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VERINO, Eclair Rosalía contra MOLINOS Y ESTABLECIMIENTOS HARINEROS

BRUNING S.A.
Reg.: A y S t 95 p 31‑ 36.
En la ciudad de Santa Fe, a los veintinueve días del mes de julio del año de mil
novecientos noventa y dos, se reunieron en Acuerdo los Ministros de la Corte
Suprema de Justicia de la Provincia, doctores Raúl José Alvarez, Jorge Alberto
Barraguirre, Roberto Falistocco, Casiano Rafael Iribarren y Rodolfo Luis Vigo, con la
presidencia de su titular Decio Carlos Ulla, a fin de dictar sentencia en los autos
"VERINO, Eclair Rosalía contra MOLINOS Y ESTABLECIMIENTOS HARINEROS
BRUNING S.A. Accidente de Trabajo sobre RECURSO DE
INCONSTITUCIONALIDAD" (Expte. C.S.J. nro. 331, año 1989). Se resolvió someter
a sorteo el estudio de la causa, resultando el siguiente orden: doctores Falistocco,
Alvarez, Iribarren, Barraguirre y Vigo. Asimismo, las cuestiones a resolver son:
Primera: ¿Es admisible el recurso interpuesto?. Segunda: En su caso, ¿es
procedente?. Tercera: En consecuencia, ¿qué resolución corresponde dictar?.
A la primera cuestión, el Ministro Doctor Roberto Falistocco dijo:
Mediante resolución del 16 de agosto de 1989 (A. y S. T. 76, págs. 208/209),
esta Corte admitió la queja por denegación del recurso de inconstitucionalidad
interpuesto contra el interlocutorio del 8 de julio de 1987 dictado por la Cámara de
Apelación del Trabajo de esta ciudad.
Se entendió en esa oportunidad que si bien los autos que declaran la nulidad
de lo actuado no ostentan, en principio, la calidad de definitivos exigida por el
artículo 1 de la ley 7055 (A. y S. T. 37, pág. 233; T. 38, pág. 10; T. 52, pág. 428; T.
63, pág. 111, entre otros), esa premisa debía ceder en el sub judice, desde que el
pronunciamiento impugnado tenía precisamente la virtualidad de otorgarle tal
carácter a la sentencia de la Cámara, impidiendo su eventual revisión por esta
Corte. Así entonces, y habiéndose encontrado satisfechos los demás recaudos de
admisibilidad, el planteo resultaba idóneo para franquear esta instancia
extraordinaria.
Un nuevo examen de admisibilidad, efectuado con los principales a la vista (art.
11, ley 7055) me conducen a ratificar dicha conclusión.
Voto, pues, por la afirmativa.
A la misma cuestión, los Ministros doctores Raúl Alvarez, Casiano Iribarren,
Jorge Barraguirre y Rodolfo Vigo, expresaron idénticas razones a las vertidas por el
Ministro doctor Roberto Falistocco y votaron en igual sentido.
A la segunda cuestión, el Ministro doctor Roberto Falistocco dijo:
1. Mediante sentencia del 30 de marzo de 1985, la Cámara de Apelación del
Trabajo de esta ciudad confirmó el pronunciamiento inferior que, a su turno, había
rechazado la demanda por resarcimiento emergente de accidente de trabajo.
Contra ese pronunciamiento el doctor Rodríguez Ortiz de Rozas interpuso
recurso de inconstitucionalidad, invocando "mandato y/o delegación de mandato del
Dr. Arístides Fuster", y solicitando se le concediera un plazo de treinta días para
acompañar el instrumento de poder, petición a la que accedió el Tribunal mediante
decreto de foja 188.
La demandada, luego de evacuar el traslado conferido a tenor de lo dispuesto
en el artículo 4 de la ley 7055, pidió se declarara la nulidad de lo actuado por el
doctor Rodríguez Ortiz de Rozas, en razón de haber transcurrido el plazo otorgado
sin que se hubiese acreditado la personería invocada.
Por auto del 17 de junio de 1987, la Cámara acogió esa pretensión y, en
consecuencia, tuvo por no interpuesto el recurso de inconstitucionalidad. Al resolver
la revocatoria deducida por el aludido profesional contra esa resolución, el a quo
consideró: 1) que el argumento de que la falta de traslado del pedido de nulidad
efectuado por la demandada, afectaba la garantía de defensa en juicio, resultaba
inadmisible, en razón de que el artículo 42 del Código Procesal Civil y Comercial
(art. 16 C.P.L.), opera "ministerio legis", siendo aplicable uno de los supuestos
previstos en la norma, es decir, el referido al vencimiento del plazo otorgado sin que
se produzca la exhibición del instrumento; 2) que ni siquiera podía sustentarse la
pretendida demora administrativa en la inscripción del mandato, toda vez que ella se
produjo el 26 de mayo, mientras que la resolución anulatoria se había dictado 17 de
junio, por lo que la negligencia fluía evidente y corroboraba que, de haberse puesto
la debida diligencia en el cumplimiento de lo acordado por el Tribunal, se habría
evitado la resolución nulificadora y, con ello, el perjuicio alegado injustificadamente.
Es precisamente contra este decisorio que la parte endereza su recurso de
inconstitucionalidad endilgándole ser conculcatorio del derecho de defensa y
portador de exceso ritual manifiesto.
2. A partir del fundamental aporte que hiciera la Suprema Corte de la Nación in
re "Colalillo" (18.09.1957) el derecho judicial viene perfilando con intenso denuedo la
figura del "exceso ritual manifiesto". Talento, intuición y agudeza se han acumulado
laboriosamente en los tribunales en audaz intento de bosquejar las sinuosas
fronteras entre el respeto a las formas y el formalismo vacío, exagerado y
desnaturalizador.
Avizorados los cuadrantes provisorios de ese amplio territorio, no ha sido fácil
transitar los rebeldes senderos que tienen el común destino de señalar el vicio que
inficiona no pocos pronuncimientos judiciales: emplear las formas procesales con
desapego del sentido esencial del proceso, que es buscar y realizar la justicia para
el caso. Y es que, en efecto, el rigor excesivo aniquila las garantías acumuladas en
el derecho a la jurisdicción y la frustración ritual es un muro compacto que impide el
acceso a la verdad jurídica objetiva.
No son ociosas estas reflexiones para indagar qué es, efectivamente lo que ha
acaecido en la especie: habiendo vencido el plazo para presentar el poder, la
recurrida pidió la nulidad de lo actuado; la Cámara accedió lisa y llanamente: una
interpretación errática y aislada del artículo 42 del código de rito, la indujo a soslayar
la sustanciación de la pretensión; enterada la recurrente, pidió se revocara tal
decisorio y su afán persuasivo tuvo como mejor discurso la presentación del poder
otorgado con anterioridad a la interposición del memorial recursivo. Esa simple
circunstancia no conmovió al Tribunal, quien persistió en la nulidad.
Ese pronunciamiento merece, a mi juicio, reproche constitucional, desde que
no emana de él una mínima preocupación para que el justiciable no viera frustrada,
con palmario menoscabo de su defensa en juicio, el acceso real a la jurisdicción; ha
mediado, además, ostensible soslayamiento de la generalizada doctrina procesal
que predica saludablemente el principio de conservación de los actos procesales.
¿Qué hubiera ocurrido de haberse corrido traslado de la pretensión nulificante?. No
parece aventurado afirmar que el instrumento de procura se hubiera arrimado al
juicio y, en ese caso, ¿hubiera podido el Tribunal afirmar despreocupadamente
ausencia de mandato?.
La necesidad de sustanciar una pretensión nulificante como la que aquí
analizamos aparece impuesta por claros principios procesales que rozan, a no
dudarlo, con excelsas garantías constitucionales. Porque, en efecto, la cuestión no
se agota en el elemental deber del Juez, como director del proceso, de disponer
diligencias para evitar nulidades (C.P.C. y C., art. 21), sino en el imperativo de rango
superior que le exige poner a seguro resguardo el derecho de defensa de las partes.
He aquí el punto de inflexión que demuestra que, a la postre, el decisorio de marras
ha significado ni más ni menos que una sanción al mandante -quien, pese a haber
exteriorizado inequívoca y temporáneamente su voluntad de litigar- se vé excluido
del proceso, cual si una suerte de sanción contra el mandatario negligente se
proyectara sobre él como sombra ineluctable.
El exceso ritual manifiesto se ha plasmado en la aplicación mezquinamente
literal de la preceptiva nulificante del artículo 42 del Código Procesal Civil y
Comercial, sin que haya mediado sustanciación que permitiera escuchar a la parte;
la carencia apuntada se dilata notoriamente en el caso bajo examen, ya que el
proceso había transitado dos instancias, en las cuales el demandado había estado
incuestionablemente representado en juicio.
El antiguo debate suscitado en torno al conflictivo artículo 42 del código de
forma ofrece un amplio abanico de posibilidades y la presentación tardía adquiere
ribetes especialmente urticantes entre los defensores a ultranza de la letra severa y
los proclives a una interpretación sistemática que atenúe los efectos de una
disonancia disvaliosa. No es misión de esta Corte ingresar en una hermenéutica
propia de los jueces ordinarios; pero sí es deber insoslayable tutelar el acceso real a
la jurisdicción, derribando las vallas irrazonables que una asistencia técnica
inadecuada o negligente llegan a colocar al justiciable en situación de auténtico
desamparo.
La exigencia constitucional de la defensa en juicio requiere garantizar sin
mezquina ritualidad la verdad jurídica objetiva y los jueces no pueden rehusarse a
enfrentarse con ella, bajo el pretexto de una exagerada sumisión a las normas
formales. Dice Bidart Campos: "Es claro que la Corte no echa al suelo las formas ni
los llamados ritos del procedimiento, porque eso sería desordenar el proceso en sus
etapas y en su curso. Por eso, al exceso ritual que ella descalifica se añade el
adjetivo de "manifiesto". Es una situación de excepción que no da carta blanca a los
justiciables para hacer lo que quieren y cuando quieren, pero que también corrige
obstáculos notorios para la certeza jurídica que ha de alcanzarse en el proceso..."
"El ritualismo exagerado puede afectar a la prueba, a los actos procesales como la
notificación de la demanda, a la interposición de recursos, a la aplicación e
interpretación de las normas procesales, y finalmente, a la sentencia..."(La Corte
Suprema - "El Tribunal de garantías constitucionales", Bs. As., 1984, pág. 142).
En síntesis: si no nos enfrentamos acá con un "falsus procurator", si por ende
la actuación del personero valdrá en contra del mandante, no median razones para
pronunciar una nulidad. Decidir lo contrario por vía de una interpretación literal e
irrazonable del artículo 42, supondría un desmesurado sacrificio de la sustancia al
rito. Y, de seguro, un pronunciamiento semejante reñiría con las sabias
recomendaciones de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, cuando recuerda
que la función judicial no estriba en una aplicación "sólo mecánica" de las reglas
jurídicas, que "el proceso civil no puede ser conducido en términos estrictamente
formales", que no debe reducírselo al "cumplimiento de ritos caprichosos" y que, en
síntesis, "la renuncia consciente a la verdad, es incompatible con el servicio de la
justicia".
Por lo demás, es de imaginar que a esta altura de la vida del Derecho, nuestros
jueces no querrán elaborar sus fallos a exquisita distancia de la realidad empírica,
como quien se consagra al pulcro ejercicio del intelecto abstracto que, al decir de
Borges, "entreteje naderías". No. A los jueces se les pide hoy que sus
pronunciamientos echen raíces en el rico humus de la experiencia humana,
pulsando dicha realidad con el lúcido sentido prudencial que define el conocimiento
jurídico como conocimiento eminentemente práctico.
Ello así, parece inevitable esta reflexión: de ordinario, los planteos tendentes a
aplicar "ad pedem litterae" el artículo 42 del código de forma, no se proponen por
cierto asegurarle al adversario un genuino representante: sería ingenuo suponerlo;
antes bien, se trata de dejarlo sin representación, poniendo óbice a un personero de
cuya autenticidad nadie duda y ejercitando al efecto una esgrima procesal que, si
fuera excusable como habilidad de parte, de cualquier modo no es propio que los
jueces acojan y fomenten.
En suma: desconocer la existencia de un instrumento hábil de mandato
inscripto en legal forma con anterioridad a la resolución nulificatoria, sin ni siquiera
haber brindado la oportunidad de responder aquella pretensión, por la simple y
única razón de haber sido tardíamente presentado, implica reducir la verdad a los
límites de la ficción, mediante una interpretación literal y parcializada de la norma
respectiva, cual si se encontrara aislada del ordenamiento jurídico todo y en
contraposición de principios fundamentales que regulan -restrictivamente- la
actividad nulificante del juez.
Dentro de la prudencia que exige la tesis del exceso ritual, entiendo que en el
caso, ha mediado una renuncia consciente por parte del Tribunal a la verdad jurídica
objetiva y, por ende, propicio la nulidad del pronunciamiento impugnado.
Voto, pues, por la afirmativa.
A la misma cuestión, los Ministros doctores Raúl Alvarez, Casiano Iribarren,
Jorge Barraguirre y Rodolfo Vigo, expresaron idénticos argumentos a los vertidos
por el Ministro doctor Falistocco y votaron en igual sentido.
A la tercera cuestión, el Ministro doctor Roberto Falistocco dijo:
Atento el resultado obtenido al tratar las cuestiones anteriores, corresponde
declarar procedente el recurso de inconstitucionalidad y, en consecuencia, anular la
sentencia impugnada. Disponer la remisión de la causa al Tribunal subrogante que
corresponda, para que dicte nuevo pronunciamiento; costas a la vencida (art. 12, ley
7055).
Así voto.
A la misma cuestión los Ministros doctores Raúl Alvarez, Casiano Iribarren,
Jorge Barraguirre y Rodolfo Vigo,dijeron que la resolución que correspondía dictar
era la propuesta por el Ministro doctor Falistocco y así votaron.
En mérito de los fundamentos del acuerdo que antecede, la Corte Suprema de
Justicia de la Provincia RESOLVIO: Declarar procedente el recurso de
inconstitucionalidad y, en consecuencia, anular la resolución impugnada. Disponer
la remisión de la causa al Tribunal que corresponda, para que dicte nuevo
pronunciamiento. Con costas a la vencida.
Registrarlo y hacerlo saber.
Con lo que concluyó el acto, firmando el señor Presidente y los señores
Ministros por ante mí, doy fe.

Fdo.:ULLA‑ ALVAREZ‑ BARRAGUIRRE‑ FALISTOCCO‑ IRIBARREN‑ VIGO‑ L


epenies (Secretaria)

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