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Esta es nuestra materia 100% virtual, por lo tanto la clase será bastante más extensa que lo
enviado previamente para las materias presenciales.
De todas formas ya saben, cualquier duda, consulta o lo que les surja no duden en escribirme.
El estudio de las teorías sociopolíticas que surge en el contexto del mundo moderno ilustrado y las
primeras décadas de la contemporaneidad, nos permite acceder a las nociones teórico – filosóficas
que sirvieron de base a la instauración del Estado Moderno (¿vieron que esto aparece en casi
todos lados no?). El análisis y la reflexión acerca de la trascendencia de estos aportes filosóficos y
teóricos para la educación, así como el contexto en el cual se producen, constituyen el propósito
fundamental de esta materia.
El abordaje del contexto histórico en el que comienza a producirse la teoría socio política, nos lleva
a tomar en cuenta los cambios económicos, sociales, políticos, en el ámbito intelectual, que
conocen un desarrollo vertiginoso a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, momento en el cual
una serie de revoluciones en el plano industrial y político impactaron el ámbito educativo.
Dichos cambios fueron precedidos por la emergencia de una nueva episteme, la burguesa o
moderna, la cual constituyó una matriz desde la cual se produjeron numerosos aportes filosóficos,
desde los cuales se plantearon nuevas posibilidades en torno a la producción del conocimiento
científico, operando una ruptura con el pensamiento cristiano feudal.
Otro aspecto que abordaremos serán algunas ideas rectoras del pensamiento socialista de
principios del siglo XIX, en particular, las referentes al ideario de Karl Marx, su visión acerca de los
cambios políticos y sociales y la educación.
Y finalmente, veremos algunos elementos que tienen que ver con la emergencia de las teorías
socio políticas del mundo moderno y la recepción de sus ideas filosóficas en las reformas y
cambios que se plantearon en el ámbito educativo hispanoamericano en general.
Esta praxis social propia del burgués se convertirá con el transcurrir del tiempo, en una actitud ante
la vida que se irá generalizando al conjunto de la sociedad; su misma aparición constituye un
cuestionamiento a las tradicionales ideas, valores y creencias del mundo feudo cristiano.
Con el surgimiento de la burguesía aparece una nueva forma de cognoscibilidad, que tiene su base
en la experiencia. Comienza a desarrollarse un deslinde entre la tradicional explicación causal de la
realidad basada en lo divino, en lo sobrenatural, y una causalidad basada en la naturaleza de la
realidad. Se produce un desglose entre la realidad natural o sensible, como realidad cognoscible y
la irrealidad o realidad sobrenatural, la cual no es cognoscible por las mismas vías que la realidad
natural.
A partir del siglo XVIII van a darse una serie de cambios políticos en los cuales se pondrán de
manifiesto el conjunto de ideas que se desprenden de la matriz ideológica burguesa. Uno de ellos,
la revolución francesa, demostrará que la posibilidad de intervenir en el curso de la historia ya no
está limitado a un plan divino. El hombre puede conocer, por intermedio de métodos que
combinan intelecto y experiencia, las leyes que explican la naturaleza y el ritmo de los cambios y
llegar a establecer cómo podían intervenir los hombres para controlar ese mecanismo y utilizarlo
para sus fines. Esta toma de conciencia del funcionamiento de los mecanismos que rigen la
economía, el mercado, la sociedad civil, las relaciones de poder, va a convertirse progresivamente
en el propósito por excelencia de la investigación social.
2) John Locke, Ch. S. Montesquieu y J.J. Rousseau, moldeadores de la Teoría Socio – Política
Moderna.
“La libertad del hombre en sociedad consiste en no estar sometido a otro poder legislativo que al
que se establece por consentimiento dentro del Estado, ni al dominio de voluntad alguna, ni a las
limitaciones de ley alguna, fuera de las que ese poder legislativo dicte de acuerdo con la comisión
que se le ha confiado.” (1999:59)
Agrega también, que los hombres deben vivir de acuerdo a reglas fijas, dictadas por el legislativo y
que esas reglas sean comunes a cuantos forman parte de esa sociedad. En este sentido, nadie
puede estar sometido a una voluntad inconstante, insegura, desconocida y arbitraria de otro
hombre. Cabe destacar aquí dos elementos: la generación de reglas igualmente aplicable a todos y
la figura del consenso, del acuerdo entre voluntades, de lo que resulta, que nadie se siente
sometido a aquello que no ha convenido previamente. Es este último factor, uno de los más
representativos de la teoría política moderna, es decir, la idea del pacto, convenio o contrato, que
aceptan todos aquellos que conforman un cuerpo político, así como la obligación de someterse a la
mayoría y dejarse guiar por ella.
El ideal de Locke es producir hombres virtuosos, útiles y capaces en los diversos papeles que les
tocará desempeñar en la sociedad. El cultivo de las virtudes, entendiendo por éstas la capacidad
del individuo de actuar libremente, de no someterse a autoridad, poder o gobierno cuya fuente de
origen no sea otra que el libre consentimiento de formar a través de un convenio o pacto social
una comunidad que sea para él segura, pacífica y le permita el disfrute de sus bienes sin la
amenaza de la violencia, es un elemento central en la educación ; es decir, poder transmitir a las
nuevas generaciones ese espíritu de libertad, para que no se sometan a ninguna ley que vaya en
contra de su voluntad y que vulnere el principio natural de igualdad entre los hombres.
“En sus Pensamientos sobre Educación, donde refunde cartas realmente escritas a un amigo que le
pedía consejos sobre la educación que debía dar a su hijo, Locke trata sucesivamente de la
educación física, moral e intelectual. Por lo que se refiere a la parte física, su ideal de
endurecimiento (es decir, que debe hacerse al cuerpo apto para soportar fatigas y rigores)
recuerda mucho al de Alberti. Por cuanto a la educación del carácter, Locke había sido precedido
por los mayores tratadistas y educadores del Renacimiento también en lo tocante al papel
sobresaliente que atribuye a los buenos hábitos precozmente adquiridos, al deseo de estimación y
al sentimiento del honor. Por lo que se refiere a la educación intelectual, si bien aconseja otros
medios diversos, el ideal lockiano sigue siendo genuinamente humanístico en cuanto quiere formar
un intelecto ágil y capaz de enfrentarse a los problemas reales de la vida individual y asociada, es
decir, capaz de autonomía de juicio.” (Abbagnano y Visalberghi: 1992:235)
Cabe destacar la importancia que tenía para Locke el hogar como espacio propicio para una buena
educación. Sin embargo, consideraba que los padres no tenían un poder ilimitado para gobernar
los actos de sus hijos. Evidentemente, debería existir de parte de los hijos la obediencia, la
gratitud, la obligación de honrar y sostener a los padres y de parte de éstos, la obligación de
alimentar y educar a sus hijos. No obstante, el tutelaje de los padres termina en el momento en
que su hijo ha alcanzado la madurez, a la que Locke llama también “edad de razón”, es decir, la
capacidad de saber hasta qué punto puede gozar de su propia libertad dentro de los límites que la
ley impone. Igualmente, esa madurez o edad de razón, implica una conciencia de la necesidad de
someterse a las leyes políticas, en tanto éstas garantizan a las personas la libertad de disponer de
sus actos, de sus bienes y la equidad política ante la ley.
Por su parte, Charles Louis de Secondat, llamado también Señor de la Brède y Barón de
Montesquieu, introduce una noción de cardinal importancia (en sintonía con Locke) en cuanto al
regimiento de las conductas políticas y sociales, como es la “virtud política”, como virtud natural de
la república, la cual consiste en el amor a la patria y el amor a la igualdad. En consecuencia, el
hombre político sólo puede ser aquel que practica la virtud política; esto es, el hombre que ama las
leyes de su país y que obra por amor a ellas.
Uno de los aportes más reconocidos del pensamiento de Montesquieu, es el que se refiere al
principio de la separación o división de poderes, como ordenación y distribución de las funciones
del Estado, el cual constituye el principio fundamental del Estado de Derecho moderno. En este
sentido, señala lo siguiente:
“Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo cuerpo de personas principales, de los nobles o
del pueblo, ejerciera los tres poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y
el de juzgar los delitos o las diferencias entre particulares.” (1972:144)
Podría decirse que en esta separación de poderes está el equilibrio, sin el cual los demás actos que
respaldan un sistema democrático, como la elección de los gobernantes por parte del pueblo, o la
aplicación de las leyes, correrían el peligro de ser actos espurios que amenazarían la libertad, que
podrían degenerar en actos arbitrarios y de opresión. En los sistemas democráticos es
imprescindible, siguiendo la opinión de Montesquieu que “el poder frene al poder”, es decir, que
existan contrapesos y que los ciudadanos puedan confiar en sus instituciones. Si así no ocurriese,
estaríamos en presencia de un Estado corrompido, donde la ambición y la codicia, la apropiación
por particulares del tesoro público, alcanzarían los mayores niveles de perversión contra el pueblo.
Con relación a la educación, Montesquieu afirma que las leyes que la rigen deben estar en relación
con el principio del gobierno. Las leyes de la educación serán distintas en cada tipo de gobierno: en
las Monarquías tendrán por objeto el honor; en las Repúblicas, la virtud, y en el Despotismo, el
temor. La educación juega un papel fundamental en los gobiernos republicanos, ya que en este
tipo de gobierno es imprescindible el cultivo de la virtud, es decir, el amor a las leyes y a la patria, y
la educación, sería el medio por excelencia para tal propósito.
Ese amor a la República, debe ser transmitido e inspirado por los padres a sus hijos. Afirma
Montesquieu, que sin esa condición es prácticamente imposible la formación de un buen
ciudadano: “Todo depende, pues, de instaurar ese amor a la República, y precisamente la
educación debe tender a inspirarlo. Hay un medio seguro para que los niños puedan adquirirlo y es
que sus propios padres lo posean.”.
Es la educación en los gobiernos despóticos la que, posiblemente, resulte más dañina para
Montesquieu, ya que en esta, se requiere un hombre servil: “La obediencia extremada supone
ignorancia en el que obedece, pero también en el que gobierna, pues no tiene que deliberar, dudar
ni razonar; le basta querer.” Para el autor, esta educación es equivalente a una de esclavos, donde
la sabiduría es peligrosa y donde el temor y algunos conocimientos muy sencillos de religión, a lo
sumo, es lo que puede adquirir quien se encuentra más bien en una condición de súbdito.
Otro representante del pensamiento moderno fue Juan Jacobo Rousseau. En su texto El
Origen de las desigualdades entre los Hombres, Rousseau expresa una reflexión que indica su
pensamiento en torno a la democracia:
“Yo habría querido nacer en un país en donde el soberano y el pueblo tuviesen un mismo y sólo
interés, a fin de que todos los movimientos de la máquina social no tendiesen jamás que hacia el
bien común, lo cual no puede hacerse a menos que el pueblo y el soberano sean una misma
persona. De esto se deduce que yo habría querido nacer bajo el régimen de un gobierno
democrático, sabiamente moderado.” (2009:8)
De acuerdo a Rousseau, no hay que confundir las desigualdades que son propias de la condición
natural o física con aquellas de naturaleza moral o política. Las desigualdades entre los hombres
descansan en la desigual aplicación de las leyes, lo cual puede derivar en la práctica en la
aplicación de ley del más fuerte. Una de las expresiones más aberrantes es el establecimiento de
un orden en el cual los privilegios son reservados a muy pocos y el pueblo sigue estando en
condición de súbdito. Para este autor, la tarea del educador es promover experiencias que
contribuyan al desarrollo de la naturaleza humana.
Rousseau apuesta por una educación que procure originalidad, autonomía, espontaneidad en el
ser humano. Sin embargo, esta tarea educativa que no acata hábitos ni prejuicios, se encuentra
con una sociedad en la cual se manifiestan una serie de contradicciones que harán de su éxito una
empresa bastante difícil de lograr.
“El gran problema radica en que el hombre del humanismo, aquel que vivía en armonía con la
naturaleza y con sus semejantes, en el seno de unas instituciones cuya tutela no ponía en tela de
juicio, se ha extinguido. Ahora la necesidad se libera de la naturaleza, engendrando en el hombre
una pasión por poseer y un sentimiento de ambición que alimenta a su vez la carrera por el poder.
El interés prolifera desbordando los límites de la necesidad natural y contaminando rápidamente
todo el tejido social. Las instituciones que tenían tradicionalmente la tarea de contenerlo se
presentan ahora como los instrumentos de una vasta manipulación tendiente a asentar el poder de
los más fuertes. Ese saber del cual el hombre espera, desde Platón, la salvación es un engaño: las
ciencias nacieron del deseo de protegerse, las artes del afán de brillar, la filosofía de la voluntad de
dominar.” (Soëtard 1999)
Los tres autores previos se ubican históricamente en una tendencia que se opone a la arbitrariedad
absolutista; y en esta oposición, optan por establecer una “condición natural” del hombre que
debe ser, en todo caso, perfeccionada con la entrada en una condición civil, social o política, pero
adaptándose o respetando esa condición natural ideal del hombre a ser libre y hacer todo lo que
cabe dentro del plano del uso de la razón para conservar tal condición. Las orientaciones que
pudieran ubicarse en el plano estrictamente pedagógico, se relacionan con las nuevas reglas de
conocimiento inauguradas en el contexto de la modernidad, asociadas a la experiencia y al uso del
método científico-racional como fuente de aprendizaje; pero también, podemos encontrar críticas
hacia viejos hábitos y costumbres que impregnaban la educación, fomentados por las aristocracias
feudo cristianas, que en nada ayudaban a la emergencia de una nueva ciudadanía. Pero, lo que
cobra especial trascendencia en estos autores, es la formación de las virtudes republicanas, el valor
de la democracia como sistema político que garantiza la libertad y la igualdad y el fomento por
parte de la educación de aquellas virtudes republicanas, labor que comienza en el hogar.
“El pensamiento iniciado a fines del siglo XVII responde a las necesidades de una burguesía que,
frente a la arbitrariedad absolutista, busca la seguridad necesaria para su despliegue vital, a la que
encuentra en la doctrina del derecho natural. Es verdad que esta burguesía se vio obligada, en
parte por la resistencia absolutista y en parte por el impulso de las capas más radicales, a postular
y a hacer la revolución y, por tanto, a disolver la política en relaciones de poder. Pero
inmediatamente después de su victoria asumió la actitud conservadora por entender que el orden
político se sustentaba ya sobre bases firmes y definitivas. En resumidas cuentas, lo único que cabe
afirmar es que ambas concepciones han tenido distinta función según la situación histórica y la
estructura a la que se articulan.” (García 1983:8)
Puede deducirse entonces, que los proyectos socio políticos suelen transformarse, dialécticamente
hablando, de una etapa de oposición (de crítica al orden existente) a la del ejercicio del poder, en
la cual adquieren un matiz conservador. Esta dialéctica del poder lleva, por un lado, al triunfo de
una clase social sobre el resto de aquellas que le acompañaron en su ascenso, ayudándola a
desplazar al antiguo régimen; y por otro, a que una vez producido el cambio, pudieran persistir las
relaciones de desigualdad social y política y el nuevo régimen comienza a mostrar también
contradicciones cada vez más evidentes, entre lo ofrecido a las masas en el proyecto de cambio
originario y la realidad finalmente implantada.
Aunque Marx reconoce en el Manifiesto del Partido Comunista que la burguesía desempeñó un
papel revolucionario al transformar las relaciones de producción heredadas del mundo cristiano
feudal y desarrollar las fuerzas productivas a niveles antes desconocidos, enfatiza que estos
progresos de la industria no significaron la eliminación de la explotación y las condiciones de
existencia marcadas por la desigualdad y la pobreza; es precisamente, haciendo más sistemática y
científicamente planificada esta explotación del trabajo, que se incrementa el capital y con ello la
brecha entre las clases, en este caso, entre la burguesía y el proletariado. Esta contradicción, que
emerge de la realidad concreta, adquiere un carácter dialéctico que es apuntado por el
pensamiento socialista desde finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX.
El método que Marx consideraba científico para explicar la naturaleza de los cambios histórico-
políticos, que partía de una revisión crítica de la filosofía hegeliana, es expuesto en un texto
denominado Introducción a la Crítica de la Economía Política, publicado en 1859. En dicho texto lo
explica de la siguiente manera:
“El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y
espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario,
el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las
fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de
producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de
propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las
fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de
revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la
inmensa superestructura erigida sobre ella.” (Marx: 2001:1)
Dicho método, considerado por Marx como científico, materialista, histórico, dialéctico, le permite
descubrir además, cuál es la clase realmente revolucionaria de la sociedad: el proletariado. Una
clase que nace con el capitalismo, que controla los medios de producción (pero no los posee), que
tiende a ser una clase mundial y que, por primera vez en la historia, reúne dos condiciones: ser una
clase explotada y revolucionaria.
Desde sus inicios, el ideario socialista o comunista, fijará su atención en las condiciones de pobreza
y explotación que sufre la población en su conjunto, pero específicamente hablará de una clase: el
proletariado fabril, los trabajadores asalariados. Las transformaciones en el mundo de la
producción, impulsadas por el crecimiento de la técnica y la mecanización del trabajo, conducirán a
un crecimiento del proletariado en países como Inglaterra o Francia y con ello, a la conformación
de organizaciones políticas obreras, las cuales dieron vida a lo que empezó a calificarse desde el
siglo XIX como un movimiento social de la clase obrera.
La obra de Marx es una de las que ha impactado con más fuerza a las teorías sociopolíticas; se
identificó con la causa de los trabajadores y dedicó a ella toda su vida. Participó activamente
en la conformación de las grandes asociaciones obreras surgidas en el siglo XIX, contribuyendo
significativamente en la elaboración de la teoría comunista. No se consideraba a sí mismo el
creador de una doctrina; más bien se veía como un revolucionario que formaba parte de la
clase trabajadora, aunque nunca fue un trabajador como los de su época. Para Marx, el
surgimiento de minorías revolucionarias era una emanación de la consciencia de clase, una
especie de dispositivo cognoscitivo que permitiría al proletariado moderno develar el origen y
los métodos de explotación instaurados por la burguesía y dar al traste con el capitalismo.
No se conformó Marx, ni con la reforma gradual del sistema, postulada por los socialistas utópicos,
ni con la esperanza de perfectibilidad postulada por los ilustrados. La transformación radical, la
lucha de clases, la supresión de la propiedad privada de los medios de producción (pero no de la
propiedad individual), la eliminación de las clases (no la igualación entre ellas), la eliminación del
trabajo asalariado, del dinero, la desaparición de las fronteras nacionales, serían algunos de los
principios que conducirían a una verdadera comunidad humana mundial. “Proletarios del Mundo
Entero Uníos” fue la consigna del Manifiesto del Partido Comunista, lo cual expresaba que los
obreros no limitaban sus luchas al ámbito nacional, no tenían patria que defender, su lucha por
echar abajo el capitalismo tendría que ser internacional.
En este sentido, la familia y la educación no constituían esferas aisladas, ya que ellas encarnaban
las relaciones de propiedad burguesa; en ellas se reproducía la ideología de la burguesía. En el caso
de la familia, la cuestión no era si dejaba o no de existir la monogamia como forma predominante
de unión familiar, o si desaparecería la familia (burguesa) como forma de asociación. El acento lo
ponía en el fundamento que adquiere la familia en el contexto del mundo moderno burgués: el
lucro privado. Lo que determina en última instancia la unión sentimental es la garantía para los
contrayentes de la subsistencia, más si esta pudiera estar librada de mayores penurias. Lo que
Marx resaltaba era la hipocresía que, según a su juicio, envolvía este tipo de relaciones familiares.
En cuanto a lo educativo, Marx tampoco hace una separación del contexto social en que se
imparte:
“¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por las condiciones
sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos directa en ella de la sociedad a
través de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisión de
la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar el carácter que hoy tiene y sustraer la
educación a la influencia de la clase dominante. “(Marx: 1999:38)
Esta crítica que hace Marx a la educación va en el sentido de señalar a la escuela como un
dispositivo de transmisión de los valores de la sociedad burguesa. Lo que este autor ve en la
sociedad de su tiempo le resultaba irónico, es decir, cómo hablar de relaciones humanas en la
educación o la familia, de desarrollo de las potencialidades, si en ambos casos los hombres y
mujeres han sido convertidos en meras mercancías y la lucha por la subsistencia, hace que ya no
haya posibilidad de una verdadera autonomía ni creatividad en la vida y que cada quien asuma,
desde su esfera individual, la defensa de sus intereses. Con la desaparición de las relaciones
sociales capitalistas, desaparecería entonces también esa visión de los hombres y mujeres como
instrumentos de producción. Esto sólo sería posible para Marx con el advenimiento del
comunismo.
Durante el siglo XX se generalizó la idea según la cual una “educación marxista” sería aquella que
formaría más para el adoctrinamiento en la ideología oficial del partido de gobierno que para el
trabajo productivo; en los llamados socialismos reales esta fue la tarea que se le asignó al sistema
educativo, lo cual se combinó con un potente aparato comunicacional centrado en el culto al líder.
Una educación en la cual el individuo queda subsumido en el todo representado por el Estado.
De lo cual, resulta un discurso educativo que aspira cambiar la ideología capitalista, que considera
basada en la ambición y el egoísmo, pero que termina formando individuos que pierden toda
autonomía, quedando supeditados a las necesidades que el Estado, a través de un partido único,
considere lo más conveniente para la sociedad, dentro de un estricto esquema de planificación y
establecimiento de prioridades para la construcción del socialismo.
No puede dejar de mencionarse, aunque sea brevemente, la influencia del pensamiento moderno
ilustrado en Hispanoamérica. Aunque la palabra modernidad pueda despertar hoy polémica y
apreciaciones encontradas en cuanto al cumplimiento de los fines que se planteara como proyecto
histórico y social, ella fue tomada con bastante seriedad por quienes, en el siglo XIX, se
propusieron llevar a cabo la compleja empresa de la independencia.
“En lectura moderna, razón es la capacidad y deber que tienen los individuos de poder obrar
socialmente desde la facultad que les otorga el pensamiento lógico, esto es, individuos y
actuaciones que deben estar guiadas, supeditadas, a lo que les indique primordialmente el juicio
analítico, el juicio coherente y no cualquier otro tipo de dispositivo de saber. Juicio éste que, en
tanto se hace práctico, asegura a los individuos, y a las sociedades mismas que les cobijan, una
condición de actuación correcta, mensurable, sin mayor chance para la implosión de actos y
conductas irracionales.” (Balaguera: 2001:28)
Era fundamental que existiera la escuela, no sólo como un espacio que preparara al educando para
el respeto y amor por la patria, sino también para el trabajo; era precisamente a través de la
educación ilustrada que se lograría el amor a la ley y la felicidad de los pueblos. Por esta razón, era
necesario no sólo un cambio en la educación como tarea urgente y general, sino un cambio de
mentalidad en los sujetos para acabar con los vicios que entorpecían la verdadera función de la
educación.
Es probable, y esa es mi intención, que algunas de las cosas que lean no les gusten, o que les hagan
ruido a nivel ideológico, político, social o cultural, de nuevo, es la idea! Que lo que vayamos viendo
nos genere dudas, consultas y contradicciones que podamos traer a discusión.
Les envío además de esta clase el material de lectura anexo y recuerden que cualquier duda,
consulta, comentario o lo que les surja no duden en escribirme.
Saludos cordiales.
Lic. Prof. Mariano Lugo.