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Tema 6 La expansión de las dos reformas

El ecumenismo, que alcanzó su mayor expresión con el Concilio Vaticano II, propició una corriente historiográfica que puso el
acento más en el sustrato común y los objetivos compartidos de la Reforma y de la Reforma Católica, de tal modo que ambas
aparecieron como una reacción simultánea contra la religión medieval, contra esa «mítica Edad
Media cristiana» de que nos ha hablado Jean Delumeau.
 Así por encima de las divisiones doctrinales, se ha prestado una nueva atención por encima de los factores que separan, a
los factores que unen, es decir, a los recíprocos influjos entre las distintas pastorales, entre las distintas teologías,
llegándose a considerar al jansenismo, surgido en el mundo católico, como un «agustinismo de compensación en las
fronteras religiosas» con el mundo protestante, según la definición de Pierre Chaunu
 Incluso, dentro de este espíritu ecuménico, se ha avivado el interés por las influencias que estos procesos de reformas de
las iglesias occidentales pudieron producir en el seno de las iglesias ortodoxas, de las iglesias orientales, como, por poner
algunos ejemplos, la introducción de la enseñanza según los métodos católicos en la Iglesia de Ucrania, la traducción de
obras litúrgicas calvinistas por el patriarca Filarete de la Iglesia de Rusia o la tenaz importación de teología protestante por
el patriarca Cirilo Lukaris de Constantinopla.
Las dos reformas emprendieron un proceso conjunto de aculturación Se trató, por ambas partes, de realizar esfuerzo para mejor
encuadramiento pastoral, para enseñar fe más acorde con mensaje del evangelio, para imponer práctica de mandamientos de
dicha fe mediante sistema de acciones más disciplinadas, para abolir las reminiscencias de aquella «religión medieval» que
seguía imperando en Europa Con palabras de Alphonse Dupront, durante la E M «existió en el complejo cristiano la conciencia
colectiva de una sociedad de salvación común» Lo prioritario era, por tanto, concentrarse en el objeto esencial de las distintas
confesiones cristianas, que no era otro que el de la salvación de las almas. Así se refleja iconográficamente en pintura del
flamenco Adriaen Van de Venne (Rijksmuseum): sacerdotes católicos en una orilla y pastores protestantes en otra compiten por
sacar del río a las almas de los humanos, como metáfora de común dedicación a cristianización de pueblos y de un común
esfuerzo para lograr la salvación de la humanidad Era lógico que la atención sobre el cuadro coincidiera con el auge del
ecumenismo En ese contexto, cobraba toda su fuerza la brillante expresión de Roger Chartier: las dos Reformas contribuyeron
al mismo tiempo a «la transformación del utillaje intelectual, de las normas éticas y de las formas de sensibilidad
con que había que vivir la fe de Cristo».
1. EL ENCUADRAMIENTO PASTORAL DE LOS FIELES
La Iglesia romana dedicó parte de energías a perfeccionar la práctica religiosa dentro del mundo católico Un primer sector
donde se ejerció de forma continuada esta acción fue el encuadramiento pastoral del pueblo fiel A tal efecto, uno de los
principales elementos puestos a contribución fue el nuevo papel asignado a los obispos.
Trento hizo un llamamiento al refuerzo de la autoridad episcopal, insistió en su función de gobierno de la diócesis y combatió el
absentismo tratando de imponer la residencia obligatoria De Trento salió un nuevo modelo de obispo (se produjo «el tránsito de
la concepción del obispo como gran señor a la del obispo como jefe espiritual», en palabras de René Tavenaux), lo que conllevó
una centralización creciente de su poder y una mayor atención a sus deberes: la vigilancia sobre el clero, el ejercicio de las obras
de caridad, la creación de centros educativos y asistenciales
En resumen, se produjo un progreso en la categoría personal y pastoral del episcopado.
La segunda piedra angular fue la promoción del clero parroquial, el que estaba en directo contacto con los fieles. Aquí el primer
requisito fue la mejora de vida material, bajo premisa de que independencia económica era la condición básica para
cumplimiento del ministerio, lo que supuso garantía para todo el clero de ingresos mínimos
Fue una política que tuvo su paralelo en el mundo protestante, como atestiguan, por ejemplo, los casos de Lincoln o de Kent en
el mundo anglicano o el caso del clero protestante renano. Junto a la mejor situación material, la siguiente preocupación fue
mejor formación intelectual del clero, para la que se ponen en pie toda una serie de instrumentos, especialmente los
seminarios que poblaron toda la Europa católica desde Portugal y España (donde se crearon más de veinte en medio siglo, entre
1565 y 1615) hasta las regiones más orientales de Polonia o el Imperio, aunque muchos hubieron de hacer frente a la dificultad
de contratar profesorado competente y a la de disponer de rentas suficientes para garantizar una financiación continuada
El mismo esfuerzo se dio en mundo protestante, como sabemos gracias a la obra de Bernard Vogler para el caso de Renania,
donde se crearon numerosos institutos para la formación de los futuros pastores, se promovió un sistema de becas para seguir
estudios universitarios de teología (singularmente en la Universidad de Heidelberg, la capital del Palatinado) y se procedió a la
investidura del nuevo personal sólo tras la superación de severos exámenes, que exigían no sólo sólidos conocimientos en
materia teológica y escriturística, sino también el desarrollo de facultades suficientes para una predicación eficaz. Tras
formación inicial, también se sintió la necesidad de asegurar una formación permanente, que corrió a cargo de los sínodos
eclesiásticos, reuniones de todo el clero diocesano donde se llevaba a cabo esencialmente una valoración de los problemas
disciplinares Fue muy notable la actividad sinodal a lo largo de todo el SXVII, aunque se percibe una inflexión en las
convocatorias a fines de la centuria, hasta llegar a su práctica desaparición en el siglo siguiente La función fue similar en el
mundo protestante, donde sirvieron para la elevación del nivel intelectual del clero, así como también para el control de su
ortodoxia. Una mención aparte merecen finalmente las visitas pastorales, que sirvieron para ejercer una vigilancia periódica de
la actuación sacerdotal. Su empleo fue desigual (en parte debido a ser una de las más pesadas tareas episcopales), pero
generalmente efectivo para la centralización del gobierno de la diócesis y para mantener el vigor del clero diocesano, aparte de
su utilización actual como verdaderos informes sociológicos, como magníficas fuentes de información para la historia
eclesiástica. Igual ocurrió con su réplica en el mundo protestante, las visitas regulares de inspectores, dependientes del consejo
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del príncipe o del consistorio eclesiástico, que ejercían una severa vigilancia del clero a través del interrogatorio de notables y de
niños, de la recogida de quejas sobre los pastores y del cuestionario impuesto a los ministros sobre el contenido de su pastoral,
sobre sus lecturas, sobre la gestión de los bienes de las iglesias y sobre la conducta de sus fieles. En cualquier caso, no cabe duda
de que todas estas medidas contribuyeron a formar un clero más idóneo para el cumplimiento de sus funciones y más capaz de
ponerse dignamente al frente de sus parroquias. Ahora bien, este énfasis en la actuación del párroco o del pastor generó una
excesiva elevación del estado sacerdotal sobre el estado laical, una «clericalización del estado sacerdotal y, más globalmente, de
las estructuras eclesiales» (en palabras de Dominique Julia), lo cual se manifestó en una segregación cultural y hasta, en algunos
casos, física: empleo de una lengua específica (el latín), empleo de un atuendo especial (la sotana), empleo de signos
particulares (la tonsura). El clero, que ya era un estamento separado, pasó a constituirse prácticamente en una casta. Los
resultados negativos en el ámbito católico (y, más concretamente, en el español) fueron señalados así por Antonio
Domínguez Ortiz: La separación entre el mundo secular y el eclesiástico tenía faltas gravísimas en sus fundamentos: el clero, al
espiritualizarse en exceso se desinteresó de lo temporal, hasta el punto de que la inmensa cantidad de sermones que entonces
se imprimieron son de casi nulo valor para conocer la realidad social; que se insistió en los aspectos externos de la devoción, en
la representación continua de la muerte y el infierno como motivos de obrar y en la inanidad de lo temporal como excusa para
no intentar su reforma. La religión, pilar del trono, se iba convirtiendo también en el «opio del pueblo» para utilizar la acertada
metáfora de Karl Marx. En el mundo católico, el clero parroquial contó en el proceso de reforma con el apoyo de las órdenes
religiosas, como han señalado los diversos especialistas. Así Gabriele de Rosa ha afirmado que «las órdenes religiosas fueron un
elemento esencial, sobre todo en el siglo XVII, de las relaciones entre la Iglesia y la sociedad». Y aún más, Jean Delumeau ha
llegado a decir que «el periodo heroico del renacimiento católico estuvo caracterizado ante todo por la acción militante de las
órdenes religiosas». Y, aunque cada una tuvo su papel, diferente según su geografía y según sus propósitos, no puede dejar de
mencionarse el significado de la Compañía de Jesús, de los jesuitas, que constituyeron «el elemento más dinámico de la Iglesia
romana». Finalmente, el clero secular y el regular contaron con el respaldo de la participación de grupos organizados de laicos.
Así nacieron las cofradías como una necesidad de profundización religiosa en el horizonte del perfeccionamiento cristiano, como
un «camino privilegiado de una diferenciación personal respecto de la práctica común», para emplear las palabras de Alphonse
Dupront Ellas fueron en buena parte las responsables de la exteriorización del culto, de la suntuosidad de las pompas barrocas o
de la difusión de nuevas devociones, en particular de la eucarística (con el Corpus Christi) y de la mariana (con el impulso dado a
la creencia en la «inmaculada concepción» de la Virgen María). Finalmente, fueron el punto de partida de una nueva sociabilidad
específicamente meridional. Este proceso fue común a todos los países de la catolicidad
En Italia, ya en SXVI, la acción de algunos obispos reformistas (como Carlo Borromeo en Milán) había servido de guía a un
proceso generalizado de creación de seminarios, convocatoria de sínodos diocesanos y concilios provinciales, organización de
visitas por parte del ordinario del lugar o apostólicas al conjunto de la diócesis, intercambio de estatutos sinodales y cartas
pastorales y apoyo a las cofradías de laicos y a las asociaciones devotas.
En Francia, el acento se puso en la fundación de destacados seminarios y centros de formación para sacerdotes, como el de
Saint Nicholas de Chardonnet o el famosísimo de Saint-Sulpice. Igualmente se instituyeron celebradas congregaciones de
sacerdotes como la Doctrina Cristiana (vinculada a César de Bus, en 1598) y, sobre todo, el también famoso Oratorio (impulsado
desde 1611 por Pierre de Bérulle siguiendo los métodos del Oratorio romano de Filippo Neri)
El resultado fue pléyade de párrocos bien formados, entregados a sus feligreses, asiduos organizadores de cursos y conferencias
sobre temas religiosos y que contaron con una mejor dotación material para prevenir la acumulación de funciones y
garantizarles una vida digna (título clerical, bienes parroquiales, pie de altar, porción congrua) Esta labor pastoral se completó
con fundación de numerosas órdenes dedicadas a la enseñanza y la asistencia, como los lazaristas (de Vincent de Paul), las Hijas
de la Caridad (de Louise de Marillac), dedicada a la atención de los enfermos pobres, o las visitandinas de François de Sales y
Jeanne de Chantal, entregadas a la visita de pobres y enfermos desde 1610. En España la espiritualidad católica alcanzó también
altas cimas Aquí, si los jesuitas representan la corriente intelectual más comprometida con las decretales de Trento, también es
destacable la renovación de la vida regular mediante la fundación de conventos tanto masculinos (agustinos, franciscanos,
dominicos, capuchinos) como femeninos (clarisas, carmelitas) y el auge de la religiosidad laica encuadrada por la Orden Tercera
de San Francisco y las Cofradías del Rosario, amén de otras numerosas instituciones del mismo tipo que florecieron por toda su
geografía Si la escritura devota contó con figuras notables en Italia o en Francia, España se ilustró con una abundante
producción ascética (Juan de Ávila, Luis de Granada) y, sobre todo, mística, con las figuras de Teresa de Jesús y de Juan de la
Cruz a la cabeza, cuyas obras sobresalen además por sus excepcionales valores literarios.
2. EL PROCESO DE CRISTIANIZACIÓN
La acción de la reforma católica también se propuso la cristianización de los pueblos, ya que se consideraba que las clases
populares carecían de verdadera formación en la fe cristiana y mantenían conductas muy alejadas de los nuevos modelos
propuestos por el concilio de Trento Para entender el proceso Jean Delumeau ha propuesto la explicación de la «leyenda de la
Edad Media cristiana»: la élite reformista (tanto católica como protestante), frente a esta idea tradicional, tuvo conciencia de
una sociedad europea sin cristianizar, sumida en la ignorancia y en la superstición De ahí, una voluntad deliberada de
cristianización y de aculturación De ahí, programa doble: cristianización masiva de masas populares y uniformización de
comportamiento Religioso Para ello, se utilizó un doble instrumento: la pastoral educativa y la pastoral caritativa.
La pastoral educativa consistió en realidad en un enorme esfuerzo de instrucción cristiana, que debía actuar en una doble
vertiente: la enseñanza de los fundamentos de la fe y la introducción entre los fieles de los comportamientos
éticos que debían definir a una sociedad cristiana

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El primer medio fue la enseñanza del catecismo, tanto en el mundo católico (con la base del Catecismo Romano de 1566 y la
proliferación de los «grandes» y «pequeños» catecismos), como en el mundo protestante (con la difusión del catecismo de
Lutero, el formulario de Calvino y el catecismo de Heidelberg de 1563)
El complemento obligado de la catequesis fue naturalmente la escuela: el aprendizaje del cristianismo debía ser previo y
paralelo al de la escritura, la lectura y los números, el control de los libros era una obligación natural y la enseñanza debía
favorecer a los niños, estrictamente separados de las niñas
Es también la época de nacimiento de las congregaciones dedicadas esencialmente a la educación, como
las Escuelas Pías (de José de Calasanz, 1597) y las Escuelas Cristianas (de Jean-Baptiste de La Salle, 1682)
Antes habían aparecido las consagradas a la instrucción femenina, como la ya citada de las ursulinas (fundada en 1537 y erigida
en orden religiosa en 1612).
La formación debía conducir al auge de las prácticas religiosas, especialmente aquellas que resultaban esenciales para el fiel
católico: la misa y la comunión pascual
Así el control ejercido desde la parroquia garantizó el cumplimiento de estos deberes fundamentales y la práctica de otras
devociones
Sin embargo, las conductas cotidianas arrojan dudas sobre los motivos de los feligreses: comportamientos libres o
condicionados por la pedagogía del miedo (el infierno siempre invocado como última arma para generar las respuestas
esperadas) o por la amenaza de penas espirituales en caso de conductas desviadas (sepultura fuera de sagrado o excomunión)
Finalmente, resulta difícil separar si una acción devota significa una expresión individual de fervor o simplemente una forma de
conformismo ante el acoso del control social.
Para los adultos, la enseñanza ordinaria se hacía habitualmente desde el púlpito mediante la predicación del sermón del
domingo y de las fiestas de guardar
Sin embargo, el instrumento más prestigioso fue la misión, impulsada por la conciencia de la ignorancia imperante en los
ámbitos rurales (tan grande, se decía, como entre los paganos de fuera de Europa) y por la insatisfacción del lento progreso de la
obra reformista del clero parroquial
Todas las órdenes se ejercitaron en las misiones (jesuitas y capuchinos en España, lazaristas y eudistas en Francia) y, en general,
todas compartieron pedagogías semejantes: la predicación (en lenguas regionales a menudo), las imágenes narrativas o
simbólicas (cuadros o calvarios) y los ejercicios colectivos (como la erección de la cruz y las representaciones teatrales de
contenido alegórico), además de promover la solución de los contenciosos, mediante las «reconciliaciones» entre parientes o
vecinos y las «restituciones» de las ofensas o de las deudas materiales
En el mundo protestante, si bien no existió un instrumento semejante, la censura desempeñó una acción social equivalente,
imponiendo la observación del culto dominical, extirpando las conductas escandalosas y propiciando la
conciliación de las discordias familiares o aldeanas.
Al margen de la instrucción oral, otra herramienta de cristianización fue la literatura piadosa, al margen de los catecismos: los
libros de oficios (breviarios,misales), los escritos de teología moral, la literatura de espiritualidad (producción devota francesa o
mística española) y la literatura apologética y polémica (dirigida tanto a los «libertinos» como a los protestantes, que igualmente
se apoyaron fundamentalmente en una mayor frecuentación y una mayor familiaridad con la Biblia). Y, finalmente, en el mundo
católico se desarrolló una pedagogía de la imagen, que se expresó sobre todo a través de la estampa y del retablo (como
comentario visual a los misterios de la fe), aunque también mediante las representaciones teatrales (con el género característico
del auto sacramental), los programas decorativos barrocos o las ilustraciones musicales (desde el canto litúrgico al gran
oratorio), un instrumento de socialización religiosa especialmente empleado en el mundo protestante.
Junto a la pastoral educativa, la fe de Cristo se pregona también por el testimonio de la caridad
En el mundo católico, se enfatiza su función
No sólo ejemplifica la perfecta unión entre la fe y las obras y de ese modo se convierte en un elemento central de la apologética
antiprotestante, sino que es también la piedra angular del ideal heroico de la santidad cristiana, como testimonian las figuras de
Juan de Dios en España, Camilo de Lelis en Italia o Vincent de Paul en Francia
El ejercicio de la caridad sensibilizó a la opinión pública sobre la asistencia a los desfavorecidos, incentivó la acción de los laicos
en la ayuda material y espiritual a los pobres, promovió la fundación de nuevas órdenes hospitalarias (como ya hemos
señalado), consolidó la noción de la obra de misericordia como ocasión salvífica, influyó en la persistencia de la doctrina
tradicional de la limosna y en la concepción del «pobre de Cristo».
3. LA UNIFORMIZACIÓN DEL COMPORTAMIENTO RELIGIOSO
El esfuerzo de cristianización concluyó en una campaña para imponer una práctica religiosa uniforme
En mundo católico se universaliza santificación del domingo y fiestas de guardar (mediante asistencia obligatoria a misa),
práctica unánime de comunión (solemnidad de primera comunión, cumplimiento pascual, excomunión como terrible pena
espiritual, debate sobre comunión frecuente dentro de la controversia jansenista), mayor atención a la administración del resto
de sacramentos (diligencia en bautismos, aumento de confirmaciones, purificación del matrimonio, difusión de extremaunción)
y potenciación de devociones colectivas, como culto mariano (especial a Inmaculada Concepción), culto al Santísimo Sacramento
o devoción al Sagrado Corazón de Jesús (vinculada a Marguerite-Marie Alacoque)
Finalmente, las dos reformas trataron de depurar prácticas en otro sentido, en el de la lucha contra una religiosidad popular
alejada de la oficial, en la lucha por el desarraigo de las «piedades folklóricas»

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Por un lado, las iglesias combatieron expresiones festivas, como las fiestas de los locos (una típica «fiesta de inversión»), los
carnavales (ocasión de excesos en el comer, en el beber y en el intercambio sexual), los árboles de mayo, las hogueras de San
Juan, de modo que tales ritos hubieron de ser reglamentados o depurados o santificados
Tampoco se veían bien las romerías, las procesiones, que daban lugar a actos idolátricos o incluso paganos, como la creencia en
los milagros de algunas reliquias o en las virtudes mágicas de algunas fuentes
Pero en este caso, las resistencias populares en el mundo católico, sobre todo en los ámbitos rurales, fueron muy fuertes, lo que
motivó a veces el compromiso entre la religión universal y la devoción local: la Virgen era siempre la misma pero en cada lugar
se veneraba una sola advocación con exclusión de las demás.
El ejemplo más conocido de resistencia popular es la permanencia de la magia, pese a las terribles persecuciones desatadas por
las autoridades civiles y religiosas contra unas prácticas que se consideraban indefectiblemente vinculadas a la acción del
Maligno
La geografía de caza de brujas es geografía de regiones marginales: los márgenes europeos, los márgenes de los propios países
(Zugarramurdi, en País Vasco, ejem), los márgenes de las propias comunidades (bosques, pantanos)
Los debeladores de tales acciones reprimían los tres gestos que consideraban inevitables y esenciales: el pacto diabólico, el
aquelarre y el maleficio contra cosechas, animales o personas
En realidad, las prácticas de magia eran respuestas defensivas ante las calamidades que no podían remediar ni la ciencia ni la
religión (epidemias de peste, sequías e inundaciones, plagas de langosta): era necesario establecer un contacto directo con las
fuerzas naturales y calmarlas mediante algún gesto propiciatorio
Y naturalmente ponían en cuestión los poderes divinos: oraciones, las rogativas, los exorcismos no servían de nada
De ahí que el fin de la magia se produjera con el progreso del pensamiento racional: las hogueras (más frecuentes en
el mundo protestante que en el mundo católico) se fueron apagando a medida que se imponía un pensamiento racional, las
brujas desaparecieron cuando sus vecinos dejaron de creer en ellas, según la expresión de Mandrou.
4. LOS CONFLICTOS RELIGIOSOS EN EL SENO DE LAS IGLESIAS
En época de la crisis de la conciencia europea la religión estaba en retroceso a la hora de explicar el mundo
La revolución científica, apoyada en cartesiana duda metódica y afirmación del primado de la razón y la experiencia, precisaba
de la marginación metodológica y provisional de los dogmas religiosos y de la negativa a aceptar sin crítica ninguna creencia
recibida como condición indispensable para asegurar sus fundamentos, lo que le valió la frecuente enemiga de las iglesias,
temerosas de difusión de este espíritu de libertad y desconcertadas ante la contradicción entre las narraciones bíblicas y los
nuevos descubrimientos de la astronomía y las restantes disciplinas
Incluso las escrituras sagradas, antes sujetas a diferentes interpretaciones pero nunca discutidas como revelaciones divinas,
ahora se veían en tela de juicio como fuentes incontestables de la verdad a la luz de la nueva ciencia
Esta situación implicaba la necesidad de formar un frente común contra un ataque que cuestionaba la esencia misma de la
religión cristiana Al mismo tiempo, las dos reformas tratan de superar la confrontación permanente y de buscar un modus
vivendi establecido sobre la base del convencimiento de formar parte de una sociedad común que persigue por vías paralelas el
único fin de la salvación de las almas Al mismo tiempo, se producen algunos intentos políticos de llegar a fórmulas de tolerancia
entre las dos confesiones, singularmente el Edicto de Nantes de 1598 y la Carta de Majestad de 1609
El Edicto de Nantes pone fin a las guerras de religión en Francia: la Monarquía de Enrique IV, confesionalmente católica, concede
a los hugonotes una libertad de culto restringida, el acceso a los oficios públicos y un total de 151 plazas fuertes como garantía
del cumplimiento del pacto. La Carta de Majestad, promulgada por el emperador Rodolfo II, concede la libertad de conciencia y
parcialmente la libertad de culto a las diversas confesiones establecidas en Bohemia (y más tarde a las de Moravia y Silesia): la
minoría católica, los utraquistas (herederos de los hussitas y defensores de la comunión bajo las dos especies), los hermanos
moravos (facción hussita disidente), los luteranos y los calvinistas
Cuestionados estos movimientos por el conflicto religioso subyacente a Guerra de 30 Años, la tolerancia se renovaría para
firmantes de paz de Westfalia, tratado que establece un equilibrio entre todas confesiones cristianas de Europa
Pero este ambiente favorable a la convivencia se vería enturbiado por diversas acciones contrarias, particularmente en Francia,
donde la revocación del Edicto de Nantes (por el Edicto de Fontainebleau de 1685) llevaría a la revuelta a los campesinos de los
Cévennes (1702) y al levantamiento de los Camisards (1702-1705), que mantendrían una resistencia desesperada frente a las
tropas de Luis XIV, constituyendo finalmente la Église du Désert (la Iglesia del Desierto), un complejo de comunidades dispersas
de confesionalidad calvinista nutridas de la palabra de sus predicadores e inasequibles a la persecución de los poderes políticos y
eclesiásticos Por otro lado, hubo países donde nunca se planteó la convivencia, como en caso de España, donde implantación de
la ortodoxia católica se llevaría a cabo con una tenacidad inusitada y unos instrumentos, singularmente el Tribunal de la
Inquisición, que imprimirían sello característico y duradero: sospecha, inseguridad y miedo provocarán que el hecho religioso
deje una impronta indeleble en la sociedad española, caracterizada precisamente por la teatralidad barroca de las
manifestaciones religiosas y la exteriorización de los sentimientos religiosos, convertidos desde entonces en símbolo de
pertenencia a una comunidad pretendida única y uniforme. No obstante, junto a este reverdecimiento de las rivalidades entre
las confesiones separadas a fines de siglo, las iglesias también dirimen sus disensiones interiores
Es el caso de la prolongación de las viejas querellas entre arminianos y gomaristas en el calvinismo holandés, o entre anglicanos
y calvinistas en el protestantismo inglés Y es el caso también de la aparición en el mundo católico de nuevas corrientes
consideradas heterodoxas, como son los casos del quietismo o el jansenismo
El quietismo, que se remitía a viejas tradiciones místicas que habían florecido en España desde el SXVI, es producto

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de la extraordinaria fortuna de la obra del español Miguel de Molinos, que redacta en 1679-1680 en Roma su Guía Espiritual,
donde asienta el primado de la contemplación, la cesación de los medios («siempre que se alcanza el fin cesan los medios y,
llegando al puerto, la navegación») y el ideal de la perfecta aniquilación del alma
Condenada en 1687, la doctrina alcanzará Francia, de la mano de Madame Guyon (Jeanne Marie Bouvier de la Motte) y con el
aplauso de algunos intelectuales de la talla de François de Salignac de la Mothe Fénelon
Y es en Francia donde se expande la doctrina heterodoxa llamada a tener más predicamento en el mundo católico a todo lo
largo del SXVII y, en sus derivaciones, incluso durante el SXVIII El jansenismo nace en la obra Augustinus de Cornelius Jansen,
obispo de Ypres (Ieper), de 1640, fruto a su vez de las conversaciones mantenidas por su autor con Jean Duvergier de Hauranne,
abad de Saint-Cyran Su origen se busca en la permanencia de la influencia agustiniana, en la contaminación a causa del contacto
con teoría protestante de la predestinación y, de ahí, en oposición a teorías del jesuita Luis de Molina (De concordia liberi
arbitrii, 1588) y François de Sales (Introduction à la vie dévote, 1608) sobre la posibilidad de decidir sobre las buenas obras con
el auxilio de la gracia La doctrina, calificada de catolicismo de frontera y de agustinismo de compensación, establece teología
pesimista sobre condición humana y moral rigorista como única posibilidad de salvación, que da como corolario el rechazo de la
mera atrición para el perdón de los pecados, de la comunión frecuente dada la grandeza del sacramento y de la moral laxa que,
como decía uno de sus defensores, el científico Blaise Pascal, proponía «un cielo a bajo precio»
Su expansión se dio en las fronteras de la catolicidad (Países Bajos meridionales, Provincias Unidas, ducado de Lorena) y en
Francia, donde se seguía experimentando la difícil coexistencia entre las dos confesiones rivales
Así el texto del Augustinus encontró su mayor eco entre las religiosas de la abadía cisterciense de Port-Royal-des-Champs (que
se reforma bajo la égida de Angélique Arnauld y se traslada a la ciudad de París en 1625) y por los Solitarios de Port-Royal-des-
Champs, que abren sus escuelas en la vieja abadía desde 1638
A partir de aquí la controversia no para , impulsada por Arnauld y por Pascal, hasta la firma provisional de la paz de la Iglesia o
paz clementina en 1668, que permite la consolidación silenciosa del jansenimo en las décadas siguientes
Sin embargo, la reacción ortodoxa de Luis XIV, ya señalada, abrirá de nuevo la querella, con Pasquier Quesnel como jefe del
partido jansenista, hasta llegar, después de diversos episodios (el más dramático, expulsión de las religiosas), a la publicación
por el papa Clemente XI de la bula condenatoria Unigenitus (1713)
Solución extremista que ni acallá la controversia ni impide prolongación del jansenismo a lo largo del siglo siguiente

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