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Grandezas de la Perdición

Andrés Rodríguez M.

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“Libro dedicado a ese Jesucristo, que de haber nacido en nuestros tiempos, ya habría muerto en un
accidente de tránsito después de convertir el agua en vino”

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Introducción

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-Por las mierdas que alcancé a leer parece que todo lo hubieras redactado en un baño… -Me dijo el
Editor-… ¿Piensas en verdad publicar éste libro?

-Si… -Contesté-… tengo libertad de expresión…

-Bueno… -Respondió el Editor-… ciertamente en nombre de la libertad de expresión se puede


publicar y decir cualquier cosa… pero ya que tienes ese derecho, yo quisiera tener la libertad de
padecer ceguera y sordera a voluntad… ya sabes; para no leer ni escuchar sandeces…

-¿Quisiera tener libertad de ignorar lo que yo digo conforme a mi libertad?… -Me extrañé-…
¡Vamos!… no me diga eso: ¡El libro no puede ser tan malo!

-¡Qué no puede ser tan malo!… -Exclamó-… desde el comienzo, con ese capítulo “Abalorios”, supe
que eres uno de los tantos aspirantes a beatnik; que por beber o fumar de vez en cuando se creen
que han vivido una experiencia final que logra vitalizarles la vida… es decir, uno de esos pendejos
que buscan el final para así comenzar otra vez… con nuevos bríos. ¿Quieres que te de un consejo?
Lee a Icaza, a Palacios o a Demetrio Aguilera y aprende a escribir como ecuatoriano.

-Los leí… -Le contesté-… pero no por ello debo escribir como ellos. ¿O no? Todos esperan que por
ser ecuatoriano me atenga a sus limitadas corrientes, pero yo no pretendo castrarme así. Pensar
que por ser ecuatoriano debiera escribir como tal se me antoja tan falso como que una vieja al
envejecer se implante silicona en el cuerpo para no perder la juventud… entenderá usted que no
importa la cantidad de silicona, la gente nunca dejará de envejecer… así mismo no importa cuánto
quiera escribir como Icaza o Palacios, nunca dejaré de ser yo…

El editor suspiró.

-En tal caso, si bien eres un mal escritor, no dejas por ello de ser uno muy imaginativo… -Confesó el
editor, levantándose de su silla, a punto de irse.

-¿Uno muy imaginativo?… -Volví a extrañarme-… ¿Por qué lo dice?


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-Porque te empeñas en publicar, imaginándote seguramente en que tus libros se venderán… -Me
contestó mientras se marchaba-… y para creer en ello hace falta mucha imaginación…

4 PM
-Escúcheme Andrés… -Me decía el nuevo editor-… créame que su libro no es malo, solo que está
mal escrito… si tuviera otra forma de expresar las cosas…

-…lograría trastocarlo todo… -Le interrumpí molesto-… ¿No ha pensado que si cambio las formas
de expresión terminaré, a la larga, por cambiar las ideas a expresar?…

-Eso mismo debería preocuparle… -Se defendió el editor, a la vez que una arruga en su frente
crecía hasta parecerse una segunda boca; lo cual llegó a alarmarme pues no soportaba ni siquiera
las estupideces que decía con su boca normal-… las ideas que busca transmitir en su libro son de
muy mal gusto, no son sanas ni adecuadas. Piense usted en la moral, en las buenas costumbres y
en la ética… Yo creo que ni siquiera las personas que aparecen allí, en su libro, le permitirían la
publicación… y ¿Cómo pretende que acceda a publicar un libro que ni siquiera es aceptado por los
que aparecen en él?…

-Mire… -Le respondí, ardiendo de indignación-… yo, como muchos, admiro a Alejandro Dumas,
autor de “Los Tres Mosqueteros”; porque él a partir de historias de rifles, pólvora, balas y sangre me
enseñó amistad, lealtad, sacrificio y amor. Yo lo considero todo un genio porque logra enseñarme lo
uno a partir de lo otro… sin embargo me dice: “Piense usted en la moral, en las buenas costumbres
y en la ética…” y ahora yo le digo que si está ciego a los valores que maneja subliminalmente mi
libro, pues escúcheme: Cada vez que hablo de licor lo hago valorando al abstemio; cada vez que
escribo sobre mujeres lo hago previniendo a los hombres de sus trampas; cada vez que hablo de
golpes y escaramuzas valoro la paz y la amistad… si a usted le queda duda sobre la moralidad de
mi obra, pues no atina a encontrar moralejas si lo escrito no es fábula, piense que siempre podrá
leer a Esopo y Samaniego, y déjeme a mí escribir sobre la realidad, sobre sucesos concretos…
después de todo no tengo porque escribir precisamente lo que usted quiere leer.

-Pero nadie quiere leer literatura de su tipo… -Me contestó, sin guardarse ya su animadversión hacia
mí-… nadie va a leer su libro, créame, pues nadie necesita leer lo que acostumbra a vivir
cotidianamente. El tipo de escritura que usted maneja ya pasó de moda, así como también murieron
los existencialistas y los beatniks… Siga mi consejo muchacho, que si de algo puede servir ser viejo

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es para aconsejarlos a los jóvenes: Reescriba su libro, agréguele personajes bondadosos, quítele
las escenas bizarras y por favor búsquese un diccionario…

-¡No! Si yo si tengo diccionarios… -Le interrumpí-… el problema es que las palabras que necesito ni
los diccionarios las cuentan… -Dije con sarcasmo.

-No sea engreído ni burlón… -Por fin reventó ese editor-… Créame que yo le digo éstas cosas
buscando ayudarle. Tómelas por el lado amable, y olvídese de toda sombra de rechazó. Ni siquiera
un hombre perfecto podría rehuir o despreciar un buen consejo.

-Menos un consejo dicho por un viejo tan imperfecto… -Estallé yo-… mire señor, créame que no
necesito consejos, y menos de los suyos, pues si bien no soy perfecto, menos quiero escuchar a uno
que pretende serlo, hasta el punto de aconsejar a los perfectos… solo dígame que no publicara mí
obra, y nada más, no se gaste en regalarme recomendaciones pues no se las he pedido… sé que
usted es más experimentado en esto de la literatura al ser más viejo que yo, pero también sé que las
experiencias son el otro nombre con el que conocemos a las equivocaciones, y créame que donde
usted fracasó yo triunfaré, y que al llegar a su edad, Dios no lo quiera, no seré experimentado por
mucho fracasar, sino, en cambio, seré triunfador por nunca experimentar…

-Usted es un infante, un inmaduro… -Me gritó como si así me insultara-… caído en el pecado de la
fantasía.

-¡Y Qué!… -Le contesté-… Le apuesto a que en mis 22 años he vivido más que en sus 70 años…

-¿Más borracho?… -Me respondió-… pues al licor en mi vida solo lo he visto desde lejos. Además
no tengo 70 años, solo 47.

-70 o 47 es lo mismo, igual ha vivido menos de lo que yo he vivido en mis 22 años… -Solté-… el
caso es que cada vez que se iba a la cama a dormir, yo comenzaba un nuevo día, pues mis días de
48 horas cuentan con dos jornadas de 24 y…

-Está loco… -Me dijo levantándose de la silla con la intención de irse.

-No estoy loco… -Le contesté-… Todo esto lo sé precisamente por lo que usted me ha dicho hacia
poco… porque es evidente que sus consejos no buscan ayudarme, sino solamente impedirme seguir
viviendo como he vivido hasta ahora; porque me envidia, porque he vivido cosas que usted nunca

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llegaría a vivir; porque conmigo ha descubierto que cinco décadas de corrección no igualaran nunca
a dos décadas de corrupción; porque su vida ha sido más larga pero mucho menos colorida que la
mía… porque no quiere que llegue a ser alguien mejor que usted, pero ¿Sabe algo? Ya soy mejor
que usted, ahora, y no voy a tropezar siguiendo sus consejos, No. No, no, no quiero ser cómo usted.

Y el viejo editor se fue, sin responderme. Yo no paraba de reír, pues sabía que aunque había sido
cruel, éste tipo se lo tenía merecido. Entonces conseguí una pluma y, en la libreta que siempre llevo
en la chaqueta, escribí:

Los consejeros son crueles:


Hay gente que gusta del vicio de prodigar consejos a diestra y siniestra. Gente que contempla la vida
de los demás como su laboratorio personal, atentos a experimentar lo que ellos dictaminasen, los
consejos que impartiesen. Son gentes crueles, manipuladoras y vanas a mi gusto, pues les gusta
aconsejar aquello que ni ellos mismos harían si estuvieran en nuestra condición. Nos ordenan seguir
caminos que ellos se cuidarían mucho de seguir, instrucciones que se guardarían mucho de
completar, acciones que se apenarían mucho de realizar. Hay innumerables ejemplos a ver, desde
los consejos suicidas que nos envían los expertos del fondo monetario internacional a nosotros, un
país pequeño, consejos que ellos mismos no los seguirían; hasta las instrucciones para una vida
espiritual por gente nada espiritual que ocupa las cúpulas de las iglesias y religiones… Pero después
de parlamentar con éste viejo editor, me he convencido que La Rochefoucauld fue un genio al decir:
“A los viejos les gusta dar buenos consejos a fin de consolarse de que ya no estén en situación de
dar malos ejemplos”… excelente. Por otro lado: “¿Por qué debería yo decir peor lo que otros antes
dijeron mejor?”… Montaigne, creo… igualmente excelente.

6 PM
Me confesaba el tercer editor-… En Quito vivir de la literatura es como vivir de las manzanas que
produce el pino: fácilmente imposible por ser difícilmente posible. Y es debido a esta dificultad que
aquellos que viven por la literatura son tan ufanos e insoportables; como un capitán con su primera
victoria en la guerra, o como un asesino con su primer asesinato. Se creen autoridades en la
materia, como Richelieu lo fue en los asuntos militares, pese a ser sacerdote. Muchas veces, he
constatado, que simplemente se leyeron un, único y solitario libro. Casi siempre uno de Nietzsche. Y
gracias a esa pequeñez se creen con el permiso de criticar a los demás, a quienes verdaderamente

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hacemos literatura. No tengo que añadir que estos escritorzuelos me repugnan como el vino ligero
cuando ya he probado el exquisito vino tinto.

-Está bien… -Le contesté-… ¿Me publicará?…

-Lo que me gusta de ti es que no eres ufano ni engreído… claro qué: cómo serlo con semejante
libro, pero… -Continuaba, pese a mis interrupciones-… de hecho, aunque no lo creas, los
escritorzuelos justifican su mal arte atribuyéndolo a que es una nueva forma de expresión. Dicen que
su puerco libro no está mal escrito, sino que es de “Vanguardia” simplemente. Y desde allí ser un
escritor de vanguardia te excusa de escribir bien. Más o menos como lo que ocurre en la pintura,
donde se le llama surrealismo o dadaísmo… a cualquier cuadro mal pintado…

-Sí, disculpe, pero yo quisiera saber… -Le interrumpí infructuosamente, de nuevo.

-Es el último apego a la vanidad ¿Sabes?… -Continuó-… tal y como los últimos kilos a rebajar en el
estómago son los más difíciles, así también los escritores se aferran a la vanidad, enorgulleciéndose
de libros horriblemente escritos… como tú con tú primer libro: ¡Qué libro para más espantoso!…
“Ellas” se llamaba ¿No?…

-Sí, de eso precisamente quería hablarle… -Le Interrumpí.

-¿Del primer libro?… -Me interrumpió a su vez-… ¿No basta con que te publiquemos el segundo?…
éste… ¿Cómo dices que se llama?…

-“Grandezas de la Perdición”… -Le contesté, sorprendido de que justamente éste editor me


apoyase.

-Ah sí, sí, si… lo había olvidado… -Reflexionó-… algo parecido a lo que antes hicieron los beatniks
¿No?… sí… ¿Sabes? Pensándolo bien: querer escribir como un beatnik también logra excusarte de
escribir mal… ¿No lo crees?… es parecido a lo que buscan los modernos escultores al utilizar
sierras eléctricas en lugar de cinceles… es decir, justificarse de que la escultura quede fea al final
porque han utilizado…

Entonces ya no lo pude soportar:

-¿Sabe usted mover las orejas?… -Le pregunté.

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-¿Qué?… -Preguntó extrañado-… ¿Eso a qué viene…? ¿Qué?… No, no se me había ocurrido
nunca… éste… no, no sé mover las orejas… pero muchacho por qué me lo preguntas… ¿Cómo es
que eso viene a colación ahora?

-Nada… -Le respondí-… solo que llevo tiempo queriendo hablarle y… pues, se me ocurrió qué cómo
a sus orejas no las utiliza para escuchar a nadie: tal vez ellas tengan otra función en su cabeza, y se
pudieran mover o qué se yo… -Dije con soberana desfachatez.

-Ha, ha, ha… ¡Qué gracioso!… -Dijo en medio de carcajadas-… ¡Pensar que mis orejas tengan otra
función por el simple hecho de que no escuchan!… eso es muy interesante… no sé, tal vez, podrías
pensar que al no utilizarlas para oír las utilice para volar: como Dumbo… pero no deja de ser
interesante… algo digno de un Borges… vaya, vaya… mira muchacho, si tú libro está lleno de cosas
así no dudes de que lo publicaré…

-¿Pero acaso no leyó la copia que le envié?… -Le pregunté indignado.

-¿Yo? No… las copias que nos envían las lee mi asesora, es decir: mi esposa… -Dijo sin señal de
enfado pese a haberle dicho, hacia pocos instantes, sordo parlanchín, aunque de forma elegante-…
por cierto que si ella no me dijo nada curioso que resaltara de tu libro significa que éste no le gustó.
Veraz, ya he tenido otras veces problemas de ésta índole con ella, que niega libros buenos solo
porque éstos supuestamente ofenden a la mujer. Ella es feminista ¿Sabes? Y está metida en todo lo
concerniente a los derechos de la mujer y…

-Adiós… -Le dije sin más, levantándome y yéndome.

-Pero… ¡Espera!… -Me gritó-… ¿Y qué va a pasar con el libro? ¿Para cuando quieres publicarlo?
¡Espera!…

Sé que no podía quejarme, pues él estaba dispuesto a publicarme sin siquiera haberme leído, pero
era precisamente eso lo que me enfadaba: ¿Es qué acaso mi obra no le va a gustar a nadie? ¿Es
qué acaso mi obra no despierta ningún interés en nadie? ¿Y solo puede ser publicada por un editor
que afortunadamente no la leyese? Es decir: ¿Solo puede ser publicada por un editor que no hiciese
el trabajo de un editor?… maldita sea: ¿Es tan malo mi libro?

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8 PM
-Andrés… -Me decía el cuarto editor-… como sucedió con “ELLAS”: para un literato tú libro es muy
filosófico, por otro lado, para un filósofo, tu libro peca demasiado de literario… Pudiera publicarte si
tuvieras una tendencia definida, pero como las evitas…

-Yo reniego de las tendencias porque evito encuadrarme o limitarme… -Le contesté.

-Y eso está bien… -Se apuró a contenerme-… pero piensa no en la libertad que ganas al negarte a
seguir una dirección definida, sino en la astucia que ganarías al lograr englobar muchos caminos
enrumbándote en uno solo… tal y como lo hizo Federico el Grande, que pudo en su camino ser a la
vez excelente estratega, agudo escritor, rey imponente y atinado filósofo… piénsalo…

“Otro que aboga a mi vanidad de escritor para ocultarme mis falencias al escribir, porque de otro
modo, en lugar de hablarme de lo que podría llegar a ser, me hablaría de lo que ya soy…” pensaba:
“… y me diría las razones por las cuales es inadmisible publicarme, en lugar de hacerme ilusiones al
compararme con Federico II, y forjarme el sueño de emular al viejo rey filósofo…”

-Yo considero… -Comenté ya cansado-… que lo peor que puede pasarme es que bajo el lema:
“Nunca te rindas” termine viviendo toda una existencia llena de derrotas…

-Eso sin duda… -Comentó inmediatamente él-… pero leí tu libro, y la verdad es que más que una
derrota, es una victoria a destiempo…

-Adiós… -Le dije al levantarme con la intención de irme; pues me pareció inútil seguirle hablando a
quién no quiere leerme, ni publicarme. “Por lo menos…” me dije “… este editor no salió con la
estupidez de los beatniks…”.

-Espera Andrés… -Me retuvo del brazo-… digo que tu libro es una victoria a destiempo porque me
recuerda a los libros de la generación beat… ¿Has leído alguna vez a Hubert Selby Jr. o a William
Burroughs?…

Hijo de Puta. Me volví a sentar.

-¿No le parece que a mi libro le faltan drogas, transexuales y perdición como para que sea un libro
beatnik?… -Le pregunté evidentemente irritado.

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-Es cierto… -Admitió a la vez que se alejaba un poco, por miedo a que mi cuerpo siguiese mi tono de
voz, y lo golpease-… pero al igual que ellos: tus escenarios son aquellos que la sociedad se
acostumbró a marginar… tus personajes también se desviven la vida por un instante de muerte… de
hecho, tú mismo, en vez de escribir muertes, mueres por la vida… y en vez de vestir la oscuridad,
desnudas más bien la luz…

“¿Desnudo más bien la luz?” pensé: “¡Que tipo para más pendejo!”

-… ¡Desnudas más bien la luz!… -Repitió-… porque todos buscan desnudarse en la oscuridad, y
solo tú, como los beatniks, buscan hacerlo a plena luz…

-¿Y eso de vestir la oscuridad?… -Pregunté intrigado.

-¡No lo entendiste!… -Me espetó-… ¡Cómo se nota que no has leído correctamente a Hubert
Selby!… cuando nos vestimos queremos ser oscuridad, y así ampararnos tras ropajes o refugiarnos
tras vestidos, lo que es propio de cobardes… por eso, para ser valientes, hay que desnudar la luz,
es decir, no cubrirla con vestidos ni máscaras…

“Esto no tiene pies ni cabeza” me dije. Y escapé de allí sin siquiera despedirme.

-¡No pierdas la esperanza!… -Me gritó a lo lejos.

“La ausencia de esperanza es la verdadera libertad” recordé que decía Tyler Durden en el libro “El
Club de la Pelea”.

10 PM
Sabía que no vendría. Con el quinto editor, él último del día, quedamos para las 9; y a las 10 nunca
llegan los retrasados de las 9. Por otro lado, mientras lo esperaba, me entretenía escribiendo en una
servilleta lo siguiente:

Florería
Si en algún acaso llego a ser famoso, quizá aquello responda al hecho de que, en éste mundo tan
irónico, mis libros sean mejor combustible que él petróleo… y terminen vendiéndose en cualquier
gasolinera cómo aditamento para el tanque de combustible del auto… después de todo hay que
aprovechar los árboles talados, y no desperdiciarlos en literatura barata…

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Llegaré a tener mucho dinero. Me conseguiré un harén lleno de damas orientales y venderé órganos
por el simple capricho de tener más dinero y ser placenteramente cuidado por esas damas después
de cada operación…

O tal vez me decida por vivir como un ermitaño misántropo que huye de la peste humana. Quizá con
la compañía de un perro, que tal vez no me quiera, que pudiera preferir orinarse en mis pies que en
la tierra apropiada… mm pero eso no me molestaría, porque sabría que prefiero los orines de un
perro ingrato a los cariños y atenciones hipócritas de cualquier persona; que prefiero el mal trato
animal al buen trato humano. Si, conforme; quizá viva en una casa de un solo piso, alejada de la
ciudad; con un automóvil viejo, enemigo del medio ambiente por ser muy contaminante; quizá un
mini Austin, quizá dos unidos, uno sobre el otro, y así tener un Austin completo de dos pisos por ser
la unión de dos mini Austin… Quizá siembre mi propio jardín, y hasta tal vez coseche mi propia
comida. Mi perro me perseguiría mientras riego, siembro o cosecho; y hablaré con él como si lo
hiciera con la persona más comprensiva, porque no puede responderme y, por lo tanto, tampoco
juzgarme. Tal vez me consiga una escopeta, y seré reconocido por odiar a todos mis vecinos; y
cuidaré mí jardín como un ejército cuida su patria, como un oso cuida su hábitat. La gente me
conocerá ya no por los libros ni la fama, porque quizá haya dejado de publicar hacia 15 años; más
bien me reconocerán por ser un huraño introvertido y amargado, por odiarlos a todos, por ser parte
de la peste humana al odiar a todos los apestosos humanos…

O tal vez seré solo un amigable viejito, que entre más sonríe más arrugas sonrientes muestra; con
un jardín a cuidar, y pese a los libros, la fama y lo demás, me gane la vida vendiendo flores del
jardín, diciéndoles a los clientes: “No te hace falta un libro romántico para conquistarla, cuando
tienes al alcance una flor de mi jardín…”.

10:30 PM
Harto ya de esperarle al quinto editor, salí del local dónde quedamos hacia cualquier bar cercano.
Encontré uno a dos calles de allí. Estaba lleno de personas desconocidas, y vacío de personas
conocidas, para mí. En todo caso no quería presentarme a nadie porque los odiaba a todos, pues
estaba acongojado. Y es que verdaderamente me entristecía que me hayan rechazado cuatro
editores… Tuve que aguantar conversaciones con cuatro estúpidos para enterarme de que mi libro
es estúpido. A más de eso, el quinto editor ni siquiera se dignó en acudir a la cita; lo cual, no sé si lo
hace el mejor o el peor de los rechazos. Por otra parte, todavía podía publicarlo al libro, solo que no

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lo haría, porque el único que estaba dispuesto a publicarme es un idiota tildado de intelectual:
suficientemente inteligente como para ser un estúpido elegante, disfrazando su ego tras frases
bonitas; “Un tonto del culo” como diría Burroughs.

Pedí una copa de whisky a falta de un trago más barato. El que atendía dicho bar supo reconocer mi
estado de ánimo, y consecuentemente la necesidad de que no se me agote el whisky, lo que logró
evitar sirviéndome más a menudo que al resto. Le pedí un bolígrafo y escribí nuevamente en una
servilleta:

“Hace falta un alma envuelta en el caos para que dé a luz una estrella” dijo Nietzsche, y yo con tal de
iluminar estoy dispuesto a pagar el precio de destruirme… Así como no hay forma de evitar las
espinas si estoy en búsqueda del perfume de las rosas: así tampoco puedo sortear la perdición si
estoy en la búsqueda de sus grandezas… por ello busco la perdición, para ser, gracias a ella, un
grande… por ello el libro se llama: “Grandezas de la Perdición”.

-A quién no aspira a nada, no le falta nada… -Me dijo una mujer ya entrada en años-… piensa en lo
que buscas y convéncete de que no te hace falta, solo entonces encontrarás lo que realmente
necesitas: la paz…

-No podría convencerme de tal cosa porque a decir verdad sí quiero lo que busco… -Contesté sin
convicción.

-¿Prefieres buscar lo que quieres antes que lo que necesitas?… ¡Piénsalo! La gente consigue lo que
quiere muchas veces en la vida, pero no por ello dejan de seguir queriendo más y más… eso
demuestra que buscar lo que se quiere solo consigue hacerte un eterno desgraciado… ¿Por qué no
mejor buscar lo que se necesita para no caer en dicha trampa?… -Me sermoneaba ella-… ¿Por qué
no buscar la paz?…

Pedí otro vaso de whisky, a la vez que me preguntaba: “¿Ella buscará solo reconfortarme, o
también compañía para beber?”

-… el caso es que podrás beberte todo el bar, pero no dejaras por ello de ser un desgraciado… ¿Me
entiendes?… -Terminó.

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Entonces la reconocí: era una de esas mujeres que buscan ayudar al prójimo desvalido con la
finalidad de ser admiradas o sentirse necesitadas. Después de todo ayudar a un caído realza a
cualquiera, o como lo dijo La Rochefoucauld: “Todos poseemos suficiente energía cómo para
soportar la desgracia ajena, y hasta para congratularnos de que gracias a ella podemos poner de
relieve nuestra amistad hacia ellos”.

-La entiendo… -Le respondí al tiempo que ocultaba de su curiosidad la servilleta donde había escrito
hacia poco-… Aunque a mí me parece que se es más feliz siendo un ebrio desgraciado que dejando
de ser desgraciado… porque dejaría de beber… ¿Me entiende?... soy mucho más feliz siendo un
pobre e infeliz ebrio, que un feliz abstemio…

-No te burles… -Me contestó-… aunque yo creo que lo que dices ni siquiera tú te lo tomas en serio…

“¿Oscar Wilde?” me pregunté.

-… pero lo que yo trato de enseñarte… -Continuó-… eso si tómalo en serio. Yo soy budista y puedo
enseñarte mucho. Veraz… la diferencia entre tú, un occidental cualquiera, y yo, una oriental como
ninguna, es que a ti te han enseñado a que si te apetece algo debes buscarlo… ej. Si tienes hambre:
busca comida, y si para encontrar comida necesitas dinero: trabaja, y si para trabajar necesitas
estudiar antes: estudia, y si para estudiar necesitas comer primero: pues come… ¿Entiendes?… es
una locura. La mentalidad consumista se consume a sí misma. Por otro lado, los budistas
aprendemos desde un principio a que toda apetencia, todo deseo, conduce al dolor, porque nunca
quedaremos satisfechos del todo… Así, por ej. Nosotros reconocemos que es más fácil aprender a
comer poco, que a buscar siempre saciarnos de comida, como lo hacen los occidentales; así no
necesitamos mucho dinero, ni trabajar demasiado, ni estudiar tanto…

-A quién no aspira a nada, no le falta nada ¿Eh?… -Reflexioné yo-… mm es muy seductora tu
filosofía… mm no hacer nada para no equivocarme… Sí ¿Por qué no? después de todo los
anoréxicos nunca sufrirán de obesidad… sin embargo un buen occidental te contestaría que no
hacer nada para no equivocarte es la peor equivocación que puedes cometer… y después te dirían
seguramente que si los budistas piden poco para poder fácilmente satisfacerse, pues también
deberían hablar poco para así evitar decir muchas estupideces…

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-Por favor… -Se disculpó ella-… yo solo quiero ayudarte. Tienes el rostro de quién no se reiría ni
aunque le hiciesen cosquillas; de quién ya está ebrio a pesar de que aún no ha bebido copa
alguna… créeme, yo solo quiero ayudarte… ¿Por qué bebes?… ¿Por qué me impides ayudarte?

-¿Has escuchado eso de que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones?… -Le pregunté
un poco hartado.

-Si… -Contestó ella.

-Pues si el camino al infierno está lleno de buenas intenciones, por lo tanto: el camino al cielo deberá
estar lleno de crímenes; y yo quiero ir al cielo… -Contesté.

-¿Es que no piensas en el futuro?… -Me preguntó ella, a su vez-… ¿En alguna meta sana?

-¿Es sano buscarse el cielo después de la muerte, viviendo un infierno en la tierra?… -Le pregunté
mordaz.

-Eso es lo peor… -Alcanzó a contestar-… ya veo que tú no te convences fácilmente… -Dijo a la vez
que pedía una copa de whisky para ella-… Yo creo que la vida es hermosa en sí misma, y que vale
la pena vivirla, porque si bien la mayoría de las veces todo es cruel, las pocas veces que se es feliz
lo compensan todo…

Yo guardé silencio mientras vaciaba el resto de mi copa, la quinta de la noche, de un solo bocado.
Ella no soportaba verme beber así mi quinta copa, a la vez que a mí verla pedir su primera copa me
infundía mayores ganas de pedirme una sexta.

-¿Tienes familia?… ¿Vives con alguien?… ¿Estas casado?… -Me preguntó, pero yo ya sabía ese
juego. No le daría la oportunidad de que dijera: “Si no te gusta vivir por ti, al menos vive por aquellos
a quienes amas”.

-Si tengo familia y los amo, aunque yo sea un cuervo en medio de búhos… -Le contesté-… por otro
lado no quiero tener hijos… cuestión de cuervos…

-¿Cuestión de cuervos?… ¿A qué te refieres?… -Preguntó extrañadísima.

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-Yo soy un cuervo… ¿Voy a traer al mundo búhos para que me odien?… -Pregunté-… para mí la
vida es una mierda… ¿Y aún así los voy a engendrar? ¿Sabiendo que la vida es una mierda?… ¿No
te parece muy cruel?

-Mm… mm… mm… supón que no salen tan nihilistas como vos, sino más bien animosos y gustosos
de vivir… tal vez hasta buenas personas… -Me cuestionó ella.

-…peor aún… -Le interrumpí-… no soportaría vástagos tan pusilánimes… yo no quiero tener hijos
aunque me nazcan hijos modelos, o aunque ellos puedan ofrecerme órganos, o sangre o nada… es
simple: odio la idea de continuar mi mala casta, de heredar mis maldiciones… no quiero tener hijos:
¡Antes Cura, que Padre!

Estaba ebrio. La sexta copa de whisky ya no me supo a whisky. Mi boca se había acostumbrado a la
peste del licor y por ello no me dolían las pestes que decía.

-Tampoco te exaltes… -Agregó ella después de encenderme un cigarrillo.

-Es verdad… -Reconocí al aspirar la primera bocanada-… nada está dicho y por lo tanto todo puede
suceder… tal vez si tuviera una nena la llamaría: “Dora” para cuando la enseñe a bailar decirle:
“Baila, baila, baila, así Dora, así, como una Licuadora” o para cuando discutamos decirle “Háblame
Dora por favor, háblame, no me hagas la ley del hielo, que no eres una Refrigeradora”

-Ha, ha, ha… -Se río ella-… eres gracioso ¿Lo sabes?… me agradas, aunque siempre estés a la
defensiva. Eres medio psicótico: como alguien que avasalla a los demás por estar siempre pendiente
de evitar que le avasallen… Si supieras que nadie lo intenta siquiera.

-Muchas gracias… -Respondí, pues en todo el día eso fue lo único que me gustó escuchar.

-Muchos de nada… -Respondió-… pero entonces ¿Por qué estas tan mal? ¿Por qué te encontré
bebiendo solo en éste bar, y no en cualquier otro lugar, haciendo feliz a alguna afortunada mujer?

-Te lo voy a contar… -Le dije, y pensé: “Lo que se puede hacer por unos cuantos halagos”-… Soy
escritor, bueno, no tanto, porque para ello debo ser reconocido… digamos someramente que yo
escribo. Tengo un libro a publicar; se llama: “Grandezas de la Perdición”. Pero a ningún editor le
gustaría publicarlo, pese a que me gustó escribirlo, y que a ellos, aunque lo nieguen, les gustó leerlo.
A mí todo eso me destroza, porque me esforcé mucho en escribirlo… Sí, sufrí mucho escribiéndolo;

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por cierto: ¿Has escuchado del problema de la vista de los escritores? ¿De Borges y Homero? Pues
eso no es nada comparado con el problema del trasero del escritor: ¡Imagínate pasar sentado 16
horas al día frente a la computadora!… es para morirse… acostado, por supuesto…

-Ha, ha, ha… -Se rió ella.

-Imagínate leerlo al capítulo una y otra vez, ¡Leer una frase hasta el cansancio! ¡Hasta encontrar la
fórmula perfecta! ¡La frase final!… Cada vez que abría el documento quitaba más páginas de las que
agregaba… Comenzaba numerosas veces él párrafo para no terminarlo mal… Los personajes, las
historias, la dosis perfecta, la palabra atinada, la coma puntual y el punto y coma… todo eso, hasta
altas horas de la madrugada, en una casa donde esperan un fracaso seguro; en una ciudad donde la
gente se embarra de mierda al pisarla, pese a llevar zapatos, porque esos están llenos de agujeros
en las suelas… Siempre intentando llegar a ese lugar que nunca he visto pero que creo, con toda el
alma, que debe existir, porque sino la existencia me resultaría absurda; como en el caso del mejor
programador de computadoras de todos los tiempos, que trágicamente vivió en la era cavernícola,
sin tener computadoras que programar… Siempre a por ese norte que no consta en ninguna brújula,
a por ese sendero hacia el éxito equívoco: ¿No resulta paradójico buscar caminos hacia lugares de
dudosa existencia?… por favor, detenme si te resulta demasiado patético…

-No, de ninguna manera… -Añadió ella-… nunca me hubiera imaginado que fueras un escritor… y
es muy valioso lo que me confiesas… mm “Grandezas de la Perdición” dices que se llama el
libro… para una budista la perdición y la grandeza son una sola cosa… sabes que el nirvana…

“Ésta sigue con su budismo de mierda” pensé.

-… ¿Alguna vez no te ha dado ganas de salir corriendo a perderte, para encontrarle así sentido a tu
vida?… -Le interrumpí, pues estaba cansado de escuchar estupideces; lo había hecho todo el día-…
¿Salir a buscar aquel destino que debiera abrírsete a ti?… yo sí, y lo hago pues entiendo que debo
perderme para encontrar algo que se me ha perdido.

-¿Y que buscas tú?… -Me preguntó ella, resignándose a dejar de lado su estúpido budismo.

-¿Yo?… -Me cuestioné desprevenido-… ¿Yo?… ¿Qué busco yo?… -Reflexionaba; la verdad nunca
me lo había preguntado-… Definitivamente no busco la fama, porque no escribo para los demás,
sino solamente para mí. ¿Por qué? No lo sé, pero se me hace que si quisiera escribir para

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agradarles a los demás, jamás escribiría nada; estaría tan ocupado en agradar que terminaría
desagradándome a mí mismo, seguramente. Igual conseguiría de una u otra manera fama y algunos
indecentes me preguntarían: “¿Cuál es el precio de la fama?” y no sabría cómo decirles qué para
conseguir agradarle a los demás hace falta cambiarte hasta al punto de desagradarte a ti mismo…
es algo que hay que hacer… pero entonces ¿Por qué escribo?.. no lo sé, pero tampoco voy a dejar
de hacerlo; más o menos cómo lo que hicieron los cavernícolas que pintaban las cuevas dónde
vivían ¿Entiendes?... a ellos esa actividad no les ayudaba en nada, ni para cazar, ni para conseguir
más comida, ni para procrear mejor; pero igual seguían dibujando, y un día, muchos años después,
abandonaron las cuevas… Cualquiera por esos tiempos, e inclusive por éstos tiempos, diría que fue
un trabajo inútil, pero no. Ahora nosotros llegamos a conocerlos mejor a esos cavernícolas
precisamente por lo que dibujaron… ¿Ves? Esos dibujos no fueron tan inútiles, pese a que aquellos
cavernícolas no supieran bien para qué dibujaban, ni para quién: cómo yo, que no sé para qué
mismo escribo, ni para quién, pero igual no dejo de escribir… y es que siento muy adentro mío qué
es algo que tengo que hacer, cómo si yo no existiera realmente si dejara de hacerlo… pero sí me
preguntas por qué, ahora mismo no lo sé.

-Está bien… -Contestó-… lo entiendo.

-¿Segura?… -Le pregunté.

-A veces la vida es cómo un túnel envuelto en la oscuridad… -Dijo-… puede darnos mucho miedo
estar en él, pero debemos tener la certeza de qué si seguimos hacia adelante llegaremos a algún
lado, quizá hasta la luz… pero hay que tener cuidado, porque a veces uno llega a sitios peores que
el túnel oscuro, a sitios que no se hubiera querido ir si se hubiera sabido que hacia allí se iba; por
eso es bueno saber bien a dónde dirigirse. Pero tú tienes tiempo, si estas jovencito aún ¿Piénsalo?...
ahora que puedes.

Entonces no sé por qué, pero me sentí más solo y desamparado de lo que nunca antes me había
sentido en la vida… y pensar que en aquel túnel siempre caminaría solo, seguramente.

-Por lo menos sé que lo que busco aún no lo tengo… -Le contesté a modo de consuelo.

-Pues busca encontrar pronto qué es lo que buscas en la vida… -Dijo seriamente-… no vaya a ser
qué te desviviste toda una vida por un yate cuando hubieras sido feliz con un simple barquito…

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Y nos quedamos callados. Ya no había tanta gente en el bar pero los pocos que quedaban se reían
tanto que parecía que el bar aún estaba lleno. Me quedé mirándolos a la vez que exhalaba la última
calada al último cigarrillo; hubiera dado lo que fuera por enterarme del chiste.

-¿Y dices que al libro ya lo terminaste?… -Preguntó ella al momento que compraba una nueva
cajetilla-… ¿No será qué, cómo siempre suele suceder, aún le faltan algunos toques?

-Bueno… -Medité-… sí, tal vez. Todavía podría añadirle una introducción ¿Sabes?… Hace tiempo
quise escribirla, pero redactarla me resultó el doble de trabajo que el del libro, y abandoné la idea
cuando descubrí que me estaba quedando más larga que el propio libro… “A este paso…” me dije
“… voy a necesitar una introducción para la introducción”… y entonces comprendí lo que es un
Prólogo.

-Ha, ha, ha… -Rió ella-… podrías agregar la introducción claro, y a mí también: ¿Por qué no? Así me
regalarías tu libro, y sería tu fan número uno. Y te pediría un autógrafo.

-Primeramente “Yo soy tu amigo pero no fío”… -Le contesté-… y en segundo lugar, antes de
pedirme a mí el autógrafo, te lo pediría yo a ti, porque resulta que eres mi primera fan…

-… ha, ha, ha… -Me interrumpió-… Ya está muy de noche; es increíble que conversara tanto tiempo
contigo sin saber tú nombre… ¿Cómo te llamas?

-Andrés David Rodríguez Mesa… -Le respondí mareado, buscando no trabarme-… Escritor, a tú
servicio... -Y quise estrecharle la mano, divertido, cómo si en ese preciso momento me la encontrara.

-Muchísimo gusto… -Respondió ella, a la vez que me estrechaba la mano-… Así que tú onda es la
de escribir ¿Eh?… -Continuaba con el juego.

-En realidad… -Le interrumpí-… mi onda es tú onda… -Y la bese, y ella me devolvió el beso. Solo
podía pensar en que no quería caminar solo por éste túnel tan oscuro, al menos no siempre.

2 AM
Ya no teníamos licor. El que atendía dicho bar se negaba a seguir vendiéndonos whiskys, como se
negaría cualquiera a facilitarle una soga a uno por ahorcarse.

-Vamos a mí casa… -Propuso ella.

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-¡Vamos! –Contesté.

Nos subimos en su auto; lo encendió y nos pusimos en marcha. No pude dormir en el trayecto pues
ella manejaba el auto como si cualquier calle fuese una autopista.

-¿Cómo es que te suceden tantas cosas extrañas?… –Me preguntó a la vez que esquivaba un
poste.

-Yo no pierdo oportunidades pensándolas… -Contesté, al tiempo que me aferraba con fuerza al
asiento- …cuando piensas si actuar o no en una oportunidad, ésta ya se te escapó…

***

Al día siguiente me desperté antes que ella; cogí mis cosas y salí de allí sin querer despedirme. Pero
ella se despertó y me dijo:

-Ni tan siquiera un besito de despedida.

Y yo me acerqué y la besé de nuevo.

-Mira… -Me comentó-… la línea de bus VINGALA pasa por la gasolinera, a dos cuadras de aquí; ésa
te deja en tú universidad.

-Gracias… -Le contesté, y salí de allí. Fui directamente a la gasolinera y cogí el tal bus VINGALA.
Sonreía cómo un idiota mientras me preguntaba lo que ella ya me preguntó ayer, antes de venirnos
a su casa: “¿Cómo es que me suceden tantas cosas extrañas?”. Entonces leí en la ventana que
separa al conductor de los pasajeros esa frase que todos los buseteros ponen en su bus:

“Dios bendice mi camino”

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Los Abalorios

-… siempre que intento salirme de la rutina termino saliéndome de control… con ellos… los mismos
de siempre… los que me han escuchado una y mil veces decir: “Ya no más licor” mientras bebo otra
copa más. Los que al día siguiente del fiestón, con resaca, no recordamos más del día anterior que
el haber gritado: “Es la fiesta más inolvidable de nuestra asquerosa vida”… -Conversaba.

-Sí… -Me interrumpió ella con desdén-… sabemos que la proeza de beber con ellos la repites cada
semana, como si fuera un acontecimiento por episodios…

-Un viernes sin ellos es como una fiesta sin licor; y discúlpenme, pero hasta en la misa hay vino… -
Repliqué.

-En fin… -Finiquitó ella-… cuéntanos lo del intento de suicidio…

-A eso iba… -Retomé yo el relato-… si bien ellos me ayudan a salirme de control, no por eso ellos
dejaran de volverse, con el tiempo, otro tipo de rutina, y por aquellos días me di cuenta que ya hacía
rato nuestras proezas en fiestas y bebidas no eran más que episodios cotidianos; por lo tanto
empecé a buscar nuevas aventuras para así salirme de la nueva rutina… y fui a una cantina de mala
muerte en el centro de la ciudad…

-Típico de voz Filo… -Me volvió a interrumpir ella-… buscas cambiar tu rutina cambiando de amigos
más no de vicios…

-Ese soy yo… -Le respondí, ya harto de sus observaciones-… y entonces entré en ésta cantina y le
conocí a éste tipo. Él me saludo primero, se acercó, me invitó una copa y yo la acepté. Se le veía a
leguas que estaba despechado por una mujer, y como a ellos les desahoga hablar, y yo no tenía
nada que decir, pues me dispuse a escuchar su historia…

-Muy loable de tu parte… -Me interrumpió nuevamente ella.

-… comenzó con aquello de que en una relación hay que evitar dos cosas… -Continué planeando
ignorarle toda interrupción-… La segunda: No hay que comer de platos recalentados. Y la primera:
No hay que comer las sobras de nadie… Su error al parecer fue comer de un plato recalentado,

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pues había regresado con su ex novia… pero lo peor de todo, fue que tan solo había estado
comiendo las sobras, porque ella le había estado traicionando con otro…

-Ha, ha… -Se rió él-… pobre tipo…

-Sí es cierto, pobre tipo… -Acepté-… de repente sacó una caja repleta de pastillas. Planeaba
suicidarse, pero yo no estaba prevenido. Me distrajo contándome que a su novia, que antes fue su
ex novia, se le había muerto el perro hacia un tiempo, y esto la entristeció tanto que hasta había
llorado. “No llores por un perro mujer” le había dicho él “…recuerda que solo es un perro”. Pero ella
no había dejado de llorar por una semana. Y él pensó “Ni cuando murió Juan Pablo II ésta mujer
lloró tanto cómo ahora, cuando le llora a un simple perro… algo raro hay aquí” y le preguntó a ella:
“¿Tanto le amabas al perro? ¿Tanta falta te hace?” a lo que ella le contestó que no. “¿Y por qué le
lloras tanto entonces?” le preguntó… y recuerdo que al momento de contarme aquello el tipo
apuraba 5 pastillas con algo de brandy… “El perro en si no me importa… lo que sucede es que ese
imbécil no me quiere” le había respondido ella… “¿Cuál imbécil?” le preguntó él, alarmado ya de una
infidelidad muchas veces evidente y por ello más dolorosa… “El dueño del difunto perro” le contestó
ella… y entonces apuró otras 3 pastillas con el último sorbo de brandy, contándome a la vez que ella
le había preguntado mientras lloraba “¿Por qué será que me gustan tanto los imbéciles? ¿O será, tal
vez, que no son imbéciles, pero yo los vuelvo así con el tiempo? ¿Será que yo los vuelvo imbéciles?
¡Pero si luego no me gustan!… ¿Será que la del problema soy yo?” y seguía llorando. Él perdía el
juicio al recordarlo todo, por indignación, pues el imbécil en toda la historia no era aquel tipo dueño
del perro, sino él, que se había quedado con su traicionera y perra novia. Él, él mismo que ahora se
tragaba una pastilla tras otra ayudándose del coñac que le habían servido después del brandy. Sí, él
era el imbécil, porque consolaba a esa perra que el otro tipo no quiso conservar. Y entonces me
contó que por eso se iba a matar, y fue en aquel momento en el que caí en cuenta de la verdadera
finalidad de sus pastillas, porque inocente yo, nunca sospeché que si esas pastillas se ingerían con
licor (Y en tal cantidad), seguramente no serían para la gripe o la tos… y me explicó, de forma casi
macabra, que ha comprado 20 pastillas que sirven para bajar la presión, pensando tomarlas una a la
vez, y apagar así paulatinamente su corazón. Todo ello con la intención de llamarla luego a decirle:
“Ahora ven a llorarme a mí como le has llorado a tu perro” refiriéndose obviamente al amante de
ésta, y no al perro que a los dos se les murió.

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-Qué tipo para más desequilibrado… -Comentó ella-… supongo que le quitaste las pastillas ¿O
no?…

No quise responderle, pues ya me habían hartado sus comentarios e interrupciones; además me dio
la impresión de que no porque supiera hablar es inteligente, tal y como un perico.

-… concluyó el relato diciéndome: “¿Sabes por qué sé que tengo alma?… Porque me duele”… -Dije
aliviado por finalmente finalizar la historia.

-¿Le habrás salvado la vida o no? –Preguntó ella ya enojada, por ser ignorada.

-¿Salvarle la vida?… ah… -Suspiré-… él quería suicidarse ¿Entiendes?… Quitándole las pastillas no
le hubiera salvado la vida, solo le habría arruinado su muerte…

-Ha, ha… -Se rió él-… éste Filo. Ha, ha… arruinarle su muerte.

-Ha, ha… -Reí a mi vez-… creo con convicción que todos tienen derecho a morir como quieran.

Pero ella no podía quedarse sin satisfacción, y me interrumpió por enésima vez.

-¿Eres siempre tan cínico?…

-No siempre… solo con las mujeres que iluminan lo peor de mí… -Contesté hastiado de estar
hastiado-… porque hay mujeres que no se contentan con ser lindas, y buscan también ser
inteligentes, y creen que lo lograran hablando, y…

-Ya no continúes, ya no continúes… -Me interrumpió nuevamente ella-… perfectamente me doy


cuenta de que eres uno de esos cavernícolas modernos, que creen que a la mujer le está vedado el
conocimiento; que solo servimos para engendrar genios, no para serlos… mm, por otro lado ¿Me
dijiste linda y a la vez estúpida no?

Yo sonreí.

-Todos sabemos que las mujeres tienen ciertas limitaciones… -Acotó él-… es algo universalmente
demostrado; Shakespeare escribió dramas inmortales sobre ello… por eso hasta en nuestras
relaciones con ellas, los hombres no buscamos profundidad intelectual, simplemente compañía en la
soledad…

22
-Sí… -Concluí-… para la necesidad de profundidad intelectual están los libros… en cuento a las
mujeres, a ellas no se las entiende, máximo se las quiere…

-¿Tú estás de acuerdo con el Filo?… –Le preguntó a él, ella-… Pobre de mí, venirme a buscar
conversaciones novedosas con un par de retrógrados… Pero sospecho que ustedes, ambos, opinan
eso porque han sufrido mal de amores; porque si las mujeres los hubieran amado, ustedes ahora no
las odiarían… eso es, ustedes odian a las mujeres porque alguna vez las amaron y no fueron
correspondidos…

-Típica opinión de una mujer… -Exclamó él.

-Si… -Apoyé, a la vez que ella sonreía intentando con ello defenderse-… veraz, una muestra de que
ellas no tienen ni buscan profundidad intelectual es que las mujeres prefieren a Brad Pitt antes que a
Steven Hawkins.

-Otra evidencia de que las mujeres son limitadas… -Dijo él-… es que se dejan llevar por los
músculos cuando lo más importante es el intelecto… pues el intelecto es para toda la vida y los
músculos no…

-¡Ahí está! Sabía que su misoginia respondía a que en sus relaciones con mujeres fueron
reemplazados por hombres de mayor contextura física y de mejor belleza facial… -Sentenció ella.

-¡Y nada de inteligencia!… ¡No lo olvides!… tenían todo eso y nada de inteligencia… -Le aclaró él
con un tono de burla demasiado campante.

-Ha, ha… -Reí-… No sé si lo que dices es cierto… lo que sí… -Dije ya seriamente-… es que a mí sí
me han reemplazado por tipos como los que tú describes: grandes y guapos, o feos pero con
dinero… pero no por ello odio a las mujeres, porque también ha sucedido lo contrario, y ellas los han
dejado por mí a tipos mucho más guapos y mucho más adinerados y altos que yo… Y entonces les
pregunté: “¿Por qué le abandonaste por mí?” a lo que ellas no han sabido responderme… otra
evidencia de lo limitadas que son las mujeres…

-Ha, ha… -Se rió él.

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-… el caso es que con las mujeres… -Continué yo-… no sé quién soy, ni qué saber… uno las ama y
termina siendo zoofílico, por haberse metido con una perra… es decir, ¿Cómo negar que somos
zoofílicos si a la final terminamos amando a las zorras y a las perras?

-Oh… Filo… -Dijo ella con ademan cansino-… eres alguien inteligente y te aprecio por eso, pero ya
te pasas… ahora estás demasiado idiota como para aguantarte… de hecho, los dos están muy
idiotas… me voy…

Y se fue.

-¿Vez lo que haces Filo?… –Me preguntó él-… Ahora que ella se fue tendremos que pagar nosotros
la cuenta… ¿Qué necesidad tenías de todo esto?

-No sé bro, lamento que se fuera; a veces con ella me sucede que sin estar ebrio pierdo la cordura,
el juicio y los estribos… no es la primera vez que me pasa y por ello ya no me importa tanto… ella
regresará, créeme; supongo que se ha figurado que la esperaré y por ello volverá… es cuestión de
fórmulas… ¿Pero no me negaras que en ésta ocasión tú también tuviste algo que ver?… -Dije.

-Si pues… -Aceptó él-… ahora yo también he tenido algo que ver… pero la verdad es que sin la
necesidad de mis intromisiones ustedes han tenido peleas fuertes, cómo aquella en la que te chirleó.

-¡Como olvidarlo!… –Dije-… si ni siquiera podía gritar de dolor por el dolor que tenía al abrir la boca
y emitir alguna palabra… y es que esa vez me pasé… me porté como un estúpido que intentaba
hacer algo lindo haciendo más estupideces…

-¿Qué hiciste exactamente?… -Me preguntó él.

-¿Qué más va a ser que embriagarme hasta más no poder?… -Contesté con amargura.

-¿Cuando fue?… -Me preguntó-… ¿Estuve yo ese día con ustedes?

-No recuerdo… -Contesté-… No, no, no estabas, fue antes de conocerte.

-Cuéntame entonces…

-Salimos de la universidad al bar, donde estuvimos hasta tarde; y de beber en ese bar fuimos a otro
bar, por más bebida… como todos los viernes… mm, solo que ese día fue jueves, según me
acuerdo; y la ebriedad ya me consumía la mente como la resaca lo haría al día siguiente… Ella aún
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no estaba, me parece, cuando llegamos al segundo bar. Recuerdo también haber salido del bar en
busca de una cajetilla de tabacos. Luego, en la casa, cuando me fueron a dejar, y yo sacaba mis
cosas de los bolsillos, saqué tres cajetillas de cigarrillos, dos de ellas sin abrir. Pero eso sucedió
luego, a la una de la mañana; ahora son las cuatro de la tarde, y yo salía a comprar la primera de las
tres cajetillas que en ese día no iba a fumar. Luego regresé. No conversaba con nadie pero tampoco
es que los ebrios conversen mucho, más bien gritan, o gritamos si te parece injusto que no me
sume. Entonces fue cuando le pregunté al alvino si se pintaba el cabello… por supuesto que se
enfadó…

-Ha, ha… –Se rió.

-… y llego ella… -Continúe-… “¿Cómo estás?” le saludé. “Mal” me respondió ella. “¿Por qué?” le
pregunté. “Mi amigo P. acaba de morir, hace dos horas…” empezó “… estábamos en la terraza de
ese edificio azul, consumiendo algunas drogas, cuando de repente saca un arma, y empieza a
apuntarse la sien para luego metérsela en la boca… nosotros por supuesto que se la quitamos de
inmediato… luego la M. le preguntó ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué quieres morir?… y P. nos
cuenta lo de esta chava que ahorita mismo debe estar pasándolo de lo lindo en la playa con el otro
mientras P. esta aquí intentando matarse… usted no puede matarse por una perra como ella, le dijo
M., usted debe quererse, y morir por cosas que valgan la pena y no por basuras como ella, le gritó,
con ese acento de colombiana que tiene M… y con todo ello parecía que P. se calmaba y
renunciaba a su propósito de suicidarse cuando en un descuido saltó el muy desgraciado desde allí,
desde la terraza, a más de doce pisos, sin gritar, sin siquiera hacer el mínimo ruido, sin despedirse,
sin siquiera dejarnos el porro que aún se consumía en su boca… no nos enteramos que había
muerto hasta que bajamos, dos horas después, y lo vimos allí, rodeado de paramédicos, de
bomberos y de mirones… y no sé” me decía “… siento que soy culpable indirectamente por su
muerte, porque si no me hubiera descuidado de P., aún después de haberlo visto sacar el arma; si
eso tan solo debió haberme convencido de que se iba a suicidar sea como fuese, que no bastaba
con quitarle el arma, que no debíamos descuidarnos de él, que no podíamos fiarnos, pero ya está
muerto, y en parte por descuido nuestro, y ahora estoy tan mal, como si yo también hubiera caído
como él, y terminado en el pavimento junto a él; siento como si su muerte nos dijera, que no
importaba P. mucho, porque de todas maneras, de cuidarle, nos aburrimos rápidamente, y nos
desentendimos, y se murió… maldita sea… y me duele… y me duele… abrázame Filo…” Y la

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abrasé loco. Nunca le conocí al P., pero si le conocía a la M. Una lástima. Por otro lado, ya estaba
ebrio, y ¿Por qué no abrazar a quien lo necesita si por las calles ando abrazando hasta los postes
para no caerme?… De ese día data nuestra primera discusión sobre el suicidio, pero eso fue
después de que logré reanimarla… cuando le pregunté: “Si los bomberos también bebían” y ella me
contestó que sí, aunque los que le rodeaban al cadáver de P. aparentaban sobriedad… y entonces
me pregunté a manera de chiste si: “… los bomberos alcoholizados se atreverían a apagar algún
incendio, estando como están, repletos de alcohol en las venas… capaz y muchos de ellos han
muerto incendiados por ebrios, como años viejos de aserrín” y así logré de alguna manera
reanimarla… creo que hasta empecé con groserías diciéndole que: “… cuando los ebrios se creen
bomberos, mean sobre las llamas incendiándose después, pues su orina es licor, y claro un incendio
no se extinguirá por tanta orina que le mees, pese a que los ebrios la desechen en grandes
cantidades, y por más orgullosos que estén de sus grandes mangueras”… Ha, ha…

-Ha, ha… -Reía conmigo-… Ingenioso, muy ingenioso para habérsete ocurrido estando ebrio bro.

-… y todo aquello sirvió, porque logró reanimarla de alguna manera; pero pronto descubrí que bien
puedes reírte sin que por ello dejes de estar deprimido, y es que si ella reía con mis estupideces,
solo ocultaba su depresión pues aún recordaba a P. tendido inerte sobre la acera, bajo la sombra de
ese gigantesco edificio azul… que si no hubiera sido tan gigantesco, si los humanos no se
empeñaran en hacer tantas torres de babel, no habría muerto P. al caer de su azotea. Entonces
recordé cuando ella y yo fuimos novios…

-¿Fueron novios?… -Preguntó interrumpiéndome-… ¿Ella y tú fueron novios? ¿Ella? ¿La que se
acaba de ir?

-Si… -Respondí.

-¿Pero si ahora no la aguantas?

-Se ha vuelto insufrible… -Comenté, para luego continuar-… pero esa vez recordé cuando ella y yo
fuimos novios, y tantas heridas que nos infligimos, y tantas cicatrices que había que soportar, para
ahora descubrir que pese a todo, si la encontraba mal, como esa vez, aún me podía doler a mí, el
que más daño ha recibido de ella. Ella estaba sufriendo en mis narices, y yo preocupándome de
problemas del pasado que no me dejan vivir cuando ella tiene problemas en el presente que la van a

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matar. Lo que es la vida ¿No? Estaba ebrio también, y la abrazaba, y pensaba en algunas chicas
que rechacé por parecerse ellas mucho a ella… y es que siempre nos estorbara el pasado a la hora
de vivir el presente, o de buscar un nuevo futuro… y entonces ella quiso besarme…

-¿Y cuando te chirleó Filo?… -Me preguntó él con la subliminal intención de que dejara los
romanticismos a un lado.

-A eso voy, a eso voy, no te desesperes… -Le contesté a sabiendas que los dulces empalagan, pero
igual a veces no dejamos de comerlos-… y quiso besarme, pero yo logré interponer mi mano entre
nuestros labios, al rato que le decía: “No me beses, que yo no quiero morir como P. cuando te
canses de hacerlo” a lo que ella me respondió: “¿Crees que te voy a volver a abandonar?”, y yo le
contesté: “Si creo… me conoces tan poco, que siempre te vas cuando más te necesito…” y me
intentó besar nuevamente, lo cual, ésta vez, sí lo consiguió… y permanecimos allí, abrazados, en
medio de cervezas que poco a poco empezaban a multiplicarse. ¿Qué te puedo decir? Me terminé
de embriagar. Salí del bar con ella en búsqueda de comida… pagué por comida que no me sirvieron,
gasté en cigarrillos que no fumé, bebí cervezas que no eran mías y bese a la mujer que antes ya me
hirió con otros besos. Luego, consciente de mi alcohólica inconsciencia, intenté marcharme,
respondiendo así al instinto primario de conservación, ese que logra la hazaña de salvarte llevándote
a tú casa para que luego no recuerdes cómo conseguiste tal proeza; valga decir que casi me
atropellan al emprender el viaje. Intenté luego sentarme y he terminado cayéndome, con ella en mis
brazos, agradeciéndole de haber estado entre ellos y haberme así amortiguado la caída.

-Ha, ha… ¿En serio Filo?… –Preguntó él entre risas.

-Sí… -Contesté-… a ella se le rompió una media, y a mí se me amortiguó el brazo. Luego subimos al
balcón del bar, a besarnos frente a toda la gente dispuesta en la calle, como palomas en el palomar,
como actores frente al auditorio. Y entonces le dije: “Estoy viviendo lo que siempre quise escribir” y
ella no me entendió. “¿Por qué siempre tienes que armar frases rimbombantes para ridiculizar así lo
que vivimos?” me preguntó, y volví a reconocer que ella no entendió. “Explícamelo” me apuró. “Debo
ingeniármelas para decirte cosas, porque de otra manera todo esto sería muy vulgar, como si
fuéramos cualquier pareja en cualquier parte del mundo… por otro lado, no puedo dedicarte poemas
o escritos formulados por otros escritores, porque simplemente no quiero decirte lo que ellos te
dirían… porque cualquiera puede citarlos y recitártelos” le confesé. “A mí me han dedicado poemas

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de Benedetti y Octavio Paz…” me comentó. “Yo nunca lo haría…” le respondí “… a menos que sea
ese soneto de Juan de la Cruz: Muero porque no muero, ¿Lo conoces?…” le pregunté. “No” me
respondió. “Solo ese soneto podría citarlo ¡Imagínate decirle a una muchacha Muero porque no
muero!… claro que no lo haría con cualquier estúpida, sino con una estúpida que valga la pena, por
aparentar inteligencia…” le conté. “Qué pena; tú eres el estúpido, que no sabe valorar a las mujeres,
cuando sin ellas los hombres no tendrían valor alguno…” me contestó…

-Y te hizo callar también Filo. Ha, ha… -Me interrumpió él con sonora carcajada.

-Y ahora te toca callarte a ti para que yo pueda continuar… -Le respondí.

-Cuenta no más Filo, no te enojes… no te vuelvo a interrumpir… -Me dijo al interrumpirme una vez
más.

-Volvimos a la mesa dónde habíamos guardado nuestras cosas. En el trayecto tropezamos con un
hindú de gafas, al cual grité: “CIEGO CON LENTES”. Él no se dio por enterado y siguió su camino,
como nosotros el nuestro. Seguíamos conversando. “¿Por qué me quieres?” le pregunté. “Porque
sin ti estoy tan vacía…” me respondió. “¿Me quieres cómo novio solo para llenar ese vacío?” le
cuestioné. “¿Y para qué más sirven los otros, sino es para llenar nuestros vacíos?” me respondió.
“Agradezco entonces por ese vacío tuyo…” le comenté “… porque sin él estuviera yo en tanta
soledad…” me burlé. Ella no lo entendió. Encontramos a nuestros amigos reunidos en la mesa
bebiendo, tal y como los dejamos, solo que ahora no gritaban mucho pues se empeñaban cantando
en el Karaoke del bar. Ella me pidió que no me avergonzara ni me burlara de las canciones tan
fresas que elegían sus amigos para cantar… y le conteste: “Que va… si yo escucho las mismas
mierdas canciones que ellos” y ella se rió. Y nos sentamos, pero no por mucho tiempo pues al poco
rato ella me pidió que bailáramos, y yo estuve demasiado ebrio cómo para aceptar. Pronto hubo un
tipo, de los oportunistas, que al verme cojear con dos piernas me preguntó si estaba bailando o
simplemente saltando; solo para burlarse de mí y quedar bien frente a ella. Yo le respondí: “A mí se
me hace difícil bailar con dos piernas, hasta el punto que parece que cojeo, pero vamos a ver si tu
puedes moverte igual de bien, cuando te rompa una de las tuyas… tal vez bailes hasta mejor, sin
piernas”. Debes entender que estaba ebrio, y de esto no me acuerdo, de hecho, fue ella quién me lo
contó todo, después, mucho después de aquella noche… Inmediatamente después del altercado me
llevó nuevamente a la mesa, evitando así que me cogiera a golpes con ese entrometido: “Hay gente

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que para sentirse bien necesita hacer sentir mal al resto…” me dijo “… para mí tu bailas bien.” Yo no
le respondí. A pesar de la ebriedad sé distinguir las mentiras camufladas tras elogios. Ella empezó a
decirme: “Yo quiero estar nuevamente contigo. Estoy cansada de los buenos recuerdos, estoy
cansada de recordarlos, es lo peor que puede haber… yo no quiero recordar nada, yo quiero volver
a vivirlos, quiero nuevamente salir contigo, y perdernos en los pasos peatonales, y contar mil
estupideces en las esquinas, quiero… yo quiero… yo te quiero a ti” y la besé. Luego me encendí un
cigarrillo, mientras ella continuaba: “… que amarga que es la vida ¿No?… solamente aprendes a
vivirla con el tiempo, y resulta que cuando ya sabes cómo vivirla, ya no te queda mucho tiempo de
vida y la mayoría de cosas que quieres ya no las puedes hacer… como esa frase de Serrat que dice
que la vida es como un peine, que te llega cuando ya estas calvo… como si a los ochenta supieras
ya que debiste hacer con ese amor de los quince… y yo no quiero arrepentirme… no quiero
preguntarme de vieja ¿Qué tal si…?… yo no quiero llegar a la vejez de una vida amarga sabiendo
en dónde me equivoqué, en donde pude hacer de mi vida la más feliz… quiero estar ahora contigo, y
de vieja reírme de ti, contigo…” y me beso. Y yo no supe qué contestarle, y le dije: “Cuenta conmigo”
como quién le dice: “Cuenta conmigo, porque no tengo más que darte…”…

-Y si las cosas iban tan bien: ¿Cómo es que terminó chirleándote?… –Preguntó él.

-Bueno, pues a eso iba… -Suspiré-… Hace rato que no habíamos hablado con nadie más que
nosotros dos… eran ya las 9 de la noche, y aunque era un excelente jueves, tampoco era un viernes
cómo para trasnocharnos. Al día siguiente teníamos universidad, y si bien a mí poco me importa eso,
al resto sí que le importa. Los amigos se preparaban para irse, y alcanzar así los últimos transportes
de la noche hacia sus casas. Pronto desfilaron frente a mí, despidiéndose: “Cuídate Filo” “Iras a la
casa” “Cuídale a ella, luego puedes hacer lo que quieras”… … … Ella me preguntó si nos
quedaríamos un rato más, a lo que yo le conteste: “Por ti haría cualquier cosa” “¿Cómo qué?” me
preguntó luego… “¿Y si te pidiera que te lances del balcón…?” “Me lanzaría tres veces…” le
respondí.

-Ha, ha… -Se rió él.

-… hasta que llegó éste tipo, amigo de ella… -Continué-… a quién le dice: “…no vayas a perder ésta
oportunidad de tirarle al Filo… tú le amas y él te ama ¿Por qué no?… después de todo tantas veces

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has tirado sin amor: ¿Qué te cuesta hacerlo ahora que le amas?… no te vayas a morir sin haberlo
hecho por amor… tírale…”

-¿Quién les dijo eso? ¿Qué mierda de tipo? Por supuesto que te habrá dado el bajón ¿Verdad?… -
Me preguntó él.

-Casi le agarro a golpes bro… -Contesté frunciendo el entrecejo-… pero más me enfureció el hecho
de que ella me contuvo, mientras me decía que no valía la pena, que él solamente era un pobre
ebrio que hablaba estupideces por estar solo…

-Mm, puede ser… los ebrios solitarios dirían cualquier tontería con tal de dejar de serlo… y es que
siendo ebrios ignorados, se conformarían con ser odiados, por las estupideces que dicen, solamente
para hacerse notar… -Reflexionó él.

-… puede ser… -Reflexioné a mi vez-… pero el caso es que le pregunté luego a ella si ese tipo tenía
algún derecho para hablarnos así. Y ella no me contestó inmediatamente. Entonces supe que ella se
había acostado con ese tipo. Y que él armó toda esa escena porque le pareció la mejor manera de
restregármelo en la cara… ¿Me entiendes?

-¡Qué denso!… bro… -Exclamó él.

-Y eso me enfureció más, porque supe entonces, como antes ya había sospechado, que ella no me
contuvo por evitar una pelea, sino por evitarme a mí la verdad, por ocultármela, porque tuvo miedo
de que ese tipo me la gritara en la pelea, me la restregara en la cara, porque solo eso se puede
esperar de un despechado, y él si que estaba despechado, pues ella estaba conmigo… ¡Ella no
sabe mentir! Si hubiera sabido mentir, en vez de contenerme cuando quise golpearlo, ella mismo se
habría arrojado sobre él, porque a ella también le habría dolido lo que me dolió a mí, porque ella
también hubiera tenido una dignidad que guardar… -Aseveré.

-Pero calma bro… no es para tanto… Sí; ella estuvo con él, ¿Y eso qué?… eso quedó en el pasado;
ahora comenzaba nuevamente contigo… equivocarse no es pecado bro, ni tirar tampoco… ¿Cómo
puede ser el sexo pecado? ¿Cómo puede serlo aquello que nos recuerda el cielo?… no debiste ser
tan duro con ella, después de todo, no todos podemos ser como tú, incorruptibles… -Dijo él,
intentando bajarme el pulso.

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-… si antes ya me traicionó ¿Qué me asegura que no me vuelva a traicionar?… -Pensé en voz alta-
… Ahora recuerdo las atinadas reglas de ese tipo: primeramente no hay que comer las sobras de
nadie; y en segundo lugar no hay que comer de platos recalentados… y yo estaba infringiendo las
dos… tienes razón, tienes razón, eso es cosa del pasado, pero quizá eso también dijeron de los
alemanes después de la primera guerra mundial, y antes de la segunda, la peor… el caso es que no
podía volver con ella después de eso… entiéndeme… ¿Cómo podía volver con una prostituta
cuando yo extrañaba una princesa?… ¿Por qué debía confiar en una prostituta, si cuando fue
princesa ya me falló?

-Ay Filo… -Suspiró él-… que te diré… no temas a la desilusión o al desengaño si aún te desvives por
esos ideales… en el mundo actual ya no existen las princesas, ni es el mundo propicio para ellas…
tú tampoco eres un príncipe Filo… pese a toda la estima que te mereces… ¿Por qué complicarte la
vida así? Si al final lo bailado no te lo quita nadie…

-Ya lo sé bro… -Le contesté a la vez que me encogía en el asiento.

Y no hablamos por unos minutos. Él se acababa el tercer café de una noche que auguraba así ser
larga. Yo seguía encogiéndome en el asiento, como tantas veces vi hacerlo a los dibujos animados.

-Vamos Filo… continua… que aún no me cuentas lo del chirlazo… –Dijo por fin él.

-¿En qué me quedé?… -Le pregunté cómo si me despertara de un dulce letargo, revivido y
purificado.

-Ba… prosigue desde donde te plazca; no sea que recuerdes nuevamente aquello y vuelvas a
encogerte, pero esta vez, para no recuperarte jamás… -Comentó.

-¿Es un chiste?… -Le pregunté.

-Para mí no es ningún chiste que para llevarte a la casa, de lo tan encogido que estés, tenga que
terminar comprándole la silla al bar… -Dijo desenfadadamente él.

-Para mí tampoco fue un chiste llevarte al médico cuando se te ocurrió embriagarte con ese helado
ron pasas… -Le dije ya de buen humor.

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-Excelente ron ¿No?… recuerdo que nadie más comió lo suficiente como para embriagarse… -Dijo
él muy risueño.

-¿Querías que siguiéramos con el helado? Si ni en dos días se me pasó el dolor de cabeza,
producto del frío… -Le recordé-… y yo fui uno de los que menos comió… pues no tenía tantas ganas
de embriagarme si con ello debía aguantar semejante frío en la cabeza…

-Qué va… si luego de embriagarte ya no sientes ningún dolor de cabeza… -Exclamó.

Ha, ha, ha… reímos los dos.

-¿Recuerdas también los tiempos de la caracola?… -Preguntó.

-Aún guardo la mía… -Comenté.

-¿Y todavía le preguntas a dónde van los patos cuando el lago se congela?

-Ahora le preguntó por qué vuelven cuando el lago se descongela… -Respondí.

-¿No hay que comer de platos recalentados, no Filo?... –Preguntó atinadamente.

Yo guardé silencio. A veces me molesta que otros me entiendan tan bien.

-No importa Filo… ¿En dónde te quedaste?… sigue contando… -Me apuró.

-¡Ah!… claro; por supuesto… -Recomencé-… Estaba ebrio, y le pregunté lo que pensaba, es decir:
“¿Por qué debería volver con una prostituta cuando lo que buscaba era una princesa?”… y ¡No
sabes cuánto la enojo eso!… después de decírselo me empujó, forcejeó y se alejó…

-¿Entonces te dio el chirlazo?… -Preguntó él, interrumpiéndome.

-A eso voy, a eso voy… -Le calmé-… antes ella me dijo: “Me molestan tantas cosas de ti… pero al
final de todo las aguanto, solo por estar contigo… pero tú no puedes soportar esa única falla mía:
¡Pese a que es única!… ¿Te crees perfecto acaso? ¿Qué una debe aguantarlo todo de ti? ¿Qué
solo tú tienes derecho a equivocarte?… pues fíjate que no eres ni tan perfecto ni tan indispensable…
y solamente para que lo sepas, aún cuando merecieras verdaderamente una princesa, yo no quiero
ser aquella, ni en un millón de años… porque si para ser una princesa tengo que estar contigo, yo

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prefiero ser una prostituta, y arrástrame con todos con tal de no hacerlo contigo… ¿Me entendiste?
¿Te quedo claro?…”… y entonces me chirleó…

-Aouch… maldita sea… ayayay… hermano, eso debió doler… -Me dijo él.

-Si… -Contesté mientras sentía el dolor en la mejilla y las muelas, producto de la chirlada; dolor que
sentía nuevamente al recordarlo todo. Por supuesto que sabía que él se refería al dolor de las
palabras, pero en mi opinión, las palabras no duelen tanto como las calzas de las muelas.

-¿Y entonces qué hiciste?… -Me preguntó finalmente él.

-Salir de ese bar por supuesto… -Le contesté-… eran las diez de la noche. Estaba ya ebrio pero aún
así quería más licor; no tenía dinero y aún así buscaba consumir más… deseaba tropezarme con
alguien para poder tener una excusa de golpearle, y desquitarme así de todo lo que ella me había
dicho.

-Te aceleraste… -Concluyó él.

-Al principio sí… pero después de caminar, reflexionar y sobreponerme un poco a la ebriedad pude
darme cuenta… -Confesé-… que por haberme enojado tantas veces por nimiedades, ahora me
faltaban las fuerzas para hacerlo con lo verdaderamente importante, cuando aparecía el problema
definitivo… no sé cómo explicarlo, era como si fuera un soldadito de juguete que ya no puede pelear
porque se le han acabado las baterías… más o menos como el policía que fue asesinado por su
perseguido, ya que cometió el error de gastarse todas sus municiones en perseguirlo… como el tipo
que logró titularse en arquitectura justamente cuando comenzaba a perder la vista, a quedarse
ciego, por trabajar las noches, precisamente para pagarse la carrera de arquitectura…

-Entiendo… es una tragedia cruel… ya no podías enojarte verdaderamente con ella porque te
gastaste en enojos triviales… ¿Sabes que pienso?… pienso que no pueden amarse el uno al otro
por amarse demasiado cada uno a si mismo… -Me dijo él.

-Pues yo sentí que precisamente por amarnos tanto todo era imposible… -Dije-… ¿Has escuchado
aquel refrán que dice que: “Dios aprieta pero no ahorca”?… Pues: ¿A veces no quisieras que te
ahorcara de una vez, antes de sufrirlo tanto mientras te aprieta?… ¿Por qué no se decide por
ahorcarnos de una vez y ahorrarnos así todo el dolor de la apretadera?…

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-Yo no sé… -Contestó él-… pero se me ocurre que Dios aprieta a los que quiere, como lo hizo con
Job o con Abraham…

-Es verdad, a veces porque nos ama nos hace daño… -Añadí yo-… todo lo contrario a su
comportamiento con sus opositores ¿No?… muchas veces resulta que premia a sus enemigos,
como a Lucifer que se supone es el mayor disidente y recibió más belleza que ninguno, y más
sabiduría que el más; o con Caín, que después de asesinar a su hermano y favorito de Dios,
cometiendo así el primer asesinato de la historia, a cambio recibió, como justicia divina, una señal
que le protegía de cualquier justicia terrenal…

-… una señal que lo exentaba de todo menos del arrepentimiento… -Comentó él después de
interrumpirme.

-… ¿Y el arrepentimiento te parece castigo suficiente cuando el crimen fue un asesinato? … -


Pregunté-… ¿No te parece ridículo?

-… yo creo en las segundas oportunidades Filo… -Confesó parcamente él-… pero no es hora de
debatir sobre si el humano cambia o no; eso ya lo hemos discutido cien y más veces, sin llegar
nunca a ninguna conclusión, así que evitemos ahora empezar nuevamente lo que nunca pudimos
terminar… ¿Me entiendes Filo?… mejor cuéntame qué hiciste después…

-… ¿Después?… -Me pregunté al tiempo que intentaba volver al anterior hilo de narración, y contar
lo que sucedió el resto de aquella noche; pero hubiese preferido seguir filosofando. Y es que solo
esa luz puede iluminar mi oscuridad; ésta oscuridad que siento tanto cada día, y que la sufrí mucho
más aquella noche, de entre todos los días. Aún así, continué-… después de caminar y caminar por
fin me decidí por una taberna de mala muerte, en el centro de la ciudad. Eran las once de la noche…

-… ¿En el centro de la ciudad?… ¿Cuánto mismo caminaste?… -Me preguntó.

-… más o menos desde ese Karaoke hasta la alameda… unos diez kilómetros… -Contesté-… ya
eran aproximadamente las once de la noche, pero ésta taberna es de las que no cierran ni siquiera
los domingos, ¿Cómo no iba a estar abierta en la madrugada de un jueves?… me decidí a entrar en
ella cuando vi a tres individuos hacer lo mismo. Me senté cerca de ellos; y como estaban ya ebrios
dos de los tres, el tercero me invitó a que lo acompañara mientras sus amigos dormían sobre la
mesa…

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-… ¡Qué raro en ti!… -Exclamó sarcásticamente él-… siempre logras encontrar la manera de seguir
bebiendo…

-… luego… -Continué a pesar de su interrupción-… se hizo de dos botellas de vino tinto. Yo ya no


estaba tan ebrio, pero hablaba como si lo estuviera aún. Quise contarle todo sobre aquel día, pero
fue él quien terminó contándome toda su vida. “Las mujeres me matan” comencé, “A mí las malas
mujeres me enferman” me contestó. “¿Con sífilis o gonorrea?” le pregunté ésta vez sin encontrar
respuesta de su parte; tal vez porque no había entendido del todo que con mi pregunta le decía
cabaretero, ya que tomé por “Prostitutas” sus “Malas mujeres”. Quise explicarme pero ésta vez fue él
quien me preguntó: “¿Has hecho el amor alguna vez en un ascensor?” Yo por supuesto que le
contesté que no. Y entonces comenzó: “… yo tampoco, pero hacia poco en un edificio se cortó la
electricidad… yo estaba en el ascensor con otras dos muchachas, pero a ninguna de ellas conocía.
Estuvimos treinta minutos a oscuras, que transcurrieron amenizados un poco por la conversación
que entablamos. Hasta que a una le entró ganas de hacer pis. Nosotros no atinábamos qué hacer.
Sabíamos que en el peor de los casos, hay que hacerlo como los animales, en un rincón y
procurando no empaparlo todo de orines. Pero a ella le daba vergüenza hacerlo en un espacio tan
reducido como el del ascensor. Le abochornaba también la posibilidad de echarse un gas o quizá
algo peor. Nosotros seguíamos sin atinar qué hacer. Pronto volvió la electricidad, y la luz del
ascensor se encendió nuevamente, cómo también se renovó su movimiento vertical. La que tenía
apuros de un baño se bajó en el primer piso que pudo. Entonces quedamos la otra chica y yo.
Seguimos conversando como si nada hubiera pasado, porque hasta ese momento, en verdad, nada
había pasado. Eran dos lindas secretarias de un banco, que habían subido simplemente a fumarse
un tabaco en la azotea. Parecían hermanas llevando las dos el mismo uniforme, como gemelas, le
dije. No me diga eso, me contestó ella, yo soy muy diferente a la que necesitaba el baño, yo no
puedo aguantarme las ganas de algo; si hubiera tenido yo esos apuros no hubiera dudado en ningún
momento en hacerlo aquí, en el ascensor, frente a usted. ¿Qué le parece? Es usted muy abierta, le
dije. No soy abierta me contestó, soy espontanea. ¿Ni siquiera le habría atemorizado la posibilidad
de que volviese la electricidad, y con ella la luz, al momento de que usted estuviera en desnudez
haciendo sus necesidades? Le pregunté. No, me contestó, y con ello no soy exhibicionista, ni
nudista, simplemente me da igual todo aquello, porque prefiero que me vean desnuda a
embadurnarme de mierda el culo… el caso es que el hecho de la luz encendida no cambia
absolutamente nada la situación, pues con ella o sin ella las ganas biológicas no se me calmarían

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hasta desechar los deshechos… ¿No le parece?… ¿Es decir que no le hubiera importado
desnudarse con o sin luz si aquello le pide el cuerpo? Le pregunté nuevamente. Si, es exactamente
lo que quiero decir, me contestó. El ascensor bajaba al primer piso con vertiginosa velocidad, pero
yo ya no estaba tan apurado de salir de allí. Me apremiaban otras cosas. De repente estaba
excitado…” me contaba. “Caramba” atiné a decir yo. “¡Y cómo no!” exclamó “… esa mujer era de
aquellas que te ofrecen el cielo al saborear sus avernos… el caso es que no atinaba cómo volver
esa situación un tanto extraña en una erótica… pronto sería ella la que me hiciera el favor. Me
preguntó si yo sería capaz de hacer mis necesidades en un ascensor como ella, es decir, sin
reparos, solo pensando en satisfacer al cuerpo sin importar si con ello no se satisface a los demás.
Yo le contesté que solo si las luces se mantenían apagadas. ¿Por qué te molestan las miradas
ajenas posadas en tu desnudez y tu mierda? Me preguntó ella. No, le conteste, porque soy yo el que
no soportaría mirar mi propia mierda, y es que yo le tengo asco hasta a mi propia mierda. ¡Qué
pena! Exclamó. Le pregunté ¿Por qué? A lo que ella me comentó que es una lástima que yo solo
fuera capaz de desnudarme en la oscuridad, porque justamente en ella no podría admirar mi
cuerpo… entonces quise besarla al saber que ella también se moría por hacerlo, cuando
precisamente, unos segundos después, se fue nuevamente la electricidad y con ella la luz…”

-Genial historia… -Comentó él.

-Si ¿No?… -Le respondí-… aquel fue un tipo muy interesante. En fin, volví a embriagarme.
Habíamos vaciado las dos botellas. Ya eran las doce y cuarenta y cinco cuando él, viendo que yo
también me dormía como sus otros dos amigos, decidió dejarnos a todos en la casa. Me cargó en
sus hombros hasta el asiento delantero de su auto, después de llevar a sus dos amigos a los
asientos traseros. Me preguntó donde vivía y no le respondí. Estaba con resaca del licor de la tarde
y embriagado del tinto de hace unos instantes. Y en verdad no recuerdo nada… Todo lo demás fue
él quien me lo contó, al siguiente día, viernes, cuando me llamó al móvil, preguntando si ya estaba
mejor… Me contó que no reconocí nada hasta que él terminó de dejarlo al segundo amigo suyo en
su respectivo domicilio, al sur de la ciudad. Dice que apenas me desperté le dije el disparate de: “Si
me van a robar los órganos, háganlo, igual, ella ya antes me robó el corazón… y no quiero vivir sin
su corazón”

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-Ha, ha… ha, ha… -Se reía él-… le habrás confundido con uno de aquellos que roba órganos a
ebrios para luego vendérselos a hospitales… ha, ha… ¿Cómo será que se te ocurren cosas así
estando ebrio?

-No lo sé… -Contesté-… pero me halaga que mi vida de melancolía y despecho infinito te diviertan
bro; me hace sentir como ese payaso triste que llora, en una ópera, mientras el público ríe.

-No seas tan melodramático bro… -Espetó él-… Todo es feo mirado desde el dolor. Deberías
cambiarle el enfoque.

-¿Cómo que no hay problemas el San Viernes que no puedan solucionarse el Lunes siguiente? No
me lo creo bro… -Confesé sarcástico-… Siempre logro resolver problemas con medidas que me
aseguran más problemas, a futuro… debería detenerme ahora, que puedo.

Y al momento de decirlo un automóvil se acercó a toda velocidad al local, haciéndoles temer a otras
personas de otras mesas que pudieran morir ahí mismo atropelladas.

-Eres alguien muy contradictorio, con saberes raros y casi misántropo, pero al resto, aunque no lo
creas, aún no dejas de sorprendernos… -Dijo él con sinceridad, debo aceptarlo-… eres la persona
más extraña que conozco, y por ello es un orgullo ser tu amigo…

-Gracias… -Le respondí-… a veces se me olvida, que no estoy solo.

Y entonces el automóvil que pudo haberse chocado contra el local, matándonos a todos los clientes
allí reunidos, no lo hizo, y curvó en una maniobra imposible hasta estacionarse junto a la acera,
como si nada.

-Solo una cosa… -Añadió él.

-¿Qué?

-Sobre “Ellas”… -Puntualizó él.

-¿El libro o ellas ellas, las mujeres?… -Pregunté.

-Tú lo sabes… -Reflexionó-… ya no intentes salvarlas tanto; antes búscate salvarte primero tú
mismo ¿Sí?

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-¿Qué quieres decir?

-Nunca dejes de escribir.

En tres milenios he vivido


A millones he amado
Un solo amor he perdido
Aquel que me ha matado

A muchas flores he rezado


Sus espinas he sufrido
Con pasión las he besado
Aún cuando me han herido

Soporté antes el frío


Lo soportaría hasta quemarme
Todo con tal de encontrarla
Todo con tal de abrigarme

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Fiebre del Sábado

>>Sueño de las monedas<<

“Siempre acostumbro pedir un deseo cada vez que encuentro una moneda en la calle; y si en este
caso en particular pedí encontrar otra moneda no fue con la intención de beneficiarme de otro deseo,
sino más bien con la finalidad de hacerme con algo de dinero, pues deambulaba precisamente
porque no podía pagarme el pasaje en autobús a mi hogar. Por otro lado, en mis veintidós años rara
vez o casi nunca esos deseos que pedí cuando encontraba las monedas se cumplieron. A ello se
debió mi sorpresa cuando recogí una segunda moneda poco después de desearla, al momento de
guardar la primera. Ya está, me dije. Tengo para el autobús. Pero al ser una de esas raras veces
que se cumplen los deseos, pedí, por no desperdiciar la oportunidad, una tercera moneda. Quién iba
a creer que la encontraría, y a pocos pasos de las anteriores dos. A alguien se le ha caído dinero,
pensé. Y continuando con la intención de no desperdiciar ésta buena racha, pedí una cuarta
moneda, solo para medir hasta donde llegaba mi suerte. Y ese día la tenía, en demasía, pues no
solo encontré la cuarta moneda, sino también la quinta, la sexta, y la séptima. ¡Opa! grité. Quisiera
un millón de dólares, pedí, ansiando verme prontamente desilusionado, porque si bien no es fácil
encontrar siete monedas, es poco menos que imposible encontrar un millón de ellas. Al poco rato
encontré un billete, equivalente a 20 monedas, y muchas otras más. Decidido ya a no volver a casa,
porque nadie me asegura dinero por ir allá, como el que ahora estoy ganando en la calle, seguí el
rumbo que venía tomando, a manera de cábala. Y sirvió, porque ya sin la necesidad de pedir dinero,
me lo encontraba simplemente. Lo recogía, y volvía a emprender la marcha. Estaba cansado, pero
me volvía poco a poco, a medida del esfuerzo, adinerado. Pronto los bolsillos ya no pudieron con las
monedas y los billetes que los desbordaban. Y a pesar de ello seguía recogiéndolo todo. Sentía el
peso del dinero en mis ropas, y me decía, pobres de los millonarios, debe ser muy cansado llevar
éstas grandes cantidades toda la vida. Ya nada, debía continuar almacenándolo todo, ¡Algún rato ha
de dejar de aparecérseme dinero en la calle! Pero no. Lo seguía encontrando. Ya basta, pensé, ya
tengo más de lo que puedo gastar, y quise decidirme a dejarlo en el suelo, pero mi avaricia pudo
más, y me saqué la camiseta que llevaba y, doblándola a manera de bolso, seguí acumulando
monedas dentro de ella. La codicia no tiene límites, pues entendí que no te importa la inclemencia y

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el frío de la noche si tus vestimentas son necesarias para abrigar tu tesoro en lugar de tu cuerpo.
Pronto le tocó el turno a mi pantalón de hacer las veces de bolsa, y se me podía ver por la calle en
bóxers. Trastoqué aquel viejo adagio a hombre que suena, monedas tiene en los zapatos, pues
estos ya reventaban de dinero y sangre, producto de las laceraciones que infligían a mis pies los
numismas allí guardados. Y finalmente, convencido de poder darme libertades al poseer ya una gran
riqueza, mi avaricia pudo más que mi moral, y me valí de la última prenda que vestía para ayudarme
a llevar más dinero; y se me vio desnudo y atareado con grandes bolsas por la esquina hacia mi
hogar. Y fui afortunado por encontrarme cerca de mi hogar, sobre todo cuando ya estaba
convenciéndome de que si el caso lo requiriese, si las monedas se desbordaban de las bolsas, no
tendría más opción que tragármelas para así conservarlas. Y hacerme de algunas más, mientras
debería desear antes que seguir hallándolas en el suelo, llegar pronto a mi hogar, pues sabía muy
bien que si me fue fácil desvestirme, también me lo sería tragármelas, y posiblemente no tendría
impedimento de seguir hacia formas más desesperadas y bizarras. Pero no tenía que preocuparme;
estaba ya a las puertas de mi hogar. Amanda se apuró en abrirme la puerta, y no tardó en exclamar:
¡Por qué andas desnudo! Más que yo en responder: ¡Porque tengo la de dinero querida!”.

No me importan las pesadillas cuando tengo sueño e irremediablemente necesito dormir, pero
últimamente éstas eran demasiado extrañas como para ignorarlas. Hace una semana que no
lograba dormir. Era casi media noche, y Amanda enredaba mi cabello tratando así de
reacomodarme el inconsciente y propiciarme un sueño más preciso para ella que para mí. Sin poder
pasar por alto tal pesadilla me apuré en contársela. Ella, advertida de mi dramatismo, pronto
encontró la forma de disminuir mi ansiedad en burla.

-… vaya que tiene gracia… -Dijo-… aún si vinieras desnudo, no te reclamaría si a la vez vinieses con
abundante dinero…

-Creo que algo parecido le dijo su mujer a Al Capone… -Contesté aparentando falsa tranquilidad-…
a ella tampoco le importaba si por dinero su hombre llegaba ensangrentado…

Nos besamos. Me gusta cuando nos susurramos así en la noche, pues siento una secreta comunión
con ella. La bese nuevamente. Ella tomó mi mano y se la puso en el pecho. Se durmió. Estaba
cansada. Trabaja demasiado en el día como para trasnocharse con mis pesadillas. La admiraba. Es
hermosa, y a medida que descansa se vuelve roja hasta el punto de sudar. Su nariz suele llenarse

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de diminutas gotas saladas y lunares. Pero aún con ella ahí no pude olvidarme de las pesadillas. A
ellas les debía mis ojeras. En verdad me estaban minando. Pensaba en ello cuando con el tiempo la
postura se me volvió incomoda. No podía retirar mi mano del pecho de Amanda sin despertarla; pero
tampoco podía quedarme así hasta el amanecer por el riesgo de que después sea preciso acudir a
un hospital a que me amputen un brazo muerto y podrido por la mala postura. En cuyo caso: ¿Qué
les diría a los médicos? ¿Qué a mi brazo lo pudrió el haber tocado toda la noche el pecho de mi
mujer: “En mala postura”? ¿¡Qué no pensarían aquellos carniceros!? Seguramente opinarían que
para un hombre, es mucho peor hacerse de una mujer de pechos grandes que de alguna con cáncer
de seno, porque siempre se corre el riesgo de quedar como yo, amputado el brazo solo por cogerlos.
Entonces les diría: “Al contrario, siempre se me hizo fácil mirarla a los ojos precisamente porque
tiene los senos medianos”. A lo que alguno de ellos contestaría: “Es una lástima que pierdas un
brazo por razones tan medianas, yo en cambio disfruto de una joven que inclusive admite
francamente que a veces quisiera ser hombre para disfrutar de sus pechos, sobre todo cuando se
manosea enjabonándoselos al ducharse”.

“Ha, ha…” reí por dentro “Es por originalidades como éstas que muchas veces no duermo… y luego
me preguntan que por qué escribo en las madrugadas… si se enteraran que solo durante los
desvelos se encuentra la verdadera vigilia, ninguno durmiera en adelante” y entonces me imaginé
cómo sería un mundo lleno de personas insomnes que han aceptado pagar el precio de la eficiencia
con horas de desvelos. “Ha, ha…” reí nuevamente. “Debo escribirlo antes de que me gane el sueño
y el olvido”. Entonces me decidí a moverme y liberarme de los senos de Amanda, y con ello de la
mala postura. Ella, por supuesto, se despertó.

-Anda querido… -Susurró-… vuelve a dormir… mira que mañana es sábado y he quedado en una
entrevista…

-Quiero escribir… -Dije a la vez que salía de la cama en dirección a la computadora.

-Por Dios Braulio… -Exclamó ella mientras aprovechaba mi ausencia para hacerse de una almohada
más-… hasta las estrellas parpadean de sueño…

Entonces no pude evitar mirar el cielo nocturno, despejado de nubes y cortinas, por la ventana. Era
verdad, las estrellas titilaban tímidamente como si tuviesen miedo a la oscuridad que las alberga y
circunda. Lástima que solo fuesen estrellas lejanas, y no ojos atentos, porque de serlo Amanda

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cerraría las cortinas, previniendo así su cuerpo de acosadores, y yo en las noches, no caería en
romanticismos de mal gusto, al verlas por la ventana.

Encendí la computadora. Puse a los Tiger Lilles en los parlantes (Obviamente a bajo volumen). Y me
dispuse a escribir los sueños de aquella y la anterior noche; además de aquella conversación que
imaginé con los doctores. Sin embargo, a pesar de mis cuidados, ella se despertó por el ruido del
teclado y la música. Enfadada, me dijo:

-Esa computadora más bien parece tu tercer hemisferio cerebral.

La conocía demasiado bien como para no replicarle. Enojarla en la cama una noche significaba
dormir en el sofá el resto de la semana.

-… eres todo un “HOMOLAPTOPULUS”… -Ilustró al fin con sorna.

Su tonó de voz, como la sirena de una patrulla, me advirtió que no cometiese ningún crimen. Sin
embargo inicié la escritura:

>>Sueño del camino entrampado; Primera Parte<<

“Ayer soñé que seguía un corredor enmarañado de trampas. No pude sortear bien la primera cuando
ya caía en la segunda, y cuando por fin estuve a salvo de la segunda ya me abatía, a medias, la
tercera; pero al fin fue la cuarta la que pudo conmigo. Se preguntaran por qué me empeñaba en
continuar sabiendo como es obvio, qué alguna trampa finalmente me acabaría. Pero yo sé que había
algo peor que sufrir alguna trampa, y eso era, quedarse al inicio del corredor, solo, en soledad
absoluta. Es verdad, yo seguía las trampas porque me imaginaba que ella, Amanda, me estaría
esperando al final. Por qué la creía en la meta aguardándome cómo el mayor éxito a conseguir;
porque a pesar de que tenía que eludir muchas trampas para alcanzarla, por lo menos conseguiría
de ella compañía, y así poder al fin rehuir a la soledad, que entendía como una trampa mucho peor
que las dispuestas a lo largo del pasillo. Y es que prefería estar antes mal acompañado, que solo.
Por lo menos eso me imaginaba en el sueño. E inicié la andanza. La primera trampa fue un cuadro
colgado en una puerta, lleno de mujeres desnudas y que al verlo durante largo tiempo, con un poco
de morbo debo confesar, casi me ciega por completo. Por suerte alcancé a dominarme y cerré los
ojos a tiempo, a la vez que dicha puerta abría hacia un montón de ropas usadas amontonadas en el

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suelo. Caí sobre ellas, pues me encontraba frotándome insistentemente los ojos cómo forma
inocente de recuperar lo que pudiese de mí visión…”

-¿Insistes en escribir?… -Preguntó Amanda en son de reproche-… ¿Pareciera que escribir es más
importante que compartir mi lecho?

-Escribo los sueños que he tenido ayer y hoy… -Le respondí con parquedad-… sabes muy bien que
si espero hasta mañana ya los habré olvidado…

-Eso sí que es gracioso… -Espetó ella-… te empeñas en escribir tus sueños por las noches,
impidiéndome a mí soñar los míos…

-Perdón amor… -Contesté continuando el relato. Suspiré al tiempo que buscaba un cigarrillo en las
gavetas. Siempre fumaba alguno cuando escribía, como quién esta apunto de relatar su
fusilamiento.

>>Sueño del camino entrampado, dónde la última y más mortal trampa resulta ser Amanda;
Segunda Parte<<

“…sin recuperarla por completo (La vista), pronto me vi invadido por olores nauseabundos y
viciados, que casi me dejan sin olfato a no ser porque de repente mi cabeza ya estaba desconectada
de mi cuerpo, no sé porque. Lo positivo fue que ya había recuperado en algo la vista pero aquello
solo propició que me aterrara, pues me descubrí rodando por unas escaleras y separado
dolorosamente de mi cuerpo, que quedó arriba postrado sobre aquellas ropas apestosas y ahora
ensangrentadas. Por suerte caminaban por allí mujeres a quienes pedí desesperadamente ayuda.
Ellas, solicitas, acudieron al encuentro de mi cabeza, pero en lugar de ayudarme la patearon, como
si fuese ésta un balón de fútbol; la patearon hacia donde por fin encontré a mí querida Amanda…
pero si de ella esperaba ayuda estaba muy equivocado; peor aún tuvo clemencia de mi cabeza
sangrante pues se apuró en tragársela casi por entero, ya que al final, de todo mi cuerpo solo quedó
mi oreja a la cual Amanda susurró: si quieres estar conmigo ahora debes saber muy bien que no
debes admirar a otras mujeres, porque puedes quedarte ciego; tampoco debes despreciar los
perfumes de mis ropas, porque puedo decapitarte; menos aún deberás pedir consuelo a otras
mujeres pues se han entendido conmigo antes, y te terminarán pateando. Deberás saber que

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conmigo debes entregarte por entero, plenamente. Y entonces, de un solo mordisco, se tragó mi
oreja, lo último que quedaba de mi cuerpo. Amanda era la cuarta y peor trampa”.

-Sería mejor que no fumases… -Me reprochó un poco más calmada Amanda-… así cuando
terminase por dormirme, aún con la incomodidad de tus ruidos, no soñaría que nos estamos
incendiando…

-¿Te es tan difícil acostumbrarte a que yo escriba por las noches?… -Le pregunté sin malicia.

-Oye Braulio, si otras veces he podido dormirme a pesar de tus ruidosos desvelos, no es porque me
acostumbrara a ellos, sino por el cansancio que me vence… -Respondió ella-… a veces estoy tan
cansada, que inclusive me pesa reclamarte y lidiar contigo…

-Perdóname querida… -Le susurré a la vez que me acercaba a darle un beso en la frente, intentando
así expresarle todo mi agradecimiento: de que tolerase con tanta paciencia mis extrañezas-… de
todas maneras ya escribí todo lo que necesitaba.

-Perfecto… -Exclamó-… justamente cuando ya me es imposible conciliar el sueño, y me estaba


preparando a pelear un round contigo…

Entonces me abrazó de tal manera que perdimos el equilibrio y terminamos rodando hasta el suelo.
Me encantan esos arranques de sexo. Solamente ellos pueden extraerme al ensimismamiento de
escribir.

***

-¿Quieres algo de comer?… -Le pregunté admirado de esas piernas sin medias nailon, como locas
sin camisa de fuerza.

-Solo si tú me cocinas… -Respondió presionando sensualmente mí oreja con sus dientes. No me fue
difícil recordar el sueño del día anterior.

Nos vestimos y fuimos directo a la cocina. Tomé algunas manzanas y con brócolis, mayonesa,
tomates, limón y algo de atún, me dispuse a preparar una ensalada sencilla.

-Algún día tendrás que prepararme algo para variar… -Conversé.

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-¿Aparte de que me impides dormir quieres obligarme a cocinar? ¡Ni que fuese tu esclava!… -
Espetó.

-Qué tal si algún día publico en la sección de clasificados de algún periódico: “Cambio cualquier libro
de cocina, por novia que no sabe cocinar”… -Le dije divertido.

-¿Te crees muy gracioso?… -Dijo ella jovialmente-… lo que deberías es publicar: “Cambio esas
cuatro cajetillas de cigarrillos que guardo en la gaveta del escritorio por un par de tanques de
oxigeno con mascarilla incluida”.

-Ha, ha… -Reí a la vez que agregaba un toque de sal a la ensalada.

-Es en serio amor… -Prosiguió ella al tiempo que se hacía de un par de cubiertos de la alacena-…
No es para nada saludable tú estilo de vida…

-¿Qué tiene mi estilo de vida?… -Le pregunté sirviéndole un poco de leche en una jarra.

-¿¡Que qué tiene!?… -Exclamó-… pues mira que dormir en las mañanas para fumar por las noches;
cegándote tras horas frente al computador y sin hacer nada de ejercicio, pues… nadie sobreviviría
mucho con ese ritmo…

-¿Cómo que no hago ejercicio?… -Espeté-… y cuando tenemos relaciones: ¿Acaso no podríamos
llevar horas haciéndolo?

-Ese no es el punto… -Dijo con coquetería-… sabes muy bien que se podría hacerlo durante años y
nunca sacar músculos… peor aún, sería al revés, y terminarías mas enjuto de lo que ya eres…

-… tal vez hasta fallecería… -La interrumpí yo-… pero que no te quepa duda que moriría feliz…

-Ha, ha… -Rió.

-… pero no te preocupes… -Continué-… tampoco es que necesite ser un Tyson para morderte una
oreja…

-Ha, ha, ha… -Rió con ganas-… tú sí que eres… recuerdo que la primera vez me dijiste: “Tranquila,
que yo te quiero meter de todo menos miedo; no haremos nada si tú no quieres” intentando
estúpidamente calmarme… pero accedí, ya te quería.

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-Ha, ha, ha… -Reí, pues ya lo había olvidado.

-¿Recuerdas la primera vez que hablamos?… -Dijo motivada por mi pasada sinvergüencería-… Tú
te acercaste a decirme: “Es extraño verte de lejos, porque con otras mujeres debo empeñarme en
encontrarles algo bello bajo su fealdad, pero contigo, siento que entre tanta belleza no hay nada feo:
¿Sabes? ¡El problema en ti es encontrarte problemas!”…

-… tenía razón… -Le interrumpí-… y aún estoy convencido, tanto como antes, que tienes todo lo que
se necesita…

-… ¿Se necesita para qué?… -Me preguntó interrumpiéndome-… ¿Porque yo y no esa otra?

-… ¿Qué te diré?… -Le interrumpí antes de que dijese aquel nombre-… ¿Prefieres un tomate o una
ensalada entera?

-¿Yo soy una ensalada?… -Se preguntó burlonamente-… te amo… -Me dijo a la vez que me
besaba. Había comprendido perfectamente lo que quise decirle.

Lavamos los enseres sucios, y nos conducimos, acaramelados, al cuarto. Eran las tres de la mañana
pero no teníamos sueño, y encendimos la televisión para matar el tiempo.

-¡A no!… -Dijo ella-… tampoco tienes que sintonizar esos programas de historia tan tediosos… yo
solo quiero dormir, no morir de aburrimiento…

-Pero si están hablando sobre el manto de Turín… -Exclamé-… ¿Acaso no te interesa aquella que
bien puede ser la primera fotografía pornográfica de la historia?… ¡Por el santo prepucio!…

-Ha, ha… -Río ella-… No, no me interesa aún si en ella apareciese también la magdalena… Anda,
cámbialo… -Pidió.

Y sintonicé otro canal, donde estaban debatiendo sobre la apertura a la obtención del permiso a la
tenencia de armas bajo ciertas condiciones. Era el mismo presidente quién defendía tal tesis.
Después de escucharlo un poco opiné:

-Este presidente es verdaderamente astuto… prefiere entregarnos armas de fuego, a los quiteños,
porque de dejarnos con tan solo palos y piedras lo derrocaríamos… en cambio con armas de fuego
nos matamos entre nosotros.

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-Yo no sé… -Conversó Amanda-… de los políticos he escuchado demasiadas mentiras como para
esperar alguna vez, aún siquiera, una verdad… ¿Recuerdas cuando prometieron que en lugar de
encerrarlos a los criminales los pondrían a trabajar en obras públicas?… pues nada, ahí siguen
encerrados y compartiendo sus mañas en el tiempo libre.

-No sé querida… -Le respondí poco después-… si hubieran puesto a trabajar a los encarcelados, yo
creo que muchos desempleados hubieran comenzado por ello a cometer crímenes, para, de ser
atrapados y encarcelados, tener un empleo asegurado y dejar así de estar desempleados… Con él
tiempo he aprendido lo suficiente de política como para evitar meterme en sus asuntos.

-Mejor cámbiale de canal… -Pidió Amanda.

Sintonicé entonces un programa de turismo, donde invitaban a visitar cierto hostal que prometía
recibirnos con ese “Calor del campo” tan necesario para los citadinos y su estrés.

-¿Por qué no lo visitamos el domingo?… -Preguntó ella-… total no queda lejos de Quito.

-Para mí el campo es donde se pasean los pollos y las vacas crudas… -Contesté sarcástico.

-Ha, ha… -Se burló-… podría ser divertido… ¡Respiraríamos aire puro!

-… la de tabacos que fumaría para sentirme a gusto, como en mi Quito lleno de smog… -Pensé en
voz alta.

-¡No te vendría mal hacer deporte de vez en cuando!… -Reclamó ella-… seguramente tu plan para
el domingo sea quedarte en casa a escribir, y llenándote de hollín los pulmones, en el mejor de los
casos… porque de ser un domingo normal, pronto caerías al hábito que más va contigo: La pereza.

-No soy perezoso, solo me gusta descansar antes de estar cansado… -Dije apurándome en cambiar
de canal y así finiquitar aquella conversación, que auguraba terriblemente en volverse una gran
discusión.

Al fin escogí un canal que transmitía al Santo Pontífice de la cristiandad impartiendo misa en latín.
Amanda se rindió; y poco a poco le fueron entrando ganas de dormir.

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-Son las cuatro y media de la mañana… -Dijo ella después de revisar su despertador-… yo no sé
cómo se les ocurre impartir misa temprano, justamente cuando nos es necesario a nosotros los
feligreses despabilarnos y despertarnos completamente…

-Yo lo que no sé… -Dije aparte-… es qué clase de tarado se debe ser para aprender 8 y tantos
idiomas más, entre ellos el latín; y no poder insultar en ninguno…

Mientras tanto el Papa decía en latín:

“Bendecidos aquellos pastores que cuidan de sus rebaños… pero aún han de ser más bendecidos
aquellos que no los cuidan, pues están convencidos de que aunque sus ovejas se pierdan, ellas
regresaran”.

Y poco a poco nos entregamos al sueño. Las palabras de éste pontífice, a diferencia de las de
Jesucristo, habrían re-matado a Lázaro antes que revivirlo. Por suerte a nosotros solo nos infligió un
sueño profundo y reparador. Pero ni aún en un sueño auspiciado por este aburrido Papa pude
librarme de las pesadillas:

>>Sueño en el que Braulio recibe consejos para escribir su libro, pero al final llega Amanda y lo
destruye todo<<

“Sobre una mesa llena de libros imprescindibles, yo me afanaba en escribir el mío. Llevaba más de
seis meses entregado a tal tarea cuando acepté por fin, a fuerza de borrones, ser incapaz de
terminarla. Entonces, desolado, insatisfecho y terriblemente abrumado pedí ayuda a quienes habían
triunfado ya antes en dicha mesa. Primero se me apareció un comandante a la usanza de Napoleón;
que, molesto conmigo por alejarlo de sus funciones navales, me ofreció sus esfuerzos a cambio de
consejo. Yo, por supuesto, se lo di con la esperanza de ganarme su favor: Mira, le dije, podrías
disponer los tanques de guerra que te ofrecen las fuerzas de tierra sobre tus lanchas, y así hacerles
frente a los acorazados enemigos en alta mar. Gracias, me respondió aquel comodoro; en cuanto a
lo tuyo, no te olvides de agregar en tu libro un poco de épica: recuerda que no hay gloria que no se
gane con sangre. De acuerdo, acepté, lo tendré en cuenta. Estate tranquilo, dijo en forma de
despedida, que si algún día entonamos la marsellesa en Londres, será gracias a ti. Adiós, me
despedí. En un segundo momento se me apareció una mujer elegantemente vestida de toga; a
todas luces una romana. Querido Braulio, no desprecies el camino más largo, porque aquellos son

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los que siempre nos ofrecerán las mayores aventuras. Me dijo. Recuerda también que en la travesía,
para hacerte de la imprescindible ayuda de los hados, deberás valerte de tu buen sentido y astucia;
ellas nunca ayudaron a quienes tenían la victoria al alcance de las manos. Es preciso el sacrificio.
No lo olvidare, respondí honrado. El tercer personaje fue un esteta indigente, que bebía de su botella
a la vez que me decía: Podrás fumar todo lo que quieras que nunca volaras como un zepelín;
recuérdalo. Por otro lado: no por escribir queso fundido con carne caliente y leche tendrás una
lasaña, pues necesitas antes saber cocinarla también. No te olvides tampoco que a las limosnas se
las cuenta ayudándose de lentes y lupas, pero para los billetes que ganes con la fama será
necesario un elegante monóculo. No lo olvidaré, respondí halagado de su presencia. Era Oscar
Wilde. Un cuarto personaje, recientemente afeitado por no tener pelos en la lengua, me aconsejó:
Ser todo un Romeo nunca te asegurará ninguna Julieta. No te olvides de Werther. Lo sé, le dije.
Pero tampoco te niegues al cariño, claro que, te recomiendo ser un perfecto ególatra: uno que solo
amaría a aquellos que le recuerdan a él mismo. ¿Por qué? Pues porque de lo único que puedes
estar seguro es de que tú nunca te traicionaras a ti mismo. Entendido, le respondí a ese gigante
alemán. El quinto sardónicamente me dijo: yo no sé cómo una persona tan ignorante como tú puede
tener problemas propios de intelectos elevados. Qué más da, después de todo, los verdaderos
problemas están en las calles. Mi consejo es que no dejes de pulirte a medida que pules tus escritos;
has de saber que no son los grandes escritores quienes hacen grandes libros, sino los grandes
libros los que hacen de sus escritores grandes, sublimes e imprescindibles. Perfecto, respondí. La
sexta persona en ayudarme era una editora de un conocido periódico amarillista. Me dijo: Lo más
importante es suscitar en el lector un interés por el final del relato desde la primera frase escrita.
Engancharlo a la historia es esencial. Fíjate en nuestras publicaciones. Me extendió un ejemplar de
su gaceta, donde podían leerse historias como éstas: Bailaron en su funeral, lea la verdadera
historia del asesinado en la discoteca; Le imprimió 7 cuchilladas pero aún lo ama, entérese todo
sobre esta sangrienta historia de pasión; Yo gorda siempre, pero impuntual nunca, nos dice quién
ostenta el record a la persona que más kilos ha rebajado, solamente para poder así entrar en los
atiborrados buses Quiteños por las mañanas, y evitarse con ello asistir tarde al trabajo; Bacerola
como anti solar para los negros, todo sobre esta nueva estrategia, en apariencia racista, de los
magnates en cosméticos; Televisiones para controlar la natalidad, crónica sobre un electrodoméstico
mucho más eficaz que los divinizados condones; Era necesario, dice general de policía después de
revelarse que el robo al banco fue perpetrado precisamente por oficiales bajo su cargo, que se

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excusan argumentando que de no haberse hecho de fondos por esa manera, delictiva ciertamente,
la policía no tendría manera de sustentarse y peor aún, de salvaguardar la seguridad, incluyendo la
de aquel desafortunado banco que robaron. No está mal, le dije. Perfecto, me respondió ella. El
séptimo en ayudarme fue un francés con acento chino, que simplemente me dijo: Nunca temas a
nada ni a nadie, excepto a la falta de libertad; Recuerda, no es tan peligroso jugar con fuego, todos
los fumadores lo sabemos, se despidió. Lo tendré en cuenta, le respondí, Adiós… después de
reflexionar sobre los consejos recibidos, por fin me encontré capaz de terminar bien lo que tan mal
había comenzado antes. Y escribí: …deberías avergonzarte de no apreciar éste milagro llamado
naturaleza… comenzó ella. ¿Milagro llamado naturaleza? Discutí yo. Cuando encuentre una consola
de video en medio del bosque, entonces sí sería un milagro de la naturaleza… pero no pude
terminar de redactar la discusión, porque de la nada apareció la octava persona que acudía en mi
auxilio. Era nada más ni nada menos que Amanda, quién antes de aconsejarme nada me arrebató
las paginas hasta ese momento escritas para devorarlas. Entonces leyó sobre nosotros, las
ocurrencias e intimidades, los secretos y violencias, las frustraciones y alegrías… se leyó a sí misma
opinando, a sí misma hablando, a sí misma amando, y a mí como eje conductor de la historia. E
inmediatamente, sin dudarlo si quiera, rompió todos los papeles, que pronto caían en retazos sobre
esa mesa llena de obras cumbres. ¡Qué has hecho, mujer! Exclamé. Yo sería muy feliz si pudiera
dormir una sola noche contigo, me reclamó; pero tú, tan narcisista y soberbio, no quieres solamente
dormirme a mí sino también a toda la humanidad con tus escritos, y lo peor de todo, a costa de
desvelarme en tus desvelos por escribir; ya no importa, lo he destrozado todo, pero acaso no
necesitaba molestarme tanto… basta decir que eres un mal escritor, y te habrías arruinado por tu
propia cuenta si no te lo hubiera ahorrado haciendo añicos tus escritos… Yo no podía creerlo. Ahí
estaban retazos esparcidos con un valor de casi siete meses de migrañas, desvelos y angustias.
Entonces me dio un beso diciéndome: Te espero en casa antes de las siete. Maldita sea. Maldita
sea ella. De repente reapareció aquel francés con acento chino a preguntarme: ¿Regresarás a tu
casa? ¿Dónde te espera ella? No le respondí. Ciertamente la odiaba, pero aún así dudaba. Mira
Braulio, me dijo, las esposas buenas no sé si existen, pero de que los divorcios existen, existen”.

-Sabes que lo peor de las noches contigo es precisamente no dormir contigo… -Me confesó Amanda
visiblemente molesta, después de despertarla una vez más-… ¿Qué escribes ahora?

-Buenos días… -Le saludé intentando con ello disipar su enojo.

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-No te atrevas a darme unos “Buenos días” después de haberme dado una de las peores noches
que he tenido… -Me respondió visiblemente afectada-… ¿Sabías que ahora tengo una entrevista?

-No he podido evitarlo… -Me disculpé-… sé que suena a locura pero las pesadillas que me invaden
solo anotándolas inmediatamente tienen sentido… si volviera a dormir las olvidaría, perdiéndolas así
para siempre…

-¿Tus delirios solamente escribiéndolos de inmediato tienen sentido?… -Me preguntó mordaz-…
déjame leerlos… -Ordenó a la vez que se adueñaba de la computadora. No me fue difícil recordar la
última pesadilla, y así, temer por mis escritos.

-Ha, ha, ha… -Se río ella.

-¿Están tan mal escritos?… -Le pregunté acontecido por su risa, más cruel que cualquier critica que
haya recibido antes.

-Al contrario, están muy bien escritos… -Me explicó-… solo que en ellos siempre aparezco como tu
antagonista, como tu peor enemiga, alguien que puede perderte fácilmente por ser muy querida.
¡Eso es! Parece que me temes más que a nadie porque precisamente me amas; porque ante mí has
bajado toda la guardia… ¡Qué divertido!… no sufras, que no me estoy burlando de tu redacción…
ahora entiendo porque me entran ganas de dormir con tus chistes, porque son tus sueños los que
dan risas… ha, ha, ha… -Volvió a reír.

-¿Quieres desayunar?… -Le pregunté, al cabo de un tiempo, incomodo por no saber si enojarme de
su crítica o alegrarme de su sinceridad.

-¿Terminaste ya de escribir lo que debías?… -Me contestó.

-Si… -Le respondí.

-Entonces, si no te molesta, quisiera volver a dormir… -Confesó-… la entrevista es en la tarde, y


todavía puedo descansar para ella…

-Está bien… -Le dije al tiempo que me despedía con un beso en su frente, tomaba mis cosas y salía
del dormitorio con la finalidad de no molestarla más.

51
***

Más tarde un antiguo amigo que había regresado de Alemania, después de permanecer allá durante
3 años, me invitó a recibirlo. Quedamos, como es natural, en encontrarnos por aquel bar donde
acostumbrábamos embriagarnos antes.

-Lo primero que aprendes en Alemania es a escuchar… -Me decía-… por lo menos hasta aprender
bien el idioma.

-¿Es difícil el Alemán?… -Le pregunté a Oswaldo.

-No tanto… -Me respondió-… Como en el español, también en él la mayoría de lo que se dice son
tonterías.

Mirábamos hacia fuera, donde gente de todas partes se afanaban por entrar en algún sitio; los bares
de esta zona son muy concurridos.

-Recuerdo… -Contaba Oswaldo-…a una mujer que quise bastante en Múnich; llegó a dominar muy
bien el español.

-¿Tu le enseñaste?… -Le pregunté.

-Acordamos enseñarnos respectivamente nuestros idiomas… -Contestó-… pero ella aprendió


español mucho antes que yo el alemán. ¡Llego a sonar como una sudamericana!… seguramente
debido a que en el alemán era tartamuda.

-Ha, ha, ha… -Reí divertido-… y ¿Cómo se llamaba?

-Gabriel… -Recordó-… su apellido siempre me fue difícil pronunciarlo; tenía raíces finesas. Tiene un
gran sentido del humor ¿Sabes? Ahora está visitando Colombia, y me cuenta que en esa tierra uno
podría sembrar hasta remolachas que, misteriosamente, siempre terminará germinando marihuana.

Pedimos unas cervezas. Eran las diez de la mañana pero aún así nos las vendieron sin problemas.

-¿Y qué paso con Gabriel?… -Pregunté por conversar cualquier cosa-… ¿Cómo así no la
acompañaste a Colombia?

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-Que te diré… -Respondió-… las cosas se complican. Las mujeres, estimado Braulio, dicen la mitad
de lo que piensan, y si a eso añadimos que esa mitad es mentira, pues, se concluye fácilmente que
no dicen nada realmente.

-¿Es en serio?… -Pregunté extrañado-… ¿Ella te mentía?

-Todas mienten… -Respondió con parquedad-… aunque puede ser que ella no tanto. Veraz, Braulio,
yo tenía aún contacto con amigas de Ecuador, y eso no la molestaba en un principio, hasta cuando
aprendió bien el español y entendió los mensajes que me enviaba con ellas. Ya sabes, eran medio
obscenos medio romanticones; nada serios, y de hecho nada era en serio, pero Gabriel no pudo
soportar los celos. Todo comenzó así, y auguraba empeorar. Nos dimos un tiempo, que duró tres
meses, hasta cuando ya debía volver a Ecuador. Ella no quería despedirse; hizo mucho para
convencerme de que me quedara. Pero nada, debía volver. Entonces me arrancó la promesa de que
yo aquí, en Ecuador, la esperaría hasta que ella llegase. Acepté. Viajamos juntos hasta México,
donde ella tomó otro avión directo a Panamá, para de allí pasar a Colombia, y luego venirse a
Ecuador. Yo me vine directamente; y dentro de dos semanas, la iré a recoger al aeropuerto.

-¿Qué podría ganar ella con todo esto?… -Me pregunté en voz alta.

-Está convencida que durante estas dos semanas la extrañaré… -Me explicó-… entonces espera
que cuando vuelva le pida, para no separarnos más, que se quedase conmigo en Ecuador; que nos
desposemos. “Eso es amor” me dijo.

-¿Y la piensas desposar?… -Le pregunté expectante.

-No lo sé aún… -Contestó-… tengo dos semanas para pensarlo. Pero nada es seguro, es decir: es
posible que no viniese, que se consiga un colombiano menos indeciso que yo; que se estrelle su
avión; que la secuestren los guerrilleros; que se vuelva adicta a las drogas; que se quede sin dinero
y tenga que vender órganos para regresarse a su viejo continente… mm, podría ser.

-Ha, ha, ha… -Reí divertido-… escuchándote hablar así me parece que esperas con ansias que le
ocurra una de esas tragedias y no venga.

-No… -Respondió aparentemente ofendido-… esperarle cosas malas para librarme de ella me
harían un ser perverso… pero ella, al pretender venir, para no marcharse nunca, es verdaderamente

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SINIESTRA… Quiere desposarme ¡Dios!… Jesús no lo quiera, es decir, nunca lo quiso, y por eso
murió soltero.

-Ha, ha, ha… -Reía a mis anchas-… ¿Qué? ¿Jesús?

-Solo digo que si las mujeres fuesen buenas, Dios tendría una… -Explicó.

-Ha, ha, ha… -Reía a plenitud mandibular.

-Tú estás casado; tú debes saber lo que es la felicidad, porque la has perdido… ¿No es cierto?… -
Me preguntó sugerentemente Oswaldo.

-Pues… -Quise explicarme, pero antes él me interrumpió:

-El amor eterno dura tres meses, y esa si es una verdad universal… ¿No lo crees?… ¡Qué lo vas a
creer!… De haberlo creído nunca te hubieras casado… Mira Braulio, las esposas buenas no sé si
existen, pero de que los divorcios existen, existen… ¿Por qué no te divorcias ahora que puedes?
Créemelo… como dijo Márquez: tal vez te arrepientas un día al hacerlo, pero de no hacerlo, te
arrepentirás toda la vida…

“Maldición” me dije, era demasiado exacto como para que fuese casualidad.

-… ahora mismo, más tarde, voy a entrevistarme con una de esas amigas que mantuve durante mi
estancia en Alemania. Está casada, pero eso no es problema. Créeme: su esposo debería estarme
agradecido de quitarle aquel bulto de encima. ¡Ella seguía buscándome pese a estar ya casada! No
le importó ni la distancia, ni el tiempo transcurrido ni nada… ¡Hay que verla! Seguramente es más
fiel con sus amantes que con su esposo.

-¿En serio?… -Le pregunté anonadado.

-¿Ya te conté como conocí a Gabriel?… ¿Aun no?… bueno, pues ella estaba comprometida con un
Búlgaro adinerado. Todo estaba listo para su boda; cuando él novio me presentó a la novia, Gabriel.
Nos gustamos de inmediato. Claro que yo aún no sabía que iban a casarse. Salimos un par de
veces juntos, los tres; pero después nos encontrábamos ya solo Gabriel y yo. Un día, cuando quise
besarla, se negó diciéndome: “Me voy a casar en Julio”. Entonces le contesté: “No quieres que sea
yo tu despedida de soltera”. Nos besamos; esa misma noche ya lo traicionaría al búlgaro conmigo.

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Claro que yo aún no sabía que aquel búlgaro que me la presentó fuera su prometido, aunque me
hubiera sido fácil deducirlo. Con todo, pasaron los días igual que antes; y aunque en las noches ella
dormía conmigo, después de pasar las mañanas con él, aquel búlgaro no sospechaba nada. Hasta
que llegó el día definitivo: La boda. Al búlgaro ya le extrañó que yo no asistiese a su despedida de
soltero, pero es que resulta que asistí al de su prometida; cuando se enteró no dijo nada. Estaba
feliz creyendo que se desposaba con la mujer de su vida, cuando la verdad era, me lo había dicho
Gabriel, que ella no se desposaba con él sino era por su dinero. Como te dije, el búlgaro era muy
adinerado. No podía dejarlo así; no podía permitir que ella lo engañase tanto, así que decidí contarle
sobre sus traiciones conmigo. Supuse que era mejor para él saber que ella lo traicionó conmigo: que
casarse con ella y descubrir al cabo de un tiempo, cuando ella se divorciara de él, sino prefería
asesinarlo para enviudarse y heredar su fortuna, que ella se casó con él solamente por su dinero.
Me golpeó gritándome, como era de esperarse: “Cómo pudiste hacerlo. Te consideraba mi amigo” a
lo que yo le contesté: “Soy tu amigo, por eso te lo digo”. “Si fueras mi amigo nunca te hubieras
metido con la mujer que amo” me espetó. “Si ella te amara tanto como tú a ella, nunca se hubiera
metido conmigo, tú amigo” concluí. La boda se canceló, y él se volvió a Bulgaria, roto el corazón
pero aún con dinero en los bolsillos. Yo me quedé con Gabriel, quién nunca supo lo que pasó entre
aquel búlgaro y yo… entonces entendí que yo había llevado la peor parte, pues me quede con la
mujer: Gabriel.

-Vaya… -Exclamé-… Y yo que creía que nunca habías peleado por una mujer.

-No te confundas… -Recalcó Oswaldo-… yo no la delaté para así quedarme con ella; pues no la
quería ni mucho menos, ó ¿Por qué crees entonces que la traicionaba tanto con ecuatorianas pese a
no estar aquí sino en Alemania? Ó entonces ¿Por qué crees que ahora estoy aquí contigo y no con
ella en Panamá?… No, no, yo le revelé todo al búlgaro porque me daba lástima verlo tan enamorado
de aquella mala mujer. Por otro lado, cuando se lo dije todo, no nos peleamos: él me golpeó y yo no
le respondí, simplemente. Por eso puedo decirte que nunca me he peleado por una mujer, aunque
los otros si, contra mí.

55
***

Esa noche tampoco pude dormir, ya iba una semana sin hacerlo. Oswaldo, los sueños, Amanda…
era demasiado para mí; me sentía enfermo.

Tipo doce de la noche llegó Amanda. Se disculpó por la tardanza e inmediatamente después de
verme preguntó por mi estado de salud.

-Estoy bien… -Le contesté.

-Tienes fiebre… -Señaló después de tocarme la frente con su mano-… te haré algunas compresas…
Mierda, estás que te incendias, y hoy es sábado, ninguna farmacia debe estar abierta, menos a
éstas horas.

-¿Dónde estabas?… -Le pregunté queriendo con ello desviar el tema.

-Con un amigo, recién llegado de Alemania… -Contestó.

Me desmayé; la fiebre me hacía delirar, y por fin, el bendito sueño, después de una semana de
desvelos, pudo conmigo.

“Me siento hoy:


Figura de arena
Como una triste guitarra,
Sin ninguna cuerda”

“Atento al ayer:
Y las glorias añejas
Como un vaso del bar,
Sin gota de cerveza”

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Grandezas de la Perdición

-¿Por qué el silencio siempre molesta?… ¿Por qué no hablas maldición?

-No basta con callar… pues el silencio más sublime es escuchar… además: ¿Qué es escuchar? ¿Te
lo has preguntado? No, mejor dicho: ¿Has logrado respondértelo?

-Nunca ebrio… y mejor dicho, nunca me hago preguntas: ¿Sabes? Si el precio de la felicidad es la
estupidez, que me despojen de ésta inteligencia tan pesimista.

-Pues preguntar es de un ignorante que trabaja en pos de no serlo, y yo no quiero serlo…

-¡Ha! Pues yo creo que siempre encontraremos frases elegantes, sistemas exquisitos o filosofías
glamorosas tras las cuales escondernos. Tú buscas conocimientos porque eres un cobarde, pues un
valiente se enfrentaría a la vida desarmado, sin argumentos… pero ya… ¿Quieres discutir? Está
bien… ¿Cómo escuchar?

-Muy tarde, ya he llegado a la conclusión de que solo un sordo puede hablar, solo un mudo de voz
puede escuchar, solo un ciego puede sentir… no discutiré contigo; tú estás ebrio. Pero si de algo
hay que hablar necesariamente: ¿Por qué no me cuentas la razón de tu alcoholismo?

-¿De mi alcoholismo dices? ¿Crees que yo sé que tengo alcoholismo? ¿Acaso no sabes que un
alcohólico duda de su adicción, así como “Un Sordo” duda de la existencia de los sonidos? Pero ya
que estamos aquí, bebiendo: ¡Qué Diablos! Te lo contestaré, a ver si compartes mis vicios cuando
entiendas mis razones: “Beber me hace invencible, hasta que me embriago…” “Bebo bastante
porque la vida es corta, pero el trago la alarga…”.

-Esas no son razones; más bien parecen chistes de colegiales…

-Está bien, está bien… lo decía para que no te confundieras; pero debes reconocer que es
imprescindible confundirse para filosofar… ¿Qué te parece ésta razón?… La rapidez de la vida hace
ridículo cualquier intento de frenarla.

-¿Haz fracasado en el intento por frenar tú alcoholismo, digo, tú vida?

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-He fracasado sí… qué puedo decirte, antes contaba con cierto optimismo, pero finalmente me he
enterado que ello no es más que pesimismo elegante.

-¡Pobre fracasado! Si has de resignarte a una vida de alcohol, bohemia y mujeres.

-No te burles qué bien envidiarías una vida así… Pero las mujeres no implican amor ¿Sabes?… esa
es la tragedia de quién no tiene tragedias, y siempre las anda buscando… El amor es una tragedia
¿Sabes? Y ninguna de las mujeres actuales que poseo, me lo ofrece.

-Todos tenemos dolores; solo que algunos lo llaman “Amor”… pero no reniegues tan rápido de las
mujeres sin amor, porque me imagino que bastará una que te lo ofrezca, y lamentaras no haber
aprovechado a las anteriores mujeres; no ya buscando placer por placer, sino esta vez placer por
venganza… sí, creo que sí… venganza contra la que te ofreció amor y por ello te hace sufrir…
recuerda mis palabras: Lo que te estorba ahora, te hará falta mañana.

-Esperemos que nunca me arrepienta de algo…

-¿Esperar? Amigo mío: La esperanza es la zanahoria que cuelga al frente de los que como asnos
viven la vida… por eso yo no te la recomiendo, porque te prefiero humano antes que asno. En fin.
Por otro lado, quizá exageramos un poco: ¿Temerle al amor? ¡Ba! Si no es más que una mentira
sublime que justifica nuestras bajas perversiones. Acuérdate hermano qué: Para un cerdo, la mierda
es manjar.

-Hay mi filósofo amigo, cómo se ve que la filosofía en ti es una forma glamorosa de perder el tiempo.
Recuerda que: Es sabio quién se ha equivocado, no quién ha acertado; y si sigo tus preceptos,
nunca caeré en la equivocación, ni en el error, ni en la mentira, y por ello se me negará para siempre
la sabiduría.

-Ya veo que es verdad cuando se dice que: La virtud del lenguaje fue siempre multiplicar los
problemas hasta agotar las soluciones. Y aunque la filosofía me ha enseñado a nunca discutir si
tengo la razón, también creo que: Nunca resolvemos bien escondiéndolo al mal… veraz amigo
sibarita, lo primero que debes buscar es “Conocerte a ti mismo”.

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-¿Cómo decía Sócrates? ¡Ba!… “Conócete a ti Mismo” es un “Olvídate de los Demás”… y en eso
erró el mal encarado filósofo ese. Por ello Jantipa siempre andaba mal humorada; porque su esposo
se “Olvido” de ella, si entiendes a lo que me refiero.

-Maldición… uno quiere sanar tu enfermedad, aliviar tus delirios con palabras medicinales, pero tú…

-…yo sigo con mis cínicas opiniones ¿Verdad?… –Le interrumpió-… Pronto descubrirás amigo mío
que ninguna medicina es eficaz contra mí enfermedad; porque hallaras que a veces la medicina en
exceso puede tornarse peligrosamente venenosa. ¡Esa es la gran ironía de la medicina! ¿Sabes? La
medicina, tanto mal como bien dosificada, puede matar a quién buscaba aliviarse y sanar… ¿Has
visto a los cancerosos expuestos a la quimioterapia? Es el ejemplo perfecto que completa mi
explicación perfecta…

-Ya veo que contigo, mientras sigamos hablando o buscando la verdad, seguiremos mintiéndonos y
equivocándonos irremediablemente…

-¿Acaso desistirás ahora de filosofar conmigo cuando fuiste tú el que quiso hacerlo en un principio?
Amigo mío: Si no puedes comenzar bien algo, por lo menos asegúrate de terminarlo bien. Además
debemos filosofar, pues me estoy divirtiendo con ello; y resulta que acabo de descubrir que si
filosofas mientras bebes, ya no necesitas tanta bebida para embriagarte… ¡Puedes creerlo! Ahora
resulta que los filósofos lo son para ahorrarse dinero en los licores; necesarios para una buena
conversación, claro está…

-¿Es que acaso piensas beber el resto de tú vida? Cómo se ve que no eres adulto, pues un adulto
es quién se da perfectamente cuenta de que si no hace algo ahora llegará a viejo sin haber hecho
nada. Yo emprendo proyectos para así no llegar a la vejez desprovisto… ¿Y Tú?

-Para mí toda empresa es inútil, así que la pregunta es: ¿Suicidarme rápido porque todo lo demás es
inútil, ó perder el tiempo empeñándome en hacer cosas inútiles para que cuando me llegue la
muerte natural me dé yo mismo la razón?

-¡Por Dios! Déjame ver si lo he entendido; tú crees que: ¿Si se nace para morir, la mejor forma de
vivir es suicidándose?

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-Sí… ¡Vaya! Has acertado al ilustrar mi filosofía en aquella frase tan sencilla… no la olvidaré, porque
yo no olvido para que no me olviden… pásame esa copa de allá que tú no bebes, y hasta que me
traigan otro coñac, en este olvidado bar, ya habré dejado de ser alcohólico… Pero ¿En dónde me
quede?

-… en que tú no olvidas para que no te olviden…

-Exacto: La memoria fija mis pies, la expectativa mis horizontes… recuerda eso, y también esto si
quieres: Nosotros somos los clavos en la cama de clavos en donde acostumbra tomar la siesta
Dios… y por supuesto, por qué ocultarlo… Ella fue la pendiente por la cual todo aquel que quiera
escribir tenía que caer… nosotros definitivamente.

-¿Forzosamente hay que hablar de ella? Lo acepto hermano, te la quité, lo siento, pero tú sabes y
debes reconocer que yo no hice nada para que ella te dejara por mí… lo siento pero…

-Está bien hermano filósofo… si yo no tengo nada que decirte, amigo mío… yo también apoyo eso
de: Toma lo que no es tuyo porque ni tú mismo te perteneces.

-Yo no “La” tome para mí, ella se me regalo… ¿Entiendes?

-Hay con este filósofo cínico, más cínico que Diógenes y Antístenes juntos. Siempre supe que: El
mejor insulto es ser cortes; la mejor verdad es la mentira creíble, y el mejor pecado es aquel que es
cometido hasta por los santos, y en este caso, hasta por este filósofo que dice ser amigo mío. Bien,
pues, como buen sibarita he de decirte: Agradezco tus heridas porque me dan la oportunidad de
lamerme… pues eso justifica, de rebote, un poco, mi hedonismo masoquista, que aunque nazca del
dolor, no deja por ello de ser placentero. Y aunque te pudiera aconsejar que la próxima vez busques
menos belleza y más inteligencia, tampoco quiero hacerte daño, pues cómo yo lo sé, el daño
infligido nunca igualará al bien robado; y eso siempre tendrás que decirlo, cada vez que hagas lo
mismo, robarle un bien a alguien, una novia a tu amigo, un pan al panadero, una sonrisa a la miss
universo… Dirás: No hay picadura tal que pueda hacerme arrepentir de haber hurtado ésta deliciosa
miel.

-Yo no soy tú; ¿Por qué he de decir tus palabras entonces?

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-Porque a pesar de que no eres como yo, cometes mis mismos pecados… no sé si logras
entenderlo, somos dos personas diferentes, pero con las mismas soluciones… ¿Entiendes?
Mientras nuestros problemas nos separan, nuestras soluciones nos unen… ¿No me digas que no
habías descubierto esto antes?… Eres demasiado inteligente como para creerte la mentira de tu
estupidez… Por ley habrás pensado ya eso, y seguramente, si te conozco bien, lo habrás meditado
hasta el cansancio… pero por otro lado, si no estás de acuerdo, y las soluciones no son las que nos
unen, siempre queda el cuerpo de aquella desdichada mujer, que uno de los dos, a diferentes
momentos, pero siempre el mismo cuerpo, logramos poseer…

-Maldito cínico hijo de puta…

-¡Ah! No te gusta cuando hablo de ella así… porque la amas… ¿Verdad?… Tú ira me da la razón.
Recuérdalo filósofo: Si bien Dios Teme al Infierno, el Diablo lo Disfruta. Y créeme que yo no necesito
ser viejo para ser Diablo… ¿Por qué no entregarnos a la locura? ¿Porqué no matarla? Y así decir en
su funeral:

-Estás loco

-Los Fuertes no solo temen la Debilidad de los Débiles, mi querido filósofo, también temen su locura.
Pero matémosla rápido: De hoy no pasa ¿Qué te parece?… solo que debemos procurar hacerlo
parecer un accidente…

-¿Para luego decir en el funeral: “Le Metimos 7 cuchilladas pero aún la Amamos”? No tiene sentido:
¿Para qué hacerlo parecer un accidente si después nos vamos a atribuir toda la responsabilidad?

-¡Para demostrar que ésta ciudad no necesita de alcantarillas para apestar!… pues sus habitantes
apestan por ella.

-¿Y eso qué sentido tiene? ¿Vamos a matar a una mujer para demostrar que la ciudad apesta sin la
necesidad de poseer alcantarillado? ¡Qué demonios…! ¿No bastaría solo con dejar de asearnos?

-Ha, ha… Ese, amigo filósofo, es un buen chiste…

-Necesitas un buen psicólogo amigo cínico ¿O eras sibarita? Aunque me pregunto si bastaría
contigo un Freud o un Lacan… No, estoy seguro que ni un Roger, ni un Erickson podrían con tu
locura…

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-Me apena como todo un filósofo le confía un loco como yo a un psicólogo cualquiera… yo que
siempre creí que: Los filósofos son gentes blancas, con vestimentas blancas, en calles blancas, de
ciudades blancas, del mundo blanco pensando o soñando en el color negro… Pero bueno… que se
le va a hacer… No confíes en la psicología amigo mío, pues ésta no es más que el arte de criticar a
los demás y cobrar dinero por ello. Y yo merezco todas las críticas que existan pese a que no tenga
ni un centavo… Pero qué digo, si los psicólogos deberían respetarme, porque para quienes se
especializan en locuras deberán forzosamente admirar la mía, la más grande de todas, aunque
sospecho que el respeto es la más sublime forma de odiar… pero qué digo… maldición… mis
palabras no hacen más que revelar mi ignorancia… pero qué demonios digo… digo, es decir,
quisiera decir: Qué no me busques medicinas cuando mi mayor enfermedad es buscar
enfermizamente la verdad, y la verdad es que: La mejor herida es la que no queremos curar… el
mejor vicio es el que no queremos dejar… el mejor crimen es el que no queremos ajusticiar… el
mejor error es el que siempre cometeremos…

-Ha, ha… otro nihilismo que podría fácilmente ceder ante las evidencias de la vida cotidiana, pues lo
tuyo responde a la circunstancia, y a nada más; y si cambiamos las circunstancias, fácilmente se
encuentra que tus leyes no pasan de ser meras opiniones…

-¿Pretendes rebajar estas leyes a simples opiniones? No me sorprende. Tú, como diría Sade,
siempre buscaste construir y multiplicar innecesariamente, cuando mi finalidad siempre ha sido
destruir, sintetizar y simplificar… pero ese es tú problema. Si pretendes argumentar en contra mía,
solo lo podrás hacer después de que yo te describa mi postura. Yo soy la ofensiva y tú la defensiva.
Qué sucederá cuando chocan el escudo más fuerte contra la espada más fuerte me pregunto
ahora… Escucha, amigo filósofo, la verdad: El voluntario vive angustiado, el solidario pobre, el líder
ultrajado y el bueno mancillado… la fraternidad es traicionada, la paz se defiende mediante la guerra
y la verdad es que no existe verdad… Puede no haber belleza si hay vanidad. Se puede carecer de
virtudes si se tiene autoestima. Se puede perder el respeto si queda la dignidad… No hay peor
persona que el bueno que detenta el poder. La violencia entre humanos no puede ser más que
honestidad en sus relaciones. El paroxismo de la masturbación es pensar en Dios. El uso no
equivale a la posesión; y, finalmente, escribir es acostumbrarse a romper vasos para así justificar
nuestra sed eterna…

-Solo ahora advierto que con este verbo que posees, se te haría fácil escribir para los horóscopos…

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-¿Y por qué no? La gente los prefiere antes que a un buen Seneca, un Ovidio o un Montaigne… que
es lo que yo leo, pues siempre busco la manera de que la arena de mi ideal, se torne cemento.

-Mm, mm, mm… –Y él filósofo calló.

-No te achiques amigo filósofo, si no acuden frases tras las cuales esconderte… déjame aconsejarte:
No siguas los caminos de otros, cuando puedes abrir tu propio camino… pero si, a pesar de esto, te
empecinas en hacerlo: Sigue el sendero blanco; pues tú, vestido de negro, nunca te perderás…

-¿Consejos de un cínico que abusa de la bebida…? Cómo que no aspiras que llegue más allá que
tú…

-Ni siquiera aspiro, amigo filósofo, que llegues a donde he llegado yo…

-¿Es tan difícil ser un ebrio indiferente?…

-Para ti, amigo filósofo, te sería difícil hasta tener perversiones sexuales…

-El sexo es hermoso cuando no conlleva perversiones ni vicios…

-…ni amor… –Lo interrumpió nuevamente el cínico-… pues: es el amor lo que hace del sexo una
perversión… ¿Sabes? De hecho, nosotros somos la perversión de nuestros padres hecha carne.

-Oh por favor, tu le arruinarías la comida hasta a un africano hambriento… puedes dejar ya de hablar
tantas estupideces…

-¿Por qué? ¿Por qué para ti lo que digo es estúpido? Tú, que siempre te llenas de libros
motivacionistas, sentimentales y otros que supuestamente hacen de ti un triunfador… ¡Cómo te
atreves a llamar estupidez a mi discurso! ¡Cuando el estúpido eres tú!… … ¡Libros motivacionistas!
¡Bah! Los que antes te obligaban a trabajar con látigos, grilletes y cadenas ahora te persuaden con
libros motivacionistas estúpidamente llamados de “Autoayuda”… ¡Malditos! ¡Qué se pudran!… No
porque ahora leas esos libros en lugar de llevar grilletes o cadenas dejas de ser un maldito
esclavo… ¿Entiendes?… Tú eres el verdadero estúpido… sí, tú lo eres, porque haces estupideces
pese a no querer ser estúpido… porque estúpidamente quieres dejar de ser estúpido haciendo más
estupideces… tú eres el problema; yo solo soy el cretino que te lo revela… cretino por pensar que un
estúpido como tú, puede dejar de serlo…

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-… Solo eres un maldito ebrio… ¿Y me dices estúpido a mí? Por supuesto que, de todos modos,
quién mejor que tú sabría lo que verdaderamente es la estupidez.

-No calles a quién te insulta, amigo filósofo… podría tener toda la razón. ¿Es que acaso un ebrio no
puede decir algo importante, o verdadero o cierto? ¿Desconfías de mis palabras fundamentándote
en mis vicios?… ¿¡Sí!? ¿Por qué no? Después de todo siempre las apariencias han podido más que
la verdad… ¿O no le sucedió eso mismo a Jesús? Que fue menospreciado por su humildad; porque
pensaron: ¿El Hijo de Dios es un maldito carpintero nacido en Belén?… Pero que va, la Biblia lo
arregla fácilmente: “Dichosos los que creen por ver, pero más dichosos son los que no necesitan ver
para creer”… ¿Crees que la ebriedad me impide ver la verdad? Bueno, está bien, después de todo,
todos tienen derecho a cegarse como quieran…

-¿Osas compararte con Jesús? Tú solo hablas estupideces…

-Pues contigo no; para que lo sepas: las estupideces las guardo para la gente inteligente…

Se detuvo; guardó un instante de silencio. Bebió unos sorbos de cerveza, y preguntó:

-¿Por qué es más fácil conseguir licor que medicinas? ¿Por qué es más fácil hacerse de algo
destructivo que de algo curativo?

-No lo sé, supongo que es mejor el negocio del licor y la ebriedad, que el del bienestar…

-¿Supones que la gente prefiere destruirse a vivir bien?

-Bueno, sí, pero no toda la gente…

-Yo creo que el licor es el precio a pagar por la genialidad, y que si bien es más fácil conseguirlo que
las medicinas, o atención médica cualquiera, es porque, bueno, la sociedad prefiere un genio,
aunque tenga que matar con alcohol a generaciones enteras; que muchos imbéciles, y ningún genio,
salvándolos a todos con las medicinas… No sé si me hago entender… veraz, prefiere lanzar el
anzuelo y pescar alguno, a no lanzarlo, y salvar con ello a todos los peces…

-Mm, mm… también puede ser que nos prefieran ebrios, dóciles y drogados antes que atentos,
lucidos y críticos. Quizá es más fácil conseguir licor precisamente porque se sirven de éste para
controlarnos; porque con él, les es más fácil gobernarnos. La medicina, por otro lado, es de difícil

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acceso, tal vez, porque de no estar drogados, es decir, de no poder ser controlados, prefieren
matarnos, asesinarnos, o simplemente dejarnos morir sin la adecuada atención y receta.

-¿Es decir?…

-Es decir: que para mantenerse en el poder se valen de las drogas, tanto sociales como ilegales, y
así apaciguarnos, controlarnos y resignarnos a su gobierno. Pero no contentos con ello, además
influyen sobre la cantidad de medicamentos, reduciendo su número hasta volverlos escasos, y así
propiciar nuestra muerte cuando precisamente, después de haber sufrido los efectos de esas drogas
apaciguadoras que usaron contra nosotros, y que nos terminaron enfermando; tenemos la intención
de cambiar el sistema, de revelarnos, de concientizar…

-Nunca lo había pensado… -Murmuró-… ¡Vez!… ¡VEZ! El mundo está podrido: comercian con
medicinas cuando ellas nos son vitales, así como con las drogas cuando éstas nos son mortales. ¡Es
más fácil hacerse de la muerte que de la vida! ¡Son más baratas las drogas que las medicinas! ¡Al
diablo con los genios! ¡Salud!

Bebió un trago muy largo desde la mismísima botella de cerveza. El filósofo quiso evitarlo, pero de
repente, sin que sea posible auxiliarle, el cínico sibarita, cayó al suelo. La botella se rompió en
multitud de pedazos, que reflejaban en sus diminutas caras, el rostro de aquel hombre ebrio, tendido
a su costado.

“Todas las aguas adquieren el color de sus ahogados”.


E. M. Cioran

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Nuevo Diario

La primera vez me molestó que fumara. Iba yo detrás suyo y recuerdo que el humo de su cigarro me
hizo lagrimar. Lo rebasé inmediatamente, antes de que el lagrimeo desemboque en llanto, y él tipo
se haga ilusiones de que lloro por motivos equivocados. He conocido a muchos que en tal situación
habrían pensado que lloro por ellos basados solamente en que los sigo… ¡Qué se puede decir! Los
hombres son así. Se creen que atraen cuando en realidad estorban, como esta vez, que solo por
casualidad me encontraba tras ese tipo, y no porque lo siguiese. A mayor abundancia, no tiene nada
de especial, por lo menos físicamente. Lo supe cuando volteé a verle después de rebasarlo. Me
pareció anonadado en problemas silenciosos. Y nada más. No. Quizá deba añadir que me pareció
algo perdido aunque parecía seguir su rumbo sin dudarlo… pensé en que quizá los perdidos son los
más seguros al momento de hacerse a la aventura, porque en definitiva, ya están perdidos. Pero
luego me pareció que pensé todo aquello simplemente porque venía absorto en los escaparates de
las tiendas. Ni siquiera se molestó en mirarme, aún cuando yo lo había visto a él tan
descaradamente. Es verdad, es verdad… estoy acostumbrada a que me miren, sobre todo los sin
vergüenzas y los lujuriosos; aunque según una amiga, todos los hombres me miran, y al hacerlo, se
convierten en sin vergüenzas y lujuriosos. Pero él no me miró, y esto me hizo rechazarle, pues me
sabía rechazada. Decidí olvidarlo y seguir mi camino. Tenía dos excusas para ello: primeramente
tenía el mal hábito de fumar, y en segundo lugar, no le parecía atractiva, lo cual era peor.

Me vio por primera vez en un bar, donde asistí con algunas amigas, y le volví a ver. Con la melena
larga, pero sin ocultarle la cara, me hizo pensar en que era un desperdicio de cabello. Vestido
completamente de negro, fácilmente podía hacerse pasar por la sombra de otro más grande que él,
que más adelante, se atrevería a invitarme a bailar. Yo acepté, rompiendo así mí formula de no salir
a bailar sino hasta pasada media hora de llegar al lugar que vaya, pero fue con el pretexto de
animarlo a bailar al melenudo, y así tener la ocasión de negarme, como él se negó hace tiempo a
verme, cuando lo vi en la calle. Pero el melenudo no quiso bailar, y por otro lado, el grandote amigo
suyo empezaba a ilusionarse demasiado conmigo, cosa por demás desagradable para mí. Decidí
alejarme; derrotada pero viva. Por querer vencerlo al enano con melena, me descuidé del grandote
acosador. Por otro lado mis amigas sospechaban algo, pues no decían nada, lo cual es lo peor que

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se puede esperar de las mujeres en algún antro. Una de ellas me dijo: “Las miradas dicen lo que los
labios callan”. No quise darle importancia para no arruinarme la noche. Pero justamente la que me
dijo aquello se las arregló para traer a aquel tipo que logró bailar conmigo la primera pieza, antes de
que transcurriera la media hora de costumbre. Y por supuesto, éste grandote se trajo a su amigo
melenudo. Enfadada me dispuse a ignorarlos con soberanía. Y lo logré hasta que descubrí que si
bien el grandote insistía en hablarme, el enano melenudo, vestido de negro, prefería hablarle a la
que lo trajo en lugar que a mí. Irritada, por saberme rechazada tres veces por el mismo espécimen,
decidí tomar una medida desesperada: Lo Invité a bailar. El grandote me miró defraudado. Si
hubiera sabido que su competencia era el enano melenudo, le hubiera cortado el cabello, supongo.
Hay hombres que han hecho eso, y mucho más, por mí. Yo por otro lado, bailé con el melenudo un
poco, antes de hacerle las preguntas de rigor: ¿Te crees perfecto acaso?

-Mm, no creo ser perfecto, pero tampoco creo que exista alguien mejor que yo… -Me respondió.

No pude creerlo, aparte de todo era narcisista. ¡¿Él?!

-¿Bromeas verdad?… -Le pregunté.

-No… -Contestó-… la imperfección del perfecto es admitir que es perfecto, pues al hacerlo peca de
narcisista, o de elevada vanidad.

“¡Un erudito!” pensé: “Por ello me niega la atención, que entonces dirigirá a los libros”. Me alegró
aquello de forma siniestra, porque ahora que sabía que se desvive por placeres intelectuales, podía
entonces divertirme a costa suya ofreciéndole placeres mundanos. Planeaba seducirle hasta
enfermarle de mí, con la finalidad de luego abandonarle para que así se suicide por mí. Sonreí.

-¿Por qué sonríes?… -Preguntó.

-Tú eres muy inteligente… -Le respondí-… me extraña que no lo deduzcas.

-Que a mi costa manipules a mi amigo, no me parece muy noble… -Contestó él, obviamente
pensando en que todo aquello tenía que ver aún con su amigo el grandote.

-¿Qué más deduces de mi sonrisa?… -Le pregunté divertida.

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-Que gozas infligiendo daño, o por lo menos vértigo. También que no te importa él “Cómo” sino él
“Para qué”. Que puedes ocultar muy bien tus intenciones para así descubrir las de tus adversarios,
cuando estos se descuiden. Qué… -Decía él hasta que…

-…descubres todo de mi sonrisa, excepto que me gustas… -… le interrumpí.

Se calló. Sonreí. “Estos intelectuales…” me dije “… saben de todo menos de lo que les hace falta…
seducirles, manipularles, es demasiado fácil”. Creí ganada la guerra con la primera victoria, y me
decidí por saltar hacia el siguiente escalón.

-Lástima que no pueda darte un beso… -Le dije saboreando el rechazar a quién me rechazó-…
pues, contraigo matrimonio en Junio…

Lívido, pálido y casi enfermizo, respondió: Déjame entonces ser tú despedida de soltera…

¡Qué difícil que fue no reír! Cuánto tuve que hacer para no gritarle: ¡Tú! Pero no podía hacer nada. Si
reía me delataba. La situación resultó ser más patética de lo que me había propuesto. Sobre todo
cuando me dijo:

-Sería un Judas tan solo por besarte…

Entendí que era algo original para ser un tipo cualquiera, aunque por el exterior pareciera un simple
cualquiera. Por otro lado me satisfacía el hecho de que se haya olvidado de su amigo, el grandote, al
primer coqueteo conmigo, pues aún no desechaba la opción de vengarme de él haciéndolo reñirse y
golpearse contra aquel. “Una mujer con dos amigos, hace de ellos dos enemigos” digo yo, y con
mucha razón.

-¿Sabes?… -Le pregunté-… me gustas, pero no puede llegar a más. No puedo compartir la mañana
con él para luego terminar la noche contigo.

-Quizá descubras que serán las noches conmigo las que te hagan soportar las mañanas con él… -
Me dijo campante.

Me sorprendía su palabra veloz y su astucia inaudita. Acostumbrada a que los hombres pierdan el
habla frente a mí, ahora perdía el habla ante las palabras de este tipo casi ladino. Quedé
impresionada y desbordada por ello. Ni siquiera protesté cuando se encendió un cigarrillo, y eso que

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odio el humo con olor a pulmón chamuscado. No entendía cómo podía atreverse a tanto, aunque
luego me lo explicaría así: “Cómo no tenía nada, podía apostar sin el riesgo de perder algo, porque
no tenía nada, pero en cambio, si ganaba, entonces podía ganarlo todo, ósea: a mí”… Algo que
jamás había pensado, porque hasta ese momento entendía que nadie se regalaba cuando podía
venderse.

-Está bien… -Dije, como lo hace un perdedor al claudicar-… pero vámonos de aquí…

-De acuerdo… -Me contestó él.

Salimos a la escalera comunal. Subimos al segundo piso, el residencial, donde duermen la


borrachera los dueños de éste y otros bares. Y subimos hasta el tercero, donde hay un pequeño
mirador, y allí, detrás de plantas plásticas, nos besamos con natural intensidad. Me dijo:

-Entiendes que al escondernos, para besarnos, somos cómplices de un crimen aún no perpetrado.

Pensé: “¿Qué? ¿Acaso no te basta con el beso?” Pero inmediatamente después me dijo:

-Al ser prohibida, eres mi elegida.

No entendía nada. ¿Por qué estaba yo allí? ¿Por qué con él? ¿Por qué todo fue tan fácil, después
de que quise hacerlo tan difícil? ¿Por qué sentía que fui yo la entrampada cuando quise entrampar?
Entonces dije: Quizá ya debiéramos bajar. Me sentía incómoda, como un lobo que cazó por error un
anzuelo, una treta bien dispuesta. No sentía nada por él más que odio e inseguridad. Sería mi
perdición. Abajo mis amigas seguramente estarían acabándome, como la corte a su reina caída. Y
yo, aquí arriba cayendo, como debió sentirse Cristo en la cruz.

-Suéltame… -Le dije.

Me soltó.

-Debo ir donde mi marido… -Dije como excusa, sin saber porque se la debía, como si ya desde allí
le perteneciera.

-Si te vas me mato… -Dijo divertido-… y si te quedas también…

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Rió. Era el vencedor. Lo sabía, como también sabía que yo lo sabía. Se me ocurrió que era fuerte,
que podía darse el lujo de decir disparates. Le imaginé haciendo lo mismo todas las noches, con
mujeres distintas, pero iguales a mí. Cazadoras cazadas.

-A cuantas mujeres no las habrás engañado, también… como a mí… -Confesé sin pensarlo. Estaba
atónita.

-Pero todas ellas tenían el grave defecto, de no ser tú… -Me contestó y sonrío.

Me alejé. Mi móvil empezó a vibrar. Alguien me llamaba. Eran mis amigas que cansadas de esperar
a que les contase la novela, querían venir a donde estábamos a participar directamente de ella. No
contesté. ¿Qué les hubiera dicho? ¿Qué vinieran a salvarme? Saberme necesitada de ayuda me
hubiera humillado más de lo que ya estaba.

-Ten… -Me dijo, a la vez que me obsequiaba una rosa blanca-… ¿Crees que al obsequiártela soy
muy tacaño o muy romántico?…

-Creo que de la tacañería al romance hay muy poco… -Contesté. El sabía, tanto como yo, que lo
insulté a costa de abrirle una puerta, cuando quería cerrarlas todas. Que si bien lo llamé “Tacaño”,
también le dije que aquello desgraciadamente desembocaría en “Romance”. Hasta ese momento no
me había percatado de que hay situaciones en las que con tal de insultar, hace falta halagar u
elogiar otro tanto. Aprovecharse de eso es como valerse de una balanza averiada para estafar en
una tienda.

-Dame tu número de móvil, quisiera volver a verte… -Me pidió ¿O me ordenó?

-Si mi esposo descubriera que me has llamado, me mataría… -Dije nuevamente excusándome, para
no decirle un “NO” fuerte, que no me hubiera atrevido a decir por más que lo necesitase e intentase.

-Tranquila… -Respondió incólume-… que si llega a matarte tu esposo, yo me volvería necrófilo, solo
por estar junto a ti…

Se lo di. Necrófilo o no, me volvería loca el morir sin haberlo vivido a él. Pero debía defenderme.
Debía alejarme.

-Los necrófilos son viudos… -Le dije, como quién descubre América junto a Colón.

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-Entonces seré viudo… -Contestó-… un viudo necrófilo, y suicida, si existe vida después de la
muerte, y podamos estar juntos entonces… créeme, bien valdría la pena, no me importaría, y ojala
que me entierren junto a ti… estoy tan enfermo de ti, que no admitiría medicina para curarme.

“… enfermo de ti…” Entonces recordé cómo mi plan era rechazarlo por haberme rechazado tantas
veces. De repente se me antojó todo muy falso, como si fuese actuado, y él como un dramaturgo
barato, pues aunque hablaba de muertes nadie estaba muriendo. Típico Shakesperiano. ¡Por qué no
había reaccionado antes! ¿Por qué? Si solo bastaba que le impidiese hablar para recobrar el control.
Mi móvil comenzó a vibrar nuevamente. El desencanto de su voz me permitió, contra toda
manipulación y control, contestar el teléfono.

-¡Aló!… -Contesté, eran mis amigas-… ya voy mi amor… pero si son solo las 10… bueno amor…
igual tengo que esperarle a Carla… aún no llega su novio, y sabes muy bien que vive demasiado
lejos como para irse sola… te quiero mucho amor… te extraño… lástima que no pudieras venir.

Colgué. Mentí infamemente, pero por lo menos logré el efecto deseado. El melenudo al frente mío se
debatía entre irse y ganar algo, o quedarse y no perderlo todo. Supongo que no confiaría en que lo
perseguiría si se retiraba, sobre todo después de llamarlo “Amor mío” a mi supuesto esposo, por ello
se quedó a ver si podía salvar algo de lo que desde hace poco podía vislumbrarse como naufragio.
¿Cuál fue su error? Haber utilizado palabras que terminaron recordándome el anterior plan…
propiamente éstas: “… enfermo de ti…”. Sé muy bien que si no hubiera recordado un pasado contra
él, hubiera vivido un futuro con él. Por otro lado, solo para aclarar las cosas, yo no estaba
comprometida. Eso lo dije solamente para excusarme; una excusa que nunca me creí capaz de dar,
pero que al final di, y no me sirvió de mucho, porque a éste melenudo no le entraban miedos por
nada, porque según ya entendí, nada tenía que perder. Ahora bien, mis amigas, las que me llamaron
para enterarse de dónde estaba, y si podían venir a verme, como moscas por la mierda del chisme,
sabían muy bien, después del teatro que monté en la llamada, que estoy buscando escapar de aquí
y de este melenudo, lo que significa que no la estoy pasando bien; lo que bien puede alegrarlas pues
estoy completamente al tanto de que no disfrutan mis triunfos tanto como mis derrotas.

-Debo irme… -Me disculpé-… es mi futuro esposo, y no puedo fallarle… ten mi número… -Y se lo
anoté en su móvil-… llámame, y por favor deséame suerte… pero por sobretodo: deséame…

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Bajamos hacia el primer piso por las escaleras comunales. En el bar mis amigas estaban ansiando
vernos bajar como dos derrotados, llegados del exilio. No les di ese gusto. Lo abracé al melenudo y
le besé con un deseo más de venganza contra mis amigas que con un deseo por él. Por otro lado
estaba consciente de que debía prepararme para cuando llamara, y empecé a armar
inmediatamente mi trampa. “No dejaría de vengarme aún cuando él dejase de llamarme…” pensé
“… si no aparece, ya encontraré forma de invocarle”.

MARTES de la primera semana.


El melenudo, por supuesto, tuvo que llamarme aquel día. Nunca me gustaron los martes, porque me
parecen extensiones del lunes, días en extremo insufribles. No. Para mí la semana empieza a
alegrarse desde el miércoles, que para mis amigas y yo representa un jueves chiquito, así como el
jueves es un viernes chiquito. Le dije:

-Tú estás loco… ¿Quieres verme ahora?… ni siquiera sé si mi marido va a salir… (Continué
mintiendo)… no puedes llamarme a las seis de un día para invitarme a salir a las siete del mismo
día, tienes que aprender a programar las cosas… tú estás loco…

-Yo no estoy loco… -Contestó por el móvil-… porque hasta los locos reconocen que estoy cuerdo.
Créeme: les he preguntado.

“¿En verdad?” pensé por alguna razón.

-Bueno… -Contesté-… loco o no, tienes que entender que no puedo salir hasta las diez, hora en la
que mi esposo vuelve a su casa, espero… (Continuaba mintiendo)… si quieres salir conmigo, ven a
recogerme. Ya te doy la dirección.

Se la di. El aceptó recogerme. Colgamos. Terminé de hacer las tareas y encendí la computadora
para matar el tiempo. Abrí el correo electrónico. Nada especial. Nada nuevo. Las mismas fórmulas
repetidas de maneras distintas. Chismes de farándula, los más entregándose al vicio de los menos.
Ex novios… mm, mm… queriendo volver conmigo. Declarándoseme por correo porque la policía les
negó que se me acercasen. Diciéndome que no me haga la loca con ellos porque ellos están locos
de amor por mí. Que les considere. Que es horrible amar a quién no te ama. Absurdos de gentes
absurdas. Imbéciles superándose en idiotas. Nada especial. Nada nuevo. Iba a cerrar el correo
cuando encontré, entre mil mensajes pésimos, uno no tan malo. Abría un vínculo a un video

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agregado del internet. Se trataba de una campaña contra las drogas. En el video aparecía un yonqui
incendiándose las piernas, y que a pesar de ello, no despertaba o no parecía reaccionar. Te
explicaban, en la parte inferior, unos subtítulos, que luego se descubrió que fue él quien había
iniciado el incendio. Una bala de crack se le cayó de las manos, a la vez que su hornilla estaba
abierta y rebosante de gas, con la cual, el yonqui quería prepararse una jeringa. Dentro de la
ambulancia, con las piernas chamuscadas al rojo vivo, el drogadicto se limitaba a esperar que el
reloj de su cuerpo le pida más droga. “Lo bueno de los drogadictos es que nos llegan al hospital ya
anestesiados” dijo con humor macabro un médico. El video terminaba enfocando todo un edificio,
donde vivían familias, incendiándose por culpa de un solo drogadicto. Odio a los yonquis, nunca
entienden nada. Adictos a sus sustancias, nunca fueron adictos a mí.

Me bañé. Me arreglé. En mi bolso metí todo lo inútil por ser indispensable; cosméticos y espejos que
no me hacen falta porque soy bella. Si los llevo no es más que para tener cómo perder el tiempo
cuando la velada resulta aburrida. Las mujeres sabemos que cuando no queremos ser molestadas
por nadie lo mejor es pintarnos el rostro.

Ya era hora. Estaba lista hasta para amaestrar bestias tan solo con mi belleza. Pero el melenudo no
llegaba. Diez y media. Cuarto para las once. Escuché una bocina fuera de mi casa. Era el melenudo.

-¿No recibiste ninguna llamada a tu móvil?… -Me preguntó.

-No… -Le respondí verdaderamente enfadada.

-Pues… me demoré porque estaba llamándote para decirte que iba a llegar tarde… pero como no
contestabas… -Me dijo burlonamente como excusa.

-Aja… -Dije yo, sospechando que la demora respondió más bien a que posiblemente tuviera miedo
de encontrarse con mi supuesto prometido-… antes de llamarme a decirme que ibas a llegar tarde,
debiste venir rápido y así no retrasarte…

-Tuche… -Respondió.

Francamente aún no tenía un plan definido. Pero tenía fe en improvisar a medida de las dificultades
y circunstancias. Fuimos a un local de tendencia rock en el centro. Se comportaba
caballerosamente. Me abrió la puerta del coche, que por cierto no estaba nada mal, y se apuró a

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cederme su chaqueta al notar el excesivo frío. Yo ni me inmutaba, acostumbrada como estoy a las
gentilezas de quienes tienen intenciones lascivas; pues ellos siempre tratan bien a las mujeres que
quieren llevar a la cama por las buenas. Entramos. Pedimos algunas cervezas. Por supuesto que él
costeó todo. Aún no se me ocurría nada. Conversamos de todo un poco. Comenzamos con nuestras
vidas. Soy Quiteña de nacimiento. Tengo 22 años. No he tenido tantos novios como pretendientes, y
me gusta la comida nacional.

-¿Por qué terminaste con tu último ex novio?… -Preguntó.

-¿Con el último?… -Intenté recordar, aún no se me ocurría ningún plan-… creo que al intentar
siempre agradarle terminé desagradándome a mi misma… cosas que pasan.

Estaba demasiado oscuro como para atinarle al centro, en el juego de los dardos que empecé a
jugar. Él, por otro lado, empezó a recrearse con mi móvil y el suyo, llamándose desde uno para
contestarse por el otro. Divertimento estúpido.

-¿Terminaron de inmediato con tu ex novio, o antes intentaron arreglar vuestro problema?… -Me
preguntó.

-Pretendimos arreglarlo primero… nos queríamos demasiado como para no intentarlo… -Le
respondí. La cerveza no estaba tan fría; se calentaba entre mis manos mientras me la servía.

-En las parejas superar problemas reafirma sus vínculos, sobre todo si logran acostumbrarse a las
estupideces del otro… -Dijo con sencillez. Recordé que no debía dejarle hablar, para así no caer en
sus trampas, y pensar mejor en las que yo lo entramparía. Pero aún no se me ocurría como negarle
el habla: “Tal vez pueda hacerlo preguntándole por recuerdos que quizá no quiera rememorar”
pensé.

-Y tú:… -Pregunté-… ¿Por qué terminaste con tu última ex novia?

Sonrío.

-Era muy ausente… -Respondió-… sumida siempre en sus problemas, no me escuchaba ni aun
cuando le ofrecía soluciones…

“Demasiado lógico como para ser cierto” pensé.

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-¿En serio era tan ausente?… -Le pregunté; tratando de abrirle una herida que ojala sangrara.

-Lo era, y demasiado… tanto que la extrañaba mucho antes que se fuera, mucho antes que
termináramos… -Confesó.

Al final su voz se volvió lastimera. Me dio pena, lo confieso. Y aunque herirle es lo que quería, me
dolió que saliera herido. Solo las mujeres podrían entenderme, porque solo nosotras sabemos que al
herir podemos salir heridas también.

La noche se nos fue confesándonos secretos inconfesables. Sincerándonos de una vez, sobre ésta
vida tan mentirosa, tan llena de falsedades y desengaños. También es quiteño de nacimiento. Tiene
23 años. Estudia filosofía, si a lo que hace se le puede llamar estudiar. Escribe en sus ratos libres, y
es aficionado a la lectura. Me dijo que como Borges: “Antes de enorgullecerse por lo que ha escrito,
se enorgullece de lo que ha leído”. Por otro lado, ahora me parecía inofensivo. Hasta el diablo
resulta inerme después de contarnos sus sufrimientos, sus desgracias y desventuras. Se aburrió al
fin de su juego con los teléfonos móviles, y salió en busca de más cerveza. Entonces me quedé sola,
apenada y avergonzada. Arrepentida de buscarle el mal a alguien tan puro, tan débil.

Volvió pronto, con una llave inglesa entre manos, pues se había encontrado con el dueño del bar,
que para mayor abundancia resultó ser su amigo, al que le prometió ayudarle con el tubo de agua
que cruzaba el piso sobre el cual estaba nuestra mesa. No tardó ni veinte minutos en arreglarlo,
mientras yo vaciaba la última botella de cerveza. Cuando terminó me preguntó si deseaba quedarme
aún más tiempo. Le respondí que no después de ver la hora. Eran las tres de la madrugada del
miércoles.

SABADO de la primera semana.


El miércoles llegué a mi casa a las cuatro de la mañana. Contrariamente a lo que hubiera esperado,
él no esperaba entrar a mi casa, ni dormir conmigo. Ni siquiera se atrevió a besarme al despedirse, a
pesar de que yo estaba dispuesta a eso y mucho más. Fue tan repentina nuestra despedida que
inclusive me dio ganas de gritarle: “Acércate y abrázame, si no quieres que me acerque yo y te
golpee”. Desilusionada, me acosté esperando dormir; cosa difícil, sobre todo después de que planeé
desvelarme el resto de la madrugada con él. “¿Será que no se quedó por miedo a que en la mañana
nos sorprendiera mi supuesto marido?” pensaba “¿Por qué cuando nos sinceramos no le revelé la
verdad: de que no tengo comprometido ni novio ni nada?”. Me dormí.

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El jueves por la tarde contesté una llamada de él. Me invitaba a salir el sábado. Acepté por supuesto.
Aún recordaba el martes pensando en no quedarme con las ganas el sábado. Le besaría sin
remordimientos intentando con ello curarle sus remordidas heridas; esas que ya me hacían quererle.
Antes de colgar le mandé un beso, sincero pero demasiado corriente como para que me creyera.
“Maldición” me dije, tantas veces he dicho por celular: “Te quiero” que cuando le dije a él no se sintió
tan verdadero, pese a que si lo fue... acostumbrada a mentir, ahora se me hacía difícil expresar la
verdad. Él también me mandó un beso, que yo le creí sincero aunque no fuera espontaneo, por ser
simplemente respuesta al que yo le envié. Todo había cambiado. ¿Por qué? ¿Simplemente porque
se mostro débil cuando yo acudía a batirme con un fuerte? ¿Será que esa fue su trampa desde un
principio? ¿Ser fuerte para luego derrumbarse en la segunda cita? ¿Y así despertarme compasión?
¿Será que soy una ilusa por caer en un truco tan viejo?

Quedamos en que el sábado, a las cinco, me recogería en la estación de autobús cercana a mi


casa. Estaba lista desde las cuatro, y llegué a dicha estación a las cuatro y media. Pero ya eran las
cinco con veinte y aun no aparecía. Pensé en llamarlo, pues en verdad me enfadan los impuntuales,
pero luego comprendí que hacerlo sería otra forma de decirle que estaba desesperada por que
llegase. Y aunque fuese cierto, no debía olvidar que aún estamos en una guerra, por lo menos hasta
que me declarase su amor, cosa que mejor sería que él hiciese primero, antes que yo me le
adelantase. Comprendía que con él terminaría haciéndolo, desgraciadamente. En verdad me atraía.
Llegó a las cinco y media.

Inmediatamente después de subirme en su coche le reclamé: Son las cinco y media, ¡Y quedamos
para las cinco en punto!

-Yo no llego tarde… -Me respondió-… más bien eres tú la que llega demasiado temprano…

-¿No te da vergüenza?… -Le pregunté indignada.

-Está bien, está bien… -Aceptó-… pero me da la ligera impresión de que llegas temprano solo con el
afán de verme llegar tarde, y reprochármelo luego…

-No es divertido esperarte hasta que decidas aparecer… -Le espeté arrepintiéndome de hacerlo,
porque si no le llamé para evitar que pensara que me desespero porque no llega, ahora le terminé
expresando lo mismo pero de otra forma, indignándome y reprochándole su impuntualidad.

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-“Esperar” es tu virtud que perdona mi vicio de ser “Impuntual”… -Me contestó alegre-… como decía
Oscar Wilde: “La puntualidad es una pérdida de tiempo”.

Estaba alegre porque yo le demostré, con mis reproches, que estaba enfadada. Porque se sabía
querido y por eso necesitado. Ahora sabía que pudiera haber llegado aún más retrasado, igual yo le
hubiera esperado. De repente ya no había esa conexión que nos unió el martes. Esa que pudo
haberme perdido si se hubiese quedado en mi casa, en lugar de irse a perder en la ciudad.

Fuimos a un circo donde los magos hacían los números de animales amaestrados después de
transformarse en bestias. Y, donde, también, las bestias hacían los números de magia al
transformarse nuevamente en magos. La función comenzaba a las seis y media, así que teníamos
tiempo de sobra para tomarnos un café en el bulevar. Estaba distinto, más atento pero menos
intuitivo, más cortes pero a la vez más audaz. Caballerosamente casa nova. Por otro lado yo aún
sentía que el martes dejé escapar ocasiones que ahora no iba a desperdiciar. Como me lo había
prometido. Le besé a la primera oportunidad. Fue un beso extraño, como si fuera el primero que se
dieran un par de expertos en besar. No lo sé. Como si descubriera verdaderamente lo que es besar
quién como yo es una veterana en la materia. No fue lindo, tampoco tierno, más bien fue como dos
hermanos que siempre se besaron; pero luego de descubrir que no son hermanos de sangre (Todo
fue una treta de sus padres), se besan nuevamente, besándose así por primera vez. No fue en nada
parecido a los anteriores besos que nos prodigamos en el tercer piso de aquel bar. Tampoco fueron
parecidos a lo que me imaginé que serían. Y aunque esa extrañeza no me la esperaba, tampoco me
defraudó. Y volví a besarle una y otra vez; sin su permiso y sin pedir perdón por supuesto.

La función comenzó dándonos el tiempo justo para asistir a ella desde un principio. Se retrasó
quince minutos. Primero aparecieron unos malabaristas que no se molestaban de que sus
instrumentos se incendiasen mientras los manipulaban, lanzándolos una y otra vez al aire. Luego
continuaron unos payasos que a fuerza de hacernos reír, se reían ellos primeros, groseramente, de
las estupideces que hacían, cayéndose o golpeándose entre sí. Cosas cotidianas y poco graciosas
para quienes como nosotros, él y yo, encontrábamos lo mismo cada vez que asistíamos a cualquier
bar, lleno de ebrios. En tercer lugar apareció una despampanante mujer, que vestida con telitas,
despertaba lubricidad en todos los hombres y hasta en algunas mujeres, incluida yo. Se dejaba
enrollar lenta y sensualmente por una boa que bien hubiera podido comer quince mujeronas como
ella. Seguramente que algunos hombres habrán pensado: “Lo que es nacer Boa ¡Caramba!”. Por

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último un mago hizo desaparecer la boa, que enrollaba a la mujer, solamente para revelarnos que la
mujer ya no estaba vestida con telitas sino con un pomposo vestido, que por ser inmenso dejó de ser
erótico.

Toda la función duró más o menos una hora y media. Al final la gente salía de allí sonriendo, quizá
debido al éxito del espectáculo, quizá debido a la felicidad de que terminara. Él y yo, de la mano,
salimos empujados por otra gente que desesperaban por salir como por arremolinarse contra todos.
Ya afuera nos volvimos a besar, intentando recuperar el tiempo que perdimos atendiendo la función.
Buscamos su coche. Nos subimos en él, y nos dirigimos a mi casa.

Llegamos cuarenta minutos después. Minutos largos, de silencios extraños, porque sabíamos lo que
queríamos pero nadie se atrevía a revelarlo. Allí entendí que en un tiroteo lo más difícil es disparar
primero. Pero sabíamos que si alguien por fin se atreviera a disparar, y a decir lo que queríamos
decir, el otro no se negaría. Nada pararía hasta que consiguiéramos satisfacer nuestros deseos.
Afuera de mi casa, él fue el primero en hablar, pero antes de disparar, prefirió decir:

-Será mejor que entres… tu esposo puede enterarse y hacer algo…

“¡Maldición!” pensé “¡Maldición!”.

-Supongo que sí… -Dije. Le besé en la mejilla y me bajé del auto con apuro. Inmediatamente
después busqué mi llave, y fue mejor que la encontrara, porque si no: hubiera tumbado esa puerta
con tal de refugiarme en algún sitio. “¡Maldición!” volví a decirme: “¡Maldición!”. Me agradaba, me
agradaba mucho, pero: ¿Por qué no le decía la verdad: que no tengo ni prometido, ni novio ni nada?
¿Por qué cada vez que lo intentaba me reconocía incapaz de hacerlo? ¿Por qué? ¿Por qué?… … …
Quizá sería porque me incomodaba, o aún más, me atemorizaba, el hecho de desprenderme de la
última excusa, aunque fuera totalmente falsa, que me impedía entregarme totalmente a él. Sabía
muy bien que de haberme deshecho de ese último dique, hubiera naufragado en la inundación
consiguiente. Me habría entregado a él, porque ya le pertenecía. Era suya, aunque estuviese aquí
adentro esperando a un marido imaginario, y él estuviese alejándose, por el mismo marido
imaginario.

No podía permitirlo. No debo ser tan fácil. ¿Irme con uno cuando son muchos los que se disputan
por mí? ¿Escogerle porque no me escogió? ¿Acaso se puede sobreponer a la tragedia de un

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insuperable tercero imaginario (Mi supuesto marido)? ¿Acaso todo esto no es más que un asunto de
locos? ¿Negarme la felicidad real con él por un ser irreal inventado por mí (Mi supuesto Prometido)?
Todo esto era para enloquecer. Lo único seguro era que no se podía estar segura de nada. Y en
función a ello decidí sacarme una espina adentrándome a los espinos. Llamé a un tipo que desde
hace tiempo me acosa, porque no sabe cortejar. Ahora no importaba, lo único que sabía era que de
seguir dependiendo del melenudo terminaría mi vida con él. Y terminar mi vida me parece horrible,
aunque lo haga en felicidad. Después de todo solo tengo 22 años. Y aunque sea veterana en el
amor, soy demasiado joven para amar.

El tipo que me acosaba no se hizo esperar. La bocina me indicó que ya había llegado. Eran las diez
del sábado de la primera semana. Iríamos juntos a donde él quisiese.

MIERCOLES de la segunda semana.


En mi móvil leí el mensaje del melenudo: “Perdón por no estar cuando te hice falta”. Le llamé varias
veces, desde el domingo hasta el lunes. Hablamos mucho, pero de nada importante, hasta que
decidí descubrirme por completo: “El sábado mi esposo y yo terminamos”. A continuación le conté
una historia maquillada con falsedades justamente en las partes que verdaderamente me dolían:

-Mi esposo y yo salimos el sábado, después de que tú me dejaras en la casa. Tipo once paramos en
un motel donde yo no pude entrar. No sé porque. Se desesperó. Se puso violento. “¿Acaso no
vamos a ser esposos?” me preguntó. Yo no sabía que responderle. Los siguientes días han sido
para mí una tortura. Cada vez que viene a la casa me mira como si le hubiera arruinado la vida.
Como si por mi culpa nuestro matrimonio estuviera maldito. No me comprende. Jamás me ha
comprendido. “Si no cedo lo pierdo” me ha hecho entender. Yo no quiero ser la esposa de un
hombre así. Yo no quiero que mi vida se arruine estúpidamente por un estúpido como él. Por favor.
Por favor, ayúdame.

Mentiras… conté una historia llena de viles mentiras, porque simplemente me dolía la verdad. Y esa
era que por miedo a entregarme al adecuado, terminé el sábado con él incorrecto. Arrepentimiento,
dolor, hastío… todo eso en un coctel molotov que pronto estallaría en mí.

-… ámame aunque no lo merezca, porque es ahora cuando en verdad lo necesito. Te amo… -Le dije
sintiendo que fueron mis últimas palabras antes de guillotinar mi cabeza, que aunque me la rebané
aún seguía en su lugar; perdida irremisiblemente por lo inútil que era.

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-¿Puedes venir a verme hoy?… -Le pregunté.

Y ésta vez no se hizo esperar. Le abrí la puerta de mi casa esperando a que se quede toda la vida
conmigo. Charlamos. Y aunque había llorado demasiado ya, lagrimeé nuevamente frente a él,
porque no entendía, no podía entender, no debía hacerle entender, que estaba convencida de que
era el definitivo, solamente después de haberme equivocado con un hombre accidental. Deberían
existir aspirinas para esto. Tomé sus manos entre las mías, admirando sus uñas, demasiado largas
y bellas como para un hombre. Quise pintárselas.

-Antes me las pintaba de negro… -Me dijo-… Me resultaba muy estético tener uñas largas y negras.
Muy gótico… excelente hasta que me peleé con alguien, y por dar un puñetazo terminé clavándome
las uñas en la palma de la mano. Las heridas se infectaron por la acetona…

Lo escuchaba embelesada. ¿Es posible amarlo tan rápidamente? ¿Es sano? ¿Y si mi amor hacia él
simplemente se explicara por mi odio a mi misma? ¿Y si todo esto no fuese más que una aberración
de alguien acostumbrada a ser la aberración para otros? ¿Será que lo que siento por él ahora, antes
lo sintieron otros por mi? ¡Qué pena! ¡Porque los habré tratado tan mal!

Eran las siete, y aunque el sol se ocultaba, seguía sintiendo calor. Le besé como si fuese nuestro
último beso, porque sé que así deben ser los primeros de una relación, que esperaba larga y fuerte.
Salimos a comprar una botella de vino. Regresamos solo para enterarnos de que yo no tenía
destapa corchos en la casa.

-No es problema… -Dijo a la vez que sacaba de su bolsillo una navaja, con la que destrozó el
corcho-… ahora no podrás cerrar la botella… -Se disculpó.

-Entonces más nos vale acabarnos todo el vino… -Respondí-… ¿No vamos a abrir una botella para
luego cerrarla a medias? ¿Verdad?

Nos besamos. La botella cayó sobre la cama, derramando así todo el vino. Nos empapamos al
acostarnos sobre las sabanas empapadas. Nos desvestimos. Me miraba. Me tocaba. Me besaba.
Me lamía. Me cantaba. Le lamí, sabía a vino. Le bese, sabía a hombre… Le amé.

-¿Con cuantas mujeres has tenido relaciones antes?… -Le pregunté.

-Un caballero nunca revela eso… -Contestó poniéndose serio.

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-¿Quizá porque un verdadero caballero nunca lo haría con nadie que no fuese la indicada?… -
Arremetí yo.

-¿Cómo saber si es o no la indicada si no se prueba?… -Cuestionó él.

-No lo sé, pero tampoco por buscar a la indicada las vas a probar a todas a ver cual es; ¿O sí?… -
Cuestioné intrigada.

Extrañado, jugando con mis cabellos, contestó: ¿Por qué me preguntas eso?… ¿Quieres que
recuerde a otras mujeres cuando estoy aquí contigo?

Me mordí la lengua. La curiosidad es enemiga de la sinceridad; ahora lo sabía. Mucho tiempo


después leería una reflexión de Oscar Wilde: “Los hombres se empeñan en ser el primer amor de
una mujer; las mujeres, por su parte, prefieren ser la última novela de un hombre”. Empezamos a
vestirnos. Cuando recogía su puñal le pregunté:

-¿Es tan necesario?… ¿Acaso podrá defenderte de alguien que te amenace, con una pistola por
ejemplo?

-Supongo que no… -Contestó-… pero me gusta pensar que nadie se atreverá a amenazarme con
una pistola si yo antes le amenazo con mi puñal…

Reí… … Ya vestidos, solo podíamos aceptar, que mejor estábamos desnudos.

-Será mejor que me vaya, tú ex podría volver a cualquier hora… -Me dijo, y un profundo asco me
invadió. Me dio ganas de gritarle: “Deja de pensar en si él vendrá, porque yo no le espero, porque a
quién esperaba ya vino” Pero no dije nada. Me mordí la lengua de nuevo.

Le abrí la puerta de la casa. Nos besamos. Rodeó el coche y entró en él. No podía soportarlo. Me
decidí. Si Mahoma no va a la montaña… Cerré la puerta de la casa, e inmediatamente después corrí
a subirme en su coche, diciéndole:

-Si no puedes quedarte, me voy contigo…

… la montaña seguiría a Mahoma.

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TRES Meses después.
Soy feliz. No me ha vuelto a preguntar sobre mi supuesto marido. Mis amigas se desquician
viéndome sonreír cuando ellas eran las que esperaban reírse, de mí. Pero ya no importa. Estoy con
él y eso basta. Y pensar que antes me desvivía por jugar con príncipes, hasta convertirlos en sapos;
me extraña que ahora empezase como una sapa para él, hasta definitivamente ser su princesa. Y no
peco de cursilería. Tampoco de ilusa. Solo las que han perdido, me comprenderán que feliz se
siente una, cuando se gana.

Soy feliz. Y por fin digo una verdad, que valga la pena, que no sea falsa. Por otro lado, creo que
también él es feliz. Aunque me oculta algunas cosas que debiera compartírmelas. Justamente ayer,
en su casa, fumaba un cigarrillo frente a la computadora. Dice que está escribiendo un libro. Y por lo
tanto es normal que parezca ausente; pero sentía que había razones mucho más profundas que el
ser escritor, al momento de explicar su ausencia. Acabó de escribir como siempre: yendo a la
ventana a fumarse él último cigarrillo de la noche. Me dio un beso y de inmediato, como acostumbra,
se fue a ducharse. Cuando le pregunté que por qué lo hacía, se contentó con responderme: “Para mí
escribir es como expiarme en el lodo, y no puedo soportar estar enlodado”. Lo cual me hizo pensar
en que escribir para él es un ejercicio cíclico: “Siempre intenta limpiarse el lodo que resulta de
escribir… escribiendo más, y por lo tanto, enlodándose más”. Por otro lado ayer se olvidó, cosa rara
en él, de cerrar su sesión en la computadora. Aproveché entonces leyendo lo que está escribiendo.
Abrí un documento que se llama: “Grandezas de la Perdición” donde hay un capítulo llamado:
“Nuevo Diario”, allí encontré escrito esto:

“El Martes fue el primer día que salí con ella. Antes ya nos habíamos visto, pero fue aquel día
cuando nos veríamos oficialmente, solos y dedicados exclusivamente a los dos. Fue extraño desde
el comienzo. Primeramente, acostumbrado a que las primeras citas fueran a comer, solía decir que
el noviazgo engorda; pero con ella decidí, por alguna razón, ir primero al bar antes que al
restaurante. Supongo que eso respondió a que me retrasé demasiado, tanto que a la hora que
salimos no era posible encontrar un restaurante abierto. Así, nosotros comenzamos por el final, pues
como suelo también decir: el amor comienza en el restaurante y termina en el bar, llorándolas a ellas
y a la comida desperdiciada. En segundo lugar, no pensé poder soportar hablar demasiado con ella,
porque según el tipo que me imaginé al que pertenecía, deduje que no tendría mucho que decir, y si
lo tenía, tal vez carecía completamente de importancia. Nuevamente juzgaba mal, ya que estaba

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acostumbrado a que las bellezas solo se interesen en frivolidades, como chismes o política,
estupideces e idioteces, que es lo mismo. Me sorprendió cuando me encontré confesándome a ella,
como nunca lo hice antes con alguien, porque prefiero escribir a hablar con la gente. Seguramente
porque solo las hojas de papel tienen oídos, y porque a las personas les arruina tener bocas. Y en
tercer lugar, que me resultó aún más desconcertante que los anteriores dos, en muchas ocasiones
rehusé besarla. Es bella, por Dios que si lo es, pero no me apetecía besarla, sobre todo después de
hablar tanto con ella. Fue como ir en busca de una novia y encontrar algo mejor: una amiga. ¡Estoy
loco! Me dije: ¡Como voy a desperdiciar así una oportunidad de besar a semejante mujer! Pero temía
que al hacerlo perdiera una confidente para ganarme una enemiga. Además estaba comprometida, y
dudaba mucho que le abandonara a su futuro esposo para venirse conmigo, su futuro y leal amigo.
No me atreví a nada. Fui en extremo caballeroso, tanto que si hubiera habido un charco abría
buscado una tienda para comprar una capa, y extenderla sobre el charco para que pudiese cruzar
sin ensuciarse. Nunca antes me había pasado eso, claro que también nunca antes había escuchado
seriamente a ninguna mujer. Es cosa de principios. Pero ahora era el final de dichos principios. La
escuché, y encontré una gran amiga tras una gran belleza. Excelente. Recuerdo como comenzó
todo: Le dije que estaba perdido, como Tarzán en la alameda. Una frase de un antiguo profesor de
filosofía. Ella me contestó que si yo era Tarzán, ya se podía imaginar cuanto tuvo que soportarme
Chita, el mono de Tarzán. Yo reí. Ella también. Fue excelente. Lo malo vino cuando, después de
dejarla en su casa, a las cuatro de la mañana del miércoles, regresé a mi casa a dormir. Soñé en
disparates, cosa que jamás me había pasado antes. Primero soñé que por un gran pasillo, lleno de
gentes desconocidas, en mesas repletas de cervezas, corría con una llave inglesa en las manos.
Muchos me invitaban a quedarme y acompañarles a beber, pero yo siempre decía: no puedo, tengo
que ir a ayudarla. Corría y corría porque presentía que ella me necesitaba a mí y a la llave inglesa.
Pero cuando llegué todo cambio, porque aunque pensaba que ella me necesitaba, resultó que fui yo
el que la necesitaba a ella. Lo comprendí cuando dijo: por fin, a la vez que tomaba la llave inglesa y
se apuraba en destornillarme la cabeza, que en un instante ya rodaba por el suelo, desde el cual vi
mi cuerpo decapitado, parado junto a ella. Me desperté inmediatamente. Sudaba. Con mis manos
temblorosas me aseguré de que mi cabeza seguía en su sitio. Intenté tranquilizarme. Solo era un
sueño. Pero eso también me desconcertaba, porque era raro que volviera a soñar después de haber
soñado, ya hacía tres años, que me suicidaba. Desde entonces no volví a soñar, y creí que no lo
volvería a hacer nunca, porque me imaginaba que mi yo astral, mi yo de los sueños, se había

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suicidado, lo cual me incapacitaría de por vida. Por un momento me alegré de poder volver a soñar;
pero de no soñar nada a soñar ¡Eso!, que me decapitaba ella, era algo demasiado macabro. Me
levanté, tomé un poco de agua, me desesperé, pero pronto me ganó el cansancio nuevamente.
Después de todo había llegado a las cinco de la mañana a mi casa, y ahora no eran más de las
ocho. Volví a la cama. De algún modo logré convencerme de que no volvería a soñar más, pero me
equivoqué, desde ese día estoy condenado al don de soñar. El segundo sueño tenía menos sentido
que el anterior. Soñé que en mi bolsillo repicaba el móvil. Contestaba y era ella diciéndome: cuelga
que te voy a llamar. Yo la obedecía, por supuesto, y colgaba; y en efecto pasados unos segundos
me llamaba de nuevo, y yo la volvía a contestar, y ella volvía a decirme: cuelga que te voy a llamar.
Y entonces la volvía a colgar… y así sucesivamente hasta que le respondí: para qué quieres que te
cuelgue, y me vuelvas a llamar, si ya estamos hablando ahora. Ella no me contestó nada. Colgó y
dejó de llamarme”.

“El sábado fue el segundo día que salimos. Fuimos al circo. Estaba desconcertado por los sueños
que había tenido, pero ignoraba que aún faltaban los de ese día, que serían dos, y más
desagradables que los anteriores. Antes de eso debiera añadir que la llamé el jueves; día que me
deparaba también un extraño sueño en la noche. Por alguna razón tenía infinidad de celulares, que
por otra razón más extravagante aún guardaba en un refrigerador. Recuerdo que contestaba uno, y
lo volvía a guardar junto a los otros. Me helaban las manos cada vez que utilizaba alguno, así como
también la boca. De repente, todos los celulares a la vez empezaron a repicar; cosa que me
angustió, porque no tengo tantas bocas ni orejas como para contestarlos a todos, aunque tenía la
impresión de que a todos los que me llamaban tenía algo que decirles. Contesté uno, me colgaron,
contesté otro, y no se escuchaba muy bien por haber mala señal, contesté un tercero, y era ella.
Decidí olvidarme del resto para concentrarme en el único móvil que me comunicaba con ella.
Recuerdo que le decía que era imposible no hacerle la ley del hielo en un celular helado. Ella reía.
Entonces me pidió que le mande un beso, después de mandármelo ella primero a mí. Obedecí por
supuesto, y le mandé el beso pedido. Entonces ella colgó, y yo aterrado caí en cuenta de que mis
labios no se podían despegar del celular. Éste estaba tan helado, que mis labios se quedaron
adheridos a él. Lejos de atemorizarme asistí a la cita del sábado. Por ese entonces quería
deshacerme de los malos sueños haciendo maldades despierto. La fui a ver. Llegué atrasado, por
supuesto, como es costumbre entre quienes rompen relojes para matar el tiempo (W. Allen).
Conversamos, ya era un ritual entre nosotros. Tomamos unos cafés en el bulevar hasta que la

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función comenzara. Me empeñé en hacer maldades, pero comprendí que no podría hacerlas bien.
Es tan divertido conversar con ella. Recuerdo que me dijo: que me quiero tanto a mí mismo, que si
encontrara una lámpara encantada, del tipo de la de Aladino, esperaría que de ella saliese otro yo,
dispuesto a cumplir mis deseos. Yo reí, por supuesto, como ella. Asistimos a la función. Estuvo
interesante por ser desagradable. Entre otras cosas, cuando el espectáculo empezaba a divertir, el
mago vistió a la despampanante mujer con un vestido nada sensual. ¡Qué fraude! La llevé a su casa.
Era relativamente temprano. Se despidió con un beso que me supo a embuste, porque salió del
coche casi huyendo. Regresé a mi casa con mucho en que pensar. Es hermosa e inteligente,
agradable y distinguida; al parecer su mayor problema es que estaba ya comprometida. Recuerdo
que al conocerla le dije: al ser prohibida eres mi elegida. Ni siquiera me imaginaba cuan proféticas
resultarían mis palabras. Ya en mi casa, encendí la televisión para no tener que pensar en mí
mismo. Pasaban una película de vampiros. El hombre le decía a la vampira que no le importaba que
lo fuese si tomaba sangre solo de su cuello. Ella le respondía mordiéndolo en un costado. Cambié
de canal. Me quedé con las noticias, que informaban sobre una ola de suicidios en alguna parte de
Bélgica, dónde multitud de personas, vestidas de esmoquin, entraban al mar sin regresar. Sabemos
que van suicidarse, decía un experto, porque visten de esmoquin, en lugar de bikini, como si fuesen
a su entierro y no a disfrutar normalmente de la playa. Me adormilé, tenía mucho en qué pensar,
pero lo único que logré deducir es que no estoy en Bélgica como para dejarlo todo, comprarme un
esmoquin, e irme a la playa a no regresar. Me dormí. La televisión se apaga sola, quizá porque a
veces parece que no está verdaderamente encendida. He dudado mucho de si lo que aparece en la
pantalla es producto de este mundo podrido, único hacedor de tragedias, o de mi podrido cerebro,
capaz de hacerme ver cosas que yo mismo invento; graciosa tragedia. Dormía, y como temí,
comencé a soñar. Esta vez estaba frente a una pintura de un cuervo desplumado y caminando.
Tenía muchos puñales en las manos y además una venda. Luego apareció ella, a quién entregué
todo aquello. Con la venda me vendó los ojos. A continuación me pidió que no me moviera, porque
pronto empezaría a lanzarme los puñales, y debía cuidarme mucho de que no me llegaran. Yo grité:
¡Cómo voy a cuidarme si estoy vendado! Ella me respondió: ¿Acaso no confías en mí? El público
aplaudió. Sentí una cortada en el pecho, que en vez de expulsar sangre, sabía que expulsaba humo
de los cigarrillos que acostumbro fumar. Me desperté, pero cansado de hacerlo por tantas noches,
invadidas de sueños igual de siniestros, me dormí de nuevo; más como gesto de cansancio que de
valentía. Tampoco me volvería noctámbulo con tal de no soñar. Debía dormir, aun cuando ello me

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signifique una muerte por noche; o dos, como esa noche, pues volví a soñar. Esta vez soñé que
entraba a una caja, por petición de ella. El público aplaudía. La caja se cerró, para luego volver a
abrirse, y encontrar con que ya no aparecía dentro de ella. El público vitoreaba. Ella había logrado
desaparecerme. La caja se volvió a cerrar y nuevamente a abrir. Y entonces aparecí de nuevo. La
gente ya no estaba tan contenta. Volvieron a cerrar y abrir la caja, y nuevamente había
desaparecido. Luego otra vez hicieron lo suyo con la caja, pero esta vez, ya no aparecí. De hecho,
ya no aparecía por más que cerraran y abrieran la caja multitud de veces. Llegó la hora, dijo ella. La
gente se entusiasmó. Tomó una sierra eléctrica gigantesca, con la cual empezó a cortar la caja por
la mitad. Yo grité pero fue inútil debido a los gritos del público, que se confundían con los míos. En
verdad les gustaba el espectáculo, sobre todo porque al final del acto, cuando empezaron a cortar la
caja, yo ya había vuelto a ella”.

“Me llamaba desde el domingo, pero no fue hasta el lunes que le contesté. Me aterraban los sueños,
sobre todo aquel que terminaba rebanado en dos, por ella, solo por haber entrado en una caja de
mago, a petición de ella mismo por supuesto. Quería finiquitar la relación. Sentía que de seguir así,
de seguro perdería aunque la ganara a ella. No quería volver a verla, de hecho, le contesté para
despedirme, y ese era el plan hasta que ella dijo que me amaba, después de saludarme. Entonces
me contó una historia enrevesada sobre su ex comprometido y ella, que después de disfrutar
conmigo en la mañana, padeció con él en la noche. Verdaderamente entendí muy poco de lo que
dijo, pues no quería saber lo del supuesto motel o sobre las visitas diarias que le hacía; pero
tampoco pude hacerme el indolente con quién me necesitaba. Supuse que estaba verdaderamente
desesperada cuando la escuché decirme que me amaba. No me creí capaz de recibir semejante
milagro, porque no soy santo. Pero por otro lado debía confesarme y aceptar, que dos citas con ella
me desvelaron los ojos, que estaban cegados por salir con otras mujeres. Es increíble cómo vivir dos
días con alguien diferente te hace despreciar toda una vida rodeado de gentes normales. Me volvió a
llamar el miércoles pidiéndome que fuera a consolarla. No pude negarme. Era eso o gastar la batería
del móvil escuchándola. Llegué. Le vi llorar. ¿Por él? ¿Por su vida? ¿Por mí? ¿Por todo? Como
suelo decir: las mujeres representan el triunfo de la confusión sobre la lucidez; sintiendo infinidad de
emociones al momento, son como una sinfónica mala por empeñarse en interpretar diferentes
sinfonías a la vez. ¿Por qué será que me atraen esos hombres? Me preguntó. Tal vez por lo mismo
que nos hace sentirnos atraídos por las estrellas, le respondí, por estar inmersas en la oscuridad. Me
besó. La besé. Yo se que él era el que necesitaba, pero a ti te quiero, me dijo a la vez que jugaba

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con mis manos. Fuimos a comprar una botella de vino que a la final no bebimos. La besé. Me besó.
Y no hizo falta encender las luces, porque de hacerlo habríamos sido cuatro personas en la cama,
contando con nuestras sombras. Sabía que debía irme, cuando me preguntó algo sobre una pistola
y mi daga. Quizá no sabe como decirme que me marche, y utiliza un método extraño para decírmelo:
hablándome sobre los problemas de la noche, que podría tenerlos si demoraba mi marcha. Entendí
la indirecta, pero cuál no sería mi sorpresa cuando a punto de irme solo, terminé yéndome
acompañado. Fue mi momento más feliz desde que la conocí, porque allí supe que me prefería a su
prometido; porque dejamos de ser una aventura para ser una epopeya, una épica realidad.
Llegamos a mi casa juntos; nos acostamos juntos, y para mi desgracia, soñamos juntos. Y aunque
tenía la esperanza de que al dormir con ella los sueños se terminarían, o si seguían, por lo menos
mejorarían un poco… No, estos empeoraron. Esa noche soñé que ella se empeñaba en pintar mis
uñas, bajo la excusa de que le gustaban mucho. Yo me negaba debido al dolor. Pero ella lo
minimizaba diciendo que al lado mío, las chicas son muy machas por tolerar el pequeño dolor de
pintarse las uñas. Luego añadió que su color preferido, y el que casualmente más me iba, era el rojo
intenso. Fue entonces cuando me di cuenta, que en lugar de pintarme las uñas, me las había
arrancado. Yo me exasperé. Ya no toleraba más. Si no podía remediar esas pesadillas despertando,
pues las solucionaría desde adentro, matándola en sueños para así dejar de soñar con ella, como
cuando me suicidé en ellos y deje así de soñar. Saqué una pistola de algún sitio, pero ella,
todopoderosa en mis sueños, logró quitármela y maniatarme a la vez. Entonces, en lugar de
amenazarme, empezó a acariciar el cañón del arma seductoramente. Besaba el cañón casi
pornográficamente, metiéndolo y sacándolo de su boca, como si le estuviese haciendo una felación.
El deseo en mí, por ella, se sobrepuso a los deseos de escaparme. Aquello era demasiado libidinoso
como para no fascinarme. Entonces, cuando mi excitación llegaba al paroxismo, me apuntó con el
arma que hasta hace un momento había lamido, y me disparó”.

Creo que sin siquiera saberlo, ni quererlo, pese a que al principio lo deseara verdaderamente,
terminé vengándome de él; por haberme rechazado tres veces, recuerdo: Por no verme cuando yo le
vi, por no sacarme a bailar cuando quería que lo hiciera, y por no charlar conmigo cuando estaba
dispuesta a hablarle. Pero ahora es diferente, lo amo y no quiero que me odie en sus sueños. Pienso
que si sus sueños responden a mi venganza, ésta supera con creces los rechazos que recibí. Es
más, supera en demasía inclusive a las venganzas contra otros hombres anteriores a él; hombres

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que me hicieron peores cosas que rechazarme. No puedo permitir que sufra cuando yo soy tan feliz,
porque no podría seguir siéndolo sabiendo que él padece. Apenas salió de ducharse le interrogué:

-Leí el capitulo: “Nuevo Diario” del libro que escribes. ¿Te puedo ayudar en algo?… Dímelo: ¿A qué
crees que se deban tus sueños?

Me observó como quién busca una mira de arma en su mirada, y así poder disparar. Es cierto; me
ha dicho insistentemente que no le gusta que alguien lea lo que escribe, cuando aún no está listo
para leerse. Ni siquiera yo puedo hacerlo; pero si bien me está vedado, tampoco puedo ser
castigada como el resto de mortales; después de todo, lo que allí está escrito me incumbe también a
mí, porque al parecer soy en gran parte causante de sus sufrimientos… si le pregunté fue por querer
enmendar los errores que no soy consciente de haber cometido. Me contestó:

-No puedes hacer nada, no es tú culpa; si alguien es responsable de soñar esas temibles pesadillas:
lo sería yo, por haber sobrevivido a un suicidio en un sueño, que me habría salvado de todo esto.

-Necesitas un psicólogo… -Dije yo, por no decir psiquiatra.

-Tu estudias psicología… -Espetó.

-Pero aún no estoy cualificada para tratar algo tan serio… leyéndote, estoy segura de que podrías
ser mi tesis… -Contesté.

-Vaya… -Ironizo-… estos sueños empezaron cuando te conocí: ¿Ahora resulta que necesito
buscarme un psicólogo para que me trate los desequilibrados sueños que me produce mi novia la
psicóloga?

-No te burles… -Protesté-… esto es serio.

Entonces se me acercó, rodeo mi espalda con sus brazos, y me dijo:

-Sin conocerte hubiera enloquecido mujer, en serio… -Me besó-… y sin embargo ahora que te he
conocido me es imposible evitar… -Me besó nuevamente-… enloquecer por ti.

“Vivo sin vivir en mí,


Y de tal manera espero…
Que muero porque no muero”
S. Juan De La Cruz

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Índice
Introducción ....................................................................................................................................... 3

3 PM ................................................................................................................................................ 3

4 PM ................................................................................................................................................ 4

Los consejeros son crueles: ............................................................................................................ 6

6 PM ................................................................................................................................................ 6

8 PM ................................................................................................................................................ 9

10 PM ............................................................................................................................................ 10

Florería .......................................................................................................................................... 10

10:30 PM ....................................................................................................................................... 11

2 AM .............................................................................................................................................. 18

Los Abalorios ................................................................................................................................... 20

Fiebre del Sábado ............................................................................................................................ 39

Grandezas de la Perdición .............................................................................................................. 57

Nuevo Diario ..................................................................................................................................... 66

MARTES de la primera semana. ................................................................................................... 72

SABADO de la primera semana. ................................................................................................... 75

MIERCOLES de la segunda semana. ........................................................................................... 79

TRES Meses después. .................................................................................................................. 82

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