ideas, de la expresión religiosa,
etc. Todo eso y mucho más es lo que Dios espera cuando ha
querido fecundamente la vida del hombre, de cada año de
los hombres.

Pero la vida humana se califica primordialmente por la liber-


tad. Ella campea sobre todos los demás valores y los dirige.
De la capacidad frontal de ser libres nacen todos los derechos
humanos. La fuente es el mismo Dios. Los derechos huma-
nos y los correspondientes deberes humanos son al mismo
tiempo dones de Dios y tarea del hombre, imagen de Dios.

Aceptar maquiavélicamente la violación de los derechos


humanos, aceptar la pobreza marginalizante es viciar la

62
Profecías para los que abusan del poder

creación. Es como ensuciar con alquitrán un cuadro de


Rembrandt.

¡Qué verdad es aquello tan repetido: «la gloria de Dios es el


hombre!» La glorificación de Dios, ésa que pedimos en el Pa-
dre Nuestro, comienza aquí y ahora con la defensa de la vida.
La Gloria antes de ser cielo tiene que ser amor y justicia.

Si queremos escuchar a Dios, no podemos dejar de oír los


gritos de los pobres de hoy. Los pobres son el coro de Dios,
acompañamiento de la voz de Dios. Son la armonía de Dios.
Y escuchar con entrañas fraternales el dolor de los pobres
nos hace desconfiados y críticos frente a las técnicas de eco-
nomistas que aceptan la miseria como destino natural de la
mayor parte de los hombres.

Nuestra intransigencia frente al resguardo de los valores vi-


tales de los pobres nos ha hecho incómodos para los que
consideran que el mundo pertenece sólo a los hábiles y po-
derosos. Nos llaman por eso: comunistas o marxistas. Que
Dios les perdone tan mala estrechez mental.

Seguiremos diciendo a los hombres del asesinato por com-


putación: ustedes están devorando vidas humanas, su econo-
mía sin justicia es una antropofagia. Ustedes no son verda-
deramente científicos. Están usurpando ese nombre. Nunca
la ciencia verdadera puede estar en contradicción con las
verdades y valores fundamentales de la vida. La verdadera
ciencia no suplanta ni a la razón ni al corazón. La situación

63
LAS MANOS HERIDAS

de pobreza, estructurada como parte necesaria de un siste-


ma, es injusta y será siempre inaceptable para los que creen
en el Dios de la vida.

La irracionalidad pseudo técnica, a la corta o a la larga,


engendra represión, terror, masacre. Justificarla como un
medio para lograr una discutible seguridad parcial, es una
aberración.

Todo aquello que por irresponsabilidad, o por egoísmo,


da muerte a la belleza de la vida en el hombre, es Pecado
Mortal.

La ofensa a Dios se nos presenta en forma de signo, por


ejemplo, en esa abuelita que no tiene carbón después de haber
trabajado toda la vida como asesora del hogar o lavando ropa
ajena. La ofensa a Dios se hace visible en las lágrimas de los
familiares de desaparecidos y de las víctimas del terrorismo,
en la impotencia de los torturados, en la desesperanza de los
trabajadores a sueldo de hambre o desocupados.

Una sociedad tan injustamente desigual como la nuestra, es


una sociedad adúltera. Ha roto la alianza con Dios, como
esposa infiel, al dividir el pueblo de los hombres en dos
categorías: los que comen y los que sólo ven comer.

Esa división cruel de aquellos que nacieron para ser hermanos


comensales de un mismo pan, es Pecado Mortal y símbolo de
todos los pecados. Los pobres y los que sufren persecución
a causa de la justicia son sacramento del Cristo lacerado.
Desde la cruz de los pobres, el Señor Jesús está mostrando la
vergüenza de nuestro pecado social.

64
Profecías para los que abusan del poder

CONTRA LOS SEÑORES QUE RIGEN


EL MUNDO

Estoy harto de vuestros comadreos oficiales, dice Dios. Ce-


rráis la puerta de la justicia con pesadas llaves de papel.

Levantáis montañas de palabras, hermosos edificios de con-


ceptos inteligentes; pero al cerrar vuestros libros, al salir de
vuestros laboratorios diplomáticos, volvéis a vuestros acos-
tumbrados odios, desparramáis injusticia con la misma mano
que os sirvió para dibujar estadísticas y elaborar discursos,
leyes y programas.

Bebéis juntos el sudor y la sangre de mi pueblo en vuestros


elegantes salones y, al salir de vuestras asambleas de paz,
telegrafiáis a vuestros generales «enviad más bombarderos;
acrecentad la matanza».

Os saludáis cortésmente en París o en Nueva York y os


traicionáis por treinta millones de dólares en Wall Street.

No puedo soportar ya más el hedor de vuestros cartapacios


hipócritas en vuestros maletines a lo James Bond. Sois
maestros en conversar, en prolongar vuestras conversaciones
meses y años; mientras tanto los hijos de vuestros trabajadores
lloran de hambre, enferman de diarrea, mueren por millones
en los suburbios de vuestras grandes ciudades...

¡Ay de vosotros, hipócritas! Los ojos de los que contempla-


ron vuestros poderosos desfiles de guerra os condenarán un
día sin decir una sola palabra, sin escribir una sola hoja de
papel sellado.

65
LAS MANOS HERIDAS

RICOS. ECONOMÍA DE MERCADO

Por tu balcón vi trepada una flor de plástico,


precisamente sobre el triste marcador del gas.
Y vi tu mansión con olor a tumba, a tumba elegante.
Eres señor de la economía,
pastor de la ley de la Oferta y la Demanda. Amén.
Sonrisas de dinero hábilmente maquilladas
y cuero ruso
preparando la hora solemne de la muerte.

No olvides tu tarjeta al Coronel


y el calendario
y el regalo a la sobrina del Subsecretario
y la gimnasia del espinazo, doblado correctamente
a la vista del presupuesto,
al latido amoroso de la computadora,
al compás de la calculadora...

Solo,
solo como un satélite artificial,
colocado en órbita exclusiva, patentada, propiedad privada.
Solo,
suspirando dinero.
Solo, como témpano de frente alta,
una flor de plástico en el ojal del Banco,
enamorando cotizaciones
en la ventanilla de los Créditos.
Eres cadáver a cuotas mensuales.
Duermes con frío en tu tumba colosal.
¡Pobre rico.!..

66
Profecías para los que abusan del poder

PROFECÍAS PARA LIBERTADES DE MERCADO

Seréis como un rascacielos mal calculado; hermoso y


reluciente de cristales, orgullosamente erguido por sobre
todas las casas de la ciudad; lleva, en su vientre de acero, el
derrumbe.

Pasó un día y un viento; y vimos sus firmezas fraudulentas


asomadas a las ruinas. Los niños y los perros orinan en los
escombros.

Vuestros mentores, vuestros brillantes ejecutivos, están


programados para la ruina. Sus propias computadoras les
fabrican gusanos.

Porque habéis desechado a mi pueblo; habéis perdido a mis


indefensos. Habéis levantado una torre de plata y oro, y
habéis circundado un país dentro de nuestro país, y vuestros
hijos ahítos no alcanzan a mirar más allá de vuestras crueles
fronteras.

Decís: «Somos felices: hemos importado y exportado; venid


a contemplar nuestros escaparates. Mirad cuán abundante
es el queso de Suiza y el paté de foie gras. Bebed los ríos
de whisky legítimo de Escocia. Comprad para vuestro gozo
pequeñas computadoras y aprended a usar de las mujeres sin
contaminarlas de amor...»

67
LAS MANOS HERIDAS

Pero vuestros oídos, dice Dios, sólo escuchan vuestra propia


frecuencia modulada y no alcanzáis a oír el lamento de mis
hijos que no tienen ni pan ni trabajo.

Por eso yo vendré en mi noche insobornable y doblegaré


vuestra arrogancia. De nada os servirán vuestros ejércitos
adiestrados para matar. Vuestra Seguridad Nacional se
desplomará como un andamio podrido. Ni la DINA ni la
CNI sabrán por qué ventana entraré hasta vuestro propio
corazón.

Vendré con la luz de mi verdad, más poderosa que todos


vuestros rayos láser y todas las bóvedas de vuestros Bancos.
Vendré a vosotros y os diré mi ultimátum de amor: «Si no os
convertís como Zaqueo que devolvió lo ‹legalmente› robado;
si no hacéis justicia a mis asesinados, a mis desaparecidos, a
mis cesantes que lloran en la miseria, a mis exiliados; si no
cesáis de dilatar en los tribunales todas las causas que no os
convienen; si no dejáis de abusar de la fuerza para sostener
la injusticia; si seguís contratando a vuestros obreros por dos
o tres meses para no tener que pagarles su justo salario; si
continuáis burlándoos de las organizaciones de trabajadores
anulándolas para vuestro provecho; os aseguro, dice Dios,
que hasta vuestros nombres os serán causa de vergüenza.»
Vuestras orgullosas torres caerán desechas en polvo de
muerte y la voz de los pueblos dirá de vosotros: «Éstos son
los que llamaron democracia a la dictadura y ‹desaparecidos›
a los asesinados. Estos son los que adulteraban pasaportes
para salir a matar a los disidentes. Sus jueces los llamaron
héroes, los tiranos los condecoraron, pero ahora ¿qué son?,
¿dónde están?»

68
Profecías para los que abusan del poder

EL DESARROLLO DE LOS GIGANTES

Los gigantes tenían un grave problema existencial. No po-


dían dormir tranquilos. Sus cuerpos eran demasiado gran-
des y la única frazada con que cada uno se cubría era muy
corta.

Los gigantes, por su falta de sabiduría, preferían sobreproteger


la parte superior de su cuerpo y dejaban el resto al desnudo.
La frazada, redoblada en cuatro pliegues, sólo les alcanzaba a
cubrir la cabeza. Les permitía tapar los ojos y olvidar el resto
de su inmenso organismo entregado al frío.

Ante la inminencia del invierno, los gigantes decidieron


aumentar la producción de frazadas; pero, una vez más,
relegaron el interés por los miembros desfavorecidos, para
mimar sus ya protegidas cabezas. Nuestras cabezas, decían,
son la porción minoritaria de nuestros cuerpos, pero la más
importante: posee la ciencia de la economía, dirige la técnica
de brazos y piernas, gobierna a toda la masa corporal. Los
pulmones trabajan para darle oxígeno y el vientre, para
alimentarla... ¿qué sería de nosotros si dejáramos de velar
por el abrigo preferentemente de nuestras cabezas?

Así, los gigantes se acostumbraron a procurar cada año


el doble de frazadas para cobijar sus cabezas, Creo que,
técnicamente, ese aumento del producto en progresión
creciente, se llama «desarrollo», «resultado exitoso de la
economía»...

Efectivamente, el índice de producción de frazadas plegadas


en cuatro registró un crecimiento del 58,4 por ciento al cabo
de unos pocos meses. Eso constituyó un verdadero boom.

69
LAS MANOS HERIDAS

Todos los medios de comunicación elogiaron la estabilidad


de la economía de los gigantes. El comercio de frazadas pros-
peraba rápidamente, pues unos gigantes vendían a otros mo-
delos cada día más sofisticados: calefactores «caput», guantes
para cabezas delicadas, fundas térmicas como las famosas
minicolchonetas «Testablanda» y «Testabella», los originales
abrigos para la frente, microfrazadas para nariz y boca y, por
último, los cubre orejas wash and wear...

El verdadero problema surgió a raíz de la publicación de unas


estadísticas según las cuales los gigantes seguían creciendo
de tamaño. Crecían en un 80 por ciento sus extremidades
inferiores, en un 45 por ciento su zona troncal y sólo en un
0,3 por ciento sus cabezas. Proporcionalmente, el 3,5 por
ciento del total de la masa gigante acaparaba para sí el 98 por
ciento de las calorías totales. Los científicos calificaron el
fenómeno como una «microcefalia progresiva».

Las cabezas eran dueñas de todos los medios de comunicación.


Se auto celebraron los éxitos de su sistema económico:
«Hemos aumentado la producción de frazadas casi en un
52 por ciento. Pronto el chorreo de frazadas llegará hasta la
punta de los dedos de los pies... Pero hay que tener paciencia:
en unos pocos siglos más, todos los miembros del cuerpo
gigante tendrán el calor que en justicia se merecen... Creed
en nuestra sensibilidad social...»

Pero sucedió que el vientre de los gigantes no pudo esperar


más. Los canales de televisión hablaron de «un ligero
colapso de la economía de corto y mediano plazo»... El frío
y el hambre le provocaron una especie de cólico universal.
Al mismo tiempo las rodillas y las caderas de los gigantes
comenzaron a gemir y clamar de reuma y de artrosis...

70
Profecías para los que abusan del poder

Los economistas recetaron un tratamiento de shock: «Hay que


aumentar la producción, hay que favorecer la privatización,
hay que reducir los salarios, hay que incentivar el mercado...
y reviente el que reviente... si esto no da resultado, llamen a
los militares...»

Pero un día, a nombre de todos los miembros postergados


del cuerpo de los gigantes, el corazón se atrevió a decir: «¿No
sería más justo y sensato que compartiéramos las frazadas,
durmiendo todos un poco más encogidos, abrigándonos
los unos a los otros, desplegando las frazadas, doblando las
piernas hacia el esternón, acercando un poco más la cabeza
a los pies...?»

Los gigantes declararon que el corazón ponía en peligro la


exitosa economía neoliberal...

71
LAS MANOS HERIDAS

¿SÓLO CHORREO?

Todos nosotros somos capaces de pensar y actuar movidos


por convicciones. Nadie discutiría esta verdad.

Pero también es verdad que todos somos capaces de pensar y


actuar movidos por juicios de retaguardia. A la espalda, detrás
de nuestra cabeza hay una bodega repleta de prejuicios.

Por ejemplo, el éxito publicitario de una economía de


mercado y de un neoliberalismo económico y político, hace
pensar a la gente rica que la solución a la pobreza pasa por el
«chorreo»; mientras más riqueza procure un sistema, menos
pobres habrá. Detrás de esa aparente convicción hay un
terrible prejuicio; la marginación de grandes sectores, cada
día más vastos, que no logran integrarse en la vida que los
ricos llaman «moderna», se debe a la culpa de esos mismos
sectores. Parten de la base que cada uno puede acceder al
piso en que ellos se encuentran.

Los medios de comunicación que los sectores ricos manejan,


continuarán alabando al sistema y proclamando el éxito...
¿éxito para quiénes? ¿Éxito para las mayorías que no logran
satisfacer sus necesidades básicas causadas por los salarios
bajos que el sistema «necesita» para lograr sacar adelante el
«éxito»?

¿O es que lealmente creen en el chorreo? La utopía del


chorreo se viene anunciando desde fines del siglo pasado.
Hasta ahora nadie ha visto que los vasos se llenen hasta
el tope. No tienen tope. El afán de riqueza es insaciable.
Siempre un capitalista tiene absoluta «necesidad» de juntar
más capital para engordar otro poco más su vaso-empresa y

72
Profecías para los que abusan del poder

por lo tanto el chorreo tiene que esperar un poco más. ¿Un


siglo más...?

Y para que su empresa tenga éxito, por supuesto, tendrá que


crecer la automatización y provocar aumento en porcentajes
de subempleo y desempleo.

Me pregunto si merece el nombre de éxito

73
LAS MANOS HERIDAS

ESTABAN AHÍ

Nadie los veía, pero estaban ahí.


Las estadísticas publicaban cifras alentadoras acerca de la
disminución de la extrema pobreza; pero ellos estaban ahí
cada día más distantes, más ajenos a los que mandan hacer
las estadísticas.
Estaban ahí sin entender las curvas y los jeroglíficos con que
los técnicos hacen subir y bajar las esperanzas, en los cua-
dros de las páginas económicas de los periódicos.

Un día, mientras los economistas celebran en el Olimpo


la victoria del IPC, la estabilidad del IPSA y la excelente
cotización del ADR, la señora Irene calculaba con los dedos
de la mano izquierda cuántos días le podrían durar los tres
litros de parafina de su presupuesto mensual... Entonces,
ella dijo solemnemente: «Yo trabajé 51 años como empleada
doméstica en casa de una familia rica. Como yo venía de
Purén, sin estudios, con muy buena salud, no sabía eso de
las imposiciones en la Caja del Seguro Obligatorio. Nadie
me lo dijo. Ahora de viejita con un crío de una sobrina que
alimentar y un gato que cuidar, ¿cómo, diantre, me va a
alcanzar la pensión de vejez que me consiguió la señorita
Celia, Asistente Social de la Municipalidad? Oiga, si son
$23.000 mensuales no más...»

En el Noticiero de la Radio anunciaban la fusión de dos


Bancos famosos y la reunión de accionistas de otro banco
aun más famoso. Se reunían para buscar la fórmula de pagar
lo menos posible de una deuda que llamaban «subordinada»
... Después de escuchar la noticia, don Fermín, también
jubilado, exclamó con sorna: «La señora Irene, usted y yo
estaremos pagando toda la vida lo que no han de pagar los

74
Profecías para los que abusan del poder

Bancos y sus accionistas... Tuvimos la Democracia protegida,


después la Democracia en transición, ahora yo propongo
la Democracia distributiva: en ella se podrían declarar,
‹subordinadas› todas las deudas de los pobres. Les aseguro
que habría menos gente en las cárceles».

75
LAS MANOS HERIDAS

EL HAMBRE AL ACECHO
(Carta a un sacerdote amigo)

Querido amigo:
Te habrá extrañado mi silencio. Me pedías un artículo. Te
confieso que me ha sido imposible resolverme a escribir
algo que pudiese llamar artículo o estudio. Siento verdadera
alergia de volver hablar sobre problemas que ya han sido
suficientemente analizados a nivel de especulación y teoría.
La miseria súper analizada, híper encuestada, llega a ser
prostituida por nuestra palabrería de buena voluntad.

Desde que estoy viendo a diario gente que prefiere morirse


de hambre con tal de que el silencio resguarde su dignidad,
me siento obligado al respeto y, en cierta medida, al silencio.
El hambre callada, la humillación callada de nuestros
admirables pobres de Chile, es como la cordillera de grande:
pero muy a menudo la cordillera no se deja ver. Bastan unos
cuantos edificios altos o un poco de esmog para que los
santiaguinos nos olvidemos de su inmensa realidad.

Sólo en lo que va de esta semana me he encontrado con


15 familias en situación de hambre. A lo largo de los seis
años en que he vivido en esta población marginal, los casos
de miseria absoluta son varios cientos. Sé que son mucho
más numerosos aquellos que no han entrado en mi órbita
personal. Pero, no es la cantidad lo que en este momento
me impresiona, sino esa condición de ser hombre callado,
indefenso, casi institucionalizado y aceptado como normal.

A este propósito he estado pensando lo siguiente: la gran


mayoría de las familias obreras viven amedrentadas por el
fantasma hambre, o lo han experimentado en carne propia

76
Profecías para los que abusan del poder

durante alguna época de su vida familiar, o lo han sentido de


muy cerca en un pariente, en un amigo, en un vecino. Esto
crea un ambiente de «miedo». Los que hemos nacido en un
hogar económicamente seguro no logramos darnos cuenta
de la resonancia y profundidad psicológica que entraña
ese miedo. En cambio, para las familias pobres, ese miedo
explícito o implícito es miga de su pan, es la condición en
que han nacido y en la que siguen viviendo.

El fantasma del hambre está siempre presente y actuante en


la imaginación. Está aceptado en un posible incendio, en
una enfermedad que inutilice al padre o a la madre, en un
corte de trabajo, en la cesantía que hoy día puede «joder»
a éste y mañana a aquél... El hambre está aquí muy real y
muy presente. Tiene carta de ciudadanía. Frases como éstas
que tú escuchas en la conversación de cualquier familia,
aun de las que ahora disfrutan de cierta seguridad, llegan a
connaturalizarte con ese miedo ambiental: «Gracias a Dios
que a una no le falta el pan ahora». «Uy, que nos ha costado
criar a los niños». «Usted no sabe por las que hemos pasado».
«Uno debe rebuscárselas y arreglárselas con lo que hay». «Yo
quiero que los niños no tengan que pasar por lo que uno
ha pasado». «Ayúdeme a buscar cualquier trabajito; lo que
sea; no importa». En general, la familia obrera acomodada
guarda con pudor el secreto de sus experiencias pasadas. Pero
cuando se llega con ellas a una amistad, aflora el recuerdo del
hambre como una nota dolorosa que reviste de precariedad
la estabilidad presente.

Este miedo fantasmal es aun mucho más crudo entre los


que no cuentan con seguridad económica mínima. Es ob-
via. Tú como yo lo hemos sabido desde niños. Para mí la
diferencia de captación de esta tremenda situación opresiva,

77
LAS MANOS HERIDAS

radica ahora en que esas personas me son más próximas. Es


diferente cuando a ti se te descubre un hambre que viene de
tu propio mundo. En el primer caso, tú sientes compasión,
quieres remediarlo y probablemente lo remedias con una
gauchada que es dinero, ropa, alimentos y trabajo consegui-
do por influencias sociales. Pero es sólo un episodio, un hito
excepcional en tu camino. Revives literalmente la parábo-
la del Samaritano, donde parecen tres virtuales ayudadores
para un solo malherido. Pero cuando el hambre viene desde
tu propio mundo, es decir, cuando esas personas que viven
el miedo o la realidad son personas con las cuales hay inter-
cambio más o menos habitual de dar y recibir en muchos
aspectos y son tus compañeros con nombres y apellidos, la
parábola se torna diferente: tú no vienes y te encuentras con
ellos; tú vas con ellos y el miedo te invade porque son tuyos.
Para un virtual samaritano hay dos mil malheridos y diez mil
candidatos. De repente te da la tentación de salir a combatir
los bandidos que han «cogoteado» a tus dos mil amigos; qui-
sieras aleonar a los diez mil candidatos al hambre, y con ellos
despejar el camino; pero están con miedo, con un miedo
que no es falta de valentía o de entereza moral, es miedo de
hambre y de humillación.

Perdona, me estoy poniendo lírico. Se le está «calentando el


hocico» a esta máquina de escribir, acostumbrada a hablar en
demasía... Sería largo contarte casos y casos que he sentido
como en carne propia por tratarse de personas con las que
he convivido más o menos seis años.

Un día llegan tres niños pequeños de una familia vecina. El


padre y la madre llevan mucho tiempo mendigando trabajo.
Los niños quedan encerrados en casa mientras papá y mamá
«trajinan». Pero hoy se han arrancado de casa. El mayor tiene

78
Profecías para los que abusan del poder

cinco años. Me dice a secas: «tenimos hambre». Yo le doy un


kilo de leche en polvo que tengo a mano. Me descuido un
momento, y los tres se han devorado el polvo de leche. En
la noche voy a ver a la familia. La madre me dice: «Ya no
tenemos cara para estar pidiendo a los vecinos; ellos también
son pobres».

Pienso en otra familia amiga. He pasado tiempo sin verlos.


La madre, abandonada de su marido, rendida, extenuada, se
acuesta una tarde con sus cuatro hijos a morirse de hambre.
El silencio de la casa, al día siguiente, crea la alarma entre
los vecinos. «Pero, vecina, no dijo nada usted». «Es que no
tengo corazón para mendigar, no puedo».

Otro caso. Hace una semana le pregunté a una persona al


pasar: «¿Qué le pasa amigo, que tiene los tobillos hinchados?
El amigo lleva cuatro días viajando a pie desde el paradero
18 de Santa Rosa hasta la calle Huérfanos (le calculo unos
25 kilómetros diarios). Hace cuatro meses que está cesante.
La esposa está en el 8° mes de embarazo. La guagua de año
y medio necesita leche. No puede darse el lujo mi amigo de
gastar en microbús, cuando con eso puede comprar algo de
leche para la guagua. Si no va a la calle Huérfanos no tendrá
sus papeles necesarios para encontrar trabajo. Me lo imagino
anónimo, silencioso y desapercibido entre el río de gente
que camina por Huérfanos entre Estado y Ahumada. Nadie
sabrá jamás cuánto hambre y miedo reflejarán las elegantes
vidrieras del centro santiaguino. Mi amigo es tan silencioso
y tímido, que si no es por sus tobillos hinchados, nadie sabría
que ya lo ha vendido todo, que no tiene casa, que sólo come
pan y bebe té para darle leche a su guagua, etc. ¿Y por qué está
en esa situación? Simplemente porque se cerró la panadería
donde trabajaba como repartidor. Posiblemente, mi amigo

79
LAS MANOS HERIDAS

encontrará trabajo, si no lo coge la TBC. Pero una cosa es


segura: este hombre quedará para siempre con el miedo de
volver a quedar cesante. Estará dispuesto a doblar el espinazo
y a «comer mierda», si es necesario, si así se lo mandan sus
patrones. Éste, como muchos otros miles de chilenos, se
venderá a cualquier politiquero de derecha o izquierda que le
dé de comer. El miedo lo hará agitar banderitas de cualquier
color, en honor de cualquier candidato.

Pero, ¿a dónde voy con todo esto? Quería hacerte participar


algo de este descubrimiento existencial del miedo en que vi-
ven los pobres de nuestras poblaciones.

Bueno, yo pienso que este miedo es inconsciente o conscien-


temente explotado por el sistema capitalista, encarnado con-
cretamente en la dirección de las industrias y fuentes de tra-
bajo. No digo que todas, pero sí la mayoría de las industrias
y empresas, a partir de este miedo, establecen un «régimen
del terror». Todavía en Santiago de Chile, a pesar de las leyes
del trabajo y del derecho de sindicalización, están utilizando
la palanca del terror. Todo obrero que asuma iniciativa de
reivindicación de mejores condiciones de trabajo sabe que se
expone al hambre.

Una muestra. Tú conoces a NN. Sabes qué calidad humana


tiene ese muchacho y cómo tiene un sentido profundamente
cristiano. Durante tres años ha sido un excelente operario
en la industria XX, considerado como tal por sus patrones.
Comete el inmenso delito de ser uno de los organizadores
del sindicato. Inmediatamente pasa a ser un indeseable. Se
les prohíbe a los compañeros conversar con él. Lo sacan de
su especialidad de tornero y lo emplean en trabajos inútiles.
Posteriormente le hacen una demanda judicial, pues no

80
Profecías para los que abusan del poder

pueden echarlo por haber un pliego de peticiones pendiente.


Declarado ilegal el pliego por falta de quórum legal de
asistencia (muchos no asisten a la asamblea por miedo), lo
echan de la firma, para escarmiento de quienes pretenden
construir sindicato. NN es ya un candidato al hambre:
donde vaya a solicitar trabajo le exigirán recomendación de
sus antiguos patrones. Para que pueda quedarse en la firma
tendrá que entablar juicio ante los Tribunales del Trabajo...
Ya presentó demanda; pero su causa empezará a ser vista
en dos meses más. Mientras tanto no contará con un solo
peso. El primer comparendo lo encontrará con dos meses
de hambre. Lo más probable es que tenga que humillarse
y recibir su sueldo retenido y el desahucio a cambio de la
firma de un finiquito que lo deja a él finiquitado. Recibirá
la etiqueta de «marxista», «insolente», «revoltoso», «carácter
difícil», «agitador». Requiem aeternam... ¿Y sabes qué pedían
los obreros en su pliego de peticiones? Que se les diera un
par de zapatos de seguridad, que se diera leche a los obreros
que tienen que manipular gases tóxicos y un tímido y
moderadísimo reajuste a los compañeros mal pagados.

Mi amigo M, secretario de otro sindicato, sabe que al menor


descuido quedará sin pega. Ese hombre hace tres años que
vive bajo el régimen del terror. Si tú lo conocieras y conocie-
ras su hogar, te darías cuenta de la bondad y mansedumbre
extraordinaria de ese santo laico. Si oyeras la versión de los
patrones, te lo imaginarías un monstruo. Lo conozco ínti-
mamente, te puedo decir que cada día ese hombre tiene que
hacer un acto heroico para no «correrse» y seguir luchando
por sus compañeros que ganan una miseria.

81
LAS MANOS HERIDAS

Cuántos amigos conocidos míos duermen muy poco. El


terror de llegar atrasados y de perder la pega, les sirve de
despertador a base de insomnios y nervios. Conozco tres
o cuatro que no tienen ningún día libre. Llevan años sin
saber lo que es sábado o domingo, ni día libre. Si no trabajan
«libremente» esas horas extraordinarias, pierden la pega. Co-
nocí a uno que estaba de novio. Su novia también trabajaba:
para poder verse un ratito una vez por semana tenían que
«hacer dibujos», pues el patrón cambia los turnos a su gusto
y conveniencia: «Amigo, si no le conviene se va».

Bajo apariencias pacíficas, los obreros de Chile están


viviendo un régimen de terror frente a esta «violencia
institucionalizada», peor que cualquier violencia episódica
tan cacareada por la prensa. Yo creo que el Evangelio nos
pide en el ámbito personal una revisión bien a fondo de
nuestros miedos personales. Si no los vemos claro en nosotros
mismos, no podremos ser ministros de liberación, cualquiera
que sea nuestra vocación y nuestro juicio político. Yo te
confieso que me siento miedoso frente a muchas opiniones
riesgosas. Todavía el mundo bienpensante actúa sobre mí
como patrón conceptualmente desprestigiado, pero que en
muchos aspectos me domina. Explota mi inseguridad frente
al futuro. El no ver cómo sería concretamente la sociedad
futura es como una especie de miedo a quedar cesante. Lo
«establecido» tiene la fuerza de ser una realidad, un mal pan
de cada día, pero un pan...
Perdona la lata, se despide de ti tu amigo

Esteban Gumucio sscc


Párroco de la Parroquia S. Pedro y S. Pablo
Población Joao Goulart

82
Profecías para los que abusan del poder

LAS UVAS ENVENENADAS

Alguien le puso veneno a las famosas uvas que se exportaron


a los Estados Unidos. Los productores y los empresarios di-
cen que alguien tiene que resarcirles las fabulosas perdidas.
Otros dicen que como nadie sabe quién fue el «alguien» cul-
pable, nadie puede resarcir nada a nadie. Debajo del anoni-
mato, la deuda queda impaga.

Parto de este ejemplo para hablar de otras uvas envenenadas.


Para llegar a la «sana economía» que todos los días ensalzan
los medios de comunicación, los pobres de Chile han pagado
el costo cruel de su hambre y de su inestabilidad humana,
duro proceso. ¿Quién va a indemnizar a los cientos de miles
que sufrieron por cinco, diez, quince años, el desempleo?
Las uvas envenenadas de miseria han descompuesto la vida
de cuantos reciben salarios bajísimos, de cuantos, para tener
un pan seco, tienen que aceptar contratos temporales de tra-
bajo, sin saber si en dos o tres meses van a poder tener un
trabajo. Las uvas envenenadas están allí embaladas en jorna-
das de trabajo que burlan las leyes. El «alguien» envenenador
sigue diciendo «o aceptas así, o te vas; no faltará otro en tu
reemplazo».

Los granos de uva, envenenados durante el régimen militar,


primero acabaron con las organizaciones de los trabajadores,
después las rehicieron como fachada de democracia, pero
el veneno sigue instalado en el nudo de corbata de los dis-
ciplinados trabajadores. El miedo les ha hecho morirse de
silencio ante los poderosos; y hartarse de televisión, de Sába-
dos Gigantes y fútbol. Estas uvas envenenadas les hicieron
perder sus conquistas.

83
LAS MANOS HERIDAS

¿Quién envenenó las uvas? ¿Quién produjo tan monstruosa


desigualdad social como la que hay en Chile? ¿Quién trazó el
muro divisorio entre casas, casitas y casuchas; entre niveles
económicos tan infinitamente dispares? Un estudiante po-
bre me decía: «varios de mis compañeros de Universidad, se
gastan en la noche del Sábado lo que mi papá gana durante
un mes de trabajo con horas extraordinarias...» ¿Quién le va
a resarcir al pueblo chileno el alto precio pagado para que
figure como candidato a país del segundo o primer mundo?
... ¿Por qué si los ricos sufren una pérdida, todos los chilenos
tenemos que endeudarnos con la Banca internacional? ¿Por
qué no pasa lo mismo con los pobres de Chile? ¿Quién va a
pagar los daños producidos por tanta uva envenenada?

La deuda queda impaga. El pueblo lo sabe. Vemos con espe-


ranza cómo algunos Municipios están orientados a compro-
meterse decididamente por los pobres.

84
Profecías para los que abusan del poder

CONVERSACIONES DEMOCRÁTICAS

Un vecino sabio decía: Nadie entiende lo que es la Democra-


cia... ¡y qué importa! ... Lo importante es que todos puedan
comer, vivir, pensar y hablar honradamente y sin temores...
Lo que importa es contar con la posibilidad real de sentirse
como en su casa en esta tierra que es de todos... ¡a lo mejor,
eso es democracia!

Un anciano que ha trabajado 40 ó 50 años como obrero en


la construcción, minero, peoneta... etcétera, suele gozar de
una jubilación, cuyo monto es inferior a la mesada que le da
un profesional a sus hijos colegiales. ¡En todo caso eso no es
democracia! ¿No es cierto?

A nadie le gusta decir que hay dos Chile y dos Santiago...


¡pero es así! ... Hay gente de arriba y de abajo. Tienen len-
gua diferente, alimentación diferente, almacenes diferentes,
vacaciones diferentes, templos diferentes, vidas diferentes,
hospitales diferentes y muerte diferente... Una de las pocas
cosas que experimentan en común es la contaminación am-
biental y las telenovelas. Uno está tentado a pensar que hay
una democracia para ricos y otra para pobres. ¡A pesar de
todo, es bueno vivir... y Dios no falla nunca...!

Oiga... cuando a los ricos la verdad les toca el bolsillo o los


privilegios, les viene una enfermedad a los oídos del alma,
una especie de sordera. ¡Y les baja un amor por las Fuerzas
Armadas! ¿Y qué tiene que ver eso con la democracia, digo
yo? ¡No sé, pues! ... Por eso, cuando ciertos personajes hablan
de democracia y de Derechos Humanos por la televisión, yo
prefiero mirar un partido de fútbol... ¡tonto seré, pero no tan
desmemoriado!

85
LAS MANOS HERIDAS

Don Lucho nunca hablaba de cosas abstractas. Su estilo era:


filosofar por acumulación de realidades sufridas o gozadas.
No sacaba juicios generales por inducción de lo vivido. Pasó
por la vida sin hacer definiciones. Le bastaba vivir lo verda-
dero y comunicarlo a su manera, en vivo y en directo, con
ejemplos. Pero yo, irreparablemente contaminado con la ló-
gica europea, no pude conservar la frescura de su hablar de
estero cordillerano, su manera de sentir la ética y rumorear
la política con ese perfume de arriero o de gásfiter. ¡Tuve que
formular proposiciones y juicios con sabor a cuaderno uni-
versitario! ¡Me falta tanto para poder entender la democracia
en la fresca vida de nuestro pueblo!

86
Profecías para los que abusan del poder

LA DIFÍCIL HONRADEZ

Cuando era niño, me gustaba jugar a «las escondidas». Ese


grito: «tugar, tugar, salir a buscar», todavía resuena en mi co-
razón. Aquel a quien le correspondía ser el «buscador» debía
primeramente cerrar los ojos y contar hasta cien, mientras
los demás encontraban su escondite. A veces, cansado y ner-
vioso por la silenciosa espera, el «buscador» caía en la tenta-
ción de hacer trampa. Convertido en un tramposo, declaraba
a voz en cuello haber divisado a sus contrincantes en lugares
en que, en realidad, no estaban ni habían estado.

Los pobres y los postergados son el escondite histórico de


Dios. Cuando nos cansamos de buscarlo en la oscuridad de
sus desconcertantes amores, sucumbimos con frecuencia a la
tentación del tramposo: primero, comenzamos a decir que lo
hemos encontrado en otros lugares; en seguida, nos fabrica-
mos otros dioses para decorar nuestros rincones de mentira,
en nuestros intereses y pasiones; finalmente, vacíos y aburri-
dos, declaramos que no hay Dios y que los pobres... «siempre
los habrá... que esperen el rebalse, vulgarmente ‹el chorreo›,
lo sentimos mucho…»

En realidad, nuestro ateísmo neoliberal no es otra cosa sino


una inmensa y complicada falta de honradez, una macro
mentira.

Es relativamente fácil ser honrado, encerrando al mundo


dentro de nuestra propia casa. Pero es difícil serlo, si se mira
la realidad escondida al otro lado de nuestro muro o debajo
del piso sobre el cual está construida nuestra aparentemente
sana economía.

87
LAS MANOS HERIDAS

Amar a los pobres y postergados, hasta que duela, debería ser


nuestra primera norma de economía. Llevarla a la práctica en
proyectos de participación real, en presupuestos financieros,
en leyes sociales, es simplemente honradez de hermanos.

El día en que todos los hombres de buena voluntad, des-


de las instancias de servicio público, desde nuestras iglesias,
desde nuestras comunidades, nos dediquemos a ser «busca-
dores» de los pobres; el día en que descubramos en el campo
económico y social el verdadero juego del amor fraterno, ese
día nos encontraremos con Dios, que no desea otra cosa que
dejarse encontrar.

Es una difícil honradez. Por eso el Dios de la vida, el que


ama a todos los seres humanos como a sus hijos, se com-
place y bendice a aquellos que se esfuerzan por lograr una
economía solidaria, a aquellos para quienes la ciencia y la téc-
nica, están al servicio del hombre, concretamente al servicio
de los más postergados

88
Profecías para los que abusan del poder

¿QUIÉN BOTA LOS MUROS?

En esta época, después del derrumbe, no ha faltado quien


diga: «Yo boté el muro. Yo soy, por lo tanto, el liberador del
pueblo enmurallado».

Para algunos, el capitalismo es ese «yo». No han faltado los


interesados de siempre para sentenciar, a través de todos sus
poderosos medios de comunicación que ellos son «los bue-
nos», los señores del liberalismo económico, los creyentes de
la religión del dólar, los panegiristas del libre mercado, los
antisocialistas, los hombres de éxito.

Pero los muros, en verdad, nunca caen por el trabajo de los


reyes o de los millonarios. Caen por la presión interna de las
grandes mayorías. Se acumula la resistencia no mensurable
de los que sufren, de los que no renuncian a saciar su sed de
justicia en otras fuentes más limpias. El pueblo empuja que-
riendo democracia y participación, y los muros caen. Sin esta
mística brotada de la humilde humanidad de los de abajo, los
muros sólo cambian de color, de nombre o de estructura.

En tiempos de mi niñez, las vacas quedaban enmuralladas


por cercas de zarzamora viva o seca, después inventaron los
clásicos cuatro alambres de púas y los cercados de pizarreño;
en la actualidad, basta un alambre electrificado para cumplir
el cometido. Visible o invisible, da lo mismo el grosor de un
muro.

Ya hace un tiempo cayó el muro de Berlín. También han


caído los alambres de púas de la Unión Soviética: ¡bien!... ¡ex-
celente!... Pero, ¿no estaremos aprisionados por este invisible
y electrificado alambre de la dictadura de los ricos?

89
No hay, al parecer, muchas otras alternativas válidas para la
mayor parte de los habitantes de la tierra. Los triunfadores
se encargan de hacernos desesperar de cualquier otra utopía:
dicen poseer la ciencia indefectible, según la cual «el dinero
es santo, los débiles deben ser sacrificados para que sigan
desarrollándose los fuertes, los pobres han de seguir espe-
rando, sin lo cual se desestabilizaría el orden...»

De vez en cuando, pequeños grupos que nacen de la desilu-


sión y del fanatismo van a darse contra el casi invisible alam-
brito eléctrico... Eso basta para que suenen estridentemente
todos los timbres de alarma.

Nosotros creemos que, a pesar de todo, hay gente de nues-


tros pueblos que ha aprendido a pasar por debajo de los
alambres, sin rozarlos. Es la gente que, sin estridencias, trata
de vivir evangélicamente en las organizaciones populares,
las comunidades eclesiales de base, los sindicatos y los inten-
tos de articulación de las fuerzas vivas del pueblo en una o
varias instancias políticas. Sin esta realidad llena de esperan-
zas, habría que resignarse a ser como vacas enmuralladas,
en una sociedad donde triunfa la idolatría del más tirano de
los «baales», esos falsos dioses cananeos: el mercado total de
capitales.

Los cristianos debemos proclamar por todas partes, nuestra


decisión de no ser vacas... ni siquiera vacas sagradas.
CAPÍTULO 3

El cansancio y la esperanza
de los pobres
El cansancio y la esperanza de los pobres

EL CANSANCIO DE LOS POBRES


(Semana Social de Chile. Septiembre 1975)

Algunas publicaciones, como las revistas Ercilla y Mensa-


je, han hecho esfuerzos considerables por mostrar el grado
de cesantía y miseria en que se debate la población de los
pobres en nuestra patria. Ahora mismo hemos escuchado
interesantes estudios en que se detallan los porcentajes de
desnutrición y cesantía y se nos proporcionan elocuentes es-
tadísticas. Pero lo que ninguna estadística puede consignar
es la hondura moral y el sufrimiento de los pobres, el grado
de destrucción moral que significa la miseria y la prodigiosa
fuerza de vida insospechada que brota en el corazón de los
pobres en medio de sus humillaciones. La miseria es como
un inmenso desierto, que va destruyendo con su arena lo que
antes era pradera, pero siempre queda la semilla esperando
la primavera. Y de repente, el desierto florece donde tal vez
nadie ha pasado el arado.

Yo quisiera contar sin mucho orden las sombras y luces de


los pobres de hoy. Quisiera hacerlo con el máximo de respe-
to y con las evidentes limitaciones que tiene una experiencia
de vida hecha por un sacerdote que habla de los pobres y
desde los pobres, sin haber logrado todavía ser auténtica-
mente uno de ellos.

Empezaría mi tema con una frase muy expresiva que salió


de boca de una señora muy humilde cuando estábamos pre-
parando una reflexión en la Parroquia. «Yo creo, dijo, que
cuando el estómago está vacío, el amor se cansa...» Voy a ha-
blar del cansancio de los pobres, de sus múltiples cansancios
y, en especial, «del amor que se cansa».

93
LAS MANOS HERIDAS

1. El Cansancio del Amor.

Primero está el cansancio físico, la extenuación del cesante ham-


breado que fue a la empresa y le dijeron que volviera otro día a
buscar su libreta, y que volvió a ir una y otra vez para los papeles
de cesantía, y volver a ir para encontrar a la asistente social y
hacer cola en la caja, o volver y volver con la esperanza de ser
readmitido y después ir al SENDE y a la Municipalidad con la
esperanza de ser enrolado en el trabajo mínimo. Y mientras tan-
to, las largas caminatas a pie para vender el aparato de radio, o
dos tenedores y un alicate y salir a buscar «pololos»... Recuerdo
el caso de un trabajador de una industria química, obrero espe-
cializado, con un lindo hogar. Un día ese hombre de 45 años se
puso a llorar en mi oficina: llevaba cuatro meses cesante, venía
llegando de Talagante, adonde había ido con la esperanza de
encontrar ayuda de familiares campesinos. El dinero alcanzó
sólo para ida: la vuelta la hizo a pie. Sus familiares estaban peor
que él. Lloró de humillación y cansancio.

El cansancio de la madre, de esa madre que se priva de todo


porque «una comprende y se aguanta; pero los niños, no...», y
hay que lidiar con la casa, hacer uno o dos lavados de ropa ajena,
escasos, sólo dos veces por semana, ahorrando la locomoción
para poder traer cuatro pesos o cinco o a lo más diez y con eso
batírselas toda la semana. Ahora «ya no sabe lo que pasa», pero
no tiene ánimo, está rendida. Pienso en la señora que se va todas
las semanas desde el paradero 18 de Santa Rosa hasta el hospital
Psiquiátrico. Lo único que le da fuerza es que su pobre hijo loco
la espera y ella tiene que ser ese único rayito de luz para el en-
fermo. Se va y se viene a pie cuando no se atreve a pedir que la
lleven gratis en bus. Si fuese escultor, ella sería mi mejor modelo
para personificar el cansancio.

94
El cansancio y la esperanza de los pobres

Podrían pensar ustedes que ese cansancio afecta sólo a una


que otra persona; pero, en realidad, es un fenómeno de mu-
cha más vasta proporción, y esta afirmación me obliga a po-
ner en duda el índice de cesantía que es posible calcular para
las estadísticas. Me imagino que para calcular la cesantía se
parte del número de trabajadores que cesan en su trabajo
contratado y del crecimiento vegetativo de la población en
edad escolar, y estos dos factores, considerados en relación
con el total de la población de la ciudad, provincia o país.

Pero la situación real de nuestros barrios pobres añade dos


factores que parecen de consideración: el primero es que la
cesantía afecta en forma intensiva a los pobres que se con-
centran en poblaciones marginales. En esas verdaderas ciu-
dades de 250 mil ó 300 mil habitantes como La Granja o la
José María Caro y sus alrededores, el índice de cesantía es
incalculablemente más alto que en provincias. En uno de
los campamentos insertos en nuestra Parroquia hay varias
manzanas de 25 viviendas cada una, donde sólo tres o cuatro
adultos tienen trabajo estable.

Como es fácil imaginar, el tradicional amortiguador del


hambre que era acudir a la vecina «convídeme un octavo de
azúcar», «présteme un poquito de té», ya no es posible. El
segundo factor lo constituye el trágico enrarecimiento del
mercado de «pololos» que me imagino ningún economista
podrá tomar en cuenta por ser absolutamente incontrolable.

Siempre ha habido en Chile una población de sub


trabajadores, cuya fuente habitual de sustento es el trabajo
inestable de los «pololos». Este es bajísimo y el poco que
hay se ha desplazado hacia trabajadores cesantes de mayor
nivel de especialización. Para arreglar cañerías de su casa,

95
LAS MANOS HERIDAS

evidentemente usted preferirá a un maestro gásfiter que le


muestra una tarjeta de ex contratado en Neut Latour que a
un maestro chasquilla.

El nivel de desesperación, cansancio y acorralamiento de los


trabajadores en pololos cesantes es tal que un grupo peque-
ño de conocidos míos se iban a pie hasta los flancos de la
Cordillera para instalar «huachis» para la caza de conejos. El
frío de las noches pasadas a la intemperie y el toque de queda
los hizo regresar antes de cinco días. Me contaban que se
habían comido tres conejos asados al palo. Traían una liebre
para comerla con la familia y cuatro pieles para vender. Pero
ya la digresión resulta demasiado larga. Hablaba del cansan-
cio físico por extenuación. Si hay aquí algún profesor de Es-
cuela Básica o de Liceo de nuestras zonas obreras, podrá
confirmar hasta qué punto este cansancio afecta a los niños
y adolescentes en sus rendimientos y hasta en sus juegos.

2. Extrema Pobreza

Pero hay otro cansancio proveniente de la extrema pobreza


que me parece aún más drástico. Es ése que la señora llama-
ba «el amor se cansa...»

Se cansan los amores fundamentales: el amor a la vida.


Cuántas veces he escuchado esa frase que me produce
escalofríos: «Padre, a veces he pensado que lo mejor sería
morirme yo con mis hijos». Pienso en la madre que llevaba
cinco días dándole a su niño mamaderas de agua de té con
o sin azúcar.

Se cansa el amor conyugal o familiar, porque la miseria


amenaza a la familia entera por todos los flancos. Amenaza

96
El cansancio y la esperanza de los pobres

al varón, jefe de familia, en su dignidad de trabajador. La


virilidad de un hombre de trabajo es un sentimiento que está
unido a toda una armónica de valores que se derrumban.
En una sociedad machista como la nuestra, el varón que no
es capaz de sustentar a su familia es un hombre disminuido.
Un trabajador de fábrica o empresa se siente incorporado
al ámbito del trabajo, a los compañeros, a los problemas
laborales. Son su temática. Es el mundo que lo valora a los
ojos de la esposa y de los hijos. Es la base de sustentación de
una cantidad de reglas tácitas y costumbres que modelan el
sistema de vida del hogar y crea un sinnúmero de pequeñas
interrelaciones y mitos: el sábado tiene derecho de ir al fútbol
o a tomar una cerveza; en días de semana alguno de los hijos
le lleva el almuerzo a la industria, en la casa tiene derecho a
llegar cansado y a que lo dejen dormir tranquilo; cuando la
cesantía se instala, se ve reducido a ser un estorbo más para
la esposa. La humillación interior la deriva en una actitud de
nerviosismo, de aburrimiento y de brusquedad. La tensión
que crea a su alrededor hace que su presencia sea odiosa.
Dentro de esta misma concepción queda afectado el rol de
la madre: la mujer se siente agobiada, además de todo lo que
significa la crianza de los hijos y el trabajo de dueña de casa,
debe asumir el rol de sustento para el hogar. Debe conseguir
alimento, lo cual la hace ausentarse. Hoy es frecuente
encontrarse con que la casa funciona a cargo de una hija de
13 años que para ello abandona la escuela. Padre y madre
comienzan a vivir obsesionados por la tentativa de un trabajo
que después de dos o tres meses se torna inalcanzable... La
familia entera se desmoraliza.

En una reunión de jóvenes pude darme cuenta hasta qué


punto ellos sentían una especie de culpabilidad por sentirse
carga para sus padres. Veían cómo la madre reprochaba con

97
LAS MANOS HERIDAS

su actitud y palabras la situación del papá, veían que llegaban


a pelearse, mientras ellos asistían al liceo, impotentes de poder
ayudar. Seguir estudiando les parecía un lujo y la alternativa de
un trabajo: un imposible.

Pienso que muchos jóvenes hoy día se ven obligados a una ma-
duración precoz, atravesando los que deberían ser alegres años
juveniles, en medio de frustraciones de todo orden, empezando
por la carencia de libros, de dinero para poder divertirse, de
alimentos para llegar a estudiar con un mínimo de estimulación
física, o dedicados a emplear el día en algún trabajo de cuarto
orden para mantener a sus padres y hermanos.

Con semejante reparto anímico de personajes, ciertamente el


hogar fácilmente pierde calor y deja de cumplir su función de
seguridad y acogida. La miseria fabrica huérfanos: el amor se
cansa.

Para terminar estos brochazos sombríos acerca de la pobreza


extrema, no puedo callar otra situación que amenaza con des-
truir por cansancio otra dimensión del amor: es el amor a la
comunidad, el amor que hace participar solidariamente en la
búsqueda del bien común con la comunidad. La experiencia de
estos 11 años vividos en una población me han hecho ver cómo
y en qué grado la maduración y equilibrios de la personalidad
de los trabajadores y sus familias se deben en buena medida a
su participación en las organizaciones comunitarias, llámense
sindicatos, centros, clubes, movimientos, etcétera...

La participación crea un esfuerzo increíble en el afianzamiento


de las personalidades. Lo hemos visto en la eclosión de infini-
dad de organizaciones poblacionales tales como centros de ma-
dres y en organizaciones laborales de larga trayectoria en Chile.

98
El cansancio y la esperanza de los pobres

La condición de miseria y de temor retrae al hombre y a la


mujer. Esa corriente generosa que va hacia los demás para
dar y recibir queda ahorcada. El extremo de riqueza hace al
hombre individualista, encerrado en su pequeño mundo. De
hecho muchas casas-islas de los barrios más económicamente
desarrollados son un buen signo de la incomunicación de sus
moradores; pero también la extrema pobreza es capaz de hacer
por carencia lo que suele hacer la riqueza por demasía.

La miseria y el temor tienen vergüenza de aparecer y son primos


hermanos del silencio. Al cesante no le cabe participación en su
sindicato, ya no quiere ser visto por sus compañeros de trabajo
o de ideales. Sin dinero para poder siquiera movilizarse, no le
queda otro camino sino el deportivo en su propio lugar. Con
la juventud pasa también lo mismo: vedado el campo político,
controlada por autorización previa toda iniciativa de reunión,
queda reducida al «esférico» o a los pequeños grupos que
fácilmente caen en el alcoholismo o las drogas.

Muchas otras consideraciones sobre las sombras de la po-


breza podría añadir a este panorama ya tristemente sombrío.
Quiero ahora abordar las luces que se encienden en medio de
los pobres.

3. Las Luces de la Esperanza en Medio de los


Pobres

Lo primero que llama la atención es cómo ha surgido por


animación de la Iglesia o bajo el alero de la Iglesia una
increíble proliferación de servicios solidarios entre los más
pobres.

99
LAS MANOS HERIDAS

En la sola Parroquia donde me toca trabajar funcionan hoy


día 13 comedores infantiles, un jardín infantil enclavado en
un campamento, un centro de salud o policlínica parroquial,
un club de recuperación de alcohólicos, 16 equipos de Ayuda
Fraterna, un servicio de consultorio familiar y un servicio
jurídico, grupos o comunidades juveniles, tres comunidades
cristianas de adultos.

Para valorar lo que significan, tenemos por ejemplo los


comedores infantiles. En la Zona Sur del Arzobispado,
correspondiente al territorio comprendido entre las calles
San Joaquín por el Norte, San Bernardo por el Sur, Vicuña
Mackenna por el Oriente y Cerrillos por el Poniente, hay 76
comedores infantiles con 5.080 niños atendidos. Todos estos
comedores son atendidos y organizados por pobladores del
mismo lugar.

Lo peculiar de esta experiencia comunitaria está justamente


en la extraordinaria capacidad de solidaridad que brota de
los mismos pobres.

Yo creo que literalmente se vive en muchos de ellos lo que


los Hechos de los Apóstoles nos cuentan de la primera co-
munidad cristiana, que ponían sus bienes en común.

Como anécdota: un día, en la Misa Dominical, recibí un


paquetito de un octavo de azúcar más o menos: era el fruto
de una cucharada menos de azúcar en el desayuno de una
familia bastante pobre. Así cooperaron los niños de esa
familia.

Pero más allá de las dádivas, está la conciencia que se va


despertando a través de una acción mancomunada y de una

100
El cansancio y la esperanza de los pobres

reflexión en común. El ecumenismo que no habíamos po-


dido realizar a nivel de confesiones religiosas, se da espon-
táneamente en este diálogo de la caridad a propósito de una
acción en común.

Por último y para terminar: si bien es cierto que la miseria


en sí misma es un mal del hombre y una consecuencia del
pecado, también es cierto que el misterio de la Cruz siempre
actual y presente tiene un dinamismo y unos caminos que
van más allá de todas las previsiones humanas.

San Pablo decía: «¿Quién podrá separarnos del amor de


Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o
desnudez, o peligro, o espada? Conforme está escrito: por tu
causa somos entregados a la muerte todos los días, fuimos
considerados como ovejas para el matadero. Sin embargo en
todas estas cosas vencemos plenamente por medio de Aquél
que nos amó. Pues estoy firmemente convencido de que ni
muerte ni vida, ni ángeles ni poderes, ni altura ni profundidad,
ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de
Dios, manifestado en Cristo, Jesús, Señor nuestro» (Romanos
8, 35-39).

Yo diría que esas palabras del Apóstol Pablo encuentran


hoy entre los pobres una increíble y admirable realidad:
en el momento mismo en que la angustia, la persecución,
el hambre, la desnudez, el peligro y la espada se dejan caer
sobre ellos, el Amor, y no el odio, despierta en el corazón de
muchos la conciencia de que la vida vale la pena en la medida
en que se abre a Dios y se pone al servicio de los demás en
defensa permanente del más pequeño, del más pobre, del
injustamente agredido.

101
LAS MANOS HERIDAS

No estoy haciendo lirismo. Yo creo que la esperanza de una


sociedad más justa, la conciencia de la dignidad de las perso-
nas y el sentido de unos derechos que todos los hombres tie-
nen, con la experiencia de la cruz vivida muy concretamente
en las humillaciones de la pobreza, adquieren una hondura y
una apasionada serenidad que ni ángeles ni poderes ni nin-
guna otra cosa creada podrá jamás aplastar.

102
El cansancio y la esperanza de los pobres

LOS POBRES:
UN TEMA QUE MOLESTA Y DUELE

¿Qué nos pasa con el tema de los pobres?


¿Qué nos pasa a los pobres con los ricos?
Es un tema que está lleno de temores, de protección
inconsciente.
Es un tema que molesta y duele.

Jesús nos está mirando con esa mirada que penetra la verdad
del corazón, mirada que no es indiferente. Se parece a la mi-
rada con que un papá y una mamá mira a su hijo, cualquiera
sea la situación en que se encuentre. Él sabe qué pasa en
ellos, quiénes son. Lo ha experimentado él mismo en su vida
de pobre. Él sabe lo que es ser pobre y lo duro que es...

¿Quién es el pobre...?
Estamos tan mal acostumbrados a sacarle la vuelta al tema,
que espiritualizamos a los pobres y nos justificamos a noso-
tros mismos declarando bienaventurados a los que carecen:
de bienes y cultura,
de prestigio e influencia,
de posibilidades.

Por eso tienen que pedir. Su actitud es habitualmente supli-


cante y tímida. Tienen que pedir:
trabajo y buen trato,
respeto y ayuda,
comprensión y paciencia,
solidaridad y limosna.

Se saben molestando e importunando. Y por eso:


se los hace esperar,

103
LAS MANOS HERIDAS

se los hace volver,


se los tramita.

Por eso tienen que aceptar:


humillaciones y rechazos,
indiferencia y sospechas,
injusticias.

Por eso Jesús se identifica con los pobres, pide a los suyos
amor a los pobres. Jesús siente como propio lo que le pasa a
cada uno de sus hermanos.
Por eso nos pide:
darnos cuenta de lo que viven,
que los amemos y ayudemos lo más posible,
que asumamos su causa.

Ese es camino de crecimiento en el amor.


Jesús sabe lo engañosa que son las riquezas.
La facilidad con que nos dominan, esclavizan, enredan.
Ellas no pueden ser el «señor» de nuestras vidas.

¿Qué puedo hacer para amar mejor y comprender mejor?

104
El cansancio y la esperanza de los pobres

OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS POBRES

Nada más claro y nítido que el privilegio de los pobres en


la Historia de la Salvación. La prioridad que ellos tienen, el
papel histórico que la Revelación les asigna, afecta radical-
mente al uso moral de los bienes de la tierra.

Los pobres no son privilegiados ahora porque la Iglesia con-


temporánea los escoge, sino que la Iglesia los escoge porque
Dios ha optado primero por ellos y les ha asignado la misión
de encabezar la liberación de toda la humanidad.

Esta es una consecuencia directa del estilo de Dios, del estilo


en que ha querido manifestarse el Dios único y verdadero.
Escoge lo que parece sin fuerza ni apariencia, lo que no es
reputado, lo que no cuenta. Dios siempre ha sido escandalo-
so para el Poder y la Riqueza mundana.

Por eso, el uso del dinero en la vida de cada cristiano, y con


mayor razón en la vida del Pueblo de Dios, de la Iglesia, no
podrá dejar de tener esta coordenada, esta referencia a la po-
breza. Debajo de las normas de administración estipuladas
en el derecho, está como cimiento el Cristo que se hizo po-
bre y que optó por lo pobres de toda la humanidad.

La experiencia de la vida de la Iglesia nos pone frente a dos


extremos que pueden desnaturalizar la relación Iglesia-po-
bres o cristianos-pobreza. La primera exageración, tal vez
la más ingenua, es la de idealizar la pobreza como si fuera la
condición por excelencia en que se practican las virtudes, por
liberar al hombre de la agitación y preocupación inherente a
la consecución de los bienes. Es evidente que la pobreza en
sí no es un ideal. Bien se merece el rechazo que le dedican

105
LAS MANOS HERIDAS

todos los pobres del mundo. La pobreza voluntaria sólo se


justifica como seguimiento de Cristo en solidaridad con los
pobres, pues el mismo Jesucristo aprendió con los pobres lo
que es la dependencia de su condición de esclavo. «Se hizo
como nada, tomó apariencia de esclavo» (Filipenses 2, 7). No
creo que sea frecuente esta desviación idealista; pero sí es
más frecuente cuando se idealiza interesadamente la resig-
nación de los pobres, cuando se la presenta como una póliza
de seguro de eternidad: «tendrán la vida eterna», entonces
¿de qué se quejan? El otro polo de exageración está en mirar
el uso de los bienes de la tierra como algo que pertenece a
la autonomía de este mundo secular; por lo tanto, dicen, sin
atingencia al Evangelio. Es la mentalidad de un espiritualis-
mo individualista y de un secularismo ateo, que relega a la
Sacristía la función de la Iglesia.

Esta exageración, que podríamos llamar economicista, es la


más peligrosa para nuestro tiempo, cuya cultura está com-
penetrada de un pensamiento capitalista liberal. Todos no-
sotros estamos inmersos en esa cultura que nos dice de mil
maneras que cada persona y cada institución tienen el dere-
cho a usar y abusar de aquello que consideran su propiedad,
con el solo límite de las exigencias del orden público. El de-
recho de propiedad privada es considerado como sagrado,
inviolable, absoluto y para siempre. La relación fundamental
entre el mundo material y los hombres no estaría puesta en
su relación de trabajo, sino en la relación de propiedad.

Con el Vaticano II, la doctrina social de la Iglesia acentuó


luminosamente la línea profética respecto a un aspecto muy
importante de la relación del hombre y los bienes materiales.
En la Gaudium et Spes, el Concilio retoma el sentido social
de los bienes de la tierra en una forma que desvanece las

106
El cansancio y la esperanza de los pobres

ambigüedades introducidas por el individualismo capitalis-


ta, para el cual la sagrada propiedad privada es la condición
del desarrollo de la economía: «La misma propiedad privada
tiene también, por su naturaleza misma, una índole social,
cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes.
Cuando esta índole social es descuidada, la propiedad mu-
chas veces se convierte en ocasión de ambiciones y graves
desórdenes». Y en Laborem Exercens, Juan Pablo II es aun
más tajante: «No hay derecho de propiedad absoluta y exclu-
siva. Toda propiedad está afectada de una hipoteca social.
Nadie puede hacer lo que quiera de las cosas ni reservar esos
bienes para su uso exclusivo».

Toda la Iglesia Latinoamericana ha hecho explícitamente


una opción por los pobres. Esta opción es de inmensa en-
vergadura. No he querido aquí entrar en las implicancias de
orden socio–político que ella tiene. Nuestros episcopados
han dado claras orientaciones en esta materia.

Quisiera solamente que reflexionáramos en lo que se refiere


a los bienes que nos corresponde administrar o hacer admi-
nistrar en nuestras comunidades, y también en lo que con-
cierne a nuestro personal manejo de dinero, ya sea en cuanto
a la subsistencia o en cuanto a lo que disponemos en nuestra
acción pastoral.

Es fácil una opción por los pobres en el nivel de nuestra


mente y de nuestras intenciones buenas; sin embargo, la
práctica verdadera de esta opción requiere un proceso de
conversiones continuo, pues vivimos bajo el influjo de una
sociedad de consumo. No pocas veces pagamos tributo, casi
sin darnos cuenta.

107
LAS MANOS HERIDAS

La caridad pastoral nos obliga a ser vigilantes en nuestro


seguimiento a Cristo pobre. Cierta frugalidad de vida, admi-
rable en algunos laicos y sacerdotes; cierto cuidado delicado
con la disposición de bienes dados para el servicio de los
pobres (recolectado con sacrificio por gente modesta en Eu-
ropa y EEUU); cierta preocupación constante por evitar que
nuestras empresas de servicio se conviertan en un servicio a
la empresa.

¿Hasta qué punto la opción por los pobres ha bajado des-


de nuestros púlpitos hasta nuestros presupuestos y nuestras
rendiciones de cuenta? Sin ser adivino, me imagino que en
todos estos puntos ha de haber grandes desniveles de conse-
cuencia dentro de nuestras diócesis. Siempre será un proble-
ma en constante reajuste el de nuestras instituciones frente a
nuestros hermanos más pobres. Aun aceptando la necesaria
diversidad, siempre tenemos que velar por eliminar lo que
no está de acuerdo con la pobreza apostólica de la Iglesia.
Para hoy y para nosotros, es válida la lacerante palabra del
Señor: «vende todo cuanto tienes y dalo a los pobres...» (Ma-
teo 19, 21).

Mientras más pasan los años, más me admiro de la radicali-


dad con que el Evangelio hace un viraje total en los valores
de la vida. El Deuteronomio, en su capítulo 28, señala la
prosperidad y la riqueza como recompensa del justo.

Jesucristo dice: «Malditos ustedes los ricos; ya tienen su re-


compensa» (Lucas 6, 24-25). Tiene acento a condenación
absoluta. Leer el Deuteronomio a la luz de las bienaventu-
ranzas es como mirar un barco con los mástiles sumergidos
en el mar.

108
El cansancio y la esperanza de los pobres

La causa está en que el Evangelio del Reino nos anuncia el


don total de Dios, la alianza perfecta que se traduce en co-
munión con Él, la entrada a la intimidad del hogar del Padre;
y para recibir toda esa inmensa gratuidad del amor, lo único
que tenemos que hacer es darlo todo. Para ser revestidos de
Dios es preciso presentarse desnudo.

Para adquirir la perla preciosa hay que venderlo todo; para


hacerse dueño del tesoro escondido en el campo, es necesa-
rio venderlo todo; porque no se puede ser servidor o esclavo
de dos amos; la riqueza es un amo despótico que termina ha-
ciéndose adorar como un ídolo. Ahoga la Palabra del Evan-
gelio y hace al hombre olvidar lo esencial, la soberanía del
único y verdadero Dios.

La codicia, el apego a la riqueza es capaz de detener al hom-


bre en el camino de su realización. Según Jesús, quien quiera
ser su discípulo, deberá renunciar a todos sus bienes. Se trata
de una ley absoluta, que no sufre excepción ni atenuantes. El
rico que tiene puesto sus bienes y su consuelo en este mun-
do, no puede entrar en el Reino; sería más fácil que entrara
un camello por el ojo de la aguja (Mateo 19, 24).

Sólo los pobres pueden recibir la Buena Noticia; puesto que


haciéndose pobre por nosotros el Señor nos ha enriquecido
con su insondable riqueza.

Renunciar a la riqueza no es sinónimo de dejar de ser pro-


pietario. Hasta entre los amigos de Jesús hubo ricos. José de
Arimatea recibe a Jesús en su sepulcro. El sentido del des-
prendimiento evangélico no es liberarse de una carga abru-
madora, sino compartir con los pobres, haciéndose amigos
con la riqueza de iniquidad. El escándalo de la Palabra va

109
LAS MANOS HERIDAS

más allá de la mera coexistencia de rico y pobre; el escándalo


está en que el pobre necesitaba alimentarse de las migajas del
rico y éste no se las daba. El rico es responsable del pobre:
el que sirve a Dios comparte sus bienes con el pobre; el que
sirve a Mammón, el dios del dinero, usa los bienes para apo-
yarse en sí mismo.

110
El cansancio y la esperanza de los pobres

LA HUMILDE QUEJA DE LOS POBRES

Hermano, estabas tan lejos que no alcanzaste a oír el


trueno;
no alcanzaste a ver el rayo.
Dormías cuando la tempestad vino sobre nosotros y
destruyó nuestra vivienda.
Después, dijiste desde el interior de tu confortable morada:
«no ha habido trueno, ni rayo, ni tempestad...»

Hermano, estabas tan repleto de éxito, tan ocupado en


tu propia seguridad, que no cabía en tu corazón el
recuerdo de los ausentes.
Tu fiesta terminaba en el muro posterior de tu mansión.
Más allá estábamos los pobres y Dios.
Tú celebrabas la privatización de las empresas; nosotros
teníamos una asamblea para organizar un fondo
común para cesantes.

Pienso, hermano, que estás equivocado, no por maldad,


sino por lejanía.
La verdadera fiesta está donde Dios se llama caridad,
solidaridad,
y se comparte el gozo de ser de su parentela.
También tú eres de la familia. Abre tus ojos, tus puertas y
tus ventanas;
y ven a la fiesta del Padre.

Te pido que abras tus puertas y ventanas para cerciorarte


del sol,
porque hasta ahora tú has preferido leer El Mercurio para
saber
el pronóstico de los tiempos.

111
LAS MANOS HERIDAS

Abre tus ventanas y asómate. Escucha el clamor de tu


pueblo:
es mi trueno; abre tus ojos, mira, que es un rayo...

Si te quedas contigo mismo encerrado entre los tuyos,


instalado en tus pantuflas, a puertas cerradas, a ventanas
tapiadas;
dejarás a Dios a la intemperie, al otro lado de tu vida.
«Donde está tu tesoro, está tu corazón». Si tu tesoro se
llama propiedad,
capital, seguridad, poder para tener más; tu corazón anda
en mala compañía.
Se vuelve limitado como el terreno cercado de una
propiedad.
Se vuelve materia, como la espesa consistencia de tu capital
adorado.
Se vuelve encogido y temeroso, necesitado de más y más
seguridad.
Se vuelve frío o injusto como el poder al servicio de la
riqueza.

Ven, triste hermano, abre tus ojos.


Míralo a Él desnudo en la cruz.
Míralo de brazos abiertos, ensanchando el mundo con un
amor en que caben todos los hombres de buena
voluntad.
Escucha el trueno.
Míralo en la luz de su resurrección, fulgurante como un
rayo. Míralo glorioso a la manera humilde de Dios:
viviendo, muriendo y resucitando entre sus pobres.

112
El cansancio y la esperanza de los pobres

LA ESPERANZA SIEMPRE

No se escribe de antemano nuestra historia;


ni se canta sin trabajo la victoria.
Y Dios nos quiere libres, sin cadenas,
al precio del valor y de la pena.
Y hay que liberarse, y hay que levantarse,
todos juntos como pueblo, tirando la cuerda;

Uno y uno, dos y dos,


rompiendo las cadenas,
uno y uno, mil y mil
volviendo a comenzar;
todos juntos como pueblo, arando los futuros
sembrados de la historia.

Con el sudor de los hombres,


a lo largo del camino,
iba Dios a la cabeza, revelado en Jesucristo.
Escribiremos en letras de luz
la historia comenzada
en la sangre y en la sed de un Viernes en la cruz.
Y veremos brillar sobre la tierra
la esperanza de los pobres y oprimidos.

Uno y uno, millones y millones,


pequeños pueblos y naciones
gritando sin odio su justicia,
un pueblo, un solo pueblo, bien plantado,
un pueblo bien unido
que no baja los brazos, caminantes de la aurora;
un pueblo de un solo corazón y una sola palabra,
que busca cada día la parte de su pan en libertad.

113
LAS MANOS HERIDAS

Y en el centro de la vida
Jesucristo va llamando, uno a uno, pueblo a pueblo
tomados de la mano,
a tirar de la cuerda,
a ponerse en la tarea, como hermano.

114
El cansancio y la esperanza de los pobres

ESPERAR CONTRA TODA ESPERANZA


(Para un Centro de Madres de la Parroquia)

Donde uno vaya, en la feria, en la micro, en la calle, cuando


se junta la familia, no pasan cinco minutos sin que llegue el
tema. Es un pan negro, este pan nuestro de cada día.

A ustedes que están trabajando para dulcificar las penas de


los demás les toca una cuota aún más pesada de esta apre-
miante marea de dolor, de carencias, que nos invade. «No
hay trabajo», «los sueldos no alcanzan», «he buscado por
cielo y tierra... y no sé qué hacer». «No hay con qué parar
la olla», «necesito plata para la micro para llevar al niño al
hospital», «pero la libreta está ya con más de seis meses de
atraso», «¡tanto que echo de menos la máquina de coser!...
tuve que venderla», «si pudiera poner al niño en un jardín
infantil para poder trabajar yo puertas adentro», «convídeme
un poco de azúcar para la mamadera»...

Realmente... si no tuvieran ustedes en su corazón esa cosa


firme y sólida que pone Dios, el río de la desventura las arra-
saría y llegarían a perder la esperanza y serían capaces de de-
cirse: «esto no lo para nadie». «La muerte se la está ganando
a la vida»...

Pero no es así. Hay en ustedes y en mí una fuerza de


convicción que va más allá de esta experiencia de dolor. Aún
más, diría que está metida dentro de esta misma experiencia
dolorosa, como la alegría del hijo que grita de vida entre los
dolores y la sangre del parto. Es esa fuerza de convicción, esa
fuerza del Espíritu de Cristo, la que las trae aquí a orar juntas
y la que las hace perseverar en forma increíble en la tesonera
tarea de dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar

115
LAS MANOS HERIDAS

al enfermo, atender al anciano y trajinar para ayudar al otro.


Ustedes no quieren desmayar y esa fuerza de Cristo no las
deja desmayar.

Algunas personas podrían decir: «Lo que ustedes hacen no


conduce a nada; no solucionará el problema de fondo... Es
algo irracional». Sin embargo, yo me atrevo a decir que en
esa esperanza contra toda esperanza humana, está lo propio
de ese algo tan misterioso que es la fe. Allí justamente se
está haciendo presente el misterio de Cristo vivido por los
cristianos.

¿Recuerdan ustedes el relato del Evangelio en que se habla de


los discípulos de Emaús? ...
(Lucas 24, 13-35). Los discípulos están viviendo un mo-
mento que es experiencia de derrota. Todo parece derrota.
Van conversando de su tremenda desilusión..., no hay nada
que hacer,... estábamos equivocados... Jesús perdió. Él decía
la verdad, pero se la ganó la mentira... creíamos que Él era
poderoso, pero lo vencieron los personajes importantes, los
fariseos, Pilatos, Herodes... Ahí está bien muerto, en la se-
pultura de José de Arimatea... ¡qué desastre! Lo insultaron,
hicieron lo que quisieron con Él, lo clavaron en la cruz con
esos dos cogoteros... Le dijeron: si tú eres el Cristo, desciende
de la cruz,... y ¡lástima! ... ¿qué más se puede esperar?... está
sin vida... tuvo sed, tuvo hambre, fiebre, estuvo en la soledad
más completa... y hasta huyeron sus amigos más íntimos...
Cierto, toda la esperanza y la ilusión se deshace ante el hecho
tremendamente elocuente de la muerte... después de ese pun-
to final no hay nada más que decir.

Sin embargo, ustedes saben perfectamente que hubo mucho


que decir y mucho que se sigue diciendo. No cayeron en

116
El cansancio y la esperanza de los pobres

la desesperación general, ni Él, Jesús, ni su madre María.


Humildes y grandes, fueron los únicos que jamás titubearon
en la esperanza. Él, que sintió todo el peso del dolor, del
fracaso humano, fue el hombre de la esperanza. En medio
de sus súplicas y lágrimas la noche de la agonía en el huerto,
cuando parecían caer todas las estrellas y se derrumbaban
todos los pilares, le brota, gritando, desde su corazón, el
himno más impresionante de la fuerza de la esperanza: «Padre
mío, si es posible aparta de mí este cáliz; pero que no se haga
mi voluntad, sino la tuya» (Marcos 14, 36).

Esta voluntad del Padre, esa tremenda y absoluta seguridad


en su Padre, está brillando allí mismo, en medio de esta ex-
periencia de muerte y de pecado, está brillando contra toda
esperanza. Jesús sabía hasta los tuétanos de su ser y más allá
de toda experiencia en contrario, que su Padre es Dios de
vida, que su Padre no quiere la muerte de sus hijos sino la
vida, la salvación, la libertad. Jesús cree, quiere creer, está se-
guro del Santo y Poderoso, sobrepasa toda medida posible e
inimaginable.

Y María, la madre del Señor: véanla como esta allí de pie


en la actitud del caminante, en el gesto de la suprema
dignidad silenciosa. ¡Quién más sensiblemente que ella
pudo experimentar el último límite de la impotencia! Su
único hijo muerto, humillado, vencido. No puede dejar de
sentir la espesa soledad del que ha perdido algo más que
todo. Pero ella está allí, no evadiéndose, no soñando, no
compadeciéndose de ella misma. Está entera, toda ella
enfrentada al aparente triunfo de la muerte.

117
LAS MANOS HERIDAS

Por su fe, por su esperanza contra toda esperanza, María sabe


que ahí mismo, en el incomprensible dolor está naciendo una
aurora, cuyas luces no aparecen aún, pero que han de venir.

La cruz y la muerte son como las raíces del misterio de Cris-


to vivo, vivo para siempre... Las raíces viven en la oscuridad
de lo profundo. Las silenciosas raíces no tienen apariencia,
ni brillo, hincan en la tierra, se sepultan en la humedad y se
vuelven fuente de savia vital, solidez del árbol. De la oscuri-
dad de la raíz apunta el color de las hojas y de las flores. Ellas
están calladitas y arriba rumorea el árbol, brilla el sol, se llena
de flores, frutos y nidos. Raíces y tronco, raíces y ramas, raí-
ces y hojas y flores y frutos son el único y mismo árbol.

Usando una comparación más propia para ustedes, que son


las magas de la cocina, yo diría que nosotros los cristianos,
tenemos que ser como un pan amasado con esta harina de la
muerte y resurrección de Cristo. Pero fíjense bien cuál es la
calidad de esta harina.

Cristo no dejó nada por hacer, aun cuando los nubarrones se


venían encima. Cristo no botó las herramientas, no se ence-
rró a lamentarse de que no lo comprendieran. Cristo no se
taimó diciendo «no hay nada que hacer», «mis enemigos no
hacen sino ponerme obstáculos». Cristo trabajó y siguió tra-
bajando hasta el último instante. Le estaba llegando la muer-
te, y le tendía la mano al otro ajusticiado, al buen ladrón, al
vecino de cruz. Estaba tan lleno de angustia y dolor como
para ensimismarse y dolerse de sí; sin embargo, ¡no! ... tiene
fuerza y ánimo para pensar en los demás: en sus propios
verdugos para perdonarlos, «no saben lo que hacen», en su
madre y su futuro, en sus discípulos, en su Iglesia.

118
El cansancio y la esperanza de los pobres

Entre la fuerza de Cristo trabajando por la salvación de los


hombres en medio de la oscuridad de su Pasión y la fuer-
za triunfante de su Resurrección, no hay corte alguno: es la
misma savia poderosa del Amor divino que circula primero
en la esperanza trabajosa de la raíz, y en seguida se muestra
plena y triunfante en el señorío de la Resurrección.

Así también nosotros que estamos llamados a seguir las hue-


llas del Señor. No es verdadero cristiano el que bota las he-
rramientas, ni es verdadero cristiano el que se refugia en el
después del más allá, para disculparse de no hacer nada en
el hoy de aquí. El seguidor de Cristo no dice jamás «no hay
nada que hacer»; dice: «hay mucho que hacer, y yo hago mi
poco, a pesar de todo». No dice: «el problema del mundo es
demasiado grande», sino «¿qué puedo hacer yo, qué podemos
hacer nosotros?» «Aquí estoy, habla, Señor, que tu siervo es-
cucha» (1 Samuel 3, 10). No dice: «es que no alcanzamos a
atender a todas las necesidades de nuestro prójimo», sino que
dice: «pase para acá esas papas que yo las pelaré; traiga para
acá esos vestidos, que yo los remendaré; si tenemos diez pe-
sos, hagámoslos cundir y compartamos». No dice: «qué son
dos manos no más para tanto que hacer», sino dice: «dame tu
mano y con la tuya seremos cuatro, seis, diez...», «juntemos
todos nuestros pocos y haremos mucho».

El verdadero cristiano tiene que pensar y actuar. No pue-


de dejar de buscar la verdad. Tiene que preguntarse: ¿qué
pasa?... No es posible que sean siempre los más pobres los
que queden sacrificados para que se construya una econo-
mía a gusto de los grandes. No puede ser que este mundo se
diga cristiano cuando no se toma en cuenta el derecho y la
necesidad de la mayoría de los hombres que son los pobres.

119
LAS MANOS HERIDAS

El verdadero cristiano no puede ser conformista ni dejarse


intimidar ante una verdad que salta a los ojos; no puede de-
jar de rechazar lo que es injusto. Yo no podré aceptar jamás
que mueran nuestros niños de hambre y estén desnudos para
que suban las acciones de las grandes compañías; no podré
aceptar jamás que el mundo de los ricos despilfarre en lujos
y armamentos lo que le corresponde en justicia al trabajador,
a su mujer y a sus hijos; ni podré decir jamás que está bien
una sociedad en la que el hombre no tiene un huequito para
trabajar y ganar su sustento.

Cristo no claudicó nunca. Lo llamaron blasfemo y agitador


del pueblo; pero Él nunca aceptó llamar verdad lo que era
mentira y violencia... Tiene encadenadas las manos frente a
Pilatos, pero tiene libre el corazón como para poder decirle:
«si no te lo hubiesen dado de lo alto, no tendrías autoridad
ninguna» (Juan 19, 11).

Podrán escribir cuarenta mil libros para probar que todo está
bien, que los pobres tienen que esperar, aguantarse, enfer-
marse y ver crecer raquíticos a sus hijos, y no tener cómo
llegar a hacer valer sus talentos en iguales oportunidades de
estudio y trabajo. Podrán hacer todas las teorías que quieran,
pero yo no les creeré, porque esa cantinela la vienen escu-
chando los pobres desde siglos: «esperen un poquito y van a
ver cómo les llega a ustedes el rebalse de los ricos, las sobras
de los que lo tienen todo». Eso, ustedes y yo, lo sabemos
desde que tenemos uso de razón, siglos de espera, siglos de
desilusión, justicia que jamás llega. Siempre hay una disculpa
para esperar otro poco más: «que hay guerra europea, que
bajó el dólar, que subió el petróleo, que hay que incremen-
tar la producción...», «esperen un poquito, esperen hasta que
pase la vida».

120
El cansancio y la esperanza de los pobres

No, señor, el cristiano tiene que ser aguantador, pero no tie-


ne por qué ser tonto. Dios bendice la humildad, pero no
la pasividad y la fatalidad. La esperanza cristiana es fuerte,
paciente, perseverante, lúcida, valiente, activa. La Caridad se
siembra aquí y se cosecha en la plenitud de Dios; la Espe-
ranza se empieza aquí antes de llegar al cumplimiento de la
promesa. Lo que no se siembra no se cosecha; lo que no se
empieza prácticamente con sudor y lágrimas, con ingenio y
entusiasmo, no se alcanza en gozo.

121
LAS MANOS HERIDAS

SOLIDARIDAD: LA FUERZA DE LA ESPERANZA

No falta entre nuestro pueblo pobre la Esperanza. A pesar


de tantos motivos de decaimiento y tristeza, nuestro pueblo,
nuestros pueblos latinoamericanos, tienen algo más que un
mero optimismo en sus venas: aman la vida y reconocen en
ella a Dios. No quieren perderla, son más resistentes al dolor
y a las adversidades que los favorecidos por el dinero. Esa
fuerza es la esperanza, y de ella nace el sentido del humor y
el amor a la fiesta.

En lo que me concierne personalmente puedo decir que el


sentido de Dios, la adhesión a Jesucristo y el amor a la Iglesia,
me han venido por el canal de mis padres y de las personas
que rodearon mi infancia. El descubrimiento de las raíces
de mi fe hincadas en la vida de los míos, me hace pensar
en el maravilloso don del Espíritu Santo, y me abre los ojos
del alma para encontrarme con las motivaciones profundas
vividas por tantos cristianos que veo crecer y morir en mi
cercanía. Me impresiona siempre el testimonio callado de
aquellos que encuentran el sentido de sus vidas en la ad-
hesión a Jesucristo y a su Iglesia. Allí están todos esos que
mantienen su confianza en Dios a través de todas las prue-
bas de la vida; allí están aquellos y aquellas para quienes la
preocupación definitiva y central es el encuentro con Dios a
quien no vemos, pero en quien creemos.

En estos últimos años hemos tenido la experiencia impresio-


nante de los retiros ignacianos populares. Cuando empecé
mi trabajo de evangelización en el medio popular, confieso
que muy pronto me di cuenta de la mentalidad algo suficien-
te con la que frecuentemente abordamos a la gente sencilla
los que venimos del lado de una pretendida mayor cultura.

122
El cansancio y la esperanza de los pobres

El descubrimiento de ese misterio de la fe de la gente sencilla


me ha ayudado a un cambio harto grande. Esa Fe, tan poco
conceptual, pero tan real como para poder sostener la vida,
me ha llevado a encontrarme con el tesoro escondido y con
la perla preciosa de que habla el Evangelio. Y yo creo que
este descubrimiento forma parte de mi alegría y del deseo
de entregarlo todo para ser de Dios como los pobres que
confían en Él.

Pienso en la señora Leonor que, en medio de sus dolores


agudos por una artritis generalizada, me decía: «Vea, padre
Esteban, cuando una sufre mucho, una se mete más profun-
do, se siente tan pequeña, aprecia las cosas de otra manera y
descubre que ahí está Dios, amando... Antes, cuando estaba
sana, si la vecina me traía un vaso de agua, claro, yo se lo
agradecía; pero ahora que no puedo moverme, ese mismo
vasito de agua es otra cosa ... es como que veo a la vecina tan
buena, y se lo agradezco pero mucho más.... de otra mane-
ra.... Es tan importante... Así es ir a Dios con el dolor... La
hace a una más honda». Me imagino que doña Leonor no
había leído nunca a San Juan de la Cruz.

Pienso en don Juan, el almacenero del pasaje, laico compro-


metido en una comunidad de base, que encuentra tan normal
interrumpir su faena de fabricación del pan, para llevarme en
su camioneta a atender a una vecina de la casa de su mamá.
Siente que es su obligación llevar al sacerdote y quedarse a
compartir las oraciones de la Unción de los Enfermos, espe-
rarme y devolverme a casa.

Pienso en tantos de nuestras comunidades de base que


asumen con tanta perseverancia y fidelidad los ministerios
y servicios. En ellos, el Evangelio tiene una resonancia

123
LAS MANOS HERIDAS

transformante. El testimonio de su Fe, junto a la de tantos


otros y otras, va creando una historia de valentía, de caridad,
de sacrificio, de fidelidad y de amistad, que nos permiten una
manera esperanzada de percibir a la Iglesia. Si tal calidad de
fe y tal confianza en Dios se ha podido desarrollar a través
de vidas tan simples y a la vez tan llenas de dificultades,
cómo no creer que esa fe y esa esperanza puedan devolverle
vigor a nuestra amada Iglesia.

Tal vez, muchas veces hemos estimado que los agentes prin-
cipales de la Evangelización éramos los clérigos y religiosos
o las instituciones como los Colegios y Escuelas Católicas
o las Parroquias tradicionales. De hecho los actores de la
Evangelización son tanto o más que los anteriores, esa gente
sencilla que vive la Fe. Son ellos los que hoy día se mueven
para ser los testigos del Señor, cuando les dejamos la posibi-
lidad. En verdad son ellos la «base», la comunidad de base.

La Solidaridad es de Dios, justamente porque es la Caridad en


versión terrenal. Es infinitamente eterna porque nace, crece
y florece en la dimensión temporal; es la Caridad ahora, en
estas circunstancias, con estas personas, en este calendario,
con fecha, día y hora. Y la Caridad nunca muere. Es eterna.

La Solidaridad nos queda grande, está por encima de no-


sotros, porque viene de Dios y sólo Dios le puede dar el
contenido auténtico y respetuoso de sus creaturas; pero, a la
vez, está hecha a nuestro tamaño: responde a nuestro cora-
zón humano y la realizan nuestras manos. Es infinitamente
nuestra.

La Solidaridad es el mundo al revés: el mundo dice «mío»; la


Solidaridad dice «tuyo; de todos». El mundo dice «compite»;

124
El cansancio y la esperanza de los pobres

la Solidaridad dice «comparte». El mundo dice: «no sé dónde


esconderme para comer hasta saciarme"; la solidaridad dice:
«que no sepa tu mano izquierda lo que da tu mano derecha».
El mundo, de tanto encomiar la Economía y el libre merca-
do, se ha quedado sin esperanza; la Solidaridad, al identifi-
carse con los pobres y afligidos, se encuentra con el Señor
de la Esperanza. El Mundo es pretérito, huele a difunto; la
Solidaridad es futuro, tiene sabor de niño: nace, camina, se
mueve, llora junto al que llora y se alegra con el que ríe. El
mundo es viejo, apestado de viejo; la Solidaridad es doncella
de corazón nuevo; es tesoro nuevo en tierra nueva.

La Solidaridad tiene el don de «cristificar» la esperanza. La


Solidaridad es la cumbre de una coherencia con la fe en Cris-
to Jesús: es comprender, no sólo con la cabeza, que somos
todos hijitos pequeños del único Padre Dios, igualmente hi-
jos en el Hijo, en la misma categoría, con la misma necesidad
de misericordia. La Solidaridad no tiene tiempo que perder
y, con ella, no hay tiempo perdido.

125
LAS MANOS HERIDAS

LA ESPERANZA DE LOS POBRES

No quisiera que estas reflexiones fueran una mera comuni-


cación de ideas o apreciaciones personales. Deseo que mis
palabras no se limiten a informar – para eso hay excelentes
libros – sino que despierten una respuesta personal, una ac-
titud nueva a la invitación de Dios.

Los pobres no son un objeto de curiosidad ni un material de


análisis. Son sustancialmente los amigos de Dios, hermanos
nuestros en Cristo.

Esta intención es la que me hace osado para aceptar la invi-


tación a participar en las jornadas pastorales. Sé que no soy
capaz de acometer el tema bajo el punto de vista teológico,
ni mi ciencia ni mi edad me lo permite; quisiera abordarlo
más bien con ojos de poeta y corazón de pastor. Los poetas
son capaces de ver la realidad de todos los días con ojos nue-
vos; los pastores tienen por misión redescubrir con mucha
humildad los pasos de Dios en sus pobres, para escucharlo
y servirlo en ellos.

Cuando era joven me entusiasmaba conocer la figura de los


santos, de los sabios y de los grandes hombres de la histo-
ria. Tal vez valoraba excesivamente el genio, la inteligencia,
las virtudes sobresalientes. Cuanto más avanzo en años y
en tiempo de permanencia entre los pobres, más admiro los
valores cotidianos y las virtudes sencillas de la gente.

He ido aprendiendo a reconocer la obra grande que el Espíritu


realiza en vidas marcadas por la Esperanza. El poeta francés
Péguy la llamaba la «hermanita menor» entre las tres Virtudes
Teologales; pero es una hermanita menor tan grande y

126
El cansancio y la esperanza de los pobres

esforzada como sus hermanas la Fe y el Amor de Caridad. Hace


verdaderos milagros. La gente dice que no hay milagros; sin
embargo hay tantos cada día, aquí y en todas nuestras ciudades
y campos; hay un sinnúmero de familias que creen en Dios;
familias para quienes Dios es su verdadero futuro: cuántos
matrimonios me han confiado que empezaron con un rancho,
una cama, dos platos, una tetera, una olla y mucho amor. El
empuje por llevar adelante una familia no les es nacida de un
plan metódicamente estudiado, sino de la confianza en el Dios
que estaba presente en su amor humano y había entrecruzado
sus senderos. Esas familias que han nacido de la esperanza
no son unas pocas: abundan en los barrios pobres de nuestras
ciudades, y campos.

Tal vez en las estadísticas de los sociólogos no aparezca esta


realidad. El factor «Esperanza» no cabe en un cuadro analíti-
co. Sin embargo esta esperanza «contra toda esperanza» es la
fuerza que defiende y le da solidez a la vida de nuestros pue-
blos; está presente en esa indefectible paciencia en las pruebas y
sufrimientos, que son el pan de cada día de las mayorías pobres
de nuestro continente. Es la fuerza que se torna paciencia acti-
va y les hace sobrevivir y superar las situaciones más adversas.

La Esperanza es también la raíz más profunda de la creatividad


solidaria y de esa hospitalidad sin queja de la que habla la
Primera Carta de Pedro (1 Pedro 4, 9). Esperanza anclada en el
mundo por venir que anima todo ese admirable sentimiento de
fraternidad tan manifiesto en nuestros pueblos pobres. De esta
esperanza, aunque no se la nombre explícitamente, ha nacido
la multiplicación de pequeñas iniciativas, organizaciones y
experiencias sociales y económicas populares. La esperanza
se convierte en búsqueda de soluciones autónomas a sus
propias necesidades vitales. Los que creemos en la presencia

127
LAS MANOS HERIDAS

del Resucitado tenemos el firme convencimiento de que el


Evangelio vivido no sólo produce consecuencias en la vida
personal, sino que de alguna manera en el ámbito social; y el
Evangelio vivido, cuyo fruto inseparable es la Esperanza, no
sólo se encuentra en los explícitamente adherentes a nuestra
Iglesia. Gracias a la generosidad del Señor, me atrevería a decir
que anda escondido en la humildad de tantos anónimos que
pueblan nuestras ciudades y campos.

Para hacerles llegar el testimonio de esta esperanza encarnada


me voy a permitir leerles algunos apuntes escritos a manera de
cartas. En todos estos casos que les transmito he cambiado los
nombres de los personajes; pero les aseguro que responden a
la verdad de los hechos y actitudes. Como los escribí sin orden
ni programa, los voy a leer tal cual fueron apareciendo en mi
cuaderno.

Señora Myriam, también usted me ayuda a creer. Cuando usted


habla, se le sale tan espontáneamente el «gracias a Dios»... La
veo siempre dándole gracias y hay que ver cuán dura le ha sido
la vida. El otro día, cuando nos encontramos en la bomba de la
parafina, usted me dijo con tanta sencillez: «La semana pasada
no me alcanzó la plata para parafina. Mi vecina, tan buena, me
permitió calentar la papa de la guagua en su cocinilla... Bendito
sea Dios, Él no se olvida de nosotros ¿no es cierto?»... Y usted
lo decía con una sonrisa de alegría... Gracias, señora Myriam.
Gracias también porque la vi cantando mientras regaba su
hortensia traída en el verano desde San Vicente de Tagua-
Tagua, «como quien se trae un pedacito de campo», como
dice usted...

Y usted, con su hablar golpeado, Sonia, y su corazón de


mantequilla ¿Se acuerda de aquella vez que crió un gato viejo

128
El cansancio y la esperanza de los pobres

y ciego que arrastraba las patas de atrás? ¿Y se acuerda que un


día encontró un niño de meses en la puerta de su casa? Y que
lo crió con tanto cariño, usted soltera, que trabajó hasta los
cincuenta y cinco años como empleada doméstica... Usted me
dijo un día: «Padre yo soy una mala cristiana, no puedo asistir
a Misa... mire que tengo que ir a entregar ropa ajena al barrio
alto... Usted sabe.... yo lavo para poder darle educación a mi
niño.... ¡ya está grande, en la universidad!»... Yo le miré sus
manos, Sonia, sus manos agrietadas, llenos de nudosidades
por la artritis... Gracias por su maravillosa fuerza de amor y
esperanza.

Gracias, Marcelo, por su paciencia inalterable y su gran cariño


a la Cecilia y a los hijos, ya todos grandes... Usted, sin ningún
aspaviento, como la cosa más natural del mundo, recogió de la
calle a don Abelardo, viejo, alcohólico, sucio en sus andrajos y
con la cabeza perdida: apenas sabía su nombre, todo lo demás
estaba olvidado.... Y usted lo llevó a su casa, lo albergó, se
preocupó de rehabilitarlo, lo convirtió en el abuelo de sus
propios hijos. Cuando falleció, después de vivir 10 años en
su hogar, usted lloró como si fuera su padre, le dio sepultura
con todos los honores que se merece un ser querido... Cuando
alguien lo alabó por su generosidad para con este anciano sin
familia, usted respondió con tanta sinceridad: «¡Qué gracia!...
si yo ya tenía todos mis hijos grandes, todos criados, los siete,
y algunos ya casados; hueco no faltaba en la casa».

Y a usted, Jimenita, siempre haciendo Catecismo y visitando


enfermos. Recuerdo que usted estaba tan delgada y chiqui-
ta que los muchachos le decían «la que el viento se llevó»...
A usted toda la gente la quiere. Es como una hormiga ha-
cendosa. Siempre anda con paso apresurado, y dicen que se
parece a Dios porque está en todas partes y, como es tan

129
LAS MANOS HERIDAS

menuda, es casi invisible... «Jimenita, ¿puede conseguirle un


remedio a la abuelita?» ... Allá va usted, Jimenita. «No tene-
mos a nadie que nos acompañe al hospital para conseguirle
cama a fulana»... «¡Jimenita!, ¿se puede encargar de preparar
a unas señoras al bautismo? ¿Puede ir a ver cómo está ese
caballero a quien atropellaron el otro día?»... Y Jimenita va y
anima a la gente. No hay velorio en el barrio que no cuente
con Jimenita rezando el Rosario o presidiendo un responso...
Jimenita, yo conozco su extrema pobreza. Usted cada cierto
tiempo me trae unos huevos de regalo. Usted tiene dos galli-
nas ponedoras que parece que se turnan para darle uno cada
día. Me dio vergüenza recibírselos. Yo sé que usted está dan-
do, no de lo superfluo, sino de lo que necesita para subsistir.
Yo sé también que su gozo es darse y que ese gozo le nace de
la Palabra del Señor leída y meditada en la Biblia que yo tuve
el honor de regalarle.

Y a usted doctor Gálvez, tan humano y tan bondadoso... Usted


no se imagina cuánto bien hace a las personas que acuden al
Consultorio. Cada uno de los enfermos se siente tratado como
persona importante y conocida. Usted ha recibido el don de la
buena memoria y suele preguntar por los hijos y los parientes,
y recuerda por su nombre la enfermedad que tuvo el enfermo.
Usted sabe levantar el ánimo de los afligidos con su sonrisa y
sus chistes. A veces las viejitas le dicen: «no tengo con qué pa-
garle, doctor...»; y usted les responde: «rece un Ave María por
mí»... Yo no sé si usted es creyente o no, pero estoy seguro que
su paciencia y su bondad, tan desinteresadas, nacen de la espe-
ranza y del amor que Dios mismo hace nacer en usted.

Quiero darle las gracias a usted señora Margarita, con sus


ochenta años a cuesta. Hace poco, con los fríos de Julio,
falleció su esposo, después de una larga enfermedad que la

130
El cansancio y la esperanza de los pobres

tuvo a usted a su lado constantemente. Se notaba claramente


cuánto se han querido ustedes durante toda la vida. ¡Qué
valiente y tranquilo murió y con qué paz lo acompañó
usted!... Hasta el último le dijo con humor y fe: «Recuerda,
vieja... recuerda que resucitaré en el gran día, ¡pórtate bien,
para volver a vernos!»

Y cuánto le agradezco a usted, Clementina, el testimonio


que me dio hace pocos días cuando nos tocó ser vecinos de
asiento en el tren, de viaje a Chillán. Yo había proyectado
dedicar el tiempo a la lectura, pero de hecho, como buenos
chilenos, ya a la altura de Rancagua, usted sabía que yo era
sacerdote y yo sabía que usted era profesora de Castellano en
un Liceo y definitivamente soltera. Hablando de problemas
de jóvenes, usted me contó la emocionante historia de un
joven, ahora estudiante de Tercer año de Medicina... Era un
excelente alumno de su clase. Usted, por no colocarle un
siete en una prueba, reparó en una mancha en el papel de
su prueba y le colocó un 6,5... El joven con mucha seriedad
esperó a que se retiraran sus compañeros y le preguntó el
motivo por el cual le había rebajado la nota... Usted le dijo,
«pero mira la mancha: afecta la buena presentación». Con
mucha timidez, el muchacho le explicó que se debía a que él
tenía que escribir a la luz de una vela, pues le habían cortado
la electricidad en su casa. Y a propósito de esta confidencia,
usted pudo conocer la realidad de la vida de ese joven. Su
madre había fallecido; su padre se había marchado con su
antigua amante y lo había dejado en casa, solo con sus dos
hermanos menores y un saco de papas para alimentarse. El
único consejo del padre fue: «Tú tienes que hacerte cargo
de tu hermano y de tu hermana... deja tus estudios y ponte
a trabajar. Chao»... Y usted, Clementina, desde ese día se
sintió responsable de esa perla fina: conversó con ocho

131
LAS MANOS HERIDAS

de sus colegas y con ellos ha sacado adelante a ese joven


admirable, el mejor alumno de su curso, que tiene que hacer
milagros para tener sus libros, sus delantales blancos, que se
ayuda comiendo poco y haciendo de pasante para con sus
compañeros atrasados en alguna materia, y que cuenta con
su casa los fines de semana. Usted me contaba que durante
las vacaciones, este joven se viene a Santiago al Hogar de
Cristo para servir a los ancianos del Refugio. Gracias, por la
Esperanza y el aliento que usted me comunicó.

Usted, don Orlando, es de los que forman parte del Comité


para conseguir Agua Potable o de la Comisión para ir al
Ministerio de Educación a conseguir el establecimiento
de una escuela o la pavimentación de la calle. Usted ya es
conocido en las Municipalidades como voluntario en todas
las campañas. Usted sale a recorrer las casas para conseguir
firmas o para dotar a los Bomberos de algún adelanto, o
socorrer a una familia de siniestrados. Usted no falta
nunca a las reuniones de pobladores. Ahora, ya de viejo,
me lo encuentro elevando una solicitud para conseguir una
audiencia con la señora Leonor, con el objeto de tener un
local para la Coordinadora de Centros de la Tercera Edad.
Usted es de los que creen con toda el alma en los procesos
de Educación Popular, en la realización de actividades
recreativas y culturales para jóvenes y niños. Usted es uno
de tantos admirables autodidactas que han empujado hacia
arriba sus propias vidas para ponerla al servicio de los demás.
La Esperanza viva le hace a usted sentirse llamado a aportar
en la construcción de una sociedad fraterna y justa. Usted es
uno de aquellos que creen en el Evangelio, que nos señala que
no se puede amar de veras al hermano sin comprometerse
a nivel personal y en el servicio y promoción de los grupos
humanos entre los más desposeídos y humillados. Gracias

132
El cansancio y la esperanza de los pobres

por su gran ejemplo de Fe, sin personas como usted, el


mundo no conocería el Evangelio de Jesucristo.

Gracias también a ti, pelado Julio, que a los 14 años te


convertiste de marihuanero de la esquina, en apóstol de
Jesucristo; a tu manera, con tu chispa para bailar el rap a la
perfección, con una alegría contagiante. ¡Cuántos muchachos
y muchachas has contagiado a tu nueva vida! Ahora te veo con
ellos cantando en el coro de animación de la Misa, cuando
no estás castigado por el Jefe de Coro por tu insoportable
indisciplina, a causa de tu necesidad de moverte y reír.

Y, finalmente, gracias a usted señora Ema. Habría que


levantarle una estatua con mucha mayor razón que a aquellos
cuyas esculturas sólo muestran caballos encabritados y sables
victoriosos. Usted soportó a don Nano, alcohólico de toda la
vida; y no dejó nunca de amarlo... «pero él es bueno», decía
usted... «pero ese hombre nunca me ha faltado al respeto...
nunca ha tomado lo que no es suyo... ya va a ver cómo lo voy
a convencer un día para que se haga tratamiento... ya van a
ver no más»... Mientras tanto a usted le alcanzaba tiempo
para todo: reparar calzado, tejer, ir al Centro de Madres
para descansar un poco de la casa, sacar adelante a sus cinco
chiquillos... Su borrachito se quedaba hablando durante toda
la noche mientras usted con las dos hijas menores trataban de
dormir en la otra cama. Los niños hombres, con su esfuerzo,
lograron estudiar hasta Cuarto Medio... Ahora, al final de
la vida su Esperanza se ha visto cumplida como en esas
películas que siempre tienen un final feliz, un «happy end»:
el mayor está casado y le ha dado tres nietos, el segundo
estudia Pedagogía, el tercero trabaja como junior en una
oficina de contabilidad; la Carmen, se va a casar este año
y la Loreto está en segundo del Liceo. Don Nano, por fin,

133
LAS MANOS HERIDAS

está ayudándole a Dios a hacer un milagro: va al Policlínico


Mons. Alvear; y está haciendo empeño por perseverar en el
tratamiento... «Soy tan feliz ahora, me dijo usted al salir de
la Misa Dominical, le he venido a dar gracias a Dios que ha
sido tan bueno con mi familia».

Sería de nunca acabar seguir contando estos signos de la es-


peranza. Me imagino que cada uno de ustedes puede confir-
marlos con otros tantos. Ciertamente, los signos positivos
que hacen brillar la Esperanza de los Pobres son importantes
y significativos. Estamos acostumbrados a que los medios de
comunicación nos señalen con mayor frecuencia los signos
negativos, y destaquen ante nuestros ojos los hechos delic-
tuosos y las desgracias y miserias de la vida del pueblo. Pero
sería una mentira y una ilusa idealización ver sólo lo bueno.

Mons. Oviedo, en su carta pastoral «Los Pobres no pueden


Esperar», advierte que la modernización de la Economía ha
tenido importantes costos sociales. Uno de estos costos so-
ciales está en la herida a la esperanza. La ambigüedad del de-
sarrollo económico hace creer, por la propaganda, que todo
depende de una buena operación financiera, que la solución
está en una buena integración al sistema mundial, que todo
es cuestión de una mayor inversión, que lo más importante
del mundo es poseer más y llenarse de televisores y compu-
tadores y qué sé yo qué ultimo artefacto para meter bulla...
Esa visión unilateral afecta el sentido espiritual de la vida del
hombre y lo hace menos hombre.

La Esperanza de Dios en el corazón del hombre tiene que


remar contra la corriente. La fuerza ambiental del tránsi-
to indica: «Muévete hacia la competencia... Olvídate de tu
hermano... Conténtate con consumir... Ocúpate sólo de tu

134
El cansancio y la esperanza de los pobres

prosperidad»... Ese desarrollo unilateral y empobrecedor de


las mayorías del mundo no merece el nombre de desarrollo,
pues todo proceso de verdadera modernización, auténtica-
mente humana, tiene que nacer de una cultura que se crea
y se vuelve a crear de abajo hacia arriba, desde las familias
y comunidades humanas hasta las estructuras más comple-
jas de nuestra sociedad... La esperanza es el soporte moral
y espiritual que garantiza la humanidad de todo proyecto
económico-social.

Las raicillas que nutren el árbol están bajo tierra y son tan
humildes como don Juan, o la señora Margarita o la señora
Ema o don Orlando. Cuando las raíces se quejan de la cali-
dad de educación que están recibiendo los niños, o cuando
crean pequeños circuitos de sobrevivencia en que se da una
respuesta, aunque sea precaria, al derecho de participación
de todos, cuando al nivel profundo y húmedo del dolor hu-
mano, las raicillas están sensibles y se tornan solidarias, etcé-
tera... es todo el árbol que tiene que dar la respuesta. Hay que
cuidar las raíces, hay que defender la Esperanza.

Dios formó a su pueblo en la esperanza de la salvación, en


la espera de una alianza nueva y para siempre, en favor de
todos los hombres. Serán sobre todo los pobres y humildes
del Señor quienes lo creerán con mayor convicción.

135
LAS MANOS HERIDAS

SILABARIO 1. PAN.

La distancia entre Dios y nosotros


se mide por los kilómetros
y miles de kilómetros
de los que mueren de hambre.
La distancia entre Dios y nosotros
se mide en horas y días
y siglos de llanto
de un tercio del planeta.
La distancia entre Dios y nosotros
se mide en espacios de separación,
en abismos de diferencias
entre pueblos y pueblos.

El pan acorta la distancia


y la mano solidaria cruza el tiempo
y atraviesa el misterioso espacio.

Dios amasó su pan


en la mesa de los pueblos,
al rescoldo de nuestra ceniza;
en nuestros hornos de barro
encendió su fuego.
Una mujer le entregó su harina
y el Espíritu fue la levadura.
Desde entonces el trigo y el fuego
lloran, murmuran y rugen,
entre las multitudes hambrientas,
con la voz de Dios, el panadero.
Desde entonces, el canto primero de la esperanza
tiene fragancia de pan
en nuestras ruidosas ciudades
repletas de miseria.

136
El cansancio y la esperanza de los pobres

«Pan» es la palabra que retumba


de dolor
en los flancos de nuestra cordillera,
o en el saqueado Norte del Brasil
y en las oscuras galerías del oro,
del cobre, de la plata y del carbón,
y sube hasta Dios
en ofertorio, con la sangre de Romero.

El hambre de hoy es cuna de la palabra.


El niño nace entre puñales,
cortando, dividiendo, penetrando.
Viene desde los más humildes de la tierra
como chispa de fuego,
inquieta de pan.

El pan de ahora mueve y descoyunta,


sale de los templos a las calles.

Solidario y confidente
Dios se ha hecho pan para sus pobres;
no para sus ángeles
ni para los saciados del mundo financiero.
Pan de los pobres, piedra de tropiezo,
entonces, ahora y siempre;
pan del abandono,
pan de la bolsa cargada de dinero
a las espaldas de todos los Judas,
entonces, ahora y siempre.

Y dice Dios, el Panadero,


que no quiere cantos de labios,
sino piernas fraternas que atraviesen por sus puentes.

137
LAS MANOS HERIDAS

Y dice Dios, el Panadero,


que no quiere templos
si no estamos dispuestos a cantar el salmo
de sus pobres.
Y dice Dios que no quiere cena
sin el quemante pan de la pobreza.

Cuando pidas pan,


levanta la cabeza, niño;
pero, ¡levanta la cabeza!
El pan tiene buen sabor
cuando lo compartes.
El pan sin amor no alimenta.
El pan del egoísta se pone añejo.

138
CAPÍTULO 4

Preguntas desde la Fe
Preguntas desde la fe

EL RICO EPULÓN Y EL POBRE LÁZARO

Si los ricos del mundo siguen permitiendo que a las puertas de


sus casas miles y miles de pobres vivan en la miseria más com-
pleta, «se asarán para siempre en los infiernos». En todo su sim-
bolismo, son palabras de Jesús y no de un cura «marxista».

Dice Jesús: «Había una vez un hombre rico que vestía de púr-
pura y de lino y que se banqueteaba todos los días. Junto a
la puerta de su mansión había también un pobre, llamado
Lázaro, cubierto de llagas, que los perros venían a lamer. Es-
peraba el pobre poder comer de las sobras del rico» (Lucas
16, 19-21).

Permítanme ustedes hacer un comentario ingenuo de esta


parábola del Señor. Los dos personajes existen también hoy
día. Tal vez no visten los ricos púrpura y lino; tal vez no se
banquetean todos los días. No visten de púrpura porque ya
pasó la moda de la púrpura y en vez de lino es más práctico el
nylon. No se banquetean todos los días, porque no les alcan-
za el tiempo. Están tan ocupados en sus operaciones comer-
ciales que suelen enfermarse de úlceras y se ven obligados a
seguir régimen alimenticio especial. No está en eso la riqueza
de los ricos: está en el poder que ejercen, está en la opulencia
de sus vidas, está en la seguridad que tejen a su alrededor, está
en la acumulación de bienes de la tierra, está en la posesión
desenfrenada.

El rico Epulón tiene de todo en abundancia; gasta en sus


caprichos lo equivalente al sueldo de 15 ó 20 trabajadores. El
rico Epulón es también el país rico, bien desarrollado, que
malgasta en un cohete lunar o en un súper avión el equivalente
al presupuesto total de un pobre país del Tercer Mundo.

141
LAS MANOS HERIDAS

A las puertas de los ricos, al lado de afuera, están los pobres,


condenados a vivir de las sobras de los ricos. No faltan ni las
llagas ni los perros. Epulón cree que basta cerrar la puerta y
entreabrirla de vez en cuando para alargar las sobras a Láza-
ro. Es cuestión de sacar el brazo sin asomar la cabeza. Epu-
lón no quiere enfrentar la mirada del pobre, y Lázaro tiene
vergüenza de pedir. Así es más fácil, las cosas siguen igual...

A las puertas de la ciudad anidan los pobres. La puerta está


cerrada. Están tan cerca y tan lejos de los ricos. ¿Se han acos-
tumbrado a esperar las sobras...?

Continúa Jesús: «Murió el pobre y los ángeles lo llevaron al


seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado.
Estando en los infiernos donde sufría mucho, levantó el rico
los ojos y vio a Abraham, y junto a él a Lázaro. Entonces ex-
clamó: Padre Abraham, ten piedad de mí que me aso en estas
llamas. Envía a Lázaro para que mojando la punta del dedo
refresque con ella mi lengua. Respondió Abraham: Hijo,
acuérdate de que en vida tú recibiste bienes, en cambio Lá-
zaro recibió males, ahora él es consolado y tú atormentado.
Por lo demás, un abismo se ha abierto entre tú y nosotros, de
manera que no se puede pasar de donde ustedes hasta noso-
tros, ni de acá para allá» (Lucas 16, 22-26).

A la hora de la verdad, se muestra el juicio de Dios. La vida


del rico inmisericorde ha dejado afuera a Dios, al otro lado
de su puerta, junto con Lázaro. Epulón se ha apartado de
Dios; ahora queda él marginado de la gran hermandad. Epu-
lón se ha separado del pobre; ahora no puede ya cruzar el
abismo que él mismo ha abierto entre su definitivo egoísmo
y el Amor con mayúscula. «No se puede pasar de donde us-
tedes hasta nosotros...»

142
Preguntas desde la fe

En los días de su ceguera, el rico decía en su corazón: «No se


puede pasar desde donde ustedes los pobres hasta nosotros.
¿No ven que no alcanza para todos?... Lo siento mucho, pero
así son las reglas de la economía...»

En los días de su humillación, lloraba el pobre gritando: «Ten


piedad de mí que quiero trabajar, ten piedad de mí y págame
un justo salario, moja siquiera la punta de tu dedo para re-
frescar con ella mi lengua»; ahora es el rico que grita: «Padre
Abraham... que me aso en estas llamas, envía a Lázaro para
que mojando la punta de su dedo refresque con ella mi len-
gua...» Respondió Abraham: «Hijo, acuérdate de que en vida
recibiste bienes, en cambio Lázaro recibió males».

Pero, ¿qué había hecho de malo el rico? ¿Qué culpa tenía de


haber nacido rico? Si no hubiera habido pobres cerca de él,
no habría tenido culpa en disfrutar de sus bienes solo con
sus parientes y amigos; pero a la puerta de su casa estaba
Lázaro, pariente y amigo de Dios; y no hubo lugar para éste
en la mesa. Se olvidó Epulón que el dueño de la mesa y de los
manjares es el Señor, el que hace brillar el sol para todos, el
que ha dispuesto la cena para todos sus amigos y parientes,
para todo el género humano. Cuando Epulón se apropia de
la cena común, le roba a Lázaro su derecho de cuchara y te-
nedor, se convierte en un ladrón con púrpura y todo...

Lázaro pedía las sobras; tenía derecho a un sitial. Es la dife-


rencia que existe entre limosna y justicia. «Dijo entonces el
rico: te ruego, Padre, que lo envíes a mi casa, donde mis cin-
co hermanos, para que les reprenda severamente, no sea que
también ellos vengan a este lugar de tormento. Respondió
Abraham: Tienen a Moisés y a los Profetas; que los oigan.
Pero el rico insistió: Padre Abraham, si algún muerto fuere

143
LAS MANOS HERIDAS

donde ellos, harán penitencia. Abraham contestó: Si no oyen


a Moisés ni a los Profetas, tampoco creerán a un muerto»
(Lucas 16, 27-31).

«Tienen a Moisés y a los Profetas; que los oigan». Hay mane-


ras de tener a Moisés y los Profetas, que no dejan oír su voz.
El rico inmisericorde se entretiene en discurrir qué entiende
Moisés por «pobre» y se pregunta si el concepto de «pobre»
es tan amplio y espiritual que sirve de adjetivo tanto para
Epulón como para Lázaro. Los cinco hermanos de Epulón
son capaces de organizar un grupo de reflexión para estu-
diar la pobreza en los Profetas. Discutirán si la pobreza es
condición sociológica o anímica, si todo hombre es pobre,
si puede haber ricos pobres y pobres ricos, y cuando ya la
asamblea se sienta satisfecha de haber logrado cierta clari-
dad, la reunión termina por falta de tiempo. Se quedan sin
oír a los Profetas.

«Si no oyen a Moisés ni a los Profetas, tampoco creerán a


un muerto». Preferirán sus teorías, seguirán estimando que
son más importantes las armas que los porotos, continuarán
aceptando tranquilamente, como si tal cosa, que haya unos
países de primera y otros de tercera, mundo desarrollado
y Tercer Mundo, ricos y pobres. Están equivocados. Están
cavando un abismo. Por eso Cristo ha venido a invitarlos,
porque son pecadores, para que se conviertan. En realidad,
«no saben lo que hacen».

144
Preguntas desde la fe

TÚ, QUE ABUSASTE DEL PAN


(Canto de ofertorio)

Tú, que abusaste del pan,


ven, que te queme las manos.
Por ti hay niños que lloran
y mujeres que se venden;
por ti, torturas y bombas
y sangre de tus hermanos.

Van este pan y este vino


nuestro pecado cargando;
y en esta mesa de Cristo
el amor hace reparto:
la materia del delito
compartida, va sanando.

Tú, si quieres comulgar


el santo Cuerpo de Cristo,
parte primero tu Pan,
pide perdón a tu hermano,
y así reconciliado
dale el abrazo de paz.

El amor-eucaristía
pasa por esta materia
De nada vale la misa
si dejas en la miseria
al mismo Cuerpo de Cristo
malherido en tu vereda.

145
LAS MANOS HERIDAS

VÍA CRUCIS DEL POBRE

Primera Estación
(Jesús es condenado a muerte)

Estaba el Pobre frente a todos los Pilatos.


Pilato preguntó: ¿Qué es la pobreza?
El Pobre no supo definirla.
Tenía manos de pobre, silencio de pobre y una mirada que
le venía desde siglos, inocente, dolorida de hambre.
Pilato se lavó las manos.
El agua del lavamanos de Pilato se convertía en oro (en oro
amenazado, decían...).
«¡Es preciso salvar nuestro oro!», gritaban los cortesanos...
«Si no condenas al Pobre, no eres amigo del César».
Pilato llamó a su ministro de finanzas. «Está bien, dijo el
ministro, crucifíquenlo para que no baje el dólar...
Y vosotros, ¡enriqueceos!».

Segunda Estación.
(Jesús es cargado con la cruz)

La cruz estaba preparada desde el día de su nacimiento.


Sin embargo, cuando el Pobre nació, su padre, que también
era pobre, dijo: «No nos faltará Dios para criar a este otro
niño».
Dios no faltó nunca, y nunca faltará; pero sí, el techo, el
pan y el abrigo.
La madre llevó la cruz al hospital muchas veces.
Iba envuelta en la única frazada.
Iba con la cruz en el vientre abultado, en la caja de leche
Purita que le daban una vez al mes...
Y la cruz estaba escrita en muchos papeles certificados para

146
Preguntas desde la fe

acompañar las largas esperas de los pobres cuando van a


nacer a la vida...
El niño nació y su cruz se juntaba con tantas otras cruces
en el callejón, que parecían un cementerio de niños.
Entonces el niño tuvo que crecer, como pudo, hasta tener
la fuerza de levantar la cruz y cargarla sobre sus hombros.

Tercera Estación.
(Jesús cae por primera vez)

El Pobre cayó al peso de la cruz.


Lo empujaban a caer. Él no quería caer.
Lo obligaban a cargar la cruz, él pensaba que no tenía por
qué llevarla.
Entonces dijeron que era subversivo y sedicioso. Gritaban:
«¡A los pobres les corresponde ser pobres! ... Así es el
orden.
Rebajémosles el sueldo. Establezcamos un sueldo vital que
no les permita vivir, entonces tendrán que levantar la cruz
aunque no les guste y tendrán que llevarla cuesta arriba. ...
¡Así es la ley de la oferta y la demanda!»
Dios no quería que el Pobre fuese pobre.
No estaba aquello en el plan del Dios de la vida.
Pero el Pobre tomó su cruz para tener derecho a caminar,
aunque fuese a medio crucificar.

Cuarta Estación.
(La Madre se encuentra con su Hijo)

El quebranto de la madre es grande como el mar.


Ella guardaba en su corazón todas las ilusiones: cómo el
hijo llegaría a ser más que ellos...
«Cuando Dios tarda es que viene en seguida, hijo. Fallará la

147
LAS MANOS HERIDAS

justicia de los hombres, pero no la justicia de Dios».


La madre del pobre cree en la fuerza de la verdad; sabe que
algún día esas cruces han de ser antorchas.
Mientras tanto, el Pobre caminaba por las calles con otros
muchos innumerables pobres como él.
Dios los miraba en silencio, ellos lo miraban en silencio... Y
a las dos orillas del Vía Crucis iba naciendo del silencio un
rumor hasta convertirse en grito.
El rumor y el grito de tantas cruces llegarán a ser
tempestad. El grito sufriente de los pueblos romperá el
muro de la bóveda de los poderosos.
Entre tanto el Pobre caminaba, a los ojos de su madre;
caminaba con su cruz de muchos siglos.

Quinta Estación.
(El Cireneo ayuda a llevar la cruz)

Al Cireneo le cuesta mirar y creer que existe miseria y que


la miseria es terrible.
Al Cireneo no le falta corazón, le falta audacia para abrir
sus ojos. Ahora los ha abierto.
Primero se quita la túnica, tiene vergüenza de no haber
visto a su hermano; después, aprende a reconocer que sus
hombros son parecidos a los del hombre caído.
El Cireneo se inclinó (no estaba acostumbrado a hacerlo) y
tomó la parte del madero que le correspondía.
Desde entonces, el pan y el bolsillo se le han tornado
participantes, solidarios, compartidos, hermanados.
El Cireneo fue a buscar a su primo Zaqueo para aprender
de él a devolver lo robado y a compartir lo propio.

148
Preguntas desde la fe

Sexta Estación.
(Las Santas Mujeres le limpian su rostro)

La Señora Verónica recorrió todas las cárceles y comisarías,


buscando a su hijo. Le contestaban que había desaparecido.
La Señora Verónica, con otras mujeres, fue a pedir al
gobernador Poncio Pilato que les dejase ver el rostro de sus
hijos o el de sus maridos.
Pero los cuerpos no estaban en el Palacio del Pretorio ni en
el Instituto Médico Legal.
No estaban en Investigaciones ni siquiera en la CNI.
Ellas siguieron buscando las cruces desde el Norte hasta el
Sur, recorriendo el desierto con la esperanza de encontrar
siquiera sus huesos.
La Señora Verónica decía: «No quiero que ninguna madre
sufra lo que yo he sufrido...»
Siempre, al llegar a casa con sus pies hinchados de tanta
vereda y de tanta micro, contemplaba con besos y lágrimas
el rostro torturado de su hijo, adivinado en la fotografía de
cuando hizo su Primera Comunión.

Séptima Estación.
(Segunda caída)

La segunda caída sucede en invierno, cuando los hijos del


cesante se caen de gripe y de desnutrición.
El dinero que se obtiene con la venta de tenedores inútiles
hay que gastarlo para comprar Penicilina y esas pildoritas
rosadas que antes daban en el Consultorio.
Dijo el Doctor que el niño tenía que seguir un régimen de
sobrealimentación para que no le venga tuberculosis...
«¿Y de dónde, digo yo?».
Él y ella andan con el ánimo por los barriales, sacudiendo

149
LAS MANOS HERIDAS

los chaparrones de la lluvia, para conseguir un medio litro


de Parafina.
A la salida del templo de Jerusalén los fariseos decían:
«No trabajan de puro flojos. ¡Crucifíquenlos!»

Octava Estación.
(Llorad por vuestros pecados)

Las señoras se sorprendieron cuando Él las llamó: «Hijas


de Jerusalén».
Ellas iban acarreando dolores y esperanzas, con la fuerza de
su desafío ante la adversidad.
De llorar, hay que hacerlo a escondidas, mejor enjugándose
las lágrimas con la punta del delantal... para que no vean los
niños.
Y hay que salir a buscar un trabajito «puertas afuera», o
alguna costura de ésas que mandan coser en casa a $110, o
a lo más doscientos por el desgaste de los ojos.
Ellas viven compadecidas de Jesucristo, compadeciendo
como Él, por este lento camino de la pobreza de todos los
días.
Pero las mujeres van juntas, y atraviesan serenas las filas de
soldados.

Novena Estación.
(Tercera caída)

Pareciera que el Señor quisiera triturarlo con el sufrimiento.


El hombre pobre está cercado por todos lados, sin tener
salida.
Para poder poseer una casa le han puesto cadenas de
treinta o veinte años plazo y convenios con la Compañía de
Electricidad para tener luz eléctrica y pagarla a plazos.

150
Preguntas desde la fe

Al pobre le amenazan con embargos y lanzamientos, si no


paga sus cuotas en unidades de fomento.
Es preciso que caiga por tercera vez.
Seguirá cayendo hasta la décima o vigésima generación.
Hasta que el menor de sus nietos pueda pagar la última
cuota de la CORVI con el sudor de su frente y el de la de
sus bisnietos, hasta que vean días mejores.

Décima Estación.
(Jesús es despojado de sus vestiduras)

Hay pobres empobrecidos que cambian de mortaja algunas


veces en la vida.
Hay pobres desnudos de todo derecho.
Se reparten sus ropas disimuladamente al amparo de las
leyes.
Desprovistos de toda justicia, están allí desnudos a la puerta
del Palacio de los Tribunales.
No hay ni siquiera un resquicio legal para cubrir sus
vergüenzas.
Los interrogó un agente de la CNI; pero no existe tortura
mientras no se pruebe ante la ley su existencia. El Pobre
estaba desnudo cuando, colgado de las muñecas, se
desmayó de dolor.
La confesión del torturado es prueba suficiente para
crucificarlo jurídicamente, dijo un Ministro de la Corte.
Desnudo sale ahora el Pobre, llevando una sentencia
condenatoria como taparrabos, sin recurso de amparo,
inapelable.
El hombre desnudado camina entre dos filas de jueces
hacia la cumbre del monte de la Calavera.
Los jueces mandaron poner un cartel en lo alto de todas las
cruces injustas: «La Justicia pasó por aquí».

151
LAS MANOS HERIDAS

Decimoprimera Estación.
(Jesús es clavado en la Cruz)

Es tan simple crucificar al Pobre.


Dile que no puedes pagarle más; que hay muchos otros que
ya se quisieran poder trabajar.
Dile que vuelva otro día.
Dile que la nación necesita del sacrificio de los pobres para
que la economía nacional de los ricos guarde su estabilidad.
Dile: «¡Qué se ha creído!... ¡no faltaba más!
¡Las cosas no pueden estar mejor!...
Dile que lo importante es la libertad de mercado; y que
después, cuando se replete el vaso de los ricos, se va a
derramar la abundancia sobre los pobres. ¡Dile que espere!»
Es tan simple como clavar un madero horizontal sobre otro
vertical. Pero Nuestro Señor Jesucristo está en cada uno
de sus pobres, clavado de manos y pies, entre el cielo y la
tierra...
Desde lo alto de todas las cruces se oye su voz: «Padre,
perdónalos; no saben lo que hacen».

Duodécima Estación.
(Jesús muere en la cruz)

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos.
Los verdaderos pobres sostienen el mundo con su amor.
A los ojos de los hombres sin fe, pareciera que están
vencidos; pero son ellos la victoria de la humanidad.
Sin este pobre clavado en su cruz, no seríamos capaces de
encontrarle sentido a Jesús de Nazaret crucificado.
El hombre no es nada de eso que brilla en el poder o en la
riqueza; ni es el triunfo de la eficiencia o del placer lo que

152
Preguntas desde la fe

hace humano el corazón; en la cruz queda lo esencial y un


grito desgarrador, porque el amor no es amado.
A la tarde de cada siglo, de cada año y de cada día, se
entristece la tierra con el lamento del Pobre: «¡Tengo sed!».
Es la llamada de Dios para que el hombre se haga hombre
haciéndose hermano.

Decimotercera Estación.
(Jesús es descendido de la cruz)

Todos podemos hacer algo; pero sólo los pobres han de


descender ellos mismos de las cruces de todos los tiempos.
Sólo ellos pueden impedir que les claven las manos y los
pies.
Sólo los pobres pueden hacer que no haya más soldados
que traspasen el costado del pueblo con sus lanzas.
Sólo ellos pueden hacer que el mundo tenga un solo
calvario con una sola cruz, que recuerde la victoria de
Jesucristo.
A ti, José de Arimatea, y a todos cuantos tienen corazón
de pobre, les pedimos que vayan con respeto activo a
desprender los clavos, zafar las ligaduras, a reconciliar la
justicia.

Decimocuarta Estación.
(Jesús es sepultado)

Pobres del mundo, vuestra vida está escondida en Dios.


Pilatos y los suyos os creen sepultados; pero estáis vivos.
¡Jesucristo ha resucitado!
¡Que florezcan los campos para los campesinos que los
trabajan!,
¡Y los mapuches canten en su lengua la recuperación de la

153
LAS MANOS HERIDAS

tierra de sus ancestros!


¡Y que cada pobre levante su cabeza y mire al Señor!... El
murió por todos, para que todos tengan vida.
¡Jesucristo ha resucitado!
¡Anda por el mundo juntando las manos de todos los
pobres! ¡A sacudir cadenas! Amén.

154
Preguntas desde la fe

INFORME DE ASISTENCIA SOCIAL

Nombre del niño: Jesús.


Nombre de la madre: María.
Nombre del esposo: José.
Condición socio-económica: Familia de artesano.
Situación transitoria: Marginal. De viaje, por censo. No hubo
lugar para ellos en la hostería.
Condición de salud: Madre joven, robusta. Parto normal. Niño
en buenas condiciones, alimentado con leche materna.
Condición de higiene: Deficiente. Escasez de agua. Hay que
traerla en vasijas desde un pozo no muy cercano. Madre cui-
dadosa de ropa y alimentación.
Situación de la vivienda: Es vivienda transitoria elegida por
la urgencia del parto. No se trata de una casa. Es sólo un
cobertizo de animales en un potrero. El niño duerme en
el pesebre; los esposos en mantas extendidas sobre el suelo.
Falta privacidad. Se comprueba que los pastores circundan-
tes entran y salen como si estuviesen en su casa. Carencia de
retrete higiénico.
Otros: Se advierte que el terreno donde está situada la vivien-
da encuestada no pertenece a los ocupantes.
No doy cuenta a la policía, debido a que el niño varón está
expuesto al exterminio ordenado por el Rey Herodes.
La familia parece honrada y honesta. Los esposos se llevan
bien. Cuidan con esmero al niño.
Nota de la asistente social: Me permito recomendar este caso a
la «ayuda solidaria» organizada por esa Ilustre Municipalidad
de Belén.
.......

Nombre del niño: Albino Muñoz.


Nombre de la madre: Rosalinda Muñoz.

155
LAS MANOS HERIDAS

Nombre del padre: NN.


Condición socio-económica: Inestable. Ella trabaja esporádica-
mente como reemplazante de doméstica. También lava ropa
ajena. Su conviviente actual está cesante.
Condición de salud: Muy precaria. Madre desnutrida.
Diagnóstico del Consultorio indica TBC y anemia crónica.
Muy debilitada por el parto. No pudo permanecer en el
hospital por falta de cama. Niño presenta síntomas de
desnutrición. Poca leche materna. Problema de libreta e
inscripción civil en trámite.
Condición de higiene: Deficiente; único WC para dos fami-
lias. Necesita pañales desechables. Vecinas hacen colecta
para comprarlos. Biberón en malas condiciones.
Situación de vivienda: Pieza, «mejora» Hogar de Cristo.
Viven de allegados. Problemas de promiscuidad. Dificultad
en pagar plazo de cuota de vivienda.
Nota: Solicitar leche en polvo.
Asistente Social desde la Municipalidad de Belén.

156
Preguntas desde la fe

URGENTE NAVIDAD

La situación de nuestros niños y adolescentes pobres no pue-


de esperar. Simplemente, es cuestión de vida o muerte. Es
demasiado grave que estén perdiendo la esperanza de vivir.
La drogadicción, el alcoholismo adolescente, la prostitución
de las niñas, la creciente delincuencia, no son la causa, sino
los síntomas de una enfermedad gravísima.

Nuestra sociedad de consumo, de liberalismo individualis-


ta, de exitosa «macroeconomía», está exterminando niños.
En Brasil se llega al asesinato directo, disparándoles balas,
después de perseguirlos por las calles como cazadores a su
presa. En todos nuestros países latinoamericanos, incluido
el nuestro, los estamos exterminando, matándolos de deses-
peranza. No exagero. Cualquiera que conoce un poco nues-
tras poblaciones urbanas sabe muy bien que gran cantidad
de niños experimenta desde muy temprano las carencias de
la miseria, el abandono afectivo, la desnutrición y los malos
tratos. Son niños proscritos y adolescentes no deseables, des-
cendientes de familias que por tercera o cuarta generación
han sobrevivido, a duras penas, con el sobrante marginal de
la vida urbana. Estos niños y estos adolescentes saben des-
de siempre que quedarán excluidos del derecho básico a un
trabajo digno, saben que no podrán educarse ni alimentarse
ni vestirse de la manera como en la televisión y en los demás
medios de comunicación se presenta a la «gente que vale»;
saben que su único poder es el de tornarse en amenazantes
y sospechosos, o el de destruirse a sí mismos, olvidándose
de toda previsión de futuro, disfrutando a como dé lugar el
momento presente, pasando la mayor parte de la vida en las
esquinas de la calle.

157
LAS MANOS HERIDAS

Algunos se imaginan que basta llamarlos a reconocer otros


valores. No se explican que estos niños, carentes de todas
las ventajas de lo que la sociedad llama «orden», puedan
rebelarse contra ese único «orden» que ellos establecen.
Se imaginan que estos niños y adolescentes de la calle son
un puñado de lobos feroces y que, por lo tanto, lo que se
necesita es una eficiente represión armada: más cárceles,
más carabineros, más vigilancia, más redadas humillantes
en los barrios pobres... «Así volveremos a la normalidad»,
dicen... Pero ¿cuál normalidad? ... Allí está el problema.
Si la «normalidad» consiste en que cada vez más unos
pocos ricos se hagan cada vez más ricos, sin que nadie los
moleste y todo siga igual, entonces, claro, esa normalidad
se consigue acrecentando la represión policial; pero si la
«normalidad» está, como creo, en lo que Santo Tomás de
Aquino definía como la paz, «tranquilidad en el orden», es
decir, en la justicia y en la caridad, entonces, la normalidad
es que todos nuestros niños y jóvenes tengan la oportunidad
de alimentarse suficientemente, de poseer un hogar en
condiciones humanas, cuyos padres puedan sentirse dignos
de estar capacitados para proporcionar lo necesario para la
salud, el alimento, la educación y el descanso de los suyos.
Esa «normalidad» es la prioridad número uno de la nación.
Procurarla es urgente.

Cuando miramos al Niño Jesús en el pesebre de Belén,


no podemos dejar de pensar en nuestros queridos niños
chilenos, que, en su gran mayoría, tendrán que enfrentarse
a este irrespirable ambiente de injusticia, de animalidad
sexual, de falta de esperanza, de violencia...

Se nos hiela el alma al pensar que los gastos militares en


los países pobres ascienden a la suma de 145 billones de

158
Preguntas desde la fe

dólares anuales (UNICEF). Son billones de dólares robados


de la boca de los niños, para garantizar un «orden» que es
desorden, pues la «normalidad» reservada a unos pocos
privilegiados es, por lo menos, «anormal».

Cuando es necesario acudir a una operación quirúrgica de


emergencia, la familia de corazón bien puesto no espera
que llegue el sueldo de fin de mes para proceder a salvar
de la muerte al ser querido. Hace cualquier sacrificio... «Ya
veremos cómo pagaremos mañana el hospital», aunque quede
endeudada hasta la coronilla... En esta Navidad, deberíamos
declarar que todo niño es «sujeto de primera necesidad»...
No podemos quedamos elucubrando hipotéticos chorreos a
10 ó 20 años plazo. Es ahora que todos juntos tenemos que
evitar que la miseria económica y moral siga ofendiendo la
vida de millones de adolescentes en nuestra pobre América
Latina. Navidad nos muestra oleadas de niños echados a la
calle. No hubo para ellos lugar en la posada de Belén...

Los niños deberían ser los primeros beneficiados por la


economía de una nación libre, los más privilegiados con los
éxitos políticos y financieros Y los últimos en experimentar
las consecuencias de los fracasos.

¡Feliz Navidad! ¡Urgente Navidad!

Cuando dejo de lado los papeles plateados de Navidad y me


olvido de los pinos y algodones y viejitos pascueros;
cuando miro al Niño recién nacido, en su cama desnuda de
niño pobre;
cuando miro la felicidad de María expresada en cosas tan
cotidianas y materiales: asear, amamantar, cambiar ropas,
acomodar al niño en el pesebre, mirarlo cuidadosamente

159
LAS MANOS HERIDAS

desde la cabeza hasta los pies, abrigarlo, hacerle chit, chit,


para que duerma, etcétera;
cuando pienso que la pobreza del pesebre no es nada com-
parada con la felicidad de acariciar al niño que respira dur-
miendo;
cuando pienso en la condición humana del Hijo de Dios,
que en esta noche es carne frágil y ojos que todavía no ven y
llanto vital de niño con olor a leche de mujer; entonces, digo
en mi corazón:

¡Creo en la vida!
Creo en la resurrección de la carne, de esta carne que soy yo
y eres tú; de esta carne compartida y participada por Jesús,
el hijo de María.
Anhelo que se sacie para siempre esta necesidad de vivir sin
límites.
Tengo hambre, Señor.
Creo en la resurrección de la carne, creo en la santa materia-
lidad de mi ser.
Te prometo no despreciar nunca más la materia, so pretexto
de magnificar el espíritu...
¡Con qué cara podría hacerlo, una vez que he mirado al Hijo
aquí en Belén!

Te doy gracias por la bendita sensibilidad que ya se despierta


en el Niño.
Te doy gracias esta noche por las cosas que pudorosamente
olvido en mis gratitudes: por la piel, por todos los sentidos,
por la hermosura de los cuerpos humanos, por la honrada
sexualidad que nos hace hombres y mujeres y marca todas
nuestras actitudes humanas, desde el nacimiento.
«Es un hombrecito», diría José.

160
Preguntas desde la fe

Señor, tengo hambre y sed de algo que no es sólo espíritu,


sino espesura de carne resucitada.
Aquí, frente al Niño de Belén, creo en la resurrección de la
carne; de la mía y de la de mis hermanos; creo en la digni-
dad de todos los cuerpos humanos, sin distinción de raza y
condición social; y creo que no hay bondad en el espíritu, si
no procuramos, todos juntos, el pan para saciar el hambre
de los cuerpos.
No nos ahorres, Señor, ni el sudor ni el polvo de nuestros
difíciles caminos. Ellos embellecen nuestros cuerpos con el
cansancio compartido para ganarnos el pan.

Danos capacidad para soñar caminos mejores que nos per-


mitan acarrear nuestro trigo con cantos de alegría y conver-
tirlo en pan generoso para todos.
Sí. Creo que este niño creció, trabajó, sufrió y amó hasta el
extremo de muerte en cruz; y creo firmemente que hoy vive
resucitado y es «el Señor». Creo en la resurrección de la carne
y en la totalidad de la vida.

161
LAS MANOS HERIDAS

JUNTO AL PESEBRE

Aquí, a mi lado, está el borrachito de rostro revenido. Se


ha acercado al pesebre persignándose humildemente. Lo vi
sonreír al descubrir una vaca de yeso y su ternero mamón.
Después se quedó serio, clavado desde su soledad, en la po-
breza del Niño, entre José y María.

Yo creo que fue en ese momento cuando el Economista nos


miró desde lo alto de su Supervelox 5006. «Hombrecitos,
nos dijo, dejen de tocar sus guitarras para un niño de yeso
en un pesebre de papel pintado». El borrachito levantó los
hombros sonriendo y volvió a clavarse en la cuna el Niño.

Es cuestión de cerrar los ojos para ver las galaxias y los pla-
netas superiores. Ahora mismo te las traigo todas y todos
para que le hagamos una fiesta al Niño... Hoy nos ha nacido
un salvador, Señor Economista. Nos ha nacido un pequeño
más, como dice usted: «una excrescencia más...» Y es tan
pobre como nosotros... El Señor de las galaxias y del uni-
verso entero ha escogido este insignificante planeta para ser
testigo de la Buena Nueva.

El borrachito asió la guitarra y le tocó al Niño un concierto


de Bach para siete violines y un ángel. Después cerramos los
ojos, adelantándonos a mañana y celebrando por anticipado
el gozo que nunca hemos tenido y que queremos para nues-
tro pueblo.

Como tenemos tan poco, casi nada, Señor, no nos cuesta


mucho fantasear el mundo de mañana. Pero defiéndenos de
los contadores de galaxias, de los actuarios de la luna y de
los terratenientes anónimos que dominan tan tristemente la

162
Preguntas desde la fe

faz de la tierra. Tú ves, Señor, que nos quieren quitar las gui-
tarras mientras nosotros queremos celebrar desde nuestros
pobres rincones alegres la fiesta de cada día.

Para ti, Niño, el sabor de este choclo cocido, esta sopaipilla...


La infinita grandeza y el número indescifrable de las galaxias
me hacen reír de gozo; porque Tú has escogido este pequeño
planeta. Y saboreemos este mate cebado y estas canciones
antiguas.

Entonces el borrachito y yo estábamos bastante más borra-


chos.

163
LAS MANOS HERIDAS

SE FUERON LOS REYES MAGOS,


LLEGARON LOS ECONOMISTAS

Los «pobres», encuestados y más pobres, como siempre,


siguen en las afueras de los belenes de todo el mundo.

Ahora, ustedes, nosotros, andamos buscando tierras de


colores para jugar al Nacimiento, mirando la televisión.

¿Acaso no jugamos también por las carreteras de alta


velocidad en automóviles de verdad, mientras las estrellas
falsas chorrean seguridad para unos pocos?

Antes, era la espera de los juguetes, ahora, cerca de Belén, las


mujeres y los niños temen la llegada de una bomba. Árabes
y judíos se reúnen a pelear.

Se ha ido la alegría de los camellos de arcilla. Los pastores y


las ingenuas ovejas de yeso se han ido. Ahora hay niño Jesús
de plástico y nacimientos prefabricados, «made in Japan»,
pero por las orillas del Golfo Pérsico agonizan de petróleo
las aves marinas. Se han venido a celebrar su último vuelo
mortal, entre las llamas millonarias de los pozos de dólar
negro. ¿Navidad...?

En la horrible soledad de los tanques y tanquetas militares,


la guerra bailotea su fiesta insensata. No hay cantos ni
villancicos, sólo se escucha el clamor de los corredores de
la Bolsa de Wall Street o de Londres o de El Cairo... La voz
de los que mueren sin saber por qué o para qué no alcanza a
perturbar la santa economía del mercado.

164
Preguntas desde la fe

A pesar de todo, es Navidad. Es el tiempo azul del Niño en


el pesebre. A pesar de todo, es el momento del pasado y del
presente en que yo y cada uno de ustedes somos más niños,
más nacidos de verdad.

Debajo de este techo de paja, nace de nuevo la esperanza. ¡A


pesar de todo! Miro la carne del Hijo del hombre y me digo
con fuerza: ¡No, el mundo no ha nacido para morirse de sida
o morirse de miseria injusta! ¡No, las madres no dan a luz a
hijos para que se los maten en cualquier rincón de violencia!
¡No, la tierra no ha sido creada para convertirse en lugar de
tortura y muerte de los inocentes!

Desde el pesebre surge una fuente que limpia y hace nacer de


nuevo. El amor vino a levantar su vivienda entre los pobres,
¡a pesar de todo! ... Y la ciudad nueva no está aprisionada.
Dios tiene proyectos tan cálidos como el cuerpo del Niño
que mama, llora y ríe.

Sí, volverán a danzar pastores, volverán a amarse los jóvenes


a la luz pura del Niño, los ángeles del pesebre habrán de
luchar para que el pesebre siga siendo pobre y de los pobres,
al alcance del amor de los niños.

Es preciso invitar a los estadistas, arquitectos, cientistas,


filósofos, moralistas, a que vengan a orar un rato de rodillas
frente a cualquier Nacimiento de cartón.

165
LAS MANOS HERIDAS

MADRE DE LOS CANSADOS

Madre de los cansados,


reina de los pañales,
las escobas y los panes
y el trajín de la cocina.
Todos los pobres la miran,
señora de la pobreza,
hoy le golpeamos la puerta
para pedir por favor
que la tenga siempre abierta
porque es mucha la aflicción.

Señora de San José,


tejedora de chalecos
para ayudar a su sueldo,
madre de los brazos firmes,
tan animosa y humilde,
consejera de humillados,
tiene los pies cansados
de tanto buscar carbón.
Va nuestro pueblo a su lado
aprendiendo su lección.

Mujer llena de fe,


compañera de la ruta.
Madrina de la ternura
que muestra Dios a sus hijos.
Educadora de Cristo,
socia de nuestras penas,
amiga dulce y discreta;
ya no se puede vivir
con el sueldo recortado:
ayúdeme a discurrir.

166
Preguntas desde la fe

Y usted, Virgen María,


fue la mamá del Señor.
Yo sé que lo acompañó
hasta el destierro de Egipto,
no lo dejó en el camino,
lo siguió por todas partes.
Discípula y escuchante,
lo acompañó hasta la muerte
con esperanza gigante
madre de toda la gente.

167
LAS MANOS HERIDAS

LA VISITACION

Si mis ojos no me engañan,


benhaiga, querida prima,
benhaiga como se anima
a montar mula con maña
y atravesar la montaña
a visitar esta vieja.
Mientras hilo la madeja
mi corazón me aconseja.

Arrímese acá que le cuente


hablándole de confianza
con toda verdad
muchas penas y esperanzas
que trae ocultas la gente.
le digo primeramente
esta injusticia sufrida,
la pobreza noche y día
desde el mismo nacimiento,
sin alcanzar el sustento
que el trabajo merecía.

Benhaiga, Señora mía,


Benhaiga con su mercé,
l’estoy calentando agüita
pa’ que se tome su té.
Bendita por su gran fe
en el Señor Santo y Bueno.
Me baila el hijo en el seno
al entrar Usté en mi casa
¿de dónde a mí tanta gracia
con tal visita del cielo?

168
Preguntas desde la fe

Si mis ojos no me engañan,


benhaiga como se anima
montando mula con maña
pa’ venir a ver su prima
atravesando montañas.
Anímese acá que le cuente
pegadita a este brasero
lo que sufre el pueblo entero
y lo que cuenta la gente
desta pobreza inclemente.

169
LAS MANOS HERIDAS

24 PREGUNTAS CUARESMALES

1. ¿Por qué el grito de los pobres es el rumor fundamental


de nuestro planeta, el sonido sideral del único astro
suficiente?

2. ¿Por qué el monto del capital de los ricos del mundo es


equivalente al ahorro acumulado de 5 siglos de ayuno de
las mayorías?

3. ¿Cómo sobreviven los pobres?

4. ¿Por qué permanecen como rocas, combatidos por la


marea del dinero?

5. ¿Por qué se repliegan; por qué se esconden?

6. ¿Por qué van zarandeados, como algas cada día, por las
veredas, en busca de trabajo?

7. ¿Por qué, sin embargo, están allí los pobres tan


sólidos y firmes, navegando todos los libros de
economía, escapando de los reductos florecidos en las
universidades?

8. ¿Por qué no hemos inventado el pan de los que no tienen


nada?

9. ¿Por qué en Navidad, los basureros municipales recogen


miles de botellas vacías del mejor whisky importado,
mientras los perros de los pobres aprenden a tocar el
arpa en sus propias costillas?

170
Preguntas desde la fe

10. ¿Por qué las enfermedades de los pobres no tienen


nombre?

11. ¿Por qué los trabajadores tienen que levantarse temprano


y acostarse tarde?

12. ¿Por qué hay árboles asténicos en las plazas pobres?

13. ¿Por qué los ancianos del asilo huelen a jabón de lavar?
¿Por qué a ellos siempre les quedan grandes las camisas,
demasiado holgados o cortos los pantalones?

14. ¿Por qué los obispos visten de morado, los carabineros


de verde, las enfermeras de blanco y los viejos del asilo
de gris invierno?

15. ¿Por qué desde hace 5 siglos se han quedado mudos


los indios, sentados en la única piedra de siempre de su
cordillera andina?

16. ¿Por qué esta democracia sin pueblo se parece a una


concha en la arena seca?

17. ¿Por qué los pobres sufren interrogatorio, mientras a los


ricos se les honra consultándoseles a domicilio?

18. ¿Por qué las muñecas de las niñas pobres sufren de


calvicie prematura y llevan amputados un brazo y una
pierna?

19. ¿Por qué los pobres tienen tanta paciencia, y se quedan


esperando el fin del mundo en cualquier esquina de la
ciudad?

171
LAS MANOS HERIDAS

20. ¿Por qué tienen tanto miedo, tanto hambre y tanto frío?

21. ¿Cuántas horas sin reloj sabe esperar el pobre sin


esperanza?

22. ¿Cómo han podido los ricos llevarse el viento a sus


molinos, el agua a sus piscinas, el trigo a sus bodegas,
las flores a sus jardines, el pan a sus mesas y la palabra a
sus medios de comunicación?

23. ¿Cómo han podido ensuciar la tierra y el cielo, el mar,


los ríos y el aire?

24. ¿Y cuántos niños, soñando, han perseguido el hambre


durante esta noche cuaresmal?

El canto de un grillo me despierta a tu presencia, Señor.

Cuando yo entre al desierto, sabré contestar estas preguntas


durante 40 días y 40 noches.

Buscaré tres respuestas debajo de los duros peñascos de mi


alma, mientras el sol de tus pobres me queme la lengua...

172
CAPÍTULO 5

Ser cristianos, simplemente


Ser cristianos, simplemente

VENDRÍA BIEN

Vendría bien, después de tantos discursos,


vendría bien para la Iglesia y el pueblo,
que fuésemos embajadores de Dios.

Y vendría bien para la gloria del Señor


que reinventásemos la paz
y mostrásemos el Cuerpo de Cristo
con todos sus miembros bien trabados,
tirando de la misma cuerda de la justicia,
aunque diferentes, en diversa lengua,
con distinto temple y original cultura,
disímiles de gustos, ideas y programas;
pero tirando la misma cuerda,
avanzando, todos, al paso o a la carrera,
por el único camino.

Y vendría bien que tomáramos conciencia


del honroso encargo de servir,
en auténtica caridad, sin fingimiento.
Vendría bien para la Iglesia y el pueblo
estar lejos de la espada
y lejos de la puerta de la Banca;
y acompañar a los perseguidos en el nombre del Señor.

Vendría bien una y otra vez


redescubrir los senderos del pobre,
los avergonzados caminos de la miseria,
y encontrarnos, de repente, cara a cara, con Jesús de
Nazaret,
y, llenos de coraje, tomarle sus manos llagadas,
sus manos de pobre manchadas con sangre de hoy;

175
LAS MANOS HERIDAS

y mirar en sus ojos los ojos de los niños del Líbano,


y los ojos internacionales de los niños con hambre,
y los ojos de los niños de mi pueblo y ciudad.

Y vendría bien descender de nuestras cabalgaduras


a vendarle las heridas del costado,
las heridas del lado del corazón,
las heridas de los que claman sin respuesta,
de los que lloran sin consuelo,
de los que gritan enmurallados en nuestros modernos
castillos de silencio.

Vendría bien para la Iglesia y el pueblo


la Buena Noticia traducida a todos los llantos,
a toda sed, a toda hambre, a toda soledad,
a toda desesperanza.
Y vendría bien -te lo digo humildemente-
que tú y yo simplemente
nos pusiéramos a ser cristianos
con la gracia de Dios.

176
Ser cristianos, simplemente

GRAMÁTICA CRISTIANA

Títulos para Cristianos de Siempre


Muertos, crucificados, azotados, perseguidos de ciudad en
ciudad.
Llevados a interrogatorios en Sinagogas.
Entregados a tribunales.
Apedreados.
Ovejas entre lobos.
Jornaleros que viven al día.
Acosados por el hambre y la miseria.
No se dejan aplastar por la angustia y las preocupaciones.
Son hijos de Dios.

Verbos Cristianos en Futuro


El hambre será saciada.
Habrá banquete.
Se podrá reír.
Tendrá su vivienda, con agua y luz.
Tendrá trabajo.
No estará sometido a la amenaza de la arbitrariedad.
Estará protegido de la prepotencia.
Se pondrán de pie, porque son hijos de Dios y hermanos.
Se incorporarán al Reino.
No habrá llanto.

Verbos Cristianos en Presente


Ya comienza el reino.
Superamos el abatimiento.
No tememos.
No estamos huérfanos.
Somos libres.

177
LAS MANOS HERIDAS

Somos hermanos, compartimos.


No servimos a la Riqueza.
No tememos a los señores del mundo.
Estamos haciendo una nueva historia humana universal.

Adjetivos
Tierra y cielos... nuevos.
La muerte... vencida.
La vida... verdadera.
Lo débil y necio del mundo... elegido por Dios.
Los sabios... confundidos.

La Iglesia
Universal, pero no indefinida.
Para todos, pero exigente.
Comprensiva, pero no diplomática.
Humilde, pero no tonta.
Para todos, pero no de todos.

178
Ser cristianos, simplemente

CREER

Creer que el siervo aplastado triunfa,


creer que mi pueblo humillado está
atravesado de Dios.

Creer que este cuerpo enfermo brilla y su


carne resplandece por el revés de la trama,
en la verdadera historia que vamos haciendo,
en la oscura presencia de Cristo.

Esperar detrás de la nube.


Esperar tensamente la mañana.
No esperar en el dólar.
Ni en la punta de la espada.
Esperar de la cruda verdad.
Esperar con la esperanza de los pobres.
Viven y se multiplican; y saben que el
Señor está de su parte a la vuelta de
la esquina, más acá y más allá de la muerte.
Esperar en los niños porque son el futuro
desde el ahora.

Poco sé de Dios; pero me importa.


Me importa más que mi vida.
Y Dios no es lo que imaginas.
Ni lo que dicen los libros.
Ni siquiera lo que dicen los libros de Teología.
Dios se asoma por debajo de las líneas escritas
y habla a los niños.

Ayer lo vi sacudiendo el saco sucio


de un recogedor de papeles

179
LAS MANOS HERIDAS

y jugando al fútbol con Manolo,


el hijo de la señora tísica de la esquina.
A Dios lo tienen suprimido por decreto
en las plazas donde deberían juntarse los
trabajadores. Pero Él está ayudando
a los muchachos que escriben libertades
en los muros de la municipalidad.

A Dios no le importan mucho los altares


ni le ofende mucho que le quemen templos
de madera; lo que le importa a Dios son las
mujeres y los hombres y los niños que
se juntan en el templo; y Dios estaba
humillado esa noche en que azotaron
a Pablo en el sótano de la CNI.
Y estaba llorando de frío y humillación
cuando desnudaron a Juan Carlos y
le pusieron electricidad.

Dios tiene unos templos de arquitectura


de carne y de sangre,
unos templos pobres que los queman cada día
los idólatras del dólar.
Los saquean por hambre y cesantía.
Dios tiene unos templos
tan delicados como un pequeño niño
que llora su pan que le han robado los
magnates de la Bolsa de Comercio.
Poco sé de Dios, pero lo reconozco
así de incógnito por las calles de
nuestros calvarios y le reconozco su
voz en las palabras y los gestos de
su Hijo.

180
Ser cristianos, simplemente

Quemaron una iglesia y tres y cuatro...


Nunca se sabe quién, cuando no se quiere saber.
A Dios no le importa mucho que destruyan
el templo de madera o de piedra; a Dios le
importa el dolor de los pobres que lo construyeron;
a Dios le importa el motivo de las llamas.

A Dios no le importan mucho los altares,


ni le ofende mucho que se desmoronen los ladrillos
y se pongan negros de humo los ángeles de yeso;
lo que le importa a Dios son los hombres,
las mujeres y los niños que se juntan
en el templo a escuchar la palabra,
a comentar la vida,
a encender la esperanza,
a decir la verdad.

Están quemando las naves de la catedral


del mundo que son los pobres.
Están destruyendo las nervaduras del pueblo,
echando al suelo las columnas de su dignidad.
El hambre de los hijos es un sacrilegio.
Dios tiene unos templos delicados como de cristal.
Se construyen en el corazón de la comunidad.
Sus muros son de justicia,
Sus ventanales dejan entrar la paz.

Cuando los pobres construyen con Dios


estos templos de fraternidad;
vienen de noche los que temen al pueblo participante
y queman el cascarón de madera, el signo de la
comunidad...

181
LAS MANOS HERIDAS

Poco sabemos de Dios, pero no importa:


nos importa más que la vida.
Algo conocemos de sus gustos;
algo sabemos de sus preferencias.

Están los pobres mirando los escombros,


Las vigas negras, el piso quemado, como en un velorio.
Los perros no se atreven, olfatean el silencio,
Se quedan en la parte de acá de las ruinas.
Por los corazones, por el silencio denso,
los hombres y las mujeres doloridas piensan
que ya no se puede más,
que hasta las iglesias las están quemando ,
que a los pobres no les dejan ni su lugar de oración,
¡ni sus tablas de esperanza!

Quemaron una iglesia


Quemaron tres y cuatro iglesias
Pero nunca se sabe quiénes son los incendiarios.
Nunca se sabe, cuando no se quiere saber.
A Dios no le importa mucho.

182
Ser cristianos, simplemente

CARTA A LA IGLESIA DE SANTIAGO

El Señor nos dice: no teman, yo soy el primero y el último,


el Viviente. Yo soy el centro y la cabeza de esta Iglesia que
se reúne en Sínodo. Yo mismo soy quien convoca y los con-
grega.

Y también nos puede decir:

Conozco tus obras, Iglesia de Santiago, tus trabajos y tu


constancia; sé que ayer y hoy te has mostrado solidaria de
tus hermanos sufrientes y que has defendido con valentía
los derechos humanos de creyentes y no creyentes. Sé que
has alzado tu voz para defender la vida de los inocentes. Por
obra de mi Espíritu Santo han florecido en ti mujeres y hom-
bres como Teresa de Los Andes y Alberto Hurtado. Ellos
son como las primicias escogidas para representar a tantos
y tantas que viven activamente la caridad en la vida diaria
de esta comunidad. Sé que has sufrido mucho por mi nom-
bre en la mayoría de tus hijos que son los pobres. Ellos no
han perdido la fe ni la esperanza. Sé que has multiplicado tu
fraternidad en comunidades de base en las que mi Espíritu
Santo ha hecho brotar una hermosa variedad de servicios y
ministerios. Sé que en ti ha ido creciendo la conciencia de
responsabilidad de los laicos no sólo al interior de la vida de
la comunidad, sino también en el servicio de mi Evangelio
en el mundo.

Pero debo reprocharte que, habiendo recibido tantos dones


y talentos, no hayas podido sanar las divisiones y distancias
entre los pocos que poseen mucho y los muchos que poseen
poco.

183
LAS MANOS HERIDAS

Debo reprocharte que hayas dejado enfriar tu preocupación


apostólica por encontrar los caminos que conduzcan hasta el
corazón de la juventud. Sé que te esfuerzas por comprender
su cultura; pero el desafío está pendiente. Debo reprocharte
que no hayas sabido dar a mis ovejas, los pastores en el nú-
mero y calidad que necesitan.

Sin embargo, levanta tu corazón, lleno de esperanza. Yo es-


taré contigo, con todos los que han de representar a los de-
más miembros de mi Cuerpo. Yo quiero que en la humildad
del compartir, en la generosidad de la búsqueda, se renueve
la unidad y se acreciente el amor misionero.

184
Ser cristianos, simplemente

RECONCILIACIÓN Y COMUNIÓN
EN LA IGLESIA

Uno de los grandes sufrimientos en la vida de la Iglesia ha


sido y es la aparición de divisiones.

San Pablo escribía: «He recibido informes, hermanos míos,


por gente de Cloe de que hay discordias entre ustedes. Me
refiero a eso de que cada uno por su lado anda diciendo: «yo
estoy con Pablo, yo con Apolo, yo con Pedro, yo con Cris-
to». ¿Está el Mesías dado en exclusiva? ¿Acaso crucificaron
a Pablo por ustedes? ¿O es que los bautizaron a ustedes para
vincularlos a Pablo?» (1 Corintios 1, 11-12).

Estas divisiones aparecían hasta en el momento de ir a ce-


lebrar la Eucaristía, haciendo desprecio de los pobres que
no tenían que comer, mientras otros llegaban borrachos de
tanto comer y beber. Pablo dice que éstos están ofendiendo
el Cuerpo de Cristo presente en los pobres; y que por eso
no pueden comer del pan eucarístico. «No puedo felicitarlos
de que sus reuniones causen más daño que bien. Porque,
en primer lugar, oigo decir que cuando ustedes se reúnen
en asamblea, forman bandos; y en parte lo creo, porque es
inevitable que llegue a haber partidos entre ustedes; así des-
tacarán también los hombres de calidad. En consecuencia,
cuando tienen una reunión, les resulta imposible a ustedes
comer la Cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comer
su propia cena, y mientras uno pasa hambre, el otro está bo-
rracho. ¿Será que no tienen casas para comer y beber? ¿O es
que tienen en poco a la asamblea de Dios y quieren abochor-
nar a los que no tienen? ¿Qué quieren que les diga? ¿Que los
felicite? Por esto no los felicito» (1 Corintios 11, 17-22).

185
LAS MANOS HERIDAS

Hay, pues, una división que llega a ser necesaria, la que


resulta de los que pisotean la dignidad de los pobres y que se
hacen aparecer como probados y de calidad, y aquellos que
son capaces de denunciar proféticamente, y que son capaces
de llamar a conversión.

Esta división hace surgir también a los que buscan el diálogo


y rehacen la unidad, no por componenda, sino por fidelidad
al Evangelio, al Cristo que murió por todos. Por eso el mismo
San Pablo hace un llamado patético a favor de la unidad
dentro de la comunidad: «Yo los exhorto hermanos, en
nombre de Nuestro Señor Jesucristo, guarden la concordia,
no haya bandos entre ustedes. Sean unidos, estrechamente
unidos, en el mismo espíritu, en el mismo modo de pensar»
(1 Corintios 1, 10).

¿Qué pasa ahora? ... Parece que estamos en una gran encru-
cijada en la vida del mundo y de la Iglesia. El gran escándalo
de hoy, aquí y en el mundo entero, es el abismo entre los que
tienen y los que no tienen. Puebla dice que esta situación
de pobreza de las mayorías no es casual, sino producto de
determinadas situaciones y estructuras económicas, sociales
y políticas; y el Papa Juan Pablo II lo rubrica diciendo: «El
escándalo mayor: los ricos se tornan cada vez más ricos a
costa de los pobres cada vez más pobres». El desafío para la
Iglesia es saber si va a abrazar o no, decididamente, la causa
de los pobres, haciéndose pequeña con ellos, encarnándose
en sus luchas y participando de su suerte, de su mentalidad,
de su cultura.

La respuesta trae necesariamente divisiones. Así sucedió


en la Iglesia primitiva. También nuestros padres en la fe
discutieron, pelearon y se dividieron: ¿Debería la Iglesia

186
Ser cristianos, simplemente

quedarse sólo en Jerusalén? ¿Debería ser sólo judía? ¿O


debería salir a recorrer el mundo, haciéndose griega con los
griegos, libre con los libres y esclava con los esclavos?

Fue una comunidad de la periferia la que por primera vez


se abrió a los no judíos. La comunidad de Antioquía, dice el
libro de los Hechos, se dirigió también a los no-judíos, y no
sólo a los judíos, para anunciarles la Buena Noticia. Fue el
Espíritu quien condujo a Pedro a casa de Cornelio, que era
un pagano, y convirtió su corazón.

Pablo se convirtió en el Apóstol de estos no-judíos,


dedicándoles su vida y cambiando el rumbo de la Iglesia que
se implantó por todas partes, más allá del estrecho círculo
de Palestina. No faltó, en su tiempo, mucha gente, dentro
de la Iglesia y entre el judaísmo, que condenara el nuevo
camino y presionara a Pedro para que no alentara la novedad.
Consiguieron que Pedro tuviese miedo de las críticas y
olvidara el compromiso que el Señor le había mostrado. Eso
agravó el problema al interior de la Iglesia.

Los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo se procura


resolver el conflicto, que fue harto fuerte. Volaban plumas.
«Esto provocó un altercado y una seria discusión con Pablo
y Bernabé, y se decidió que Pablo, Bernabé, y algunos más
subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y responsables
sobre aquella cuestión» (Hechos, 15, 2). Se reunió así el primer
Concilio de la Iglesia donde cada cual escuchó al otro y, sobre
todo, donde todos juntos trataron de escuchar al Espíritu de
Dios en lo que Jesucristo tenía que decirle a su Iglesia.

Fue en el diálogo y en la fidelidad al Espíritu donde se en-


contró el camino para que la Iglesia se abriese al mundo pa-

187
LAS MANOS HERIDAS

gano sin imponerle las mismas reglas y el mismo estilo de


vida que llevaban las comunidades judías. Podríamos decir
que en el primer Concilio se le dio carta de ciudadanía a la
Primera Teología de la Liberación.

188
CAPÍTULO 6

Creadores o anticreadores?
?
¿Creadores o anticreadores?

ECOLOGÍA DEL CORAZÓN

Los niños pobres tienen sueños, como todos los niños. A


veces, muchas veces, sueñan de día, sueñan que comen pan,
sueñan que encuentran, en medio de la basura, grandes ba-
rras de chocolate de esas que promueve la televisión.

Este niño chileno, panameño, haitiano, brasileño, etcétera,


tiene apenas ocho años de edad y ya ha aprendido a guardar
su hambre en estricto silencio... La pobreza disciplina el es-
tómago y se asoma en un rostro demasiado pálido y dema-
siado serio para su edad.

Hace pocos días un adulto me contaba que él nunca tuvo un


juguete cuando niño, nunca un regalo por su día onomás-
tico... Una señora me contaba que hasta los doce años no
supo que existía la Navidad... Y ahora lloraba su infancia, al
contármelo.

Estos niños nunca han ido al circo, nunca han sido llevados de
la mano de alguien con cariño a subirse a los caballitos del ca-
rrusel. Nunca hubo una mano de mamá para acariciarlos y can-
tarles una canción de cuna... Nunca tuvieron ni cuna ni cama...
Jesús, tú lo sabes mejor que yo... Dame permiso para adivinarte
en las pupilas relucientes de estos pobres chicos solitarios que
no duermen con juguetes, sino inhalando neoprén.

Ayer te vi en dos muchachitos de 11 años que juntaban pe-


riódicos viejos para comprarse un cuaderno de matemáti-
cas... Y, a lo mejor, eras tú ese niño que me pidió auxilio para
poder dibujarle una tarjeta a la tía en el día de la madre. ¿Se-
rías tú, Jesús, parecido a él, cuando jugabas con otros niños
pobres en las calles de Nazaret?

191
LAS MANOS HERIDAS

Son tan bellos los niños del mundo entero y es tan injusto
que tantos millones de ellos no tengan las condiciones míni-
mas para una vida digna... No la tienen hoy, y, para mañana,
nosotros los adultos ciegos les estamos robando su mundo
y su esperanza.

Es urgente y necesario que las naciones todas de la tierra


lleguen a un acuerdo para preservarles su mundo, pues todas
están conscientes del suicidio colectivo que significa seguir
malgastando los recursos de la tierra, seguir contaminando
el aire, la tierra y el agua.

Para que esta preocupación ecológica sea auténtica y honesta


es menester que todos empecemos por la ecología del cora-
zón. Bien decía Nuestro Señor Jesucristo que lo que viene de
dentro del corazón es lo que hace impuro al hombre. Mien-
tras no aceptemos cordialmente que todos somos hermanos,
comensales de una misma mesa, con los mismos derechos y
deberes de todos los demás, el mundo seguirá contaminado
con la peor basura, la del frío egoísmo de la riqueza.

El hombre es capaz de organizar la tierra sin Dios decía el


Papa Pablo VI, pero al fin y al cabo, sin Dios, no puede me-
nos que organizarlo contra el hombre.

192
¿Creadores o anticreadores?

ECOLOGÍA DE DIOS

Tengo contra ti que vomitaste sobre el mar toda tu basura.


Extendiste una nota de petróleo del uno al otro confín del
océano inmenso.

Vestiste de esmog la luminosa desnudez de la cordillera.

¡Oh insensato anti-creador-hipertécnico!

Encerraste con cerrojos de televisión a los niños de nuestras


ciudades y campos, hasta hacerles olvidar los juegos, las ron-
das, las canciones.

¿Quién les envenenó la imaginación, les mecanizó la inteli-


gencia y les computarizó la memoria?

Insensato, le has robado el sabor al durazno, a la pera, a la


uva y al tomate... Dijiste: «toda fruta ha de tener el mismo
gusto a refrigerador, aquí y en Noruega».

Vendiste un plato de lentejas por píldoras de proteínas, gra-


geas de vitaminas y concentrado de hormonas.

Tú pervertiste a la gallina. ¿Quién sino tú, le enseñó a poner


huevos pálidos de primera, de segunda y de tercera clase?
¿Quién sino tú la obligó a poner huevos gigantes de dos ye-
mas? ¿Quién, sino tú, convirtió al gallo cesante en súper-
pollo?
¡Oh insensato omnívoro devorador! Dime...

¿Quién engendra hijos de probeta, mientras asesina inocentes


en clínicas de aborteras o en estúpidas guerras de frontera?

193
LAS MANOS HERIDAS

¿Quién ha hecho de la ciudad una letrina, mientras reivindi-


ca para el sexo libre el trono mismo de Dios?

¿Quién alimenta de sangre la boca de los fusiles?


¿Quién ha construido los súper shoppings sobre la tumba de
los hambrientos?

En cambio, bendita tú, mujer, que acompañas a los peque-


ños de Kinder y les enseñas a descubrir el misterio de los
caracoles que sacan sus cachitos al sol.
Bendito el hombre que sabe gozar del fruto sin romper la
rama.

194
¿Creadores o anticreadores?

CREADOR Y ANTICREADOR

El Anticreador

Maldicen al aire tus automóviles.


Si pudieras, denunciarías las estrellas.

¿Quién vomitó sobre el mar todas sus porquerías?


¿Quién extendió una nata de petróleo de uno a otro confín
del océano?
¿Quién le puso una nube de esmog al luminoso ropaje de la
cordillera?
¿Quién ha convertido los antiguos almacenes caseros en
malls?
¿Quién encerró con cerrojos a los niños de nuestros
campos?
¿Quién envenenó las fuentes de los ríos?
¿Quién le ha quitado el sabor al durazno y pervertido la
yema del huevo con proteínas ajenas y colorantes?

Has soltado las amarras del vino y de la coca; has


engendrado hijos de probeta y has asesinado inocentes en
el seno de sus madres.

Has hecho reventar el silencio y el pudor, y tu desgarrada


risa me da miedo, pues has oscurecido el sentido del amor
poniendo el sexo en el trono de tu Dios.

No has dejado ser viviente entre las piedras del fondo del
mar.
Has hecho de la ciudad un espacio de locura, un lugar de
tortura.

195
LAS MANOS HERIDAS

Alimentas con sangre la boca de tus fusiles y te revuelcas


de violencia entre los despojos de los nuestros.

El Creador

Has respetado las pequeñas flores en la pradera.


Miraste y tus ojos vieron que era bueno todo lo creado.

Fuiste inteligente para gozar del fruto sin romper la rama


del árbol.
Tus manos supieron prolongar la frescura del agua
sin herir sus vertientes y te bañaste en el río y en el mar
jugando como los peces, retozando como los delfines.
En las tardes supiste mirar el horizonte en silencio.

Amanece un nuevo día. He despertado en una


casa nueva; hoy es el día de la Creación

Queremos contemplar la fuerza nueva de la Creación.

196
¿Creadores o anticreadores?

EL PROFETA Y EL TELEVISOR

¿Acaso ha dejado de ser urgente «fortificar las manos débiles


y afirmar las rodillas endebles»? (Hebreos 12, 12) Vosotras,
en cambio, antenas podridas, chorreáis oros injustos, aplau-
dís a «modelos» que exhiben elegantes desnudos, mientras
cientos de miles de mujeres dignas, trabajan como esclavas,
diez a doce horas diarias, vigilando los hilos de los telares.

He aquí que vendrán días en que los hombres y las mujeres


de recto corazón errarán de un canal a otro vuestras panta-
llas, hambreadas de verdad, hastiados de tanta estupidez y
dirán: hemos buscado con sed algún sentido de vida debajo
de vuestra maravillosa técnica, y hemos encontrado dema-
siado poco. Ya empezábamos a dar gracias a Dios por al-
gunas hermosas visiones de la naturaleza y de la vida de los
animales o por alguna presencia de personas y realidades
que nos permitían acercarnos al misterio del hombre y sus
valores, cuando he aquí que las pantallas del mundo entero
se tornan sangrientas y empiezan a vomitar violencia, sordi-
dez, estupideces, sexo degenerado.

Vosotros decís: «Le damos al pueblo lo que la gente desea».


¿No os dais cuenta que sois vosotros lo que habéis hecho
desear lo que ahora dais?

Vuestra misión es hacer oír a los sordos las palabras que dan
vida y hacer crecer. El pueblo que camina en la oscuridad
necesita luces verdaderas. ¡No os quedéis recomendando
consumir Coca Cola, invertir en una AFP y viajar a Cancún!
Vuestra misión es hacer ver en medio de las tinieblas. ¡No
añadáis más oscuridad! La belleza, la verdad, la honestidad,
son derechos del hombre; no os convirtáis en dictadores que

197
LAS MANOS HERIDAS

imponéis vuestra sucia mercadería. ¿No os avergonzáis de


ser invisibles contaminadores de nuestro pueblo?

No terminaré sin antes deciros que vosotros trasmitís una


falsa visión de la historia: ¡tantos muertos por minuto, tan-
tas lágrimas tontas y tan poco respeto por las verdaderas
lágrimas de la humanidad! ¡Tanto horror cruento destinado
a pesadillas de niños inocentes o a llenar las prisiones con
asesinos prefabricados por vuestro cine policial!

Os llamo al arrepentimiento, pues para nuestro Dios, la his-


toria no es un callejón sin salida. Siempre hay un camino
nuevo para los verdaderos artistas creativos.

Ojalá, todos juntos podamos emprender aquellas audaces


experiencias que hagan de los medios de comunicación una
bendición en medio de la tierra.

198
¿Creadores o anticreadores?

CARTA A UNA MADRE SOLTERA

Prepara su llegada con flores, niña. No sigas llorando.


Sé valiente como una mamá.

No sigas llorando; mira que el Dios de la vida está


acunando
a tu niño en tus entrañas.

Otros te condenan; Dios ha escuchado tu súplica y te


perdona.
Una vez cometiste el error; ahora el Señor te invita a
acertar.
Un hijo nunca es un error: es vida; es una hermosa verdad.

Deja que nazca de ti el misterio admirable de un ser


humano.
Prepara su llegada con flores en tu corazón.
No te desesperes. No te creas abandonada.
Ten fe. Vuelve a sonreír.
Muéstrale a tu hijo la fuerza de una mujer.
Que vea tus ojos purificados;
que sienta tus manos certeras.

Dios no quiere nueve meses de llanto y de duda.


Quiere verte caminar frente a la vida,
buscando la paz, la sabiduría, la armonía.

Con esas discretas ramitas vas haciendo tu nido.


Aprende con tu niño a vivir el gozoso secreto del silencio.

Pienso, niña, que por tu camino viene encontradizo Jesús


de Nazaret.

199
LAS MANOS HERIDAS

Él te saluda mansa y respetuosamente.


Tal vez tu niño le salte de gozo en tus entrañas.

Anda, camina con Él; lucha, grita, canta.


Que el mundo entero sepa que esta llamita nueva va a
nacer,
carne de tu carne.

Y, cuando nazca, cuídalo bien. Es tuyo y es de Dios.


Así lo desea tu amigo sacerdote.

Esteban

200
¿Creadores o anticreadores?

BENDITO

Bendito el que toma té


en jarrito de hojalata
bendito el que no se agacha
por unos pesos de más
bendito por siempre será
el hombre que a su vecino
le convida pan y vino
y con su sonrisa lo da

Bendito si su vivienda
la construyó con sus manos
bendito el que tiene hermanos
y vecinos y compadres
y se acuerda de su madre
pa’ llevarle un engañito
¡Que viva como buen hijo
y hasta el perro que le ladre!

Benditos los que se arriesgan


y viven como gorriones
hacen turismo en camiones
les convidan una malta
y un sanguchito de palta
dando gracias al chofer.
Bendito sea el que es fiel
le hace empeño a lo que falta.

Benditos siempre serán


los pobres de Jesucristo
no se pasaron de listos
ni se quedaron atrás.

201
LAS MANOS HERIDAS

Siempre hay que recordar


que a Jesús el Nazareno,
crucificaron primero,
pero ha de resucitar

Bendita sea la gente


que no acepta dictaduras.
Bendita la gente dura
que no se deja ensillar
ni le encuentra gusto al pan
amasado en servidumbre.
Bendito sea el que alumbre
de nuevo la libertad

202
CAPÍTULO 7

Los cristianos y la política


Los cristianos y la política

ESPIRITUALIDAD DE
LA NO VIOLENCIA CRISTIANA

Nuestra Iglesia de Santiago, en particular la Iglesia local de


nuestras zonas populares, está viviendo un proceso espiri-
tual intenso, que como todos los momentos marcados por el
Espíritu Santo, comporta exigencias contemplativas y acti-
vas, ordenadas a la Misión de Jesús de hoy, aquí.

Sin pretender jerarquizar teológicamente, voy a señalar al-


gunos elementos que nos permitan ser más dóciles a los lla-
mados de Dios; es decir, elementos que nos permitan vivir, a
nivel personal y comunitario, la gracia del Señor Resucitado
que nos solicita hoy de una manera muy encarnada.

En primer lugar, la vida de nuestra Iglesia está fuertemente


señalada por una visión de fe, de fe viva, hecha de obra y
palabra, que tiene por centro un creer, un reconocer el paso
de Dios en nuestra historia. En nuestra contemplación bí-
blica, en nuestras eucaristías y en nuestra predicación, en las
reflexiones de las comunidades y grupos cristianos de base,
nuestra mirada se clava en el Dios, Padre de Nuestro Señor
Jesucristo, que liberó a Israel de la opresión de Egipto y re-
sucitó a su Hijo Crucificado. Es una visión de Dios que lleva
la seguridad, el sabor firme del Espíritu Santo, que nos hace
creer que ese mismo Dios vivo conduce ahora nuestra his-
toria, concretamente conduce ahora a nuestro pueblo en su
Historia de Liberación. A todos nosotros nos toca ver desde
muy cerca, y en forma dolorosa, esa fuerza de Dios que sufre
dolores de parto por salir de la miseria, de las estructuras
opresoras, de la disgregación y la desesperanza, a un mínimo
de bienestar, a estructuras de cooperación y de fraternidad, a
la fe compartida de los hijos de Dios.

205
LAS MANOS HERIDAS

Muchos de ustedes habrán reconocido en estas últimas pala-


bras, expresiones de su Santidad el Papa Pablo VI con oca-
sión de Medellín (1968). Yo creo que esta concordancia entre
nuestra experiencia de cristianos que tenemos el privilegio de
vivir cercanos a la vida de nuestro pueblo pobre y la Palabra
del Magisterio de la Iglesia, nos da un gustillo espiritual de
seguridad y de firmeza. No está lejos de ese consuelo del Es-
píritu, ese gozo del Espíritu, que se hacía presente en la Iglesia
de los Hechos de los Apóstoles y que se convertía, en fortaleza
de lucha, en «Parresía»; esa libertad, transparencia, confianza y
seguridad de los hijos de Dios, que les permitía hablar y actuar
con fuerza y valentía (Efesios 3, 12; Hechos 3, 6; 1 Juan 2, 28).

Quiero señalar esta Parresía como un rasgo o elemento de


nuestra vida espiritual. Nos corresponde ser testigos y acto-
res de un camino cristiano que tiene por nota dominante una
agudización del conflicto social. Nosotros no hemos escogido
el conflicto; los grupos dominantes nos han metido en él junto
con nuestro pueblo. Ellos califican de acción subversiva todo
intento de cambiar un sistema social que favorece la perma-
nencia de sus privilegios. Ellos nos hacen vivir en un régimen
mantenido por la violencia, discrecional e institucionalizada.
Ellos nos han tenido de testigos de una represión brutal y de
una marginación de los pobres a niveles jamás vistos. La fuerza
opresiva engendra miedo. La debilidad e impotencia sentidas
tienden a hacernos pusilánimes.

Pero he aquí que el amor de Cristo, el imperativo del Evan-


gelio, nos mueve a tratar de crear ahora, en estas condiciones,
un mundo de justicia, fraternidad y solidaridad entre todos los
hermanos. Hay que lanzarse al agua, con o sin miedo, como
cuando uno se arroja al mar para salvar a alguien que se está
ahogando, aunque uno sea apenas un aprendiz de natación. Y

206
Los cristianos y la política

en ese camino de la audacia comprometida nos encontramos


con Cristos de incógnito, que la transparencia de la fe nos per-
mite reconocer. No es necesario ir a buscar un Ghandi. Una
de las características exigentes de nuestra fe es tener abiertos
los ojos para descubrir a este Cristo, cercano: de repente, lo
vemos en la valentía de un dirigente obrero. La fe se nos hace
humilde y modesta, nos inclina a ser discípulos de los pobres
que luchan cerca de nosotros. La santa Parresía, como fuerza
y valentía, está en ése y aquélla que luchan a media cuadra de
nuestra casa. Y Dios nos convida, nos despierta o nos acusa. El
Espíritu sopla donde quiere, pero la dirección del viento pare-
ce estar siempre orientada hacia el Dios de la vida, el Dios que
quiere la vida de todos sus hijos y la quiere con vehemencia,
con fortaleza de cruz.

Pero la Parresía no se fabrica a dedo. No basta una convicción


intelectual a favor de la causa de los pobres. Ni basta un de-
creto de nuestra voluntad. La Parresía es un don del Espíritu:
es contagiada por una permanencia en Jesucristo; y hay que
pedirla con perseverancia.

Frente a una experiencia cotidiana de violencia, donde vemos


que el trabajo de los humildes no es valorado, que no puede
vivir en condiciones de dignidad, necesitamos una experiencia
cotidiana de oración. La oración nos es absolutamente nece-
saria para clarificar nuestra vista, para no entrar en el sistema
valórico del pecado, sino en el sistema valórico de las bienaven-
turanzas. Necesitamos una experiencia cotidiana de expresión
explícita de nuestra fe, de decirnos a nosotros mismos delante
del que escudriña nuestros corazones: «Señor, yo quiero luchar
por mis hermanos, pero por amor, como Tú; no por resenti-
mientos, no por venganza, por más justos que me parezcan
estos resentimientos y estas venganzas».

207
LAS MANOS HERIDAS

¿Cómo podríamos ser no-violentos espirituales, en un mun-


do de violencia materialista e interesada? Sólo la gratuidad
de la oración nos permite discernir en nosotros mismos las
patadas de bestia que se ocultan en nuestro corazón. Tal vez
pueda parecer anticuado o repetidor; pero lo creo absoluta-
mente verdadero: para no ser violentos, necesitamos el silen-
cio, el difícil y casi imposible silencio del corazón que está
entrañado en aquel «buscar primero, (¡primero!) el Reino de
Dios y su Justicia...» (Mateo 6, 33). Sin la oración no pode-
mos tampoco vencer el miedo, el legítimo miedo que dan las
metralletas, y la CNI y las calumnias hostiles... La tentación
de «mutis por el foro» nos acecha. El miedo de la ambigüe-
dad nos paraliza. En la oración nos vemos obligados a pedir-
le «no nos dejes caer en la tentación».

Y orar de verdad, al estilo de Jesucristo, nos permite ver el


«pecado social», no como una abstracción, sino como un pe-
cado. Un pecado que tiene rostro: tremenda injusticia, atro-
pello sistemático a la dignidad y a los derechos de los hijos de
Dios. Un pecado que nos muestra al Dios con nosotros, hoy
aquí, provocado por la violencia de nuestra sociedad sobre
los pobres. ¿Cómo decirle con sinceridad «que tu nombre sea
santificado», si veo el cuerpo de su hijo lacerado en sus po-
bres? En la oración entran a borbotones los pobres, sus pro-
blemas, sus necesidades, y no como distracción, sino como
identificación de Dios con el hombre. No puedo llamarlo a
Él «Padre», sino «nuestro Padre»: el papá que no acepta ser
«mío», si no estoy tomado de la mano de aquellos que Él
mismo ha asumido como propios y que son hoy sistemática-
mente atropellados y burlados.

Pero, sobre todo, la oración pasa a ser el espacio privilegiado


donde el Espíritu Santo nos redice, nos reedita la confianza

208
Los cristianos y la política

en el proyecto esperanzado de Jesucristo. ¡Con qué razón


Jesús nos decía que Él es el pan vivo! El Jesús que padece
en los sufrimientos de los pequeños, el Jesús que me llamó
a la fe, a la misión, al ministerio, está allí, te llama siempre
y en última instancia es el Señor, es el hombre de la victoria
de Dios sobre todos los imposibles. La oración viva, conse-
cuente con la realidad conflictiva, me lleva a una y mil con-
versiones para poder vivir yo y mi pueblo el Misterio Pascual
de Jesucristo y de su Iglesia: muerte a este pecado que es mío
y que es de todo el pueblo, y resurrección que me impulsa a
vivir la fuerza de Dios en la debilidad de sus pequeños.

Con razón, S. Ignacio de Loyola decía que la oración es una


mirada contemplativa sobre el mundo, que nos lleva a cum-
plir amorosamente la voluntad del Padre.

De este elemento de espiritualidad podríamos tal vez de-


cir algo mucho más sustancioso. Tengo que contentarme
con este poquito, para poder mencionar otros elementos de
nuestra espiritualidad de «No Violencia Cristiana». Quiero
referirme a algunos elementos coherentes con lo que he se-
ñalado en cuanto a la oración.

En primer lugar, un encuentro profundo con Cristo como


fuente de nuestra actitud activa no violenta, nos lleva a ser
consecuentes con nuestra inserción real en la sociedad chi-
lena hoy. Si nuestra opción por los pobres es auténtica y no
mera abstracción, los pobres nos llevan a una conversión
también muy real. En la misma medida que crece nuestro
compromiso por «la causa», debe ir creciendo nuestra pre-
ferencia por la pobreza. Hay ahí un nivel de nuestra propia
conciencia personal en el cual debemos ser exigentes, pero
originales. No nos impongamos estereotipos de «pobreza» o

209
LAS MANOS HERIDAS

de servicio a los pobres, en vistas del «qué dirán». El Señor


nos pide algo mucho más profundo que estar «in» respecto
de ciertas modas o expresiones. Los pobres tienen que ser
para cada uno de nosotros una fuente de verdadera conver-
sión evangélica: ellos tal vez nos llevan por un camino de
aceptación de oprobios más que de honores; por un camino
más bien de oscuridades que de alabanzas y prudencias car-
nales.

Hay un peligro que tenemos que evitar a toda costa: es el de


constituir nuestra opción por los pobres en una hipocresía,
es decir, de hacer de esto una manifestación religiosa, y pre-
sumir que por ella vamos a conseguir fama de hombres jus-
tos. Lo que a Jesús le importa es nuestra verdad de obras de
justicia y caridad; preocuparnos mucho de dejar a la Iglesia
bien puesta, es actitud de hinchas más que de miembros del
Cuerpo de Cristo.

Otro aspecto que nace de nuestra visión de fe en medio de la


acción con los no violentos, es el sentido de cruz que tiene en
nuestra vida personal el tener que estar lúcidamente presente
en el conflicto. En primer lugar, la cruz de Nuestro Señor
nos muestra que Dios no interviene en forma milagrosa y
violenta para poner freno a la injusticia y crueldad de los
hombres; incluso cuando la víctima es su propio Hijo. Dios
es siempre consecuente con su estilo humilde y no violento
de actuar en la historia. Dios no dispensa de esta opción suya
no violenta a su propio Hijo. Dios no intervino saltándose
las causas históricas. En ese sentido, permitió la muerte del
Inocente. Pero sabemos también que Dios acepta el amor
humilde del Servidor. Este Jesús que no retrocedió ante los
riesgos, las contradicciones, y que se jugó entero por la causa
que Dios le ha confiado, es el que realmente está haciendo

210
Los cristianos y la política

en la tierra el Reinado de su Padre. Este reconocimiento de


la muerte en Cruz lo vemos en la Resurrección. En la Re-
surrección del crucificado Dios confirma y aprueba el es-
tilo de la práctica de Jesús para llevar adelante su causa: es
el más glorioso espaldarazo de su amor abnegado, humilde,
riesgoso, solidario con los pobres. La Resurrección de Jesús
crucificado verifica y confirma que el estilo eficaz para Dios
no está por el lado del poder, del cálculo, de la imposición
autoritaria, ni del uso de la violencia.

Hay mucho de cruz en nuestra opción: es cruz la lentitud


de los procesos de liberación, justamente porque tienen que
partir desde los sin poder y sin dinero. Tenemos que com-
partir esta cruz de la Paciencia. Los pobres nos la enseñan.
Y esta actitud tenemos que proyectarla también a todos
nuestros juicios acerca de la eficacia pastoral o de los medios
pastorales, o acerca de los cambios de mentalidad y toma de
conciencia de nuestros cristianos de la base. La no-violencia
encierra una espiritualidad de la paciencia, de la paciencia
no-modorra, sino crítica.

La causa y las opciones estratégicas de Jesús son declaradas


por Dios como válidas y definitivas. Dios se juega por Jesús
Mesías, el cual se ha jugado por Dios de esa manera humilde
y no-violenta.

Y esa causa de Jesús sigue vigente. Es llevada adelante en


la historia mediante «los de Jesús», sus discípulos que han
recibido la plenitud del Espíritu. Creo muy importante que
nuestra espiritualidad esté manifestando testimonialmente
que la causa de Jesús no sólo «era» verdadera, sino que es
verdadera hoy. Jesús fue resucitado no sólo para Él: lo fue
para nosotros, para el mundo, para el pueblo. Su Pascua nos

211
LAS MANOS HERIDAS

contagia hoy por el don del Espíritu «derramado» con abun-


dancia. Pero una espiritualidad pascual no puede ser vivida
ni arrastrada ni neurasténicamente.

Hay una experiencia de gozo en el Espíritu y una experiencia


de abandono confiado en Aquel que hizo de Jesús el hombre
pleno, la semilla inicial de la nueva Creación, del Nuevo Cie-
lo, de la Nueva Tierra; el Primogénito entre los muertos.

Algo de ese misterioso gozo en la aceptación de la misteriosa


cruz, nos han mostrado nuestros hermanos sacerdotes y re-
ligiosas que han tenido que abandonar la tierra de los pobres
para volver a tierras más seguras: sienten nostalgia de ese
Jesús que los acompañaba en el camino de las poblaciones y
de los problemas y de las acusaciones. Nos dieron testimonio
de Resurrección vivida.

Otro aspecto de una espiritualidad no-violenta y cristiana


es el cultivar en nosotros una contemplación de Dios cerca-
no a nuestra vida profana, que se interesa realmente por el
hombre y su vida cotidiana. Que está atento a las pequeñas
grandes cosas de la vida humana. Cuando los períodos se
tornan intensos porque aparecen en juego las grandes causas
como la Libertad, la Democracia, la Participación, la Iglesia
y el Mundo, es tan fácil caminar distraído entre las urgen-
cias, necesidades, dolores y alegrías aparentemente menudas.
Nos puede pasar como esos millonarios que tienen tremen-
das cuentas en el Banco y que se suben al tren equivocado,
sin dinero de bolsillo y sin carné. En otras palabras, una
verdadera espiritualidad de opción no-violenta exige cuidar
valores de relación humana inmediata: ternura, visitas, ayu-
das monetarias. No basta crear organizaciones. Ninguna or-
ganización puede suplir la solidaridad del corazón.

212
Los cristianos y la política

LA INSPIRACIÓN CRISTIANA DE LA POLÍTICA

Todos los grandes amores en los que los cristianos pone-


mos en juego nuestra fe, están sumergidos en la ambigüedad.
Como la ambigüedad del amor conyugal. El amor gratuito
es ideal y lucha, la experiencia nuestra es la de un amor con
heridas o por lo menos rasguños. Hasta el amor paterno y
materno tiene su ambigüedad: ¿Es ansia de poder? ¿Es aca-
paramiento? ¿Es satisfacción egoísta? En el amor, como en
el arte y la cultura, puede haber vanidad, envidia, avaricia.
Somos limitados y pecadores.

Así también es el amor a la Polis, la civilidad: la política es


un amor a la comunidad. El objeto de la política es el Bien
Común. Y es también ambigua. El cristiano tiene que amar
el Bien Común, sin el cual, se redobla la ambigüedad de los
demás amores.

Es esa nuestra condición humana, tejida de ambigüedades.


Maldecir a la política, colocarse entre los intocables que no
quieren ensuciarse, es matricularse en la sociedad de las vír-
genes... Son precisamente los que pretenden ser angélicos,
no contaminados, los que se tornan insensibles ante los más
sagrados derechos del ser humano: aplaudirán las matanzas
de los nazis, aplaudirán a los déspotas, con tal de vivir tran-
quilos en sus islas de ojos cerrados.

San Agustín decía: «Oh feliz culpa que nos merecería tal y
tan grande Redentor...» Feliz ambigüedad de nuestros amo-
res que nos valen, ahora y aquí, necesitar de nuestro Reden-
tor, en todos los niveles de nuestra fe, puesta concretamente
en práctica.

213
LAS MANOS HERIDAS

En el contexto cultural de nuestros días, el Poder aparece


como algo especialmente ambiguo. Hay en él una especie de
contradicción insanable; es difícil separar el Bien del Mal; el
egoísmo, de la entrega. El Poder deja traslucir espectacular-
mente la insuficiencia humana, la disponibilidad del hombre
para el bien y para el mal.

En nuestro mundo actual, el Poder tiene un rostro muy com-


plejo y variado, formas de distinto signo: tiene que articular
poder económico, poder político o pedagógico, cultural, re-
ligioso. Toda organización entraña ya un tipo de poder. Ante
tan compleja realidad hay cierta imposibilidad de identificar
bien su rostro, ya que a menudo se presenta hasta sin rostro,
como es efectivamente el rostro anónimo o enmascarado de
los mayores poderes en la humanidad actual.

Y todo tipo de poder es delicado de administrar. Con cierta


razón el Antiguo Testamento presenta el poder como algo
sujeto a lo demoníaco... El hombre se envanece con el poder,
se siente dueño de la vida y llega hasta a posponer a Dios.
Es el pecado de soberbia de Adán y Eva, quienes simbólica-
mente vienen a ser la encarnación de la más grave tentación
del ser creado: no reconocer a Dios como Dios. El Poder
y la Riqueza son hermanos gemelos: hacen que el hombre
confíe en sí mismo y se olvide de su hermano: crean autosa-
tisfacción y se pierde el sentido de nuestra fragilidad como
dependientes de Dios. La ciencia puede salirse de su senti-
do propio y revestirse de poder para inflarse y convertirse
en esclava del poder geopolítico o del poder económico; la
técnica puede llegar a trocarse en poder de muerte y destruc-
ción. No se juega con el Poder: su sentido pleno está en ese
hombre, Cristo Jesús, puesto de rodillas delante de los Doce
en la última Cena. Él es el Maestro y Señor y se coloca en la

214
Los cristianos y la política

actitud del servidor humilde: el hombre es su amo a quien


sirve hasta entregarle la vida; esa actitud de rodillas es sólo
posible para el que, primero, ha subido al monte a orar y ha
reconocido en el rostro misterioso de Dios a los hombres sus
hermanos a quienes quiere servir. Podríamos decir que allí,
en Jesús de rodillas orando ante su Padre, y en Jesús de rodi-
llas lavando los pies de sus discípulos, se encuentra el secreto
de la política auténtica: búsqueda del poder para servir.

En su sentido etimológico e histórico, la «política» hace refe-


rencia a la comunidad civil, ya sea local, nacional, o interna-
cional, y a los intereses propios de esta comunidad. O sea, es
la tutela y promoción del Bien Común: el servicio de tutelar y
el servicio de promover. La actuación política será, entonces,
la actividad de los ciudadanos puesta al servicio de la comuni-
dad civil para la tutela y promoción del Bien Común.

Precisando el concepto de «Bien Común», el Concilio Va-


ticano II lo define como un «conjunto de condiciones que
hacen posible a la sociedad y a cada uno de sus miembros el
logro más fácil y pleno de su propia perfección...» En el mis-
mo Concilio, en Gaudium et Spes, lo define como el con-
junto de condiciones que hacen «accesible al hombre todo
lo que necesita para vivir una vida auténticamente humana,
como son: el alimento, el vestido, la vivienda, el derecho a la
libre elección de estado, a fundar una familia, a la educación,
al trabajo, a la buena fama, al respeto, a una adecuada in-
formación, a obrar de acuerdo con la propia conciencia, a la
protección de la vida privada y al ejercicio de la justa libertad,
también en materia religiosa».

El poder político será realmente servidor del Bien Común


cuando, respetando la legítima libertad de los individuos, de

215
LAS MANOS HERIDAS

la familia y de los grupos intermedios, se esfuerce por crear


eficaz y justamente las condiciones adecuadas para alcanzar
el verdadero bienestar del hombre, incluido su fin espiritual.
Eso lo decía Pablo VI en Octogésima Adveniens.... En el
fondo, este Bien Común es algo dinámico que estará siem-
pre en camino, pero en un camino que tiene una dirección
nítida: asegurar a todos y a cada uno de los ciudadanos sus
derechos, servicio eficaz de todos los derechos humanos
para todos y cada uno de los ciudadanos.

El compromiso político, entendido en sentido amplio, no


sólo como militancia en un partido, sino como empeño a
favor del Bien Común, constituye para el cristiano un deber
moral. Todos los cristianos deben hacerse conscientes de su
propia vocación dentro de la comunidad política; tienen que
ser un ejemplo vivo de sentido de responsabilidad y de ser-
vicio al Bien Común.

Este es un deber de justicia y de caridad. Su ejercicio, su


oportunidad concreta, se mide en dos coordenadas: la ca-
pacidad personal y la necesidad ajena. Ninguno en la Iglesia
está exento en algún grado de este deber, pues siempre, en
alguna forma puede promover o ayudar a las instituciones
que sirven para mejorar las condiciones de vida de los hom-
bres.

Pablo VI decía que la política es una manera exigente de


vivir el compromiso cristiano al servicio de los demás. En
este sentido amplio, no como militancia en un partido deter-
minado, también los ministros de la Iglesia están obligados
en justicia y caridad. Y no tiene nada de raro que siempre
haya algún grupo de poder que vitupere al ministerio eclesial
por «meterse en política». Quisieran que el ministerio ecle-

216
Los cristianos y la política

sial fuera meramente decorativo, utilizado como las flores


en las bodas, en los bautizos y en los entierros. Pero cuando
ese ministerio eclesial habla por ejemplo de opción por los
pobres o de reformas serias y urgentes en el orden socio-
económico, entonces, no sólo no se le hará caso, sino que
habrá rasgaduras de vestiduras. Es que, en el fondo, a todos
nos cuesta un mundo dejarnos interpelar por la radicalidad
de Dios. Se dice que Mussolini acuñó la siguiente frase: «yo
me ocupo de los hombres desde que nacen hasta que mue-
ren, y luego, se los entrego al Papa...»

Si el ministerio eclesiástico aceptara ese papel marginado de


la historia, encontraría ciertamente una determinada acepta-
ción y paz social, en que realizaría tranquilamente una cierta
vida exquisita al interior de sí misma. Pero sería renunciar al
Evangelio. La Misión de la Iglesia es más importante que la
Iglesia misma. Jamás debe pagar por ser reconocida al pre-
cio de renunciar al Evangelio de Jesús. La Iglesia es Iglesia
de Cristo cuando existe «para los hombres». La comunión
eclesial no puede ser una minoría de vida hacia dentro, ni
tampoco una minoría de misión hacia afuera.

Dicho de otra manera, toda comunidad eclesial es de carác-


ter intrínsecamente servicial, y por lo tanto, de alguna ma-
nera, político.

«La política, decía Pablo VI, es una manera exigente de vivir


el compromiso cristiano al servicio de los demás; exigente,
porque el Evangelio nos desafía a ser plenamente coheren-
tes entre nuestras opciones políticas y el seguimiento de Je-
sucristo. Todos los cristianos, laicos y ministros eclesiales,
tenemos que dar testimonio de la seriedad de nuestra fe, me-
diante un servicio desinteresado y eficaz a los hombres».

217
LAS MANOS HERIDAS

Y refiriéndose a la búsqueda de nuevos modelos de


organización política, el mismo Papa decía: «La doble
aspiración a la igualdad y a la participación se dirige a
promover un tipo de sociedad democrática... Se han
propuesto diversos modelos, de los cuales algunos han
sido experimentados ya, si bien ninguno es satisfactorio del
todo. El cristiano tiene la obligación de participar en esta
búsqueda».

En esta línea es muy interesante lo que dicen los Obispos en


el Sínodo del año 1971: «La misión de predicar el Evangelio
nos exige hoy un empeño total por la total liberación del
hombre, ya en esta vida. De hecho, si el mensaje cristiano
sobre el amor no demuestra prácticamente su eficacia en la
justicia en el mundo, difícilmente obtendrá la credibilidad
entre los hombres». En la base de la actividad política del
cristiano está el valor cristiano esencial: es la caridad, la
quintaesencia de todos los demás valores.

En consecuencia, la inspiración cristiana, en su polo


negativo, tendrá que traducirse en la denuncia y rechazo
de todo lo que se opone al amor fraterno. Por supuesto,
no se refiere a un amor fraterno sentimental, sino que se
alude a todas las formas del egoísmo, que en último término
afectan a las personas y a las estructuras sociales. Éstas son
como cristalizaciones del egoísmo.

Cristo nos enseña que la ley fundamental de la perfección


humana, que lleva implícita la transformación del cosmos,
es el nuevo mandamiento de la caridad. El hombre que la fe
revela y hacia el cual se orienta la acción política, no es un
ente abstracto; es el hombre singular, concreto, histórico;
cada persona humana con su nombre propio, creado por

218
Los cristianos y la política

Dios y redimido por Cristo, el hombre como Dios lo ha


querido desde toda la eternidad.

Esta aguda sensibilidad hacia el hombre concreto y el


pueblo concreto lleva al político cristiano a sentir vivamente
la concreción histórica del pueblo. Todo político está al
servicio del pueblo. Tiene que existir con el pueblo. No sólo
trabajar para el pueblo, sino compartir su vida, permanecer
en comunión con él, hacerse intérprete de las esperanzas
y frustraciones que la historia ha ido sedimentando en
la conciencia del pueblo. La inspiración cristiana en la
política está lejos de ser una política de tipo anónimo y
despersonalizado. Es lo contrario de una manipulación
del hombre. El individuo humano no es un material en la
construcción de un futuro tecnológicamente planificado.
El Evangelio y la Iglesia se yerguen contra el intento de
valorar al individuo sólo en función de una evolución social
dirigida por la técnica.

Para el político de inspiración cristiana, este hombre con-


creto, histórico y real que se inserta en un pueblo también
concreto, histórico y real, aparece identificado con el mismo
Cristo: es Cristo.

Ésta es la más fuerte motivación para el amor-servicio. Juan


Pablo II, en Redemptor Hominis, dice bellamente: «Para
nosotros, esta responsabilidad se hace particularmente
evidente cuando recordamos la escena del Juicio universal
parabolizada por Jesús en Mateo 25... Tuve hambre y me
diste de comer... etcétera. Es como un patrón de los actos
humanos, como el esquema general para el examen de
conciencia de cada hombre».

219
LAS MANOS HERIDAS

El amor-servicio como categoría fundamental de la actividad


política implica una serie de criterios y actitudes. Voy a
mencionar a algunos criterios y actitudes que manifiestan
una inspiración cristiana del compromiso político.

• Actuar conforme a la propia conciencia debidamente


informada. Esto es el ejercicio de una libertad
responsable, lo que no es símbolo de subjetivismo. Ella
implica dejarse interpelar por el principio desinteresado
del amor-servicio y no por el individualismo. La luz de
las convicciones personales nos viene de la Palabra de
Dios, recibida e interpretada en la comunidad eclesial.
Nos viene del conocimiento de las alternativas que
se ofrecen en la sociedad, demanda una información
responsable, además de una convicción interna personal,
que no se deja llevar por presiones.

• Desarrollar el espíritu de iniciativa. Supone esfuerzo


para descubrir el mundo de los otros, las situaciones
de necesidad; exige inventiva e imaginación social
para descubrir las instituciones y estructuras para
servir. Así podemos hacernos cargo de la historia, ser
corresponsables de la Creación.

• Actuar de tal manera que las propias opciones respeten


a las personas, la dignidad inalienable de todo ser
humano. Desistir de instrumentalizar a nadie. Esto se
expresa en la preocupación por la Justicia, en la opción
por los desamparados y marginados.

• Renunciar al interés personal en términos económicos,


de prestigio, de carrera. También al interés de grupo,
de categorías sociales, de partido, de iglesia. El único

220
Los cristianos y la política

interés es la promoción del otro. «Hay más alegría en


dar que en recibir» (Hechos 20, 35). Así cobra sentido el
espíritu de sacrificio. Los que buscan la paz y la justicia
suelen tener que llevar la cruz de Jesús.

• Cultivar un sincero respeto y amor hacia los adversarios


políticos. Esto se traduce en un espíritu pluralista en lo
contingente, en un respeto por las opciones libres en la
elección de los medios, en el llamado a la participación
de grupos que procuren el Bien Común. Pero supone
también una convicción en torno a lo necesario: en la
defensa de la vida, en el rechazo a la tortura, al aborto,
a la violencia, a la injusticia social.

• Por último, la política exige un sentido práctico, una


capacidad de concreción, como la que se refleja en la
parábola del Buen Samaritano, que resuelve el problema
del herido abandonado en el camino. Y es este sentido
de lo concreto lo que nos lleva a considerar la economía
como subordinada al bien del ser humano. Ella es un
medio y no un fin, un medio para algo superior, en
vistas del cual requiere eficiencia social. Y esto vale no
sólo para los bienes materiales, sino que también para
alcanzar la libertad y el desarrollo integral.

En síntesis, la sociedad tiene derecho a esperar un suplemento


de alma de parte de los cristianos, si es que espera llegar a
ser más justa, más humana y fraterna. Aquí está en juego la
credibilidad del Evangelio encarnado en ellos.

La fuente para llevar a la práctica una inspiración cristiana


de la política es la relación personal con Cristo, presente en
la Iglesia como lugar sacramental. Pero también en lo secreto

221
LAS MANOS HERIDAS

de la oración. La contemplación es la raíz sustentadora de la


acción.

Un discurso del padre Pedro Arrupe, superior general de los


jesuitas, ve al cristiano como un «hombre de fe profunda y
de oración, entregado por amor de Cristo al servicio de los
hermanos y a promover el Bien Común en todas las dimen-
siones». Este es un hombre que no se cierra en el círculo
estrecho y oportunista de un partido. Un hombre que posee
un gran sentido de Iglesia y que se deja guiar por su doctrina
social y política. Un hombre humilde que ha aprendido a es-
cuchar a los demás y no sólo a los miembros de su partido o
a sus electores. Un hombre que, en medio de las dificultades,
mantiene incólume su confianza en Dios. Un hombre que,
aparte de dar testimonio con su vida, trata de encarnar en la
sociedad los valores evangélicos del respeto, la fraternidad,
el progreso humano, la justicia y la dedicación especial a los
pobres.

En otras palabras, para santificar la política es indispensable


que los políticos aspiren a la santidad.

222
Los cristianos y la política

CIUDADANO DEL MUNDO

Como ciudadano del mundo


me comprometo en conciencia
a pensar, vivir y actuar de tal manera
que donde se organice la mentira
busque y proclame la verdad;
donde se atente contra la vida
defienda el derecho a vivir,
donde se oprima y explote a los pobres
construya una justa sociedad;
donde se organice la opresión
luche sólidamente por la Libertad;
donde domine la fuerza de las armas
reclame el derecho de la razón;
donde se amordace y esclavice a cualquiera de mis iguales
camine con aquellos que protegen su dignidad.

Donde se empobrece a las mayorías


en beneficio de unos pocos,
establezca la igualdad.
Donde se deja a los pueblos en ignorancia,
procure el derecho a la Enseñanza.
Donde se emplea la tortura,
exija el respeto al Hombre, obra maestra de Dios.

223
Índice

Índice

Presentación..................................................................................7

CAP. 1: Los trabajadores en su día.................................................9

Salmo 1º de Mayo................................................................................11
He visto con mis ojos el 1º de Mayo................................................ 15
Reflexión en el 1º de Mayo: más allá de las economías
triunfantes.............................................................................................. 21
Oración del día de los Trabajadores.................................................. 24
No hay trabajo......................................................................................25
Las manos de los cesantes..................................................................27
Pasión de Jesús leída por un cesante................................................. 31
El primer minero.................................................................................34
Creatura creadora.................................................................................35
Señor Alfarero......................................................................................38
Canto al Creador y su creatura...........................................................41
Saludos...................................................................................................47
El Norte chileno..................................................................................50
El nacimiento de la minería................................................................52
El Hijo del carpintero..........................................................................53

CAP. 2: Profecías para los que abusan del poder........................55

Un pecado nacional.............................................................................57
Nuestro pecado social.........................................................................62
Contra los señores que rigen el mundo............................................ 65
Ricos. Economía de mercado............................................................66
Profecías para libertades de mercado............................................... 67
El desarrollo de los gigantes..............................................................69
¿Sólo chorreo?......................................................................................72
Estaban ahí............................................................................................74
El hambre al acecho............................................................................76
Las uvas envenenadas..........................................................................83
Conversaciones democráticas............................................................85
La difícil honradez...............................................................................87
¿Quién bota los muros?......................................................................89

225
Las manos heridas

CAP. 3: El cansancio y la esperanza de los pobres.......................... 91

El cansancio de los pobres.................................................................93


Los pobres: un tema que molesta y duele......................................103
Opción preferencial por los pobres................................................105
La humilde queja de los pobres.......................................................111
La esperanza siempre .......................................................................113
Esperar contra toda esperanza.........................................................115
Solidaridad: la fuerza de la esperanza..............................................122
La esperanza de los pobres...............................................................126
Silabario 1. Pan...................................................................................136

CAP. 4: Preguntas desde la fe.................................................... 139

El rico Epulón y el pobre Lázaro....................................................141


Tú, que abusaste del pan...................................................................145
Vía Crucis del pobre..........................................................................146
Informe de asistencia social.............................................................155
Urgente Navidad ..............................................................................157
Junto al pesebre..................................................................................162
Se fueron los reyes magos, llegaron los economistas...................164
Madre de los cansados .....................................................................166
La visitación........................................................................................168
24 preguntas cuaresmales.................................................................170

CAP. 5: Ser cristianos, simplemente.......................................... 173

Vendría bien........................................................................................175
Gramática cristiana............................................................................177
Creer.....................................................................................................179
Carta a la Iglesia de Santiago............................................................183
Reconciliación y comunión en la Iglesia.........................................185

226
Índice

CAP. 6: ¿Creadores o anticreadores?......................................... 189

Ecología del corazón.........................................................................191


Ecología de Dios................................................................................193
Creador y Anticreador.......................................................................195
El profeta y el televisor.....................................................................197
Carta a una madre soltera.................................................................199
Bendito................................................................................................201

CAP. 7: Los cristianos y la política............................................. 203

Espiritualidad de la no violencia cristiana......................................205


La inspiración cristiana de la política..............................................213
Ciudadano del mundo.......................................................................223

227
C O L O F Ó N
Las 228 páginas de este libro fueron
compuestas en Adobe Indisign
CS3. La portada fue compuesta
en Freehand MX y las imágenes
digitales trabajadas en Adobe
Photosho CS3.

Para la impresión de las páginas


interiores se utilizó papel bond de
80 gramos. La portada fue impresa
en couché opaco de 300 gramos.

La encuadernación hecha con


costura de hilo.

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