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NATIVIDAD VIRGEN MARÍA

09-08

Nt 1, 1-23

1. COMENTARIO 1 - Mt 1, 1-16.18-23

Con esta genealogía se inserta el Mesías en la historia. Hombre entre los hombres. Solidaridad:
su ascendencia empieza con la de un idólatra convertido (Abrahán) y pasa por todas las clases
sociales: patriarcas opulentos, esclavos en Egipto, pastor llegado a rey (David), carpintero
(José).

Aparte María su madre, de las cuatro mujeres citadas, Tamar se prostituyó (Gn 38,2-26), Rut
era extranjera, Rahab extranjera y prostituta (Jos 2,1), Betsabé, «la de Urías», adúltera (2 Sm
11,4). Ni racismo ni pureza de sangre, la humanidad como es.

En Jesús Mesías va a culminar la historia de Israel. La genealogía se divide en tres períodos de


catorce generaciones, marcados por David y por la deportación a Babilonia. La división en
generaciones no es estrictamente histórica, sino arreglada por el evangelista para obtener el
número «catorce» (valor numérico de las letras con que se escribe el nombre de David),
estableciendo al mismo tiempo seis septenarios o «semanas» de generaciones. Jesús, el
Mesías, comienza la séptima semana, que representa la época final de Israel y de la
humanidad. La octava será el mundo futuro. Con la aparición de Jesús Mesías da comienzo, por
tanto, la última edad del mundo.

«Engendrar», en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo el propio ser, sino la propia
manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre. Por eso, la genealogía se
interrumpe bruscamente al final. José no es padre natural de Jesús, sino solamente legal. Es
decir, a Jesús pertenece toda la tradición anterior, pero él no es imagen de José; no está
condicionado por una herencia histórica; su único Padre será Dios, su ser y su actividad
reflejarán los de Dios mismo. El Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad en
ella. Su mesianismo no será davídico (cf. 22,4146).

Mateo hace comenzar la genealogía de Jesús con los comienzos de Israel (Abrahán) (Lc 3, 23-
38 se remonta hasta Adán). Esto corresponde a su visión teológica que integra en el Israel
mesiánico a todo hombre que dé su adhesión a Jesús. La historia de Israel es, para Mateo, la
de la humanidad.
El hecho de que Abrahán no lleve patronímico y, por otra parte, se niegue la paternidad de
José respecto de Jesús, puede indicar un nuevo comienzo. Así como con Abrahán empieza el
Israel étnico, con Jesús va a empezar el Israel universal, que abarcará a la humanidad entera.

El Mesías salvador nace por una intervención de Dios en la historia humana. Jesús no es un
hombre cualquiera. El significado primario del nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo,
hace aparecer esta acción divina como una segunda creación, que supera la descrita en Gn
1,lss. En la primera (Gn 1,2), el Espíritu de Dios actuaba sobre el mundo material ("El Espíritu
de Dios se cernía sobre las aguas"); ahora hace culminar en Jesús la creación del hombre. Esta
culminación no es mera evolución o desarrollo de lo pasado; por ser nueva creación se realiza
mediante una intervención de Dios mismo.

Puede aún compararse Mt 1,2-17 y 1,18-25 con los dos relatos de la creación del hombre. En el
primero (Gn 1,1-2,3) aparece el hombre como la obra final de la creación del mundo; en el
segundo (Gn 2,4bss) se describe con detalle la creación del hombre, separado del resto de las
obras de Dios. Así Mateo coloca a Jesús, por una parte, como la culminación de una historia
pasada (genealogía) y, a continuación, describe en detalle el modo de su concepción y
nacimiento, con los que comienza la nueva humanidad. Jesús es al mismo tiempo novedad
absoluta y plenitud de un proceso histórico.

La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel del Señor, denominación del AT para
designar al mensajero de Dios, que a veces se confunde con Dios mismo (Gn 16,7; 22,11; Ex
3,2, etc.).

v. 18: Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir
juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

El matrimonio judío se celebraba en dos etapas: el contrato y la cohabitación. Entre uno y otra
transcurría un intervalo, que podía durar un año. El contrato podía hacerse desde que la joven
tenía doce años; el intervalo daba tiempo a la maduración física de la esposa. María está ya
unida a José por contrato, pero aún no cohabitan. La fidelidad que debe la desposada a su
marido es la propia de personas casadas, de modo que la infidelidad se consideraba adulterio.
El «Espíritu Santo» (en gr. sin artículo en todo el pasaje) es la fuerza vital de Dios (espíritu =
viento, aliento), que hace concebir a María. El Padre de Jesús es, por tanto, Dios mismo. Su
concepción y nacimiento no son casuales, tienen lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa
el evangelista la elección de Jesús para su misión mesiánica y la novedad absoluta que supone
en la historia (nueva creación).
v. 19: Su esposo, José, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en
secreto.

José es el hombre justo o recto. Por el uso positivo que hace Mateo del término (cf. 13,17;
23,29; en ambos casos «justos» asociados a «profetas») se ve que es prototipo del israelita fiel
a los mandamientos de Dios, que da fe a los anuncios proféticos y espera su cumplimiento;
puede considerarse figura del resto de Israel. Su amor o fidelidad a Dios (cf. 22,37) lo
manifiesta queriendo cumplir la Ley, que lo obligaba a repudiar a María, a la que consideraba
culpable de adulterio; el amor al prójimo como a sí mismo (cf. 22,39) le impedía, sin embargo,
infamarla. De ahí su decisión de repudiarla en secreto y no exponerla a la vergüenza pública.
Interviene «el ángel del Señor» (cf. 28,2), y José, que encarna al resto de Israel, es dócil a su
aviso; comprende que la expectación ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por
los profetas.

Se percibe al mismo tiempo el significado que el evangelista atribuye a la figura de María quien
más tarde aparecerá asociada a Jesús, en ausencia de José (2, 11). Ella representa a la
comunidad cristiana, en cuyo seno nace la nueva creación por la obra continua del Espíritu. La
duda de José refleja, por tanto, el conflicto interno de los israelitas fieles ante la nueva realidad
la comunidad cristiana. Por la ruptura con la tradición que percibe en esta comunidad (=
nacimiento virginal, sin padre o modelo humano/judío), José/Israel debe repudiarla para ser
fiel a esa tradición; por otra parte, no tiene motivo alguno real para difamarla pues su
conducta intachable es patente. El ángel del Señor, que representa a Dios mismo, resuelve el
conflicto invitando al Israel fiel a aceptar la nueva comunidad, porque lo 'que nace en ella es
obra de Dios. Ese Israel comprende entonces la novedad del mesianismo de Jesús y acepta la
ruptura con el pasado.

v. 20: Pero, apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor, que le
dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la
criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo.

La apelación «hijo de David» aplicada a José, indica, en relación con 1,1, que el derecho a la
realeza le viene a Jesús por la línea de José (cf 12,23; 20,30) El hecho de que el ángel se
aparezca a José siempre en sueños (2,13.19) muestra que el evangelista no quiere subrayar la
realidad del ángel del Señor.

v. 21: Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los
pecados.
El ángel disipa las dudas de José, le anuncia el nacimiento y le encarga, como a padre legal de
imponer el nombre al niño. El nombre Jesús, «Dios salva» es el mismo de Josué, el que
introdujo al pueblo en la tierra prometida. Se imponía en la ceremonia de la circuncisión, que
incorporaba al niño al pueblo de alianza. El significado del nombre se explica por la misión del
niño: éste va a salvar a «su pueblo», el que pertenecía a Dios (Dt 27,9; 32,9; Ex 15,16; 19,5; Sal
135,4): se anticipa el contenido de la profecía citada a continuación. El va a ocupar el puesto
de Dios en el pueblo. No va a salvar del yugo de los enemigos o del poder extranjero, sino de
«los pecados», es decir, de un pasado de injusticia. «Salvar» significa hacer pasar de un estado
de mal y de peligro a otro de bien y de seguridad: el mal y el peligro del pueblo están sobre
todo en «sus pecados», en la injusticia de la sociedad, a la que todos contribuyen.

vv. 22-23: Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:
23Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14)
(que significa «Dios con nosotros»)...

El evangelista comenta el hecho y lo considera cumplimiento de una profecía (1,22: "Todo esto
sucedió etc."). Mientras, por un lado, el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de partida en
la historia, por otro es el punto de llegada de un largo y atormentado proceso. Con el término
Emmanuel, «Dios con nosotros» o, mejor, «entre nosotros» da la clave de interpretación de la
persona y obra de Jesús. No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del AT.
Representa una novedad radical. El que nace sin padre humano, sin modelo humano al que
ajustarse, es el que puede ser y de hecho va a ser la presencia de Dios en la tierra, y por eso
será el salvador. Respeto de José por el designio de Dios cumplido en María.

COMENTARIO 2

El presente relato trata de un hecho individual, único y extraordinario: el nacimiento del


Mesías anunciado a José en sueños.

Apoyado en la profecía de Isaías 7,14, Mateo desarrolla o amplía el presente pasaje.

El hebreo ( almah = que significa muchacha, joven núbil"; es referido probablemente a la


esposa de Ajaz, la madre del rey Ezequías. Traducido al griego, los judíos de la diáspora
tradujeron "parthenos" = virgen. Mateo sigue esta traducción. Muchos piensan que hubo una
intención de carácter apologético contra quienes empezaban a difundir ideas erróneas sobre
el nacimiento de Jesús.
Este relato intenta exponer con toda claridad que la maternidad de María no es obra de José,
sino del Espíritu Santo.

El nombre del niño expresa y anuncia su destino: nacerá para salvar a su pueblo de los
pecados.

Por los textos que nos propone la liturgia de este día, no cabe duda de que existe una estrecha
relación entre el nacimiento de Jesús y de María. La importancia de esta fiesta es señalada por
la figura y el rol de esta mujer. Por su Sí al proyecto de Dios, por su amor y sus cuidados, por su
fe en el Dios liberador que puso en ella su mirada, por su esperanza que encarna las
esperanzas de su pueblo.

Esta festividad nos sitúa en el marco de una historia en la que emerge la acción divina (desde
abajo) y proclama la fe en un Dios que no tarda en cumplir sus promesas. Desde esta clave el
creyente descubre en cada momento un momento salvífico. Dios actúa a cada paso en el
campo humano de esta historia de cada día, suscitando hombres y mujeres que hacen posible
y sacramental el actuar de Dios. Como dice un himno de Laudes: "y tú te regocijas, oh Dios, y
tú prolongas, en sus pequeñas manos, tus manos poderosas..." Así fue en María, con su
nacimiento, hizo posible toda una concatenación de hechos significativos que dieron paso a
una fe y una esperanza que cruzan y se prolongan en el tiempo y en el espacio.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad,


Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)

2. Lunes 8 de septiembre de 2003

Fiesta de la NATIVIDAD DE MARÍA

Mq 5, 2-5 o Rom 8, 28-30:

Salmo responsorial: 12, 6

Mt 1, 18-23 (ó 1, 1-16.18-23): Jesús, hijo de María

La fiesta de hoy celebra la Natividad de María, fiesta que en muchos lugares es celebrada bajo
la advocación de la “niña María”.
Para explicar el origen de Jesús, en el evangelio de hoy Mateo emplea un recurso literario
utilizado en la antigüedad, que es la genealogía. Las genealogías servían para conocer los
antepasados de una persona, y esto era de suma importancia en la cultura de los pueblos del
oriente antiguo, en la que el individuo se entendía a sí mismo y era visto por los demás como
parte de un grupo con el que establecía una relación de parentela por los lazos de la sangre y
de la carne. La familia era el depósito de honor acumulado por todos los antepasados, y cada
uno de sus miembros participaba de dicho honor y estaba obligado a defenderlo.

La intención de Mateo al comenzar su evangelio con esta genealogía es dar a conocer la ilustre
ascendencia de Jesús, que se remonta nada menos que a David y a Abraham, presentándolo
así como un personaje muy importante y honorable a los ojos de sus contemporáneos.

Celebremos esta fiesta evocando en nuestra memoria el recuerdo de nuestros antepasados,


de su historia y de sus tradiciones que se han perpetuado de generación en generación, dando
como resultado un acumulado histórico donde vamos prolongando la herencia cultural de
nuestros mayores a través de la familia. Que el recuerdo de María como madre de Jesús y
parte de una familia, consolide en nuestra vida los vínculos de la unidad familiar.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

3. ACI DIGITAL 2003

1. Mateo da comienzo a su Evangelio con el abolengo de Jesús, comprobando con esto que El,
por su padre adoptivo, San José, desciende legalmente en línea recta de David y Abrahán, y
que en El se han cumplido los vaticinios del Antiguo Testamento, los cuales dicen que el
Mesías prometido ha de ser de la raza hebrea de Abrahán y de la familia real de David. La
genealogía no es completa. Su carácter compendioso se explica, según S. Jerónimo, por el
deseo de hacer tres grupos de catorce personajes cada uno (cf. v. 17). Esta genealogía es la de
San José, y no la de la Santísima Virgen, para mostrar que, según la Ley, José era padre legal de
Jesús, y Este, heredero legal del trono de David y de las promesas mesiánicas. Por lo demás,
María es igualmente descendiente de David; porque según San Lucas 1, 32, el hijo de la Virgen
será heredero del trono "de su padre David". Sobre la genealogía que trae S. Lucas, y que es la
de la Virgen, véase Luc. 3, 23 y nota. Según los resultados de las investigaciones modernas hay
que colocar el nacimiento de Jesús algunos años antes de la era cristiana determinada por el
calendario gregoriano, o sea en el año 747 de la fundación de Roma, más o menos. Al no
hacerlo así, resultaría que Herodes habría ya muerto a la fecha de la natividad del Señor, lo
cual contradice las Sagradas Escrituras. Ese hombre impío, murió en los primeros meses del
750.
3. Tamar. Aparecen, en esta genealogía legal de Jesús, cuatro mujeres: Tamar, Racab, Betsabée
y Rut, tres de las cuales fueron pecadoras (Gén. 38, 15; Jos. 2, 1 ss.; II Rey. 11, 1 ss.) y la cuarta
moabita. S. Jerónimo dice al respecto que el Señor lo dispuso así para que "ya que venía para
salvar a los pecadores, descendiendo de pecadores borrara los pecados de todos".

18. Entre los judíos los desposorios o noviazgo equivalían al matrimonio y ya los prometidos se
llamaban, esposo y esposa.

19. No habiendo manifestado María a su esposo la aparición del Angel ni la maravillosa


concepción por obra del Espíritu Santo, San José se vio en una situación sin salida, tremenda
prueba para su fe. Jurídicamente S. José habría tenido dos soluciones: 1o. acusar a María ante
los tribunales, los cuales, según la Ley de Moisés, la habrían condenado a muerte (Lev. 20, 10;
Deut. 22, 22 - 24; Juan 8, 2 ss.); 2o. darle un "libelo de repudio", es decir, de divorcio,
permitido por la Ley para tal caso. Pero, no dudando ni por un instante de la santidad de
María, el santo patriarca se decidió a dejarla secretamente para no infamarla, hasta que
intervino el cielo aclarándole el misterio. "¡Y qué admirable silencio el de María! Prefiere sufrir
la sospecha y la infamia antes que descubrir el misterio de la gracia realizado en ella. Y si el
cielo así probó a dos corazones inocentes y santos como el de José y María, ¿por qué nos
quejamos de las pruebas que nos envía la Providencia?". (Mons. Ballester). Es la sinceridad de
nuestra fe lo que Dios pone a prueba, según lo enseña San Pedro (I. Pedr. 1, 7). Véase S. 16, 3.

23. Es una cita del profeta Isaías (7, 14). Con ocho siglos de anticipación Dios anuncia, aunque
en forma velada, el asombroso misterio de amor de la Encarnación redentora de su Verbo, que
estará con nosotros todos los días hasta la consumación del siglo (Mat. 28, 20). Será para las
almas en particular y para toda la Iglesia, el "Emmanuel": "Dios con nosotros", por su
Eucaristía, su Evangelio y por la voz del Magisterio infalible instituido por El mismo.

4. DOMINICOS 2003

Hoy nace una clara estrella

La fiesta de la Natividad es una de las más arraigadas en la tradición popular cristiana. Quizá
porque se contempla bíblicamente es resplandor de la aura, nacimiento, desde la cumbre de la
maternidad del Redentor que nos salva.

María es hoy, en efecto, como la aurora que anuncia la aparición del Sol de justicia, de vida, de
amor.
En el programa de Dios, María forma parte de los secretos divinos, y será la mujer que
acompañará al Mesías en su camino de salvación de todos los hombres.

Con María está asociado todo el itinerario de gosos y sufrimientos que llenarán y herirán su
Corazón de Madre.

Acompañemos, pues, espiritualmente a todos los peregrinos que acudirán a numerosos


Santuarios cuyo titular es la Natividad de María, y llevemos en los labios unos versos de
alegría, admiración y alabanza.

Canten hoy, pues nacéis, vos, los ángeles, gran Señora,

y ensáyense desde ahora, para cuando nazca Dios.

Canten hoy, pues a ver vienen nacida a su Reina bella,

que el fruto que esperan de ella es por quien la gracia tienen.

Digan, Señora, de vos, que habéis de ser su Señora,

y ensáyense desde ahora para cuando nazca Dios...

Y nosotros, que esperamos que llegue pronto Belén,

preparémosle también el corazón y las manos.

Vete sembrando, Señora, de paz nuestro corazón,

y ensayemos desde ahora para cuando nazca Dios. Amén.

Sea gloria en la palabra

Lectura del profeta Miqueas 5, 2-5:

“Esto dice el Señor: Pero tú, Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el
jefe de Israel. Su origen es desde antiguo, de tiempo inmemorial... Los entrega hasta el tiempo
en que la madre dé a luz, y el resto de los hermanos retornará a los hijos de Israel. Él, en pie,
pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del señor, su Dios...”
La liturgia utiliza el vaticinio profético de Miqueas, que ensalza a Belén, fusionando la gloria de
María con la fiesta del Nacimiento del Mesías.

Lectura de la carta de san Pablo a los romanos 8, 28-30:

“Hermanos: sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para bien, a los que Dios ha
llamado conforme a su designio: a los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de
su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos; a los que predestinó, los llamó;
a los que llamó, los justificó; y a los justificó, los glorificó”.

En este párrafo sintetiza san Pablo el itinerario espiritual de los elegidos, llamados a la santidad
y salvación. María es el prototipo, con Cristo Jesús.

Evangelio según san Mateo 1, 1-16. 18-23:

“Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán ... El nacimiento de Jesucristo fue de
esta manera. La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que
ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería
denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esa resolución, se le
apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en
recibir a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Darás a luz
un hijo y le pondrás por nombre Jesús ...”

En la filiación divina, el Hijo procede del Padre; y en la filiación humana, dentro de la familia y
estirpe de David, el Hijo se encarna en el seno de María, su Madre, por obra del Espíritu Santo.

Momento de reflexión

Celebremos la elección y predilección de María.

En los textos litúrgicos seleccionados para honrar hoy a María, a partir de la Escritura, no se
habla de su Natividad: un hecho que quedó desde el primer momento perdido en un
anonimato similar al de cientos de hijos de Israel.

En los designios de Dios, la humildad, el silencio, el pasar desapercibido, es actitud habitual.


Solamente acontecimientos posteriores van iluminando en cada caso el misterio escondido en
el nacimiento.
Por eso, la liturgia se fija en el gran acontecimiento de la natividad de un Niño, de un Elegido,
Predestinado, Jesús, que, proviniendo de la casa y familia de David, da cumplimiento a cuanto
en la Biblia se dijo sobre el Mesías, Salvador.

Y esa selección de textos se debe a que nosotros hemos conocido la verdadera historia de la
predestinación de María a través de la sorprendente historia de salvación que realizó su Hijo,
Jesús.

Bienaventurada hija de Sión.

Hoy nosotros, conocida la obra de Jesús, hasta su consumación en la muerte y resurrección,


volvemos la mirada hacia la Mujer que fue objeto de predilección, cauce de vida y regazo
amoroso, y clamamos como la campesina que irrumpió en la escena evangélica, diciendo:
¡dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!

Dichosa, en efecto, pues todos los títulos de grandeza de María, desde su concepción hasta su
coronación en el cielo, derivan de la misión de Madre del Mesías que le fue otorgada en los
altísimos designios del Padre.

¡Dichosa tú, la elegida, que has sido llamada a ser Madre de Dios y Madre nuestra!

5.

LECTURAS: MIQ 5, 1-4; SAL 12; MT 1, 18-23

Miq. 5, 1-4. Belén, pequeña aldea al sur de Jerusalén, será elevada a la más alta dignidad, pues
de ella saldrá el que será Jefe de Israel y llenará la tierra con su grandeza, convirtiéndose en
paz para todos. Cuando en Cristo se cumple esta profecía, el Señor se convierte en Pastor de
todos los pueblos. Nos dirá san Pablo: llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo,
nacido de Mujer, nacido bajo la Ley para rescatar a los que vivían bajo la Ley. Al celebrar en
este día la Natividad de la santísima Virgen María, nos alegramos porque en ella Dios nos
preanuncia que su Hijo viene para liberarnos del pecado y poder presentarnos ante Él santos e
inmaculados por haber depositado en el Señor nuestra fe, y habernos dejado conducir por el
Espíritu Santo. Elevemos nuestra acción de Gracias al Padre Dios por el Salvador que nos dio
por medio de María Virgen.

Sal. 12. En medio de peligros y angustias debemos continuar confiando en el Señor; pues sólo
en Él encontraremos, no sólo refugio, sino la salvación. Quien confíe en el Señor no tema, pues
Dios estará siempre de su lado. Por eso alegrémonos en el Señor, y entonemos en su honor un
canto nuevo. María, la Madre de Jesús, es para nosotros un signo de la bondad del Señor para
quienes Él ama. Y Dios nos ama, pues no sólo nos llamó a la vida, sino que también nos llamó a
participar de la misma Vida que, en su Hijo, ofrece a toda la humanidad. Por eso, confiando en
el Señor, hagamos de nuestra existencia una continua alabanza a su Santo Nombre, pues Él
siempre está y estará a nuestro lado para librarnos de nuestros enemigos y hacer que nos
alegremos por su salvación.

Mt. 1, 18-23. Cuando unos renglones antes san Mateo nos dice que son catorce las
generaciones desde la deportación de Babilonia hasta el Mesías, al contar a los personajes,
incluyendo a María, nos da el número correspondiente; aún cuando algunos no logran ponerse
de acuerdo al respecto, podemos colegir que María y José pertenecían al mismo Linaje de
David. Dios cumple sus promesas al Rey David cuando le dijo: Cuando hayas llegado al final de
tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti un descendiente tuyo salido
de tus entrañas y consolidaré su realeza...Tu dinastía y tu realeza subsistirán para siempre ante
mí, y tu trono será estable para siempre. Y el Señor cumplió sus promesas mediante Jesús,
engendrado por obra del Espíritu Santo en María Virgen, y lo convirtió en salvación nuestra y
en el Dios-con-nosotros. José, escuchando y obedeciendo la voz del ángel que le manifiesta la
voluntad divina, se convierte en ejemplo de la escucha fiel de la Iglesia a la Palabra de Dios y a
la puesta en práctica de la misma, así como en ejemplo de colaboración en el Evangelio para
no impedir que el anuncio de la salvación llegue a todos. En esta fiesta del nacimiento de la
Virgen María, alegrémonos porque ella fue escogida por Dios para ser la Madre del Salvador y
es, para nosotros, un signo del amor fiel que Dios nos pide a todos los que creemos en Él.

En esta Eucaristía el Señor se dirige a nosotros a través de su Palabra, mediante la cual nos
invita a convertirnos en fieles discípulos suyos, conociéndolo, escuchando su Palabra y
poniéndola en práctica. Él nos ha manifestado que nuestra vida de fe no puede limitarse sólo a
la oración, sino que debe tener la proyección de hacer creíble el Nombre del Señor entre
nuestros hermanos, porque nuestras obras se conviertan en el lenguaje que acompañe a
nuestras palabras cuando hablamos del amor que Dios tiene a todos. Cristo, el Señor, entrega
su vida por toda la humanidad, sin tener en cuenta clases sociales, ni razas, ni culturas. Quien
quiera aceptar la salvación que Él nos ofrece, da un paso adelante en el Reino de Dios; y en
este aspecto muchos se han adelantado, dejando atrás a quienes, confiando en lo pasajero, tal
vez acuden a Dios por tradición, pero han hecho a un lado la fe verdadera que consiste en ser
obedientes a la voluntad de Dios, escuchándolo y poniendo por obra lo que Él nos pide. Si en
esta celebración del Misterio Pascual de Cristo entramos en comunión de vida con el Señor,
dejemos que su Espíritu transforme nuestra vida y haga de nosotros un signo del amor de Dios
en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia.

Tratemos de no rechazar, por ningún motivo, a los demás. La salvación ha de llegar a todos;
todos somos hijos de Dios, y Él, en su amor, no se fija en exterioridades, sino en el corazón que
le ama. Tal vez, al final, quienes fueron despreciados a causa de su condición social pero que
pusieron toda su confianza en Dios, estén más cerca de quienes disfrutaron de todo aquí en
esta vida, pero vivieron lejos de Dios. ¿Hasta dónde somos capaces de colaborar para que la
salvación de Dios llegue a todos sin distinciones elitistas? Dios nos llama a dar la vida para que
todos tengan vida y la tengan en abundancia; Dios quiere que en nuestro corazón tenga cabida
toda clase de personas, que sepamos recibir a todos con el mismo amor con que Dios les ama.
Entonces, realmente, no detendremos el proceso de construcción del Reino de Dios y de
salvación que el Señor ofrece a todos.

Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la
gracia de saber escuchar la Palabra de Dios y ser obedientes a todo aquello que el Señor nos
pida, como lo fue María, y san José, su Castísimo Esposo. Amén.

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6.

FIESTA DE LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA.

MARIA, ALEGRIA DEL MUNDO

1. Según la Tradición, la Virgen Madre de Dios nació en Jerusalén, junto a la piscina de Bezatha.
La Liturgia Oriental celebra su nacimiento cantando poéticamente que este día es el preludio
de la alegría universal, en el que han comenzado a soplar los vientos que anuncian la salvación.
Por eso nuestra liturgia nos invita a celebrar con alegría el nacimiento de María, pues de ella
nació el sol de justicia, Cristo Nuestro Señor.

Hoy nace una clara estrella,

tan divina y celestial,

que, con ser estrella, es tal,

que el mismo Sol nace de ella.

En la plenitud de los tiempos, María se convirtió en el vehículo de la eterna fidelidad de Dios.


Hoy celebramos el aniversario de su nacimiento como una nueva manifestación de esa
fidelidad de Dios con los hombres.
2. Nada nos dice el Nuevo Testamento sobre el nacimiento de María. Ni siquiera nos da la
fecha o el nombre de sus padres, aunque según la leyenda se llamaban Joaquín y Ana. Éste
nacimiento es superior a Creación, porque es la condición de la Redención. Y, sin embargo, la
Iglesia celebra su nacimiento. Con él celebramos la fidelidad de Dios. “Sabemos que a los que
aman a Dios todo les sirve para el bien” Romanos 8,28. Y es motivo de alegría gozosa y
permanente de todos y cada uno de los llamados. No sabemos cómo se cumplirá, pero
tampoco sabemos como nace el trigo, y cómo se forja la perla en la ostra. Pero nacen y crecen
y se forjan. La inteligencia humana, por aguda que sea, tiene su límite y ya no puede alcanzar
más. Cerrar los ojos ante el misterio, sabiéndonos llamados por Dios, y “desbordar de gozo en
el Señor” Salmo 12, 6

3. Todo lo que sabemos de su nacimiento es legendario y se encuentra en el evangelio apócrifo


de Santiago, según el cual Ana, su madre, se casó con un propietario rural llamado Joaquín,
galileo de Nazaret. Su nombre significa "el hombre a quien Dios levanta", y, según san Epifanio,
"preparación del Señor". Descendía de la familia real de David. Llevaban ya veinte años de
matrimonio y el hijo tan ansiado no llegaba. Los hebreos consideraban la esterilidad como un
oprobio y un castigo del cielo. Eran los tales menospreciados y en la calle se les negaba el
saludo. En el templo, Joaquin oía murmurar sobre ellos, como indignos de entrar en la casa de
Dios. Esta conducta se ve celebrada en Mallorca, en una montaña que se llama Randa, donde
existe una iglesia con una capilla dedicada a la Virgen. En los azulejos que cubren las paredes,
antiquísimos, el Sumo Sacerdote riñe con el gesto a San Joaquín, esposo de Santa Ana, quien,
sumiso y resignado, parece decir: No puede ser, no he podido tener hijos. Sabemos que su
esterilidad dará paso a María. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para obtener con
penitencias y oraciones la ansiada paternidad. Ana intensificó sus ruegos, implorando como
otras veces la gracia de un hijo. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, de que habla el libro de
los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y asi llegó su hijo Samuel, quien más
tarde sería un gran profeta.Y así también Joaquín y Ana vieron premiada su constante oración
con el nacimiento de una hija singular, María,concebida sin pecado original, y predestinada a
ser la madre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado.

De Ana y de Joaquín, oriente

de aquella estrella divina,

sale su luz clara y digna

de ser pura eternamente:

el alba más clara y bella


no le puede ser igual,

que, con ser estrella, es tal,

que el mismo Sol nace de ella.

No le iguala lumbre alguna

de cuantas bordan el cielo,

porque es el humilde suelo

de sus pies la blanca luna:

nace en el suelo tan bella

y con luz tan celestial,

que, con ser estrella, es tal,

que el mismo Sol nace de ella.

4. Nace María. Nace una niña santa. Nada se nota en ella hasta que crece y comienza a hablar,
a expresar sus sentimientos, a manifestar su vida interior. A través de sus palabras se conoce el
espíritu que la anima. Se dan cuenta sus padres: esta niña es una CRIATURA EXCEPCIONAL. Se
dan cuenta sus compañeras: que se sienten atraídas por el candor de la niña y, a la vez, sienten
ante ella recelo, respeto reverencial. Sus padres no saben si alegrarse o entristecerse. Para
conocer lo sobrenatural hace falta tiempo y distancia. No ha habido nunca ningún genio
contemporáneo; al contrario, siempre es considerado como un loco, un ambicioso o un
soberbio.
5. Los niños hacen lo que ven hacer a los mayores. La niña santa no imita los defectos de los
mayores y obra según sus convicciones. Cuando nació Juan Bautista, la gente se preguntaba
"¿qué va a ser este niño?" (Lc 1,79). De María se preguntarían lo mismo. Ella comprende que,
aunque quisiera hablar de lo mucho que lleva dentro, debe callar. Y tiene que vivir en
completa soledad, de la que es un reflejo, el aislamiento del niño que crece entre gente mayor.

6. María, llena de gracia, vivía como perfectísima hija de Dios, entre hombres que habían
perdido la filiación divina, habían pecado, y sentían la tentación y sus inclinaciones al pecado.
El hombre conoce la diferencia que hay entre lo bueno y lo malo, y cuando obra el mal, percibe
la voz de la conciencia. Antes de pecar, la percibe y la desatiende, durante el pecado, la acalla
con el gozo del pecado, después de pecar, la oye y quisiera no oírla. Este es el conocimiento
del mal, que no procede de Dios, sino de haberse separado de El. María no conoce el mal por
experiencia, sino por infusión de Dios. No había pecado nunca. Por eso no entendía a la gente
y se sentía sola. Experimentaba que sólo ella era así. Si hubiera vivido en un desierto, no
hubiera padecido tanto, pero en Nazaret, aldea pequeña, con fama de pendenciera y poca
caritativa, es tenida por orgullosa, la que era la más humilde. Como los niños viven su mundo
aparte de los mayores, así tiene que vivir María entre su gente.

7. Y una mujer así, ¿nos puede comprender?, ¿puede ser nuestra madre? Sí porque MARIA es
una MUJER COMPROMETIDA con todo el género humano. MARÍA FUE LA POBRE DE YAHVE.
Los pobres de Dios nunca preguntan, nunca protestan. Se abandonan en silencio y depositan
su confianza en las manos del Señor y Padre.

8. Con el Concilio HEMOS RECUPERADO LA BIBLIA, libro prohibido en mis años de juventud.
También la Liturgia en castellano. También la Iglesia, no como una pirámide, sino como pueblo
de Dios. De la misma manera hemos de recuperar a María, como Hermana en la fe, Madre en
la fe. María peregrinó en la fe como todos los cristianos. Se abandonó a Dios. Pudo ser
lapidada, al quedarse encinta, pudo ser repudiada... Es la pobre de Yahvé.

9. QUERRÍAMOS SABER MÁS COSAS DE MARÍA. EL EVANGELIO NOS DICE muy poco de Ella.
Pero, si bien lo miramos, implícitamente nos dice mucho, todo. Porque Jesús predicó el
Evangelio que, desde que abrió los ojos, vio cumplido por su Madre. Los hijos se parecen a sus
padres. Jesús sólo a su Madre. Era su puro retrato, no sólo en lo físico, en lo biológico, sino
también en lo psíquico y en lo espiritual.

10. Cada hombre, según las leyes mendelianas de los cromosomas y los genes, hereda de su
padre y de su madre. Decía un sacerdote que su padre decía: "mi hijo es treballaor com yo y
listo com sa mare". Cuando Jesús pronuncia el sermón de las Bienaventuranzas, está pintando
a su Madre: Pobres de espíritu, Mansos, Pacientes, Humildes, Misericordiosos, Trabajadores
de la Paz. Nos ha dado su Retrato. Sus actitudes vitales son idénticas las de la Madre y el Hijo:
en el momento decisivo de su vida María le dice al Angel: "Hagáse en mi"... En el momento de
comenzar su Hora, Jesús dice lo mismo "Hágase". Cuando nos enseña su carnet de identidad,
María nos dice que es "la esclava del Señor" Cuando Jesús nos presenta el suyo, nos dice que
es "manso y humilde de corazón". Jesús predicó las bienaventuranzas porque las había vivido.
Y las vivió porque las había visto vivir a su Madre. Por eso la quiso y la hizo Inmaculada, porque
tenía que ser su madre y su educadora en la fe.

11. En algunas imágenes aparece Santa Ana sentada como una auténtica abuela. Tiene en sus
rodillas a María, quien con una apariencia muy maternal, tiene en las suyas al niño Jesús. Tres
generaciones, sentada cada una en las rodillas de la otra. Gracias, Dios nuestro, por esta
dimensión tan humana de la fe católica.

12. Esforcémonos por vivir como María, niña, adolescente, novia limpia, madre cariñosa y
solícita, trabajadora, paciente en la pobreza, en las persecuciones y humillaciones, en las
adversidades. Educadora con la palabra y la vida de su hijo, de sus hijos, que somos todos. Así
seremos motivo de consuelo y de gozo para “quien nos predestinó, nos llamó, nos predestinó,
justificó, glorificó” Romanos 8,24.

JESUS MARTI BALLESTER

7. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

El matrimonio judío se celebraba en dos fases: primero, los desposorios o firma del contrato
matrimonial y, después, la cohabitación. Entre ambas podía haber un año aproximadamente.
Jesús es concebido por María, según Mateo, cuando ésta aún no cohabitaba con José,
circunstancia que indica el evangelista para mostrar que Jesús procederá por entero de Dios,
esto es, del Espíritu Santo, la fuerza vital de Dios que hace concebir a María.

Jesús tiene por padre a Dios y no a José, descrito como hombre justo, que muestra su fidelidad
a Dios queriendo cumplir la Ley que lo obligaba a repudiar a María a la que consideraba
culpable de adulterio; sin embargo, otra ley, la del amor al prójimo como a sí mismo, le
impedía infamarla. De ahí la decisión de repudiarla en secreto, no haciendo público el caso.

Que Jesús no sea hijo de José, o lo que es igual, que no tenga padre –que entre los judíos
represena la autoridad y la tradición- significa que no está sometido a la tradición judía que
esperaba un mesías entendido en clave político-militar, como hijo o descendiente de David. A
pesar de no ser padre de Jesús, a José, como padre legal, se le adjudica el papel de imponer el
nombre al niño. Éste se llamará Jesús, palabra que significa “salvador”, igual que Josué, el
caudillo o salvador que, una vez muerto Moisés, introdujo al pueblo en la tierra prometida.
Jesús será salvador, pero no del yugo o esclavitud de Egipto, de los enemigos o del poder
extranjero, sino de los pecados, es decir, del pasado de injusticia del pueblo.
Y todo esto sucede, según el evangelista, para que se cumpliese la escritura de Isaías: 23Miren:
la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14) (que significa
«Dios con nosotros»). Esta virgen, históricamente la hija del rey Acaz, ha sido identificada por
Lucas con María que concibe y da a luz a su hijo, Jesús, Dios con nosotros, o mejor, Dios entre
nosotros. Jesús, el hijo de María no es un enviado divino como los antiguos profetas.Naciendo
sin padre humano, sin modelo humano al que ajustarse, Jesús es la presencia de Dios en la
tierra y, por eso, será el salvador.

8. DOMINICOS 2004

La Natividad de Nuestra Señora

Esta es una las fiestas de mayor arraigado en la tradición popular cristiana.

Hoy María es como la aurora que anuncia la aparición del Sol de justicia, de vida, de amor.
‘Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol
nace de ella’. En el programa de Dios, María forma parte de los secretos divinos, y será la
mujer que acompañará al Mesías en su camino de salvación de todos los hombres. Aunque en
el nacimiento celebramos la alegría de la aurora, con ella está asociado todo el itinerario de
gozos y sufrimientos que llenarán y herirán su Corazón de Madre. Acompañemos hoy
espiritualmente a los peregrinos que acudirán a numerosos Santuarios cuyo titular es la
Natividad de María.

La luz de Dios y su mensaje en la Biblia

Lectura del profeta Miqueas 5, 2-5:

“Esto dice el Señor: Pero tú, Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el
jefe de Israel. Su origen es desde antiguo, de tiempo inmemorial...

Les entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de los hermanos retornará a
los hijos de Israel. Él, en pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del
señor, su Dios...”

Lectura de la carta de san Pablo a los romanos 8, 28-30:


“Hermanos: sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para bien, a los que Dios ha
llamado conforme a su designio: A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de
su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos; a los que predestinó, los llamó;
a los que llamó, los justificó; y a los que justificó, los glorificó”.

Evangelio según san Mateo 1, 1-16. 18-23:

“Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán...

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera. La madre de Jesús estaba desposada con José
y, antes de vivir junto, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su
esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.

Pero, apenas había tomado esa resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le
dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María, tu mujer, porque la criatura que
hay en ella viene del Espíritu Santo. Darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús...”

Reflexión para este día

Niña de Dios, por nuestro bien nacida.

Fijémonos en que los textos de referencia hoy utilizados por la liturgia para honrar a María,
aunque están tomados de la Escritura, en realidad no hablan de la Natividad de la Virgen sino
más bien de la futura natividad de un Niño, de un Elegido o Predestinado, que condicionará
todas las cosas.

Hablan de que en la casa y familia de David se dará cumplimiento a cuanto en la Biblia se dijo
sobre el Mesías, Salvador, y de que María será la mediación humana para la obra divina de la
Encarnación.

¡Oh maravilla de divino amor! Nosotros hemos conocido la verdadera historia de María a
través de la sorprendente historia de salvación que realizó su Hijo, Jesús. Conocida la obra de
Jesús, hasta la consumación en la muerte y resurrección, cualquier hijo bien nacido exclama:
¡dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron! En efecto, todos los títulos
de grandeza de María, desde su concepción hasta su coronación en el cielo, derivan de la
misión de Madre del Mesías que le fue otorgada en los altísimos designios del Padre.
Repitamos, pues, una y otra vez nuestra alabanza con el pueblo creyente: ¡dichosa tú, la
elegida, que has sido llamada a ser Madre de Dios y Madre nuestra!

9. Miércoles, 8 de setiembre del 2004

LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Fiesta

De ti nacerá el que debe gobernar a Israel

Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a

Así habla el Señor:

y tú, Belén Efratá,

tan pequeña entre los clanes de Judá,

de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel:

sus orígenes se remontan al pasado,

a un tiempo inmemorial.

Por eso, el Señor los abandonará

hasta el momento en que de a luz

la que debe ser madre;

entonces el resto de sus hermanos

volverá junto a los israelitas.

Él se mantendrá de pie y los apacentará

con la fuerza del Señor,

con la majestad del nombre del Señor, su Dios.


Ellos habitarán tranquilos,

porque Él será grande

hasta los confines de la tierra.

¡Y Él mismo será la paz!

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 12, 6ab. 6cd

R . Yo desbordo de alegría en el Señor.

Yo confío en tu misericordia:

que mi corazón se alegre porque me salvaste. R.

¡Cantaré al Señor porque me ha favorecido! R.

EVANGELIO

Lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 1, 18-23

Éste fue el origen de Jesucristo:

María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos,
concibió un hijo por obra, del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no
quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de
David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella pro-
viene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque Él
salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:

"La Virgen concebirá

y dará a luz un hijo, a quien pondrán

el nombre de Emanuel",

que traducido significa: «Dios con nosotros».

Palabra del Señor.

Reflexión:

El cumpleaños de la Santísima Virgen

La Iglesia celebra ordinariamente el aniversario del paso al Cielo de los hombres. La fiesta que
hoy celebramos es una de las pocas en las que quiere reconocer de modo público y solemne la
llegada a la tierra de uno de sus hijos. La que iba a ser la Madre de Dios viene al mundo, con lo
que se aproxima ya la plenitud de los tiempos, en palabras de San Pablo. El momento central
de la historia, marcado por la llegada de Dios hecho hombre a la misma historia, es ya
inminente, por cuanto la que sería su Madre ha nacido. Es de justicia, pues, alegarse. Debemos
celebrar una fiesta que ponga de manifiesto la alegría de los hombres, que reconocemos el
gran don recibido.

Se trata, ante todo, del amor insondable de Dios por su criatura humana. No nos abandona a
pesar de nuestros pecados, tan inmenso es su amor. Un amor, ciertamente divino, pero con
manifestaciones de Hombre, de Mujer; así es un amor-cariño, un amor que podemos
entender, aunque lo reconozcamos en manifestaciones sublimes, que se nos muestran como
inalcanzables. Jesús y María nos han querido a los hombres y nos quieren a cada uno como
nadie más puede hacerlo. Y es un cariño real, efectivo, cuyas gratas manifestaciones podemos
llegar a notar todos, y las notaríamos más, desde luego, si tratáramos de ser todavía más
consecuentes con nuestra fe.

Es un día, hoy, para ensalzar como nunca a nuestra Madre del Cielo. Con su Nacimiento –
también, antes, con su Concepción Inmaculada– se concreta, por así decir, su realidad como la
más dichosa de las criaturas, y su existencia en favor de la humanidad. ¡Ha nacido la Llena de
Gracia! ¡Está entre nosotros la Bendita entre las mujeres!, recordamos hoy, y nos alegramos,
como lo hacemos en un cumpleaños, por haber conocido y por contar con la amistad o con la
proximidad familiar y el afecto de quien celebra sus años. Porque María es Madre de todos los
hombres, sin excepción; aunque es claro que si nos reconocemos discípulos de su Hijo seamos
capaces de valorar más su maternidad.

Es difícil imaginarse la vida cristiana, camino de los hijos hacia la casa del Padre, sin una Madre
que –sencillamente– nos quiera. Si los cristianos somos los hijos de Dios, hijos que –como
quiere Jesús– deben permanecer siempre niños, parece muy conveniente que contemos
también con una Madre para nuestra vida de relación con Dios. En verdad os digo: si no os
convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos, nos advirtió el
Señor. Muchas veces hemos considerado que la madurez y responsabilidad humanas no se
oponen absoluto a la infancia espiritual, imprescindible, según Cristo, para ganar el Reino de
los Cielos. Siendo, pues, tan necesaria la infancia, no parece menos imprescindible la Madre.

Muy conscientes de nuestra condición y, por tanto, de la debilidad que padecemos, de modo
especial como consecuencia del pecado, actuamos de ordinario en nuestro afán por ser santos
como los niños; que cuentan en todo con la experiencia y la capacidad de sus padres. Y, como
suele suceder en nuestras familias, se apoyan más en la madre mientras son muy pequeños; y
muy pequeños debemos ser siempre ante Dios. La confianza que inspira una madre impulsa a
apoyarse en su ayuda, en todo momento accesible y acogedora aunque la conducta del
pequeño no lo merezca. Esa Madre es, por eso, otra manifestación de el amor mismo de Dios,
que desea que en ningún caso desconfiemos de su Gracia. Es lógico, pues, que nos alegramos,
inmensamente agradecidos, por tener a María–Madre poderosa y de consuelo– para todas las
necesidades del alma.

Le rendimos asimismo nuestro homenaje por ser la Llena de Gracia. Es otro modo de
reconocer la omnipotencia y bondad divinas. Como recuerda con frecuencia en la Liturgia de la
Iglesia, a propósito del culto que rendimos a los Bienaventurados: manifiestas Tu gloria en la
asamblea de los santos y al coronar sus méritos coronas tu propia Obra. Dios, en efecto,
muestra de modo más extraordinario su perfección y el amor a sus hijos, cuando en ellos
resplandece la virtud y gloria que han logrado correspondiendo a su Gracia. Así, María, Llena
de Gracia, al corresponder plenamente a Dios es, entre las criaturas, la imagen más excelsa de
la divinidad.

En su fiesta de cumpleaños queremos hacerle, con amor, el regalo que nos aconsejaba san
Josemaría: El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de
virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza.

Fluvium.org

10.
Reflexión

Con el inicio de su evangelio, San Mateo pretende poner bien claro que el origen de Cristo es
Divino y humano. Vine del linaje de David, pero al llegar a José, dice: el esposo de María de
quien nació el Cristo. Durante muchos años, la herejía de los Docetistas, negaba que Cristo
fuera verdaderamente humano. El Concilio de Efeso (431) declaro solemnemente que María
era la madre de Dios “Theotokos”. Con ello ratificaba que Jesús había sido verdaderamente
encarnado en el seno purísimo de María y que era hombre como nosotros, sin haber perdido
por ello la naturaleza divina: Una sola persona con dos naturaleza: Humana y divina. Para
nuestra reflexión personal podríamos sacar algunas conclusiones extras de esta declaración
(que es sostenida por innumerables textos bíblicos). Si María es la “verdadera madre de Dios”,
por ser madre de Jesucristo, y si Jesucristo, por nuestro bautismo, es “verdaderamente”
nuestro hermano… ¿qué relación existe entre María y mi persona? Es importante responder a
esta pregunta, ya que en la Biblia existen muchas personas, hombres y mujeres muy
importantes pero ninguna de ellas tiene una relación “filial” conmigo. Ahora bien, si has
razonado lógicamente habrás concluido que María es tu verdadera Madre, de la misma
manera que el Padre de Jesús es tu Padre (por adopción)… si es así, ¿amas verdaderamente a
María, y le das en tu vida el lugar que merece como tu verdadera Madre? ¿Cómo le
manifiestas a María que realmente tiene un puesto importante en tu vida?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro

11.

María, Madre de Dios

Fuente:

Autor: P . Clemente González

Reflexión:
El cumpleaños del padre o de la madre son siempre un motivo de alegría que reúne a toda la
familia para celebrarlo. Cada uno deja sus ocupaciones y trata de hacer feliz al festejado. Este
signo externo trata de reflejar un sentimiento más profundo como es la gratitud y el amor. A
nuestros padres debemos la vida. Ellos fueron el instrumento de Dios para concebirnos. Hoy
celebramos el cumpleaños de nuestra madre del cielo, la Santísima Virgen María.

Como toda buena familia, la Iglesia se reúne para celebrar, festejar y agasajar a María. El
evangelio del día nos presenta la genealogía de Jesús y el modo en que fue concebido. La fe es
la virtud que destaca tanto en María como en su esposo San José. Cuántas veces en nuestra
vida familiar se suceden acontecimientos que, humanamente, carecen de una explicación
lógica.

Cuántas veces en nuestras vidas no vemos claro, nos falta luz. Y sin embargo, Dios está ahí,
como estuvo hace dos mil años en la vida de la Sagrada Familia de Nazaret. Celebrando el
cumpleaños de la Virgen María, aprovechemos para renovar nuestra fe. Unámonos en familia
en torno a ella y pidámosle que nos ayude a descubrir siempre la mano de Dios en nuestra
vida. Que al igual que María y José, sepamos confiar en la Providencia buscando en todo servir
y agradar a Dios.

12.

Fray Nelson Jueves 8 de Septiembre de 2005

Temas de las lecturas: Mientras no dé a luz la que ha de dar a luz * Ella ha concebido por obra
del Espíritu Santo.

1. Celebrar la infancia

1.1 En el nacimiento de la Virgen María la Iglesia nos concede mirar pequeña a la que es tan
grande y acoger con ternura a la que nos ha recibido con tanta compasión y nos ha adoptado
con tan inmensa piedad.

1.2 Cuando cualquiera de nosotros mira su propia infancia descubre ese pequeño milagro que
es la continuidad del "yo". No es cosa despreciable eso de reconocer que las acciones que
aquel niño realizaba hace treinta, cuarenta o más años, pertenecen al mismo individuo y están
en la misma historia que las decisiones del joven de hace otros tantos o las oraciones que hice
hoy por la mañana.
1.3 Un mismo"yo", una misma conciencia, una misma historia abarcan esos dos seres que, si
los pusiéramos uno junto a otro, apenas podrían reconocerse.

1.4 En parte sentimos distante la infancia por los años transcurridos, pero en parte también
por los giros que ha tomado nuestra historia particular. En muchos casos pasa que el niño que
fuimos nos resulta irreconocible. Su inocencia nos parece inútil, su pureza nos parece lejana,
su fragilidad se nos antoja vergonzosa.

1.5 Es fácil, cuando nos embarga este tipo de sentimientos, que sintamos una especie de
ruptura con nuestra propia verdad de aquellos niños o de niñas que fuimos. Por algo hoy
incluso se han puesto "de moda" los talleres, encuentros o métodos para "recuperar el niño
interior".

2. María, la Niña

2.1 En mi historia vocacional particular esto del encuentro con una niñez sin vergüenzas ni
complejos fue decisivo. Fue lo primero que aprendí a amar de la Niña. Después de todo, ¿qué
es celebrar a María como "virgen" sino reconocer que hay en ella una señal singularmente
preservada de una niñez nunca marchitada?

2.2 Algún día la Iglesia tendrá que hacer sus propios "talleres" sobre recuperación del niño o
de la niña interior. Ese día comprenderemos mejor la grandeza que se esconde en la piedad
aparentemente anodina de la fiesta que hoy celebramos.

2.3 María, la Niña, es el gran signo de una humanidad que se reconoce capaz de palpar, con
cariño infinito y gratitud indecible, las manos puras y vigorosas del Creador.

PARTE TERCERA

TRATADO DE LA MADRE DEL REDENTOR

Capítulo primero
LΑ DIVΙΝΑ MATERNIDAD DE ΜλRIλ

§ 1. ΜARÍA ES VERDADERA MADRE DE DIOS

1. Lα herejίa adversa y el dogma

La negaclόn de la verdadera naturaleza humana de Crίstο condujo lόgίcamente a la negacίόn


de la verdadera maternίdad de Marίa ; la negación de la verdadera dίνιnίdad de Crίsto llevo
consecuentemente α la negacίόn de que Marίa fuera Madre de Dίos. Los nestοrιanοs
ίmρugnaron directamente que Marίa fuese Madre de Dίοs. Estos herejes nο quίsίerοn
reconocer a Marίa el tίtιιίο de Θεοτόκος (= Madre de Dίοs) y la cοnsίderabαn solamente como
άνΘίι)ωποτόκος (= madre del hombre) ο χριστοτόκος (= mαdre de Cristo).

María es verdadera Madre de Dios (de fe).

Εn el sίmbοlο αροstόlícο confiesa lα Iglesia que el Ηίjο de Dίοs «ηαcίό de Μαrία Vίrgen». Pοr
ser Μαdre del Hίjo de Dίοs, Μαrία es Μαdre de Dios. El cοncilιο de Εfesο (431) ρrοclamό con
San Cίrίlο, en contra de Νestοrίο: «Si alguno nο confesare que Εmmαnuel [C1-1510] es
verdαderαmente Dίοs, y que, por tanto, la Sαntίsíma Virgeπ es Madre de Díos (θεοτόχος)
porque ρariό según la carne al Logos de Dίos hecho carne, s. α.» ; Dz 113. Los concilios
ecuménicos que síguίerοn α éste reριtιerοn γ cοnfirmαrοn esta dοctrίnα ; cf. Dz 148, 218, Εl
dogma de lα maternίdad dίvίna de Marίa comprende dos verdades:

a) María es verdadera madre, es decir, ha contribuido a la formación de la naturaleza humana


de Cristo con todo lo que aportan las otras madres a la formación del fruta de sus entrañas.

b) María es verdadera Madre de Dios, es decir, concibió y parió a la segunda persona de la


Santísima Trinidad, aunque no en cuanto a su naturaleza divina, sino en cuanto a la naturaleza
humana que había asumido.

2. Prueba de Escritura y de tradición


La Sagrada Escritura enseña la maternidad divina de María, aunque no con palabras explícitas,
pues por un lado da testimonio de la verdadera divinidad de Cristo (v. Cristología), y por otro
testifica también la verdadera maternidad de María. María es llamada en la Sagrada Escritura :
«Madre de Jesús» (Ioh 2, 1), «Madre de El [de Jesús]» (Mt 1, 18; 2, 11, 13 y 20; 12, 46; 13, 55),
«Madre del Señor» (Lc 1, 43). El profeta Isaías anuncia claramente la verdadera maternidad de
María : «He aquí que la Virgen concebirá y parirá un hijo, y llamará su nombre Emmanuel» (7,
14). Con palabras muy parecidas se expresa el ángel en la embajada que trae a María : «He
aquí que concebirás en tu seno y parirás un hijo, a quien darás por nombre Jesús» (Lc 1, 31).
Que María sea Madre de Dios está dicho implícitamente en las palabras de Lc 1, 35: «Por lo
cual también lo santo que nacerá [de ti] será llamado Hijo de Dios», y en Gal 4, 4: «Dios envió a
su Hijo, nacido de mujer». La mujer que engendró al Hijo de Dios es la Madre de Dios.

Los santos padres más antiguos, igual que la Sagrada Escritura, enseñan la realidad de la
verdadera maternidad de María, aunque no con palabras explícitas. SAN IGNACIO DE
ANTIOQUÍA dice : «Porque nuestro Señor Jesucristo fue llevado por María en su seno,
conforme al decreto de Dios de que naciera de la descendencia de David, mas por obra del
Espíritu Santo» (Eph. 18, 2). SAN IRENEO se expresa así: «Este Cristo, que como Logos del
Padre estaba con el Padre... fue dado a luz por una virgen» (E_pid. 53). Desde el siglo III es
corriente el uso del título Theotoko. De ello dan testimonio Orígenes (un testimonio,
supuestamente anterior, de Hipólito de Roma es probablemente interpolado), Alejandro de
Alejandría, Eusebio de Cesarea, Atanasio, Epifanio, los Capadocios, etc., y también Arrio y
Apolinar de Laodicea. SAN GREGORIO NACIANCENO escribe, hacia el año 382: «Si alguno no
reconociere a María como Madre de Dios, es que se halla separado de Dios» (Ep. 101, 4). San
Cirilo de Alejandría fue el principal defensor, contra Nestorio, de este glorioso título mariano.

A la objeción de Nestorio de que María no era Madre de Dios porque de ella no había tomado
la naturaleza divina, sino únicamente la humana, se responde que no es la naturaleza como
tal, sino la persona («actiones sunt suppositorum»), la que es concebida y dada a luz. Como
María concibió y dio a luz a la persona del Logos divino, que subsistía en la naturaleza humana,
por ello es verdadera Madre de Dios. Así pues, el título de Theotokos incluye en sí la confesión
de la divinidad de Cristo.

§ 2. DIGNIDAD Y PLENITUD DE GRACIA DE MARÍA, DERIVADAS DE SU MATERNIDAD DIVINA

1. La dignidad objetiva de María

El papa Pío xii observa en su encíclica Ad Caeli Reginam (1954) : «Sin duda, María excede en
dignidad a todas las criaturas» (Dz 3917).
La dignidad y excelencia de la Virgen como Madre de Dios excede a la de todas las personas
creadas, bien sean ángeles u hombres; porque la dignidad de una criatura es tanto mayor
cuanto más cerca se halle de Dios. Y María es la criatura que más cerca está de Dios, después
de la naturaleza humana de Cristo unido hipostáticamente con la persona del Logos. Como
madre corporal, lleva en sus venas la misma sangre que el Hijo de Dios en cuanto a su
naturaleza humana. Por ese parentesco entrañable que tiene con el Hijo, se halla también
íntimamente unida con el Padre y con el Espíritu Santo. La Iglesia alaba a la Virgen por haber
sido escogida para Madre de Dios y por la riquísima dote de gracias con que ha sido adornada
como hija del Padre celestial y esposa del Espíritu Santo. La dignidad de María es en cierto
sentido (secundum quid) infinita, porque ella es Madre de una persona infinita y divina; cf.
S.th. i 25, 6 ad 4.

Para expresar esa elevada dignidad de la Madre de Dios, la Iglesia y los padres le aplican en
sentido acomodaticio numerosos pasajes del Antiguo Testamento :

a) Pasajes de los salmos que describen la magnificencia del tabernáculo, del templo y de Sión
(45, 5; 86, 3; 131, 13).

b) Pasajes die los libros sapienciales que se refieren a la Sabiduría divina y cuyo sentido se
traslada a la Sedes Sapientiae (Prov 8, 22 ss; Eccli 24, 11 ss).

c) Pasajes del Cantar de los Cantares en los cuales se ensalza a la esposa (v.g., 4, 7), y cuyo
sentido se traslada a la Esposa del Espíritu Santo.

Los padres ensalzan a María como Reina y, Señora, por su elevada dignidad. SAN JUAN
DAMASCENO dice : «Ciertamente, ella es en sentido propio y verdadero Madre de Dios y
Señora; ella tiene imperio sobre todas las criaturas, porque es sierva y madre del Creador» (De
fide orth. iv 14).

2. Plenitud de gracia de María

a) Realidad de la plenitud de gracia

E'l papa Pío xii nos dice, en su encíclica Mystici Corporis (1943), de la Virgen Madre de Dios:
«Su alma santísima estaba llena del Espíritu divino de Jesucristo, más que todas las otras almas
creadas por Dios» (Dz 3917).
La plenitud de gracia de María se indica en el saludo angélico de la anunciación (Lc 1, 28) :
«Dios te salve, agraciada (kejaritomene) el Señor es contigo». Según todo el contexto, esas
gracias especiales concedidas a María se deben a su llamamiento para ser Madre del Mesías,
es decir, Madre de Dios. Tal dignidad exige una dote especialmente copiosa de gracia de
santificación.

Los padres ponen de relieve en sus comentarios la relación que hay entre la plenitud de gracia
de María y su dignidad de Madre de Dios. SAN AGUSTÍN, después de haber explicado la
impecancia de María por su dignidad de Madre de Dios, dice lo siguiente : «z De dónde, si no,
se le iba a conceder esa mayor gracia para que venciera totalmente al pecado, ella que
mereció concebir y dar a luz a Aquel que consta no haber tenido ningún pecado?» (De natura
et gratia 36, 42).

SANTO TOMÁS funda la plenitud de gracia de María en el siguiente axioma : Cuanto más cerca
se halla algo de un principio, tanto más recibirá del efecto de dicho principio. Ahora bien,
María, como Madre de Cristo, es la criatura que está corporal y espiritualmente más cerca de
Al, que es principio de la gracia autoritativamente en cuanto a su divinidad e
instrumentalmente en cuanto a su humanidad. Luego de Al tuvo que recibir la máxima medida
de gracia. La designación de María para ser Madre del Hijo de Dios exigía una dotación
especialmente copiosa de gracias; S.th. III 27, 5.

b) Límites de la plenitud de gracia de Maria

La medida de las gracias concedidas a la Madre de Dios se halla tan por detrás de la plenitud
de gracia de Cristo cuanto la dignidad de Madre de Dios se halla por debajo de la unión
hipostática. Por otra parte, la plenitud de gracia de la Madre de Dios excede tanto a la de los
ángeles y santos más encumbrados cuanto la dignidad de Madre de Dios se eleva por encima
de todas las excelencias sobrenaturales de los santos y ángeles. Pero de esa plenitud de gracia
de María no deben deducirse sin más todas las excelencias posibles del orden sobrenatural. Es
infundado atribuir a la Madre de Dios todos los dones de gracia del estado primitivo del
Paraíso, la visión beatífica de Dios durante su vida terrena, la conciencia de sí misma y el uso
de razón desde el primer instante de su existencia, un conocimiento especial de los misterios
de la fe, conocimientos profanos extraordinarios, o incluso la ciencia infusa de los ángeles.
María no estaba en posesión de la visión inmediata de Dios, como se prueba por Lc 1, 45:
«Bienaventurada tú que has creído.» Por el contrario, está de acuerdo con las palabras de la
Sagrada Escritura y con la dignidad de Madre de Dios el atribuirle, con Santo Tomás, los dones
sobrenaturales extraordinarios de la sabiduría, que se ejercitaba en la contemplación (Lc 2, 19
y 51), y de la profecía, de la que es expresión el cántico del Magnificat (Lc 1, 46 ss) ; ci. S.th. ili
27, 5 ad 3.
Mientras que la plenitud de gracia de Cristo fue completa desde un principio, la Madre de Dios
fue creciendo sin cesar en gracia y santidad hasta el instante de su muerte; cf. S.th. üi 27, 5 ad
2.

Capitulo segundo

LOS PRIVILEGIOS DE LA MADRE DE DIOS

§ 3. LA CONCEPCIÓN INMACULADA DE MARÍA

1. Dogma

María fue concebida sin mancha de pecado original (de fe).

El papa Pío ix proclamó el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis, que era verdad
revelada por Dios y que todos los fieles tenían que creer firmemente que «la beatísima Virgen
María, en el primer instante de su concepción, fue preservada inmune de toda mancha de
culpa original por singular privilegio y gracia de Dios omnipotente, en atención a los méritos de
Cristo Jesús, Salvador del género humano» (Dz 1641) ; cf. la encíclica Fulgens corona (1953) de
Pío xii.

Explicación del dogma :

a) Por concepción hay que entender la concepción pasiva. El primer instante de la concepción
es aquel momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica preparada
por los padres.

b) La esencia del pecado original consiste (formalmente) en la carencia culpable de la gracia


santificante, debida a la caída de Adán en el pecado. María quedó preservada de esta falta de
gracia, de modo que comenzó a existir adornada ya con la gracia santificante.
c) El verse libre del pecado original fue para María un don inmerecido que Dios le concedió, y
una ley excepcional (privilegiusn) que sólo a ella se le concedió (singulare).

d) La causa eficiente de la concepción inmaculada de Maria fue la omnipotencia de Dios.

e) La causa meritoria de la misma son los merecimientos salvadores de Jesucristo. De aquí se


sigue que también María tenía necesidad de redención y fue redimida de hecho. Por su origen
natural, María, cono, todos los demás hijos de Adán, hubiera tenido que contraer el pecado
original («debitum contrahendi peccatum originale»), mas por una especial intervención de
Dios fue preservada de la mancha del mismo («debuit contrahere peccatum, sed non
contraxit»). De suerte que también María fue redimida por la gracia de Cristo, aunque de
manera más perfecta que todos los demás hombres. Mientras que éstos son liberados de un
pecado original ya existente (redemptio reparativa), María, Madre del Salvador, fue
preservada antes de que la manchase aquél (redemptio praeservativa o praeredemptio). Por
eso, el dogma de la concepción inmaculada de María no contradice en nada al dogma de la
universalidad del pecado original y de la indigencia universal de redención.

f) La causa final (causa finalis proxima) de la concepción inmaculada es la maternidad divina de


María : dignum Filio tuo habitaculum praeparasti (oración de la festividad).

2. Prueba de Escritura y de tradición

a) La doctrina de la concepción inmaculada de María no se encuentra explícitamente en la


Sagrada Escritura. Según la interpretación de numerosos teólogos, contiénese implícitamente
en las siguientes frases bíblicas:

a) Gen 3, 15 (Protoevangelio) : «Inimicitias ponam inter te et mulierem, et semen tuum et


semen illius; ipsa conteret caput tuum, et tu insidiaberis calcaneo eius». Según el texto
original, hay que traducir: «Voy a poner perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu
simiente y la simiente suya ; ésta [la simiente o linaje de la mujer] te herirá la cabeza, y tú le
herirás el calcañar».

El sentido literal de este pasaje podría ser el siguiente: Entre Satanás y sus secuaces por una
parte, y Eva y sus descendientes por otra, habrá siempre una incesante lucha moral. La
descendencia de Eva conseguirá una completa y definitiva victoria sobre Satanás y sus
secuaces, aunque ella misma sea herida por el pecado. En la descendencia de Eva se incluye al
Mesías, por cuya virtud la humanidad saldrá triunfante de Satanás. Así pues, este pasaje es
indirectamente mesiánico; cf. Dz 2123. Concibiendo de, forma individual «la simiente de la
mujer» y refiriendo esta expresión al Salvador (tal vez debido al autós con que la traduce la
versión de los Setenta), se llegó a ver en la «mujer» a Maria, Madre del Salvador. Esta
interpretación, directamente mesiánico-mariana, es propuesta desde el siglo ii por algunos
padres, como Ireneo, Epifanio, Isidoro de Pelusio, Cipriano, el autor de la Epístola ad amicum
aegrotum y León Magno. Pero la mayoría de los padres, entre ellos los grandes doctores de la
Iglesia de Oriente y Occidente, no dan tal interpretación. Según ellos, María y Cristo se hallan
en una enemistad total y victoriosa contra Satanás y sus partidarios. De ahí concluyó la
teología de la escolástica tardía y de los tiempos modernos que la victoria de María contra
Satanás no hubiera sido completa si la Virgen hubiera estado algún tiempo bajo su poder. Por
tanto, María entró en el mundo sin mancha de pecado original.

La bula Ineffabilis hace mención aprobatoria de la interpretación mesiánico-mariana «de los


padres y escritores eclesiásticos», pero no da ninguna interpretación auténtica del pasaje. La
encíclica Fulgens corona, reclamándose a la exégesis de los santos Padres y escritores
eclesiásticos, así como de los mejores exegetas, aboga por la interpretación mesiánica, que
muchos teólogos consideran como el sentido pleno (sensus plenior) intentado por el Espíritu
Santo, y otros como el sentido típico (Eva tipo de María) de ese pasaje.

(b) Lc 1, 28: «Dios te salve, agraciada». La expresión «agraciada» (leexocpLTWli,&v ) hace las
veces de nombre propio en la alocución del ángel y tiene que expresar, por tanto, una nota
característica de María. La razón más honda de que sobre María descanse de manera especial
el beneplácito de Dios es su elección para la dignidad de Madre de Dios. Por consiguiente, la
dotación de gracias con que Dios adornó a María por haberse complacido en ella tiene que ser
de una plenitud singular. Pero su dote de gracias únicamente será plena si es completa no sólo
intensiva, sino también extensivamente, es decir, si se extiende a toda su vida, comenzando
por su entrada en el mundo.

y) Lc 1, 41 : Santa Isabel, henchida del Espíritu Santo, dice a María : «Tú eres bendita (eúXoyrl.
vrl) entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre». La bendición de Dios, que descansa
sobre María, es considerada paralelamente a la bendición de Dios, que descansa sobre Cristo
en cuanto a su humanidad. Tal paralelismo sugiere que María, igual que Cristo, estuvo libre de
todo pecado desde el comienzo de su existencia.

b) Ni los padres griegos ni los latinos enseñan explícitamente la concepción inmaculada de


María. Sin embargo, este dogma se contiene implícitamente en sus enseñanzas, ya que
proponen dos ideas fundamentale que, desarrolladas lógicamente, llevan al dogma :

a) La idea de la perfectísima pureza y santidad de María. SAN EFRÉN dice: «Tú y tu madre sois
los únicos que en todo aspecto sois perfectamente hermosos; pues en ti, Señor, no hay
mancilla, ni mácula en tu Madre» (Carmina Nisib. 27). La frase de San Agustín según la cual
todos los hombres debieran sentirse pecadores, «exceptuada la santa Virgen María, a la cual
por el honor del Señor pongo en lugar aparte cuando hablo del pecado» («excepta sancta
virgine Maria, de qua propter honorem Domini nullam prorsus, cum de peccatis agitur, haberi
volo quaestionem»), hay que entenderla, de acuerdo con todo el contexto, en el sentido de
que la Virgen se vio libre de todo pecado personal.

ß) La idea tanto de la semejanza como de la antítesis entre María y Eva. María, por una parte,
es semejante a Eva en su pureza e integridad antes del pecado ; por otra parte, es todo lo
contrario que ella, ya que Eva fue causa de la perdición y María causa de la salud. SAN EFRÉN
enseña : «Dos inocentes, dos personas sencillas, María y Eva, eran completamente iguales.
Pero, sin embargo, más tarde la una fue causa de nuestra muerte y la otra causa de nuestra
vida» (Op. syr. II 327); cf. SAN JUSTINO, Dial. 100; SAN IRENEO, Adv. haer. III 22, 4;
TERTULIANO, De carne Christi 17.

3. Evolución histórica del dogma

Desde el siglo vii es notoria la existencia en el oriente griego de una festividad dedicada a la
concepción de Santa Ana (Conceptio S. Annae), es decir, de la concepción pasiva de María. La
festividad se difundió también por occidente, a través de la Italia meridional, comenzando
primero en Irlanda e Inglaterra bajo el título de Conceptio Beatae Virginis. Fue al principio
objeto de esta fiesta la concepción activa de Santa Ana, concepción que, según refiere el
Protoevangelio de Santiago, se verificó después de largo período de infecundidad, siendo
anunciada por un ángel como gracia extraordinaria de Dios.

A principios del siglo xii dos monjes británicos, Eadmer, discípulo de San Anselmo de
Cantorbery, y Osberto de Clare, defendieron la concepción (pasiva) inmaculada de María, es
decir, su concepción libre de toda mancha de pecado original. Eadmer fue el primero que
escribió una monografía sobre esta materia. En cambio, SAN BERNARDO DE CLARAVAL, con
motivo de haberse introducido esta fiesta en Lyón (hacia el año 1140), la desaconseja como
novedad infundada, enseñando que María había sido santificada después de su concepción,
pero estando todavía en el seno materno (Ep. 174). Por influjo de San Bernardo, los principales
teólogos de los siglos xii y xiit (Pedro Lombardo, Alejandro de Hales, Buenaventura, Alberto
Magno, Tomás de Aquino; cf. S.th. iii 27, 2) se declararon en contra de la doctrina de la
Inmaculada. No hallaron el modo de armonizar la inmunidad mariana del pecado original con
la universalidad de dicho pecado y con la indigencia de redención que tienen todos los
hombres.

El camino acertado para hallar la solución definitiva lo mostraron el teólogo franciscano


Guillermo de Ware y, sobre todo, su gran discípulo Juan Duns Escoto (+ 1308). Este último
enseña que la animación (animatio) debe preceder sólo conceptualmente (ordo naturae) y no
temporalmente (urdo temporis) a la santificación (sanctificatio). Gracias a la introducción del
término praeredemptio (prerredención) consiguió armonizar la verdad de que María se viera
libre de pecado original con la necesidad que también ella tenía de redención. La preservación
del pecado original es, según Escoto, la manera más perfecta de redención. Por tanto, fue
conveniente que Cristo redimiese a su Madre de esta manera. La orden franciscana se adhirió
a Escoto y se puso a defender decididamente, en contra de la orden dominicana, la doctrina y
la festividad de la Inmaculada Concepción de María.

El concilio de Basilea se declaró el año 1439, en su 36.a sesión (que no tiene validez
ecuménica), en favor de la Inmaculada Concepción. Sixto iv (1471-1484) concedió indulgencias
a esta festividad y prohibió las mutuas censuras que se hacían las dos partes contendientes ;
Dz 734 s. El concilio de Trento, en su decreto sobre el pecado original, hace la significativa
aclaración de que «no es su propósito incluir en él a la bienaventurada y purísima Virgen María
Madre de Dios»; Dz 792. San Pío v condenó en 1567 la proposición cíe Bayo de quc nadie,
fuera de Cristo, se había visto libre del pecado original, y de que la muerte y aflicciones de
Maria habían sido castigo de pecados actuales o del pecado original ; Dz 1073. Paulo v (1616),
Gregorio xv (1622) y Alejandro vLi (1661) salieron en favor de la doctrina de la Inmaculada; cf.
Dz 1100. Pfo Ix, después de consultar a todo el episcopado, la elevó el 8 de diciembre de 1854
a la categoría de dogma.

4. Prueba especulativa

La razón prueba el dogma de la Inmaculada con aquel axioma que ya sonó en labios de
Eadmer: «Potuit, decuit, ergo fecit.» Este argumento no engendra, desde luego, certeza, pero
sí un alto grado de probabilidad.

§ 4. MARÍA Y SU INMUNIDAD DE LA CONCUPISCENCIA Y DE TODO PECADO PERSONAL

1. Inmunidad de la concupiscencia

María estuvo libre de todos los movimientos de la concupiscencia (sent. común).

La inmunidad del pecado original no tiene como consecuencia necesaria la inmunidad de todas
aquellas deficiencias que entraron en el mundo como secuelas del pecado. María estaba
sometida, igual que Cristo, a todos los defectos humanos universales que no encierran en sí
imperfección moral. A propósito de la concupiscencia, es probable que María se viera libre de
esta consecuencia del pecado original, pues los movimientos de la concupiscencia se
encaminan frecuentemente a objetos moralmente ilícitos y constituyen un impedimento para
tender a la perfección moral. Es muy difícil compaginar con la pureza e inocencia sin mancha
de María, que eran perfectísimas, el que ella se viera sometida a esas inclinaciones del apetito
sensitivo que se dirigen al mal.

Los merecimientos de María, igual que los merecimientos de Cristo, no quedan disminuidos en
absoluto porque faltan las inclinaciones del apetito desordenado, porque tales apetitos son
ocasión pero no condición indispensable para el merecimiento. María adquirió abundantísimos
merecimientos no por su lucha contra el apetito desordenado, sino gracias a su amor a Dios y
otras virtudes (fe, humildad, obediencia) ; cf. S.th. III 27, 3 ad 2.

Muchos teólogos antiguos distinguen con Santo Tomás entre la sujeción (ligatio) y la completa
supresión o extinción (sublevatio, exstinctio) del forres peccati o apetito desordenado
habitual. Cuando Maria quedó santificada en el seno de su madre, quedó sujeto o ligado el
forres, de suerte que estaba excluido todo movimiento desordenado de los sentidos. Cuando
María concibió a Cristo, entonces quedó totalmente extinguido el forres, de suerte que las
fuerzas sensitivas se hallaban completamente sometidas al gobierno de la razón (S.th. III 27, 3).
Esta distinción que hace Santo Tomás parte del supuesto equivocado de que María había sido
justificada del pecado original existente ya» en ella. Pero, como la Virgen había sido
preservada de dicho pecado, es lógico admitir que desde un principio se vio libre de la
concupiscencia lo mismo que se había visto Libre del pecado original.

2. Inmunidad de todo pecado actual

Por un privilegio especial de la gracia, Maria estuvo inmune de toda pecado personal durante
el tiempo de su vida (sent. próxima a la fe).

El concilio de Trento declaró que ningún justo podía evitar durante su vida todos los pecados,
aun los veniales, a no ser por un privilegio especial de Dios, como el que sostiene la Iglesia con
respecto a la Madre de Dios («nisi ex speciali Dei privilegio, quemadmodum de beata Virgine
tenet Ecclesia») ; Dz 833. Pío xii, en su encíclica Mystici Corporis, dice de la Virgen Madre de
Dios que «estuvo libre de toda culpa propia o hereditaria» ; Dz 2291.

La impecabilidad de María la indica la Escritura en Lc 1, 28: «Dios te salve, agraciada». Es


incompatible con la plenitud mariana de gracia cualquier falta moral propia.

Mientras que algunos padres griegos, como Orígenes, San Basilio, San Juan Crisóstomo y San
Cirilo de Alejandría, admitieron en la Virgen la existencia de algunas pequeñas faltas
personales como vanidad y deseo de estimación, duda ante las palabras del ángel y debilidad
en la fe al pie de la cruz, los padres latinos sostuvieron unánimemente la impecancia de María.
SAN AGUSTÍN enseña que, por la honra del Señor, hay que excluir de la Virgen María todo
pecado personal (De natura et gratia 36, 42). San Efrén el sirio coloca a María, por su
impecancia, en un mismo nivel con Cristo (véase § 3).

Según doctrina de Santo Tomás, la plenitud de gracia que María recibió en su concepción
activa — según la moderna teología, la recibió ya en su concepción pasiva—, operó su
confirmación en el bien y, por tanto, la impecabilidad de la Virgen ; S.th. iii 27, 5 ad 2

§ 5. LA VIRGINIDAD PERPETUA DE MARÍA

María fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto (de fe).

El sínodo de Letrán del año 649, presidido por el papa Martín 1, recalcó los tres momentos de
la virginidad de María cuando enseñó que «la santa, siempre virgen e inmaculada María...
concibió del Espíritu Santo sin semilla, dio a luz sin detrimento [de su virginidad] y permaneció
indisoluble su virginidad después del parto» ; Dz 256. Paulo iv declaró (1555) : «Beatissimam
Virginem Mariam... . perstitisse semper in virginitatis integritate, ante partum scilicet, in partu
et perpetuo post partum» ; Dz 993.

La virginidad de María comprende : la virginitas mentis, es decir, la perpetua virginidad de su


espíritu; la virginitas sensus, es decir, la inmunidad de todo movimiento desordenado del
apetito sensual; y la virginitas corporis, es decir, la integridad corporal. El dogma católico se
refiere ante todo a la integridad corporal.

1. Virginidad antes del parto

María concibió del Espíritu Santo sin concurso de varón (de fe).

Los adversarios de la concepción virginal de María fueron en la antigüedad los judíos y los
paganos (Celso, Juliano el Apóstata), Cerinto y los ebionitas; en los tiempos modernos son
adversarios de este dogma los racionalistas, que procuran buscar en Is 7, 14 o en las mitologías
paganas el origen de la creencia en la concepción virginal de la Virgen.
Todos los símbolos de la fe expresan la creencia de la Iglesia en la concepción (activa) virginal
de María. El símbolo apostólico confiesa : «Qui conceptus est de Spiritu Sancto» ; cf. Dz 86,
256, 993. En Lc 1, 26 s, vemos testimoniado que María llevó vida virginal hasta el instante de
su concepción activa : «El ángel Gabriel fue enviado por Dios... a una virgen... y el nombre de la
virgen era María».

La concepción virginal de María fue predicha en el Antiguo Testamento por el profeta Isaías en
su célebre profecía de Emmanuel (Is 7, 14) : «Por tanto, el mismo Señor os dará señal : He aquí
que la virgen [ha 'alma; é parthenos] concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre
Emmanuel [ — Dios con nosotros]».

El judaísmo no llegó a entender en sentido mesiánico este pasaje. Pero el cristianismo lo refirió
desde un principio al Mesías, pues vio cumplida la señal ; cf. Mt 1, 22 s. Como, por la
descripción que sigue a la profecía (cf. Is 9, I ss), resulta claro que Emmanuel es el Mesías, no
podemos entender por 'alma ni a la esposa del rey Acaz ni a la del profeta Isaías, sino a la
madre del Mesías. Los judíos salieron en contra de esta interpretación cristiana arguyendo que
la versión de los Setenta no traducía bien el término ha 'alma por é parthenos = la virgen, sino
que debía hacerlo por é neanis = la joven (como traducen Aquilas, Teodoción y Sínmaco).
Semejante argucia no tiene razón de ser, pues la palabra 'alma en el lenguaje bíblico denota
siempre una doncella núbil e intacta; cf. Gen 24, 43, con Gen 24, 16; Ex 2, 8; Ps 67, 26; Cant 1,
2 (M 1, 3) ; 6, 7 (M 6, 8). El contexto exige la significación de «virgen», pues solamente hay un
signo extraordinario cuando una virgen concibe y da a luz como virgen.

El cumplimiento de esta profecía de Isaías queda testimoniado en Mt 1, 18 ss y Lc 1, 26 ss. Mt


1, 18: «Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber
concebido María del Espíritu Santo» ; Lc 1, 34 s : «Dijo María al ángel : ¿ Cómo podrá ser esto,
pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: [El] Espíritu Santo vendrá sobre ti y [la]
virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra». Como María vivía en legítimo matrimonio con
José, éste era el padre, legal de Jesús; Lc 3, 23: «El hijo de José, según se creía»; cf. I,c 2, 23 y
48.

Las objeciones de los críticos racionalistas (A. Harnack) contra la autenticidad de Lc 1, 34 s,


brotan únicamente de sus ideas preconcebidas. La variante, completamente aislada, del Syrus
sinaiticus a propósito de Mt 1, 16: «Jacob engendró a José; y José, con quien estaba desposada
María Virgen, engendró a Jesús, que es llamado Cristo», no puede ser considerada como
primitiva a causa del poco valor de su testimonio. Caso de que no se tratara de un simple
lapsus de algún copista, es necesario suponer que el traductor de esta antigua versión siríaca
entendía en sentido legal la paternidad que atribuye a José, pues más adelante (1, 18 ss)
refiere la concepción por obra del Espíritu Santo, lo mismo que hacen todos los demás
documentos del texto sagrado. El origen de esta extraña variante se debe a haber querido
guardar el paralelismo del v 16 con los anteriores vv, en los cuales una misma persona es
primero objeto y después sujeto de la generación. Pudo servir de base a esta variante aquella
otra secundaria que presentan varios códices, sobre todo occidentales : «Y Jacob engendró a
José, con el cual [estaba] desposada la Virgen María, [la cual] engendró [= parió] a Jesús, que
es llamado Cristo.»

Los padres dan testimonio de la concepción virginal de María, siendo su testimonio en este
respecto totalmente unánime ; cf. SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Smyrn. 1, 1: «Nacido
verdaderamente de una virgen» ; Trall. 9, 1; Eph. 7, 2; 18, 19, 1. Los santos padres,
comenzando por San Justino, propugnan la interpretación mesiánica de Is 7, 14, e insisten en
que las palabras del texto hay que entenderlas en el sentido de que la madre de Etnmanuel
concebirá y dará a luz como Virgen (in sensu composito, no in sensu diviso); cf. SAN JUSTINO,
Dial. 43; 66-68; 77; Apol. r 33; SAN IRENEO, Adv. haer. Iir 21; ORÍGENES, Contra Celsum 134 s ;
S.th. In 28, 1.

2. Virginidad en el parto

Maria dio a luz sin detrimento de su integridad virginal (de fe por razón del magisterio
universal de la Iglesia).

El dogma afirma que la integridad corporal de María se mantuvo intacta en el acto de dar a luz.
Al igual que en la concepción, también en el parto se mantuvo su integridad virginal. Su parto
tuvo carácter extraordinario. Puntualizar en qué consiste la integridad virginal en el parto en el
aspecto fisiológico, no corresponde a la fe de la Iglesia. Según las declaraciones del magisterio
eclesiástico y según los testimonios de la tradición, hay que afirmar que la virginidad en el
parto es diferente de la virginidad en la concepción y se añade a ella como una nueva fase.

La explicación teológica relaciona la integridad corporal en el parto con la exención de


desordenada concupiscencia. Esta exención tiene como consecuencia el absoluto dominio de
las fuerzas espirituales sobre los órganos corporales y procesos fisiológicos. De ellos resulta
que María tuvo en el nacimiento de Jesús un papel completamente activo, como también lo
insinúa la Sagrada Escritura (Le 2, 7). De este modo se puede explicar la falta de dolores físicos
y sobre todo la falta,de afectos sexuales. La integridad corporal es el elemento material de la
virginidad en el parto, mientras que la falta de afectos sexuales es el elemento formal (cf. J. B.
ALFARO, Adnotationes in tractatum de Beata Virgine Maria, Rom 1958, 53 ss).

En la antigüedad cristiana impugnaron la virginidad de María en el parto : TERTULIANO (De


carne Christi 23) y, sobre todo, Joviniano, adversario decidido del ideal cristiano de perfección
virginal. En los tiempos modernos lo ha impugnado el racionalismo (Harnack : «una invención
gnóstica»).
La doctrina de Joviniano («Virgo concepit, sed non virgo generavit») fue reprobada en un
sínodo de Milán (390) presidido por SAN AMBROSIO (cf. Ep. 42), en el cual se hizo referencia al
símbolo apostólico : «Natus ex Maria Virgine». La virginidad de María en el parto se halla
contenida implícitamente en el título «Siempre Virgen» (áemap9évog), que le otorgó e'l v
concilio universal de Constantinopla el año 553; Dz 214, 218, 227. Esta verdad es enseñada
expresamente por el papa SAN LEÓN i en la Epístola dogmatica ad Flavianum (Ep 28, 2), que
fue aprobada por el concilio de Calcedonia. La enseñaron también expresamente el sínodo de
Letrán (649) y el papa Paulo iv (1555) ; Dz 256, 993. Pío xii nos dice, en su encíclica Mystici
Corporis: «Ella dio la vida a Cristo nuestro Señor con un parto admirable» («mirando partu
edidit»). La fe universal de la Iglesia en este misterio halla también expresión en la liturgia. Cf.
el prefacio de las festividades de Maria (virginitatis gloria permanente) y los responsorios de la
v lección de la Natividad del Señor (cuius viscera intacta permanent) y de la vrir lección de la
fiesta de la Circuncisión del Señor (peperit sine dolore).

Is 7, 14 anuncia que la virgen dará a luz (en cuanto virgen). Los santos padres refieren también
en sentido típico al parto virginal del Señor aquella palabra del profeta Ezequiel que nos habla
de la puerta cerrada (Ez 44, 2; cf. SAN AMBROSIO, Ep. 42, 6; SAN JERÓNIMO, Ep. 49, 21), la del
profeta Isaías sobre el parto sin dolor (Is 66, 7; cf. SAN IRENEO, Epid. 54; SAN JUAN
DAMASCENO, De fide orth. iv 14) y la del Cantar de los Cantares sobre el huerto cerrado y la
fuente sellada (Cant 4, 12; cf. SAN JERÓNIMO, Adv. Iov. i 31; Ep. 49, 21).

SAN IGNACIO m ANTIOQUÍA designa no sólo la virginidad de María, sino también su parto,
como un «misterio que debe ser predicado en alta voz» (Eph. 19, 1). Claro testimonio del parto
virginal de Cristo lo dan los escritos apócrifos del siglo II (Odas de Salomón 19, 7ss;
Protoevangelio de Santiago 19s; Subida al cielo de Isaías 11, 7 ss), y también escritores
eclesiásticos como SAN IRENEO (Epid. 54; Adv. haer. III 21, 4-6), CLEMENTE AI.EIANDRINO
(Strom. VII 16, 93), ORÍGENES (In Lev. hom. 8, 2; de otra manera en In Luc. hora. 14). Contra
Joviniano escribieron SAN AMBROSIO (Ep. 42, 4-7), SAN JERÓNIMO (Adv. Jov. i 31; Ep. 49, 21) y
SAN AGUSTÍN (Enchir. 34), quienes defendieron la doctrina tradicional de la Iglesia. Para
explicar de forma intuitiva este misterio, los padres y teólogos se sirven de diversas analogías :
la salida de Cristo del sepulcro sellado, el modo con que Al pasaba a través de las puertas
cerradas, como pasa un rayo de sol por un cristal sin romperlo ni mancharlo, la generación del
Logos del seno del Padre, el brotar del pensamiento en la mente del hombre.

3. Virginidad después del parto

María vivió también virgen después del parto (de fe).

La virginidad de María después del parto fue negada en la antigüedad por TERTULIANO (De
monog. 8), Eunomio, Joviniano, Helvidio, Bonoso de Cerdeña y los antidicomarianitas. En los
tiempos modernos es combatida por la mayoría de los protestantes, tanto de tendencia liberal
como conservadora, mientras que Lutero, Zwinglio y la teología luterana antigua mantuvieron
decididamente la virginidad perpetua de María; cf. Articuli Smalcaldici P. 1, art. 4: «ex Maria,
pura, sancta semper virgine».

El papa Siricio (392) reprobó la doctrina de Bonoso; Dz 91. El v concilio universal (553) aplica a
María el título glorioso de «Siempre Virgen»; Dz 214, 218, 227. Cf. las declaraciones del sínodo
de Letrán (649) y de Paulo iv (1555) ; Dz 256, 993. También la liturgia celebra a María como
«Siempre Virgen» ; cf. la oración Communicantes en el canon de la misa. La Iglesia reza : «Post
partum, Virgo, inviolata permansisti».

La Sagrada Escritura sólo testimonia indirectamente la perpetua virginidad de María después


del parto. La interpretación tradicional de Lc 1, 34: <<Cómo sucederá esto, pues no conozco
varón ?», infiere de la respuesta de María que ella, por una especial iluminación divina, había
concebido el propósito de permanecer siempre virgen. San Agustín supone incluso un voto
formal de virginidad. Según la interpretación más reciente, María, apoyándose en la
concepción veterotestamentaria del matrimonio y la maternidad, entró en el matrimonio con
una voluntad matrimonial normal. Cuando el ángel le anunció la concepción como un suceso
inmediatamente inminente, ella objetó que no era posible, ya que antes de la conducción a
casa no sostenía relaciones conyugales con su marido. Nos consta también indirectamente la
virginidad perpetua de María por el hecho de que el Salvador, al morir, encomendase a su
Madre a la protección de San Juan (Ioh 19, 26: «Mujer, ahí tienes a tu hija»), lo cual nos indica
claramente que María no tuvo otros hijos fuera de Jesús; cf. ORÍGENES, In Loan. i 4 (6), 23.

Los «hermanos de Jesús», de los que varias veces se hace mención en la Sagrada Escritura, y a
quienes nunca se les llama «hijos de María», no son sino parientes cercanos de Jesús; cf. Mt
13, 55, con Mt 27, 56; Ioh 19, 25; Gal 1, 19. El lugar de Lc 2, 7: «Y [María] dio a luz a su hijo
primogénito» (cf. Mt 1, 25, según Vg) no da pie para suponer que María tuviera otros hijos
después de Jesús, pues entre los judíos se llamaba también «primogénito» al hijo único. La
razón es que el título «primogénito» contenía ciertas prerrogativas y derechos especiales; cf.
Hebr 1, 6, donde al Hijo unigénito de Dios se le llama «Primogénito de Dios». Los lugares de Mt
1, 18: «Antes de que hubiesen vivido juntos», y Mt 1, 25: «No la conoció hasta que dio a luz a
su hijo», significan únicamente que hasta un determinado momento no se había consumado el
matrimonio, pero sin que afirmen por ello que después se consumara; cf. Gen 8, 7; 2 Reg 6, 23;
Mt 28, 20.

Entre los padres, fueron defensores de la virginidad de María después del parto : ORÍGENES (In
Luc. hon. 7), SAN AMBROSIO (De inst. virg. et S. 1lvlariae virginitate perpetua), SAN JERóNIMo
(De perpetua virginitate B. Mariae adv. Helvidium), SAN AGUSTÍN (De haeresibus 56, 84), SAN
EPIFANIO (Haer. 78; contra los antidicomarianitas). SAN BASILIO observa: «LOS que son amigos
de Cristo no soportan oir que la Madre de Dios cesó alguna vez de ser virgen» (Hora. in s.
Christi generationem, n. 5) ; cf. SAN JUAN DAMASCENO, De fide orth. Iv 14; S.th. III 28, 3.
Desde el siglo Iv los santos padres, como, v.g., ZENÓN DE VERONA (Tract. 15, 3; II 8, 2), SAN
AGUSTÍN (Sereno 196, 1, 1; De cat. rud. 22, 40), PEDRO CRISÓLOGO (Sermo 117), exponen ya
Ios tres momentos de la virginidad de María en la siguiente fórmula : «Virgo concepit, virgo
peperit, virgo permansit» (SAN AGUSTÍN, Sermo 51, 11, 18).

§ 6. LA ASUNCIÓN CORPORAL DE MARÍA A LOS CIELOS

1. La muerte de María

María sufrió muerte temporal (sent. más común).

Aunque nos faltan noticias históricas fidedignas sobre el lugar (efeso, Jerusalén), el tiempo y
las circunstancias de la muerte de María, con todo, la casi universalidad de padres y teólogos
suponen la realidad efectiva de su muerte, que además está testificada expresamente por la
liturgia. El Sacramentarium Gregorianum, que el papa Adriano I envió a Carlomagno (784/91),
contiene la oración : «Veneranda nobis, Domine, huius est diei festivitas, in qua sancta Dei
Genitrix mortero subiit temporalem, nec tamen mortis nexibus deprimi potuit, quae Filium
tuum Dominum nostrum de se genuit incarnatum.» La Oratio super oblata del mismo
Sacramentario es como sigue: «Subveniat, Domine, plebi tuae Dei Genetricis oratio, quam etsi
pro conditione carnis migrasse cognoscimus, in caelesti gloria apud te pro nobis intercedere
sentiamus.» ORÍGENES (In Loan. 2, 12; fragor. 31), SAN EFRÉN (Hymnus 15, 2), SEVERIANO DE
GABALA (De mundi creatione or. 6, 10), SAN JERÓNIMO (Adv. Ruf. u 5), SAN AGUSTÍN (In loan.
te. 8, 9) mencionan incidentalmente la realidad efectiva de la muerte de la Virgen. SAN
EPIFANIO, que hizo ya investigaciones sobre el final de la vida de María, se vio forzado a
confesar: «Nadie conoce su deceso.» No resuelve si la Virgen murió de muerte natural o de
muerte violenta (como podría sugerir Lc 2, 35), o si su vida continúa inmortal en algún lugar
para nosotros desconocido (como podría suponerse por Apoc 12, 14; Haer. 78, 11 y 24). El
autor desconocido de un sermón, que se conoce bajo el nombre del presbítero Timoteo de
Jerusalén (siglo vI-VIII), opina que «la Virgen María hasta ahora es inmortal [es decir, no ha
muerto], porque Aquel que moró [en ella], la puso en el lugar de recepción [es decir, en el
paraíso celestial]» (Or. in Symeonem).

La muerte de María no fue castigo del pecado (cf. Dz 1073), porque ella carecía de pecado
original y de todo pecado personal. Pero era conveniente que el cuerpo de María, mortal por
naturaleza, se sometiera a la ley universal de la muerte, conformándose así totalmente a su
Hijo divino.
2. La asunción corporal de Maria a los cielos

a) Dogma

María fue asunta al cielo en cuerpo y alma (de fe).

Pío XII, después de haber consultado oficialmente el 1 de mayo de 1946 a todos los obispos del
orbe sobre si la asunción corporal de María a los cielos podía ser declarada dogma de fe, y si
ellos con su clero y su pueblo deseaban la definición, y habiendo recibido respuesta afirmativa
de casi todos los obispos, proclamó el 1 de noviembre de 1950, por la constitución
Munificentissimus Deus, que era dogma revelado por Dios que «la Inmaculada Madre de Dios
y siempre Virgen María, después de terminar el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo
y alma a la gloria del cielo» («pronuntiamus, declaramus et definimus divinitus revelatum
dogma esse: Immaculatam Deiparam semper Virginem Mariam, expleto terrestris vitae cursu,
fuisse corpore et anima ad caelestem gloriam assumptam»).

Ya antes había enseñado Pfo xu, en el epílogo mariano de su encíclica Mystici Corporis (1943),
que María «resplandece ahora en el cielo con la gloria del cuerpo y del alma, y reina
juntamente con su Hijo»; Dz 2291.

b) Prueba de Escritura y de tradición.

No poseemos testimonios directos y explícitos de la Sagrada Escritura. La posibilidad de la


asunción corporal antes del nuevo advenimiento de Cristo no queda suprimida por 1 Cor 15,
23, ya que la muerte redentora de Cristo consumó la redención, comenzando la salud de la
plenitud de los tiempos que predijeran 'los profetas. La probabilidad de la asunción la sugiere
Mt 27, 52-53: «Y abriéronse los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido se
levantaron ; y salidos de los sepulcros, después de su resurrección [la de Cristo], vinieron a la
santa ciudad, y se aparecieron a muchos». Según la interpretación más probable, y que ya
propusieron los padres más antiguos, el «levantarse de los santos» fue una definitiva
resurrección y glorificación. Ahora bien, si algunos justos del Antiguo Testamento consiguieron
ya la salvación completa inmediatamente después de consumada la obra de la redención,
entonces es posible y probable que también le fuera concedida a la Madre del Señor.

La teología escolástica se basa en la plenitud de gracia testimoniada en Lc 1, 28 para probar la


asunción corporal y la glorificación de María. La Virgen, como «la muy agraciada» de Dios,
quedó preservada de la triple maldición del pecado (Gen 3, 16-19), incluso de volver al polvo
de la tierra (cf. SANTO ToMÁs, Expos. salut. ang.). En la mujer vestida del sol (ele la que nos
habla Apoc 12, 1 y en la cual el vidente, con mirada profética, representa a la Iglesia en la
figura de la Madre de Dios) ve la teología escolástica la representación de la Madre de Dios
glorificada. Los padres y teólogos refieren también en sentido típico al misterio de la asunción
corporal de María algunos pasajes, como Ps 131, 8: «Levántate, oh Yahvé, [y dirígete] al lugar
de tu descanso, tú y el arca de tu majestad» (el arca de la alianza, construida de madera
incorruptible, es tipo del cuerpo incorruptible de María) ; Apoc 11, 19: «Y el templo de Dios fue
abierto en el cielo, y el arca de su alianza quedó visible» ; Cant 8, 5: «¿Quién es ésta que sube
del desierto [Vg: rebosante de delicias], recostada sobre su amado?»

La teología moderna presenta generalmente también como prueba el pasaje de Gen 3, 15.
Como por la simiente de la mujer entiende a Cristo, y por la mujer a María, concluye que
María, igual que tuvo participación íntima en la lucha de Cristo contra Satán, la tiene también
en su victoria sobre el mismo, sobre el pecado y sobre sus consecuencias, y, por tanto, en su
victoria sobre la muerte. Según el sentido literal, por la mujer no hay que entender a María,
sino a Eva; pero la tradición ya vio en María, desde el siglo ii (San Justino), a la nueva Eva.

Se basan también en la revelación las razones especulativas, con las cuales los padres de las
postrimerías de la época patrística y los teólogos de la escolástica, y a la cabeza de todos el
Seudo-Agustín (siglos rx/xt), prueban la incorrupción y glorificación del cuerpo de María. Tales
razones son :

a') Su inmunidad de todo pecado. Corno la descomposición del cuerpo es consecuencia


punitiva del pecado, y como María, por haber sido concebida sin mancha y carecer de todo
pecado, constituía una excepción en la maldición universal del pecado, era conveniente que su
cuerpo se viera libre de la ley universal de la corrupción y entrara pronto en la gloria del cielo,
tal como lo había prescrito Dios para el hombre en el plan de justicia original.

b') Su maternidad divina. Como el cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María
(caro Iesu caro est Mariae, Seudo-Agustín), era conveniente que el cuerpo de María participase
de la suerte del cuerpo de Cristo. La idea de que María es Madre de Dios, para ser una realidad
objetiva plena, exige que su cuerpo esté unido con su alma, porque la relación de maternidad
tiene una doble faceta corporal y espiritual.

c') Su virginidad perpetua. Como el cuerpo de María conservó su integridad virginal en la


concepción y en el parto, era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.

d') Su participación en la obra redentora de Cristo. Como María, por ser Madre del Redentor,
tuvo íntima participación en la obra redentora de su Hijo, era conveniente que, después de
consumado el curso de su vida sobre la tierra, recibiera el fruto pleno de la redención, que
consiste en la glorificación del cuerpo y del alma.
La idea de la asunción corporal de la Virgen se halla expresada primeramente en los relatos
apócrifos sobre el tránsito de la Virgen, que datan de los siglos v y vi. Aunque tales relatos no
posean valor histórico, sin embargo, conviene hacer distinción entre la idea teológica que hay
en el fondo y el ropaje legendario de que están adornados. El primer escritor eclesiástico que
habla de la asunción corporal de María, siguiendo a un relato apócrifo del Transitus B.M.V., es
Gregorio de Tours (+ 594). Conservamos sermones antiguos en honor del tránsito de María,
debidos a Teotecno de Livia (550-650), Seudo-Modesto de Jerusalén (hacia 700), Germán de
Constantinopla (+ 733), Andrés de Creta (+ 740), Juan de Damasco (+ 749) y Teodoro de
Estudión (+ 826).

La Iglesia celebra la fiesta del tránsito de María (Dormitio), en Oriente desde el siglo vr, y en
Roma, por lo menos, desde fines del siglo vii (Sergio I, 687-701). Fue objeto primitivo de la
fiesta la muerte de María, mas pronto apareció la idea de la incorrupción de su cuerpo y de su
asunción a los cielos. El título de Dormitio se cambió en el de Assumptió (Sacramentarium
Gregorianum). En los textos litúrgicos y patrísticos de los siglos viii/ix se halla claramente
testimoniada la idea de la asunción corporal. Por influjo del Seudo-Jerónimo (cf. infra) surgió
durante largo tiempo la incertidumbre de si la asunción corporal pertenecía también a la
conmemoración de la fiesta. Desde la alta edad media se fue imponiendo cada vez más la
respuesta afirmativa, y hace ya mucho tiempo que predomina por completo.

c) Evolución histórica del dogma

En Occidente, sirvieron de obstáculo al desarrollo de la idea de. la asunción un sermón seudo-


agustiniano (Sermo 208: Adest nobis), una carta con el nombre fingido de Jerónimo (Ep. 9:
Cogitis me) y el martirologio del monje Usuardo. El .Seudo-Agustín (probablemente Ambrosio
Autperto + 784) se sitúa en el punto de vista de que nosotros nada sabemos sobre la suerte del
cuerpo de María. El Seudo-Jerónimo (Pascasio Radberto + 865) pone en duda la cuestión de si
María fue asunta al cielo con el cuerpo o sin el cuerpo, pero mantiene la incorrupción de éste.
Usuardo (+ hacia 875) alaba la reserva de la Iglesia, que prefiere no saber «el lugar donde por
mandato divino se oculta ese dignísimo templo del Espíritu Santo», antes que recurrir a la
leyenda. El martirologio de Usuardo se leía en el coro de muchos conventos y cabildos ; la
carta del Seudo-Jerónimo fue recibida en el Breviario. Ambos documentos influyeron
notablemente en el pensamiento teológico del medioevo.

Frente a los citados escritos apareció un tratado (Ad interrogata), que desde la segunda mitad
del siglo xii lleva el nombre de San Agustín, y cuya paternidad no ha quedado todavía clara
(siglos ix-xi). Este tratado, fundándose en razones especulativas, sale decididamente en favor
de la asunción corporal de la Virgen. Desde el siglo xni la opinión del Seudo-Agustín va
adquiriendo preponderancia. Los grandes teólogos de la escolástica se declaran en su favor.
SANTO ToMÁs enseña: «Ab hac (maledictione, sc. ut in pulverem reverteretur) immunis fuit
Beata Virgo, quia cum corpore ascendit in caelum» (Expos. salut. ang.). En la reforma del
Breviario, que hizo Pío v (1568), eliminó éste las lecciones del Seudo-Jerónimo sustituyéndolas
por otra que defendía la asunción corporal. El año 1668 surgió en Francia una violenta
polémica de escritos en torno a la asunción, con motivo de una carta del cabildo de Notre
Dame de París que quiso volver de nuevo al martirologio de Usuardo, suprimido el año 1540 (o
1549). Jean Launoy (+ 1678) defendió enérgicamente el punto de vista de Usuardo. Benedicto
xiv (1740-58) apreció la doctrina de la asunción como pia et probabilis opinio, pero sin querer
por ello decir que perteneciera al depósito de la fe. El año 1849 se elevaron a la Sede
Apostólica las primeras peticiones de que se declarara a esta doctrina dogma de fe. En el
concilio del Vaticano fueron casi doscientos los obispos que escribieron una solicitud en favor
(le la definición. Desde comienzos de siglo fue tomando cada vez mayor incremento el
movimiento de peticiones. Después que el episcopado en pleno, respondiendo a una consulta
oficial del Papa (1946), expresó casi unánimemente la posibilidad de la definición dogmática y
su deseo de verla realizada, el papa Pío xii confirmó «la doctrina unánime del magisterio
ordinario y la fe universal del pueblo cristiano» proclamándola solemnemente dogma de fe el
día 1 de noviembre de 1950.

3. La realeza de María

Acogida en el cielo y elevada por encima de todos los coros de ángeles y santos, María reina
con Cristo, su divino Hijo. Los padres, desde la antigüedad, la han celebrado como Patrona,
Señora, Soberana, Reina, Señora de todas las criaturas (SAN JUAN DAMASCENO, De fide orth.
iv 14), Reina de todo el género humano (ANDR$S DE CRETA, Hon. 2 in Dormit. ss. Dei/'arce). La
liturgia la venera como Soberana de todos nosotros, Reina del cielo y del mundo. Los papas, en
sus encíclicas, la llaman Reina de cielo y tierra (Pío ix), Reina y Señora del universo (León xlil),
Reina del mundo (Pío xii).

La razón última y más profunda de la dignidad regia de María reside en su maternidad divina.
Como Cristo, en virtud de la unión hipostática, es también, en cuanto hombre, Rey y Señor de
todo lo creado (cf. Lc 1, 32 s ; Apoc 19, 16), así también María, «Madre del Señor» (Lc 1, 43),
participa, aunque sólo analógicamente, de la dignidad regia de su Hijo. Por otra parte, la
dignidad regia de María se funda en su íntima unión con Cristo en la obra de la Redención. Del
mismo modo que Cristo es nuestro Señor y nuestro Rey porque nos ha rescatado con su
sangre preciosa (1 Cor 6, 20; 1 Petr 1, 18 s), así también, de una manera análoga, María es
nuestra Reina y Señora porque como nueva Eva ha participado íntimamente en la obra
redentora de Cristo, el nuevo Adán, sufriendo con Él y ofreciéndole al Padre celestial. En la
sublime dignidad de María, como Reina de cielo y tierra, se funda la poderosa eficacia de
intercesión maternal; cf. la encíclica Ad caeli reginam de Pfo xu (1954).

Capitulo tercero

LA COOPERACIÓN DE MARIA A LA OBRA DE LA REDENCIÓN


§ 7. LA MEDIACIÓN DE MARÍA

Aunque Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2, 5), pues él solo, por
medio de su muerte en cruz, Logró la reconciliación perfecta entre Dios y ellos, con todo, no se
excluye por eso la existencia de otra mediación secundaria subordinada a la mediación de
Cristo; cf. S.th. III 26, 1: cA Cristo le compete unir perfectamente (perfective) a los hombres
con Dios. De ahí que únicamente Cristo sea el mediador perfecto entre Dios y los hombres,
pues por su muerte reconcilió a la humanidad con Dios... Pero ello no obsta para que también
a otros podamos llamarlos en cierto sentido mediadores entre Dios y los hombres, por cuanto
cooperan dispositiva o ministerialmente a, la unión de los hombres con Dios.»

Ya en la época patrística se llamó medianera a María (i.ea('n , mediatrix). Reza así una, oración
atribuida a SAN EFREN : (Después del Mediador, eres medianera de todo el universo» ((post
mediatorem mediatrix totius mundi» ; Oratio IV ad Deiparam, lección 4." del oficio de la
festividad). El título de medianera se le concede también a la Virgen en documentos oficiales
de la Iglesia, v.g., en la bula Ineffabilis de Pfo Ix (1854), en las encíclicas sobre el rosario
Adiutricem y Fidentem (Dz 1940a) de LEEN XIII (1895 y 1896), en la encíclica Ad diem illum de
Pfo x (1904) ; este título ha sido acogido igualmente en la liturgia al ser introducida la
festividad de la Bienaventurada Virgen María, medianera de todas las gracias (1921).

María es llamada mediadora de todas las gracias en un doble sentido:

María trajo al mundo al Redentor, fuente de todas las gracias, y por esta causa es mediadora
de todas las gracias (sent. cierta).

Desde su asunción a los cielos, no se concede ninguna gracia a los hombres sin su intercesión
actual (sent. piadosa y probable).

1. María, medianera de todas las gracias por au cooperación a la encarnación («mediatio in


universali»)

María dio al mundo al Salvador con plena conciencia y deliberación. Ilustrada por el ángel
sobre la persona y misión de su Hijo, otorgó libremente su consentimiento para ser Madre de
Dios; Lc 1, 38: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra». De su
consentimiento dependía la encarnación del Hijo de Dios y 'la redención de la humanidad por
la satisfacción vicaria de Cristo. María, en este instante de tanta trascendencia para la historia
de la salvación, representaba a toda la humanidad. Dice SANTO TOMÁS : «En la anunciación se
esperaba el consentimiento de la Virgen como representante de toda la naturaleza humana»
(«loco totius humanae naturae» ; S.th. rii 30, 1). León xiu hace el siguiente comentario a la
frase mariana Ecce antilla Domini: «Ella [María] desempeñaba en cierto modo el papel de toda
la humanidad» («quae ipsius generis humani personam quodammodo agebat» ; Dz 1940a).

Los padres contraponen la fe y la obediencia de María en la anunciación a la desobediencia de


Eva. Maria, por su obediencia, fue causa de la salvación, y Eva, por su desobediencia, fue causa
de la muerte. SAN IRENEO enseña: «Así como aquella [Eva] que tenía por marido a Adán,
aunque todavía era virgen, fue desobediente haciéndose causa de la muerte para sí misma y
para todo el linaje humano, así también María, que tenía destinado un esposo pero era virgen,
fue por su obediencia la causa de la salvación para sí misma y para todo el linaje humano» («et
sibi et universo generi humano causa f acta est salutis» ; Adv. haer. IH 22, 4; cf. v 19, 1). SAN
JERÓNIMO dice: «Por una mujer se salvó todo el mundo» («per mulierem totus mundus
salvatus est» ; Tract. de Ps., 96) ; cf. TERTULIANO, De carne Christi 17.

La cooperación de Maria a la redención

El título de Corredemptrix = Corredentora, que viene aplicándose a la Virgen desde el siglo xv y


que aparece también durante el pontificado de Pío x en algunos documentos oficiales de la
Iglesia (cf. Dz 1978a, nota), no debe entenderse en el sentido de una equiparación de la acción
de María con la labor salvadora de Cristo, que es el único redentor de la humanidad (1 Tim 2,
5). Como la Virgen misma necesitaba la redención y fue redimida de hecho por Cristo, no pudo
merecer para la humanidad la gracia de la salvación, según aquel principio : «Principium meriti
non cadit sub eodem merito». La cooperación de María a la redención objetiva es indirecta y
mediata, por cuanto ella puso voluntariamente toda su vida en servicio del Redentor,
padeciendo e inmolándose con Al al pie de la cruz. Como observa Pío xii en su encíclica Mystici
Corporis (1943), la Virgen, como nueva Eva, ofreció en el Gólgota al Padre Eterno a su Hijo
juntamente con el sacrificio total de sus derechos y de su amor que le correspondían como
Madre de aquel Hijo» (Dz 2291). Como el citado papa dice en la constitución apostólica
Munificentissimus Deus (1950), María, «como nueva Eva», es la augusta asociada de nuestro
Redentor («alma Redemptoris nostri socia»; cf. Gen 3, 12; cf. Dz 3031: «generosa Divini
Redemptoris socia».

Cristo ofreció él solo el sacrificio expiatorio de la cruz; Maria únicamente estaba a su lado
como cooferente en espíritu. De ahí que a María no le corresponda el título de «sacerdote»,
cuya aplicación desaprobó expresamente el Santo Oficio (1916, 1927). Como la Iglesia nos
enseña, Cristo «venció É1 sa'lo (solus) al enemigo del género humano» (Dz 711) ; de igual
manera mereció él solo la gracia de la redención para todos los hombres, incluso para María.
La frase de Lc 1, 38: «He aquí la sierva del Señor», nos habla únicamente de una cooperación
mediata y remota a la redención objetiva. SAN AMBROSIO nos enseña expresamente: «La
pasión de Cristo no necesitaba apoyo» (De inst. virg. 7). En virtud de la gracia salvadora que
nos mereció Cristo, María ofreció expiación por los hombres por haber tomado parte espiritual
en el sacrificio de su Hijo divino, mereciéndoles de congruo la aplicación de la gracia redentora
de Cristo. De esta forma cooperó a la redención subjetiva de los hombres.

La frase de Pío x en la encíclica Ad diem illum (1904): «[Beata Virgo], de congruo, ut aiunt,
promeret nobis, quae Christus de condigno promeruit» (Dz 1878a), no debe referirse, como se
deduce por el presente promeret, a la cooperación de María a la redención objetiva e
históricamente única, sino a su cooperación actual e intercesora en la redención subjetiva.

2. María es la medianera de todas las gracias por su intercesión en el cielo («mediatio in


epeciali»)

Desde que María entró en la gloria del cielo, está cooperando en que sean aplicadas a los
hombres las gracias de la redención. Ella participa en la difusión de las gracias por medio de su
intercesión maternal, que es inferior sin duda en poder a la intercesión sacerdotal de Cristo,
pero que está a su vez muy por encima de la intercesión de todos los otros santos.

Según la opinión de teólogos antiguos y de muchos teólogos modernos, la cooperación


intercesora de María tiene por objeto todas las gracias que se conceden al hombre, de suerte
que no se le concede a éste gracia alguna sin que medie la intercesión de María. El sentido de
esta doctrina no es que nosotros tengamos por fuerza que pedir todas las gracias por
mediación de María, ni tampoco que la intercesión de Maria sea intrínsecamente necesaria
para la aplicación de la gracia, sino que, por ordenación positiva de Dios, nadie recibe la gracia
salvadora de Cristo sin la actual cooperación intercesora de María.

Los últimos papas han hecho manifestaciones en favor de esta doctrina. LEÓN xiii dice en su
encíclica sobre el rosario, Octobri mense (1891) : «De aquel inmenso tesoro de todas clases de
gracias que el Señor nos trajo, Dios ha dispuesto que no se nos conceda ninguna si no es por
medio de María, de suerte que así como nadie puede llegarse al Padre si no es por el Hijo, así
también ninguno puede llegarse a Cristo si no es por la Madre» (Dz 1940a). Pío x llama a María
«dispensadora de todos los dones que nos mereció Jesús por su muerte y por su sangre» (Dz
1978a). Benedicto xv declara : «Todas las gracias que el Hacedor de todo bien se digna
conceder a los pobres descendientes de Adán son difundidas por las manos de la Santísima
Virgen, según el amoroso designio de su divina providencia» (AAS 9, 1917, 266). Este mismo
Pontífice llama a María «medianera de todas las gracias» («gratiarum omnium apud Deum
sequestra» ; AAS 11, 1919, 227). Pío xi, en su encíclica Ingravescentibus maus (1937), cita
aprobatoriamente la frase de San Bernardo: «Así fue voluntad de Aquel [Dios] que quiso que
todo lo tuviéramos por María» (AAS 29, 1937, 375). Manifestaciones parecidas hace Pío xli en
la encíclica Mediator Dei (1947).

No poseemos testimonios explícitos de la Escritura. Los teólogos buscan un fundamento


bíblico en la frase de Cristo (Ioh 19, 26 s) : «Mujer, he ahí a tu Hijo... He ahí a tu Madre.»
Conforme al sentido literal, estas palabras se refieren únicamente a las personas interpeladas,
que eran María y San Juan. La interpretación mística, que predominó en Occidente desde la
edad media tardía (Dionisio el Cartujano), ve en San Juan al representante de toda la
humanidad. En él se les concedió a todos los redimidos una madre sobrenatural: la Virgen
Maria. Y María, como madre espiritual de toda la humanidad redimida, debe proporcionar,
mediante su intercesión poderosa, a todos sus hijos menesterosos todas las gracias que ellos
necesiten para conseguir la eterna salvación.

La idea de la maternidad espiritual de María es de muy antigua tradición cristiana y no


depende de la interpretación mística de Ioh 19, 26 s. Según ORÍGENES, el cristiano perfecto
tiene a María como Madre : «Todo [cristiano] perfecto ya no [es él quien] vive, sino que es
Cristo quien vive en él, y como Cristo vive en él, se dice a María: He ahí a tu Hijo Cristo» (Com.
in Loan. I 4, 23). SAN EPIFANIO deduce la maternidad espiritual de María del paralelo entre Eva
y la Virgen: «Ella [María] fue diseñada por Eva, la cual en figura recibió la denominación de
"Madre de los vivientes" ... Al exterior, todo el linaje humano de sobre la haz de la tierra
procede de aquella Eva. Pero en realidad es de María de quien nació al mundo la Vida misma,
pues ella dio a luz al que vive, convirtiéndose en Madre de los vivientes. Por tanto, María es
llamada en figura "Madre de los vivientes"» (Haer. 78, 18). SAN AGUSTÍN prueba la maternidad
espiritual de María por la unión mística de los fieles con Cristo. Como Madre corporal de
Cristo, María es también Madre espiritual de todos aquellos que se hallan incorporados a
Cristo; cf. De sancta virginitate 6, 6.

Testimonios explícitos de los santos padres en favor de la mediación universal de la Virgen


como intercesora de todas las gracias, se encuentran ya desde el siglo viii, si bien al principio
en menor escala; se hacen ya más numerosos desde la alta edad media. SAN GERMÁN DE
CONSTANTINOPLA (t 733) dice : «Nadie consigue la salvación si no es por ti, oh Santísima... A
nadie se le concede un don de la gracia si no es por ti, oh Castísima» (Or. 9; lección 5.a del
oficio de la festividad). SAN BERNARDO DE CLARAVAL (t 1153) dice de María : «Dios quiso que
nada consiguiéramos que no nos viniera por manos de María» (In Vig. Nativit. Domini sermo 3,
10). El SEUDO-ALBERTO MAGNO llama a María «distribuidora universal de todos los bienes»
(«omnium bonitatum universaliter distributiva»; Super Missus est, q. 29). En la edad moderna
salen en favor de la mediación universal de todas las gracias San Pedro Canisio, Suárez, San
Alfonso María de Ligorio, Scheeben y numerosos teólogos de la actualidad.

Especulativamente se prueba la universal mediación intercesora de María por su cooperación


a la encarnación y a la redención y por su relación con la Iglesia :

Puesto que Maria nos ha dado la fuente de todas las gracias, es de esperar que ella también
coopere en la distribución de todas ellas.

Puesto que María se convirtió en madre espiritual de todos los redimidos, es conveniente que
con su incesante intercesión cuide de la vida sobrenatural de sus hijos.
Puesto que María es «prototipo de la Iglesia» (SAN AMBROSIO, Expós. ev. sec. Luc. 11 7) y toda
gracia de redención se comunica por medio de la Iglesia, hay que admitir que Maria, por su
celestial intercesión, es la medianera universal de todas las gracias.

Definibilidad

La mediación universal de María por su cooperación a la encarnación se halla tan ciertamente


testimoniada en las fuentes de la revelación, que nada obsta a una definición dogmática. La
mediación universal de María por su intercesión en el cielo se halla testimoniada con menor
seguridad, pero está en relación orgánica con la maternidad espiritual de María y con su
participación íntima en la obra de su Hijo divino, claramente testimoniadas en la doctrina de la
Escritura, de suerte que no parece imposible una definición.

§ 8. LA VENERACIÓN DE MARÍA

A María, Madre de Dios, se le debe culto de hiperdulía (sent. cierta).

1. Fundamento teológico

En atención a su dignidad de Madre de Dios y a la plenitud de gracia que de ella se deriva, a


María le corresponde un culto especial, esencialmente inferior al culto de latría (= adoración),
que sólo a Dios es debido, pero superior en grado al culto de dulía (= veneración) qué
corresponde a los ángeles y a todos los demás santos. Esta veneración especial recibe el
nombre de culto de hiperdulía.

El concilio Vaticano II ha declarado : «María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue
exaltada por sobre todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la santísima madre de
Dios, que intervino en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la
Iglesia» (const. Lumen gentium, n. 66).

La Sagrada Escritura nos ofrece los fundamentos para el culto a María, que tendría lugar más
tarde, con aquellas palabras de la salutación angélica (Lc 1, 28) : «Dios te salve, agraciada, el
Señor es contigo», y con las palabras de alabanza que pronunció Santa Isabel, henchida por el
Espíritu Santo (Lc 1, 42) : «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre»; y,
además, con la frase profética de la Madre de Dios (Lc 1, 48) : «Por eso desde ahora me dirán
bienaventurada todas las generaciones» ; e igualmente por la alabanza que dijo a la Virgen una
mujer del pueblo (Lc 11, 27) : «Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te
amamantaron».

2. Evolución histórica

En los tres primeros siglos, el culto a María está íntimamente unido con el culto a Jesucristo.
Desde el siglo Iv se encuentran ya formas de culto independiente a María. Los himnos de Efrén
el sirio (t 373) a la natividad del Señor «son casi todos otros tantos himnos de alabanza a la
Madre virginal» (BARDENHEWER, Marienpredigten II). SAN GREGORIO NACIANCEN0 (t hacia el
390) da testimonio de la invocación a María cuando refiere que la virgen cristiana Justina
«imploró a la Virgen Maria que la ayudase en el peligro que corría su virginidad» (Or. 24, 11).
SAN EPIFANIO (t 403) enseña contra la secta de Ios coliridianos, que tributaban culto idolátrico
a María: «A María hay que venerarla. Pero al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo hay que
tributarles adoración ; a María nadie debe adorarla» (Haer. 79, 7). San Ambrosio y San
Jerónimo ponen a María como modelo de virginidad e invitan a imitarla (AMBR., De virginibus
u 2, 6-17; JERÓN., Ep. 22, 38; 107, 7).

Tomó gran auge el culto a María por haberse reconocido solemnemente en el concilio de Éfeso
(431) la maternidad divina de la virgen que propugnara San Cirilo de Alejandría. En lo sucesivo
se ensalzaría a María en numerosos sermones e himnos ; en su honor se levantan iglesias y se
introducen festividades. Además de la fiesta de la Purificación (hypapante = encuentro) y de la
Anunciación, que primitivamente fueron fiestas del Señor, comenzaron ya en la época
patrística las festividades del Tránsito (Asunción) y del Nacimiento de María. La veneración de
la Santísima Virgen llegó a su pleno desarrollo durante la edad media.

LUTERO criticó acerbamente diversas formas del culto mariano, movido por el temor de que
significara tributar honra divina a una criatura y de que se menoscabara la idea de la única
mediación de Jesucristo, pero retuvo la fe tradicional en la maternidad divina y en la perpetua
virginidad de María; la proponía como modelo de fe y de humildad y recomendaba acudir a su
intercesión (Exposición del Magníficat, 1521). También Zwinglio conservó la fe tradicional de la
Iglesia respecto a María y al culto a Nuestra Señora, pero rechazó el que la invocase. Este
mismo punto de vista tomaron generalmente los antiguos teólogos luteranos, los cuales
confundían a menudo la invocación con la adoración. Adversario decidido del culto a María fue
Calvino, quien lo tachó de idolátrico. En el seno del protestantismo se siguieron celebrando
hasta el período de la «Ilustración» las tres fiestas de la Virgen que tienen fundamento bíblico,
como son la Anunciación, la Purificación y la Visitación, si bien como festividades en honor de
Cristo; mientras que las de la Asunción y de la Natividad de Nuestra Sefiora, después de haber
sido retenidas durante algún tiempo como había deseado Lutero, fueron suprimidas en el siglo
xvi. Por influjo del racionalismo fue disminuyendo entre Ios protestantes el culto religioso a
María, hasta reducirse finalmente al aprecio puramente humano de un elevado ejemplo
moral.
La Herejía Arriana

El arrianismo fue la primera de las grandes herejías.

Desde la fundación de la Iglesia en Pentecostés del año 29 o 33 DC existió una masa de


movimientos heréticos que llenó los tres primeros siglos. Casi todos ellos, se volcaron hacia la
naturaleza de Cristo.

La predicación, la personalidad y los milagros de Nuestro Señor, pero sobre todo su


resurrección, tuvieron el efecto de promover la concepción de un poder divino. Esta
concepción impregnó toda la cuestión para cualquiera que tuviese un mínimo de fe en las
maravillas presentadas.

Ahora bien, en esto la tradición central de la Iglesia, al igual que en cualquier otro caso de
doctrina disputada, fue sólida y clara desde el comienzo. Nuestro Señor fue indudablemente
un hombre. Nació como nacen los hombres. Murió como mueren los hombres. Vivió como un
hombre y fue conocido como hombre por un grupo de íntimos compañeros y un número muy
grande de hombres y mujeres que lo siguieron, lo escucharon y presenciaron sus acciones.

Pero, dijo la Iglesia, también fue Dios. Dios descendió sobre la tierra y encarnó en un hombre.
No fue meramente un hombre influenciado por la Divinidad, ni tampoco una manifestación de
la Divinidad bajo una apariencia humana. Fue al mismo tiempo plenamente Dios y plenamente
Hombre. Sobre esto, la tradición central de la Iglesia nunca vaciló. Fue dado por sentado desde
el principio por quienes tienen autoridad para hablar.

Pero un misterio resulta por fuerza incomprensible precisamente por ser misterio. Por eso el
ser humano, siendo un ser racional, está perpetuamente intentando racionalizarlo. Eso fue lo
que sucedió con este misterio. Un grupo dijo que Cristo fue solamente un hombre, si bien un
hombre dotado de poderes especiales. El otro grupo, en el extremo opuesto, dijo que fue una
manifestación de lo divino; que su naturaleza humana fue ilusoria. Y estos extremos se
alternaron indefinidamente.

Pues bien, la herejía arriana fue en cierta forma el resumen y la conclusión de todos estos
movimientos del lado no ortodoxo; esto es: de todos los movimientos que no aceptaban el
misterio pleno de las dos naturalezas.

Desde el momento en que es muy difícil racionalizar la unión de lo infinito con lo finito, puesto
que existe una aparente contradicción en los dos términos, la forma final en la que quedó
resuelta la confusión de las herejías fue una declaración según la cual Nuestro Señor poseyó
tanto de la Esencia Divina como le es posible poseer a una creatura pero que, así y todo, no
dejó de ser una creatura. No fue el Dios infinito y omnipotente quien por su naturaleza tiene
que ser uno e indivisible, y no podía ser al mismo tiempo (así dijeron) un ser humano limitado
manifestándose y teniendo su ser en la esfera temporal.

El arrianismo (más adelante describiré el origen del nombre) estaba dispuesto a otorgarle a
Nuestro Señor toda clase de honores y majestades menos la de la naturaleza plena de la
Divinidad. Fue creado (o bien, si a las personas no les gustaba la palabra “creado” entonces se
utilizaba aquella otra de “surgió”) de la Divinidad antes de todas las demás cosas. A través de
Él fue creado el mundo. Se le otorgó (paradójicamente) el poder de todos los atributos divinos
menos el de la divinidad.

En lo esencial, este movimiento surgió de exactamente las mismas fuentes que las de cualquier
otro movimiento racionalista desde el principio de los tiempos hasta el presente. Surgió del
deseo de visualizar en forma clara y simple algo que está más allá del alcance de la visión y de
la comprensión humanas. Por consiguiente, a pesar de que comenzó concediéndole a Nuestro
Señor todo honor posible y toda gloria excepto la de la Divinidad concreta, en el largo plazo
hubiera conducido al unitarianismo y finalmente al tratamiento de Nuestro Señor como un
profeta y, por más exaltación que se aplicara, como nada más que un profeta.

Todas las herejías respiran el aire de los tiempos en los que surgen y constituyen
necesariamente un reflejo de la filosofía inherente a las ideas no-católicas predominantes al
momento de su aparición. El arrianismo también habló en los términos de su época. No
comenzó, como comenzaría hoy un movimiento similar, haciendo de Nuestro Señor un simple
hombre y nada más. Menos todavía negó lo sobrenatural como un todo. La época en la cual
surgió (durante los años alrededor del 300 DC) fue un tiempo en el cual toda la sociedad
aceptaba lo sobrenatural como algo sabido. Pero el arrianismo se refirió a Nuestro Señor como
un Agente Supremo de Dios el Demiurgo y lo consideró como la primera y más grande de
aquellas emanaciones de la Divinidad Central mediante las cuales la filosofía de moda por
aquellos días trataba de superar la dificultad de reconciliar al Creador infinito y simple con un
universo complejo y finito.

Vaya lo dicho por la doctrina y por lo que hubiera terminado de ser si hubiera triunfado.
Hubiera transformado a la nueva religión en algo parecido al mahometanismo o, quizás y
considerando la naturaleza de la sociedad griega y romana, en algo parecido a un calvinismo
oriental.

De cualquier modo, lo que acabo de describir fue el estado de esta doctrina mientras floreció:
fue una negativa de la completa divinidad de Nuestro Señor combinada con la aceptación de
todos sus otros atributos.
Ahora bien, cuando hablamos de las herejías más antiguas, tenemos que considerar sus
efectos espirituales – y por lo tanto sociales – mucho más que su mero error doctrinario, a
pesar de que ese error doctrinario haya sido la causa última de todos sus efectos espirituales y
sociales. Tenemos que hacerlo así porque, cuando una herejía ha estado muerta por mucho
tiempo, su atractivo se olvida. Al carecer ya de la experiencia directa, no existe para nosotros
el tono particular y la inconfundible impresión que esa herejía estampó sobre la sociedad y por
eso debe ser recreada de algún modo por cualquiera que pretenda hacer verdadera Historia.
Sin una explicación de esta clase, sería imposible hacerle entender a un católico actual de
Berna, o a un campesino de la región de Lourdes – donde el calvinismo otrora predominante
hoy está muerto – el atractivo y el carácter individual del calvinismo tal como éste todavía
sobrevive en Escocia y en sectores de los Estados Unidos. Tenemos, pues, que reconstruir aquí
esta atmósfera arriana porque, hasta que no comprendamos su atractivo espiritual y por lo
tanto social, no podremos decir que realmente lo conocemos en absoluto.

Más allá de ello, hay que comprender el atractivo o carácter personal del movimiento, y su
efecto individual sobre la sociedad, a fin de entender su importancia. No existe error más
grande a lo largo y ancho de toda la mala Historia que imaginar que las diferencias doctrinarias
no tienen intensos efectos sociales porque son abstractas y se hallan alejadas de las cosas
prácticas de la vida. Descríbasele a un chino actual la disputa doctrinaria de la Reforma
diciéndole que, por sobre todo, constituyó la negación de la doctrina de la unidad de la iglesia
visible y la autoridad especial de sus funcionarios. Eso sería cierto. El chino comprendería lo
que sucedió con esta Reforma en el mismo sentido en que comprendería una enunciación
matemática. Pero, ¿le permitiría ello comprender a los hugonotes franceses de la actualidad, el
estilo prusiano de la guerra y la política, la naturaleza de Inglaterra y su pasado desde que el
puritanismo surgió en este país? ¿Le haría comprender los Orange Lodges, [3] o los sistemas
morales y políticos de, digamos, H. G. Wells o Bernard Shaw? ¡Por supuesto que no! El
exponerle a una persona la Historia del tabaco, el darle la fórmula química (si existiese tal
cosa) de la nicotina, no implica hacerle comprender lo que significa el aroma del tabaco ni los
efectos del fumarlo. Lo mismo sucede con el arrianismo. Describir meramente al arrianismo
desde el punto de vista doctrinario es enunciar una fórmula; no implica transmitir la cosa en si.

Cuando el arrianismo surgió, descendió sobre una sociedad que ya era – y que ya había sido
durante largo tiempo – el único organismo político universal del cual todas las personas eran
ciudadanos. No existían las naciones separadas. El Imperio Romano era un sólo Estado desde
el Éufrates hasta el Atlántico y desde el Sahara hasta los Highlands escoceses. Se gobernaba de
un modo monárquico por el Comandante en Jefe, o los Comandantes en Jefe, de los ejércitos.
El título del Comandante en jefe era el de “Imperator”, de dónde proviene nuestra palabra
“Emperador”, y por ello denominamos dicho Estado como “Imperio Romano”. Lo que el
emperador, o los emperadores asociados, declaraban ser constituía oficialmente la actitud de
la totalidad del imperio (de acuerdo al último esquema existieron dos emperadores, cada uno
con un coadjutor, lo cual hace cuatro, pero pronto se fusionaron en una sola cabeza y en un
único emperador).

Los emperadores – y por lo tanto todo el esquema oficial que dependía de ellos – habían sido
anticristianos durante el período en que Iglesia Católica creció en medio de la sociedad pagana
de romanos y griegos. Durante casi 300 años, los emperadores y la estructura oficial de aquella
sociedad consideraron a la crecientemente poderosa Iglesia Católica como una extraña y muy
peligrosa amenaza para las tradiciones y, por consiguiente, para la fortaleza del antiguo mundo
grecorromano. La Iglesia, tal como estaba establecida, constituía un Estado dentro del Estado;
poseía sus propios funcionarios supremos, los obispos, y su propia organización altamente
desarrollada y poderosa. Estaba en todas partes. Contrastaba fuertemente con el mundo
antiguo en medio del cual se había arrojado. Lo que sería la vida para uno significaría la muerte
para el otro. El mundo antiguo se defendió a través de la acción de los últimos emperadores
paganos que lanzaron muchas persecuciones contra la Iglesia, terminando en una persecución
final y muy drástica que fracasó.

Al principio la causa católica fue apoyada, y por último abiertamente sostenida, por un hombre
que conquistó a todos sus rivales y se estableció como el monarca supremo de todo el Estado:
el emperador Constantino el Grande, que gobernó desde Constantinopla, la ciudad que fundó
llamándola la “Nueva Roma”. Después de este acontecimiento, el gobierno central del Imperio
fue cristiano. Para el crítico año de 325 DC, casi tres siglos después de Pentecostés, la Iglesia
Católica se había convertido en la religión oficial del Imperio – o al menos en la religión del
palacio –y permaneció siéndolo (excepto un intervalo excepcional muy corto) mientras el
Imperio existió. [4]

Pero no hay que imaginarse que la mayoría de las personas ya adherían a la religión cristiana,
ni siquiera en el Este de habla griega. Por cierto que no constituían nada parecido a una
mayoría en el Oeste de habla latina.

Como en todos los grandes cambios a lo largo de la Historia, los grupos involucrados fueron
minorías imbuidas de diferentes grados de entusiasmo, o falta de entusiasmo. Estas minorías
tuvieron diferentes motivaciones y lucharon por imponer su predisposición mental a las masas
titubeantes e indecisas. De estas minorías, los cristianos constituían la más numerosa y (lo que
es más importante) la más vehemente, la más convencida y la única completa y estrictamente
organizada.

La conversión del Emperador les aportó una gran afluencia de personas pertenecientes a la
mayoría indecisa. La mayor parte estas personas quizás apenas si entendían esa cosa nueva a
la cual estaban adhiriendo y seguramente en su mayor parte no estaban comprometidas con
ella; pero lo nuevo había triunfado políticamente y eso les bastaba. Otros muchos extrañaron a
los antiguos dioses pero consideraron que no valía la pena arriesgarse a defenderlos. A
muchos más no les interesó en absoluto lo que quedaba de los dioses antiguos sin que por ello
sintieran un interés mayor en las nuevas modas cristianas. Pero en medio de todo ello,
subsistió una fuerte minoría de paganos altamente inteligentes y resueltos que tenían de su
lado no solamente las tradiciones de una acaudalada clase gobernante sino también el grueso
de los mejores escritores y, por supuesto, el poder otorgado por la memoria viva de su larga
posición dominante en la sociedad.
Y en ese mundo existió aún otro elemento, separado de todo el resto, y que es
extremadamente importante comprender: el ejército. El por qué es tan importante que
comprendamos la posición del ejército es algo que veremos en un momento.

Cuando el poder del arrianismo se manifestó a través del mundo grecorromano durante
aquellos primeros años del Imperio Cristiano oficial y su gobierno universal, el arrianismo se
convirtió en el núcleo o centro de muchas fuerzas que serían, por si mismas, indiferentes a su
doctrina. Se convirtió en el punto de encuentro de muchas tradiciones arraigadas y
supervivientes del mundo antiguo; tradiciones que no eran religiosas sino intelectuales,
sociales, morales, literarias y de toda otra clase.

Podemos ponerlo bastante vívidamente en jerga moderna diciendo que el arrianismo,


presente de este modo en las nuevas grandes discusiones dentro del cuerpo de la Iglesia
Cristiana por la época en que la Iglesia alcanzó apoyo oficial y se convirtió en la religión oficial
del Imperio, atrajo a todos los “encopetados”, al menos a la mitad de los esnobs y a casi todos
los conservadores idealistas “reaccionarios”, ya sea que fuesen, o no, nominalmente cristianos.
Sabemos que atrajo grandes cantidades de aquellos que realmente eran cristianos. Pero
también fue el punto de encuentro de estas fuerzas no-cristianas que tanta importancia tenían
en la sociedad de aquella época.

Una gran cantidad de las antiguas familias nobles se resistía a aceptar la revolución social que
implicaba el triunfo de la Iglesia Cristiana. Esas familias se inclinaron naturalmente hacia un
movimiento en cuyo interior reinaba una atmósfera de superioridad social por sobre el
populacho y en el cual instintivamente percibieron una oposición a la vida y a la supervivencia
de esa Iglesia. En última instancia, la Iglesia dependía y se hallaba sostenida por las masas. Las
personas de antigua tradición familiar y fortuna hallaron al arriano más simpático y un mejor
aliado de la aristocracia que al católico ordinario.

Muchos intelectuales se encontraron en la misma posición. Éstos no tenían el orgullo de las


antiguas tradiciones familiares y sociales del pasado, pero poseían el orgullo de la cultura.
Recordaban con añoranza el pasado prestigio de los filósofos paganos. Consideraban que la
gran revolución representada por la transición del paganismo al catolicismo destruiría tanto las
antiguas tradiciones culturales como a su propia posición cultural.

Los simples esnobs, que siempre constituyen un amplio cuerpo en cualquier sociedad
establecida, las personas que no tienen opinión propia y que siguen lo que creen que es la cosa
honorable del momento, se encontraron divididos. Quizás la mayoría de ellos estaba dispuesta
a seguir la tendencia oficial de la corte y a acoplarse abiertamente a la nueva religión. Pero
siempre habrá habido una cierta cantidad que habrá pensado que resultaba más “elegante”,
más “a la moda”, profesar simpatía con las viejas tradiciones paganas, con las antiguas grandes
familias, con la tradicional y venerable cultura y literatura paganas y todo lo demás. Todo ello
reforzó al movimiento arriano en su tendencia destructora del catolicismo.
Además de ello, el arrianismo tuvo aún otro aliado más, y la naturaleza de esta alianza es tan
sutil que requiere un examen muy cuidadoso. Tuvo como aliado la tendencia del gobierno de
una monarquía absoluta a tener casi miedo de las emociones presentes en la mente de las
personas, especialmente de las más pobres: emociones que, si se expandían y se volvían
apasionadas y capturaban a la masa de la población, podían volverse demasiado fuertes como
para ser gobernadas obligando a las autoridades a inclinarse ante ellas. Aquí hay una paradoja
difícil pero que es importante reconocer.

En forma superficial, un gobierno absoluto, especialmente el que se encuentra en manos de un


sólo hombre, parecería ser lo opuesto a un gobierno popular. Las dos formas de gobierno
parecen contradictorias a quienes no han visto a la monarquía absoluta en funcionamiento.
Para quienes sí la han visto es todo lo contrario. Un gobierno absoluto implica el apoyo de las
masas en contra del poder de la riqueza que se encuentra en manos de unos pocos, o contra el
poder de los ejércitos que se encuentra en manos de unos pocos. Por consiguiente es
imaginable que el poder imperial de Constantinopla sintiera más simpatía hacia las masas
populares católicas que hacia los intelectuales y los demás que siguieron al arrianismo. Pero, si
bien la misma existencia de un gobierno absoluto responde a la necesidad de defender a las
masas de una minoría poderosa, no debemos olvidar que es un gobierno al que le gusta
gobernar. No le gusta sentir que en el Estado existe un rival desafiando su propio poder. No le
gusta percibir que pueden haber grandes decisiones impuestas por organizaciones diferentes a
las de su propia organización oficial. Por ello es que aún los funcionarios y emperadores más
cristianos cultivaron en el fondo de sus mentes una simpatía potencial con el arrianismo
durante el primer ciclo de vida del movimiento arriano y por ello es que esta simpatía
potencial aparece en algunos casos como simpatía activa y públicamente declarada en favor
del arrianismo.

Y el arrianismo tuvo aún otro aliado por medio del cual casi llegó a triunfar: el ejército.

A fin de entender qué tan poderoso fue este aliado, tenemos que apreciar tanto lo que el
Ejército Romano significó en aquellos días como la forma en que estaba compuesto.

En cuestión de números, el ejército constituía por supuesto tan sólo una fracción de la
sociedad. No tenemos certeza de los números exactos; como máximo habrá ascendido a
medio millón de efectivos, probablemente bastante menos. Pero sería ridículo juzgar la
materia en forma cuantitativa. En condiciones normales, el ejército constituía la mitad, o más
de la mitad, del Estado. En ese Siglo IV, tanto como para usar una metáfora, el ejército
representaba el auténtico cemento – o bien, para emplear otra: el armazón – la fuerza
aglutinante, el sostén, el propio ser material del Imperio Romano. Había sido así durante los
siglos anteriores y seguiría siendo así durante generaciones.
Es absolutamente esencial entender este punto, porque explica tres cuartas partes de lo que
sucedió, no sólo en cuanto a lo relacionado con la herejía arriana sino en cuanto a todos los
demás hechos ocurridos entre los días de Mario (bajo cuya administración el Ejército Romano
se hizo profesional por primera vez) y el ataque mahometano a Europa – esto es: desde más
de un siglo antes de la Era Cristiana hasta principios del Siglo VII. La posición social y política
del ejército explica todos esos setecientos años y más.

El Imperio Romano fue un Estado militar. No fue un Estado civil. La vía de acceso al poder
pasaba por el ejército. La concepción de gloria y éxito, la obtención de riqueza en muchos
casos, el acceso al poder político en casi todos los casos, todo ello dependía en aquellos días
del ejército del mismo modo en que hoy depende de préstamos financieros, especulaciones,
camándulas, manipulación de votos, caudillismos y publicaciones.

Originalmente, el ejército había consistido de ciudadanos romanos, todos los cuales fueron
itálicos. Luego, a medida en que el poder del Estado Romano se fue expandiendo, incorporó
tropas auxiliares, gentes que seguían a capitanejos locales, y terminó integrando al sistema
militar romano – y hasta reclutando en sus cuadros regulares – a elementos de todas las partes
y provincias del Imperio. Antes de que terminaran los primeros cien años del Imperio ya había
muchos galos y españoles en el ejército. Durante los siguientes doscientos años – esto es:
durante los doscientos años que van del 100 al 300 DC y que conducen a la herejía arriana – el
ejército se reclutó cada vez más de lo que llamamos “bárbaros”; un término que no significaba
“salvajes” sino personas que vivían fueran de los límites estrictos del Imperio Romano. Estas
personas resultaban más fáciles de disciplinar y mucho más baratas de reclutar que los
ciudadanos. También estaban menos acostumbradas a las artes y a las comodidades de la
civilización que los ciudadanos asentados dentro de las fronteras. En gran cantidad fueron
germanos, pero hubo muchos eslavos, un buen número de moros, árabes, sarracenos y hasta
no pocos mongoles infiltrados del Este.

La disciplina unió estrictamente al gran cuerpo del Ejército Romano, pero más aún lo unió el
orgullo profesional. El servicio era por largo tiempo. Un hombre pertenecía al ejército desde la
adolescencia hasta la mediana edad. Nadie aparte del ejército poseía el poder físico. No se
podía ni pensar en resistirlo por la fuerza y, en cierto sentido, constituía el gobierno. Su
Comandante en Jefe era el monarca absoluto de todo el Estado. Pues bien: el ejército se hizo
sólidamente arriano.

Éste es el detalle fundamental de todo el asunto. De no ser por el ejército, el arrianismo nunca
hubiera significado lo que significó. Con el ejército – y con ese ejército apoyándolo con
entusiasmo – el arrianismo casi triunfó y consiguió sobrevivir aún cuando no constituyó sino
poco más que las tropas y sus principales oficiales.

Es cierto que una cantidad de tropas germanas de fuera del Imperio fue convertida por
misioneros arrianos en un momento en el cual la alta sociedad era arriana. Pero esa no es la
razón por la cual el ejército en su totalidad se hizo arriano. El ejército se hizo arriano porque
sintió que el arrianismo era algo distintivo que lo hacía superior a las masas civiles, del mismo
modo en que el arrianismo era lo diferenciador que le hacía al intelectual sentirse superior a
las masas populares. Los soldados, ya fuesen de origen bárbaro o ciudadano, sintieron
simpatía por el arrianismo por la misma razón que las antiguas familias paganas lo habían
considerado con simpatía. Así, el ejército – y especialmente el estrato de los jefes militares –
apoyó la herejía con toda su autoridad y al final el arrianismo se convirtió en una especie de
testimonio de ser alguien, un soldado, en contraposición a no ser más que un despreciable
civil. Se podría decir que surgió un conflicto entre los jefes del ejército por un lado y los
obispos católicos por el otro. Sin duda existió una división – una distinción oficial – entre la
población católica de las ciudades, el campesinado católico de la campiña y el casi
universalmente arriano soldado; y el enorme efecto de esta conjunción entre la nueva herejía
y el ejército es lo que veremos operar en todo lo que sigue.

Ahora que hemos visto en qué consistió el espíritu del arrianismo y qué fuerzas tuvo a su favor,
veamos cómo obtuvo su nombre.

El movimiento que negó la plena divinidad de Cristo haciendo de Él una creatura, tomó su
nombre de un tal Areios (Arius en su versión latina), un clérigo africano de habla griega un
poco mayor que Constantino y que ya contaba con cierta fama como autoridad religiosa
algunos años antes de las victorias de Constantino y el primer poder imperial.

Recordemos que Arrio representa sólo la culminación de un largo movimiento. ¿Cual fue la
causa de su éxito? Dos cosas combinadas. Primero, el impulso de todo lo que lo precedió.
Segundo, la súbita liberación de la Iglesia por Constantino. A esto, sin duda alguna, hay que
agregar algo en la propia personalidad de Arrio. Los hombres de esta clase que se convierten
en líderes tienen cierto impulso en su propio pasado que los impele. No se convertirían en lo
que son si no fuesen algo en si mismos.

Pienso que podemos aceptar que Arrio tuvo el efecto que logró por toda una convergencia de
fuerzas. Había una gran cantidad de ambición en él, tal como es posible encontrar en todos los
heresiarcas. Tuvo un fuerte elemento de racionalismo. También tuvo entusiasmo por lo que
creyó que era la verdad.

Su teoría por cierto que no constituyó un descubrimiento original propio, pero lo hizo suyo y lo
identificó con su nombre. Más allá de ello, ofreció una tenaz resistencia a las personas por las
que creía ser perseguido. Sufrió de una gran vanidad, como casi todos los reformadores. Y
encima de todo ello hallamos una más bien delgada simplicidad o “sentido común”, que
inmediatamente agrada a las multitudes. Pero nunca hubiera alcanzado su fama de no haber
poseído cierta elocuencia y un poderoso impulso.
Era ya un hombre de buena posición, probablemente de Cirenaica (en África del Norte, al Este
de Trípoli), aunque se lo menciona como alejandrino porque vivió en Alejandría. Fue discípulo
del más grande crítico de su tiempo, el mártir Luciano de Antioquía. En el año 318 presidía la
iglesia de Bucalis en Alejandría, gozando del alto favor del obispo de la ciudad.

Arrio se trasladó de Egipto a Cesárea en Palestina, difundiendo su ya bien conocido conjunto


de ideas racionalizadoras y unitarias con pasión. Algunos de los obispos de Oriente
comenzaron a estar de acuerdo con él. Es cierto que los dos principales obispos sirios, el de
Antioquía y el de Jerusalén, se apartaron; pero aparentemente la mayoría de la jerarquía siria
se inclinó por escucharlo.

Cuando Constantino se convirtió en el señor de todo el Imperio en 325, Arrio apeló al nuevo
amo del mundo. Alejandro, el gran obispo de Alejandría, lo había excomulgado pero a
regañadientes. El viejo emperador pagano Licinio había protegido al movimiento.

Se desató una batalla de extrema importancia. Las personas ni percibieron lo importante que
era, a pesar de la violencia con la que se excitaron las emociones. Si este movimiento hubiera
obtenido la victoria, desde ése día hasta el actual toda nuestra civilización hubiera sido
distinta. Todos sabemos lo que sucede en cualquier sociedad cuando tiene éxito un intento de
simplificar y racionalizar los misterios de la fe. Tenemos ahora ante nosotros el fin del
experimento de la Reforma y la anciana pero aún muy vigorosa herejía mahometana que
quizás reaparezca con renovado vigor en el futuro. Esta clase de esfuerzos racionalizadores de
la fe producen una degradación social gradual luego de la pérdida de ese vínculo directo entre
la naturaleza humana y Dios que ofrece la Encarnación. Se menoscaba la dignidad humana. La
autoridad de Nuestro Señor se debilita. Aparece cada vez más como un hombre – quizás como
un mito. La sustancia de la vida cristiana se diluye. Se esfuma. Lo que comienza como
unitarismo termina como paganismo.

Para terminar con la disputa que dividía a toda la sociedad cristiana, el Emperador ordenó la
celebración de un concilio a reunirse en el año 325 DC en la ciudad de Nicea, a cincuenta millas
de la capital, sobre el lado asiático de los estrechos. Se convocó allí a los obispos de todo el
Imperio, incluso a los de los distritos externos en dónde los misioneros habían plantado la fe.
El grueso de los participantes provino de la parte oriental del Imperio pero el Occidente
también estuvo representado y, lo que fue de primordial importancia, arribaron delegados de
la Sede Primada de Roma. Sin su adhesión los decretos del concilio no hubieran tenido plena
vigencia ya que su presencia era requerida para darle plena validez a las decisiones. La
reacción contra la innovación de Arrio fue tan fuerte que en este Concilio de Nicea terminó
abrumado.

En aquella primera gran derrota, cuando la fuerte y vital tradición del catolicismo se reafirmó y
Arrio resultó condenado, el credo que sus seguidores habían diseñado terminó pisoteado
como blasfemia pero el espíritu detrás de dicho credo y de dicha revuelta habría de resurgir.
Resurgió inmediatamente y se puede decir que, en realidad, el arrianismo resultó fortalecido
después de su primera derrota superficial. Esta paradoja obedeció a una causa que se puede
hallar en muchas formas de conflicto. El adversario derrotado aprende de su primer revés las
características de la cosa que ha atacado; descubre sus puntos débiles; aprende la forma de
confundir a su oponente y percibe los compromisos hacia los cuales el adversario puede ser
conducido. Por consiguiente, después de esta prueba, el derrotado está mejor preparado que
antes de la primera batalla. Eso fue lo que sucedió con el arrianismo.

A fin de entender la situación, tenemos que comprender que el arrianismo, fundado como
todas las herejías sobre un error de doctrina – esto es: sobre algo que puede ser expresado en
una fórmula muerta de meras palabras – pronto comenzó a vivir, como todas las herejías en
sus comienzos, con una vigorosa nueva vida y un atractivo propio. La disputa que llenó el Siglo
IV desde el año 325 en adelante y por una generación no fue, después de sus primeros años,
una controversia entre palabras distintas cuya diferencia puede parecer exigua. A lo largo de la
lucha muy pronto se convirtió en un conflicto entre dos espíritus y caracteres opuestos; en un
conflicto entre personalidades opuestas tal como pueden oponerse las personalidades
humanas: por un lado el temperamento y la tradición católica y, por el otro, un agrio,
orgulloso, temperamento que hubiera destruido a la fe.

De su primera y fuerte derrota en Nicea el arrianismo aprendió a hacer compromisos en


materia de formalidades, en materia de redacción de doctrina, a fin de preservar y difundir con
menos oposición su espíritu herético. El primer conflicto se había producido por el empleo de
la palabra griega que significa “de la misma sustancia que”. Los católicos, afirmando la plena
divinidad de Nuestro Señor, insistían en el empleo de esta palabra que implicaba que el Hijo
era de la misma sustancia divina que el Padre; que era del mismo Ser; esto es: divino. Se pensó
que era suficiente presentar esta palabra como una verificación. Los arrianos – se pensó –
siempre se rehusarían a aceptar la palabra y de este modo podrían ser distinguidos de los
ortodoxos y rechazados. [5]

Pero muchos arrianos estaban preparados para aceptar un compromiso, admitiendo la mera
palabra pero negando el espíritu en que debía ser interpretada. Estaban dispuestos a admitir
que Cristo había sido de la esencia divina, pero no plenamente Dios; no increado. Cuando los
arrianos comenzaron con esta nueva política de compromiso verbal, el emperador Constantino
y sus sucesores la consideraron como una oportunidad honesta de reconciliación y reunión. La
negativa de los católicos a dejarse engañar quedó a los ojos de quienes así pensaban como
mera obstinación; y a los ojos del Emperador, como una rebelión facciosa y una desobediencia
inexcusable. “Aquí estáis vosotros que os llamáis los únicos verdaderos católicos, prolongando
y envenenando innecesariamente una mera pelea facciosa. Debido a que tenéis los personajes
populares detrás de vosotros, os creéis amos de vuestros seguidores. Tal arrogancia es
intolerable. Vuestros adversarios han aceptado el punto principal. ¿Por qué no podéis acordar
la disputa y restablecer la unión? Al resistiros estáis dividiendo a la sociedad en dos bandos;
estáis alterando la paz del Imperio y estáis siendo tanto criminales como fanáticos.”
Esto es lo que el mundo oficial tendía a manifestar, creyéndolo honestamente.

Los católicos contestaron: “los herejes no han aceptado nuestro punto principal. Han suscripto
una frase ortodoxa, pero interpretan esa frase de un modo herético. Seguirán repitiendo que
Nuestro Señor es de naturaleza divina pero que no es plenamente Dios puesto que continúan
diciendo que fue creado. Por lo tanto no les permitiremos entrar en nuestra comunión.
Hacerlo significaría poner en peligro el principio vital por el cual la Iglesia existe, el principio de
la Encarnación, y la Iglesia es esencial para el Imperio y para la humanidad.”

En este punto entró en combate la fuerza personal que al final obtuvo la victoria para el
catolicismo: San Atanasio. La cuestión fue decidida por la tenacidad y perseverancia de este
santo, patriarca de Alejandría, la gran Sede Metropolitana de Egipto. San Atanasio gozaba de
una posición ventajosa desde el momento en que Alejandría era la segunda ciudad más
importante del Imperio Oriental y, como obispado, una de las primeras cuatro del mundo. Más
allá de ello gozaba de un apoyo popular que nunca le falló y que hizo que sus enemigos
vacilaran en tomar medidas extremas contra él. Pero todo esto no hubiera sido suficiente si el
hombre no hubiese sido lo que fue.

Por el tiempo en que participó del Concilio de Nicea en el 325 era todavía un hombre joven,
probablemente de poco menos de treinta años; y sólo participó como diácono, si bien ya su
potencia y su elocuencia eran notables. Vivió hasta los 76 o 77 años de edad falleciendo en el
373 DC y durante la totalidad de esa larga vida sostuvo con inflexible energía la plena doctrina
católica de la Trinidad.

Cuando se sugirió el primer compromiso con el arrianismo, Atanasio ya era arzobispo de


Alejandría. Constantino le ordenó readmitir a Arrio a la Comunión. Atanasio se negó.

Fue un paso extremadamente peligroso de dar porque todo el mundo admitía el pleno poder
del monarca sobre la vida y la muerte de sus súbditos y la rebelión era considerada el peor de
los crímenes. Atanasio también resultó percibido como atroz y extravagante ya que la opinión
generalizada en el mundo oficial, entre las personas con influencia social y en el seno del
ejército, era que el compromiso debía ser aceptado. Atanasio fue exiliado a la Galia, pero el
Atanasio en el exilio resultó ser aún más formidable que el Atanasio en Alejandría. Su
presencia en Occidente tuvo el efecto de reforzar el fuerte sentimiento católico de esa parte
del Imperio.

Lo llamaron de regreso. Los hijos de Constantino que se sucedieron uno tras otro en el
Imperio, vacilaron entre una política de asegurarse el apoyo popular, que era católico, o bien
asegurarse el apoyo del ejército, que era arriano. Más que otra cosa, la corte se inclinaba por
el arrianismo porque le molestaba el creciente poder del Clero Católico organizado como rival
del poder secular del Estado. El último y el más longevo de los hijos de Constantino –
Constancio – se hizo decididamente arriano. A Atanasio lo exiliaron una y otra vez, pero la
causa que defendía siguió aumentando en fuerza.

Cuando Constancio murió en el 361, lo sucedió un sobrino de Constantino: Juliano el Apóstata.


Este emperador recurrió al gran cuerpo pagano sobreviviente y estuvo cerca de reestablecer el
paganismo ya que el poder de un emperador individual en aquella época era abrumador. Pero
murió en el combate contra los persas y su sucesor – Joviano – fue definitivamente católico.

Sin embargo, la pulseada continuó. En el 367, el emperador Valensio volvió a exiliar – por
quinta vez – a San Atanasio, quien para ése entonces ya era un anciano de al menos 70 años.
No obstante, hallando que las fuerzas católicas se habían vuelto demasiado fuertes, lo volvió a
llamar. A esta altura, Atanasio había ganado su batalla. Murió como el hombre más grande del
mundo romano. Ése es el valor de la sinceridad y la tenacidad combinadas con el genio.

Pero el ejército continuó siendo arriano y lo que tenemos que continuar viendo en las
siguientes generaciones es el desfallecimiento progresivo del arrianismo en la parte occidental
de habla latina del Imperio. Decayó de a poco porque continuó siendo sostenido por los
principales jefes militares al comando de los distritos occidentales; pero quedó condenado
porque la totalidad de las personas lo había abandonado. La forma en que murió es lo que
describiré a continuación.

Con frecuencia se dice que todas las herejías mueren. Esto puede ser cierto en el muy largo
plazo pero no es necesariamente así dentro de un período dado de tiempo. Ni siquiera es
cierto que el principio vital de una herejía necesariamente pierde fuerza con el tiempo. El
destino de las múltiples herejías ha sido muy variado; y la más grande de todas – el
mahometanismo – no sólo sigue siendo vigoroso sino que es más vigoroso que su rival
cristiano en aquellos distritos que ocupó originalmente; y es mucho más vigoroso y se halla
mucho más extendido dentro de su propia sociedad que la Iglesia Católica dentro de nuestra
civilización occidental, producto del catolicismo.

Sin embargo, el arrianismo fue una las herejías que realmente murieron. El mismo destino le
ha tocado al calvinismo en nuestros días. Esto no significa que los efectos morales generales, o
la atmósfera de la herejía, desaparecen de entre los seres humanos. Significa que las doctrinas
creadas por la herejía ya no son creídas y de ese modo su vitalidad se pierde y por último debe
desaparecer.

Por ejemplo, la Ginebra de hoy en día es una ciudad moralmente calvinista a pesar de que
tiene una población católica minoritaria muy cercana a la mitad de la población total y que se
vuelve a veces (según creo) levemente mayoritaria. Pero en la Ginebra actual no hay una
persona entre cien que acepte la altamente definida teología de Calvino. La doctrina está
muerta; sus efectos sobre la sociedad sobreviven.

El arrianismo murió de dos maneras, correspondiéndose con las dos mitades en las que se
dividió el Imperio Romano de aquellos días y que, para sus ciudadanos, representaba a todo el
mundo civilizado.

La parte oriental tenía al griego como idioma oficial y estaba gobernada desde Constantinopla,
también llamada Bizancio.

Incluía a Egipto, el Norte de África hasta Cirenaica, la costa Este del Adriático, los Balcanes, Asia
Menor y Siria hasta (aproximadamente) el Éufrates. El arrianismo había sido fuerte en esta
parte del Imperio y resultó ser tan poderoso que, entre el 300 y el 400 DC, estuvo muy cerca
de triunfar.

La corte imperial osciló entre arrianismo y catolicismo, con una momentánea regresión al
paganismo. Pero antes de que terminara el siglo – esto es: bastante antes del año 400 DC – la
corte se hizo definitivamente católica y pareció seguro que permanecería siéndolo. Como he
explicado antes, si bien el Emperador y los funcionarios que lo rodeaban (conjunto al que he
denominado como “la corte”) eran teóricamente todopoderosos (puesto que la constitución
era la de una monarquía absoluta y las personas no podían pensar en otros términos en
aquella época), no obstante ello por lo menos tan poderoso y menos sujeto a cambios era el
ejército sobre el cual descansaba toda la sociedad. Dentro del ejército estaban los
comandantes militares; los generales del ejército que fueron en su mayor parte
permanentemente arrianos.

Cuando el poder central – el Emperador y sus funcionarios – se hicieron permanentemente


católicos, el espíritu de los militares continuó siendo arriano en lo esencial y por ello es que las
ideas subyacentes del arrianismo – es decir: las dudas en cuanto a que Nuestro Señor podía ser
realmente Dios – sobrevivieron aún después de que el arrianismo formal dejó de ser predicado
y aceptado por la población.

Por este motivo, porque subsistió el espíritu que había subyacido al arrianismo (la duda acerca
de la plena divinidad de Cristo), surgió una cantidad de lo que podríamos llamar “derivados” o
“formas secundarias” de arrianismo.

Las personas continuaron sugiriendo que en Cristo había tan sólo una naturaleza; una
sugerencia cuya consecuencia habría sido necesariamente la idea popular de que Cristo fue
tan sólo un hombre. Cuando esto fracasó en capturar a la maquinaria oficial – a pesar de que
continuó afectando a millones de personas – apareció otra sugerencia en cuanto a que en
Cristo había residido una sola Voluntad – no una voluntad humana y una voluntad divina, sino
una sola voluntad.

Antes de esto se había producido el resurgimiento de la antigua idea, anterior al arrianismo y


sustentada por los primeros herejes sirios, de que la divinidad sólo vino a Nuestro Señor
durante su vida. Según esta herejía, Cristo habría nacido tan sólo como un hombre, Nuestra
Señora habría sido la madre de tan sólo un hombre, etc. En todas sus variadas formas y bajo
todas sus denominaciones técnicas (monofisitas, monotelitas, nestorianos, para nombrar a los
tres principales, siendo que hubo cualquier cantidad de otros), estos movimientos difundidos a
través de la mitad oriental o griega del Imperio fueron esfuerzos por escapar de – o
racionalizar – el pleno misterio de la Encarnación. Su supervivencia dependió de los celos que
el ejército sintiese de la sociedad civil que lo rodeaba y de los restos latentes de hostilidad
pagana hacia los misterios cristianos en su totalidad. Y por supuesto, estas herejías también
dependieron de la eterna tendencia humana a racionalizar y a rechazar lo que está más allá del
alcance de la razón.

Pero existió un factor adicional que favoreció la supervivencia de los efectos secundarios del
arrianismo en el Este. Fue el factor que en la política europea actual se llama “particularismo”;
esto es: la tendencia de una parte del Estado a separarse del resto y a vivir una vida propia.
Cuando este sentimiento se hace tan fuerte que las personas están dispuestas a sufrir y a
morir por él, adopta la forma de una revolución nacionalista. Un ejemplo de ello fue el
sentimiento de los eslavos del Sur en contra del Imperio Austríaco y que dio origen a la Gran
Guerra [6]. Pues bien, el descontento de las provincias y los distritos con el poder central que
los gobernaba aumentó en el Imperio Oriental con el paso del tiempo y una manera
conveniente de expresar ese disgusto fue favoreciendo cualquier clase de crítica a la religión
oficial del Imperio. Por ello es que grandes regiones del Este (sobre todo una gran proporción
de la población de la provincia de Egipto) favorecieron a la herejía monofisita. Era una manera
de expresar la insatisfacción con el gobierno despótico de Constantinopla, con los impuestos
que se les aplicaban, con la promoción que recibían quienes estaban cerca de la corte en
detrimento de los provinciales, y con todo el resto de los reclamos.

De este modo, varias derivaciones del arrianismo sobrevivieron en la mitad griega oriental del
Imperio a pesar de que el mundo oficial ya había regresado hacía rato al catolicismo. Esto
también explica por qué, en la actualidad y por todo el Este, se pueden encontrar grandes
cantidades de cristianos cismáticos – mayormente monofisitas, a veces nestorianos, algunas
veces de comunidades menores – a quienes todos estos siglos de opresión mahometana no
consiguieron unir al cuerpo cristiano principal.

Lo que puso fin – no a estas sectas, por cuanto todavía existen, sino a su importancia – fue el
súbito surgimiento de esa enorme fuerza antagónica a todo el mundo griego: el Islam; la nueva
herejía mahometana proveniente del desierto que rápidamente se convirtió en una contra-
religión y en implacable enemiga de todos los cuerpos cristianos más antiguos. La muerte del
arrianismo en el Este se produjo cuando los conquistadores árabes convirtieron a la masa del
Imperio Cristiano Oriental en un pantano. En vista de ese desastre, aquellos cristianos que se
habían mantenido independientes vieron en la ortodoxia su única posibilidad de supervivencia
y es por ello que, en el Este, hasta los efectos secundarios del arrianismo se extinguieron en los
países libres del sojuzgamiento mahometano.

En Occidente la suerte del arrianismo es bastante diferente. En Occidente, el arrianismo se


extinguió por completo. Cesó de ser. No dejó derivaciones que subsistieran.

Por lo general, se malinterpreta la historia de la muerte del arrianismo en Occidente porque la


mayor parte de nuestra Historia ha sido escrita hasta ahora sobre la base de una concepción
equivocada acerca de cómo era la sociedad cristiana europea en Europa Occidental durante los
Siglos IV, V y VI – esto es: durante el período que se extiende desde el momento en que
Constantino deja Roma y funda la nueva capital del Imperio, Bizancio, y la fecha en que, a
principios del Siglo VI (de 633 en adelante) la invasión mahometana cae sobre el mundo.

Lo usual es que se nos diga que el Imperio Occidental fue arrollado por las tribus salvajes de los
“godos” y los “visigodos”, “vándalos”, “suevos” y “francos” que “conquistaron” esa parte del
Imperio – es decir: Bretaña, Galia y la parte civilizada de Alemania sobre el Rin y el Danubio
superior, Italia, África del Norte y España.

El idioma oficial de toda esta región era el latín. La misa se celebraba en latín mientras que en
la mayor parte del Imperio Oriental se celebraba en griego. Las leyes estaban escritas en latín y
todos los actos administrativos se consignaban en latín. No hubo ninguna conquista bárbara
sino una continuidad de lo que había estado sucediendo durante siglos: la infiltración de
personas desde fuera del Imperio hacia el Imperio porque, dentro del mismo, podían acceder a
las ventajas de la civilización. También está el hecho de que el ejército, del cual dependía todo,
al final estuvo casi completamente compuesto por bárbaros reclutados. A medida en que la
sociedad se consolidó, resultó difícil administrar lugares distantes, recolectar impuestos de
sitios lejanos y llevarlos al tesoro central, o imponer un edicto sobre regiones apartadas. Así,
apareció la tendencia de dejar cada vez más al gobierno de estas regiones en manos de los
funcionarios principales de las tribus bárbaras – es decir: en manos de sus líderes y caudillos –
quienes a esta altura ya eran soldados romanos.

De esta manera se formaron gobiernos locales en Francia y en España, y hasta en Italia misma,
los cuales aún cuando se considerasen parte del Imperio, resultaron prácticamente
independientes.

Por ejemplo, cuando se hizo difícil gobernar a Italia desde tan lejos como Constantinopla, el
Emperador envió a un general para gobernar en su nombre y, cuando este general se hizo
demasiado fuerte, envió a otro general para destituirlo. Este segundo general (Teodorico)
también fue, como todos los demás, un jefe bárbaro por nacimiento aunque su padre había
sido incorporado al servicio romano y él mismo había sido educado en la corte del Emperador.

Y este segundo general, a su vez, se volvió prácticamente independiente.

Lo mismo sucedió en el Sur de Francia y en España. Los generales locales tomaron el poder.
Eran jefes bárbaros que transmitieron este poder – esto es: la nominación de los cargos
oficiales y la recolección de impuestos – a sus descendientes.

Y después está el caso de África del Norte, la región que hoy llamamos Marruecos, Argelia y
Túnez. Aquí, facciones rivales, todas descontentas con el gobierno directo de Bizancio,
convocaron a un grupo de soldados eslavos que habían migrado hacia el Imperio Romano y
que habían sido incorporados como una fuerza militar. Se los llamaba vándalos y se hicieron
cargo del gobierno de la provincia, establecido en Cartago.

Ahora bien, en materia religiosa todos estos gobiernos locales de Occidente (el general franco
y su grupo de soldados en el Norte de Francia; el visigodo en Francia del Sur y en España; el
burgundio en el sudeste de Francia; el otro godo en Italia; el vándalo en África del Norte) se
hallaban en conflicto con el gobierno oficial del Imperio. El franco al noreste de Francia, en lo
que hoy llamamos Bélgica, todavía era pagano. Todos los demás eran arrianos.

Ya he explicado lo que esto significaba. Se trataba no tanto de una cuestión doctrinaria sino de
una cuestión social. El general godo y el general vándalo, que eran los jefes de sus propios
soldados, sentían que era más meritorio ser arriano que ser católico como la masa del
populacho. Eran el ejército, y el ejército era algo demasiado importante como para aceptar la
religión popular general. Fue el sentimiento muy similar al que se puede ver sobreviviendo aún
en Irlanda, en lugares en dónde fue universal allí hasta hace poco: el sentimiento de que la
“ascendencia” se corresponde propiamente con el anti-catolicismo.

Desde el momento en que, en política, no hay mayor fuerza que ésta de la superioridad social,
a las pequeñas cortes locales les llevó mucho tiempo dejar caer su arrianismo. Las llamo
pequeñas porque, si bien recolectaban impuestos de áreas muy extensas, lo hacían
meramente como administradores. Los números concretos eran exiguos, comparados con la
masa de la población católica.

Mientras los gobernadores y sus cortes en Italia, España, en la Galia y en África seguían
aferrándose con orgullo a su antigua denominación y carácter arrianos, hubo dos
acontecimientos – uno súbito y el otro gradual – que conspiraron tanto contra su poder local
como contra su arrianismo.
Lo primero, lo súbito, fue el hecho que el general de los francos que había gobernado a Bélgica
conquistó con su muy pequeña fuerza a otro general del Norte de Francia; a un hombre cuyo
distrito se hallaba ubicado al Oeste del suyo. Ambos ejércitos eran absurdamente pequeños,
de unos 4.000 hombres cada uno, y un muy buen ejemplo de lo que eran aquellos tiempos
está dado por el hecho que el ejército derrotado, después de la batalla, se unió
inmediatamente a los vencedores. También ilustra lo que era la época el hecho que a un
general romano, comandando no más de 4.000 hombres al comienzo y tan sólo 8.000 después
del primer éxito, le pareciera perfectamente natural hacerse cargo de los impuestos
administrativos, los tribunales de justicia y todas las demás estructuras imperiales de un
distrito muy amplio. Se apoderó de la gran masa de Francia del Norte exactamente de la
misma manera en que sus colegas, con fuerzas similares, tomaron a su cargo la acción oficial
en España, Italia y otras partes.

Ahora bien, lo que sucedió es que este general franco (cuyo nombre real casi no conocemos
porque nos ha sido transmitido en varias formas distorsionadas pero que es más conocido
como “Clovis”) era pagano; algo excepcional y hasta escandaloso en las fuerzas militares de la
época dónde casi todas las personas importantes se habían hecho cristianas.

Pero este escándalo resultó ser una bendición inesperada para la Iglesia, porque a Clovis,
siendo pagano y no habiendo sido nunca arriano, era posible convertirlo directamente al
catolicismo, a la religión popular; y cuando aceptó el catolicismo, inmediatamente tuvo detrás
de si a toda la fuerza de los millones de ciudadanos, al clero organizado y a los obispados de la
Iglesia. Se convirtió en el único general popular; todos los demás estaban en conflicto con sus
súbditos. Le fue fácil reclutar grandes cantidades de hombres armados dada la simpatía
popular que despertaba en ellos. Se apoderó del gobierno de los generales arrianos del Sur,
derrotándolos con facilidad, y sus tropas se convirtieron en la mayor fuerza militar del Imperio
Occidental que hablaba en latín. No fue lo suficientemente fuerte como para hacerse de Italia
y de España, menos aún de África, pero desplazó el centro de gravedad alejándolo de la
tradición arriana del ejército romano, una tradición que a esta altura ya no albergaba más que
pequeños grupos en vías de extinción.

Baste lo dicho por el golpe súbito que afectó al arrianismo en Occidente. El proceso gradual
que aceleró la decadencia del arrianismo fue de una clase diferente. En la decadencia de la
sociedad, con cada año que pasaba se hacía más difícil recolectar impuestos, mantener un
superávit y, por consiguiente, reparar caminos, puertos, edificios públicos y mantener en
orden todo el resto de la estructura pública.

Con esta decadencia financiera del gobierno y la desintegración social que la acompañaba, los
pequeños grupos que nominalmente constituían los gobiernos locales perdieron su prestigio.
En, digamos, el año 450 era una gran cosa ser arriano en París, o Toledo, o Cartago, o Arles,
Tolosa o Ravenna; pero 100 años más tarde, hacia digamos el año 550, el prestigio social del
arrianismo había desaparecido. A cualquiera que quisiera “progresar” le convenía ser católico,
y los pequeños grupos arrianos en vías de desaparición terminaron siendo despreciados aún
cuando su irritación los llevó a actuar con salvajismo como ocurrió en África. Simplemente
perdieron terreno.

La consecuencia fue que, después de cierta demora, todos los gobiernos arrianos de Occidente
se hicieron católicos (como en el caso de España) o bien, como sucedió en buena parte de
Italia y en la totalidad del Norte de África, fueron puestos otra vez bajo el gobierno directo del
Imperio Romano desde Bizancio.

Este último experimento no continuó por mucho tiempo. Existió otro cuerpo de soldados
bárbaros, todavía arrianos, proveniente de las provincias del Noreste que se hicieron del
gobierno en el centro-norte de Italia y, poco tiempo después, la invasión mahometana barrió
el Norte de África, pasó finalmente sobre España y hasta penetró en la Galia. La administración
romana directa, en lo concerniente a la Europa Occidental remanente, se extinguió. Su última
existencia efectiva en el Sur fue aplastada por el Islam. Pero mucho antes de que esto
ocurriera, el arrianismo en Occidente había muerto.

Ésta fue la forma en que desapareció la primera de las grandes herejías que amenazó en un
momento dado con minar y destruir la totalidad de la sociedad católica. El proceso había
llevado casi 300 años y es interesante observar que, en lo que se refiere a las doctrinas,
aproximadamente esa misma cantidad de tiempo, o algo más, fue suficiente para eliminar la
sustancia de las múltiples herejías principales de los reformadores protestantes.

También ellos casi habían triunfado a mediados del Siglo XVI cuando Calvino, su figura
principal, casi logra trastornar a la monarquía francesa. También ellos perdieron
completamente su vitalidad hacia mediados del Siglo XIX. Trescientos años.

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PRINCIPALES HEREJIAS DE LOS PRIMEROS SIGLOS DEL CRISTIANISMO

Herejía: Herejía. (Etimológicamente significa elección). Doctrina que la Iglesia


consideracontraria a la fe católica. Los elementos que constituyen la herejía son dos: Negación
de unaverdad revelada por Dios; negación de la definición del magisterio infalible de la Iglesia.
En lahistoria del cristianismo las principales herejías han sido las de los gnósticos,
maniqueos,montanistas, arrianos, monofisitas, nestorianos, pelagianos, iconoclastas,
valdenses,albigenses, cátaros, husitas, etc.Error en materia de fe, sostenido con
pertinacia.Desde el principio aparecieron en la Iglesia diferentes enseñanzas erróneas bajo
influjosdel judaísmo y del paganismo.. Las más importantes de ellas en los primeros tiempos
fueron las de los ebionitas,gnósticos, maniqueos, antitrinitarios, montanistas, novacianos,
arrianos, macedonianos,nestorianos, eutiquianos, pelagianos y priscilianistas.Los

ebionistas
declararon que la salvación dependía de la observancia de la ley judaica, y sedividieron en dos
partidos; el de los nazarenos, que era el más intransigente, y el de loscetrinos, más
moderado.Los

gnósticos

pretendieron tener un lugar de la fe sencilla un conocimiento más alto (gnosis),y cayeron con
esto en errores completamente paganos acerca de Dios y el mundo, peroocultándolos con
nombres cristianos. Sus secuaces formaron más bien una secta filosóficaque una comunidad
eclesiástica.Los

maniqueos

se llamaron así por su fundador Manes, que murió en 279, fueron gnósticospersas con una
organización religiosa y un culto secreto, cosas ambas que faltaron a losdemás gnósticos.
Según su doctrina hay dos seres eternos, la luz y las tinieblas; en la luchade ambos principios
cayeron partículas de luz en la eterna materia sin forma, que al mismotiempo es el asiento del
mal, y de la misma hicieron la creación hoy existente. Según sea elprincipio que predomine
esta mezcla, cada una de las criaturas es mala o buena, y para librar a esas partículas de luz de
la mala materia que las encierra, ha aparecido Cristo, segúnalgunos, solo con un cuerpo
fantástico (docetismo). Los maniqueos hacían profesión de unamoral severa, representada por
los tres sellos, de la boca, del pecho y de las manos; peromás tarde degeneró su severidad
frecuentemente en la más completa disolución.Los

antitrinitarios

como enemigos de la Santísima Trinidad, se atuvieron sólo a launipersonalidad de Dios y por


esto fueron también llamados monárquicos o unitarios.Los

modalistas

o patripasianos vieron en las tres divinas personas sólo tres diferentes modosde manifestación
del Dios unipersonal, de modo que según esto sólo el Padre había sufridoen Cristo.Los

sabelianos

admitían una Trinidad, que consistía en tres manifestaciones u operacionesdiferentes de una


sola Persona divina, la cual después de desarrollarse o dilatarse como

Algunos movimientos heréticos de los primeros siglos del cristianismo

Publicado: 26 marzo, 2010 en Patrología

Durante el siglo II se realizará un significativo esfuerzo para clarificar la doctrina y distinguir lo


que se comprende por verdadero legado apostólico de aquellas corrientes de pensamiento
que se alejan de tal legado y que serán denominadas herejías (háiresis, separación). En este
período de formación de la Iglesia se reconoce la difícil tarea de establecer criterios de
clarificación doctrinal, porque estos irán surgiendo, precisamente, en la confrontación que
sostendrá la Iglesia frente a los distintos grupos constituidos por sectarios heterodoxos.
Algunos de los principales referentes que separan la ortodoxia de la heterodoxia son la regula
fidei, el conjunto de verdades basadas que, basado en la Sagrada Escritura, ha sido recibido
por Tradición en la Iglesia; o el valor de la comunión de las iglesias con la Iglesia de Roma,
aunque en este periodo está un poco verde el desarrollo de una teología que clarifique el
primado romano.

Uno de los movimientos heterodoxos que constituyó una seria amenaza para el cristianismo
del siglo I y II fue el Gnosticismo. Estaba formado por grupos reducidos constituidos en torno a
una persona, hecho que dificulta una caracterización sintética de todo el movimiento. No
obstante, una de sus características es que se presenta como el intento de dar respuesta a los
grandes interrogantes que se plantea el ser humano sobre su identidad, su origen y su destino.
También se muestra en estos grupos el interés de explicar la realidad del mal en el mundo,
recurriendo a un dualismo entroncado con la antigua religión iránica. En este sentido la gnosis
sería un saber de salvación para el hombre, que parte de a existencia de un Dios
absolutamente trascendente, que no tiene relación alguna con la creación. El mundo habría
sido creado por un demiurgo, que se apartó de Dios y que se identifica con el Dios del Antiguo
Testamento; de ahí que el mundo sea malo por naturaleza. En cuanto al ser humano, este
tiene un cuerpo que le liga al mundo, por esta razón trata de liberarse de la materia y de
retornar al verdadero Dios. Pero esto se consigue mediante un conocimiento que sólo está
reservado a los elegidos. Entre los gnósticos más destacados se encuentran Basíliades,
Valentín, Ptolomeo, Heracleón, Florino, Bardesanes, Harmonio, Teodoto, Marco, Carpócrates,
Epífanes, etc.

Las primeras noticias sobre el gnosticismo aparecen en autores cristianos que han combatido
esta herejía a lo largo de los siglos II al IV. Muchos de estos escritos no han llegado a nuestros
días, como los de San Justino; aunque otros son bien conocidos como los de Ireneo (Adversus
haereses), Hipólito (Philosophumena), Epifanio de Salamina (Panarion) y Filastrio de Brescia
(Liber de haeresibus). Todos estos autores no se han limitado ha transmitir las características
de estos movimientos heréticos, sino que también han reproducido fragmentos de estos. Así,
Clemente de Alejandría recoge los Extractos de Teodoto y Orígenes reproduce algunos
Fragmentos de Heracleón. Todas estas fuentes de suma importancia se han ido enriqueciendo
con los hallazgos de fuentes directas gnósticas a partir del siglo XVIII, como los manuscritos de
la Pistis Sophía, Evangelio de María, Libro de los secretos de Juan, Hechos de Pedro, etc.

Uno de los mayores acontecimientos respecto al estudio del gnosticismo fue el descubrimiento
en 1948 de la biblioteca copta de Nag-Hammedi en el Ato Egipto – 100 kilómetros al norte de
Luxor –. Esta biblioteca la componen un total de 13 códices de papiro escritos en copto del
siglo IV, en los que se recogen 52 obras gnósticas. Las más relevantes son el Evangelio de la
Verdad y el Evangelio copto de Tomás. También hay que destacar varias recensiones coptas
del Libro de los secretos de Juan o Apócrifo de Juan. Desde ese momento hasta la actualidad
se han realizad exhaustivos estudios de estas obras con ediciones críticas y estudios valorativos
para conocer con mayor aproximación el pensamiento gnóstico.

Una de las figuras dentro de la heterodoxia es, sin duda, Marción. Los Padres de la Iglesia le
consideraron un gnóstico y algunos de sus rasgos doctrinales se corresponden con este
pensamiento herético, no obstante hay otros rasgos que desdicen de esta clasificación. Se sabe
que su padre, obispo de Sínope (Ponto, Mar Negro), le excomulgó a raíz de unos
enfrentamientos con los defensores de la ortodoxia doctrinal. Hacia el año 138 viaja a Roma,
donde es bien acogido por la comunidad cristiana, pero en julio del año 144 fue excomulgado
por el Obispo de Roma por falta de ortodoxia. Por este motivo decide crear su propia iglesia,
con una estructura casi similar a la Iglesia de Roma. Según cuenta San Justino (Apología, 25, 6)
tuvo muchos adeptos y algunas de sus comunidades perduraron durante los comienzos del
Medioevo. Su obra Antítesis, donde recoge toda su doctrina no nos ha llegado, así como una
carta dirigida a los jerarcas de la Iglesia de Roma, en la que defendía su doctrina. Las fuentes
más directas e importantes sobre Marción son los heresiólogos Ireneo y Tertuliano.

El error doctrinal más remarcable de Marción arranca de un enfoque equivocado de la Sagrada


Escritura al hacer una distinción neta y radical entre el Dios del Antiguo Testamento, al que ve
recto y punitivo, y el Dios del Nuevo Testamento, el Dios bondadoso de la predicación de
Cristo. Como rechaza que se traten del mismo Dios rechaza todo el Antiguo Testamento y
todos aquellos pasajes del Nuevo Testamento que guarden relación con el anterior. Por tanto,
su Biblia se reduce al Evangelio de San Lucas y a las Cartas de San Pablo. En este sentido, A.
von Harnack considera que Marción más que un gnóstico es un auténtico reformador y un
instaurador del paulinismo. Cabe decir, no obstante, que los gnósticos se caracterizaban por la
mezcla sincrética de ideas cristianas y paganas como ocurre en Marción, que al igual que ellos
considera que el hombre y el mundo no son obra de la creación de Dios, sino de un demiurgo.

La doctrina de Marción se caracteriza por un profundo rigorismo moral de corte encratita, al


repudiar la procreación y el matrimonio. Tampoco admitía que Jesucristo hubiera nacido de
María, pues había tomado sólo una apariencia de cuerpo. Con ello arruinará la redención del
pecado de toda la humanidad. La peligrosidad doctrinal de Marción se refleja perfectamente
en un pasaje de Ireneo (Adversus Haereses, III, 3, 4) en el que narra el encuentro que tuvo el
obispo Policarpo de Esmirna con Marción. Al ser preguntado por este: “¿Me conoces?”.
Policarpo respondió: “Sí, reconozco en ti al primogénito de Satanás”.

Otro de los movimientos heréticos de los comienzos del cristianismo es el Montanismo,


conocido también como la “nueva profecía” o la “herejía de los frigios”. Montano, su
fundador, se declaró portavoz del Espíritu Santo y contaba con la colaboración de dos
profetisas, Priscila y Maximila. De él sólo sabemos lo que nos ha llegado de Eusebio y Epifanio,
pues todos sus escritos se han perdido. La “nueva profecía” se centraba en el anuncio del
eminente fin del mundo, que según Maximila acaecería poco después de su muerte. Para
prepararse para tal evento prescribían una ascesis muy rigurosa: ayunos severos, celibato,
continencia sexual, generosidad en las limosnas, animar al martirio o la prohibición de huir de
las persecuciones. Poco a poco esta exigencia se fue mitigando. También señalaban que la
“Nueva Jerusalén” (Ap 21, 1-10) se asentaría en Pepuza o en Tymion (Frigia), donde deberían
dirigirse todos los cristianos para salir al encuentro de Cristo. Cabe decir, que con la muerte de
Maximila y la no llegada del fin del mundo tal movimiento fue perdiendo todos sus seguidores
paulatinamente, aunque en Oriente perduró hasta el siglo IX.

Tertuliano fue el primero en emplear el término monarchiani para designar a aquellos que
defendían la existencia de una monarquía en Dios, apoyados en el monoteísmo de los judíos,
frente a concepciones gnósticas, que afirmaban la tesis de dos divinidades, la del Antiguo y la
del Nuevo Testamento. Los estudiosos actuales aplican el mismo término “monarquianos” a
los adopcionistas. El monarquianismo admite dos formulaciones: el adopcionismo y el
patripasianismo. El primero tuvo lugar a finales del siglo II en Roma y fue promovido por
Teodoto de Bizancio. Consideraban a Cristo un simple hombre, adoptado como Hijo por Dios,
por sus méritos. El segundo tuvo mayor fortuna. Iniciado por Noeto de Esmirna, en la Roma del
siglo III contaba con algunos representantes de gran notabilidad como Sabelio, que lo propagó
por Egipto, y Práxeas, que hizo lo mismo por el norte de África. El patripasianismo sostenía que
Dios Padre padece en la Cruz bajo la figura del Hijo, es decir, ve en Dios Padre e Hijo sólo
diversos “modos” de manifestarse el Dios único; de aquí que también se llame a este
movimiento “modalismo”.

Bibliografía sobre heterodoxia


H.E.W. Turner, The Patter of Christian Truth. A Study in the relations between Orthodoxy and
Heresy in the early Church, London, 1954.

A. Le Boulluec, La notion d’héresie Dans la littérature grecque IIe-IIIe siècles, Paris, 1985.

R. M. Grant, Heresy and Criticism. The Search for Authenticity in Early Christian Literature,
Louisville-New York, 1993.

Las herejías iniciales contra el Cristianismo y los Cismas antes de la Reforma

Por Anwar Tapias Lakatt

administrador@catolicosfirmesensufe.org

Dentro del estudio de la Apologética es importante conocer en la historia de la Iglesia, las


distintas corrientes doctrinales que se fueron desviando de la Verdad, hasta contradecir por
completo la enseñanza de la Iglesia.

Desde el mismo inicio del Cristianismo se empezó a desviar o malentender la enseñanza de


Cristo, por parte de miembros mismos de la Iglesia, convirtiéndose en “herejes, apóstatas o
cismáticos”.

Estas palabras hoy día son utilizadas de manera arbitraria, sin tener claridad de lo que
verdaderamente significan. Colocaremos algunos términos básicos antes de abordar el tema,
de acuerdo a lo que enseña el Código de Derecho Canónico en su numeral 751[i]:

Herejía: Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad
que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma
Apostasía: Es el rechazo total de la fe cristiana

Cisma: el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la


Iglesia a él sometidos.

En los debates apologéticos, la palabra más común utilizada es la de “herejía”. Realmente la he


visto usada en debates sin darles un uso correcto. La palabra “herejía” proviene del griego
αἵρεσις (hairesis) y la utiliza San Pedro en la siguiente cita:

En el pueblo de Israel hubo también falsos profetas, que pueden compararse a los falsos
maestros, que entre vosotros, introducirán herejías (αἵρεσι) perniciosas, y que negando al
Dueño que los adquirió atraerán sobre sí una rápida destrucción. (2 Pe 2, 1)

Es importante notar que San Pedro mencione “entre vosotros”, pues al igual que lo menciona
el CDC en su numeral 751, hay herejía luego de recibido el Bautismo, es decir, que una herejía
es lanzada primordialmente por un católico.

Jesús nos advierte

Desde el mismo Nuevo Testamento, Cristo nos advirtió de quienes quisieran pervertir y
engañar:

Él les respondió: "Tengan cuidado de que no los engañen, porque muchos se presentarán en
mi Nombre, diciendo: "Yo soy el Mesías", y engañarán a mucha gente. (Mt 24, 4-5)

Porque aparecerán falsos mesías y falsos profetas que harán milagros y prodigios asombrosos,
capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. Por eso los prevengo. (Mt 24, 24-
25)

San Pablo en los Hechos nos enseñará:


Yo sé que después de mi partida se introducirán entre ustedes lobos rapaces que no
perdonarán al rebaño. Y aun de entre ustedes mismos, surgirán hombres que tratarán de
arrastrar a los discípulos con doctrinas perniciosas. (Hch 20, 29-30)

Con lo cual deja claro, que dentro de los mismos creyentes surgirían doctrinas erradas. Pero al
tiempo nos muestra que incluso en su época ya se habían introducido doctrinas erróneas,
como reclama a los Gálatas:

Me sorprende que ustedes abandonen tan pronto al que los llamó por la gracia de Cristo, para
seguir otro evangelio. No es que haya otro, sino que hay gente que los está perturbando y
quiere alterar el Evangelio de Cristo. Pero si nosotros mismos o un ángel del cielo les anuncia
un evangelio distinto del que les hemos anunciado, ¡que sea expulsado! (Gal 1, 6-9)

Teniendo en cuenta el ambiente helénico en el que se debía mover San Pablo, los cristianos
tenían contacto con las filosofías de otras naciones e incluso con los judíos que buscaban a
toda costa no dejar crecer a los cristianos, y sobre ello también advierte San Pablo. Incluso
tradiciones humanas que intentaban imponerse a los creyentes:

No se dejen esclavizar por nadie con la vacuidad de una engañosa filosofía, inspirada en
tradiciones puramente humanas y en los elementos del mundo, y no en Cristo (Col 2, 8)

Estas doctrinas tienen una cierta apariencia de sabiduría por su "religiosidad", su "humildad" y
su "desprecio del cuerpo", pero carecen de valor y sólo satisfacen los deseos de la carne. (Col
2, 23)

Es posible que San Pablo haga mención a los judíos[1], por sus menciones a la circuncisión (2,
11-13, ley mosaica (2, 14) y observación de sábados (2, 16)[2]

La venida del Impío será provocada por la acción de Satanás y estará acompañada de toda
clase de demostraciones de poder, de signos y falsos milagros, y de toda clase de engaños
perversos, destinados a los que se pierden por no haber amado la verdad que los podía salvar.
Por eso, Dios les envía un poder engañoso que les hace creer en la mentira, a fin de que sean
condenados todos los que se negaron a creer en la verdad y se complacieron en el mal. (2 Tes
2, 9-12)
PRINCIPALES HEREJIAS

A pesar de las advertencias apostólicas, las herejías fueron apareciendo y fueron ganando
adeptos. En el mismo Nuevo Testamento se hacen mención de las primeras herejías, las del
siglo I. Estas fueron:

· Nicolaítas: Secta mencionada en el Apocalipsis. Esta secta representaría la desviación moral.


Nico significa “dominador” y laos “pueblo”. En este sentido, nicolaíta sería sinónimo de
persona que pervierte las costumbres morales y religiosas[3]. Los pasajes en donde se condena
esa herejía son:

“Sin embargo, tienes esto a tu favor: que detestas la conducta de los nicolaítas, lo mismo que
yo” (Ap 2, 6) – Mensaje dirigido a la Iglesia de Efeso.

Tienes además partidarios de la doctrina de los nicolaítas. Arrepiéntete, o iré en seguida para
combatirlos con la espada de mi boca (Ap 2, 15-16) – Mensaje dirigido a la Iglesia de Pergamo

De esta forma, esta secta habría estado difundida en el Asia menor. De acuerdo a San Ireneo
vivían el desenfreno de las pasiones. Según San Hipólito su fundador sería uno de los siete
diáconos, Nicolás, algo que luego desmiente San Clemente de Alejandría[4].

Ebionitas: secta que se difundió a finales del siglo I e inicios del siglo II. No hay consenso entre
quien es su fundador. Loa exégesis actual descarta que sea un tal Ebión y más bien era una de
las ramas de los cristianos conversos del judaísmo. Varios Padres de la Iglesia los mencionan
como San Ireneo, San Hipólito y Tertuliano. Entre sus doctrinas estaban:

Rechazaban la divinidad de Cristo

Rechazaban su nacimiento virginal

Guardaban el sábado y el domingo

Consideraban apóstata a San Pablo


Sólo reconocían el Evangelio de San Mateo

Docetas: Los docetas negaban la encarnación de Cristo. Para ellos la encarnación es una simple
apariencia. San Juan seguramente conoció de esta herejía y la confrontó en una de sus cartas:

Porque han invadido el mundo muchos seductores que no confiesan a Jesucristo manifestado
en la carne. ¡Ellos son el Seductor y el Anticristo! (2 Jn 7). Igualmente San Ignacio de Antioquía
fue un defensor de la fe ante la herejía doceta.

· Gnósticos: Los gnósticos fue de las herejías que logró mayor difusión, entre los siglos I al III.
Es realmente un sincretismo religioso. Su nombre viene de “gnosis” que significa
conocimiento, pues ellos se abrogaban tener conocimientos ocultos de los Apóstoles que los
demás no tenían esto generó confusiones porque muchos gnósticos se hacían pasar por
cristianos[5]. Debido a esto empezaron a aparecer escritos falsamente atribuidos a los
Apóstoles como el Evangelio de Felipe o el de Tomás descubiertos en las cuevas de Nag-
Hammadi[6]. Entre las doctrinas gnósticas están:

Ascienden espiritualmente por el conocimiento, por lo que la carne es innecesaria y sólo se


salvan por el saber.

Mezclan diversas doctrinas de diversas religiones, al estilo del New Age, con el fin de aparentar
dominio de las verdades divinas.

Hay dos principios en el universo: el bien y el mal. El bien es espiritual y el mal es lo material.
En esa lucha debe vencerse a lo material para liberarse, y eso se hacía con el conocimiento

Tenían niveles cósmicos y esferas celestiales, y una gran cantidad de seres espirituales en
donde la Trinidad son seres de bajo rango

Las mujeres son seres inferiores por ser quienes atrapan las almas inmortales en el cuerpo
material, de ahí que el matrimonio sea perverso al igual que el sexo

Jesús es un ser espiritual que aparentó tomar un cuerpo.

Contra los gnósticos combatió en todo su esplendor San Ireneo de Lyon en su obra “Contra
Herejes”.

Montanismo: Fundados por Montano en el siglo II (año 170 D.C) enseñaba que era el profeta
del Espíritu Santo. Anunciaba el inminente regreso de Cristo, y por tanto se debía llevar una
dura vida ascética y de penitencia. Tristemente a esta secta se unió Tertuliano. También
rechazaban el matrimonio. Podemos ver tanto en los montanistas como en los gnósticos, el
cumplimiento de la profecía de san Pablo:
"El Espíritu afirma claramente que en los últimos tiempos habrá algunos que renegarán de su
fe, para entregarse a espíritus seductores y doctrinas demoníacas, seducidos por gente
mentirosa e hipócrita, cuya conciencia está marcada a fuego.

Esa gente proscribe el matrimonio y prohíbe el consumo de determinados alimentos que Dios
creó para que los creyentes y los conocedores de la verdad los comieran dando gracias” (1
1Tim 4, 1-3)

Modalismo: Precedente del sabelianismo, el monarquismo surgió en el siglo II como reacción


al adopcionismo. El monarquismo un solo Dios pero que se manifestaba de diferente forma:
como Padre, Hijo y como Espíritu Santo. Esta herejía era una clara ofensa a la Trinidad, pues no
respetaba la distinción de personas. Fue difundida por Noeto de Esmirna y para estos fue el
Padre el que padeció en la cruz[7]

· Adopcionismo: Para estos, Cristo era un simple hombre que fue adoptado por Dios y que
por medio del Bautismo sería bañado de divinidad para cumplir su misión[8]

Maniqueismo: Secta fundada en el siglo III en Persia. Los Maniqueos creen que el espíritu del
hombre es de Dios pero el cuerpo del hombre es del demonio. En el hombre, el espíritu o luz
se encuentra cautivo por causa de la materia corporal; por lo tanto, creen que es necesario
practicar un estricto ascetismo para iniciar el proceso de liberación de la luz atrapada.
Desprecian por eso la materia, incluso al cuerpo. Los "oyentes" aspiraban a reencarnarse como
"elegidos", los cuales ya no necesitarían reencarnarse más. Para ellos Jesús era el Hijo de Dios,
pero que había venido a la tierra a salvar su propia alma. Jesús, Buda y otras muchas figuras
religiosas habían sido enviadas a la humanidad para ayudarla en su liberación espiritual[9].

Marcionismo: Secta fundada por Marción en el siglo II, como variante del gnosticismo. Para
esta secta hay un Dios del Antiguo Testamento en oposición con el del Nuevo Testamento. El
Dios malo es el del Antiguo Testamento que reprimió a la humanidad con la Ley. El Dios bueno
envió a Jesús pero no nació de María ni sufrió ni murió. Marción también prohibía el
matrimonio y la carne. En su canon sólo cabe San Lucas y las diez epístolas de San Pablo[10]

Arrianismo: Fue la principal del siglo IV. Debe su nombre debido a Arrio, un obispo de
Alejandría que en el año 318 D.C predica que no hay tres personas divinas, sino un solo Padre y
que Cristo no es Dios sino una creatura creada por Dios de la nada[11]. Adicionalmente enseña
que Dios Padre elevó al rango de Hijo suyo a Cristo; por lo mismo, si con respecto a nosotros
Cristo puede ser considerado como Dios, no sucede lo mismo con respecto al Padre puesto
que su naturaleza no es igual ni consustancial con la naturaleza del Padre[12]. Arrio pensaba:
“el Hijo no siempre ha existido (...), el mismo Logos de Dios ha sido creado de la nada, y hubo
un tiempo en que no existía; no existía antes de ser hecho, y también Él tuvo comienzo. El
Logos no es verdadero Dios. Aunque sea llamado Dios, no es verdaderamente tal”[13]

El arrianismo fue condenado en un concilio local en Alejandría en el año 320 D.C, sin embargo
la herejía logró expandirse y se generó una crisis de gran proporción que el emperador
Constantino se vio necesitado de convocar el Concilio de Nicea. El arrianismo fue condenado
en el Concilio en donde surgieron líderes importantes para enfrentarlo como San Atanasio.

El arrianismo tomaría un nuevo impulso cuando Arrio es rehabilitado de su destierro y reciben


el apoyo de Constancio II (hijo de Constantino), quien era de ideas arrianas. Constancio II y
Constante su hermano, quienes gobernaban occidente y oriente respectivamente se reunieron
en el Concilio de Sárdica en el año 343 D.C, en el cual restituyeron a San Atanasio del destierro
y la deposición de muchos obispos arrianos.

Tras la muerte de Constante quedando la única autoridad ahora en Constancio II, los arrianos
ganaron fuerza pero fueron finalmente derrotados en el Concilio de Constantinopla. Se puede
decir que el arrianismo profesado desapareció hacia el siglo VI.

· Donatismo: Esta herejía también es el del siglo IV. Se debe a un obispo llamado Donato. La
herejía en sí lo que enseñaba era que los sacramentos para ser válidos según la santidad del
ministro, y que la Iglesia sólo estaba formada por puros.

El origen de la herejía sucede porque en época de Diocleciano muchos fueron perseguidos y


obligados a entregar las Sagradas Escrituras para ser quemadas, entre eso estaba Felix de
Aptonga, a quienes algunos consideraban traidor. Felix había ordenado a Ceciliano como
obispo de Cartago, importante sede africana. Muchos obispos no estaban de acuerdo y
decidieron nombrar a Mayorino como obispo de Cartago por lo que se dio un cisma. Donato
reemplaza a Mayorino y es quien estructura realmente la herejía. Para él, no había sacramento
válido celebrado por un sacerdote indigno, es decir, Ceciliano no podía ser Obispo porque
quien lo ordenó era un “traidor”. La herejía lo que en el fondo quiere mostrar es que es la
santidad del ministro la que haría válido el sacramento. San Agustín fue uno de los santos que
más combatió esta herejía y del que tenemos obras escritas. S. Agustín se pronuncia con
frecuencia contra su arrogancia e impiedad porque casi era adorado por sus seguidores. Se
dice que en su vida le gustaba mucho que le adularan y después de morir fue contado entre los
mártires y hasta se le atribuyeron milagros[14].

Se convoca un sínodo en Roma en el 313 para verificar el caso de Ceciliano y se define que su
ordenación es válida. El sínodo de Arles en el año 314 confirmó la condena del de Roma,
incluso se hizo una investigación y se descubrió que Felix no era ningún traidor porque no
había estado cuando en la época de Diocleciano habían confiscado las Sagradas Escrituras [15]

· Macedonismo: Esta herejía atentaba contra la divinidad del Espíritu Santo. Se dio por un
Obispo llamado Macedonio al que los arrianos habían impuesto en la sede de Constantinopla.
Fue cruel, persiguió a los novacianos y a los católicos. Fue incluso capaz de desenterrar el
cuerpo de Constantino. Se logró que fuera depuesto, y en sus últimos años abraza la herejía
contra el Espíritu Santo. Si bien aceptaba lo enseñado por Nicea respecto al Hijo, negaba que el
Espíritu Santo fuera Dios. En parte la no profundización del credo de Nicea en donde sólo se
menciona: creemos en el Espíritu Santo, fue la excusa perfecta para propagar su error[16].
Cuando San Atanasio regresa del destierro logra condenar a Macedonio y su doctrina en un
concilio en Alejandría.

Contra esta herejía escribieron grandes Padres de la Iglesia de Oriente como San Gregorio de
Nisa[17] o San Basilio. Finalmente esta herejía sería condenada por el Concilio de
Constantinopla.

· Apolinarismo: Esta herejía fue promulgada por Apolinar, Obispo de Laodicea, quien
enseñaba que Cristo no era únicamente Dios, pero a la vez no era hombre, sino un ser
intermedio. Esto lo argumentaba porque pensaba que cuando el Verbo asumía la naturaleza
humana, reemplazaba el alma humana, por lo que si Cristo no tenía alma humana no era
realmente humano. Con esto, Cristo era un ser producto de la unión entre el Padre, el Hijo y
un cuerpo mortal. Esta herejía fue condenada por el Concilio de Constantinopla
· Nestorianismo: Herejía defendida por Nestorio, Patriarca de Constantinopla que en contra
del apolinarismo enseñaba que María no es madre de Dios porque el que nació de María es
diferente al Verbo de Dios. Es decir, en Cristo no había unión hipostática de las dos naturalezas
en una persona, sino en una nueva persona compuesta, por consiguiente, en Cristo, no se
pueden atribuir las propiedades divinas al hombre ni las propiedades humanas a Dios
(comunicatio idiomatum)[18]. Esta herejía en el fondo enseñaba que:

El hijo de la Virgen María no es el Hijo de Dios

En Cristo existen dos naturalezas como dos personas distintas;

Entre las personas no existe una unión sustancial (o hipostática) sino meramente accidental o
moral;

El hombre que hay en Cristo no es Dios, sino su portador

La Virgen María sólo puede ser designada como la ‘Madre de Cristo’ (Christotokos) y no bajo
como lo enseñaba la Iglesia, esto es, la ‘Madre de Dios’ (o Theotokos), ya que la persona
nacida de María no puede identificarse con la persona del Verbo Encarnado por Dios Padre.

Esta herejía fue combatida por San Cirilo de Alejandría en el Concilio de Efeso en el año 431
D.C. Hoy día podemos encontrar esta herejía presente en muchas sectas evangélicas que
siguen insistiendo en que María no es madre de Dios.

Pelagianismo: Esta herejía fue defendida por Pelagio, quien veía el relajamiento en la
espiritualidad de muchos y por ello apela a que el hombre busque por sus medios hacerse
santo. Esta herejía se estrellaba de frente con la doctrina de la gracia que enseña que no hay
nada que podamos hacer de bueno en nuestras fuerzas que no venga primeramente de la
gracia de Dios, y que nadie por sus propias fuerzas podría salvarse. Podríamos resumir esta
herejía así:

Adán hubiese muerto aunque no hubiese pecado.

El pecado de Adán dañó solo a él. Sus descendientes solo recibieron mal ejemplo.

Los niños antes del bautismo están en la misma condición que estuvo Adán antes de la caída.

La humanidad no muere por el pecado de Adán ni resucita en el último día por la redención de
Cristo.

El pecado de Adán solo le afectó a él y no a su descendencia. Por lo tanto los hijos de Adán
nacen libre de culpa.

La ley del Antiguo Testamento ofrece la misma oportunidad de salvación que el Evangelio.

A este hereje lo enfrentó San Agustín en muchas de sus obras en donde desarrolla que la
gracia de Dios en ningún momento violenta el libre albedrío. Esta herejía fue condenada por el
Concilio de Cartago en el año 416 D.C.
Monofisismo: Esta herejía surgía como reacción al Nestorianismo. Si Nestorio afirmaba que en
Jesús habían dos personas, el monofisismo argumenta que en Jesús hay una sola naturaleza. La
unidad en la persona de Jesús que defendió San Cirilo, llevó a algunos a decir que en la
encarnación, la naturaleza humana fue absorbida por la divina[19]. Su exponente fue Eutiques,
quien fue excomulgado por el Patriarca de Constantinopla y confirmada por el Papa San León
Magno. Esta herejía fue condenada por el Concilio de Calcedonia en el año 451 D.C.

Monotelismo: Esta herejía fue propuesta por Sergio, Patriarca de Constantinopla, quien
afirmaba que en Cristo había una sola voluntad. En el fondo lo que quería Sergio era conciliar a
los monofisistas con el resto de la cristiandad. Recordemos que los monofisistas habían
propuesto que en Cristo había una sola naturaleza en contraposición a los nestorianos que
afirmaban que en Cristo habían dos personas.

La propuesta de Sergio ganó aceptación en Egipto[20] y Armenia, pero se levantó San Sofronio,
patriarca de Jerusalén denunciando la falsedad de la doctrina. San Sofronio escribe al Papa
Honorio, pero Sergio se adelanta.

Sergio logró que el emperador Heraclio dictara un documento llamado Ectesis, claramente
monotelista. Esto levantó protestas, por lo cual lo eliminaron, pero con el sucesor de Heraclio,
Constante II, se sacó un nuevo documento que pedía guardar silencio sobre qué postura
tomar, llamado “Tipos”[21].

El Papa Honorio en ese momento escribe cartas a Sergio, las cuales posteriormente fueron
usadas para condenar de herejía al Papa Honorio, en uno de los casos más polémicos, que
después sería discutido en el Concilio Vaticano I respecto a la infalibilidad papal.

Sobre el caso de Honorio ha corrido mucha tinta, sobre todo por los detractores del Papado y
de la infalibilidad papal, pues si el Papa Honorio cayó en herejía monotelista no puede ser
infalible. La acusación contra Honorio brota de la respuesta en donde hace eco de una
voluntad:

“Por qué admitimos una voluntad de nuestro Señor Jesucristo, porque evidentemente fue
nuestra naturaleza y no el pecado en ella lo que fue asumido por la Divinidad, es decir, la
naturaleza que fue creada sin pecado, no la naturaleza que fue viciada por el pecado”

Lo adicional contra la acusación a Honorio parte de que pide guardar silencio sobre el tema:

“…tomando en cuenta la simplicidad del hombre y para evitar controversias, debemos, como
ya lo había dicho, definir ni uno ni dos operaciones en la mediación entre Dios y el hombre” (2)
[Non nos oportet unam aut duas op operaciones predicare”]

Hay que analizar que Honorio en sí no defiende la herejía monotelista, sino que respecto a la
naturaleza humana de Cristo no acepta que hayan dos voluntades como contrapo niendo
que haya una naturaleza sujeta al pecado y otra sin pecado. Sergio supo sacar partido a favor
de esto para apoyar su postura.

Cuando se analiza la postura de Honorio, de lo que podríamos acusarlo es de negligencia por


no usar de la forma adecuada para abordar esta problemática pero nunca de enseñar herejía.
Honorio no profundizó la cuestión y por ello, con esa carta fue a pedir al emperador ordenar
imponer silencio sobre el tema. Honorio había muerto y no tenía forma ya de aprobar o
desaprobar el decreto imperial[22]

Tanto Juan IV, Papa, como San Máximo de Constantinopla y Juan Symponus demostraron por
escrito que Honorio simplemente mencionó lo de una voluntad en contraposición a quienes
alegaban dos voluntades humanas[23]. Sin duda, Honorio no intentaba negar que en Cristo
hay una voluntad humana, las facultad más alta, pero usó palabras que podían ser
interpretadas en el sentido de la herejía y no reconoció que la cuestión no iba de la unidad de
la Persona Que Quiere, ni del total acuerdo de la Divina Voluntad con la facultad humana, sino
de la existencia distinta como una parte integrante de la Humanidad de Cristo.

El Papa León II cuando condena a Honorio afirma:

«El cual no extinguió como era conveniente a su autoridad apostólica la incipiente llama de la
doctrina herética, sino que la favoreció con su negligencia»[24]

Luego de que Constante II retirara la Ecthesis y sacara un nuevo documento llamado “Tipos”
que simplemente pedía silencio, se realizó un concilio Laterano en el 649 D.C que condenó
ambos documentos, lo que enfureció al emperador e hizo desterrar al Papa San Martín I.
Debido a esto será necesario convocar un nuevo concilio que será el que finalmente condene
la herejía monotelista.

· Monoenergismo: Derivada de lo mismo, lo que defendía era que en Cristo obraba una sola
energía u operación. Esta energía sería una mezcla de lo divino y humano, llamado teándrico.
Ciro de Alejandría dirá:

“Que este mismo único Cristo e Hijo, efectúa ambas acciones que le pertenecen como Dios, y
aquellas que son humanas, por una, sola, operación teándrica”

El problema estaba en si se asociaba la energía o actividad, a la persona o a la naturaleza. Se


podía pensar que se asociaba a la persona por el ejercicio de la libertad del sujeto para obrar,
pero se podía pensar que era asociada a la naturaleza por considerarse como apetitos
racionales[25]. San Sofronio y San Máximo Confesor son las principales figuras que se levantan
a aclarar que la actividad va asociada a la naturaleza, por tanto en Cristo no podrían haber dos
energías o actividades que fueran contrarias. Podríamos decir que el monoenergismo es como
una primera etapa del monotelismo.
EL CISMA DE ORIENTE

El cisma de Oriente representa un acontecimiento triste y lamentable para la historia de la


Iglesia, pues significa la división de la cristiandad, de esa única Iglesia fundada por Jesús, en
dos partes: ambas con origen apostólico, ambas con sucesión valida, ambas con los
sacramentos, ambas deseando servir al único Señor Jesús, pero que diferentes facciones,
incomprensiones, elementos políticos, culturales y geográficos que fueron abonando el
terreno para tan lamentable división.

Debemos ubicarnos en el siglo XI. El Papa es León IX, quien llega al Papado en el año 1049 D.C.
El Patriarca de Constantinopla es Miguel de Cerulario, quien venía alimentado por el partido de
Focio, quien había dejado su semilla de rechazo a lo occidental.

El Papa León IX quería recuperar el control de Sicilia y el norte de Italia que había perdido la
Iglesia en las luchas iconoclastas. Buscando apoyo del Emperador Enrique III, éste fue
aconsejado por varios obispos que no enviara tropas. Entonces el Papa buscó apoyo en el
gobernador griego del sur de Italia, Argyros, quien estuvo de acuerdo en una alianza así, pero
es cuando entra en oposición Miguel de Cerulario[26]. Cerulario veía en esa alianza un
afianzamiento más de lo latino, por ello instiga a Léon de Ácrida, arzobispo a que escriba una
carta al Arzobispo latino Juan de Trani, en el que le condena varios asuntos rituales.
Básicamente los argumentos dados eran[27]:

Usan pan ázimo para la Eucaristía

Los sacerdotes cumplen el celibato

La confirmación sólo era administrada por el Obispo

La introducción del Filioque en el Credo

Este tipo de diferencias podían resolverse por medio de un Concilio, por tanto no es este tipo
de argumentos lo que es capaz de dividir después de 10 siglos a una Iglesia que viene bien. Ya
habían ido aportando distintos factores a esa división de la Iglesia[28]. Las relaciones ya para el
siglo XI venían mermadas, en apariencia bien, pero muy deterioradas. Podemos enumera esos
factores como:

Políticos: El levantamiento del Imperio Carolingio y luego del Romano Germánico no gustó en
Oriente, en donde el Emperador era el Bizantino. Si bien la Iglesia en Occidente se apoyó en
estos imperios para poder cristianizar y defenderse de los bárbaros, también habían elementos
de ambición. Adicionalmente el reclamo de Constantinopla sobre Roma.
- Étnicos: Las diferencias culturales y sociales entre asiáticos y europeos fueron haciendo
mella, hasta incluso las diferencias de lenguaje.

- Religiosos: Se fueron dando diferencias, por ejemplo en ritos, santorales, fechas de


celebraciones, y prácticas disciplinares como el celibato, fueron distanciando cada vez más a
Oriente de Occidente.

El Papa León IX envió una delegación a Constantinopla a tratar este asunto, incluso por
petición del Emperador Bizantino. Fuentes latinas mostrarán que los legados papales
excomulgaron a Miguel de Cerulario por sus acusaciones, pero hay que reconocer que el Papa
no escogió bien a sus legados y mandó personas que también tenían rechazo a lo que fuera
bizantino. La carta que llevaba Humberto de Silvacandida a nombre del Papa era bastante
fuerte y nada cordial. El Emperador sin embargo recibe a los legados, pero Focio es muy frío.
En la carta también se proponía una alianza de Bizancio con Roma contra los normandos[29].

Humberto de Silvacandida redacta una bula de excomunión que no entrega a nadie, la deja en
el altar de la Iglesia de Santa Sofia. La bula era bastante injuriosa y en la que acusaba
falsamente a a Oriente. Cuando el Emperador Constantino IX se entera manda a llamar
nuevamente a los legados papales pero estos no aceptan regresar.

En la excomunión de Occidente no se excomulga a la Iglesia en general sino a Miguel de


Cerulario. Ni siquiera la excomunión de Cerulario incluyó al Papa. En un principio estaba sólo
en su sentencia pero poco a poco los otros patriarcados orientales se fueron sumando a la
excomunión contra el Papa[30].

Importante análisis que se hace sobre la bula de excomunión de Occidente pues el Papa León
IX murió tres meses antes de que saliera la bula, y el Papa Victor II fue elegido en 1055 D.C.
Quiere decir que durante esa bula no había Papa y por tanto el encargo pontificio se considera
caduco. A partir de ahí, la brecha creció y ni los intentos de acercamiento en los Concilios de
Lyon y Basilea en 1274 y 1439 tuvieron éxito.

El Papa Pablo VI dio un paso importante cuando levantó la excomunión sobre Oriente, y en
Constantinopla hicieron lo mismo.
También es valioso cuando en 2002, el Papa San Juan Pablo II recibía y se encontraba con una
delegación ortodoxa por primera vez en diez siglos. De su discurso podemos resaltar:

El conocimiento personal recíproco y el intercambio de información, así como un diálogo


franco sobre los medios para entablar las relaciones entre nuestras Iglesias, constituyen el
preámbulo indispensable a fin de progresar con espíritu de fraternidad eclesial. Son también la
condición esencial para poner por obra una colaboración que permita a los católicos y a los
ortodoxos dar juntos un testimonio vivo de su patrimonio cristiano común. Esto vale, sobre
todo, en la sociedad actual, donde parece debilitarse la armonización entre los estilos de vida y
el Evangelio, y también parece disminuir el reconocimiento del valor de las enseñanzas
evangélicas por lo que concierne al respeto del hombre, creado a imagen de Dios, y de su
dignidad, así como la justicia, la caridad y la búsqueda de la verdad[31].

(Extracto de discurso de San Juan Pablo II a la visita enviada por Grecia)

Existen hoy día, Iglesias ortodoxas que decidieron entrar en plena comunión con la Iglesia
Católica Romana, y son conocidas como Iglesias católicas orientales. Se les permitió mantener
su liturgia, disciplina y desarrollo teológico pero aceptando todos los dogas católicos
posteriores al Cisma de 1054 D.C.

El Concilio Vaticano dio un paso importante cuando habló de la relación de la Iglesia Romana
con las Iglesias orientales, pues para muchos son algo desconocido, para muchos solo lo existe
lo latino, y por ello reviste

Nuestra atención se fija en las dos categorías principales de escisiones que afectan a la túnica
inconsútil de Cristo. Las primeras tuvieron lugar en el Oriente, a resultas de las declaraciones
dogmáticas de los concilios de Efeso y de Calcedonia, y en tiempos posteriores por la ruptura
de la comunidad eclesiástica entre los patriarcas orientales y la Sede Romana.

Más de cuatro siglos después sobrevienen otras en las misma Iglesia de Occidente, como
secuela de los acontecimientos que ordinariamente se designan con el nombre de reforma.
Desde entonces, muchas comuniones nacionales o confesionales quedaron disgregadas de la
Sede Romana. Entre las que conservan, en parte, las tradiciones y las estructuras católicas,
ocupa lugar especial la comunión anglicana[32].
EL CISMA DE OCCIDENTE

El cisma de Occidente fue un acontecimiento posterior al papado en Avignon, cuando los


Papas estuvieron residiendo en Avignon, bajo la tiranía francesa. Fue una época muy dura para
la Iglesia, y el volver a Roma significó un paso importante en la restauración de la Iglesia.
Gracias a mujeres como Santa Catalina de Siena y Santa Brígida, esto se logró. El Papa Gregorio
XI tocado por estos mensajes volvió a Roma. Pero a la muerte de Gregrorio XI, a finales del
siglo XIV, se da lo que se conoce como el Cisma de Occidente. Ya en momentos anteriores de la
historia, se había presentado que había un Papa legítimo y un antipapa, sin embargo el cisma
de Occidente nos presenta a tres que se abrogaban el título de Papa.

Luego de la muerte de Gregorio XI en 1378, el cónclave se inició en Roma, en donde los


cardenales que se encontraban allí, eligieron al papa Urbano VI, Bartolomé Prignano, quie no
era cardenal sino Arzobispo de Bari, y por tanto no de las líneas de mando de los grupos
cardenales. Eran dieciséis cardenales: once franceses, cuatro italianos y un español[33]. Cada
vez que las fuentes históricas nos remiten a esta elección se hace mención de las revueltas
romanas a las afueras del Vaticano, pues luego del paso del Papado en Avignon, el pueblo
quería un Papa romano o por lo menos italiano, lo que ha llevado a estudiar si en verdad las
revueltas influyeron en la elección del Papa escogido. Como dato adicional, entre los
cardenales electores estaban los que posteriormente serían los antipapas Clemente VII y
Benedicto XIII, de la línea de Avignon[34].

El Papa Urbano VI, Bartolomé Prignano, una vez elegido empezó a mostrar actitudes hostiles,
torpezas en el manejo del pontificado, incluso llegando a quitar algunos derechos a los
cardenales. Caprichoso y con muchas extravagancias[35], pudieron hacer pensar a los
cardenales sobre lo errado de su decisión. No todo lo malo se le puede achacar a Urbano Vi,
pues entre sus ideas estaba acabar con la simonía en los cardenales[36]. Los cardenales de
hecho, molestos con la decisión tomada se fueron a Fondi y escogieron como Papa a quien
tomaría el nombre de Clemente VII, quien se vio forzado a irse a Avignon. De esta forma se
configuró el cisma porque había un Papa en Roma y otro en Avignon.

La decisión tomada por los cardenales fue propiciada en cierta forma por Urbano VI, por la
forma en que atendió el Papado, entre la necesidad de reforma y sus malos manejos. A su
escogencia nadie puso en duda lo legítimo que resultaba la elección, ni los cardenales
franceses en Avignon ni los gobernantes, pero una vez Urbano VI adoptó su forma de trato la
situación cambió.

Esta situación fue gravísima para la cristiandad, quien se encontraba entonces entre dos
posturas, ¿Cuál era el Papa legítimo? La división llegó a darse incluso entre santos o países. Del
lado de Urbano VI estaba Inglaterra, Alemania e Italia; del lado de Clemente VII estaba Francia,
España, Portugal y Escocia. Respecto a los santos, Santa Catalina de Siena era favorable a
Urbano VI y San Vicente Ferrer favorable a Clemente VII, movido por la postura de que la
elección de Urbano VI era nula.

La situación en un momento así debería llamar a la paz, a buscar una solución, sin embargo
Urbano VI no lo hizo, un tanto más Clemente VII. Ambos se excomulgaron, pero Urbano
incluso excomulgó cardenales, a la reina de Napoles, leal a Clemente VII, y convocó una
cruzada contra ella. Los Papas empezaron a nombrar cardenales para suplir las bajas,
multiplicar las embajadas y enviar delegados para ganar adeptos a su causa. La actitud papal lo
que hacía era abrir más la brecha del cisma.

A la muerte de Urbano VI fue elegido Bonifacio IX en 1389, por los cardenales que eran
favorables a Urbano VI, quien por lo menos hizo las paces con el rey de Napoles, reemplazante
de la reina Juana. A la muerte de Clemente VII, lo sucedió en Avignon, Benedicto XIII en 1394.
Es importante mencionar que los cardenales en Avignon se habían dado cuenta del problema
que representaba el cisma y por ello habían establecido que cualquiera que fuera elegido
como Papa, abdicaría del poder si los demás estaban de acuerdo. Lastimosamente una vez en
el poder, no cumplió y empezó a vivir sólo para sus intereses personales; molesto por la forma
de gobierno de Benedicto XIII, el Rey de Francia decidió no respaldar más a Benedicto XIII. Lo
complejo de esto es que había un cisma dentro de otro, pues entonces Francia no respaldaba
ni al Papa legítimo, Bonifacio IX ni al antipapa Benedicto XIII. La situación llevó incluso a que los
santos abogaran por una solución, y eso lo instaron Santa Catalina de Siena y San Vicente
Ferrer.

A la muerte de Bonifacio IX vino el corto pontificado de Inocencio VII y luego Gregorio XII. Se
había buscado concretar una reunión entre Gregorio XII y Benedicto XIII pero Gregorio XII no
se presenta a una reunión a la que sí llega Clemente VII, y que buscaba poner fin al cisma, pero
este fracaso agitó más el ambiente. Gregorio XII encontró en la toma de Roma por parte del
rey de Napolés, la excusa perfecta para no presentarse[37]. Había varias opciones para acabar
el cisma, un consenso entre ambos Papas, una decisión en manos de un juez o un Concilio.
Debido a la situación actual, sólo quedaba la vía de un concilio.

La situación llegó a extremos que debemos atender para analizar la problemática. Las órdenes
religiosas por ejemplo se dividían, algunas provincias obedecían a Roma y otras a Avignon. La
cristiandad sencilla le perdía estima al Papado, y ante tanta disputa empieza a calar el sentido
de Iglesia espiritual como la importante. La necesidad de un Concilio se hacía inminente, pero
surgía la pregunta, ¿acaso el Concilio podía deponer a un Papa válidamente elegido? Lo que se
ponía en juego era definir, ¿cuál era la suprema autoridad de la Iglesia, el Concilio que
representa a toda la Iglesia o el Papa? Esta situación dará cabida a lo que se conoció como
“Conciliarismo”.

El Concilio de Pisa
Ya los cardenales que apoyaban ambos bandos se dan en la tarea de convocar un concilio en
Pisa en el año 1409, pues estaban cansados de la pusilanimidad de Gregorio XII y la mala
voluntad de Benedicto XIII[38]. La respuesta para el Concilio era notoria, universidades de la
talla de la de París y Oxford, reyes como Carlos VI, muchos prelados también, estaban a favor
del Concilio, y la misma cristiandad que anhelaba acabar con la división en la Iglesia.

En dicho concilio eligen a Alejandro V. La problemática es que no se resolvió nada porque no


podía un Concilio deponer a un Papa[39]. Lo peor de la situación es que ahora quedaban 3
Papas. En el concilio de Pisa esperaban la presencia de los dos Papas, pero ninguno se
presentó.

La sesión quinceava los acusó de herejía, cisma, perjurio y escándalo entre otros, y los depuso
a ambos.

La cristiandad que esperaba que la unidad volviera, le dieron gran apoyo a Alejandro V y
empezaron a abandonar al legítimo Gregorio XII, por lo que es llamado uno de los Papas
menos respaldados de la historia.

Los apoyos luego del concilio de Pisa estaban así: Con Gregorio XII estaba Alemania, Napoles,
Baviera y Polonia. Con Benedicto XIII estaba España y Escocia; y Francia, Inglaterra, Portugal,
Bohemía y Prusia apoyaban a Alejandro V.

El Concilio de Pisa es un acontecimiento peculiar, que resume la vivencia de una crisis muy
fuerte en la Iglesia en el siglo XV. Este sínodo no es una camarilla sacrílega. El número de
padres, su calidad, autoridad, inteligencia y celosa y generosa intención, la casi unanimidad
con la que llegaron a sus decisiones, el apoyo real que recibieron, alejan toda sospecha de
intriga o cábala. No se parece a ningún otro concilio y tiene un lugar por sí mismo en la historia
de la Iglesia, por la forma ilegal en que fue convocado, poco práctico en la elección de medios,
no indiscutible en sus decisiones y sin intención de representar a la iglesia universal. El la
fuente original de todos los sucesos histórico eclesiásticos desde 1409 a 1414y abre el camino
a Concilio de Constanza[40].

A la muerte de Alejandro V, llega Juan XXIII, quien contando con el mayor respaldo, incluso
logró poner en su bando tanto a Francia como a Inglaterra e irse a Roma. La situación sin
embargo estaba cada vez peor, pues Francia sufría la guerra interna entre borgoñeses y
armagnacs por la locura de Carlos VI[41], que sirvió para que Inglaterra tomara ventaja sobre
Francia. En ese momento el signo de esperanza de unidad lo ponía Segismundo, emperador
del Sacro Imperio Romano Germánico, que es quien va a pedir que se convoque un Concilio
general para solucionar el asunto. El Papa Gregorio XII, lo convoca en una carta, y Juan XXIII lo
convoca también con la seguridad de que será el favorecido como el único Papa legítimo, pues
por lo menos Gregorio XII piensa renunciar[42]. Juan XXIII cuando ve que la intención es
deponer a los tres Papas, huyó en medio del Concilio de Constanza, pero luego fue hecho
prisionero, y Benedicto XIII fue depuesto. Se le debe mucho al Emperador Segismundo, quien
logró obligar al Papa Juan XXIII para la convocatoria.

HEREJIAS EN EL SIGLO XIV-XV

Debemos mencionar dos herejías que se presentaron en el siglo XIV y que serían
posteriormente condenadas por el Concilio de Constanza en el siglo XV.

Juan Wyclif.

Este clérigo sienta las verdaderas bases de la Reforma protestante. Hay que entender lo que
vivía la Iglesia de Inglaterra en el siglo XIV. Inglaterra estaba en lucha con Francia, lo que
significaba un gran uso de dinero para la causa. Esta lucha se inicia mucho tiempo atrás porque
el rey Enrique II había conquistado tierras francesas y las había anexado a su territorio, sin
embargo el posterior rey Juan sin Tierra las perdería en el siglo XIII, lo que irritó a la nobleza
inglesa para que firmara una carta magna, algo así como una constitución en la que toma
fuerza una monarquía parlamentaria.

Igualmente, la disputa por la corona francesa por parte del rey de Inglaterra, Eduardo III, quien
se consideraba descendiente de los capetos, y por ello le pelea el trono a los candidatos
franceses.

Por otro lado, desde Inocencio III, la Iglesia que tenía grandes riquezas en Inglaterra se vio
golpeada en sus finanzas, con lo que había entrado en disputas el Papa con el Rey. Cuando el
Papado se traslada a Avignon, en Inglaterra surge un sentimiento de una Iglesia nacional,
decisión tan marcada que la correspondencia entre Inglaterra y la Santa Sede era primero
revisada.

Inglaterra no veía con buenos ojos el aumento de tributos que el Papa le imponía al pueblo y a
la Iglesia. En este clima de disputas, en medio de un papado decadente en Avignon, aparece
Juan Wyclif. Wyclif ya había logrado su doctorado en Teología y tenía el apoyo de Juan De
Gante, quien estaba en contra de la intromisión del Papa en los asuntos temporales.
Infructuosos son los esfuerzos del Arzobispo de Canterbury y del Obispo de Londres, la causa
de Wyclif va ganando adeptos. Al Parlamento le conviene el discurso de Wyclif, discurso que
poco a poco se va degenerando. Wyclif predicaba contra las órdenes mendicantes, que eran
fieles al Papa[43], y contra los beneficios mismos del Papado. Cabe decir que en esas instancias
muere el rey Eduardo III y le toca a Wyclif su proceso posterior con el nuevo rey.

Para 1381 ya Wyclif ataca la Transubstanciación, y posteriormente ataca casi toda la doctrina
católica: el Papado, las indulgencias, los sacramentos, el celibato, cree en la Sola Scriptura, es
decir, sienta las bases de la futura Reforma Protestante. Parte del éxito de Wyclif es que la
Iglesia y el Estado se unieron para atacar a sus seguidores pero no para condenarlo
directamente a él.

Wyclif también menciona que hay dos Iglesias: una visible y otra invisible, y que los justos
pertenecen a la invisible. Negaba igualmente que un sacerdote en pecado pudiera perdonar
pecados. Wyclif será el precursor del principio protestante de la Sola Scrptura, al afirmar que la
Biblia es la única autoridad para la salvación.

Las doctrinas de Wyclif serán condenadas en el Concilio de Constanza, pero para ese momento
ya estará muerto.

Juan de Hus

Las doctrinas de Wyclif se fueron esparciendo por medio de los pobres predicadores, quienes
difundían sus doctrinas. Estas llegaron a Bohemía, en donde Juan de Hus las tomó, aunque de
manera moderada. Hus era sacerdote, teólogo y rector de la Universidad de Praga. Se vivían
los años del cisma de Occidente, algo que desestabilizó a la cristiandad, al tiempo que se
despertaba el sentimiento nacionalista en Europa. En ese contexto, Hus difunde las doctrinas
de Wyclif, prácticamente manteniendo los mismos ataques: a los sacramentos, al Papado, a las
indulgencias, al clero, considerar la Biblia como única norma de fe, entre otros.

Al comienzo, Hus no rechaza la transubstanciación, ni las devociones piadosas ni que los


clérigos administren sacramentos aun cuando sean indignos[44], es un proceso poco a poco.

El Papa Gregorio XII condenó los escritos de Wyclif y pidió que todos fueran quemados.
Cuando el rey checo Wenceslao se enteró, le retiró el apoyo a Hus. Hus apeló al Papa en
defensa de las doctrinas de Wyclif pero el Papa de Pisa (Alejandro V) en una bula le prohibió
predicar, y el arzobispo de Praga lo excomulgó en 1410. Como vemos, la acción de Gregorio XII
y Alejandro V muestra la pugna de poderes entre los Papas reinantes durante el cisma.
En la época de Juan XXIII, segundo Papa de Pisa, que estaba ofreciendo indulgencias para una
cruzada contra el rey de Napoles, Hus predicó vehementemente en contra de sus bulas, por lo
que el Papa ordenó su aprehensión, sin embargo huyó en 1412 y regresó en 1414, en donde
fue citado por el Concilio de Constanza[45]. En dicho concilio al no retractarse de sus herejías,
fue entregado al brazo secular que lo quemó en la hoguera.

La figura de Hus ha sido nuevamente puesta en discusión cuando en 1999, el Papa San Juan
Pablo II en un discurso en Roma sobre un simposio sobre la vida de Hus dijo:

Hus es una figura memorable por muchas razones. Pero sobre todo su valentía moral ante las
adversidades y la muerte lo ha convertido en figura de especial irnportarcia para el pueblo
checo, también él duramente probado a lo largo de los siglos. Os doy gracias particularmente a
todos vosotros por haber contribuido al trabajo de la Comisión ecuménica «Husovská»,
constituida hace algunos años por el señor cardenal Miloslav Vlk con el objetivo de identificar
de modo más preciso el lugar que Jan Hus ocupa entre quienes aspiraban a la reforma dc la
Iglesia

Hoy, en vísperas del gran jubileo, siento el deber de expresar mi profunda pena por la cruel
muerte infligida a Jan Hus y por la consiguiente herida, fuente de conflictos y divisiones, que se
abrió de ese modo en la mente y en el corazón del pueblo bohemo[46]

Luego, el Papa Francisco pidió perdón por la forma en que murió Juan Hus:

Lo cierto es que Hus representa un ideal de reforma, que aunque errada por las herejías
promulgadas, enviaba un mensaje que la Iglesia urgía de una renovación, algo que hará estallar
la herejía luterana en el siglo XVI.

Es probable que ese término “filosofía,” que parece estar insinuando alto conocimiento y
sabiduría, fuera el empleado corrientemente por los judaizantes de Colosas para designar sus
doctrinas, con lo que más fácilmente creían poder influir sobre la buena fe de los colosenses
(Comentario de los Padres de Salamanca)

[2] http://www.mercaba.org/Biblia/Comentada/Colosenses.htm

[3] http://www.mercaba.org/VocTEO/N/nicolaitas.htm
[4] http://ec.aciprensa.com/wiki/Nicola%C3%ADtas

[5] http://www.corazones.org/diccionario/gnosticismo.htm

[6] http://www.religionenlibertad.com/del-fabuloso-hallazgo-de-la-biblioteca-gnostica-de-nag-
hammadi-30526.htm

[7] http://www.mercaba.org/VocTEO/M/monarquianismo.htm

[8] http://www.mercaba.org/Herejia/adopcionismo.htm

[9] http://www.corazones.org/diccionario/maniqueismo.htm

[10] http://www.mercaba.org/Herejia/marcionismo.htm

[11] http://www.corazones.org/diccionario/arrianismo.htm

[12] http://www.mercaba.org/Herejia/arrianismo.htm

[13] Ib

[14] http://ec.aciprensa.com/wiki/Donatistas

[15] http://www.mercaba.org/FICHAS/IGLESIA/HT/1-26_capitulo.htm

[16] http://ec.aciprensa.com/wiki/Macedonios

[17] http://www.sanbasilio.org.ar/capadosios/sangregodenisa.html

[18] http://www.mercaba.org/Herejia/nestorianismo.htm
[19] http://www.mercaba.org/Herejia/monofisismo.htm

[20] http://www.mercaba.org/Herejia/monotelismo.htm

[21] http://www.mercaba.org/Herejia/monotelismo.htm

[22] http://ec.aciprensa.com/wiki/Papa_Honorio_I

[23] Ib

[24] http://www.gecoas.com/religion/historia/medieval/EM-C.htm

[25] SESBOUE, Bernard. Historia de los dogmas, volumen I. Pág. 339. Versión Google Books.

[26] http://www.mercaba.org/FICHAS/IGLESIA/HT/5-04_capitulo.htm

[27] http://www.gibralfaro.uma.es/historia/pag_1404.htm

[28] http://ec.aciprensa.com/wiki/Cisma_de_Oriente

[29][29] http://www.mercaba.org/FICHAS/IGLESIA/HT/5-04_capitulo.htm

[30] http://ec.aciprensa.com/wiki/Cisma_de_Oriente

[31] http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/2002/march/documents/hf_jp-
ii_spe_20020311_ortodossi-grecia.html

[32] http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-
ii_decree_19641121_unitatis-redintegratio_sp.html

[33] http://www.mercaba.org/IGLESIA/Historia/Ludwig/Ludwig%20Hertling%20-
%20Historia%20de%20la%20Iglesia-10.pdf
[34] http://www.mercaba.org/FICHAS/IGLESIA/HT/9-05_capitulo.htm

[35] http://ec.aciprensa.com/wiki/Cisma_de_Occidente

[36] http://www.mercaba.org/FICHAS/IGLESIA/HT/9-05_capitulo.htm

[37] http://www.mercaba.org/IGLESIA/Sintesis/163-199.htm#El cisma de Occidente

[38] http://ec.aciprensa.com/wiki/Concilio_de_Pisa

[39] http://www.mercaba.org/Rialp/C/cisma_de_occidente.htm

[40] http://ec.aciprensa.com/wiki/Concilio_de_Pisa

[41] http://mihistoriauniversal.com/edad-media/guerra-de-los-100-anos/

[42] http://www.mercaba.org/Rialp/C/cisma_de_occidente.htm

[43] DE LA ESCOSURA, Patricio. Historia constitucional de Inglaterra desde la dominación


romana. Tom 1.3. Pág. 445

[44] https://www.durango-
udala.net/portalDurango/RecursosWeb/DOCUMENTOS/1/0_426_1.pdf

[45] http://ec.aciprensa.com/wiki/Jan_Hus

[46] http://www.mercaba.org/OSSERVATORE/1999-12-31/53-06-1.htm

[47] http://www.periodistadigital.com/religion/otras-confesiones/2015/06/15/liturgia-de-
reconciliacion-por-los-600-anos-de-la-muerte-de-juan-hus-religion-iglesia-francisco-papa.shtml
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Actividad reciente del siti

¿Qué es una herejía?

Jesucristo funda la Iglesia sobre la roca que es Pedro y les confía a éste y a sus sucesores el ser
guardianes y garantes de la comunión en una misma fe, confirmando en ella a sus hermanos.
Esta comunión que conforma la unidad de la Iglesia se da sólo en la verdad de una única fe
sostenida y comunicada por el testimonio de los Apóstoles y sus sucesores en todo lugar y por
los siglos de los siglos. El término "herejía" viene del griego heresis (=elección) que en la
Sagrada Escritura aparece con el sentido de grupo o facción, o también de división. En este
sentido adquirió ya un carácter negtivo y condenatorio en los primeros tiempos de la Iglesia. El
Código de Derecho Canónico, que norma la vida de la comunidad católica, señala que «se
llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de
creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (Código de Derecho
Canónico - CIC can. 751).

La herejía, por tanto, es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los
Apóstoles y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata o latae sententiae (Ver CIC can.
1364), es decir, a la separación de los sacramentos de la Iglesia.

En la historia, ya desde el tiempo de los Apóstoles aparecieron las herejías como heridas a la
unidad de la Iglesia, polarizando elementos de la doctrina cristiana y negando otros o
sosteniendo visiones que pretendían unir sincréticamente la doctrina cristiana con otras
religiones.

El Concilio Vaticano II no dice que «en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde
los primeros tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como
condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no
pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de
los hombres de ambas partes» (UR 3)
En el tiempo de las persecuciones y de los mártires surgieron también -tanto al interior de la
Iglesia como provenientes de afuera- diversas herejías, y frente a ellas no faltaron tampoco los
auténticos defensores de la ortodoxia de la fe y de la recta interpretación de las Sagradas
Escrituras.

Esta situación se repitió también después de que en el año 313 el Edicto de Milán, promulgado
por Constantino el Grande y Licinio Liciniano, diera fin a las persecuciones oficiales contra la
Iglesia, y pudo ésta gozar de relativa libertad. En esta época aparecieron las "grandes herejías",
llamadas así porque se extendieron a lo largo y ancho del imperio romano, que
paulatinamente iba cristianizándose, y también por el número de los seguidores que se
enrolaban en sus filas, sin excluir sacerdotes y obispos.

¿Por qué surge una herejía?

La herejía surge de un juicio erróneo de la inteligencia. Si el juicio erróneo no se refiere a


verdades de fe definidas como tales, sino a elementos de la misma sobre los que no hay
reglamentación o pronunciación oficial, el error no se convierte en herejía.

No hay que confundir la herejía que ya definimos antes como «negación pertinaz, después de
recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda
pertinaz sobre la misma» (CIC 751) con la apostasía que es «el rechazo total de la fe cristiana»
(CIC 751), o con el cisma que es «el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión
con los miembros de la Iglesia a él sometidos» (CIC 751).

Ya en la Segunda Carta de Pedro se profetizaba con gran acierto acerca de la naturaleza y


efectos de las herejías: «Habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías
perniciosas y que, negando al Dueño que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida
destrucción» (2Pe 2,1).

Las principales herejías

Gnosticismo

El gnosticismo ha sido siempre una grave amenaza para la Iglesia. Se impuso especialmente
entre los siglos I y III, llegando a su máxima expansión en el siglo II.

El nombre, que viene del griego gnosis (conocimiento), se debe a que los miembros de este
movimiento afirmaban la existencia de un tipo de conocimiento especial, superior al de los
creyentes ordinarios y, en cierto sentido, superior a la misma fe. Este conocimiento
supuestamente conducía por sí mismo a la salvación.

El gnosticismo cree en la posibilidad de ascender a una esfera oculta por medio de los
conocimientos de verdades filosóficas o religiosas a las que sólo una minoría selecta puede
acceder. Se trata de una mística secreta acerca de la salvación.

Los gnósticos erigieron sistemas de pensamiento en los que unían doctrinas judías o paganas
con la revelación y los dogmas cristianos. Profesaban un dualismo en el que identificaban el
mal con la materia, la carne o las pasiones, y el bien con una sustancia pneumática o espíritu.

Docetismo

Las primeras herejías negaron sobre todo la humanidad verdadera del Verbo encarnado.
Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios,
«venido en la carne» (Ver: 1Jn 4, 2-3; 2Jn 7)

El docetismo del griego dokein (= parecer) reducía la encarnación del Verbo a una mera
apariencia, un mero parecer humano de Cristo. Su cuerpo no sería un cuerpo real sino una
apariencia de cuerpo. Ésta visión brota de una concepción pesimista de la carne y de todo el
mundo material propia del gnosticismo, del cual proviene esta herejía.

En efecto, los gnósticos oponían el espíritu, al que consideraban como un principio bueno y
puro, a la materia, a la que consideraban como su opuesto; en esta lógica, el proceso de
redención del hombre consistía en una progresiva purificación de todo lo que fuera materia
para hacerse espíritu puro. Así, el Verbo no se podía manchar para nada haciéndose carne o
teniendo materia en su ser.

En el Evangelio del Apóstol San Juan aparece claramente la verdad de la encarnación negada
por los docetas gnósticos: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (1Jn
1,13-14). De igual manera en las cartas de San Juan se denuncian y censuran con claridad estos
errores: «Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo,
venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del
Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo»(1Jn 4,2-3),
«Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne.
Ese es el Seductor y el Anticristo» (2Jn 7).

Mandeísmo
Del arameo manda (= conocimiento), secta gnóstica, también llamada de los Nasareos, que se
desarrolló en los siglos I y II en el moderno Jordán. Se basaban en escrituras antiguas,
particularmente del tesoro de Ginza. Eran similares en sus creencias a los maniqueos y unían
elementos de pensamiento cristiano con elementos gnósticos.

Los mandeos, dada su influencia gnóstica, creen que el alma humana se halla cautiva del
cuerpo y del universo material y que sólo se puede salvar mediante el conocimiento revelado,
una vida ética estricta y la observancia de ciertos ritos.

Creen también en la mediación de un redentor que vivió en la tierra triunfando sobre los
demonios que mantenían el alma esclavizada al cuerpo; sólo este redentor podría ayudar en el
ascenso del alma a través de los mundos y esferas celestes, hasta reunirse con el Dios
supremo.

Su teoría sobre Cristo es prácticamente la misma que la de los gnósticos.

Maniqueísmo

Secta religiosa fundada por un Persa llamado Mani (o Manes) (c. 215-276) en el siglo tercero y
que se extendió a través del oriente llegando incluso al Imperio Romano.

La expansión del maniqueísmo en el oriente del Imperio Romano fue tan rápida y creciente,
que Diocleciano condenó la creencia en el año 297.

Los maniqueos -a semejanza de los gnósticos y los mandeos- eran dualistas y creían que había
una eterna lucha entre dos principios opuestos e irreductibles, el bien y el mal, que eran
asociados a la luz (Ormuz) y a las tinieblas (Ahrimán) y posteriormente al Dios del Antiguo
Testamento (mal) y del Nuevo Testamento (bien).

En los hombres, el Espíritu o luz estaría situado en el cerebro, pero cautivo por causa de la
materia corporal; por lo tanto, era necesario practicar un estricto ascetismo para iniciar el
proceso de liberación de la luz atrapada. Aquellos que se convertían "oyentes" aspiraban a
reencarnarse como "elegidos", los cuales ya no necesitarían reencarnarse más.

Para ellos Jesús era el Hijo de Dios, pero que había venido a la tierra a salvar su propia alma.
Jesús, Buda y otras muchas figuras religiosas habían sido enviadas a la humanidad para
ayudarla en su liberación espiritual.
Monarquianismo (modalismo - adopcionismo)

A finales del siglo II, la herejía conocida propiamente como monarquianismo -nombre puesto
por Tertuliano-, enseñó que en Dios no hay más que una persona. Según la forma de explicar la
persona de Jesucristo, se dividieron en dos grupos o tendencias: monarquianismo modalista
(Modalismo) y monarquianismo dinamista o adopcionista (adopcionistas).

El monarquianismo dinamista o adopcionista (adopcionistas). Sostiene que Cristo es tan sólo


un hombre aunque nacido sobrenaturalmente de la Virgen María por obra del Espíritu Santo.
Este hombre habría recibido en el bautismo un particular poder divino y la adopción como hijo
de parte de Dios.

Los principales defensores de esta herejía fueron Teódoto el Curtidor, de Bizancio, que la
trasplantó a Roma hacia el año 190 y fue excomulgado por el Papa Víctor I (189-198); Pablo de
Samosata, obispo de Antioquía, a quien un Sínodo en Antioquía destituyó como hereje el año
268, y el obispo Fotino de Sirmio, depuesto el año 351 por el Sínodo de Sirmio.

Las ideas de esta herejía alcanzaron una mayor definición hacía el siglo VIII cuando fue
condenada por el segundo Concilio de Nicea (787) y por el Concilio de Francfort (794).

El monarquianismo modalista (modalismo) afirma también una única Persona divina, pero que
actúa según diferentes funciones o modos. Aplicado al principio a Jesucristo, sostuvo que el
mismo y único Dios que era el Padre había sufrido la pasión y la cruz por nosotros, y recibió el
nombre de patripasianismo. Más tarde se extendió también al Espíritu Santo, desarrollándose
así la doctrina completa, que sostenía que las tres personas de la Trinidad no eran más que
tres modos, máscaras o funciones por medio de las cuales actuaba la única Persona divina.

El patripasianismo fue defendido principalmente por Noeto de Esmirna, contra el cual escribió
Hipólito; Práxeas, de Asia Menor, a quien combatió Tertuliano. Sabelio fue quien más tarde
aplicó la misma doctrina errónea al Espíritu Santo, sosteniendo que en la creación el Dios
unipersonal se revela como Padre, en la redención como Hijo, y en la obra de la santificación
como Espíritu Santo. El Papa San Calixto (217-222) excomulgó a Sabelio. La herejía fue
condenada de manera definitiva por el Papa San Dionisio (259-268).

Ebionismo

Por influencia del mundo judío ingresaron también en la Iglesia algunos errores. A fines del
siglo primero hubo algunos herejes judaizantes: los ebionitas, también llamados "nazarenos" a
causa de su ideal de vida pobre, y que tomando como base un rígido monoteísmo unipersonal,
negaron la divinidad de Cristo por ser incapaces de concebir una única sustancia divina en
varias personas.

Los ebionitas se extendieron desde Persia hasta Siria. Utilizaban un evangelio especial, llamado
"Evangelio de los hebreos", sobre cuya identidad precisa discuten en la actualidad los
estudiosos. La herejía de los ebionitas afirmaba que Cristo no es Dios, sino un simple hombre;
las corrientes más moderadas, en cambio, admitían también su origen divino.

Rechazaban las enseñanzas de San Pablo y lo consideraban un apóstata por haber traicionado
el hebraísmo al haber colocado las enseñanzas de Cristo por encima de la ley mosaica. Muchos
ebionitas asumieron errores provenientes del gnosticismo, entre ellos Cerinto.

Cerinto, probablemente un egipcio judío, sostuvo, asumiendo elementos gnósticos, que el


mundo no había sido creado por el Dios omnipotente, quien trascendía todo lo existente, sino
por un demiurgo inferior a Él que sería el Cristo. Él aceptaba solamente el Evangelio según San
Mateo y sostenía que Jesús era un ser humano nacido de María y José, que había recibido al
"Cristo" en el bautismo como un tipo de virtud divina que le revelaba a Dios y le daba el poder
de hacer milagros; esta virtud se apartó de su cuerpo en el momento de su muerte.

Las ideas de Cerinto y sus seguidores fueron fuertemente rechazadas por el resto de la Iglesia.
Según San Ireneo en su Adversus omnes Haereses, San Juan escribió su Evangelio para refutar
los numerosos errores sostenidos por Cerinto.

Arrianismo y semiarrianismo

El arrianismo tomó su nombre de Arrio (260-336) sacerdote y después obispo libio, quien
propagó la idea de que Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por éste como punto
de apoyo para su Plan. Si el Padre ha creado al Hijo, el ser del Hijo tiene un principio; ha
habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía. Al sostener esta teoría, negaba la
eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad. Admitía la existencia de Dios que
era único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no es Dios, es pura creatura, aunque más
excelsa que todas las otras. Aunque Arrio centró toda su enseñanza en despojar de la divinidad
a Jesucristo, incluyó también al Espíritu Santo, que igualmente era una creatura, e incluso
inferior al Verbo.

Arrio, tras formarse en Antioquía, aparece difundiendo sus ideas en Alejandría, dónde en el
320, Alejandro, obispo de Alejandría, convoca un sínodo que reúne más de cien obispos de
Egipto y Libia, y en él se excomulga a Arrio y a sus partidarios, ya numerosos. No obstante, la
herejía continúa expandiéndose, llegando a desarrollarse una crisis de tan grandes
proporciones, que el Emperador Constantino el Grande se vio forzado a intervenir para
encontrar una solución y convocó el Concilio de Nicea el 20 de mayo del 325 D.C., donde el
partido anti-arriano bajo la guía de Atanasio, diácono de Alejandría, logró una definición
ortodoxa de la fe y el uso del término homoousios (consustancial, de la misma naturaleza) para
describir la naturaleza de Cristo: «Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo
Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre,
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho,
consustancial al Padre...» (Manual de Doctrina Católica Denzinger - Dz 54). Fueron condenados
los escritos de Arrio y tanto él como sus seguidores desterrados, entre ellos Eusebio de
Nicomedia.

Aunque no era arriano, Constantino gradualmente relajó su posición anti-arriana bajo la


influencia de su hermana, quien tenía simpatías arrianas. A Eusebio y a otros se les permitió
regresar y pronto comenzaron a trabajar para destruir lo hecho en el Concilio de Nicea. Por los
manejos de Eusebio de Nicomedia, Constantino intento traer a Arrio de regreso a
Constantinopla (334-335) y rehabilitarlo, pero murió antes de que llegara. Aprovechando la
nueva situación, el partido arriano fue ganando terreno y logró el exilio de Atanasio, quien ya
era obispo de Alejandría, y de Eustaquio de Antioquía. Avanzaron aún más durante el reinado
del sucesor de Constantino en Oriente, Constancio II (337-361), quien dio un apoyo abierto al
arrianismo.

En el año 341 se convocó un Concilio en Antioquía con mayoría de obispos orientales,


encabezados por Eusebio de Nicomedia. Este Concilio aceptó varias afirmaciones heréticas
sobre la naturaleza de Cristo. La oposición fue tal en Occidente, que Constancio II, emperador
de Oriente, y Constante, de Occidente, convinieron en convocar un Concilio en Sárdica en el
343, donde se logró el regreso de Atanasio y su restauración como obispo de Alejandría, así
como la deposición de sus sedes de muchos obispos arrianos.

Tras la muerte de Constante y el advenimiento de Constancio como único emperador en el año


350, los arrianos recuperaron mucho de su poder, generándose persecuciones anticatólicas en
el Imperio. Durante este período se dio el momento de mayor poder y expansión de la herejía
arriana con la unificación de los diversos partidos al interior del arrianismo en el año 359 y su
máximo triunfo doctrinal en los concilios de Seleucia y Arimino.

Finalmente, de ahí en adelante, las cosas se volvieron en contra del arrianismo. Constancio
murió en el año 361, dejando al arrianismo sin su gran protector. Más adelante los
semiarrianos, escandalizados por la doctrina de sus copartidarios más radicales, empezaron a
considerar la posibilidad de un compromiso. Bajo el gobierno del emperador Valentiniano
(364-375), el cristianismo ortodoxo fue restablecido en Oriente y Occidente, y la ejemplar
acción de los Padres Capadocios (San Basilio, San Gregorio de Nisa y San Gregorio Nacianceno)
condujo a la derrota final del arrianismo en el Concilio de Constantinopla en el año 381.
La herejía no moriría en siglos y crecería en algunas tribus germánicas que habían sido
evangelizadas por predicadores arrianos, las cuales la traerían de nuevo al Imperio en el siglo V
con la invasión de Occidente. Aunque todavía se encuentran grupos de cristianos-arrianos en
el Oriente Medio y el Norte de África, el arrianismo en sentido práctico desapareció hacia el
siglo VI.

Los semiarrianos, también llamados homousianos, ocupan un lugar intermedio entre los
arrianos radicales o anomeos que predicaban una clara diferenciación entre el Padre y el Hijo,
y la fe ortodoxa del Concilio de Nicea. Asumen el término homoiousios, pero en el sentido de
similitud y no de consustancialidad. Resaltan, pues, simultáneamente similitudes y diferencias
entre el Padre y el Logos.

Macedonianismo

Herejía promovida por varios obispos arrianos, quienes enseñaban que en la Trinidad existía
una jerarquía de personas, en la que el Hijo sería inferior al Padre y el Espíritu Santo sería
inferior a ambos. La herejía recibe su nombre del obispo semiarriano Macedonio, a quien se
atribuye la fundación de la secta.

A los defensores del mismo error se les conoció también con el nombre de pneumatómacos,
con la diferencia que a estos se los ubica temporalmente después de la muerte de Macedonio
en el año 360. Contra los errores de estos grupos, San Atanasio, los tres Padres Capadocios
(San Basilio, San Gregorio Nacianceno y San Gregorio de Nisa) y Dídimo de Alejandría
defendieron la divinidad del Espíritu Santo y su consustancialidad con el Padre. Esta herejía fue
condenada por un Sínodo en Alejandría (362) bajo la presidencia de San Atanasio, por el
segundo Concilio de Constantinopla (381) y por un Sínodo Romano (382) presidido por el Papa
Dámaso. El Concilio de Constantinopla añadió un importante artículo al símbolo de Nicea, en el
que se afirma la divinidad del Espíritu Santo (Dz 86).

Herejías que atentan contra la unión Dios-hombre en Jesucristo

Nestorianismo

Herejía que en el siglo V enseñaba la existencia de dos personas separadas en Cristo


encarnado: una divina, el Hijo de Dios; y otra humana, el hijo de María, unidas con una
voluntad común. Toma su nombre de Nestorio, patriarca de Constantinopla, quien fue el
primero en difundir la doctrina.
Los errores del nestorianismo se pueden sintetizar así: El hijo de la Virgen María es distinto del
Hijo de Dios. Así como de manera análoga hay dos naturalezas en Cristo, es necesario admitir
también que existen en Él dos sujetos o personas distintas.

Estas dos personas se hallan ligadas entre sí por una simple unidad accidental o moral. El
hombre Cristo no es Dios, sino portador de Dios. Por la encarnación el Logos-Dios no se ha
hecho hombre en sentido propio, sino que ha pasado a habitar en el hombre Jesucristo, de
manera parecida a como Dios habita en los justos.

Las propiedades humanas (nacimiento, pasión, muerte) tan sólo se pueden predicar del
hombre Cristo; las propiedades divinas (creación, omnipotencia, eternidad) únicamente se
pueden enunciar del Logos-Dios; se niega, por lo tanto, la comunicación entre ambas
naturalezas.

En consecuencia, no es posible dar a María el título de Theotokos (=Madre de Dios), que se le


venía concediendo habitualmente desde Orígenes. Ella no es más que "Madre del Hombre" o
"Madre de Cristo".

Se opusieron al nestorianismo importantes prelados, encabezados por San Cirilo de Alejandría.


La herejía fue condenada y la doctrina aclarada en el Concilio de Éfeso en el año 431:
«...habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma
racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no
por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las
naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un
solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino
porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo
e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente
un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido
desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal... De esta manera [los
Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen» (Dz 111),
y en el Concilio de Calcedonia en el año 451: «ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo,
nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la
humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de
cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con
nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Hebr.
4, 15); engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los
últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de
Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo
Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en
modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando,
más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola
hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios
Verbo Señor Jesucristo...» (Dz 148). Nestorio contó con el apoyo de varios obispos orientales
que no aceptaron las condenaciones y rompieron con la Iglesia formando una secta
independiente; pero finalmente fue desterrado en el año 436 al Alto Egipto.

Monofisismo

Herejía de los siglos V y VI que enseño que solo había una naturaleza en la persona de Cristo, la
divina. Se oponía a la doctrina del Concilio de Calcedonia (451) sobre las dos naturalezas de
Cristo. Surgido en parte como una reacción contra el nestorianismo, fue desarrollado por el
monje Eutiques (m. 454), quien fue condenado por un Sínodo en Constantinopla.

A pesar de haber sido condenados en el segundo Concilio de Constantinopla (553), el


Monofisismo encontró apoyo en Siria, Armenia y especialmente entre los cristianos coptos en
Egipto en dónde todavía existe incluso con una estructura ordenada en las Iglesias Armenia y
Copta entre otras.

Monotelismo

Herejía del siglo VII que sostenía que Cristo poseía dos naturalezas; pero afirmaba que tenía
una sola voluntad. La herejía se originó de un intento de reconciliar las ideas de la herejía
monofisita con la ortodoxia cristiana. El emperador Heraclio (610-641), en un encuentro con
los monofisitas, formuló que Cristo tenía dos naturalezas pero una sola voluntad. Esta idea
recibió apoyo del patriarca de Constantinopla, Sergio. Este punto de vista fue condenado
posteriormente por la Iglesia de Occidente, lo cual generó un resquebrajamiento con la Iglesia
de Oriente. San Máximo el Confesor escribió una refutación teológica del monotelismo, en la
cual sostuvo que la voluntad era una función de la naturaleza y no de la persona. El
Monotelismo fue condenado definitivamente por el tercer Concilio de Constantinopla (680),
en el cual se afirmó «dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin
división, sin conmutación, sin separación, sin confusión» (Dz 291).

Otras herejías

Montanismo

Herejía de tendencias apocalípticas y semi-místicas, que fue iniciada en la última mitad del
siglo II en la región de Frigia (Asia Menor) por un profeta llamado Montano. Creía que la santa
Jerusalén iba a descender pronto sobre la villa de Pepuza y, con la ayuda de dos discípulas,
Prisca y Maximila, predicó una ascética intensa, ayuno, pureza personal y deseo ardiente de
sufrir el martirio. Los montanistas adoptaron la idea de que tal estilo de vida era esencial en
vistas al inminente regreso de Cristo y debido a que después del nacimiento no podía haber
perdón.

No obstante la oposición de muchos obispos en Asia Menor, el montanismo se expandió a


través de la región y ya para el siglo II se había convertido en una iglesia organizada. Su mayor
éxito fue la conversión de Tertuliano para su causa en el año 207. Sus líderes fueron
excomulgados y el movimiento murió en casi todo el Imperio Romano, durando sólo algunos
siglos más en Frigia hasta desaparecer definitivamente.

Albigenses

Famosa secta herética de los siglos XII y XIII, que se extendió por el sur y centro de Francia en
la ciudad de Albi, de la cual tomó su nombre.

Considerada en cierto sentido como un rebrote del maniqueísmo, la herejía se extendió con
rapidez por Europa, ganando seguidores por todos lados, quienes tomaron nombres diversos,
como el de cátaros. Al igual que los maniqueos, creían en un dualismo entre el principio del
bien y el principio del mal, y entre el espíritu y la materia, originándose éstos en aquéllos
respectivamente. Sostenían además que Cristo fue en verdad un ángel, y que su muerte y
resurrección tenían un sentido meramente alegórico. En consecuencia, consideraban que la
Iglesia Católica, con su realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era
una herramienta de corrupción.

Algunos albigenses practicaban una ascesis excesivamente rigurosa, que llegaba a la muerte
por inanición y al llamado suicidio de liberación. Estos eran llamados "perfectos", mientras que
los seguidores regulares de la secta eran llamados "creyentes". Muchos de los "creyentes"
ayudaban a los "perfectos" en su camino a la tierra del espíritu asesinándolos. No obstante
estos extremos, el movimiento llego a convertirse en una verdadera fuerza política bajo la
protección de Pedro II de Aragón y de Raimundo VI de Toulousse.

La Iglesia condenó la herejía en varios sínodos y concilios. El Papa Inocencio II envió misioneros
a los albigenses, incluyendo a los cistercienses, y a Santo Domingo como su principal vocero.
Estos esfuerzos probaron ser inútiles y desembocaron en reacciones violentas por parte de los
albigenses, hasta llegar incluso al asesinato del legado papal Pedro de Castelnau. Esta situación
desembocó en una auténtica guerra.

Con la Batalla de Muret en 1213, en la que Pedro de Aragón fue derrotado por Simón de
Montfort, se señaló el comienzo del rápido final de la secta, también conocida como "cátara" -
del griego kataros (= puro)-.
Valdenses

Secta herética fundada por Pedro Valdo, quien siendo un rico mercader de Lyon, dejó en 1173
todas sus posesiones y se convirtió en un predicador laico que viajaba de ciudad en ciudad.
Valdo y sus seguidores, llamados también "los Pobres de Lyon", predicaron contra la jerarquía
eclesiástica. Su prédica sencilla y basada únicamente en la Biblia tuvo más éxito que la de los
cátaros, con quienes erróneamente se los identificaba.

Sus ideas poco ortodoxas acerca del número de los sacramentos, de la invalidez de los
sacramentos administrados por sacerdotes indignos y su rechazo del Purgatorio hizo necesaria
la acción correctiva de las autoridades seculares y eclesiásticas y su excomunión junto con los
cátaros en el Concilio de Verona en 1184. Sus posturas anticlericales y anti-jerárquicas los
acercaron a los promotores de la revuelta protestante en el siglo XVI, hasta el punto de
convertirse en una confesión de fe protestante tras repudiar formalmente a la Iglesia Católica
en el Sínodo de Chanforans.

Especial del Catecismo Básico

LAS HEREJÍAS

Dedicado a Quodvultdeo

Traductor: P. Teodoro C. Madrid, OAR

LIBRO ÚNICO

Prólogo

1. Atiendo a lo que me pides repetidamente y con tanta insistencia, santo hijo Quodvultdeo,
que escriba sobre las Herejías algo digno de leer para quienes desean evitar los dogmas
contrarios a la fe cristiana y que engañan con el señuelo del nombre cristiano.

Has de saber que, en otro tiempo, y mucho antes de pedírmelo, ya había pensado hacerlo, y lo
habría hecho de no haber caído en la cuenta de que excedía mis propias fuerzas al considerar
con cuidado la calidad y la extensión de trabajo semejante. Pero, porque confieso que nadie
como tú me ha importunado pidiendo, y en tan molesta importunidad he tenido en cuenta
también tu nombre, me he dicho: voy a intentarlo, y haré lo que Dios quiere (Quodvultdeus).
Y yo confío en que Dios también lo quiere, si me lleva a feliz término con su misericordia para
que por el ministerio de mi lengua logre esclarecer tamaña dificultad, o incluso mejor
eliminarla con la plenitud de su gracia.

La primera de las dos cuestiones hace tiempo que la vengo pensando, estoy dándole vueltas y
hasta lo medito. Lo que te he dicho a continuación, confieso que yo no lo he aceptado, y aún
no estoy seguro si lo aceptaré en tanto que trabajo para llevarlo a cabo, mientras pido,
mientras busco, mientras llamo 1. Sé también que ni voy a pedir ni a buscar ni a llamar cuanto
es suficiente, si no recibo a la vez este afecto por una gracia de la divina inspiración.

2. Así, pues, en esta empresa que he aceptado por voluntad de Dios, apremiándome tú con
pasión, ves que para llegar a buen fin debo ser apremiado no tanto con tus repetidas súplicas
cuanto ser ayudado con piadosas oraciones a Dios, no sólo tuyas, sino también de cuantos
hermanos fieles compañeros tuyos para esta tarea pudieres encontrar. Para que esto suceda,
he procurado darme prisa en mandar a tu caridad, con la ayuda de Dios, las primicias de mi
trabajo donde va este prolegómeno. Así, por todo lo que aún falta, podréis conocer cuánto
tenéis que orar por mí quienes lleguéis a saber que estoy embarcado en una tarea tan enorme
que estáis deseando ver acabada.

3. Me pides, como indican las cartas que me has enviado cuando comenzaste a pedirme todo
esto, que exponga "breve, ceñida y sumariamente qué herejías ha habido y hay desde que la
religión cristiana recibió el nombre de la herencia prometida; qué errores han inspirado e
inspiran; qué han sentido y sienten frente a la Iglesia acerca de la fe, de la Trinidad, del
bautismo, de la penitencia, de Cristo-hombre, de Cristo-Dios, de la resurrección, del Nuevo y
Antiguo Testamento" 2. Pero, como ves que todas estas averiguaciones tuyas se pierden en la
inmensidad, pensaste que había que hacer un compendio de amplitud general, y has dicho:
"además, absolutamente todos los puntos que disienten de la verdad" 3, para añadir a
continuación: "cuáles mantienen aún el bautismo y cuáles no: y después, a cuáles bautiza la
Iglesia sin jamás rebautizar; de qué modo recibe a los que llegan; y qué responde a cada uno
con la ley, la autoridad y la razón" 4.

4. Cuando pides que exponga todo esto me admiro de que tu luminoso ingenio sienta hambre
de tantas y tan grandes cosas, y que a la vez, temiendo el hastío, pida brevedad. Pero también
te has dado cuenta qué podría pensar de este pasaje de tu carta, y, como en guardia, te has
adelantado a mi pensamiento al decir: "Que tu beatitud no me crea tan inepto que no vea
cuántos y cuán gruesos volúmenes sean necesarios para ventilar todo eso. Pero yo no reclamo
tanto, puesto que sé que eso ya se ha hecho muchas veces" 5. Y apuntándome el consejo de
cómo puede conseguirse la brevedad y desplegar las velas de la verdad, añades las palabras
anteriores, diciendo: "Pero lo que te ruego es que expongas breve, ceñida y sumariamente las
opiniones de cada herejía y, por el contrario, qué es lo que la Iglesia sostiene que hay que
enseñar como suficiente para la instrucción" 6. Otra vez te pierdes en la inmensidad. No
porque todo esto no pueda o no deba ser expresado brevemente, sino porque son tantas las
cuestiones, que exigen mucha literatura para poder decir brevemente cuanto se quiera.
Ahora bien: tú dices "que formado, por así decirlo, como un compendio de todo ello, si alguno
quisiera conocer más y mejor las objeciones y las críticas, pueda dirigirse a los opulentos y
magníficos volúmenes, según consta que otros, y sobre todo -añades- tu reverencia, han
escrito sobre esto". Al hablar así, das a entender que tú deseas algo así como un compendio de
todo. Ves, pues, cómo quedas ya advertido sobre qué es lo que pides.

5. Un tal Celso recogió en seis volúmenes no pequeños las opiniones de todos los filósofos que
fundaron diversas sectas hasta su época; mas tampoco podía. No hizo ninguna réplica a nadie,
únicamente puso de manifiesto lo que opinaban, con tal sobriedad que sólo emplea la palabra
justa cuando es necesario, no para alabar ni criticar, ni afirmar o defender, sino para poner al
descubierto y notificar. Llegó a nombrar a casi cien filósofos, de los cuales no todos fundaron
herejías propias, porque no le pareció que debía callar aquellos que siguieron a sus maestros
sin oposición alguna.

6. En cambio, nuestro Epifanio, obispo de Chipre, no hace mucho tiempo difunto, escribió
también seis libros hablando de ochenta herejías, recordando todo su ambiente histórico y
combatiendo sin discusión alguna contra la falsedad en favor de la verdad. Realmente son
breves estos libritos, y si se juntan en uno solo, no se podría comparar por su extensión con
cualquiera de los libros míos o de otros. Si fuese a imitar tal brevedad al recoger las herejías,
no tendrás algo más resumido que pedir o esperar de mí. No consiste en eso el resumen de
este trabajo mío, como podría llegar a parecerte también a ti, bien porque yo te lo demuestro,
bien porque tú mismo lo adivinas, cuando lo hiciese. Cierto que verás en la obra del
mencionado obispo cuán lejos está de lo que tú mismo quieres, ¿y cuánto más de lo que
quiero yo? Porque tú, aunque breve, ceñida y sumariamente, quieres, sin embargo, que
responda también a las herejías reseñadas. Que aquél no hizo.

7. Yo incluso quiero hacer bastante más, si Dios también lo quiere: ¿cómo puede ser evitada
toda herejía, cuál es conocida y cuál desconocida, y cómo puede ser descubierta rectamente
cualquiera que llegara a aparecer? En efecto, no todo error es una herejía, aunque toda
herejía, porque se sitúa en el vicio, no puede dejar de ser una herejía por algún error. Qué es lo
que hace que uno sea hereje, según mi humilde opinión, o no se puede definir con precisión
del todo o muy difícilmente. Esto lo iré declarando a lo largo de la obra, si Dios me guía y
conduce mi discusión hasta donde yo pretendo. Para qué sirve esta investigación, aun cuando
no consigamos comprender cómo debe ser definido un hereje, lo iremos viendo y diciendo en
su lugar. Porque si esto pudiera ser comprendido, ¿quién no iba a ver cuánta es su utilidad?

Según esto, la primera parte de la obra será Las Herejías, que han existido desde la venida de
Cristo y su Ascensión en contra de su doctrina, y siempre que hayan podido llegar a nuestro
conocimiento. En la segunda parte, en cambio, disputaré sobre qué es lo que hace a uno ser
hereje.
Catálogo

Cuando el Señor subió al cielo, aparecieron los siguientes herejes:

1. Simonianos

2. Menandrianos

3. Saturninianos

4. Basilidianos

5. Nicolaítas

6. Gnósticos

7. Carpocratianos

8. Cerintianos o Merintianos

9. Nazareos

10. Ebionitas o Ebioneos

11. Valentinianos

12. Secundianos

13. Ptolomeos

14. Marcitas o Marcianos


15. Colorbasos

16. Heracleonitas

17. Ofitas

18. Caianos o cainianos, cainitas

19. Setianos

20. Arcónticos

21. Cerdonianos

22. Marcionitas

23. Apelitas

24. Severianos

25. Tacianos o Encratitas

26. Catafrigas

27. Pepucianos o Pepudianos y Quintilianos

28. Artotiritas

29. Tesarescedecatitas
30. Alogios o Alogos, Alogianos

31. Adamianos

32. Elceseos o Elceseítas y Sampseos

33. Teodotianos

34. Melquisedecianos

35. Bardesanistas

36. Noetianos

37. Valesios

38. Cátaros o Novacianos

39. Angélicos

40. Apostólicos

41. Sabelianos o Patripasianos

42. Origenianos

43. Otros Origenianos

44. Paulianos

45. Fotinianos
46. Maniqueos

47. Hieracitas

48. Melecianos

49. Arrianos

50. Vadianos o Antropomorfitas

51. Semiarrianos

52. Macedonianos

53. Aerianos

54. Aetianos y también Eunomianos

55. Apolinaristas

56. Antidicomaritas

57. Masalianos o Euquitas

58. Metangismonitas

59. Seleucianos

60. Ploclianitas
61. Patricianos

62. Ascitas

63. Pasalorinquitas

64. Acuarios

65. Colutianos

66. Florinianos

67. Los disconformes con el estado del mundo

68. Los que andan con los pies descalzos

69. Donatistas o Donatianos

70. Priscilianistas

71. Los que no comen con los hombres

72. Retorianos

73. Los que afirman la divinidad pasible de Cristo

74. Los que piensan a Dios triforme

75. Los que afirman que el agua es coeterna con Dios

76. Los que dicen que la imagen de Dios no es el alma


77. Los que opinan que los mundos son innumerables

78. Los que creen que las almas se convierten en demonios y en cualquier animal

79. Los que creen que el descenso de Cristo a los infiernos liberó a todos

80. Los que dan comienzo al tiempo con el nacimiento de Cristo del Padre

81. Luciferianos

82. Jovianistas

83. Arábicos

84. Elvidianos

85. Paternianos o Venustianos

86. Tertulianistas

87. Abeloítas

88. Pelagianos y Celestianos

Libro

1. Los Simonianos. Vienen de Simón Mago, el cual, como se lee en los Hechos de los Apóstoles,
bautizado por el diácono Felipe, quiso comprar de los santos Apóstoles con dinero que el
Espíritu Santo fuese dado también por la imposición de sus manos. Había engañado a muchos
con sus magias 7. En cambio, enseñaba que había que detestar la torpeza de usar
indiferentemente de las mujeres. Decía que Dios no había creado el mundo. Negaba también
la resurrección de la carne. Y afirmaba que él era Cristo. Y hasta quería creerse el mismo
Júpiter, que Minerva era realmente una meretriz llamada Elena, a la que había hecho cómplice
de sus crímenes, y las imágenes, tanto suyas como de la meretriz, las daba a sus discípulos
para adorarlas, y hasta las había levantado en Roma con autorización pública como simulacros
de los dioses. En Roma, el apóstol Pedro lo aniquiló con el poder verdadero de Dios
omnipotente.

2. Menandrianos, de Menandro, mago también y discípulo suyo, que afirmaba que el mundo
no había sido hecho por Dios, sino por los ángeles.

3. Saturninianos, de un cierto Saturnino, de quien se dice que confirmó en Siria la torpeza


simoniana. Además decía que el mundo lo habían hecho, solos, siete ángeles, fuera de la
conciencia de Dios Padre.

4. Basilidianos, de Basílides, el cual se apartaba de los simonianos en que decía que existían
trescientos sesenta y cinco cielos, con cuyo número de días se completa un año. También
recomendaba como nombre santo la palabra - $ D " > " H , cuyas letras, según el cómputo
griego, hace el mismo número. En efecto, son siete letras: " , $ , D , " , > , " y H , que suman:
uno más sesenta. La suma total son trescientos sesenta y cinco.

5. Nicolaítas, llamados así por Nicolás; se dice que era uno de los siete varones a quienes los
apóstoles ordenaron diáconos 8. Como fuese acusado de los celos de su hermosísima mujer,
se dice que para expiarlo permitió que usara de ella quien quisiera. Este hecho se convirtió en
una secta torpísima donde se aprueba el uso indiscriminado de las mujeres. Tampoco separan
sus alimentos de aquellos inmolados a los ídolos ni se niegan a los ritos de las supersticiones
gentiles. Además, cuentan fábulas sobre el mundo, mezclando en sus disputas no sé qué
nombres de príncipes bárbaros para aterrar a los oyentes, causando risa a los prudentes más
que temor. Son conocidos también porque no atribuyen la criatura a Dios, sino a algunas
potestades en las que creen o al menos fingen creer con increíble vanidad.

6. Gnósticos, son los que se glorían de ser llamados así o de que debieran ser llamados así por
la superioridad de su ciencia, siendo más vanidosos e infames que todos los anteriores. Y
aunque son llamados por unos y otros de distintos puntos de la tierra y de diversos modos, no
pocos los llaman también Borboritas, que significa como inmundos, por la desbordante infamia
que dicen realizar en sus misterios. Algunos opinan que proceden de los Nicolaítas. Otros que
de Carpócrates, de quien hablaremos luego. Enseñan dogmas plagados de fábulas: atrapan
también a las almas inferiores con nombres terribles de príncipes o de ángeles y urden sobre
Dios y la naturaleza de las cosas muchas ficciones lejos de la verdad saludable. Afirman que la
sustancia de las almas es la naturaleza de Dios, y su venida a los cuerpos presentes y su
regreso a Dios los mezclan según sus errores con sus mismas fábulas inacabables y estúpidas.
A los que creen en ellos los hacen, por así decirlo, no sobresalir por su mucha ciencia, sino
envanecerse por su charlatanería. Sostienen también en sus dogmas que existe un dios bueno
y un dios malo.
7. Carpocratianos. Vienen de Carpócrates, que enseñaba toda clase de torpezas y toda
inventiva de pecado, y que no pueden escapar de otro modo ni marcharse los principados y las
potestades, a quienes gusta todo esto, para poder llegar al cielo más empíreo. Se dice que
creyó también que Jesús era solamente hombre, nacido de los dos sexos, pero que recibió un
alma tal con la que llegaría a saber todas las cosas superiores y las anunciaría. Rechazaba la
resurrección del cuerpo juntamente con la ley. No aceptaba que el mundo fue hecho por Dios,
sino por no sé qué virtudes. Se cuenta que fue de esta secta una tal Marcelina, que daba culto
a las imágenes de Jesús, de Pablo, de Homero y de Pitágoras, adorando y poniendo incienso.

8. Cerintianos, de Cerinto, y los mismos llamados también Merintianos, de Merinto, que


afirman que el mundo fue hecho por los ángeles, y que conviene circuncidar la carne y
observar los otros preceptos de la ley. Que Jesús fue solamente hombre, que no resucitó, pero
aseguran que resucitará. Inventan también que va a haber mil años, después de la
resurrección, en un reino terreno de Cristo según los placeres carnales del vientre y la libido.
Por esto se les llama también Quiliastas.

9. Nazareos, que confiesan que Cristo es hijo de Dios; sin embargo, observan todo lo de la
Antigua Ley, que los cristianos han aprendido por tradición apostólica, no a observarlo
carnalmente, sino a entenderlo espiritualmente.

10. Ebioneos (Ebionitas); afirman igualmente que Cristo es sólo hombre. Observan los
mandatos carnales de la ley, como la circuncisión de la carne y las demás cargas de las que nos
ha librado el Nuevo Testamento. Epifanio vincula esta herejía a los Sampseos y Elceseos, de
modo que los pone con la misma numeración como una misma herejía, dando a entender, sin
embargo, que algo los diferencia. Aunque también habla de ellos en los números que siguen
con numeración propia. Eusebio, en cambio, aludiendo a la secta de los Elcesaítas, afirma que
enseñaron que en la persecución hay que negar la fe y guardarla en el corazón.

11. Valentinianos, de Valentín, que imaginó muchas cosas fabulosas, afirmando que han
existido hasta treinta eones o siglos, cuyo principio es el abismo y el silencio; al abismo
también lo llaman padre. Afirman que de estos dos, como de un matrimonio, han procedido el
entendimiento y la verdad, y que han producido en honor del padre ocho eones. Del
entendimiento y la verdad han procedido la palabra y la vida, y han producido diez eones.
Finalmente de la palabra y de la vida han procedido el hombre y la Iglesia, han producido doce
eones. Así, dieciocho y doce hacen treinta eones, y como hemos dicho, su primer principio es
el abismo y el silencio. Que Cristo, enviado por el padre, esto es por el abismo, tomó consigo
un cuerpo espiritual o celeste, sin que haya tomado nada de la Virgen María, sino que pasó por
ella como por un río o canal, sin tomar nada de su carne. También niegan la resurrección de la
carne, afirmando que el espíritu y el alma reciben la salvación únicamente por Cristo.
12. Secundianos; se diferencian de los valentinianos, según dicen, en que añaden las obras
deshonestas.

13. Ptolomeo; discípulo también de Valentín, que, deseando fundar una nueva herejía, prefirió
afirmar cuatro eones con otros cuatro productos.

14. Marcos, o no sé quién, fundó la herejía que niega la resurrección de la carne y afirma que
Cristo no sufrió verdaderamente, sino supuestamente. También opinó que para él había, por el
contrario, dos principios, afirmando de los eones algo parecido a lo de Valentín.

15. Colorbaso, siguió a los anteriores, pensando no muy distinto que ellos y afirmando que la
vida de todos los hombres y la generación consistía en siete astros.

16. Heracleonitas, de Heracleón, un discípulo de los anteriores. Afirman que hay dos principios,
uno del otro, y de estos dos otras muchas cosas. Se dice que casi redimía a sus moribundos con
un modo nuevo: por medio del aceite, el bálsamo y el agua, más las invocaciones que dicen en
hebreo sobre sus cabezas.

17. Ofitas; se llaman así por la culebra, que en griego se dice Ð n 4 H . Piensan que así es Cristo.
Pero tienen también una culebra verdadera encantada para lamer sus panes, y que de este
modo, con ellos, los santifica como una eucaristía. Algunos dicen que estos ofitas proceden de
los nicolaítas o de los gnósticos, y por medio de sus invenciones fabulosas llegaron a dar culto
a una culebra.

18. Caianos (o cainianos y cainitas); así llamados porque honran a Caín, diciendo que era de
poderosísima fortaleza. Consideran también en el traidor Judas algo divino y su crimen un
beneficio, asegurando que él supo de antemano cuánto aprovecharía al género humano la
pasión de Cristo, y por eso lo entregó a los judíos para matarlo. Se dice que también veneran a
aquellos que perecieron al abrirse la tierra cuando promovían un cisma en el primitivo pueblo
de Dios, así como a los sodomitas. Blasfeman de la ley y de Dios, autor de la ley, y niegan la
resurrección de la carne.

19. Setianos; toman el nombre del hijo de Adán llamado Set. Le honran, pero con una vanidad
fabulosa y herética. En efecto, afirman que nació de una madre de lo alto, que dicen se juntó
con un padre de lo alto, de quien nacería otro germen divino distinto, el de los hijos de Dios.
Estos novelan también muchas cosas vanísimas sobre los principados y las potestades. Algunos
afirman que creían que Sem, el hijo de Noé, era Cristo.
20. Arcónticos; llamados así por los príncipes (arcontes); dicen que la universalidad que Dios
creó son las obras de los príncipes. Hacen también una especie de torpeza. Niegan la
resurrección de la carne.

21. Cerdonianos, de Cerdón, que dogmatizó que existían dos principios que se oponen entre sí.
Que el Dios de la Ley y los Profetas no es el Padre de Cristo, ni que Dios es bueno, sino justo;
que el Padre de Cristo sí es bueno; que el mismo Cristo ni nació de una mujer ni tuvo carne; ni
murió verdaderamente o padeció cosa alguna, sino que simuló la pasión. Algunos cuentan que
en sus dos principios dijo que había dos dioses, de manera que uno de ellos era bueno y el otro
malo. Niega la resurrección de los muertos, despreciando además el Antiguo Testamento.

22. Marción también, de quien se llaman Marcionitas, siguió los dogmas de Cerdón sobre los
dos principios. Aunque Epifanio diga que sostuvo tres principios: lo bueno, lo justo y lo
perverso. Pero Eusebio escribe que el autor de los tres principios y naturalezas es un tal Sinero
y no Marción.

23. Apelitas, porque el principal es Apeles, que introduce también dos dioses: uno bueno y
otro malo. Sin embargo, no existen como dos principios diversos y opuestos entre sí, sino que
el uno es el principio, es decir, el dios bueno, que hizo también al otro, el cual, como fuese un
maligno, fue descubierto que en su malignidad hizo el mundo. Algunos dicen que este Apeles
también pensó cosas tan falsas de Cristo que él no se quitó de encima desde el cielo la carne
que dio al mundo, cuando resucitando sin carne subió al cielo, sino que la tomó de los
elementos del mundo.

24. Severianos, de Severo; no beben vino porque afirman con vanidad fabulosa que la vid
germinó de Satanás y la tierra. También éstos hinchan, con los nombres de príncipes que les
agradan, su doctrina no sana, despreciando la resurrección de la carne con el Antiguo
Testamento.

25. Tacianos, fundados por cierto Taciano; también se les llama Encratitas. Condenan el
matrimonio, y lo equiparan por completo a las fornicaciones y otras corrupciones; no reciben
en su grupo a ninguno, varón o mujer, que haga uso del matrimonio. Tampoco comen carne, y
la abominan todos. Estos también conocen algunos aplazamientos fabulosos de los siglos.
Están en contra de la salvación del primer hombre. Epifanio distingue entre tacianos y
encratitas, de modo que a los encratitas los llama cismáticos de Taciano.

26. Catafrigas, son los que tienen por fundadores a Montano como paráclito y a dos profetisas
suyas, Prisca y Maximila. Les dio el nombre la provincia de Frigia, porque allí han existido y allí
han vivido, y hasta hoy tienen en aquellos lugares algunos pueblos. Afirman que la venida del
Espíritu Santo prometida por el Señor se cumplió en ellos y no en los apóstoles. Tienen como
fornicación a las segundas nupcias; y por eso dicen que el apóstol Pablo las permitió, porque
en parte lo sabía y en parte profetizaba: ya que aún no había llegado lo que es perfecto 9.
Ahora bien: ellos deliran que esto perfecto vino sobre Montano y sus profetisas. Dicen que los
sacramentos los tienen por funestos. Realmente cuentan que de la sangre de un niño de un
año, que extraen con pequeñas punciones de todo su cuerpo, realizan en cierto modo su
eucaristía, mezclándola con harina y haciendo un pan. Si el niño llegase a morir, lo tienen por
mártir; pero si viviera, por gran sacerdote.

27. Pepucianos o Quintilianos, así llamados por cierto lugar que Epifanio llama ciudad desierta.
Ellos, convencidos de que es algo divino, la llaman Jerusalén. De tal manera dan solamente a
las mujeres el primer puesto, que hasta ejercen el sacerdocio entre ellos. Realmente dicen que
Cristo se apareció en figura de mujer en la misma ciudad de Pepuza a Quintila y Priscila, por lo
cual se llaman también quintilianos. Hacen también éstos con la sangre de un niño lo que
hemos dicho antes que hacían los catafrigas. En efecto, se dice que nacieron de ellos.
Finalmente, otros dicen que la tal Pepuza no es una ciudad, sino que fue la villa de Montano y
sus profetisas, Prisca y Maximila. Y porque vivieron allí, el lugar mereció llamarse Jerusalén.

28. Artotiritas, son los llamados así por sus ofrendas. En efecto, ofrecen pan y queso diciendo
que ya los primeros hombres celebraron las oblaciones de los frutos de la tierra y de las ovejas;
Epifanio los une a los pepucianos.

29. Tesarescedecatitas; se llaman así porque no celebran la Pascua, sino la luna decimocuarta,
cualquiera que sea el día ocurrente de la semana; y si fuera domingo, ayunan y guardan vigilia
ese día.

30. Alogos, Alogios, Alogianos, los sin palabra; se llaman así como negadores del Verbo (la
Palabra) -8 ` ( @ H , en griego, significa palabra-, porque no quieren admitir al Verbo-Dios (la
Palabra-Dios), despreciando el Evangelio de San Juan y su Apocalipsis, negando, por supuesto,
que estos escritos sean suyos.

31. Adamianos, de Adam, cuya desnudez en el Paraíso antes del pecado imitan. De donde
también se oponen al matrimonio, porque Adam, ni antes de pecar, ni después de haber sido
expulsado del Paraíso, conoció a su mujer. Creen, por tanto, que el matrimonio no habría
existido si nadie hubiera pecado. Conviven, pues, desnudos hombres y mujeres, escuchan sus
lecciones desnudos, oran desnudos, desnudos celebran los sacramentos y por eso piensan
ellos que su iglesia es el paraíso.

32. Elceseos o Sampseos; Epifanio, según su orden, los nombra aquí, y dice que fueron
engañados por cierto pseudo-profeta llamado Elci, de cuyo linaje presenta a dos mujeres
adoradas por ellos como diosas. Lo demás es semejante a los ebioneos.
33. Teodotianos; formados por un tal Teodoto, afirman que Cristo es solamente hombre. Y
dicen que lo enseñó el mismo Teodoto porque, lapso en la persecución, creía que de este
modo evitaba el oprobio de su caída si aparecía que él no había negado a Dios, sino a un
hombre.

34. Melquisedecianos; creen que Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo 10, no fue un
hombre, sino la virtud de Dios.

35. Bardesanistas; de un cierto Bardesano; se dice que al principio sobresalió insigne en la


doctrina de Cristo; pero después, aunque no en todo, cayó en la herejía de Valentín.

36. Noetianos; de un tal Noeto, que decía que Cristo era él mismo el Padre y el Espíritu Santo.

37. Valesios; se castran a sí mismos y a sus huéspedes, pensando de este modo que deben
servir a Dios. Se dice también que enseñan otras cosas heréticas y torpes; pero cuáles son, ni
siquiera Epifanio las recordó, y yo tampoco he podido encontrarlas en parte alguna.

38. Cátaros; porque se llaman a sí mismos con este nombre soberbia y odiosísimamente, no
admiten las segundas nupcias como por amor a la pureza y se oponen a la penitencia,
siguiendo al hereje Novato. Por esto se llaman también Novacianos.

39. Angélicos, propensos al culto de los ángeles. Epifanio atestigua que ya habían desaparecido
por completo.

40. Apostólicos; los que se llaman por vana presunción con este nombre, dado que no recibían
en su comunión a los que usaban de su cónyuge y poseían bienes propios, como tiene la
Católica muchos monjes y clérigos. Pero por eso son herejes, porque, separándose de la
Iglesia, juzgan que no tienen esperanza alguna los que usan de esas cosas de las que ellos
carecen. Son semejantes a los encratitas. También se les llama Apotactitas. Y no sé qué más
cosas heréticas enseñan como propias.

41. Sabelianos; se dice que salieron de aquel Noeto que hemos recordado antes. Algunos dicen
también que Sabelio fue discípulo suyo. Por qué causa Epifanio las enumera como dos herejías,
no lo sé. Veamos cómo pudo suceder que este Sabelio fuese más famoso y que por eso esta
herejía tomara de él mayor renombre. En efecto, los noetianos difícilmente son conocidos por
alguien; en cambio, los sabelianos están en la boca de muchos. Algunos los llaman también
Praxeanos, de Práxeas, y tal vez Hermogenianos, de Hermógenes; de los cuales, Práxeas y
Hermógenes, que pensaban lo mismo, se dice que estuvieron en África. Pero no son varias
sectas, sino que tienen diversos nombres de una sola secta, según los hombres que han
destacado más en ella. Lo mismo que son donatistas los parmenianistas, como son pelagianos
los mismos celestianos. Es decir, que el citado Epifanio pone a los noetianos y sabelianos no
como dos nombres de una sola herejía, sino como dos herejías distintas. Yo no lo he podido
encontrar claramente, porque si existe alguna diferencia entre ellos, lo dijo tan oscuramente,
por la brevedad tal vez, que no lo entiendo. Mencionando a los sabelianos, tan distantes de los
noetianos, en este mismo pasaje, sin duda, como nosotros, dice: "Los sabelianos, que
dogmatizan igual que Noeto, menos esto que dicen que el Padre no padeció". ¿Cómo puede
entenderse esto de los sabelianos, cuando se distinguen porque dicen que el Padre padeció de
tal modo que se les llama con más frecuencia patripasianos que sabelianos? Y si tal vez en la
frase "menos esto que dicen que el Padre no padeció" quiso que se entendiese que eso lo
decían los novacianos, ¿quién puede distinguirlos con esta ambigüedad? O ¿cómo podemos
entenderlos, a cualquiera de ellos que no afirman que el Padre sufrió, cuando dicen que es la
mismísima cosa el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo? Filastrio, obispo de Brescia, en un libro
muy prolijo que escribió sobre las herejías, también estimó que debía enumerar ciento
veintiocho herejías. Poniendo a los sabelianos a continuación de los noetianos, dice: "Sabelio,
su discípulo, que siguió paso a paso a su maestro, por lo que también han sido llamados
sabelianos y patripasianos, praxeanos, de Práxeas, y hermogenianos, de Hermógenes, que
estuvieron en África; y por pensar de este modo fueron separados de la Iglesia católica". Muy
bien dice que después fueron llamados sabelianos, porque defendían lo mismo que Noeto; y
recordó los otros nombres de la misma secta. No obstante, puso a los noetianos y sabelianos
con dos numeraciones distintas, como a dos herejías. ¿Por qué? Él lo sabrá.

42. Origenianos, por un cierto Orígenes, no el famoso conocido de casi todos, sino de otro no
sé quién. Epifanio, hablando de él y de sus seguidores, dice: "Origenianos, de un tal Orígenes,
de acciones torpes, que realizan cosas nefandas, entregando sus cuerpos al desenfreno". Sin
embargo, a continuación, al añadir Otros Origenianos, dice:

43. Origenianos, "son otros, los del tratadista Adamancio, que rechazan la resurrección de los
muertos: introduciendo a Cristo como criatura y al Espíritu Santo, alegorizando además el
paraíso, los cielos y todas las otras cosas". Esto dice Epifanio de este Orígenes. Pero quienes lo
defienden afirman que enseñó que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son de una y de la
misma sustancia, que no rechazó la resurrección de los muertos, aunque quienes han leído sus
muchas obras se esfuerzan por refutarle también en todo esto. Este Orígenes tiene otros
dogmas que no acepta la Iglesia católica, en los cuales le arguye con verdad y sus defensores
no pueden desmentir. Sobre todo en cuanto a la purgación y liberación, y a que después de un
largo tiempo se vuelve de nuevo a los mismos males por la revolución de toda la criatura
racional. Realmente, qué cristiano católico, docto o indocto, no se horroriza con vehemencia
de esa que llama purificación de los males; esto es, que aun aquellos que acabaron esta vida
con pecados, abominaciones, sacrilegios e impiedades las más atroces, incluso al final al
mismísimo diablo y a sus ángeles, si bien, después de tiempos incontables, son restituidos al
Reino de Dios y a la luz una vez purgados y librados; pero de nuevo, también después de
larguísimos tiempos, todos los que han sido liberados, volverán a caer en los mismos males y a
levantarse, y que estos períodos de felicidad y de miseria de la criatura racional siempre han
existido y siempre existirán? De semejante vanidosísima impiedad he disputado con el máximo
cuidado en los libros de La Ciudad de Dios contra los filósofos de quienes Orígenes aprendió
tales cosas.
44. Paulianos, de Paulo de Samosata; dicen que Cristo no existió siempre, sino que sostienen
su comienzo desde que nació de María, y no lo creen algo más que hombre. Esta herejía fue
algún tiempo de un cierto Artemón, pero cuando falleció la restauró Paulo y después la
confirmó Fotino, de modo que los Fotinianos son nombrados con más celebridad que los
Paulianos. Por cierto que el Concilio de Nicea estableció que estos paulianos debían ser
bautizados en la Iglesia católica. De donde hay que creer que no mantenían la regla del
bautismo que muchos herejes se llevaron consigo al separarse de la Católica y la conservan.

45. Fotinianos; Epifanio no los coloca inmediatamente después de Paulo o con Paulo, sino
después de interponer a otros. Pero no calla que creyó cosas parecidas. Sin embargo, afirma
que en algo se le opuso; qué sea ese algo lo calla por completo. Filastrio, en cambio, pone a
continuación a los dos con numeración particular y propia, como dos herejías distintas,
mientras afirma que Fotino siguió en todo la doctrina de Paulo.

46. 1. Maniqueos; existieron por cierto persa que llamaban Manés, aunque sus discípulos
preferían llamarle el Maniqueo, cuando comenzó a predicar en Grecia su loca doctrina insana
para evitar el nombre de locura. Por lo cual, algunos, como más espabilados y por lo mismo
más mentirosos, por la letra n geminada, le llaman el Manniqueo, como el que derrama
manná.

46. 2. Este inventó dos principios diversos y contrarios entre sí, los dos eternos y coeternos,
esto es, que existieron siempre. Siguiendo a otros herejes antiguos, opinó que existen dos
naturalezas y sustancias, a saber: una del bien y otra del mal. Novelan muchas fábulas que
sería muy largo de relatar aquí, afirmando según sus doctrinas la lucha y la mezcolanza de las
dos naturalezas entre sí, la purgación del bien por parte del mal y del bien que no puede ser
purgado, mientras para el mal la condenación eternamente; novelan muchas fábulas que sería
muy largo de relatar aquí.

46. 3. Por estas fábulas suyas vanas e impías se ven obligados a decir que las almas buenas, a
las que creen que deben liberar de la mezcolanza de las almas malas, a saber: de la naturaleza
contraria, son de esa naturaleza de la que es Dios.

46. 4. En consecuencia, confiesan que el mundo fue hecho por la naturaleza del bien, esto es,
por la naturaleza de Dios; pero de aquella mezcolanza del bien y del mal que salió cuando
lucharon entre sí las dos naturalezas.

46. 5. De hecho, afirman que esta purgación y liberación del bien por parte del mal la hacen las
fuerzas de Dios, no sólo por todo el mundo y de todos sus elementos, sino también sus
Elegidos por medio de los alimentos que consumen. Dicen que la sustancia de Dios,
ciertamente, está mezclada también en esos alimentos, como en el mundo entero, y creen que
es purgada en sus Elegidos por el género de vida con que viven los Elegidos maniqueos como
más santa y excelentemente que sus Oyentes. De estas dos profesiones, Elegidos y Oyentes,
quisieron que constase su iglesia.

46. 6. En el resto de los hombres, e incluso en sus mismos Oyentes, creen que esta parte de la
sustancia buena y divina está retenida, mezclada y atrapada en los alimentos y bebidas, y
sobre todo en los que engendran hijos está atrapada más estrecha y corrompidamente. La
parte de la luz, que es purgada por doquier, a través de ciertas naves, que quieren que sean el
sol y la luna, vuelve al reino de Dios como a sus sitiales propios. Por lo mismo, dicen que estas
naves están fabricadas de la sustancia pura de Dios.

46. 7. Y afirman que es también naturaleza de Dios esta luz corpórea que agrada a los ojos de
los animales mortales, no sólo en esas naves, donde creen que la luz es purísima, sino también
en otras cualesquiera cosas lúcidas, en las cuales según ellos es retenida con la mezcolanza, y
creen que para ser purgada. En efecto, para la gente de las tinieblas dan cinco elementos que
han engendrado sus propios príncipes, y a esos elementos los llaman con los nombres
siguientes: humo, tinieblas, fuego, agua y aire. En el humo han nacido los animales bípedos, de
quienes piensan que proceden los hombres; en las tinieblas, los reptiles; en el fuego, los
cuadrúpedos; en las aguas, los natátiles; en el aire, los volátiles. Para vencer a estos cinco
elementos malos han sido enviados del reino y de la sustancia de dios otros cinco elementos, y
en esa lucha quedaron mezclados: la atmósfera con el humo, la luz con las tinieblas, el fuego
bueno con el fuego malo, el agua buena con el agua mala, el aire bueno con el aire malo. Pero
distinguen aquellas naves, es decir, los dos luminares del cielo, de tal modo que sostienen que
la luna fue hecha del agua buena y el sol del fuego bueno.

46. 8. Que en esas naves existen las virtudes santas, que se transfiguran en hombres para
atraer a las mujeres de la gente mala, y a su vez en mujeres para atraer a los hombres de la
misma gente mala, y al ser conmovida mediante esta tiniebla la concupiscencia que hay en
ellos, huya la luz que retenían mezclada entre sus miembros, y sea tomada para su purgación
por los ángeles de la luz, y como purgatorio se les imponga que tienen que transportarla en
esas naves hasta sus propios reinos.

46. 9. Con esta ocasión, o más bien por exigencias de una superstición execrable, los Elegidos
están obligados a tomar como una eucaristía rociada con semen humano, para que de ella,
como de los demás alimentos que toman, sea purgada igualmente aquella sustancia divina.
Ellos niegan que hacen tal cosa, y afirman que son otros, no lo sé, los que hacen eso con el
nombre de Maniqueos. Sin embargo, tú mismo lo sabes, en Cartago fueron cogidos in fraganti
en la iglesia, siendo tú allí ya diácono, cuando a instancias del tribuno Urso, que entonces
estaba al frente de la casa real, fueron llevados a su presencia algunos donde una muchacha,
por nombre Margarita, denunció semejante torpeza nefanda, porque, cuando aún no tenía
doce años, según ella afirmaba, fue maliciada mediante ese misterio sacrílego. Entonces con
dificultad se vio obligada a confesar que una medio beata maniquea, llamada Eusebia, sufrió lo
mismo por la misma causa. Como al principio aseguró que ella se mantenía virgen y pidió ser
reconocida por una comadrona, fue reconocida, y ¿qué descubrieron? Contó de forma
parecida todo aquel sacrilegio torpísimo, en el cual ella se tendía debajo con harina para
recoger y mezclar el semen de los que se acostaban con ella. Esto no lo había oído por estar
ausente cuando lo indicó Margarita. Y más recientemente fueron sorprendidos algunos
maniqueos, y llevados al tribunal eclesiástico, como lo demuestran las Actas Episcopales que
me enviaste, confesaron mediante un diligente interrogatorio que eso no era sacramento, sino
un execramento, una execración.

46. 10. Uno de ellos, llamado Viator, no pudo negar que todos son maniqueos en general,
tanto los que decían que quienes hacían eso se llamaban propiamente Cataristas, como los
que se dividían en otros grupos de la misma secta maniquea como los Matarios, y
específicamente los maniqueos, puesto que todas estas tres formas tienen como
propagandista a un mismo agente. Y ciertamente que los libros maniqueos son comunes a
todos sin duda alguna, y en ellos están escritas las fábulas monstruosas sobre la
transfiguración de hombres en mujeres y de mujeres en hombres, para atraer y disolver por
medio de la concupiscencia de los dos sexos a los príncipes de las tinieblas, de manera que la
sustancia divina que está atrapada cautiva en ellas, liberada, huya de ellos; de donde procede
tamaña torpeza que todos niegan pertenecer a ella. En efecto, ellos piensan que imitan a las
virtudes divinas, hasta donde pueden, para purgar la parte de su dios, que sin la menor duda
está mancillada también en el semen del hombre, como en todos los cuerpos celestes y
terrestres y en las semillas de todas las cosas. De donde se sigue que ellos, comiendo, tienen
que purgar también la del semen humano del mismo modo que las demás semillas que toman
en los alimentos. Por esto se les llama también Cataristas, como los purgadores, que la purgan
con tanta diligencia que no se abstienen siquiera de esa comida tan horrenda y torpe.

46. 11. Pero no comen carnes, como si la sustancia hubiese huido de los muertos y matados, y
así permaneciese tan grande y pura que ya no es digno el purgarla en el vientre de los Elegidos.
Ni siquiera comen huevos, porque cuando se rompen es como si expiraran, y no se debe
comer cuerpo alguno muerto; únicamente queda vivo de la carne lo que se toma con harina
para que no muera. Tampoco toman la leche aunque se ordeñe y mame de un cuerpo animal
vivo, no porque crean que allí no hay nada mezclado con la divina sustancia, sino porque no
están seguros de ello. Ni beben vino, porque dicen que es la hiel de los príncipes de las
tinieblas; cuando se comen las uvas no sorben nada del mosto, aunque sea recentísimo.

46. 12. Creen que las almas de sus Oyentes se convierten en Elegidos, o, con ventaja más feliz,
en alimentos de sus Elegidos, para que purgadas de ese modo ya no se vuelvan a convertir en
ningún cuerpo. En cambio, piensan que las demás almas vuelven o bien a los animales, o bien
a todo lo que está enraizado y que se alimenta en la tierra. Realmente opinan que las hierbas y
los árboles viven de tal modo que creen que la vida que hay en ellos es sensible, y que se
duelen cuando son dañados; así que nadie puede arrancar o desgajar algo de ellos sin
sufrimiento. Por eso limpiar el campo de espinos lo tienen por ilícito; y en su demencia llegan a
acusar a la agricultura, que es la más inocente de todas las artes, como culpable de muchos
homicidios. Sostienen que todo eso se les perdona a sus oyentes, porque ofrecen de su parte
los alimentos a sus Elegidos, para que la divina sustancia purgada en sus vientres les alcance el
perdón a aquellos que los dan en oblación purgatoria. De este modo, los mismos Elegidos, sin
trabajar nada en los campos, ni coger frutos, ni arrancar siquiera hoja alguna, están esperando
que todas esas cosas se las acarreen sus Oyentes con sus costumbres, viviendo de tan
numerosos y tan enormes homicidios ajenos según su vanidad. Aconsejan también a los
mismos Oyentes que, si comen carne, no maten a los animales, para no ofender a los príncipes
de las tinieblas atrapados en los seres celestiales, de los cuales tiene origen la carne.

46. 13. Y si usan de sus mujeres, que eviten la concepción y la generación, para que la
sustancia divina, que entra en ellos por los alimentos, no sea atrapada en la prole con los
vehículos de la carne. Así, creen con certeza que las almas vienen a toda carne, a saber: por
medio de los alimentos y de las bebidas. En consecuencia, condenan el matrimonio sin duda
alguna, y en cuanto está en su mano, lo prohíben.

46. 14. Cuando prohíben engendrar, porque los matrimonios deben unirse, es porque afirman
que Adán y Eva nacieron de los padres príncipes del humo: como su padre, de nombre Saclas,
hubiese devorado a los fetos de todos sus compañeros, también todo lo que de allí había
tomado mezclado con la sustancia divina al cohabitar con su mujer había quedado igualmente
atrapado en la carne de la prole como un vínculo firmísimo.

46. 15. En cambio afirman la existencia de Cristo, a quien nuestra Escritura llama serpiente,
que ellos aseguran que los ha iluminado para abrir los ojos del conocimiento y conocer el bien
y el mal. Que ese Cristo, en los últimos tiempos, vino a librar las almas, pero no los cuerpos.
Que no existió en carne verdadera, sino que presentó una especie de carne simulada para
engañar a los sentidos humanos, desde el momento en que anunciaba falsamente no sólo la
muerte, sino también y de igual modo la resurrección. Que el Dios que dio la ley por Moisés y
que habló por los Profetas hebreos no es el verdadero dios, sino uno de lo príncipes de las
tinieblas. Leen las Escrituras del mismo Nuevo Testamento falseadas, de tal modo que toman
de ellas lo que les pete y rechazan lo que no, y anteponen a ellas algunas escrituras apócrifas
que tienen como un todo verdadero.

46. 16. Dicen que la promesa del Señor Jesucristo sobre el Espíritu Santo Paráclito quedó
cumplida en su heresiarca Manés. Por eso se llama a sí mismo en sus cartas apóstol de
Jesucristo, porque Jesucristo había prometido que él sería enviado y en él habría enviado al
Espíritu Santo. Por todo esto Manés tuvo también doce apóstoles, a la manera del número
apostólico, que guardan hasta hoy los maniqueos. En efecto, de los Elegidos tienen a doce a los
que llaman maestros, y a un decimotercero como el principal de ellos; en cuanto a los obispos,
tienen setenta y dos ordenados por los maestros; además, los presbíteros que ordenan los
obispos. Los obispos tienen también diáconos; los restantes se llaman solamente Elegidos.
Pero también son enviados aquellos que parecen idóneos para defender y aumentar este
error, donde ya está implantado, o para sembrarlo también donde no lo está.

46. 17. Manifiestan que el bautismo de agua no trae a nadie ninguna salvación, y así creen que
ninguno de los que engañan debe ser bautizado.
46. 18. Hacen oraciones: durante el día, hacia el sol por la parte que va girando; por la noche,
hacia la luna cuando sale; si no sale, hacia la parte del aquilón, por donde al ponerse el sol
vuelve al oriente. Cuando oran están de pie.

46. 19. Atribuyen el origen de los pecados no al libre albedrío de la voluntad, sino a la
sustancia de la gente enemiga. Dogmatizando que está mezclada entre los hombres, afirman
que toda carne no es obra de Dios, sino de un espíritu malo que es coeterno del principio
contrario a Dios. Que la concupiscencia carnal, por la cual la carne codicia contra el espíritu, es
una enfermedad innata en nosotros desde la naturaleza viciada con el primer hombre; pero
quieren que exista una sustancia contraria que está tan adherida a nosotros que, cuando
somos liberados y purgados, se separa de nosotros, y ella misma vive también inmortal en su
propia naturaleza. Que estas dos almas o dos mentes, una buena y otra mala, luchan entre sí
en cada hombre, cuando la carne codicia contra el espíritu y el espíritu contra la carne 11. Que
este vicio no llegará a ser sanado en nosotros en parte alguna, como nosotros afirmamos, sino
que esta sustancia del mal separada de nosotros y encerrada en alguna esfera, como en una
cárcel sempiterna, ha de vencer, una vez acabado este siglo, después de la consumación del
mundo por el fuego. Afirman también que a esa esfera se acercará siempre y se adherirá como
un cobertor y baldaquino de las almas naturalmente buenas, pero que, sin embargo, no han
podido llegar a ser purificadas del contagio de la naturaleza mala.

47. Hieracitas, porque su autor se llama Hiéracas; niegan la resurrección de la carne.


Únicamente reciben en su comunión a monjes y a monjas y a los que no tienen matrimonio.
Dicen que los niños no pertenecen al reino de los cielos, porque no hay en ellos ningún mérito
de lucha con que superen los vicios.

48. Melecianos, llamados así por Melecio, porque al no querer rezar con los conversos, es
decir, con aquellos que claudicaron en la persecución, hicieron un cisma. Dicen que ahora
están unidos a los arrianos.

49. Arrianos, de Arrio, son conocidísimos por aquel error con que niegan que el Padre y el Hijo
y el Espíritu Santo son de una y la misma naturaleza y sustancia o, para decirlo más
claramente, esencia, que en griego se llama @ Û F \ " , sino que el Hijo es criatura, pero
además que el Espíritu es criatura de la criatura, es decir, quieren que sea creado por el mismo
Hijo. En cambio, son mucho menos conocidos en aquello que opinan sobre que Cristo recibió
la carne sola sin el alma. Y no hallo a nadie que les haya rebatido nunca en este punto. Y esto
es verdad. Epifanio tampoco lo calló, y yo lo he comprobado con absoluta certeza por algunos
escritos suyos y conversaciones. Sabemos que rebautizan también a los católicos; si hacen lo
mismo a los no católicos, lo ignoro.

50. Vadianos, a quienes llama así Epifanio, y los quiere presentar claramente como cismáticos
y no como herejes. Otros los llaman Antropomorfitas, porque se representan a Dios con un
conocimiento carnal a semejanza del hombre corruptible. Lo cual Epifanio lo atribuye a su
rusticidad, disculpándolos de llamarlos herejes. Sin embargo, dice que se separaron de nuestra
comunión, echando la culpa a que los obispos son ricos, celebrando la Pascua con los judíos.
Aunque también hay quienes aseguran que en Egipto comulgan con la Iglesia católica. Sobre
los Fotinianos, que Epifanio recuerda en este pasaje, ya he hablado bastante más arriba.

51. Semiarrianos llama Epifanio a los que afirman que el Hijo es de esencia semejante (Ò : @ 4
@ b F 4 @ < ), como no plenamente arrianos; de igual modo que los arrianos no quieren la
esencia semejante, porque los Eunomianos propagan que esto lo dicen ellos.

52. Macedonianos, son los de Macedonio, a quienes los griegos llaman A < g L : " J @ : V P @ L
H , porque disputan acerca del Espíritu Santo. Realmente, piensan bien del Padre y del Hijo,
que son de una y de la misma sustancia o esencia; pero no quieren creer esto del Espíritu
Santo, diciendo que es una criatura. A éstos, con más propiedad, algunos los llaman
Semiarrianos porque, en esta cuestión, por una parte están con ellos y por otra con nosotros.
Aunque algunos manifiesten que al Espíritu Santo no le dicen Dios, sino la deidad del Padre y
del Hijo, y que no tiene una sustancia propia.

53. Aerianos, de un tal Aerio, el cual, siendo presbítero, se dice que estaba muy dolido de que
no pudo ser obispo, y cayendo en la herejía de los arrianos, añadió de su cosecha algunos
dogmas, afirmando que no era conveniente hacer ofrendas por los difuntos, ni había por qué
celebrar los ayunos establecidos solemnemente, sino que se debía ayunar cuando cada uno
quisiera, para que pareciese que estaba bajo la ley. También afirmaba que un presbítero no
debía distinguirse de un obispo en nada. Algunos señalan que éstos, como los Encratitas o
Apotactitas, no admiten a su comunión sino a los continentes y a aquellos que de tal manera
han renunciado al siglo que no poseen nada propio. Epifanio dice que, en cambio, no se
abstienen de comer carne. Filastrio sí les atribuye esa abstinencia.

54. Aetianos, así llamados por Aetio, y los mismos llamados también Eunomianos, de Eunomio,
un discípulo de Aetio, por cuyo nombre son más conocidos. En efecto, Eunomio, mejor
dialéctico, defiende esta herejía con más agudeza y vehemencia, afirmando que el Hijo es en
todo desemejante al Padre, y el Espíritu Santo al Hijo. Se dice también que hasta tal punto fue
enemigo de las buenas costumbres, que llegaba a asegurar que en nada le perjudicaría la
realización y la perseverancia de cualesquiera pecados a quien fuese partícipe de esa fe que él
enseñaba.

55. Apolinaristas; los fundó Apolinar; han disentido de la Católica sobre el alma de Cristo,
diciendo, como los arrianos, que Cristo-Dios tomó carne sin alma. Vencidos en esta cuestión
por los testimonios evangélicos, dijeron que la mente por la cual el alma del hombre es
racional, faltó en el alma de Cristo, pero en vez de ella existió en Él el mismo Verbo. Por cierto,
es bien notorio que se apartaron de la recta fe sobre su misma carne, hasta llegar a decir que
aquella carne y el Verbo son de una sola y de la misma sustancia, asegurando obstinadamente
que el Verbo se hizo carne, esto es, que algo del Verbo se convirtió y cambió en carne, pero no
que la carne fue tomada de la carne de María.

56. Antidicomaritas; se llama así a los herejes que se oponen a la virginidad de María, de tal
modo que afirman que, después de nacido Cristo, ella estuvo unida con su marido.

57. Masalianos; Epifanio pone como última la herejía de los Masalianos, nombre de la lengua
siria. En griego se llaman Euquitas, de orar. Realmente, oran tanto que hasta a los que lo saben
por ellos mismos les parece imposible. Porque cuando dijo el Señor: Conviene orar siempre y
no desfallecer 12; y el Apóstol: Orad sin descanso 13, lo cual se entiende rectísimamente que
ningún día deben faltar algunos tiempos de oración, ellos lo cumplen tan exageradamente que
por eso se han adjudicado el mérito de ser contados entre los herejes. Aunque algunos dicen
que ellos cuentan no sé qué fábula fantástica y ridícula sobre la purgación de las almas, a
saber: que se ve salir de la boca del hombre que es purgado una cerda con sus cerditos, y que
entra en él de forma visible como un fuego que no le quema. Epifanio los une a lo Eufemitas,
Martirianos y Satanianos, y a todos éstos los pone con ellos como una sola herejía. Se dice que
los Euquitas opinan que a los monjes no les es lícito trabajar en cosa alguna para sustentar su
vida, y que ellos mismos se profesan monjes, de modo que estén ociosos completamente de
trabajo.

El tantas veces citado obispo de Chipre, tenido entre los grandes por los griegos y alabado por
muchos en la pureza de la fe católica, llegó en su obra De las herejías hasta éstos. Yo, al
recordar a los herejes, he seguido no sólo su exposición, sino también su orden. Si bien he
tomado de otros algunas cosas que él no tomó, así como no he puesto otras que él puso. Por
lo mismo, he explicado algunas cosas con mayor amplitud que él, y otras, en cambio, más
brevemente, procurando en la mayoría una brevedad semejante, moderándolo todo como lo
exigía mi plan propuesto. Así, pues, él contó ochenta herejías, y, según le pareció, separó
veinte que existieron antes de la venida del Señor; las sesenta restantes, nacidas después de la
ascensión del Señor, las recoge en cinco brevísimos libros, y así completa todos los seis libros
de su misma obra entera. Pero yo, como me he comprometido, según tu petición, a recordar
aquellas herejías que después de la glorificación de Cristo se levantaron, hasta con la fachada
del nombre cristiano, contra la doctrina de Cristo, he trasladado a mi obra cincuenta y siete de
la obra del mismo Epifanio, agrupando dos en una cuando no he podido encontrar ninguna
diferencia; y cuando él ha querido hacer de dos una, las he puesto a cada una con su
numeración propia. Todavía debo recordar las herejías que yo he encontrado en otros, y
también las que yo mismo recuerdo. Ahora añado las que ha puesto Filastrio y que no ha
puesto Epifanio.

58. Metangismonitas; pueden llamarse así los que afirman el Metangismon, diciendo que el
Hijo está en el Padre como un vaso en otro vaso, uniéndolos a semejanza de dos cuerpos
carnalmente, de tal modo que el Hijo entre en el Padre como el vaso menor en el vaso mayor.
De donde tamaño error recibe tal nombre, que en griego se dice : g J " ( ( 4 F : ` H : porque • ( (
g à @ < , en esa lengua, significa vaso, pero la penetración de un vaso en otro, en latín no
puede decirse con una sola palabra, como en griego ha podido : g J " ( ( 4 F : ` H .

59. Seleucianos y también Hermianos; lo son por sus autores, Seleuco y Hermias, que dicen
que la materia de los elementos, de la que fue hecho el mundo, no fue creada por Dios, sino
que es coeterna a Dios. Tampoco atribuyen el alma a un Dios creador, sino que opinan que los
creadores de las almas son los ángeles del fuego y del aire (espíritu). Pero aseguran que el mal,
algunas veces, es de Dios, y otras, de la materia. Niegan que el Salvador en carne esté sentado
a la derecha del Padre, porque dicen que se despojó de ella y la puso en el sol, tomando el
pretexto del Salmo, donde se lee: En el sol puso su tabernáculo 14; también niegan el paraíso
visible. No reciben bautismo de agua. Creen que no habrá resurrección, sino que se está
realizando día a día en la generación de los hijos.

60. Proclianitas; han seguido a los anteriores, añadiendo que Cristo no vino en la carne.

61. Patricianos, así llamados de su autor, Patricio; dicen que la sustancia de la carne humana
no es creada por Dios, sino por el diablo; y creen que hay que evitarla y detestarla de tal modo,
que algunos de ellos han preferido librarse de la carne dándose muerte.

62. Ascitas, así llamados por el odre. En efecto, el griego • F 6 ` H se dice uter en latín (odre o
pellejo en español), al que refieren que, una vez lleno y cerrado, dan vueltas a su alrededor los
bacantes, como si ellos mismos fuesen los nuevos odres evangélicos llenos del vino nuevo.

63. Pasalorinquitas; estiman tanto el silencio que se ponen el dedo en sus narices y labios para
no romper el silencio ni con el hálito de la boca; en efecto, B V F F " 8 @ H , en griego, significa
palo, y Ö b ( P @ H , nariz. Por qué han preferido significar el dedo por medio del palo los que
han formado ese nombre, no lo sé, porque en griego dedo se dice * V 6 J L 8 @ H , y podían
llamarse con mucha más claridad Dactilorinquitas.

64. Acuarios, así llamados porque ofrecen agua en el cáliz del Sacramento y no lo que ofrece
toda la iglesia.

65. Colutianos, de un tal Coluto, que decía que Dios no hace los males, contra aquello que está
escrito: Yo el Dios que crea los males 15.

66. Florinianos, de Florino, que, por el contrario, decía que Dios creó los males contra lo
escrito: Dios hizo todas las cosas, y he ahí que son muy buenas 16, y por eso, aunque diciendo
lo contrario entre sí, sin embargo los dos se oponían a las palabras divinas. En efecto, por un
lado Dios crea males, infligiendo castigos justísimos. Lo cual Coluto no veía. En cambio, por
otro lado, nunca lo hace creando naturalezas y sustancias malas (seres malos), en cuanto son
naturalezas y sustancias, en lo cual erraba Florino.

67. Filastrio recuerda una herejía, sin autor y sin nombre 17, que sostiene que este mundo,
aun después de la resurrección de los muertos, ha de permanecer en el mismo estado en que
está ahora, y que no ha de ser cambiado de modo que sea un nuevo cielo y una tierra nueva,
como promete la Escritura Santa.

68. Hay una herejía de los que andan siempre con los pies desnudos, porque el Señor dijo a
Moisés y a Josué: Deja el calzado de tus pies 18, y porque al profesa Isaías se le mandó andar
con los pies desnudos 19. Precisamente por eso es herejía, porque andan así no por la
mortificación del cuerpo, sino porque entienden de ese modo los testimonios divinos 20.

69. Donatistas o Donatianos. 1. Son los que primeramente hicieron el cisma por haber sido
ordenado contra su voluntad Ceciliano, obispo de la iglesia de Cartago, echándole en cara unos
crímenes no probados y, sobre todo, porque fue ordenado por los traditores de las Divinas
Escrituras. Pero después de declarada la causa y fallada la sentencia, fueron descubiertos
como reos de una falsedad, y hecha firme su pertinaz disensión, añadieron el cisma a su
herejía: como si la Iglesia de Cristo, por los crímenes de Ceciliano, verdaderos o falsos, como
apareció más claramente ante los jueces, hubiese perecido en todo el orbe de la tierra, donde
había sido prometido que existiría; y, por tanto, ha permanecido sólo en la parte africana de
Donato, puesto que en las otras partes de la tierra quedó extinguida como por el contagio de
la comunión. También se atreven a rebautizar a los católicos, en lo cual se confirma que ellos
son más herejes, cuando a toda la Iglesia católica no le agrada anular el bautismo común ni en
los mismo herejes.

69. 2. Damos por hecho que el primero de esta herejía fue Donato, el cual, viniendo de la
Numidia y dividiendo al pueblo cristiano contra Ceciliano, juntándosele otros obispos de su
partido, ordenó en Cartago a Mayorino como obispo. A este Mayorino le sucedió en la misma
división otro Donato, quien con su elocuencia confirmó esta herejía, de tal modo que muchos
llegan a creer que más bien se llaman donatistas por él. Se conservan sus escritos, donde se ve
claramente que él sostuvo igualmente la opinión no católica sobre la Trinidad, sino que,
aunque de la misma sustancia, creyó que el Hijo es, sin embargo, menor que el Padre, y el
Espíritu Santo menor que el Hijo. Pero la mayoría de los donatistas no se han inclinado hacia
ese error suyo sobre la Trinidad, ni es fácil hallar entre ellos alguno que conozca haberlo
seguido.

69. 3. Estos herejes, en la ciudad de Roma, son llamados los Montenses, a quienes, por su
parte, desde África suelen enviar un obispo, o, si les pareciere mejor ordenar a uno allí, suelen
venir hasta él obispos africanos suyos.
69. 4. En África pertenecen también a esta herejía los que se llaman Circunceliones, un género
agreste de hombres y de una audacia increíble, no sólo para cometer contra los demás los
mayores crímenes, sino hasta para no perdonárselos a sí mismos con una fiereza demencial.
Así, acostumbran matarse con diversos géneros de muerte, y sobre todo de precipicios, de
agua y de fuego; así como a seducir hacia esta locura a los que pudieren de ambos sexos,
amenazándoles de muerte si no lo hacen, y a veces hasta matarlos ellos. Sin embargo, a la
mayoría de los Donatistas les desagradan esas gentes, y creen que no se contaminan con su
comunión quienes en todo el orbe cristiano se oponen al crimen demencial de unos fanáticos
africanos.

69. 5. También hay entre ellos muchos cismas. Y unos y otros se han ido dividiendo en
grupúsculos diversos, de cuya separación la gran masa restante ni se entera. Sin embargo, en
Cartago, Maximiano, ordenado contra Primiano por casi cien obispos de su mismo error, pero
condenado de un crimen atrocísimo por otros trescientos diez, y con ellos doce que habían
intervenido también en su ordenación con su presencia corporal, los empujó a reconocer que
aun fuera de la Iglesia puede darse el bautismo de Cristo. Así han recibido entre ellos y con
todos los honores a algunos que se habían bautizado fuera de su Iglesia, sin repetir en ninguno
el bautismo, ni a denunciarlos para que los castigue el poder público, ni temieron que su
comunión se contaminase con los pecados exagerados vehementemente por la sentencia
condenatoria de un concilio suyo.

70. 1. Priscilianistas; son los que en España fundó Prisciliano y siguen los dogmas
entremezclados de los Gnósticos y los Maniqueos. Aunque también han confluido en ellos con
horrible confusión, como en una cloaca, las inmundicias de otras herejías. Para ocultar sus
contaminaciones y torpezas tienen entre sus dogmas la siguiente consigna: Jura, perjura, pero
no descubras el secreto. Aseguran que las almas de la misma naturaleza y sustancia de Dios
han descendido gradualmente a través de siete cielos y de algunos principados para llevar a
cabo una lucha espontánea en la tierra e irrumpir en el príncipe maligno que ha hecho este
mundo, y ser diseminados por este príncipe a través de los diversos cuerpos de carne.
Garantizan también que los hombres están atrapados por la fatalidad de las estrellas, y que
nuestro mismo cuerpo está compuesto según los doce signos del cielo, como esos que el
pueblo llama matemáticos (horóscopos): poniendo en la cabeza a Aries, en el cuello a Tauro,
Géminis en los hombros, Cáncer en el pecho, y recorriendo los demás signos por sus nombres,
llegan a las plantas de los pies, que atribuyen a Piscis, que es el último signo de los astrólogos.
Esta herejía ha novelado estas y otras cosas fabulosas, vanas y sacrílegas, que es largo de
contar.

70. 2. Reprueban también las carnes como alimentos inmundos, desuniendo a los cónyuges a
quienes este mal ha podido convencer, tanto a los maridos contra la voluntad de sus mujeres
como a las mujeres contra la voluntad de sus maridos. La hechura de toda carne la atribuyen
no a un Dios bueno y verdadero, sino a los ángeles malignos. En esto son aún mucho peores
que los maniqueos, porque no rechazan nada de las Escrituras canónicas, que leen todos
juntamente con los apócrifos, y los citan como autoridad; pero luego, alegorizando a su
capricho, van expurgando todo cuanto en los libros santos destruye su error. Sobre Cristo
aceptan la secta de Sabelio, diciendo que Él mismo es a la vez no sólo el Hijo, sino también el
Padre y el Espíritu Santo.

71. Filastrio dice que hay unos herejes que no comen alimentos con los hombres; pero no dice
si lo hacen con otros que no son de su misma secta o entre ellos mismos. Afirma también que
piensan rectamente del Padre y del Hijo, pero no en católico sobre el Espíritu Santo, porque
opinan que es una criatura 21.

72. Dice también que un tal Retorio fundó una herejía de inaudita vanidad, porque afirma que
todos los herejes caminan rectamente y dicen la verdad. Lo cual es tan absurdo que me resisto
a creerlo 22.

73. Hay otra herejía que afirma que la divinidad sufrió en Cristo cuando su carne era clavada
en la cruz 23.

74. Hay otra que afirma que Dioses de tal modo triforme, que una parte de Él es el Padre, otra
el Hijo, otra el Espíritu Santo; o sea, que las partes de un solo Dios son las que hacen esta
Trinidad, como si Dios se compusiese de esas tres partes, y no es perfecto en sí mismo ni el
Padre, ni el Hijo, ni el Espíritu Santo 24.

75. Otra dice que el agua no ha sido creada por Dios, sino que siempre ha sido coeterna con Él
25.

76. Otra, que el cuerpo del hombre, y no el alma, es la imagen de Dios 26.

77. Otra, que los mundos son innumerables, como han opinado algunos filósofos paganos 27.

78. Otra, que las almas de los perversos se convierten en demonios y en algunos animales,
proporcionados a sus méritos 28.

79. Otra, que creyó que al descender Cristo a los infiernos los incrédulos y todos fueron
liberados de allí 29.

80. Otra, que al no entender al Hijo nacido sempiternamente, cree que ese nacimiento tomó el
principio del tiempo; y, sin embargo, al querer confesar al Hijo coeterno al Padre estima que
existió en Él antes de que naciese de Él, o sea: Él existió siempre, pero no fue siempre Hijo,
sino que comenzó a ser Hijo por aquel de quien nació 30. He creído que estas herejías debía
trasladarlas a esta obra mía de la obra de Filastrio. Todavía trae él algunas otras que a mí no
me parece que deban llamarse herejías. Las que he citado sin nombrar tampoco él ha
recordado sus nombres.

81. Luciferianos, salidos de Lucifer, obispo de Cagliari, y muy renombrados, tanto que ni
Epifanio ni Filastrio los ha puesto entre los herejes, creyendo, según pienso, que solamente
habían fundado un cisma y no una herejía. En alguno, cuyo nombre no he podido encontrar ni
en su mismo opúsculo, sí he leído que ha puesto a los luciferianos entre los herejes por estas
palabras: "Los luciferianos, aunque aceptan en todo la verdad católica, caen en este error
estultísimo de que el alma es engendrada por transfusión, y además dicen que es de carne y de
la sustancia de la carne". Si, en efecto, creyó, y creyó rectamente, que debía ponerlos entre los
herejes por lo que piensan sobre el alma (si verdaderamente lo piensan así); o también, si no lo
han pensado o no lo piensan ya, son herejes, sin embargo, porque se obstinan con terca
animosidad en su disensión, es una cuestión distinta en la que me parece que no debo entrar
aquí.

82. Jovinianistas, a los que yo he llegado a conocer, los he hallado ciertamente en ese opúsculo
sin nombrar. Esta herejía nació, en nuestra época, de un cierto monje llamado Joviniano,
cuando todavía éramos jóvenes. Decía, como los filósofos estoicos, que todos los pecados son
iguales; que el hombre, después de recibido el bautismo, no puede pecar, y que no sirven de
nada ni los ayunos ni la abstinencia de algunos alimentos. Negaba la virginidad de María,
diciendo que al dar a luz no quedó intacta. También equiparaba la virginidad de las
consagradas y la continencia del sexo viril en los religiosos que eligen la vida célibe a los
méritos de los matrimonios castos y fieles, de tal modo que, según dicen, algunas vírgenes
consagradas y de edad ya provecta, en la misma ciudad de Roma donde lo enseñaba, se
casaron al oírlo. Es verdad que él mismo ni tenía ni quiso tener mujer. Sostenía que todo eso
no serviría para mérito alguno mayor ante Dios en el reino de la vida eterna, sino para
aprovechar la necesidad presente, o sea, para que el hombre no tuviese que soportar las
molestias conyugales. Sin embargo, esta herejía fue oprimida y extinguida tan pronto que no
pudo conseguir engañar a sacerdote alguno.

83. Cuando investigué la Historia de Eusebio, a la cual Rufino, después de trasladarla al latín,
añadió dos libros de las épocas siguientes, no encontré herejía alguna que no haya leído en
éstos (Epifanio y Filastrio), a excepción de la que Eusebio pone en el libro sexto, cuando cuenta
que existió en Arabia. Y como a esos herejes no los señala ningún autor, podemos llamarlos
Arábicos. Estos dijeron que las almas mueren y se corrompen con los cuerpos, y que al final de
los siglos resucitan ambos. También dicen que fueron corregidos rapidísimamente en una
disputa con Orígenes, que estaba presente y los instruyó.

Ahora ya debo recordar aquellas herejías que yo no he encontrado en ninguno, pero que de
alguna manera me han venido a la memoria.
84. Elvidianos, de Elvidio; de tal modo contradicen la virginidad de María, que defienden que
después de Cristo tuvo también otros hijos de su esposo, José. Pero me causa extrañeza que a
éstos Epifanio no los ha llamado Antidicomaritas, omitido el nombre de Elvidio.

85. Paternianos; opinan que las partes inferiores del cuerpo humano no fueron hechas por
Dios, sino por el diablo, y viven impurísimamente dando rienda suelta a todos los pecados con
esas partes. Algunos los llaman también Venustianos.

86. Tertulianistas, de Tertuliano, de quien muchos libros escritos elocuentísimamente son


leídos, decayendo poco a poco hasta nuestros días, han podido durar en sus últimas reliquias
en la ciudad de Cartago. Pero estando yo allí hace algunos años, como creo que tú también te
acordarás, se acabaron del todo. En efecto, los poquísimos que habían quedado se pasaron a
la Católica, y su iglesia, que ahora es también famosísima, la entregaron a la Católica.
Tertuliano, pues, como está en sus escritos, dice que el alma ciertamente es inmortal, pero
que ella lucha por ser cuerpo, y no sólo ella, sino hasta el mismo Dios. Sin embargo, no se le
llama hereje por esto. Ya que de algún modo se podría pensar que a la misma naturaleza y
sustancia divina la llama cuerpo, no este cuerpo cuyas partes puedan y deban pensarse unas
mayores y otras menores, como son los que propiamente llamamos cuerpos, aun cuando
sobre el alma opine alguna otra cosa; pero, como he dicho, se pudo por eso pensar que llama a
Dios cuerpo porque no es nada, no es vaciedad, no es cualidad del cuerpo o del alma, sino
todo en todas partes, y no repartido por espacio alguno local, permanece inmutablemente en
su naturaleza y sustancia. Por eso Tertuliano no es hereje, sino porque, pasándose a los
catafrigas, a quienes antes había destruido, comenzó también a condenar las segundas nupcias
como estupros contra la doctrina apostólica 31. Después, separado de ellos, propagó sus
grupúsculos. Además, también dice que las almas de los hombres pésimos, después de la
muerte, se convierten en demonios.

87. Existe una herejía rusticana en la zona rural nuestra, esto es, de Hipona, o más bien existió,
porque poco a poco se ha reducido hasta encerrarse en una villa exigua, donde, aunque eran
poquísimos, todos fueron de la secta; los cuales se han corregido ahora y se han hecho
católicos, de modo que no queda ni rastro de aquel error. Se llamaban Abelonios, por la
declinación púnica del nombre. Algunos dicen que se llamaron así por el hijo de Adam, que fue
Abel; por eso nosotros podemos llamarlos Abelianos o Abeloítas. No se mezclaban con
mujeres y, sin embargo, no les era lícito vivir sin ellas, según dogma de su secta. El varón y la
mujer habitaban juntos, profesando continencia, y adoptaban para ellos, como pacto de su
convivencia, que un niño y una niña serían sus sucesores. Si la muerte sorprendía a cualquiera
de ellos, otros les sustituían, siempre que los dos sucediesen a los otros dos de distinto sexo en
la sociedad de aquella casa. Si moría no importa qué padre de los dos, los hijos atendían al
superviviente hasta su muerte. Después de su muerte, adoptaban también ellos un niño y una
niña del mismo modo. Nunca les faltó a quienes adoptar, porque los vecinos de los
alrededores, al engendrar, daban gustosos sus hijos pobres con la esperanza de la herencia
ajena.
88. 1. Pelagianos. La herejía de éstos es la más reciente de todas, nacidas en nuestro tiempo
del monje Pelagio. Celestio lo siguió como a un maestro, de tal modo que sus discípulos se
llaman también Celestianos.

88. 2. Son tan enemigos de la gracia de Dios, por la que somos predestinados a la adopción de
hijos por Jesucristo para Él 32, que nos libera de la potestad de las tinieblas para que creamos
en Él y seamos llevados a su reino 33, por lo que dice: Nadie viene a mí si mi Padre no se lo ha
dado 34, y que derrama la caridad en nuestros corazones 35 para que la fe obre por amor 36,
que llegan a creer que sin la gracia el hombre puede cumplir todos los mandamientos divinos.
Y si esto fuese verdadero, parece inútil que haya dicho el Señor: Sin mí no podéis hacer nada
37. Además, Pelagio, increpado por los hermanos de que no atribuía nada a la ayuda de la
gracia de Dios para cumplir sus mandamientos, cedió a su corrección hasta el punto de no
anteponerla al libre albedrío, sino subordinarla con astucia desleal, diciendo que para eso fue
dada a los hombres, para que lo que está mandado cumplir por medio del libre albedrío lo
puedan cumplir más fácilmente por medio de la gracia. Exacto, al decir "para que lo puedan
cumplir más fácilmente" quiso hacer creer que aun en lo más difícil los hombres podrían
cumplir los mandamientos divinos sin la gracia de Dios. Eso sí, esa gracia de Dios, sin la cual no
podemos hacer nada bueno, dicen que no está sino en el libre albedrío, porque lo ha recibido
de Él nuestra naturaleza sin que preceda mérito alguno suyo, ayudando Él únicamente por
medio de su ley y su doctrina para que aprendamos lo que debemos hacer y lo que debemos
esperar; en modo alguno para que obremos por el don de su Espíritu cuanto hayamos
aprendido que debemos obrar.

88. 3. Por esta razón confiesan que Dios nos da la ciencia para eliminar la ignorancia; en
cambio, niegan que nos dé la caridad para vivir piadosamente. O sea, que sí es don de Dios la
ciencia que infla sin la caridad, pero no es don de Dios la misma caridad que edifica para que la
ciencia no infle 38.

88. 4. Destruyen también las oraciones que hace la iglesia, tanto por los infieles y los que se
oponen a la doctrina de Dios, para que se conviertan a Dios, como por los fieles, para que
aumente en ellos la fe y perseveren en ella. En efecto, porfían que la fe los hombres no la
reciben de Dios, sino que la tienen por sí mismos, diciendo que la gracia de Dios, por la que
somos librados de la impiedad, se nos da por nuestros propios méritos. Que es lo que Pelagio
se vio obligado a condenar en el juicio episcopal de Palestina; sin embargo, en sus escritos
posteriores se ve que es eso lo que él enseña.

88. 5. Llegan incluso a decir que la vida de los justos en este siglo no tiene en absoluto pecado
alguno, y de ellos está constituida la Iglesia de Cristo en esta mortalidad, para ser
completamente sin mancha ni arruga 39. Como si no fuese Iglesia de Cristo la que por toda la
tierra clama a Dios: Perdónanos nuestra deudas 40.
88. 6. Niegan también que los niños nacidos de Adam según la carne contraen el contagio del
pecado desde la concepción. Ellos afirman que nacen sin vinculación alguna de pecado
original, de tal modo que no hay en suma por qué convenga perdonarlos con el bautismo, sino
que son bautizados para que, adoptados por la regeneración, sean admitidos al reino de Dios,
trasladados de lo bueno a lo mejor, pero no absueltos por la renovación de algún mal de la
vieja deuda. En realidad, aunque no sean bautizados, les prometen, por supuesto fuera del
reino de Dios, una cierta vida propia, pero en todo caso eterna y bienaventurada.

88. 7. También dicen que el mismo Adam, aunque no hubiese pecado, habría muerto en el
cuerpo; de este modo no ha muerto por mérito de la culpa, sino por condición de la
naturaleza. Se les atribuyen otras muchas cosas, pero eso es lo principal, de donde
entendemos que depende todo o casi todo lo demás.

Epílogo

1. Ya ves cuántas herejías he recordado y, sin embargo, no he colmado la medida de tu


petición. Porque, empleando tus mismas palabras, ¿cómo voy a poder recordar todas las
herejías desde que "la religión cristiana recibió el nombre de la herencia prometida", yo que
no he podido conocerlas todas? Por lo mismo pienso que ninguno de cuantos he leído que han
escrito sobre este asunto las han recogido todas. Puesto que he encontrado en uno las que el
otro no puso. Además, he puesto más que ellos, porque he recogido de todos todas aquellas
que no he encontrado en cada uno, añadiendo todavía las que, recogiéndolas yo mismo, no he
podido encontrar en ninguno de ellos. Por eso creo con razón que yo mismo tampoco he
puesto todas, porque ni yo he podido leer a todos los que han escrito de esto, ni veo que lo
haya hecho nadie de cuantos he leído. Finalmente, en el supuesto de que haya puesto todas,
que no lo creo, ciertamente no sé si todas lo son. Y, en consecuencia, lo que tú quieres que
acabe con mi escrito, ni siquiera puede abarcarlo mi conocimiento, porque yo no puedo
saberlo todo.

2. He sabido que el santo Jerónimo escribió sobre las herejías, pero ni he podido encontrar su
obrita en la biblioteca ni sé dónde pueda adquirirla. Si tú lo supieras, acércate a ella y a lo
mejor consigues algo más completo que esto mío; aunque me parece a mí que tampoco él,
siendo hombre doctísimo, ha podido indagar todas las herejías. Por ejemplo, seguro que él
ignoró a los herejes Abeloítas de nuestra región, y lo mismo a otros desconocidos por otras
partes en lugares ocultísimos, que tratan de evitar su descubrimiento con la misma oscuridad
de sus lugares.

3. En cuanto a lo que insinúan tus cartas: que exponga completamente todo aquello en que los
herejes se apartan de la verdad, aun cuando lo supiese todo, no podría hacerlo. ¡Cuánto
menos al no poder saberlo todo! En efecto, hay herejes, y lo confieso, que atacan, cada uno en
un dogma o poco más, la regla de la verdad, por ejemplo, los Macedonianos o Fotinianos, y
cualesquiera otros que tienen la misma situación. En cuanto a aquellos, por así llamarlos,
fabulistas, es decir, los que tejen fábulas vanas, y ésas interminables y complejas, están tan
repletos de falsos dogmas, que ni ellos mismos son capaces de enumerarlos o
dificilísimamente pueden hacerlo. Por otra parte, a ningún extraño se le deja conocer una
herejía tan fácilmente como a los suyos. En consecuencia, tengo que confesar que yo no he
podido decir ni aprender todos los dogmas, ni siquiera de las herejías que he recordado.
Porque ¿quién no comprende el enorme trabajo y la cantidad de cartas que esto exige? Sin
embargo, no es de poco provecho el evitar esos errores que he recogido en esa obra, una vez
leídos y conocidos. De lo que tú has pensado, que yo debía decirte: sobre qué es lo que la
Iglesia católica piensa de las herejías, es una cuestión superflua, ya que es suficiente saber que
siente en contra, y que nadie debe creer nada de eso.

En cambio, ¿cómo hay que acoger y defender lo que con respecto a ellas hay de verdadero?,
excede el plan de este trabajo; lo que sí vale mucho es un corazón fiel para discernir qué es lo
que no se debe creer, aun cuando no pueda refutarlo con la facultad de disputar. Por tanto, el
cristiano católico no debe creer nada de eso, pero no todo el que no lo cree debe en
consecuencia creerse o llamarse ya cristiano católico. Porque bien pueden existir o llegar a
nacer otras herejías que no están mencionadas en esta obra mía, y quien aceptase alguna de
ellas no sería cristiano católico. Finalmente, hay que investigar qué es lo que a uno hace ser
hereje, para que, a la vez que lo evitamos con la gracia de Dios, evitemos los miasmas
heréticos, no sólo los que conocemos, sino también los que ignoramos, bien los que ya han
nacido, bien los que todavía no han podido nacer.

Y pongo ya fin a este volumen que, antes de terminarlo del todo, he creído que te lo debía
enviar, para que quienes de entre vosotros lo leyereis, veáis que aún lo que queda por hacer es
tan enorme que me tenéis que ayudar con vuestras oraciones.

Apéndice

1. Timoteanos; dicen que el Hijo de Dios es ciertamente verdadero hombre nacido de la Virgen
María, pero que no ha resultado una sola persona, de tal modo que no se ha formado una sola
naturaleza. Queriendo que las entrañas de la Virgen fuesen un crisol por medio del cual las dos
naturalezas, o sea, Dios y hombre, disueltas y compactas en una sola masa, han mostrado la
forma única de Dios y hombre, o sea, la fusión de las naturalezas eficientes, quedando
inmutable su propiedad. Y para confirmar esta impiedad de que Dios ha cambiado su
naturaleza, toman el testimonio del evangelista, que dice: Y el Verbo se hizo carne, que lo
interpretan así: la naturaleza divina se ha cambiado en naturaleza humana. ¡Abolición que
mancilla la sustancia inviolable! El principio de esta impiedad fue Timoteo, que, estando
desterrado primeramente en Biza, ciudad de Bitinia, engañó a muchos con la apariencia de una
vida continente y religiosa.

2. Nestorianos, del obispo Nestorio, quien se atrevió a dogmatizar contra la fe católica: que
nuestro Señor Jesucristo era únicamente hombre (algunos manuscritos traen "que se atrevió a
dogmatizar que Cristo nuestro Señor era Dios-hombre únicamente"); ni que quien fue hecho
Mediador de Dios y de los hombres fue concebido en el vientre de la Virgen del Espíritu Santo,
sino que después Dios fue unido al hombre. Decía que Dios-hombre no padeció ni fue
sepultado; esforzándose por vaciar todo nuestro remedio por el cual el Verbo de Dios de tal
modo se dignó asumir al hombre en el seno de la Virgen que se hiciese una sola persona del
Dios-hombre; y por ello nació tan singular y maravillosamente, murió, también por nuestros
pecados, y después de cancelar aquello que Él no había robado, el Dios-hombre, después de
resucitar de los muertos, subió al cielo.

2A. Nestorianos; se llama así a la herejía por su autor, Nestorio, obispo de la iglesia de
Constantinopla. Su perversión consistió en que predicaba que solamente fue engendrado el
hombre de Santa María Virgen, a quien el Verbo de Dios no asumió en la unidad de persona y
en sociedad inseparable. Por eso, la Virgen-Madre debe entenderse no como Madre de Dios,
sino como madre del hombre, lo cual en modo alguno han podido aceptar los oídos católicos,
porque esa versión afirmaba no al único Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, sino a un
doble Cristo, lo cual es impiedad.

3. Eutiquianos; nacieron de un tal Eutiques, presbítero de la iglesia de Constantinopla (algún


códice añade "monje"), el cual, pretendiendo refutar a Nestorio, cayó en Apolinar y en Manés,
y negando la verdadera humanidad en Cristo, todo cuanto asumió el Verbo de nuestra
propiedad lo imputa únicamente a la esencia divina, de modo que al negar nuestra naturaleza
en Cristo llega a anular el sacramento de la salvación humana, que no existe sino en las dos
sustancias, sin entender con necia impiedad que se arrebataba a todo el cuerpo lo que hubiese
faltado a la cabeza.

3A. Eutiquianos, del presbítero Eutiques, el cual, como ambicionase para sí amparo y
patrocinio regio, se atrevió a dogmatizar que antes de la encarnación hubo en Cristo dos
naturalezas. Pero que después, cuando el Verbo se hizo carne, hay una sola naturaleza, la
divina, ya que todo el hombre se convirtió en Dios, sin que fuese concebido un verdadero
hombre en el seno de la Virgen ni fuese tomada la carne del cuerpo de María. Ignoro cómo
construía el cuerpo formado tan sutilmente que pudiese alumbrarlo por medio de las
inmaculadas entrañas virginales de la Madre, confirmando así que todo él es Dios en una sola
naturaleza, y no Dios-hombre, sino que sólo la divinidad sufrió la pasión y subió al cielo, a la
vez que lo nacido de María Virgen y engendrado de la semilla de David según la carne fue
crucificado, muerto y sepultado, que resucitó de los muertos y subió al cielo hombre perfecto,
a quien esperamos que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. La fe católica nos
confirma y toda la autoridad de las Divinas Escrituras lo proclama. Revolviéndose contra esta
fe el mencionado Eutiques, cuando el Concilio de Éfeso fue perseguido por el poder regio y
sobre todo cuando Dióscoro, obispo de Alejandría, seguía sus errores, privó al obispo de
Constantinopla no sólo de su honor, sino que hizo que fuera hasta desterrado de su patria por
Flaviano, siendo testigo y oponiéndose Hílaro, diácono de la venerada Sede Apostólica. En
cambio, a los demás sacerdotes ausentes los deshonraron en la segunda sesión, pero a éste la
divina majestad providente lo consumió en juicio repentino y justo. En efecto, desaparecido y
muerto el emperador Teodosio, así como también Crisafio, con cuyo patrocinio el tantas veces
citado Eutiques atacando a la fe católica había difundido su error, yéndose antes a Dios el
santo obispo y confesor Flaviano, de modo que fuesen enterrados a la vez, como se ha referido
el examen de Dios juez justo. Así, pues, con la autoridad de la predicha Sede Apostólica fue
restablecido el vigor de la fe y extinguido el error de tan nefando dogma. Asimismo,
recuperado el cuerpo del confesor con honores, la dignidad de la santa Iglesia alegó que se les
restituyese en el sacerdocio a los relajados evidentemente en él si se reconciliaban con Dios
por medio de una digna confesión y eran bien vistos de los hombres. El autor de tan nefando
error, Eutiques, fue expulsado de la provincia, y el Sínodo predicho, apartando con su firma los
errores mal concebidos, como doctrina contraria y no razonable, como paz de la santa madre
Iglesia, repone a sus sacerdotes.

Revista humanidades

Julio-Diciembre, 2015 ▪ Volumen 5, número 2 ▪ ISSN 2215-3934

DOI: http://dx.doi.org/10.15517/h.v5i2.21215

Héctor Miranda Fonseca

Máster, profesor en la Sección de Filosofía y Pensamiento en la Escuela de Estudios Generales


de la Universidad de Costa Rica.

Correo electrónico: lic_hector_cr@hotmail.com


La importancia de San Agustín y Santo Tomás de Aquino en la concepción cósmica y su
influencia en los calendarios

Resumen

Este artículo trata acerca de los aportes que hicieron San Agustín de Hipona y Santo Tomás de
Aquino con respecto a la elaboración de calendarios y la influencia de importantes estudiosos
en la estructuración del pensamiento de estos filósofos. También, se hace referencia a los
postulados teóricos de estos autores, sus contraposiciones con relación a la ciencia y la
teología, así como algunos aspectos históricos del contexto en que vivieron, con el propósito
de entender su obra y la importancia de la Iglesia como institución rectora de una época.

Palabras claves: Tiempo, ciencia, Teología, Historia, calendario, intuición, intelecto.

The importance of Saint Augustine and Saint Thomas Aquinas on the cosmic conception and
his influence on calendars

Abstract
This article is about the contributions that made St. Augustine and Saint Thomas de Aquino
with respect to the development of calendars and the influence of important scholars in the
structuring of the thought of these philosophers. Also, refers to postulated theorists of these
authors, their contrasts in relation to science and theology, as well as some historical aspects
of the context in which they lived, in order to understand his work and the importance of the
Church as the governing body of an era.

Keywords: Time, Science, Theology, History, Calendar, Intuition, Intellect

Introducción

La filosofía griega aduce que una de las características del ser humano radica en la constante
pregunta sobre el porqué de las cosas. En la búsqueda de respuestas a esas interrogantes, la
observación desempeñó una función esencial. Por eso, la bóveda celeste constituyó una
fuente primordial para contestar a todo lo relacionado con los movimientos de los astros y su
posible incidencia en los asuntos humanos vinculados con el yo y la naturaleza.

Históricamente se sabe que los griegos fueron pueblos dedicados a la navegación, esto les
permitió conocer y transmitir su cultura a otras latitudes. Así pues, se conoce su influencia
sobre el norte de África, el Oriente Medio y por supuesto en todo el sur del continente
europeo. Por eso, la península griega fue objeto de múltiples migraciones como la de los
aqueos, jonios y dorios para citar algunos (Martín, 1996).

De acuerdo con lo anterior, la geografía fue una ciencia de vital importancia en la expansión
económica y cultural de los helenos.
Durante ese afán indagatorio, unido a su vida material, surgió la preocupación por medir el
tiempo. En ese sentido, la observación del cosmos fue esencial para confeccionar instrumentos
que les permitieran medir el tiempo y vincularlo al espacio. Se elaboraron, entonces,
calendarios que se fundamentaron esencialmente en la posición relativa presentada por los
astros en relación con la Tierra.

Los calendarios

La confección de calendarios es muy antigua, esta se remonta a los esfuerzos que hicieron
sacerdotes y astrónomos para ayudar a comunidades en sus necesidades básicas y labores
cotidianas, además, para la celebración de festividades religiosas. Así, la medición del tiempo
se asocia con la creciente de los ríos, con los movimientos de la luna y, posteriormente, con
otros astros.

Un aspecto relevante en el proceso de calendarización fue el sedentarismo del ser humano, ya


que surgen actividades como el pastoreo de animales, la siembra y la recolección de cosechas
que obligaron a establecer una división entre el día y la noche. Durante la recolección de datos
empíricos, se detectó que algunos días eran más largos y otros más cortos, lo mismo ocurría
con sus noches. Este hecho coincidió con la revolución agrícola, alrededor de diez mil años a.
C., en pueblos como el mesopotámico, el egipcio, hindú, chino y africano (Rivero, 1976).

Es interesante señalar, por lo apuntado en líneas atrás, que la calendarización pronto tuvo un
trasfondo religioso, porque muchas culturas comenzaron a creer que los astros eran una
suerte de dioses y que determinaban lo que sucedía en el mundo físico de los humanos.

Con la aparición de la filosofía en Grecia, se rompe este paradigma y se origina una visión en la
cual la religión y la ciencia, de manera singular, se separan. Dicha situación se extendió en todo
el occidente europeo, por la influencia de los helenos y su labor marítima y comercial
característica, como se anotó anteriormente.

Los filósofos más preclaros en profundizar esta división fueron Platón y Aristóteles, como se
puede apreciar en sus obras y enseñanzas, en las cuales sitúan a los dioses en un lugar distinto
a la ciencia y al conocimiento verdadero, o epistemología, en términos platónicos.

No obstante, pasaron muchos años antes de que esta concepción se universalizara. En


Occidente, especialmente en Europa, el ligamen ciencia-religión se puede apreciar claramente
en los planteamientos filosóficos de Santo Tomás de Aquino y San Agustín de Hipona que
denotan un grado de madurez respecto a la visión griega.
San Agustín de Hipona

San Agustín de Hipona nació en Tagaste, norte de África, en el año 354; y murió en el año 430.
Se considera el filósofo más importante de la Iglesia cristiana antigua.

El padre de San Agustín era un pagano y su madre, por el contrario, una mujer cristiana. Tras
constantes observaciones, estos reconocieron el gran talento de su hijo en el campo literario y
destacaron su agudeza mental. Por lo anterior decidieron enviarlo a la Escuela de Cartago,
cuando apenas tenía 16 años; en dicha institución estudió Retórica y Derecho.

Cabe mencionar que Cartago era una ciudad que albergaba los principales centros de
aprendizaje de la época y los estudios de corte pagano constituían la tónica principal de su
currículo; sin embargo, la introducción del pensamiento cristiano ya aparecía en algunos textos
de Ireneo y otros escritores conocidos en la historia, como la patrística cristiana cuyos inicios
datan del siglo segundo después de Cristo.

Se cree que San Agustín, por todas estas influencias vividas en Cartago, abrazó filosofías
paganas como el maniqueísmo, alrededor del año 373. El maniqueísmo es un pensamiento
procedente de un personaje persa conocido como Mani o Manes, alrededor del siglo II
después de Cristo. Este autor enseñó un estricto dualismo en el que la luz y la oscuridad están
en un conflicto eterno; la luz adquiere un significado de paz, convivencia armónica u Ormuz;
por su parte, la oscuridad constituye un debate, una lucha o Ahrimán. De ahí que para él, el
universo es el resultado de confrontaciones entre mundo de las tinieblas y la luz, de esa
manera, surge la vida.

Aunque Manes rescató la figura de Jesús presentado por el cristianismo, le adjudicó


tradiciones budistas y otros aspectos de la ideología persa, otorgándole así, un perfil que dista
mucho de la pureza desde la óptica cristiana (Bermejo, 2008).

Según narra la historia, cuando San Agustín se convirtió al cristianismo, ya tenía una
experiencia basta en los campos filosóficos y religiosos. No obstante, la influencia de otros
pensadores griegos y latinos fue esencial en la configuración de su pensamiento, que se
enriqueció con la filosofía neoplatónica, pitagórica, estoica, epicúrea, así como con su relación
con Cicerón.

Para entender el pensamiento de San Agustín es importante conocer acerca del contexto en
que se desarrolló este filósofo. Al respecto, se debe indicar que en el momento de su
nacimiento y de su muerte, el Imperio Romano se encontraba en decadencia, porque, según
los historiadores, el populacho en las ciudades aumentó, así como la esclavitud. Esta situación
incentivó la lucha de clases que aunada a la corrupción política creciente, al derroche y al
excesivo lujo, tanto del Emperador como de su nobleza, aceleraron la caída del Imperio.

Sumado a lo anterior, la extensión territorial del Imperio requería de gran cantidad de


soldados, lo que implicó un gasto económico muy grande, pues ellos eran esenciales para el
cuido de las fronteras y el mantenimiento de la paz, tanto interna como externa. Dichos
soldados se encargaban de vigilar los roces entre las distintas culturas que conformaban el
Imperio; asimismo, controlaron la violencia y los ataques de pueblos enemigos que intentaban
saquear las zonas de riqueza.

En el aspecto económico, fueron varias las causas que repercutieron en el derrumbamiento del
Imperio. Algunas de estas fueron el aumento creciente en los impuestos; la implementación de
una economía de trueque, porque la moneda circulante disminuyó; el agotamiento de las
tierras por el excesivo cultivo; y la declinación de todo el sector industrial y comercial, lo cual
motivó a un aumento en la servidumbre de los ciudadanos quienes, en lugar de realizar
labores productivas, se dedicaron a prestar servicios a la nobleza.

En este escenario apareció el pensamiento de San Agustín, producto en parte de la situación


social e histórica antes mencionada. Además, en el año 410, Roma fue dominada por tribus
norteñas que se dieron a la tarea de saquear el Imperio Romano y después regresaron a sus
lugares de origen. Este hecho, sumado a lo expuesto anteriormente, creó una polémica entre
los paganos que consideraban que la caída de Roma fue resultado de la cristianización del
Imperio el año 323, específicamente durante el gobierno del Emperador Constantino.

El pensamiento agustino parte de esa polémica y pretende demostrar que la caída de Roma
no es producto del cristianismo. Así, Agustín de Hipona se dedicó a escribir una obra
majestuosa, conocida como la Ciudad de Dios. En este texto, intenta rechazar los argumentos
de aquellas personas que sostenían que si Roma hubiera continuado con el paganismo, se
hubiera evitado su derrumbe como Imperio.

En esta obra, San Agustín plantea que la ciudad terrena debe adecuarse a la ciudad celestial,
cosa que no hizo Roma, de ahí la caída de su Imperio. Dicho argumento fue fatídico, sobre
todo para el desarrollo independiente de la ciencia, pues deja entrever que todo lo que el
hombre realice debe ser cotejado con el texto bíblico y la tradición de la Iglesia Católica.

Anteriormente se mencionó que los griegos separaron religión y ciencia. Los planteamientos
agustinos que mantienen metodológicamente la división entre ciencia y religión no logran dar
continuidad a la postura helénica; por el contrario, más bien, supeditan la ciencia a la religión.
Esta situación resultó absolutamente natural en su momento, porque era imposible, para los
lectores de la Biblia, entender una estructura del universo distinta a la común de su tiempo,
como se puede observar en el siguiente texto bíblico: “Sol detente en Gabaón; y tú luna en el
valle de Ajalón. Y el sol se detuvo y la luna se paró” (Josué, 10:12-13). Esto constituye una
muestra del pensamiento que privaba en aquella época; una tierra estática y geocéntrica.
Dicha concepción fue la teoría planteada por Aristóteles, y avalada por Platón, que sirvió de
base a la Iglesia Católica. Posteriormente, Copérnico, en el año 1543, escribió su obra Sobre las
revoluciones de los cuerpos celestes, en la que se sostiene una teoría heliocéntrica, idea que
tuvo que ser retomada por la cuando se elabora el calendario gregoriano.

El pensamiento de San Agustín fue esencial para que la Iglesia no dejara de lado la visión
científica y su vinculación con la Biblia. Se evita, entonces, un desarrollo independiente de la
ciencia, porque tanto las observaciones astronómicas como de otra índole, esenciales en la
elaboración de los calendarios, tuvieron que ser adecuados a los textos sagrados, en virtud de
que, como se indicó en párrafos anteriores, los sacerdotes se esforzaron por las mediciones del
tiempo para la celebración de festividades religiosas.

Dentro de las ideas de San Agustín destaca una asimilación del pensamiento de Platón, con
algunas variantes, por ejemplo, la no creencia en la reencarnación. Además, el pensamiento
maniqueo, con la dicotomía indisoluble entre lo bueno y lo malo, permeará a este filósofo; de
ahí que, propone la idea de un hombre dicotómico, compuesto de alma y cuerpo. El alma en el
hombre es la parte superior y la buena, mientras que el cuerpo es material e inferior, y es en
este donde se radica el pecado, pues es la parte mala.

En materia de conocimiento, San Agustín señala la iluminación divina como un proceso


continuo realizado por Dios en cada persona. No obstante, por ser un elemento divino, pasa
por el filtro de lo que diga la Iglesia, tanto por su tradición, como por las exigencias bíblicas. Lo
anterior atañe, además, a todo el conocimiento científico, partiendo del hecho de que Dios es
el padre del conocimiento.

Por todo lo expuesto, se puede decir que tanto la ciencia como la epistemología se
fundamentan en una antropología filosófica; para San Agustín la ciencia y todo el
conocimiento está impregnado de una atmósfera religiosa. Por eso, su pensamiento está
indisolublemente ligado a lo teológico y filosófico, la ciencia se encuentra subordinada a la
religión. En la confección de los calendarios, entonces, se aprecia un distanciamiento a la
ciencia objetiva y un acercamiento a la concepción de tiempo y espacio presente en el texto
bíblico.

El pensamiento de Santo Tomás de Aquino


Tomás de Aquino nació en Roccaseca, Italia, en el año 1227 d. C.; y murió en la Abadía de
Fossanova en 1274. Su genealogía lo vincula con una familia noble conocida como los Condes
de Aquino.

Su primera instrucción la realizó en Monte Cassino, Italia. En el año 1243, ingresó en la Orden
de los Padres Predicadores Dominicos, llamados así en honor a Santo Domingo de Guzmán.
Posteriormente, se convirtió en el representante típico de la escolástica medieval que trataba
de utilizar, en el fundamento de los dogmas cristianos, las teorías de pensadores antiguos,
especialmente las de Aristóteles. De ahí que, a partir del siglo XIII se consideró una autoridad
en la filosofía y en la ciencia, llegó incluso a ostentar el título de Doctor, al igual que San
Agustín de Hipona.

La escolástica medieval, como corriente de pensamiento, intentaba colocar un sustento


filosófico como base a cualquier propuesta religiosa. En este sentido, Santo Tomás Aquino
puso, como punto de partida en su pensamiento, la afirmación de la subordinación de la fe al
conocimiento empírico, dejando claro que la fe y la ciencia no deben contraponerse, sino
suplementarse. Por eso, su filosofía parte de los planteamientos aristotélicos acerca de la
forma y de la materia; les otorga una interpretación religiosa.

Los planteamientos de Santo Tomás se contraponen a los de San Agustín. Así, ante el conflicto
entre ciencia y religión, para San Agustín la fe adquiría relevancia, mientras que San Tomás
buscaba una respuesta científica que no objetara los postulados bíblicos.

La vida del Aquinate se destaca por la defensa de los intereses feudales eclesiásticos. En ese
sentido, comparte la opinión de que existen personas superiores, como los cristianos, y
aquellos que, aunque fueron creados libres, por su pecaminosidad deben ser gobernados en el
mundo cristiano por los más virtuosos y profesantes de dicha fe. Esa posición se puede
apreciar claramente en el capítulo Derecho de Gentes (Ius Gentium) de su obra Summa
Teológica. En el apartado supra mencionado sostiene que la esclavitud es un hecho natural,
por eso, él se convierte en un defensor de la desigualdad y de la jerarquía feudal, a tal punto,
que las Autoridades Eclesiásticas le otorgaron el Doctorado Angelicus, en el Concilio de Lyon.

En la vida de este filósofo figura su maestro Alberto Magno, quien se preocupó por enseñarle
las nuevas corrientes que habían llegado a Europa. Dichas corrientes alcanzaron España por
medio de los árabes, gracias al Califato de Nueva Granada que inició su desarrollo en el año
711 d. C.; destacan cuatro períodos importantes (711- 1031, 1031-1090,1090-1231,1231-1492)
(Villa-real, 2003).

Ahora bien, las obras de Aristóteles se desconocían en el continente europeo. Es gracias al


rescate que hicieron los árabes y a las traducciones realizadas por el médico y filósofo
Averroes, que Tomás de Aquino las asimila e incorpora al pensamiento cristiano (Marín, 2006).
Este filósofo no solo se destacó en el campo eclesiástico, sino también en el académico. Así
pues, fue instructor en la ciudad de París, donde fue colega de San Buenaventura; también
fungió como maestro en Roma y en Nápoles. Se dice que Carlos D’anjou lo introdujo en los
Estudios Generales.

Su labor intelectual fue basta. Entre sus obras más importantes destacan los comentarios a la
Metafísica, La Ética a Nicómaco y De Anima de Aristóteles. Después de realizar estos
comentarios, inició sus dos obras más importantes, a saber: Summa Theológica y la Summa
Contra Gentes. Se conocen, además, muchos opúsculos, por ejemplo, “El ser y la esencia” y “El
mundo eterno”.

Para entender su pensamiento, es importante conocer lo que aconteció en Europa durante los
siglos XII y XIII. Esta se encontraba enmarcada en el feudalismo, según la historia. En el aspecto
económico, las relaciones sociales imperantes fueron producto del desarrollo socio-histórico,
en el cual toda la vida social e intelectual estaba bajo la sombra del clero. Por lo anterior, la
escolástica religiosa estaba presente en todas las formas culturales, de manera que, aún en la
vida económica, los tratados teológicos encontraban asidero.

Por lo anterior, para Tomás de Aquino resultaba justo y necesario que la sociedad feudal
tomara como fundamento el derecho divino, de esa manera, justificar que la propiedad era un
régimen necesario y racional. En ese contexto, los esclavos eran considerados como siervos de
la gleba, pero en lo sustancial mantenían su condición esclavista.

No obstante, con relación al esclavismo antiguo, Aquino afirmaba que el alma del esclavo era
libre y por eso el amo no tenía derecho a darle muerte. Consideraba indigno el trabajo manual,
por estar vinculado al cuerpo humano; por el contrario, el trabajo intelectual era noble, pues
se vinculaba con el alma racional. Esta dicotomía, según Aquino, constituía la base de la
jerarquía social. La separación entre el trabajo físico e intelectual fue un instrumento que
sirvió para establecer diferencias entre la jerarquía feudal, pues la persona con mayor riqueza
formaba parte de un eslabón superior en los estamentos feudales.

No se debe olvidar que el régimen de producción feudal surgió en Europa Occidental por el
resultado de la confluencia y fusión de dos procesos antagónicos. Por un lado, la decadencia
del modo de producción esclavista; por otro lado, el desarrollo de la plebe en la agricultura en
forma de arrendatarios adscritos al señor feudal, no en el sentido de esclavos, tal como se
concebía en la antigüedad, sino como campesinos que debían entregarle al señor feudal parte
de sus cosechas. En esta misma forma de producción se desarrolló la agricultura en gran
manera, primero a partir de una propiedad comunal y luego, con la propiedad privada de la
tierra.
La tenencia de la tierra fue una medida que sirvió para ubicar a las personas en la escala social.
Si bien este período feudal, por su desarrollo, se puede considerar más evolucionado
económica y socialmente que el esclavista, las relaciones sociales eran de dependencia
personal del campesino con el señor feudal dueño de la tierra. Este último tenía derecho a
vender y comprar a sus siervos, ya que ellos, por la estructura social, estaban ligados a las
tierras que se vendían. Lo anterior no deja de ser una forma oculta de esclavitud, dicha
condición se retrata literariamente en algunas obras de León Tolstoi, en el caso de Rusia.

En esta escala socioeconómica, además de la riqueza del señor feudal, existía también una
propiedad individual del campesinado y del artesano sobre los artefactos de producción:
animales, instrumentos de labranza y otras herramientas.

El sistema feudal desarrolló varias innovaciones de carácter técnico, por ejemplo, la prensa de
lagar, el molino de viento, el aumento de la fuerza animal en labores de labranza y agricultura,
así como un mayor conocimiento de la arvicultura, la viticultura y la oleicultura. Se
introdujeron, además, nuevos cultivos como los cereales, variedades de árboles frutales y se
aplicó la rotación de las siembras mediante el sistema de las tres hojas.

En el mundo económico feudal, el hecho de que el artesanado, y posteriormente el comercio,


experimentaran una separación y se transformaran en actividades independientes, provocó un
gran desarrollo de las fuerzas productivas. De modo que a partir del siglo XI, las ciudades de
Europa Occidental fueron reviviendo paulatinamente, porque aunque existían desde los
tiempos del Imperio Romano. Estas experimentaron una decadencia poblacional y una
reducción de su territorio por las actividades agrícolas. Asimismo, a su lado surgieron otros
pueblos que se poblaron más que en la época de la esclavitud y se convirtieron en centros
artesanales y comerciales; por lo tanto, en una fuente de riqueza considerable.

Conjuntamente con la rehabilitación de ciudades, los artesanos perfeccionaron sus técnicas e


instrumentos, como los hilares que cambiaron el huso por la rueca y después por la rueda; el
telar vertical por el horizontal movido por un pedal. Estas innovaciones ayudaron al
florecimiento de la industria, porque también se inventaron máquinas que realizaban uno a
dos trabajos al mismo tiempo, lo que condujo a la especialización artesanal que,
posteriormente, se constituyó en la base del desarrollo capitalista de producción.

Todo este desarrollo urbano y comercial abrió espacio al florecimiento cultural reflejado en
una civilización más avanzada, que por supuesto, requería de una justificación intelectual. En
ese sentido, toma relevancia la figura de Tomás de Aquino, porque ante la introducción de las
corrientes averroístas fundamentadas en la filosofía de Aristóteles, se produjo un
enfrentamiento con el pensamiento de San Agustín, que había predominado desde el siglo V a.
C. hasta el siglo XII. Esto por cuanto la concepción filosófica agustina sobre el conocimiento,
aducía que Dios era su fuente y contradecía la filosofía de Aristóteles, sustentada en que el
origen primordial del conocimiento radicaba en los sentidos. Dicha posición aristotélica
distanciaba a la Teología de la epistemología y si esta contradicción no se resolvía
intelectualmente con cuidado, podía aumentar el descontento entre la Iglesia y los señores
feudales.

Ante esta perspectiva, Santo Tomás realizó una obra majestuosa basada en los fundamentos
aristotélicos, logrando compatibilizar algunos de estos con la religión, especialmente, al
proponer la idea de la complementariedad que implica una conjunción del saber racional con
la Teología. Esto con el fin de encontrar una fundamentación más racional al pensamiento
cristiano, de esa manera, lograr que la Teología respondiera a las exigencias racionales de la
filosofía y de la ciencia.

Sin embargo, este tipo de separación no fue del todo radical, pues tanto en San Agustín como
en Santo Tomás, la teología estaba siempre en un lugar predominante. Si bien en el
pensamiento de este último se denota una mayor autonomía, estas disciplinas no podían
excluirse totalmente, porque la ciencia debía ser un complemento de la Teología. Es decir, bajo
esa premisa, Tomás de Aquino logró explicar los ciclos y epiciclos, que eran una variación de la
idea de esferas concéntricas de Aristóteles.

Tomás de Aquino siguió pensando en una Tierra estática y que lo perfecto era lo inmóvil,
manteniendo a Dios, de alguna manera, como un ser completo que no debía ir hacia ningún
lado para obtener su perfección, pues ya en sí lo era. En ese aspecto, el rescate de los sentidos
realizado ya por Aristóteles, fue la base de Santo Tomás, de allí que a su filosofía se le llame
Aristotelismo cristiano. No obstante, es en el campo de la metafísica donde este autor innova,
pues no solo intenta demostrar que la caída del Imperio Romano no fue por causa del
cristianismo, ya que, según él, el cristianismo y la cultura europea eran superiores a cualquier
otra. Así, el carácter racional y su componente sobrenatural, hacían de Occidente una cultura
superior a la árabe y a cualquier otra cultura. Su preocupación por la cultura árabe, se debe a
la gran influencia que esta tenía en su época, de ahí su deleite por el estudio de diversas
culturas.

A diferencia de San Agustín, que plantea que el conocimiento se consigue por iluminación
especial de Dios, Santo Tomás sostiene que este empieza con los sentidos. Así, en el proceso
de abstracción el hombre llega al conocimiento intelectual gracias a la doble acción de atraer,
por un lado, las cualidades concretas de los seres o entes materiales a través de los sentidos; y
por otro, el intelecto agente, que lo vincula con Dios. No logra, entonces, disolver
definitivamente la dicotomía entre la Teología y la Ciencia, porque el intelecto agente, al ser
superior por su sobrenaturalidad, debe supeditar lo adquirido por los sentidos a la revelación
divina.

A partir de estos pensamientos tomistas es entendible que la inquisición persiguiera a los


científicos; además, que Osiander, en el prefacio de la obra de Copérnico Sobre las
revoluciones de las esferas celestes, afirmara que lo dicho por Copérnico en su libro era
solamente una hipótesis. Con dicha afirmación, se evitó el rechazo de la obra copernicana y se
congració con las entidades eclesiásticas. De igual forma, se explica el juicio a Galileo Galilei,
quien trató de convencer a las Autoridades Eclesiásticas de Roma de que el verdadero sistema
para explicar el cosmos era el copernicano y no el aristotélico.

No era un momento apropiado para introducir cambios en la Iglesia que se alejaran de la


interpretación literal de la Biblia. Tampoco para que los teólogos expusieran sus
planteamientos, entre ellos Tomás de Aquino que llegó a ser proclamado por el Papa León XIII
en su Encíclica, como el maestro de toda la Filosofía y Teología.

A la luz de los pensamientos de San Agustín y de Santo Tomás, era entendible el accionar de la
Iglesia y del Tribunal de la Inquisición cuando descalificó la teoría copernicana sobre la
estabilidad del Sol y el movimiento de la Tierra. Estos planteamientos eran considerados
absurdos y falsos, a pesar del aval que les diera Galileo, porque eran contrarias a las Sagradas
Escrituras. La propuesta de que la Tierra no era el centro del mundo y que se movía
constantemente, fue considera absurda, filosóficamente falsa y teológicamente errónea para
la fe.

En ese sentido, hubo que esperarse hasta el siglo XVI para que la Iglesia ampliara su visión y
aceptara, parcialmente y por conveniencia, las propuestas copernicanas. De esa manera,
corregir el calendario Juliano, en el cual no concordaba la celebración de la semana santa con
el equinoccio de primavera. Este desfase provocaba problemas en la calendarización litúrgica,
así como en una sociedad que estaba experimentando cambios en su visión de mundo; por lo
tanto, lo teológico ahora pasaba por el filtro de lo racional, los dogmas eclesiásticos y sus
rituales podían perder sentido si no se hacían dichas correcciones.

Conclusión

De lo expuesto anteriormente, se concluye que la función que desempeñaron los autores


supra citados en la confección de calendarios y defensa de los intereses eclesiásticos fue
ardua.

Son muchos los aportes filosóficos de ambos pensadores. Aunque a primera vista no se les
encuentra una relación directa con los calendarios, cuando se observa la justificación teológica
que hacen del geocentrismo y del heliocentrismo, resulta imposible no deducir de sus
postulados teóricos efectos en la medición del tiempo, porque el heliocentrismo permite un
mejor establecimiento de fechas importantes para la Iglesia, por ejemplo, la Semana Mayor.
Así, se optimiza la programación de actividades que enriquecen el calendario litúrgico y
fomentan la religiosidad en una sociedad que tenía su mirada puesta en el teocentrismo y se
debatía entre los postulados científicos y los teológicos.
Referencias bibliográficas

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Santa Biblia. (1979). Paso Texas: Editorial Mundo Hispano.


Más sobre el autor:

Recibido: 19-Febrero-2015

Aceptado: 12-Mayo-2015

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San Agustín de Hipona

SAN AGUSTIN DE HIPONA

San Agustín de Hipona nació en Tagaste, Numidia, hoy en día Argelia en el año 354. Su padre
era un pagano, su madre un devota cristiana (persona influyente en la conversión de su hijo al
cristianismo).

Trabajó como retórico en ciudades norteafricanas y vivo con una mujer cuyo nombre es
desconocido con la cual tuvo un hijo llamado Adeodatus que en latín significa (regalo de Dios),
desde el nacimiento de su hijo se empieza a notar su inclinación por lo teológico opino
personalmente.

Antes de iniciar en el seno de la iglesia anduvo en una “búsqueda de la verdad” estudiando


varias corrientes filosóficas, se inspira en un tratado filosófico de Marco Tulio Cicerón.

Dura nueve años adherido al maniqueísmo.

Esta religión toma el nombre de su fundador, un sabio persa llamado Mani, y presentó durante
varios años un desafío para el cristianismo; el maniqueísmo manejaba una gran influencia del
gnosticismo, tiene una visión dualista del universo, la lucha entre el bien y el mal: el ámbito de
la luz que es como el espíritu, Dios. La oscuridad son los problemas, Satán.

Inicialmente los dos ámbitos estaban totalmente separados, pero en un una catástrofe los dos
ámbitos se mezclaron y se vieron involucrados en una lucha perpetua. Así, la especie humana
es un producto del microcosmos, pero al mismo tiempo pertenece a este. Se determina en el
maniqueísmo el cuerpo humano como algo material, y oscuro, perverso, a cambio el alma es
una cuestión espiritual y producto de luz, esta alma debe ser liberada del cautiverio que
padece en el mundo a través del cuerpo humano material. El camino a esta liberación se da
por la sabiduría, en este caso esta sabiduría debe estar relacionada con lo divino. Ya con el
conocimiento adquirido, el cuerpo debe privarse de lo carnal, lo animal y lo mundano, pues
estos placeres encierran y perpetúan el alma.

El maniqueísmo tenía una división de acuerdo al grado de perfección espiritual en que se


encontraban sus fieles. Los elegidos, quienes practicaban un estricto celibato y eran
vegetarianos, no bebían vino ni tampoco trabajaban, a cambio se dedicaban totalmente a la
oración. Con esos patrones, aseguraban su ascensión a la luz después de la muerte. La segunda
rama de lo maniqueos, quienes eran mucho más numerosos, poseían un nivel mas bajo de
espiritualidad, podían casarse mas no tener hijos, ayunaban semanalmente y complementaban
tareas de los elegidos (el otro grupo de maniqueos).

En el maniqueísmo con el tiempo se rescatarán todos los fragmentos de luz divina, el mundo
se destruirá y la luz y la oscuridad volverán a estar separadas por siempre. El maniqueísmo
desaparece como religió del mundo occidental a principios de la edad media

Esta doctrina alcanzo mucho creyentes en varias partes del mundo en especialmente en el
norte de Africa.

Al finalizar los nueve años de ser un adepto San Agustín escribe documentos considerados
importantes en contra del maniqueísmo, y se siente desilusionado por la imposibilidad de
reconocer principios contradictorios, se adhiere ahora al escepticismo.

Es importante hacer una corta síntesis de lo que consistió el escepticismo pues, estará
relacionado con el trabajo de San Agustín.

El escepticismo significa en griego examinar, y en la filosofía occidental, la doctrina niega la


posibilidad de alcanzar el conocimiento de la realidad, como en sí misma, fuera de la
percepción humana. La palabra escepticismo es también significado de “duda” y es aceptado
como “verdad” tal vez por esto, San Agustín en su búsqueda de la verdad se interesa por el
escepticismo. Este escepticismo esta basado con las ideas sobre el ámbito y la validez del
conocimiento humano.

En esta corriente se afirmo que se pueden dar razones tan buenas a favor, como en contra de
cualquier proposición filosófica. También se mantenía que ninguna idea podía ser probada de
manera concluyente, pero que algunas podían ser mostradas como más probables que otras.

San agustín se traslada a Italia. Primero a Cartago y luego a Milán en donde trabaja como
retórico, ahora se inclina por otra corriente filosófica, el neoplatonismo, en esta doctrina el
alma universal tiene la opción de mantener su imagen e integridad de perfección De ser
sensual y corrupta, la ignorancia de una verdadera naturaleza hace que el alma humana
experimente un falso sentido de distancia e independencia, se vuelve presumida y se degrada
a ámbitos depravados.

En el neoplatonismo se mantenía o se mantiene que la posibilidad de salvación de alma se


posibilitaba a la virtud de la libertad de la Voluntad, esta voluntad permite elegir a mismo
tiempo una opción de pecado. El alma conoce un éxtasis total a través de una experiencia
mística.
Se habla también del uno y el nous y el alma universal. El nous y el alma universal trasmiten
poder divino de lo Uno a todo mediante unas señales al mundo de los sentidos.

Los elementos de lo No mundano interesaron mucho a la iglesia cristiana y la conexión


posiblemente la viene a hacer San Agustín, él no solo había conocido el neoplatonismo, ahora
conoce a una persona, San Ambrosio y con estos dos casos de conocimiento o mejor dicho de
encuentro San Agustín se siente ahora atraído por el cristianismo.

Se cuenta en su propio relato que un día creyó escuchar la voz de un niño, esta le decía “toma
y lee” interpretó la frase como algo divino y toma un pasaje de las sagradas escrituras, que
decía así: “…nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de
rivalidades y envidias. Revestíos mas bien del seños Jesucristo y no os preocupéis de la carne
para satisfacer sus concupiscencias.” Ahora San Agustín se decide por el cristianismo, se
bautiza y bautiza a su hijo por medio de Ambrosio.

Escribe varios libros, de los cuales retomaré cosas de confesiones, que es uno de los
principales escritos, es autobiográfico, en sus páginas expuso gran parte de su pensamiento
teológico y filosófico, y presenta una teoría del conocimiento.

Toma una serie de símiles y habla de los sentidos y su relación con la memoria como por
ejemplo: “…ni como el perfume que pasa y se pierde en el viento y que, afectando al sentido
de la memoria, por la que puede ser reproducida…”. Dice que las cosas no penetran en la
memoria, son capturadas sus imágenes con rapidez, quedan almacenadas en un sistema de
comportamiento y emergen de una forma maravillosa al recordarlas. Habla de lo inherente a
los sentidos, que está incorporadas a el alma y el alma las reconoce tal cual son.

Con una doctrina ya definida se devuelve a África y es ordenado sacerdote, se consagra obispo
de Hipona hasta su muerte. En esa época el cisma y la herejía amenazaban la unidad de la
iglesia, San Agustín emprende una batalla religiosa, combate a el que era antes un aliado, a la
herejía maniqueísta y entra en conflicto con el donatismo, una secta que mantenía que los
sacramentos no eran válidos si no eran dirigidos por eclesiásticos sin pecado; también
encuentra conflicto con el pelagianismo donde niegan la doctrina del pecado original.

Es en estos conflictos San Agustín desarrolla doctrinas de pecado original, gracia divina,
soberanía divina y predestinación.

La predestinación del destino de una persona esta predeterminado por la ley de Dios, pero
esta no implica una irremediable negación del libre albedrío, se sostiene que solo el destino
final de la persona está predestinado. Valga as redundancias.
La iglesia católica, apostólica romana ha encontrado satisfacción en los escritos de San Agustín
y es tan importante su trabajo que la teología cristiana se basó en sus doctrinas.

Su doctrina se ve bien opuesta al maniqueísmo y al pelagianismo. Afirma contra el


pelagianismo que la desobediencia espiritual del hombre se había producido en un estado de
pecado que la naturaleza humana era capaz de cambiar. En su teología los hombres y mujeres
son salvados por el don de la gracia divina; con el maniqueísmo defiende el papel de el libre
albedrío donde la causa primera es dios, esta causa produce una cadena de causas
ininterrumpidas, un acto de libre albedrío por parte de una persona o animal es un acto
inmotivado que se encuentra fuera de la cadena casual, al aceptar un acto de esta posibilidad
se niega el orden divino y se hace que el universo parezca irracional, también defiende el la
unión de este libre albedrío con la gracia en la cual Dios concede a los individuos santificación.

En este conflicto con Pelagio (pelagianismo) San Agustín afirmaba que cada persona es libre de
obedecer o desobedecer a Dios, y que toda persona incurre en el pecado, por esta razón en
necesaria la gracia de Dios. Para Pelagio (teólogo británico) la gracia a los hombres fue dada
por Dios a través de las enseñanzas y el ejemplo de Jesús, así mediante la gracia cada persona
puede conocer el bien o el mal. Pelagio consideraba la salvación como una recompensa dada
por Dios gracias a una vida de obediencia elegida con libertad.

En relación a lo anterior San Agustín afirmaba que Dios había creado a la humanidad libre para
obedecerle o desobedecerle, pero que el pecado original se trasmitía de generación en
generación a través de la procreación. Así, la humanidad es incapaz de no pecar, solo la
“irresistible” gracia de Dios puede liberar a la humanidad de el pecado, esa gracia fue dada en
Cristo. La gracia puede ser adquirida mediante el bautismo y demás sacramentos. Los
creyentes que Dios elija por su no pecado alcanzarán la salvación debido a la gracia triunfante
de Dios.

San Agustín vio en el conocimiento una participación en el conocimiento divino, e hizo de las
ideas platónicas, las ideas emanadas de la sabiduría de Dios, para él Dios no hace sino afirmar
sus dones cuando premia nuestros méritos.

No cabe duda que San Agustín tenia una predilección por temas como el pecado, y la debilidad
de los hombres, juzga pero fue parte también de lo que vino a hablar posteriormente acerca
de el pecado original, pasó por variar corrientes filosóficas y de cada una tomó algo, para hacer
un trabajo pienso yo, en el maniqueísmo, los maniqueos elegidos (la cuestión del celibato y su
dedicación a la oración), en el neoplatonismo donde se ve influenciado con las cuestiones
metafísicas, el escepticismo con las ideas basadas de el ámbito y la validez del conocimiento
humano, y finalmente la iglesia católica en la cual encuentra satisfacción y agrado.
III.- CRISTOLOGIA HISTORICO - DOGMATICA.

3.1.- LA FORMULACION DEL DOGMA CRISTOLOGICO.

a) Evolución doctrinal del siglo II al IV.

En este periodo se afirmó la perfecta divinidad y humanidad de Cristo,


deduciendo de ello consecuencias de capital importancia; la escolástica, en la que
principalmente se atendió a la sistematización de la cristología y finalmente, el periodo
contemporáneo, caracterizado por un retorno más asíduo a las fuentes bíblicas, patrísticas y
litúrgicas, y por una estimulante confrontación con la cultura moderna.

En el periodo de tiempo del que ahora nos ocupamos hemos de señalar


fundamentalmente por su importancia, la enseñanza cristológica de los Padres de la
antigüedad, de la controversia arriana, que condujo al concilio de Nicea, y de los primeros
intentos de explicación del misterio de la unión de la humanidad y de la divinidad de Cristo.

I/ Evolución doctrinal antes de Nicea.

La evolución cristológica del periodo preniceno está orientada toda ella a afirmar
la doble naturaleza: humana y divina de Jesús, es decir, a sostener que es verdaderamente
hombre y verdaderamente Dios. De hecho en el siglo II se observa la aparición de errores
doctrinales que negaban , bien la divinidad de Cristo, bien la realidad de su humanidad.
Pudiéndose citar en tal sentido:

- Ebionismo.- herejía que presenta a Cristo como mero hombre, aunque ve en él un gran
profeta, rechazando la trascendencia de su persona.

- Adopcionismo.- Ve en Jesús un hombre moralmente unido a Dios, o sea un hombre


divinizado; se habría convertido en hijo adoptivo de Dios.
- Docetismo.- que niega la verdadera humanidad de Cristo (en la encarnación el Hijo
habría asumido un cuerpo aparente) ya que para esta herejía era absolutamente inconcebible
que Dios pudiese nacer, padecer y morir.

Los principales defensores de la fe de la Iglesia frente a estas herejías fueron


Ignacio de Antioquía e Ireneo de Lyón, defendiendo principalmente la necesidad de que el
Salvador fuese Dios, ya que el hombre no puede aproximarse a Dios si Dios no se acerca a él;
pero también que fuese hombre, para ejercer su misión de mediador, para la salvación de los
creyentes.

En el siglo III comienzan a difundirse otros errores como el subordinacionismo y


el modalismo, que aunque son herejías trinitarias, tienen notables repercusiones cristológicas,
pues terminan negando respectivamente la perfecta divinidad de Cristo y la encarnación del
Verbo. Enfrentándose a dichos errores, principalmente Tertuliano y Orígenes

Ii/ La cristología arriana y la defensa del dogma.

La doctrina de Arrio (s. IV) se examina en el contexto trinitario, porque al sostener


que el Hijo no es Dios sino una criatura, niega de hecho la realidad de un Dios en tres personas.
Sin embargo, la herejía arriana tiene tambien aspectos cristológicos importantes.

Según Arrio, el Hijo es una criatura; no es engendrado desde la eternidad por el


Padre y no es de la misma sustancia que el Padre. Según esta cristología, el Verbo -que no es
Dios, sino un demiurgo- se encarnó en un hombre, Jesucristo, el cual, sin embargo, es una
"carne sin alma", o a lo sumo, posee un alma humana no racional. Luego en Cristo falta el alma
intelectiva humana, que es suplida por el Verbo. Por tanto este, "en su estado de encarnación,
es en sentido estricto sujeto de la condición humana, de las pasiones y de las debilidades del
espíritu humano. Se encontraba reducido al rango de un alma humana y desempeñaba
propiamente su función en Cristo".

Habiendo asumido el Verbo sólo una carne o un cuerpo humano, se puede hablar
de una especie de monofisismo ante litteram. En realidad, en esta perspectiva el Verbo
encarnado no asumió una naturaleza humana, y en él sólo está presente la naturaleza creada
que le es propia (que no es la divina). Por eso, la negación de un alma humana en Cristo por los
arrianos es la raíz profunda de la que brotará tanto la herejía de Apolinar como la de Eutiques.
En el Concilio de Nicea (325) se condenó la doctrina trinitaria de Arrio,
limitándose Nicea a enseñar que, por nuestra salvación, el Verbp "se encarnó y se hizo
hombre".

Defensores de la fe de la Iglesia contra la herejía arriana fueron Eustaquio de


Antioquía y S. Atanasio.

- La doctrina de Apolinar.

Apolinar, obispo de Laodicea, recoge sustancialmente las afirmaciones arrianas,


pero intentando a la vez salvaguardar la consustancialidad proclamada en Nicea. El resultado
de su investigación es una especie de monofisismo, que será puntualmente condenado. Si bien
hay que reconocerle el mérito de haber planteado con claridad el problema de la unión de lo
divino y de lo humano en Cristo, allanando el camino a las profundizaciones del siglo siguiente.

El punto central de la cristología apolinarista es la negación de un alma humana


racional en Cristo. Siguiendo una concepción antropológica tricotomista, hay que afirmar en él
tres componentes: un cuerpo y una psique humanos, y un alma racional, que es el Verbo
mismo.

Las expresiones de Apolinar: una sola naturaleza, una sola hipóstasis, una sola
persona, una sola sustancia, un solo sujeto, se convertirán en patrimonio común y servirán de
gran ayuda para la formulación del dogma.

Más por desgracia, en la cristología apolinarista están ya presentes en ciernes


también los errores que afligirán a la Iglesia durante los siglos siguientes, concretamente el
monofisismo, el monotelismo y el monergetismo.

Iv/ Reacciones contra el apolinarismo.


- El Sínodo de Alejandría (362).- se declara que "el Salvador no tuvo un cuerpo sin alma,
sin sentidos, sin espíritu; y ello porque no es el cuerpo solamente, sino también el alma la que
en el Verbo ha sido salvada".

- Concilio de Roma (377).- condenó el apolinarismo, recogiendo el argumento


soteriológico, afirmando que el hombre entero ha sido asumido por el Verbo. Condena que se
reiteró en el Concilio Constantinopolitano I (381) y en el Tomus Damasi (382).

También acometieron la defensa de la fe contra el apolinarismo, autores como Gregorio


Nacianceno y Gregorio de Nisa, Teodoro de Mopsuestia, y S. Agustín.

En conclusión, a finales del S.IV la cristología se encuentra en punto muerto, ya que el


problema del modo de unión de las dos naturalezas de Cristo está claramente planteado, pero
la solución apolinarista, que niega la realidad del alma humana en Cristo, es rechazada en
nombre del principio soteriológico; la solución que habla de dos naturalezas mezcladas entre sí
resulta insuficiente; sin embargo, tampoco el intento de solución que afirma en Cristo la
presencia de dos naturalezas unidas en una sola persona, parece por ahora ir más allá de la
pura formulación verbal.

b) El dogma cristológico: Efeso y Calcedonia.

El S. V se caracteriza por el enfrentamiento y el choque entre dos orientaciones


cristológicas opuestas: la antioquena y la alejandrina, y por el intento de conseguir un acuerdo
en una doctrina tan importante para la unidad de la Iglesia como la de la unión de la realidad
humana y de la divina en Jesucristo.

El devenir de los primeros decenios del siglo hizo que estas orientaciones se
radicalizaran hasta el punto de que el debate teológico terminó en un choque entre Nestorio,
obispo de Constantinopla, y Cirilo, patriarca de Alejandría, alineados en frentes opuestos,
fueron sus principales protagonistas. El desenlace de la controversia debía venir por una
solución capaz de conjugar los aspectos positivos de la cristología alejandrina y de la
antioquena. Ello se realizará por fin, no sin ciertas consecuencias, en el Concilio de Calcedonia.

Ambas posiciones podemos referirlas según el siguiente esquema:


- La del Logos-sarx, al concentrar su atención en el Verbo como sujeto del hombre Dios,
descuida la importancia del alma humana de Jesús y, en general, de su humanidad.

- La del Logos-anthropos, en cambio, ilustra la plena realidad de la humanidad de Cristo,


pero muestra algunos titubeos al afirmar el puesto central del Verbo como sujeto de la
actividad divina.

Por su parte, abordada la cuestión en el Concilio de Efeso (431), lamentablemente


no se dio en este una definición dogmática sobre la unión de las naturalezas de Cristo, de lo
que se seguirán diversos equívocos, que harán necesarias las definiciones del Concilio de
Calcedonia

En el Concilio de Calcedonia (451), después de una larga elaboración, llegó a una


formulación dogmática que terminó estableciendo un acuerdo cristológico en la Iglesia. Se
articula en tres partes:

- Proemio.- se enumeran los errores condenados por el concilio (nestoriano, apolinarista, y


el de Eutiques).

- Definición.- en la cual se profesa la fe "en un solo y mismo Hijo, nuestro Señor


Jesucristo". En él están presentes las dos naturalezas, la divina y la humana; exponiéndose
seguidamente la misma enseñanza completada de Nicea: "Cristo es consustancial al Padre
según la divinidad y consustancial a nosotros según la humanidad". Presentando el misterio
del Verbo encarnado. Enseña que Cristo existe "en dos naturalezas que confluyen en una sola
persona y en una sola hipóstasis".

- Sanción.- de condena para el que sostenga doctrinas diversas de la conciliar.

En conclusión, el alcance de la definición calcedonense puede expresarse en los


siguientes términos: "Cristo es una hypósthasis, un prósopon, en dos naturalezas", significa
según el sentido, que "Jesucristo, el Hijo del Padre hecho hombre, es una existencia concreta,
un sujeto concreto, en la indivisa e inconfusa realidad de dos naturalezas perfectas". Con esta
definición conciliar, la Iglesia poseía finalmente una formulación unívoca de la dualidad de
Cristo, Dios y hombre, y de la unidad perfecta de su persona.
c) Reacciones: Constantinopla II y III.

En los siglos VI y VII surgen problemas cristológicos nuevos y se inicia el debate


que llevará a su solución. Así está siempre presente la cuestión de la unidad de la naturaleza
humana y divina de Cristo, la de la terminología idónea para expresarla, y sobre todo como
controversia se desarrolla coherentemente al tocar el tema del conocimiento humano de
Cristo, el de su doble voluntad y actividad. Dos concilios jalonan este dificil camino: el
Constantinopolitano II y el III, con el que prácticamente concluirá un debate cristológico ya
secular.

- El Concilio Constantinopolitano II (553) resalta el contenido de sus cánones V, VI, y VII


que se distancian de la interpretación de los nestorianos, y el VIII rechaza la de los seguidores
de Eutiques. Profundizándose a partir del mismo en el concepto teológico de persona en
Cristo, destacando las aportaciones de Leoncio de Jerusalén, Máximo el Confesor, Severino
Boecio y Rústico.

- El Concilio Constantinopolitano III (681) aborda dos temáticas relativas a la psicología de


Cristo: la amplitud de su conocimiento humano, y la presencia en él de dos voluntades (la
divina y la humana). Así pues, cierra la crisis monotelita, subraya que las dos voluntades de
Cristo no son contrarias, y que la humana está sujeta a su voluntad divina y omnipotente.
Concluyendo que tiene dos naturalezas que resplandecen en su única persona (hypóstasis,
sustancia). Profesando dos voluntades y dos operaciones propias de la naturaleza, que
adecuadamente concurren a la salvación de la humanidad. Con lo que así termina el período
de las grandes controversias cristológicas. Si bien, los problemas no están definitivamente
resueltos; pero en la Iglesia se ha encontrado ya una formulación común que servirá de
plataforma para ulteriores profundizaciones.

2.2.- LA TEOLOGIA CRISTOLOGICA.

a) La cristología en la escolástica.
Se caracteriza por una profundización de la doctrina tradicional, principalmente
mediante el recurso a las categorías aristotélicas. Advirtiéndose también una vuelta a la
teología de los misterios de la vida de Jesús.

Aquí nos limitaremos a esbozar las orientaciones cristológicas de la escolástica,


con un especial referencia a la doctrina de la redención de S. Anselmo de Canterbury y a una
significativa atención acerca del misterio de Cristo de la Pars Tertia de la Summa Theologiae de
Santo Tomás.

I/ Orientaciones cristológicas de la Escolástica.

Mientras en la alta Edad Media la teología consistía predominantemente en la


lectura de la Biblia (lectio divina) y en el estudio de los documentos conciliares y los escritos de
los Padres (auctoritates), ahora se procede a la profundización filosófica de la enseñanza del
pasado.

Debiendo a su vez, distinguirse entre Oriente y Occidente en la perspectiva de


enfoque de la materia objeto de estudio, de tal manera que en Oriente la cristología y la
soteriología quedaban sólidamente unidas entre sí, no siguiendo una evolución paralela a la de
la escolástica, sino más bien cierto estancamiento que durará hasta el s.XIV. En tanto que en
Occidente, la cristología de la escolástica profundizó la doctrina de la redención, la del
conocimiento humano de Jesús y el motivo de la encarnación, si bien la doctrina sobre la
identidad de Cristo no experimentó un desarrollo sustancial. Siendo exponentes relevantes de
la esta teología escolástica S. Anselmo y Sto. Tomás.

Ii/ La redención en S. Anselmo.

La idea clave de la soteriología anselmiana es la de la redención entendida como


una satisfacción vicaria, según la cual Cristo ha salvado a la humanidad expiando el pecado en
su lugar. El punto de partida de su tesis es la del pecado, entendido como ofensa contra Dios,
porque priva del amor que le es debido. Como tal exige una reparación que comprende o la
satisfacción de la ofensa o el castigo. En concreto, siendo el hombre incapaz por su finitud de
reparar la ofensa inferida a Dios, debería padecer la pena. Si bien, según S. Anselmo, esto no
está de acuerdo con el plan salvífico de Dios, pues no es razonable que Dios deje que se pierda
el hombre. De ahí la misión redentora de Jesús, el hombre Dios, que en virtud de su naturaleza
humana puede reparar en lugar del hombre, y en virtud de su naturaleza divina puede ofrecer
una reparación de valor infinito. De hecho, Cristo ha llevado a cabo esta reparación. Esta es la
verdadera razón por la que Dios se ha hecho hombre.

Así pues podemos evidenciar, la estrecha relación entre cristología y soteriología


para su autor.

Iii/ La cristología de la Summa Teologica.

El tratado de Tomás del misterio de Cristo es, según L.Bouyer, "un conjunto
cristológico, que hasta entonces no había tenido nada equivalente, ni por la riqueza y la
inteligencia de su indagación de las fuentes tradicionales, ni por la exactitud y la coherencia
racional de su estructura y de su exposición, como tampoco por la profundidad visible y casi
palpable de su arraigo en una vida de fe contemplativa".

El plan de esta cristología, que forma un cuerpo único con la soteriología, es, a
grandes rasgos, el siguiente:

- Ante todo centra la atención en la figura del Salvador; en la unión hipostática, en la


persona del Verbo y, especialmente en los principales rasgos de la naturaleza humana.

- Se estudian las consecuencias de esta unión misteriosa, primeramente las referentes al


mismo Cristo, a su ser, a su querer y obrar.

- Su relación con el Padre.

- Las consecuencias para nuestra salvación, o sea todos los misterios de la vida de Cristo,
desde el nacimiento a la pasión y muerte, desde la resurrección a la parusía.

Expuesto el esquema del plan de su cristología, hemos de reseñar las novedades


doctrinales que el angélico aportó sobre el particular:

· La enseñanza sobre la gracia propia de Cristo.

· La doctrina sobre el conocimiento humano experimental de Cristo.


· La doctrina de la causalidad instrumental, en la que presenta la humanidad de Cristo
actuando como instrumento unido a la divinidad.

· La doctrina sobre la actividad meritoria de Cristo.

· Cuestiones relativas a los misterios de la vida de Jesús.

El punto central de la cristología de Sto. Tomás es el relativo a la pasión de Jesús,


que para este autor es el momento salvífico por excelencia, en el que Cristo, por amor al Padre
y a nosotros, nos redime. Considera la redención como actividad meritoria, como satisfacción,
como sacrificio, y finalmente como rescate. Si bien excluye la idea de que Cristo debía
necesariamente padecer para librar a la humanidad del pecado, y ello por dos razones:

- Porque a Dios le hubiera sido posible escoger otro modo de salvación.

- Porque es absolutamente inconcebible que el hombre Jesús no afrontara la pasión


libremente.

Concluyendo que el Padre ofreció al Hijo por amor a los hombres, y Cristo se
sacrificó por amor al Padre con un amor que superaba con creces las exigencias de justicia,
revelaba la profundidad del amor de Dios e incitaba al hombre a corresponderle.

b) La cristología en la época moderna.

En este periodo se advierte una peligrosa involución doctrinal, que terminará


siendo una amenaza hasta nuestros días para el dogma cristológico. Por lo cual fijaremos
nuestra atención en la enseñanza de Lutero acerca de la obra y la persona de Cristo, en el
enfoque de los tratados cristológicos postridentinos y, por último, en la evolución doctrinal
ocurrida en el campo protestante y católico.

I/ Mirada a la cristología de Lutero.

Marca la transición del pensamiento antiguo al moderno. Lutero aparece así


proyectado hacia la mentalidad del hombre moderno, que pone en el principio de todo
conocimiento la experiencia personal y la exigencia de dar una interpretación de la existencia
propia. Así Cristo es visto como el que, ofreciendo su vida, expía el pecado en lugar del hombre
y lo salva.

Los elementos característicos de la cristología de Lutero son en cambio los


nuevos subrayados que encontramos. Ante todo el interés se desplaza del plano ontológico al
funcional, más en consonancia con la sensibilidad del autor; del de la objetividad al de la
subjetividad. En otros términos, la atención se desplaza del Verbo que se encarna al resultado
de la unión hipostática, o sea a la persona concreta de Jesús que me salva, al que encuentro en
la fe y en el que encuentro a Dios. Del in se de Cristo, el acento pasa, pués, al pro nobis.
("Cristo tiene dos naturalezas. ¿Qué importancia tiene esto para mí?. Si su nombre es Cristo,
que es magnífico y consolador, es a causa del ministerio y de la misión que ha asumido; esto es
lo que explica su nombre...").

Lutero confiesa sin titubeos la divinidad de Jesús. Cristo le manifiesta al hombre


la misericordia de Dios a través de su cólera, que en la pasión él soportó y alejó. La salvación se
realiza, pues, en un marco personalista e histórico, en el que el Hijo parece separarse del Padre
para hacerse solidario de los pecadores, por los cuales es a la vez víctima de la cólera de Dios y
signo de su amor.

Finalmente, cabría advertir, que el horizonte cultural en que se coloca Lutero es


el del nominalismo y su consiguiente acentuación del valor de la subjetividad. Su cristología
quizá habría que verla, no como antagónica a la clásica, sino como complementaria.

Ii/ La cristología desde el tridentino al siglo XX.


El periodo que abarca este apartado fue aproximadamente de cuatro siglos, por lo
que nos limitaremos a señalar algunos rasgos de la evolución cristológica ocurrida en la
teología de la edad barroca y del periodo de la Ilustración, para llegar al de la renovación de la
escolástica.

- El Concilio de Trento no trató el misterio de Cristo más que de un modo totalmente


indirecto y ocasional, en el contexto de la justificación y recordando la doctrina común sobre la
redención. Como la doctrina de la redención objetiva realizada por Cristo no entraba para nada
en la discusión, no hubo necesidad de intervenciones particulares del magisterio. Y
prácticamente desde el siglo XVI hasta el XIX, se mantuvo en el surco de la enseñanza de la
escolástica, tanto respecto a la cristología como a la soteriología.

- Suárez.- intentará una conciliación entre la doctrina tomista, según la cual el fin de la
encarnación es la redención, y la escotista, para la cual el fin es en cambio la manifestación de
la gloria de Cristo. Para lo cual hace suyas ambas posiciones.

- La Ilustración.- al colocar la razón como único instrumento válido de investigación,


introdujo una profunda crisis de fe. Considerando a Cristo como puro hombre, no como Dios.

Iii/ El influjo de la investigación histórica en cristología.

Desde finales del S.XVIII hasta principios del S.XX, en el ámbito protestante y
también en el católico, la evolución de la cristología, se caracteriza generalmente por la
aplicación cada vez más masiva del método histórico en el estudio de los textos bíblicos. A
menudo influenciado por las concepciones filosóficas de la época, especialmente por el
racionalismo. Intentandose dar una explicación racional de la vida de Jesús narrada por los
evangelios.

A finales del siglo pasado comienza en el campo protestante la introducción del


método crítico en teología, pudiendo citarse la escuela liberal y la escuela escatológica.
Doctrinas que creen poder llegar al Jesús de la historia únicamente partiendo de los
testimonios de los sinópticos, concluyendo con una figura de Jesús en discontinuidad con lo
anunciado por la predicación apostólica.

Iv.- La crisis modernista.

El modernismo suscitó en el campo católico una profunda crisis (1902-1910), que


a su vez provocó amplias reacciones que ejercieron un influjo por lo general negativo en la
evolución de la investigación exegética.
En efecto, la causa inmediata de esa crisis fue la adopción exclusiva del método
histórico en los estudios bíclicos, propugnado por A. Loisy, abriéndose entonces un abismo
insuperable entre dato histórico y dato de fe. Por su parte otros autores como Le Roy, con su
tesis de una nueva noción de dogma en armonía con el pensamiento moderno, o como G.
Tyrrell, con su planteamiento de renovar la noción de revelación, o M. Blondel, con su
planteamiento de dilatar la humanidad de Jesús, no hacen sino ahondar una crisis que
provocarán una reacción del Magisterio con la promulgación del decreto Lamentabili (1907) y
la publicación de la encíclica Pascendi (1907), que condenarán definitivamente los errores
modernistas.

c) La cristología contemporánea.

El cuadro de la cristología contemporánea es vastísimo. Muy probablemente de


nuestro siglo se dirá que ha sido no sólo el momento culminante de la eclesiología, sino
también de la profundización teológica sobre Cristo.

I/ La nueva evolución de la investigación en torno a Jesús.

- Ambito protestante, podemos citar especialmente a K. Barth y a R. Bultmann,


manteniéndose por éste último la imposibilidad de conocer al Jesús histórico y la irrelevancia
de tal conocimiento para la fe, si bien sus discípulos, basándose en una investigación más
amplia, admiten la posibilidad de llegar, más allá de las afirmaciones de la fe del Nuevo
Testamento, al Jesús histórico, estableciendo así una continuidad entre él y el Cristo de la fe
anunciado en la predicación (Kasemann, Ebeling, Bornkamm, Cullmann, Pannenberg, etc).
Junto con el anterior planteamiento también se da en el ámbito protestante una "cristología
secularizada" (Van Buren, Sölle, Robinson, etc).

- En el catolicismo, la cristología se sigue tratando según el planteamiento de los manuales


neoescolásticos, planteándose en los años cuarenta, la cuestión de la psicología humana de
Jesús, dándose sobre el particular dos posiciones irreductibles (Galtier y Parente). A partir de
esa fecha, se inicia una nueva etapa de la cristología que llega hasta nuestros días.
Ii/ La crisis de la cristología.

En los años sesenta y setenta, la evolución de los estudios bíblicos y la búsqueda


de formulaciones doctrinales más en consonancia con la mentalidad contemporánea llevaron a
la teología católica a una amplia reconsideración de la cristología. La renovación fue tan amplia
y profunda que no pocos se preguntaron alarmados si no se estaba ante un nuevo intento de
encerrar la cristología dentro de los límites de la razón pura. Hoy nos damos cuenta que fue
una gran crisis de desarrollo, que en su conjunto condujo a un enriquecimiento teológico.

En la línea de lo apuntado, podemos citar la importante aportación de K. Rahner


que esbozó un nuevo proyecto cristológico que el mismo denominó "cristología trascendental"
que ve en la muerte y resurrección de Jesús su confirmación histórica, y constituye a su vez el
horizonte para comprender los testimonios de fe acerca de la muerte y la misma resurrección.
A su vez, también aportó otro proyecto cristológico que denominó "cristología ascendente",
que parte desde abajo, del hombre Jesús, de su pretensión mesiánica y de su muerte, que a
través de la ratificación de la resurrección, lleva a afirmar su divinidad.

Otros autores dignos de mención en este punto son: Schoonenberg ( con su


"cristología de la presencia de Dios"), J. Galot, y H. Küng (con su "cristología ascendente").

Iii/ Hacia una nueva sistematización cristológica.

Desde los años setenta hasta nuestros días se observa una nueva orientación
cristológica, que utiliza los resultados de la investigación crítica y tiene en cuenta las nuevas
instancias del hombre contemporáneo para redactar tratados orgánicos. Plantea la integración
del procedimiento ascendente y descendente, manteniendo en pie de igualdad la cristología
de los sinópticos con la paulina y la juanista. Consolidándose la idea de que es imposible una
interpretación del Nuevo Testamento, y por tanto de la cristología neotestamentaria,
prescindiendo de la tradición de la Iglesia en la que ha nacido.

A su vez, el camino de la cristología hacia una integración de la enseñanza bíblica


y hacia una legítima adaptación a la mentalidad del hombre contemporáneo puede
considerarse ya sustancialmente acabado, partiendo de la fe en Cristo tal como fue y es vivida
en la Iglesia. Se ha pasado ya la situación de búsqueda, se observa una integración de gran
equilibrio de la enseñanza bíblica y teológica.

SAN AGUSTÍN

(354 - 430)

VIDA

Nacido en Tagaste (actualmente Souk-Ahras, en Numidia, la actual Argelia), de un padre


pagano, Patricio, y de una madre cristiana, Mónica, Aurelio, conocido sobre todo por su
sobrenombre de Agustín, fue incrito desde muy niño ene; número de los catecúmenos y
aprendió a orar sobre las rodillas de su madre; pero conforme a la costumbre de la época, su
bautismo fue diferido “sine die”.

Desde sus primeros años, la educación materna y la influencia de piadosos maestros le


grabaron para toda su vida tres grandes principios cristianos: l) la existencia de un Dios-
Providencia a quien se puede invocar con confianza; 2) Cristo, Hijo de dios y Salvador de los
hombres; 3) la vida futura con el Juicio divino que fija la suerte eterna de cada quien
(Confesiones, l, 9; lll, 4; Vl, l6).

Hasta los l2 años, primeros estudios en Tagaste mismo; luego, cuatro años en Madaura para
aprender allí la gramática. Retorno a Tagaste, dosnde, ocioso, este muchacho de dieciséis años
cede a los priemeros ambates de las pasiones.

En Cartago en seguida, la vida de estudiante, dividida entre los problemas filosóficos y los
amores frívolos. De una inión culpable le nace un hijo, a quien por una ironía sin duda
inconsciente le pone por nombre Adeodato (“dado pos Dios”).
En la lectura del Hortencio de Cicerón cree encontrar el secreto de la sabiduría. Allí abreva al
menos el deseo de sacrificarlo todo por la Verdad. Pero la verdad son sus maestros maniqueos
que se la proponen, en particular en el enojoso problema del mal. Seducido por el enunciado
de una filosofía libre, exenta de las trabas de todo dogma; quebrantada de su fe cristiana por
las aparentes contradicciones que se le señalan en el texto de las Escrituras; embriagado con la
perspectiva de una explicación científica de los misterios fenómenos de la naturaleza;
subyugando por la hipótesis de los dos principios, el bueno y el malo, única solución plausible
hasta entonces en la cuestión de los antagonismos que desgarran al mundo: halagado por una
doctrina que niega la responsabilidad en el pecado y atribuye su causa a una fuerza extraña;
conmovido en fin por el acento de sinceridad subrayada en los predicadores maniqueos por la
afectación de la virtud y la apariencia de austeridad. . . por todos estos motivos trabajados el
joven Agustín se hizo maniqueo convertido y apóstol dela secta (Confesiones V, l0).

Demasiado inteligente, sin embargo, para no discernir pronto o tarde la pobreza de los
argumentos; demasiado clarividente tamabién para no descubrir la hipocresía de los iniciados,
muy pronto se desencantó Agustín. Aunque no tuvo ánimos para romper de un solo golpe,
mental y afectivamente se desprendía progresivamente del maniqueísmo.

Estudiante que llega a ser profesor, primeramente de la gramática en Tagaste mismo, luego de
retórica en Cartago, más de una vez decepcionado en sus ambiciones, vuelve sus ojos hacia
Roma con la esperanza de hallar allí una cátedra a su altura y con algunos dignos de él. Nueva
decepción. Lo que él necesita decididamente, es instalarse en Milán, residencia imperial y la
más célebre escuela de retórica de la época. Por recomendación de amigos maniqueos y
gracias a la protección del Prefecto Símaco, jefe del clan pagano, dichoso de colocar en este
puesto a un adversariode la Iglesia, Agustín llega por fin a la capital en que espera hacer
fortuna.

¡Ironía de la Providencia! Más que sus proyectos personales y que los designios de sus
protectores, la Providencia era quien discretamente lo conducía allá, al encuentro de San
Ambrosio, cuyo prestigio de letrado, de orador y de líder debería subyugarlo en seguida.
Mientras que la predicación del Obispo le proporcionaba el gusto por las Sagradas Escrituras,
la lectura de las obras de Plotino lo iniciaba en el pensamiento Platón.
En la mente del joven retórico neo-platonismo y cristianismo se coordinaron para apagar la
angustia con que lo estrechaba el terrible problema del mal.

“Iba a tenderme, no sé cómo, bajo una higuera. Y daba libre curso a mis lagrimas, y las fuentes
de mis ojos fluían, sacrificio dogno de ser acogido. Y yo hablaba, si no en estos términos, al
menos en este sentido: ‘¿Y Vos, Señor, hasta cuándo? ¿Hasta cuándo, Señor, estaréis irritado?
No guardéis el recuerdo de mis iniquidades pasadas’ – y en eso yo oí una voz, que venía de la
casa vecina, voz de muchacho o muchacha, no lo sé, que cantaba y repetía varias veces: toma,
lee; toma, lee” (Confesiones, X, Vlll, l2).

“Toma y lee”. . . ¿voz real que hirió sus oídos o inspiración irresistible?. . . El caso es que al
cabo de un estudio asiduo de la Biblia, de oír asiduamente los sermones de San Ambrosio ----
que en lo personal poco lo entendía----, y de las incesantes exhortaciones de su madre Mónica,
una tarde se sintió llevado a tomar una colección de las Epístolas de San Pablo,al alcance de su
mano. El libro se abrió providencialmente en esta página: “No viváis para la buena mesa ni en
el libertinaje de la impureza; sino que revestíos de Cristo y renunciad a los deseos de la carne”.

El mismo ha referido el patético diálogo con sus pasiones que lo “atraían por su vestidura de
carne”. En fin, después de meses de retiro en Cassiaco, con algunos familiares enamorados del
ideal cristiano, Agustín fue bautizado la víspera de la Pascua del año 387, al mismo tiempo que
su hijo Adeodato y su amigo Alipio. No aspirando ya desde entonces sino al estudio y a la
oración en el silencio y la soledad, decidió volver a Africa. La muerte de su madre retardó un
poco su viaje.

Mónica había terminado su misión aquí abajo: Había “salvado al hijo de sus lágrimas”, como se
lo había predicho un santo obispo. En la rada de Ostia, ella le había dado sus adioses: “Mi
madre me dijo: hijo mío, en cuanto a mí, nada hay ya que me retenga aquí abajo. Lo único que
me hacía desear el permanecer acá todavía algún tiempo era verte, antes de morir, cristiano
católico: Dios me ha concedido este gozo con sobreabundancia” (Confesiones lX, l0). En el
otoño del año 387, Aguatín estaba sin embargo de retorno en Tagaste.
Durante cuatro años llevó con sus compañeros la vida monástica. Pero la doble radiación de su
inteligencia y de su virtud desbordaba ya los muros de su claustro. Habiendo ido a Hipona, casi
a su pesar fue ordenado sacerdote y llamado un día, casi inaudita en esa época, a tomar la
palabra ante una asamblea de obispos. Valerio, el obispo de Hipona, lo tomó como coadjutor
confiriéndole desde ese momento la consagración episcopal (año 395). Al año siguiente,
Valerio moría, y Agustín le sucedió para un gobierno de 34 años. Completo trastorno para un
hombre que no soñaba sino en el ideal monástico: “Nada hay mejor, nada hay más dulce,
había dicho él, que escrutar el divino tesoro en el silencio. ¡En cambio, predicar, reprender,
corregir, edificar, inquietarse por los demás, qué carga y qué trabajo! ¿Quién no huiría de
semejante tarea?”

Jamás renunció del todo por lo demás a su primera vocación. Logró la difícil conciliación de las
obligaciones de la vida monástica con las del cargo episcopal. Su “palacio” se convirtió en un
monasterio en el que el obispo y sus clérigos vivían en comunidad, sujetos a una regla austera,
a la pobreza, a la castidad, a la obediencia. Y este Obispado de Hipona fue un vivero de
religiosos tanto como de obispos.

Pero, lejos de ser una traba a sus deberes de obispo, la vida evangélica que habitualmente
llevaba daba a su predicaión un acento de convicción y de caridad que la hacían tanto más
penetrante. Y luego, la regularidad, el silencio, el recogimiento, enemigos de dispersiones y de
pérdidas de tiempo, le permitían completar y extender la enseñanza oral dada en su cátedra
mediante múltiples escritos, cartas y tratados. Su pluma, quizá todavía más que su palabra, fue
una terrible arma contra las herejías.

El maniqueísmo fue lo que Agustín atacó primeramente, el maniqueísmo responsible de los


grandes errores de su juventud. Sin animosidad, ni rencor, más bien con conmiseración,
intentó reducir a la Verdad a sus antiguos correliginarios: “Con vosotros debo tener la misma
paciencia que me demostraron mis hermanos cuando yo erraba ciego y rabioso en vuestras
doctrinas”. Provocó una vez a una controversia pública a un célebre “elegido” maniqueo de
nombre Félix, el cual, confundido por la irrefutable argumentación de su contradictor, tuvo la
lealtad y el valor de convertirse a la fe cristiana.
Un cisma iniciado en Cartago a principios del siglo, el Donatismo (del nombre de su principal
instigador, Donato) a pesar de las represiones que le infligían los poderes públicos, había
conquistado toda el Africa. Muy pronto dividido en varias sectas que se desgarraban entre sí,
era sin embargo un solo bloque contra el enemigo común, la Iglesia católica; y sus militantes,
los “circumceleones”, bandidos errantes, aterrorizaban a la Numidia.

No habiendo obtenido sino insolentes rechazos las invitaciones al diálogo y los ofrecimientos
de conciliación, Agustín tuvo que apelar a una defensa eficaz y a medidas de rigor, la aplicación
de las leyes teodosianas para poner fin a las atrocidades de los circumceleones. En fin, en el
año 4ll, una conferencia que tuvo lugar en virtud de un edicto del emperador Honorio, reunió
en Cartago a 286 obispos católicos frente a 279 obispos donatistas. Las sesiones fueron
agitadas y hubo el peligro de que se frustraran por fútiles triquiñuelas, hasta que Agustín logró
entrar en el corazón del debate y resolver victoriosamente las dos cuestiones que había
motivado el cisma: cuestión histórica de la validez de la elección de Ceciliano, obispo de
Cartago; cuestión dogmática del mantenimiento de los pecadores en el seno de la Iglesia, con
miras a su enmienda y a su recurso a la misericordia.

Tercera herejía contemporánea de San Agustín y de la que el Obispo de Hipona tuvo que ser
también adversario resuelto: el Pelagianismo, corrupción de la doctrina de la Gracia, cuyo
iniciador era un monje bretón, Pelagio. La truhanería de este personaje y de su primer adepto,
Celestino, había logrado conquistar la confianza de varios obispos, entre ellos Juan de
Jerusalén, y engañar aun a los Papas Inocencio l y su sucesor Zózimo. Fue Agustín quien
redactó la carta a los Obispos de Africa al soberano Pontífice para desenmascarar la
superchería. Fue él también quien dictó los ocho Cánones por los cuales 224 obispos reunidos
en Cartago en el año 4l8 condenaron el nuevo error.

Cuando Julián, obispo de Eclane en Apulia, quiso toma el relevo de los heresiarcas
desautorizados y convertirse a su vez en el jefe del partido pelagiano, es tambien Agustín
quien se le enfrenta. Sin consideraciones para quien antiguamente había sido su amigo, el
Obispo de Hipona se mostró entre todo como el campeón de la Verdad.
Sin embargo, las fórmulas absolutas que Agustín debió emplear entonces –“la Gracia da al
hombre el querer y el obrar”—les parecieron excesivas a algunos, incompatibles conla libertad
humana. Un Vitalis, monje de Cartago; un Casiano, abad de San Víctor en Mersella, imaginaron
una vía media entre Agustín y Pelagio: el despertar de la Fe sería la obra de la voluntad
humana sola, y a este primer mérito sería concedida inmediatamente la Gracia. Teoría que
tomó el nombre de semipelagianismo.

Así es que San Agustín tuvo que hacer nuevas puntualizaciones y demostrar, en opúsculos
sobre “La conversión, la predestinación y la Gracia”, que el primer movimiento en la vía de la
salvación, el simple deseo mismo, se deben ya a la acción preveniente de la Gracia divina.

Las obras más importantes, como el “Libro sobre la Trinidad” y la “Ciudad de Dios”, causan
asombro si se piensa en los pocos ratos libres que le dejaban al obispo de Hipona,aparte de su
apostolado directo tanto en su ciudad episcopal como en las otras parroquias de su diócesis,
sus funciones de juez habitual en las diferencias que surgían entre susovejas, el papel
primordial que se le otorgaba enlos Sínodos y Concilios africanos y sus relaciones a menudo
delicadas, si no lotigiosas, con las autoridades civiles.

En la recapitulación que él mismo hace de sus trabajos, Agustín enumera 93 obras que abarcan
232 libros, sin contar ni los sermones ni las cartas, trabajos de los que algunos sin embargo
equivalen a verdaderos tratados.

En el año 427, el revés y luego la revuelta del Conde Bonifacio pusieron fuego al Africa. El
mismo Bonifacio, para defender su causa, llamó a los vándalos, mientras que la Emperatriz
Placidia envió contra él a los gordos. Ahora bien, unos y otros eran arrianos.
A combatir esta otra herejía consagró el santo obispo sus últimos años. En 430 San Agustín
asistía al derrumbamiento del Imperio Romano y de su civilización. De edad de 76 años,
gastado por los trabajos y las luchas, se le oyó suspirar así: “Señor, dale a tu servidor fortaleza
para soportar todos los males que Tú permitas; o sácalo del mundo y llámalo a Ti”. Pero hasta
el último suspiro estuvo consciente de ser el guardián de la ciudad y el mantenedor de la moral
en su pueblo abrumado: “¡Tiempos difíciles, tiempos espantosos, dicen los hombres! Pero los
tiempos somos nosotros: tal como nosotros seamos, así son los tiempos. ¿Para desdicha
nuestra va a perecer el mundo? Pero el cielo y la tierra pasarán; más la Palabra de Dios no
pasará. . . Culpables lo somos todos, sí. Pero también todos estamos avocados a la
Misericordia. ¿No habéis sido bautizados en la esperanza? ¿No sabéis que a través de las
pruebas la voluntad de Dios se Cumple? El godo no quita lo que guarda Cristo”. En esta
consolación que él experimentaba tan intensamente y comunicaba irresistiblemente, al tercer
mes del sitio de Hipona, sitio que había de proseguir por más de un año todavía, Agustín se
extinguió pero para venir a ser una luz del mundo.

OBRAS

“Es cierto, observa Fenelón, que San Agustín escribió en un mal tiempo en cuanto al gusto: de
ello se resiente su manera de escribir. Escribió sin orden, apresuradamente y con exceso de
fecundidad de la mente, a medida que las necesidades de instruir o de refutar lo obligaban.
Platón y Descartes no tuvieron sino que meditar tranquilamente, y escribir holgadamente para
perfeccionar sus obras. Y sin embargo estos dos autores tienen sus defectos. Si se juntaran
todos los trazos esparcidos en las Obras de San Agustín, encontraríamos en ellos más
metafísica que en estos dos filósofos. Yo no acabo de admirar suficientemente a este genio
vasto, luminoso, fecundo y sublime”.

San Agustín es un filósofo, y de la escuela de Platón, a quien conoció sobre todo por medio de
Plotino y de Porfirio. Intuitivo y contemplativo por temperamento antes de serlo por sistema,
él piensa que la luz baja del Cielo a todo espíritu creado que no pone abtáculo a ello.

Desde antes de su conversión había escrito un tratado “De lo bello y del Bien”, señal de un
alma noble y primera orientación hacia la belleza increada: “Aunque yo no era todavía capaz
de gozar de Ti, Dios mío, ya era atraído hacia Ti por la Belleza”. Y es todavía el filósofo, pero ya
cristiano de corazón, quien en la época de su bautismo escribe los opúsculos Contra los
Académicos, El Orden, El Maestro, La música, La Gramática, La vida dichosa, La Cuantidad del
alma, La Inmortalidad del alma, y los conmovedores Soliloquios.
Pero la filosofía no la cultivan el obispo y el Doctor sino para ponerla al servicio del
cristianismo: le piden exclusivamente ideas y métodos susceptibles de “armonizarse con la Fe
cristiana y contribuir a afirmarla y explicarla”. Agustín le da gracias al Señor de no haber
conocido las Divinas Escrituras sino después de los escritos platónicos; porque así descubrió la
superioridad de la Revelación sobre la filosofía y apreció mejor las altas verdades y los nobles
sentimientos encontrados en la Biblia (Ciudad de Dios, XXll, 28).

Así, partiendo de la idea auténticamente platónica de que en Dios, causa suprema, todo tiene
su fuente, Agustín desenvuelve la idea auténticamente cristiana de que Dios es efectivamente
el Primer Principio, pero con una triple graduación: l) autor del ser de las cosas como Creador;
2) fuente de la Verdad de las cosas como Luz eterna; 3) artesano de la perfección de los seres
por su Gracia. La filosofía de Platón le ayudará de cierta manera a unificar los grandes temas
de su teología: la Creación, y en particular la creación del hombre a imegen de Dios; luego el
Verbo, pensamiento Divino eterno, y maestro del pensamiento humano; la unión con Dios,
Bien Supremo, término de las aspiraciones de la humanidad.

Prueba de que no era él un discípulo servíl, sino más bien un maestro que no temía corregir los
errores y colmar las lagunas, San Agustín no teme separarse de los platónicos en muchos
puntos de sus doctrinas para oponerles la Verdad cristiana. En la Historia de la Creación, por
ejemplo, rechaza la hipótesis de los demiurgos, intermediarios entre Dios y las creaturas, luego
la de una creación por emanación de la substancia divina, así como la opinión de una creación
necesaria, una eterna, rozando el panteísmo. En Psicología, rechaza la metempsícosis, cara a
los platónicos. Les reprocha sobre todo el ignorar la Encarnación o asimismo el declararla
imposible, por desdeñar de todas meneras los abatimientos de Cristo. En fin, si la moral
platónica, por ciertos aspectos, puede llamarse sublime, casi no lo es sino en teoría, puesto
que la ausencia del socorro divino que es la Gracia hace su ideal prácticamente inaccesible a la
debilidad humana.

Por lo cual en San Agustín el filósofo da lugar al teólogo, y especialmente al Doctor de la


Gracia: “A Platón, dice él francamente, no lo comparamos ni con un profeta, ni con un apóstol,
ni aun con un cristiano cualquiera” (Ciudad de Dios, ll, l4). Y si la filosofía conduce a cierto
conocimiento de Dios, no es sin embargo la fuente de la verdadera felicidad humana. Tal
felicidad no está sino en Dios conocido y amado. No puede serlo enteramente sino en la vida
futura cuyo camino solamente Cristo lo muestra.

“Agustín es el primero de los Padres en sentir la necesidad de razonar su Fe:, escribe el


protestante Harnack. Expresión ambigua. Si quería decir que San Agustín pretendía someter al
control de la razón las verdades de la Fe para comprenderlas y demostrarlas, es falsa: no es
exacta sino en el sentido en que el Santo Doctor pedía la razón, a la filosofía y a la ciencia,
establecer los preliminares de la Fe, que ahora llamamos nosotros los “motivos de
credibilidad”, signos sensibles e inteligibles que manifiestan la autoridad y la veracidad del que
enseña, y por lo tanto el crédito que merece: “Los argumentos en favor del testigo favorecen
la adhesión a su testimonio” (Carta l47, 3). Luego, razonaba todavía su fe, si se quiere, cuando
mostraba el acuerdo profundo de la razón de la Fe; porque las verdades conocidas por la Fe,
sin jamás contradecir los datos de la razón natural, no los exceden sino para colmar sus
lagunas. Si la razón, por ejemplo, conoce la existencia de un Dios Creador, pero sin saber lo
que El es en Sí mismo, la Fe viene en seguida para enseñar que ese Dios subsiste en Tres
Personas. Y admitida esta verdad nueva, la razón, sin penetrar el misterio, entiende, sin
embargo, inmediatamente que ella completa admirablemente la noción del Dios vivo. Razón y
Fe, de esta suerte, hacen converger sus respectivas luces hacia la verdad única que se ha de
conquistar: “Quien cree razona; razona aunque cree; lo cree todo razonando” (Predestinación
de los Santos, cap. ll). “Comprended a fin de creer; creed a fin de comprender” (Sermón 43).

Su gran apología del cristianismo “La Ciudad de Dios”, obra magistral que contiene y excede a
todas las publicadas hasta entonces, y que después de quince siglos sigue siendo insuperable,
es universalmente conocida, y sus argumentos, difícilmente desfigurados, sirven todavía de
base a toda la apología moderna. Es a la vez una filosofía de la sociedad humana en si devenir
histórico, una metafísica de la sociedad y una interpretación de la vida individual y social a la
luz de los principios fundamentales del Cristianismo.

La ocasión, si no el motivo determinado de este libro, fue el pillaje de Roma por los godos de
Alarico en el año 4l0. Los paganos, aturdidos, numerosos todavía, no dudaron, en efecto, en
arrojar la responsabilidad del desastre sobre los cristianos: los dioses de Roma antigua,
traicionados y burlados por la nueva religión, se habían vengado desencadenando sobre la
ciudad el flagelo de los bárbaros. Amonestando primeramente a los cristianos, que, también
ellos, han sido víctimas de la matanza, San Agustín les recuerda la noción cristiana del bien y el
mal: los bienes espirituales y eternos, los únicos verdaderos valores dignos de estima, nada
tienen que temer de las violencias exteriores; las pruebas que no recaen sino sobre las cosas
temporales son menos un mal que una saludable advertencia y una vehemente invitación al
desprendimiento de todo lo terreno. Luego, pasando al contraataque, el autor les echa en cara
a los paganos los males físicos y morales que se abatieron sobre Roma y sobre el Imperio antes
de la eclosión del Cristianismo, en una época en que el culto a los dioses era el más ferviente.
Incapaces de procurar la prosperidad material que sus fieles piden, ¿cómo podrían atreverse
esas fabulosas divinidades a ofrecer una dicha duradera más allá de este mundo? Tal dicha
¿cómo podrían concebirla Varrón y los otros filósofos paganos si ingoran al verdadero Dios
Creador del hombre y dueño de su destino y a Cristo, que vino especialmente para revelar su
secreto? La dicha no se realiza sino por la posesión del Bien Supremo, en la “Ciudad de Dios”.

El mal y la desgracia provienen de que los bienes ilusorios y perecederos se prefieren al Bien
infinito y eterno. Esto es la resultante del pecado original, provocado a su vez por la rebeloón
de Satanás. Tanto que aquí abajo se enfrentan dos ciudades: La ciudad espiritual cuya ley es el
amor de Dios hasta el desprecio de uno mismo; y la ciudad carnal, que preconiza el amor de
uno mismo hasta el desprecio de Dios”. Entremezcladas en el curso de la vida terrena, como lo
muestran los relatos bíblicos de la vida y de la acción de los Patriarcas y de los Profetas tanto
como historia de los pueblos paganos vecinos de Israel y la condición misma de la Iglesia,
obligada a vivir el contacto con el mundo perverso y a soportar hasta en su seno a hombres
carnales, con la esperanza de hacerlos un día dignos de la “Ciudad de Dios”, esas dos ciudades
serán finalmente separadas por el Juicio de Dios. Y su definitivo estado será totalmente
diferente: felicidad eterna para la ciudad espiritual; sufrimiento eterno para la ciudad carnal.
Sin que se pueda determinar el tiempo y el modo de este juicio, sabemos que será
pronunciado por Cristo glorioso: y se verificará la Resurrección de los muertos y la inaguración
de un mundo nuevo; mientras que los malos serán arrojados al fuego inextinguible, los santos
gustarán en el reino de Dios del descanso del gran Sábado, la paz eterna.

La idea profundamente teológica de la reducción de la historia humana al problema de la dicha


y de la desdicha, subordinada a su vez a la cuestión de la salvación y del pecado, está
indudablemente tomada de San Pablo (Epístola a los Romanos). Luego, la interpretación de los
textos bíblicos sigue muy a menudo las de los Padres griegos, y las de San Ambrosio y San
Jerónimo. En fin, la apología del cristianismo se inspira a veces en Tertuliano y en Orígenes.
Todo se unifica sin embargo en la vasta experiencia del pensador y se distingue por su
penetrante observación de hombres y acontecimientos.
“La Doctrina cristiana” muestra a Dios mismo poniendo los fundamentos de su Ciudad de aquí
abajo. Es la verdad eterna revelada a los hombres por tres organismos que obran en concierto
y se completan mutuamente: la Sagrada Escritura, la Tradición oral y el Magisterio de la Iglesia.
Sobre todo este último goza de un papel primordial: en efecto, ¿no es la autoridad viva de la
Iglesia la que fija el canon de las Escrituras, determina qué libros son los auténticos y rechaza
los apócrifos? ¿No es ella también quien recoge las tradiciones orales, tanto las emanadas de
los maestros de la doctrina como las transmitidas por la voz popular y determina su
conformidad con la enseñanza divina? La lista de libros canónicos que el Magisterio transmite
es ni más ni menos la establecida bajo el Papa Dámasco en el Concilio de Roma en el año 374.

“Es el espíritu de Dios el que ha hablado por la boca de los profetas y manejado la pluma de los
Apóstoles” (Doctrina Cristiana, ll, 6, lll, 27).

“Todo pasaje de la Escritura viene a ser una enseñanza para el lector; puesto que Dios que la
inspira le da la garantía de su divina Palabra, el menor error es imposible” (Carta 82, l).

“Si pensáis hallar allí una aserción falsa, o la copia está falsificada, o el traductor se equivocó, o
sobre todo estáis comprendiendo al revés” (Contra Fausto, Xl, 5).

Pero se debe a la vez tratar de comprender esta divina Palabra y hacerla comprender al
pueblo: bajo la corteza de las palabras, descubrir el pensamiento profundo del autor sagrado y
cuidarse de interpretaciones erróneas: el exégeta publica entonces un Comentario del Génesis
contra los Maniqueos, que refuta las fábulas de estos herejes a propósito de la Creación.
Intensa en seguida una explicación literal del mismo libro, explicación cuyas lenguas
reconocerá él más tarde: “Busqué más de lo que hallé; en lo que hallé son pocas las cosas
ciertamente seguras; las demás, apenas abordadas, exigen estudios más amplios”
(Retractaciones, l, l8).—Los Salmos le proporcionan materiales y planes de sermones, en los
que su elocuencia desborda a menudo el sentido preciso de los textos; el solo Salmo 68 es
materia de 32 sermones. Algunas “anotaciones” sobre el libro de Job. Pero es al Nuevo
Testamento al que le dedica mayor esfuerzo: cuatro libros sobre la concordancia de los
Evangelios; dos libros sobre el tema del “Sermón de la Montaña” o las “Bienaventuranzas”; l24
Instrucciones dogmáticas y morales sacadas del Evangelio según San Juan; sin contar los
comentarios de las Epístolas de San Pablo a los Romanos y a los Gálatas y de la primera de San
Juan. A sus interpretaciones de escritos bíblicos se les puede reprochar cierto abuso de los
sentidos místico y alegórico, y aun una tendencia a la pluralidad del sentido literar y al sentido
acomodaticio, que lo llevan a algunas fantasías. Esto es notable sobre todo en sus Homilías
sobre los Evangelios y las Epístolas, “Palabras del Señor”, o “Palabras del Apóstol”, y en los
sermones que corresponden a las diversas fechas del tiempo y del santoral. La elocuencia y el
lenguaje del corazón, en este africano altamente sensible, traían consigo digresiones,
comparaciones que difícilmente concuerdan con el significado obvio de los textos; pero jamás
sin embargo con detrimento del rigor doctrinal ni de la elevación del pensamiento.

“La Fe y el Símbolo”, “La Fe en las verdades invisibles”, “La Fe y las obras” son exposiciones
muy generales del dogma católico. Un “Resumen de la doctrina cristiana” destinado a cierto
Laurencio, tratado de virtudes teologales: Fe, Esperanza, Caridad. Un “Conjunto de 83
cuestiones diversas”; otro conjunto de “Cuestiones variadas”, dirigido a Simpliciano, y otro de
“Ocho cuestiones” a Dulcicio. Un “Rspejo de la perfección cristiana”; un “Método catequístico
para uso de ignorantes”. . . Sobre puntos más particulares del dogma y de la moral: “Los
esposos adúlteros” defiende la unidad y la indisolubilidad del matrimonio; “La virginidad”, “La
viudez”, “El trabajo”, “El sufrimiento”, “El cuidado que se debe tener de los muertos” . . .

Se deben poner aparte dos obras que no pueden colocarse en las diversas ramas de la
enseñanza del Santo Doctor, aun cuando las precisiones doctrinales y las elevaciones de su
alma mística tienen allí tanto lugar como los hechos históricos: Las Confesiones, especie de
autobiografía en la que San Agustín describe los acontecimientos en los que estuvo mezclado y
los estados de alma que experimentó en la primera parte de su vida,anterior a su conversión;
luego las Retractaciones, revisión crítica, de juicio imparcial y a menudo severo, que el autor
hace de su propia actividad literaria.

Tampoco se puede omitir la Regla de San Agustín, que todavía ahora sirve de base a muchas
formas de vida religiosa, taanto masculina como femenina.

Aunque la crítica duda en atribuir a San Agustín, enamorado del ideal monástoco, se aplicó a
realizarlo personalmente y a cultivarlo en sus fieles, hombres y mujeres.

Después de un ensayo de vida de vida en común con sus sus amigos en Cassisiaco, en la época
de su bautismo, donde su retorno a Tagaste, convirtió su casa en un verdadero monasterio, en
el cual, dice el texto del breviario, “comenzó a vivir según la regla establecida en el tiempo de
los Apóstoles”. Así es que abrevada la inspiración de su regla en la frente más auténtica de la
vida cristiana. En Hipona, sacerdote, Obispo auxiliar, luego Obispo titulas, continuó viviendo
como monje con el clero de su Iglesia. En fin, los pensamientos directores de dicha Regla se
hallan en un mensaje dirigido a un monasterio de mujeres en el que la muerte súbita de la
superiora había causado cierto trastorno.

Consiguientemente, sea lo que sea en cuanto a la redacción del texto actual, lo cierto es que su
espíritu es claramente el de San Agustín. Abandonando cierto extremos del monaquismo
oriental, preconiza un ascetismo sabio y menuradi con el sello del espíritu romano. Pero con
cuánta convicción hace la apología de los votos de religión y de la profesión religiosa (Sermón
l48, Sermón 224, Carta l37, Carta l50), de la obediencia monástica (Carta 2ll; Las costumbres de
la Iglesia, l, 3l), de la pobreza evangélica (Obras de los monjes, cap. 25; Sermón 356), apologías
en lasque sin caer en el rigorismo pelagiano que pretendía proscribir toda riqueza, el santo
Doctor precisa que los bienes de la tierra no vienen a ser malos sino por razón del mal uso que
de ellos se haga; de la castidad perfecta, en fin, y de la virginidad, preferidas al estado del
matrimonio como un bien más perfecto, sin detrimento sin embargo de la legitimidad y aun
santidad de la unión conyugal (Contra Juliano lV).

Este obispo teólogo no es solamente el Maestro que enseña al pueblo cristiano; es también el
luchador que defiende la doctrina contra las constantes inclursiones del error. En esa época los
herejes eran muchos y combativos: maniqueos, donistas, pelagianos, arrianos.

Agustín estimaba que la mejor manera de refutarlos era exponer ampliamente la verdad
católica. Más allá del conflicto del momento, discernía las tendencias perpetuas del espíritu
humano. Porque, a despecho de sus variaciones, todas las herejías parten de los mismos
errores fundamentales. Por lo cual, superando la circunstancia del momento, de ella tomaba
ocasión San Agustín para restablecer definitivamente un punto de doctrina e insertarlo en el
conjunto del dogma. Su obra no es sólo una polémica ardiente y directa sino también
eminentemente constructiva.
El fondo del error maniqueo era la atribución del origen delmundo a dos principios opuestos:
el principio bueno, autor del mundo espiritual, y el principio malo, autor del mundo material.
De aquí la grave desviación filosófica y moral. ¿No se había dejado seducir el joven Agustín
poco antes por ciertas tesis de la secta?: “La pretensión que aparentaban tener estos hombres
de descartar todo vestigio de autoridad en beneficio de la razón, su promesa de libertar a sus
discípulos de todo error conduciéndolos hacia Dios”. Y cuánto trabajo le había costado
desprenderse de ellos. Razón de más ahora para trabajar en liberar a las almas de aquella
perfidia que ahora llamaba él “la peste de Oriente”.

En “Las costumbres de la Iglesia y las costumbres de los Maniqueos”, como el título lo indica.
San Agustín confronta los efectos de las dos doctrinas sobre la conducta moral del pueblo.
Luego refuta punto por punto la herejía en “El Libre Albedrío”, “La Verdadera religión”, “Las
dos almas”, “La naturaleza del bien”. A veces la emprende contra tal o cual hereje notorio y
militante, dando sus nombres: Fortunato, Adimanto, Fausto, Félix Secundino, “el adversario de
la Ley y de los Profetas”.

El Donatismo era en el origen un cisma, que poco a poco se convirtió en herejía. Su fundador,
Donato, Obispo de Cartago, habiendo rechazado la autoridad del Romano Pontífice, se
deslizaba en ciertos errores, en particular a propósito de la administración de los Sacramentos.
San Agustín no piblicó menos de una veintena de escritos contra Donato en persona, contra
Pormeriano, su primer sucesor en Cartago y el principal organizador del donatismo; contra los
personajes más influyentes de la secta, contra las pretensiones y las desviaciones de los
donatistas en general, en espera de darles el golpe de gracia en el Concilio de Cartago, cuyos
debates dirigió Agustín en 4ll.

El Arrianismo, tejido de errores a propósito de la Santísima Trinidad y de la Encarnación,


condenado ya por el Concilio de Nicea (325) y tan vigorosamente combatido por San Atanasio,
aún sobrevivía. San Agustín escribió al menos dos obras, para recordar y reforzar aún más los
argumentos que anteriormente le había opuesto a esta herejía el Santo Obispo de Alejandría.
Otra herejía que entonces hacía estragos era el Pelagianismo, que so pretexto de vituperar a
los cristianos desdeñosos de su baautismo, proclamaba que la práctica de la virtud no es más
que una cuestión de voluntad. Para él no había ya pecado original con sus secuelas, las
inclinaciones al mal, como tampoco gracia santificante para corregir la naturaleza y sembrar en
ella una fuerza sobrenatural y divina. La acción de Cristo ya no sería una reparación y una
Redención, como tampoco era una corrupción la falta de Adán: uno y otro no tendrían influjo
en la conducta de los hombres sino por su ejemplo: Adán para la revuelta y el mal, Jesucristo
para la sumisión y el bien.

Error tanto más sutil cuanto sus fautores se presentaban como cristianos modelos, austeros,
íntegros. Se necesitó la perspicacia de San Agustín para descubrir lo que allí había de contrario
a la doctrina del libre albedrío, del pecado, de la justificación, de la gracia, de la
predestinación: “Aun antes de que yo conociese a Pelagio, decía él, mis libros lo refutaban”. Lo
cual no le impidió escribir cuando menos l5 obras para combatirlo expresamente: “Los méritos
de los pecadores”, “El bautismo de los niños”, “El espíritu y la letra”, “La Naturaleza y la
gracia”, “La Gracia de Cristo”, “El pecado original”, etc.

Filósofo y teólogo, San Agustín es uno de los fundadores de la Teodicea. Para él la existencia de
Dios es una de esas verdades elementales que la Providencia dispensa con tal claridad que es
casi imposible desentenderse de ella. ¿No la admiten unánimemente los hombres? Los ateos
no son sino excepción, y aun su sinceridad es dudosa: su negación proviene del corazón, más
que de la mente. Entre las pruebas de la existencia de Dios que se imponen a la razón, con
particular complacencia expone la tomada del espectáculo de un mundo finito y cambiante
que exige un Autor infinito e inmutable: “Yo interrogo a la tierra, al mar, a los abismos. . . y me
responden: mirad por encima de nosotros. . . Alguien nos ha hecho” (Confesiones, X, 6). Pero
su gran argumento lo toma de las relaciones de la inteligencia humana con la suprema Verdad:
puesto que el espíritu del hombre ocupa el primer rango en la jerarquía de los seres en este
mundo, si encuentra a alguien superior a él mismo, ese alguien es Dios: ahora bien, la razón
humana constata que por encima de ella hay una Verdad eterna, inmutable, que no se
identifica con ningún hombre ni a nunguno le pertenece como propia, puesto que todos
pueden contemplarla simultáneamente: esta Verdad, que excede al espíritu humano es por lo
tanto propia de un espíritu superior, y este Espíritu superior es Dios, eterno e inmutable como
la Verdad que El posee y propaga: “oh Dios, vos sois Padre de la Verdad, el Padre de la
Sabiduría, el Padre de la verdadera y soberana vida, el Padre de la bienaventuranza, el Padre
del bien y de lo bello, el Padre de la luz inteligible, el Padre de nuestro despertar y de nuestra
claridad” (Soliloquios, l, l).
Este Dios es incomprensible para el espíritu humano: “Si lo comprendiera dejaría El de ser
Dios” (Sermón ll7, 5). Consiguientemente, es imposible expresarlo con exactitud: “Más que
decir lo que es, decimos lo que no es El” (Sobre el Evangelio de San Juan l3. 5). Nos excede
hasta el infinito, puesto que es el Ser absoluto, el Ser en su plenitud y su perfección, el Ser por
encima del cual, fuera del cual y sin el cual nada existe (Soliloquios, l, l). Ser soberanamente
simple e indivisible, independiente tanto del espacio como del tiempo: lo que nosotros
llamamos sus “atributos”, ----sabiduría, justicia, bondad, etc.---- no son partes de su Ser,
todavía menos cualidades sobreañadidas, sino que se identifican con su esencia misma. Y no
pudiéndose producir en este Ser cambio alguno, no está sujeto a la sucesión, sino que es
eterno, o sea que posee toda su vida simultáneamente en un solo instante perpetuo e
inmutable. De aquí que Dios domine y contemple todos los seres pasados, presentes y futuros,
reales o posibles, con una sola mirada, en un eterno presente.

Sin embargo, este Dios único subsiste en tres Personas distintas. El misterio de la Santísima
Trinidad fue el gran tormento del SantoDoctor: “Así es que investigaremos como si fuéramos a
encontrar; pero jamás hallaremos sino teniendo siempre que buscar” escribió a manera de
introducción al tratado en l5 libros en el que trabajó cerca de 20 años.

Lo que él halla y lo que expone más claramente que ninguno de sus antecesores, y para toda la
posteridad cristiana, es que dominando siempre la unidad de naturaleza divina la Trinidad de
las Personas, la vida de Dios se dilata al máximo, sin que haya en ella sin embargo ni sucesión
ni diferencias: “La igualdad es tal que no solamente no es anterior o superios al Padre al Hijo,
ni el Hijo al Espíritu Santo, sino que ninguna de estas tres Personas es posterior o inferior a la
Trinidad entera” (De la Trinidad, Vlll). A tal punto que las obras exteriores de Dios (creación,
redención, etc.) las realizan las tres Personas divinas indisolublemente unidas: “la apropiación”
de una u otra de esas obras a determinada Persona divina jamás es exclusiva: no hay allí más
que una distinción de nuestra mente, obligada a dividir y clasificar para comprender, distinción
sugerida por los aspectos sensibles de la obra de que se trate. “Por ejemplo, únicamente la
Persona del Verbo se revistió de la naturaleza humana en la Encarnación, pero lla Trinidad
entera formó esa humanidad de la substancia de la Virgen María” (De la Trinidad, V, l0).----En
fin, un anánisis del alma humana, “la más bella imagen de la Trinidad”, proporciona al Santo
Doctor la idea de las “procesiones” divinas: el Hijo es engendrado por el Padre así como el
verbo (o pensamiento) nace de la inteligencia; y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo
como la expresión de su recíproco amor.
Es este Dios eterno, infinito, preexistente a todas las cosas el Creador del universo: por un acto
soberanamente libre de su voluntaad omnipotente, a partir de la nada le dio el ser a un mundo
distinto de El mismo. Con las creaturas, sometidas a un movimiento perpetuo, empezó el
tiempo, que no es otra cosa, en efecto, que la cuenta de las sucesiones. Lo que se llama “el
comienzo del mundo” fue en realidad el instante único en el que toda la creación salió de las
manos de Dios: “todo lo creó simultáneamente” (Eccl. XVlll, l); y los seis días de que habla el
Génesis no son sino símbolos para designar la evolución que a partir de la producción inicial
prosigue gradualmente la formación del universo (Ciudad de Dios, Xl, 9). De San Agustín es la
idea de “la nebulosa primitiva”, caos o materia informe de la cual habrían salido
progresivamente todos los seres materiales (Sobre el Génesis l, l2): “Todas las cosas han sido
creadas por Dios desde el origen, en una especie de contextura de los elementos; pero no
pueden desenvolverse y aparecer sino cuando las circunstancias faavorables lo permiten” (De
la Trinidad, lll, 9). “Hubo una tarde, y hubo una mañana”: la tarde es el estado imperfecto,
impreciso de cada creatura; la mañana es su determinación específica” (Sobre el Génesis, XlV).
“Así como en el grano se halla invisiblementre todo lo que llegará a constituir el árbol” (Sobre
el Génesis, V, 23), eso son las “razones seminales” o energías latentes que se engloban bajo el
título de “potencia”, o fuerza interior que predispone a una cosa para su devenir. Nada hubo
antes del cuerpo humano que no haya sido preparado de esa manera, pues es verdad que Dios
“lo formó del barro de la tierra”, y esto, como con todos los vivientes, en el momento
oportuno, interviniendo sin embargo con una atención especial para animar ese cuerpo con un
alma espiritual que, por su parte, no existía de prevención en los poderes de la materia (Sobre
el Génesis Vl, 5, 6; Vll). Evolucionismo moderado, sin embargo, puesto que se supone que el
germen de cada especie está encerrado en la masa de elementos y no pueden producir sino el
ser que corresponde a su naturaleza sin ninguna desviaación posible (De la Trinidad, lll, 8).

En cuanto al alma humana. . . su análisis ocupa en San Agustín al teólogo más que al psicólogo,
porque en definitiva son las relaciones del alma con Dios lo que él quiere estudiar: “Dios y el
alma, simplemente” (Soliloquios).

“Sólo Dios es mejor que el alma: el ángel no es apenas sino su igual; y todo el resto le es
inferior” (Cuantidad del alma, 34). “Viene ella de Dios, no evidentemente como una parte de
su substancia; pero no es un cuerpo, es un espíritu” (Del alma, lV, l3). Está unida a un cuerpo,
no como encerrada en una prisión ni ligada a un instrumento extraño, sino como el
complemento natural e indispensable de su especie (De la Trinidad, XV, 7; Cuantidad del alma
Xlll). A la vez anima ella al cuerpo y produce el pensamiento (El alma y su origen, lV, 2). Y sin
embargo estos dos elementos no se confunden: el alma constituye al hombre interior,
mientras que el cuerpo hace al hombre exterior, sin detrimento sin embargo de la unidad de la
persona humana (De la Trinidad, lV, 3; Carta 238 a Pascercio).
Tanto cuanto es categórico para afirmar la creación inmediata por Dios del alma de Adán, es
reservado sobre el modo de creación de las otras almas humanas. En lugar de aventurar una
explicación dudosa, el gran Doctor prefiere confesar humildemente su ignoraancia: “Yo no me
atrevo a enseñar lo que no sé” (El alma y su origen, l, l6; lV, 2). Y hasta el final de su vida
permaneció en la misma incertidumbre: “Anteriormente yo no lo sabía; y actualmente todavía
no lo sé” (Retractaciones, l, l).

“La contemplación de Cristo era un elemento nuevo, y Agustín fue el primero en volver a tratar
de ella después de Pablo e Ignacio” (Harnack, Compendio de la historia del dogma).

Exclusivismo exagerado, evidentemente. Pero ciertamente, sin haber escrito un tratado


especial sobre la Encarnación, en toda su obra hizo de Cristo San Agustín el centro de la
teología, porque en El veía el centro mismo de la religión cristiana y de la historia de la
humanidad. Lo presenta alternativamente como el “polo de orientación de su alma”
(Confesiones, Vll, l8), “la Verdad, la Vida, el único Camino hacia Dios” (Ciudad de Dios, lX, XV) y
“el término o la patria hacia los cuales vamos” (Sermón l24).

“El Verbo se hizo carne; El es verdadero Dios y verdadero hombre; el Dios y el hombre hacen el
Cristo total” (Sermón 92). Su naturaleza humana, aunque exenta de pecado, es pasible y
mortal como la nuestra, pero goza por lo contrario de magníficos privilegios que le confiere su
unión personal con el Verbo: libertad exclusivamente orientada hacia el bien, inteligencia
preservada de la ignorancia y del error, sensibilidad enteramente sometida a la voluntad, así
como ésta a la Gracia (Salario y remedio del pecado, ll, l9, 30).

Cristo es verdaderamente Hijo de Dios: “No escuchemos a los que dicen que Crsito es
simplemente un hombre, pero de tal manera justo que merece ser llamado hijo de Dios;
porque si los santos han recibido la gracia divina, Cristo, por su parte, recibió la Persona misma
del Verbo” (Del sufrimiento cristiano, XVll, l9-22). “El es ciertamente el Hijo único, y no un hijo
adoptivo; los hijos adoptivos son tan sólo los servidores del Hijo único” (Sobre San Juan, Vll, 4).
“En la unión hipostática, la Persona del Verbo, aunque conservando su naturaleza de Dios
invisible, toma una naturaleza de hombre visible: dos naturalezas que siguen siendo distintas
aunque indisolublemente unidas” (Carta contra el arriano Máximo, l, l9): “y una naturaleza
humana completa, alma racional y carne” (De la Gracia, ll, 30) “que no existía aparte, pero que
no fue creada sino para ser unida al Verbo de Dios” (De la Trinidad, Xlll, l7).---“El Verbo se
anonadó”, dice San Pablo; sí, pero asumiendo lo que no era, sin perder sin embargo lo que era.
“Siendo Dios se hizo hombre” (Sermón 92). En razón de la naturaleza humana Cristo se ve
limitado en el tiempo, en el espacio, en su actividad, y declara “a su Padre mayor que El” (De la
Trinidad, l, 7).

Gracias a su Encarnación Cristo pudo hacerse mediador y Redentor, a la vez sacerdote y


víctima por el cual los hombres son rescatados y reconciliados con Dios: “Porque si murió es
porque era hijo del hombre, y no por ser hijo de Dios. Y sin embargo ciertamente el Hijo de
Dios fue quien murió, pero en cuanto ser de carne y no como Verbo” (Sermón l27, 9). Dios y
hombre a la vez, obra simultáneamente en nombre de Dios y en nombre de la humanidad:
Hombre-Dios expía los pecados del mundo y así apacigua la Justicia divina; Dios-Hombre, se
inclina sobre el mundo para inundarlo con su Gracia y convertirlo: “la sangre del Justo y los
abatimientos de Dios, he aquí lo que realiza la reconciliación” (De la Trinidad, lV, 2). Por ese
mismo hecho, arrancó de la tiranía del demonio a esta humanidad que “había sabido
entregarse, pero era incapaz de rescatarse” (Ciudad de Dios X, 22). Así es que la muerte de
Cristo en la Cruz es verdadero sacrificio de expiación figurado por los sacrificios de la Antigua
Ley, perpetuado por el sacrificio del altar (De la Trinidad, lV, l3; Ciudad de Dios, X, 20; Sermón
74, l2).---Este es el triunfo de Cristo en su aparente derrota: “Es vencedor y víctima, vencedor
por ser víctima sacerdote por ser sacrificado; y de esclavos que éramos nos hace hijos”
(Confesiones, X, 43). Porque la sangre redentora, no contenta con lavar nuestras faltas, nos
incorpora a Cristo (Sobre San Juan 53, 6). “A fin de hacer dioses de los que no eran sino
hombres, El, que era Dios, quiso hacerse hombre” (Sermón l92, l). Pero, aunque Cristo murió
por todos los hombres sin excepción (Sermón 292, 4), sin embargo no se aprovechan de su
sacrificio sino los que quieren recoger sus frutos: “La sangre de tu Señor ha sido vertida por ti,
si tú lo quieres; si tú no lo quieres, entonces no es vertida por ti. A quien la recibe la sangre de
Cristo le proporciona la salvación; para quien la desdeña es una condenación” (Sermón 344, 4).

El misterio de la Encarnación evoca necesariamente el paapel de la “Madre de Dios”. En los


designios de Dios, María es escogida y preparada para cooperar en la obra de la Redención, no
solamente dándole al Salvador su naturaleza humana, sino para ser la nueva Eva en los
costados del Nuevo Adán. De aquí los múltiples y eminentes privilegios de que ella está
dotada. La preservación de todo pecado, al menos personal: “En cuanto al pecado, por el
honor del Señor, yo entiendo que ni se debe mencionar respecto de la Santísima Virgen María,
la cual mereció concebir y dar a luz al que evidentísimamente lo fue sin pecado” (La naturaleza
y la Gracia, 36). El privilegio excepcional de la Inmaculada Concepción parece que está ya
incluido en tal declaración. Más explícitamente se afirma en otro pasaje: “No someteremos a
María al demonio envirtud de la ley del nacimiento, y esto porque esa ley misma es absoluta
por la Gracia de la regeneración” (Contra Juliano, lV). Si en otros pasajes San Agustín no
exceptúa del contagio del pecado original sino a Cristo Jesús por razón de su milagrosa
Concepción (Contra Juliano, Vl), no está esto en contradicción con el privilegio atribuido a
María porque a Cristo se le considera exento de derecho sin tener necesidad de purificación,
mientras que María queda exenta por favor, en virtud de una gracia preservadora.

El teólogo moralista es ante todo el “Doctor de la Gracia”, cuyo objetivo es explicar la parte
respectiva de Dios y del hombre en la obra de la salvación, o dicho de otra manera conciliar la
predestinación y el gobierno divino, por una parte, con la iniciativa y la libertad humanas, por
otra parte.

La presciencia no modifica la naturaleza de los actos del porvenir, así como la memoria
tampoco modifica la de los actos del pasado: la presciencia ve los actos tal como serán, la
memoria tales como han sido, por lo tanto actos libres si son de un ser dotado de libertad. Que
Dios conozca de antemano los actos humanos no los priva, consiguientemente, de su carácter
de actos libres. Y si la acción de la Providencia precede necesariamente al acto humano así
como a todo movimiento de toda creatura, tal acción no destruye la libertad, sino que por el
contrario la crea, puesto que el gobierno divino consiste en conducir a cada uno de sus seres
según su naturaleza y sus prerrogativas (Ciudad de Dios, V, 9; Libre Albedrío, lll, 3-4). La
libertad humana, como toda causa segunda, no es más que un instrumento de la omnipotente
Voluntad de Dios, causa primera tanto de la virtud como de la verdad y de todo ser. “Dios
tiene en su poder las voluntades de los hombres mucho mejor que los hombres mismos son
capaces de ello” (De la Corrección y de la Gracia, l4). Por lo tanto, todo acto bueno y saludable
es el fruto de una Gracia: “Puesto que todos los bienes vienen de Dios, desde los más grandes
hasta los mediocres y aun los más mínimos, ¿cómo no ha de venir de Dios el buen uso de una
voluntad libre, lo cual se llama la virtud y que se clasifica en la categoría de los mayores
bienes?” (Retractaciones, l, 9).

Sin cesar hostigado por las objeciones de pelagianos y semipelagianos, San Agustín se vio
constreñido a fijar definitivamente su doctrina de la Gracia. ¿Cóomo conciliar la prioridad de la
acción divina con la iniciativa de la libertad humana, y sobre todo, de un decreto infalible de
predestinación con la libre elección que hace el hombre responsable de su destino? Pelagio
preconizaba la independencia total de la libertad humana con relación a Dios: “¿Qué cosa
viene a ser un libre albedrío que tiene necesidad de un socorro divino? Preguntaba él. . . Si es
sobrepujado, es aniquilado. . . Nuestra vida moral comprende tres estadios: el poder está en
nuestra naturaleza, el querer en nuestro libre albedrío, el acto en la operación. Ahora bien, el
poder es Dios que lo confirió a su creatura: en cuanto al querer y el acto, no dependen sino del
hombre” (Gracia de Cristo y pecado original, lV, 4). Esto es, en suma, casi la negación de la
Providencia: “¿Ya no es Dios el primer actor, sino simple espectador del drama del mundo?”
(Harnack). Y, consecuencia inesperada, lógica sin embargo: siendo la práctica de la virtud la
obra del solo libre albedrío, es posible para todo hombre; de posible llegar a ser obligatoria, y
en el más alto grado, hasta la perfección, so pena de pecado mortal, de exclusión de la Iglesia y
de condenación eterna.

El Concilio de Cartago en el año 4l8 fue al mismo tiempo que una condenación de errores
pelagianos, una ratificación oficial de la doctrina de San Agustín: por su pecado perdió Adán los
dones sobrenaturales para él mismo y para toda su descendencia. Por lo tanto, los hijos de
Adán no pueden entrar en el Reino de los Cielos y gozar de la felicidad eterna si no son
regenerados por el bautismo. La Gracia no proporciona solamente el perdón de los pecados
pasados, sino también un socorro indispensable y eficaz para hacer el bien. Los justos mismos
siguen sujetos a debilidades que sin embargo no los excluye definitivamente de la Iglesia ni de
la amistad de Dios (Denzinger, Enchiridion, No. 64).

La Gracia es un don gratuito: por lo tanto Dios lo concede según su beneplácito, a quien él
quiere, niños o adultos, y en la proporción en que El lo juzgue conveniente (Carta ll7, 5).

La Gracia comienza por dilatar el alma humana para ponerla a la medida de los dones divinos;
y luego precede y domina todo el esfuerzo humano sin exceptuar la oración, la fe, y aun el
deseo; porque “es Dios quien opera en nosotros el querer y el obrar”, quien toma la iniciativa y
conduce hasta el perfeccionamiento, de tal suerte que “cuando recompensa el mérito del
hombre, no hace sino coronar sus propios dones”.

Esto, sin embargo, sin detrimento de la libertad humana, que mueve todas las facultades a fin
de acordarlas con la Gracia: “Una voluntad recta y un corazón puro no son menos necesarios
que una inteligencia lúcida para alcanzar el conocimiento de la Verdad divina. La visión de lo
verdadero es lo propio de quien vive bien, ora bien y estudia bien” (Del Orden, ll, l9). Por lo
tanto, la impecabilidad sería el efecto de una Gracia constante y extraordinariamente eficaz, la
confirmación en gracia; y la perseverancia final, o favor de ser purificado de todo pecado a la
hora de la muerte, es el objeto de una Gracia especial, más preciosa que las que la han
precedido en el curso de la vida (Predestinación de los Santos, l7).

Pero el alma humana, cuando corresponde a la Gracia, no por eso cede a un determinismo
inevitable. Libremente se entrega a la invitación divina, pero conservando el poder de
rechazarla: “Creer o no creer se deja a la libre elección de la voluntad humana; pero en los
elegidos la voluntad es predispuesta por el Señor” (Carta ll7, l0; Predestinación de los santos,
5). Preparación a la vez discreta y efectiva que asegura el consentimiento sin imponer la
decisión (Contra Juliano, l, 95, l34; ll, 6; lll, l, 7, l3). Porque si la voluntad jamás se decide a
obrar sono bajo la influencia de un motivo que al menos momentáneamente le parece
convincente aunque sin constreñirla, ¿no le será a Dios más posible que ningún otro señor el
presentar a la voluntad humana tales motivos? Así es que El inclina dulcemente la voluntad; no
la fuerza (El Libre Albedrío, lll, 25).

“El atrae, pero como se atrae a un niño ofreciéndole una golosina; el hombre es atraído por lo
que le place” (Sobre San Juan, 26, 5).

Así es que el hombre no tiene que envanecerse de sus virtudes ni de sus méritos, sino más
bien darle gracias por ellos a Dios, sin cuya gracia no podría ni realizarlos y ni siquiera
quererlos (Diversas cuestiones a Simpliciano, l, 2).

Por lo contrario, sólo el hombre carga con la responsabilidad de sus pecados, porque al pecar
ha frustrado deliberadamente la Gracia: “Muchos son los llamados, pocos son los elegidos,
porque aunque muchos son llamados, no han respondido” (Id. L, l3).

Voltaire osó escribir lo siguiente: “San Agustín fue el primero en lanzar la extraáa idea del
pecado original, digna de la cabeza caliente y novelera de un africano libertino y arrepentido,
maniqueo y cristiano, indulgente y perseguidor, que se pasó la vida contradiciéndose a sí
mismo”.
Si Voltaire hubiese leído a San Pablo, habría visto que San Agustín no “inventó” el pecado
original. Sin embargo, es cierto que él lo estudió ampliamente, y luego expuso y precisó este
punto del dogma católico.

No contento con recordar las penas que para el género humano entero son las consecuencias
del pecado de Adán,tales como la supresión de los privilegios de la impasibilidad y de la
inmortalidad, la insurrección de los sentidos y el desequilibrio de las facultades, SanAgustín
pone énfasis en el aspecto que hace de esta triste herencia un pecado propiamente dicho, una
transgresión de la ley y una decadencia moral, de tal suerte que los hijos de Adán no son
solamente desdichados, víctimas del pecado de su ancestro como hijos marcados por sus
padres con una tara hereditaria, sino pecadores verdaderamente culpables, aunque sin
responsabilidad personal, por el solo hecho de que participan de una naturaleza degradada
desde su origen, y degradada por la deliberada falla de una voluntad libre y por lo tanto
pecadora (Ciudad de Dios, XlV, l0, 26; Xlll, 20; Sobre el Génesis, Vl, 25; Xl, l).

La inmediata consecuencia de ese pecado de naturaleza es la concupiscencia o inclinación al


mal, “necesidad de pecar”, dice atrevidamente San Agustín, enel sentido de impulsos
desarreglados inevitables y de infamante desorden, aunque no culpables en quienes no son
sino sus herederos (Respuesta a dos Cartas de Pelagio, l, l0; Contra Juliano, lV, 2); porque un
estado imprime de suyo la tendencia, y un primer acto inaugura un hábito (Retractaciones, l,
l3). Tendencia que no es fatal al grado de aniquilar el libre albedrío, sin el cual no tendría ya el
hombre ninguna responsabilidad, ni mérito, ni demérito (Respuesta a las dos cartas de Pelagio,
l, 2; Contra Juliano, l, 94); sino tendencia que pesa gravemente sobre la voluntad desfalleciente
y que se agrava a medida que las faltas se multiplican: “Quien no ha querido obrar con rectitud
mientras podía, ya no lo podrá cuando quiera” (Libre albedrío, lll, 32); tendencia que sin
embargo no hace imposible la práctica del bien y el cumplimiento de la ley de Dios: “En efecto,
Dios no manda ningún imposible, porque cuando El ordena algo, te advierte que hagas lo que
puedas y pidas lo que no puedas” (La naturaleza y la Gracia, 43).

El resultado final del pecado original mientras éste subsiste, es la pena de daño, o sea, la
separación de Dios, no siendo sin embargo una pena aflictiva para el niño que no es culpable
de pecados personales, pero separación ciertamente, verdadera pena de daño en el sentido de
privación de los bienes sobrenaturales.
Conexo a los problemas de la Gracia, de la libertad humana, del pecado original, el de la
predestinación de le presentaba agudamente a San Agustín. Mientras que los semipelagianos
negaban todo decreto divino de predestinación para no atribuir la salvación sino a la sola
determinación del libre albedrío humano, los predestinacianos, al contrario, atribuían a Dios la
designación antecedente e irrevocable, no solamente de los elegidos sino también de los
réprobos.

El pensamiento de San Agustín es un justo medio entre estos dos extremos: por una parte, la
elección de los elegidos por Dios desde toda la eternidad es real y gratuita; por otra parte, tal
elección no anula la voluntad de Dios de salvar a todos los hombres, ni la posibilidad para todo
hombre de salvarse o perderse.

Entre todos los mundos posibles, escalonándose desde aquel en que todos los hombres seían
salvos hasta aquel en que todos los hombres se condenarían, el Todopoderoso ha decidido
crear el mundo presente en el cual ciertos hombres alcanzarán la salvación eterna, y otros
serán privados de ella: esto, evidentemente, por motivos cuyo secreto El guarda siempre
inviolable; y también previendo todas las modalidades y arreglando todas las circunstancias
propias para ordenar ese resultado. Modalidades y circunstancias entre las cuales figura en
primerísimo rango la Gracia, sin la cual nungún ser humano es apto para merecer una dicha
sobrenatural y eterna: “La Gracia no se desprende del mérito, sino que el mérito proviene de
la Gracia” (Carta l84, l0). En el mérito tenemos la parte del hombre; por lo cual Dios concede la
salvación como una recompensa y no como un don gratuito. Pero en la base del mérito, medio
de salvación, está el don gratuito de la Gracia, sin el cual sería imposible el mérito. “Todo
proviene de Dios; consiguientemente, no tiene por qué gloriarse el hombre de nada” (La
Predestinación, Vll). Por lo tanto, la predestinación es anterior al mérito puesto que anuncia y
concede la Gracia que permitirá el mérito (Sermón l69; La naturaleza yla Gracia, Vll; Sobre el
Génesis, Xl, l0).

Sin embargo, de toda acción divina, con mayor razón de todo beneficio divino, y por lo tanto
de toda gracia, se excluye la menor intención de despojar al hombre de su libertad: “¿Sería
también un beneficio el acto que empezara por aniquilar o solamente neutralizar la más
magnífica prerrogativa del ser racional? Por lo tanto un acto de la voluntad libre acepta o
rechaza la Gracia de la Salvación. “Consiguientemente, todos los hombres pueden salvarse, si
quieren”. “El que no se salva es que no quiere, no que no pueda” (Sobre el Génesis, l, 3;
Retractaciones, l, l0). “De cada quien depende el colocarse en el número de los elegidos”
(Sobre el salmo l20, No. ll; salmo l26, 4; Sobre el Evangelio de San Juan, XXVl, 2). Pero,
evidentemente, Dios conoce desde toda la eternidad a los que van a querer y a los que no van
a querer aprovecharse de la Gracia de la salvación. Los que van a querer son los predestinados:
en ellos es eficaz la Gracia. Y es ineficaz para los que no van a querer.

“Sin embargo, Dios quiere salvar a todos los hombres” (l Tim 2, 4). Sí, pero no con la voluntad
absoluta y siempre eficaz, sino con la voluntad condicional que puede ser impedida por la
resistencia de la voluntad humana (Contra Juliano, lV, 8; La Predestinación de los santos, cap.
8; la corrección y la Gracia, cap. l5).

“En cuanto a la profundidad del sentimiento y la fuerza de la idea, después de San Pablo nada
se ha escrito sobre la Iglesia comparable a los libros de Agustín” (Moehler, Dogm.). “Este es
uno de los puntos en los que Agustín afirma especialmente y refuerza la idea católica. Fue el
primero en transformar la autoridad de la Iglesia en un poder religioso y en hacer a la religión
práctica la dádiva de una doctrina de la Iglesia” (Harnack, Compendio de la Historia de los
dogmas).

En realidad, San Agustín nada inventó en este punto como en ninguno otro. Pero desenvolvió
admirablemente la enseñanza de San Cipriano, en cual se había abrevado en San Pablo.

El cisma donatista, con el cual se enfrentó, le proporcionaba la ocasión de demostrar por una
parte la unidad de la Iglesia, por otra parte la santidad de la Iglesia como institución tanto por
su origen divino como por su misión santificadora; y esto a despecho de las imperfecciones,
aun de la indignidad quizá, de sus miembros y de sus ministros.

“Toda autoridad y toda luz residen en el Nombre del Salvador y en la Iglesia solamente para
regenerar y reformar al género humano” (Carta ll8, 5). “Perdón, resurrección y vida eterna no
se nos conceden sino por la verdadera y santa Iglesia Católica” (Sermón 2l5). “Por lo tanto la
Iglesia es la Madre de las almas” (Carta 34, 3). “Como Dios es Padre, la Iglesia es Madre”
(Sermón 2l6). “Ella es el cuerpo místico de Cristo, la verdadera ciudad de Dios, el reino de los
cielos aquí abajo” (Sermón l2).

“Fuera de la Iglesia no hay salvación”. Consiguientemente, “no tendréis a Dios por Padre si no
tenéis a la Iglesia por Madre” (Carta l4l). “El Espíritu Santo es quien vivifica a la Iglesia; y deja
de vivificar a los miembros que de Ella se separan” (Carta l85, ll). Indudablemente que Dios no
se prohibe a Sí mismo el obrar directamente por su Gracia en las almas que ignoran a la Iglesia
o que no puedentodavía entrar en Ella (Sermón 99; sermones 266, 269). Esto no es una razón
para desdeñar a la Iglesia: quien la desprecie no crea santificarse por otro medio, porque es
Cristo quien mediante Ella cura, purifica, santifica (Sermón 292). “Ella sola posee todo el poder
de su Esposo y Señor” (El Bautismo, lV, l): triple poder de enseñar, de gobernar, de santificar (o
dicho de otra manera, doctrinal, ligislativo, sacramental), conferido a los sacerdotes por Cristo
mismo, y ejercido por ellos con exclusión de los simples fieles o laicos (Sobre San Juan, 4l, l0).
“Agustín, el primero, nos da una doctrina del sacramento del Orden; pero no hace sino reunir
los elementos contenidos en la práctica antigua” (Harnack, Compendio de la Historia de los
dogmas).

Este sacramento marca al obispo y al sacerdote con un carácter particular, indeleble, que es el
sacerdocio propiamente dicho, diferente del sacerdocio general atribuido al conjunto de los
cristianos: por ejemplo, es a él a quien está reservado el ofrecer el Santo Sacrificio (Sermón
l37).

El Sacerdocio está jerarquizando, desde los clérigos menores como perteros y lectores,
pasando por los payores ----diáconos, sacerdotes, obispos----, hasta el obispo de Roma, Pedro,
“a quien el Primado sobre los apóstoles eleva a una dignidad excepcional” (El Bautismo, ll, l):
autoridad suprema, transmitida por una sucesión ininterrumpida, que viene a ser la mayor
garantía de la apostolicidad de la Iglesia y la salvaguarda de su unidad (Carta 53; Carta 43, 3).

La Iglesia desempeña su misión de enseñar por su magisterio cuya voz es superior de cierta
manera a la Escritura y a la Tradición mismas, puesto que es Ella la que define la autenticidad
de una y otra y sienta las reglas de su interpretación. Verdadero eco de la de Cristo, la voz de la
Iglesia es infalible (Sermón 292; Sobre el Salmo 56). En los Concilios, y sobre todo en los
Concilios universales (o Ecuménicos) es donde el supremo magisterio de la Iglesia se hace oír,
ya sea que exponga algún punto del dogma, ya sea que refute las herejías (Sermón 294; El
Bautismo, l, 7; Carta 43, 7).---Pero aun fuera de los concilios, las decisiones de la “sede
apostólica”, dijo ya San Agustín al hablar del obispo de Roma, se tienen por definitivas e
infalibles. La correspondescia del Obispo de Hipona con el Papa Inocencio l lo prueba
sobreabundantemente. Y al cabo delargas polémicas con la herejía pelagiana, Agustín envía a
Roma, con fines de aprobación, las deliberaciones de dos concilios regionales y habiendo
recibido una respuesta favorable,concluyó: “Los rescriptos de laa sede Apostólica han
ratificado la sentencia: la causa ha terminado, Plegue al cielo que también el error termine”
(Sermón l30).

Sociedad jerarquizada, la Iglesia es gobernada por “jefes a los que incumbre el cuidado del
pueblo cristiano, quien, por lo contrario, está obligado a la obediencia” (Sermón l46).
Autoridad disciplinaria que no podría existir sin un cierto derecho de coerción y de represión
respecto de los súbditos refractarios (El bautismo, Vll, 5l). Y ya aparecen las excomuniones: ora
menores, que privan momentáneamente a los delincuentes de ciertos derechos o ventajas;
ora mayores, que cercenan del cuerpo de la Iglesia a los culpables incorregibles.

El sacramento tal como su noción se desprende de diversos escritos de San Agustín, ha sido
definido por los protestantes mismos: “Un signo material de un objeto espiritual, instituido por
Jesucristo, pero naturalmente apto para designar ese objeto, por el cual Dios comunica su
Gracia a los que hacen uso de él bajo ciertas condiciones” (Haenack, Compendio de Historia de
los dogmas, t. lll).

A diferencia de los sacramentos de la antigua Ley, que no hacían sino simbolizar y anunciar la
Gracia, los de la Ley nueva la producen de manera efectiva (Contra Fausto XlX, l3.

Tres elementos son indispensables habilitando para conferirlo, el sujeto capaz de recibirlo, el
rito apropiado para cada sacramento. Reunidas estas condiciones, basta para la validez del
sacramento, digan lo que digan los donistas, que querrían subordinar su validez a la dignidad
moral del ministro o del sujeto: “No se debe atender a quién es el que da, sino a lo que da” (El
Bautismo, lV, l6). “Porque es la esposa, la Iglesia, la que engendra, y por la virtud de su esposo,
Cristo” (El Bautismo, l, l0). Las malas disposiciones del sujeto pueden sin embargo privarlo del
efecto del Sacramento, a saber, la Gracia (El Bautismo, l, l2).

Ciertos Sacramentos, el Bautismo y el Orden, imprimen en el alma un carácter imborrable,


comparado a la marca impresa al fierro rojo en la espalda de los soldados romanos; tanto que
aun el cisma o la apostasía no pueden borrarlos, y jamás deben ser reiterados (Contra
Parmenio, ll, l3; El Bautismo, V, 23).

Sin enumerar metódicamente los Siete Sacramentos, San Agustín dice que “hay otros aparte
del Bautismo y la Eucaristía” (Sermón sobre el Salmo l03); luego describe en diversos pasajes,
además del Orden, la Penitencia y el Matrimonio; pone la Confirmación en el mismo rango que
el Bautismo y la Eucaristía (Sobre la Primera Ep. de San Juan, lll). Sólo una vez hace alusión al
texto de la Epístola de Santiago relativo al Sacramento de los enfermos (Sant. 5, l4; Speculum).

Digan lo que digan sobre esto los protestantes, que en el punto de la doctrina eucarística han
querido ver en San Agustín un precursor de Berengario, de Wiclef y aun de Calvino, los textos
en los que el Santo Doctor expone la creencia tradicional en la presencia real de Cristo en la
Eucaristía son demasiado numerosos y claros para que se pueda poner en duda su convicción
en esta materia:”. . . la carne terrena de Cristo, la carne que recibió de la Virgen María y con la
que vivió aquí abajo, esta misma carne que El nos da a comer para nuestra salvación, esta
carne nadie hay que no la adore antes de consumirla; . . . y no es idolatría el adorarla, sino que,
al contrario, sería pecado el no adorarla” (Sobre el Salmo 98). Cuando Cristo instituyó este
Sacramento “El mismo se llevaba en sus propias manos, puesto que al ofrecer la Eucaristía
dijo: Este es mi Cuerpo” (Sobre el Salmo 33). La transubstanciación del pan en el Cuerpo de
Cristo es la maravilla de las maravillas que escede a todos los milagros realizados por la
omnipotencia divina (De la Trinidad, lll, 4). ¿Habría tal prodigio si no se tratara más que de una
figura o de un símbolo?

Una prueba más de la presencia real de Cristo en la Eucaristía es que aun los indignos reciben
verdaderamente su carne y su sangre, aunque sin embargo estén privados de su Gracia
Sermón 7l).
La Eucaristía es al mismo tiempo un sacrificio, en el cual Cristo, a la vez Sacerdote y Víctima, se
ofrece a su Padre celestial, como en la Cruz, por las manos de su ministro en el altar; “Los
cristianos celebran el memorial del sacrificio del Calvario por esta sacrosanta oblación y
participación del Cuerpo y la Sangre del Señor” (Contra Fausto, XX, l8).¿No es éste uno de los
motivos principales de la Encarnación? “Por no haber podido contentarse Dios con los
sacrificios y oblaciones de la antigua Ley, le dio a su Verbo un cuerpo que sería ofrecido como
víctima y que se le distribuiría al pueblo” (Ciudad de Dios XVll, 20). “Entonces la sangre de
Cristo grita de la tierra hacia el cielo: por la boca de los fieles que El ha rescatado la sangre
redentora hace oír su gran voz” (Contra Fausto, Xll, l0).

Las especies eucarísticas, o sea, los accidentes del pan y el vino son signos sensibles de la
presencia y del sacrificio invisibles de Cristo, al mismo tiempo que verdaderamente contienen
su substancia (Carta 98; Catequesis para Ignorantes, XXVl, 50); y la sunción material de las
especies eucarísticas que permiten recibir a Cristo vivo sin tener que fraccionarlo ni triturarlo,
viene a ser a su vez el signo y el medio de la refección espiritual que el don de la Persona de
Cristo proporciona al alma (Sobre San Juan, XXVll, 3; Sermón l3l).

“¡Oh Sacramento de la unidad, oh nexo de la caridad!” exclama San Agustín a propósito de la


Eucaristía (Sobre San Juan, XXVll), lo cual hace decir a ciertos protestantes que no veía él en
este misterio sino un símbolo de la unidad de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. Es cierto que
San Agustín lo considera a esta luz (Sermones 57, 227, 229; Carta l85; Sobre San Juan, XXVl, l3-
l5). Aun toma de San Cipriano la graciosa comparación de los múltiples granos de trigo o de
uva triturados y confundidos en una sola masa para hacer el pan y el vino. Pero en la mente
del Santo Doctor no hay en esto sino un aspecto secundario, una consecuencia, que muy lejos
de descartar la presencia real, la supone y la confirma.

Aunque el Cuerpo Místico de Cristo está constituido por los cristianos considerados como sus
miembros, este Cuerpo vive no solamente gracias a la cohesión de sus miembros, sino también
gracias a la perfección de cada uno de ellos. Ahora bien, cada miembro es tanto más perfecto
cuanto se halle más estrechamente incorporado a Cristo mismo, nutrido y vivificado por El, lo
cual es el efecto de la Comunión eucarística. He aquí la aplicación de la sentencia de San Pablo:
“A pesar de nuestro número, no somos todos sino un solo cuerpo, porque participamos del
mismo Pan y del mismo Cáliz” (l Cor. l0, l7). A los neófitos que han hecho su primera Comunión
en la noche de la Pascua, el Obispo de Hipona les habla en estos términos: “El pan que veis
sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el Cuerpo de Cristo. Este cáliz, o más bien
lo que contiene este cáliz, santificado por la palabra de Dios, es la Sangre de Cristo. Per este
medio quiso el Señor darnos su Cuerpo y su Sangre, la Sangre que derramó para el perdón de
nuestros pecados. Si lo resibís como conviene, vendréis a ser lo que habéis recibido, Cristo
mismo. . . Así es que este pan os recuerda a qué grado debéis amar la unidad”.

San Agustín considera la Penitencia en el sentido genérico de todo lo que se refiere al perdón
de los pecados: sacramento, virtud, y prácticas penitenciales. El Bautismo es la primera
penitencia, puesto que perdona todos los pecados, sin excepción (Sermones 35l, 352; Contra
Juliano, ll, 8). Los remedios de los pecados veniales, “de los que jamás podemos estar
exentos”, son la oración, sobre todo la oración dominical por la invocación “perdónanos de las
injurias (Sermón lX, Carta l53). En fin, para los crímenes, adulterios y otros pecados graves, la
“penitencia mayor” impuesta por la Iglesia (Sermón sobre el Símbolo, Vll-Vlll). La Penitencia es
un sacramento por la misma razón que el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía. El ministro
desempeña en él la función de juez respecto del pecador (Ciudad de Dios, XX, 9); y su acción, la
imposición de la mano, significa que la Gracia y el Espíritu Santo vuelven al alma de la que los
había arrojado (El Baautismo, lll, l6; V, 20). El recurrir a la Penitencia es algo indispensable para
todo pecador, porque solamente la Iglesia está investida del poder de resucitar a los muertos
espirituales (Sermón 352), “poder de las llaves” que ha recibido ella en la persona de San
Pedro para ligar y desligar los pecados (Sobre San Juan, l24; Sermón 295). Penitencia que a
veces inflige correcciones severas, exteriores y públicas, siendo la primera la exclusión de los
sagrados misterios y de la participación en la Eucaristía (Sermón 278; Sermón sobre el Símbolo,
7). Sin embargo parece que no era este tratamiento para todos los pacados mortales
indistintamente, sino tan sólo para crímenes flagrantes y escandalosos (De la Fe y las obras,
XXVl; Sermón 35l). Pero la Penitencia es soberanamente eficaz: cualesquiera que sea la
naturaleza y la impotencia de un crimen, queda borrado a los ojos de Dios mismo, y el culpable
recupera el derecho a la vida eterna. Dudar de ello sería pecar contra el Espíritu Santo (Sobre
la Ep. a los Romanos; Sermón sobre el Símbolo, l5; Doctrina cristiana, l, l8).---Por lo contrario,
no se requiere la penitencia sacramental para los pecados veniales: aunque reconociendo que
“él mismo, obispo, cuando sube al altar debe herirse el pecho como todo el pueblo”, en la
confesión general incluida en el “Pater” encuentra un medio suficiente de obtener el perdón
de las faltas cotidianas (Sermones l7 y 35l).

La Penitencia comprende la confesión, secreta y auricular, hecha por el pecador mismo al


obispo o a uno de los “ministros autorizados para administrar los sacramentos”, el cual
pronuncia el “juicio sobre la falta”, inflige la pena o “acción penitencial”, pública o privada,
proporcionada a la culpabilidad (Sermón 82; Las 83 cuestiones diversas, XXVi; Carta 228). Al
final de la penitencia pública, “cuya eficacia depende menos de la duración o del rigor del
castigo que de la sinceridad del arrepentimiento”, el pecador es admitido a la reconciliación
solemne (Sermón 352).---Los relapsos mismos, aunque habiendo abusado de la indulgencia de
Dios y de la Iglesia, todavía pueden esperar el perdón, porque ¿quién osaría preguntarle a
Dios: “¿por qué perdonáis una vez más?” . . . (Carta l53).

“Por concernir al pueblo de Dios, el matrimonio es establecido en la santidad de un


sacramento” (El bien de los esposos, XXlV, 32). La unión natural del hombre y la mujer ha sido
elevada a la dignidad de símbolo de la unidad de Cristo con su Iglesia (Sobre San Juan, lX). Para
que la significación nunca deje de ser exacta, siendo Cristo para siempre inseparable de la
Iglesia, el matrimonio debe por lo tanto ser indisoluble. Hay en esto algo comparable a los
caracteresimpresos por los sacramentos del Bautismo y del Orden (El bien de los Esposos,
XXlV, 30). Y la Gracia sacramental correspondiente a este signo viene a ser la unión irrevocable
del alma con Dios: la fidelidad conyugal es el signo de la fidelidad cristiana.
Consiguientemente, nada podría justificar la ruptura de la unión conyugal, ni la esterilidad
carnal, ni el adulterio, ni la apostasía.

La obra de San Agustín es esencialmente dogmática. Pero se desprende de ella una enseñanza
moral sumamente seria precisamente por estar fundada en el dogma. Aunque movido por el
ardor de sus sentimientos y transportado por sus ímpetus místicos, sin embargo no corre el
riesgo de dejarse extraviar, porque todo eso está fundado en la inmutable Verdad.

Dios es causa suprema y universal: Creador y Providente. Es causa eficiente de la que el mundo
tiene suorigen y su evolución; Soberano Bien, es causa final en la que el mundo hallará su
perfeccionamiento y su bienaventuranza (La vida feliz, Las costumbres de la Iglesia, l, 3-9; De la
Trinidad, Xll, 4-8; La Ciudad de Dios, XlV, XlX; Sobre el Salmo ll8, l, l2, l3, 22).

Innata e irresistible es en el alma humana la aspiración a la dicha. Es tal que ordena todos los
actos de la vida, aunque se equivoque sobre la noción de la felicidad y sobre los medios de
conquistarla (Libre Albedrío, lll, 8; Ciudad de Dios, lX, 27; De la Trinidad, Xlll, 4).---Ahora bien,
¿no es Dios, eterno e infinito, “el Bien supremo, el Bien de todos los bienes, el Bien del que
todos los otros derivan, el Bien sin el cual nada bueno puede existir, el bien excelente para
todos los demás bienes?” (Sobre el Salmo l34). “Por lo tanto para nosotros es la suma de todos
los bienes . . . No nos quedemos de este lado de acá; no busquemos más allá. Lo uno sería
peligroso, lo otro sería vano” (Las costumbres de la Iglesia, l, 8). Así la Ley fundamental de toda
moral está contenida en esta máxima: “Mi bien es adherirme a Dios” (Salmo 72). “Sólo Dios
puede ser amado por El mismo; solamente a El se le puede gozar de verdad; de los bienes
creados se debe tan sólo usar, porque no son sino medios para ir a Dios” (La Doctrina cristiana,
lll). Aunque este goce está reservado para la vida futura “ es posible sin embargo preguntarlo
desde aquí abajo mediante la dilección, el amor, la caridad” (Las costumbres de la Iglesia, l, l4).

Así como el Autor de todo bien traza la regla del bien en la vida presente, de la misma manera
la obligación de seguir esta regla coincide con el interés real del hombre: la ley natural que
guía al hombre hacia su fin y su dicha no es sino el eco de la Ley eterna por la cual Dios quiere
conducirlo hacia su destino (Contra Fausto, XXll, 27).

Siendo el orden del mundo obra y propiedad del Creador, todo desorden lesiona sus sagrados
derechos. Consiguientemente, conculca la Justicia. Y entre los desórdenes que trae consigo
toda violación de la Ley, ¿no es siempre el más grave la degradación del alma humana, morada
de Dios, El cual tiene derecho a exigir que se respeten la integridad y la incorruptibilidad de su
casa? (Sermón 378).

“No hacéis mal sino a vosotros mismos ----¿decís?---- . . . Pero en vos es a Dios a quien hacéis
injuria, pues profanáis su Gracia, su tabernáculo” (Sermón 9).

Por lo contrario, la conformidad con la Ley divina va haciendo progresivamente el alma


humana a la imagen de Dios, y la acerca al soberano Bien. Constituye el mérito que es
primordialmente la obra de Dios puesto que es su Gracia la que proporciona sus elementos
esenciales: la Fe, la Caridad; pero que es también obra del hombre por su cooperación libre y
voluntaria al celestial impulso: "¿Contráis vuestros méritos?. . . Contad mejor los dones que
habéis recibido de Dios. Y entonces Dios hará el cómputo de los méritos que le ofrecéis”
(Confesiones, lX, l3; Gracia y libre alberdrío, XlV, 28; Ep. l94).
Como teólogo sensato y esclarecido, San Agustín concilia sin dificultad los dos pensamientos
de San Pablo y de Santiago: declarando el primero la inutilidad de las obras antes de la Fe, y
afirmando el segundo la necesidad de las obras después de la Fe (Las 83 cuestiones diversas, q.
76).

El amor del Bien, en cualquiera de sus grados, es siempre implícitamente el amor de Dios que
manda ese bien y que hace de él un trampolín hacia El mismo, soberano Bien, amor puro y
ferviente que, aunque no hace abstracción de toda retribución, como lo querían los quietistas,
no considera más recompensa que la posesión de Dios mismo, lo que es también la realización
de su gran designio y la condición de su mayor gloria (Ciudad de Dios, V, l6; XlV, 9; Sobre el
Salmo 93; Carta l38). “Desear el soberano Bien es vivir bien, y vivir bien no es sino amar a Dios
con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente” (Las costumbres de la Iglesia, l, 25);
“Amar a Dios gratuitamente es no esperar de Dios más que a Dios mismo” (Sermón 334).
“Amadle con desinterés, esto es, no deseéis de El sino a El solo” (Sermón 33l). Esta prioridad
constantemente atribuida al amor de Dios asegura la unidad de todos los movimientos del
corazón, de todos los actos de la vida: “Yo llamo caridad a todo impulso del alma para gozar de
Dios a causa de El mismo, y para gozar de uno y del prójimo a causa de Dios” (Doctrina
cristiana, lll, l0).

Contra el estoicismo, demasiado extendido entonces, que pretendía uniformar los estados
morales tanto en el bien como en el mal, San Agustín establece una jerarquía tanto de vicios
como de virtudes. ¿Acaso no existe, en primer lugar, una distinción fundamental entre los
preceptos y los consejos? (Confesiones, Xll, l9). La transgresión de éstos o de aquéllos no
podría tener la misma gravedad (De la santa Virginidad, XlV; Carta l57). De aquí se desprende
la distinción entre pecados mortales y pecados veniales. No son mortales ciertamente sino los
grandes crímenes castigados por la Iglesia con penas públicas, “o sea, todos los pecados que
excluyen al alma del reino de Dios, porque no en vano dijo El: no los ladrones, ni los abrios, ni
los infames, ni los crueles poseerán el Reino de Dios” (Speculum). Los pecados veniales,
llamados también “ligeros”, o también “cuotidianos”, no excluyen la Gracia, ni una santidad
relativa: los hombres más perfectos no alcanzan a evitarlos totalmente (La naturaleza y la
Gracia, 45). Por lo cual la perfección se da igualmente en grados diversos: “La Caridad que
comienza corresponde a un primer grado de Justicia; una Caridad que progresa, a una Justicia
creciente, una caridad intensa, a una Justicia eminente; una caridad perfecta, a una Justicia
acabada” (La Naturaleza y la Gracia, 70).—Doble gradación, consiguientemente, tanto en el
bien como en mal, y que es un preludio de las diferencias de grado lo mismo en la gloria que
en la reprobación eterna (Enquiridion, c. ll).
Teniendo toda la vida moral por objetivo la unión del alma con Dios, San Agustín describe las
frases sucesivas de tal ascención. De su experiencia personal toma la clasificación adoptada
desde entonces por los autores de espiritualidad: vida purgativa, vida iluminativa, vida unitiva
(Confesiones, Xlll, 9). La primera consiste en separar al alma de todo lo corporal, al menos de
aquello que en la sensibilidad es impuro, manchado o perecedero, incompatible por lo
consiguiente con una vida espiritual (Soliloquios, l, 6); la segunda es la invasión del alma
humana por la luz divina, bajo la acción de virtudes y especialmente de las virtudes teologales,
por lo tanto un conocimiento más exacto de Dios y de sus atributos (Soliloquios l, 6); la tercera
es el contacto íntimo del alma con “el Padre de la Verdad” y la contemplación de su grandeza
(Del Orden, ll; Cuantidad del alma, 33; Confesiones, lX, l0).

A propósito del fin del mundo y de la escatología, San Agustín tuvo que reaccionar contra estas
dos corrientes contemporáneas: el origenismo, con sus teorías extrañas de transmigración de
las almas y de restablecimiento final universal en el cual los demonios mismos alcanzarían la
bienaventuranza (Ciudad de Dios, XXl, l7); y el milenarismo, perspectiva ----pretendidamente
fundada sobre ciertos textos del Apocalipsis---- de un segundo advenimiento de Cristo para
reinar sobre la tierra con los justos (Ciudad de Dios, XX, 7-9).

:En el intervalo que separa la muerte de la resurrección, las almas, según su conducta en el
curso de la vida terrena, están, o bien en los tormentos, o bien en el descanso y la dicha
(Predestinación de los santos, l2; Sobre San Juan, 49, Sobre el Génesis, Xll, 32).

En el Paraíso, los santos gozan del Verbo eterno, y contemplan a Dios cara a cara. “Oh la gran
Patria” (Sobre el Salmo ll9). “El bienaventurado aplica los labios de su espíritu a la fuente
divina, y bebe a grandes tragos hasta saciar su avidez; es dichoso sin término” (Confesiones lX,
3). “Es una gran mesa en la que la comida no es sino el Dueño mismo de la mesa” (Sermón
329). “Los mártires pasaron de este mundo a la casa del Padre; habían buscado a Cristo
mediante la pasión, y lo han conquistado por la muerte” (Sermón 33l).

“El suplicio del rico malvado del que habla el Evangelio es el tipo de los sufrimientos que sufren
desde ahora y que perpetuamente sufrirán los condenados” (Sermón 280; Carta l04). La pena
de fuego, y no de un fuego metafórico o espiritual. Del género de los remordimientos, sino de
un fuego material, que de manera misteriosa podría torturar a los ángeles mismos (Ciudad de
Dios, XXl, 9).

El infierno es eterno, sin que sea posible, so pretexto de misericordia, conceder un término
cualquiera al castigo, ni siquiera en favor de cristianos que a pesar de sus crímenes hubiesen
conservado la fe o cumplido obras de beneficencia (Ciudad de Dios, XXl, 27; Enquiridion, 67-
69). “¿Abrogación de las penas?. . . Yo la desearía, ciertamente, dice San Agustín; pero estoy
obligado a atenerme a la Sagrada Escritura que tan abiertamente habla” (Ocho cuestiones a
Dulcicio, l). Ni siquiera una mitigación de las penas: la opinión que la desearía no es sino
compasión muy humana y sentimentalismo (Enquiridion, ll3). Jamás ruega la Iglesia por los
condenados: prueba de que no cree Ella en una posible atenuación de su castigo (Ciudad de
Dios, XXl, 24).

Para las almas que no son ni plenamente justas ni realmente perversas, y que sin embargo
están en estado de Gracia, existe un lugar intermedio entre el Paraíso y el infierno, en el que
pueden ellas completar su expiación: el purgatorio. “Hay unos que sufren penas temporales
durante esta vida tan sólo; otros, después de la muerte; otros, en fin, tanto aquí abajo como
en el más allá” (Ciudad de Dios, XXl, l3). Verdad confirmada por una práctica insistentemente
recomendada: la oración por los difuntos: “Es una doctrina cierta, indubitable, transmitida por
los Padres, confirmada por la costumbre de la Iglesia universal, que la oración obtiene de Dios
para los muertos un tratamiento más misericordioso en la expiación de sus pecados” (Sermón
222). Un fuego purificador inflige a las almas dolores más vivos que todos los de la tierra
(Sobre el Salmo 37); pero ¿es imposible determinar la naturaleza de ese fuego ni la manera
como afecta a las almas? (Ciudad de Dios, XXl, 26).

Pena temporal, que no durará má allá del juicio final (Ciudad de Dios, XXl, l3).

Como la resurrección final de todos los muertos era el objeto de los más violentos ataques por
parte de los paganos, da lugar a que San Agustín la afirme de la manera más categórica y a que
le dedique exposiciones más detalladas (Sermón 36l; Ciudad de Dios, XXll, 5, l2-l9; Enquiridion,
84-92).—Los cuerpos resucitados serán incorruptibles, aun los de los condenados, de tal
manera que los suplicios no podrán consumirlos. Los cuerpos de los justos serán glorificados,
no etéreos e impalpables, sino aunque terrenos e idénticos a los de la vida presente, dotados
de prerrogativas espirituales y angélicas: claridad, sutileza, agilidad, como el cuerpo de Cristo
el día de la Pascua Sermones l42, l44 l56).

El juicio final, como dice el Evangelio, consistirá en la comparecencia de todos los hombres
ante Cristo glorioso. Una iluminación súbita de las conciencias hará allí las veces de requisitiria
y de juicio público (Ciudad de Dios, XX, 4, 6, l4, 23; Carta 2l7). En cuanto a la fecha de este
acontecimiento, “prefiero confesar una segura ignorancia que profesar una falsa ciencia”
(Cartas l97, l99).

San Agustín tenía que hacer escuela.

En efecto, hay un “Agustinismo” así como hay otros sistemas filosóficos o teológicos con el
nombre de sus creadores.

Pero ¿qué hay que admirar más en San Agustín?

“Parece que en el gran Doctor africano hallamos unidos y combinados la poderosa y


penetrante dialéctica de Platón, las profundas concepciones científicas de Aristóteles, el saber
y la agudeza de Orígenes, la gracia y la elocuencia de Basilio y del Crisóstomo. Ya se le
considere como filósofo, ya como teólogo o como exégeta, es siempre admirable y el maestro
sin oposiciónde todos los siglos” (R. P. Zahm, Bible, science et foi).

A esta universalidad de genio, innegable, hay que agregar un sello particular, más
característico todavía de su personalidad: “Nunca nadie había unido en un mismo espíritu un
tan inflexible rigor de lógica con tan gran ternura de corazón” (Mons. Bougaud, Vie de Ste.
Monique).
¡Cuántas veces se ha citado este texto de San Agustín!: “Como todo, quiere alabarte el
hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le provocas a ello, haciendo que se deleite
en alabarte, porque nos has hecho para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse
en Ti” (Confesiones, l, l). Pensamiento sublime y sugestivo, pero revelador además, de la
mentalidad de San Agustín.

Se ha dicho que es él “más espiritual que filósofo o teólogo” en el sentido de que los arranques
místicos tienen en él mayor importancia que los razonamientos. “Yo quería amar”, dece él. Y
para llegar al conocimiento de Dios, destino supremo del hombre, la conducta moral le parece
más importante que el esfuerzo intelectual.

Es en una caridad donde se opera el encuentro del hombre que busca a Dios que viene a él. Y
al realizarse este encuentro Dios se revela, suprema Verdad: “No vayas hacia fuera; entra en ti
mismo, pues en lo íntimo del hombre es donde reside la verdad” . . . “Ama y haz lo que
quieras” (Soliloquios).—Método que a veces desconcierta a las mentes lógicas pero que
embelesa a los espíritus intuitivos. Pascal, por su parte, no teme relacionar este método con el
de Cristo y San Pablo: “Jesucristo, el Apóstol, están en el orden de la caridad, no en el de la
mente; porque ellos querían enardecer, no enstruir. San Agustín lo mismo. Este orden consiste
principalmente en la digresión sobre cada punto, que se refiere al fin para mostrarlo siempre”
(Pensamientos, No. 283). Partiendo de su experiencia personal, él sabe que para alcanzar las
verdades sobrenaturales se necesita la doble humildad: de la inteligencia para plegarse a las
enseñanzas de la Fe; de la voluntad para poner remedio a las miserias morales. Y son las
virtudes teologales las que proporcionan la luz esencial, sin la cual cualquier esfuerzo de la
razón sería vano: “Creed a fin de comprender”. Sin que la excluya, sin embargo, el papel previo
de la razón, y de los sentidos mismos para descubrir los motivos de credibilidad: “Yo no creería
si no tuviese razones para creer”.

“¡Dios os guarde, le escribía a uno de sus discípulos, de creer que El odia en nosotros aquello
por lo que justamente nos ha elevado por encima de los otros seres! ¡Dios no quiere que el
creer nos impida biscar y encontrar las causas! Con toda tu alma trabaja por comprender” .—
“Antes de la Fe, comprender para creer; despés de la Fe, creer para comprender” .—“Nadie se
ha sujetado más resueltamente, más humildemente que él a los datos de su Fe; sin embargo,
nadie ha tenido mayor voluntad que él para no atenerse a su Fe, sino para pensarla e
inventariar todo su contenido” (P. de Labriolle).
Contra el naturalismo de Pelagio, que vaciaba la vida cristiana de todo su mieterio y de toda
acción divina, reduciéndola a una imitación de Cristo posible por el simple conocimiento del
ejemplar a la voluntad de conformarse a El, como si no se tratara más que de un maestro o
modelo humano, San Agustín establece el carácter sobrenatural de la vida cristiana, desde su
origen por la Gracia santificante, y en todo su curso por la impulsión indispensable de la Gracia
actual. Así es que la iniciativa de Dios precente a toda acción del hombre en la obra de la
salvación: “Presciencia y preparación que operan de tal suerte que el hombre beneficiario,
aunque conservando el uso de sulibre albedrío, es conducido infaliblemente al término de su
destino” (Don de perseverancia, XlV, 55).

Este es ell problema de la predestinación, que ha dado lugar a tantos debates tratando de
conciliar la eficacia irresistible de la Gracia divina con la libertad humana. Durante la querella
jansenista, Pascal se esfuerza en disipar “las contradicciones imaginarias. . . entre el poder
soberano de la Gracia. . . y el poder que el libre alberdío tiene de resistir a la Gracia”. “Según el
gran santo que los Papas de la Iglesia han dado como regla en esta materia, Dios predispone la
voluntad libre del hombre sin imponérsele de necesidad; y el libre albedrío, que siempre
puede resistir a la Gracia,pero no lo quiere siempre, se dirige tan libremente como
infaliblemente a Dios cuando El quiere atraerlo por la dulzura de sus inspiraciones eficaces. . .
Así es verdad que nosotros podemos resistir a la Gracia, contra la opinión de Calvino; y falso
que no cooperemos de alguna manera a nuestra salvación como cosas inanimadas, como lo
pretendía Lutero. Pero debemos reconocer con San Agustín que nuestras acciones son
nuestras a causa del libre alberdrío que las produce y que también son de Dios, que hace que
nuestro libre albedrío las produzca” (Providenciales, Carta l8).

“Pero el Venerable ha dicho que San Agustín es el mayor magisterio después de los apóstoles
de la Iglesia”. Y la Iglesia misma ratifica este juicio: reconociendo la autoridad primordial de su
doctrina, hace de él, en el orden de grandeza, el primero de sus ‘Padres’. Cualquiera que sea la
aportación de sus antecesores, San Agustín no deja de ser el iniciador y el animador del
pensamiento católico y de la filosofía cristiana” (Maurice Blondel).

Los concilios que condenaban las herejías de la época ---maniqueísmo, arrianismo,


pelagianismo—no lo hacían sino oponiendo a los errores los temas de Agustín, los cuales
recibían, por esto mismo, la más sólida confirmación. “Poderoso genio cuyas palabras,
veneradas de siglo ensiglo y consagradas por la aprobación de la Iglesia, son como la voz de la
tradición” (Lamennais). Hasta la Edad Media, y en todas las líneas del pensamiento cristiano ---
filosofía, teología, exégesis, aun sociología y política--- San Agustín sigue siendo el maestro
universal e innegable. Los grandes maestros de la escolástica se abrevaron largamente en su
fuente, y aunque en ciertos puntos se apartaron de él o lo excedieron, jamás lo eclipsaron.

“El incomparable Agustín, el maestro inteligentísimo, y por decir así tan maestro, el águila de
los Padres, el Doctor de los Doctores. Jamás se discutió sobre la autoridad. Esta ha
permanecido inviolable en toda la Escuela” (Bossuet).

Aun entre nuestros contemporáneos, las obras de San Agustín, constantemente reeditadas,
figuran en todas las bibliotecas, no en los anaqueles de venerables antigüedades, sino entre
los “manuales” corrientemente consultados e irreplazables.

En las grandes facultades de teología del siglo Xlll, un agustinismo bravío, exclusivo y sectario,
amenazó con ahogar las nuevas escuelas que apenas brotaban, en particular el tomismo.
Habiendo substituido San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, en sus métodos, el
racinalismo de Aristíteles al iluminismo de Platón, se les acusó de traicionar a San Agustín:
prueba de que el Santo Doctor era tenido hasta entonces como el único maestro indiscutible e
insuperable, no sólo en el dominio de la Verdad católica, sino hasta en la menera de exponerla.
Por lo demás, aunque el tomismo terminó por imponerse, no suplantó completamente al
agustinismo, y jamás tuvo la intención de exterminarlo. Los mayores representantes del
tomismo citan constantemente a San Agustín lo mismo que Platón, y sin aceptar todas sus
ideas, recogen con convicción y gratitud las inmensas riquezas de sus obras, tratando de
integrarlas en su propio sistema.

“De modo que ya no hubo escuela estrictamente agustiniana, porque todos eran agustinianos;
todos eliminaron ciertos puntos especiales y guardaron una misma veneración para el
Maestro. Lo que desaparecía era únicamente el agustinismo bajo un aspecto demasiado
estrecho y harto limitado que le daban cuestiones particulares entonces agitadas, o sea, el
agustinismo demasiado platónico. Pero el gran agustinismo con sus visiones sobre Dios, sobre
las imágenes divinas, sobre la Trinidad, sobre la Redención, sin hablar de la Gracia, conserva
siempre su imperio sobre los espíritus”. (P. Portalié. D.T.C. Augustinisme, t. l.col. 25l4). A tal
punto que toda tentativa de separar y sobre todo de oponer en lo sucesivo el agustinismo al
tomismo, desembocará en una perversión total del sentido católico.

Esto es lo que resulta en los heresiarcas de los tiempos modernos, que en lugar de combatir a
San Agustín han tratado de acapararlo. ¡Cuándo les aprovecharía el poder fundar su doctrina
sobre la enseñanza de tal Doctor! Algunos de sus pensamientos atrevidos, de sus sentencias
terminantes, separadas de su contexto pueden prestarse a equívoco: los herejes se apoderan
de esas sentencias y de esos pensamientos, los desenvuelven a su manera, conforme a sus
prejuicios, para oponer al magisterio actual de la Igleisa la autoridad de un Maestro indiscutido
en la Iglesia misma: “Entre los Padres, escribiría el ex-monje agustino Lutero, Agustín tiene, sin
contradicción, el primer lugar. Agustín me satisface más que todos losotros. Enseño él una
doctrina pura, y sometió sus libros, con una humildad cristianísima, a la Sagrada Escritura. El es
el primer Padre de la Iglesia que trató sobre el pecado original. . . Todo Agustín está conmigo”.
¡Como si la misión de San Agustín no hubiese tenido por objeto más que preparar el futuro y
lejano advenimiento de Lutero! Imposible es que San Agustín reconociera su teología en el
predestinacionismo feroz de los maestros del protestantismo, y su sentido de la jerarquía en
estos insurrectos: él, que sometía sus escritos “no a la Sagrada Escritura”, incapaz de ejercer
ningún control, sino al Magisterio vivo de la Iglesia, que Lutero y Calvino rechazaban.

Harnack dice a su vez: “Si Santo Tomád es el Doctor de las Escuelas, San Agustín, aparte de que
formó a Santo Tomás mismo, es el inspirador, el restaurador de la Verdad Cristiana. Si Santo
Tomás inspira el canon del Concilio de Trento, San Agustín inspira la vida íntima de la Iglesia; él
es el alma de todas las grandes reformas realizadas en su seno. El sentimiento de la miseria del
pecado consoladora por la confianza lo exhala San Agustín con una profunda emoción y
conmovedoras palabras que antes de él nadie había conocido. Además, por sus confidencias
íntimas tocó tan seguramente a millones de almas, tan exactamente describió el estado
interior de ellas, trazó una imagen tan viva y tan irresistible de la confianza, que lo que vivió él
mismo ha sido sin cesar vivido también en el curso de los l500 años que le siguen. Hasta
nuestros días, en el catolicismo, la piedad interior y viva, tanto como la manera de expresarla,
han sido esencialmente agustinianas. El alma queda penetrada totalmente de sus
sentimientos: se siente como él, se meditan sus pensamientos. No ocurre de otra manera con
muchos protestantes; y no son éstos los peores” (Das Wesan des Christentums, l4e).

¿Por qué entonces tan fervientes admiradores osan mutilarle al SantoDoctor su sentido
católico sin el cual toda su doctrina se hundiría y su piedad misma cesaría de estar fundada en
la Verdad?
En cuanto a Jansenio, su obra fundamental se intitula “El Augustinus”, signo demasiado claro
de que también él pretendía aprovechar al Santo Doctor y basar sobre las teorías agustinianas
de la gracia y de la salvación su fatalismo anticristiano y su inhumano rigorismo.

En suma, en lugar de oponerse, agustinismo y tomismo se atraen y se completan.

“Que te conozca, oh Dios, y que yo me conozca a mí mismo” clamaba San Agustín. De esta
manera hacía suyo el pensamiento de Platón, cuya filosofía entera tendía a descubrir al Autor
de la naturaleza y el destino humano; pero mientras que la aspiración del pagano estaba
siempre en espera de su objeto, la del cristiano se satisfacía con la Revelación y la Fe. La
teología, ciencia e inteligencia de la Fe, obtenidas gracias a las luces de la divina Sabiduría,
debe “producir, alimentar, defender y proclamar la Verdad saludable que es la única que lleva
a la verdadera felicidad”.

Obtenido estre resultado, definido el dogma católico claramente por los concilios de los
primeros siglos y por la enseñanza de los Padres, de los que San Agustín es el más eminente,
en el siglo Xlll se experimentó la necesidad de reunir en una síntesis ordenada esos dogmas
esparcidos, a fin de subrayar su conexión, de abarcarla en una visión de conjunto más
coherente y satisfactoria para el entendimiento, hacer de ella una ciencia más fácilmente
enseñable: “la Doctrina Sagrada”. Es entonces cuando la teología escolástica tomó la técnica
de Aristóteles para la lógica de la presentación y los procedimientos de argumentación.

Los filósofos profanos, a su vez, pretenden ser suyo San Agustín. No que haya construido una
filosofía; pero sus ideas, diseminadas a lo largo de sus obras, son suficientemente claras, harto
frecuentemente expresadas para que de ellas pueda ser desprendida. Malebranche se
presentaba como su ferviente discípulo, y colocaba a Descartes a su lado. “El Padre de la
Iglesia que más ha contribuido a hacer a los teólogos seguidores de Descartes, ha sido San
Agustín, que en cien pasajes anticipa como incontrovertible el principio de nuestra filosofía,
por el cual hace consistir la esencia de la materia enla extensión. Habla siempre de acuerdo
con la idea del cuerpo que tienen los cartesianos, y jamás según la idea que de él tienen los
nuevos aristotélicos. . . Reconozco y confieso que es a Agustín a quien debo el parecer que he
lanzado sobre la naturaleza de las ideas. . . Sostengo que según los principios de San Agustín
está uno obligado a decir que es en Dios donde se ven los cuerpos”.---“San Agustín habla a
veces como si hubiera tomado sus palabras de Descartes, o como si fuera el proio Descartes”
(P. Poisson, 1670).

Nada hay aun en la política, que no haya sentido la influencia y aun a menudo invocado el
patronato del autor de la Ciudad de Dios. Probado está que el paganismo es inepto para
asegurar la prosperidad temporal de la humanidad y más aún para preparar su felicidad
eterna. El paganismo se hunde; pero el cristianismo está presto a reemplazarlo con capacidad
para conducir a los hombres a su verdadero destino. Porque muestra que el hombre ha sido
creado por Dios a su imagen; y aunque el hombre fue privado de sus primitivas prerrogativas
¿no lo ha restaurado Cristo de manera efectiva? Consiguentemente de nuevo los hombres
pueden ser hijos de Dios, y si quieren, aspirar a la bienaventuranza divina. “El mundo envejece,
el mundo perece, el mundo va a desaparecer. Pero tú, cristiano, nada temas; porque en ti se
renovará la juventud como la del águila”. En suma, la Creación, la Caída, la Revelación, la
Redención, la Resurrección, tal es el plano de la obra, tales son los fundamentos de la Ciudad
de Dios. San Agustín no ignora la distinción de los poderes según la cual “se le da al César lo
que es del César, así como a Dios lo que es de Dios”. Y en su comentario a la Epístola de San
Pablo a los romanos, subraya “que toda persona esté sometida a las autoridades superiores,
porque no hay autoridad que no venga de Dios, de tal suerte que quien resiste a la autoridad,
resiste al orden establecido por Dios” (Rom l3, l-7). Por lo demás en esto no hace San Agustín
sino seguir la línea de conducta trazada por sus predecedores y por la Iglesia entera, aun en la
época en que el poder civil estaba en las manos de un Nerón. Pero, creada por Dios la familia,
ésta es la primera célula social, cuya sagrada organización deberá siempre ser respetada. Y la
Patria es como su extensión, fundada ella también en realidades vivas que crean lazos
indisolubles. Es muy diferente el Estado, cuyo aparato administrativo es facticio y no reúne a
los hombres sino en virtud de una autoridad a menudo despótica.

San Agustín no deja de reivindicar que la autoridad del Estado esté fundada en la verdadera
justicia, que permanezca en conformidad con la ley divina siquiere derivar de la autoridad de
Dios, pues solamente a este precio podrá decir que es plenamente legítima.

“¿Qué otra cosa son los reinos sin la justicia que grandes asociaciones de latrocinios?”

¿Pero cómo podría tener la autoridad humana ese carácter divino si de hecho no se subordina
a la autoridad suprema que Dios ha constituido aquí abajo, la de su Iglesia? Vista la tendencia
habitual en San Agustín a dejar absorber la razón por la Fe, las verdades racionales por las
verdades reveladas, y en suma el orden natural en el orden sobrenatural, los errores y las
deficiencias del Estado lo lo llevan de golpe a dudar de su legitimidad y a exigir una
investigación de la autoridad eclesiástica sobre la autoridad civil; “No en vano se adornan con
el nombre de Derecho las injustas constituciones de los hombres. Cuando la verdadera justicia
está ausente, no puede haber allí multitud reunida por la aceptación del Derecho;
consiguientemente no hay allí pueblo ni, por lo tanto, cosa del pueblo o ‘res pública’ ” (Ciudad
de Dios, l, XlX).

Tales sentencias, tomadas a la letra y desprendidas de su contexto, desembocarán en la


supremacía de la Iglesia y de su jefe el Soberano Pontífice, en la época de la Cristiandad.
Príncipes, reyes y emperadores aceptarán ser los vasallos del Papa, “su brazo secular”, recibir
de él su investidura por la consagración y la coronación, y, llegado el caso, ser llamados a su
tribunal y depuestos por él.

Por lo demás se debe decir que, bien considerado todo, esta omnipotencia de la Iglesia era
preferible a la del Estado; y más de una vez el poder espiritual preservó a los pueblos de los
abusos del poder temporal.

Los principios puestos por San Agustín podrían presidir todavía ahora la Sociedad de las
Naciones y ofrecer una solución equitativa y práctica a los problemas internacionales; cada
pueblo conservaría su lengua, sus costumbres, sus instituciones; pero una autoridad colecta
sería el árbitro en los conflictos. Enemigo del Imperio Romano de entonces, porque lo
consideraba centralizador en exceso, mezquinamente policiaco y tiránico, Agustin soñaba en
una “federación” de pueblos.

Un mosaico descubierto en l900 en las ruinas del palacio de Letrán representa a un personaje
de aspecto más bien débil que tiene en la mano un rollo de pergamino y, sentado ante un
pupitre sobre el cualhay un libro, estudia y medita. Dos versos latinos lo designan sin decir su
nombre: “Diversos Padres han dicho diversas cosas; éste lo dijo todo. Y gracias a la elocuencia
romana ha resonado el sentido místico”.
Se conviene en creer que se trata de San Agustín, el único digno de semejante elogio.

Solamente unos pocos meses después de su muerte, el Papa Celestino l rendía homenaje a la
“santa memoria de aquel sobre quien jamás ha caido la menor sospecha y cuya ciencia
figuraba en el rango de la de los más excelentes maestros”.—“De San Agustín es de quien la
Iglesia sigue y guarda las doctrinas”, escribe el Papa Juan ii, cien años después.

San Paulino de Nola, obispo, poeta y gran señor, y por añadidura mayor que Agustín, le
escribía espontáneamente para felicitarlo por sus obras que clasificaba de “divinas”. Y San
Jerónimo de decía: “Los católicos os veneran como al restaurador de la antigua Fe” (Carta l4l).
En su tiempo fue indiscutido el prestigio de San Agustín. En las asambleas de Obispos él era el
que de hecho dirigía los debates y dictaba por decir así las conclusiones. Por lo demás, muchos
de entre esos obispos de las pequeñas iglesias de Africa eran sus antiguos descípulos.

Pero su correspondencia, que fue ciertamente enorme, lo muestra en relación con todo el
mundo cristiano de entonces. Las 260 Cartas que se han conservado están dirigidas a
corresponsales de Italia, de las Galias y de España, tanto como de Egipto y de Palestina.
Correspondencia universal en cuanto a los medios que abarca y las materias tratadas.

Influencia que lejos de desvanecerse con el tiempo, irá creciendo en el curso de los siglos,
hasta de San Agustín “la conciencia de Occidente”. Un signo entre otros muchos: simplemente
en lo que concierne a la Ciudad de Dios, las bibliotecas de Europa no poseen menos de 500
ejemplares manuscritos; y al inventarse la imprenta, se hicieron de ese libro veinticuatro
ediciones diferentes en la segunda mitad del siglo XV. Carlomagno hizo de él su libro de
cabecera. Por una parte este libro inspiró la constitución del Santo Imperio; por otra parte
“salvó a Cristiandad del abusivo dominio de los soberanos germanaos” (G. Bardy). Y aunque
filósofos y teólogos divergen a veces en la interpretación de tal o cual punto de su doctrina, en
definitiva todos le son deudores, y entre todos permanece un mismo nexo, algo como el
“denominador común”.
“En cuanto a la extensión de los conocimientos, en cuanto a la profundidad y la penetración,
en cuanto a los principios de la pura filosofía, en cuanto a su aplicación y su desenvolvimiento,
en cuanto a la justeza de las conclusiones, en cuanto a la dignidad del discurso, en cuanto a la
belleza de la moral y de los sentimientos, nada hay que se pueda comparar a San Agustín si no
son Platón y Cecerón” (La Bruyère, Les Esprits forts).

Giovanni Papini resume el juicio de la historia sobre San Agustín cuando escribe lo siguiente: “
El secreto de su grandeza como escritor y también como pensador está en que vive lo que
medita y siente profundamente lo que dice. . . Los problemas más elevados los refiere a
supropio yo; interiorizó la teología, fundió el pensamiento abstracto en el crisol de su corazón,
voló hasta el firmamento de la ideología, pero con alas de fuego. Tanto por el recurso a la
experiencia interior del individuo como por su inquietud apasionada, se puede decir, con las
reservas necesarias, que San Agustín es el primer romántico de Occidente, el primer hombre
mederno”.

SAN AGUSTÍN nació en Tagaste, en Numidia, el 354. Su madre era cristiana y su padre,
empleado en el municipio, se hizo catecúmeno hacia el final de su vida y recibió el bautismo
poco antes de morir. La autobiografía de San Agustín, Las Confesiones, nos relata los pasos de
su educación: las primeras letras en Tagaste, luego la retórica en la cercana ciudad de
Madaura, y, finalmente, Cartago. De allí regresó a Tagaste a enseñar retórica, para pasar de
nuevo a Cartago como profesor y, más adelante, a Roma; este último cambio fue debido,
según él mismo nos cuenta, a las noticias que le llegaban de que los estudiantes romanos se
comportaban mejor, lo cual sólo en parte resultó ser cierto. De allí, por recomendación del
famoso prefecto pagano de Roma, Símaco, y con un nombramiento oficial para una cátedra de
retórica, pasó a Milán (384), donde conocería a San Ambrosio, asistiendo a sus sermones y
hablando alguna vez con él.

Agustín era cristiano desde niño, pero no había recibido el bautismo; lo había pedido cuando
tenía pocos años, una vez que estuvo a punto de morir, pero al superar poco después la
enfermedad le disuadieron de que recibiera el sacramento tan joven. Más tarde fue
distanciándose de la fe, y a los diecinueve años la abandonó; unos diez años después ingresó
en la secta de los maniqueos. Por otra parte, a sus diecisiete años, cuando aún estudiaba en
Cartago, había iniciado una relación irregular y estable, de la que tuvo un hijo.

Con el correr del tiempo, su entusiasmo por el maniqueísmo se fue enfriando, y se debilitó aún
más en Roma, donde pasó por un período de escepticismo del que le ayudó a salir su
encuentro con el neoplatonismo.

Fue en Milán donde volvió a descubrir el cristianismo; en su acercamiento progresivo, a través


de un camino que fue a la vez intelectual y afectivo, influyeron las enseñanzas del mismo
sacerdote Simpliciano que había instruido a San Ambrosio. Finalmente, en el 387, recibió el
bautismo junto con su hijo Adeodato y de manos de Ambrosio. Su madre Santa Mónica, que
desde África se había desplazado a Milán, murió poco después en Ostia, cuando los dos
regresaban a África.

En el año 388 hallamos a Agustín en Tagaste, donde pasa tres años viviendo como monje con
unos amigos, hasta que es llamado por el obispo de Hipona y, ante su sorpresa, es elegido
sacerdote (391). Pocos años más tarde (395) fue consagrado obispo y, como tal, llevando vida
de monje junto con su clero, se dedicó plenamente a su ministerio.

En relación con las controversias doctrinales de su época, los primeros años de su episcopado,
hasta el 410, estuvieron absorbidos por su pugna con el maniqueísmo. En el 411 tuvo lugar un
concilio en Cartago con asistencia de un gran número de obispos, casi tantos donatistas como
católicos (279 donatistas, 286 católicos) y que marcó un momento importante en su esfuerzo
por terminar con este problema. Y a partir del 412, tuvo que luchar intermitentemente con las
doctrinas de Pelagio. Murió en el 430, cuando su ciudad episcopal de Hipona estaba ya sitiada
por los vándalos de Genserico.

SAN AGUSTÍN tiene una producción literaria que por su volumen se puede comparar sólo a la
de Orígenes; pero, a diferencia de lo ocurrido con las obras de Orígenes, muy pocos de los
escritos de Agustín se han perdido; de la relación de 93 títulos con 232 libros que él mismo
daba en sus Retractationes tres años antes de su muerte, sólo 10 no han llegado a nosotros.

El estilo de Agustín hace imposible olvidar su antigua dedicación a la retórica; su lenguaje


abunda en juegos de ideas y de palabras, a menudo de traducción difícil, pero que siempre
responden con una gran sinceridad a lo que pretende comunicar: no vaciló siquiera en usar un
lenguaje casi vulgar cuando consideró que el auditorio lo requería.

Seguramente su obra más popular a través de los siglos sea su propia autobiografía, Las
Confesiones, escrita poco después de ser elegido obispo y que tiene un valor extraordinario,
no sólo para seguir la evolución espiritual de San Agustín y para conocerle íntimamente, sino
también como un testimonio antiguo de muchos aspectos de la psicología humana, de las
reacciones del hombre ante sí mismo, ante los demás y ante Dios. Las Retractaciones, escritas
hacia el final de su vida, representan un juicio, con rectificaciones, sobre las obras suyas
anteriores y los motivos que le llevaron a escribirlas.

Otra obra especialmente conocida es La ciudad de Dios, comenzada el 413 y terminada el 426.
Es en parte una apología, donde el tema clásico de que los cristianos son causa de todos los
males, en este caso de la ruina del Imperio Romano, se refuta con abundancia de datos y de
argumentos. Además, nos da una visión general de la historia, seguramente la primera que se
conoce, dibujándola como un drama que no carece de sentido; su hilo conductor sería el
desarrollo de la lucha entre la ciudad de Dios y la ciudad terrena, entre la fe y la incredulidad,
entre los buenos y los malos, tanto si están aún en esta tierra como si ya la han abandonado.
Los que forman parte de una u otra ciudad están entremezclados, tanto en la Iglesia como en
la sociedad civil, y sólo quedarán separados, entonces definitivamente, el día del juicio final.

Sus obras sobre la Escritura tienen un volumen considerable. Aunque su conocimiento del
griego no era excesivo, parece que además de usar las traducciones latinas disponibles, entre
ellas la Vulgata, también utilizó una revisión personal del texto latino de muchos libros de
ambos testamentos, basándose para el Antiguo en la versión de los Setenta que, como otros
muchos, consideraba inspirada.

Un escrito que podríamos llamar de introducción a la Sagrada Escritura es Sobre la doctrina


cristiana, donde trata de los conocimientos paganos que se precisan para poder estudiar la
Biblia, de cómo hay que interpretarla y de su uso en la predicación, al mismo tiempo que
propone un esquema de educación cristiana que aproveche también la cultura pagana. En
cuanto a su interpretación, es interesante observar que mientras Agustín se suele ceñir al
sentido literal en sus comentarios exegéticos y en sus obras polémicas, en cambio en la
predicación prefiere claramente el método alegórico y el sentido místico.

De sus estudios bíblicos, cabe destacar tres comentarios a los tres primeros capítulos del
Génesis; el primero de ellos, con una exégesis alegórica, forma parte de una obra suya contra
los maniqueos; fue rehecho, siguiendo ahora una exégesis literal, con el título El Génesis al pie
de la letra, inacabado; y luego fue reelaborado, con el mismo título, en un tercer escrito. A los
siete primeros libros de la Biblia les dedicó las Locuciones sobre el Heptateuco y las Cuestiones
acerca del Heptateuco; en el primero estudia las dificultades lingüísticas, y en el segundo las
procedentes de los hechos que se narran. Respecto al Nuevo Testamento, su obra Sobre el
acuerdo de los evangelistas trata, con fines apologéticos, de las discrepancias aparentes entre
los cuatro evangelios; las Cuestiones de los evangelistas tratan sobre los evangelios de Mateo y
Lucas. Tiene también exposiciones sobre algunas de las epístolas.

En cuanto a las exposiciones homiléticas de la Biblia, hay que destacar las Enarraciones sobre
los salmos y, sobre todo, los 124 Tratados sobre el evangelio de San Juan y los 10 Tratados
sobre la primera epístola de San Juan; estas dos últimas obras tienen gran importancia por su
contenido dogmático, moral y ascético, sin que nunca falte una intención práctica.

De San Agustín se conservan otros muchos sermones, alrededor de unos 500; en general, son
notas tomadas taquigráficamente. Por su finalidad catequética, podríamos señalar aquí su
escrito Sobre la catequesis de los ignorantes (De cathechizandis rudibus), donde da una serie
de orientaciones para enseñar los rudimentos de la fe a los catecúmenos adultos.

De las obras dogmáticas de San Agustín, seguramente la de mayor importancia es la que trata
Sobre la Trinidad, escrita desde 399 hasta 419, y que viene a cerrar una etapa importante de
las especulaciones trinitarias; en ella, después de exponer el dogma tal como aparece en la
Escritura y de estudiar la manera de formularlo apropiadamente, trata de investigar con la
razón hasta donde le es posible, buscando analogías en las criaturas, especialmente en las
potencias del alma humana. Obras dogmáticas son también el Enchiridion a Lorenzo, o sobre la
fe, la esperanza y la caridad y Sobre la fe y el símbolo, en las que expone el símbolo de la fe.

Otra parte considerable de su actividad, como hemos apuntado antes, tuvo que dirigirse a
combatir los errores que más influían en África en sus días. Además de su libro Sobre las
herejías, donde hay un catálogo de casi 90, escribió al menos 13 obras contra los maniqueos y
otra A Orosio contra los priscilianistas y los origenistas, que va dirigida contra esta secta de
Hispania, emparentada con la de los maniqueos; uno de sus puntos fuertes de argumentación
es que el mal no es un ser, sino sólo un no ser.

Contra los donatistas se conservan también varias obras, aunque se han perdido ocho; entre
otras cosas insiste en ellas en que la eficacia de los sacramentos es independiente de la
santidad del ministro. Contra los pelagianos tenemos doce obras, más otras cuatro que tratan
también de la gracia. No faltan incluso tres títulos contra el arrianismo, por este tiempo
refugiado ya sólo entre los pueblos bárbaros.

No hemos dicho aún nada de sus obras sobre temas filosóficos. Una, Sobre lo bello y lo útil, la
había compuesto cuando enseñaba retórica en Cartago, y al tiempo de escribir sus Confesiones
él mismo nos dice que se le había ya extraviado. Otras cuatro están escritas en Casiciaco, en
los días que mediaron entre su conversión y su bautismo; presentan la forma de diálogos con
sus amigos, y es probable que sean conversaciones reales retocadas después; dos llevan como
título Contra los académicos y Sobre la vida feliz, y en ellos rechaza el escepticismo e insiste en
que la felicidad no consiste en buscar la verdad, sino en encontrarla, y en que esta verdad es
Dios; los otros dos son Sobre el orden, donde afronta el problema del origen del mal, y los
Soliloquios, que tratan fundamentalmente de la inmortalidad del alma, el título de otra obra
sobre este tema escrita poco después. Todavía en Roma escribió Sobre la cantidad del alma, en
que exponía su inmaterialidad, y recién llegado a Africa, Sobre el maestro, un discurso
mantenido con su hijo Adeodato poco antes de la muerte de éste.
Hay que hablar aún de sus cartas. Forman un cuerpo de 270, al que se han añadido luego siete
más, y que incluye 47 recibidas por San Agustín y 6 recibidas por amigos suyos. Algunas son
verdaderos tratados, y son de especial importancia las cruzadas con San Jerónimo. Una de
estas cartas responde a una consulta sobre las dificultades internas que experimentaba un
monasterio femenino de Hipona; la respuesta contiene como apéndice una regla monacal
completa que, junto con otras dos reglas atribuidas a San Agustín y cuya autenticidad no es
segura pero tampoco se puede desechar, habría formado el núcleo de lo que más adelante se
conoció como Regla de San Agustín y que influyó en otras reglas monacales.

Para terminar, casi como curiosidad, podemos añadir que aunque Agustín no quiso escribir
poesía, se conserva un largo poema suyo, el Salmo contra el partido de Donato, destinado a
ser cantado, como un elemento más de propaganda, en los tiempos difíciles creados por esta
secta en 393-394.

TEXTOS

La obra de San Agustín publicada en la BAC, en versión bilingüe, alcanza ya unos treinta
volúmenes, alguno de ellos doble. La mayoría de los fragmentos que siguen están tomados de
esta edición, aunque no todos.

Las Confesiones

Textos tomados de la versión libre de P. A. URBINA, Ediciones Palabra, Madrid 1974.

La finalidad de Agustín, al escribir sus Confesiones:

Hipona, año 399

He aquí que amaste la verdad, porque el que la realiza viene a la luz. Yo quiero hacer la verdad
en mi corazón delante de Dios con esta confesión, y delante de tantos testigos con este escrito
mío. A los ojos de Dios está siempre al descubierto el abismo de la conciencia humana, ¿qué
podría haber oculto en mí para Dios, aunque yo no quisiera decir la verdad? Lo que haría sería
ocultar a Dios de mi vista, pero no me puedo ocultar de la de Dios. Ahora que con mis
confesiones queda claro que no tengo nada por lo que estar satisfecho de mí mismo, Dios se
me aparece radiante y me atrae, y le amo y le deseo hasta el punto de olvidarme de mí mismo,
de rechazarme para elegirle a Él.
Quienquiera que yo sea, soy del todo conocido por Dios. Mi confesión no es sólo con palabras
y gritos vacíos, sino que está dicha con palabras y gritos que me salen del alma. Dios sabe que
es así. Cuando no obro bien, decir la verdad no es otra cosa que acusarme a mí mismo; y
cuando soy virtuoso, decir la verdad no es otra cosa que atribuir a Dios el mérito, porque el
Señor es quien bendice al justo, y el que, antes, hace justo al malvado.

Así, pues, mi confesión en la presencia de Dios es callada y no lo es; es callada por ser sin ruido
de palabras, pero no lo es en cuanto al afecto de mi corazón. Ni una sola palabra podría decir
siquiera si, antes, Dios no me la hubiera escuchado, y no podría escuchar nada de mí si antes
no me hubiese hablado Él a mí.

¿Para qué tengo yo que confesarme con los hombres como si ellos fueran a perdonarme mis
pecados? Los hombres están siempre dispuestos a curiosear y averiguar vidas ajenas, pero les
da pereza conocerse a sí mismos y corregir su propia vida. ¿Por qué quieren oírme decir quién
soy yo? ellos, que no quieren que Dios les diga quiénes y cómo son. Por otro lado, ¿cómo
saben que les digo la verdad cuando hablo de mí mismo? Nadie sabe lo que pasa en el
hombre, si no es el espíritu del hombre que hay en él. Si Dios les hablara de ellos, no podrían
decir «El Señor miente». Porque si Dios les hablara de ellos se conocerían a sí mismos; ¿y
quién, si se conoce a sí mismo, puede decir «es falso», a no ser que se mienta a sí mismo?

Pero puesto que la caridad todo lo cree -me refiero a los que están unidos por el amor-,
también yo me confieso a Dios de este modo, unido a Él por el amor, para que los hombres lo
oigan, aunque no pueda probarles que lo que digo es verdad; pero yo sé que me creéis porque
ha sido el amor el que os ha hecho interesaron y leer con atención mis confesiones.

Quiero explicar para qué escribo esto ahora. La confesión que hice de mis pecados antes de mi
conversión -que Dios ya me perdonó para hacerme dichoso al cambiar mi alma gracias a la fe y
sus sacramentos-, cuando se lee o se oye, mueve el corazón para que no se duerma en el
desaliento y diga: «¡no puedo!», sino que le despierta al amor y a la felicidad, la misericordia y
la gracia de Dios, porque se vuelve fuerte todo el que antes se sentía débil.

Y a los que ya son buenos, les gusta oír contar la historia de males pasados, de aquellos que
fueron malos y no lo son ya. No que les satisfagan los males ajenos, sino al contrario, que se
hayan liberado de ellos.

Por tanto, ¿con qué intención confieso delante de Dios a los hombres, con este nuevo escrito,
lo que ahora soy, ya no lo que fui? Ya he dicho el fruto que han producido las confesiones de lo
que fui antes de convertirme; pero hay muchos -unos me conocieron entonces y otros no- que
desean saber cómo soy ahora; porque si bien algo han oído de mí, no han escuchado la
confesión plena y sincera de mi corazón, único sitio donde se guarda realmente lo que soy. Por
eso quieren oírme hablar a mí, mi propia confesión, que les diga lo que ahora soy dentro,
porque ahí, dentro de mí, no pueden entrar ellos. Están dispuestos a conocerme, porque el
amor, que los hace buenos, les dice que no les miento cuando confieso estas cosas de mí, y
este mismo amor es el que hace que me crean.

Pero, ¿para qué quieren que escriba esto? ¿Desean quizá alegrarse conmigo al oír cuánto me
he acercado a Dios por su gracia, y rezar por mí al saber todo lo que me he retrasado por el
peso de mis propios pecados? Me daré a conocer porque no es pequeño el fruto que puede
producir: que sean muchos los que den gracias a Dios por mí, y que recen por mí; deseo que
quienes me lean se sientan movidos a amar lo que Dios enseña, y a dolerse de lo que se deben
doler. Sé que lo conseguiréis con vuestra buena disposición de hermanos, no haciendo crítica;
sé que cuando os parezca algo bien de lo que escribo, os alegraréis por mí, y que cuando algo
os parezca mal os entristeceréis por mí, porque tanto si aceptáis algo como si lo rechazáis, sé
que me queréis.

A éstos es a quienes quiero darme a conocer. Para que os sintáis a gusto entre mis cosas
buenas, y os duelan las malas.

Mis cosas buenas son las obras y gracia de Dios; las malas son mis pecados y el juicio de Dios
por ellos. Que os enriquezcáis con mis cosas buenas, y que las canciones y las lágrimas de estos
corazones de hermanos suban a la presencia de Dios como el incienso.

(o.c. 195-198)

Las dificultades académicas de San Agustín:

Fines de verano, año 383

Me convencieron de ir a Roma y enseñar allí lo que enseñaba en Cartago. Aunque no debo


dejar de confesar el motivo que me movió a hacerlo: mi determinación de ir a Roma no fue por
ganar más ni conseguir más prestigio, como me prometían los amigos que me aconsejaban eso
—aunque también influyeron estas cosas en mi decisión—, sino que el mayor motivo y casi
único fue que yo había oído que los adolescentes de Roma eran más correctos y sosegados en
las clases, debido a la rigurosa disciplina a que estaban sometidos, y no les estaba permitido
entrar en las aulas que no fueran las suyas sin previo permiso ni armar alboroto. Todo lo
contrario ocurría con Cartago, donde es tan grosera y desmedida la conducta de los
estudiantes, que entran con toda desvergüenza en las clases, y con su alboroto perturban el
orden establecido por los profesores para provecho de los alumnos. Cometen además, con
increíble estupidez, multitud de insolencias que deberían castigar las leyes, apoyándose sólo
en que es costumbre; eso los califica aún más de groseros insensatos, pues hacen como si
fuera lícito lo que no podrá serlo nunca, y creen que quedan impunes de sus fechorías, y no se
dan cuenta que la ignorante ceguera con que las hacen es su mayor castigo, mucho mayor mal
y peor que el que consiguen ellos hacer.

Yo me veía obligado en Cartago a soportar como profesor esas malas costumbres que, siendo
estudiante, no quise nunca hacer. Por eso deseaba ir a Roma, donde los que lo sabían me
aseguraban que no se daban allí semejantes cosas.

Pero el verdadero porqué de que yo saliera de Cartago y me fuera a Roma sólo Dios lo sabía;
me ponía espinas en Cartago —por así decir— para arrancarme de allí, y me ofrecía esperanzas
de una mejor situación en Roma para atraerme allá; aunque yo buscara una falsa felicidad, Él
quería la salud para mi alma, sin indicármelo a mí ni a mi madre, que lloró enormemente mi
partida y me siguió hasta el mar (...).

Recuperado ya de mi enfermedad, comencé con toda presteza a poner en práctica el motivo


por el que estaba en Roma, es decir, enseñar retórica. Empecé por reunir al principio a algunos
estudiantes en mi propia casa, y así darme a conocer a ellos y, a través de ellos, a los demás.

Pero en seguida pude comprobar que los estudiantes de Roma hacían también trastadas que
no había visto hacer a los de África; aunque es verdad que nunca vi a los de Roma actuar como
a esos perdidos adolescentes de Cartago, los destructores. Me decían que a veces, los
estudiantes de Roma, de repente, se ponían todos de acuerdo y dejaban a un profesor y se
iban a otro para no tener que pagar al anterior.

Esta falta de fidelidad y ese tener en nada la justicia, por no gastar su dinero, me indignaba.
Me indignaba contra ellos más por el perjuicio económico que me causaba que porque fueran
injustos. Incluso ahora odio a este tipo de gente desleal y rastrera, aunque deseo que se
enmienden y prefieran las enseñanzas que aprenden más que el dinero. Entonces no, entonces
—lo confieso— deseaba que fueran honrados porque me convenía.

Así que en cuanto la ciudad de Milán pidió al prefecto de Roma que le enviase un maestro de
retórica, pudiendo usar para el viaje el correo imperial, yo mismo solicité inmediatamente, por
medio de esos borrachos de vaciedades maniqueas (de los que me iba a separar sin que ellos
lo supieran, ni yo), que, mediante la presentación de un discurso de prueba, el prefecto me
enviase a mí. Entonces el prefecto era Símaco.

(o.c. 75-76.83)

Sermones
Persecución por la justicia:

Acabáis de oír, o más bien, todos acabamos de oír al Apóstol decirnos: Ved, pues, de vivir
circunspectamente; no como necios, sino como sabios, redimiendo el tiempo, porque los días
son malos. Dos cosas, hermanos, hacen malos los días; la malicia y la miseria. Sí; la malicia y la
miseria de los hombres forman el tiro que arrastra la carroza de los días malos. Por lo que hace
a su duración, los días son perfectamente regulares; sucédense a intervalos fijos y miden el
tiempo con orden; el sol nace y muere a su hora, y las estaciones no se interrumpen. ¿A quién
hacen mal los tiempos, si los hombres no se lo hacen unos a otros? Dos cosas, en fin -ya lo he
dicho-, hacen malos a los días: la miseria de los hombres y su malicia; de las cuales la miseria
es general, pero la malicia no debiera serlo. Desde la caída de Adán y su expulsión del paraíso,
los días ya no fueron sino malos. Preguntemos a esos niños recién nacidos por qué comienzan
llorando, pues también pueden reír. Nace, y al punto llora; la risa le viene no sé cuántos días
después. Ese nacer llorando es el vaticinio de sus desdichas, porque las lágrimas denuncian la
miseria. Aún no habla, pues, y profetiza ya. ¿Qué profetiza? Que le aguarda la aflicción y el
temor. Y aunque haya de vivir rectamente y ser del número de los justos, cierto es que, metido
en tentaciones siempre, siempre andará con temor.

¿Qué dice el Apóstol? Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo, padecerán
persecución. Ahí veis la maldad de los días, ya que los justos no pueden aquí abajo vivir sin ser
perseguidos. El mismo vivir entre malos es de suyo persecución. Todos los malos, en efecto,
persiguen a los buenos, no a hierro ni a pedradas, sino con su vida y procederes. ¿Perseguían
al santo Lot en Sodoma? Nadie le molestaba. Pero, viviendo entre impíos e inmundos,
soberbios y blasfemos, era perseguido, no a golpes, sino por haber de ver sus abominaciones.
Tú, que me estás oyendo y no vives piadosamente en Cristo, empieza la vida piadosa en Cristo,
y a tu costa verás si no es cierto lo que digo. Haciendo, en fin, el Apóstol mención de sus
riesgos, dice: Peligros en el mar, peligros en los ríos, peligros en el desierto, peligros entre
hermanos falsos. Pueden faltar los otros; más los peligros que vienen de los hermanos falsos
no conocerán sosiego hasta el fin del mundo.

Redimamos el tiempo, porque los días son malos. Tal vez esperéis de mí qué sea redimir el
tiempo. Esto que voy a deciros lo entienden pocos, y pocos lo llevan a bien; lo intentan pocos,
y pocos lo llevan a efecto; lo diré, sin embargo, en beneficio de otros pocos que han de oírme y
están viviendo entre malos. Redimir el tiempo es, v. gr., perder algo de tu derecho, si alguien
te mueve pleito, a fin de vacar a Dios y dejarte de ruidos. No rehúses entonces perdonar algo;
eso que pierdes así será el precio del tiempo. Cuando por tus necesidades sales al mercado,
das dinero y adquieres pan, o vino o aceite, o leña, o algún utensilio, das y recibes, pierdes algo
y adquieres algo, eso es comprar. Adquirir sin dispendio alguno es hallazgo, donación,
herencia; pero adquirir perdiendo algo es lo que se llama compra; lo así adquirido es lo
comprado; lo que pierdes se denomina precio. Al modo, pues, que (te desprendes o) pierdes
dinero para comprar algo, pierde también algo para adquirir la paz. Esto es redimir el tiempo.
Hay un adagio púnico bien sabido; le trasladaré al latín, porque no todos sabéis el púnico. Este
viejo refrán púnico dice: Nummum quaerit pestilentia; duos illi da, et ducat se: «Si te pide un
real la peste, dale dos, y que se vaya». ¿No parece haber este adagio nacido del Evangelio?
¿No fue redimir el tiempo lo que nos mandó el Señor al decir: Si alguien tiene ganas de litigar
contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto? ¿Quiere litigar contigo y quitarte la
túnica? ¿Quiere distraerte de tu Dios con enredos? No tendrás sosiego para el corazón ni
tranquilidad para el alma; te alborotarán los pensamientos y andarás al morro con tu
adversario. Tiempo que te pierdes. ¡Cuánto mejor fuera, pues, sacrificar la moneda para
redimir el tiempo! Y si, cuando me venís, hermanos míos, con vuestros pleitos y vuestros
asuntos para que los fallemos, le digo al hombre cristiano que por redimir el tiempo pierda de
lo suyo algo, ¿con cuánto mayor empeño y confianza no debo decir se restituya lo ajeno? Éstos
a quienes juzgo, ambos son cristianos. Yo estoy viendo al acusador injusto que, por alzarse con
algo del otro, más que sea por algún arreglo, quiere meter al vecino en litigios; ya le estoy
viendo frotarse de gusto las manos con esto del Apóstol: Redimid el tiempo, porque los días
son malos. Yo, pues, haciendo al otro cristiano un mal apaño, le obligo a dar algo, de voluntad
o contra ella, para redimir el tiempo, y me lo dará por respeto al obispo. Pero dime, acusador:
si yo aconsejo a tu hermano ceda en algo de su derecho por bien de paz, ¿no voy a decirte a ti:
«Calumniador, perdido, hijo del diablo, por qué te empeñas en alzarte con lo ajeno? No tienes
razón alguna y estás lleno de calumnia». Si, pues, al otro le dijere: «Dale algo para que deje de
calumniarte», ¿qué te aguarda a ti, cuyo dinero es fruto de una acusación inicua? Quien por
evitarla redimió en ti el tiempo, tolera los días malos; pero tú, que vives de calumnias, tendrás
días malos aquí; y los que tendrás después del día del juicio serán todavía peores... Mas acaso
te ríes de todo esto, porque te embolsas el dinero de tu hermano... Sí, ríe y búrlate; aunque yo
te lo deje llevar, otro vendrá que te pase la cuenta.

(167; BAC 53, 636-639)

Sermón sobre los pastores

Soy cristiano y obispo:

No es la primera vez que me oís hablar de aquella esperanza fundada en Cristo, en la que
tenemos nuestra única gloria verdadera y saludable, pues vosotros formáis parte del rebaño
que tiene por pastor a aquel que cuida y apacienta a Israel. Sin embargo, como no faltan
pastores a quienes les gusta el nombre de pastor, pero no cumplen, en cambio, con las
obligaciones del pastor, no estará mal que recordemos lo que dice el Señor por boca del
profeta sobre esos tales. Escuchadlo con atención, atendamos todos con temor.

El Señor me dirigió la palabra en estos términos: «Hijo de hombre, profetiza contra los
pastores de Israel, diciéndoles». Acabamos de escuchar la lectura que se nos ha proclamado, y
por ello debo decir algo para comentarla. Dios me ayudará para que diga cosas verdaderas, si
yo, por mi parte, no pretendo exponer mis propias ideas. Porque si os propusiera mis ideas,
también yo sería de aquellos pastores que, en lugar de apacentar las ovejas, se apacientan a sí
mismos. Si, en cambio, hablo no de mis pensamientos, sino exponiendo la palabra del Señor,
es el Señor quien os apacienta por mediación mía. Esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de
Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los
pastores?, es como si se dijera: «Los pastores no deben apacentarse a sí mismos, sino a las
ovejas». Ésta es la primera causa por la que el profeta reprende a tales pastores, porque se
apacientan a sí mismos y no a las ovejas. ¿Y quiénes son, pues, aquellos pastores que se
apacientan a sí mismos? Sin duda alguna son aquellos de los que el Apóstol afirma: Todos
buscan sus intereses personales, no los de Cristo Jesús.

El Señor, no según mis merecimientos, sino según su infinita misericordia, ha querido que yo
ocupara este lugar y me dedicara al ministerio pastoral; por ello debo tener presente dos
cosas, distinguiéndolas bien, a saber: que por una parte soy cristiano y por otra soy obispo. El
ser cristiano se me ha dado como don propio; el ser obispo, en cambio, lo he recibido para
vuestro bien. Consiguientemente, por mi condición de cristiano debo pensar en mi salvación,
en cambio, por mi condición de obispo debo ocuparme de la vuestra.

En la Iglesia hay muchos que, siendo cristianos pero sin ser prelados, llegan a Dios; ellos andan,
sin duda por un camino tanto más fácil y con un proceder tanto menos peligroso cuanto su
carga es más ligera. Yo, en cambio, además de ser cristiano, soy obispo; por ser cristiano
deberé dar cuenta a Dios de mi propia vida, por ser obispo deberé dar cuenta de mi ministerio.

(46, 1-2; Liturgia de las Horas)

El Sermón de la montaña

Publicado por Ediciones Palabra, Madrid 1976.

Somos hijos adoptivos de Dios, a quien debemos imitar:

Lo que sigue después: Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, debe
entenderse de acuerdo a aquella regla según la cual dice Juan: Les dio poder de ser hechos
hijos de Dios. Uno solo es Hijo por naturaleza, el cual no puede pecar; mas a nosotros nos ha
sido conferido el poder de llegar a ser hijos de Dios cumpliendo aquellas cosas que Él ha
ordenado. Esto es lo que el Apóstol llama adopción, por la cual somos llamados a la herencia
eterna para que podamos ser coherederos de Cristo. Nos convertimos, pues, en hijos mediante
la regeneración espiritual, y somos adoptados para el reino de Dios, no como extraños, sino
como hechuras y criaturas de Él. De suerte que uno es el beneficio de darnos el ser por su
omnipotencia, cuando nada éramos; y otro el de adoptarnos para que con Él, como hijos,
gozáramos de la vida eterna según nuestros méritos. Así, no dice: Haced esto, ya que sois
hijos; sino: Haced esto, para que seáis hijos.

Y al llamarnos a esto por medio de su mismo Unigénito, nos llama a que seamos semejantes a
Él, que, como añade luego, hace nacer su sol sobre buenos y malos, y llueve sobre justos y
pecadores. Por este sol suyo podemos entender no éste que es visible con ojos de carne, sino
aquella sabiduría de la cual se dice que es resplandor de la luz eterna, y en otro lugar: Nació
para mí el sol de justicia, y finalmente: Y a vosotros que teméis el nombre del Señor os nacerá
el sol de justicia. Y por la lluvia podemos entender el riego de la doctrina verdadera, ya que a
buenos y malos apareció y fue anunciado Cristo. También podemos ver en este sol al que
contemplan no sólo nuestros ojos sino aun los mismos animales; y en la lluvia a la que hace
nacer los frutos que nos han sido dados para sustento del cuerpo: opinión que estimo más
probable; de suerte que aquel sol espiritual no nace sino para los buenos y los santos; porque
eso es lo que lloran los malvados en el libro llamado Sabiduría de Salomón: Y el sol no nació
para nosotros. Y aquella lluvia espiritual no riega sino a los buenos, porque los malos están
representados por la viña, de la cual se dijo: Mandaré a mis nubes que no lluevan sobre ella.
Pero ya entiendas esto o aquello, todo sucede por la gran bondad de Dios, que a nosotros se
nos manda imitar si queremos ser hijos suyos. Cuán grande sea el consuelo que traen a esta
vida esa luz visible y esa lluvia material, ¿quién hay tan ingrato que no lo sienta? Consuelo que
en esta vida vemos disfrutar tanto los buenos como los malos. No dice solamente: el cual hace
salir el sol sobre buenos y malos, sino su sol, es decir, el que Él mismo hizo y constituyó, sin
tomar, para hacerlo, nada de otra parte, como se escribe, en el Génesis, de todos los
luminares. Él puede decir propiamente que son suyas todas las cosas que creó de la nada: por
donde aquí se nos manifiesta con cuánta liberalidad debemos proporcionar a nuestros
enemigos, por precepto suyo, las cosas que nosotros no hemos creado, sino que las hemos
recibido, como dones, de su mano.

(78-79; o.c. 109-111)

Sobre el evangelio de San Juan

La corrección de los hermanos:

Entonces se dieron cuenta los discípulos que estaba escrito: Me comió el celo de tu casa. Por el
celo de la casa de Dios echó el Señor a aquéllos del templo. Que todo cristiano, hermanos, que
es de los miembros de Cristo, se coma por el celo de la casa de Dios. ¿Quién se come por el
celo de la casa de Dios? Aquel que pone empeño en que se corrija todo lo censurable que en
ella observa, desea que desaparezca y no descansa, y, si no lo logra, lo soporta y gime. No se
arroja el grano fuera de la era; tiene que soportar a la paja hasta que, separado de ella, entre
en el granero. Tú, si eres grano, no quieras que te arrojen de la era antes de entrar en el
granero, para que no seas comido por las aves antes de ser llevado al granero. Las aves del
cielo, que son las potestades aéreas, están a la expectativa para llevar algo de la era, y no se
llevan sino lo que se arroja fuera de ella. Cómate, pues, el celo de la casa de Dios. Coma a cada
uno de los cristianos el celo de la casa de Dios, de la que son miembros. No es mejor tu casa
que aquella en la que tienes tú la sempiterna salud. Entras tú en tu casa por el descanso
temporal; en cambio, entras en la casa de Dios por el sempiterno descanso. Si, pues, tus afanes
son que no haya desorden alguno en tu casa, ¿tolerarás tú, en cuanto esté de tu parte, los
desórdenes que tal vez presencies en la casa de Dios, donde se te ofrece la salud y el descanso
sin fin? Por ejemplo, ¿ves tú a tu hermano ir al teatro? Detenlo, amonéstalo, siéntelo de
corazón, si es que te come el celo de la casa de Dios. ¿Ves a otro que va a embriagarse y a
hacer en los lugares sagrados lo que en parte alguna es lícito? Impídeselo a los que puedas,
contenlos, atérralos, atrae con caricias a cuantos te sea posible, y no te canses jamás de
hacerlo así. ¿Es tu amigo? Amonéstalo con dulcedumbre. ¿Es tu esposa? Refrénala
severísimamente. ¿Es tu criada? Cohíbela hasta con azotes. Haz lo que puedas, según la
conducta de tu persona, y cumple lo que está escrito: El celo de tu casa me comió. Mas, si eres
frío e indolente, no miras más que a ti mismo y con esto estás contento, y llegas hasta hablar
así en tu corazón: ¿Qué tengo yo que ver con los pecados ajenos? Tengo bastante con mi alma,
y ojalá que la conserve incólume para Dios. ¡Vamos!, te digo yo, ¿no se te viene a las mientes
el siervo aquel que escondía el talento y que no quiso negociar con él? ¿Se le condenó acaso
por haberlo perdido y no por haberlo guardado sin fructificar? Entendedlo, pues, hermanos
míos, de tal forma que no os deje descansar. Os voy a dar un consejo, mejor dicho, que os lo
dé el que está dentro, porque, aunque os lo dé por mí, Él es el que lo da. Sabéis lo que cada
uno de vosotros tiene que hacer en su casa con el amigo, con el inquilino, con su cliente, con el
mayor y con el menor. Pues bien, en la medida que os da Dios acceso, en la medida que os
abre la puerta con su palabra, en esa medida no os deis momento de reposo por ganarlos para
Cristo, ya que vosotros habéis sido ganados por Cristo.

(10, 9; BAC 139, 272-273)

Enarraciones sobre los Salmos

Sobre el salmo 2:

¿Por qué bramaron las gentes y los pueblos meditaron cosas vanas? Levantáronse los reyes de
la tierra y los príncipes se congregaron en contra del Señor y de su Cristo. Se dijo por qué en
lugar de en vano, pues no llevaron a cabo lo que pretendieron, es decir, el acabar con Cristo.
Se dice esto de los perseguidores del Señor, quienes también son mencionados en los Hechos
Apostólicos (...).

El Señor me dijo: Tú eres mi Hijo, yo te engendré hoy. Aun cuando pudiera entenderse que se
habló en la profecía de aquel día en que Jesucristo nació como hombre, sin embargo, como la
palabra hoy significa tiempo actual y en la eternidad no hay rastro de pretérito, como si dejara
algo de ser, ni futuro, como si algo no existiera todavía, sino únicamente presente, porque
todo lo que es eterno permanece siempre, por eso se toma en sentido divino: Yo te engendré
hoy. Por ello, la fe pura y católica anuncia la generación eterna de la Sabiduría y del Poder de
Dios, el cual es el Hijo unigénito.

Pídeme y te daré en herencia tuya las naciones. Esto se toma ya en sentido temporal,
acomodado a la toma del hombre, el cual se ofreció en sacrificio en lugar de todos los
sacrificios, e intercede por nosotros; de modo que a toda esta economía temporal que se
ejecutó en provecho del hombre se refiere lo que se dijo: Pídeme, a fin de que las naciones se
congreguen bajo el nombre cristiano, y así se rediman de la muerte y las posea Dios. Te daré
en herencia tuya las naciones, a fin de que las poseas para su salud y te produzcan frutos
espirituales. Y en posesión tuya los confines de la tierra. Aquí se repite lo mismo, pues se
escribió confines de la tierra por naciones; pero se consignó así para que con más claridad
entendamos que se refiere a todas las naciones. Se dijo en posesión tuya, repitiendo lo que
anteriormente se escribió: en herencia tuya.

Los gobernarás con vara de hierro, es decir, con justicia inflexible. Y como a vaso de alfarero
los pulverizarás, es decir, quebrantarás en ellos los deseos terrenos y las ocupaciones
inmundas del hombre viejo y todo lo que contrajeron y brotó del limo pecador. Y ahora, ¡oh
reyes!, entended. Y ahora, es decir, ya renovados, ya demolidos los vestidos de barro, es decir,
los recipientes carnales del error que pertenecen a la vida pasada; ahora entended ya, ¡oh
reyes!, es decir, ya poderosos para gobernar todo lo que se halla de servil y bestial en vosotros,
y ya valerosos para luchar, no como hiriendo al aire, sino castigando vuestros cuerpos y
reduciéndolos a servidumbre. Instruíos todos los que juzgáis la tierra. Se repite lo mismo, ya
que se dijo instruíos por entended, y los que gobernáis la tierra, por reyes. Los que juzgan la
tierra personifican a los espirituales, pues todo lo que juzgamos es inferior a nosotros, y cuanto
existe de inferior al hombre espiritual con razón se denomina tierra, porque se deterioró con la
caída terrena.

(2, 1.6-8; BAC 235, 7-11)

Carta de Agustín a los donatistas, junio del 412:

El anciano Silvano, Valentín, Aurelio, Inocencio, Maximino, Optato, Agustín, Donato y los
demás obispos de Zerta, a los donatistas.

A nuestros oídos ha llegado el rumor de que vuestros obispos dicen que el conocedor de la
causa fue corrompido con dinero para que dictase sentencia contra ellos, de que vosotros lo
creéis con facilidad y de que por eso muchos de vosotros no quieren someterse a la verdad. Así
nos ha parecido bien, pues nos urge la caridad del Señor, dirigiros desde nuestro concilio este
escrito para advertiros que vuestros delegados fueron vencidos y convencidos y que ahora
alardean de mentiras. En el mandato que con ocasión de la conferencia compusieron y
firmaron con sus nombres y rúbricas decían que éramos traidores y perseguidores suyos. Pero
se averiguó su falsedad y mentira manifiesta, y se les convenció también de ella. De igual
modo, tratando de gloriarse de la muchedumbre y de sus coepíscopos, insertaron nombres de
algunos ausentes y hasta de un muerto. Pero cuando les preguntamos dónde estaba, cegados
por una turbación repentina, contestaron que había muerto en el camino. Al preguntarles
cómo pudo subscribir el documento en Cartago, si había muerto en el camino, más ciegos aún,
incurrieron en otra mentira, diciendo que había muerto en el camino a su regreso de Cartago.
Pero de sus mentiras no pudieron librarse. Ya veis quiénes son esos a los que dais fe cuando
hablan de la antigua tradición o de la corrupción del juez de causa, pues ni ese mismo
mandato, en que nos echaban en cara crimen de traición, pudieron componerlo sin crimen de
falsedad. Por si no pudiereis llegar a conocer las voluminosas actas o tenéis por demasiado
pesado el leerlas, os recogemos lo que hemos creído más necesario en esta carta como en
compendio.

(Carta 141, 1; BAC 99 a, 3-4)

HISTORIA E INTERPRETACIÓN DE LA FIESTA

De acuerdo con la descripción de la MC, podemos decir que con el término "Visitación de

la santísima virgen María" se remite a "una celebración que conmemora un acontecimiento

salvífico, en el que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo"; y más concretamente

se indica la fiesta "en que la liturgia recuerda a la santísima Virgen que lleva en su seno al

Hijo, que se acerca a Isabel para ofrecerle la ayuda de su caridad y proclamar la

misericordia de Dios salvador" (n. 7).

I. Historia de la fiesta

Por extraño que pueda parecer, la visita que la virgen María hizo a santa Isabel (cf Lc

1,39-56), verdadero "acontecimiento de gracia" en el sentido más literal del término, sólo en

tiempos relativamente recientes ha tenido su fiesta litúrgica, y no de modo uniforme en toda

la iglesia de Cristo.

En efecto, es verdad que en el oriente bizantino se celebra el 2 de julio una fiesta

mariana, pero ha perdido su título: "Deposición del venerable vestido de nuestra santísima

señora y madre de Dios en Las Blaquernas". Se trata, pues, de la memoria de una reliquia
en un santuario mariano, y no de una fiesta relativa al episodio lucano. Pues bien esa

reliquia habría sido llevada a Constantinopla desde Jerusalén en 472 por los dos patricios

Galbios y Cundidos. El emperador León I y su esposa Verina hicieron construir una capilla

para acoger el relicario que contenía el precioso vestido; la ceremonia de dedicación de

este santuario en Las Blaquernas tuvo lugar en 473. Se recuerda, además, que durante la

incursión de los ávaros, el 5 de junio de 619, la reliquia fue colocada a toda prisa en el lugar

seguro de la parte interna de la ciudad, y el 2 de julio siguiente fue solemnemente devuelta

al santuario de Las Blaquernas; de ahí el nacimiento y la perduración de la celebración

festiva en tal fecha.

Por otra parte, es ciertamente un hecho histórico que el relato de la visitación entró por

primera vez en la liturgia romana cuando se desarrolló la celebración del acontecimiento (a

finales del s. VI) y que la perícopa de Lucas se asignó al viernes de las Témporas, o sea, de

la tercera domínica de adviento; sin embargo, no se trata de una fiesta independiente, sino

de un mero recuerdo litúrgico en orden sobre todo a la preparación de la Navidad del Señor.

Por lo demás, hoy parece que carece de todo fundamento la noticia según la cual, bajo el

mandato de san Buenaventura, el capítulo general de los hermanos menores celebrado en

Pisa en 1263 habría hecho introducir en toda la orden franciscana el 2 de julio también la

fiesta de la Visitación además de las fiestas de la Inmaculada Concepción de María, de

santa Ana y de santa Marta.

1. ORIGEN DE LA FIESTA.

Así pues, hay que llegar al poderoso arzobispo de Praga Juan Jenstein (1348-1400), en

tiempos del gran cisma de occidente, dividido entre el papa Urbano Vl (Roma) y el antipapa

Clemente Vll (Aviñón), para encontrar noticias seguras sobre la aparición de la fiesta

mariana de la Visitación. El, en efecto, convertido a la vez en arzobispo de Praga y canciller

del emperador en 1378, después de haber preparado personalmente los textos de la misa y

del oficio para la nueva fiesta y de haber ordenado a sus peritos buscar los fundamentos

bíblicos y canónicos de su plausible institución, en el sínodo diocesano del 16 de junio de

1386 promulgó para su diócesis la introducción de la fiesta de la Visitación de la Virgen, que

debía celebrarse cada año el 28 de abril. Pues bien, este intrépido obispo no sólo defendió

doctrinalmente en los años siguientes el valor teológico de la celebración sobre todo por el
hecho de tener sus raíces en el evangelio de Lucas, sino que también trabajó grandemente

por su difusión fuera de la diócesis de Praga. Para ello escribió a obispos y a superiores

generales, enviándoles también copia de los oficios divinos por él compuestos, y dirigió

varias peticiones al mismo papa Urbano Vl pidiéndole que instituyese esa festividad en toda

la iglesia con el fin expreso de poner término al cisma que la desgarraba.

En efecto, el arzobispo de Praga al verse impotente ante tantas intrigas de la corte

imperial en la cuestión de los dos papas, comprendió —como hombre piadoso y culto que

era— que el cisma no se extinguiría con esfuerzos únicamente humanos. Por eso, después

de haber invitado ya al papa en 1385 a demostrar su gratitud a la Virgen por la liberación

del asedio de Nocera, en el verano de 1386 (o sea, después de haber instituido la nueva

fiesta de la Visitación de María en su diócesis), hace explícita su petición al papa y le invita

a seguir su ejemplo en toda la iglesia. El papa acogió favorablemente la idea, pero se limitó

sólo a prometer la institución de esa fiesta, dado que entonces se encontraba con su curia

casi en el exilio en Génova.

Urbano Vl volvió a Roma sólo en los primeros días de septiembre de 1388. Entonces,

finalmente, pudo dedicarse con seriedad al trabajo de la comisión de teólogos a la cual

había confiado el examen de la posibilidad de instituir la nueva fiesta mariana. Además, él

mismo discutió varias veces el tema con los cardenales. Se llegó así al consistorio público

del 8 de abril de 1389: en presencia de los cardenales y de numerosos prelados, el maestro

del palacio apostólico dirigió una petición formal al papa para que promulgase la fiesta de la

Visitación a fin de obtener, entre otras cosas, la unión de la iglesia. El papa promulgó

solemnemente tal fiesta, subrayando también él que el móvil era la esperanza de que

cesara el cisma de occidente. Además, a fin de honrar convenientemente la nueva

festividad, instituyó un jubileo para el año siguiente de 1390 y, por la misma razón, añadió a

las tres basílicas jubilares también la de Santa María la Mayor.

Así la curia romana comenzó a preparar todo lo necesario tanto para la legislación sobre

la nueva fiesta como para la celebración del año jubilar; en el mes de mayo o junio de 1389,

en un segundo consistorio público, el papa Urbano Vl determinó que la fiesta de la

Visitación se fijase en el calendario litúrgico el 2 de julio; que entre los muchos oficios

litúrgicos preparados para su celebración se volviese al rimado de Jenstein, y que la nueva

fiesta tuviese vigilia y octava como la del "Corpus Domini", a la cual se equiparaba en
cuanto a las indulgencias. No obstante, a pesar de haber celebrado solemnemente la

festividad aquel año en Santa María la Mayor "ut magis autenticaretur", el papa no

consiguió publicar la bula oficial de promulgación de la fiesta de la Visitación, ya sea porque

estaba demasiado ocupado en la preparación del año santo, ya porque algunos teólogos

curiales eran contrarios al oficio litúrgico del arzobispo de Praga y estaban preparando otro.

Fue sorprendido por la muerte el 15 de octubre de 1389.

En marzo de 1390, entre los numerosos peregrinos llegados a Roma para el jubileo se

encontraba también el obispo Juan Jenstein, el cual pasó en la ciudad eterna algunas

semanas para solicitar del nuevo papa Bonifacio IX la publicación de la bula de introducción

de la fiesta de la Visitación de María. Después de haber encargado a cuatro cardenales que

examinaran la cuestión, finalmente el año 1390 Bonifacio IX promulgó la bula Superni

benignitas Conditoris, con la cual extendía a toda la iglesia occidental la nueva festividad

mariana; el documento lleva la fecha oficial del día de la coronación del mismo Bonifacio IX,

es decir, el 9 de noviembre de 1389. Adquiría así vigor de ley todo lo que ya Urbano Vl

había establecido, a saber: que la fiesta de la Visitación se celebrara el 2 de julio con rito

doble y que tuviese vigilia y octava. En cambio, en el texto de la bula papal no se hacía

mención de qué oficio litúrgico se había de usar. Esa incertidumbre dará pie para que

pululen diversos textos de la celebración, si bien los más difundidos entre todos fueron las

horas canónicas compuestas rítmicamente, según el gusto de la época, por el cardenal de

curia Adán Easton.

2. DIFUSIÓN DE LA FIESTA.

Publicada la bula papal, no hemos de pensar que todos en seguida introdujeron en su

calendario la celebración mariana de la Visitación. Sólo lenta y progresivamente se fue

imponiendo. En particular, como era natural, fue acogida sólo por aquellos fieles que se

sentían en comunión con el pontífice de Roma, mientras que los defensores de Clemente

Vll la ignoraron o incluso la rechazaron. Por eso, después del cisma, el concilio de Basilea,

en la sesión del I de julio de 1441, hubo de confirmar la bula de Bonifacio IX ordenando que

Tomás de Corcellis compusiese un oficio nuevo, que alcanzó una cierta difusión. Sólo

entonces puede decirse que la celebración del 2 de julio se convirtió jurídicamente en una

realidad para toda la iglesia occidental.


En el concilio ecuménico de Florencia (1438-1445), bajo la presidencia de Eugenio IV,

aceptaron la fiesta los patriarcas sirio, maronita y copto, que todavía la celebran en la fecha

romana. Nicolás V, con la bula Romanorum gesta Pontificum (26 de marzo de 1451), publicó

de nuevo por entero la bula de Bonifacio IX con la intención de inducir a todas las iglesias

particulares a aceptar unánimemente la fiesta. Sixto IV, en 1475, hizo introducir en los libros

litúrgicos franciscanos un nuevo oficio propio, dedicando su iglesia de Santa María de la

Paz al misterio de la Visitación.

Pío V, en la reforma general postridentina de los libros litúrgicos romanos, abolió los

diversos oficios y misas en uso para dicha fiesta, y adoptó los oficios de la Natividad de

María con unas pocas modificaciones necesarias para su adaptación. Clemente VIII, en su

revisión de los libros litúrgicos de 1602, después de elevar la fiesta de la Visitación al nuevo

rito por él introducido de doble mayor, hizo componer de nuevo el oficio por el mínimo p.

Ruiz, añadiendo las antífonas y responsorios propios y excluyendo e introduciendo lecturas;

la misa quedó como la de la Natividad de María, con la única diferencia —además del

evangelio de Lucas— de la epístola (Cant 2,814), elegido sin lugar a dudas por el versículo

inicial: "Ecce iste veniet saliens in montibus, transiliens colles...", que corresponde al

"Exurgens Maria abiit in montana cum festinatione..." del relato de Lucas. Tales formularios

para el oficio y la misa de la Visitación persistieron hasta la reforma del Vat II. En cambio por

lo que se refiere al grado de celebración, hay que recordar también que Pío IX, después del

período de la república romana, que cesó justamente el 2 de julio de 1849, elevó la fiesta al

rito doble de II clase (31 de mayo de 1850), rango que conservó hasta 1969.

3. FECHA DE LA FIESTA.

Mas ¿por qué la iglesia latina fijó la fiesta de la Visitación de la Virgen el 2 de julio? ¿No

habría sido mejor colocarla más cerca de la fiesta de la Anunciación, de la cual fue una

consecuencia inmediata el acontecimiento celebrado?

Campana explica así la elección de la fecha: "La iglesia quiere en este día honrar no

solamente el viaje de María a casa de Isabel, sino también su permanencia con ella.

Permanencia de casi tres meses, dice el evangelio. Seria irracional suponer que no

permaneció al lado de su anciana parienta cuando nació el precursor y que no permaneció

hasta que fue circuncidado y se le impuso el nombre. Esto ocurrió, suponiendo que el
Bautista naciera el 24 de junio, justamente el 2 de julio. María no partiría aquel día; pero

indudablemente comenzó entonces a hacer los preparativos para un pronto retorno a

Nazaret. Aquél, pues, era el día que señalaba el período de la partida. Y no pudiéndose

conocer otro más exacto, se eligió éste. La iglesia quiso así festejar no el principio, sino el

término de la estancia de María en casa de Zacarías. [...] De esta manera se evitaba

también acumular las fiestas en un tiempo en el que con frecuencia cae la semana santa o

también pascua, que no dejan puesto para tributar honras litúrgicas a los santos" (p. 240).

Así pues, la fecha elegido para la fiesta de la Visitación se explicaría por la proximidad a la

fiesta del nacimiento de san Juan Bautista, cuya octava marcaría. Sin embargo, es preciso

decir que ningún documento apoya esta suposición.

Por lo demás, parece igualmente carente de fundamento la opinión de la cual se quiere

hacer depender la elección de la fecha oriental, como p. ej., Low: "En la misma fecha

romana del 2 de julio celebra la iglesia griega una fiesta mariana. [...] En tiempo de las

cruzadas los occidentales encontraron en oriente esta fiesta mariana y trajeron la noticia a

occidente" (col. 1500). Tampoco esta suposición encuentra documentación alguna que la

apoye.

En realidad, el obispo Juan Jenstein, en su carta a Urbano Vl, en la cual suplicaba al

papa que extendiera la fiesta de la Visitación a toda la iglesia, indicaba como fecha de la

celebración la escogida por él, a saber: el 28 de abril. Incluso motivaba su conveniencia así:

la fiesta se refiere a lo ocurrido después de la anunciación; pues bien, no teniendo la fiesta

de la Anunciación una octava propia, conviene que la fiesta de la Visitación haga las veces

de ella pero no en seguida, para no caer en el tiempo cuaresmal, sino durante el tiempo

pascual, cuando se puede celebrar de modo festivo. Es sabido que en las discusiones

mantenidas en Roma, los pareceres eran muy divergentes, y parece que prevaleció la

opinión según la cual, si se tiene en cuenta que el evangelio dice expresamente que María

permaneció en casa de Isabel tres meses, también la fiesta de la Visitación puede colocarse

en el espacio de tres meses a partir de la fiesta de la Anunciación. Por qué luego se salió

de ese espacio de tres meses (25 de marzo-25 de junio) y se eligió una fecha (2 de julio) sin

referencia alguna a la fiesta de la Anunciación, es imposible saberlo en el estado actual de

los estudios. Dice acertadamente Polc en su investigación básica sobre esta fiesta: "Cur

haec dies pro festo celebrando eligatur, non constat: silent acta, silent et alia documenta!"
(p. 123).

La reforma actual del Calendariam Romanum (decretada por Pablo Vl el 14 de febrero de

1969), además de atribuir a la celebración de la Visitación el grado litúrgico de "festum", ha

creído oportuno abandonar la fecha tradicional del 2 de julio, trasladando la fiesta al 31 de

mayo; de este modo la festividad de la Visitación de María viene a situarse entre las

solemnidades de la Anunciación del Señor (25 de marzo) y de la Natividad de san Juan

Bautista (24 de junio), y —dicen los redactores del nuevo calendario— así "se adapta mejor

a la narración evangélica". Nosotros —con palabras de la MC— podríamos añadir que este

cambio "ha permitido incluir de manera mas orgánica y con más estrecha cohesión la

memoria de la Madre dentro del ciclo de los misterios del Hijo" (n. 2) sin oscurecer los que

se denominan los "tiempos fuertes" del año litúrgico; e, incluso, haciéndola caer en el

tiempo pascual, en el que florece con un gozo muy especial el canto de aquellos por los

cuales el Señor ha hecho maravillas.

II. Interpretación litúrgico-pastoral de la fiesta

Evidentemente, el tema de la celebración de la fiesta de la Visitación de María lo da el

relato del evangelista Lucas (1,39-56); en torno a este núcleo evangélico se desarrollan las

restantes partes de la liturgia del día.

Se podría valorar ese relato como un idilio familiar o a modo de una instantánea de la

vida cotidiana de María; pero con ello no se captaría su valor profundo, puesto que la

Escritura inserta este episodio en un amplio marco histórico-salvífico bien reconocido por la

exégesis moderna: en el encuentro entre María e Isabel -en el cual se engasta el pasaje

profundamente simbólico entre Jesús y Juan- se da la tensión y el paso entre los dos

tiempos salvíficos, concretados en el encuentro vivo de dos representantes de cada una de

las épocas respectivas ("La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde entonces se

evangeliza el reino de Dios...": Lc 16,16). Pues bien, comprender este importante

"acontecimiento salvífico", en el que la Virgen ejerce un papel excepcional junto al Hijo, es

realmente entrar de lleno en el corazón de la fiesta. En esto nos sirven de guía válida los

textos litúrgicos del nuevo misal romano.

1. FONDO BÍBLICO.
Una primera ayuda para seguir el ritmo del misterio celebrado nos la ofrece la doble

primera lectura prevista en el propio del día. En efecto, es sabido que el relato lucano de la

visita de María a Isabel explota con suma finura la tipología del arca de la alianza. Pues

bien, al dar la posibilidad de elegir para la primera lectura entre /So/03/14-18a y Rom

12,9-16b, el nuevo Ordo Lectionum da a entender que no pretende ligar la escucha y la

reflexión de la comunidad cristiana sobre el papel de María —arca de la alianza—

contemplada sólo en sí misma. De lo contrario, habría indicado como primera lectura la

eulogia de Judit: "Bendita tú... entre todas las mujeres... y bendito el Señor Dios"

(13,18-19), que Lucas pone en labios de Isabel. Más bien parece clara la intención de

evidenciar y celebrar los maravillosos efectos salvíficos que se realizan no sólo en María,

sino también alrededor de ella, y que nos atañen no poco también a nosotros. Por tanto, si

se escoge como primera lectura el pasaje de Sofonías, del evangelio se acentúa el tema de

la exultación y del gozo por la presencia del Señor, que ha visitado a su pueblo en

cumplimiento de su promesa de salvación; si, en cambio, se escoge como primera lectura la

perícopa de Romanos, en el evangelio se pone de relieve el tema de la solicitud plena de

caridad de María para con su parienta Isabel, necesitada de ayuda. Así pues, del episodio

lucano la liturgia de la palabra evidencia (a través de la doble primera lectura) dos

elementos fundamentales: a) por una parte, el gozoso fervor suscitado por el Espíritu en el

que obedece a Dios con perfecta adhesión de fe; b) por otra, el generoso impulso de amor

al servicio solícito del prójimo, provocado por la inhabitación de la presencia divina.

2. FONDO EUCOLÓGICO. Pero también la eucología de la misa del día, del todo nueva,

subraya —y quizá pastoralmente de modo más inmediato— algunas dimensiones del gesto

singular realizado por María con Isabel. Más aún, se puede decir que las tres oraciones del

nuevo formulario tienen el mérito de intentar una relectura en forma existencial del

acontecimiento celebrado.

La colecta, ante todo, pone de relieve que cuanto hizo María es obediencia a la moción

del Espíritu divino: "Dios todopoderoso, tú que inspiraste a la virgen María, cuando llevaba

en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que,

dóciles al soplo del Espíritu..." EI bien es fruto de la obediencia a la voluntad del Padre, que

se ha manifestado en los preceptos del Hijo y que nos es recordada por el Espíritu,
inspirador de toda obra buena. Pues bien, la perícopa lucana subraya que María está

siempre disponible a la voz del Espíritu; no se contentó con pronunciar el fiat más decisivo

de la historia de una vez por todas, sino que ahora la vemos prolongarlo en un continuo sí a

la acción interior de aquel Espíritu que la cubrió con su sombra. En esto nos sirve de

modelo; también nosotros —es la petición de la colecta— debemos ser siempre "dóciles al

soplo del Espíritu", el artífice de la realización del plan salvífico de Dios en la historia de los

hombres.

La oración sobre las ofrendas, por su parte, focaliza la acción de la Virgen como un gran

acto de amor hacia el prójimo: "Señor, complácete... como te has complacido en el gesto de

amor de la virgen María al visitar a su prima Isabel". Ella no teme ir a servir, literalmente, y

por eso se molesta "poniéndose en viaje", "hacia la montaña", "apresuradamente"; en una

palabra, con una caridad exquisita. Su ejemplo nos debe impulsar a darnos generosamente

a los hermanos, pues no hay dignidad más alta, después de haber venido el maestro "no

para ser servido, sino para servir dando su vida" (Mt 20,28).

La oración después de la comunión, finalmente, pone de relieve la alabanza y acción de

gracias de la Virgen santa: "Que tu iglesia te glorifique, Señor, por todas las maravillas que

has hecho con tus hijos; y así como Juan Bautista exultó de alegría al presentir a Cristo en

el seno de la Virgen, haz que tu iglesia lo perciba siempre vivo en este sacramento..." La

referencia al Magnificat es evidente. Por lo demás, también la colecta se cierra pidiendo

que aprendamos a "cantar con María tus maravillas..." La Virgen sabe elevar su alabanza y

su acción de gracias a Dios haciendo un centón de múltiples pasajes del AT, es decir,

inspirándose en la Escritura, que debía conocer bien. De ella debemos aprender a superar

la oración de meras peticiones, dando rienda suelta a nuestro gozo y a nuestro

reconocimiento al Señor por los beneficios de la salvación, de los cuales la Escritura es el

testimonio más fiel.

En este aspecto, se podría subrayar también la actualización del acontecimiento bíblico

de ayer en la celebración mistérica de hoy, echando un puente entre la palabra y la

eucaristía, según la sugerencia de la oración después de la comunión (aunque, ¿no era

mejor esta alusión en la oración sobre las ofrendas?): "Así como Juan Bautista exultó de

alegría al presentir a Cristo en el seno de la Virgen, haz que tu iglesia lo perciba siempre

vivo en este sacramento". Pero las líneas de reflexión indicadas son suficientes para
prepararse a una celebración de la fiesta en sintonía con los textos de la liturgia.

(·SARTOR-D. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 2040-2046)

...............................

Lunes 31 de mayo de 1999

VISITACION DE LA VIRGEN MARIA

Sof 3, 14-17: Que tus manos no desfallezcan

Interleccional: Is 12, 2-6

Lc 1, 39-56: Mi alma engrandece al Señor

El acontecimiento debió pasar totalmente desapercibido para los medios de comunicación

de la época. Nada anormal el que una muchacha visitase a su prima embarazada y la

acompañase en aquellos difíciles momentos. Pero María sabía que bajo aquella capa de

normalidad algo realmente extraordinario estaba sucediendo. O, si se quiere, estaba

empezando a suceder. Algo de Dios había en aquel hecho de encontrarse las dos primas

embarazadas.

María y su prima Isabel, ojos de mujer, supieron ver lo que tantos otros no llegaron ni a

barruntar. Dios estaba viniendo. Dios estaba preparando su tienda para hacerse uno de

nosotros. Eso significaba una verdadera revolución. No como las que hacemos los hombres

en la historia de nuestras naciones, en las que unos tiranos suceden a otros.

Esta es una revolución de las de verdad. De las que ponen todo patas arriba. De las que

rompen los esquemas establecidos. De las que nos obligan a tomar partido. De las que dan

lugar a un futuro nuevo y diferente. Es el tiempo de los pobres, de los que no tienen nada,

de los débiles, de los hambrientos. Para ellos el poder y la misericordia de Dios son

esperanza cierta de vida plena. Todo eso lo entendieron perfectamente María e Isabel al

encontrarse y mirarse a los ojos. Por eso se pusieron a cantar juntas. Y anunciaron lo que

sigue siendo fuente de ánimo y coraje para innumerables cristianos en su vida diaria.
Hoy, con María e Isabel renovamos nuestra esperanza y entonamos el Magnificat: Dios

está de parte de los pobres y está viniendo para hacer justicia.

SERVICIO BIBLICO _LATINOAMERICANO

¿Quién fue realmente María?

Enviado por iglesia_vetero

Mateo

Lucas

Juan

Amados hermanos en el Señor Jesucristo, El Dios de la vida les bendice. Ante todo pido
disculpas si hiero susceptibilidades con estas notas, no pretendo con este atacar religión
alguna, ni tampoco derogar conceptos, dogmas, creencias y/o doctrinas establecidas a lo largo
de los tiempos. Quiero sí, mediante este documento, aportar un poco a lo escrito sobre Maria,
la Maria de la Biblia, sin entusiasmos, sin religiosidad, sin fanatismos, con mucho respeto y con
un infinito amor a la mujer que fue escogida en los tiempos como la mujer por excelencia,
como la bienaventurada de todas las generaciones.

La Biblia como escrito inspirado por el espíritu de Dios, nos relata históricamente a través de
sus autores lo siguiente.

MATEO 1

18 ………………………………. María, estaba desposada con José y antes de empezar a estar juntos,
ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. 19 Su marido José, como era justo y no
quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. 20 Así lo tenía planeado, cuando el
Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo
a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo.

25 Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.

Hasta aquí lo escrito por el evangelista Mateo, quien fue discípulo de Jesús y conoció a Maria.
De esta forma podemos analizar una pareja normal que estaba desposada y se debían mutuo
respeto hasta el momento de realizar su casamiento.

Maria era una joven virgen, no había conocido hombre alguno, como muchas jóvenes virgen
de esos tiempos, sin embargo ella halló gracia ante los ojos del padre y el padre envió su ángel
para que le manifestara su plan para con ella.

LUCAS 1

28 ……………… «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Le dijo el ángel del señor, ella se turbó por el saludo, siendo tan niña, tan inocente se vería
envuelta en una circunstancia poco común en esos tiempos.

LUCAS 1

30 El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;

31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. 32 El
será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»

Maria estaba turbada ante este acontecimiento, sola y sin poder pedir ayuda a nadie, tenia
que enfrentar la decisión más importante de su vida, pues no entendía como podía suceder
algo de esa magnitud.

Como toda mujer de esos tiempos, había sido criada y educada en los caminos del señor, por
ser mujer, no se le permitía participar en algunas cosas que eren consideradas solo para los
hombres, sin embargo la infidelidad era castigada duramente, apedreando a la infiel hasta la
muerte. Creemos que María al ser escogida por el padre para iniciar el plan salvífico de la
humanidad, el mismo padre debió llenarla del espíritu para transmitirle sabiduría, paz,
cordura, madurez y aceptación a los designios de Dios. Sin importarle las consecuencias del
mundo para con ella.

LUCAS 1
35 El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.

Era una mujer muy valerosa, sabia a que se enfrentaba con esa decisión

LUCAS 1

38 Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel
dejándola se fue.

Así son las cosas de Dios, sencillas, sanas, humildes, amorosas, y así debemos aceptarlas, Maria
es un ejemplo de obediencia y aceptación a la voluntad del padre. Dijo sí, sin preguntas, sin
malicia, sin temor, confió en la sabiduría y el poder del padre eterno.

Isabel la madre de Juan el Bautista hijo de Zacarías, pronunció las palabras mas hermosas que
se han pronunciado sobre mujer alguna, reconoció ante María la portadora de la gracia, de la
salvación del mundo y del perdón de los pecados.

El mismo Juan estando en el vientre de Isabel, y que años más tarde se equivocaría en su
misión, sintió la magia, la energía y el poder del espíritu santo en el seno de Maria.

LUCAS 1

42 y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu
seno; 43 y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? 44 Porque, apenas llegó a
mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

45 ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»

Ya Maria no se turbaba, ella sabia lo que llevaba en su vientre y cual realmente era su misión,
había madurado y el espíritu estaba con ella.

Creemos que esto pudo haber sido el primer Pentecostés en el nuevo testamento. Miremos la
respuesta de una niña ante las alabanzas extraordinarias de una mujer madura como Isabel.
LUCAS 1

46 Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor 47 y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador 48


porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las
generaciones me llamarán bienaventurada, 49 porque ha hecho en mi favor maravillas el
Poderoso, Santo es su nombre

Hasta aquí lo escrito y reconocido por el hombre en cuanto a los escritos inspirados, sin
embargo de Maria no sabemos mas sobre su vida antes de la escogencia para ser madre de
Jesús, la historia y algunos libros apócrifos no cuentan que Maria era hija de Joaquín, de la casa
de David, y de Ana.

Esta es Maria, antes de traer al mundo al salvador, estaba llena de la gracia del espíritu santo,
pensamos que se sentiría una mujer extraordinaria al llevar en su vientre tan preciado tesoro,
sin embargo la vanagloria no hizo mella en ella porque el espíritu de Dios la protegía, claro
nada mas y nada menos que llevaba en su vientre al hijo de Dios, al Mesías, al salvador, al
príncipe de la paz, al redentor del mundo.

Maria cumplió su misión cabalmente, cuando nace el redentor, ya estaba la salvación del
mundo en la tierra, ya Dios se había bajado a ser un ser humano, ya el único que podía
desafiarlo, también estaba en el mundo, aquel que tiene mas poder que el ser humano, pero el
Cristo del padre siendo humano, nunca dejo de ser Dios.

Ya Maria había cumplido, era muy poco lo que podía aportar para el fortalecimiento del verbo
hecho carne, estaba en manos y bajo la dirección del espíritu santo de Dios.

Años más tarde, recordemos que el nacimiento del salvador sucedió hacia los años 4 o 5 antes
de Cristo, por consiguiente hacia los años 28 o 29 después de Cristo, el hijo del hombre hacia
su aparición a la vida pública y Maria se convirtió en una fiel seguidora del ser que le habían
encargado traer a este mundo, de Jesús de Nazareth.

LUCAS 8

19 Se presentaron donde él su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta él a causa
de la gente.
20 Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.»

21 Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios
y la cumplen.»

Ya el Cristo del Dios viviente estaba cumpliendo su misión, ya se encontraba apartado de todo
lazo de carne, ya empezaba a demostrar que el amor que el sentía por la humanidad era tan
grande que no se podía quedar en sentimientos terrenales, ya el hijo del hombre estaba en la
esfera del Dios de la vida y protegida por el espíritu santo de Dios, Maria entendía esto y por
esa razón los evangelistas cuentan que Maria guardaba todo en su corazón como tratando de
entender a ese ser maravilloso que le atravesaría el corazón con el dolor de verlo morir
(Aunque realmente fue un triunfo de la humildad, la entrega, la obediencia y el amor).

Maria comprendía que ya su hijo estaba en el espíritu de Dios y era guiado y protegido por el.
Maria siempre le seguía, callada, aceptando que la misión no era solamente traer un hijo al
mundo, sino acompañarlo hasta el final sin interceder en nada en los designios de Dios padre
todopoderoso porque el y solo el era el camino.

JUAN 2

1 Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 2
Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos.

3 Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre:
No tienen vino. 4 Jesús le responde: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi
hora. 5 Dice su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga.

Maria siempre entendió su papel, nunca quiso ser guía de su hijo una vez estuvo preparado,
Maria siempre estuvo atenta a colaborar con la misión de Jesús y a cumplir la misión
encomendada a ella, finalmente sabemos que si cumplió y estuvo con el Cristo hasta la
muerte, aun cuando ella sospechaba lo que le sucedería.

JUAN 19

25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de


Clopás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien
amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. 27 Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu
madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
HECHOS 1

14 Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas


mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.

Les presento a Maria, a esta Maria que es a la que yo amo, a la mujer de la Biblia, a la mujer
que cumplió una misión importante encomendada por el mismo Dios sin preguntas, sin
contraprestaciones, sencillamente a la mujer que creyó

El señor Jesús dijo.

JUAN 14

6 ………. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. 7 Si me conocéis
a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.» 8 Le dice
Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» 9 Le dice Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que
estoy con vosotros y no me conoces Felipe?

El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? 10 ¿No
crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por
mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. 11 Creedme: yo estoy en
el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. 12 En verdad, en verdad os
digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo
voy al Padre. 13 Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. 14 Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. 15 Si me amáis, guardaréis
mis mandamientos;

Hermano amado, cree en la verdad, cree en el enviado, acepta sus enseñanzas, no te dejes
guiar por un falso amor que tiene fondo tenebroso, cree en el único camino para llegar al
padre, a el y solo a el dale la gloria y el amor de la infinita misericordia te será entregado.

Amen.

Bibliografía.-
Biblia Jerusalén

La Misión

Es Evangelizar

Rvdo Jimy Bula Gianmaria

Representante legal

Iglesia Misioneros Véteros de Nuestra Señora de la Alegría

Profesión: Ingeniero Civil, Teólogo y Sacerdote vetero

Padre Celestial, Tú has querido que en María se reflejase tu amor.

¡Gracias por habernos dado una madre tan perfecta!

Ella es para nosotros una nueva revelación

de todos los tesoros de bondad que se encuentran

escondidos en tu corazón paterno,

nos muestras hasta qué punto Tú eres bueno y dulce en tu amor.

Con su ternura y su solicitud, ella nos hace conocer

el afecto delicado y vigilante que te une a Tí con nosotros,

puesto que toda la fuerza de tu amor materno desciende

a ella de tu corazón de Padre.


En María no hay nada que no le haya sido dado

expresamente por Tí: ella trae a nosotros tú imagen,

nos hace descubrir tu rostro de amor.

Sin el consuelo de su presencia y la continuidad de

sus atenciones, nos faltaría una de las pruebas más

evidentes de que Tú estás continuamente cercano a

nosotros, para sostenernos, consolarnos, y protegernos.

Su mirada bondadosa y su inmensa piedad para

con los pecadores, como somos nosotros, nos invitan

a creer que tu misericordia es inconmensurable y

que no se deja vencer por la ingratitud y por la maldad.

María nos muestra cómo Tú nos amas y nos impulsa

a confiarnos completamente a tu amor.

¡Te damos gracias porque te agrada manifestarte

y darte a nosotros a través de ella! Amén.

Himno I

Hoy nace una clara estrella,

tan divina y celestial,

que, con ser estrella, es tal,

que el mismo sol nace de ella.

De Ana y de Joaquín, oriente

de aquella estrella divina,

sale luz clara y digna

de ser pura eternamente;


el alba más clara y bella

no le puede ser igual,

que, con ser estrella, es tal,

que el mismo Sol nace de ella.

No le iguala lumbre alguna

de cuantas bordan el cielo,

porque es el humilde suelo

de sus pies la blanca luna:

nace en el suelo tan bella

y con luz tan celestial,

que, con ser estrella, es tal,

que el mismo Sol nace de ella.

Gloria al Padre, y gloria al Hijo,

gloria al Espíritu Santo,

por los siglos de los siglos. Amén.

Himno II

Canten hoy, pues nacéis vos,

los ángeles, gran Señora,

y ensáyense, desde ahora,

para cuando nazca Dios.

Canten hoy pues a ver vienen

nacida su Reina bella,

que el fruto que esperan de ella

es por quien la gracia tienen.


Dignan, Señora de vos,

que habéis de ser su Señora,

y ensáyense, desde ahora,

para cuando nazca Dios.

Pues de aquí a catorce años,

que en buena hora cumpláis,

verán el bien que nos dais,

remedio de tantos daños.

Canten y digan, por vos,

que desde hoy tienen Señora,

y ensáyense desde ahora,

para cuando venga Dios.

Y nosotros que esperamos

que llegue pronto Belén,

preparemos también

el corazón y las manos.

Vete sembrando, Señora,

de paz nuestro corazón,

y ensayemos, desde ahora,

para cuando nazca Dios. Amén.

El dulce nombre de María

25

Noticias por email


Celebración: 12 de setiembre

El evangelista San Lucas revela el nombre de la doncella que va a ser la Madre de Dios: "Y su
nombre era María". El nombre de María, traducido del hebreo "Miriam", significa Doncella,
Señora, Princesa.

Estrella del Mar, feliz Puerta del cielo, como canta el himno Ave maris stella. El nombre de
María está relacionado con el mar pues las tres letras de mar guardan semejanza fonética con
María. También tiene relación con "mirra", que proviene de un idioma semita. La mirra es una
hierba de África que produce incienso y perfume (Jesús Marí Ballester).

En el libro "Mes de María" del Padre Eliecer Salesman, se explica que

María en el idioma popular significa: "La Iluminadora". (S. Jeronimo M 1.23.780). En el idioma
arameo significa: "Señora" o "Princesa" (Bover). El significado científico de María en el idioma
hebreo es: "Hermosa" (Banderhewer).

En el idioma egipcio que fue donde primero se utilizó este nombre significa: "La preferida de
Yahvé Dios". (Exodo 15, 20). Mar o Myr, en Egipcio significaba la más preferida de las hijas. Y
"Ya" o "Yam", significaba: El Dios verdadero -Yahvé-. Así que MAR-YA o MYR-YAM en egipcio
significaría: "La Hija preferida de Dios" (Zorell).

Celebración

Su belleza, amada de Dios, estrella del mar, señora y también el de iluminada. Todo depende
de las múltiples interpretaciones que se hagan de las palabras que forman el nombre, tanto en
griego como en hebreo.

Incluso hay quien cree que puede significar "mar amargo", por la situación de amargura en que
vivía el pueblo de Israel. Recuerda que muchos israelitas ponían a sus hijos los nombres que
más expresaran las situaciones sociales y económicas en que vivían.

También es importante destacar que en 1683, el Papa Inocencio XI declaró oficial una fiesta
que se realizaba en el centro de España durante muchos años y que es la del "Dulce nombre de
María".
Se cuenta que la primera diócesis que celebró oficialmente la fiesta fue la de Cuenca. Pero, la
onomástica del "Dulce nombre de María" tiene fecha propia, y es la del 12 de septiembre. Es
bueno que sepas que hay muchas "Marías" que celebran su fiesta durante este día y no el 15
de agosto.

Especial de la Fiesta de la Natividad de la Virgen María

Fiesta de la Natividad
de la Virgen María

¿Qué celebramos cada 8 de septiembre?


La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima
Virgen María, es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fue
fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año
litúrgico bizantino, el cual se cierra con la Dormición, en
agosto. En Occidente fue introducida hacia el siglo VII y era
celebrada con una procesión-letanía, que terminaba en la
Basílica de Santa María la Mayor.

El Evangelio no nos da datos del nacimiento de María, pero


hay varias tradiciones. Algunas, considerando a María
descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra
corriente griega y armenia, señala Nazareth como cuna de
María.

Sin embargo, ya en el siglo V existía en Jerusalén el santuario


mariano situado junto a los restos de la piscina Probática, o
sea, de las ovejas. Debajo de la hermosa iglesia románica,
levantada por los cruzados, que aún existe -la Basílica de
Santa Ana- se hallan los restos de una basílica bizantina y
unas criptas excavadas en la roca que parecen haber formado
parte de una vivienda que se ha considerado como la casa
natal de la Virgen.

Esta tradición, fundada en apócrifos muy antiguos como el


llamado Protoevangelio de Santiago (siglo II), se vincula con
la convicción expresada por muchos autores acerca de que
Joaquín, el padre de María, fuera propietario de rebaños de
ovejas. Estos animales eran lavados en dicha piscina antes de
ser ofrecidos en el templo.

La fiesta tiene la alegría de un anuncio premesiánico. Es


famosa la homilía que pronunció San Juan Damasceno (675-
749) un 8 de septiembre en la Basílica de Santa Ana, de la
cual extraemos algunos párrafos:

"¡Ea, pueblos todos, hombres de cualquier raza y lugar, de


cualquier época y condición, celebremos con alegría la fiesta
natalicia del gozo de todo el Universo. Tenemos razones muy
válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por
medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y
la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en
gozo. Ésta escuchó la sentencia divina: parirás con dolor. A
María, por el contrario, se le dijo: Alégrate, llena de gracia!
¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda
la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación
ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella
augusta Madre, la única que fue digna del Creador. ¡Oh felices
entrañas de Joaquín, de las que provino una descendencia
absolutamente sin mancha! ¡Oh seno glorioso de Ana, en el
que poco a poco fue creciendo y desarrollándose una niña
completamente pura, y, después que estuvo formada, fue
dada a luz! Hoy emprende su ruta la que es puerta divina de
la virginidad. De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por
encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo
corporalmente. Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin
experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su
benévola condescendencia apareció en la Tierra y convivió
con los hombres".

Si pensamos por cuántas cosas podemos hoy alegrarnos,


cuántas cosas podemos festejar y por cuántas cosas podemos
alabar a Dios; todos los signos, por muchos y hermosos que
sean, nos parecerán tan sólo un pálido reflejo de las
maravillas que el Espíritu de Dios hizo en la Virgen María, y
las que hace en nosotros, las que puede seguir haciendo... si
lo dejamos.

 Especial de la Fiesta de la Natividad de la


Virgen María

La Natividad de la Santísima Virgen María, 8 de septiembre

La Virgen María fue la Madre de Jesús y, con este hecho, se cumplieron las Escrituras y todo lo
dicho por los profetas. Dios escogió a esta mujer para ser la Madre de su Hijo. Con ella se
aproximó la hora de la salvación. Por esta razón la Iglesia celebra esta fiesta con alabanzas y
acciones de gracias.

Un poco de historia

El nacimiento de la Virgen María tuvo privilegios únicos. Ella vino al mundo sin pecado original.
María, la elegida para ser Madre de Dios, era pura, santa, con todas las gracias más preciosas.
Tenía la gracia santificante, desde su concepción.
Después del pecado original de Adán y Eva, Dios había prometido enviar al mundo a otra mujer
cuya descendencia aplastaría la cabeza de la serpiente. Al nacer la Virgen María comenzó a
cumplirse la promesa.

La vida de la Virgen María nos enseña a alabar a Dios por las gracias que le otorgó y por las
bendiciones que por Ella derramó sobre el mundo. Podemos encomendar nuestras
necesidades a Ella.

La fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María se comenzó a celebrar oficialmente con


el Papa San Sergio (687-701 d.C.) al establecer que se celebraran en Roma cuaro fiestas en
honor de Nuestra Señora: la Anunciación, la Asunción, la Natividad y la Purificación.

Se desconoce el lugar donde nació la Virgen María. Algunos dicen que nació en Nazaret, pero
otros opinan que nació en Jerusalén, en el barrio vecino a la piscina de Betesda. Ahí, ahora, hay
una cripta en la iglesia de Santa Ana que se venera como el lugar en el que nació la Madre de
Dios.

Algo que no debes olvidar

María vino al mundo sin pecado original y con la gracia santificante.

La Virgen María fue escogida para ser la Madre de Dios.

La Virgen María fue pura y santa.

Al nacer la Virgen María se cumplió la promesa de Dios de que mandaría al mundo a una mujer
de la que nacería el Salvador para liberarnos del pecado.

Cómo vivir la fiesta en familia

Llevar flores a la Virgen en alguna capilla, en señal de que la amamos y dando gracias a Dios
por haberla creado y escogido para esa gran misión.

Pedir a la Santísima Virgen María, para que nos consiga la gracia que más necesitemos en este
momento de nuestra vida, como familia.

Oración
María, en este día que festejamos tu nacimiento, te pido que me ayudes a estar siempre cerca
de ti y de tu Hijo Jesús.

Consulta también Fiesta de la Natividad de la Virgen María Por Jesús Martí Ballester

Consulta la sección Mariología de Catholic.net

Recursos sobre la Natividad de la Virgen María:

Primer día de la Novena por la Natividad de la Santísima Virgen María

Noticias por email

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Oración para todos los días

Virgen María, Madre de Dios, Reina y Madre mía, acudo a Ti, llena de confianza y amor,
porque creo que es por medio de Ti, que Jesús, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo tuyo,
ha querido, quiere y querrá hasta el final de los tiempos derramar sobre mí pecadora, todas las
gracias, los bienes y la infinita misericordia que guarda en su Divino Corazón. Por esto te
suplico a Ti, Madre de Bondad y de Misericordia, que me alcances de Jesús, la conversión de
corazón, el perdón de mis pecados, el remedio de mis necesidades, la fortaleza en mis pruebas
y sufrimientos, el consuelo en mis tristezas, sobre todo la salvación de mi alma, y lo que Te
pido en esta Novena, si es según la Voluntad de Dios Padre, para mayor Gloria Suya, alabanza
Tuya y bien de las almas y de mi alma.

Pedir la gracia que deseo alcanzar de María en esta Novena.

Primer día: Virgen María, ¡Bendita Tú entre todas las mujeres!.

Tú que fuiste predestinada desde toda la eternidad, y elegida entre todas las mujeres, para ser
la Madre del Hijo de Dios, por lo cual Dios infundió en tu alma todas las virtudes y el Espíritu
Santo te colmó con todos sus dones e inflamó tu corazón en el amor de Dios. Te ruego, -ya que
dicen que amarte es señal de predestinación-, que enriquezcas mi alma con el amor, las
virtudes y frutos que necesito, para que mi vida sea digna de hija de Dios y de hija tuya, para
que imitándote a Ti, vaya uniendo más y más estrechamente mi voluntad a la Voluntad de Dios
y así como con tu "Sí" a Su Voluntad dio inició la Historia de la Salvación , al tomar carne el Hijo
de Dios en tus entrañas por obra del Espíritu Santo, también yo, haga de mi vida un "sí", y
pueda emplear mi vida en el amor y servicio de Él y de la Iglesia, convirtiéndome en
instrumento de salvación para los demás.

Rezar tres Ave María en honor de la SantísimaTrinidad y Gloria.

Oración final

Te suplico Señor y Dios mío, que escuches a tu Madre y me concedas las gracias que Ella te
solicita en favor mío ; "sentirla", amarla, y servirla con tu mismo amor y contar siempre con su
intercesión "todopoderosa" ante tu Corazón, para que guiada, "acompañada" y defendida por
Ella y siguiendo su ejemplo, pueda amarte y servirte en esta vida y gozar con Ella y con todos
los Ángeles y Santos del amor de la Santísima Trinidad por toda la eternidad. Pídeselo por mi y
en Tu Nombre a Dios Padre, con quién vives y reinas en unidad del Espíritu Santo por todos lo
siglos de los siglos. Amen.

Segundo día de la Novena por la Natividad de la Santísima Virgen María

13033

Noticias por email

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Oración para todos los días

Virgen María, Madre de Dios, Reina y Madre mía, acudo a Ti, llena de confianza y amor,
porque creo que es por medio de Ti, que Jesús, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo tuyo,
ha querido, quiere y querrá hasta el final de los tiempos derramar sobre mí pecadora, todas las
gracias, los bienes y la infinita misericordia que guarda en su Divino Corazón. Por esto te
suplico a Ti, Madre de Bondad y de Misericordia, que me alcances de Jesús, la conversión de
corazón, el perdón de mis pecados, el remedio de mis necesidades, la fortaleza en mis pruebas
y sufrimientos, el consuelo en mis tristezas, sobre todo la salvación de mi alma, y lo que Te
pido en esta Novena, si es según la Voluntad de Dios Padre, para mayor Gloria Suya, alabanza
Tuya y bien de las almas y de mi alma.
Pedir la gracia que deseo alcanzar de María en esta Novena.

Segundo día: Virgen María, siempre inmaculada, "bendito el Fruto de tu vientre".

Tú que desde el primer instante de tu concepción fuiste preservada por Dios de toda mancha
de pecado y llena de gracia , para que llegada la "Plenitud de los tiempos" su Divino Hijo,
llevando a cumplimiento el plan providencial de la Santísima Trinidad sobre la salvación de los
Hombres, se encarnase en Ti por obra del Espíritu Santo, quedando Tú introducida ya desde
aquel primer anuncio en el Misterio de Cristo tu Hijo para siempre. Te suplico por tu
Inmaculada Concepción que me concedas Tu auxilio para que mantenga siempre mi alma
limpia de pecado y el Espíritu Santo pueda formar Contigo y en Ti a Jesús en mi corazón y llena
de sus dones como Tu, sea una digna morada de la Santísima Trinidad.

Rezar tres Ave María en honor de la SantísimaTrinidad y Gloria.

Oración final

Te suplico Señor y Dios mío, que escuches a tu Madre y me concedas las gracias que Ella te
solicita en favor mío ; "sentirla", amarla, y servirla con tu mismo amor y contar siempre con su
intercesión "todopoderosa" ante tu Corazón, para que guiada, "acompañada" y defendida por
Ella y siguiendo su ejemplo, pueda amarte y servirte en esta vida y gozar con Ella y con todos
los Ángeles y Santos del amor de la Santísima Trinidad por toda la eternidad. Pídeselo por mi y
en Tu Nombre a Dios Padre, con quién vives y reinas en unidad del Espíritu Santo por todos lo
siglos de los siglos. Amen.

Tercer día de la Novena por la Natividad de la Santísima Virgen María

8127

Noticias por email

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Oración para todos los días


Virgen María, Madre de Dios, Reina y Madre mía, acudo a Ti, llena de confianza y amor,
porque creo que es por medio de Ti, que Jesús, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo tuyo,
ha querido, quiere y querrá hasta el final de los tiempos derramar sobre mí pecadora, todas las
gracias, los bienes y la infinita misericordia que guarda en su Divino Corazón. Por esto te
suplico a Ti, Madre de Bondad y de Misericordia, que me alcances de Jesús, la conversión de
corazón, el perdón de mis pecados, el remedio de mis necesidades, la fortaleza en mis pruebas
y sufrimientos, el consuelo en mis tristezas, sobre todo la salvación de mi alma, y lo que Te
pido en esta Novena, si es según la Voluntad de Dios Padre, para mayor Gloria Suya, alabanza
Tuya y bien de las almas y de mi alma.

Pedir la gracia que deseo alcanzar de María en esta Novena.

Tercer día: Virgen María, Modelo de humildad y de obediencia a la Voluntad de Dios.

Tú que te llamaste a Ti misma "esclava del Señor", Tú que te gozaste en tu pequeñez, que Te
consagraste del todo a Ti misma, ¡con todo tu ser a la Persona y a la obra salvífica de Jesús!,
haciendo de tu vida no sólo un continuo canto de amor, de alabanza y de gratitud a Dios, sino
también un continuo acto de servicio, cooperando así en la redención con humildad y
fidelidad. Te suplico que me alcances del Señor que llena de ese amor, llena de fe y con un
corazón humilde y generoso, pueda a ejemplo Tuyo, hacer de mi vida un continuo acto de
servicio a su Persona y a su misión salvadora, siendo instrumento de salvación en sus Manos
para otros y para la total y completa instauración de su Reino y de la Iglesia en el mundo, para
que así un día Contigo pueda proclamar las grandezas de Dios y cantar por siempre sus
Misericordias.

Rezar tres Ave María en honor de la SantísimaTrinidad y Gloria.

Oración final

Te suplico Señor y Dios mío, que escuches a tu Madre y me concedas las gracias que Ella te
solicita en favor mío ; "sentirla", amarla, y servirla con tu mismo amor y contar siempre con su
intercesión "todopoderosa" ante tu Corazón, para que guiada, "acompañada" y defendida por
Ella y siguiendo su ejemplo, pueda amarte y servirte en esta vida y gozar con Ella y con todos
los Ángeles y Santos del amor de la Santísima Trinidad por toda la eternidad. Pídeselo por mi y
en Tu Nombre a Dios Padre, con quién vives y reinas en unidad del Espíritu Santo por todos lo
siglos de los siglos. Amen.

Cuarto día de la Novena por la Natividad de la Santísima Virgen María

10122
Noticias por email

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Oración para todos los días

Virgen María, Madre de Dios, Reina y Madre mía, acudo a Ti, llena de confianza y amor,
porque creo que es por medio de Ti, que Jesús, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo tuyo,
ha querido, quiere y querrá hasta el final de los tiempos derramar sobre mí pecadora, todas las
gracias, los bienes y la infinita misericordia que guarda en su Divino Corazón. Por esto te
suplico a Ti, Madre de Bondad y de Misericordia, que me alcances de Jesús, la conversión de
corazón, el perdón de mis pecados, el remedio de mis necesidades, la fortaleza en mis pruebas
y sufrimientos, el consuelo en mis tristezas, sobre todo la salvación de mi alma, y lo que Te
pido en esta Novena, si es según la Voluntad de Dios Padre, para mayor Gloria Suya, alabanza
Tuya y bien de las almas y de mi alma.

Pedir la gracia que deseo alcanzar de María en esta Novena.

Cuarto Día: Virgen María, Maestra de oración y de silencio, primera oyente y discípula de
Jesús.

Tú que como nadie conociste y viviste los Misterios de la Encarnación y de la Redención, Tú


que guardaste y meditaste en tu Corazón con fe, esperanza y amor, las palabras que te fueron
dichas de parte de Dios y los acontecimientos que constituyeron los Misterios de la infancia y
de la vida de Jesús, descubriendo poco a poco a través de todo ello los misteriosos e inefables
designios de Dios Padre sobre la salvación de los hombres Te ruego que me alcances de Dios
esa fe fuerte , firme e indestructible, esa esperanza contra toda esperanza y ese amor
ardiente, pleno y total que adornaron tu Corazón, para que acepte siempre en mi vida los
misteriosos designios de la Voluntad de Dios, vea en todo su Providencia que sólo desea mi
bien y sea para otros testimonio de fe y de esperanza.

Rezar tres Ave María en honor de la SantísimaTrinidad y Gloria.

Oración final
Te suplico Señor y Dios mío, que escuches a tu Madre y me concedas las gracias que Ella te
solicita en favor mío ; "sentirla", amarla, y servirla con tu mismo amor y contar siempre con su
intercesión "todopoderosa" ante tu Corazón, para que guiada, "acompañada" y defendida por
Ella y siguiendo su ejemplo, pueda amarte y servirte en esta vida y gozar con Ella y con todos
los Ángeles y Santos del amor de la Santísima Trinidad por toda la eternidad. Pídeselo por mi y
en Tu Nombre a Dios Padre, con quién vives y reinas en unidad del Espíritu Santo por todos lo
siglos de los siglos. Amen.

Quinto día de la Novena por la Natividad de la Santísima Virgen María

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Noticias por email

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Oración para todos los días

Virgen María, Madre de Dios, Reina y Madre mía, acudo a Ti, llena de confianza y amor,
porque creo que es por medio de Ti, que Jesús, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo tuyo,
ha querido, quiere y querrá hasta el final de los tiempos derramar sobre mí pecadora, todas las
gracias, los bienes y la infinita misericordia que guarda en su Divino Corazón. Por esto te
suplico a Ti, Madre de Bondad y de Misericordia, que me alcances de Jesús, la conversión de
corazón, el perdón de mis pecados, el remedio de mis necesidades, la fortaleza en mis pruebas
y sufrimientos, el consuelo en mis tristezas, sobre todo la salvación de mi alma, y lo que Te
pido en esta Novena, si es según la Voluntad de Dios Padre, para mayor Gloria Suya, alabanza
Tuya y bien de las almas y de mi alma.

Pedir la gracia que deseo alcanzar de María en esta Novena.

Quinto Día: Virgen María, madre, auxilio, salud, refugio, consuelo, socorro, abogada de todos
aquellos que te necesitan y acuden a Ti con confianza y amor.

Tú que yendo a visitar a tu prima Sta. Isabel y luego en las Bodas de Caná, me diste ejemplo de
amor ,de generosidad y solidaridad con el prójimo, manifestándose en ambos momentos a
través de Ti, la Divinidad y el poder de Jesús. Enséñame a tener ese espíritu de generosidad y
de solidaridad para con todos los que forman parte de mi vida, con todos aquellos que de
algún modo necesiten mi ayuda, especialmente con los mas pobres y también en aquellas
necesidades por muy lejanas que estén en las que sea necesario el "milagro" y el poder de la
caridad; que como Tú y con tu ayuda también yo lleve a Jesús allí adonde vaya , para que
descubran a través de mí "sierva inútil", el poder y la misericordia de Jesús y como Tú en mi
oración presente siempre y sin cesar a Dios Padre las necesidades de los hombres y del
mundo.

Rezar tres Ave María en honor de la SantísimaTrinidad y Gloria.

Oración final:

Te suplico Señor y Dios mío, que escuches a tu Madre y me concedas las gracias que Ella te
solicita en favor mío ; "sentirla", amarla, y servirla con tu mismo amor y contar siempre con su
intercesión "todopoderosa" ante tu Corazón, para que guiada, "acompañada" y defendida por
Ella y siguiendo su ejemplo, pueda amarte y servirte en esta vida y gozar con Ella y con todos
los Ángeles y Santos del amor de la Santísima Trinidad por toda la eternidad. Pídeselo por mi y
en Tu Nombre a Dios Padre, con quién vives y reinas en unidad del Espíritu Santo por todos lo
siglos de los siglos. Amen.

Sexto día de la Novena por la Natividad de la Santísima Virgen María

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En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Oración para todos los días

Virgen María, Madre de Dios, Reina y Madre mía, acudo a Ti, llena de confianza y amor,
porque creo que es por medio de Ti, que Jesús, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo tuyo,
ha querido, quiere y querrá hasta el final de los tiempos derramar sobre mí pecadora, todas las
gracias, los bienes y la infinita misericordia que guarda en su Divino Corazón. Por esto te
suplico a Ti, Madre de Bondad y de Misericordia, que me alcances de Jesús, la conversión de
corazón, el perdón de mis pecados, el remedio de mis necesidades, la fortaleza en mis pruebas
y sufrimientos, el consuelo en mis tristezas, sobre todo la salvación de mi alma, y lo que Te
pido en esta Novena, si es según la Voluntad de Dios Padre, para mayor Gloria Suya, alabanza
Tuya y bien de las almas y de mi alma.

Pedir la gracia que deseo alcanzar de María en esta Novena.


Sexto Día: Virgen Santísima de los Dolores.

Tú que como nadie viviste, "sentiste" y sufriste en Tu Corazón de Madre , el desamor, la


persecución, la calumnia , la dolorosísima Pasión y Muerte que sufrió Jesús por nuestra
salvación, alcánzame del Espíritu Santo la fe, el amor y el don de fortaleza que llenaron tu
Corazón en aquellos momentos, para que también yo acepte con amor y una los sufrimientos
de mi vida, a los de Jesús y a los Tuyos, para completar en mi carne -como decía S. Pablo- lo
que le falta a su Pasión en bien de la Iglesia y por la salvación de las almas.

Rezar tres Ave María en honor de la SantísimaTrinidad y Gloria.

Oración final:

Te suplico Señor y Dios mío, que escuches a tu Madre y me concedas las gracias que Ella te
solicita en favor mío ; "sentirla", amarla, y servirla con tu mismo amor y contar siempre con su
intercesión "todopoderosa" ante tu Corazón, para que guiada, "acompañada" y defendida por
Ella y siguiendo su ejemplo, pueda amarte y servirte en esta vida y gozar con Ella y con todos
los Ángeles y Santos del amor de la Santísima Trinidad por toda la eternidad. Pídeselo por mi y
en Tu Nombre a Dios Padre, con quién vives y reinas en unidad del Espíritu Santo por todos lo
siglos de los siglos. Amen.

Séptimo día de la Novena por la Natividad de la Santísima Virgen María

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En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Oración para todos los días

Virgen María, Madre de Dios, Reina y Madre mía, acudo a Ti, llena de confianza y amor,
porque creo que es por medio de Ti, que Jesús, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo tuyo,
ha querido, quiere y querrá hasta el final de los tiempos derramar sobre mí pecadora, todas las
gracias, los bienes y la infinita misericordia que guarda en su Divino Corazón. Por esto te
suplico a Ti, Madre de Bondad y de Misericordia, que me alcances de Jesús, la conversión de
corazón, el perdón de mis pecados, el remedio de mis necesidades, la fortaleza en mis pruebas
y sufrimientos, el consuelo en mis tristezas, sobre todo la salvación de mi alma, y lo que Te
pido en esta Novena, si es según la Voluntad de Dios Padre, para mayor Gloria Suya, alabanza
Tuya y bien de las almas y de mi alma.
Pedir la gracia que deseo alcanzar de María en esta Novena.

Séptimo Día: Virgen María, Madre de Dios y Madre de todos los Hombres.

Tú que estuviste junto a Jesús clavado en la Cruz, y sin duda te asociaste con entrañas de
Madre a su sacrificio, y te ofreciste con Él al Padre para la salvación de todos los Hombres ,
engendrándonos como hijos tuyos al pie de la Cruz en la persona de S. Juan a costa de dolores
tan inmensos y amargos, defiende nuestra causa con tu protección maternal y tu intercesión
"omnipotente" ante Dios. Obtennos a los que amamos y seguimos a Jesús el incesante socorro
de su gracia, para que nos mantengamos fieles a las exigencias y a los compromisos de nuestro
Bautismo y demos testimonio de Él con toda nuestra vida y para que podamos luchar contra
los enemigos de nuestra salvación y no nos alejemos de Él por el pecado. Y ya que eres Madre
de Bondad y de Misericordia ora sin cesar por tantos Hombres, que viven en pecado, cerrados
a su Misericordia; de espaldas a Él o negando su existencia. "Pon" ante Dios Padre, los brazos
de Jesús abiertos en la Cruz, para que mantenga siempre sus brazos abiertos dispuestos a
acoger en un abrazo de amor y de perdón a todos los hombres por los que Jesús entregó su
vida, aunque sea en el último instante de las suyas. Madre de los pecadores y Madre de la
Vida, ruega por nosotros.

Rezar tres Ave María en honor de la SantísimaTrinidad y Gloria.

Oración final

Te suplico Señor y Dios mío, que escuches a tu Madre y me concedas las gracias que Ella te
solicita en favor mío ; "sentirla", amarla, y servirla con tu mismo amor y contar siempre con su
intercesión "todopoderosa" ante tu Corazón, para que guiada, "acompañada" y defendida por
Ella y siguiendo su ejemplo, pueda amarte y servirte en esta vida y gozar con Ella y con todos
los Ángeles y Santos del amor de la Santísima Trinidad por toda la eternidad. Pídeselo por mi y
en Tu Nombre a Dios Padre, con quién vives y reinas en unidad del Espíritu Santo por todos lo
siglos de los siglos. Amen.

Octavo día de la Novena por la Natividad de la Santísima Virgen María

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En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Oración para todos los días


Virgen María, Madre de Dios, Reina y Madre mía, acudo a Ti, llena de confianza y amor,
porque creo que es por medio de Ti, que Jesús, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo tuyo,
ha querido, quiere y querrá hasta el final de los tiempos derramar sobre mí pecadora, todas las
gracias, los bienes y la infinita misericordia que guarda en su Divino Corazón. Por esto te
suplico a Ti, Madre de Bondad y de Misericordia, que me alcances de Jesús, la conversión de
corazón, el perdón de mis pecados, el remedio de mis necesidades, la fortaleza en mis pruebas
y sufrimientos, el consuelo en mis tristezas, sobre todo la salvación de mi alma, y lo que Te
pido en esta Novena, si es según la Voluntad de Dios Padre, para mayor Gloria Suya, alabanza
Tuya y bien de las almas y de mi alma.

Pedir la gracia que deseo alcanzar de María en esta Novena.

Octavo Día: Virgen María, Madre y Modelo de la Iglesia.

Tú que unida como una discípula más, a los Apóstoles y discípulos en el Cenáculo, esperaste
orando e invocando sin cesar, el Don del Espíritu Santo prometido por Jesús antes de su
Ascensión al Cielo. Alcánzame, que unida en oración con la Iglesia, implore a Dios que se
realice en Ella un Nuevo Pentecostés, que El la una en la paz y en el amor y renueve y
transforme los corazones de todos los cristianos, para que llenos de sus dones nuestra vida sea
un testimonio de fe, de esperanza y de amor como la tuya y seamos ejemplo de santidad en
este mundo tan secularizado, adonizado y alejado de Dios, para que así los Hombres crean que
Jesús es el Salvador, el Hijo enviado, predilecto y amado del Padre y escuchando su voz, crean
y amen al Padre, y aceptando la Salvación vivan como salvados.

Rezar tres Ave María en honor de la SantísimaTrinidad y Gloria.

Oración final

Te suplico Señor y Dios mío, que escuches a tu Madre y me concedas las gracias que Ella te
solicita en favor mío ; "sentirla", amarla, y servirla con tu mismo amor y contar siempre con su
intercesión "todopoderosa" ante tu Corazón, para que guiada, "acompañada" y defendida por
Ella y siguiendo su ejemplo, pueda amarte y servirte en esta vida y gozar con Ella y con todos
los Ángeles y Santos del amor de la Santísima Trinidad por toda la eternidad. Pídeselo por mi y
en Tu Nombre a Dios Padre, con quién vives y reinas en unidad del Espíritu Santo por todos lo
siglos de los siglos. Amen.

Noveno día de la Novena por la Natividad de la Santísima Virgen María

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En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Oración para todos los días

Virgen María, Madre de Dios, Reina y Madre mía, acudo a Ti, llena de confianza y amor,
porque creo que es por medio de Ti, que Jesús, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo tuyo,
ha querido, quiere y querrá hasta el final de los tiempos derramar sobre mí pecadora, todas las
gracias, los bienes y la infinita misericordia que guarda en su Divino Corazón. Por esto te
suplico a Ti, Madre de Bondad y de Misericordia, que me alcances de Jesús, la conversión de
corazón, el perdón de mis pecados, el remedio de mis necesidades, la fortaleza en mis pruebas
y sufrimientos, el consuelo en mis tristezas, sobre todo la salvación de mi alma, y lo que Te
pido en esta Novena, si es según la Voluntad de Dios Padre, para mayor Gloria Suya, alabanza
Tuya y bien de las almas y de mi alma.

Pedir la gracia que deseo alcanzar de María en esta Novena.

Noveno Día: Virgen María, Reina y Señora de los Ángeles.

Tú que fuiste Asunta en cuerpo y alma al Cielo, y coronada como Reina y Señora de Cielos y
Tierra y gozas ya sentada a la diestra de Jesús de la Unión , de la Gloria eterna y del Amor de la
Santísima Trinidad . Guíame acompáñame y protégeme en mi peregrinaje de la fe hacia la vida
eterna, para que no me aparte de Jesús, único y verdadero Camino hacia el Padre y en la hora
de la muerte experimente tu poderosa intercesión y protección maternal .y así Contigo pueda
alabar, adorar y gozar de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo por toda la eternidad.

Rezar tres Ave María en honor de la SantísimaTrinidad y Gloria.

Oración final

Te suplico Señor y Dios mío, que escuches a tu Madre y me concedas las gracias que Ella te
solicita en favor mío ; "sentirla", amarla, y servirla con tu mismo amor y contar siempre con su
intercesión "todopoderosa" ante tu Corazón, para que guiada, "acompañada" y defendida por
Ella y siguiendo su ejemplo, pueda amarte y servirte en esta vida y gozar con Ella y con todos
los Ángeles y Santos del amor de la Santísima Trinidad por toda la eternidad. Pídeselo por mi y
en Tu Nombre a Dios Padre, con quién vives y reinas en unidad del Espíritu Santo por todos lo
siglos de los siglos. Amen.

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