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Sluzki, C. (2002).

Humillación, crisis y red social

El hilo conductor de esta presentación son los procesos micro y macro-sociales que tienen lugar durante crisis político-
económicas, y sus posibles emergentes creativos y negativos.

[Hace un recuento histórico de cómo los Tratados de Versalles, después de la Primera Guerra Mundial, contenían una
serie de medidas para evitar el rearme de Alemania, así como el pago de reparaciones por gastos y daños de guerra.
Todas estas medidas acabaron contribuyendo a pavimentar el camino hacia la Segunda Guerra Mundial, además de la
desorganización estructural y la depresión económica mundial que condujo a un desempleo e inflación masiva. Esta
crisis avivó las brasas del sentimiento de humillación colectiva de los alemanes, azuzada por la retórica política del
nacional-socialismo. Esto contribuye a explicar cómo es que un grupo violento, totalmente minoritario, marginal en sus
comienzos, con un líder exaltado y de comportamiento bizarro, hizo su caballito de batalla de la experiencia de
humillación. Una experiencia parecida en muchos sentidos, pero con resultados diferentes fue la de Finlandia después
de la Segunda Guerra Mundial. Este país se encontraba entre la espada y la pared: pagaba a la Unión Soviética
sustanciales reparaciones de guerra o se anexaba a ella como país satélite o como provincia. Después de un plebiscito, la
ciudadanía optó por la primera. En lugar de vivir la experiencia como una humillación, como el caso de Alemania, esta
experiencia fue vivida como prueba de la fortaleza colectiva e individual. Mientras Alemania lo vivió como humillación,
Finlandia lo hizo como redención.]

La humillación colectiva es un fenómeno social que se traduce en experiencia humillante de fracaso individual para
quienes se ven afectados por procesos de degradación social. Esa experiencia se afianza y reconfirma cuando en la
interacción cotidiana el sujeto descubre, a partir de sentirse tratado como objeto, que a la gente pobre no se la respeta.

En toda construcción de nuevas estructuras existe un elemento de subversión del orden social y existen riesgos de que
ese elemento genere movimientos homeostáticos de consecuencia nefasta (como fue el caso de Alemania en el periodo
inter-guerras).

Es importante diferenciar la humillación de la vergüenza. La vergüenza hace referencia a una experiencia más privada, y
la humillación a una emoción con testigos (míticos o reales) múltiples, como fenómeno social. Es decir, la vergüenza es
la experiencia de deterioro de la autoestima, desazón, y el deseo de ocultarse de los demás y de uno mismo. El término
humillación da cuenta de una experiencia que se construye en el mundo social, que se genera en la intersección entre
supuestos culturales, comportamientos sociales y vicisitudes personales. La vergüenza puede existir sin humillación y
viceversa.

Las experiencias de humillación se metabolizan individual y colectivamente de varias maneras. Algunos ejemplos son: 1)
a través del despliegue de conductas de desafío a las normas sociales; 2) la violencia interpersonal; 3) depresión clínica o
subclínica expresada como deterioro de la autoestima; 4) la venganza del tipo “ojo por ojo”; 5) reivindicación o
transformación constructiva de la posición de víctima por la de actor de cambio.

En toda situación traumática, la presencia o ausencia y la calidad de una experiencia agregada de humillación va a
depender de las variables ligadas a la intencionalidad atribuida a los agentes perpetradores, lo que a su vez suele
relacionarse con el comportamiento social de nuestra red personal y de las instancias sociales de apoyo.

De hecho, los sujetos que han envuelto s en situaciones de victimización accidental o en situaciones ambiguas se
esforzarán en definir sus propias circunstancias con el máximo de rasgos de victimización pasiva, “vendiendo” al mundo
su inocencia ya que la red social discrimina en una crisis entre quienes son actores responsables y quienes son actores
pasivos, nutriendo y apoyando a estos últimos. Para satisfacción de todos, en aquellas situaciones en las que existe un
culpable claramente identificable, también existe una serie de conductas de contrición (pedidos de perdón, actos de

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humillación pública o privada del perpetrador, instrumentos legales de punición, como la cárcel, y de restitución como el
pago de gastos). Pero estos procesos suelen requerir la presencia de la persona social como testigo, ya que el consenso
colectivo es quien sanciona y contiene la historia, completa o incompleta.

La intensidad y la calidad de los contactos sociales, constituyen tanto señales como barómetros de los grados de
responsabilidad atribuida a nuestros actos y circunstancias. Y cuanto más seamos definidos como culpables por el
comportamiento colectivo, mayor será la experiencia de humillación. Esto es válido no sólo en las crisis sociales sino
también en las crisis de raíz social: cuanto mayor la indiferencia colectiva a nuestro predicamento, mayor será la
experiencia de humillación, aun cuando hayamos sido nosotros las víctimas.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos generada por las Naciones Unidas afirma que “degradar y humillar a
un individuo es un comportamiento inaceptable”. Sin embargo, esta es una actitud reciente ya que por decenas de miles
de años fue perfectamente aceptable degradar a un individuo en las circunstancias apropiadas. Dicha declaración es un
manifiesto cultural de confrontación de ideologías que dominan todavía en probablemente la mitad del mundo, en las
que no sólo es permitido sino que es requerido matar en respuesta a una humillación.

La revolución ética de Defensa de los Derechos Humanos propuso un cambio de status quo bastante dramático: lo que
antes era un supuesto, tales como la explotación y la opresión como condición natural, se transformó en un acto de
ultraje: los mismos comportamientos que habían sido por miles de años recordatorios del estado natural de las cosas –
actos que reconstituían el orden social– pasan a ser una vejación de los derechos individuales. La incorporación de una
ética que resuena con la declaración de derechos humanos tiene como efecto el hacer más visible toda violación de los
mismos. El supuesto de que los Derechos Humanos intensifica la experiencia de humillación, le agrega potencia.

Es frecuente que las confrontaciones ideológicas y los intereses económicos se vistan con el ropaje de la Defensa de los
Derechos.

Periodos difíciles de transición son caldo de cultivo de experimentos sociales extremadamente importantes, que
revierten la humillación y la transforman en una suerte de redención social o vindicación colectiva, que pone en papel
protagónico y en acción a los derechos humanos básicos. Algunas de esas invenciones sociales, si continúan
evolucionando como estructuras estables alternativas, conseguirán transformar cualitativamente la identidad, la
capacidad de identificación con el otro y la adaptabilidad de los participantes.

La óptica sistémica se enriquece con el compromiso social activo para descubrir elementos fascinantes, creativos y
constructivos en esos procesos semiespontáneos de reivindicación y neutralización de lo que de otra manera es una
experiencia humillante, transformándola en procesos sociales cuyo futuro es incierto pero cargado de esperanza.

El estar sumergidos en nuestra realidad cotidiana sólo nos permite especificar algunas de las muchas variables que
afectan nuestra realidad macro así como la dirección del cambio. Para poder actuar localmente con eficiencia es esencial
mantener una visión global, a la vez que se lucha contra el efecto de empequeñecimiento que generan las unidades
macro. El otro efecto del actuar local de acuerdo con nuestros principios es que reduce la tentación y la posibilidad de
colocarnos en una posición de víctimas, víctimas de nuestra propia descripción del mundo.

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