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Desde el pasado jueves entró en vigencia el llamado Acuerdo de París, la supuesta bala de plata

para terminar con el cambio climático. Más allá de lo destacable de que por fin contemos con un
instrumento de este tipo, el diseño del Acuerdo no utiliza la idea de presupuesto de carbono en
su arquitectura interna. A pesar de parecer la opción más lógica, el mecanismo utilizado para la
construcción del acuerdo rehuye de definir un límite de gases de efecto invernadero. Después del
estruendoso fracaso de las negociaciones de Copenague el 2009, la estrategia de negociación fue
evitar la definición vinculante de metas de emisión por países y utilizar las llamadas
“contribuciones voluntarias”. Es decir, cada país envió sus proyecciones de emisión y mitigación, y a
partir de eso se construyó un escenario de emisiones futuro. El resultado es bastante
desalentador. Si sumamos las emisiones de todos los estados del mundo, el planeta se
“calentará” aproximadamente 3,4°C , excediendo por más de un 50% la meta autoimpuesta por
la comunidad científica internacional. Evidentemente esta primera “suma” es tentativa y los
estados siguen contando con la posibilidad de realizar políticas más ambiciosas, sin embargo hay
parte de la historia que no se nos cuenta. Numerosos especialistas ya están comenzando a postular
que la política de mitigación de cambio climático está confiando en el desarrollo tecnológico de
una manera que no se discute con la seriedad que requiere, me refiero a los esfuerzos de
geoingeniería del clima. Nuevamente, lo que hacen estos observadores del proceso de negociación
del cambio climático es bastante simple. Si se analizan los pasos que debemos seguir para evitar
el calentamiento extremo, éstos incluyen transformaciones radicales de nuestra infraestructura
energética hacia las renovables no convencionales, de nuestro sistema de transporte, agricultura
y hábitos de consumo, entre otros.

La magnitud del desafío es tal que simplemente se nos está acabando el tiempo. Según Kevin
Anderson del Tyndall Center, la descarbonización agresiva tiene que comenzar ahora, porque
demorará al menos entre 10 y 20 años. Dado que no vemos esos esfuerzos, debemos llegar a la
conclusión de que la opción que nos queda es apostar a crear tecnología que no existe para
“chupar” CO2 de la atmósfera. Sobre las implicancias geopolíticas de tamaña iniciativa podemos
discutir largamente, pero antes de incluso llegar a ese punto, me parece relevante reiterar el
punto: hoy estamos confiando en tecnología que no sabemos si es viable para sostener la
temperatura del clima. De pronto, la afirmación de Obama parece tener mucha más profundidad
de lo que pareciera a primera vista, su acción en materia de cambio climático nos reafirma que
estamos en manos de la ciencia. El problema, es que ella carece de una respuesta que no incluya
hipótesis como forestar un territorio del tamaño de la India (en qué lugar del mundo y con qué
costo para los usos alternativos de ese suelo son preguntas sin respuesta) para después quemarlo
y enterrar el CO2 por miles de años; o tirar gases a la atmósfera que bloqueen parte de la radiación
solar (quien administraría este sistema, teniendo la llave del potencial calentamiento en sus
manos, tampoco sabemos).

” Sin embargo, es en la réplica del actor estadounidense donde se demuestran los límites de su
esfuerzo de activismo cinematográfico. Su “no creo que eso sea posible” resume los problemas
de una política sobre el clima basada en el “business as usual”. El drama para el mundo, es que,
como dijo hace años Richard Feynman, “la naturaleza no puede ser engañada”.

Los necesarios palos a los políticos también aparecen y en el escenario de la elección


estadounidense, en el que puede resultar vencedor el terrorífico Donald Trump, que suma a su
misoginia, odiosidad y violencia su militancia en el clan de los escépticos del cambio climático, un
documental que millones de estadounidenses verán puede dar vuelta la balanza.

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