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Rafael Sánchez Ferlosio

«El criterio de esta selección n o ha sido


el del a c u e rd o actual p o r p a rte del a u ­
to r con ca d a u n a de sus páginas. Y no
se tra ta de q ue sobre cu a lq uiera de ellas Ensayos

- Ensavos v artículos II
ten d ría siem pre aun o tr a p a la b ra que
decir, sino de q u e tex to s cuyas co n c lu ­
siones p o d ría h o y discutir y hasta alte­
ra r h a n sido con se rv ad o s p o r creer que
ello n o q u ita la utilidad de la a r g u m e n ­
tación. M á s to d a v ía ; au n d e n tro de la
y artículos
p ro p ia selección se h a lla rá n sentires e n ­
c o n tra d o s o al m enos divergentes. C u a ­
tro lecturas y c u a tro ideas p ro p ia s están Volumen II
detrá s de casi to d o s los textos recogi­
dos; de a h í q ue la “ t e m á tic a ” sea m u ­
ch o m enos extensa q ue intensa. En
c u a n to al juicio de valor, el a u to r n o
p uede perm itirse m ás q u e rem itirlo al
h echo m ism o de h a b e r d a d o a la im ­

FERLOSIO
p re n ta esta recolección, c o m o indicio
de que, ni con m odestia ni sin ella, esti­
m a su a p a rició n justificada y co nve­
niente su lectura.»
El volum en 11 de los Ensayos y artículos
de Rafael Sánchez Ferlosio integra los
trab a jo s de m a y o r extensión del a u to r,

RAFAEL SANCHEZ
inéditos a lg u n o s y o tro s pub licad o s ya
en libros o revistas. ________________

ROBERTOKLES Ensayos / Destino


ROSANAE FECIT
«Rafael Sánchez Ferlosio, hijo Ensayos/D estino
de padre español y m adre
italiana, nació el 4 de diciem bre 1 . Rafael Argullol
de 19 2 7 en la ciudad de Rom a. El fin del mundo
A la edad de catorce años, en el como obra de arte
texto de literatura española de
z. Eugenio Trías
G uillerm o Díaz-Plaja y en la
Lógica del límite
frase en la que el autor,
retratan d o al infante Don Juan 3 . Em anuele Severino
M anuel, decía literalm ente: El parricidio fallido
“Tenía el rostro no roto y 4. Karl R einhardt
recosido po r encuentros de Sófocles
lanza, sino pálido y dem acrado 5. M ario Benedetti
por el estudio” , conoció cuál era La realidad y la palabra
su ideal de vida. N o obstante, (Serie Letras)
ha sido siem pre dem asiado
6. George Steiner
perezoso para llegar a
em palidecer y dem acrarse en Presencias reales
m edida condigna a la de su ideal 7 . Peter Szondi
em ulatorio, y su m áxim o título Estudios sobre Hölderlin
académ ico es el de bachiller. 8. Rafael Sánchez Ferlosio
H abiéndolo em prendido todo Ensayos y artículos I
p o r su sola afición, libre interés
o propia y espontánea
curiosidad, no se tiene a sí
m ism o por profesional de
nada.»
- Ensayos y artículos II
R afael Sánchez Ferlosio

V olum en II

FERLOSIO
RAFAEL SANCHEZ

Ensayos / Destino
RAFAEL S Á N C H E Z FERLOSIO

E N S A Y O S Y A R T ÍC U L O S

V olum en II
C olección d irig id a p o r
R afael A rgullol, E n riq u e L ynch,
F e m a n d o S a v a te r y E ugenio T rías

D irección ed ito ria l: F elisa R am os

índice

No se perm ite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a


un sistem a inform ático, ni su transm isión en cu alq u ier form a o por cu alq u ier
m edio, sea éste electrónico, m ecánico, por fotocopia, p o r grabación u o tros m éto­ P rim e ra p a r te
dos. sin el perm iso previo y p or escrito de los titu lares del copyright.
E n s a y o s v ie j o s

Personas y anim ales en una fiesta de bautizo 11


Diseño de la colección: R am ón H erreros Sobre la transposición 47
O Rafael Sánchez Ferlosio Sobre el Pinocchio de Collodi 86
Textos de Las semanas del jardín, © 1974. La predestinación y la n arrativ id ad 97
Textos de «El ejército nacional», © 1986. Apéndice: El caso Dim na 135
Textos de «Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado», El llanto y la ficción 138
© 1986.
Textos de «La homilía del ratón», © 1986. A péndice: El caso José 141
Para los textos aparecidos en la prensa y no incluidos en los El caso M anrique 186
volúmenes anteriores, el © es el del año de publicación que se
indica a pie de página. S e g u n d a p a rte
Textos inéditos: «Músculo y veneno», © 1991; «Las azoteas
de Damasco», © 1991; «Apunte sobre la Wiedervereinigung», I d i o t é t ic a
© 1991. D iscurso de G erona 245
© Ediciones Destino, S.A., 1992
Conseil de Cent, 425. 08009 Barcelona Apéndice n.° 1 279
Primera edición: mayo 1992 Apéndice nP 2 284
ISBN; A péndice n.° 3 285
Depósito legal: Apéndice n.° 4 287
Impreso por Limpergraf, S.A.
Carrer del Riu, 17. Ripollet del Vallès (Barcelona) Tal para cual 290
Impreso en España - Printed in Spain Apunte sobre la W iedervereinigung 298
T e r c e r a p a r te
E nsayo s nuevos

O Religión o H istoria 311


M ientras no cam bien los dioses, nada ha
cam biado 352
C orolarios 435
Apéndice: La m entalidad expiatoria 455
Cuando la flecha está en el arco, tiene
que p a rtir 475

C uarta parte
E s a s Y n d ia s e q u iv o c a d a s y m a l d i t a s
P r im e ra p a r te
Texto 517
N otas 1, 2, 3, 4, 5 y 6 569 E n sa y o s v ie jo s
Apéndice I 589
Apéndice II 596
Apéndice III 607
Apéndice IV 752
Apéndice V 792
Personas y anim ales en una fiesta de bautizo

MARCO • S» G • ANNIS • IV •
PATRVVS • IN • MEMORIAM

R epara en el enojo tan fuera de m edida que te pro­


ducía esta tarde esa chica que se com placía en m en­
ta r una y o tra vez p o r nom bre propio al casi recién
nacido niño de su am iga. ¿Se recreaba realm ente en
hacerlo m uchas veces o te lo ha parecido a causa de
que cada vez que lo h acía te producía la m ism a g ri­
m a que el c h irrid o de la tiza reseca en la pizarra?
Te d irán que eres hipersensible p ara lo que gustan
de llam ar «m era cuestión de palabras», con ese m á­
gico em pleo del «mero» o el «no es m ás que», que
es com o un pase de pecho con el que uno puede sa­
carse de encim a c u alq u ier toro; pero tú no te cuides
de d arles ni q u ita rle s la razón a tu s hum ores: haz­
los objeto de tu s reflexiones. A la m uchacha, inclu­
so, le harás, en este caso, m ás ju sticia si en vez de
envenenarte en rep e tir «es u n a cursi» —acción tan
infecunda com o c u a lq u ier sentencia inapelable—■,
m iras a ver de esclarecer la cualidad de aquello que
autom áticam ente has detectado com o c u rsilería y

11
afectación. ¿Qué hay de afectado, qué hay de im p er­ es b astan te m ás com pleja: así el nom bre propio
tinente en m en ta r por su nom bre de pila a una c ria ­ «Roma», que en contexto geográfico es un nom bre
tu ra que todavía no tiene el don de la p a la b ra ni de lugar —«ver Roma», «dejar Roma»—, en contex­
atiende po r su nom bre, y qué im pulso secreto pue­ to político se convierte en un nom bre de persona
de mover a u n a persona a p rodigarse en sem ejante —«m achacar a Roma», «levantar a Roma»— (aunque
tratam iento? este «a» no se pueda definir, en rigor gram atical, a
«¿Pero p o r qué no dice el niño?, ¿por qué no dice p a rtir del concepto de persona, con todo, uno de sus
el niño?», me repetía con rabia p ara m is adentros, efectos de significación es el que redunda en indicio
y en ello m e parecía erigirm e en defensor de los fue­ de un tra to personal); y esto no hay que in sc rib ir­
ros m ás genuinos del recién nacido que d orm ía en lo en el equívoco cap ítu lo que se llam a «lenguaje fi­
su cuna —¡y cuán profundam ente!— en la h a b ita ­ gurado», com o algo que o cu rriese solam ente en el
ción contigua. D ictam inar «m era cu rsilería» es d a r­ seno de los nombres, porque no sólo pasa que el nom ­
le un carpetazo a la cuestión, carpetazo que servirá bre de Roma se convierte en un nom bre de persona,
p ara clasificarla y archivarla, pero que no resuelve sino que Roma m ism a se pone a funcionar —aunque
nada. ¿No ha sido bautizado?, ¿no ha sido inscrito lo haga en nom bre de su nom bre— realm ente com o
en el registro?, ¿no he com partido yo m ism o esta ta r­ tal, ni m ás ni m enos que c u alq u ier o tra persona h u ­
de la ta rta bautism al, para revolverm e ah o ra contra m ana, a todos los efectos form alm ente exigibles, es
la civil intención de concederle, desde hoy en ade­ decir, com o una unidad de responsabilidad, ya que
lante, estatu to de persona? E nhorabuena que se le unitariam ente, com o un solo hom bre, responde de
considere persona de derecho; no era eso, sea de ello sí m ism a ante Cartago. No es necesario, pues, acu ­
lo que fuere, lo que m e sublevaba, sino que fuese ipso d ir a la retó rica —com o sí lo sería, p o r ejem plo, en
facto concebido com o persona de hecho, com o si el el caso del Tíber o en el del T irreno— p a ra ju stifi­
solo derecho se b astase p ara sacarn o s de la n a tu ra ­ c a r sem ejante personificación: b asta la realidad. De
leza e in tro d u cirn o s en la hum anidad. Esto debía de la naturaleza, no poco interesante, de tales realid a­
se r lo que, en mi irritació n , venía advirtiendo en la des ya tra ta ré otra vez con la delicadeza que merece;
desenfadada, en la m ás que tem eraria fam iliaridad aquí sólo quería quedarm e con la vinculación etim o­
de la m ención con nom bre propio, que h ería m is lógica de «responsabilidad» con «responder», de
oídos com o una falta de respeto, com o un allan a­ «responder de las acciones» con «responder a las pa­
m iento de m orada, com o una villanía. ¿Villanía en labras» o «responder a una llamada», y de la de «pro-
d en o tar a una c ria tu ra p o r el nom bre propio, que le sópon» y «persona» con el papel teatral, es decir, con
concede rango de persona, y respeto en m entarla por el interlocutor. Una persona es un interlocutor, es un
m edio del com ún, que la m antiene en la fungible im ­ hablante o po r lo m enos alguien que pueda hacerse,
personalidad de lo anim al? Pues sí, en efecto; así m is­ de algún modo, parte —siquiera sea asim étrica— del
mo lo sentía. com ercio verbal; alguien que atienda por su nom bre:
E ntre los nom bres propios se distinguen, en p rin ­ un perro es, rigurosam ente hablando, una persona,
cipio, dos clases principales: topónim os y prosopó- aunque lo sea tan sólo en la m edida en que es capaz
nimos; es decir, nom bres de lugar y nom bres de de a su m ir uno de los dos papeles —el de receptor—
persona. Digo «en principio» porque después la cosa en la función apelativa. Respecto de ella hay tres cla­

12 13
ses de anim ales: los que no se llegan a d a r p o r a lu ­ no han de eq u ip ararse a n u estro s nom bres de pila,
didos a ninguna señal de voz h u m an a —un niño re­ sino al conjunto de nom bre y apellido (donde, p o r
cién nacido, una to rtu g a —; los que gregariam ente cierto, el in stru m en to apelativo p asa a fu n cio n ar
acuden a llam adas específicas —los gatos («ps-bs- com o p rim e r m iem bro —p rim ero en el orden, a u n ­
bs»), las gallinas («pita-pita»)—; los que singularm en­ que últim o en la determ in ació n — de la fó rm u la cla­
te atienden po r su nom bre individual —un perro sificatoria), com o lo p ru e b a el que a m enudo se
adulto, los bueyes de u n a yunta. Sólo a esta últim a jueguen las iniciales como índices patroním icos, que
clase es p ertin en te la im posición y em pleo de pro- inscriben al caballo en el co rresp o n d ien te pedigrí,
sopónim os o nom bres de personas. En los bueyes del y el que las hom onim ias se subsanen com o las de los
carro o del arado es donde m ás estrictam ente se ejer­ reyes: «Sirio III», «Trafalgar II», e incluso, aunque
ce la función, pues hay que e s ta r apelando de conti­ no estoy seguro de ello, el que se form en series su-
nuo ora a uno ora a otro buey, si se retrasa o si hay p rafam iliares p o r m edio de grupos hom ogéneos de
que d a r la vuelta, y ellos han de sa b er a quién habla nom bres: nom bres de estrella, nom bres de batalla,
en cada caso el lab ra d o r o el carretero. etc. Todo esto se refiere al valor gram atical de sem e­
No creo que habría m ayor dificultad para enseñar jantes denom inaciones; de otros aspectos, no m enos
a los caballos a responder a un nom bre propio —res­ interesantes, habla tan bella com o agudam ente Lévi-
ponder con la acción, se sobreentiende—■,pero el tra ­ S trauss en La pensée sauvage\ si bien, atento exclusi­
to y el em pleo que se les suele d a r —dado que se vam ente a los sistem as clasificatorios —que es el
gobiernan con la b rid a — no o frecería la ocasión de asunto de su libro—, descuida, a mi entender, la fun­
usarlo, de m odo que se ría un nom bre apelativam en­ ción apelativa, tan p rim aria en el origen de los nom ­
te ocioso; lo que pretendo d ejar po r definido es que bres propios, y que a m enudo interfiere con la o tra
los nom bres de persona, com o categoría gram atical, y acaso alguna vez la condicione de m odo decisivo.
quedan p rim ariam en te vinculados a la función ape­ Al tra ta r de nom bres propios no puede dejarse a un
lativa. Y que e sta función es la determ in an te en el lado un fenóm eno lingüístico tan fundam ental como
caso general se m anifiesta en el hecho de que de ella el de que una m ism a p alab ra sea —cuando lo sea,
dependa el que se ponga nom bre o se deje de poner: que no siem pre lo es— la que se em plea para hab lar a
en el m undo ru ra l no se les pone nom bre a los c ab a­ una persona y para h a b la r de ella; incidencia que por
llos, y cuando hay que m entarlos se dice sim plem en­ lo m enos da lugar, p o r lo que entiendo, a la cu rio sa
te «la yegua torda» o «el caballo blanco». En cuanto aparición del artícu lo determ in ad o en los apodos y
a la co stu m b re de ponérselo —o tra com plicación— en algunos em pleos del nom bre bautism al. Y un
en el artificio so m undo del caballo de c a rre ra s (el ejem plo de esto últim o, no poco in teresan te p ara la
m undo está lleno de mundos), está bien claro que res­ sociología, es el a rtíc u lo segregador y secu n d aria­
ponde a una función exclusivam ente clasificatoria m ente infam atorio que se antepone al nom bre de las
y no ya apelativa —p a ra hablar de y no para hablar m ujeres públicas.
a— y en una p lu ra lid a d lo suficientem ente grande Para e c h ar yo tam bién mi c u a rto a espadas y
de individuos com o p a ra que no pueda ser abarcada a p u n ta r un terren o interesante en la sociología del
m ediante la diacrisis de la determ inación común; de lenguaje —dem asiado ceñida, po r cuanto se m e al­
suerte que los nom bres de los caballos de c a rre ra s canza, a lo sem ántico y olvidada de lo gram atical—,

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voy a ser m ás preciso en este punto: un hilo conduc­ to, es acep tad a com o h ablante de hecho, com o inter-
to r p ara ilu s tra r cum plidam ente la form a de a c tu a ­ locutora m eram ente in terin a y eventual, pero nega­
ción de dicho artículo, ju n to a la concepción que lo da com o h ablante de derecho, excluida del núm ero
acom paña, nos lo puede ofrecer la expresión caste­ de los que cuentan, segregada de aquellos a quienes
llana «ser una cualquiera» —donde una no vale por se trib u ta n honores de persona, a quienes se reco­
pronom bre sino por artículo, y por lo tanto cualquie­ noce voz y voto en el llam ado concierto social. (Ya
ra se trueca, funcionalm ente, en sustantivo—, refe­ que hom bre alguno ha u rdido tal cosa en su cabe­
rida, tam bién, a las m ujeres públicas, o a quien con za —nada que sea form al, en el lenguaje, puede ja ­
ellas se intenta com parar. En efecto, a la que es con­ m ás deberse a consciente invención de hom bres
cebida com o una cualquiera, a la que ha dejado de concretos—, se echa de ver cuán refinadam ente des­
ser alguien, a la que ya no es nadie —porque no es piadado sabe se r cu ando quiere el inconsciente y
de nadie, porque nadie quiere reconocerla com o suya suprapersonal esp íritu de la h u m an a sociedad.) Por
en tanto que persona, lo que tiene por correlato el ser lo dem ás, el a rtícu lo antepuesto a nom bres propios
de todos como puro objeto, pura m ercancía— el nom ­ no tiene siem pre este efecto de significación; ante el
bre propio se le vuelve por fuerza advenedizo. Pero apodo, p o r ejem plo —incluso ante el apodo de uso
¿dónde ha dejado form alm ente de se r alguien?, ¿en apelativo, es decir, el m ote—, actuando de form a gra­
qué aspecto específico de la categoría de persona, m aticalm ente idéntica, o sea equivaliendo a «el lla­
de aquello que el nom bre propio nos confiere? Nos lo m ado», tom a d istinto valor significante: no se le
d irá el a rtícu lo antepuesto. Éste —b a sta escu ch ar­ niega aquí al m entado el rango de persona, sino al
lo: «la Luisa», «la E speranza»— opera sobre el nom ­ apodo el c a rá c te r de nom bre verdadero —diferencia
bre al que antecede com o una especie de supposi- que el instinto lingüístico tiende tal vez, aunque no
tio m aterialis, com o si lo pusiese e n tre com illas o estoy seguro de ello, a señalar gráficam ente poniendo
com o si dijese «la llam ad a Esperanza». No es, pues, con m ayúscula el artículo, que q u e d a ría así integra­
Esperanza, tan sólo se la llama, porque ser E speran­ do al propio apodo en su em pleo no apelativo: «El
za es serlo de derecho, es se r reconocida com o tal rubio» (o «El Rubio»), «El Zaragoza». Ante nom bres
con todos los a trib u to s de persona: el nom bre pro­ de ríos no se tra ta siq u iera de la m ism a función
pio es, socialm ente, com o un docum ento, com o un gram atical. En cuanto a la función del a rtícu lo a n ­
certificado de ciudadanía; si precedido del artícu lo tepuesto a legítim os nom bres de pila, sin ninguna
equivale a decir «la llam ada Esperanza», he aquí que connotación infam atoria, com o se oye u sa r en m u­
el a rtícu lo funciona sobre él exactam ente com o una chos pueblos de lengua castellana, no he consegui­
anulación. Al decir «la Esperanza», extendem os ya do todavía averiguar de qué se trata; p a ra ello sería
an u lad o el docum ento que concede el estatu to de preciso d eterm in ar las situaciones exactas de su em ­
persona, libram os un docum ento que circula de he­ pleo, que acaso se relacionen con el hecho de que los
cho —porque E speranza m ism a continúa, con todo, nom bres de pila tengan por cam po de funcionam ien­
circulando, para su desventura, p o r este m undo a b ­ to d iacrítico —al m enos en n u estras lenguas— el
yecto que la engendra, la usa y la m antiene, al tiem ­ área fam iliar; dicho regulativam ente: que su única
po que la niega, la infam a y la ab o m in a—■,pero que ley de im posición sea la de que no pueda repetirse
ya no tiene vigencia de derecho; E speranza, por tan ­ el m ism o nom bre en dos herm anos del m ism o o de

16 17
distin to sexo.1 ¿D ependería en principio el m encio­ se observa en toda clase de m enciones que habilitan,
nado em pleo del artículo de la circunstancia —consi­ tom ándolos en prèstito, los in stru m e n to s de la ap e­
guiente a d ich a ley— de que el valor del nom bre lación; así sucede tam bién con el apelativo fam iliar
propio sea diferente en situaciones verbales intrafa- com ún: m ien tras en el seno de la fam ilia la m ención
m iliares y extrafam iliares? De ser así, ¿cuál es o cuá­ se hace con la m ism a form a que se em plea para el
les son, de las cinco situaciones co m binatorias que vocativo, «papá» —y nótese que esta form a im plica
pueden producirse —a saber: parientes hablando de el tú, la segunda persona, y qu ed ará excluida allí don­
pariente, parientes hablando de extraño, extraños ha­ de los hijos traten a su padre de u sted —> en el m o­
blando de pariente del hablante, extraños hablando m ento en que se sale de ella se dice «mi padre», p o r
de p arien te del oyente y extraños hablando de la sencilla razón de que en ese m om ento ha dejado
extraño—, la o las que lo hace o hacen aparecer? Ave­ de ser unívoca la form a apelativa —«papá» p ara mí,
riguándolo p odrían conocerse la función y el valor pero no p a ra ti—; alte rn a n c ia que no puedo po r m e­
de dicho artículo, aunque, fundado en m is som eros nos de relacio n ar con fó rm u las com o la de «mi J u ­
escarceos, m ucho m e tem o que no pueda e n c o n trar­ lián», u sual en algunas regiones españolas, en boca
se la deseada reg u larid ad y que el sistem a, si es que de una m adre que habla a un extraño de su propio
efectivam ente se vincula a estos supuestos, se halle hijo. N aturalm ente «Julián» no dice, sem ánticam en­
ya en franca descom posición, com o parecería d arlo te, relación fam iliar alguna, pero es sentido, sin duda,
a en ten d er tam bién el hecho de que haya fenecido com o funcionando en esa relación. Es curioso ob ser­
en las ciudades. C om oquiera que sea, todo esto po­ var, por o tra p a rte —y en este m ism o terreno de las
d ría a c la ra r cuál es el m ecanism o gram atical o ri­ interferencias entre m ención y apelación—, en c u án ­
ginario del a rtíc u lo antepuesto al nom bre de las tas fórm ulas distin tas se despliega una m adre de fa­
m ujeres públicas; su ap arició n se p o d ría referir m ilia p ara m e n ta r a su único esposo: con los hijos,
correctam ente al hecho de que, teniendo, com o he «papá»; con las cuñadas, «Paco»; con los amigos,
apuntado, los nom bres de pila el área fam iliar por «Francisco»; con los subordinados del m arido, «Don
contexto diacrítico propio, al tran sferirse su empleo, Francisco»; con la vecina, la desconocida, o la que
en el caso de las m ujeres públicas, a un cam po ex­ no conoce a su m arido, «mi m arido»; con la criada,
traño y trascen d en te a ella, tom asen el a rtícu lo pre­ «el señor» —¿no q u edan m ás?—; b a ra ja de m encio­
cisam ente com o explicitador genérico de ese nuevo nes en la que se atiende siem pre a la relación del
contexto en que funcionan; y el caso se ría entonces m entado con el oyente, donde, adem ás, la posición
gram aticalm ente idéntico al que he propuesto supo­ jerárquica se m anifiesta, divertidam ente, en el carác­
n er p ara el a rtícu lo sin nota infam atoria. En gene­ te r irreversible del sistem a: el in ferio r no m ienta
ral la tendencia a se ñ a la r ese cam bio de contexto nunca al su p e rio r según su relación con el oyente;
si un día la c ria d a o el su b ordinado dicen «su m a ri­
1. AI menos hasta el siglo xv esta ley no era como hoy: el mis­ do» o el hijo «tu m arido», ello es p ara la señora el
mo nombre del santoral podía repetirse en herm anos de distinto
sexo; así Fernando V de Aragón e Isabel I de Castilla bautizaron m ás seguro indicio de una sublevación, de un fra n ­
a dos de sus hijos, Juan, el malogrado príncipe heredero, y Ju a­ co pronunciam iento sedicioso, que rom pe de una vez
na, la desventurada reina loca, con el mismo nombre. (Nota del con el acatam iento de sem ejante jefe, señorito o pa­
28 de diciembre de 1991.) dre. Volviendo al caso de las m ujeres públicas, re­

18 19
su ltará, pues, que el artícu lo al in d ic a r el cam bio de a Bucéfalo? Pero los caballeros (¿cómo se le escapó
contexto de sus nom bres propios connotará tam bién esto a Don Quijote?) le ponían nom bre propio h a sta
la índole form al de ese nuevo contexto en que fun­ a la espada: Tizona, Durandal; si bien se mira, no deja
cionan y se les volverá, po r consiguiente, especifica- de se r lógico que se le ponga nom bre a lo que ha de
dor. El artícu lo saca, en efecto, sus nom bres —y con se r famoso, que etim ológicam ente significa «lo que
ellos a e llas— de una com unidad y los inscribe en ha de d a r qué hablar». Y en alas de la fam a —no
un a especie, en una ralea; el a rtícu lo está a in d icar siem pre necesariam ente honrosa— nos llega, de aún
que el nom bre individualiza especím enes y ya no per­ m ás lejos, el nom bre de Incitatus, el caballo de Calí-
sonas. La persona pertenece a una p lu ralid ad finita gula. Se conoce que la cu rsilería es tan antigua com o
y e stru c tu rad a , a u n a com unidad; una especie se la civilización occidental.
cum ple en un núm ero indefinido de individuos —no Hoy la c u rsile ría se ensaña, po r ejem plo, en los ci­
la afecta ese n úm ero—, m ientras que una com uni­ clones; y así, se dice «el ciclón Daisy», en lugar de
dad se com pone de un núm ero finito de m iem bros decir sencillam ente «el ciclón del 14 de feb rero »2
(se form a parte de una com unidad, pero no de una —fecha que h a b rá que a ñ a d ir de todos m odos cu a n ­
especie); la especie puede predicarse de sus indivi­ do haya que entenderse, ya que con «Daisy» no se ha
duos, pero la com unidad no puede predicarse de sus dicho nada. Pero hay sin du d a un m ovim iento m ági­
m iem bros; de ahí que la persona sea, en cuanto tal co en tal denom inar, com o lo hay tal vez d e trá s de
—contra la pretensión de Duns E scoto—, el ser sin cu alq u ier cu rsilería; un gesto de exorcism o m uy se­
notas, el ser abso lu tam en te individuado y ab so lu ­ m ejante al que puede reconocerse, a mi entender,
tam ente no caracterizado; y por eso, el efecto de com o función prim ordial de los refranes.
especificación se corresponde con el de despersoni­ El refranero es, en verdad, un cajón de sastre en
ficación: adem ás de «una cualquiera» se oye decir que convergen o del que divergen varias cosas no
«una individua» y a u n «una de esas», con el caracte­ poco heterogéneas; a reserva de lo que pueda escla­
rístico énfasis especificador del dem ostrativo ese. recerse no del m ero h o jea r —que es lo que he hecho
R eabsorbiendo de nuevo estas derivaciones, para yo por el m om ento—, sino de un tan deseable com o
volver a los nom bres de los caballos de c arreras, he prom etedor estudio clasificatorio desde el punto de
de a ñ a d ir que su sistem a clasificatorio se podría vista funcional, o sea, el del cóm o y para qué pue­
com parar, en razón de un aspecto decisivo, m ucho den u sarse los refranes, se me p resen ta alguna ob­
m ás con el de los topónim os o nom bres de lugar que servación que contradice su in terp retació n m ás
con el de los nom bres de persona; aquellos, en efec­ tópica y usual. Por una p a rte hay m uchísim os refra-
to, a diferencia de los prosopónim os, constituyen un
sistem a universal y unívoco para toda la com unidad
2. Me ha dicho un amigo que esto está equivocado, pues parece
de los hablantes, y en esto, justam ente, serían a n á ­ ser que e! ciclón es un ente ubicuo y duradero, que abarca mu­
logos a ellos los nom bres de los caballos de c a rre ­ chas fechas y que no ofrecería criterios muy estables para ser coor­
ras, bien que restringidos a la m onom aníaca y dinado a una de ellas, inicial o crítica que fuese. De todos modos
pintoresca com unidad de los turf-m en. Por o tra p a r­ ya podían escoger para su denominación otras palabras más
dignas y discretas al efecto, más asépticas (e incluso palabras in­
te, no sólo a los caballos de c a rre ra s se les ha pues­ trínsecamente clasificatorias, tales como cifras) que no esos ani-
to nom bre propio: ¿quién no recu erd a a Babieca y místicos nombres de mujer.

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nes que no pueden tener nada de consejo, que no pue­ el m undo real m ediante la palabra. En e sta in te rp re ­
den e n tra r m ás que post factum , como m eros com en­ tación a b u n d a el hecho de que el refranero esp ecia­
tario s con los que se responde a p o sterio ri a un lizado m ás copioso sea, con m ucho, el del m ar; es
hecho recurrente, com o indica de m odo indiscutible en el m ar p recisam ente donde el m ortal se ve m ás
su fó rm u la in tro d u cto ria prototípica, su m ise en desvalido y m ás am enazado, m ás a m erced de la na­
scène: «Ya lo dice el refrán»; verbi gratia, «El conejo turaleza —«juguete de los elem entos», com o gustan
ido y el consejo venido», refrán que p o d ría aplicarse algunos de d e c ir— y, po r lo tanto, m ás propenso y
a su vez perfectam ente a esta clase de refranes. Para circunscrito, en zozobras sin cuento, a una resp u es­
el capítulo de los que obedecen en efecto a la idea ta puram ente m ágica. Y el exorcism o m ás p rim a rio
m ás corrien te en to rn o al refranero, se pueden se­ es «¡a ti ya te conozco!». Para p resta rse a oficios se­
p a ra r nítidam ente las sentencias m orales positivas, m ejantes, el refrán cum ple tam bién, estrictam ente,
las cuales no pueden se r m ás que consejos. Y final­ el requisito form al cara c te rístic o de la p alab ra m á­
m ente queda un inm enso acervo de refranes que, for­ gica: ha de tra ta rse de fórm ulas, es decir, de m ode­
m alm ente, pueden ten er m ás o m enos aspecto de los verbales acuñados de una vez para siem pre,
consejos o bien de previsiones, pero que hacen sos­ literales e inm ém ores de origen com o el don del cie­
p ech ar m uy fu ertem en te que antes que guías para lo, el solo don capaz de resp o n d er al cielo; m as no
la acción o avisos de lo que cabe e sp e ra r de los es preciso creer, en m odo alguno, en su eficacia con­
indicios que enuncia su prem isa, p ara o b ra r en con­ tra los elem entos, p ara que sea eficaz en las carn es
secuencia, son, en verdad, fórm ulas m ágicas, exor- y en el ánim o de aquel que lo profiere; esta eficacia
cizadoras, p ara ten e r respuesta, p ara al m enos no —y no aquella creencia, si es que ha tenido alguna
q u edarse con la p a la b ra en la boca, frente a lo ine­ vez auténtico vigor— es lo que sobrevive, con m alig­
luctable. Su tem a son fenóm enos que el hom bre no nos efectos p ara la m ente hum ana, en la superstición.
gobierna, especialm ente la clim atología. No hay S upersticioso igualm ente es el im pulso que rige
duda de que en rigor podrían usarse com o guías para la costum bre de poner nom bre propio a los ciclones;
la acción, pero no es ese su designio ni creo que na­ nadie cree que con ello se am ansen sus furores, pero
die se confiase a ellos com o se entrega a su experien­ el im pulso se alim en ta de aquel m ism o se n tir irre ­
cia propia y percepción actual; serv irán a lo sum o flexivo —por otra p arte no siem pre infundado— que
para com plem entarlas. Cuando se tra ta realm ente de hace que el verbo «controlar» pueda usarse, de modo
actuar, el hom bre no suele andarse con refranes, usa anfibológico, para las ideas de registrar, vigilar y go­
d irectam ente la experiencia: m ira al cielo y se dice bernar. Y, reanudando finalm ente la hebra tan la r­
«am enaza torm enta; sacaré el paraguas»; los refra­ go tiem po in terru m p id a, ¿han de entenderse com o
nes se quedan de reserva p a ra cuando no cabe o tra com portam iento m ágico los actos, a rrib a contem pla­
acción que la palabra. Su función no es g u iar la ac­ dos, de p o n er nom bre propio, sin intenciones clasi-
ción del hom bre: el refrán m ism o es la acción con ficatorias, a un anim al que no atiende po r su nom bre
que él se enfrenta a aquello a lo que no puede opo­ y de m en ta r p o r el nom bre bau tism al a una c ria tu ra
n er m ás que palabras; acción m ágica al fin, si es que aún del todo ex trañ a al uso del lenguaje y carente,
la m agia se define com o la pretensión —sea cual fue­ por tanto, del rango de persona, supuesto que éste,
re el creer concom itante— de a lte ra r de algún modo que no es ficción ju ríd ic a o retórica, sino condición

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real, se en cu en tra vinculado a la función apelativa? Pero es propio del miedo, apenas ahuyentado, re­
Si es que, en efecto, hay magia, no b a sta h ab er m os­ volverse en olím pica jactancia: resplandecía toda ella
trado la im propiedad lingüística del hecho, sino que en un gesto sonriente y desenvuelto —lleno de afec­
hay que d ecir p o r qué y de qué m anera, con tales ac­ tación por lo dem ás— y pronto desplegó un com por­
tos m ágicos, se p retende afectar lo que se nom bra. tam iento ardientem ente penetrado de com plicidad
Bien entendido que la m agia se atrib u y e al im pulso intrafem enina, en el que se ponía, toda experta y ha­
original y no es preciso suponerla en cada uno de cendosa, en un mismo nosotras con la madre, haciendo
los casos singulares, donde a m enudo puede no q u e­ su gran papel frente a los hom bres y com o riéndoles
d a r m ás que inerte y g ratu ita im itación de sus mo­ llena de indulgencia una torpeza nunca com probada
delos, en m era función lúdica, que es cuando cabe —«vosotros no entendéis»—, y acudió, tan solícita
decir m ás propiam ente «sim ple cursilería». como insolicitada, a m udarle al neonato los pañales,
Como a la vista del peligro el avestruz esconde la hablándole sin tregua con una voz dulzastra y depor­
m irada en la are n a del desierto, así el hom bre la en ­ tiva y un adem án de tierno m enosprecio, de persona
tu rb ia en el esp eso r de la palabra. No era, a mi en­ mayor frente al mocoso —«sé cóm o hay que tra ta r­
tender, sino el oculto m iedo a tener que reconocer te»—, com o hacia algo tan dócil, tan sencillo, tan fá­
com o n aturaleza al que, sum ido en im penetrable al- cil de manejo, que ni siquiera es posible tom arlo
teridad, d orm ía en aquella cuna, el m iedo a aventu­ dem asiado en serio, que requiere actu ar como jugan­
rar, para alcanzarlo, la m irada m ás allá de los límites do (no pudiendo ya m ás de rabia, de dentera y de ver­
de lo inm ediatam ente com prensible, del m undo es­ güenza ajena, abandoné violentam ente la fiesta en
tatu id o y fam iliar, lo que im pulsaba a la joven c a sa ­ aquel punto). Así el recién nacido, exorcizado en su
dera a echarle encim a el arn és de un nom bre propio, naturaleza, venía a colocarse, no en la pasividad so­
p ara ah o g ar la in q u ietu d de lo ap en as vislum brado lam ente relativa de un ser sin duda im potente para
en el profundo ensim ism am iento de su sueño. Lo vis­ valerse por sí mismo, pero dotado, con todo, de la
lum brado era la naturaleza perteneciéndose a sí m is­ autóctona, incesante y progresiva actividad de un o r­
m a en su ab so lu ta alteridad, en su extrañeza, en su ganism o vivo, sino en la inerte y total pasividad de
soberanía irreductible. ¿Cómo ha de operar, po r ta n ­ una m uñeca. De suerte, pues, que el tratam iento m e­
to, el exorcism o? No hay que dejarle al niño que sea diante nom bre propio, presuntam ente respetuoso y
naturaleza, es n ecesario c o n ju ra r su autonom ía ex- dignificador —p o r concederle rango de persona—,
trahum ana, su indeterm inación: se a c tu a rá su p ri­ caía sobre él, por el contrario, con su grotesca ficción
m iendo la distancia —un suprim ir que no es m ás que de hum anidad, como una m áscara de escarnio, como
ignorar. Precisam ente el nom bre propio, el nom bre un objetivador y despiadado precinto de control, m e­
de persona, en cuanto se vincula a la función ap ela­ diante el cual el bloqueo de la sociedad constituida
tiva y, p o r lo tanto, al uso m ism o del lenguaje —ya venía a organizársele ya en torno de la m ism a cuna.
que nos m ienta com o in terlo cu to res—, es la p alab ra Lanzando sus artejos con larga antelación, la socie­
que resuena en el propio corazón de esa distancia, dad trata así de defenderse contra la am enaza de lo
el conjuro que salta ju stam en te sobre aquello que indeterm inado, de a b o rta r in nuce aquello que cada
m edia entre hum anidad y naturaleza: el don de la pa­ nuevo nacim iento puede tra e r de posibilidad, de ori­
labra. ginalidad capaz de confundirla y desbordarla.

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Y en este punto es ju sto señ alar cóm o las lenguas en el cerco de lo propio. Y m ixtifica a la n aturaleza
germ ánicas, en casi todo inferiores a las neolatinas, en cuanto quiere ella m ism a su p lan tarla, en cuanto
dan, sin em bargo, un ejem plo ad m irab le de c u ltu ra quiere hacerse p a s a r por «natural», o sea, po r defi­
en el em pleo del n eu tro para el niño, uso que, lejos nitiva e inam ovible; al p a r que, cam uflando los lím i­
de resu ltar reificador, viene a constituir, por contras­ tes en que se circunscribe, escam oteando el so lar
te con lo nuestro, el m ás sabio y delicado acto de sobre el que se halla edificada, logra ignorarse y mix­
respeto hacia su indeterm inación sexual. Alguien po­ tificarse. Q uien m ienta, pues, p o r nom bre propio a
d rá p e n sar «¡cuestión de form as!, ¿qué im portancia un niño que no habla no sólo afre n ta a la n a tu ra le ­
tiene?»; otros, dispuestos a reconocérsela en el caso za, sino tam bién y en igual grado a la propia h u m a ­
de que las víctim as perciban el tratam ien to que se nidad, pues al c o n sid e rar irrelevante, p ara hacerlo,
proyecta sobre ellas, se la negarán, en cam bio, a he­ que hable o que no hable, presupone una a h istó rica
chos com o el de que, por ejemplo, la d ualidad sexual y total con tin u id ad en tre el anim al de hoy y el h u ­
se señale ya en los recién nacidos con colores d istin ­ m ano de m añana, estim a que nada hay por decid ir
tos en las ropas —rosa p ara las hem bras, azul para ni por c re a r en el anfibio y peregrino desarro llo que
los varones—, dado que, efectivam ente, parece vero­ separa lo uno de lo otro, pensándolo sin m ás com o
sím il su p o n er que los lactantes son del todo insen­ un m ero desarrollo, es decir, com o u n a sim ple, ex­
sibles a sem ejante discrim inación. Pero el respeto pedita ejecución de algo ya prefigurado y program a­
no tiene que entenderse, cu alesq u iera que sean las do sin residuo en el presente. Si hoy se le puede ya
circunstancias, y conform e a prejuicios h arto difun­ tener por el m ism o de m añana (huelga decir, que el
didos, com o un ocioso protocolo co rtesan o sin con­ nom bre propio y la idea de persona se aparejan tam ­
secuencias en la realidad; vendrá a tener, p o r el bién a la noción de identidad), su fu tu ro no es ya un
contrario, tantas consecuencias cu an tas pueda tener futuro histórico, sino un fu tu ro «natural», al que no
n uestra disposición cognoscitiva, que tan estrech a­ le faltaría determ inarse, sino sólo advenir; no, pues,
m ente depende del respeto: g u ard ar celosam ente las un libro en blanco, sino un libro ya escrito, solam ente
distancias con las cosas, reconocer su inconm ovible pendiente de lectura. Así, al e ch arle encim a antes de
alteridad, es la p rim era condición de todo conocer. tiem po —antes de todo tiem po concebible— la red
Así, una doble afrenta, u n a doble villanía cognos­ de un nom bre propio, de un nom bre de persona, la
citiva —y, por tanto, real, en la m ism a m edida en que sociedad se adelan ta a exorcizar en él precisam ente
interfiere en n u e stra relación con lo real— se p e rp e ­ lo que ese m ism o nom bre p odría rep resen tar: la li­
tra, de un golpe, en el allanam iento del enorm e hia­ bertad, la historia, em peñada en gan arlas p o r la
to que separa a la natu raleza de la hum anidad; m ano; a rro d illad a a la vera de la cuna, parece su­
allanam iento que redunda en una m ism a violencia s u rra rle «date preso: el nom bre propio soy yo quien
p ara am bas y que rem ite a la obsesión c en tríp eta de te lo da» —donde, por o tra parte, y al m argen de tan
una hum anidad acobardada y capitidism inuida, que torvas intenciones, tam poco se p o d rá decir que
aborrece asom arse a la intem perie de cuanto la re­ m iente—, acudiendo a en cajarlo en un modelo, a fi­
basa, que pugna sin descanso p o r e c h ar sus ten­ ja rlo en un destino, frente al cual no p o d rá ofrecer
táculos sobre cuanto am enaza d esm andársele —ya sorpresas; y de este modo, aunque im posible sin ella
natural, ya hum ano que ello sea—, p a ra ah erro jarlo en todo caso, el don de un nom bre propio —que no

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anuncia, a la postre, sino el don de la p a la b ra — deja fenóm eno en sus fundam entos, en su significado y
ipso facto de se r un don gracioso y sale ya gravado consecuencias.
de antem ano con la expresa restricción que lo des­ Se reconozca o no un com portam iento p ropiam en­
nuda de cuanto no revierta en el estrecho interés de te m ágico en el acto de im ponerle nom bre propio a
la donante. (No obstante, por v irtu d de su propia in­ un anim al que no atiende p o r su nom bre, lo cierto
tegridad, el don llega a heredarse intacto y renovado, es que se tra ta en todo caso de una actitu d que no
a despecho de cu a lq u ier disposición testam en taria puede d e ja r de rem itirse a funciones bastardas, la­
y, m adurando y reventando como un fruto en las m a­ terales, del lenguaje, ya que no puede ser ju stificada
nos de los hijos, puede im pulsarlos a alzarse con la en las in stru m en talm en te pertinentes. (Hablo, pues,
hacienda de la m adre y a d en u n ciar su am biguo tes­ de los casos en que el nom bre aparece com pletam en­
tamento.) te ocioso en su papel lingüístico, es decir, cuando no
Pero no ha de im portarnos dem asiado llam ar «m á­ sólo falta una función apelativa, sino que tam poco
gico» o no, «supersticioso» o no, a tal o cual com por­ la clasificación o la m ención pueden d a r suficiente
tam iento. Ju sta m en te porque la actitu d m ágica se razón de su presencia.) Esa función b a sta rd a es, se­
en cuentra perm anentem ente agazapada en los alre­ gún creo, la de a h u y e n ta r el desconcierto y la zozo­
dedores de c u alq u ier p alab ra y d isp u esta a im preg­ bra que la naturaleza puede producirnos, su p e ra r la
n a r y o scu recer la tra n sp a re n c ia de su em pleo inquietud frente a lo que podría poner en duda, y por
significante, hem os de precavernos co n tra ella tam ­ ende en movimiento, la inerte convicción de lo inm e­
bién en el m anejo de esos m ism os predicados, m á­ diato: urge, en una palabra, «hum anizar» al anim al.
xime porque, precisam ente por e s ta r cargados, de Y aunque me ofenda y me llene de rubor, he de ci­
m odo tópico e inm ediato, de prestigio negativo en los tar, p o r m ucho que m e cueste, el caso m ás escan d a­
oídos de la civilización, se p restan al abuso de for­ loso que, p o r mi m ala estrella, he podido llegar a
m a peculiar: a que su m era aparición confiera au to ­ presenciar, toda vez que ha sido la experiencia sin­
m áticam ente autoridad al texto que los saca a relucir g u lar que ha dado nacim iento a estas m is sospechas;
con adem án condenatorio, com o cuando se dice aquí está, pues: a cierto cam aleón se le había im pues­
«¡Magia! ¡Superstición! ¡Con eso ya está dicho to nada m enos que el nom bre de Currito. N unca he
todo!»; y es ju sta m e n te en cuanto se pretende que visto c ria tu ra m ás dolorosam ente envilecida; me pa­
e stá dicho todo cuando no queda nada de lo dicho, recía que, a un tiempo, de la n atu raleza y de la cien­
pues toda p a la b ra nubla y pierde su significación cia, de las anónim as o scu rid ad es de las selvas com o
desde el m om ento en que se queda sola, en que se de la espesura de las páginas de Linneo, Buffon, Cu-
absolutiza e h ip o stasía en la opacidad de un g u aris­ vier, Lam arck, Darwin... se levantaba ai unísono un
m o irred u ctib le —y eso es, exactam ente, u n a p ala­ clam o r y un llanto airad o ante tam añ a afrenta. Bien
bra m ágica. No q u e rría, por lo tanto, ab u san d o de podría ser que en el m ism o hecho concreto de sem e­
cargas de valor, convertirm e en agente de tan im pro­ jante im posición de nom bre no hubiese m ás que iner­
ductivo terrorism o verbal, por el placer de h allar una te im itación de una co stu m b re difundida —aunque
aquiescencia tan fácil com o vana; se trata, por el con­ se precisaba una gran falta de sensibilidad para
trario, de a b rir alguna efectiva lucidez, proponien­ seg u irla—, o sea, que los reso rtes que la fundan no
do una vía interpretativa para el esclarecim iento del estuviesen directam en te vivos en aquellos fautores

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singulares; pero al socaire de sus individuales inten­ adm irable cria tu ra se eclipsaba del todo ante los ojos
ciones yo sentía actu alizarse el anónim o instinto ge­ de los espectadores, reducida al denigrante papel de
neral, que no podía so p o rta r p o r un m om ento la m ero a c to r de aquella m iserable pantom im a. O tro
presencia de aquel dios fascinador, de aquel p a rsi­ espectáculo de este m ism o jaez es el que co tid ian a­
monioso, absorto, in escru tab le anim al de ojos inde­ m ente puede presenciarse delante de la ja u la de los
pendientes, de color m udable, cola prensil y lengua monos; allí, en virtu d de su sem ejanza con el hom ­
cazadora y, no obstante, tan dócil, tan im pávido en bre, ni siquiera es precisa la m ediación de un nom bre
sus m anos. (Un anim al que huye a n u e stra vista nos propio p a ra o p e ra r la m ixtificación: risas desenca­
causa m enos in q u ietu d que otro que, sin fam iliari­ jadas, chillidos de m ujeres, celebran la agitada ac­
dad alguna con el hom bre, se deja desde el p rim e r tuación de los bufones, que, antropom órficam ente
instante a b o rd a r y a p re sa r tan dócilm ente.) Y si en interpretados, aparecen com o una especie de hu m a­
el acto sin g u lar no recu rrían de m odo o rig in ario los nidad degenerada y caricatu resca. ¡Jam ás d a rá n un
motivos, la m ism a falta de resistencia a la co stu m ­ solo paso en la experiencia y en el conocim iento de
bre ¿no venía a ate stig u a r que el exorcism o había la naturaleza quienes se entregan a tan sádica e in­
alcanzado ya en ellos plenam ente sus efectos, consi­ digna hilaridad!
guiendo b o rra r de sus m irad as el últim o residuo de Los m onos, y en especial m anera el benigno chim ­
extrañeza, la p o strera vislum bre de lo Otro? pancé (recuérdese cóm o se le viste y se le hace sen­
Ya he dicho que lo m aligno de las supersticiones, tarse a com er en torno de una mesa), son blanco
lo que asegura su perduración, no es la ilusoria efi­ favorito de todas las afrentas; y no hay que p e n sar
cacia —m uy pronto d esm en tid a— de la p alab ra so­ que sem ejante preferencia se deba únicam ente a que
bre el m undo, sino su reflejo real sobre los hom bres; se presta a ello m ás que ningún otro anim al, sino que,
no es el error, sino la m ala fe —siem pre m ás re­ a mi entender, co n cu rre otro m otivo m ás profundo:
sistente que el e rro r— lo que en e llas sobrevive: la el de que, p o r su sem ejanza con el hom bre, sea tam ­
voluntad de autoobnubilación, la sistem ática obs­ bién el que de m odo m ás urgente reclam a el exor­
trucción de la experiencia. (Esta a c titu d se puede cismo. Es el extraño próxim o, si se me adm ite la
proyectar, p o r lo dem ás, sobre cu a lq u ier doctrina, expresión, el testim onio fronterizo estratég icam en ­
incluso sobre las inicialm ente nacidas de una acti­ te situado en el lu g ar preciso en que la naturaleza
tud científica genuina; de ahí que no sea una d o c tri­ puede volvérsenos inquietante y agresiva; pues poco
na en sí, sino el modo de hallarse recibida en nuestra hay que tem er m ie n tra s lo O tro pu ed a presen tarse
mente, lo que decide de su fecundidad.) Visto a través com o definitiva e indiscutiblem ente otro, lo m alo es
del prism a de ese nom bre que no quiero repetir, fiso- que com ience a revelarse no tan otro, o dicho inver­
nóm icam ente interpretado al trasluz de esa m áscara sam ente, que lo Uno (perdón po r e sta jerga) se des­
im postora, de ese papel de farsa antropom órfica, no cu b ra m ás o tro de lo que se pensaba, m enos uno de
quedaba de él, sino el contraste, la fricción, entre su cuanto d e sea ría fu riosam ente ser; pues, vuelvo a re­
personalidad postiza y su im agen real; figura y m o­ petirlo, el m iedo a la naturaleza se funda sobre todo
vim ientos venían a se r leídos bajo la ficticia inten­ en el conocim iento de la hu m an id ad que de rechazo
cionalidad que se les atrib u ía , bajo la significación podría provocar. ¿Cómo sa lir al paso de tan desagra­
de un rostro, una a c titu d y un gesto hum anos, y la dable sem ejanza? Poniéndola en ridículo —visto que

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se resiste a se r negada—, m ediante el expediente de cuestión es que todo, y en especial la hum anidad, sea
acogerla com o una pretensión de identidad, y d es­ idéntico a sí mismo, que cada cual se esté en su pues­
plazando arte ra m en te la com paración, del terren o to, que no haya am bigüedad. (En lo que al niño se
biológico —en que se lo c o m p araría con el hom bre refiere, la m anipulación de su im agen en el conoci­
com o especie anim al— al ilegítim o terreno en el que m iento del adulto se com penetra, form ando una uni­
queda c o n trastad o con un hom bre h istórico concre­ dad inextricable, ya con la m anipulación de sus
to —precisam ente aquel que com o «el hom bre» se conocim ientos —adonde iré a p a ra r m ás adelante—■,
pretende absolutizar—■,como un hom bre vestido, ves­ ya con la m anipulación del niño m ism o, asunto que
tido, incluso, según la últim a moda. En tan sangrien­ 110 es de este lugar.) En fin, se tra ta siem pre de esca­
ta b urla de sus supuestas pretensiones, acaso pueda m otear cuanto am enace hacernos c a e r en extrañe-
hablarse de u n a «afrenta» tam bién en el sentido su b ­ za, cuanto pueda m o strarse resistente a nuestros
jetivo e intencional; parece que hay una verdadera estatutos, y p o r ende invalidarlos o al m enos soca­
punición: «¿De m odo que tú eras el que q u e ría p are­ varlos.
cerse a los hum anos? Pues yo te voy a enseñar, de Un atentado total contra estos estatutos, contra sus
una vez p ara siem pre, el bonito papel que vas a h a­ m ism os fundam entos, es la experiencia crucial y te­
cer» y, com o colocándole el INRI encim a de la fren ­ m erosa, rara vez alcanzada, de que el cosm os se
te, se lo presenta así al espectador: «¡Mirad: uno que m uestre de pronto de verdad com o el dueño de sí
quería s e r com o nosotros!». mismo, de que, com o a la luz de un relámpago, se nos
Pero esta actitud podría parecer contradictoria con descubra por un in stan te otro de su im agen, de esa
las que he señalado m ás a rrib a; se h ablaba allí, en tupida red de predicados en la que, com o en un tapiz
efecto, de un im pulso a ignorar la alteridad de la n a ­ ad usum Delphinis, lo pretendíam os ya tener borda­
turaleza, de u n a obsesión c e n tríp e ta em peñada en do para siem pre; e sta experiencia de desidentifica­
allanar toda distancia, m ientras que aquí se diría que ción —auténtico choc perceptivo y epistem ológico—
m ás bien se pretende exorcizar la cercanía; convie­ es la naturaleza la que puede ofrecerla especialm en­
ne, po r tanto, detenerse en algunas precisiones: la al­ te. No he de s e r yo, ciertam ente, quien reniegue de
teridad que se quiere vio len tar es la alte rid a d com o la legítim a y fecunda pretensión cognoscitiva de ta ­
m era resistencia, cualquiera que sea su signo en cada les predicados en su adem án intencional hacia su
caso, la a lte rid a d de lo que es com o ello quiere, de objeto; sí, en cam bio, de su eco en n u estro oído, de
lo que se rebela a recibir definitivam ente un puesto su reflejo en nuestros ojos. Tampoco es necesario, ni
en la llam ada a rm o n ía universal; y cuando se habla seria resistible, vivir constantem ente en la tensión
de falta de respeto, de rom per las distancias, se en ­ de esa experiencia, pero es acaso indispensable ha­
tiende la m anipulación cognoscitiva del objeto, sea berla tenido alg u n a vez, p ara fu n d am e n ta r en su re­
cual fuere el sentido de sem ejantes m anipulaciones. cuerdo el ab stracto respeto que la sustituye, com o
En el caso del niño se tra ta rá de neg ar la disconti­ un lugarteniente, y le sabe g u a rd a r fidelidad y nos
nuidad, con la indeterm inación que é sta supone —y ap arta de m anipulaciones. La idea m anipuladora por
que ap arejaría, a su vez, la posibilidad de h u m an i­ esencia, la m anipulación de m anipulaciones, la m a­
dades diferentes—; en cuanto al chim pancé, es la se­ nipulación com o sistem a, es la idea de la Arm onía
m ejanza lo que se tra ta de p o n er fuera de juego; la Universal. Ese es el exorcism o Urbi et Orbi, el exor­

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cism o solem ne y general que term ina con todos los tender m ás relevante en sus m ixtificaciones. ¿Pue­
demonios. de m ixtificarse en lo que hoy g u stan de llam ar, tan
Como la n atu raleza por sí m ism a, frente a la m i­ pom posa como autoritariam ente, «docum entos foto­
rada —ingenua o cultivada— que sepa serle res­ gráficos»? Todos sabem os ya que sí, y yo no tengo
petuosa y se sepa ser leal, confuta de rechazo la la culpa de que lleven valor peyorativo —a n te rio r o
presunta a rm o n ía del m undo hum ano, se rá preciso posterior— en el lenguaje cotidiano las palabras con
m anipular su imagen, condicionar y em botar esa m i­ que el lenguaje técnico contesta sobre el cómo: «la
rada ya desde la infancia. H abiendo evolucionado, truca» y «el m ontaje». En cuanto al «objetivo», está
en este últim o siglo, el sistem a de las ideologías des­ m uy lejos de serlo lo b a sta n te com o p ara que la m a­
de la ideología que podríam os lla m a r dogm ática o nipulación no pueda com enzarse ya en la toma; des­
de contenido hacia procedim ientos ideológicos que pués, los trozos de película rodada se cortan y se
apuntan directam ente a los procesos, a las form as, barajan a voluntad del jugador, y, gracias a la frag­
del propio conocer, no es de e x tra ñ ar que la ideolo­ m entación de la escena en planos parciales sucesi­
gía para la infancia, an tañ o un m ero apéndice de la vos, los docum entos se pueden h acer c o rresp o n d er
confeccionada para adultos, se haya convertido hoy en el relato a situaciones diferentes a las que había
en objeto de una au téntica especialización (más aún, realm ente en el m om ento de la toma: un anim al que
p odría decirse que todos o casi todos los recursos huía puede ahora convertirse en un anim al persegui­
ideológicos m odernos —com o puede observarse sin dor. De este modo, se confecciona un argum ento, se
m ás en las m arcad as tendencias infantiles del d ib u ­ organiza una sucesión lineal de acciones, con un sen­
jo p u b lic ita rio — bajan hoy a beb er en los veneros tido infinitam ente m ás coherente y u n ita rio del que
de esta especialidad, beneficiándose de sus hallaz­ pudiera ten e r lo retratado; se da una dirección se­
gos, lo que p o d ría d a r razón de la c a ra c te rístic a in- gura y p erm anente a los designios y se crean verda­
fantilización de nuestro m undo). Se trata, en efecto, deros personajes, es decir, un id ad es unívocas y
de una ideología «educativa», que no atiende ya ta n ­ unidim ensionales de co nducta y de intención (cosa,
to a lo que m uestra, cuanto a la propia m anera de por lo dem ás, ya m entirosa con respecto a los h u m a­
m ostrar; ya no dirige la m irada h acia esto o hacia nos, pues un hom bre p o d rá ten er designios, incluso
lo otro, sino que p refiere proyectarse sobre aquello a veces obsesivos, pero —a despecho de todos los es­
hacia lo cual con interés m ás espontáneo se halle ya fuerzos que desde tiem po inm em orial viene hacien­
vuelta la m irada: «¿Te gustan los anim ales. Pues yo do en tal sentido la ideología e n tra ñ ad a en la form a
te los voy a enseñar». La h isto ria n atu ral, y en espe­ m ism a de la épica y de la h isto rio g rafía— una exis­
cial la zoología, es el terren o de elección para m ani­ tencia no es nunca, por fortuna, una función argu-
p u la r las m entes infantiles. mental), que, p o r su sola naturaleza estru ctu ral, nos
Walt Disney, con el dos veces doble frente de la fo­ llevan de la m ano al agonism o y nos sugieren inm e­
tografía y el dibujo, del argum ento y el docum ental, d iatam ente una tom a de partid o —y hay siem pre un
nos ofrece de ello el parad ig m a m ás completo. No solo p a rtid o que to m a r—, tom a que h a sta nos pue­
es de este lu g ar —ni podría se r faena de mi agrado— de se r recom pensada, haciendo que el m alvado re­
em prender un análisis concreto de sus obras; me sulte al final p u n i par les évenem ents. Ya con esta
quedaré, po r tanto, en se ñ ala r la dirección a mi en­ antropom orfización e stru c tu ra l la naturaleza se

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vuelve p erfectam ente congruente e in m ediatam en­ puedo contenerm e de decirlo—) sobre el asunto de la
te inteligible; no es necesario d a r un solo paso p a ra cu rsilería, hay que d e c ir que su m anipulación de
com prenderla: viene ya totalm ente interpretada; con la naturaleza se produce sobre todo en el cam po per­
eso, acreditado p o r la suprem a a u to rid ad de la foto­ ceptivo: com oquiera que sus personificaciones de
grafía, queda excluida, po r lo pronto, cu a lq u ier in- anim ales no van p o r el registro sim bólico o esque­
certidum bre, c u alq u ier cu rio sid ad intem pestiva. m ático, sino po r el plástico, expresivo y descriptivo
Pero a esto, p o r si no fuera bastante, se le añade to­ (estoy pensando en «Bambi» y sem ejantes, m ás que
davía, con el concurso de la p alab ra y de la m úsica, en la serie Mickey, Donald & Co.), resu lta de ello esa
el contenido m oral de la lección, el «m ensaje» de la extraña falsificación n a tu ra lístic a —si se m e ad m i­
naturaleza; o sea, que, no contentos con p re se n tá r­ te la an tin o m ia— cuyo c a rá c te r fundam ental es la
nosla dopada y disfrazada, se la hace incluso h a b la r hiperfisonom ización; se satu ran , p o r una parte, los
—a ella, que es el silencio por antonom asia. M ien­ rasgos fisonóm icos característicos del anim al —ver­
tras, en tal pasaje, la m úsica no d e ja rá de subrayar, bigracia: los incisivos y el rabo en el conejo—, p o r
con sublim es acentos y coros celestiales, la te rn u ra otra, se le m ultiplican los m úsculos faciales h asta
de la fiera para con su s cachorros, la del ave para alcanzar la com plejidad, la riqueza de juego, de los
con sus polluelos, la del ofidio p ara con sus c r í a s - del rostro hum ano. Es una doble m anipulación, en
prolongando con puntos suspensivos la serie incon- la que la exageración de los rasgos propios del an i­
cluida, para que el propio espectador, de m anera m al, su hipercaracterización, com pensa los efectos
autom ática, la com plete en su m ente con el hom bre, desn atu raiizad o res de su hum anización expresiva y
en tal otro m om ento la voz en off se c u id a rá de enfa­ la hace a c ep ta r com o legítim a; el anim al conserva
tizarse, con épicas y filosóficas palabras, en torno el parecido, sin d arse cu en ta de h a b e r sido asesin a­
a la dura ley de la selva, a la struggle for Ufe, para, do en su condición fundam ental: en su silencio. Por
del m ism o modo, ratifica r y perpetuar, con la p re­ esas circunstancias peculiares, la inm ediatización es
sunta sanción de la naturaleza, la violencia im peran­ capaz de in te rfe rir y de condicionar la percepción
te en la jungla de asfalto. En este m ism o sentido, que en vivo de la naturaleza, su p ed itan d o la experiencia
induce a la capitulación y a la conform idad, es sig­ a la interposición de sus antropom órficos m odelos
nificativo el títu lo de un libro de anim ales d e stin a ­ interpretativos. Los resu ltad o s son análogos a los
do a los niños, publicado en Francia: C’e st la vie. Se que, operando en el público o tra de las grandes a tro ­
trata, aquí y allí, de p o n er po r testigo a la n a tu ra le ­ fias cognoscitivas, producen, en su terreno, las pelí­
za —un testigo com prado y aleccionado ya hem os culas h istó ric a s (renuncio aquí a decir de qué
visto cóm o— sobre la afirm ación de que esta, la pre­ m anera); en efecto, po r el procedim iento de «adap­
sente, es la verdadera hum anidad, la única hu m an i­ tar», de hacernos inm ediato lo distante, lo m ediado
dad que puede haber; en u n a palabra, de que hay a través de un testim onio (siniestram ente revelador
«tiempo de a m a r y tiem po de m orir», de que «la vida de ese subjetivo y cen tríp eto objetivism o que, al m e­
es así». nos desde Roma, viene siendo una de las peores ten­
En cuanto a los dibujos, a p a rte su propio e sp íritu dencias de O ccidente y que hoy toca sus extrem os,
—que no es de este lu g ar— y al m argen de que nos es el que con «historia» se designe a la vez, am bigua­
vuelven a tra e r (y de m anera realm ente vomitiva —no mente, tan to el aco n tecer com o sus testim onios), se

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obstruyen los cam inos —ya de suyo tan difíciles— nadie es en verdad sujeto y que precisan, com o del
para la im aginación de lo remoto: la im agen cinem a­ aire, ju stam en te de n u e stra inconsciencia (o, lo que
tográfica se a p re su ra a o c u p a r ese lugar vacío y ya es lo mismo, de n u e stra buena conciencia, o sen ti­
es casi im posible d e stro n a rla e im pedirle que a p la s­ m iento de im perfectibilidad) p a ra p o d er sostenerse
te, por superposición, la fugitiva e inacabada im a­ y p erd u rar: les urge la inocencia universal. Ante la
gen del pasado —allanam iento que, por lo dem ás, ya buena conciencia de sus propios fautores, ese anó­
se prefiguraba, antes del cine, en las ilustraciones de nim o im pulso m an ip u lad o r reviste las figuras m ás
los textos escolares. Tanto en el caso de los caríoons ingenuas; así, puede presentarse, por ejemplo, com o
com o en el de las películas históricas se tra ta de una «necesidad de adaptare 1 objeto a la m ente infantil».
sistem ática inm unización contra el conocim iento de Em pezando po r la segunda cosa subrayada, d iré que
lo extraño. Y en lo que se refiere a la obra de Walt esa p resunta m ente infantil es una m ente im agina­
Disney no se puede d e ja r de encarecer la circunstan­ da por el m undo adulto a la m edida de su cobardía,
cia de que el m undo contra el que vuelve su a te n ta ­ a p arte de una verdadera afre n ta para los abnegados
do, el m undo de los anim ales, viene a se r p ara los hijos de los hom bres; la acción que se cam ufla, en
niños el lu g ar fundam ental en que se cuaja y se p e r­ realidad, d e trá s de ese « ad a p ta r el objeto a la m ente
fila la p rim e ra llam ada a un interés centrífugo, la infantil» es la de a d a p ta r esa m ente al m odelo para
prim era experiencia de lo Otro. Al h a b la r de la an- ella concebido, a través de un objeto m anipulado ad
tropom orfización de la naturaleza, de su «hum ani­ hoc para su horm a. S ería preciso e scrib irlo en las
zación» con m iras a ra tific a r y h a c er p a sa r por paredes, p o r obvio que ello sea: no hay una m ente
«natural» el m undo hum ano, no se podía d e ja r de infantil ni una m ente fem enina, no hay m ás que una
lado la figura de quien, p o r la enorm e ab u n d an cia sola m ente hum ana; la in fa n tilidad es un invento de
y difusión de sus repugnantes producciones, debe ser la m ism a ralea que el de la fem inidad y estrecham en­
considerado com o el m áxim o c o rru p to r de m enores te coordinado a éste: los niños y las m ujeres son, por
de este m edio siglo. antonom asia, «los que se quedan en casa». La idea
No es necesario p ensar en oscuras intenciones; por de adaptación es una idea cen tríp eta por excelencia,
el contrario, se tra ta ju stam en te de tendencias iner- que piensa el conocer com o asim ilación de los obje­
ciales, autom áticas, cen tríp etas, d im anantes de las tos; y asim ilarlos, fam iliarizarlos, hacerlos sem ejan­
propias circu n stan cias de lo dado, y p en sar en de­ tes a lo propio, es despojarlos ju stam en te de cuanto
signios sería hacerles dem asiado honor; es lo que se en ellos había p o r conocer; se diría, pues, que se trata
conduce p o r sí mismo, lo que ya e stá ap u n tad o y de d e sv irtu a r la actividad cognoscitiva, su p la n tá n ­
sugerido en la cadencia m ism a de las cosas, en su dola por su fingim iento.
sistem a de reproducción, del que los propios agen­ C uando alu d ía de pasada, m ás a rrib a , al eco y al
tes son pacientes; p recisam ente el m ito del m alvado reflejo sobre el hom bre de la red de predicados que
—con la concom itante práctica m ágica del holocaus­ éste lanza sobre el cosm os, pretendía referirm e a la
to de chivos expiatorios— es un típico m ito exorci­ actitud que viene a interpretarlos com o «la respuesta
z a d o s es la tin ta de c a la m a r tra s de la cual de las cosas» —una respuesta, po r cierto, que se re­
pretenden, p u e sta s entre la e sp ad a y la pared, z a fa r­ cibe com o unívoca, que se absolutiza respecto de
se y sobrevivir las anónim as tendencias, de las que cu alq u ier preg u n ta— y, por lo tanto, com o el rostro

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de las cosas m ism as; pues bien, esta allanadora con­ adecuación a distintos receptores) se com porta con
cepción es la que yace im plícita debajo de la idea de ellas com o si fuesen cosas y a la vez las cosas a las
adaptación. En efecto, solam ente en el caso de que que se refieren. De ahí que el respeto a las palabras,
la significación no sea un m ovim iento hacia las co­ el saber conocerlas como tales, coincida exactam ente
sas, sino su propio rostro, revelado y fijado p ara con el respeto hacia las cosas, a las que por principio
siem pre, se puede im aginar com o legítim o y posible no cabe trib u ta rle s —com o he dicho m ás a rrib a —
un viaje de retorno, en que el viajero —la p a la b ra — m ás que un respeto abstracto, es decir, tram itad o a
adaptase a la lim itada com prensión de los paisanos, través de las palabras.
p or referencia a lo propio y fam iliar, la visión de lo Al proceder con la significación com o si fuese una
exótico y desconocido. Pero si, com o o c u rre en rea­ especie de alam eda, p o r la que uno pudiese p a se a r­
lidad, la significación no es el punto de llegada, sino se para adelante y para atrás, la adaptación la d es­
el viaje m ism o, o sea, el irreversible m ovim iento de naturaliza y desvirtúa de todo su poder cognoscitivo,
la m ente hacia las cosas (un movimiento, en cuanto y m uy a m enudo en nom bre de una com unicación
tal, es siem pre irreversible; solam ente un cam ino a ultranza, que no rep a ra en d e s tru ir su propio con­
—es decir la objetivación de un m ovim iento— pue­ tenido —la referencia hacia las c o sas— ni en tra i­
de ser reversible), entonces no es posible poner a cionar, del m ism o golpe, su propia condición
otros sujetos en relación con ellas m ás que h acién­ fundam ental. E sta no es, en efecto, sino la p a rtici­
dose a c o m p añ ar consubjetivam ente en ese m ism o pación consubjetiva en el m ovim iento de la signifi­
movim iento centrífugo —lo que, a la postre, no quie­ cación, frente al cual, la com unicación sí que es, o
re decir, sino que todo proceso intelectivo ha de ser, debe ser, en cam bio, un cam ino reversible: una reci­
p o r esencia, actividad; no puede ser pasiva recep­ procidad de las dos p artes en cuanto a los derechos
ción. Y toda adaptación, siendo un viaje de retorno, de em isor y receptor. La adaptación, curiosam ente,
lo que pretende h acer es ju stam en te invertir el sen­ al h acer reversible —aniquilándolo— el m ovim iento
tido de sem ejante m ovim iento, es d e sa n d a r la signi­ de la significación, convierte en irreversible —d estru ­
ficación, desv irtu án d o la de hecho en cuanto pueda yéndolo igualm ente— el tráfico de la com unicación,
ten e r de referencia intencional hacia las cosas —es que ju stam en te no d eb ería serlo, y en cuyo nom bre
decir, de real conocim iento— y sup lan tan d o a éstas se cree justificada. Al d esp ach ar p o r cosas —opacas
por la im agen del propio m ovim iento objetivado y por lo tanto irre d u ctib le s— las significaciones, la
y, po r lo tanto, convertido, p o r su parte, en cosa. La adaptación convierte el noble tráfico de la com uni­
significación se entenebrece y muere, deja de ser sig­ cación en una acción u n ilateral y a u to rita ria , term i­
nificante, en el instante m ism o en que la p alab ra se nando de tra icio n a r con ello, en todos los terrenos,
detiene, en que deja de ser un movimiento, para cu a­ la santa lib ertad de la palabra. He aquí, pues, cóm o
jarse en cosa. Quien cree que puede a d a p ta r las sig­ al socaire de los ya tópicos clam ores en favor de una
nificaciones (usando «otro lenguaje m ás sencillo y com unicación a ultranza —clam ores que corren hoy,
asequible», com o si lo m ás sim ple fuese capaz de sin restricciones, po r m oneda dem ocrática, sin que
ex p resar lo m ás com plejo y com o si la significación nadie se tom e el cuidado de so n a rla — puede am p a­
perm aneciese —al igual que una co sa— idéntica a rarse y prosperar, del m odo m ás artero, el dogm a­
sí m ism a, y toda diferencia de lenguaje no fuese sino tism o au to ritario . Que estas no son suspicacias de

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palurdo lo sabe bien cualquiera que contem ple el pa­ rial en que se asienta la experiencia: ocupado el lu­
noram a del tinglado cultural, con sus poderosísim os g ar del anim al p o r el papel que le ha sido asignado,
m edios de difusión, en los que llega incluso a m ate­ polarizado p o r ese sentido, se desaloja de él toda
rializarse la irreversibilidad de la sedicente com u­ eventual consideración d istante y objetiva, se desvía
nicación, sobre una inm ensa grey de exclusivos de él toda atención m ediata y circunspecta, todo po­
receptores, al p a r que, co n tra la p ro p ia evidencia de sible interés centrífugo. Huelga decir que la prim era
los sentidos corporales, se insiste cada vez m ás en d istancia y el p rim e r respeto que ha de to m ar cu al­
designarla com o «diálogo», y «m edios de com unica­ q u ier conocim iento que pretenda tild arse de cien­
ción social» a sus u nilaterales instrum entos, em pe­ tífico es dep o n er toda actitu d p ragm ática —que,
cinados, con un a rd o r digno en verdad de m ejor a p a rte su im productividad para la ciencia, se halla
causa, en m eternos en casa el universo entero. Una siem pre abocada a realizarse com o saber lo que con­
significación adaptada a un receptor determ inado ya viene, siem pre expuesta a cum plirse com o voluntad
no es una verdadera significación, es —a p a rte de un de ignorar. Pero m ientras todo el esfuerzo de la cien­
instrum ento a u to rita rio — un vil sucedáneo, vacío de cia, desde que se conoce com o tal, se ha concentra­
toda v irtu d cognoscitiva y bueno solam ente para do justam ente en el ejercicio de la epojé, en la difícil
aplacar y rep rim ir las im pertinentes y peligrosas cu­ ascesis epistem ológica de la tom a de distancia, he
riosidades del Delfín. aquí que p ara iniciar a los niños en el esp íritu cien­
Poner el m undo en casa es la m anera de lograr que tífico se los viene a o rie n ta r precisam ente en el sen­
jam ás se acceda a él; dando de la naturaleza una im a­ tido inverso, en el de la a c titu d pragm ática —y po r
gen «adaptada», y p o r ende in m ediata y asequible, ende subjetiva— frente a los objetos; y aun se racio­
es ju stam en te com o se la hace inaccesible a la expe­ naliza de m anera explícita la tendencia inercial que
riencia, com o se la defiende contra el conocim iento: a ello se dirige —que no es sino la de m an ten er a los
«el universo al alcance de la m ano» ya no es tal u n i­ niños, m ientras estén a tiem po de ofrecer sorpresas,
verso. «Animales dañinos» se titu la cierto álbum en la triste clase de «los que se quedan en casa»—
para niños que circula po r mi casa. ¿Qué hab ría sido con la fam osa ideología de que p ara que los niños
de las ciencias n atu rales si se hubiesen qu erid o o r­ se interesen por las cosas de este m undo es necesa­
ganizar sobre la base de sem ejantes criterio s de cla­ rio referirlas de algún m odo a su p ro p ia persona,
sificación? C lasificar los anim ales p o r la dicotom ía darles sentido en el circuito de sus inm ediateces. ¡Si
«útiles/dañinos» es re p a rtir el zoo universal según al m enos fuera cierto! ¡Si tan anticientífico c riterio
su relación con el sujeto cognoscente; estos puntos iniciador estuviese ju stificad o p o r lo m enos po r ha­
de vista subjetivos, pragm áticos, u tilitarios, y po r lo b e r observado en los niños el predom inio privativo
tanto esencialm ente anticientíficos, caracterizan un de una polarización c e n tríp e ta de su interés! Pero
tipo m uy frecuente de adaptación de la naturaleza esto es com pletam ente falso, y sólo es cierto para ese
a las m entes infantiles. Reduciendo el objeto a la cen­ niño títere, p a ra esa m ente in fantil prefabricada, a
tríp e ta inm ediatez de su relación con el sujeto, con­ cuyos represivos estatu to s se q u e rrían a ju s ta r y so­
cretándolo en un puro papel, en una m era función m eter las m entes de los niños verdaderos, en los cua­
contextual —y de un contexto en que el sujeto sea les, y p a rticu la rm e n te en lo tocante a su interés po r
él m ism o p a rte —, se lo su strae a la actitu d catego- la naturaleza, resplandece precisam ente lo co n tra ­

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rio. Según la ideología susodicha, prim ero h a b ría indudablem ente decisiva colaboración con las m a­
que interesarlos en las cosas de c ualquier form a que nipulaciones a rrib a contem pladas, en la infantiliza-
fuese, p a ra h acerles acceder m ás adelante a una ac­ ción de las inteligencias.
titu d científica objetiva; pero, siendo la m ente de los Y así, po r todas p artes se observan los efectos de
niños ya la m ente hu m an a —la única que hay—>cu a­ sem ejante proceder: ju n to al enorm e prestigio de la
litativam ente idéntica a la de los ad ultos en punto Ciencia —beaterío tan fideísta como incondicional—
a su actitud, se en cu en tra ya d isp u esta po r sí m is­ pueden reconocerse en la a c titu d de jóvenes y ad u l­
m a a la a ctitu d categorial que con la ciencia se con­ tos hacia sus pom pas y sus obras, las huellas de una
viene, y toda reversión de ese interés centrífugo en niñez m an ipulada y perpetuada, m anifiestas en las
la infancia tan sólo red u n d a rá en com prom eter de m ás ñoñas y acientíficas tendencias infantiles —lla­
form a decisiva su futuro. C om penetrada con esta m a­ m ando así no a inclinación alguna que los niños de­
nipulación que se p erp etra en el terreno de sus co­ finan por su p resu n ta esencia, sino a la configurada
nocim ientos, y m aestra de ella, la m anipulación del por el triste papel que se les quiere a todo trance ha­
niño m ism o p o r p a rte de los padres le proporciona cer representar. Pues ¿en qué otro cap ítu lo h a b ría
al pedagogo la m ás eficaz de las ayudas, a veces hasta de inscribirse el en tu siasm o p o r las desm elenadas
el punto de q u e para cuando el niño cae en sus m a­ invenciones de la ciencia-ficción?, ¿qué son éstas sino
nos ya se ha hecho casi verdadero el torvo m ito de una visionaria y agonística inversión del escéptico,
la infantilidad. Desde el día m ism o en que los niños lúcido, p ru d en te —y no p o r eso exento de pasión—
se em piezan a m over físicam ente se desata sobre esp íritu científico? La necia su p erch ería de los p la­
ellos el flagelo de las tácticas y de las técnicas para tillos volantes —am pliam ente a cred itad a con docu­
que se estén quietos —cosa, p o r lo dem ás, que siem ­ m entos fotográficos— es buen índice de la puerilidad
pre, y m ás tard e ya no en sentido físico tan sólo, se interpretativa que dom ina en la colectividad, y pone
va a q u e re r de ellos. E ste m anejo, m ás que m an ip u ­ de m anifiesto h a sta qué punto el persistente fu ro r
lación, despliega sobre el trato con los niños, de p o r escam o tear la im agen de lo extraño acaba po r
m odo sistem ático, la astucia y la m entira, la com pra­ h a c er que, cuando se lo pretende im aginar, la fan ta ­
venta y el c h an taje —que la víctim a aprende, c ie rta ­ sía ya no tenga m ás recurso p ara ello que el de un
mente, m uy pronto a devolver— y erige la deslealtad m ero desplazam iento de lugar, que el de una sim ple
com o sistem a. Ju n to a la deslealtad, com o h erm ana trasposición antropom órfica; lo nuevo, lo posible, lo
gemela, surge la ñoñería; un lenguaje, una voz, una distinto, tan sólo le es concebible en otro sitio, al p a r
sintaxis p ara pobres tontos (y los niños im itan la pro­ que gu ard a el m ism ísim o rostro de lo dado. La falta
pia im itación). De m anera pareja a lo que o c u rre en de respeto y de so rp re sa hacia lo nuevo, el afán por
la relación del poder con los vasallos, este trato prag­ echarle anticip ad am en te la red de lo fam iliar y es­
m ático que se usa con los niños evoluciona tam bién tatu id o («alunizar»), la sordidez, la sesuda tristeza
desde las antiguas form as a u to rita ria s hacia form as b u ro crática an te el cosm os, p o r p a rte de la técnica
dem ocráticas, cu an to m ás dulces tan to m ás deslea­ oficial —con ese am biente paleto y jactancioso al
les y m ás profundam ente inm unizantes y confor­ m ism o tiem po, com o de chiste de m arcianos, en que
m adores. No se podía o m itir la referencia a estos se c irc u n scrib e — descorazonan de todos los p o rten ­
m anejos —aunque no fuesen de mi a su n to —, po r su tos. ¿Qué ilusión nos p odría q u e d a r po r ellos y por

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las novedades que pueden se r capaces de alcanzar,
si al propio tiem po vemos que previsoram ente ya se
está elaborando p ara ellos un «derecho espacial»?
Por lo dem ás, esta a ctitu d tam poco es nada nuevo:
tam bién Am érica, sin h a b e r sido descubierta, salió
de las C apitulaciones de Santa Fe ya em paquetada,
inventariada, am ojonada e in scrita en el c atastro de
Doña Isabel: y, po r cierto, tam bién aquella vez el tris­
te allanam iento tom aba su ocasión de una m ezqui­
na rivalidad en tre dos Estados, que eran, en aquel
caso, C astilla y Portugal.

Madrid, abril de 1962 y noviembre de 1965; Sobre la tra n sp o sic ió n 1


publicado en Revista de Occidente, junio de 1966

A una niña de cinco años le oí en cie rta ocasión


em plear la p a la b ra «afluente» —que se le había en­
señado exclusivam ente en relación con el asunto de
los ríos— p ara ap licarla a la idea de una relación de
«bocacalle», concretam ente en la frase «no sabía que
e sta calle era afluente de la calle ta l» (esta segunda
calle era una avenida m ucho m ás larga, ancha y tran-

1. Este artículo había sido publicado como uno de los «comen­


tarios del traductor» en la traducción castellana del libro Les en-
fants sauvages, de Lucien Malson, profesor de psicología social en
el Centre National de Pédagogie de Beaumont, que recogía tam ­
bién, en apéndice, la «Mémoire sur les prem iers développements
de Víctor de l’Aveyron» (1801) y el «Rapport su r les nouveaux dé­
veloppements de Víctor de l'Aveyron» (1806), ambos de Jean Itard.
Pero habiendo habido un disgusto, justam ente por culpa de la ex­
cesiva longitud de tales «comentarios del traductor», entre el autor
y el editor franceses, de una parte, y el editor español, de la otra,
al respecto de dicha traducción, y habiendo sido ésta, consiguien­
temente retirada de la venta y condenada a la guillotina, el tra­
ductor y tal vez un tanto prolijo com entarista culpable de tal
desaguisado ha rogado a la Revista de Occidente que quiera dar
acogida a la presente reflexión, única, entre sus desventurados
comentarios, que sigue estimando no del todo merecedora de caer
bajo el tajo implacable de la cuchilla jacobina.

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sitada que la prim era); lo m ás notable es que lo dijo do la autonom ía y la firm eza de la figura ideal que
con la m ás espontánea y autom ática n aturalidad, es habían conseguido convocar, d ibujar y separar. Quie­
decir, sin la m ás m ínim a conciencia de im propiedad ro in sistir aquí en esa im presión tan clara com o in­
o de m etáfora. Igualm ente y po r aquella m ism a épo­ definible que suscitó en mí el m odo de em isión de
ca, pelando yo p ara ella una m anzana y com o nos aquellas frases, en esa inevitable y súbita evidencia
hubiésem os p lanteado la cuestión de si ten d ría o no del se n tir y del p en sar que m e hizo decirm e: «Aquí
gusano, volvió a sorp ren d erm e con la siguiente fra­ no hay m etáfora, sino una acción directa, inm edia­
se: «Si tuviese gusano tendría que verse alguna tube­ ta, autóctona, del concepto vivo, aún no sujeto a de­
ría». (La frase está reproducida aquí no aproxim ada term inación y restricción de esfera: no hay una
sino literalm ente, puesto que la ap u n té en el acto y m an u factu ra deliberada, reflexiva, electiva y secun­
tengo la anotación ante m is ojos.) Tam poco en este d a ria de un ingenio lingüístico personal, sino una
caso se detuvo un solo instante a b u sc ar la expresión, obra espontánea y n atu ral de la p alab ra m ism a; no
com o si é sta estuviese ya del m odo m ás inm ediato hay un producto individual del hablante, sino un im ­
a su disposición, para ap licarla a sem ejante asunto, personal y anónim o producto de la lengua». La m e­
ni dio el m ás leve indicio de un sentim iento de m e­ táfora del adulto, la m etáfora propiam ente dicha,
táfora. Fue para mí realm ente un gran placer lingüís­ implica —según la fórm ula de Karl B ühler— una su­
tico escu ch ar la palaba «tubería» en contexto sem e­ perposición de «esferas m ateriales» o «cam pos se­
jante, con la notable felicidad analógica que suponía m ánticos» y, p o r lo tanto, la conciencia de que se
tan original transposición, donde hay que subrayar pone en juego un elem ento léxico perteneciente a una
la precisión de elegir ju stam en te «tubería» y no ya esfera intrusa, una palabra ajena al acervo propio del
«tubo», pues «tubería» nom bra la resultante funcio­ contexto en cuestión. E sta licencia o autodispensa
nal del tubo ya ubicado en las en tra ñ as de los opa­ ocasional de las reglas de juego del tráfico lingüís­
cos m uros; no es ya la m anga de plom o sino el vacío tico, o, m ejor todavía, este recurso eventual a reglas
de sección c irc u la r que ésta determ ina, concebido de em ergencia, que, com o tales, se encuentran a otro
en la función de conducto, de vía c ircu lato ria que nivel de convención y de legalidad (al igual que esos
corre por el in terio r de una m asa sólida, que al p are­ dispositivos de seguridad, igualm ente reglam entados
c er lo m ism o podía se r cal y ladrillo que carn e de en las constituciones del Estado m oderno, que se lla­
m anzana, al igual que, p o r lo visto, el ser que la re­ m an expresam ente «estados de excepción»), tiene in­
corre lo m ism o podía s e r agua que gusano. El vivo cluso en la emisión oral de la palabra su propio signo
num en del lenguaje se me representó resplande­ indicador, que consiste en una no por leve menos ine­
ciente en toda su fecunda libertad. Soberanam ente quívoca inflexión en el tono de voz, acom pañada casi
abstraíb le de su a su n to de origen —de su contexto- siem pre de una p au sa de valor relativo doble, que
situación de aprendizaje— se me m ostraron aquellas precede inm ediatam ente a la p alab ra m etafórica,
dos p alab ras —«afluente» y «tubería»—, p ara apli­ como indicando el cam bio de nivel significante a que
carse del m odo m ás a fo rtu n ad o a la aprehensión y el oyente tiene que atenerse para la correcta in te r­
expresión —no literaria, lúdica, sino rigurosam ente pretación del texto; señal que concurre m ás inde­
funcional— de dos contenidos extraños a la esfera fectiblem ente todavía cu ando la intención de la
m aterial en que habían sido aprendidas, co n firm an ­ m etáfora es puram ente funcional, com unicativa, que

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cuando es expresiva, lúdica, orn am en tal o literaria. cuestión y funcionase a otro nivel de significación,
Es com o un guiño de la voz que advierte y anuncia o sea teniendo que enten derse conform e a un m odo
al que escucha el especial plano de ficción en que de referencia diferente, desde o tra posición signifi­
sus entendederas se han de colocar para seg u ir la cante, frente a los que valían p a ra las dem ás p a la ­
intención referencial presente de tal p alab ra in tru ­ b ras de la frase y del contexto entero. Esto fue lo que
sa, p ara a c e rta r con el m odo de referencia según el m e hizo concebir la fortísim a sospecha de que no ha­
cual, a despecho de su origen, se integra en el con­ bía habido en verdad m etáfora ninguna, sino una
texto dado con un preciso rendim iento significativo aplicación inm ediata, auto m ática y absolutam ente
(y no e sta rá de m ás reconocer en el expediente de la propia del concepto de «tubería» tal com o e stab a
m etáfora im provisada y sobre todo en su rápida com ­ configurado en su m ente a la sazón. Esto, de se r ver­
prensión p o r p a rte del oyente el recurso a aquella dad, q u e rría d ecir lo siguiente:
m ism a cap acid ad general que perm ite el em pleo de Que el contexto de aprendizaje —sin excluir de ello
señas o señales m im éticas ocasionales: la m etáfora lo inexpreso de la situación o a su n to concreto res­
im provisada e stá con el léxico «propio», y aún con pecto del cual se oye p o r p rim e ra vez ap licar una
las «figuras» socialm ente sancionadas, en la m ism a palabra— no com prom ete necesariam ente al concep­
relación que la seña ocasional —el ideogram a mimé- to allí configurado, en el sentido de restrin g ir la p e r­
tico, o pictog ram a— con las señas, señales o signos tinencia de su aplicación a la m ateria de que se trate,
convenidos y codificados). En el lenguaje escrito esta sino que, po r el contrario, la vocación p rim a ria del
advertencia de cam bio de nivel dispone de toda una concepto sería la de su straerse inm ediatam ente a un
b araja de expedientes, desde las m eras com illas m onopolio sem ejante y lib rarse abstractivam ente a
—equívocas, en principio, a este respecto, p o r reu­ un grado de generalidad respecto del cual el contex­
n ir una m ultiplicidad de funciones diferentes— h as­ to de ap rendizaje no se ría sino un ejem plo, el caso
ta fó rm u las tan explícitas com o «por así decirlo», p a rtic u la r accidentalm ente constituido en m odelo
«si se m e adm ite la expresión» o «valga la m etáfo­ originario. (O, dicho con p a la b ras mayores, que la
ra»; fórm ulas que nos dicen por sí m ism as hasta qué «generalidad» se ría lo p rim a rio y la especialización
punto la m etáfora propiam ente dicha es —sin d e ja r lo derivado.) Así la hidrografía, que para nosotros
de se r un recurso norm al y reglam entado del lengua­ es la esfera m aterial exclusiva en que la p alab ra
je hum ano— un producto consciente y deliberado del «afluente» funciona en sentido propio, no habría sido
hablante y no ya una m oción propia y autom ática de p ara aquella niña o tra cosa que ía m ateria ocasio­
la lengua m ism a; algo, en fin, de algún m odo m ás he­ nal en que se m odeló p a ra ella la fig u ra de relación
cho con la lengua, que por la lengua. Ni el m ás m íni­ form al puram ente predicativa del concepto dicho, sin
mo indicio de cosa sem ejante pude reconocer en la que ese contexto de aprendizaje tuviese que signifi­
veloz, segura, inm odulada y absolutam ente seria elo­ c a r para ella ningún «contrato en exclusiva», ni aun
cución p o r p a rte de aquella niña al em itir la frase: provisional, que hiciese su aplicación al sujeto «ca­
«Si tuviese gusano tendría que verse alguna tubería»; lle» m ínim am ente m enos p ropia y legítim a que su
n ad a en su voz, ni siq u iera en su rostro, d elataba la aplicación al sujeto «río». Q uiero decir que si para
conciencia m ás rem ota de que la p alab ra «tubería» la experiencia y conciencia lingüística del adulto el
entrase allí desde una esfera ex trañ a al contexto en asunto «hidrografía» —o m ás exactam ente el sujeto

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«río»— tenía la vigencia de una esfera m aterial que es decir, la vinculación especializada del predicado
retenía en exclusiva p a ra sí la aplicación propia de «afluente» al solo sujeto «río», eso es lo que puede
la palabra «afluente», haciéndole sentir, correlativa­ se r resultado únicam ente de un aprendizaje secun­
mente, com o tran slaticias, m etafóricas o figuradas d ario y positivo, pues que tan sólo positivas —es
todas las eventuales aplicaciones extrañas o exterio­ decir, vinculadas a una d eterm in ad a facticidad sin­
res a esa concreta esfera, para el niño, en cambio, el crónica— son las convencionales vigencias de uso de
hecho de o ír p recisam ente en tal contexto p o r p ri­ un acervo sem ántico, com o lo dem uestra sin más, en
m era vez la aplicación de esa p a la b ra no tenía po r la evolución «filogenética» de un léxico, el incesan­
qué c o n stitu irse en m odo alguno ni siquiera provi­ te trasiego de los usos sem ánticos desde el e statu to
sionalm ente en indicio de un contrato en exclusiva de «figurados» (aunque ya la m era publicidad o so­
con el asunto en cuestión, es decir, en indicio de una cialización de una «figura» constituye un estadio dig­
esfera m aterial que sujetase el uso del concepto de no de ser tenido en cu enta p ara d istin g u ir bien tales
«afluente» a nada sem ejante a ese lím ite singular que «figuras» de las ocasional e individualm ente im pro­
en la conciencia lingüística del adulto separa m ás visadas) al e sta tu to de acepciones «propias». (Y hay
o m enos nítidam ente los dos m odos de referencia —o que decir que, a este respecto, los diccionarios, em ­
posiciones de cum plim iento significativo— que co­ pezando p o r el de la Real, suelen te n e r un retraso
nocem os com o «sentido propio» y «sentido figura­ a veces se cu la r en cuanto a elim in a r la anotación de
do». La ordenación del léxico en esferas, o sea, las «fig.» —«figurado»— que puede p reced er a los usos
restricciones de uso a una m ateria d eterm inada que secundarios que dan de una palabra, de tal su erte
caracterizan lo que llam aríam os «palabras especia­ que la inm ensa m ayoría de las significaciones que
lizadas» —frente a la abstractiva lib e rta d de apli­ en el diccionario de la Real aparecen precedidas de
cación de las «palabras generales»— no es una la abrev iatu ra «fig. y fam.» m uy a m enudo no son
tendencia p rim aria del concepto en el acto del apren­ ya en absoluto «fam.» y casi nunca siguen teniendo
dizaje, sino, p o r el contrario, el resultado de una ex­ lo m ás m ínim o de «fig.», sino que son p u ras y pin­
periencia secu n d aria y positiva que reobra después tas acepciones; en tan to que las verdaderas «figu­
restrictivam ente, recortando, com o la im posición de ras», todavía vigentes bajo el solo e statu to de tales
una vigencia de hecho, aquel p rim e r im pulso orig i­ figuras en la conciencia lingüística social, apenas si
n ario y espontáneo del concepto a tra sc en d e r inm e­ hacen ap arició n allí, ya que com o p a ra incluirlas se
diatam ente, en su capacidad de aplicación, el asunto espera a verlas definitivam ente a sen ta d as y fijadas
de aprendizaje. Para aplicar esto a nuestros ejem plos en el habla, el resu ltad o es que p ara cuando al fin
d iré que la p rim e ra configuración en la m ente del se las incluye ya han abandonado, en realidad, des­
niño de dos conceptos com o los de «afluente» y de hace tiem po, el e sta tu to tra n sito rio de «figuras»
«tubería» no tendría, en principio, p o r qué in clu ir p ara p a s a r al de au tén ticas «acepciones».) De esta,
necesariam ente, en m odo alguno, entre sus determ i­ siquiera relativa, positividad de la ordenación del lé­
naciones específicas, ninguna clase de vínculo exclu­ xico con a rreg lo a esferas m ateriales, que daría, a
sivo con los sujetos o asuntos que presiden su mi entender, a las vigencias del uso sem ántico el ca­
contexto de aprendizaje. El conocim iento de que rá c te r de fenóm enos de hecho —o sea, extraños en
«afluente» se dice propiam ente tan sólo de los ríos, alto grado a las leyes de necesidad in tern a de la len­

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gua, y su p erp u esto s a ellas com o determ inaciones cluso las acciones que las alcanzan en cuentran en
ju risp ru d e n c ia le s— he de d a r todavía una ilu stra ­ ellas organism os m ucho m ás capaces de integrar, re­
ción em pírica: ¿qué fuero interno de necesidad lin­ ducir, re a b so rb e r y a sim ila r rápidam ente a su pro ­
güística en la evolución sem ántica podría nadie pia congruencia causativa el cu erp o extraño que
e n co n trar para d a r razón del hecho de que m ientras alojan en su seno, ya, en fin, y acaso sobre todo, por
la palabra «afluente» m antiene su sentido propio p ri­ cuanto las únicas acciones exteriores que pueden pa­
vativam ente ad scrito a la esfera m aterial «hidrogra­ decer no son sino las que proceden de otras lenguas.
fía» y al papel predicativo en frases p resid id as por Por el contrario, el léxico es, p o r naturaleza, inm e­
el grupo de sujetos «río», «ribera», «arroyo», etc., d iatam ente vulnerable a la acción de infinidad de
siendo sentida com o m etafórica, figurada, transla- agentes no lingüísticos; está constantem ente bom ­
ticia, su aplicación predicativa al sujeto «calle», en bardeado desde fuera p o r los acontecim ientos. Pen­
cam bio una p alab ra tan próxim a a ella, y aun tan es­ semos, p o r ejemplo, en lo exterior y lo circunstancial
trecham ente a rticu la d a a su núcleo conceptual, de una etim ología com o la de fait-divers: en la pá­
com o «confluencia» haya llegado a extender su apli­ gina del periódico en que se notificaban los acciden­
cación, con en tera propiedad, a una y o tra esfera? tes se hizo habitual el encabezam iento faits divers
¿Cabe p e n sar que el investigador de la p alab ra en ( = sucesos varios), com o en E spaña se ha hecho el
cuanto tal pueda e n co n trar para esto alguna vez algo de «sucesos», y de ahí un fait divers pasó a signi­
que com o ley lingüística de necesidad in tern a fuese ficar tout court «un accidente», o «un hecho c ru e n ­
o tra cosa que un a rtificio ad hoc\ algo capaz de disi­ to». La positividad o facticidad del reparto del léxico
p a r de veras la im presión de irred u ctib le g ratuidad en esferas m ateriales de significación no tiene, pues,
que, en cu an to hecho lingüístico, su scita una incon­ a la vista de e sta s consideraciones, por qué co n sti­
gruencia sem ejante? ¡No! Este, com o hecho que afec­ tu ir el m ás pequeño m otivo de perplejidad.
ta a unas palabras, tiene que se r aceptado com o un La propia posibilidad de d istin g u ir uno del otro
hecho «de la lengua», pero no, en modo alguno, como com o tales —y aun de reconocerlos in m ediatam en­
un hecho «de lengua», porque sus causas saltan in­ te— el uso llam ado «propio» y el uso llam ado «figu­
m ediatam ente fuera de su h istoria propia; es, en una rado» o «m etafórico» de tal o cual palabra dem uestra
palabra, p a ra ella, un hecho absolutam ente padeci­ ciertam ente, ya sin más, la m arcada vigencia de la
do, y, com o tal, ab so lu tam en te g ratuito y a rb itra rio efectiva y nada latente ordenación y distribución del
con respecto a su interna autoconsecuencia ca u sa ­ léxico en esferas: si é sta s no existiesen o sim plem en­
tiva. La lengua —y de form a extrao rd in ariam en te te obrasen bajo una form a de latencia, es evidente
m ás inerm e y acusada en su dim ensión sem ántica— que todos los em pleos h a b ría n de p arecem o s igual­
se p resen ta com o un blanco constante de acciones m ente «propios» o —lo que entonces no h a ría dife­
que son n atu ralm en te gratu itas al respecto de su rencia de sentido— igualm ente «figurados»; pero, a
congruencia y cau sativ id ad internas. Su evolución su vez, la m era posibilidad de la m etáfora com o re­
sintáctica o m ás aún su histo ria fonológica son infi­ curso referencial capaz del m ás com pleto rendim ien­
nitam ente m ás inm unes a la h isto ria exterior —ya to significativo despeja inm ediatam ente, haciéndola
sea po r cu an to la falta de tra n sp a re n c ia se convier­ sa lta r afuera del m ás íntim o núcleo conceptual de
te en gran p a rte en inm unidad, ya sea p o r cuanto in ­ la palabra, esa m ism a condición de pertenencia en

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que consiste su adscripción a una d eterm in ad a es­ toda la p ru d en cia que pueda exigir la e x tra o rd in a ­
fera; con lo que la ordenación del léxico en esferas ria libertad literaria que en este punto se ha llegado
m ateriales queda com o una circu n stan cia de la que a alcanzar) de reflejo sobre aquello, pues tal vez la
no depende en absoluto, de modo decisivo, la produc­ m etáfora tienda predom inantem ente a volver sobre
tividad sem ántica esencial de una palabra, queda las m ism as líneas a las que se atiene la libertad con­
como el nivel m ás exterior, la determ inación m ás res- ceptual orig in aria. Donde la pregunta sería: ¿qué es
cindible, de cu an to constituye su capacidad signifi­ lo que la m etáfora tiende a conservar y qué lo que
cativa. El núcleo activo, negativo, diferencial, de la a d e ja r de cu an to com prende el llam ado «sentido
palabra es lo que sobrevive a la neutralización de las propio»? Por to m a r un ejem plo tópico de la precep­
esferas, o sea, precisam ente aquello que la m etáfora tiva litera ria clásica, lla m a r «rubíes» a los labios de
conserva. la am ada im plica co n serv ar del rubí sólo el color y
Tan vasto y m ultiform e es, sin em bargo, el univer­ de su esfera propia (un puro «género» en este caso:
so de las palabras, de los conceptos y de las referen­ el de «piedras preciosas» —«género» en cuanto co­
cias, que para decir qué es ese presunto «núcleo», lección clasificatoria transversal, frente a los grupos
al que el niño sabe —y aun tal vez necesita— g u a r­ m etoním icos o longitudinales, com o «plum a y tin te­
d a r fidelidad, y qué puede tenerse p o r el m om ento ro y papel», regidos po r un verbo de acción: «escri­
derogable, trascendible, exterior, del contexto- b ir» —) tal vez el precio, la rareza: todos los labios
situación de aprendizaje —respecto del que, según son rojos, pero sólo los de la am ada son, en su rojez,
mi hipótesis, el concepto del niño m an ten d ría a m e­ «rubíes», po r cuanto su rojo es tan único y precioso,
nudo una determ in ad a libertad de aplicación— se­ com o único y precioso es el rubí en tre todos los m i­
ría precisa una investigación em pírica caso po r caso, nerales rojos. La idea de precio, de rareza, de unici­
esto es, p a la b ra p o r p alabra. Con todo, de una cala dad, que pertenece a la voluntad encarecedora,
estadística abundante y cualitativam ente avisada de encom iástica, de la m etáfora en cuestión —dejando
la variedad form al de las posibles situaciones del a p a rte el m al gusto que supone el c riterio que rige
aprendizaje de palabras, p o d ría esp erarse el esbozo e sta form a de encom iar, es decir, el c riterio del va­
de unas d irectrices o tendencias generales a que se lo r de cam bio—, es lo que decide la elección de la
sujeta la línea de dem arcación que separa en tre los esfera «piedras preciosas»; este es, pues, un m om en­
elem entos dados en el contexto-situación de ap re n ­ to m etafórico conservado no del elem ento «rubí»,
dizaje los que son entendidos po r el niño com o fac­ sino de su propio género o esfera. Pero ¿qué repre­
tores ocasionales y su stitu ib les (es decir, los que senta el o tro m om ento m etafórico, o sea la rojez, que
constituirían propiam ente contexto) de los que lo son sí se tom a ya de la propia especie «rubí»? R epresen­
com o factores necesarios (es decir, lo que entiendo ta precisam ente el a trib u to diferencial de esta pie­
com o «núcleo conceptual interno» de una palabra; dra entre las dem ás piedras preciosas (y no se puede
aquello de ella que obliga a la fidelidad). Y aun el o bjetar la legitim idad de la dim ensión «color», com o
propio estudio de la m etáfora propiam ente dicha, o c riterio diferencial fund am ental y probablem ente
sea, de la m etáfora de adulto, que im plica la concien­ único entre las piedras preciosas de la lengua común,
cia de la esfera de pertenencia y de la transposición, alegando com o m ás «esencialm ente» diferenciales
podría ilu s tra r (interpretando sus resultados con propiedades fisicoquím icas, que, po r lo dem ás, eran

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todavía totalm ente desconocidas cuando ya el rubí ca al h ierro es rayada, m ientras que la del que se
estaba h a rto de c irc u la r po r el m ercado m aterial y aplica a la m adera es escam osa; los respectivos a sun­
lingüístico, com o algo absolutam ente diferenciado); tos de aprendizaje han sido lo b astan te generosos
significa su núcleo conceptual negativo y especifi­ com o p a ra no d eten er siq u iera en tales diferencias
c a d o s el predicado que lo singulariza en el seno de de figura descriptiva el trascen d en te im pulso ap re­
la colección com puesta por «diam ante», «esm eral­ hensivo del concepto que han sabido librar.
da», «zafiro», etc. El rojo es, pues, el m om ento m ás O bservación com plem entaria: una de las acepcio­
inalienable del núcleo conceptual de la p alab ra nes castellan as —no precisam ente especializada,
«rubí», aquel al que ningún uso m etafórico (siem pre pero sí en algún grado restrin g id a todavía al m edio
que quiera seg u ir siendo lingüísticam ente rentable, ru ra l— de la p a la b ra «mano» es la de «extrem idad
es decir, accesible al oyente sin necesidad de ningún delantera de un cuadrúpedo» y p articularm ente «del
inseguro y enojoso acto de descifram iento) d eb ería caballo»; pues bien: este em pleo de «mano» —que
traicionar, pues pertenece a la nota «color», que es es sin lugar a dudas una auténtica acepción y no con­
la única dim ensión diferencial interna de la esfera serva el m ás lejano asom o de figura— com porta un
de donde se tom a. Con todo esto sólo he qu erid o d a r tipo de transposición en el que, en cam bio, jam ás de
un ejem plo de jerarq u ía en tre los m om entos concep­ los jam ases in cu rriría, a mi entender, un niño. (Esto,
tuales, y de la tendencia de la m etáfora a su jetarse naturalm ente, al igual que el ejem plo de los niños del
a esta jerarq u ía. Pero volvamos a los niños. h e rre ro y del carpintero, es p u ra suposición g ratu i­
C uando el niño del h e rre ro visite p o r p rim era vez ta mía, y no pretendo d e sp ac h a rla com o argum ento
la c a rp in te ría es casi seguro que no ha de quedarse probatorio de una tesis, sino como sim ple ilustración
m udo al ver al ca rp in te ro m anejando la escofina, de algo que no quiere tra s p a s a r los lím ites de hipó­
sino que inm ediatam ente cu ajará en sus labios la pa­ tesis, dada la insuficiencia p ro b ato ria de los únicos
labra «lima»; y, recíprocam ente, cuando el niño del hechos em píricos que hay aquí, o sea, de los dos ca­
c a rp in te ro visite, p o r su parte, p o r p rim e ra vez, la sos de la niña referida, de la cual alegaré todavía
fragua, tam poco es probable que no sepa de qué otros dos m ás adelante.) Proponiendo la hipótesis de
m odo pro n u n ciarse viendo al h e rre ro m an e jar la que un niño no h a ría jam ás, espontáneam ente, una
lim a, sino que com o un rayo se d ib u ja rá en su boca transposición así, observem os ah o ra en p rim e r lu­
la p alab ra «escofina». Tanto uno com o otro ven y sa­ gar y a m ayor ab u ndam iento la enorm e diferencia
ben que en uno de los talleres se tra b a ja el h ierro que m edia, en cuanto a la m agnitud del salto de m a­
y en el otro la m adera; ven que en el uno no se m ane­ teria, en tre una transposición com o la que ap areja
ja el fuego y en el otro no se hace uso de la cola, y el em pleo de «afluente» p ara una relación de calles,
apreciarán, en fin, toda una m u ltitud de diferencias o m ás aún com o la que apareja el em pleo de «tube­
m ás; y esto no obstante, cada uno de ellos reconoce­ ría» p ara la galería o el túnel del gusano en la m an­
rá inm ediatam ente la lim a o la escofina de su padre zana, y la que apareja, en cam bio, la aplicación de
en la escofina o la lim a del hom bre del otro taller, «m anos» para las patas delanteras del caballo: al ca­
y p ara ello no les a rre d ra rá siq u iera el observar al­ ballo ya se le han reconocido, en e stric ta y legítim a
guna diferencia en tre los in stru m en to s respectivos, propiedad, cabeza, cuello, ojos, boca, dientes; y tan
com o la de que la superficie erosiva del que se apli­ inm ediata, estrecha, evidente y espontánea ha sido

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la correspondencia establecida en tre su cu erp o y el rio de e rra b u n d a condición, reúne ya, p o r lo visto,
del hom bre que casi no ha lu g ar a p e n sar que esas todas las circu n stan cias legítim am ente exigibles en
palabras hayan tenido que salvar la m ás m ínim a d is­ estricto derecho conceptual p ara a tra e r inm ed iata­
tancia p a ra se r ap licad as al caballo. ¡Cuánto no es, m ente sobre sí, al igual que el platino llam a al rayo,
en cam bio, lo que ha habido que q u ita r de en m edio el instantáneo haz de luz de la p alab ra «tubería».
o lo que ha habido que sa lta r p ara p a s a r del asunto ¿Qué clase de traición a ese supuesto fuero orig in a­
de aprendizaje «instalación del agua» al asunto de rio del concepto, qué infracción de los principios
aplicación «m anzana con gusano»! Y, sin em bargo, fundam entales que form an la im prescriptible Cons­
es lo segundo, justam ente, lo que, conform e a la ley titución de aquella república cuyos súbditos serían
constitutiva o rig in a ria del concepto, a sus p a rtic u ­ las palabras, es la que, po r el contrario, se com ete­
lares principios de fidelidad, sería lo m ás directo y ría, al m enos en principio, en una transposición
accesible. No habría, pues, que proced er po r c rite ­ com o la que ap areja lla m a r «m anos» a las patas de­
rios de proxim idad práctica, com o lo es el del con­ lanteras del caballo, acepción con la que incluso un
cepto de «esfera», para e n c o n trar qué es lo que le oído relativam ente aco stu m b rad o al léxico ru ral
im p o rta ría —según mi hipótesis— y qué lo que no com o es el mío no term in a de avenirse sin reservas,
le im p o rta ría al p rim a rio m andato de fidelidad que suscitando, a despecho de toda la sanción fáctica del
preside la configuración conceptual de una p alab ra habla, una sensación de rechazo o repugnancia, bien
en la m ente del niño que la aprende. N ada le im p o r­ extraña, po r cierto, a ese sim ple entendim iento de
taría que la «lim a-escofina» se aplique sobre m ade­ un cam bio de nivel de referencia que constituye el
ra, po r el ca rp in te ro y en la carp in te ría , o sobre sentim iento de m etáfora? La respuesta ya ha sido im ­
hierro, p o r el herrero y en la fragua: nada le im porta­ plícitam ente anticip ad a p o r la propia m archa argu-
ría que su figura descriptiva presente en su dibujo de m entatoria de esta hipótesis: la «im propiedad» de la
erosión u n a form a rayada o una form a escam osa: lo p alab ra en u so m etafórico se refiere fu n d am en tal­
que le bastaría es que siga haciendo lo m ism o en uno m ente a la esfera de aplicación; en tanto que esta otra
y otro taller, funcionando del m ism o m odo en unas im propiedad se re fe riría a determ inaciones concep­
u otras m anos, produciendo el m ism o efecto sobre tuales in tern as a la esfera m ism a. Puesto que he pre­
uno u otro m aterial; nada le im p o rta ría que sea tendido m ás a rrib a ilu stra r la idea de ese núcleo con
agua o sean, en cambio, coches y personas lo que dis­ el ejem plo de la p a la b ra «rubí» en un uso m etafó ri­
c u rre p o r aq uella «vía» que en virtu d de su rela­ co y por referencia a su propia esfera m aterial, el «gé­
ción de subordinación respecto de otra m ás ancha, nero» «piedras preciosas», voy a atenerm e a ello para
larga y principal m erece unívocam ente el nom bre de fu n d am e n ta r mi acusación, explicando, por e stric ta
«afluente»; nada le im p o rtaría, finalm ente, que sea analogía, cóm o entiendo que se p ro d u ciría aquí ese
pared o c a rn e de m anzana la m asa m aterial po r la presunto delito de allanam iento o de infidelidad, esa
que d iscurre y gusano y no agua el ser que lo recorre traición a los fueros constituyentes del concepto. Si
aquello que, únicam ente en nom bre de su índole de querem os, pues, aplicar aquel m ism o criterio a la pa­
«vía» practicable, com o dicen los escenógrafos tea­ labra «mano», para b u sc a r la nota predicativa que,
trales, de sección circular, y a b ie rta en las en trañ as com o la rojez para «rubí» c o n stitu iría el m om ento
de una m ateria o paca a beneficio de c u alq u ier u su a­ m ás íntim o y m ás inalienable de su prim ario núcleo

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conceptual (a fin de ver si efectivam ente ha sido ho­ o tra s caracterizaciones enciclopédicas serían noti­
llada en la acepción que aquí se impugna), hem os de cias que no p in ta ría n ab so lu tam en te n ad a en el es­
proceder de fuera a dentro, buscando, en p rim e r lu­ tudio de los nom bres de color o en el de los de las
gar, los opuestos inm ediatos de la p a la b ra en cues­ piedras preciosas, respectivam ente.) Tenemos, pues,
tión, es decir, las p alab ras que ocupan con respecto en este caso, un único elem ento com o opuesto inm e­
a ella, en el seno del acervo, un lugar equivalente al diato de la p a la b ra «m ano». E ncontrada la pareja
que respecto de «rubí» ocupaba, conform e se ha su ­ «mano-pie», aparece en seguida la dim ensión dife­
puesto, el grupo de nom bres que constituye el géne­ rencial interna, la cual, a diferencia de lo que ocurría
ro «piedras preciosas», p ara proceder a d isc e rn ir con el género de las piedras preciosas, ya no es una
seguidam ente la dim ensión diferencial interna con cualidad descriptiva estática com o el color, sino
arreglo a la cual se contraponen —a la vez que se la función. M ientras el fundam ento p a ra a g ru p a r la
a rtic u la n — e n tre sí los diferentes m iem bros de ese m ano con el pie es su sem ejanza anatóm ica —am bos
presunto grupo de palabras. Los opuestos inm ediatos están situados en lugares hom ólogos del cuerpo, am ­
de «rubí» eran, com o se ha dicho, «diam ante», «za­ bos form an p arejas sim étricas, am bos tienen «de­
firo», «esm eralda», etc. ¿Cuáles son los de «m ano»? dos» y «uñas», etc.— y por lo tanto u n a sem ejanza
La pregunta no resiste tan siquiera un in stante de estructural, fisonómica, descriptiva, en cam bio en su
vacilación: si preguntam os a la lengua con qué se dim ensión diferencial in tern a dom ina, a mi en ten ­
ag ru p a y a qué se opone «mano», ap en as será preci­ der, el criterio funcional; las diferencias de form a son
so que la p alab ra llegue del todo al pensam iento, reab so rb id as tras la d u alid ad de funciones: coger y
puesto que casi desde la m ism a m otricidad parece andar. Podría objetarse que la noción de función que
precipitar, ciega, auto m ática e instantáneam ente, la hay que a p lic a r p ara re u n ir en una sola dim ensión
respuesta: ¡a «pie»! (Si se recuerda que no se tra ta «coger» y «andar» es d em asiado laxa, que le falta
aquí ni a u n m ediatam ente de objeto alguno que po­ aquella hom ogeneidad estrech a que se da en la se­
d ría ser propio de la fisiología, la anatom ía, la bio­ rie «rojo-verde-azul», etc., o bien en una serie funcio­
logía o cualesq u iera o tra s ciencias parecidas, y po r nal com o «ver-oler-oír», etc., pero p ara funcionar
lo tanto no de cosa prensible ni indicable con el com o dim ensión en el sentido que aquí puede im por­
índice extendido, sino de la p a la b ra en la lengua co­ ta r b a sta con que am bas funciones se reúnan en el
m ún en cuanto tal, y se com prende a fondo y recta­ género «mano-pie», justificado po r las antedichas se­
m ente lo que esto significa, se en ten d erá h a sta qué m ejanzas descriptivas, y se rep artan , excluyéndose
punto el referido autom atism o, lejos de se r —com o m utuam ente, entre sus m iem bros, com o lo hacen en
sí lo sería sin duda alguna en esas o tra s ciencias— la m ano y en el pie del hom bre. El grupo, pues, se
radicalm ente nulo e inadm isible com o indicio o c ri­ resolvería en conform idad con este esquem a:
terio de verdad, tom a aquí, en cam bio, toda la a u to ­
rid ad de una suprem a garantía. Y recíprocam ente, coge (no coge)
la determ inación de los colores en térm inos de lon­ M A N O ................................. PIE
gitudes de onda de la luz, o la reordenación clasifi-
cato ria de las p iedras preciosas con arreglo a sus (no anda) anda
respectivas n atu ralezas quím icas o a cualesquiera

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El coger y el a n d a r definen, respectivam ente, la a «más próxim o a la cabeza», y «trasero» e «inferior»
m ano y el pie del hom bre —objeto y m odelo ind u d a­ como igual a « m ás distante de ella». Lo correcto aquí
ble de la fijación de am bos conceptos— y el concep­ —es decir, en la coordinación de p artes entre dos es­
to de «coger» sería p ara el de «mano» lo que el de tru c tu ra s anatóm icas an im ales— viene a ser preci­
«rojo» es para el de «rubí» y el de «verde» p ara el sam ente la p rim acía del c riterio topològico (esto es,
de «esm eralda», o sea el m om ento íntim o e inalie­ el que se atien e al orden in te rio r del espacio relati­
nable del concepto, el que ninguna traslación tende­ vo configurado por los cuerpos) sobre el c riterio to­
ría, en principio, a traicionar. En la acepción según pográfico (esto es, el que se atiene a las coordenadas
la cual se designan com o «m anos» las p atas delan ­ absolutas del espacio exterior). No hay aquí a tro p e ­
teras del caballo no se respeta ni conserva o tra cosa llo alguno, sino todo lo contrario, ni desde el punto
que la determ inación topològica de «extrem idades de vista de la lengua ni desde el de la anatom ía. Cosa
m ás próxim as a la cabeza», de modo que la acepción bien d istin ta es, en cam bio, tam bién desde los dos
se pondría en flagrante contradicción con la que he puntos de vista, hacer p red o m in ar ese m ism o c rite ­
supuesto com o nota predicativa diferencial m ás ín­ rio topològico, no ya sobre el topográfico, sino so­
tim a del concepto en cuestión. Esa traslación, de fun­ bre el funcional, com o sucede cuando, en nom bre de
dam ento exclusivam ente topològico, com porta, al una pura correspondencia relativa de lugares, se si­
m ism o tiem po, o tra infidelidad que, por el co n tra­ gue llam ando «mano» a algo que no sólo es incapaz
rio, no ten d ría en m odo alguno el c a rá c te r de tra i­ de coger sino que, por añadidura, se dedica de modo
ción a lo que llam o núcleo conceptual interno del expreso y positivo a hacer justam ente lo otro, esto es,
concepto; es la siguiente: hablando en térm inos de a andar. Pero he aquí que a e sta m ano que no coge y,
«patas», usam os las determ inaciones «delanteras» sin embargo, sigue recibiendo el nom bre de «mano»
y «traseras», que, al m enos al respecto de la coordi­ se le adjudica, paradójicam ente, una «rodilla». Vea­
nación del cuerpo del caballo con el del hom bre, no mos cóm o la aplicación de la palabra rodilla al c u e r­
son topológicas sino topográficas, toda vez que en po del caballo da lugar a una situación exactam ente
el hom bre —y e sta vez no en la lengua com ún sino inversa a la que se produce al en c o n trar algo que lla­
en la ciencia— se habla de «extrem idades superio­ m ar «mano» en ese m ism o cuerpo. En efecto, cu a n ­
res» y «extrem idades inferiores». N ada hay de obje­ do a la lengua com ún, al p a sar la m irada desde el
table ni de extraordinario, sin em bargo, en que la cuerpo del hom bre al del caballo, se le antoja e sta r
discutida acepción de la p a la b ra «mano» opere so­ viendo u n a rodilla en el carp o del segundo está ha­
bre el reconocim iento de la correspondencia topo­ ciendo una doble traslación con respecto a las corres­
lògica —es d e c ir de la referencia de las p a rte s del pondencias de la anatom ía com parativa. Una de
cuerpo a su p ropia disposición espacial relativa—, a trá s adelante, o sea de las extrem idades inferiores
neutralizando el sistem a de referencias topográfico (traseras) a las extrem idades delanteras (superiores),
—o sea el que tiene p o r coordinadas las de la grave­ en cuanto que no se habla de «codo» sino de «rodi­
dad, conform e al cual se oponen e n tre sí las dim en­ lla»; y o tra de a rrib a abajo con respecto a la serie
siones « d e la n te ro -tra se ro » //« su p e rio r-in fe rio r» — a rticu lad a de la propia extrem idad, en cuanto que
haciendo, en nom bre de la topología, respectivam en­ lo que llam a « rodilla» no lo sitú a sobre el nivel codo-
te equivalentes «delantero» y «superior» com o igual rótula sino sobre el nivel carpo-tarso. (Esta segunda

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traslación refleja, po r lo dem ás, el desplazam iento bre de «rodilla» lo que, a p a rta n d o con su im pulso
vertical que padece la fisonom ía genérica de los ver­ a uno y otro lado los ap retad o s tallos de las m atas,
tebrados al p a sa r de un esqueleto de im plantación va abriendo cam ino a todo el cuerpo. Nada, a mi
plantígrada a un esqueleto de im plantación ungulí- modo de ver, m ás irreprochable, p ara la atención fi­
grada.) Sin em bargo, e sta doble traslación que hace sonóm ica, pragm ática, funcional, propia de la len­
llam ar «rodilla» a lo q u e una lengua obediente a las gua com ún, que esta resolución term inológica po r
averiguaciones de la anatom ía co m p arad a no debe­ la que, al p a s a r del cu erp o del hom bre al del c a b a ­
ría llam ar sino «m uñeca» tiene una p rofunda ju s ti­ llo, se lleva al carp o de éste —a través de lo que para
ficación fisonóm ica y funcional: ¿no es como nuestra la anatom ía com parada supone un doble desplaza­
rodilla un punto de articulación cuyo m ovim iento re­ m iento— el nom bre de «rodilla». Lo que se resp eta­
lativo —hacia adelante y h acia a rrib a — queda ins­ ba al aplicar la palabra «mano» al cuerpo del caballo
crito en un plano vertical —o sea paralelo al vector (pues no había en ello ni traslación de las extrem i­
gravitatorio— y a la vez paralelo a la dirección de dades inferiores [traseras] a las extrem idades supe­
la m archa? ¿N o es —y de nuevo com o n u e stra ro­ riores [delanteras] ni co rrim ien to de lugares en la
dilla— el vértice de giro de dos radios m óviles cuyo cadena a rticu lad a, toda vez que la «mano» del ca­
ángulo se m antiene tam bién en ese m ism o plano ver­ ballo incluye el m etacarpo) se traiciona en la ap lica­
tical y paralelo a la dirección de la m archa, a la vez ción de «rodilla» al carp o del caballo, y lo que allí
que se c ie rra en el sentido de ésta —a diferencia del se traicionaba —la función, la fisonom ía funcional—
corvejón, que se cierra, com o el codo en la posición se respeta, po r el contrario, rigurosam ente, aquí. De
m ás fácil, en el sentido inverso? ¿No es lo que preci­ ese doble desplazam iento queda tan sólo el vertical
sam ente en la función locom otriz es som etido a un —o sea el c o rrim ien to de lugares a lo largo de la
m ovim iento alternativo hacia a rrib a y hacia ad elan­ cadena a rtic u la d a — cuando se alab a el «juego de
te, hacia abajo y hacia atrás, en su posición relativa m uñecas» de un caballo; aquí, en efecto, falta la tra s­
al resto del cuerpo? ¿No es lo que se presenta, al lación desde las extrem idades inferiores (traseras) a
igual que la rodilla hu m an a (si nos im aginam os el las superiores (delanteras), pero se mantiene, en cam ­
espacio desde el suelo al nivel de n u e stra s ingles bio, el c o rrim ien to de eslabones in te rio r a la suce­
com o el agua en la que navega n u e stra nave corpo­ sión articulada: el m ism o corrim iento de lugares que
ral, y com o su obra viva, p o r lo tanto, toda la p arte ha hecho b ajar el nom bre de «rodilla» del nivel codo-
que baja desde aquéllas h a sta la planta de los pies rótula al nivel carpo-tarso (o que ha subido el carpo
—y válgame esta m etáfora náutica, en nom bre de que del escalón «tobillo»-«muñeca» al escalón «rodilla»-
tam bién se llam a «remos» a las p atas del caballo), «codo», según q ueram os tener p o r móvil o p o r fijo
com o la doble y altern an te proa que va rom piendo, uno u otro de los dos grupos coordinados) es el que,
al frente del caballo todo, la resistencia del espacio, com o en un p artid o de béisbol, desaloja del carpo
la densidad de la distancia, la esp esu ra del monte, la palabra «m uñeca» y lo hace c o rrer m etacarpo ab a­
en la locom oción? Caballo u hom bre que sea quien jo hasta la siguiente articulación, o, para mayor exac­
viene cam inando por el monte, siem pre es lo que en titud, h asta las dos siguientes, puesto que lo que se
el uno y en el o tro quiso la lengua p o n er sin d istin ­ alaba com o buen «juego de m uñecas» de un caballo
ción —ró tu la o carp o que ello fuere— bajo el nom ­ es una gracia que consiste en h acer funcionar de un

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m odo afectado y refitolero el juego com binado de la m uñecas de un b ailarín (no hay m ás que ver los clá­
articu lació n del m etacarpo con la p rim era falange sicos caracoleos de paseíllo de una ja c a de rejonea­
y la de é sta con la segunda; de m odo que por «m u­ dor para a p re c ia r hasta qué punto todo el efecto de
ñeca» del caballo se enten d ería ahí todo el conjunto «gracia» b uscado y conseguido en el «juego de m u­
funcional de la p rim era falange con sus a rticu la cio ­ ñecas» reside en una expresividad vicaria o delega­
nes su p e rio r e inferior. Como q uiera que sea, la ap li­ da, en un m om ento m im ètico antropom orfo que tiene
cación al caballo de la palabra «m uñeca» no está por térm ino de referencia la m uñeca del bailarín,
asentada en modo alguno en la lengua com ún, com o cosa que. ciertam ente, el anim al ignora, pero que sí
en cam bio lo e stá la de «rodilla» (que no sería, a mi estaba presente de uno u otro m odo en el criterio se­
entender, ni siquiera una acepción, sino un uso in­ lectivo de su dom ador); ya ellas m ism as se fingen,
m ediato p ara c u alq u ier c u a d rú p ed o ungulado, al pues, m uñecas, y no hay m ás m etáfora en d esig n ar­
igual que los de «cabeza», «ojos», «boca», etc., para las com o tales que en m en ta r com o «Segism undo»
cualquier vertebrado po r lo menos) y pertenece sólo ;i quien bajo el supuesto de tal identidad hace y ha­
al léxico de un sector de hablantes m ás restringido bla ahí delante dentro de la escena. En la m etáfora
todavía que el de los que tiene relación d irecta con la ficción la hacen las palabras; c u an d o la ficción ya
caballos: al secto r especial de los caballos de o sten­ está fuera de ellas no ha lu g ar a ten er po r m etafóri­
tación y las jacas de rejoneo, es decir al sector en que cas las aplicaciones léxicas que se atengan a los sen­
deliberadam ente se enseñan y cultivan gracias sem e­ tidos propios de lo representado.
jantes; lo que no quiere d ecir sino que solam ente la Me he extendido sobre e sta s tres aplicaciones
consideración estética y, por lo tanto, expresiva, de («mano», «rodilla» y «m uñeca» del caballo) para
tales m ovim ientos atra e sobre esa p a rte de la pata e n tre a b rir el panoram a de los criterio s y de las di­
delantera del caballo el recuerdo de la m uñeca h u ­ m ensiones de reajuste que pueden p re sid ir la trans-
mana: se ve ahí una m uñeca sólo porque se le ha a tri­ |H>sición de las palab ras de un sujeto a otro (bajo la
buido una función de hom bres, la función expresiva suposición, po r consiguiente, de que en el caso de
de un bailarín . La aplicación se encuentra, pues, en estas tres el sujeto de origen —el contexto de fija­
una situación curiosa: en el m om ento m ism o en que ción— es el cuerpo hum ano), sin p reocuparm e de­
uno se dispone a inscribir la expresión «juego de m u­ m asiado el que «m uñeca» no pertenezca en absoluto,
ñecas», ap licad a a un caballo, entre las expresiones en su aplicación al caballo, a la lengua común, ya que
m etafóricas, su sentido lingüístico vacila de repen­ ello no dism inuye su utilid ad de ejem plo, y en cam ­
te y se detiene: el obstáculo no es una oscuridad, sino bi«» me resu ltab a ventajoso por la circu n stan cia de
una evidencia: «¡Pero si la m etáfora está ya hecha p resentar una transposición que tiene el m ism o su ­
de antem ano con el caballo mismo!». En efecto, si jeto de origen y el m ism o sujeto de destino —y aun,
la expresión se funda en la cap rich o sa c irc u n sta n ­ dentro de este últim o, el m ism o secto r de ap lica­
cia de que el caballo haya tom ado el papel de b a ila ­ ción— que las de «rodilla» y «mano» aquí conside­
rín, no hay ab so lu tam en te m etáfora ninguna en radas; y esta hom ogeneidad de asunto m aterial en
d esignar com o «juego de m uñecas» el m ovim iento los elem entos ofrecidos a la com paración su strae
de las falanges de sus p a ta s delanteras, porque esas desde el p rincipio la determ inación de diferencias
falanges están representando ahora ju stam en te las ni peligro del equívoco, peligro tan difícil de esqui­

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var, en cam bio, cuando la diversidad de la m ateria latividad de aplicación a este m ism o térm ino (esto
obliga a s u ste n ta r la yuxtaposición com parativa so­ es, a las extrem idades traseras del caballo) de las que
bre la fe de una nunca segura coordinación analógi­ procedieren del p a r de extrem idades que retiene en
ca de las series en cuestión; aquí la necesidad de el hom bre la función a d sc rita al térm ino no extensi­
analogías ha quedado elim inada desde el m om ento ble (esto es, de sus extrem idades superiores). Dicho
en que no e n tra en juego m ás que un único grupo de otra m anera: la hom ogeneización funcional de las
al que pertenecen todos los elem entos com parados cuatro extrem idades del caballo en la exclusiva fu n ­
(más a trá s no fue así, ya que p ara d isc e rn ir el n ú ­ ción locom otriz, con la consiguiente pérdida de la
cleo conceptual de «mano» e n tró en consideración, función p rensora («pérdida» quiero d ecir p recisa­
aunque tan sólo en funciones de modelo, el grupo mente, ya que la h isto ria que se sigue aquí no es la
«piedras preciosas», enteram ente heterogéneo res­ de la evolución de las especies, sino la de la p ro p a­
pecto del de «partes del cuerpo», y ¿qué seguridad gación del valor de las palabras y de los conceptos:
cabe ten er de que fuese, en verdad, el m ism o tra ta ­ si el hom bre es el p rim e r sujeto de aplicación de los
m iento el que, a la luz de p u ras presunciones an aló ­ nom bres del g rupo «partes del cuerpo», la u lte rio r
gicas, confiadas tan sólo a la circunspección del buen proyección de la m irada sobre el nuevo sujeto, el ca­
sentido, vino a aplicarse a la p alab ra «mano»?); el ballo, experim enta com o pérdida el reconocim iento
caballo, y, m ás estrictam en te todavía, sus solas ex­ de la ausencia en éste de la función prensil), da lu­
trem idades delanteras, son el sujeto exclusivo, la m a­ gar a una situación en que puede esp erarse un des­
teria hom ogénea, el grupo único, que sobre sí recibe plazam iento de palab ras coincidente con el sentido
la diversa m oción designante de los tre s actos de de­ de avance de la función que prevalece, es decir, una
nom inación que se com paran. invasión p o r p a rte de los nom bres afectos a sus p ri­
El hecho de que al d esp lazar n u e stra m irada des­ mitivos titu lares sobre el antiguo territo rio de la fun­
de el cu erp o del hom bre al del caballo la dualidad ción desaparecida; si la función locom otriz se ha
privativa de funciones (coger/andar) que distingue en apoderado de los m iem bros de la función prensora,
el prim ero los dos pares de extrem idades entre sí de­ elim inándola del todo, ya no hay m ás que extrem i­
saparezca en beneficio de u n a sola de ellas (andar) dades locom otrices y las dos últim am ente anexiona­
tiene el efecto ju ríd ic o de convertir en térm in o no das tenderán a a tra e r sobre sí, p o r esa m ism a
extensible el p a r de extrem idades definido en el hom ­ circunstancia, la representación ya configurada por
bre po r la función que en tal desplazam iento se su ­ sus predecesoras, y con ella los nom bres en los que
prim e y en térm in o extensible el definido po r la que se sustenta. C ualquier p alab ra propia de las extre­
se conserva; la m anifestación concreta de este efec­ m idades inferiores (traseras) puede extenderse a las
to en el trá fic o de las p a la b ras afectadas se rá la superiores (delanteras) y hacerse única e indistinta
extensibilidad o tran slativ id ad de aplicación al té r ­ para las cuatro extrem idades; pero lo inverso no pue­
m ino no extensible (esto es, a las extrem idades de­ de absolutam ente suceder. No parece im aginable que
lanteras del caballo) de las que procedieren del p ar «muñeca» o «codo», o riu n d a s de las extrem idades
de extrem idades que retiene en el hom bre la función superiores (delanteras), extiendan a las inferiores
ad scrita al térm ino extensible (esto es, de sus extre­ (traseras) su designación, y en verdad que a la pata
m idades inferiores) y la inextensibilidad e intrans- trasera no le falta un lu g ar cuyo dibujo se preste

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a se r im aginado com o un codo: el corvejón; pero segura la definición quím ica y, no obstante, de nin­
¿quién p o d ría jam ás p e n sar en codos a propósito de gún m odo pueden ni necesitan confiarse a ella ni la
lo que tan poderosa, tan tensa y tan flexiblem ente lengua com ún ni la especializada del joyero. Y ade­
balancea, con ese m ínim o m argen de flexión que le m ás en el caso de la pata d elantera del caballo nos
basta a lo que tiene todo el vigor de la ballesta, tra n s­ encontram os con una «m ano» en la que no sólo se
m itiendo constantem ente al casco im plantado con­ niega el coger, sino que se a firm a el andar, com o lo
tra el suelo la descarga de un peso que la finísim a, prueba, sin más, el hecho de que el extrem o inferior
inclinada caña parece absolutam ente desm entir, y de esa p resu n ta m ano del caballo sea llam ado, en
que tan sólo el ap lastan te cuño de la h u ella p erm ite contradicción con toda congruencia léxica con esta
adivinar? M ientras «m uñeca» tiene el cam ino to­ aplicación de «mano», p recisam ente «pie», al igual
talm ente c e rra d o p ara hacerse extensivo a la a r ­ que su parte hom ologa en las extrem idades traseras.
ticulación co rrespondiente de las p atas traseras, C om oquiera que sea, p ara que valga «m ano del ca­
concebim os sin la m enor dificultad la aplicación de ballo» com o ejem plo de lo que puede ser una ch a­
«tobillo» a las cu atro extrem idades; «pies» ya ha te­ puza de transposición léxica b astan esos em pleos
nido cu a tro el caballo m uchas veces; «m anos», si es sim ultáneos de «rodilla» y de «pie», en los que ha
que de veras se conform a con ten er algunas, no ten ­ prevalecido el c riterio funcional; y en cu an to a la su ­
d rá nunca m ás que dos y sólo p o d rá se r en las extre­ posición de que los predicados «coge» y «anda» cons­
m idades delanteras. He aquí, p o r el contrario, que tituyan, com o yo creo, la dim ensión diferencial que
se le señalan tan sólo dos rodillas, pero no se le re­ decide del g ru p o «mano-pie», form ando po r lo tan ­
conocen atrás, sino delante; nada hay a trá s que pue­ to el núcleo interno de los dos conceptos, puede que­
da to m ar representación y nom bre de rodilla; la dar como un supuesto ad hoc, sin que por ello el caso
rótula se oculta recogida en la a ltu ra y en la pro fu n ­ pierda la eficacia ilustrativa que se busca en el ejem ­
didad de los ijares; y allí donde nos la habríam os es­ plo. Pienso que la función, cuando la hay, tiende a
perado encontram os u n a articu lació n exactam ente apoderarse del lugar de nota predicativa que co n sti­
inversa, una articu lació n que vuelve hacia el vientre tuye el núcleo del concepto, subsum iendo las notas
su concavidad; es, según los criterio s de la anatom ía diferenciales descriptivas que pueda, incluso nece­
com parada, nu estro propio talón. sariam ente, a p arejar; pero tam poco es obligatorio
En h onor a la verdad, hay que reconocer, p o r ú lti­ que lo haga, com o lo pro b aría tal vez el hecho de que
mo, que m ien tras en el caso del rubí el a trib u to incluso e n tre los nom bres de los in stru m en to s (ob­
«rojo» es el único posible com o cualificación últim a latos funcionales, si los hay) ju n to al gran núm ero
para dejarlo determ inado en el seno del género «pie­ ile ejem plos en que la p a la b ra que los nom bra se
d ras preciosas», en cam bio, en el caso de la mano, loma directam ente del verbo que designa la función,
la definición p u ram en te topològica de «últim a p a r­ como en «raspador», no falten ejem plos de nom bres
te de las extrem idades m ás próxim as a la cabeza» descriptivos, com o «plom ada», si bien esto no afec­
sería, en rigor, tan suficiente com o el predicado ta m ás que al c rite rio u sad o en el acto o rig in ario
«coge» y aun m ejor que éste si se piensa en los p ri­ de denom inación y hoy, de hecho, cuando ju n to a
m ates, que tienen un pie tan capaz de coger com o «plomada» existen derivados com o «aplomo», «aplo­
la mano. Pero tam bién para el rubí resu lta ría m ás mar», «desplom arse», no es en absoluto ese m om en­

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to descriptivo de la etim ología, patente aún en el so­ que ha ido a conservarse en la transposición. Por lo
nido (que nos perm ite reconocer en el nom bre de la demás, puesto que las cordilleras carecen de función,
plom ada el sonido del nom bre de la m ateria de que la determ inación funcional de la sie rra del c a rp in ­
estaba hecha), el que dom ina en el núcleo del con­ tero es ignorada pero no contradecida. Esto no qui­
cepto, sino, sin du d a alguna, la función de se ñ a la r ta para que incluso entre las m etáforas de la
la vertical. Si uno se acu erd a fácilm ente del plom o literatura sea raro ver a p a re c er una aplicación, si no
al co n tem p lar en ocio la p alab ra «plom ada», ¿quién que ignore, sí, al m enos, que contradiga ese últim o
se a c o rd a rá de él al p ro fe rirla en el m anejo práctico predicado que c o n stitu iría el p resu n to núcleo del
del objeto m ism o? ¿Y, quién, en cam bio, no verá irt concepto. Cuando U nam uno dice «rubí encendido en
m ente indefectiblem ente el rojo cada vez que hable la divina frente», usando «rubí» no p a ra unos labios,
de rubíes? sino para un astro, sigue conservando del rubí pre­
Así pues, si el c riterio funcional no tiene p o r qué cisam ente el m om ento predicativo de «rojo» —p ues­
ser siem pre el dom inante en la determ inación de la to que A ldebarán es una estrella de color rojizo—,
nota m ás íntim a del concepto, y, entre o tra s cosas, m ientras que de su «género», el de «piedras precio­
porque no siem pre existe u n a función o porque a ve­ sas», no conserva el de «valioso», sino el de «reful­
ces se tra ta de d isc rim in a r en tre objetos de función gente». Ahora bien, habida cu enta de que d u ran te
idéntica, sí que al m enos parece que cuando ésta una época, m ás o m enos larga, de la relojería se han
existe tiende generalm ente a do m in ar sobre las cu a­ usado rubíes —y no po r cap rich o estético, sino por
lidades diferenciales descriptivas. Pero, descriptivo una pura razón técnica— p a ra fo rm ar los cojinetes
o funcional que sea, parece que ha de se r casi siem ­ de los ejes del reloj, nada h a b ría tenido de extraño
pre ese últim o predicado diferenciador el que cons­ que hoy, aun cu ando el rubí hubiese sido su stitu id o
tituya la nota m ás inalienable del concepto, el que totalm ente —cosa que ignoro— en esa m ism a fu n ­
ningún em pleo translaticio o m etafórico tendería, en ción po r otros m ateriales de otro color, nos hubiése­
principio, a traicionar. Digo «en principio», porque mos encontrado con la p alab ra «rubí» p ara designar
este es sólo un respeto p rim a rio y espontáneo de la los cojinetes en el léxico de los relojeros. Al m enos
lengua, p ero no una co nstricción que no se vea ven­ no o tra cosa es lo que en la lengua com ún le ha
cida de hecho en el a rb itrio secundario y delib era­ ocurrido realm ente a la palabra «pluma». Pero en tal
do de la a c titu d lúdica o literaria, y porque incluso caso ese «rubí» idéntico a «cojinete de reloj» e sta ­
en la lengua com ún hay ejem plos de traición: así no ría totalm ente expatriado de su grupo originario —el
puede c a b er d u d a de que el núcleo conceptual de la de «piedras preciosas»— y habría recibido plena ciu­
palabra «sierra» es la función que desem peña, y, sin dadanía en el g rupo «piezas del reloj», teniendo en­
embargo, es, p o r el contrario, la fisonom ía d escripti­ tonces exclusivam ente por predicado im prescriptible
va lo que se ha tom ado p ara lla m a r «sierra» a una de su núcleo conceptual el que define la función que
cordillera; au n q u e tam b ién hay que a d v e rtir que ha «•litre estas piezas se le asigna. Así, en efecto, hoy no
sido ju sta m e n te el rasgo fisonóm ico m ás estrech a­ podemos considerar «plum a (de escribir)» com o una
m ente vinculado a la función, la c a ra c te rístic a efi­ acepción de u n a única p alab ra «plum a» que inclu­
caz —esto es, no el bastidor, no el torniquete, no la yese tam bién la de «plum a (de ave)», sino com o un
hoja, sino la d e n ta d u ra de dientes tria n g u la re s— lo puro hom ófono de esta otra palabra. No queda ras­

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tro, que no sea el etimológico, de ligazón alguna entre La hipótesis era, pues, la de que m uchas ap lica­
los dos conceptos, y no ha lugar ya, por lo tanto, a ciones de p alab ras por p a rte de los niños que su e­
hab lar siquiera de acepciones. Todo esto es conocido nan en los oídos del adulto com o usos m etafóricos
y está de sobra tratad o en m uchas p artes y sólo sirve no tienen, en el sentido subjetivo, ningún c a rá c te r
aquí para indicar las precauciones con que hay que de m etáforas, esto es, no son figuras b uscadas y e n ­
tom ar en este asunto cualquier alegación etimológica: contradas, con m ayor o m enor fortuna, por un acto
hay, por lo menos, cuatro cosas que tienen, en diver­ reflexivo de la fantasía pictórica, sino aplicaciones
sa m edida y de distinto modo, algo que ver entre sí, directas, inm ediatas, propias, del concepto tal com o
pero que no deben m ezclarse sino según los lím ites vive en esos m om entos en la m ente; acciones p rim a ­
de sus verdaderas relaciones; 1: las m etáforas ocasio­ rias y autóctonas de la p alab ra m ism a y no m an u ­
nalm ente im provisadas por un hablante singular, 2: facturas secundarias y deliberadas de un ingenio que
los «sentidos figurados» de una palabra m ás o m e­ ha aprendido a m an ejarla y a servirse de ella, por
nos consagrados en el público consenso, 3: las acep­ así decirlo, desde fuera; pues la m etáfora no es un
ciones de una m ism a palabra —en las que se h a b rá rayo directo que la lengua proyecte sobre el objeto
perdido o no h a b rá habido nunca un sentim iento de actual de referencia, sino un reflejo indirecto en que
figura— y 4: las aparentes m etáforas con que nos en­ el hablante tiene que intervenir de m anera conscien­
contram os en la etim ología (caso de «pluma»). Digo te y deliberada, sosteniendo y dirigiendo con sus pro­
«aparentes» porque en el acto originario de denom i­ pias m anos el espejito m ediador. La m etáfora, com o
nación que dio lugar a la actual palabra «plum a (de su propio nom bre indica, supone una traslación;
escribir)» no se hizo absolutam ente ninguna m etáfo­ pero sólo puede tra sla d a rse aquello que ya está en
ra lingüística: la m etáfora la hizo la plum a m ism a al un lugar determ inado, lo que para una palabra quie­
p a sar del ala del ganso al escritorio de su am o y de re d e c ir e s ta r explícitam ente ad scrito a u n a d e te r­
la función de volar a la de escrib ir y la rem ató la téc­ m inada esfera m aterial; la m etáfora propiam ente
nica de la escritu ra al reem plazar la plum a de ganso dicha, esto es, la del adulto, presupone una clara cla­
por un ap arato de punta m etálica en el lugar in stru ­ sificación, especialización y d istrib u ció n del in stru ­
mental de esta últim a función. Aquí no ha habido m ás m ental: «E stas son las h e rra m ie n ta s del herrero,
que un trasiego de cosas y funciones, y una m etáfora e stas las del carpintero, estas las del albañil, etcéte­
es un trasiego de palabras. Por eso dudo incluso de ra». Pero el niño del ca rp in te ro llam ará «escofina»
que la relación que lo que se num era con el 4 pueda tanto a la escofina de su padre com o a la lim a del
g u ard ar con lo que se num era con el 1, el 2 y el 3 sea, h e rre ro de una m anera sem ejante a com o nosotros
de algún modo, una realidad capaz de ofrecer otro in­ llam am os «circulación» tanto a la de la sangre com o
terés lingüístico que no sea el de la m era precisión a la de los autom óviles. «Circulación» no es, p o r lo
de límites que introduce cualquier discrim inación ne­ m enos a este nivel, una p alab ra a d scrita a ninguna
gativa. Lo que propongo yo aquí con todo esto es aña­ esfera m aterial d eterm inada y ninguno de esos dos
d ir a estas cuatro cosas (o sólo a las tres prim eras, em pleos puede llam arse m etafórico, o al m enos m ás
si es que la cuarta ha de ser discrim inada) una quinta m etafórico que el otro, en cu an to que tal p alab ra no
(o cuarta) cosa que pretendo distinta de las otras: la tiene firm ado ningún contrato en exclusiva ni con la
para mí presunta m etáfora im provisada de los niños. esfera de la fisiología ni con la del tráfico rodado.

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En estos casos de «circulación» no se trata, p o r tan ­ sión («com prensión» de los escolásticos) no puede
to, de em pleos figurados, pero sí de acepciones;2 así confundirse con falta de actividad o de firm eza por
pues, la com paración vale tan sólo p ara d istin g u ir p arte de las notas que com prenda: baja intensión
de las m etáforas los discutidos usos «im propios» de quiere decir tan sólo escaso núm ero de notas, pero
los niños, y no debe llevar a eq u ip ararlo s a las acep­ no debilidad o vacilación p o r p arte de las m ism as;
ciones; éstas son usos recibidos en la lengua y san­ el concepto no es com o un ejército que es tanto m ás
cionados en el público consenso, m ientras que fuerte cuanto m ayor sea el núm ero de soldados. Todo
aquéllos serían aplicaciones im provisadas y novedo­ acto colector p o r p arte del concepto com porta siem ­
sas y, en este sentido, e starían objetivam ente m ás pre un acto selector. S ac rific a r en a ra s de la riqueza
próxim os a las m etáforas ocasionales del adulto. léxica y de la «propiedad» esa segura y fecunda ca­
Penúltim o ejemplo: la m ism a niña de los dos ejem ­ pacidad de aprehensión de un reducido grupo de ca­
plos del principio, en una edad todavía m ás tem p ra­ racteres fisonóm icos ab straíbles, y por lo tanto
na —antes de los tres años—, en tran d o en la casa de activos com o espoletas prontas a s a lta r ante solici­
fieras por p rim era vez y n ad a m ás fra n q u e a r con la taciones m ás débiles que la o rig in a ria —es decir, a
m irada los b a rro tes de la p rim era jaula, en la que despecho de variantes insólitas e innovadoras respec­
se hospedaba precisam ente el tigre, se pronunció al to del m odelo de ap rendizaje— se ría tal vez in h ib ir
instante sin titu b ear: «un gato». Por otros testim o­ una capacidad cognoscitivam ente irreem plazable,
nios he sabido que esto de llam ar espontáneam ente d e s tru ir la tra n sp a re n c ia del concepto, atom izando
«gato» a algún felino no es cosa insólita en los ni­ lo dado y lo posible en una opaca p luralidad u n id i­
ños. Yo, po r mi parte, no corregí el «error» y aún sigo m ensional. El discernim iento clasificatorio que im ­
pensando que no hay que lam entarse sino con g ratu ­ plica la aplicación al tigre de la p alab ra «gato» es
larse ante un reconocim iento sem ejante. En efecto, tal vez m ucho m ás im p o rtan te para el conocim iento
esta identificación inm ediata no revela sino la vita­ que c u alq u ier cosa que pudiese a p o rta rle el cultivo
lidad, la carga predicativa, del concepto, su capaci­ de la riqueza de vocabulario. Por lo dem ás, tam bién
dad de atracción y de anexión y, aunque a prim era en la taxonom ía clásica de los n atu ralistas puede en­
vista parezca lo contrario, la fuerza de discernim ien­ contrarse m ultitud de ejem plos en que el nom bre vul­
to de que goza en la m ente de esos niños la figura g ar del antiguo conocido ha sido habilitado com o
secreta vinculada a la p a la b ra «gato». Sólo es a p a ­ nom bre titu la r de toda la fam ilia (de su erte que para
rentem ente paradójico el que una anexión pueda ser designar al así erigido en epónim o se ha acudido al
dem ostrativa del poder de discernim iento de un con­ recurso de rep e tir dos veces —una com o d eterm in a­
cepto; pero b a sta p ensar que un grado bajo de inten­ do y otra com o determ inante— aquel nom bre vulgar:
«lynx lynx», «rattus rattus», «dam a dama»). Si yo di­
2. Quizá tampoco «acepciones», pues la idea de acepciones pa­ jese «el caballo rayado», ¿quién no me entendería?
rece sugerir dos o más especializaciones y no, como parece el caso La prim itiva figura secreta del gato se ha perfilado
«circulación», falta de cualquier esfera m aterial de aplicación en un grupo m uy restringido de anim ales y se com ­
determinada. Compárese, sin más, con el uso que acabo de hacer pone solam ente de los rasgos que le bastan para iden­
de «aplicación» y el empleo de esta palabra cuando hablamos de la
«aplicación» de un estudiante; aquí sí hay una genuina acepción. tificarse en m edio de ese grupo: la esfera m aterial
(Nota del 29 de diciembre de 1991.) de los anim ales dom ésticos. La figura secreta del

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/

gato, su im agen conceptal, es una fisonom ía sin té ti­ fuese una especie de tensión, de tirantez, que, a des­
ca co n stitu id a exclusivam ente po r los datos diferen­ pecho del reconocimiento, no dejaba de poder ser re­
ciales decantados p o r las discrim inaciones que han gistrada. Un duro, sí; pero raro; la facultad de
sido necesarias p ara una identificación a suficien­ identificar no entorpecía la de extrañar. En mi opi­
cia en el seno de esa esfera. Así pues, lo que ha deci­ nión lo últim o que hab ría que tem er de la pobreza
dido cuál tenía que ser el conjunto de rasgos que ha léxica de un niño es que pueda e m b o la r su d iscern i­
venido a fo rm ar la o rig in aria figura secreta del gato m iento perceptivo; y cuando dice «gato» ante la ja u ­
ha sido la com posición concreta de la nóm ina «ani­ la del tigre o del leopardo no hay que concluir que
m ales dom ésticos», el rep erto rio finito de los c a ra c ­ su m irada está aplicando la m ás to rp e y m ás b asta
teres fisonóm icos que de hecho funcionan en el de las lentes, sino que su concepto de gato se encuen­
reconocim iento de cada uno de los personajes ins­ tra todavía en un nivel m ás alto de generalidad, un
critos en sem ejante dram m alis personae. A la c ir­ escalón o dos m ás a rrib a que el nuestro.
cu n stancia de hecho de que en ese rep arto no figure En todo lo que antecede no hay m ás cosa segura
ningún otro felino es a lo que se debe el que la figu­ que la m era c e rtid u m b re de hecho de los cu atro
ra secreta del gato no contenga m ás rasgos que los ejem plos tom ados del natural; el resto, todo el con­
com unes a todos los felinos y venga a coincidir p rác­ ju n to de consideraciones que a p a rtir de ellos se
ticam ente con la imagen virtual, con la fisonom ía ge­ organiza, p o d ría e s ta r equivocado. Pero de ser ap ro ­
nérica, de la felinidad; si en dicha nóm ina hubiese xim adam ente cierto parece que vendría a c o n trad e­
figurado otro felino, es m uy posible que el concepto cir, en lo que al aprendizaje de los niños se refiere,
de gato resu ltan te no h a b ría tenido entonces la ca­ la opinión de los que conciben la form ación de los
pacidad de ser solicitado a la vista de un tigre, de conceptos com o un proceso de generalización po r
a tra e r y anexionarse su im agen sensorial. abstracciones sucesivas, com o un despliegue p a u la ­
Últim o ejem plo: la m ism a niña, y unos m eses an ­ tino desde lo p a rtic u la r hacia lo general, a través de
tes del ejem plo precedente, al ver u na e n trad a de to­ la audición de la m ism a p a la b ra en contextos siem ­
ros encim a de la m esa dijo: «¡Qué d uro m ás raro!» pre nuevos. Sin em bargo, detenerm e ahora aquí en
(todavía los d u ro s eran de papel, y ella llam aba «du­ la conclusión de que la idea de la generalización no
ros» in distintam ente a todos los billetes de dinero parece sostenible sería, p or una parte, a trib u ir de­
cualquiera que fuese su valor). Lo interesante de este m asiado alcance a unas observaciones que no se ale­
ejem plo es que perm ite a ñ a d ir al a n te rio r la o b ser­ jan m ucho de lo experim ental, y, por otra, d a r
vación com plem entaria de que m ientras po r una —com o suele decirse— a toro m uerto gran lanzada,
parte la tolva de e n trad a de una identificación fiso- puesto que esa opinión ha sido ya desacreditada por
nóm ica es siem pre m ás ancha que los lím ites dados otros con m ás elaborados y fiaderos argum entos. Co­
por los m odelos de aprendizaje, pues la figura secre­ m oquiera que sea, la presunción de que las ap a re n ­
ta del «duro» era capaz de a tra e r hacia sí especím e­ tes m etáforas de los niños no son tales, sino
nes nuevos, a b e rra n te s de la im agen positiva de los aplicaciones inm ediatas del concepto, co n d u ciría a
originarios, no im pedía que saltase a la vista, al m is­ reconocer el c a rá c te r de generalidad com o una con­
mo tiempo, el c a rá c te r fronterizo, p o r así decirlo, de dición nativa del concepto desde el p rim e r instante
este nuevo ejem plar, com o si su distan cia del centro de su alum bram iento, al m enos lim itándom e a en­

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ten d e r p o r «generalidad» algo b a sta n te em pírico y ciendo reso n a r en ella todas las cosas blancas; pero
modesto: v irtu alid ad predicativa, esto es, fran q u ía com o «tachonado» carece totalm ente de otra cosa
de aplicación respecto de un com prom iso re s tric ti­ cualquiera que h acer reso n a r en el cielo con e stre ­
vo con el sujeto m odelo definido p o r el contexto- llas h asta esa función de aspaviento expansivo de la
situación de aprendizaje. E sta fran q u ía p o d ría lla­ epítesis, suponiendo que fuese la buscada, vendría
m arse «predicatividad» o «actividad predicativa» de a fru stra rse en este caso. Podría alegarse que «blan­
un concepto, sin que im portase el u sa rla tam bién co» en «la blanca nieve» alcanza casi esta m ism a
p ara los sustantivos, ya que el nom bre com ún im pli­ situación, supuesto que la nieve ha llegado a conver­
ca notas explicitables com o predicados, y el que su tirse en paradigm a de lo blanco, pues no sólo se ha
función en la frase no sea en principio la de predi­ establecido la expresión «blanco como la nieve», sino
c a r sólo es cuestión sintáctica. Lo que se entiende que se ha form ado el adjetivo «niveo», que vale casi
aquí por «predicatividad» lo ilustrará un ejem plo ne­ lo que vale «blanco»: d e c ir «el niveo cisne» viene a
gativo del lenguaje adulto: una palabra com o «tacho­ ser casi tanto —o tan poco— como decir —«el blanco
nado» tendría actualm ente, en castellano, una carga cisne»; pero en el casi está lo decisivo: los plom os
cero de predicatividad, pues, en efecto, la rec u rre n ­ de esa especie de instalación lum inotécnica que la
cia actual de e sta p a la b ra en el habla de los h ab lan ­ función epitética sería se nos funden de pronto, como
tes castellanos se reduce exclusivam ente al contexto en un cortocircuito, si, cerrando el circuito por el otro
«el cielo tachonado de estrellas». Que solam ente esta extremo, se nos o cu rre d ecir «la nivea nieve». ¡Y m e­
expresión concreta sea capaz de su scitarla indicaría nudo chasquido, m enudo chispazo, m enudo calam -
el grado extrem o de indigencia predicativa que su ­ brazo, en n u e stro delicado sentido de la lengua!
fre esta palabra. Indigencia que se ría im prudente La generalidad, al m enos en el sentido de activi­
m eterse a id en tificar sin m ás con riqueza de inten­ dad predicativa, sería una condición o vocación o ri­
sión («com prensión» de los escolásticos), por cu an ­ ginaria del concepto ya presente en el acto de su
to im plicaría desconocer la diversidad de planos en p rim era recepción, y la restricció n a esferas de apli­
que se habla de una u otra cosa. En el cielo del léxico, cación d eterm in ad as (con el desdoblam iento consi­
«tachonado» se ría com o un a stro m uerto, totalm en­ guiente en la m odalidad de intervención de una
te apagado, sin luz propia alguna. Si «tachonado» palabra en un contexto dado; desdoblam iento que los
sólo puede e sta rlo el cielo y solam ente puede ser de adultos reconocen en la dualidad «uso propio»-«uso
estrellas, esa p a la b ra no a ñ ad iría, en verdad, el m ás m etafórico») sería precisam ente lo que viene des­
pequeño com plem ento inform ativo o descriptivo a pués, por la experiencia fáctica del habla, com o una
una expresión que la om itiese, com o «el cielo e stre ­ especialización con c a rá c te r de m era norm a positi­
llado» o «el cielo con estrellas». R edundante, lo es va, jurisp ru d en cial, su p e rp u e sta a la prim itiva fran ­
tam bién cu a lq u ier epítesis, pero la redundancia de quía del concepto. Una norm a que será, ciertam ente,
«tachonado» no tiene tan siquiera el valor de lo epi- susceptible de infracción, com o nos lo dem u estra el
tético: si «blanco» en «la blanca nieve» tam poco añ a­ uso m etafórico propiam ente dicho, pero sin que ello
de inform ación alguna, tiene, no obstante, el valor sea com o un reto rn o a la generalidad o riginaria, ya
de enfatizar la presencia sensible de la nieve, m edian­ que fu n cio n ará bajo el su p u esto y la conciencia de
te el gesto explícito de señalarnos su blancura h a ­ un cam bio de nivel o de m odalidad en su actuación

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significante y en la capacidad de rendim iento signi­ tan sólo a efectos de fija r el núcleo interno del con­
ficativo. Con todo, si ni siquiera la m etáfora ocasio­ cepto, su predicado m ás inalienable, pero no en modo
nalm ente im provisada por un hablante sin g u lar es alguno a efectos de retener el m onopolio de sus apli­
sentida p o r nadie com o un puro expediente de for­ caciones; por el contrario, en este aspecto a c tu a ría
tuna, com o un an árq u ico aten tad o a las in stitu cio ­ con una extrem a generosidad, prestándose a se rv ir
nes del lenguaje y a los convenios de la com unicación de au téntica ram pa de lanzam iento desde la que el
(ya que, si fuese así, resu ltaría, entre o tra s cosas, to­ concepto es inm ediatam ente proyectado al exterior,
talm ente inexplicable su rendim iento significativo, liberado com o una v irtu a lid ad activa y vigilante,
esto es, el que su com prensión por p a rte del oyente siem pre p ro n ta a ser provocada y d esp ertad a a una
no dependa de nada parecido a la resolución del enig­ nueva epifanía. La gran am plitud de tal proyectivi-
ma de la Esfinge ni a la interpretación del orácu lo dad p rim a ria del concepto resu lta ría de que éste no
de Delfos), sino com o un recurso de em ergencia re­ recibe del contexto-situación de aprendizaje m ás que
conocido y regular, tal vez no se deba a o tra cosa que las notas m ínim as suficientes que precisa en su seno;
al hecho de fundarse a fin de cuentas en el preceden­ po r eso es sólo aparentem ente paradójico el hecho
te de aquella prim itiva franquía de aplicación. Quie­ de que el concepto deba su generalidad precisam en­
ro decir que la m etáfora de los adultos p o d ría ser, te a la p a rtic u la rid a d y a la lim itación del asunto o
en tal sentido, com o una luz retrospectiva sobre la del contexto-situación de aprendizaje, en cuanto que
situación y la natu raleza p rim a ria del concepto y el reducido núm ero de discernim ientos que allí den­
tam bién sobre la índole de su capacidad cognosciti­ tro ha necesitado e stab lecer le perm ite m antenerse
va. Y con una m etáfora va a ser, precisam ente, con en un grado m uy laxo de determ inación. Si la figura
lo que voy a explicar cóm o lo entiendo: c u alq u ier secreta del p e rro no estuviese com puesta solam en­
constelación de conceptos realm ente fecunda para te de las escasas notas que precisa en el reducido
el conocim iento no h a b rá de se r com o una colección cam po diferencial que form a el grupo de los an im a­
de llaves p ara otras tan tas p u ertas predeterm inadas, les dom ésticos ¿cómo cab ría com prender la e xtraor­
p o r num erosas que sean, sino com o un tal vez pe­ dinaria variedad de especím enes nuevos que, a p a rtir
queño juego de ganzúas capaz de a b rir siem pre nue­ de apenas unas pocas m uestras, es capaz de a tra e r
vas e ignotas c errad u ras. Toda com paración suele y anexionar?
h acer agua p o r alguna parte, y esta no iba a salirm e
m ejor encarenada: en efecto, una colección de llaves Revista de Occidente, enero de 1975
diferentes es al fin y al cabo una p lu ralid ad que a d ­
m ite ser clasificada en tipos y subtipos, según la d is­
tribución de los dientes y las m ellas, y que im plica,
po r tanto, virtualm ente, el juego de ganzúas; no obs­
tante, es justam ente esta m ism a condición la que sal­
va de la asem ia a los conceptos especializados del
adulto.
El contexto-situación de aprendizaje actu aría a se­
m ejanza de una esfera m aterial o cam po sem ántico

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H om bre B lanco Bulawayo y H om bre Blanco d a r
dinero Mtombo». Yo no d iré que haya en tal com por­
tam iento una deliberada y m aligna segunda inten­
ción de b lo q u ea r al colonizado en su insuficiencia
para p a sar los exám enes de m adurez pertenecientes
al discutible c riterio a rrib a m encionado; posible­
m ente no se tra ta m ás que del involuntario resu lta ­
do de un puro egoísm o práctico según el cual lo
único que le im porta de M tom bo al H om bre Blanco
es que le perm ita llegar lo m ás pronto posible a Bu­
lawayo, y p ara conseguir a u ltran za este propósito
es no sólo suficiente sino incluso m ás expedita y efi­
Sobre el Pinocchio de Collodi caz esa deform e lengua: «¡Pues si cada vez que uno
tiene que ir a alguna p arte tuviese que p ararse a d a r
lecciones de gram ática...!». Lo cierto es que cuando
los colonizadores vuelven a suspender una y otra vez
1. Lenguajes adaptados. Cuando los colonizadores a los colonizados en sus exám enes de m adurez se ol­
dicen que los colonizados no están «m aduros p ara vidan de que han sido ellos m ism os quienes los han
la autodeterm inación», juzgan la cosa sobre el canon fijado en el grado m ás elem ental de las asig n atu ras
de sus propias m aneras de existencia; pero, aun d an ­ que ellos m ism os han decidido que hay que a p ro b a r
do po r bueno ese c rite rio y suponiendo que respec­ para que un pueblo se las gobierne po r su cuenta,
to de él sea cierto el veredicto, no hay que p e rd e r de asig n atu ras en tre las que destaca com o p rim era y
vista h a sta qué punto éste se ha dictado desde el he­ principal la de «Capacidad para en ten d er al Hom ­
cho de la propia colonización y a la luz de las rela­ bre Blanco». Lo que me im porta se ñ ala r aquí es que
ciones p o r ella establecidas. Como con los anim ales p ara fija r las jerg as coloniales no b a sta ría la acción
dom ésticos, se juzga la inteligencia del colonizado unilateral del habla defectuosa de los colonizados
principalm ente p o r su capacidad p ara en ten d er al cuando están aprendiendo la lengua del colonizador;
colonizador, p a ra com unicarse con él. Pero ya que ese habla defectuosa d esap arecería prontam ente,
la lengua es el m edio en cuyo seno tiene que m ed ir­ com o un m ero estadio de aprendizaje, y no llegaría
se tal capacidad, hay que ver en p rim e r lu g ar qué a cuajarse y p e rp e tu arse en jerga colonial, si el pro­
es lo que pasa con la lengua que corre entre uno y pio colonizador no la co rroborase y sancionase al
otro; y lo que p asa es que el propio colonizador em ­ im itarla cu ando habla con el colonizado. Las jergas
pieza por fija r esa lengua —que es la suya— en un coloniales son el producto de una acción recíproca,
estadio de aprendizaje a b so lu tam en te grosero y ele­ bilateral, com parable con un juego de espejos. Se
m ental, pues, en efecto, en lu g ar de decirle al colo­ d irá que desde este m ism o origen florecieron las
nizado «Si fuera usted tan am able de conducirm e a m agníficas lenguas neolatinas —en un principio je r ­
Bulawayo, e s ta ría dispuesto a pagarle hasta diez li­ gas coloniales del latín —, pero tam poco hay que ol­
bras rodesianas», lo que le dice es «M tombo llevar v id ar que tard a ro n mil años en hacerlo. Para la

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com paración que me interesa no hacen al caso cau ­ echaba a cu atro patas y tratab a, en la voz y en el mo­
sas o m otivos —egoísm o o lo que fuere—, sino tan vimiento, de p e rrifica rm e com o Dios me daba a en­
sólo el fenóm eno de ese juego de espejos m ediante tender; pero mi m adre, al so rp ren d erm e una vez en
el cual se cuajan en general las infralenguas y las sem ejante tesitura, me dijo con sorna:
jergas especializadas no según el asunto, sino según —¿ S a b e s lo q u e e s ta r á n p e n s a n d o a h o ra los
el receptor. Sólo el a su n to tiene derecho a especiali­ perros?
zar la lengua com ún, y toda ad aptación al receptor —No. ¿Qué e sta rán pensando?
es una perversión lingüística y un acto de d espre­ —Pues e sta rá n pensando: «¿Pero qué es lo que
cio, al m enos objetivo, hacia ese receptor. Así com o hace este cretino?».
hay un lenguaje p a ra colonizados, hay un lenguaje Por desventura, no creo que aquellos bondadosos
para m asas, un lenguaje p ara m ujeres, un lengua­ cachorrillos llegasen a concebir un pensam iento así,
je para niños; en ninguno de ellos tiene cabida una pero al punto reconocí que era precisam ente lo que
palabra leal. ten d rían que hab er pensado, y la lección tuvo un
El Pinocho es un ejem plo de cóm o un lenguaje y efecto radical. D esgraciadam ente, tam poco los no
una intención pueden ec h ar a p e rd e r la m ás a fo rtu ­ m enos tolerantes hijos de los hom bres suelen llegar
nada de las invenciones; porque felicísim os son los a p en sar algo sem ejante de quienes creen que rem e­
hallazgos del m adero p arlan te y del niño m arione­ dándoles el h ab la alcanzan una m ayor y m ás honda
ta, y verdaderam ente bien tra íd as están, ju n to con com prensión, pero no d ejaría de ser, del m ism o
algunas otras, las fúnebres im ágenes del caracol con modo, lo m ás ju sto que podrían pensar. El pretendi­
una vela encendida en la cabeza y de los cu a tro co­ do lenguaje infantil —en la m edida en que esta ex­
nejos negros llevando el ataúd. Sin du d a a ellas debe presión quiera sustantivarlo en vez de concebirlo tan
el Pinocho, a p e sar de los pesares, su universal for­ sólo com o una serie móvil de m om entos adjetivos y
tuna; y e sta m ism a fo rtuna ha de se r la que me ex­ transitorios en el proceso de aprendizaje de una len­
cuse aquí de detenerm e en las alabanzas que pueda gua única— es una im itación de una im itación, pro­
m erecer y que no h a ría n m ás que su m arse a las de ducida y fijada po r el m ism o juego de espejos que
un ya antiguo y num eroso coro, p ara poder c e n tra r­ hace c u a ja r las jerg as coloniales: el niño no sólo rei-
me, en cam bio, en los «pesares», que son dos: el len­ m ita del adulto elem entos m ás o m enos oriu n d o s de
guaje —del que ya voy hablando— y la intención, que su habla, sino tam bién elem entos que el adulto le
será objeto del próxim o parágrafo. ¡Qué herm oso li­ atribuye sin fundam ento alguno, reincorporando en
bro hab ría sido éste (suponiendo que fuese lícito ha­ su habla no sólo sus propias torpezas, sino tam bién
b lar así, que no lo es) si el a u to r hubiese osado d ejar las de la m ism a im itación. Por cuanto he oído refe­
a solas su im aginación, lim pia de o tra intención que rir, parece que re su lta ría b astan te desoladora una
no fuese la propia del n arrar, que es evocar y tra n s­ investigación p o r esos colegios de Dios acerca de la
m itir lo acontecido, y se hubiese atrevido a e sc rib ir­ influencia que sobre el gesto y el habla de los niños
lo no para los niños, sino exclusivam ente para sí, lo tienen las películas de dibujos de la televisión (no
que equivale a d ecir p ara quienquiera! habladas, sino «m aulladas», com o expresivam ente
Cuando yo era m uchacho y tenía perros, en el an ­ dice Fernando Quiñones) y sobre todo ese siniestro
sia de hacerm e co m p ren d er m ejor po r ellos, me num erito cotidiano de «un lecado de paite de la tele».

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Por lo dem ás, tam poco es necesario esto, pues m u­ de palabra claram ente teñido de ese condescendiente
chas veces se b a sta n los papás y las m am ás p a ra fi­ retintín con que el adulto viene a abajarse al p resu n ­
ja r a un niño en esa jerga durante m ucho m ás tiem po to nivel de com prensión de sus pequeños interlo cu ­
de cuanto podría p ed ir el m ás com pleto desarro llo tores. E stam os en 1883: la ciencia de la pedagogía
de sus facultades a rticu la to ria s y constructivas, se va avispando.
com o lo dem u estra el caso h arto frecuente de los ni­
ños «bilingües», que, según las conveniencias del mo­ 2. Literatura moral. A mí m e im p o rta poco que la
mento, echan m ano ya de esa babosa jerga, ya de la a n te rio r objeción y en p a rte tam bién esta que viene
lengua com ún perfectam ente desarrollada. Sin duda ah o ra pongan en cuestión la posibilidad m ism a de
en el caso de los p adres con los hijos m edia el a m o r una litera tu ra p a ra niños com o un tipo específico y
—cosa que no o cu rría, p o r cierto, en el de las colo­ bien diferenciado. Si no puede existir, pues que no
nias—>y el egoísmo, si es que lo hay, cobrará, en todo exista; no hay sino que regocijarse de que no exista
caso, un color bien diferente; es verdad que los im i­ algo cuya existencia sólo es posible en la deg rad a­
tan, igualm ente, bajo la com ezón de s u p rim ir dis­ ción. La intención era, así pues, el segundo de los pe­
tancias (con lo que, de m odo sólo aparentem ente sares del Pinocho. La litera tu ra m oral, esto es, la
paradójico, no se hace m ás que reafirm arlas), pero literatura que tiene por intención la de llevar una de­
tam bién porque les hace gracia el h ab la de sus hi­ term in ad a convicción a la conducta, tiene ya desde
jos, aunque tal vez tam poco falte en ello un adem án antiguo sus propios géneros, desde las éticas de los
de superioridad, de donde, aun a despecho del amor, filósofos hasta los libros de m áxim as o de aforism os,
vuelve a s a lir de nuevo, al m enos objetivam ente, el pasando por los de reflexiones o m editaciones a c e r­
m enosprecio. Lo que se hace con la lengua con la que ca de este m undo y sus p o strim erías; pero no pocas
se les habla es algo que se está haciendo con los hom ­ veces se han intentado h a b ilita r otros géneros para
bres mismos, y si las jergas coloniales indican la rela­ ese m ism o objeto. El teatro, la poesía o la n arración
ción que m edia en tre colonizadores y colonizados, con intención m oral no son nada insólito, m as no por
la jerga para las m asas revela lo que se quiere que los eso dejan de ser la m áxim a inm oralidad literaria. La
pueblos sean, la jerga de las revistas fem eninas narració n debe se r am oral, com o lo es su propio ob­
lo que se quiere que sean las m ujeres o lo que se jeto: la evocación de un acontecer; toda o tra inten­
pretende que son, la jerga de los círculos only m en, ción que no sea esta es advenediza y b astard a en sus
clubs o tab ern as, expresa el triste m odelo social de entrañas. Claro está que esto no es m ás que un p rin ­
los varones. Tres cu arto s de lo m ism o es lo que ocu­ cipio y, com o todos los principios, puede ser tra n s­
rre con el lenguaje p ara niños, que es preciso d istin ­ gredido; m as p ara tra n sg re d ir sin m enoscabo del
g uir m uy bien del habla de los niños. producto resultante, p ara hacer una gran obra espú­
No quiero yo decir, ni m ucho m enos, que el a u to r rea, se requiere un destello de talento excepcional.
del Pinocho haya llegado a c a er tan bajo com o algu­ Collodi no lo tuvo en m odo alguno.
no de los ejem plos an terio res (aparte de que en la La novela m oral es literariam en te inm oral en la
palabra escrita no se ha llegado todavía, que yo sepa, m edida en que la intención bastarda se interfiere con
a la reproducción fonética de la jerg a infantil), pero la intención legítim a; esto es, en la m edida en que
sí que es cierto que ap u n ta ya en él un m ovim iento para servir a la ejem plaridad siem pre se m anipulan,

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quiérase o no, de uno u o tro modo, los acontecim ien­ luces q u erid o y dirigido por la m ano y la voluntad
tos. Se d irá que el Pinocho es una narració n fa n tá s­ de Dostoievski. Esto hace que el Crimen y castigo, a
tica y que, por lo tanto, no ha lugar a h a b la r respecto despecho de los estupendos diálogos con el juez, no
de ella de m anipulaciones. Poco entiende del a rte y pase de ser un m ediocre folletón, en tanto que el Ijord
de la fantasía quien piense que lo fantástico no puede Jim es una obra m aestra.
se r m anipulado po r se r ya ello m ism o, enteram ente, Pero en el Pinocho encontram os, adem ás de la m a­
puro producto de m anipulación. La o b ra fantástica, nipulación de los hechos en aras de la ejem plaridad,
exactam ente igual que la natu ralista, tiene sus pro ­ algo peor todavía: la inclusión de enunciados m ora­
pios fueros de coherencia, m ás estrechas, si cabe, que les m ondos y lirondos. Véase un ejem plo:
los de ésta, en v irtu d de su propia libertad. Y aquí
que nadie m e provoque desplazándom e ad hoc la «En este mundo los verdaderos pobres, merecedo­
imagen del m anipular, porque entonces diré que aun res de asistencia y compasión, no son más que aque­
llos que por razones de vejez o enferm edad se ven
la llam ada realidad es ya ella m ism a, en ese caso, condenados a no poder ganarse el pan con el trabajo
otro producto de m anipulación. de sus manos.»
Pero que la novela no deba ser m oral no im plica,
en m odo alguno, que no pueda ten er por tem a pro­ En la lectu ra se e c h a rá de ver h a sta qué punto la
pio los conflictos m orales de los hom bres; antes por inserción de frases com o esta —au nque artificio sa ­
el contrario, este es precisam ente uno de sus m ás m ente puestas, en otros casos, en boca de los perso­
grandes tem as y casi el único que a mí personalm en­ najes— rajan com pletam ente el espacio y el tiem po
te me interesa. Tema es, no hay por qué decirlo, algo narrativos, com o si de im proviso el propio a u to r sa­
enteram ente distinto de intención. El modelo m ás ca­ case la cabeza desgarrando el papel de la página para
racterizado de las novelas que tienen po r tem a un espetarnos, casi oralm ente, tal adm onición.
conflicto m oral es el de las que podríam os lla m a r
«novelas de redención». A rquetípicas son entre ellas 3. Im venganza del arte. Pero con la m anipulación
el Crimen y castigo de Dostoievski y el Lord Jim de de los hechos el a u to r del Pinocho ha tenido un fra­
Conrad; en am bas encontram os el esquem a puro: un caso casi tan sonado com o el de Jorge M anrique con
pecado original com o punto de p a rtid a y, com o de­ sus fam osas Coplas. Y es que la m u sa se venga del
sarrollo, el largo cam ino h asta la redención. En el que pretende v iolentarla im poniéndole intenciones
Pinocho falta un claro pecado original (a no se r que extrañas a la del arte. De la m anera m ás explícita
se lo considere sim bolizado en el nacim iento a p a r­ pretenden se r las Coplas una adm onición para que
tir de un pedazo de m adera), pero no hay d u d a de a p artem o s nu estro deseo y n u estra m irada de lo pe­
que en tra perfectam ente en tre las novelas de reden­ recedero y los volvam os hacia lo perdurable. Pero el
ción. Si ahora com param os en tre sí las dos p rim e­ dem on del a rte quiso que el puñado de e strofas que,
ras, q u e d a rá m anifiesto lo que es m anipular: en el en m edio de versos m ediocres y h asta lam entables,
Lord Jim obra y funciona exclusivam ente la m oral alcanzan el hechizo fuese p recisam ente el que tañe
de Lord Jim y él solo es el responsable y el agente de el fantasm a de lo perecedero. H asta las dos figuras
su propia redención, m ientras que en el Crimen y con que se ilu stra la cad u cid ad con el propósito de
castigo la redención de Raskolnikov es algo a todas que m enospreciem os lo perecedero y apartem os

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de ello n u e stra querencia y n u estro corazón tienen de ellas, pero tan sólo de las dos clases siguientes:
una delicadeza y un encanto que no hacen sino en­ o bien —com o cuando el propio Pinocho se tran sfo r­
carecérnoslo del m odo m ás a rre b a ta d o r: «¿qué fue­ ma en b o rriq u ito — la m etam orfosis es un estado
ron sino verdura de las eras?», «¿qué fueron sino transitorio de desfiguración del aspecto sensible ver­
rocíos de los prados?». El lector sale de la lectura dadero, que al final se recupera, o bien es un castigo
del poem a ab so lu tam en te dispuesto a d a r la E tern i­ para siem pre. El paso de peor a m ejor es siem pre
dad a cam bio de que le fuese dado ver siquiera po r una segunda m etam orfosis que deshace otra anterior
la rendija de una p u e rta las fiestas de los Infantes y, por lo tanto, un retorno, un rescate, una liberación;
de Aragón, p o d er escuchar, fuese tan sólo desde el el paso de m ejor a peor es siem pre, ete rn o o tra n si­
últim o rincón de las caballerizas, «las m úsicas a c o r­ torio, un castigo. La concepción de la identidad que
dadas que ta ñ ía n ».1 Pero si a Jorge M anrique el arte se halla im plícita en la ley del a rte prohíbe una
se le volvió en co n tra en el terren o de la intención, m etam orfosis de peor a m ejor que no opere com o
inv in ien d o d iam etralm ente en su poem a el p reten ­ retorno a la figura verdadera desde el estado su b si­
dido efecto de e n carecer lo p erd u rab le y m inusvalo- guiente a una m etam orfosis anterior. La pérdida del
rar lo perecedero (en lo que al fin no fue tan cruel sem blante verdadero es un estado de ocultación, y
la venganza de la m usa, pues, au nque fuese en con­ el verdadero sem blante tiene que h a b e r sido sensi­
tra de sus intenciones pedagógicas, le dejó al m enos ble antes alguna vez; no se puede alcan zar por vez
esas em b riag ad o ras estrofas que son el m ás encen­ prim era. El rostro no es el espejo del alm a, sino el
dido canto a lo que está m arcado p o r el sino de la alm a m ism a. El que lo pierde la ha perdido, el que
caducidad), a Collodi se le revolvió, en cam bio (y sin lo recupera la ha redim ido. Pinocho nace m uñeco de
un consuelo análogo), en el registro de la cred ib i­ m adera; esa es su p rístin a y, p o r lo tanto, auténtica
lidad. figura. De que la pierda, herm osa o fea —sea p o r ci­
Las m etam orfosis son peligrosas. Collodi quiso rugía estética o po r ciru g ía pedagógica—>jam á s po­
h acer de la del m uñeco de m ad era en niño de carn e d rá hacerse un prem io. (Incluso a propósito de las
y hueso corona y prem io de la redención de su c ria ­ m etam orfosis de rescate recuerdo la indignación que
tura. O bservem os que ese niño de carn e y hueso me produjo el final de una, po r lo dem ás herm osa,
que aparece al final no es m ás que un niño, un espe- película francesa que, sobre un guión de Cocteau, re­
cim en del B am bino Qualunque, nivelado en anóni­ cogía el cuento de La bella y la bestia. E ra algo
m os caracteres p o r el rodillo de la pedagogía; y la absolutam ente intolerable cuando al final aquel m ag­
pru eb a de la intencionalidad pedagógica de sem e­ nífico, hum eante, doliente, lúbrico gatazo, tan in­
jan te m etam orfosis está explícita en el hecho de que finitam ente hum ilde en su desesperado a m o r de
el autor, en lugar de d ecir «un niño de carn e y hue­ m onstruo, se tra n sfo rm ab a escandalosam ente ante
so», diga siem pre un bam bino perbene, esto es «un nuestros ojos en la rayante y olím pica figura del be­
niño com o es debido». Pero las m etam orfosis son pe­ llo Jean Marais.)
ligrosas. En los cuentos encontram os un sinnúm ero C ontra los fueros del a rte no sirve querer. En la
1. Esta fue la prim era expresión de lo que más tarde desarro­ magia, p ara lograr una m etam orfosis no basta la vo­
llaría extensamente en el ensayo «El caso Manrique», que puede lu n tad de producirla: hay que sa b er el arte. En la li­
leerse más abajo en págs. 186-241. tera tu ra tres cu artos de lo mismo: no bastan los m ás

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voluntariosos em peños del autor: hay que sa b e r el
arte. En vano el buen Collodi p o rfia rá en decirnos
que ese niño de ca rn e y hueso que aparece al final
sigue siendo Pinocho, porque replicarem os: «Bueno,
esto lo escribe usted porque le da la gana, pero no
es así». El a u to r m iente: ese niño no es Pinocho, ¡qué
lo va a ser!, ese niño es un vil sustituto, un im postor.
La m usa no ha consentido que se logre y se cum pla
el villano atropello pedagógico de sem ejante m eta­
m orfosis: nadie se la cree. No ha habido ninguna m e­
tam orfosis, sino la m ás b u rd a de las sustituciones,
el m ás ch ap u cero de los escam oteos. Si fuera de los
dom inios del a rte la pedagogía logra a m enudo el La predestinación y la narrativ id ad
allanam iento, uniform ación e integración del que no
es según el m undo quiere, el a rte se ha negado a h a­
cerse cóm plice de la discrim inación, segregación, ex­
pulsión o d estrucción del niño diferente, im plícita I. No es a una revisión del juicio de valor —desfa­
en esa m alograda m etam orfosis; haciéndola fra c a ­ vorable ya desde un prin cip io — a lo que me ha lle­
s a r del m odo m ás estrepitoso, sus fueros se han vado hoy la rem em oración de la película Revuelta en
rebelado a la im posición y a la im p o stu ra de la pe­ Haití, que vi en los tiem pos en que a ú n iba al cine.
dagogía, y Pinocho sigue siendo aceptado, acogido, Ir al cine, com o una acción m uy caracterizada, no
celebrado y am ado en tre nosotros, en toda su dife­ es ver esta película, sino casi precisam ente lo con­
rencia y su singularidad, en toda su a u tén tica iden­ trario. En lo segundo, p o r débiles que sean los funda­
tidad de verdadero niño de m adera. mentos de la decisión —no pocas veces sim plem ente
un títu lo —, se tra ta siem pre de una acción intencio­
Escrito y publicado como prólogo del libro Las nalm ente positiva, dirigida a un objeto específico
aventuras de Pinocho, de Cario Collodi, versión dado, al que se liga, en un m ism o movimiento, la pro­
castellana de M.a Esther Benítez Eiroa, Alianza pia determ inación de ir al cine, m ientras que en lo
Editorial, Madrid, 1972 prim ero tal determ inación qu ed a com o un m om en­
to previo y separado, que proyecta ante sí un lugar
vacío, para el que, en un segundo acto, se elige —y
con frecuencia ni esto tan siquiera— una película de­
term inada; la cual, por eso mismo, queda desposeí­
da de su especificidad, al su b su m irse en el sim ple
papel de im plem ento ocasional p ara un vacío prees­
tablecido en una decisión enteram ente independiente
de ella. Ir al cine es lo que con tan cínica y am arga
lucidez ac erta ro n a c a ra c te riz a r aquellos novios co­

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nocidos míos, cuando, al en co n trárm elo s por la ca­ la acción corrosiva del contexto, van b o rran d o sus
lle una tard e de domingo, me dijeron: «No en c o n tra ­ rasgos personales bajo el vitriolo del papel de espo­
m os un cine donde ahorcarnos». Y así com o no sa. La diferencia, pues, e n tre las dos acciones con­
parece verosím il suponer que haya sido el hallazgo tem pladas —la de ir al cine y la de ver esta película—,
de un árbol determ inado, p o r herm oso que fuese, lo positivísticam ente indiscernibles pero com pletam en­
que haya prom ovido alguna vez la decisión de a h o r­ te opuestas en su sentido real, da lugar a dos form as
carse, así tam bién el que se elija con m ayor o m enor totalm ente d istin ta s de vigencia de una m ism a pelí­
grado de exigencia —expediente, a m enudo, p ara di­ cula en el ánim o del espectador, en cuanto que se tra ­
sim ularse a sí m ism o el c a rá c te r inerte y g ratuito ta de m aneras inversas de ponerse en relación con
de la acción— o se deje del todo de elegir es algo que ella. Pero la form a de vigencia que resu lta de ir al
no tiene relevancia alguna una vez que la acción de ir cine —actitu d infinitam ente m ás frecuente que la
al cine se ha configurado y definido enteram ente al opuesta— repercute a su vez, de m anera decisiva, en
m argen de su posible contenido concreto y singular, la propia producción, dejando al m argen la cuestión
com o una acción genérica a la vez que intransitiva, de si a la postre es el consum o el que se ha configu­
respecto de la cual cu a lq u ier película, po r h erm osa rado en un principio com o su reflejo, pues en fenó­
que sea, se tra n sm u ta —com o el árbol del ah o rca­ m enos circulares com o éste no tiene m ucho sentido,
do— de objeto en in stru m en to y se convierte en un en lo que aquí interesa, decidir qué fue antes, si el
ente fungible e indefinido; pasa a ser, justam ente, huevo o la gallina, siem pre que se distinga, claro está,
«una película cualquiera». Por lo dem ás, sem ejante entre las condiciones económ icas de la producción
actitud intransitiva, com o inversión form al de los y el consum o cinem atográficos en cuanto tales, que
contextos, se halla tan d ifundida en las acciones de es lo único de que aquí se habla, y las condiciones
los hom bres, que es con frecuencia la que adoptan económ icas generales de los espectadores. Al o rien ­
h asta para casarse. ¿Qué o tra cosa sucede cuando se tarse fundam entalm ente la producción de películas
«busca esposa»? El proyecto y la determ inación del conform e a la dem anda de los espectadores del tipo
m atrim onio anteceden entonces a la propia a p a ri­ de ir al cine, ya la propia invención es su scitad a no
ción de la persona —y el papel de esposa se lanza ya por el objeto —de la tierra, del cielo o del in fier­
po r delante com o un lu g ar vacío, o vacante a c u ­ no— al que hagan referencia, sino p o r el lugar vacío
b r ir —, la cual, p o r esta m ism a circu n stan cia orig i­ que las reclam a, y se plasm a conform e a sus p rin ci­
naria, difícilm ente llegará, en los largos años de vida pios de genericidad y de fungibilidad: el repertorio
conyugal, a ap a re c er del todo com o persona en sí a iia de ser am pliam ente intercam biable, y todos los
los ojos del esposo —en tanto que otras, p resu n ta ­ ingredientes se vuelven im plem entos para lugares va­
m ente m ás afortunadas, que no fueron buscadas en cíos invariantes y preestablecidos, com o se m anifies­
principio (y observa la incongruencia de este p red i­ ta en las fórm ulas usuales: «Ella es u n a chica tal y
cado: si no se me conoce, no se m e busca a mí) se cual...», «Él es...», «el bueno...», «el malo...», etc. Se
busca un hom bre) en la d em anda de tal plaza vacan­ llegará así a productos extrem adam ente incapaces
te, ni elegidas p ara ella, sino halladas sim plem ente de su ste n ta r la o tra función —la que les co rrespon­
en la plena y a b ie rta indeterm inación contextual de dería en el contexto de ver esta película—, alcanzan­
la persona, desaparecen, a su vez, rápidam ente, por do con ello la aplastante uniform idad de la industria

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cinem atográfica.1 Producción y consum o convergen sión de dicho orden sea capaz de provocar una total
y se condicionan m utuam ente a través del lu g ar va­ revolución del contenido intencional.
cío en que se en cuentran y que podría tal vez sim bo­
lizarse po r el precio de la localidad. El que pretenda II. La película, com o su propio títu lo sugiere, tra ­
sab er lo que es el cine y conocerlo en sus po sib ilid a­ taría de la liberación de H aití, la prim era república
des tendrá, pues, que enfrentarse en prim erísim o lu­ de Am érica del Sur, la cual, con una gran m ayoría
gar con estas evidencias, sin a p a rta rse al idílico y de negros y m ulatos y —p arad ó jicam en te— a los
vano panoram a de quienes piensan en él com o si fue­ acordes de la M arsellesa, arrancó, com o es notorio,
se una form a cultural antes que un fenóm eno social, su plena y definitiva independencia justam ente de
com o si fuese un a rte antes que un com ercio. Pero m anos del naciente p o d er de B onaparte. (No se en­
volvamos a Revuelta en Haití. La evocación, decía, tiende m uy bien, por consiguiente —cosa que se me
de tal película, que sin propósito y p o r m ero enca­ o cu rre sólo ah o ra—, p o r qué el títu lo habla de «re­
denam iento asociativo se me ha venido a las m ien­ vuelta» y no francam ente de «revolución». ¿Tal vez
tes esta tarde, no me ha conducido a revocar ningún porque «revuelta» se inscribe m ás en la ahistorici-
dictam en favorable (todavía está po r la p rim era vez dad de las h isto rias de aventuras —«no turbem os al
que revoque uno adverso, lo cual no ha de achacarse pueblo con la H istoria»— y perm ite m ejor las espon­
a la especial acedía de mi carácter, sino al c a rá c te r táneas sugestiones épicas en el alm a de los esp ecta­
siem pre c rític o de tales revisiones), sino a c a er en dores?) Pero esos acontecim ientos están contados y
la cu enta de un preciso valor de sentido tácitam en ­ enfocados desde la anécdota del consabido anglosa­
te ad scrito al m ero orden de sucesión expositivo o jón que, llevado al lu g ar p o r la invisible m ano del
narrativo, al m argen de la cualidad intrínseca de los destino, se ve de pronto a rre b a ta d o en el torbellino
hechos n a rra d o s en sí m ism os, y que se liga a la de la situación y acaba ju g an d o en ella un papel ac­
convención de concebir la n arra c ió n com o un todo tivo y relevante; o, m ejor todavía, están habilitados
com pleto y unitario: se tra ta, en una palabra, del para sim ple m arco de su peripecia, usados com o
fenómeno, p o r todos espontáneam ente asum ido y m era ocasión de sus hazañas.
acatado —aunque no reflexivam ente p o stulado ni Pues bien, al recorrer, no recuerdo con qué preci­
m edido en sus alcan ces—, de que una sim ple inver­ so cometido, las selvas de la isla, levantada en arm as,
nuestro héroe venía a ten e r dos en cuentros decisi­
vos, uno al com ienzo y otro al fin de su odisea —la
1. Desde hace unos diez o doce años, época en que mi asisten­ cual ab arca la m ayor p a rte de la h isto ria —: el p ri­
cia al cine ha ido disminuyendo conforme venia creciendo mi irri­ m ero de ellos era con un m ulato abyecto y sangui­
tación contra el género y mi irritabilidad ante sus engendros nario, que, p ara toda su e rte de desm anes, m andaba
singulares, me ha dado por reparar en la inmensa cantidad de pe­
lículas (acaso superior a un 60 o 75 por ciento) que empiezan —a una cu a d rilla de idóneos forajidos (si escribo «ab­
menudo con la simultánea superposición de los letreros— con un yecto», «forajidos», etc., no es porque yo acostum bre
vehículo, generalmente un automóvil, en movimiento hacia el lu­ a u sa r estas p alab ras para nadie en este m undo, sino
gar donde va a em pezar la acción. Ningún testimonio más deso­ porque así se lo tenía escrito en la frente —m ediante
lador que este de la cobardía, la falta de imaginación y la sepulcral
banalidad y nulidad de tal pretendido «séptimo arte». (Nota del una serie de rasgos fisonóm icos, gestuales o de acti­
30 de diciem bre de 1991.) tud que m ás adelante designaré com o «índices es-

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catológicos»— el propio directo r de la película), y de revolución, y sólo se suceden en el orden de conoci­
cuyas g a rra s logra el protagonista escabullirse, gra­ m iento contingentem ente dispuesto por los hados
cias a su astucia, quedando, sin embargo, tan mal im ­ para el protagonista y el espectador, de su erte que
presionado com o es de su p o n er al respecto de tal este factor, deliberadam ente m anejado desde fuera
revolución; el segundo de los encuentros era, en c am ­ a efectos de d e te rm in a r el sentido de la historia, se
bio, con un austero y venerable negro de b a rb a y pelo viene a d isfrazar precisam ente de lo m ás interno, de
blancos, que no resulta ser sino el m ism ísim o, h is­ la m ás azarosa —y p o r ende, a la vez, m ás nece­
tórico, Toussaint Louverture —o sea, el M áxim o Gó­ sa ria — facticidad. Si se invirtiese, en fin, ceteris
mez, com o quien dice, de la segunda A ntilla—, paribus, el orden relativo de los dos episódicos en­
tópicam ente pintado com o el tipo del p a trio ta maz- cuentros, la «verdadera» revolución p a sa ría a serlo
ziniano, ilum inado, virtuoso y p a te rn a l,2 con la in­ entonces la del feroz m ulato, una revolución p u ra ­
tención, tam bién en este caso, de indicar sin equívoco m ente rapaz y destructiva, y, po r tanto, una «falsa»
posible qué es lo que hay que p en sar y se n tir respec­ revolución —dado que com o falso se suele descuali­
to de él desde el instante m ism o en que aparece; y ficar cuanto p o r bueno no es tenido—, a la que, n a­
quede aquí tam bién para el final h a b la r de este que turalm ente, nu estro héroe negaría todo apoyo y
podría denom inarse «calvinism o cinem atográfico» adhesión; en tan to que, po r su parte, el buen Tous­
y aun épico en general. El punto que me interesa es saint vendría a trocarse en un pobre visionario, en
el siguiente: que la «verdadera» revolución es enton­ un hom bre de paja, en un santón, lleno sin duda de
ces autom áticam ente, y tanto p a ra el protagonista nobles ideales, pero com pletam ente desbordado por
cuanto p ara el espectador, la rep resen tad a po r el se­ la realidad, en su incapacidad p ara ver lo que hay
gundo personaje, y esto únicam ente p o r el hecho de debajo, y su revolución sería una vana apariencia ine-
haberse m anifestado en últim o lugar; es decir, que sencial, un fenóm eno de superficie: com o tal se re­
el valor intencional de la película depende exclusi­ velaría al protagonista —y a los esp ectad o res— en
vam ente de un facto r de sucesión, o, dicho en len­ el encu en tro u lte rio r con el m ulato, que to m aría va­
guaje técnico, de un elem ento de m ontaje. Y aun, a lor de desengaño y rep re sen ta ría la aparición de la
m ayor abundam iento, conviene se ñ a la r que si la re­ verdad.
lación ordinal entre los dos encuentros pertenece,
para la p eripecia del protagonista, al orden n a rra ti­ III. ¿Cuál es la convención tácitam en te im plicada
vo, resu lta ría corresponder, en cambio, a un orden en todo esto? Se tra ta de un esquem a form al au to ­
m eram ente expositivo si los considerásem os desde m áticam ente proyectado p o r la actividad in te rp re ­
el punto de vista de la situación am biente, toda vez tativa de los espectadores, de una clave herm enéutica
que am bos personajes se h allan ya sim ultáneam en­ preestablecida y no por irreflexiva m enos a rb itra ria
te presentes en su seno, com o representantes de la que c u alq u ier o tra convención. Por supuesto que
todo género literario —y aun el lenguaje m ism o— se
2. En los mismos días de 1991 en que, al cabo de tantos años, constituye com o convención y d esarro lla incluso, en
repaso este texto ha sido recibido en Madrid, con todos los hono­ el in terio r de su sistem a, convenciones especiales.
res, Nelson Mandela, quien al prestigio de sus casi tres decenios
de prisión añade una figura de anciano negro de extremada be­ (Tal era, po r ejem plo, el aparte del teatro, que con­
lleza y dignidad que me ha recordado al Louverture de la película. sistía en a b s tra e r ab so lu ta o relativam ente —o sea,

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con respecto a todos o sólo a algunos de los p e rso ­ ( no es a rb itra ria po r sí m ism a, sino que surge con­
najes presentes en escena— la audibilidad de una de­ gruentem ente com o producto o consecuencia de A
term inada frase, en hacerla «no oída» —com o era no v de B, que en realidad la ju stifican y sustentan, al
oído ni visto, p a ra los personajes de la acción, el na­ par que nos p erm iten d e sc u b rir una m anera típica
rrador, el cual se hallaba, sin embargo, físicam ente v universal de concebir la n arración. Por o tra parte,
en escena, pero com o en otro plano de existencia, que H debería fig u ra r quizás en p rim e r lugar, po r ser la
no era tam poco el de los espectadores—; para lo cual convención realm ente extrínseca y prim aria; si le he
se servían los actores de d eterm in ad o s signos de antepuesto A, ha sido en nom bre de que sólo ésta vie­
puntuación, que, com o tales, se apoyaban en o tra ne a ponernos directam ente en contacto con el m e­
convención suplem entaria, según la cual no eran en­ dio narrativo.
tendidos com o gestos del personaje, sino leídos como
señas del actor: volver la cara hacia los espectado­ IV. Según la prim era cláusula, la narració n sería
res —sólo para el a p arte absoluto— o rodear la boca concebida como una su erte de penetración en las en­
con la m ano en arco vertical —con la concavidad en trañ as de algo organizado en form a de cebolla: así
el dorso o en la palm a, form as que acaso hayan ten­ com o el cuchillo que c o rta una cebolla toca p rim e­
dido, a su vez, a especializarse para el a p a rte abso­ ro las capas m ás externas y después las m ás in te r­
luto y el relativo respectivamente. Y es digno de n o tar nas, así tam bién los p rim ero s episodios del relato
cómo esta seña recuerda justam ente la figura del pa­ serán in te rp re ta d o s com o contactos con la su p e rfi­
réntesis, el cual tal vez no sea sino su descendiente cie, y los postreros com o contactos con el fondo. Aun
gráfico. Hoy los autores han dado en rep u d ia r tan suponiendo que semejante configuración fuera correc­
inocentes artificios, cual si no fuese artificio el tea­ ta, de hecho —com o he indicado—, en el caso de
tro todo.) N o será, pues, la convencionalidad p o r sí Revuelta en Haití, fondo y superficie resultan de una
m ism a la que pueda h a c er ilegítim o un recurso, sino organización m eram ente episódica de la m ateria,
su form a y lu g ar de interferencia; el que aquí nos esto es, no de una penetración p o r su espesor, sino
ocupa ejerce en las en tra ñ as del relato una función de una excursión p o r su extensión: lo p rim ero es so­
solapada y paradójica, y su precisa convención p u e ­ lam ente lo p rim ero que se ha encontrado y hecho
de se r form ulada com o sigue: «E ntiende lo prim ero reaccionar. Pero al h a b la r de fondo y superficie es­
en el orden com o la superficie y lo segundo en el o r­ tam os im plicando que se tra ta de u n a sola cosa; al
den com o el fondo (A); entiende la superficie com o m ism o tiem po se supone que una sola cosa no pue­
la a p arien cia y el fondo com o la verdad (B); y p o r lo de ten er m ás que una única verdad. Por otra parte,
tanto, lo p rim e ro en el orden com o la ap a rien c ia y lo concebido com o una sola cosa no es la h istoria
lo segundo com o la verdad (C); de su erte que si en­ n a rra d a —a la que, p o r supuesto, tam bién se la con­
cu en tras contradicción e n tre lo prim ero y lo segun­ cibe com o u n a —, sino el objeto p o r cuyas en trañ as
do, deb erás ate n e rte a lo segundo (D)». Podría, de se im agina esa histo ria penetrar; de la naturaleza y
hecho, en lo q u e aquí interesa, haberm e lim itado a la unidad de objeto sem ejante —un objeto que pue­
las dos ú ltim a s cláusulas —C y D—> ya que contie­ de e s ta r com puesto de hechos contradictorios entre
nen la convención que b asta, pero ello h a b ría sido sí— sería casi imposible decir directam ente algo pre­
h acer las cosas m ás a rb itra ria s aún de lo que son; ciso; tan sólo nos será dado av en tu rar acerca de él

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la co n jetu ra de que su p resu n ta u n id ad no sea al fin acaba al fin p o r d e scu b rirle la verdad; en o tra s no
sino un reflejo de la unidad de la propia n arración. es a la reflexión del personaje a lo que la verdad se
Pero la proyección no parece producirse a través de m anifiesta, no a él com o sujeto cognoscente, sino
la unidad contextual o argum ental de la h isto ria n a ­ m ás bien en él com o conducta: lo encontrado se dice
rrada, sino a través de la narración com o decir com ­ que es, entonces, la h o rm a de su zapato, su destino.
pleto y acabado: a la unidad de sentido de esa acción (Aprender a s a lir de un lab erin to o e n c o n trar sim ­
en cuanto acción lingüística se a trib u y e la unidad plem ente la salida es algo diferente, y aun a veces
de sentido de los decires lógicos, y con ella, igual­ opuesto, a levantar su plano: el plano puede ser veraz
m ente, la u n id ad de verdad propia de éstos. ¿Acaso sin se r com pleto, o sin ser individualm ente utiliza-
no hem os oído alguna vez decir que un n a rra d o r ble para d a r con la salida; en cuanto a lo justificad o
se contradice, no ya en lo tocante a circ u n sta n c ia s de lla jn a r «verdad» a lo prim ero, con la visión prag­
de hecho —com o las tan fam osas del Q uijote—, sino m ática e individualista que supone, es asunto que
precisam ente en cuestiones de sentido? ¿Sería enton­ aquí no e n tra en cuestión, pero yo, p o r mi parte, ha­
ces la unidad de intención que —con toda justicia, b laría en tales casos —trá tese del m atrim onio, trá ­
al p arecer— se atribuye al n a rra d o r la que p o stu la ­ tese del ingreso en u n a orden religiosa o en un
ría la un id ad de sentido y de verdad que se atribuye p artid o político extrem ista, o de c u a lq u ier o tra for­
a la n a rració n y a lo n arrad o ? De se r así, tendrem os m a de «incorporación»— de « en co n trar un ajuste»,
que in v ertir la relación, m ás a rrib a form ulada, e n ­ un «acomodo», de sistem arsi, com o suelen d e c ir los
tre la un id ad del objeto y la de su verdad, en el sen­ italianos, lo que, vistas las cosas con la o portuna tru ­
tido de que sería ju stam en te e sta segunda —la culencia, vendría m ás bien a ser, desde el punto de
unidad de verdad que se rem ite a la unidad de in­ vista de las disposiciones subjetivas, perfectam ente
tención del n a rra d o r— la que h a ría concebir el ob­ lo co n trario de c u alq u ier relación con la verdad, la
jeto entendido com o uno. La totalización sería, p o r cual, p ara serlo, necesita, en todo caso, no ya que se
ende, un acto de lenguaje. la posea ni se le pertenezca, sino que se la mire; lo
otro pertenece al pensam iento m ágico que piensa
V. No parece, sin em bargo, ilegítimo, en principio, que puede h ab er con la verdad relaciones individua­
el que u n a n a rra c ió n sea concebida com o una p a u ­ les, personales, esto es, co rporales y táctiles; m as
latina revelación de la verdad, como una epifanía des­ toda relación con ella ha de qu ed ar cegada en la m is­
plegada por el tiempo, ya cuando se pretende que sea m a m edida en que abandone la m ás e stric ta im per­
la acción en sí la que lleve en su seno esa v irtu d re­ sonalidad.) E ste segundo tipo —el de la verdad
veladora, ya cuando, com o en Edipo rey, la propia en co n trad a en la co n d u cta— se debe d istin g u ir de
averiguación en cuanto tal es erigida en argum ento. aquel tercero en el que nadie e n c u en tra su cam ino
E ntre uno y o tro extrem o se da una m u ltitu d de g ra­ ni da con la verdad, sino que ésta perm anece ente­
dos interm edios: piensa en esas novelas en que el pro­ ram ente extrínseca tan to al conocim iento com o a la
tagonista no es propiam ente un averiguador de la conducta de los personajes, los cuales no perm iten
verdad, sino un hom bre entregado a la acción y a la entonces, en principio, ninguna su erte de p a rtic ip a ­
pasión, pero que va proyectando, com o sobre la m a r­ ción. En otro extrem o e s ta ría finalm ente el degene­
cha, una atención reflexiva sobre la existencia, la cual rado género de las novelas policíacas, en las cuales,

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com o en E dipo rey, la m ism a averiguación es con­ Este orden en el conocim iento es proyectado com o
vertida en argum ento, pero para rendirle un culto de­ organización del propio objeto y hace su rg ir la aso-
portivo, o sea, p ara com placerse en la averiguación ladora idea del núcleo o del meollo; lo cual me hace
por la averiguación. En todos estos tipos, lo in tere­ pensar que la pareja «fondo/superficie», acaso, en úl­
sante p a ra los esquem as es el distin to grado en que tim a instancia, se rem ita a la experiencia tem poral
un determ inado personaje puede, como sujeto agente de sucesión («superficie» = «lo que se topa a n tes»
o cognoscente, despegarse del m undo del relato y «fondo»=«lo que se topa después»), de su erte que la
q u ed arle contrapuesto, casi com o del lado del lec­ autónom a im agen espacial y d escriptiva se ría lo de­
tor; lo que tam poco lo hace idéntico al p rotagonis­ rivado, y lo p rim a rio la im agen narrativa. Pero he
ta, pues un pro tag o n ista podría, en principio, no ser aquí que el esquem a ha hecho fo rtu n a y se ha a b s­
sino el catalizad o r de la reacción m anifestante y es­
traído y absolutizado a tal extrem o q ue hasta el pre­
ta r tan proyectado en el lado del objeto com o el m un­
do que po r su acción se nos revela. C om oquiera que dicad o r y el o ra d o r forense —todo aquel cuyo oficio
sea, «verdad» se dice, en cad a uno de estos tipos, de es convencer— han de aplicarlo indefectiblem ente
cosas form alm ente diferentes y que guard an d istin ­ a la organización de su discurso, echando p rim e ra ­
ta relación con lo narrado. Pero ¿por qué la verdad m ente po r delante, de m enor a m ayor fuerza, las opi­
está en el fondo?, ¿qué esquem a fundam enta un pre­ niones y los argum entos de sus contradictores, para
juicio sem ejante? P robablem ente es la figura o b jeti­ arrojar, por últim o —tra s una breve pausa en la que
vada y generalizada del proceso de disección de fuera se estrem ece todo el pathos del conflicto—, como una
a dentro de un objeto, q u e se erige en la im agen pro- resonante ca ta ra ta , el ru tilan te caudal de la verdad:
totípica de todo conocer; al concebir la verdad so­ es la llegada del general B lücher al cam po de Wa-
bre ese objeto com o un conjunto de datos que se van terloo (debates lógicos, com bates corporales, verdad,
com plem entando o, m ejor todavía, com o el pro d u c­ victoria final, felicidad final, todo ello es revuelto
to final de todos ellos, se viene a dar, irreflexivam en­ y refundido en este esquem a de tan vasto alcance).
te, al últim o en co n trad o una posición de privilegio El orden po r sí m ism o ha tom ado aquí fuerza de
con respecto a los dem ás, puesto que sólo él —com o argum ento, al p a r que nos hallam os lejos de verda­
la gota de fenolftaleína que enrojece de golpe toda des parciales que m utuam ente se relativizan y co-
la solución y nos revela esp ectacu larm en te su na­ circunstancian: ya no hay datos com plem entarios,
turaleza— desencadena y redondea la plena epifa­ sino opiniones autosuficientes y en contradicción.
nía de la verdad; este poder de revelarla de pronto Conviene recordar, po r último, cóm o el esquem a obli­
ante los ojos lo hace no sólo el p ro d u cto r de la ver­ gatorio de toda fábula cuyo argum ento consista en
dad, sino tam bién su portador, la clave del enigm a.3
un certam en exige siem pre p o n er en últim o lugar la
actuación del vencedor: «El sol y el viento se desa­
3. Es curioso observar cómo la imagen capaz de representar un
modo de concepción contrario nos la ofrece precisam ente el m a­ fiaron a ver quién de ellos tenía m ás p o d er sobre el
rido de la cebolla, o sea, el ajo: en éste, en efecto, en lugar de es­ hom bre, quién de ellos era capaz de despojarlo de
tratos concéntricos, nos encontramos una rueda de gajitos, o mejor su capa. El viento se puso a so p lar y soplar, pero el
de dientes —como se los llama—, ninguno de los cuales está más hom bre se ap re tó cada vez m ás, con am bas m anos,
próximo ni más distante que otro del corazón o de la superficie.
Son, evidentemente, dos *concepciones del mundo» totalmente la capa co n tra el cuerpo. E ntonces el sol se puso a
inconciliables. calen tar y calentar, hasta que el hom bre, viendo que

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sudaba, se resolvió a quitársela». ¿Qué se ría de esta cosa, esto es, datos acerca de ella, ni siq u iera aspec­
vieja fábula, cuya intención es, evidentem ente, la de tos, pues los aspectos no pueden an u larse unos a
rep re sen ta r la su p e rio rid a d de la convicción sobre otros; aquí el últim o hecho no se añade a los an te­
la fuerza, si la actuación del sol precediese a la del riores, sino q u e tiene poder para anularlos, pero la
viento? Pues, simplemente, que no funcionaría en ab­ anulación de un hecho im plica ya su reducción a
soluto. La actuación del perdedor se vuelve totalm en­ dato, su desfactificación; la facticidad se vuelve u na
te ociosa e inoperante si sucede a la del vencedor. ilusión. Los datos serían com o asertos de los que uno
Por lo dem ás, el m ism o se n tir parece ser que im pe­ pudiese desdecirse; este proceso de d e sn atu raliza­
ra en algunos certám enes no narrados: así, com o ción de la facticidad es correlativo al de la absoluti-
buscando el m ism o efecto —dado que aquí, obvia­ zación positivística de los datos.) En este punto es
mente, no puede se r im puesto—, en las etapas contra necesario señalar, no obstante, una c ie rta asim etría:
reloj del Tour de France, la salida de los co rred o res lo malo, apareciendo en últim o lugar, tiene, en p rin ­
se da en el orden inverso al de la clasificación gene­ cipio, m ucha m ás fuerza desengañadora que lo b u e­
ral, y el m aillot am arillo sale, po r lo tanto, en últi­ no en iguales circunstan cias; c u an d o se dice «ya
mo lugar.4 q u e rría yo sa b er lo que hay debajo», se da a enten­
der, sin equívoco posible, no sólo que eso que hay de­
VI. R etornando a la épica, resulta que así com o bajo es la verdad, sino tam bién que se tra ta de algo
la felicidad final tiene poder para d e sv irtu a r y ha­ malo. ¿Tal vez porque se piensa —y acaso con razón—
c e r inesenciales todas las desventuras an terio res y que lo m alo es m ás dado a o cu ltarse que lo bueno?,
aun éstas —ya p o r contraste, ya por se r concebidas ¿o bien p o r la costum bre inveterada de su p o n er
bajo la idea m ercantil de precio— increm entan, en —quizá, p o r desventura, con no m enor fundam ento
vez de ensom brecerlo, el valor de la p rim e ra (Ende en la experiencia— com o algo indefectible la m ala
gut, alies g u t; Rira bien qui rira le dem ier), así tam ­ fe en el m undo, y la falacia en todo lo patente y m a­
bién, en lo que atañe a la verdad sobre la cosa, el pos­ nifiesto? Aun así, la viciosa concepción no deja de
trero de los hechos viene a adquirir, p o r su sola se r u sa d a con frecuencia en favor de las m ás gene­
aparición en sem ejante lu g ar privilegiado, la vicio­ rosas intenciones:
sa virtud de d e su sta n tiv a r y convertir en a p arien cia
todo hecho c o n trad icto rio q u e le haya podido prece­ Y de mis pecaos se espanta.
der. (La desustantivación im plica la conversión de los Toito'r m undo me condena
hechos en m eros datos. Y u n a cosa son datos que se y de mis pecaos se espanta:
com plem entan, y otra, datos que se anulan. Ya no son más pecó la Madalena
cosas de po r sí autosuficientes, al m enos en su fac- y después la hicieron santa,
ticidad, sino el anverso y el reverso de una m ism a cuando vieron que era buena.

En esta copla, que a p e sar de se r andaluza h a b ría


4. Véase en el Volumen I, pág. 55, el texto «Músculo y veneno»;
tampoco en la leyenda del desafío entre Corazón de León y Sala- podido e s ta r firm a d a po r el m ism ísim o Calvino, la
dino funcionaría la inversión de las actuaciones, pues la inten­ existencia toda es convertida en pura m anifestación,
ción del cuento es que gana Saladina el tiem po es reducido a d ecurso lógico, los hechos

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son trocados en sim ples datos: el arrep en tim ien to desenm ascararlos, descubrirlos ahora como pecados
pierde, en efecto, en ella, todo vigor de acción, toda aparentes; que se revelen ap a rien c ia no quiere de­
eficiencia redentora —o, lo que viene a ser lo m is­ cir que fuesen acciones con aparien cia de pecado
mo, su p o d er cancelador se hip o stasía h asta el ex­ —siguen siendo pecados verdaderos—, ni que se les
trem o paradójico de convertir el ayer en un «no desm ienta toda su erte de im putabilidad. No se hace
sido»—, p ara p a s a r a s e r m era revelación, señal de ju sticia a u n as acciones m al interp retad as, sino al
aquello que ya era desde siem pre y p a ra siem pre, al ser de su a u to ra —y no presunta, sino verdadera—;
p a r que, paralelam ente, los pecados se tornan fala­ lo mal in te rp re ta d o no son e sas acciones en sí m is­
ces apariencias. «Vieron que era buena», que en el mas, sino en su extrínseca vigencia de señales fide­
fondo era buena, que era m entira lo que a la vista dignas sobre el se r de la unívoca M aría M agdalena:
de sus pecados habían inferido acerca de ella; no hay, no es, pues, que sean falsos pecados ni que no sean
pues, en realidad, notificación del a rrep en tim ien to verdad, sino que son falaces, que no dicen la verdad;
en el sentido de im plicar dos planos, uno el del a rre ­ no se desm iente lo que aquellas acciones hayan sido
pentim iento en cuanto hecho y otro el de su noticia, en sí m ism as, ni que hayan sido acciones de la pro ­
sino que el a rrep en tim ien to m ism o es reducido a la pia M agdalena: se desm iente tan sólo aquello que de­
categoría de noticia o de acción notificante; no qui­ cían o pretendían d ecir acerca de ella, pero, a la par,
ta, b o rra o lava los pecados, sino que sim plem ente se las reduce con ello a m eros dichos. Siguen siendo
los desm iente. (Lo que tal vez nos descubra de recha­ im putables, predicables de ella, en tanto que peca­
zo la índole antinóm ica de toda im putación; acabo dos verdaderos y acciones verdaderam ente suyas,
de se n tirla o sospecharla en la perplejidad en que m as no en cu an to a trib u to s de su ser: no le son im ­
me he visto al b u sc a r la p a la b ra que oponer a putables en cu an to palabras que convengan a su
«desm entir»: ninguna de las tres que se ofrecían esencia: sólo p alab ra puede ser lo desm entido, com o
—«quitar», «borrar», «lavar»—■,y que he acabado por lo que desmiente', todo el conflicto an d a en pred ica­
escrib ir sin exclusión, m e dejaba satisfecho, no con­ ciones. (¿Ella m ism a no es, pues, m ás que su nom ­
siguiendo o írlas com o algo verdaderam ente opues­ bre, m ás que una unívoca p alab ra de una vez p ara
to a «desm entir», sino, p o r el contrario, com o m eras siem pre en la boca de Dios?, ¿se h a b ría n quedado,
figuras m ateriales de esto mismo. ¿Sería, a la pos­ por tanto, las cria tu ra s com o un sim ple rum or, como
tre, el propio concepto de pecado el que, de m odo in­ una espum a, en los labios del cread o r? ¡Ah, ginebri-
disoluble, llevase prefigurado en sus en tra ñ as tan no envenenado, ¿qué has hecho de la libre y la m or­
singular encantam iento de la facticidad? ¿S ería la tal M aría de M agdala, de la equívoca novia de Jesú s
idea de la predestinación la conclusión m ás genui- de N azaret?!)
na, obligada y consecuente, de la idea de im putabi-
lidad, de m anera que toda afirm ación del alb ed río VII. Es la m ateria m ism a, al parecer, la que me
tuviese que a rra stra r, correlativam ente, la radical obliga a este lenguaje a b stru so y conceptuoso, pero
derogación de idea sem ejante? La índole sim bólica lo cierto es q u e o som os nosotros o son n u e stra s ac­
en principio de toda «im putación» se halla indica­ ciones; si hem os de se r nosotros, n u estras acciones
da, por de pronto, en la propia etim ología de la —aunque fuesen ab so lu tam en te unívocas, cosa im ­
palabra.) Pero ese d esm en tirlo s tam poco significa posible y que, por otra parte, les h a ría perder, de to­

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dos m odos, ju sta m e n te la índole de acciones— ven­ roso y consecuente ginebrino se niegue rotundam en­
d rían a convertirse en m eras señales de reconoci­ te a sem ejante com ponenda, a sem ejante transacción
miento, pu ro s indicios que solam ente alu d en a ese de últim a hora con la equivocidad. (E ncom endém o­
se r y perm iten a otros in ferir —y, a m enudo, com o nos, po r tanto, en este punto, a las Ánim as B enditas
se ha visto, erra d a m e n te — sus verdaderos atributos. —dado que ellas habitan, siquiera fugazm ente, el
La copla com entada, au nque hay que hacerle el ho­ últim o reducto de la equivocidad—, p a ra que no nos
nor de d e sta c a r sus nobles intenciones salvadoras sea defrau d ad a la últim a sospecha y esperanza de
frente a los casos en que ese m ism o esquem a es es­ existir.) El fuero calvinista, con su doctrina de la pre­
grim ido p ara condenar, le hace, pues, en verdad, un destinación, no hace sino ex p licitar —subsanando
flaco servicio a n u e stra h e rm a n a en C risto M agda­ las ú ltim as inconsecuencias— la reabsorción de la
lena: la b o rra, sim plem ente, del tiem po y la exis­ existencia toda en pura ontología, que estaba ya pre­
tencia. figurada en la noción de eterno veredicto: la sim ple
etern id ad de la sentencia es lo que hacía ya de p o r
VIII. Que el ser de la p ersona haya de se r unívoco sí obligada la retroproyección de las postrim erías:
—esto es, no te n e r m ás que u n a única verdad— le un p ara siem pre d em anda un desde siem pre. N ada
viene de h ab er sido concebido desde el destino e te r­ equívoco es, a tal respecto, el cap ítu lo 3 ? («Del e te r­
no: no som os reos m ás que u n a sola vez, ya q u e u n a no decreto de Dios») de la W estm inster confession
sola vez com parecem os ante los trib u n a le s y no nos —de 1647—, que hallo tra n sc rito en p a rte en la ya
es dado ofrecer nuestra cerviz m ás que para una úni­ clásica obra de Max Weber, La ética protestante y el
ca sentencia. La idea de salvación/condenación se­ espíritu del capitalism o, y cuyos núm eros 3, 5 y 7 di­
ría, po r tanto, el fundam ento de la univocidad cen así: «N úm ero 3: Para revelar su m ajestad, Dios
ontológica de la p erso n a y de la consiguiente onto- por su decreto ha destinado a unos hom bres a la vida
logización de su existencia, dando razón, al m ism o etern a y sentenciado a otros a la e tern a m uerte. N ú­
tiem po, tan to de esa u n icidad de su verdad —la que m ero 5: Aquellos hom bres que e stá n destinados a la
se corresponde al veredicto— cuanto de que, de h a ­ vida han sido elegidos en C risto p ara la gloria e te r­
b er contradicción, sean los hechos postreros los que na por Dios, antes de la creación (subraya Ferlosio),
la com portan y revelan —aunque esto segundo, a fin por su designio eterno e inm utable, su decreto secre­
de cuentas, no sea m ás que u n a circunstancia secun­ to y el a rb itrio de su voluntad, y ello po r libre am or
daria, dependiente tan sólo de la lin earid ad inevita­ y gracia; no porque la previsión de la fe o de las bue­
ble del acta procesal. A la equivocidad, que hace, con nas obras o de la perseverancia en u n a de las dos,
todo, una postum a, tím ida y desesperanzada a p a ri­ u o tra circ u n sta n c ia sem ejante de las criatu ras, le
ción, se le sale al encuentro con el purgatorio, el cual, hubiesen inclinado, com o condición o com o causa,
si bien no es m ás que una piadosa concesión proto­ sino que todo es prem io de su gracia soberana. N ú­
co laria y, al fin y al cabo, un trá m ite p a ra a c a b a r mero 7: Plugo a Dios olvidarse de los restantes m or­
de desp ach ar c u alq u ier residuo de equivocidad que, tales, siguiendo el in escru tab le designio de su
a despecho de todo, pudiese todavía se r alegado, se voluntad, p o r el que d istrib u y e o se reserva la g ra­
aviene, al m enos, a p re s ta r un oído fo rm u lario a tan cia com o le place, para honra de su ilim itado poder
inútil y o b stin ad a apelación; es n a tu ra l que el rig u ­ sobre sus c ria tu ra s, ordenándolos a d eshonor y có­

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lera p o r sus pecados, en alab an za de su justicia». seno de la física), aunque —venía diciendo—, llega­
El tenebroso «antes de la creación» que a rrib a he dos a e sta extrem osa situación, la existencia podría
subrayado produce, en realidad, la consecuencia de ya sin em pacho ser pensada com o otra cosa que nada
que el cre a d o r no haya creado, puesto que ha am ado tuviese que ver, ni p ara bien ni para m al, con sem e­
y odiado a sus c ria tu ra s aún antes de e c h arla s a jan te veredicto, d e sarro llan d o su propio acontecer
agitarse, com o barq u ito s de papel, en el to rrente —y estableciendo incluso sus propios tribunales, si
de las generaciones, y les ha dado form a a p a rtir de quisiese im ita r los siniestros m odelos de lo alto —,
ese am o r y de ese odio, com o sim ples im ágenes vir­ de hecho, sin embargo, la doctrina m antiene —quizás
tuales o com o dum m y-elem ents que le pudiesen se r­ a través de la índole secreta del decreto— la ya, en
v ir de referencia; y el «torrente de las generaciones» rigor, su p e rflu a conexión y atrib u y e a la H istoria el
tam poco llegaría, por cierto, a ser m ás que un torren­ carácter de ordalía, de torneo demostrativo, en el que
te de papel de plata, una vana ilusión de los se n ti­ los cam peones se hacen la ilusión de decid ir lo que
dos: creem os h allarnos en el día de autos, pero no ya, en realidad, está fallado —«escrito»— desde la
es m ás que el juicio lo que se está celebrando en eternidad. Mas no se puede p rete n d er que algo esté
n u e stra s vidas; nos creem os que obram os, pero no ya escrito, sin reducirlo al m ism o tiem po a la sola
hacem os en realidad m ás que arg ü ir para d a rle ra­ vigencia de e scritu ra; no se puede prever el porve­
zón a la sentencia, o, m ejor todavía, m ás que mi- nir sin d e sv irtu a r el tiem po y la existencia en una
m etizar los argum entos de n u estro fiscal, el cual especie de fatal en cantam iento literario —el fatum
no haría, a su vez, m ás que algo así com o in fo rm ar es lo «dicho»—: ya no es siquiera que el ser de la p e r­
o glosar el veredicto (o, con m etáfora tom ada del sona se dilucide a través del veredicto, sino que el
terreno de la televisión, podríam os d ecir que la exis­ propio ser se identifica con ese veredicto, es su vere­
tencia se ría un acontecer que no tuviese o tra vi­ dicto; si el ver precede al propio acontecer, lo que
gencia que la de su propia «retransm isión diferida»). acontece ya no es m ás que im agen. La h ip ó stasis de
Así, pues, au nque puestos en sem ejante te situ ra lo la sentencia consiste, pues, en que, siendo ella pala­
m ism o nos d aría, p a ra el efecto, poner entre p a ré n ­ bra, reab so rb e en la p a la b ra al propio se r que a p re ­
tesis la vida terren al y p e n sarla com o algo e n te ra ­ sa y determ ina m ediante el veredicto: la anfibiología
m ente al m argen de lo que la precede y la sucede (con de la p a la b ra «determ inar» —d e te rm in a r con la ac­
lo que se a c a b a ría de quitar, por lo dem ás, todo po­ ción, d e te rm in a r p ara el conocim iento— se reinte­
sible resto de significación, p o r antinóm ico que fue­ gra en un único y unívoco sentido indiscernible: todo
se, a las sim ples ideas de «preceder» y «suceder» es fatum .
aplicadas al asunto, observación que m e sugiere la
sospecha de que la m etafísica religiosa no es, en el IX. En este encantam iento litera rio se cu aja el fe­
fondo, verdadera metafísica, ya que revoca la discon­ tichism o de la identidad, el m ito de la persona h u ­
tinuidad en tre el Allende y el Aquende allí m ism o m ana —m ito m uy so c o rrid o p ara la justicia, que
donde, con estas m ism as expresiones, los delim ita encuentra así un criterio, aunque totalm ente iluso­
y relaciona: todo «allende» postula hom ogeneidad rio, al m enos inequívoco y expedito, para encarar,
con el «aquende» por referencia al cual se ha defini­ vengar y exorcizar el m al—; tan sólo la am enaza de
do; y así el Allende de la teología es reabsorbido al la condenación —con el c a rá c te r secreto del de­

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t
creto— p resta a ese m ito una lúgubre y negativa rea­ d estinacionista en las form as c u ltu rales del m undo
lidad. La reducción de los acontecim ientos a noticias c ristia n o (m uestra que p o r tard ía no ha de im p licar
o argum entos de un debate verbal (tan típica, po r lo que sem ejante e sp íritu no estuviese ya —conform e
dem ás, de la política m oderna, que proyecta los he dicho m ás a rrib a — prefigurado com o evolución
acontecim ientos para noticias perio d ísticas y los posible y aun lógicam ente consecuente —aunque
concibe y p refigura en su condición de titulares) se tam poco q u iero decir que necesaria, pues ello sería
vincula a la reducción de las acciones, bajo la presión caer, a mi vez, en un predestinacionism o c u ltu ra l—
de la persecución m oral, a gesto y adem án dem os­ en el propio concepto de destino eterno, ni ha de
trativo del ser de la persona: ya no hay obras, sino verse afectada por el hecho de que la idea teórica
sólo actitu d es que asp iran suplicantes a que les sea de predestinación hubiese sido ya explícitam ente
reconocido el sino, el signo que el allende, ab straíd o form ulada —según m e indica un am igo— desde E s­
e interiorizado en el aquende, busca, con ojos im pla­ coto Erígena). Se tra ta de dos cuadros del Museo del
cables, en la frente de todo personaje. Prado, el 2670 y el 841; am bos, p ara que la co m p ara­
ción resulte m ás ceñida e insoslayable, tienen po r
X. Ya que he tenido la su erte de e sc a p a r de este asunto el m artirio de un santo, si bien no del m is­
exacerbado e inevitable rodeo por G inebra5 y por la mo. El prim ero de ellos —núm ero 38 del legado de
teología m ejor de lo que un día lograra hacerlo el Pablo Bosch— es una tab la de anónim o español fe­
infeliz Servet —el m ás genuino y m ás g a rrid o asno chada p o r los expertos hacia 1450 y que form a serie
salvaje de toda la Reforma, verdadera pieza real para con otras tres y representa un m om ento del m artirio
el dios que tuviera la fo rtuna de cazarlo y e n s a rta r­ de San Vicente: aquel en que desde una b a rq u ita es
lo en su a sa d o r—, m e cum ple ahora replegarm e nue­ arro jad o al m a r con una p ied ra de m olino a ta d a al
vamente, y con m ás castigados pensam ientos, a los cuello; pues bien, las facciones puras, ingenuas, fran­
cam inos de la representación verbal (si es que real­ cam ente aniñadas, de la víctim a, se repiten con idén­
m ente me he salido de ellos en viaje sem ejante, pues tica inocencia en los rostros de sus ejecutores, sin
quizá aquí tam bién fu era vicioso p reg u n ta r qué fue que ningún indicio expresivo personal, aparte la sim ­
prim ero, si el huevo o la gallina: si es la escatología bólica aureola, se sum e a las e scu etas actitu d es de
la que se ha configurado sobre los cuños de la re­ la acción dram ática p ara m arcar valores funcionales
presentación verbal, si ha sido ésta, en cambio, la que que trasciendan el contexto: los verdugos se recono­
ha im itado a aquélla, o si, po r últim o, una y o tra cen sola y exclusivam ente por lo que están hacien­
hab rían de rem itirse a un térm in o com ún; lo que es do; se aprecia, incluso, una total despreocupación
de todos m odos innegable es la m arcad a afinidad fisonóm ica po r p arte del p in to r (al que, p o r cierto,
form al de los esquem as); pero antes de ello, por no tam poco nos es dado d esig n ar m ás que com o «el
dejarm e a trá s ninguna cosa en el retorno, he de h a­ a u to r de esos cuadros»), una convencionalidad de
c e r todavía u n a pequeña excursión p o r la pintura, tratam iento que excluye cualesquiera rasgos diferen­
donde he podido h a lla r la m u estra m ás p a lm a ria de ciales, aun escatológicam ente indiferentes, con lo que
un concreto renacim iento histó rico del e sp íritu pre- todas las figuras vienen a g u a rd a r un señalado aire
de fam ilia (¿el de hijos de Dios?); no hay, pues, per­
5. Véase el Apéndice. sonajes, sino sim plem ente papeles eventuales; no hay

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veredicto, sino acciones, existencia. El otro cu ad ro propios hechos que le han dado lu g ar y son su con­
es un lienzo de Ju a n de Ju a n es —nacido en 1523— tenido. Pero un ejem plo todavía m ás d rástico que el
que, form ando tam bién, con otros cinco, una serie de este p rim er grupo de figuras —es decir, el del san­
hagiográfica, representa el m om ento en que San E s­ to con sus verdugos— nos lo ofrece el personaje que
teban es conducido al m artirio ; de m anera que aquí e stá en segundo térm ino, cuyas facciones, lejos de
tenem os igualm ente ocasión de c o n tra s ta r con la a p arecer m arcadas po r los estigm as de la condena­
ca ra de un santo la de su s verdugos: el cierzo helado ción, se d iría que o stentan las señales de la biena­
del lago Leman, com o la ab ra sa d o ra bocanada del venturanza. Resulta que este personaje no es otro que
infierno, ha golpeado de lleno en estos rostros, m a r­ Saulo de Tarso, el fu tu ro Pablo,6 cóm plice, sin em ­
cándolos a fuego con los signos de la condenación. bargo, en esta acción, de los verdugos: «Et testes de-
(La relativa independencia de los sentim ientos im ­ posuerunt uestim enta sua secus pedes adolescentis,
perantes y de la expresión a rtístic a con respecto a qui uocabatur S a u lu s» (Act. VII, 57); o sea, que ya
la d o ctrin a expresa se m u estra aquí de nuevo po r el el propio Saulo, es decir, Pablo-antes-de-caerse-del-
hecho de que Ju a n de Ju a n es perteneciese a la esfe­ caballo-en-el-cam ino-de-Dam asco lleva en su rostro
ra del catolicism o, que, com o es notorio, rechazaba las señales de la bienaventuranza; la conversión le
la predestinación; en m últiples aspectos —quizá en exigirá un cam bio de nom bre, pero no necesitará lle­
los esenciales, que no tienen p o r qué e s ta r reg istra­ g a r a ella p ara ten e r las facciones de la santidad: es
dos en el papel m ojado de los dogm as— el e sp íritu el hecho de ir a se r santo, de ir a m o rir santo, de ha­
de la R eform a y el de la C ontrarreform a son m ucho b e r nacido p ara la etern a bienaventuranza, el que le
m ás afines entre sí que cada uno de ellos con el del ha im puesto esas facciones desde que fue concebido
cristian ism o m edieval —lo cual, p o r lo dem ás, ha en el vientre de su m adre. Tanto nos hem os acostum ­
sido ya señ alad o m uchas veces desde hace m ucho brado desde entonces a leer, de m an era inm ediata,
tiem po—; esto resalta especialísim am ente en la p er­ «el sentido» de una historia a p a rtir de estas señales,
sonalidad de San Ignacio, en sus escritos y en su fun­ a in te rp re ta rla , al p rim e r golpe de vista, a la luz de
dación: la idea de la salvación como «negocio» —esto estos estigm as, tan to nos hem os hecho al hábito
es, com o ocupación y com o actividad p lanificada—, policíaco de ech arn o s a la cara, con ojos paranoicos
el psicologism o m etódico de sus «ejercicios» y, en y m irada lom brosiana, las figuras, p a ra reconocer
fin, el cara c te rístic o pragm atism o jesu ita pueden inm ediatam ente quién es quién, que el prim ero de
b a s ta r aquí p a ra d a r una idea de aquello en lo que los cuadros desconcierta p o r completo, en un p rim er
pienso al a firm a r sem ejante afinidad, parad ig m áti­ momento, nuestras entendederas, nos deja como per­
ca m u estra de lo que podríam os lla m a r la conver­ plejos y en vacío (tal sensación ha sido, justam ente, lo
gencia de los antagonistas, fenóm eno, p o r lo dem ás, que me ha revelado, po r contraste, el vigor de este
universal.) Son personajes que surgen ya juzgados, esquem a positivo en la disposición de los espectado-
ya listos p a ra el fuego, ya sentenciados a nativitate
en sus fisonom ías; ro stro s que han sido m odelados 6. Según leo ahora (1991) en el magnifico libro de José Montse­
rrat Torrents, La sinagoga cristiana. Muchnik Editores, Barcelo­
del b a rro original lo m ism o que se escribe una sen­ na, 1989, pág. 307, parece que el cambio de nombre fue al revés:
tencia, com o si el fallo antecediese no sólo a la n a rra ­ «En Jerusalen, quizá cambio su nombre latino [Paulus] por el [he­
ción, no sólo al juicio y a la querella, sino a los braico] de Saúl».

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res), al fallarn o s en él, com o clave herm enéutica, el eia, siem pre podía ir a d a r con sus huesos en las
autom ático reflejo de las indicaciones consabidas. hogueras del Santo Oficio— lo que constituye las «ve­
Acaso un día se venga a d e scu b rir que las «facciones ras» del barroco. Lo cruento acalla su propio ridículo
de crim inal nato» son el producto preciso de una tan sólo porque ahoga en sangre y paraliza en el
m anera especial de d irig ir los focos y a p u n ta r la te rro r las risas de los espectadores y se hace, de este
cám ara que p o r instinto aprenden los fotógrafos de modo, la ilusión de se r tom ado en serio, m as no p o r­
la policía. que su inanidad y ridiculez hayan cedido un punto:
las trágicas m ascarad as siguen siendo p u ras m as­
XI. (El e sp íritu apologético se reconoce tam bién caradas. El «ascua de veras» del b arro co hay que
en el viraje de la arquitectura religiosa, especialm en­ buscarla en el extrem o opuesto a estos conflictos, en
te a p a rtir de B uonarroti, en la organización fallera los claros de bosque en que el a rtista ingenioso se
y u ltrateatral de las fachadas del b arroco jesuíta, fa­ deja ser, po r un día, sem ejante a un niño sabio, y en
chadas oratorias, suasorias, vociferantes, gesticulan­ modo alguno ingenuo, infantil solam ente en la insen­
tes, increpantes. El buen paño en el arca se vende; sata obstinación con que se em peña en c o n tin u ar ju ­
el tem plo ya no e stá seguro del tesoro que guarda gando, co n tra viento y m area, con la regla y el
—com o u n a iglesia rom ánica, o com o la m ezquita de com pás; entonces es cuando el barroco, por virtu d
Córdoba, con el sublim e silencio pensativo de sus de los propios resabios de su técnica, a c ie rta a b u r­
p u e rta s— y se sale a la p u e rta de la calle a p regonar lar la im p o stu ra del Sentido y levantar la pregunta
su m ercancía. Son adem anes enfáticos, dram áticos, «¿Y todo eso p o r qué?», colocando en el aire delica­
prepotentes, de o rad o r sagrado, que señalan la p é r­ das m aravillas com o la litern a de S a n t’Ivo alla Sa­
dida de la fe y su encanallam iento en propaganda: pienza, de Francesco Borrom ini.)
los cuernos de un frontón p a rtid o son los brazos de
un pred icad o r que grita: «¡Pasen y pasen, señores, XII. Recapitulando, pues, lo dicho hasta el m om en­
a la gran b a rra c a, al b a ra tillo de la redención!». Lo to, resu lta que el m ed itar sobre el fenóm eno del o r­
que, por lo dem ás, tam poco excluye, ni m uchísim o den, con la unicidad de sentido y de verdad que
menos, la am enaza. im plica —donde el recurso al valor de sucesión se
me antojaba en realidad un acto de lenguaje, o de me-
talenguaje, que escam otea su condición de tal y al
«Sin embargo...
—Oh, sin embargo, que se ad scrib e la función de dirigir, o de orientar,
hay siempre un ascua de veras com o a golpe de b a tu ta , el s e n tir y el p e n sar de los
en su incendio de teatro.» espectadores—, me ha traído, a través de la retropro-
yección de las p o strim erías, y confío que con sufi­
A. Machado ciente congruencia, a la univocidad ontològica de la
persona —id en tid ad del ser y el veredicto— y a la
Pero tam poco es ese ú ltim o rictu s conm inatorio concom itante ontologización de la existencia o en­
—co n natural a toda propaganda, y gracias al cual, cantam iento litera rio de la facticidad, h asta que, fi­
po r d e trá s de ta n ta c h a rla ta n e ría de m ercader, no nalm ente, la referencia a la pin tu ra me ha perm itido
dejaba uno de ten er presente que, en ú ltim a instan- d esglosar del factor de sucesión —que obviam ente

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no juega en este a rte — los puros índices escatológi- indeciso si hubiese una sim ultaneidad de am bas fi­
eos,1 m anejados tam bién com o resortes a u to m á ti­ guras o si, sin suspender la sucesión, se anulasen los
cos para encauzar y fijar ya de antem ano en un único índices escatológicos escrito s en sus frentes; con lo
sentido obligatorio la acción interpretativa de los es­ que los espectadores se verían entonces en el d esa­
pectadores. pacible trance de no saber a qué ca rta quedarse (pues
m ás que la pretensión de conocer el ju icio del autor,
XIII. índices escatológicos y facto r de sucesión los dom ina tal vez el afán —consolidado po r el sedi­
pueden, pues —a p e sar de su vinculación o rig in a ria m ento de una co stum bre inveterada— de que se les
en la relación que liga la univocidad de la persona sum inistre ya hecho uno inequívoco, cualquiera que
con la ontologización de la existencia—, fu n cio n ar éste sea), o sea de ten er que ju zg ar p o r sus propios
po r separado y aun com plem entándose recíproca­ medios, o bien de tener que renunciar sim plem ente a
mente, com o de hecho sucede en Revuelta en Hai­ todo juicio, a todo veredicto totalizador y archivador,
tí-, allí es por la acción conjunta y desdoblada de y resolverse p o r el conocim iento y p o r la cualidad.
los dos resortes com o se logra el efecto de «sentido», Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que los índices
sin que su determ inación fuese com pleta en fa lta n ­ escatológicos no tienen nada de eventual (de lo con­
do cu alq u iera de los dos. El m ulato y Toussaint trario, no p odrían ser inm ediata y au to m áticam en ­
Louverture se reducen aquí a la condición de actos te aplicables), sino que, p o r el contrario, están
de un tercero, de cuya condenación o salvación se constituidos y fijados en un repertorio convencional
tra ta —y que, por tanto, no puede ten er m ás que una lim itado y perm anente, com o un c e rra d o juego de
única verdad—, es decir, la revolución de Haití; las m orfem as o, m ejor todavía, de rasgos ortográficos;
figuras de aquéllos pasan, por tanto, al plano ins­ pero hay que d iferenciar radicalm ente tales conven­
trum ental: sus actos, y aun los actos que sus sim ­ ciones, tales signos de puntuación de los que dan
ples presencias significan, son acciones o datos de todo su rendim iento en un plano,de afección en tera­
la revolución; ésta es el verdadero personaje, y como m ente form al e in stru m en tal (un p arén tesis no ha
tal se inscribe en la exigencia de la univocidad, de precipitado nunca a nadie, que yo sepa, en las hogue­
ser un solo ser con un solo posible veredicto. El «sen­ ras eternales): a los índices escatológicos se les pue­
tido» de la h isto ria —esto es, el veredicto que d e te r­ de lla m a r «signos de puntuación» sólo po r su
m ina el se r de tal revolución— q u e d a ría igualm ente efectiva convencionalidad, pero no, en m odo alguno,
por sus efectos funcionales, puesto que m anipulan
7. Recuérdese cómo he advertido más arrib a (en el parágrafo directa y solapadam ente el contenido y constituyen
II) que designaría con esta expresión aquellos rasgos —ya sea ver­ —com o vengo intentando esclarecer— una visión del
balmente descritos en un texto, ya sea representados en una pin­
tura o en una película— fisonómicos o gestuales que caracterizan m undo p u ra y pinta, no sólo po r lo que se refiere a
a los personajes como signos valorativos, que son verdaderos ju i­ la opinión en to rn o a la existencia y al se r de la p er­
cios de valor escritos en sus rostros y en sus movimientos y acti­ sona que conlleva su sim ple aplicación, sino tam bién
tudes, de modo que prefiguran y anuncian su destino final de en cuanto acervo de valores definidos, ya que la cosa
salvación o de condenación, o bien indican al lector o al especta­
dor de cine de qué parte tiene que ponerse, por quién debe apos­ no p ara en su p o n e r sencillam ente que hay buenos
ta r para poder d isfrutar del happy end de la novela o la película. y m alos, sino que avanza h a sta a d sc rib ir a unos y a
(Nota del 30 de diciembre de 1991.) otros, a efectos de su inequívoco reconocimiento, sen­

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dos grupos de señales específicas y p red e term in a ­ actúan, tan señalados son los caracteres de acción
das, que a p arejan —sin du d a alguna, de m anera a b s­ que tom a entonces su palabra. Relatos, p o r o tra p a r­
tracta, fisonóm ica, casi racial, pero p o r eso m ism o te, tan llenos del sentim iento de la propia dignidad,
absoluta y taxativa— una idea positiva del bien y del de actitu d tan lejana a la lam entación y a la dem an­
mal. Como el Dios de Calvino, el n a rra d o r fab rica a da de piedad o de consuelo, de consejo o de socorro,
sus c ria tu ra s desde un odio o un am or preconcebi­ que nos hacen se n tir c u alq u ier p a la b ra o gesto com ­
do: m uñecos p a ra ju g a r al «pim-pam-pum»: la h is­ pasivo com o la m ás to rp e y la m ás in o p o rtu n a de
to ria ha sido u rd id a a posteriori, a p a rtir del todas las respuestas, com o si hubiésem os sido llam a­
«sentido»: la existencia se vuelve una ilusión. La pre­ dos a se r testigos no ya de una d erro ta, sino de una
destinación es un invento de la función narrativ a del victoria. Se nos ha req u erid o únicam ente com o a l­
lenguaje, com o lo p ru e b a el que su lem a sea «E sta­ guien que «preste oído», com o un alm a ju sta que se
ba escrito». lim ite a ra tific a r con su asisten cia lo que ya es evi­
dente por sí mismo; nuestra atención se presenta, sin
XIV. C onsiderando ahora los relatos orales de la embargo, com o algo absolutam ente necesario —y la
vida, encu en tro que no sólo se m e cu entan cosas de sentim os literalm ente bebida com o po r una sed
m odo abso lu tam en te relajado, desem bargado y p la­ incontenible—, tal vez porque la ju stic ia cobra exis­
centero, sino que tam bién se me hacen a veces o tra s tencia solam ente c u an d o se la p erm ite «resplande­
narraciones m enos dom inicales y, por así decirlo, m ás cer», esto es, hacerse pública en voz alta. Pues bien,
interesadas: pero no quiero referirm e tan to a aq u e­ no hay en el m undo h isto rias m ás alejadas del cuen­
llas que tienen una m ás o m enos definida función to de la buena pipa, m ás vigorosam ente cargadas de
inform ativa, en el sentido de noticias de algún m odo sentido, y esto sin ceder un punto a la narración m ás
practicables, y que tal vez p o r eso m ism o alcanzan relajada en cu an to a la facultad de d esp leg ar toda
raram ente caracteres de fran ca narración, cuanto a suerte de referencias circunstanciales sin tem or a las
aquel otro caso extrem o de relatos en los que no pre­ ram ificaciones de segundo y terc er grado, de m ane­
sentándose ninguna función p rác tic a ap aren te —ni ra que bien puede decirse, a este respecto, que «pa­
siquiera la de p e d ir consejo—, tam poco puede h a­ sión no quita conocim iento»; antes, por el contrario,
blarse en absoluto de g ratu id ad alguna; quiero de­ se d iría que cu an to m ás acen d rad am en te p asiona­
c ir que se me antojan tan inm otivados —«¿por qué les sean tales relatos, cu an to m ayores los com pro­
me cu en tan esto?»— com o exacerbadam ente nece­ m isos afectivos del alm a con la cosa, con tan ta m ás
sarios p a ra el sediento narrad o r. El arq u etip o lo en­ precisión verem os hechas todas las reabsorciones,
cuentro en d eterm in ad as n arracio n es de m ujeres sin d e ja r suelto un solo cabo, tanto m ás radical y ri­
exasperadas, relatos siem pre agonísticos, cargados gurosa se rá la centralización, com o si la pasión m is­
de violencia y de pasión; y pienso que ello se deba, ma tuviese férream ente em p u ñ ad as en su m ano las
sobre todo, a que su situación no suele perm itirles riendas del lenguaje, sacando el m ayor partido a toda
otras vías de descarga que las de la palabra; en ella su riqueza, con un dom inio que no tiene igual. Saben
despliegan, pues, todo el esfuerzo y todas las tensio­ tan bien lo que están relatando, tienen tan puesta
nes de su g u e rra in te rio r y con el m undo, de su erte toda la c a rn e en el asador, que se ría vano e sp e ra r
que, m ás que hablar, uno d iría que verdaderam ente que se perdiesen, p o r m ucho que se desvíen po r ra­

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mificaciones; al cabo, todo se m uestra tan atado y tan que ningún a serto singular, en cuanto dato de hecho,
subordinado al centro, tan poderosam ente necesario, sea m entira: la pretensión del n a rra d o r no es tal que
que no podrem os d e c ir que en ningún m om ento se pudiese satisfacerse con el engaño consciente de su
hayan andado realm ente po r las ram as. Y si el n a rra ­ in terlocutor —com o si se tra ta se de hacerle o b ra r
d o r es dado al estilo directo, reaparecen incluso, en consecuencia o to m a r alg u n a actitu d d eterm in a­
y en la form a m ás p u ra y ejem plar, los índices esca- da—; dado que la finalidad psicológica fundam en­
tológicos en los tim b res de voz que afecta p ara re­ tal es hacerse ju sticia ante sí mismo, no teniendo el
p ro d u cir las p a la b ras textuales de su s an tag o n istas oyente m ás que el papel de espejo —com o el espejo
(digo «en la form a m ás pura y ejem plar» porque ¿qué de la m ad ra stra de Blancanieves, que, m ientras no
p odría hallarse m ás ligado al m ero ser de la perso­ surgió la joven ém ula, no hacía sino c o n firm arle su
na que la voz, y que m ás lo represente?), índices que, propia convicción, hacerle resplandecer ante los ojos
al fin, no reproducen m ás q u e el encono y la a c ri­ su propia justicia, sin que p o r ello le fuese m enos
m onia proyectados del propio narrador. necesario—, ningún sentido ten d ría p rese n tarle un
rostro que no se creyese honestam ente el propio, que
XV. Pero la radicalidad de la centralización, la no se reconociese com o la propia efigie verdadera.
a p lastan te coherencia del relato, resu ltará, a la pos­ H asta el e rro r involuntario resu lta h a rto im proba­
tre, un a rm a de dos filos: precisam ente la total au to ­ ble, pues el e scrú p u lo inform ativo, en lo que atañe
suficiencia de sentido que le concede una tan a lo m eram ente fáctico, de tales personas dom ina­
extrem ada absolutización del centro de coordenadas das po r el deseo de cargarse de razón satisface el pa-
nos p resen ta u na discontinuidad tan categórica, nos li on m ás exigente. La im presión de falacia dim ana
plantea un todo o nada tan preciso, que suscita el ca­ tie la rígida unidim ensionalidad que el sentido im ­
rácter de lo am bivalente; tan taxativam ente es levan­ pone, como una cam isa de fuerza, a todos los elem en­
tada y agitada la bandera de la razón y la verdad, que tos de la tram a, del ag arro tam ien to contextual de
no puede por m enos de h acer flam ear al m ism o tiem ­ todas las acciones, reducidas a puros valores sem án­
po los colores contrarios. En un relato no a b so lu ta ­ ticos precisos e inequívocos, y de la consiguiente evi­
m ente c e rra d o en su centralización, los d ato s no dencia y univocidad de conducta y de intención de
e sta rá n com prom etidos los unos a los otro s y la ver­ lodos y cad a uno de los personajes; la falacia reside
dad no será u n a cualidad sintética y totalizante, sino en ese firm e y riguroso a p u n ta r de todas las flechas
una virtu d tendencial e indefinidam ente prolonga­ hacia un m ism o blanco. Hay una concepción e stric ­
ble de los datos, que se h a lla rá cum plida ú n icam en­ tam ente novelesca de los com portam ientos, en el sen­
te en su m odo de a p u n ta r; p ero en cu an to éstos se tido de que no se les concede a las personas o tra
constituyen en «num erus clausus», la verdad viene dim ensión ni o tra figura que la que adquieren en la
a ser reducida al absurdo y a la paradoja, por su mis tram a en cuestión; al igual que en la baraja, donde el
mo c a rá c te r absoluto, esto es, po r su opacidad con i alndlo de espadas jam ás llegará a se r m ás que el ca­
respecto a o tra s razones: la verdad se escapa ju s ta ­ ballo de espadas, se d iría que toda su vida y pen­
m ente en la m edida en que se la quiera e n c e rra r y samientos, sus sueños y vigilias, no trazan otro signo,
com pletar; la falsedad reside siem pre en la últim a no pintan otra figura ni se llenan de otro contenido
palabra. No se trata, p o r tanto, en m odo alguno, de que aquellos q u e les p resta su unívoca inscripción

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en tal contexto narrativo. A rrebatados de sus exis­ identifica aquí con la voluntad de tener razón: el sen­
tencias p o r el violento viento del sentido, quedan tido se erige, p o r sí mismo, en razón; los propios he­
subordinados funcionalm ente al todo, objetivados en chos son sus argum entos. Se p o d ría preguntar:
puros valores funcionales en las entrañas de ese todo «¿para qué ten e r razón?, ¿no es esto ap acen tarse de
integrador; toda la am bigüedad circunstancial de in­ viento?». Bueno es el viento cuando no hay otra cosa
tenciones y designios, toda la m ultivocidad de lo real de qué ap acentarse: al m enos ten e r razón, cuando
viene sacrificada en holocausto del sentido, que lo­ lodo otro gozo ha sido acibarado, cuando todo otro
gra perfilarse únicam ente a través de sem ejante he­ bien se ha hecho inaccesible. Lo que da qué p en sar
chizo reductor. Cuando no queda ningún dalo es que p ara tal función ju ríd ic a vaya a elegirse ju s ­
gratuito, ninguna ramificación que no revierta al tex­ tam ente la form a narrativa, que se nos an to ja ría en
to m otivante y motivado, ninguna circunstancia que principio la m ás n e u tra en lo que a tañ e a actitudes
no ejerza su estricta determ inación causal, aparece vudicantes. ¿No es ello, p o r u n a parte, un alegato
invertida la relación entre facticidad y sentido, con involuntario de que la sinrazón está en los hechos
el efecto de que la primera, que había de ser justa­ mismos, en la c ru d a evidencia de que haya sido así,
m ente lo explicado, queda desnaturalizada y conver­ un testim onio indirecto de que se a fe rra a se r senti­
tida en ilusoria, com o un m ero soporte sensorial de da com o un dato em pírico, p o r debajo y al m ism o
su propia explicación: el qué no es ya m ás que el fan­ tiem po po r encim a de cu a lq u ier ley objetiva en que
tasma o el ruido del p o r qué. E sta viene a s e r la te­ se la p retendiese su b su m ir y disolver, y, p o r otra,
sis. Pero la gratuidad se apodera entonces del sentido una señal de que tan sólo es ya viable y eficiente para
mismo, com o si se vengase de que haya así querido « I alm a precisam ente la argum entación m ás p ri­
hacerse cerrado y absoluto. Nada de cuanto el gratui­ mitiva: aq u ella que consiste en a m a ñ a r con los dis-
to acaso haya podido m aquinar jam ás (si es que acep­ jfd a m em bra de la propia facticidad que nos rebasa
tam os oponer, com o se suele, el Acaso y el Destino) v nos devora un artefacto idóneo p ara hacerle fren­
alcanza la tenebrosa g ratuidad, c irc u la r y secunda­ te o al m enos sobrevivir en su s en tra ñ as? D ar sem i­
ria, del destino del potro del refrán: «El potro que llo consiste fundam entalm ente en d esp ejar la
ha de ir a la guerra, ni lo com e el lobo ni lo aborta opacidad de lo que se padece p o r el recurso a una
la yegua». proyección y polarización, en concebirlo y p lan te ar­
lo a m anera de contienda (hay quien no conoce o tra
XVI. Y sin embargo, sería de todo punto inadecua iiK'ionalidad —solipsísticam ente im aginada com o
do ped irles q u e relajasen las cu ad ern as de su apre una m isteriosa cualidad de las figuras cerebrales en
tada convicción, que a b rie sen vías de agua en una »1 m ism as, independiente de toda concreta relación
nave tan bien encarenada y que han co n stru id o jus toiisubjetiva— que la de los ejércitos desplegados
tam ente p a ra salv ar su s alm as del n aufragio en la I u-nte a frente: sólo al form alizarse la b a ta lla consi­
m ar del sinsentido. ¿Cómo pedirles poner en entre dera llegada la verdadera claridad —aflorado a la luz
dicho la coherencia de un relato que han urdido y ■lo que había en el fondo»—, com o si no se cum plie­
desplegado expresam ente p a ra te n e r razón y cuya re justam ente entonces la extrem a coagulación de las
fundam ental prem isa constructiva era, por tanto, esa tinieblas): una neta y unívoca distribución de los pa­
coherencia m ism a? La voluntad de d a r sentido se íteles, piezas blancas y negras en tablero blanco y ne-

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grò. Se trata, en fin, de una m itologización de la fac- Jeto una capitulación sin condiciones frente a ella,
ticidad. Y si el m ecanism o m itico fundam ental es la desposeerlo de la últim a ventaja que a su vez se con­
idea de la identidad de la persona, de la univocidad cede en la propia transacción: la de h a c er fu n cio n ar
de su co n d u cta y sus designios todos, tal vez no se­ esas ideas en un uso partisano. ¿Cóm o p rese n tar el
ria desacertado concebir la operación m itologizado- principio de la objetividad, el principio del «dura lex,
ra como una sem antización; el m edio narrativo seria sed Lex», frente a la racionalización p o r el sentido,
precisam ente el instrum ento de elección para una tal ni ha sido ya la objetividad m ism a la que ha incoa­
hipóstasis sem àntica del propio acontecer, que sim ­ do. sugerido e im puesto una tal regresión a la m ito­
plem ente refractado en el p rism a del lenguaje des­ logía? ¿Pues qué es ese «sed Lex» sino la m ás g ratuita
pliega el espejism o del sentido. V tautológica, la m ás p u ram ente verbal de las racio­
nalizaciones, la que consiste en la sim ple presenta-
XVII. La n arrativ id ad se presenta, según esto, i ión de un papel escrito y ru b ric ad o ad h o c? ¿Quién
com o uno de los expedientes m ás com unes de racio­ si 110 la objetividad h a b ría p rep arad o p a ra sus pro­
nalización, en el sentido psicoanalítico de la p a la ­ pias víctim as ese precario m odus vivendi que con­
b ra :8 se construye con los propios elem entos de un siste en a p acen tarse de viento, para que sobrevivan
conflicto un edificio capaz de au tosustentarse, en el bajo su sa tra p ía ? La subjetividad viene a reprodu­
que el alm a e n c o n traría una im agen m ás o m enos cir, con su prim itivism o, ju stam en te la racionalidad
satisfacto ria de aquello que la oprim e. Aquí lo sa­ de lo objetivo, esto es, su racionalizada sinrazón, su
tisfactorio de la im agen resid iría en a lu m b ra r la m itologizada irracio n alid ad ,9 con lo que al cabo se
convicción de la propia ju sticia —y no puede pen­ convierte ella m ism a en reflejo y agente, en cóm pli­
sarse la ju stic ia sino donde hay sentido—, en h a c er­ ce y pro p ag ad o r de la propia ferocidad que la hosti-
la resplandecer ante los propios ojos. Pero, com o toda
racionalización, es un arreglo «dom éstico», que, 9. Quince años después de escribir esto, leí en la Dialéctica ne-
nativa de Theodor W. Adorno (Traducción castellana de José Ma­
com o tal, si ha de sa tisfa c er su com etido, no puede lla Ripalda, Taurus Ediciones, S.A., reimpresión, Madrid, 1984;
e n fre n ta r radicalm ente al sujeto con el m undo que p.ígs. 316-317) el siguiente magnífico —y terrible— pasaje: «Herido
lo oprim e —lo cual equivaldría a m an ten er el con­ ilc muerte, el condottiero Franz von Sickingen encontró para su
flicto en toda su c ru d eza—, sino que ha de co n sistir destino las palabras: "nada sin causa”. Era al comienzo de la Edad
Moderna, y con la fuerza de la época sus palabras expresaban am-
en alguna form a de transacción con ese m ism o m un­ li.is cosas: la necesidad de la marcha social del mundo, que lo con­
do; yo sostengo que son precisam ente las ideas de donaba a la destrucción, y la negatividad del principio de una
justicia y de sentido las que se tom an en p rèstito del m archa del mundo que procede conforme a la necesidad. Un tal
m undo en sem ejante transacción. Tan hum ilde es, principio es absolutamente incompatible con la felicidad, inclu­
so con la felicidad del todo. La experiencia que encierra no se re­
por tanto, la resp u esta a la sinrazón que se padece, duce a la vulgaridad de que el principio de causalidad es
que d e sau to riz a r tales racionalizaciones con el re­ universalmente válida La conciencia individual de la persona pre­
curso al a rb itra je de la objetividad sería p ed ir al su se n te en lo que le ocurre la interdependencia de lo universal. Su
destino aparentemente aislado reflexiona el to d a Lo que antes fue
designado con el nombre mitológico de destino no es menos mí­
8. La idea de la racionalización es para mi gusto el único ha tico en cuanto desmitologizado que la secularizada "lógica de las
llazgo afortunado, o, al menos mínimamente creíble, de toda I;« to s a s”. Ella marca a fuego al individuo como figura particular
bizantina fantasm agoría psicoanalítica. »uva».

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ga y obnubila, eslabón de esa racionalidad, que se hacerse sobrellevar po r la conciencia. Es, pues, en
asegura asi de que el circuito no quede in te rru m p i­ virtud de sus propios supuestos, un ac ta de cap itu ­
do en p unto alguno. Ya la versión del n a rra d o r p a r­ lación.
cial es verdaderam ente una versión objetiva de los
hechos, en cuanto no repercute sino el fuero m ism o
que los enhechiza; con lo que lo único que a la p o s­
tre, y a despecho de toda su m entira, sigue teniendo Apéndice
razón en relatos sem ejantes viene a ser, parad ó jica­ El caso Dimna
mente, su parcialidad: ese incohercible gem ido de si­
bila que por d etrás de la m ordaza de todas las Ha sido sobrem anera injusto p o r mi p arte a p u n ­
razones deja esca p a r el testim onio de la encu b ierta tar toda la a rtille ría co n tra la ciudad del lago, pues
sinrazón. la verdad es que allí no se e n arb o la m ás que una ya
viejísim a bandera, y no sólo c ristia n a, sino necesa­
XVIII. Pero en ellos, sea de esto lo que fuere, a l­ riam ente com ún a toda secta o religión que im agine
canza la n arració n una fisonom ía tan segura y defi­ la presciencia com o posible atributo de la divinidad.
nida que se nos llega a antojar como nacida para esta Cinco años después de e sc rib ir esta sem ana, me en­
función racionalizadora. La n a rració n o c u p a ría así, cuentro con el pleito en el Calila e Dimna, obra de
pues, frente a la lírica, un lu g ar de d istin ta condi­ origen indo-persa, cuya p rim e ra recopilación, e scri­
ción en tre las form as del lenguaje, ya que no p e rte ­ ta en pehleví y a p a rtir de fuentes sá n sc rita s toda­
nece, com o ésta, únicam ente a la literatura, sino que vía m ás antiguas, parece rem ontarse al siglo VI.
se halla ya prefigurada y funcionalizada entre los m e­ Aunque h asta el XIII no llegará la obra al castella­
dios cotidianos del rep re sen ta r —el e rro r e sta rá en no, y solam ente a través de las a d u an as del Islam ,
considerarla, p o r esta circunstancia, com o una for­ acogiendo en su seno, po r lo visto, en el largo y lento
ma m enos cultural, m enos histórica que la lírica m is­ viaje, añadidos islám icos y h a sta cristianos, el p asa­
ma, casi com o una form a natural, o, todavía peor, je que voy a tra n s c rib ir parece se r que estab a ya en
com o la form a de la realid ad —; tan sólo en eso es­ las versiones m ás antiguas, con lo que nuestro plei­
trib a la razón de que se hable de «narración realis­ to resu lta ría h a b e r sido com partido, com o un h o ri­
ta» y no de «lírica realista»: la narració n realista, zonte y una atm ósfera común, por los distintos cielos
conform e com únm ente se concibe, sería, en p rin c i­ de diferentes religiones. R eunida la co rte en juicio
pio, la que im ita al relato cotidiano, o sea, la que re­ contra Dimna, el cocinero m ayor funda su acusación
produce el aco n tecer tal com o cotidianam ente se lo en los m uy precisos y elocuentes índices escatológi-
representa —se lo n a rra a sí m ism a— la conciencia cos —o «señales», com o allí se los llam a— que reco­
inm ediata e irreflexiva, la conciencia racional izado­ noce en el sem blante y en el a n d a r del acusado y que
ra, tal com o lo realiza esa conciencia; el realism o con­ incluso describe y enum era a los presentes. Pues
firm a, p o r lo tanto, la racionalización que sem ejante bien, acto seguido se verá cóm o Dimna, a fin de de­
conciencia se ha fraguado para sobrevivir en esa rea­ fenderse, establece la relación m ás explícita y direc­
lidad, o —dicho inversam ente— ratifica la propia m i­ ta entre tales «señales» y la idea de la predestinación,
tología en que esa realidad se tran sfig u ra para concibiéndolas, por tanto, expresam ente —y aunque

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sea para im pugnarlas— bajo la pretendida cualidad non es ninguno virtuoso, m aguer puñe en bien facer,
de auténticos índices escatológicos: que le tenga pro, nin ningunt m alfechor, m aguer que
«Dijo Dimna: “ Di vos este ejem plo po r que non peque, quel faga daño. Et non m ande Dios que así
diga ninguno de vos lo que non sabe, po r facer p la­ »ca, et si a los hom nes fuese dado p ornían en sus
cer a otros nin por o tra cosa. Et todo hom ne h ab erá i uerpos las m ayores señales que ellos pudiesen’’.»
galardón por lo que ficiere, et yo só salvo de lo que
me apusieron. Et he me entre v u e stra s m anos, pues
temed a Dios, cuanto pudieres.” Fabló el cocinero m a­
yor fiándose en su dignidad, et dijo: "Oíd, sabios e
ricos hom nes, et parad m ientes en lo que vos diré:
ca los sabios non dejaron ninguna señal de los bue­
nos e de los m alos que la non departiesen, et las se­
ñales de la falsedat son m anifiestas en este mal
andante, et de m ás que ha m ucho m ala fama." Et dijo
al alcalld al cocinero: "Ya lo oím os eso, et pocos son
los que las non conocen. Pues dinos las señales que
vees en este lazrado.” Dijo el cocinero: "F ulán dijo
en los libros de los sabios que el que ha el ojo si­
niestro pequeño e guiña dél m ucho, e tiene la nariz
inclinada faza la diestra parte, e tiene las cejas alon­
gadas e entre las cejas tres pelos, e cuando anda ab a­
ja la cabeza e cata en pos de sí, e le salta todo el
cuerpo, et el que estas señales ha en sí es m esturero
e falso e traidor, et to d as estas señales son en este
lazrado apercebidas." Dijo Dimna: "Por unas cosas
judga el hom ne otras, et el juicio de Dios derecho es
e sin tuerto. Et vos sodes sabios e m esurados en ra­
zonar, et ya oiste lo que este dijo; pues oíd a mí, ca
él cuida que non es ninguno m ás sabio que él, et cree
que non ha o tro m ás sa b er que el suyo; pues si to­
dos los bienes e los m ales que el hom ne face non son
sinon por las señales que son en el homne, m anifiesta
cosa es que non h a b rá el religioso su buen galardón
por el servicio que face a Dios, nin el que m al face
non h a b rá pena por sus m alas obras, et que non son
los hom nes bien an d an tes si non p o r las señales que
son vistas en ellos, et el que m al face non se puede
dello d e ja r nin puede e s ta r que lo non faga, et que

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posibilidad de representarnos el daño, como en im a­
gen proyectada, nos es dado acceder a un desahogo
semejante? Que es la representación, y no la afección
misma, lo que tam bién en los daños no fingidos de­
sencadena el llanto me parece algo em píricam ente
«•vidente. Se d iría que la representación proyecta el
daño com o im agen y, en alguna m edida, expande su
opresión; podría decirse que p o r m edio de ella nos
desdoblam os en im agen ante n u estro s propios ojos.
1.a representación p resta ojos al que sufre y figura
til sufrim iento; tal vez p o r eso son precisam ente los
elementos sensibles, o, m ás todavía que sensibles, ex­
El llanto y la ficción presivos —y a u n literarios o sa ría d e c ir— el agente
provocador cara c te rístic o del llanto. El poem a sen­
tim ental m ás em otivo que conozco es un hai-ku que
dice así:
Sería preciso conocer m ejor la natu raleza psico­
lógica de la participación afectiva en lo fingido: «Sed Al sol se están secando los kimonos:
¡Ay, las pequeñas mangas
qualis tándem m isericordia in rebus fictis et sceni del niño m uerto!'
cis?» «Lacrimae ergo a m a n tu r et dolores?» «Et hoc
de illa uena am icitiae est; sed quo uadit? quo flu it?». El poem a está, com o se ve, d rásticam en te tru n c a ­
Preguntas tan fam osas com o antiguas; p ara San
do en dos m itades, h asta el punto de que podría de-
Agustín e ra un caso de conciencia y com o tal lo re­
*irse que todo su m ecanism o form al se reduce a esa
suelve; las m ism as p reguntas nos sirven a nosotros, fractura, la cual, por lo dem ás, no p o d ría p erten e­
pero vueltas hacia otro orden de respuestas. Tan sólo
cer m ás com pletam ente al contenido; el poem a en­
he de d e ja r aquí observado cóm o el e stric to llanto, terro bascula sobre el «ay» que da com ienzo al
en cuanto tal, es siem pre placentero, no sólo en la
vegundo verso. La im agen m ás aproxim ada que se
ficción; es la efectiva inm unidad que en é sta d isfru ­ me ocurre para rep resen tar la form a del poem a es la
tam os la que hace que, al q u e d a r el llanto sólo, sin
ile que el poeta se lim ita en el p rim e r verso a presen­
el daño, nos sea dado reg istra r su c a rá c te r plácente
tarnos una caña, p ara tro n c h a rla acto seguido en el
ro. Q ueda en pie la cuestión de cóm o sea posible que
w gundo y tercer versos.2 En la m añana de la m uer-
la ficción le sirva de acicate. ¿Q uerrá d ecir que en
ella se conserva lo esencial de aquello que nos hace
1. Tomado y traducido al castellano de la versión italiana de
llorar? De ser así ¿ q u e rrá d ecir que en los daños no llumo ludetts, de J. Huizinga (Giulio Einaudi editorc, Torino, 1948).
fingidos no es a la m ás inm ediata percusión de su 2. Segundo y tercer versos según esta versión y la italiana; ig­
evidencia sino a la m ed iata y secu n d aria represen noro si el texto holandés de Huizinga logró conservar el metro
tación reflexiva a lo que hay que a trib u ir la facultad •llábico clásico del hai-ku (5/7/5), o ni siquiera lo respetaba el ori­
de prom over el llanto, esto es, que sólo gracias a la ginal japonés.

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te, un padre, al percibir de pronto la c laridad del día, series form a com o un palim psesto, en cuya repenti­
que ha crecido del todo sin que nadie la sintiese, alza na, sensible y precisa discordancia cobra vivísim a
los ojos, desvelados po r una larga noche de agonía, expresión todo el con traste entre el antes y el d es­
y se vuelve a m ira r por la ventana a b ie rta hacia el pués, entre el todavía-y-siem pre de la cotidianidad
jardín, donde se le presenta una visión perfectam ente y el ya-no-y-nunca-jam ás de la tragedia. El todavía
cotidiana: los kimonos, tendidos el día anterior, ya­ de las pequeñas m angas m ovidas p o r la b risa des­
cen o cuelgan desplegados al sol, com poniendo, con pliega po r reflexión ante los ojos todo el abism o del
esa singular capacidad de los vestidos para represen­ va no de los pequeños brazos m ovidos po r la vida.
ta r a las personas, una especie de retrato fam iliar; I tab lar aquí de eficacia literaria sería a trib u ir a este
pero de pronto la a tu rd id a m irada es a sa lta d a por poem a algún ardid retórico que enfatizase la n a tu ­
la im agen del kim ono del niño que acaba de m orir: raleza de los hechos m ism os; no, el poem a se lim ita
los dos últim os versos no p o d rán ya se r dichos en ¡i enunciar con la m ayor precisión y austeridad, o m e­
voz alta, ahogados por la ola arro lla d o ra del sollozo jor todavía, a reproducir literalm ente, el propio acon­
—cuya irru p c ió n es indicada p o r el «ay»— que sube tecim iento psicológico: no hay en él ni una sola gota
por el pecho a rom per en la garganta. N ingún poe­ m ás de litera tu ra de c u a n ta no contenga ya de suyo
ma, a mi entender, podría ilu stra r m ás acertadam en­ la propia psique hum ana. Todo llanto de com pasión
te cóm o surge el llanto, cóm o es la representación es promovido a p a rtir de representaciones y toda re­
reflexiva, posibilitada, m ediada y sustentada po r ele­ presentación se constituye sobre elem entos sem án­
m entos sensibles y expresivos, su desencadenador ticos y expresivos y es siem pre, por consiguiente,
característico. ¿Por qué no el propio cu erp o m uerto, esencialm ente literaria. La doble observación de que
que yace todavía sobre el lecho, y sí, en cam bio, el tam bién el llanto ante los daños no fingidos fuese
kim ono que se ve por la ventana, puesto a se ca r al en sí mism o igualm ente placentero y se viniese a pro­
sol? El cu erp o es el niño y es el lu g ar del hecho, el vocar, com o pretendo, en un desdoblam iento repre­
kim ono significa el niño y es el lu g ar de la represen­ sentativo y siem pre por m ediación de una espoleta
tación; siem pre necesitam os un espejo, para saber expresiva —sensible o verbal— es algo que, de ser
lo que nos ha pasado. ¿Cuál es aquí, concretam ente, cierto, nos p odría a y u d ar notablem ente a com pren­
el m ecanism o de la reflexión? ¿En qué consiste la der el llanto en el teatro y la natu raleza psicológica
d esgarradora virtud expresiva del kimono? Hay, por ile la participación en lo fingido; m as creo que, por
así decirlo, dos series de elem entos biunívocam ente ahora, no me hallo en condiciones de aventurarm e
coordinadas: la que com ponen los propios miembros m ás en este oscuro asunto.
de la fam ilia y la que com ponen sus kim onos des­
plegados al sol; ahora bien, en la prim era de las dos
series causa de pronto baja un elemento, sin que haya
dado, e n tre tanto, tiem po de elim in ar de la segunda Apéndice
serie el elem ento correlativo: el pequeño kimono, ten El caso José
dido cuando el niño todavía esta b a vivo, sigue allí
todavía e n tre los de los que todavía viven, com o si Cuando en el ensayo «La predestinación y la narra-
el niño todavía viviera; la superposición de las dos tividad» in clu í en a p é n d ic e el caso Dim na, p a ra

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ilu s tra r el asu n to de los índices escatológicos, hubo ra establecer si po r designio del poeta o po r la m ano
un desplazam iento: m ientras en el texto desde el que invisible del destino), ah o ra nos vam os a encontrar,
se rem itía al apéndice en cuestión los índices esca­ en cambio, con un caso en que esa m ism a activación
tológicos eran contem plados en su m anifestación o producción de un c atalizad o r reflexivo pasa a se r
concreta de juego de señales que corría entre el a u to r subtem ática, es decir, se convierte en objeto de una
de una o b ra y sus d estinatarios, en cam bio en el operación activa en la propia e n trañ a argum ental de
ejem plo del apéndice tanto los índices escatológicos lo narrado. El caso, al m enos en la adm irable form a
com o su relación con la predestinación habían p a­ muda, directa, espontánea, irreflexiva, indeliberada,
sado al in te rio r del texto; ya no eran índices que fu n ­ gratuita, inexplicable, casi fatal, en que aparece aquí,
cionasen en el eje de la com unicación (es decir, en es tal vez único en la h isto ria de la litera tu ra y po r
el tráfico directo entre el em iso r y el receptor), sino tanto un testim onio antropológico excepcional en la
que habían saltad o al eje de la significación (es de­ pureza de su inexplicitud: «Esto es lo que pasó y así
cir, al objeto m ism o de ese tráfico); ya no p erten e­ lo cuento».
cían al d e c ir sino a lo dicho; se habían vuelto (La a trib u ció n de un objeto a una c u ltu ra y a unas
tem áticos. No era el a u to r quien cargaba allí a Dim- gentes puede hacerse según el em iso r o según el re­
na con unas señales de valor prem onitorio capaces ceptor, pues tam bién quien recibe ese objeto y lo
de orientar, com o nuncios de un destino, la expecta­ hace suyo tiene que ver con él; tan sólo porque ha
tiva del lector, sino los propios personajes quienes, parecido m ás fácil m ira r cóm o tiene que ver con él
por d en tro de la historia, encontraban, reconocían, el que lo da es por lo que ha prevalecido casi siem pre
describían, consideraban e interpretaban señales se­ la p rim era atribución. Mas no sería o p o rtu n o des­
m ejantes y las hacían ju g a r explícitam ente com o ta ­ cu id a r hechos tales com o el de que las figuras del
les índices escatológicos en su propia querella león y el elefante —anim ales a frican o s— hayan lle­
argum ental. Pues bien, el caso José va a suponer, gado a p e rte n ec e r a la m ás íntim a c u ltu ra de c u a l­
aunque en un sentido algo distinto, otro desplaza­ q u ier niño europeo no m enos de cu an to puedan
m iento afín: el texto va a m eter en casa, va a hacer p erten ecer a ella las del zorro y el lobo —anim ales
tem ático, ya que no en la conciencia, sí, al m enos en europeos. La atrib u ció n al receptor confunde las de­
la acción de un determ inado personaje, algo que sólo m asiado fáciles y casi siem pre falsas y b aratas iden­
a costum bra a ser tem ático del texto mismo, esto es, tidades que suelen form arse a p a rtir de la atribución
que no suele p erten ecer al m ovim iento interno del al em isor: la Biblia pertenece al O ccidente tanto
hacer, sino tan sólo al del acontecer. Si en el hai-ku com o A ristóteles al Islam . ¿Cómo p o d ría se r «orien­
tran scrito en las páginas del texto la im prevista ap a­ tal» la Biblia, si es el árbol del centro del bosque a
rición de los kim onos ante los ojos del padre del niño cuya som bra se ha criad o el O ccidente entero d u ­
que acaba de m orir, y po r lo tanto la sú b ita activa­ rante casi dos mil años? Recuerdo aquí estas obvie­
ción del catalizad o r reflexivo provocador del llanto, dades tan sólo p ara e n carecer h asta qué punto la
aparece com o algo dado po r la situación, propuesto historia de José, sobre la cual se va a a b rir el nuevo
por el poeta, y consiguientem ente, padecido p o r el caso, no sólo es una de las h istorias m ás antiguas
padre (el pad re se ve som etido a la p ru eb a de ver de en la h isto ria pública de la cu ltu ra occidental, sino
pronto esos kimonos al sol, sin que im porte aquí aho­ a m enudo tam bién la m ás rem ota en la h isto ria p e r­

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sonal de cada uno de sus m iem bros; juega, así pues quetipo com ún de todas ellas, o sea, la caja en que
—po r e m p lear los térm in o s del biólogo, au nque sin nos son entregadas todas las historias.)
m ás c o m p ro m is o q u e el d e u n a c o m p a r a c ió n ¿Qué hay, pues, con José? El episodio que me pro ­
form al—, tanto en la filogénesis com o en la ontogé­ pongo co n tem p lar es el del reencuentro de José con
nesis. Es para cu a lq u ier europeo lo m enos exótico sus herm anos, o, por u s a r el térm ino de la precepti­
de este m undo, y, por supuesto, m uchísim o m enos va antigua, el del «reconocim iento» o anagnorism ós
que La Chanson de R oland p ara un francés de hoy o (ya que la h isto ria de José es, com o la Odisea, un
El Cantar de Mío Cid p ara un castellano de hoy, pues ejem plo perfecto del tipo de narració n que los a n ti­
sería com pletam ente artificioso conceder al Mío Cid, guos, y no sé si A ristóteles por p rim era vez, cara c te ­
respecto de los castellanos de hoy, un lugar sem ejan­ rizaron com o de peripéteia kai anagnorism ós). El
te al que cabe conceder a los poem as hom éricos res­ episodio com prende desde el versículo 42, 6 h asta el
pecto de los helenos de mil años después de Homero: 45, 3 del Génesis, am bos inclusive. E xtractaré todos
la tradición no depende de un vínculo nom inal, sino los pasos de tan ex trao rd in ario y ap arato so recono­
de un ejercicio cotidiano, y los helenos no dejaron cim iento, sin resp e tar los capítulos de la Biblia y di­
de ejercitarse en los poem as hom éricos desde la es­ vidiendo este resum en en mis propios tres apartados,
cuela m ism a, cosa que no puede ciertam ente d ecir­ cada uno de los cuales term in an con uno de los tres
se de los castellanos de hoy respecto del Mío Cid. El llantos de José:
poem a fue publicado por p rim era vez trescientos
años después de la introducción de la im prenta en 1. Venidos los años de la carestía, José, ministro del
España, lo que dem u estra sin m ás su c a rá c te r de re­ faraón, y en funciones de suprem o intendente, vende
liquia, y no de tradición, al m enos ya en la segunda a egipcios y extranjeros el trigo alm acenado durante
m itad del siglo XV; en cuanto al personaje mismo, los siete años de abundancia. 2. Entre los extranjeros
que halló m ás larga vida en los rom ances, tam bién que se posternan ante él para pedirle trigo, José re­
fue dejado a trá s y convertido en arqueología hace tal conoce a sus diez herm anos mayores (Jacob ha rete­
vez unos doscientos años. Por el contrario, han de ser nido consigo a Benjamín, el único de sus hijos que es
más joven que José y al mismo tiempo el único que,
precisam ente h istorias «orientales», com o la de perdido éste, le queda de Raquel), pero ellos no reco­
Abraham e Isaac, la de Jacob y Esaú, y sobre todo, nocen a José y éste, lejos de darse a conocer, finge sos­
por ser la m ás sugestiva, al parecer, p ara los oídos pechar de ellos como espías que hubiesen venido a
infantiles, la de José y sus herm anos, las que ven­ reconocer las defensas fronterizas del Im perio con­
gan verdaderam ente a o c u p a r entre nosotros un lu­ tra las rutas nóm adas del Sinaí. 3. Apremiándolos a
g a r sem ejante al que ocupaban la ¡liada y la Odisea preguntas, José se hace decir lo que ya sabe: que son
entre los helenos. Creo que, al m enos h asta los hom ­ de Canaán, que han sido doce herm anos («el más pe­
bres de mi edad, p odrían contarse por m illones los queño quedó con nuestro padre, el otro no vive ya»),
«occidentales» que reconocerían conm igo en esta y revelar, de paso, lo que ignora: que el padre vive to­
davía y que Benjamín está con él. 4. José finge que­
dulce h isto ria la p rim era narració n que han conoci­ rer asegurarse de sus palabras y los conmina a que
do —h asta el punto de que el m om ento de su recep­ traigan a Benjamín: que uno de ellos vaya a buscarlo,
ción yace olvidado en la niñez inm em orial—, y por m ientras los otros nueve quedarán como rehenes; y
lo tanto la h isto ria p o r excelencia, el m odelo o a r­ de momento los manda m eter a todos en prisión por

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espacio de tres días. 5. Al cuarto día, sin embargo, costales, hablan de ello al mayordomo, camino del pa­
José cambia de acuerdo: ahora van a ser nueve los que lacio; pero éste los tranquiliza diciéndoles que es Dios
vayan a por Benjamín y sólo uno el que se quede como quien habrá puesto ese dinero en los costales, puesto
rehén. 6. Los hermanos, afligidos por la situación, se que él ha recibido el pago a su debido tiempo, y que
recuerdan los unos a los otros, delante de José, la gran queden en paz a este respecto. 17. Se manda traer
culpa que com etieron contra él veintiún años atrás, también a Simeón y al fin entra José y ellos se pos-
cavilando entre sí que esto de ahora es como un cas­ tem an ofreciendo los presentes. «Vuestro anciano pa­
tigo; Rubén, el primogénito, les dice a los demás: «¿No dre, de quien me hablasteis —les pregunta José—,
os advertí yo diciéndoos: "No pequéis contra el niño”, ¿está bien?, ¿vive todavía?» «Tu siervo nuestro padre,
y no quisisteis escucharme?» 7. José, que les ha ve­ está bien, vive todavía», le contestan. 18. José alza los
nido hablando por medio de intérprete, fingiendo no ojos y mira a Benjamín (Benjamín tiene entonces vein­
conocer su lengua, tiene que apartarse para que no ticinco años y José tiene treinta y nueve). «¿Es éste
lo vean llorar. [Primer llanto de José.] vuestro herm ano menor, de quien me habéis habla­
8. Vuelve José y se queda con Simeón como rehén do?», pregunta, pero, sin esperar respuesta, se vuel­
mientras los otros parten hacia su tierra. 9. De cam i­ ve al propio Benjamín y le dice: «Dios tenga
no para casa, los hermanos encuentran sus dineros m isericordia de ti, hijo mío». 19. Aquí el texto dice li­
en la boca de los costales y, no sabiendo a qué ate­ teralmente: «Se apresuró José a buscar dónde llorar,
nerse sobre aquello, se llenan de temor. 10. Jacob, pues se le conmovieron las entrañas a causa de su her­
puesto al corriente de los sucedido, no quiere acep­ mano, y entrándose a su cám ara lloró» (Vulgata: Fes-
tar de ningún modo la idea de dejar m archar a Ben­ tinauitque, quia conmota fuerant uiscera eius super
jamín. 11. Acabadas las provisiones, vuelve el hambre fratre suo, et erumpebant lacrymae, el introiens cu-
a la casa, y Jacob les dice a sus hijos que vayan otra biculum, fleuit»), [Segundo llanto de José.]
vez a Egipto; ellos, por tem or al m inistro del faraón, 20. José se lava la cara y, reprimiéndose, manda apa­
se resisten a hacerlo sin llevar consigo a Benja­ rar y se sienta a com er en otra mesa, frente a sus her­
mín. 12. Jacob dice: «¿Por qué me habéis hecho este manos, mientras los egipcios presentes se sientan en
mal de dar a conocer a aquel hombre que teníais otro una tercera (las costum bres egipcias prohibían sen­
hermano?» 13. Ellos contestan: «Aquel hombre nos tarse a com er en la misma mesa con los extranjeros).
preguntó insistentemente sobre nosotros y nuestra fa­ 21. Benjamín recibe en la mesa un trato de favor3 y
milia y nos dijo: "¿Vive todavía vuestro padre? ¿Tenéis todos los hermanos de José se alegran y se confían
algún otro herm ano?”, y nosotros contestamos según de nuevo durante la comida, acabando de deponer sus
las preguntas. ¿Sabíamos acaso que iba a decirnos: suspicacias y aceptando, pese a su extrañeza y a su
"Traed a vuestro hermano”?» 14. Al fin Judá, ponién­ falta de justificación, la idea de aquel convite. 22.
dose por responsable de Benjamín, logra convencer Cuando ya se disponen a partir, José, secretamente,
a su padre para que lo deje marchar, y Jacob manda m anda que les pongan de nuevo el dinero en la boca
que vuelvan a llevar el dinero encontrado en la boca de los costales y que en el de Benjamín pongan tam-
de los costales, por si ha habido algún error, junto con
el dinero para el trigo nuevo y un presente de miel, 3. Una ración más abundante: cosa que sugiere la posibilidad
de una temprana influencia helénica, ya sea en los egipcios, ya,
tragacanto, astràgalo, láudano, alfónsigos y alm en­ más probablemente, en el autor del texto bíblico, pues coincide
dras. 15. José ve venir a sus herm anos con Benjamín con la geras, la doble ración de honor que los helenos servían al
y manda que les dispongan un banquete. 16. Ellos re­ comensal más importante. A menos que no haya que pensar en
celan de tan extraño tratam iento y, temiendo alguna una transmisión helena, sino en una más arcaica tradición cultu­
cosa a causa del dinero encontrado en la boca de los ral común. (Nota de 1991).

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bién su propia copa de plata. 23. Habiéndoles dado dijiste a tus siervos: "Traédmelo, que yo pueda verle”.
apenas tiem po para salir de la ciudad, José m anda Nosotros te dijimos: "Mira, señor, no puede el niño
a su mayordomo que dé alcance a sus herm anos y los dejar a su padre; si le deja, su padre m orirá”. Pero tú
acuse del robo de la copa, diciéndoles: «¿Así devol­ dijiste a tus siervos: "Si no baja con vosotros vuestro
véis vosotros mal por bien?». 24. Los hermanos, se­ hermano menor, no veréis más mi rostro”. Cuando su­
guros de su inocencia, se ofrecen a ser registrados y bimos a tu siervo, mi padre, le dimos cuenta de las
a que m uera aquel en cuyo costal sea encontrada la palabras de mi señor; y cuando mi padre nos dijo:
copa de plata. 25. El mayordomo acepta la propuesta, "Volved a bajar para comprar algunos víveres”, le con­
pero rebaja la condición a retener como esclavo al que testamos: "Ño podemos bajar, a no ser que vaya con
sea hallado culpable del hurto, dejando a los demás nosotros nuestro hermano pequeño, pues no podemos
en libertad. 26. La copa es encontrada en el costal presentam os a ese hombre si nuestro hermano no nos
de Benjamín (costal que, naturalmente, como mandan acom paña”. Tu siervo, nuestro padre, nos dijo: "Bien
los cánones de la narración —véase «La predesti­ sabéis que mi m ujer me dio dos hijos; el uno salió de
nación y la narratividad» en este mismo volumen, casa y seguram ente fue devorado, pues no lo he visto
pág. 110— es registrado en último lugar, del mismo más; si me arrancáis también a este y le ocurre una
modo que, en gracia a la mayor efectividad retórica desgracia, haréis bajar mis canas con dolor al sepul­
que supone establecer una correspondencia biunívo- cro”. Ahora cuando yo vuelva a tu siervo, mi padre,
ca entre herm anos y costales, el número de éstos es si no va con nosotros el joven, de cuya vida está pen­
reducido a once, aun a costa de la verosimilitud, pues diente la suya, en cuanto vea que no está, m orirá, y
resulta poco creíble que por sólo once costales de tri­ tus siervos habrem os hecho bajar en dolor al sepul­
go, esto es, por un máximo de unos 600 kg de grano cro las canas de tu siervo, nuestro padre. Tu siervo ha
—que suponen, para una familia que habría que cal­ salido por responsable del joven al tom arlo a mi pa­
cular en más de cien personas, no más de veinte días dre, y ha dicho: "Si yo no lo traigo otra vez, seré reo
de pan—, se emprendiese una expedición de unos 350 ante mi padre para siem pre”. Permíteme, pues, que
km como los que median entre Hebrón [?] y Tanis, o quede tu siervo por esclavo de mí señor, en vez del
sea, entre ida y vuelta, de quince a veinticinco días joven, y que éste se vuelva con sus hermanos. ¿Cómo
de camino, gran parte de ellos por el desierto septen­ voy a poder yo subir a mi padre si no llevo al niño con­
trional del Sinaí). 27. Los hermanos no entregan a Ben migo? No, que no vean mis ojos la aflicción que cae­
jamín, sino que vuelven todos juntos a presentarse- rá sobre mi padre». 30. José, viendo que ya no puede
ante José. 28. José los reprende y confirm a la deci contenerse más, grita a los egipcios presentes en la
sión del mayordomo: Benjamín habrá de quedarse sala: «¡Salgan todos! ».31. Quedan a solas José con sus
como esclavo. 29. Judá, fiador de Benjamín ante su hermanos, y él, rompiendo a llorar, clama por fin: «¡Yo
padre, toma aparte a José y le dice unas palabras que soy José! ¿Vive mi padre todavía?». «Lloraba José tan
es preciso transcribir: «Por favor, señor mío, que pue­ fuertem ente —dice la letra del texto— que lo oyeron
da decir tu siervo unas palabras en tu oído sin que todos y lo oyó toda la casa del faraón» (Vulgata:
contra tu siervo se encienda tu cólera, pues eres como "Eleuauitque uocem cum fletu: quam audierunt Aegy-
otro faraón. Mi señor ha preguntado a tus siervos: plii, omnisque domus Pharaonis"). [Tercero y último
"¿Tenéis padre todavía y tenéis algún otro hermano?", llanto de José.]
y nosotros contestamos: “Tenemos un padre anciano
y tenemos otro hermano, hijo de su ancianidad. Te H a sta aq u í el largo ep iso d io del reco n o cim ien to de
nía éste un hermano, que m urió, y ha quedado sólo Jo sé y su s h e rm a n o s. La v ieja y fa m o sa c u e stió n es
él de su misma madre, y su padre le ama mucho”. Tú p o r q u é se m o n ta a q u í to d o este esp e ctácu lo .

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Por su p u esto que toda la litera tu ra está poblada paso, cóm o en este ejem plo de la Odisea, a diferen­
de toda clase de insidias para a te n ta r co n tra los la­ cia de lo que p asab a en el hai-ku y en el ejem plo de
crim ales del lector, desde las m ás bu rd as y artificio ­ José, ni el am a ni Ulises parecen ser, en principio,
sas hasta las m ás sutiles y veraces, y los reencuentros los pacientes o receptores de tal representación: para
entre allegados separados d u ran te largo tiem po pa­ ellos la cosa se queda en un incidente fortuito, sin
recen las ocasiones m ás propicias p ara tra e r consi­ m ás significación que la de poner en peligro el in­
go efectos emotivos, ya atacando artificiosam ente la cógnito de Ulises ante su m ujer; será sólo para el lec­
propia situación con los ácidos corrosivos de un con­ to r para quien el caldero actúe com o resonador
traste producido por las vicisitudes respectivas de em otivo del reconocim iento. La a b so lu ta sobriedad,
los años de la separación (como cuando la am ada, la credibilidad del episodio del caldero ju stifican el
convertida ya en m arquesa por un m atrim onio de m ayor prestigio litera rio de que ha venido gozando
conveniencias, reconoce de pronto al am ado de su la Odisea —frente a obras como las que podrían con­
juventud en un m endigo que su propio cochero aca­ tener episodios com o el de la dam a y el mendigo, im ­
ba de d e rrib a r de un em pujón sobre los adoquines provisado m ás a rrib a — y le vienen de que no ha sido
m ojados p o r la lluvia, cuando in ten tab a acercarse conscientem ente excogitado p o r el poeta com o un
a pedir una lim osna a aquella a quien no ha llegado artificio emotivo, deliberadam ente dirigido al sen­
a reconocer a su vez en la elegante d am a que des­ tim ie n to d e l le c to r, c o m o u n a b a la d e f u s il e x ­
cendía del lando p ara e n tra r en el teatro de la ó pera presam ente p rep a ra d a p ara su corazón, sino una
a ver el Rigoletto), ya cuando es la propia n a tu ra le ­ im agen espontánea e im previsiblem ente ap arecida
za inerte la que, en un incidente fortuito, tañe las a los ojos del rapsoda, a vueltas, en todo caso, de su
cam panas del reconocim iento (así cuando E uriclea, propia em oción con los sucesos, de m anera a la vez
la vieja am a de Ulises, llega a to car con la m ano la tan fortuita e inevitable com o el propio incidente re­
cicatriz de la rodilla de éste, reconociéndola al tacto latado: al rapsoda le ha sobrevenido, se le ha escapa­
—y a despecho de la precaución del héroe, que ha do la im agen del caldero golpeado y derram ado,
tenido buen cu id ad o de ponerse en la pen u m b ra d u ­ com o a la propia E uriclea se le ha escapado de las
rante el lavatorio, para evitar que el am a se la viese—, m anos el pie de su señ o r (y po r eso yo mismo, aho­
y, en la so rp re sa y la dicha de tan inesperado reco­ ra, po r el solo hecho de señalarla, en realidad la des­
nocimiento, suelta de pronto el pie de Ulises, y el pie truyo y la falseo, lo m ism o que, en cierto modo, se
va a d a r co n tra el borde del caldero de bronce y el falsea y se destruye cu a lq u ier cosa sim plem ente na-
bronce resuena y el caldero se vuelca y toda el agua
se d erram a po r el suelo de la sala, com o si el calde­ bio, sus motivos, a diferencia de los de éste, están bien claros: es
ro dijese todo lo que el resonante y desbordante co­ para poder cum plir los designios estrictam ente «racionales» de
razón de E uriclea tiene que c a lla r).4 Y nótese, de espiar, tras la pantalla de su incógnito, la disposición y el com­
portam iento de Penélope y preparar, con toda alevosía, su espan­
tosa venganza contra los pretendientes. Y no ha dejado de haber
4. Tiene que callarlo, para no contradecir la voluntad de Ulises quienes han pretendido «racionalizar» de manera semejante la
de mantener su incógnito respecto de la propia Penélope conducta de José, achacándola a alguna motivación afín (un de­
—presente en ese momento en otro punto de la sala—, asi como de seo de poner a prueba a sus hermanos y de someterlos a una es­
todos los demás, salvo del porquero y de Telémaco. Pero si Ulises pecie de benigna punición); pero, a mi juicio, están completamente
aplaza, al igual que José, el momento de darse a conocer, en cam- equivocados.

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cida, al tra ta rla com o si fuese fa b rica d a ). En el epi­ fa ctu m , qué lo g e n itu m , o qué proceso específico del
sodio del caldero se siente la sola y pura voluntad, alm a y de la m ente es el que puede d a r lugar a lo
po r p arte del poeta, de escu ch ar el sonido de los he­ uno o a lo otro. H asta el m om ento apenas hay, que
chos m ism os —y nada im porta que sean im aginarios yo sepa, acerca de ello un m ito y una expresión tan
para que tengan su propio sonido— y no una esp ú ­ vaga que resu lta perfectam ente inútil: el m ito es el
rea voluntad de m eter ruido con ellos, haciéndolos de la M usa y el térm ino es el de «inspiración». Sin
chocar deliberadam ente, como en el caso de la dam a embargo, el q u e una y o tra cosa sean absolutam ente
y el m endigo: los hechos no suenan m ás que a lata hueras en cu an to explicaciones no afecta en m odo
cuando se los agita para m eter ruido con ellos. El alguno p ara que signifiquen el m ás cabal reconoci­
episodio del caldero no es m ás fidedigno porque esté m iento del c a rá c te r de g e n itu m que, com o exigencia
m e jo r in ven ta d o , sino porque eso es lo q u e ocurrió ineludible, com o d eb e r ser, ha de ten e r la literatura;
(y ya he dicho que no im porta que sea sólo la fan ta ­ lo que co m p o rtaría, ni m ás ni m enos, que la exigen­
sía del rapsoda el lugar donde ocurrió). cia de una pura receptividad, de una esencial p asi­
«G en itu m , n o n fa ctu m » dice el verbo, de la pala­ vidad po r p arte del literato. Nos es dado, sin duda
bra, el credo de Nicea; y esto —por u sa r dos de los reconocer y d e sen m a sca rar com o tales las m anipu­
térm inos de la doble dicotom ía de Karl B ühler (Teo­ laciones m ás b u rd as y ro tu n d as (así con el ejem plo
ría d el lenguaje, I, 4)— vale tanto p ara la fo rm a lin ­ de la dam a y el mendigo, inventado a d h o c ), pero no
güística com o para el pro d u cto lingüístico, salvo que, podríam os en cam bio d e sc rib ir cuál pueda se r el
m ientras para la form a lingüística, p ara las lenguas, q u id diferencial que distingue el proceso de lo g e n i­
se presen ta m ás bien com o una afirm ación de ser, tu m (y nótese de paso cómo, m ientras p ara poner un
para el producto lingüístico, p ara la obra e scrita o ejem plo de algo fa c tu m he podido re c u rrir a una in­
fijada literalm ente en la m em oria, se presenta en vención in p ro m p tu , p o r el co n trario p ara ponerlo
cam bio com o una afirm ación de deb er ser. En efecto, de un p roducto que se p retenda g e n itu m no c ab ría
si es cierto que en las lenguas pueden llegar a en­ lal posibilidad: si pudiese inventarm e a d h o c un
tra r térm inos artificiales o de jerga (vigentes, en un ejem plo de un pasaje g e n itu m , d e m o stra ría la posi­
principio, solam ente en el habla), la m anipulación de­ bilidad de fabricarlo, lo que e n tra ría en co n trad ic­
liberada no puede, afortunadam ente, re b a sa r unos ción con la pretendida diferencia y vendría sin m ás
límites superficiales: por el contrario, en la invención ¡i desm entirla). Tan sólo puedo a p o rta r indicios o su­
literaria cabe un grado m uchísim o m ás grande de posiciones, que apenas pasan de s e r puras m etáfo­
m anipulación. Por supuesto, el c a rá c te r de g e n itu m ras: que lo g e n itu m se ría algo que p o r sí m ism o se
que. como d eb e r ser, se postula para la literatura ven­ presenta a la atención del que m eram ente escucha
d ría a ap licarse de m uy d istin to m odo y en un plano el sonido de los hechos, y por lo tanto al que se pone
diferente respecto de como, con valor de ser, se pos­ en una actitu d pasiva, receptiva, m ientras lo fa c tu m
tulaba de la lengua: en la literatu ra hay siem pre, ine­ resu ltaría de una m anipulación de los hechos deli­
vitablem ente, una voluntad activa —en el sentido de beradam ente dirigida por una voluntad de m eter rui­
no au to m ática— de expresión, y p o r eso resu ltaría do con ellos. (Y h asta qué punto el sonido de los
extrem adam ente a rd u o a se n ta r un c riterio de p rin ­ hechos m ism os puede llegar a rebelarse, en ocasio­
cipio para d ilu c id a r en cada caso qué es en ella lo nes, a una específica voluntad de sentido del a u to r

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es algo que se podrá observar del modo m ás escanda­ el c a rá c te r esencialm ente pasivo, receptivo, del pro­
loso en el caso M anrique, cuyo atestado puede leerse ceso del «trovar», tan extraño al a rb itrio del sujeto
en este m ism o volumen —páginas 213-215—. Tampoco com o al a rb itra je de la norm a (arb itrio y a rb itra je
sirve la idea de la espontaneidad, porque la volun­ que tal vez vengan a co in cid ir m ás o m enos, respec­
tad de m eter ru id o es al m enos tan esp ontánea en tivamente, con el fundam ento de cada una de las dos
el hom bre cual pueda serlo c u alq u ier propósito de actitudes que han dado en llam arse «rom anticism o»
g u a rd a r ese silencio pasivo y receptivo que trad icio ­ y «clasicismo»; actitudes que, en tal sentido, estarían
nalm ente se h a querido rep re sen ta r con el térm ino igualm ente lejos de aquella fundam ental pasividad).
de «inspiración» o con el antiguo m ito de la Musa; Volviendo, pues, al reconocim iento de José con sus
de nada sirve la idea de la espontaneidad, porque herm anos, habíam os quedado en que la pregunta
el resabio es en el hom bre una segunda naturaleza. era po r qué se m onta allí un espectáculo tan a p a ra ­
Así, la ju s ta rebelión del rom anticism o contra un si­ toso, po r qué llega a a rm a r José un tinglado sem e­
lencio no m eram ente postulado com o actitu d litera ­ jante, una tal fabulación. No es difícil que con
ria inexcusable, sino in stau rad o p o r m edio de respecto a ella se nos o c u rra al in stan te la idea de
convenciones o de reglas (como si algo de índole ju ­ una genuina ceremonia. El com ponente del banquete
rídica y form al fuese capaz de g a ra n tiz a r el silencio —característica institución cerem onial— vendría ya
necesario p a ra el surgim iento de lo genitum ) se re­ por sí m ism o a reforzar una interpretación así. Cabe,
solvió a menudo, con toda la espontaneidad del m un­ además, perfectam ente, hallar una justificación plau­
do, en la m ás deliberada voluntad de m eter ruido: sible a la necesidad de cerem onia: la p ropia m agni­
«Me gusta un cem e n te rio /d e m uertos bien relle­ tud del acontecim iento p o d ría c o a rta r en el alm a de
n o /m an an d o sangre y c ien o /q u e im pida el respi- José todo im pulso de despacharlo con la sobria, m o­
ra r;/y allá un se p u ltu re ro /d e tétric a m irad a/co n desta e im provisada cotidianidad en que las azaro­
m ano desp iad ad a/lo s cráneos m ac h a c ar».5 E sta tan sas circunstancias han venido a proponerlo. Por otra
evidentem ente fabricada tru cu len cia no puede hoy parte, ¿cóm o podía in te rp re ta r el hecho de no ser re­
prod u cirn o s m ás que risa, no puede hoy sonarnos conocido por ninguno de sus diez herm anos, sino
m ás que a lata, a un e n trech o car de latas vacías las com o que Dios, adem ás de concederle la ventura de
unas co n tra las otras. La hiperbólica gratu id ad de recobrar a su padre y sus herm anos, le confiaba sólo
la im agen p resen tad a destruye la m era aparición a él la llave p ara acced er a ella?, pues si un recono­
de esa m ism a imagen; lo único que se llega a perci­ cim iento com porta com únm ente un papel digam os
b ir es la denodada voluntad del poeta de m eter ru i­ activo y otro pasivo —reconocer y se r reconocido—,
do a viva fuerza, obligando con sus propias m anos he aquí que a José se le concedía el privilegio de re­
a ese presunto sepulturero a m achacar con esa m ano tener en su m ano com o activo y voluntario tam bién
presuntam ente despiadada tales presuntos cráneos. el segundo movimiento, convirtiendo ese ser recono­
Lo m ism o el térm in o de «inspiración» que el mito cido en un darse a conocer. ¿Cómo to m a r en las m a­
de la M usa reconocerían —o deberían reconocer— nos sin tem or y reverencia las llaves de la dicha?
¿Cómo u s a r de un privilegio sem ejante sin el sag ra­
5. De la «Desesperación», poema atribuido, sin suficiente cer do respeto que un don de Dios tan inm enso, com o
tidumbre, a Espronceda. era recobrar a los suyos después de veintiún años de

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separación, recom endaba y m erecía? El alm a de José que en tre sus m o tivo s p rin cip a les está la necesid a d
tiem bla y se paraliza ante la sola idea de irru m p ir tic proyección. La ce rem o n ia seria, en este aspecto
profanam ente, de a rro ja rse hollando y atropellando ; particular, un aparato sen sib le que el h o m b re se o r­
sin unción y sin cautela sobre la gran felicidad. Pues­ ganiza para p resta r una im a g en o sten sib le o m á s e x ­
to que Dios, que ha dispuesto este reencuentro, le ha terna e im p re sio n a n te — c o m o a m a n era de un
concedido tam bién la facultad de d irig irlo y adm i­ [ resonador— a a quello que, p o r no a b u n d a r o carecer
nistrarlo a su albedrío —com o si le dijese: «Organi­ del todo de apariencia m a n ifiesta , se h u rta a una
za tú m ism o este acontecim iento: sé tú m ism o el que I co m p ren sió n satisfactoria. E l sa cra m en to es el mo-
trace su figura, según tu beneplácito, pues todo en­ 1 ilelo de a quello que necesita ce rem o n ia a causa de
tero te lo doy»—, José no siente e sta r m ás que co rres­ | la Índole e se n cia lm en te invisible d el carism a; el p ro ­
pondiendo a su s designios al a b u sa r de la ventaja pio Tantum ergo registra e x p líc ita m e n te la invisi-
de su incógnito para p a ra r el suceso en su m itad, de­ bilidad in h eren te al sa cra m e n to fv de paso nos va a
jándolo en suspenso hasta el m om ento en que llegue proporcionar las palabras que necesitam os para nues-
a ser el aire m ism o el que se colm e y se desborde ! tro asuntoj, cu a n d o dice p raestet lid es supplem en-
po r sí solo, bajo el caudal del agradecim iento. E n­ tu m /sen su u m defectui; salvo que, a su vez, será la
frentado, así pues, con la responsabilidad de d a r al propia fides la que requiera un n u evo supplem en-
acontecim iento toda la solem nidad que se merece, ¡ tum para rem ed ia r ese sensuum defectus; y es este
detiene el cu rso de los hechos, al in h ib ir y reten er el I nuevo supplem entum , ju sta m en te, el que pretende-
paso capaz de com pletarlos, interponiendo y orques­ I ría prestarle el aparato sensible de la cerem onia. Pero,
tando en tre el m om ento de reconocer a sus h erm a­ I al m en o s en los sa cram entos de la Iglesia, parece que
nos y el acto de d arse a conocer a ellos la aparato sa no se Dataria, respecto de d e te rm in a d o s e lem en to s
tram a de su gran fabulación. De esta m anera, a b u ­ I esenciales del ritual, de u n supplem entum m e ra m e n ­
sando de su incógnito, y a sem ejanza de los dioses, te ilu stra tivo o sugestivo, sin o de algo q ue co n stitu ye
que se an uncian de lejos con enigm as turbadores, una parte necesaria del sa cra m en to m ism o ; es decir,
con señales que el hom bre no com prende, José pare­ I no de u n sim p le m arco sin o de u n a u té n tic o in g re­
ce m erodear invisible en am plios círculos en derredor diente, aunque, p o r lo dem ás, harto d ifíc il —y au n tal
de sus herm anos, rehusando la repentina e inespe­ I vez a b stru so — de e x p lic a r o definir, dada la p ec u lia r
rada cercanía que el a z ar le ha presentado; los a p a r­ a m b ig ü ed a d del tipo de necesaried a d q u e lo caracte­
ta de sí, para poderse ir aproxim ando poco a poco, riza. C om oquiera que sea, la ce rem o n ia se nos p re­
al igual que el cortejo, que, p ara hacerse m ás solem ­ senta a q u í c o m o supplem entum para el sensuum
ne, se tom a toda la d istancia del alcance del son de defectus propio del carism a. E l ca rism a de la reale­
sus trom petas y sale a em pezar afu era de las p u e r­ za, p o r pasar a un eje m p lo m á s p ro fa n o [y sea cu á l
tas, lejos de la ciudad. La cerem onia ha de ser todo fuere su naturaleza, p u es nada afecta en lo que a q u í
lo grande que tan inm enso reencuentro se merece. nte im porta que sea o deje de ser cosa d istin ta del tra-
I je nuevo del em p era d o r], necesita proyectarse en
(Pero, ¿qué son, al fin, las cerem o n ia s? Pueden, sin I el fa stu o so aparato sen sib le de la cerem o n ia de la
duda, ser o llegar a se r —ya sea a la vez, ya sea por I coronación. M as ni siquiera hace falta rem o n ta rse
sep a ra d o— m u c h a s cosas diferentes, pero m e parece h a sta la rea leza , p u e s ya la s im p le fir m a d e u n

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d o c u m e n to tie n e e l m á s r ig u r o s o c a r á c te r s a ­ m entó sería en sí m ism o y p o r sí m ism o el productor
cram ental;6 la firm a —con el curioso co m p lem en ­ y el portador del carisma; así la concepción mágica
to suntuario de la rúbrica— confiere al docum ento estaría, p o r ejem plo, com pletam ente de acuerdo con
una virtu d análoga a la que la coronación confiere la concepción cristiana en reconocer que no surge el
al rey: el escrito recibe de la firm a un auténtico ca- carisma bautism al si no se enuncian las palabras «Yo
risma; el docum ento firm ado adquiere p o r ella p o ­ te bautizo en e l nom bre del Padre y del Hijo y del Es­
der ejecutivo [o m ejor fuerza ejecutiva —vigencia—, píritu Santo», donde es de notar cóm o los propios
si es que querem os reservar la palabra «poder» para cristianos hacen hincapié en la recom endación de
la capacidad previa, indeterminada y personal, en que que no se om ita el p rim er «y» [«del Padre y del Hijo»],
se fundan, en derecho, todos los actos de disposición]. aunque no lleguen en esto a un rigor verbal tan ex­
Conviene ahora, no obstante, señalar una interesan­ trem oso com o para a firm ar que esa sim ple om isión
te diferencia en la interpretación del elem ento sensi­ sea capaz por sí sola de invalidar el sacram ento; por
ble o ingrediente m aterial del sacram ento; se trata a el contrario, seria, en cambio, para la concepción m á­
prim era vista de una diferencia de m atiz [o, p o r lo gica, com pletam ente irrelevante y fuera de lugar cual­
menos, resulta lingüísticam ente, tan escurridiza que quier alegación de nulidad basada en una falta de
no ha dejado de proporcionar al denodado logicism o intención de bautizar por parte del oficiante, sie m ­
occidental notables quebraderos de cabeza, al m enos pre que éste cum pla estrictam ente las prescripciones
hasta el m om ento en que le fue dado agarrarse, com o concernientes al elem ento material. Está claro que
a la Purga de Benito, a la inagotable botica del Esta- ya la mera exigencia, en la interpretación cristiana,
girita], pero que puede llegar a revelarse decisiva en de ese concurso de la intención junto al m om ento m a­
determinadas situaciones prácticas y que, de hecho, ha terial sensible altera notablem ente el papel de este
dado, históricam ente, lugar a pintorescos equívocos elem ento [al tiem po que hace im propia o excesiva­
o am bigüedades en las relaciones entre pueblos de m ente lata la aplicación retrospectiva de la palabra
culturas diferentes. Ya he dicho que sería harto di­ «sacram ento » para los actos estrictam ente mágicos],
fícil definir, sin siem pre discutibles verbalism os, la pero lo que acaba por colocarlo en una posición com ­
interpretación cristiana del papel que pueda jugar el pletam ente equívoca y sólo abstrusam ente defini­
elem ento m aterial sensible en el sacramento, pero si ble es el hecho de no renunciar, con todo, para los
que podría delim itarla negativam ente una com pa­ actos y palabras que com ponen el elem ento m aterial
ración con la interpretación mágica de ese m ism o sensible, a la exigencia, compartida con la concepción
elemento. Para la concepción mágica —siem pre rigu­ mágica —y apenas, respecto de ésta, débilm ente re­
rosamente m aterialista, objetivista—, la interpreta­ bajada en su rigor—•, de que esos actos tengan que
ción del elem ento material sensible de un sacramento atenerse, a efectos de la propia validez del sacram en­
cristiano, de una coronación o de un docum ento ju ­ to, a precisas y estrictas prescripciones de un canon
rídico no ofrecería el m ás m ín im o problem a: ese ele­ literal. Las palabras rituales del bautism o no son ca­
paces, por s i solas, de hacer cristiano a un niño — no
6. La extensión de un documento jurídico podría perfectam en­ «cristianan», com o se decía antaño, no producen por
te llamarse «sacramento civil»; llamarle «sacramento profano»
me sonaría ya un tanto violento, dada la oposición semántica es­ s í m is m a s n i p o r ta n en s í m is m a s e l c a rism a
tablecida entre las palabras «profano» y «sagrado». bautism al—> porque precisan del concurso de la in­

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tención de bautizar, pero su ausencia o una m ayor /antis los docum entos por los que éstos habían tra­
o m enor alteración de su literalidad no puede ser su ­ tado con los británicos afirmaron que en adelante era
plida o corregida, al m enos en circunstancias no anor­ a ellos a quienes los británicos deberían pagar las co­
males, por la m ás decidida y m ás sincera intención misiones, puesto que ellos estaban en posesión de los
del oficiante. La m ism a am bigua y casi insostenible títulos». Parece bastante im propio que se dé a sem e­
situación afecta al docum ento en el derecho occiden­ jante práctica sim plem ente el nombre de «tradición»,
tal: un testam ento puede ser im pugnado com o rotun­ tal com o aquí hace el texto; no se trata en absoluto
dam ente nulo —no válido com o tal docum ento— por de nada que pueda llam arse mera tradición, sino de
la falta de la firm a, p o r m ucho que se dem uestre que algo m ucho más profundo: estam os ante una conduc­
la letra del texto es del propio testador, que tal falta ta perfectam ente consecuente con una auténtica con­
es debida únicam ente a distracción u olvido, o por cepción mágica del docum ento; él es aquí, en sí
m ucho que centenares de testim onios y de indicios m ism o y p o r sí mism o, el productor y el portador del
dem uestren haber sido exactam ente ésa, y no ningu­ derecho que expresan sus palabras; la cercanía [por
na otra, la voluntad firme, consciente y declarada del no decir, incluso, la peculiar identidad —sem ejante
finado; pero, del m ism o modo, puede haber otro tes­ a la del dios con la efigie del dios; concepción que
tam ento indiscutiblem ente firm ado y rubricado de obligó al propio M oisés a resolverse por la alternati­
puño y letra7 del difunto, pero que se vea anulado, va de la m ás rigurosa inconoclastia para poder afir­
sin embargo, en el instante m ism o en que alguien lle­ m ar ante su pueblo la unicidad del nuevo dios], en
gue a dem ostrar que ha sido firm ado bajo cualquier la m ente mágica, de la palabra con la cosa sería aquí
clase de am enaza o de coacción. Aquí tam bién una lo que hace que la mera posesión m aterial de la pa­
interpretación mágica estaría perfectam ente confor­ labra que a ella se refiere — esto es, del docum ento —
m e en aprobar —de acuerdo con su propia concep confiera autom áticam ente el derecho de propiedad
ción del elem ento m aterial sensible— la nulidad del sobre la cosa m ism a [pues no se trataba, evidentem en­
prim ero de esos testamentos, pero disentiría, en cam ­ te, de un derecho de guerra — ni m enos aún de nada
bio, totalmente sobre la pretendida invalidez o nulidad rem otam ente parecido a la práctica, perfectam ente
del segundo. He a q u í ahora, en un episodio colonial cínica, a que se ha dado el nom bre de «doctrina Es­
de 1825, un curioso ejem plo de discordia entre la trada»—, según el cual los achantis, habiendo venci­
concepción mágica y la otra, que m e lim ito a trans­ do a los fantis, pretendiesen haberse convertido en
cribir de la H istoria Universal siglo XXI, volum en .12 depositarios de todos los derechos adscritos a la so­
[«África»], pág. 214: «Según la tradición africana, beranía de los segundos; pues si éstos hubiesen teni­
de la que los británicos se decían respetuosos, la po do ocasión de quem ar a tiem po los papeles de la
sesión m aterial de los tratados de concesión conver concesión, no hay duda de que los achantis se ha­
tía a su detentador en el efectivo propietario de la brían sentido desprovistos de cualquier fundam ento
concesión. Así, cuando los achantis les quitaron a los para reclamarla en su propio beneficio]. Todo esto tie­
ne, obviam ente, relación con la antigua concepción
7. La propia expresión «de puño y letra» parece haber sido ac u «objetiva» de la culpa, o con hechos com o el de que
ñada para especificar y enfatizar la exigencia jurídica de auten el anciano y ciego Isaac no pueda volver atrás o dar
ticidad material de toda firma. por nula su bendición sobre Jacob [a quien incluso

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ha llegado a preguntar, antes de bendecirlo: «¿De ver­ la que se refiere a la «objetividad» de la culpa, la ley
dad eres tú m i hijo Esaú?», a lo que Jacob ha respon­ mosaica hace una notable diferencia entre lo que po­
dido «Yo soy»], con la alegación de haber sido dríamos llam ar culpa sagrada [que recaería m ás bien
deliberadamente engañado, en su ceguera, por su m u ­ ha jo la noción de «mancha», y que sólo llam o «cul­
jer y p o r su hijo, siendo su intención, explícitam ente pa» en nom bre del hecho de que en otras culturas
declarada, la de bendecir, en cambio, al prim ogénito w' desvanece o se desplaza la distinción entre una y
Esaú. Aquí tam bién está bien clara la concepción m á­ otra cosa]y lo que podríam os llam ar cu lp a profana;
gica, estrictam ente materialista, objetivista, del sacra­ a$í, m ientras sigue siendo perfectam ente mágica, m a­
m ento y del carisma. Cuando poco después, Esaú terialista, en lo que se refiere a la prim era —ya que
vuelve del cam po y se presenta a su padre con el gui­ la m ancha o im pureza es estim ada a llí enteram ente
so de caza que ha preparado para él, solicitando la ajena al concurso de la intención—> es, en cambio,
bendición que, com o primogénito, le corresponde, es­ notablem ente m oderna, subjetivista, en lo que se re­
tas son las palabras del anciano: «¿Y quién es enton­ fiere a la segunda. Para el castigo del hom icidio, por
ces el que m e ha traído antes la caza y he com ido de ejemplo [para el que los textos bíblicos no establecen,
todo ello y le he bendecido y bendecido está?», donde l>or lo demás, una diferencia precisa entre la vengan-
lo subrayado p o r m í expresa de m anera inequívoca :a pública y la privada, no habiendo derogado el de-
la irreversible validez de la bendición, aun a despe­ techo —o acaso, deber— indudablem ente premosaico
cho del factor subjetivo del engaño, y con ella la ile la venganza de parte], reserva una im portante dis­
in te r p r e ta c ió n r ig u r o s a m e n te m a te r ia lis ta d el tinción entre el hom icidio involuntario y el intencio­
sacram ento8 propia de la concepción mágica, para nado, al establecer y designar las «ciudades de
la que los elem entos m ateriales — el haber com ido tefugio», donde el hom icida involuntario podía po­
de hecho de la caza que Jacob le ha presentado y el nerse a salvo del «vengador de la sangre», m ientras
haber pronunciado sobre su frente las palabras de la que el que fuese hallado voluntario, caso de que se
bendición— son lo único que cuenta, haciendo abso­ tefugiase, tenía que serle entregado; parece, pues, cla-
lutam ente irrelevante, inoperante, el factor puram en iam ente respetar el derecho a la venganza de parte
te subjetivo de la intencionalidad [es de notar, no incluso contra el hom icida involuntario, aunque aho-
obstante, que el texto m ism o de la bendición en sí no ta no sabría yo establecer hasta qué p u n to el refugio
contiene el nom bre propio «Esaú», sino que se lim i­ i onsistía en una mera protección de hecho a la que
ta a decir «mi hijo»; parece m ás que probable que una \<? obligaban m ás o m enos las ciudades designadas
m ención explícita del nom bre de Esaú en las pala para ofrecerlo, o si había tam bién penas supletorias
bras literales que constituían la bendición m ism a ha bien contra el vengador que, burlando subrepticia­
bría venido a alterar decisivam ente la cuestión]. En mente ese refugio, consiguiese alcanzar al hom icida
en la propia ciudad de refugio, bien contra ésta m is­
ma, por no haberle sabido dar la protección debida.
8. El contenido carismàtico —o, si se quiere, el efecto jurídico Mus, com oquiera que sea, el derecho de refugio com ­
que hace de esta bendición un sacramento en el sentido pleno il< porta un claro reconocim iento jurídico del factor de
la palabra está en el texto mismo de la bendición, en el que, p<n
lo que afecta a la jerarquía familiar, se dice: «Sé señor de tus lu í intencionalidad en esta clase de culpas. Respecto de
m anos/y póstrense ante ti los hijos de tu madre». las culturas en las que, a diferencia de la mosaica,

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tam bién el hom icidio se hallase afecto a la concep­ ile cuanto pueda merecerla la propia dualidad y con­
ción mágica de la «objetividad» de la culpa, creo que traposición de «racional» e «irracional», y con ella
seria un grave error pensar en una especie de total la excesiva convicción con que el m oderno pretende
desconocim iento de la idea de «intención»: es m uy saber qué es la culpa, qué la intención, qué, finalm en­
posible que la m uerte en el cadalso o p o r venganza te, la propia identidad de la persona. Así, con ese m is­
de parte del hom icida involuntario fuese llorada con mo, sum arisim o, veredicto de irracionalidad para
tanta com pasión com o la de la propia víctim a [en el cualquier residual «ya-sé-que-no-tengo-la-culpa-, -que-
caso del Lord Jim, de Conrad, m e sospecho que el | no-podría-haberlo-evitado-, -pero-a-pesar-de-todo-no-
propio D oram in era, en verdad, el que m enos desea consigo-perdonármelo» acaso los m odernos no estén
ba que Lord Jim —a quien había llegado a querer haciendo otra cosa que defenderse de un testim onio
com o a un segundo hijo— se presentase a él, obligán­ antropológico que podría socavar los cim ientos de
dole con ello a cum plir con el deber de vengar su pro­ i sus propias convicciones y suscitar, p o r ende, la sos­
pia sangre], Pero ni siquiera el alm a de los m odernos pecha de que éstas no dejan de comportar, a su vez,
ha llegado a hacerse solidaria, en sus profundidades, en últim a instancia, una m itología no m ás ni m enos
de la concepción subjetiva de la culpa en que se fu n ­ I válida que otra cualquiera.
da el derecho que le corresponde: el pretendido ra­ E l sacram ento ha sido aquí tom ado com o ejem plo
cionalism o de la intencionalidad, con todas sus de lo que necesita cerem onia, y aun dentro de esa si­
distinciones jurídicas [como «culpable», «culposo», tuación, de dos m odos distintos: el m odo mágico — en
«imprudencia temeraria», «premeditación», «asesina­ el que la cerem onia es el sacram ento, o sea, en el que
to», «homicidio», etcétera], no encuentra un refren­ el elem ento m aterial sensible es en si m ism o y por
do total en lo m ás ín tim o de la conciencia; así lo si m ism o portador y productor del carism a— y el
dem uestra, p o r ejemplo, el hecho de que aun frente m odo hilem órfico — en el que dicho elem ento apare-
a un caso de hom icidio no sólo totalm ente involun­ I ce com o ingrediente siem pre necesario, pero necesi­
tario sino tam bién ajeno a cualquier posible grado tado, a su vez, del concurso de la intención,9 la cual
de im prudencia por parte del hom icida, a ningún I es, en cambio, ajena al m odo mágico. N aturalm ente,
autom ovilista le sea, en absoluto, indiferente que ha­ I el carácter de necesidad, en cualquiera de sus dos m o­
yan sido las ruedas del coche que él m ism o condu­ dos, ha de afectar a la naturaleza m ism a de la cere-
cía o las de otro coche cualquiera las que hayan
producido la m uerte de un peatón. No hay duda de 9. A la concepción no mágica —que hemos visto perfectamente
que los reproches que en tal caso pueda hacerse a si cxtensible a los «sacramentos civiles» del Derecho m oderno— se
misma, a despecho de todo, la conciencia se verán ex­ I le puede, con toda corrección, denominar, al menos desde los tiem-
traordinariam ente aliviados por la autoridad de un I pos de la Escolástica medieval, hilemórfica, dado que de no otra
I mítica que de la de Aristóteles es de donde la teología ha sacado
derecho y una mirada social que la exculpan por com I la receta de «materia» y «forma» que aplica al sacramento. Y es
pleto, pero no siem pre acallarán los últim os residuos I curioso observar la absurda situación de estos dos térm inos es-
de desasosiego y hasta rem ordim iento. N aturalm en­ I cuchados con el oído del castellano moderno: su aplicación se nos
te, la arrogancia del m oderno no se recata en tachar I antoja perfectamente reversible y hasta parece que nos sonaría
I mejor justam ente la inversa, es decir, la que reservaría la pala-
expeditivam ente de «irracionales» a esos residuos, I bra «forma» para el elemento sensible, que es el que la teología
pero acaso no se m erezcan esa tacha un p u n to más I llama «materia».

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J
monia y hacerla bastante diferente de los casos en que de un parentesco histórico de hecho entre las tres co­
la cerem onia aparece sin ese carácter, supuesto que sas contem pladas, esto es, en el supuesto de que la
tam bién hay cerem onias sin que haya sacramento, cerem onia en ese sentido ocioso que quiere darle el
esto es, sin que haya producción de carisma; ponga­ castellano de hoy —o sea, la que no com porta ni efec­
m os por caso, inauguraciones, conm em oraciones, re­ tos mágicos ni acción sacram ental— no sería una in­
cepciones, etc. Pero así com o en la operación mágica vención aislada, sino una práctica directam ente
sólo se puede hablar de «sacramento» en un sentido descendiente de las otras dos, entre las que, a su vez,
lato y por com paración diacrònica, así tam bién, tan­ la hilem órfica sería descendiente de la mágica. La
to en éste com o en aquélla, sólo, igualmente, por com ­ inauguración, por ejemplo, parece ser una cerem o­
p a r a c ió n se p u e d e h o y ya, ta l v e z, h a b la r de nia que ha pasado insensiblem ente de la concepción
«ceremonias». Seguim os diciendo, de hecho, «la ce­ sacram ental a la concepción ociosa. E n la Rom a an­
remonia del bautism o», pero tal vez un teólogo rigu­ tigua, sobre todo si se trataba de obras públicas y aca­
roso diría que al m enos la aspersión del agua sobre so, de m anera especial, de p uentes [a los que
¡a cabeza del niño y la enunciación de las palabras directam ente nos rem ite la etim ología de la palabra
de ritual son algo más que «mera ceremonia», según «pontífice»], debía de tener plenam ente el tipo de ne­
lo que p o r esta palabra venim os a entender en el cas­ cesidad de lo sacram ental. Aún hoy basta observar
tellano moderno, donde, en efecto, la palabra apare­ cómo un sim ple tropezón de un macero en cualquier
ja o tiende a aparejar una connotación de ociosidad celebración m unicipal, aunque no sea considerado
[cosa que puede observarse claram ente en m anifes­ como un hecho con ninguna capacidad de consecuen­
taciones verbales com o «Bueno, m enos ceremonias, cias ni m eram ente invalidadoras, com o lo sería en el
y vam os al grano»], que la haría convenir m ás exac­ caso de un sacram ento, ni, m enos todavía, siniestra­
tam ente a festejos no sacramentales, como, por ejem ­ m ente om inosas, com o lo sería tal vez en el caso de
plo, la colocación de una prim era piedra o la lina operación mágica, no dejará de producir, no obs­
recepción de un em bajador [a reserva de que, en este tante, en el público un grado y hasta un tipo de tur­
segundo caso, haya que excluir el acto de la entrega bación o de incom odidad —por m u ch o que al
de cartas credenciales, que tal vez sea un elem ento m om ento se defienda de ella m ediante una reacción
jurídicam ente necesario, y, por lo tanto, sacramental]. de risa— m u y diferentes de los que podría producir
Así que la pura y sim ple necesidad de proyección apa un incidente semejante entrem edias de los espectado-
recería m ás nítida precisam ente en este ú ltim o tipo ies; bien podría ser esto un indicio que mostrase la
de cerem onias. Sin ningún com prom iso de im plicar huella histórica dejada en la cerem onia «ociosa» por
en ello una sucesión de orden tem poral [que aunque \ i i efectivo parentesco de ascendencia con los otros

no se excluya, requeriría, en todo caso, m ucha ma dos m odelos observados, o sea, con el m odelo m ági­
yor circunspección], podrían establecerse tres estados co y el m odelo hilem órfico.w
o valores distintos, en lo que en sentido lato —y por
lo tanto con m ayor im propiedad conform e retrocc 10. «Alboroque» designa en mi tierra el convite que tras un trato
ofrece el vendedor al comprador, y viene sin duda del árabe bá-
dam os del tercero de ellos al prim ero— llam o cere inkii, «bendecir». ¿Otro testimonio etimológico, pues, de algo que
monia; el fu n d a m en to para m antener, no obstante, Itivo en su día un valor sacramental, y que hoy ha pasado a ser
la palabra en los tres casos se funda en el supuesto un profano protocolo de buena convivencia?

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Este tercer modelo, el de la ceremonia ociosa, o gra­ sein Leben lang; de quien quiera que surja la dem an­
tuita, o com o quiera que queram os llamarla, habrá da, siem pre ha sido el poder, la autoridad, una de las
de ser, pues, el que, al carecer del tipo de necesidad cosas de este m u n d o que m ás indefectiblem ente se
que, aunque de dos modos distintos, afectaba a los m o­ ha visto afectada por un irrem ediable sensuum de-
delos m ágico e hilem órfico, nos m uestre en toda su lectus, y que, p o r consiguiente, m ás invariablem ente
pureza la necesidad de proyección, es decir, el que ha necesitado verse acompañada, com o el cuerpo por
m ejor se nos revele com o puro supplem entum para la sombra, por el supplem entum de la ceremonia has­
el sensuum defectus de aquello a lo que hace referen­ ta el punto de que tal vez pueda decirse que la suges­
cia. La «necesidad» — que tam bién, aunque en cierto tión es el fu n d a m en to m ism o de todo poder y toda
sentido m u y distinto, la hay en este caso— será aho­ autoridad, el constituyente, ingrediente o componente
ra exclusivam ente de carácter psicológico y a m e n u ­ absolutam ente insustituible para su sim ple perviven-
do claram ente sugestivo. Esta clase de necesidad cia, com o lo era el h u m o de la pipa para la de Feat-
meram ente psicológica, es decir, la necesidad de pro­ hertop].11 Mas lo que yo querría entender aquí con las
yección, es la que m ás propiam ente perm itiría, a m i palabras «necesidad de proyección» pretende ser tan
entender, habilitar para la ceremonia las palabras que am plio com o para abarcar tam bién una tendencia o
el Tantum ergo em plea para la fe: la cerem onia se impulso general del alma hum ana a reaccionar frente
presta com o auténtico supplem entum para el sen­ a la m uda y arrollante inm ediatez de aquello que
suum defectus de que determ inados hechos o acon­ —como una rauda, invisible, incontenible mano que le
tecim ientos adolecen a los ojos del alm a de los alcanzase el vientre— le sobreviene y la rebasa, m e­
hombres, y, en este aspecto, vendría a ser, com o he
dicho m ás arriba, algo así com o un aparato sensible, tí. En el cuento de Hawthome que lleva por título el nombre de
siem pre espectacular, que el hom bre se organiza para rste personaje (cuento recogido en la antología Horrorscope de
darse una imagen ostensible o m ás externa e im pre­ I A. Molina Foix; Nostramo editores, Madrid, 1974) me encuen­
sionante de aquello que, ya p o r carecer del todo, ya d o con una coincidencia con la antigua fábula de «El traje nue­
vo del emperador» (ya traída a Europa por Don Juan Manuel, pero
sólo por no abundar, de apariencia manifiesta, se hur­ difundida sólo por Andersen, contemporáneo de Hawthome): «En
ta a la com prensión que el alm a necesita o desea m edio de la admiración general que despertó la presencia del fo-
tener de ello [y poco im porta a q u í —por echar m ano i uslero sólo se elevaron dos voces discordantes. Una fue la de un
de un ejem plo ya tocado— que sean los súbditos m is­ «•■/quejo im pertinente que, después de olfatear los talones de la
irsplandeciente figura, metió la cola entre las patas y corrió a re-
m os quienes, p o r propia voluntad, quieran sugestio I n^iarse en los fondos de la casa de su amo, emitiendo un aullido
nar sus alm as con la confianza y la seguridad del ttliominable. El otro disidente fue un chiquillo que berreó a todo
sentim iento de am paro terrenal que puede producir­ IHilmón y balbuceó algún disparate ininteligible acerca de una
les una aureola de inconm ovible y a m en u d o divina i ulabaza» (como se sabe, la cabeza de Feathertop había sido he-
i lia con una calabaza); también en «El traje nuevo del em pera­
fortaleza en la im agen de la soberanía, o que sea, en dor» (fábula de la que Archer Taylor, tratando de explicar su
cambio, el propio em perador el que, para consolidar |>ri vivencia sólo literaria y nunca popular, dijo que era, tal vez,
su poder y autoridad sobre los súbditos, urda y pro íimi bittera pill para el pueblo llano) es un niño el que grita «¡El
yecte sobre los sentidos de éstos el poderoso instru emperador está desnudo!», salvo que lo que aquí era producto de
l.i mera coacción social, en «Feathertop» aparece como resulta­
m entó sugestivo de la coronación, así com o el de todo do del encantam iento de una bruja, con lo que vendríamos a ten­
el fastuoso aparato cerem onial que lo acompañara del un puente directo con la magia.

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diante el expediente de abrirle un escenario sensorial, mediadora — una distancia, si se quiere, de apenas
esto es, de desdoblar en una escena y una platea ese pocos pasos; los que bastan para m edir el vano de una
espacio unitario en el que, com o en un bloque opa­ habitación, com o cuando uno se quiere ver de cuer­
co, com o en una única maraña, se siente de pronto po entero en la luna del arm ario—, y podrá dar figu­
inextricablem ente aprisionada y englobada con el he­ ra a su dolor: se ha hecho una luz; tristísim a,
cho feliz o doloroso que de pronto ha venido a inva­ desgarradora incluso — tan desgarradora com o pue­
dirla y envolverla. En la cerem onia del duelo p o r un da serlo la de aquel p rim er rayo del alba que, en el
muerto, el papel de los asistentes no es en absoluto hai-ku transcrito, ilum ina de pronto los kim onos ten­
el de callar, sino el de hablar, hablar incluso y en pri­ didos en el aire del jardín—, pero ¡se ha hecho una
m er lugar de la m uerte y del difunto, o sea, proyectar luz!
el hecho en la palabra, doblarlo, representarlo en el En esta particular función o posibilidad [la de acu­
escenario del lenguaje, abriendo para los deudos y dir a la necesidad de proyección, m ás lim piam ente
allegados justam ente el vacío capaz de perm itirles se­ aislada en el m odelo de cerem onia «ociosa» — que
parar de s i m ism os, del espacio adherente con su acabo de ilustrar con el duelo por el d ifu n to — que
alma o del aire adherente con su cuerpo, el hecho que en los m odelos mágico e hilemórfico], la cerem onia
los oprim e y los embarga, creando la transparen­ no vendría a apuntar al fin a nada diferente de lo que
cia necesaria al surgim iento de una imagen o, en una por la visión de los kim onos al sol se alcanzaba y con­
palabra, la distancia de la reflexión. No serán sólo las seguía en el caso del hai-ku que ha dado pie para este
palabras, será tam bién, y en no m enor m edida, el es­ apéndice. Tanto allí com o a q u í es la representación
pectáculo bien caracterizado de la rueda de personas sensible y expresiva la que se presta a servir de m e­
enlutadas, con su sistem a de vela perm anente, regu­ diador para restablecer la transparencia y disolver el
lado por turnos sucesivos, que constituye la reunión grum o de la opacidad en que el alm a se ha visto de
típica y convencional del duelo, lo que incoe sem ejan­ repente sum ergida y confundida, aglutinada casi
te m ovim iento reflexivo, por el procedim iento de una com o una piedra en la masa de horm igón, por el sú­
especie de generalización; pues serán esos m ism os ca­ bito golpe del dolor. Sólo la im agen proyectiva, refle­
racteres de tipicidad y convencionalidad, en cuanto xiva, puede incoar y propiciar el llanto, y éste jam ás
tales, los que perm itan a la viuda reconocer com o se conm esura, por lo tanto, en m odo alguno, a la vi­
un duelo la reunión que en su propia casa se celebra, rulencia del dolor en sí, sino a la expresividad y a la
y, por lo tanto, identificarlo, equipararlo y agruparlo elocuencia — a la fuerza retórica, incluso, si se
con otros duelos a los que ella haya asistido, de suer­ quiere— de la representación: no llora m ás el que se
te que, al reflejarse el duelo de su casa en la imagen afecta más, el que m ás «muere» en el dolor o el que
de otros duelos en la casa ajena, el dolor de aque­ m ás «nace» o «renace» en la alegría, sino el que más
llas otras viudas surgirá ante sus ojos com o espejo plásticam ente acierta a imaginar, el que m ás diáfa­
para su propio dolor. No ciertam ente por hallar un nam ente consigue percibir. La convencida arrogan­
espejo en que mirarse se extinguirá el dolor [¿qué po­ cia del m oderno [mientras acepta sin resquemor, y
dría haber jamás, en la tierra, en el cielo o en el in ­ sin reservas sobre su «racionalidad» — cosa de que
fierno, capaz de destruirlo?], pero el alm a tendrá ya hace tanto mérito—, el avieso carácter verdaderamen­
un espacio para la transparencia, para la distancia te sugestivo del fasto cerem onial que acom paña a to­

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das partes, de m odo inexcusable, al ejercicio del poder Si el caso del hai-ku, donde no cabe, ciertam ente,
y de la autoridad; fasto en el que sí que realm ente po­ h ab lar de cerem onia, se une, no obstante, a ésta por
dría legitimarse, en alguna m edida, la acusación de la presencia de la necesidad de proyección, tam bién
«irracionalidad» que sólo guarda para los arcaicos h a sido la presunción de la concu rren cia de ese m is­
instrum entos de dom inio del cham án sobre la tri­ mo móvil o resorte lo que respecto del reconocimien­
bu, com o si el fasto en cuestión no fuese, a fin de cuen­ to de la histo ria de José ha venido a su sc ita r aquí
tas, una perpetuación, inalterada en sus caracteres la posibilidad de in te rp re ta rlo com o una cerem onia.
esenciales, de aquellas remotas prácticas]suele m irar Mas, si se ha de ser e stric to y riguroso, tal in te rp re ­
con un recelo y hasta un repeluco no m u y diferentes tación viene a fallar incluso en este caso en un punto
de los que siente ante todo lo que ha dado en llam ar decisivo: a la cerem onia le pertenece esencialm ente
«superstición», o sea, com o una reliquia de un pasa­ el c a rá c te r de institución convencional, y la conduc­
do «irracional», la cerem onia del duelo; o la tacha, ta de José parece se r toda ella una tab u lació n abso­
en el m ejor de los casos, de insincera y de convencio­ lutam ente im provisada (im provisada incluso p arte
nal, ignorando cuánto hay de honrado, de cabal, de a parte, com o lo m uestran las vacilaciones y las rec­
veraz, de inteligente — de lealm ente inteligente, no de tificaciones sobre la m archa que van surgiendo en
astuto—, en esa m ism a convencionalidad, que no se­ su propio desarrollo, de m odo que no parezca tan
ría, a m i entender, sino el m ás legítim o expediente s iq u ie ra re s p o n d e r a n in g u n a c la s e de p lan p re ­
de generalización y, en consecuencia, un m odo no de e sta b lec id o ); a la fa lta de c o n v e n c io n a lid a d q u e
sugestionar, sino de ilum inar con la m ás genuina luz necesariam ente a p areja ese c a rá c te r de im provisa­
hum ana el corazón de la viuda en la percepción de ción se añade todavía la falta de toda aparien cia de
su propio caso personal; pues si en tratar de decirle acción deliberada y consciente de su móvil, que se­
escuetam ente: «Esta m uerte es la muerte, tu dolores ría capaz de p re sta rle p o r lo m enos un m ínim o a s­
el dolor, la pena de tu viudez es la pena de todas las pecto externo de institucionalidad. Tan sólo, pues, de
v iu d a s» h u b ie s e s u g e s tió n — o sea, e n g a ñ o y la m anera m ás im plícita cabría seguir hablando aquí
em briaguez—> no podría p o r m enos de haberla, de de cerem onia, y sólo en nom bre del supuesto de que
igual modo, en toda palabra y en todo entendim ien el móvil (ni siquiera «motivo», pues «motivo» con­
lo hum ano. C iertam ente que no puede excluirse de notaría, frente a «móvil», al m enos algún grado de
manera absoluta y taxativa tal posibilidad — la de que consciencia con respecto al designio o al sentido de
toda palabra y todo en tendim iento hum ano sean en la propia acción) de tan insólita y fantástica conducta
gaño y em briaguez o, com o dijo el poeta, sound and siga siendo, con todo, la ya dem asiadas veces m en­
fury—, ¿quién podría saltar sobre su propia sombra?; cionada necesidad de proyección. En la conducta fa-
salvo que entonces no sólo empezaría por serlo ya in­ bulante de José nos hallaríam os, así pues, en todo
cluso esta m ism a afirm ación, sino que se volvería to­ caso, con una especie de cerem onia «avant la léttre»;
davía m ás huera de sentido, m ás «irracional» de lo pero esta m ism a expresión com porta una contradic-
que es, la presuntuosa distinción entre «racionalidad» tio in term inis, en la m edida en que ese «avant la lét-
e «irracionalidad» con que la m entalidad moderna tre» excluye el c a rá c te r de convencionalidad —y, po r
defiende a capa y espada las convicciones que sus pro lo tanto, de in stitu cio n alid ad — que es inherente a
pias prácticas esconden y aparejan.) toda cerem onia: ésta es siem pre, y p o r naturaleza,

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«léttre», texto, repetición; no tiene prim era vez. Ni dicho, que el reso n a r del bronce o el d erra m a rse del
siquiera las cerem onias personales, com o los tiernos agua por el suelo de la sala lleguen a ser para el am a
ritos que, especialm ente a la hora de acostarse, su e­ y para Ulises algo m ás que un fortuito incidente m a­
len exigir, con adm irable rig o r litúrgico, los niños a terial sin significación alguna, sobre el que no de­
sus padres —y que por esto m ism o m erecen p len a­ tendrán sus alm as un instante m ás de lo que les
m ente llam arse cerem onias—, pueden ja m á s h a b e r exige el riesgo de que a causa de él el héroe pueda
tenido una prim era vez: proceden, con toda p ro b a­ ser reconocido por Penélope; solam ente en el alm a
bilidad, de palabras, de actos o de gestos que algún del lector podrán llegar a doblar, com o un espejo y
día tuvieron que se r dichos o hechos, oídos y acep ­ un resonador, el curso y el sentim iento de los hechos.
tados p o r vez prim era, pero que tan sólo en su repe­ No es así en el caso del hai-ku ni en el de la h isto ria
tición —esto es, en u n a condición esencialm ente de José: ni la im agen del kim ono del niño que acaba
ub icu a— pudieron a d q u irir los caracteres de lo ce­ de m orir, ni la larga y a p a ra to sa tra m a del reconoci­
rem onial. Por lo dem ás, tal vez se tra te aquí de cere­ m iento de José tienen en absoluto al lector como p ri­
m onias m ás cercanas a los m odelos m ágico e m er paciente de reacción, sino que es p a ra el propio
hilem órfico (en la m edida en que el padre o la m a­ padre p ara quien en p rim e r lu g ar la vista del kim o­
dre a c tu a ría n ya sea com o cham anes, ya sea com o no se erige en espejo y resonador de su propio sen ti­
m inistros de un sacram ento capaz de c o n ferir el ca- miento, al igual que el propio José es el único
rism a indispensable p ara que el cielo otorgue la be­ «lector» p a ra cuyo llanto van siendo paso a paso ta ­
néfica gracia del sueño) que al m odelo puram ente bulados todos los avatares del reconocim iento, para
proyectivo que g u ard a relación con n u estro asunto. cuyos ojos y cuyos oídos se urde expresam ente el es­
D escartada la hipótesis de una cerem onia en sen­ pectáculo, com o reso n ad o r y com o espejo de su so­
tido estricto com o propiam ente aplicable a la con­ brecogido y ofuscado corazón. En estos dos últim os
ducta de José, el largo excursus puede haber servido, casos, frente a lo que o c u rría en el del caldero de
al menos, p ara d e ja r bien ilu stra d o y bien localiza­ Euriclea, los hechos observados funcionan ya, en su
do el móvil que, en mi opinión, desencadena esa con­ específica vigencia de representación sensible, refle­
ducta: este móvil se relaciona con la cerem onia tan xiva y em otiva, po r dentro y hacia dentro del suce­
sólo en la m edida en que viene a co in cid ir con uno so, es decir, tom an esa vigencia p ara sus propios
de los im pulsos del alm a hu m an a que parecen h a­ personajes. Cosa que, po r lo dem ás, nada tiene de
llarse a la base de lo cerem onial: la ya abusivam en­ sorprendente en el caso del hai-ku, ya que dim ana
te repetida necesidad de proyección. Si no hay, pues, necesariam ente de las condiciones de la lírica pro­
en el caso de José, propiam ente cerem onia, queda piam ente dicha, donde, por o tra parte, tam poco cabe
de ella, no obstante, precisam ente aquello que lo em ­ h acer —com o sí, en cam bio, de la n a rra c ió n — nin­
p arien ta con el caso del hai-ku de los kimonos. Por guna distinción legítim a y m ás o m enos fundada en­
otra parte, el fenóm eno general de la proyección sen­ tre un «hacia dentro» y un «hacia fuera».
sible halla en el cam po de la litera tu ra diferentes lu­
g a re s y d i s t i n t o s m o d o s d e m a n if e s ta c ió n y
cum plim iento: en el caso del caldero de E uriclea,
nada, en principio, nos perm ite pensar, com o ya he

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Una definición «tú» (vosotros) de «odredes»? Que ese «yo» sigue
siendo siem pre el yo de Virgilio, y en su solo papel
A este respecto, com plem entando lo ya dicho en de em isor de tal poem a (o a lo sum o el de un recita­
otro lugar,12 anticiparé aquí el fundam ento de lo que dor que ante un público cu alq u iera reencarne en su
ha de llam arse «definición de la lírica a p a rtir de su m era voz, y a guisa de vicario, ese m ism o papel), y
m odo de em pleo» y que ha de ser, sin p erjuicio de que ese «tú» (vosotros) será siem pre el del eventual
m anifestaciones híbridas o lim inares, la m ás inequí­ lector u oyente del poema, pero sólo, correlativam en­
voca y m ás rig u ro sa de su esencia. Sujetándom e a te. en su m ero papel de receptor. Mas si esto está de­
un principio ya seguido en el lugar de la cita en nota m asiado lejos de aquello, por tra ta rs e de un tráfico
a pie de página, no b u scaré el p ecu liar m odo de em ­ m etalingüístico —en la m edida en que conlleva sólo
pleo de la lírica en la situación m ás culta y m ás so­ referencias que hablan del propio hablar—, vengá­
fisticada, sino en la m ás espontánea, cotidiana y m onos a un caso m ás cercano; en una n arración en
popular: cuando nos llega por el patio in terio r la voz prim era persona —donde, no im porta en qué grado
de una c riad a que can ta «Sin tiii,/m iran mis ojos sin de ficción, surge un «yo» que supone una incidencia
veer...», ¿quién entendem os que es el «yo» de ese «mis gram atical del em iso r con uno de los personajes—,
ojos» y quién el «tú» de ese «sin ti»? Jam ás se nos ¿se pone, acaso, el lector en el lugar de ese «yo» em i­
o c u rriría p en sar que en ese in stante el «yo» pueda sor y personaje, al igual que la c ria d a que c an tab a
ser otro que el de la propia voz que está cantando, se ponía a sí m ism a p o r «yo» de la canción que salía
ni el «tú» pueda se r otro que el de alguien, no im ­ de sus labios? ¡No!, sino que, p o r intenso que pueda
p o rta si real o im aginario, que sea un verdadero tú s e r su g ra d o de p a r tic ip a c ió n c o n ta l e m is o r-
singular, personal y privativo para esa m ism a voz. protagonista, perm anece en su propio «yo» y en su
El a u to r de la canción, p o r m ucho que haya podido virtual segunda persona de p uro receptor (digo «vir­
ponerse a sí m ism o y a su am ada, im aginaria o efec­ tual», porque, aun sin dejar de ser destinatario, o sea,
tivam ente, en ese «yo» y en ese «tú» del texto, los ha en sentido lato, receptor, de hecho es raro que lo sea
entregado, sin em bargo, al público com o lugares va­ en el sentido e stric to de un «tú» gram atical; caso de
cíos indefinidam ente capaces de im pleción. Pero ser apelado de algún modo, es m ás frecuente que se
cuando el poem a épico dice «Arma u iru m q u e cano» lo distancie con la m ención de «el lector», que pide
o «Fabló el rey don A lfons/odredes lo que diz», ¿qué verbos en tercera persona). Se distingue aquí, pues,
ocu rre en el im plícito «yo» de «cano» y el im plícito nítidamente, entre la «Einfühlung» (o «empatia») que
sustenta la participación en lo n a rra d o y la «subro­
gación», que constituye la base del m odo de em pleo
12. El gesto constitutivo de la lírica es la repetición; la palabra
lírica nace ya como palabra repetida, y es tanto más esencialmente de la lírica. Positivísticam ente hablando, tam bién
lírica cuanto más acierte a sonar como algo que ya se ha dicho respecto del hai-ku de los kim onos nos c ab ría seña­
alguna vez. Preguntemos al usuario más común y cotidiano: el lar los tres papeles aquí diferenciados: un em isor (el
triste que se aplica una copla, ¿no centra todo su recurso en la poeta o su vicario el recitador), un receptor (el even­
ficción de haber sido ya otro al que esa misma desventura le ha
sucedido ya otra vez? El acto psíquico que corresponde a esto pue tual lector u oyente del poema) y un personaje (el pa­
de tom ar prestado del lenguaje jurídico la palabra capaz de defi­ dre del niño, real o im aginario, incidente o no
nir, por analogía, su carácter: sería un acto de «subrogación». incidente con la persona del poeta); pero el m isterio

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de la lírica consiste en que e sta trin id a d sean tres ix j ; los herm anos vienen a se r los títeres de la ficción
papeles distintos y un solo yo verdadero. La lírica lle­ que éste se organiza p ara sí mismo, pues no sólo es
ga a cu m p lirse de veras com o tal únicam ente cu a n ­ el a u to r del espectáculo, sino tam bién el esp ectad o r
do, com o ha sabido m ostrarnos, sin lu g ar a dudas, a cuyos ojos y a cuyos oídos expresam ente se d e sti­
la c riad a que can tab a p o r el patio, el usuario —y ya na. Pero a la vez tam poco está inequívocam ente fuera
no «receptor»— se subroga en el «yo» de la letra de los hechos com o un puro espectador, pues a u n ­
com o em iso r y personaje, es decir, se hace él m ism o que es cierto que él sabe o cree sa b er que ninguna
tal p rim era persona que habla p o r sí y de sí, y c u a n ­ am enaza se va llevar a térm ino, que todo tem or, toda
do, correlativam ente, en el «tú» de la letra, si es que zozobra, toda incertid u m b re son infundados, el he­
lo hay, ese yo de la voz que can ta o lee pone un tú cho de que su padre y sus herm anos sí presten, en
suyo privativo y personal. No hay, pues, en la lírica, cambio, fe a lo que sucede, sí se inquieten o tem an
propiam ente un receptor, sino un usuario: el genui­ de verdad, es ju sta m e n te lo que en el alm a de José
no y sin g u la r m odo de em pleo que la distingue y la presta sentido a la fabulación entera, sólo sobre esta
define consiste en que cuando yo leo un poem a no am bivalencia de los hechos se ferm enta en el alm a
soy uno que escucha, sino uno que dice. Lo m ás pare­ de José el ardiente vino que ha de a p la c a r la sed de
cido a ello es la oración: tam poco cuando se reza una su insaciable corazón, en la m ism a m edida en que
oración textualm ente fijada se es un receptor, sino a través de su padre y sus herm anos, a través de su
un usuario; el que reza se hace un au téntico yo em i­ creencia respecto de los hechos, logra él tam bién, y
so r de ese texto leído o recitado de m em oria, así como de reflejo, alguna form a de creencia, que le per­
com o el tú a quien se dirige es la divinidad apelada m ita hacerse personaje de su propia tram a. Más aún:
com o un tú propio y personal, p o r co m p artid a que si cabe, ciertam ente, a trib u irle un total protagonis­
sea por todos los creyentes. mo en todos los sucesos, no hay, sin em bargo, fun­
dam ento alguno —sino, p o r el contrario, indicios
En todo el episodio del anagnorism ós de la his­ justam ente opuestos, com o el ya m encionado c a rá c ­
to ria de José, esto es, en todos los hechos que están ter de im provisación sobre la m archa, con sus vaci­
e n tre el m om ento en que reconoce a sus herm anos laciones y rectificaciones— para p o d er a trib u ir a su
y el m om ento en que se da a conocer a ellos, nos en­ conducta ningún c a rá c te r cierto de deliberación ni
contram os con un a p a ra to reflexivo-em otivo no sólo de consciencia; se tra ta indudablem ente de acciones
recibido, padecido, sino tam bién emitido, producido, voluntarias, pero la voluntad no tiene por qué a p a ­
por el propio José; no ofrecido a sus ojos y a su alm a rejar siem pre, necesariam ente, en m odo alguno, la
por el azar, por el destino o p o r la voluntad del n a rra ­ deliberación y la consciencia («voluntario» —¡y en
dor, sino fab ricad o por el personaje m ism o para qué altísim o grado!— lo es tam bién el denodado, so­
sí. No hay un solo incidente, un solo albur, que ven­ brehum ano y único posible esfuerzo del náufrago por
ga a c ru zarse con la conducta de José, una sola ini­ alcanzar la playa): la voluntad bien podría no signi­
ciativa de reacción p o r p a rte de los herm anos, cuya ficar aquí m ás que m era iniciativa, m ero papel gra­
conducta se reduce a obedecer, a seg u ir pasiva y te­ m atical de agente po r p a rte de José, donde ni él
m erosam ente las líneas de acción y de respuesta que m ism o sabe tal vez lo que se hace ni m enos todavía
a cada paso va m arcándoles la iniciativa del prime- por qué lo hace. Antes bien, se d iría que él es el p ri­

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m er esclavo de sus propios actos, y no com o suele terrible fulgor lo paraliza, com o una luz deslu m b ra­
entenderse com únm ente esta expresión (o sea, la de dora encendida de pronto ante los ojos en la tiniebla
una esclavitud que revertiría sobre uno de retorno, del tiem po y la distancia. No puede así de pronto y
desde las consecuencias), sino ya en el m ism o movi­ lisam ente convertirse en un hoy cierto y palpable el
m iento de ida de la iniciativa. José padece su propia m ás lejano y añorado ayer, ni tro carse en ce rra d a
conducta, es, si se me p erm ite la antinom ia, pacien­ cercanía la m ás rem ota y a m ad a lontananza: «¡Se­
te de su propio incontenible im pulso de papel de párate, ventura; llégate lentam ente, que yo te vea ve­
agente (al fin y al cabo com o en toda acción en la que nir, que pueda v islu m b rarte poco a poco, atalayarte
la lib ertad no es punto de p artid a, sino m eta; en que y av istarte prim ero desde lejos, ad iv in arte p o r tus
no es punto de apoyo, com o la tie rra firm e p ara el pasos; que acierte a reconocer tu ro stro sin que a n ­
navegante que se hace a la m ar, sino señuelo del de­ tes no me ciegues con el irresistib le brillo de tus
signio, com o esa m ism a tie rra firm e para el n á u fra ­ o jo s!».
go que intenta llegar a ella). No p o r saber, o, si se Es de este doble juego de fuerzas encontradas —el
quiere, po r c re e r saber, que ninguna am enaza deja­ im pulso de s a lir derecham ente al encuentro de la
rá caer su brazo levantado, no por autor, o, si se quie­ gran felicidad y de a b razarse a ella y el sobrecogi­
re, po r p resu n to a u to r de su fabulación, logra verse m iento que ofusca sus sentidos y a g a rro ta sus
José m ás fuera de ella que su padre y sus herm anos, e n tra ñ as— de donde nace y se desencadena, com o
m enos prendido en las estrechas esp iras de una tra ­ una larga y o scura pelea de su alm a, la gran fab u la­
m a a la que ni él m ism o sabe p o r qué se ve im pelido ción. Los ojos de José c o n statan pero no ven, sus
de m odo irresistible. oídos advierten pero no oyen, sus sentidos registran
Con toda su apariencia, pu ram en te externa, de ero no perciben, su m ente entiende pero no conci-
cálculo y de prem editación, su co nducta es al fin
como un oscuro debatirse a manotazos, como un ciego
E e, su corazón acusa pero no com prende. Toda la tra ­
m a surge a m anera de una larga y tenaz explicación
y sordo forcejeo de los m iem bros por ab rirse cam ino con la que el alm a tra ta de esclarecerse y a lu m b ra r­
en la esp esu ra y en la opacidad, por rom per la p a rá ­ se a sí m ism a toda la inm ensidad del acontecim ien­
lisis en que el alm a se ha visto bloqueada ante la re­ to. No b a sta con que los ojos atestigüen y los oídos
pentina inmediatez, ante el arro llad o r y desbordante presten testim onio; es necesario que los ojos lleguen
asalto de la gran felicidad que ha venido a so rp re n ­ a ver de veras y los oídos oigan verdaderam ente. Sólo
derla y rebasarla. Así, tam bién sus propios actos vie­ podrá saciarse el alm a y llevar el suceso a cum pli­
nen a ser, de alguna form a, algo que ocurre, que le m iento cuando realm ente sea capaz de m edir y de
ocurre; actos tan suyos y tan poco suyos com o el im ­ abarcar, con todas sus potencias y sentidos, la m ag­
pulso au tom ático que nos lleva a proteger el vientre nitud de su ventura.
ante el súbito am ago de una espada que se viene de­ Tiene, pues, que a g ita r aquellas m eras presencias,
recham ente sobre él. No es aquí, ciertam ente, la es­ que rem over aquellas sim ples figuras todavía fantas­
pada m ala, la espada verdadera del dolor, sino la m as de un ensueño (a la m anera en que en los gran­
buena espada de la dicha, a cuya em briagadora he­ des en cuentros en lu g ar y ocasión inesperados se
rida bien q u e rría José ofrecer las carn es de su alma; sacude al am igo por los hom bros, com o se agitaría
pero su b rillo cegador lo ofusca y sobrecoge, su cu alq u ier cosa que suena, al tiem po que se exclama:

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«¡Pero, ¿es posible que seas tú?!»). Su corazón, ansio­ ción tan denodada y trab ajo sam en te pugnaba p o r
so h a sta la voracidad, necesita z a ra n d e ar y a je tre a r vencer, la insoslayable distan cia que h ab ía que cu ­
a su padre y sus herm anos; sobar, m an o sear sus co­ brir, está rep resen tad a del m odo m ás preciso en la
razones h a sta hacerles daño: que ellos vayan y ven­ d istancia que m edia entre d e c ir «vuestro padre» y
gan, que ellos se inquieten, que ellos teman, que ellos volver a poder d ecir verdaderam ente «mi padre» a
se sientan confusos y turbados; que hablen, que pro­ boca llena y con todo el corazón al fin desem barga­
nuncien los nom bres de su padre y de su m adre, que do, ilum inado, y rescatado de su opacidad. ¿A qué
digan cosas com o que Jacob se m o riría si perdiese rep etir ahora la pregunta, sino porque aquel p rim e r
tam bién a Benjam ín; José no lo quiere o ír p a ra sa­ otro preguntar no era m ás que un indirecto y distante
berlo, sino p a ra p a lp a r la idea con todo el corazón; averiguar (incluso m aterialm ente distanciado por el
necesita que la fam ilia ponga en acto y en expresión intérprete interpuesto, como si hasta la lengua de sus
sus vínculos de am or, que se tensen y suenen, a u n ­ p adres se su strajese al alcance de sus labios) y sólo
que tenga que se r p o r el tem or y la zozobra, las c u e r­ éste de ahora es p a ra el alm a el verdadero pregun­
das fam iliares, com o quien necesita volver a o ír y a tar? Veintiún años de a p a rtam ien to y de distancia
reconocer el tim bre de una cíta ra desde hace tiem po son m uchos años p ara que el alm a pueda salvarlos
m uda. Sólo cu ando las cu erd as de esa c íta ra alcan ­ llanam ente y en un solo instante. La larga fabulación
cen la tensión que necesitan p a ra d a r su m ás alta del reconocim iento de José con sus herm anos es ju s ­
nota p o d rá José finalm ente h a c er s a lta r los c e rro ­ tam ente el m ediador reflexivo y expresivo, la caja de
jos de su alm a, ro m p er los frenos de su corazón. Así resonancia, que el secreto reso rte aním ico de la pro­
lo m u estra el crescendo de los tres llantos: po r dos yección sensible hubo de u rd ir y desplegar ante los
veces el alm a ha estado a punto de vencer la resis­ sentidos y ante el corazón p ara que el acontecim ien­
tencia de la opacidad, de a b rirse una salida, y por to pudiera llegar a cum plirse enteram ente en la con­
dos veces el a g arro tam ien to del oscuro corazón la ciencia: ahora el llanto rom pe y se levanta inm enso
ha obligado a replegarse y esconderse. ¡Todavía no; y desbordante com o la felicidad que pregona y que
no basta! S erá preciso que el h ierro se ponga al rojo celebra, en un clam o r que resuena, llenándolo con
vivo, que la c ald era llegue a su extrem a ebullición su anuncio, por todo el palacio del faraón. Si en el
p ara que pueda al fin ech ar la tap ad era po r los aires hai-ku de los kimonos teníam os el que podría llam ar­
y desb o rd arse y derram arse: se «procedim iento especular», aquí se nos ofrecería
«¡Yo soy José! ¡¿Vive mi padre todavía?!»; él ya el «procedim iento fabulante».
sabe que vive, ya ha preguntado dos veces por él, pero La h isto ria del am o r entre José y Jacob toca real­
entonces ha dicho «vuestro padre»; únicam ente aho­ m ente la cim a del am or patriarcal, pues aquí el am or
ra le es dado al fin poder d ecir «m i padre». E sta pre­ grande, el a m o r principal, al que se subordinan to­
gunta inm ediata, sim ultánea —com o si todo fuese dos los dem ás am ores de la fam ilia de Israel, es, ob­
un m ism o contenido indiscernible— a su darse a co­ viamente, el m utuo am or de Jacob po r José y de José
nocer, confirm a rotundam ente, en su propia ociosi­ p o r Jacob. El gran a m o r de éste po r R aquel había
dad inform ativa, todo el sentido de la fabulación sido sin duda la fuente y la semilla; su am or por Ben­
entera: ¡Este era, pues, el punto de destino! ¡Aquí era jam ín, único herm ano tam bién de m adre de José, era
adonde se q u e ría llegar! El o bstáculo que la fabula- el bálsam o que aliviaba su desolación tra s la desa­

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parición del predilecto. Jacob vendrá ah o ra a Egip­ decir, ascenderlos de una generación, poniéndolos
to con toda su fam ilia y todos sus ganados y o b ten ­ a la a ltu ra de sus tíos y equ ip arán d o lo s a ellos en
drá del faraón, gracias al rango y al prestigio de José, la distribución tribal. Y, ya en el lecho de m uerte, lla­
una tie rra de pastoreo en la región de Goshén, o sea, m ará ju n to a s í a sus doce hijos, para darles, uno a
en la esquina noroeste de la península del Sinaí, pe- uno, su últim a bendición. No me resisto a tra n sc ri­
'ando con el istm o. C orram os un tu pido velo sobre
fa inhum ana conducta política de José, que sa b rá
aprovecharse de los excedentes tan previsoram ente
b ir aquí la increíble bendición que reservará para
José, su hijo m ás am ado:
alm acenados en los años de abundancia, p ara expo­ José es un novillo hacia la fuente;
liar, con su venta, al pueblo egipcio del m odo m ás a la fuente se encamina,
inicuo y desp iad ad o d u ran te los siete años de ham ­ los arqueros le hostigan,
bre, h asta lograr su absoluta depauperación, convir­ los tiradores de saetas le atacan;
tiendo toda la tie rra de Egipto en propiedad del pero la cuerda de su arco se rompe
faraón, y pasem os al final. Llegada para Jacob la y su poderoso brazo se encoge,
hora p o strera —tra s diecisiete años a e vida en tie­ por el poderío del fuerte de Jacob,
rra egipcia—, d ecid irá a d o p ta r p o r hijos suyos a los por el nom bre del pastor de Israel.
dos hijos m ayores de José: Efraím y M anasés,13 es En el Dios de tu padre hallarás tu socorro,
en El-Sadaí que te bendecirá
13. Nunca había yo entendido el sentido que pudiese tener esta con bendiciones del cielo arriba,
adopción, ni. por lo tanto, el porqué de que, en lugar de una «Tribu bendiciones del abismo abajo,
de José», hubiese dos tribus, a nombre de sus dos hijos mayores,
puesto que la bipartición de aquella posible tribu unitaria en las bendiciones del seno y de la matriz.
tribus de Efraím y de Manasés se deriva obviamente de este acto Las bendiciones de tu padre y de tu madre
de adopción. Pero hoy se me ha ocurrido una explicación tan plau­ sobrepasan las bendiciones de mis progenitores,
sible de la cosa, que, a reserva de lo que sobre ello tengan averigua­ suben por encim a de los eternos collados;
do los doctores, tiene todo el color de una evidencia: José no podía
ser ya cpónimo de una tribu porque, habiendo sido vendido por que caigan sobre la cabeza de José,
esclavo a Putifar, no era ya un hombre libre, y, por muy alta que sobre la frente del príncipe de sus herm anos.14
hubiese llegado a ser su posición social tras pasar a poder del
faraón, seguía teniendo condición de esclavo y ya no pertenecía
a Jacob sino al propio faraón; de ahí que Jacob, para poder perpe­ 14. Según la primitiva versión de N ácar y Colunga, versión real­
tu ar en su pueblo, como descendencia propia, la sangre de su hijo mente admirable, que, por razones para mí del todo ignotas, ha
más amado, no tuviese más opción que la de adoptar por hijos
a sus nietos Efraím y Manasés. Q uedaría la dificultad de la posi­ sido lamentablemente alterada y destrozada en ediciones poste­
ble condición jurídica de éstos; ignoro lo que las leyes egipcias riores, sin por eso dejar de presentarse bajo los mismos nombres
disponían a este respecto, pero la conjetura que, entre otras va­ y como la misma versión. Neftalí era allí, por ejemplo, en estas
rias, me parece más probable es la de que, aunque hijos de escla­ mismas bendiciones, «un terebinto que echa muchas ramas, / ra­
vo. bastase la sola sangre egipcia de su madre Asenet —mujer, mas altas y espléndidas»; aquí —en la novena edición— resulta
por añadidudra, de casta sacerdotal— para que fuesen libres de ser, en cambio, «una cierva en libertad». Ya, pues, que aquella pri­
nacimiento. Aun en el caso, también muy posible, de que José hu­ mera edición se diferencia de las posteriores a veces tanto como
biese sido em ancipado por el favor del faraón para con él, Jacob un terebinto pueda diferenciarse de una cierva, ¿por qué la BAC
podía, no obstante, estim ar como indeleble, a los efectos, la man­ no tiene con nosotros un detalle delicado y, aparte de seguir edi­
cha de la vieja esclavitud, o bien excluir desde el principio la al­ tando la versión adulterada, no reedita también la primitiva, que
ternativa de pedir que le fuese devuelto para su propia casa el
hombre a quien el mismo faraón había encumbrado hasta el pues­ a tantos nos apasionaba y que yo mismo, habiéndola extraviado,
to más alto del imperio v a quien necesitaba y estimaba como su sólo he podido citar, en este caso, gracias a recordar de memoria
mano derecha en el gobierno del país. las bendiciones de Jacob?

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autos de fe; sobre qué era, p o r ejem plo, lo que a rd ía
en la hogueras de Savonarola, ni aun si seguía sien­
do lo m ism o antes de la quem a y después de ella. La
quem a m ism a era, sin duda, generadora de valor: un
tesoro en el cielo, pero ni en esto m ism o se puede es­
tablecer si ese valor no nacía m ás bien del propio
luego que de lo quem ado. C om oquiera que sea, la
idea del tesoro en el cielo viene a lanzar sobre los bie­
nes una m aldición equivalente a la que sufren bajo el
signo de la c u ltu ra predatoria. Y en esta m ism a en­
contram os, p o r cierto, otra form a bien cara c te riz a ­
da de quem a o destrucción de objetos (y digo,
El caso M a n riq u e1 sim plem ente, «objetos», po r cu an to aquella m ism a
antedicha am bigüedad sigue im pidiéndom e decir, de
modo unívoco, «bienes» o «valores»): el potlach. Cuan­
do un jeque, en desafío con otro jeque, prende fuego
«La destru cció n de los valores a sus propios pastos o cosechas y degüella a sus diez
es la restau ració n de los bienes.» m ejores caballos, a sus cien m ejores cam ellos, a sus
(Jacinto B atalla y Valbellido) mil m ejores ovejas, p ara m o stra r cóm o él está po r
encim a de su propia posesión y para hacerse así m ás
Antiguo y recu rren te es el pleito entre los bienes grande que el otro, tam poco hay duda de que lo que­
y los valores, y, por añ ad id u ra, p arece condenado a mado, m atado o d e stru id o pasa autom áticam ente a
tener que volver a em pezar siem pre p o r el juzgado uenerar valor: el dueño m ism o recibe de la an iq u i­
de instrucción. Si alguna vez pasa de ahí, esto es, si lación v o lu n taria de su propia hacienda un au m en ­
alguna vez se dicta un auto de procesam iento, éste to de valor prácticam ente equivalente al que pudiese
aco stu m b ra a to m a r todo el aspecto de un auto de recibir de una gesta p red a to ria que pusiese en sus
fe. Pero un auto de fe a lo que se parece, m ás que a m anos el botín de o tra hacienda sem ejante: ahora
un auto de procesam iento, es a la ejecución de una «vale m ás» (y recuérdese cóm o en E l Cantar de Mío
sentencia p u ra y pinta. De m odo que se d iría que la ( 'id la fó rm u la canónica del desafío —del reto a due­
m ateria m ism a produce com o una especie de agarro­ lo en el cam po del h o n o r— era el lanzam iento oral
tam iento procesal, que o b struye cu a lq u ier posible v público de la «tacha de m enos valer» al rostro del
intervención de instancias interm edias. Por otra tlesafiado), pero, ¿quién, a nuestro propósito, podría,
parte, es absolutam ente im posible decir una palabra tam poco aquí, d ecir ya una p alab ra unívoca sobre
unívoca sobre qué es realm ente lo que arde en esos aquellos pastos dados a las llam as, sobre aquellas
ovejas pasadas a cuchillo, sobre aquellos caballos cu­
yas c arro ñ as hieden ahora en el silencio del desier-
1. Este ensayo es, en parte, un desarrollo de algo ya apuntado
en el texto «Sobre el Pinocchio de Collodi» (en este mismo Vo to, ese m ism o silencio que aún ayer rom pían y
lumen, págs. 93-94). alegraban con el lejano lla m a r y resp o n d er de sus

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relinchos? N unca h a b rá univocidad acerca de estas la intención m anifiesta del poeta lo quiso colocar.
cosas m ien tras el sólo e s ta r en el cuenco de la m ano Mairena, po r el contrario, dem ostrando a la vez la
de un niño sea capaz de tra n sfig u ra r o tra n sfo rm a r más im perdonable despreocupación en cuanto c rí­
ante nuestros propios ojos la m ás valiosa de las es­ tico literario y el m ás fino y seguro oído en cuanto
m eraldas en algo no d istin to de cu a lq u ier lindo gui­ lector de lírica, se olvida p o r com pleto de la inten­
ja rro pulido p o r el río. ción m anifiesta de M anrique y se va derecham ente
Pero m i intención no era la de m eterm e en averi­ ¡il corazón de las únicas coplas verdaderam ente líri­
guaciones sobre la m ás íntim a esencia de tan oscu­ cas del poem a, p a ra encom iarlas ju stam en te en el
ro asunto, sino la de c o n sid e rar el curioso conflicto sentido radicalm ente c o n tra rio al que quisieron te­
que im pensadam ente viene a su rg ir en las en tra ñ as ner para el poeta en la totalidad de la elegía. Su d es­
de una de las m ás fam osas recu rren cias del pleito cuido o su distracción son tan escandalosos que
de los bienes y los valores, o sea, las Coplas de J o r­ llega incluso a decir: «El poeta no com ienza por asen­
ge M anrique p o r la m uerte de su padre. E stas co­ ta r nociones que tra d u c ir en juicios analíticos, con
plas son, en conjunto, un gran fracaso (aunque ya se los cuales co n stru ir razonam ientos. El poeta no pre­
verá cóm o ese m ism o fracaso ha sido, parad ó jica­ tende sab er nada; pregunta por dam as, tocados, ves­
mente, p ara bien); de ellas las hay m alas, las hay m e­ tidos, olores, llam as, amantes...»; pues bien, ya que
diocres, las hay m ejores y las hay detestables; pero la referencia al soneto de C alderón nos perm ite
no es este p rim a rio juicio de valor pu ram en te a rtís ­ corregir la im precisión del lenguaje de M airena y en­
tico lo que hace al caso en la cuestión que me inte­ tender lo que quiere d ecir con esto, a poco que se re­
resa, o, al m enos, el aspecto que ese juicio toca no pare en las coplas de M anrique se verá que en casi
concierne ni afecta a mi asunto de m odo sustancial, todas las que anteceden a la que com ienza «¿Qué se
pues el conflicto al que pretendo referirm e viene a hizo el rey don Joan?» (que es la 16) el au to r ha venido
salirse de lo que propiam ente llam am os literario, haciendo ju stam en te lo que M airena niega que haga
aunque tam bién sobre ello rep ercu tan sus graves en la copla que tom a com o ejem plo (que es la 17);
consecuencias. si ciertam ente en ésta no lo hace, dicho del poem a
Para poner en claro lo que quiero decir, n ad a m e­ entero, es falso de toda falsedad lo de que el «poeta no
jo r que em pezar p o r c o n sid e rar el curio so c o n tra s­ com ienza p o r a se n ta r nociones, etc.» y lo de que
te que ofrecen las opiniones de Menéndez Pelayo y de «el poeta no pretende saber nada; pregunta, etc.». Pre­
Ju an de M airena al respecto de las coplas en cues­ cisam ente ha com enzado po r a se n ta r nociones, po r
tión. Don M arcelino a g a rra el poem a po r el asa de saberlo todo, y, lejos de preguntar, no ha estado ha­
la intención explícita del a u to r y, sin d e ja r de repro­ ciendo otra cosa que responder. Pero sigam os la cita
charle las dos coplas realm ente deplorables a que de M airena tal com o Antonio M achado la tra n s c ri­
aludo m ás a rrib a , o sea, la 27 y la 28 («apenas pue­ be en el p arágrafo E l «Arte poética» de Juan de M ai­
den tach arse dos estro fas pedantescas y llenas de rena, q u e fo rm a p a r te de su in tr o d u c c ió n al
nom bres propios»), lo elogia sin restricciones en todo «Cancionero apócrifo de Ju an de M airena»: «El ¿qué
lo dem ás com o un «doctrinal de c ristia n a filosofía», se hicieron?, el devenir en interrogante, individuali­
esto es, bajo el concepto de serm ón de encarecim ien­ za ya estas nociones genéricas, las coloca en el tiem ­
to de los valores y m enosprecio de los bienes en que po, en un p asad o vivo, donde el poeta pretende

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in tu irla s com o objetos únicos, las rem em ora o evo­ Marcelino, por su parte, fundándose en el principio de
ca. No pueden ser ya cu alesq u iera dam as, tocados, la identidad de la persona, que aquí significaría identi­
fragancias y vestidos, sino aquellos que, estam pados dad del autor consigo mism o y consiguientemente uni­
en la placa del tiempo, conm ueven —¡todavía!— el dad de la intención y univocidad de la obra, habría ape­
corazón del poeta. Y aquel trovar y el danzar aquél lado, a su vez, a la exigencia crítica de que el poem a
—aquellos y no o tro s— ¿qué se hicieron?, insiste en I uese considerado com o un todo y h a b ría im pugnado
p reg u n ta r el poeta, h asta llegar a la m aravilla de la las apreciaciones de M airena como apoyadas en la m ás
estrofa: aquellas ropas chapadas, vistas en los giros a rb itraria extrapolación. Mas por m ucho que Don
de una danza, las que traían los caballeros de Ara­ Marcelino pudiese ab u n d a r en toda suerte de razones
gón —o quienes fueren—, y que surgen ahora en el —que no se podría decir que le faltaran —, sólo tenía
recuerdo, como escapadas de un sueño, actualizando, razones; pero era M airena quien tenía razón, porque la
m aterializando casi el pasado, en u n a trivial anéc­ t ontradicción está en las entrañas m ism as del poema.
dota indum entaria. Term inada la estrofa, queda toda
ella vibrando en n u e stra m em oria com o una m elo­
día única, que no p o d rá repetirse ni im itarse, po r­ (El diálogo del «Gran Café de Nápoles»)
que p ara ello se ría preciso h a b e rla vivido. La
em oción del tiem po es todo2 en la estrofa de don (A este propósito, en las m em orias inconclusas, iné­
Jorge; nada, o casi nada, en el soneto de Calderón. La ditas, prácticam ente anónim as — pues sólo hay una
diferencia es m ás profunda de lo que a p rim era vis­ más o menos plausible conjetura sobre la identidad de
ta parece. Ella sola explica por qué en don Jorge la lí­ \u autor, cuyo nombre, por tanto, om itiré— y acaso in-
rica tiene todavía un porvenir, y en Calderón i luso apócrifas —com o lo son, por lo demás, de uno u
—nu estro gran b arro co — un pasado abolido, defini­ otro modo, todas las m em orias—>de cierto oscuro pe-
tivam ente m uerto». liodista sevillano aparece, com o único y nunca corro­
A tenor de e sta s palabras, no es nada aventurado borado testimonio, el relato de un insospechado
suponer que M airena se h a b ría opuesto del modo encuentro entre Juan de Mairena y don Marcelino Me-
m ás rotundo al dictam en de Don M arcelino, supues­ néttdez y Pelayo, con un diálogo que versa, en su ma-
to que leídas las coplas com o lo que eran p ara éste, yor parte, justam ente sobre las coplas de Manrique.3
o sea, com o un «doctrinal de c ristia n a filosofía», no
podría escucharse en ellas sino el m enosprecio de V Debo la gentileza de haberme permitido hojear (yo antepongo
lo perecedero, y m al podría h a b e r en ellas nada de »lempre la «h» a esta palabra que suele escribirse sin ella —de-
«emoción del tiem po», ningún p asad o efím ero que livándola de «ojo», como «pasar los ojos», pero creo que, sea o
lio por etimología popular, el oído común la refiere a «hoja», como
«conmoviese —¡todavía!— el corazón del poeta», nin • pasar las hojas» —de un libro, por supuesto—) tan pintoresco
guna clase de añoranza (versión retrospectiva o re- manuscrito y transcribir el episodio que recojo extractado en es-
troactiva del deseo) de cu an to pueda e s ta r m arcado l a s páginas a doña Rosa Hernández, viuda de O’Connor. Al mani­
p o r el signo y el sino de la caducidad. Así que Don festarle desde aquí mi gratitud, me cumple, de igual manera,
lonsignar, por expreso deseo de Doña Rosa, que ningún paren­
tesco próximo o remoto la une con el autor de las memorias, las
2. Sic: «es todo», en lugar de «/o es todo», como sería correcto, i uales han venido a su posesión sólo a través de una serie de cir-
tanto en la edición de Espasa-Calpe como en la de Losada. i unstancias, altamente fortuitas, que no hace al caso detallar aquí.

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Según el m anuscrito de este olvidado y d udosam en­ en donde, por lo visto, fue reconocido en el acto por
te identificado reportero, el fugaz conocim iento en­ el autor de las m em orias, ya que «su im ponente efi­
tre am bos personajes se habría producido con gie —según nos explica el texto—, gracias a cientos
ocasión de una breve estancia en Sevilla de Don Mar­ de grabados y de fotografías, era tan fam iliar en el
celino, «sin otro objeto — son palabras textuales que circuito de las personas instruidas com o fam oso era
el autor de las m em orias pone en labios de Don Mar­ su nom bre entre las m ism as». Im puesto en su profe­
celino en la conversación de éste con M airena— que sión, el autor de las m em orias vio en seguida la posi­
el de confirm ar ciertos extrem os que m e interesaban bilidad de una entrevista-reportaje, del que confiesa
en los archivos de la M etropolitana». Parece, pues, incluso los diferentes títulos que llegó a barajar: «Don
que, siem pre según el poco conocido y aun m enos Marcelino en la ciudad de A lm utam id», «Menén-
acreditado m anuscrito, «corriendo a la sazón la p ri­ ile zy Pelayo rinde visita a Im Giralda», y otros por
mera quincena del mes de julio y sin ninguna de esas el estilo, m ás un ú ltim o «más serio —dice—, de re­
benem éritas torm entas que tanto suelen aliviar los serva, por si el director los estim aba una m ijita atre-
inm isericordes rigores de las noches sevillanas, Don vidillos y m e los echaba para atrás: "El sabio don
Marcelino, que se hospedaba, por lo que pude co­ Marcelino M enéndez y Pelayo viene a consultar los
legir, en el Parador del Sol, sito, com o es notorio, tesoros documentales de nuestra capital"». Pero estan­
en la calle de la Cabeza del Rey Don Pedro, aleda­ do en aquel m o m ento acom pañado p o r una m ujer
ña con la Alfalfa, y p o r ende en uno de los puntos llamada La Sagrario, «una m u jer que m e quería
m ás interiores y m enos ventilados de la urbe, aterra­ —com enta—, una m ujer buena, una Magdalena, de la
do, sin duda, ante la sola idea de meterse en cama, i/ue si un tu m o r impío, un cáncer inhum ano, no m e
vino a buscar el consuelo, por cierto m ás ilusorio que la hubiese Dios arrebatado, tal vez habría llegado a
real, de un espacio m ás am plio y despejado com o es hacer la com pañera de m i vida y el sagrario de m i
el de la Alam eda de Hércules, donde existía hasta ancianidad» [sic; anacolutos com o este, en que el pa­
hace pocos años el Gran Café de Nápoles, que tanto pel de sujeto de «hubiese arrebatado» queda am bi­
yo com o un señor Mairena, profesor de gim nasia —y guam ente repartido entre Dios y el tu m o r impío, no
con quien yo no tenía otro conocim iento que el del son infrecuentes en el m anuscrito, casi carente, por
sim ple saludo que se usa entre asiduos de un m ism o lo demás, de correcciones: y, en cuanto a lo de «sa­
establecim iento—> solíam os frecuentar». Sigue des­ grario de m i ancianidad», sería injusto sacar la con-
pués contando el periodista cóm o Don Marcelino, des i lusión de que el autor tenía un tan elevado concepto
pués de haberse paseado de acá para allá unas de sí m ism o com o para considerar su propia ancia­
cuantas veces, con las m anos cogidas p o r detrás de nidad digna de la veneración de un tabernáculo; m ás
la chaqueta, «concentrado, a todas luces — nos dice conform e parece con la actitud general del m anus­
textualm ente—, en las más arduas reflexiones, abstraí crito pensar que sólo quiso encontrar todo un s ím ­
do en los m ás elevados pensam ientos, entre las dos bolo — aunque tuviese que ser algo forzado— en el
parejas de colosales y m onolíticas colum nas roma nombre de pila de la mujer, deseoso tan sólo de ren­
ñas que adornan los extrem os de la célebre alam e­ dir hom enaje a su mem oria, sin andarse parando de­
da, y de las que ésta tom ó sin duda el nombre», se masiado en el sentido de lo que decía]. «Viéndome
resolvió p o r fin a entrar en el Gran Café de Nápoles, y o , así pues — sigue el autor — > en la precisión de des­

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pacharla antes de presentarme a Don Marcelino, m an­ tos exquisitos m ovim ientos de la mano, pero juntas
dándole, com o m e parecía lo más correcto, una tarjeta las yem as del pulgar y el índice, igual que un can-
de visita a través del camarero, se m e adelantó, ga­ taor.» Un conato de roce parece que lo hubo, sin e m ­
nándom e la acción, el tal señor Mairena, que igual­ bargo, cuando Mairena em pezó a poner en entredicho
m ente lo había reconocido, y, produciéndose de la la figura del conde de Paredes, aseverando que don Ro­
form a m ás desenvuelta, lo abordó sin m ás ni más, drigo Manrique, al igual que don Fadrique Enríquez,
tendiéndole la m ano y anunciándole su nombre, sin había sido, en realidad, m ás bien un m a l bicho, hen­
haberle dejado tan siquiera el tiem po de acom odar­ chido de soberbia y de am bición, y contrastando su
se, y en el acto pegó la hebra con él. Con lo que, aun­ actitud y la de su fam ilia con la responsabilidad, la
que al día siguiente m e personé a m ediodía en el dignidad y la franqueza que durante todo el reinado
Parador del Sol, fue sólo para enterarm e de que el de E nrique I V habían sabido mantener, en cambio,
sabio había partido, así que al fin no pude redactar los Mendoza. Pero si este conato de fricción no pasó
más que una sim ple nota de su fugaz estancia.» Casi a mayores fue gracias a la intem pestiva intervención
en seguida, al parecer, la conversación se fue centran­ de un tercer personaje, un anciano solitario, sentado
do sobre el tem a de la literatura. «No sé con qué pre­ en un velador casi contiguo, que había aguzado el
dicam ento — com enta aquí, tal vez con una punta de oído a la conversación, en especial desde el instante
rencor por haber visto frustrada su entrevista, el autor en que ésta había derivado hacia juicios históricos,
de las m em orias— se atrevía aquel señor Mairena a y que con la desm esura de su interpelación rebasó
departir de literatura con el insigne M enéndez y Pe- cualquier posible m edida que hubiese amenazado al­
layo, siendo, com o era, profesor (aunque m ejor diría canzar el desacuerdo entre Mairena y M enéndez y Pe-
mos "in stru c to r" por m u y titulado que estuviese) de layo. Cuando el segundo, en efecto, replicó, con una
gimnasia.» Om itiré reseñar aquí los párrafos del m a­ punta de viveza, que si consideraba M airena a Don
nuscrito que recogen, a m enudo con frases literales Enrique un rey m erecedor de lealtades incondiciona­
de los interlocutores, la prim era parte de la conver les o escrupulosos m iram ientos y com enzó a expla­
sación, hasta el m om ento en que, habiéndose al fin yarse sobre el gran beneficio que tanto para la
polarizado sobre la lírica castellana, salieron casi en sucesión de Enrique de Castilla com o para la de Juan
seguida a relucir las coplas de M anrique a ¡a muerte II de Aragón había supuesto la actitu d de persona­
de su padre; parece ser, pues, que am bos personajes jes com o Don Rodrigo y el alm irante Don Fadrique,4
coincidieron con el m áxim o entusiasm o en encomiui cuya clarividencia, aun después de fracasar, por la
este poem a con especial predilección, llegando inclu m uerte del infante Don Alfonso, la tentativa de Ávila,
so a recordar de m em oria algunas partes y a ponde había llevado fin alm ente al glorioso reinado de Fer­
rarlas con tono adm irativo. «No dejaba de ser un nando y de Isabel, el anciano no pudo contenerse más
e s p e c tá c u lo c h o c a n te — d ic e e l a u to r de las me y «se arrancó —según dice textualm ente el autor de
m o ñ a s— ver cóm o aquel profesor de gim nasia se las m em orias— com o un cárdeno chorreao, lleván­
sabia de corrido las coplas de Jorge Manrique, y la dose por delante la puerta del toril de la urbanidad,
manera en que se las recitaba a M enéndez y Pe/ayo,
casi com o si fuesen versos propios, o com o si se las 4 Véase, sobre este personaje, el Apéndice n.° 1 al texto «Discurso
estuviese dando a conocer, acom pasándose con ciet de Gerona» (en este mismo Volumen, pág. 279).

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del civism o y de la buena educación», y se encaró, i/uiabiertos y solam ente el segundo hizo un intento
por lo visto, con Don Marcelino, espetándole a que­ ile atajar, diciendo: «¡Está usted disparatando, caba­
marropa: «¡Sí, p o r cierto! ¡Coincide con la versión llero!», pero el anciano, cada vez m ás crecido, prosi-
mía!¡La clarividencia de la intriga y la calum nia, de Huió: «¡Si no hubiese sido po r la clarividencia, com o
la traición y del veneno!¡Esa fue la clarividencia del usted la llama, de sus M anriques y de sus Fadriques,
almirante y de su hija, doña Juana Enríquez, que con­ iilinra tendríam os todavía la dulce España de los cua­
dujo al glorioso reinado de Fernando! ¡La calum nia tro reinos, la España de Lisboa, de Segovia, de Zara-
de Don Fadrique, que encizañó a Juan II contra el Hn.a y de Granada; ahora tendríam os allí —y
principe de Viana, al padre contra el hijo, y las hier­ señalaba con el brazo y el índice extendido hacia al-
bas de su m adrastra Doña Juana, que acabaron con Hiin punto remoto, m ás allá de los m uros del café—
él! ¡Así es com o sacaron adelante la m adre al hijo y un reino islám ico europeo, próspero, pacífico, culto,
el abuelo al nieto! ¡Linda m anera de velar al m ism o n'finado, la esmeralda de Alá com o remate del collar
tiem po por la grandeza de la patria y el interés de la ile los pueblos cristianos, que seria hoy el orgullo de
fam ilia! ¡A esto suelen salir con que Dios escribe de­ I uropa, a la vez que el espejo en que se miraría todo
recho con líneas torcidas, pero toda la plana, toda la el Islam occidental, pues sus naves, flanqueadas bor­
resma, se torció, y no hay quien haya vuelto a ende­ da con borda, remo con remo, vela con vela —se exal­
rezarla!...», y por este tenor siguió apostrofando el an t a b a el anciano—, por las galeras herm anas de
ciano — «el energúm eno», com o lo llam a el autor de Aragón y de Castilla, jam ás habrían perm itido que
las m em orias— contra Isabel, a quien calificó de los turcos pasaran de Cairuán ni del estrecho de Pan-
«bruja beatorra y marisabidilla», contra Fernando, leleria!». Aquí Mairena, tal vez porque veía que la ten­
del que dijo que era «más falso que la rama de una s i ó n aum entaba por m om entos, quiso terciar,
higuera», pero que «bien tenía a quien salir», contra Intentando quitar hierro con una observación inofen­
el Gran Capitán, en cuyas cam pañas de Italia veía los s i v a . y «habituado sin duda — com enta textualm en­
prolegóm enos del Saco de Roma, contra Cisneros, te el autor de las m em orias— a exigir precisión de
«con sus B úcherverbrennungen, por no hablar de m ovim ientos en la ejecución de la tabla de g im n a ­
otras quemas», contra los Colones, de los que salva s i a», aprovechó una pausa en la proclam a del ancia­
ba sólo a Fernando, ensañándose con «Dieguito», no. para decirle: «Si com o creo colegir de sus
com o lo llam aba, y sobre todo con Bartolom é, que palabras, es a Granada a donde quiere usted apun-
«con perversas m aquinaciones se dio buena mana Uti. le ruego que varíe el ángulo del brazo unos cua­
para borrar de la faz de la tierra a un pueblo ente terna grados hacia el este, porque así está usted
ro», y reservando para Cristóbal el dictam en de «buen Indicando m ás o m enos a Ronda o a Estepona». Pero
m arinero en la mar, pero en tierra un orate visiona vi anciano rehusó la transacción y em palm ó de vo­
rio, al que debieron dejar am arrado de por vida a la lea. vin dejar rebotar, con sorprendente rapidez: «¡Tan­
barra del tim ón, sin perm itirle pisar jam ás m ás que to daría ya que señalase a Peña Labra, a Santander
sobre m adera ni conocer m ás tierra que la de su pro H a los m ism ísim o s infiernos! ¡Nada de aquello vol­
pia sepultura». Era tan virulenta la andanada, que een! ya más! Por m i parte —añadió, m odulando aho-
en un p rim er m o m en to M airena y Don M arcelino no m su cólera con cierto tono de solem ne unción—> no
acertaron a hacer casi otra cosa que escucharla b<> he vuelto a reconocer m ás reyes en España que m i

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señor Don Carlos, Principe de Viana, en La Aljafería v devolver, y por toda reacción se lim itó a mirar a Don
de Zaragoza, que m i señora doña Juana de Trastama- Marcelino con una m edia sonrisa o casi m ueca de
ra — Beltraneja que fuere o que dejase de ser, si eso desdén, acom pañada de un fuerte resoplido que pa­
les place—> en el Alcázar de Segovia y que m i señor rada decir: «Si no; si ya se sabe; si es inútil; ¿a qué
Abu Abdallah M uhám m ad, Boabdil, en la Alham bra va uno a meterse a hablar de nada?». Luego, m u y dig­
de Granada». Don Marcelino, entendiendo sin duda namente, se levantó para marcharse, aunque no sin
el apenas velado ataque ad hom im em —o «puñala­ pararse unos instantes al cruzar p o r delante de la
da trapera», com o lo califica textualm ente el autor mesa de M airena y de Don Marcelino, para, con una
de las m em orias— en lo de Peña Labra y Santander, levísima inclinación de la cabeza, sibilarles entre
replicó excitadam ente: «¡Creo que se está usted ya pa­ dientes: «Rubén Segovia Francos, catedrático de His­
sando un tanto de la raya, señor m ío! ¡Y ya le hem os toria y Geografía, jubilado, en los In stitutos de Me­
consentido por demás, no habiéndole dado nadie vela dina del Campo y de Jaén, para servirles». Cuando,
en este entierro!». Mas el anciano volvió a dem ostrar pagada su consum ición, atravesaba ya el anciano el
su implacable rapidez: «Ah, ¿conque se trataba de un cilindro de la puerta giratoria, «cuyas cuatro alas
entierro? — dijo con voz sardónica— ¡Ya decía yo! ¡Del —precisa el m anuscrito— perm anecían, por el calor
entierro de España, m e atrevo a suponer! Pues hay ile la estación, plegadas dos a dos sobre su eje, cual
otros difu n to s bastante m ás recientes que enterrar... pareja de gigantescas mariposas en el acto de la cópu­
¡La Italia de Venecia y de Florencia, de Lombardía, de la» [es evidente que el autor de las m em orias tenía
Módena, de Parma...! O ¿por qué no, m ás todavía, la una imagen un tanto antropom órfica de las prácti­
Alem ania de Hesse, de Hannover, de Sajonia, de Ba- cas nupciales entre los lepidópteros], Don Marcelino
viera, de Wurtemberg, de Badén...? ¡La A lem ania de se volvió a Mairena: «¿Ya ha oído usted qué nombre-
las ciudades libres: Frankfurt, Hamburgo, Bremen...! cito?». Mairena: «¿Judío, se refiere usted?». Don Mar­
¡Cadáveres calientes todavía, para llorar sobre ellos celino: «¡Hombre!¡Más que M aimónides!¡Y dispuesto,
la destrucción de Europa!». Don Marcelino, viendo de si de él dependiera, a franquearle otra vez el paso del
pronto un hueco para su florete y acertando a encon­ Estrecho a la morisma!». Mairena: «Bien, bien, Don
trar finalm ente su estocada, no le dejó seguir e, in­ Marcelino; no es m ás que una opinión lo que ha ex­
terrumpiéndole, logró im poner su voz firm e y sonora: presado; una opinión discutible, com o cualquier otra,
«¿Sabe lo que le digo, am igo mío?¡Que ni Brem en ni pero tam bién respetable, com o toda opinión». Don
Ham burgo ni Florencia, ni Segovia, ni Zaragoza ni Marcelino: «Las opiniones se enuncian, no se ladran».
Granada!¡¡¡A Cartagena: a eso es a lo único que huele Mairena: «Todos, Don Marcelino, si Dios no dispone
aquí!!! ¡Que m e despide usted un tufillo cartagenero antes otra cosa, hem os de ser ancianos algún día».
que trasciende!» [se conoce que el recuerdo juvenil Restablecida del todo la tranquilidad con tan piado­
de la revolución cantonalista, encabezada por la ciu­ sas y conciliadoras palabras de Mairena, fue llam a­
dad de Cartagena, aún debía de ofender y escandali­ do de nuevo el camarero. Ya debía de haberse corrido
zar el acendrado españolism o de Don Marcelino!. la voz por el local entero sobre quién, nada menos,
Sorprendido en su guardia p o r este contrataque tan honraba con su presencia aquella noche el Gran Café
ajeno a sus supuestos tácticos, el anciano, perplejo, de Nápoles, pues, según dice textualm ente el m anus­
no encontró ya su reconocida p ro n titu d para recoger crito, «no fue sino al propio som noliento Hum berto,

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con aquellos sus ojos com o las rendijitas de una ce­ i¡nerido la gerencia de la marca garantizar la autén­
losía, que ninguno jam ás llegó a saberle el color de tica vesania del turbulento trago que ofrecía. Dejan­
las pupilas, decano del personal del establecim iento do, pues, prudentem ente irresoluto aquel vidrioso
y el m ás lento y abúlico de todos los camareros de punto de fricción sobre la personalidad de Don Ro­
Sevilla, no fue sino a este H um berto a quien se le vio drigo, que había llegado a desencadenar la furibun-
acudir com o una exhalación a las palm adas de Don ila intervención del viejo catedrático, Mairena volvió
Marcelino, después de haber cortado en seco la ini­ iIr nuevo a las coplas de Manrique, pero ciñéndose
ciativa del garçon de turno diciéndole con voz sorda va, del m odo m ás escrupuloso, a los aspectos estric­
y con gesto autoritario: “¡Deja tú!"». Don M arcelino tam ente literarios del poema, y de nuevo Don Mar-
pidió, así pues, su segundo café [«una segunda ma- n 'lino se dem ostró concorde con sus apreciaciones,
quinilla», en palabras textuales del autor, pues el café «aportando, no obstante —dice literalm ente el m a­
debía de ser de los que se llam aban «m aquinillas» nuscrito—, con sus siem pre concisas y ajustadas
o «de m aquinilla», en los que todo el m isterio con­ puntutilizaciones, rigor y precisión a los a cada ins­
sistía en un cilindro de lata, con asa y tapadera, que tante m ás eufóricos y m enos m atizados transportes
escondía en su interior un juego de dos filtros y se del señor Mairena». E l autor se detiene aquí por un
adaptaba a la boca de un vaso de cristal, sobre cuyo m om ento en revelar la extraordinaria tensión a la que
fondo se veía gotear, lentam ente, la infusión] y Mai- «*/ m ism o se hallaba sometido, repartido com o se veía
rena otra cazalla de la marca «El Bandolero», bebi­ filtre el afán, por una parte, de no perderse una pa­
da de la que el autor de las m em orias — tras dejar labra de la conversación y de apuntar lo m ás fielm en­
consignado que M airena ya se había tom ado tres o te que pudiera, pero guardando a la vez el conveniente
cuatro copas antes de entrar Don M arcelino— nos disimulo, cuantas frases pudiese recoger [«cuando po­
asegura que «haciendo honor a su nom bre —palabras día», declara textualm ente, «en m i cuaderno de im ­
literales del autor—-, arreaba verdaderos trabucazos presiones, y cuando no, según se emparejara, ora en
de metralla a las paredes del estómago», com placién­ los puños de la camisa, ora en el propio m árm ol de
dose incluso en describirnos, sin venir m u y a cuen­ la mesa, com o un vulgar jugador de dominó»] y la
to, la etiqueta, que al parecer representaba, en colores necesidad de apaciguar, por otra, las reiteradas pro­
m u y chillones, la estam pa de un jinete —caballo ala­ testas de la m u jer que lo acom pañaba, cada vez m ás
zán tostado, m ontera redonda negra, pañuelo de co­ dolida de que, absorbido en la conversación de aque­
lor sobre la frente ciñéndole las sienes hasta ir a llos dos señores, ya no le hiciese caso, o «no le echase
anudársele en la nuca, pistolas en la faja, trabuco en m enta», como, con expresión sevillanísim a, dice li­
el arzón— en el acto de quitarse devotam ente la m on­ teralmente el texto del autor. Discurría, pues, de nue­
tera, inclinando la cabeza, al pasar por delante de una vo la conversación de Mairena con Don Marcelino en
erm ita [sin duda, de la Virgen] que blanqueaba so­ m edio de la m ayor concordia y la m ayor conform i­
bre un fondo de riscos verdinegros — tal vez cual si dad, cuando he aquí que, de pronto, al em itir Don
el artista hubiese pretendido, al escudarlas tras el áli- Marcelino su dictam en de «doctrinal de cristiana fi­
bi de un gesto semejante, conciliar y asegurar las sim losofía» con respecto a las coplas de Manrique, Mai-
palias del público para la torva y proscrita identidad lena pegó un respingo en el raído peluche del asiento
del personaje, bajo cuya m aligna advocación había según las propias palabras del a utor de las mem o-

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rías, «levantó un par de orejas com o las de una lie­ en la som bra para el h u m a n o conocer, y tanto m ás
bre». «Un m om ento, Don M arcelino —dijo, haciendo viniéndonos com o nos viene de una m ente sagaz
un gesto de parada con la mano—>perm ítam e un m o­ como la suya, de un poeta tan...». «Profesor de g im ­
mento.» Don Marcelino, para quien la estocada final nasia» — le atajó Mairena con cierta sequedad. «... de
con que había logrado poner fuera de com bate al ju ­ un profesor de gim nasia —prosiguió, rectificándose,
bilado debía de haber sido altam ente com pensatoria Don Marcelino sin inm utarse ni alterar su cortesía—
de todos los sofocos anteriores, estaba ahora extre­ tan sensible y tan inspirado com o usted. Veamos pues,
m adam ente afable con Mairena y, lejos de tom arle veamos pues, señor M airena qué dificultad es ésa.
en cuenta la interrupción, se apresuró a decirle: Para eso estam os. Para dilucidar y resolver cuantas
«Diga, diga, señor Mairena; hable, se lo ruego». M ai­ dificultades puedan presentársenos; para esto esta­
rena, «como esforzándose en recobrar—consigna tex­ m os aquí los dos sentados, en am igable charla, en
tualm ente el autor de las m em orias— la precisión y esta maravillosa noche sevillana.» [«En esto ú lti­
la soltura de palabra que se le habían ido escapando m o de m aravillosa noche sevillana — com enta aquí
por m om entos», alzó pausadam ente la cabeza y dijo: el autor de las m em orias—, Don M arcelino se pasaba
«Si he com prendido bien lo que hem os venido ha­ ya un poquillo, si va a decir verdad, de im pasible o
blando hasta este instante, no creo equivocarm e al de m agnánim o, porque ya había sonado el tercer
tener la im presión de que las coplas de M anrique han cuarto para la una de la m adrugada, y aún se habría
sido aquí sacadas a relucir, consideradas y encomiadas podido freír el pescaíto, sin necesidad de hacer lu m ­
precisam ente com o poem a lírico...». Como la suspen­ bre, a la clara de la luna, en m itad de la Alameda.»]
sión tenía el valor de una pregunta, Don M arcelino Animado, así pues, al parecer, por las cordiales ins­
confirm ó: «En efecto, así es, ¿qué duda coge? Y com o tancias de Don Marcelino, y con la excitación carac­
uno de los m ás grandes poem as de la lira hispana». terística de todo aquel que se ve puesto en el trance
Mairena: «Bien, pues entonces, siendo com o usted de declarar sus m ás propias y personales opiniones,
dice, ¿cómo se compadece con ese presupuesto la afir­ Mairena se extendió en exponer m u y vivazm ente sus
mación que acaba usted de hacer acerca de ella, quie­ ideas sobre la lírica, su «poética de la temporalidad»;
ro decir la de que son un doctrinal de cristiana exposición que om ito transcribir o resumir, supuesto
filosofía? ¿Debo entender, entonces, que considera us­ que en las palabras que el autor de las m em orias pone
ted que un doctrinal de filosofía, cristiana o lo que aquí en labios de Mairena, podem os reconocer no
fuere, puede se ra la vez un gran poem a lírico?». Don sólo sin ninguna variante digna de notar, sino hasta
Marcelino: «Pourquoi pas, m on am i? ¡Pues claro que literalm ente en algún caso, las ideas ya extractadas
está que puede!». Mairena: «¿Claro? Perdón, Don Mar­ o transcritas por Antonio M achado en sus páginas so­
celino, no tan claro... Yo no lo veo tan claro». Don Mar­ bre el «Arte poética» de Juan de Mairena, de las que
celino: «¿Ah no? Pues, ¿cómo asi, señor Mairena? se ha citado algún trozo m ás atrás, y que toman, com o
Pero, calma; m archem os paso a paso. Oigamos cuál es sabido, su p u n to de partida en una com paración
es su dificultad. No dejará p o r eso de ser siem pre un entre ¡a estrofa 17 de las Coplas de M anrique a la
p unto de vista interesante, capaz tal vez de arrojar m uerte de su padre y el soneto de Calderón «Estas
luz, con su sola discusión, sobre alguno de tantos ex­ que fueron pom pa y alegría». «Don M arcelino escu­
trem os com o perm anecen todavía en ¡a penum bra o chó al señor M airena — dice literalm ente el autor de

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las m em orias— con la atención m ás deferente, a lo p irco n un ruido de palm as las palabras de Don Mar­
largo de toda su prolija explicación», lim itándose a celino, ya que los tres camareros del salón, H um berto
asentir de vez en vez, con gesto pensativo, al tiem po incluido, permanecían, desde el otro extrem o del café,
que decía «Comprendo, comprendo», o bien «Ya, ya solícitam ente atentos a la mesa ocupada por el sabio,
m e hago cargo de lo que quiere usted decir.» A l fin pidió, por señas, una tercera m aquinilla para éste y
Mairena hizo una pausa y concluyó, diciendo: «Con­ una sexta, o tal vez séptim a, cazalla para sí. «Al gra­
que estos vienen a ser, Don Marcelino, en líneas sus­ no, pues —prosiguió Don M arcelino—: E l objeto de
tanciales, los supuestos de principio que harían, en nuestra discusión se deja, por sí mismo, desglosar en
m i sentir, incom patibles las nociones de doctrinal de dos cuestiones nítidam ente separables: una cuestión
filosofía y de poem a lírico reunidas en las entrañas de iure y una cuestión de facto. La de iure es si un
de una m ism a obra». Don M arcelino: «En efecto, en doctrinal de filosofía puede o no puede ser al m ism o
efecto, m i buen señor Mairena, a tenor de las ideas, tiem po un buen poem a lírico; la de facto es si las Co­
siem pre estim ables, siem pre interesantes, que acaba plas de M anrique son o no son, en efecto, un sem e­
de exponerme, así tendría que ser; no otra, en rigor de jante doctrinal ¿Conforme, señor Mairena, en este
estricta lógica, tendría que ser la conclusión. Punto punto?» [Don M arcelino se ponía m ayéutico] «Con­
de vista harto su til el suyo, créame, señor Mairena, forme» —dijo Mairena, apuntando una sonrisa ape­
lleno de enjundia y de penetración y al que, sin duda, nas perceptible [«No sé yo qué m isterio se traería»,
no puede negarse el interés, y hasta la sugestión, casi com enta aquí el autor de las memorias]. Don Marce­
diría, que ejerce siem pre sobre nuestro ánim o lo ver­ lino: «Bien. Para m antener nuestro debate sobre la
daderam ente original. No faltan, ciertam ente, la ob­ m ism a línea de argum entación en la que usted, tan
servación brillante, el distingo certero, la m atización sagazmente, ha sabido centrarlo, im prim iéndole tan­
feliz, y en sum a ideas m u y m eritorias por su parte ta claridad, com enzaré por la cuestión de facto, y tra­
y atisbos indudablem ente aprovechables...». Mas al taré de m ostrarle cóm o nuestro poem a es en efecto
ver que M airena lo miraba con una cierta expresión un doctrinal de filosofía, para enfrentarle seguida­
de gélida paciencia, que el periodista no se recata en m ente con la alternativa de que o bien deponga su
tachar de «arrogancia», de «soberbia» y hasta de «in­ actitud en cuanto a sostener la incom patibilidad que
gratitud», Don Marcelino se apresuró a añadir: «Pero tanto ha encarecido, o bien conserve su opinión a tal
lejos de mí, lejos de mí, toda intención de em pala­ respecto, pero renuncie, entonces, a estim ar las Co­
garle con halagos que estoy seguro no podrían resul­ plas de M anrique com o un poem a lírico, por dejar
tar sino enfadosos para un espíritu altivo y superior de acom odarse a una exigencia que usted propugna
com o es el suyo; no dudo de que usted sabrá enten­ com o consustancial a la naturaleza m ism a de la líri­
der que hablo tan sólo ex a b u n d a n tia cordis. Paso, ca. Ahora pues, a tenor de lo que ha expuesto y asen­
pues, a cu m p lir con el honroso deber de contestar a tado por fu n d a m en to de su dificultad, nuestra
sus bien razonadas objeciones, y tanto m ás gustosa­ cuestión de facto viene a parar de entrada, y com o
mente cuanto que usted m ism o ha acertado, con tanta prim er punto, a lo siguiente: ¿convendría usted con­
perspicacia, a situar la discusión en aquel p u n to jus­ m igo en que si hallásem os en las Coplas de M anri­
to desde el que m ás prom ete llegar a ser fructífera». que esa clase de nociones genéricas, de im ágenes
En este punto, Mairena, sin necesidad de interrum- puram ente conceptuales, que a usted tanto le enfa­

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da en Calderón, estarían ya sentadas p o r lo m enos tenemos, por consiguiente, las prem isas. Tan sólo las
las prem isas para que dichas coplas puedan ser, en premisas, desde luego, pues no pretendo que la sim ­
efecto, un doctrinal de filosofía y p o r ende un poem a ple presencia de un sujeto universal se baste p o r si
falsam ente lírico conform e a su opinión?». Mairena: sola para hacer necesariamente filosófico el juicio en
«Convetidría». Don M arcelino: «Corriente. Dígame, que se inscribe. Vayamos, pues, con la segunda par­
ahora pues, señor Mairena: ¿Qué diferencia en cuen­ te. Busquem os la intención que presidió la génesis del
tra usted, en cuanto a la conceptualidad de las im á ­ poema; busquém osla, en p rim er lugar, en las concre­
genes, en cuanto a la genericidad de las nociones, tas circunstancias que pudieron incoar, inspirar o ro­
entre ‘‘la noche fría" o ‘‘e l albor de la m a ñ a n a ” del dear la acción creadora que le insufló el aliento de
soneto de Calderón y “los ríos que van a dar en la la vida. Y aquí, ¿qué m ás verosímil, qué m ás apro­
mar", o "la herm osura, la gentil frescura y la tez de piado que suponer que un hijo quisiera honrarla m e­
la cara, la color e la blancura", o "las m añas e ligere­ moria de su padre justam ente con algo así com o una
za e la fuerza corporal de juventud", o "el arrabal glosa de unos versos en que el propio padre hubiese
de sen ectu d " de nuestro gran M anrique? ¿No hay, dejado impresa, com o el m ás precioso legado fam i­
acaso, en estas últim as nociones idéntica genericidad liar, la huella de su espíritu? ¿Qué m ás probable que
que en las prim eras, y, por lo tanto, el carácter de la suposición de que Jorge M anrique tomase, com o
ideas universales que las hace, en principio, idóneas primera incitación para el sentido que quiso dar a su
para constituirse en térm inos de aquella forma de jui­ elegía, una canción de Don Rodrigo que reza com o
cio que llam am os filosófica, aunque no sea aquí el sigue: "Lo seguro de la vid a /tien e el m uerto que re­
caso de hablar de filosofía raciocinante, sino de filo­ posa,/que el m undo es tan fiera cosa/que no hay cosa
sofía m oral o sapiencial, aquella otra eterna veta su ­ conocida.//Lo m ás cierto es desear/lo que ha de per­
perior de la filosofía, cuya form a es la sentencia y manecer;/ gloria para descansar,/m uerte para fene­
cuyo contenido es la sabiduría del vivir y del morir? cer". Y le ruego se fije por ahora especialm ente en los
Puede a usted no gustarle el soneto de Calderón. Es versos. "Lo m ás cierto es d esear/lo que ha de perm a­
usted m u y dueño. Ni yo tam poco tengo especial in­ necer"» «Si, com o la zorra con las uvas» — m urm uró
terés en defenderlo, ni m enos todavía frente a las Mairena. Don Marcelino: «Perdón, ¿qué dice usted,
Coplas de M anrique, para las que ha quedado bien señor Mairena?». Mairena: «Digo que el conde de Pa­
claro hasta qué punto, en coincidencia con usted, re­ redes hablaba com o la zorra de la fábula de Lafon-
servo la m ayor predilección. Pero si rechaza aquél y taine, que al ver que no podía alcanzar las uvas se
adm ite éstas, tendrá que ser po r razones diferentes, retiró diciéndose: "Están verdes". Ese es, en el fondo,
quiero decir con otro argum ento que no sea el de que el com portam iento de todos los que ponen sus miras
allí hay nociones genéricas, im ágenes conceptuales, en lo perm anente. E l m iedo a la fugacidad de toda
y aquí no». Mairena apuró su copa de cazalla, refle­ dicha terrenal. A sí las palabras del duque de Gandía
xionó un instante y al fin reconoció: «Touché! No me ante el cadáver de su reina doña Isabel de Portugal:
diga usted más, Don Marcelino; puede, en efecto, afir­ "No más, no m ás servir a señor que se m e pueda m o­
marse que esas que señala son nociones genéricas, rir"». Don Marcelino: «No es justo, señor Mairena, no
intem porales; ideas universales, com o las llam a us­ es justo que intente usted d ism in u ir y rebajar de esa
ted». Don M arcelino: «Quod e rat dem onstradum . Ya manera toda la nobleza y toda la sinceridad del de­

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sengaño p o r el que el espíritu de Francisco de Borja preciables, cosas de poco valor, cosas efímeras, que
supo hallar el cam ino que había de conducirle hasta no duran nada y nada dejarán en pos de sí». Maire­
la santidad. No puede usted m enoscabar así, de m a­ na: «¡Oh, si, Don Marcelino, de poco, de poquísim o
nera indiscrim inada y uniform e, la indubitable dig­ valor!¡De absolutam ente ningún valor, añadiría!¡Pero
nidad hum ana, cuando no el valor verdaderam ente de una belleza y una delicadeza únicas, de un encan­
sobrenatural, que puede tener el m enosprecio del si­ to arrebatador, irresistible!». Don Marcelino: «Bien,
glo, el contem ptus m undi, que se expresa en la can­ bien, señor Mairena; conform e con la indudable be­
ción de Don Rodrigo y que tan m agníficam ente supo lleza de esas dos imágenes. Pero esto lo m ás que p o ­
su hijo recoger en las coplas que a su m em oria dedi­ dría significar es que yo le concediese, si es que usted
cara. Cierto que Jorge M anrique no alcanzó la sa n ti­ se em pecina, la posibilidad de que tal vez las sólidas
dad, com o s í hubo de alcanzarla en cam bio el duque convicciones del poeta padeciesen a h í unos instan­
de Gandía, pero no hay razón alguna para dud a r de tes de vacilación; de que el poeta, com o hum ano que
la profunda sinceridad de sentim ientos con que el era, flaquease un m o m ento ante el engañoso hechi­
poeta aparta su corazón de las pom pas y vanidades zo de las vanidades m undanales. Pero, aun adm itién­
de este m undo, para volverlo hacia los valores per­ dolo así, en seguida, en todo caso, supo recobrarse con
manentes; sinceridad que desde el prim er verso alien­ una reacción viril». Mairena: «¡Cómo si flaqueó!¡¡Se
ta el poem a entero y sin la cual jam ás habría podido vino abajo!! ¡¡Se derrum bó del todo!!». Don M arceli­
elevarse hasta tan alta nota». Mairena: no: «Calma, am igo Mairena... No sea precipitado en
— Sin embargo... sus afirm aciones. Seam os circunspectos; tom em os
— ¿Sin em bargo qué, señor Mairena? más detenidam ente la cuestión. Le mostraré...». Pero
—¡Oh, sin em bargo —clam ó Mairena, com o si des­ Mairena ya no le escuchaba y, cada vez m ás arreba­
pertara, tras una larga pausa pensativa—> hay año­ tado, redoblando el volum en de su penetrante voz de
ranza, Don Marcelino, hay añoranza!¡Hay un pedazo tenor y agitando en el aire el erguido dedo índice, en
de añoranza tan enorm e com o la catedral que nos el que parecían ahora concentrarse de pronto todas
contem pla!¡Una añoranza tan incontenible com o las las escasas fuerzas de su cuerpo, exclamó: «¡Se canta
aguas desbordadas de ese G uadalquivir que nos flan­ lo que se pierde, Don Marcelino, se canta lo que se
quea! ¡Otra cazalla, camarero! ¡Otra cazalla para m i pierde! ¡Y sólo se lo canta porque se lo pierde! ¡Sólo
y otro café para el señor! [«El propio señor Mairena porque se la pierde o se la puede perder, sólo por eso,
— com enta a q u í el autor de las m em orias— parecía se canta a la amada! ¡Sólo por eso existe la poesía de
desbordarse p o r momentos»!. «¡¿Porqué, si nó, verdu­ amor! ¡Si la am ada fuese imperdible, inm ortal o in ­
ras de las eras?! ¡¿Por qué, si nó, Don Marcelino, ro­ marcesible, jam ás se la habría cantado!». Don Mar­
cíos de los prados?!» Don Marcelino: «Cálmese, amigo celino: «¡Según ese principio, señor Mairena, y para
Mairena, sosiegue usted un m o m ento y trate de po­ ser consecuentes con sus afirm aciones, tendríam os
ner en orden sus ideas. Veamos, ¿qué es lo que quie­ i/ue borrara la Beatriz del Paradiso de los anales de
re usted decir?». Mairena: «Quiero decir que ¿por qué, la poesía universal!». «Nuevamente cogido entre la es­
entonces, se com paran las que usted llama vanida­ pada y la pared — dice el autor de las m em orias—,
des de este m u n d o con las verduras de las eras y los Mairena no estaba ya dispuesto a claudicar com o an­
rocíos de los prados?». Don Marcelino: «Cosas m enos­ tes, sino que ahora, con tal de sostenella y no enm en-

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dalla, no tuvo el m enor em pacho en hacerse reo de placer y una grata e interesantísim a velada. Me gus­
la más audaz, de la m ás desaprensiva y arbitraria ico- taría...». Pero Mairena, acrecentando todavía m ás
noclastia: "¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué dice usted? ¿Beatriz? la voz, ya totalm ente nítida, en m edio del silencio ab­
Ya, sí, claro, Beatriz, Beatriz— la del Paraíso... ¿Y qué? soluto e im presionado que se había hecho entretan­
¡Pues se la borra! ¡Si hace falta borrarla se la borra, to en todas las mesas del café, y fijando intensam ente
ya, tanta B eatriz!’’» M airena respiraba ahora con fa­ en los ojos de Don M arcelino sus ojos ya em pañados
tiga e hizo una pausa para tom ar aliento; luego, de de lágrimas por la em oción poética, pero tal vez tam ­
pronto, «com o ilum inándose» — dice el autor de las bién por el recuerdo de un dolor antiguo, al tiem po
m em orias—>con voz m ás lenta, pero igualm ente alta, que esgrim ía aquel terrible índice en el aire, som o si
prosiguió: «Nos quedarem os con Laura... ¡Oh, Laura! no sólo de versos, sino tam bién de suprem os argu­
¡Laura, Laura! —y parecía invocarla en un lugar a la m entos se tratara, recitaba los dos últim os versos del
vez ín tim o y remoto, cercano e inm em orial— ¡Tú sí, soneto, elevando la curva m elódica hasta dejar col­
Dios mío, Laura, tú sí!». En este punto había em pe­ gada una pausa patéticam ente suspensiva tras la úl­
zado a asirse con la izquierda al velador, hasta lograr tim a palabra del treceavo:
ponerse, torpem ente, en pie, y al fin con voz pastosa
y quebrada, los ojos ya vidriosos del alcohol, tam ba­ fu quel ch ’i' vidi; e se non fosse or tale...,
leándose, con la izquierda sobre el m árm ol y la dere­
cha alzada con el índice erguido hacia el techo del para dejarse fin a lm en te caer con todo el peso de la
café, com enzó a recitar: voz; recreándose, espaciándose, recargando la suerte
sobre las cuatro aes acentuadas del catorceavo, de
Erano i capei d'oro a l'aura sparsi, aquel endecasílabo inm ortal que ha arrebatado el
che 'n mille dolci nodi gli avolgea... alma del Occidente entero por seiscientos años:
Don Marcelino, tratando acaso de acallarlo o de cu­ piaaaga per allentaaar d'aaarco non saaana,
brir su voz, se apresuró a decir, interrum piéndole:
«¡Camarero!¡Otra copa de cazalla para el señor Mai­ «como en cuatro verónicas lentísim as, hondísim as,
rena! ¡A m i no m ás café, que ya m e voy!». Pero M aire­ tem pladas — dice literalm ente el autor de las
na, dejando pasar la breve interrupción, enlazó con m em orias— del propio Juan Belmonte»; y acto segui­
más ahínco, haciéndosele hasta m ás clara la dicción: do se derrum bó de golpe, com o un trapo, naufragan­
do, desapareciendo, en las profundidades del rojo
e 7 vago lume oltra misura ardea terciopelo del sofá, para quedarse inm óvil, com o un
di quei begli occhi, ch'or ne son si scarsi... títere caído, con la mirada m uerta del beodo, m ien ­
tras Don M arcelino cruzaba ya el um bral hacia la ca­
M ientras Mairena seguía declam ando, Don Marce­ lle. Pero tan sobrecogedoram ente había recitado
lino se levantaba, recogiendo su chistera y su bastón, Mairena el soneto de Petrarca, que la propia Sagra­
y pagaba a Humberto, que entretanto había acudido; rio, tan dolida hasta entonces p o r la a ctitud del pe­
luego, tratando de ser escuchado p o r Mairena, le riodista, se había sum ado al fin, apasionadam ente,
decía cortésm ente: «Señor Mairena, ha sido un gran a su interés por los sucesos de la mesa próxim a y, per­

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donándole del todo su desvío, le preguntaba ahora testim onio verbal directo en la de los m ás jóvenes.5
con la m ayor urgencia: «¿Qué quiere decir esa poe­ |Fatal erro r!, pues he aquí que no bien resuenan en
sía que ha dicho? ¡Yo lo quiero saber! ¡Tradúcemela! el aire los p rim eros versos de la e stro fa 16, el au d i­
¡Venga!¡Tradúcemela, tradúcemela!». «Sin duda ella torio se siente tra n sp o rta d o po r el m ás radical y re­
—observa a q u í el autor de las m em orias— había sa­ pentino quiebro de voz que jam á s se haya dado en
bido adivinar, con la sola bondad de su piadoso co­ las entrañas de un m ism o poema; las m urallas de Je-
razón, que aquel señor Mairena debía de haber tenido i icó de los em pedernidos corazones, lejos de ver con­
algún gran am o r desventurado.») solidados sus cim ientos en la convicción de lo
perdurable, se d erru m b an de pronto ante el asalto
Siem pre me he im aginado el «estreno» de las co­ m ás inesperado y m ás irre sistib le de lo perecedero:
plas de M anrique com o una lectura en voz alta po r
p arte del autor, ya sea desde el p u lpito de una igle­ ¿Qué se hizo el rey don Joan?
sia, ya en la sala de un palacio, ante la reunión so­ Los infantes d'Aragón
lem ne y e n lu tad a de los fam iliares, los amigos, los ¿qué se hicieron?
deudos, los criados del difunto. El auditorio escucha, ¿Qué fué de tanto galán
a b u rrid o com o en misa, la ru tin a ria adm onición del qué de tanta invinción
sesudo y prosaico doctrinal. La estrofa 15 es un avi­ que trujeron?
so parentètico de c a rá c te r m etalingüístico: el poeta
dice de qué no va a h a b la r y de qué se dispone a ha­ Es una voz que parece llegar desde el extrem o dia­
blar: «Dejemos a los troyanos,/que sus m ales non los m etralm ente opuesto de la sala; el predicador ha de­
vim os,/ni sus g lorias;/dejem os a los ro m an o s,/au n ­ saparecido com o por encanto y, en un puro m ilagro,
que oim os o leim o s/su s h e sto ria s;/n o n curem os de tañe ah o ra de veras la m úsica acordada de la lira.
sa b e r/lo d ’aquel siglo p a sad o /q u é fue d ’ello;/venga­ ¡Traición, traición! ¡Una hueste de fantasm as, la frá ­
mos a lo d ’ayer,/que tan bien es olvidado/com o aque­ gil, inerm e, etérea hueste de lo perecedero, ha lan­
llo». Es decir, que el poeta —m ejor diríam os hasta zado el m ás sutil y alevoso golpe de m ano p o r el
aquí «el pred icad o r» — desiste de a rg u m e n ta r con lugar m ás im previsto y vulnerable, y, sin tra e r una
objetos históricos (es evidente —y aun m ás por el en­ lanza, sin b lan d ir una espada, sin m ontar una balles­
cabalgam iento de «ni sus glorias», com o el de «glo­ ta, señorea ya el b a lu a rte m ás defendido de la ciu-
ria Teucrorum » de Virgilio— que por un m om ento dadela y el grave defensor se rinde a ella en una
le ha cru zad o po r la m em oria el «F uim us Troes, fuit capitulación sin condiciones! En m ala hora se le
Ilium et ingens/gloria Teucrorum» del poeta mantua- ocurrió al p redicador que propugnaba la estim ación
no), dem asiado ajenos, dem asiado indirectos, dem a­ de los valores, de lo perdurable, y el m enosprecio de
siado fríos p a ra d a r fuerza de convicción, en el 5. Jorge Manrique está a medio camino entre los unos y los otros:
corazón de los presentes, a la verdad que intenta pro­ U nía 14 años a la m uerte de Juan II de Castilla (35 a la de Juan II
ponerles, y se resuelve por a p e la r a la experiencia de Aragón, que, según algunos, sería el de las Coplas, lo cual
personal, rem itiendo a un objeto m ás inmediato, más ni» tiene mucho fundamento, por ser éste, junto con el primogé­
nito Alfonso, su antecesor en la corona, y además de Enrique y
cercano, a un objeto todavía sensiblem ente vivo en l’edro, precisam ente uno de los llamados «infantes de Aragón»)
la m em oria de los viejos o ap en as m ediado por un Vtiene en este momento 36.

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los bienes, de lo perecedero, decir aquello de «ven­ preg u n tar7 llegará com o tal a los oídos del jurado,
gam os a lo d'ayer»: quiso desafiar a la m em oria viva, sino que sólo logrará so n ar com o el m ás encendido
y com etió la m ás funesta de las equivocaciones. V em ocionado acento de añoranza. Después, a nadie
Ahí m ism o fue donde, p o r obra del propio m inis­ le im p o rtará ya nada lo que se diga o se deje de de­
terio fiscal, el pleito de los valores contra los bienes cir a lo largo de las 16 estro fas que q u ed arán toda­
quedó definitivam ente sentenciado a favor de los se­ vía desde la 25 h a sta el final, puesto que el testigo
gundos. La acusación había creído ten e r su testigo de cargo que se creía m ás contundentem ente ac u sa ­
de cargo m ás irre b atib le en el recuerdo de un ayer torio se ha p asad o con a rm a s y bagajes y sin p a lia ti­
cercano, todavía vivo en la m em oria del jurado, pero vo alguno al acusado, resu ltan d o el testigo capital
ha sido ju stam en te este testigo el que se le ha revuel­ de la defensa, y aun de la querella entera, con lo que
to m ás rotundam ente en contra, alzando su testim o­ ésta m ism a quedaría ya virtualm ente fallada, de for­
nio como el argum ento m ás dem oledor de la defensa; ma irrevocable, a favor de los bienes, de lo perece­
h a sta el tipo de fó rm u la interrogativa de los tres úl­ dero, desde la propia estrofa 16.
tim os versos de la estro fa 166 tiene en p rincipio la Es lógico que M airena se obnubilase, dejándose se­
fisonom ía retó rica c a ra c te rístic a del estilo forense d u cir p o r esas pocas estrofas en que la lira sonaba
(«¡Díganlo ustedes m ism os señores del jurado; con­ de verdad, sin percatarse de cuán drásticam ente con-
téstense ustedes m ism os!»); la form a de pregunta no Iradecían el sentido del poem a considerado en su to­
hace aquí sino p rese n tar a desafío una afirm ación talidad, y hablase de M anrique com o si éste hubiese
que se da po r verdadera: querido h a c er un canto de añoranza, pues tal es, en
verdad, y a despecho de la intención declarada del
Las justas e los torneos, autor, el resu ltad o estrictam en te lírico del poem a.
paramentos, bordaduras
e cimeras,
¿fueron sino devaneos? 7. La fórmula de la interrogación como expresión de la añoran­
¿qué fueron sino verduras za del ayer aparece ya en Walther von der Vogelweide (1170-1230
de las eras? uprox.) en el poema «Einst und jetzt», por lo demás muy dis­
tinto de las Coplas de Manrique; François Villon, nacido apenas
llueve años antes que éste, pero m uerto en 1463, vuelve de nuevo
Pero — ¡increíble situación!— cuando el fiscal lan­ ¡i preguntar en su celebérrim a «Ballade des dames du temps ja ­
za su reto de «¿qué fueron sino verduras de las eras?» dis» (y en su mucho menos afortunada «Des seigneurs du temps
jadis»); ésta sí pregunta —y sólo pregunta— por personas con nom­
no hace ya m ás que a c a b a r de a rr a s a r en lágrim as bre propio, pero la única próxima es Juana de Arco, quemada por
los ojos de un ju ra d o ya vencido, seducido y a rre b a ­ los ingleses el año mismo del nacimiento del poeta. ¿Es verosí­
tado de añ oranza al conjuro de un ayer inolvidable. mil que Jorge Manrique hubiese conocido las dos baladas de un
Tam poco en lo que sigue, y a lo largo de siete o nue­ poeta maldito como Villon? No tengo base para contestar. Por fin,
ii mediados del siglo xix, el norteam ericano Edgar Lee Masters,
ve estrofas, el buscado c a rá c te r retórico fiscal del en su poema-prólogo a la Antología de Spoon River, compuesta
de epitafios, pregunta, uno por uno, por los sucesivos difuntos
personas comunes de su pueblo— a quienes va a dedicar los
6. Hay quien los antepone a los otros tres, pero tal preguntar epitafios, entre los que resalta el de Emily Spaarks. La sorpresa
redoblado, y cargado con el apremio excluyeme del «sino», no so­ I inal y afortunada del prólogo está en que el último por quien pre­
porta una posición catafórica respecto del sujeta gunta, el violinista Jones, aparece vivo todavía, ¡hablando del ayer!

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Tanto pueden co n tra esa intención las nueve e stro ­ trinal, de signo inverso al que se pretendía; no es que
fas m encionadas (que ocupan exactam ente el centro triunfe una filosofía con traria: triu n fa n los bienes
del poema: 1 5 + 9 + 1 6 = 4 0 —y cu aren ta son las e stro ­ —y sólo en el corazón de los ju ra d o s—, no ninguna
fas de que se com pone—), h asta tal punto apagan y «filosofía de los bienes», ninguna «ética de lo pere­
borran el sonido de todas las dem ás, que el lector cedero» (en el supuesto, tam bién, de que estos m is­
sale de la lectura absolutam ente dispuesto a vender mos rótulos no com portasen ya de po r sí una
su alm a, a d a r la propia E ternidad, a cam bio de po­ contradictio in terminis). Pero M airena, a su vez, no
d er ver, siquiera por la rendija de una puerta, las fies­ supo aprovecharse del inapreciable testim onio que
tas de los infantes de Aragón, de poder volver a oír, las coplas, leídas en su escandalosa contradictorie-
aunque sea desde el últim o rincón de las c a b alle ri­ dad, p odrían hab erle ofrecido en favor de su poéti­
zas, «las m úsicas acordadas que tañían». El doble ca. Si en lugar de ir a b u sc a r en C alderón esas
e rro r de Don M arcelino consistió en no sab er que un «imágenes conceptuales», esas «nociones genéricas»
doctrinal de filosofía, cristiana o lo que fuere, no pue­ traducibles en «juicios analíticos, con los cuales
de nunca se r un buen poem a lírico y en no ad v e rtir c o n stru ir razonam ientos», con el fin de ilu s tra r lo
que ju sta m e n te en cuanto do ctrin al de filosofía el que no es lírica y lo que no debe se r la lírica, hubie­
poem a frac a sa b a de la m an era m ás estrep ito sa por se sabido e n c o n trarlas en el propio poem a de M an­
obra y gracia de aquellas nueve estro fas que se h a­ rique, del que tom ó la estrofa con que ilu stra lo que
bían rebelado contra el predicador, o sea precisam en­ sí es la lírica y lo que sí debe se r la lírica, no h ab ría
te allí donde triu n fa b a com o poem a lírico. A la tenido entre sus m anos solam ente ejemplos, sino que
posible objeción de que el poem a seguiría triu n fa n ­ habría dispuesto de una a u té n tic a p ru eb a experi­
do com o d octrinal de filosofía, salvo que en el sen ti­ mental, no m eram ente ilustrativa, sino realm ente de­
do inverso al deseado, se puede c o n te star con la m ostrativa de sus apreciaciones. Si M airena hubiese
sim ple observación de que los bienes no acaban ob­ considerado m ás atentam ente, p o r ejemplo, esos
teniendo p a ra sí m ás que su propia absolución, y, si «ríos» de la tercera estrofa, h a b ría advertido no sólo
se quiere, el conm ovido llanto del jurado, pero no, hasta qué punto c u a d ra para ellos el dictam en de
en modo alguno, ningún triunfo ético, cual podría ha­ «nociones genéricas», de p u ras «im ágenes concep­
b er sido el de lo g rar p ara los valores una condena­ tuales», com o el que reserva para las figuras del so­
ción análoga a la que éstos buscaban p ara ellos (y neto de C alderón (tal como, si dam os crédito a las
en el supuesto de que hubiesen podido siquiera pro­ m em orias del periodista sevillano, tan acertadam en­
cu rarla sin d e ja r de ser tales, pues en el instante m is­ te le señala Don M arcelino en el diálogo del «Gran
mo en que se hiciesen objeto de una ética —lo que Café de Nápoles»), sino incluso algo peor aún, pues
significaría señ alarlo s con el dedo com o térm inos en el caso concreto de esos «ríos», que con las vi­
de un «lo que se debe buscar», «lo que se debe que­ das de los hom bres se com paran, el c a rá c te r de
rer y desear»—, los propios bienes se verían autom á­ «im agen conceptual» está incoado por la inercia de
ticam ente trocados en valores). El d octrinal resulta, un puro verbalism o, en cuanto la equivalencia
pues, sim plem ente reventado, po r la intem pestiva «ríos»= «vidas» se aprovecha de una figura preexis­
irrupción de una genuina m úsica de lira, pero no in­ tente y corriente en el habla cotidiana: la de que para
vertido, no vuelto del revés, no convertido en otro doc­ el «surgir» y el «desem bocar» que se predica de los

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ríos sean u su ales las figuras de «nacer» y de «mo­ en ellas la m ism a sim pleza de lenguaje8 y aun proli-
rir». Aun sin llegar a tal extremo, otros m uchos lu­ leran las puras enum eraciones. Bajo este aspecto, in­
gares de las coplas p resentan lo que M airena c ritic a cluso, si se me apura, entre las 15 estrofas iniciales
en Calderón; así, p o r ejem plo, en la estrofa 5: «Este podemos h a lla r alguna que, en lozanía de expresión,
m undo es el c a m in o /p a ra el otro q u'es m o ra d a /sin supera a la m ayoría de las nueve subsiguientes (en­
p e sar;/m as cum ple ten e r buen tin o /p a ra a n d a r esta tre las cuales tam bién hay, a su vez, versos h arto m e­
jo rn a d a /s in e rra r./P a rtim o s cuando n ascem o s,/an ­ diocres); así, la 9 (siem pre según el orden de Foulché
dam os m ien tras vivim os,/y llegam os/al tiem po que Delbosc; la 8 en otras m uchas ediciones): «Decidme:
fenecem os;/así que cuando m orim os/descansam os». la h e rm o su ra ,/la gentil frescu ra y tez/d e la c a ra ,/la
Aquí la co rrespondencia «m u n d o » = «cam ino» («jor­ color e la b lan c u ra,/c u a n d o viene la vejez/¿cuál se
nada») no se la encuentra el poeta ya en p arte hecha, p ara?//L as m añas e ligereza/e la fuerza c o rp o ra l/d e
uventud,/todo se torna graveza/cuando llega el arra-
im plícitam ente anticipada, en el habla com ún, sino
que la fab rica él mismo, pero después procede con {>al/de senectud». El m ilagro procede todo él, de m a­
nera exclusiva, de aquella ocu rren cia de la estro fa
la «im agen conceptual» con idéntica inercia verba­
lista: Si «m undo»= «cam ino» («jornada»), entonces 15: «vengamos a lo d ’ayer» —ocu rren cia de im previ­
«nacer» (su rg ir al m un d o )= « p artir» , «vivir»=«an- sibles resu ltad o s y tan fu n esta p ara el p red icad o r
dar», «fenecer»= «llegar» y «m orir» (estar m uer- com o involuntariam ente feliz p a ra el poeta— y se
to)= «descansar». ¿Cabe m ayor conceptualism o, cum ple del todo ya desde el p rim e r verso que la pone
m ayor vacuidad intuitiva, m ayor indigencia de todo l>or obra: «¿Qué se hizo el rey don Joan?». No es sólo,
halo em pírico, de cu a lq u ier connotación sensible, como dice M airena, el preguntar; es sobre todo
m ayor b an alid ad ? No hay aquí ni la som bra de un el nom bre propio, y ese concreto nom bre propio; un
acento lírico, ni siq u iera de un acento lírico fallido; nom bre todavía capaz de alcanzar, com o un conju­
la estrofa no p odría s e r m ás infam em ente m ala. ro, lo nom brado, porque lo nom brado, con todo su
Pero hágase el m ilagro y hágalo el diablo. ¿Por arte ajuar, toda su atm ósfera y todo su paisaje, vive y
de quién en la estrofa 16 da el poem a esa increíble a lienta todavía com o una im agen em p írica y sensi­
vuelta de cam pana, po r la que de pedestre serm ón ble en la m em oria com ún de los presentes; porque
de lo perdurable se trastru eca y transfigura en el más «el rey don Joan», «los infantes d ’Aragón» no son
arreb atad o canto de lo perecedero? ¿Es que hay m ás
fantasía, m ás riqueza expresiva, m ás ingenio verbal,
m ás talento literario, en las estrofas 16 a 24? ¿Es que H. De la convencionalidad del lenguaje de Manrique puede d ar­
nos idea un hecho como el de que Tas mismas tres palabras que
ese zoquete, ese m arm olillo de Don Jorge ha recibi­ tullamos en los versos 8 y 9 de la estrofa 8 (según el orden de Foul-
do de pronto, p o r gracia del E sp íritu Santo, la inteli­ i lié Delbosc; de la 7 para otros editores): «dellas casos desastra­
gencia, el genio lírico, que jam á s en su vida, ni antes dos/que acaecen» nos las encontramos reunidas de idéntica
ni después, parece que acertó a dem o strar? No; si manera en el titulo de un capitulo de la crónica de Enrique IV,
r se rita por su capellán —contemporáneo, por tanto, de Manrique,
se va a m irar, las siete o nueve estro fas en cuestión iiiinquc quizás algo más viejo que él— don Diego Enríquez del
no están form adas —p o r decirlo b u rd am e n te — con I astillo: «De los casos desastrados que en este tiempo acaescie-
m ateriales ni recursos lingüísticos d istintos de los mu por el reyno» (subrayado mío). Se trataba, por tanto, de una
que juegan en las que las preceden o suceden; hay tin muía estereotipada en el habla corriente de su tiempo.

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nom bres vacíos9 del santoral, ni aun nom bres ex­ dos», con que se cierra la copla 19 (segunda de las dos
traíd o s de las inscripciones del panteón legendario que se refieren al rey E nrique IV), cuyos seis últim os
de los héroes, sino nom bres todavía realm ente h ab i­ versos dicen com o sigue: «los jaeces, los caballos,/de
tados. (No p orque inm ortalicen, sino precisam ente su gente, y a ta v ío s/tan so b rad o s/¿d ó n d e irem os a
porque logran m ortalizar, o remortalizar, al rey don buscallos?/¿qué fueron sino rocíos/de los prados?».
Juan, a los infantes de Aragón, es por lo que esos ver­ Veamos, pues, la m otivación tan apretadam ente con­
sos consiguen hacerlos revivir, pues tan verdad como ceptual de la elección de e sta s figuras: las «verdu­
que sólo lo que vive m uere es que tan sólo lo que ras de las eras» son el ralo brote espontáneo de los
m uere vive. Y sólo porque era un ayer verdadero del escasos granos de cereal que, tra s el levantam iento
poeta puede seg u ir sonando hoy —¡todavía!—, tam ­ de la parva, han quedado ad heridos a la tie rra y que
bién para nosotros, com o un verdadero ayer.) El en­ una torm enta de agosto ha hecho germ inar, pero que,
cantam iento consiste, pues, en que la vacía y por lo avanzado de la estación, jam ás llegarán a ha­
silenciosa sala de un serm ón se llene de pronto al cer espiga ni a engranar, y m orirán, por tanto, sin
conjuro de esos nom bres y se convierta en una casa ilar fruto, sin p o steridad alguna; los «rocíos de los
habitada, ilum inada, resonante de voces y de música. prados» son la hum edad del aire que la noche ha de­
Pero, m ás todavía: en esas m ism as siete o nue­ jado c o n d en sar sobre la hierba, pero que el p rim e r
ve estrofas sigue habiendo «im ágenes conceptuales» sol de la m añana h ará que se evapore y vuelva al aire
en el sentido m ás estricto, y, sin em bargo, el conjuro de donde ha venido. El m arcado c a rá c te r «concep­
lo ha descom puesto y alterad o todo h asta tal p u n ­ tual» de estas im ágenes reside en que am bos obje­
to, que dos de esas im ágenes, y ju stam en te las dos tos están expresam ente buscados, no ya po r su
m ás «conceptuales» —o sea, m ás conceptualm ente apariencia sensorial inm ediata, sino en razón de esas
m otivadas— traicio n an de la m anera m ás escan d a­ determ inaciones m etoním icas concom itantes,10 que
losa la intención doctrinal, m arran com pletam ente les perm iten trad u cirse en p aradigm as o rep resen ­
el blanco «filosófico» al que iban dirigidas, y se van taciones de lo efím ero que m uere sin d ejar fruto, que
a sonar entre los m ás altos acordes líricos de la com ­ se desvanece sin d e ja r huella, y, po r tanto, de la m ás
posición entera. La prim era de ellas es la de las «ver­
duras de las eras» del final de la estrofa 16, ya citada
10. Si, como supongo —a reserva de que los eruditos me saquen
m ás a rrib a; la o tra es la de los «rocíos de los pra­ del erro r—, es poco verosímil que Manrique tuviese noticia de la
halada de Villon, tanto más sorprendente —amén de más demos­
9. De intento uso aquí la figura de «vacío», con miras a enlazar, trativo de la anónim a esencia de la lírica— sería la convergencia
aunque sea con todas las reservas, con el lenguaje de Mairena, analógica total de «las verduras de las eras» y los «rocíos de los
en cuyo uso de las palabras «intuición» y «concepto» no parece prados» de Manrique con «las nieves de antaño» («Mais ou son/
resonar sino la célebre formulación kantiana de que «los conceptos les neiges dtintan?») de la balada de Villon, también tomadas a
sin intuición son conceptos vacíos». Sin duda, los nombres pro Ululo del factor metonímico de su caducidad. Si los eruditos lo­
pios son nombres asémicos —denotan, pero no designan—, y, poi grasen destrozarme esta coincidencia (quitándole a esta palabra
lo tanto, el «llenos» que de ellos se pueda predicar se dirá de Inda connotación de «casual») y sustituírm ela por una influencia,
manera diferente de la que vale para los nombres comunes, de que es lo que a ellos les divierte pero que a mí no me ofrece e¡
signantes, los únicos respecto de los cuales cabe hablar de «con más mínimo interés, me sentiría defraudado, al verme privado de
ceptos»; por eso, para los nombres propios, he preferido la figura, un argumento en favor de la primacía del género sobre el poeta,
filosóficamente menos comprometedora, de «habitados». de la cultura sobre el individuo, tal como alegaré más adelante.

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estéril caducidad. Pero ¡cómo se han vuelto las to r­ en este punto el fiscal hubiese levantado la vista de
nas!: esas m ism as figuras que pretenden d e n ig ra r y sus papeles, p ara m ira r los rostros del jurado, tra ­
suscitar el m enosprecio de lo perecedero suenan aho­ tando de a d iv in a r en ellos el efecto de sus argum en­
ra, predicadas de lo p a rtic u la r em pírico y sensible, tos, h a b ría pegado un carpetazo com o un disparo de
hecho presente a la m em oria p o r el conjuro de los escopeta y h a b ría dicho sin m ás: «¡Se retira la acu ­
nom bres propios, com o la caricia m ás enam orada, sación!».
com o el m ás nostálgico y m ás delicado de los enca­ A partir, pues, de estas observaciones, puedo m os­
recim ientos. Y esto, no retrayéndose a la m era belle­ tra r al fin cum plidam ente lo dicho m ás a rrib a de
za sensorial de su apariencia, sino conservando y cómo y h asta qué punto M airena, si, en lugar de to­
h asta recalcando la propia concom itancia concep­ m ar el soneto de C alderón p ara com pararlo con una
tual que las m otiva. V erduras de las eras, rocíos de de las coplas de M anrique, hubiese acertado a tom ar
los prados: dulces, efím eras, frágiles, baldías, gratui­ esas coplas en su totalidad, contrastándolas, no con
tas, esp o n tán eas cosas sin p orvenir y sin provecho ese soneto que adolece de lo que él pensaba ser acha­
que nadie podrá com prar ni conservar; por eso preci­ que casi exclusivo del barroco, sino consigo m ism as,
sam ente seducen la m irada y em briagan el corazón habría encontrado una p ru eb a experim ental inapre­
com o el m ás inolvidable de los dones. Al igual que ciable de lo a certad o de sus tesis acerca de la lírica,
la form a interrogativa del a rra n q u e de la copla 16, en las que la tem poralidad, el sentim iento del tiem ­
que de p reg u n ta retórica, de enfático gesto d esa­ po, ocupan el lugar fundam ental. Y la p ru eb a es tan ­
fiante («¿Hay alguien que ose d ecir lo contrario?», to m ás fuerte, tanto m ás genuina, cu an to fortuito e
pues ya el «decidm e» de la estro fa 9 le ha m arcado involuntario es el propio experim ento: nos encontra­
explícitam ente ese carácter: «Decidme, la h erm osu­ mos ante el caso de un poeta que quiso h a c er un
ra ,/la gentil frescu ra y tez/d e la c a ra ,/la color e la «mal» uso de la lírica —un uso c o n tra rio a las tesis
b lan c u ra,/c u a n d o viene la vejez/¿cuál se para?»), se de M airena—, al e c h ar m ano de la lira para h a c er
ha tra sm u ta d o en fó rm u la de conjuro, y, com o p e r­ un d octrinal de filosofía, destinado a im poner en el
diendo en el aire toda su a rro g an cia de alegato fis­ alm a del oyente el m enosprecio de los bienes, de lo
cal, ha ido a h e rir los oídos del ju ra d o com o un perecedero, y el aprecio de los valores, de lo p e rd u ­
lam ento de añoranza, revolviéndose en contra de la rable, pero al que en la m edida en que la lira se so­
voluntad de convencer que la promueve, así tam bién metió a sus intenciones no le salieron m ás que
las propias im ágenes buscadas para mover al m enos­ prosaicos ruidos y en la m edida en que le dio notas
precio de lo perecedero le han hecho defección y no arm ónicas, m úsica verdadera, su voluntad y sus de­
logran so n ar en los oídos del ju ra d o m ás que como signios se vieron c o n trariad o s del m odo m ás ro tu n ­
el m ás incondicional de los encarecim ientos. Buscó, do. Es com o si la lira m ism a hubiese sido som etida
sin duda, dos im ágenes conceptualm ente bien tra a prueba: «Toma este in stru m en to e intenta tocarlo
badas p a ra la representación de la caducidad m ás en tal sentido; verás cóm o cuando llegues al m enos­
carente de todo porvenir, pero la lira se le fue irre precio de lo perecedero, todo tu empeño, todo el es­
sistiblem ente de las m anos y, aun sin desobedecer fuerzo de tus dedos, se estrellará contra sus cuerdas,
un punto su exigencia conceptual, dejó escap ar pre­ y la anónim a y an tig u a m elodía del tiem po consun­
cisam ente las m ás bellas y delicadas que tenía. Si tivo sonará incontenible una vez más». Y es que la

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consecuencia inm ediata que casi necesariam ente se hondo de las m áxim as vagas y triviales, hace aplica­
desprende de la poética de M airena, en cuanto pone ción de ellas a las cosas de su tiempo, toca casi en
la tem poralidad com o esencia de la lírica, es que lo su b lim e» [subrayado mío]. No entraré, por mi p a r­
ya la propia lira como tal instrum ento, antes de tañer, le, en si ese trozo toca efectivamente, como dice Quin­
la lírica m ism a, com o form a, com o género, e stá ya tana, casi en lo sublim e, pues no me im porta aquí
por definición contra lo perdurable, o sea, los valores el juicio de valor, sino el de cualidad: el de que ése
y a favor de los bienes, de lo perecedero. En las es el único trozo genuinam ente lírico; sólo pretendo
coplas la cosa resulta tanto m ás relevante y m ás señalar cóm o ni aun Q uintana, con todas sus preven­
escandalosa precisam ente en la m edida en que esa ciones críticas, ha podido negar esas estrofas; una
m úsica surge en el m edio de una intención co n tra­ im presión tan desm edida com o la que tuvieron que
ria, de un contexto adverso; po r ese m odo de elevar­ producir en él para llegar a m erecerle un elogio se­
se de pronto tan a despecho de lo que las precede m ejante no se debe, a m i juicio, sino a la sin g u larísi­
y las motiva es po r lo que esas pocas coplas han con­ ma circu n stan cia de que el poeta c a n ta malgré lui,
seguido siem pre fascinar a los lectores con una fuer­ de que se tra ta de coplas desm andadas, escapadas
za que jam á s por sí solas p odrían h a b e r tenido: de los dedos del poeta o, m ás aún, a rra n c a d a s a sus
«... las coplas de M anrique —dice Quintana— son una iledos po r las propias cuerdas de la lira, insoborna­
declaración, o m ás bien un serm ón funeral sobre la blem ente fiel a lo perecedero. La im presión que pro­
nada de las cosas del m undo, sobre el desprecio de ducen esas pocas coplas no está —com o Q uintana
la vida, y sobre el poderío de la m uerte. El m etro en parece p rete n d er— en v irtudes de oficio literario,
que están hechas es tan cansado, tan poco arm onio como la cu alid ad de la «dicción» (desde este punto
so [de esto protestará directam ente, y con razón, Don de vista no son, en m odo alguno, m ás a fo rtu n ad as
Marcelino], tan ocasionado a ag u zar los pensam ien o brillantes las estrofas líricas que las doctrinales;
tos en concepto o en epígrafe [aquí Q uintana advier­ algunas de é sta s están incluso —com o ya he dicho
te lo que a M airena p a sa rá desapercibido, pero se lo m ás a rrib a — m ejor trovadas que no pocas de aq u é­
atribuye, no se sabe po r qué razón, a la fó rm u la m é­ llas, ni hay, p o r lo dem ás, en el poem a entero, ap e­
tric a elegida], que contribuye no poco a dism inuí i nas otro talento literario, otro sa b e r hacer, en el
el gusto de su lectura [...]. Sin em bargo [¡oh, sin em sentido e stric tam e n te artístico, que una cierta des­
bargo!], ha obtenido siem pre un grande aprecio en treza en la versificación, y rara vez algún verso so­
tre los am an tes de n u estras antigüedades, y seguirá bresale un poco de la m ediocridad o la indigencia
m ereciéndole de los inteligentes. La razón de ello es expresiva dom inante); esa im presión reside, en ú lti­
que la dicción en el tono y dirección que el autoi ma instancia, en lo siguiente: ¿A qué negar, una vez
ha q uerido to m a r [de nuevo el supuesto de la idenli más, los bienes, lo perecedero, com o cosas m enos­
dad del a u to r consigo m ism o y de la univocidad tic preciables y engañosas frente a lo perdurable, si no
la obra, com o si ese «tono» y esa «dirección» no se siguiesen siendo en el últim o y m ás íntim o redue­
le hubiesen ido de las m anos del m odo m ás dram a lo de los corazones, y a despecho de toda voluntad
tico y ejem plar], es igual, firm e y perfecta, que la moral, objetos irren u n ciab les y jam ás renunciados,
lengua parece que ya e stá fijada, que los pensam ien ni m enos todavía desarraigados, del deseo? (El re­
tos son altos y generosos, y que el trozo en que su traim iento hacia los valores, hacia lo perdurable, es

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una fuga ante la fugacidad de los bienes; m as la re­ perecedero—, ello no quiere decir, en m odo alguno,
nuncia al deseo escarm en tad o no logra se r su des­ que no sería el m ayor de los erro res resolverse a se­
trucción. N ada de extraño, pues, en que la negación parar, com o un poem a aparte, las siete o nueve co­
expresa del deseo redunde, m uy a despecho del que plas que la incluyen, sustrayéndolas al contexto y a
niega, en su m ás patética, en sus m ás enfática con la atm ósfera form ados po r las quince antecedentes,
firmación.) Basta in c u rrir en la tem eridad de ir a de­ pues sería ig n o rar h asta qué punto su m ayor fuerza
safiarlos en la m em oria viva —y, peor aún, m ediante ••»tú precisam ente en el hecho de su rg ir bajo el im ­
el instru m en to expresam ente conform ado por los si­ pulso y en el ám bito de una intención con traria. El
glos bajo el im pulso de su evocación y labrado y m ilagro lo hace verdaderam ente el diablo; y com o
tem plado en la expresión de su añoranza—, para que tal m ilagro digno de él, es en el púlpito donde se pro­
redobladam ente se revelen resistentes a todas las ra­ duce, es en el púlpito m ism o en donde se p e rp e tra
zones y prevalezcan de cu alq u ier d o c trin aria im pug­ la im piedad. La m úsica del tiem po consuntivo rom ­
nación. Así com o una bola de b illar im p u lsad a por pe a so n ar precisam ente en las p alab ras que lo nie-
fuerza hacia adelante, pero llevando oculto en sí un tiun, brota de las e n tra ñ as m ism as de una enfática
efecto de rotación co ntrario — en relación con el pla­ Vadm onitoria afirm ación del tiem po adquisitivo: es
no de la m esa— al del sentido de su traslación, avan­ lustam ente la fricción producida por la forzada in­
za patin an d o por el paño, m as no bien choca con la tención del doctrinal, que violenta el recuerdo a con-
roja esfera del m ingo co n tra el que ha sido im pulsa I la r rueda, com o argum ento en su favor, lo que hace
da, agotando del todo co n tra ella ese obligado im­ que el ayer se a rre b a te y se inflam e com o llanta de
pulso, libera esp ectacu larm en te an te los ojos la i ai ro a la fricción del freno y se levante ante los ojos
oculta y no extinguida rotación y desde el punto en un puro incendio. ¿Qué im p o rta ya la innegable
m uerto del encuentro recelera de pronto en vivo re­ pobreza de la letra, que casi se lim ita a en u m erar?
troceso en el sentido exactam ente inverso al que 14i llama viva del ayer lo abrasa todo, lo ilum ina todo.
avanzara, así tam bién la p a la b ra de M anrique, que Jam ás hubo serm ón m ás contraproducente ni doc­
predica esforzadam ente la estim a del futuro, tratan trinal m ás estrepitosam ente fracasado: si el poeta
do de a rr a s tr a r los corazones en el sentido del tiem ­ quiso e n fria r la querencia de los bienes, sofocar la
po adquisitivo, al ir a d a r co n tra el m ingo del ayer iinoranza de lo perecedero, no halló, en verdad, m ás
cercano, el rojo m ingo de un recuerdo vivo —rojo que la m ejor form a de prenderles fuego. Así pues —y
com o la roja esfera del sol c re p u sc u la r—, deja pre­ esto es lo decisivo—, no a pesar de, sino precisam en­
valecer de p ronto la persistente rotación in tern a del te gracias a, gracias a que M anrique, lejos de q u e re r
deseo inextinguido («piaga p er a lle n ta r d ’arco non hacer un canto de añoranza de los bienes, quiso,
sana») y retrocede irresistiblem ente en el sentido del por el contrario, h a c er un d octrinal de los valores,
tiem po consuntivo, al reencuentro, al abrazo de ese se logra que el ayer controvertido se encandezca y
m ism o ayer tan contra corazón negado y abjurado hc incendie p o r su propio fuego y con su propio
Si antes he dicho que M airena tenía razón extrapo icsplandor. D eliberada y com placientem ente traído
lando la copla 17, para o ír en ella un incondicional Vconducido de la m ano del poeta, el ayer no h a b ría
y verdadero canto de añoranza —y, de m anera im Nido m ás que un objeto inerte, algo cantado, y no,
plícita, un encarecim iento de los bienes, de lo como realm ente consigue se r en esas coplas, lo que

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canta. H ab ría sido un ayer dom esticado, herm oso otro pleito auténtico, no representado, que ocurre de
pero pasivo y sin peligro alguno, com o un leopardo verdad en el poem a, y que, com o solapándose a la
de salón, y no ese ayer activo, que tira zarpazos de (merella de ficción y robándole el suelo de debajo
verdad, que a rro lla la p alab ra y se apodera de la voz tie los pies, concede ju sta m e n te a la p a rte contraria
y abriéndose cam ino p o r sí solo h a sta las cuerdas —esto es, a aq uella p a rte a la que la ficción tenía
de la lira se alza con el poem a y tañe su propia m ú­ asignado el papel de p a rte p erd ed o ra—, no ya la vic­
sica y c an ta su propia canción. Porque no son ya los toria o la razón —que jam ás podrían ser para los bie­
dedos del poeta los que hacen v ib rar las cu erd as de nes m ás que el hom enaje m ás arte ro y el m ás
la lira, sino é sta s las que m ueven los dedos del poe­ venenoso de los reconocim ientos—, sino la gracia. El
ta contra su voluntad; ya no es él quien v erdadera­ pleito, pues, se ha vuelto, po r así decirlo, real desde
m ente actúa, sino la propia condición natu ral del el instante m ism o en que la acusación ha convoca­
instrum ento, la virtualidad intrínseca del género. La do a juicio a un testigo real, el recuerdo sensible de
consecuencia, por extrem osa que pueda parecer, re­ un ayer vivido. D esafiado en la m em oria viva del ju-
sulta inevitable: las siete (o nueve) coplas en cues­ i ado, expresam ente invocada y a p elad a com o testi­
tión son sustancialm ente anónim as; no anónim as en go de cargo co n tra él, ese ayer no sólo ha resistido
el sentido puram ente anecdótico y superficial de que Incólume, sino que ha rem ontado y revolcado, con
no conozcam os el nom bre del autor, sino en el sen ti­ el solo sonido de su propio testim onio, todo el ím pe­
do m ucho m ás real de que no han sido hechas por tu de la acusación, h asta lo g rar alzarse con el pleito
autor alguno, sino que han sido partenogenéticam en entero y o b ten e r de la sala la m ás unánim e, la m ás
te engendradas en el vientre de la lira m ism a. Es un Inapelable y sobre todo la m ás em ocionada de las
triunfo del género sobre el autor, de la c u ltu ra so absoluciones. Lo que hace toda la fuerza del poem a
bre el individuo, frente al cual la cuestión de un m a­ rs ese revolvérsele al poeta la p alab ra en los labios,
yor o m enor talento literario no es m ás que un nimio la música en los dedos o, por volverlo a decir en nues-
problem a de facundia, que bien se puede resolver 11 a m etáfora forense, lo que hace tan inatacable la
con un puñado de gu ijarro s debajo de la lengua. La limpieza del proceso, alejando del ánim o de todos
poesía ten d rá siem pre su m orada en las anónim as la inás rem ota sospecha de prevaricación o de cohe-
cuerdas de la lira, nunca en los dedos ágiles o tor­ t ho al respecto de tan enardecido fallo absolutorio,
pes del autor. rs el hecho de que el testim onio decisivo en favor del
Ahora tenem os com pleto el atestado. Es esta lucha tu usado haya venido ju stam en te por boca de un tes­
secreta en tre la lira y la m ano que la tañe —pro­ tigo de cargo capital: sólo porque hay aquí de veras
vocada y actuada aquí tan sólo por aquella desdichada linos labios que a sí m ism os se desm ienten, una voz
y felicísim a o cu rren cia de «vengam os a lo d ’ayer»— que a sí m ism a se destruye, confutando, sin q u e re r­
lo que hace que la ficticia q uerella m anifiesta de los lo y sin saberlo, con los acordes de la lira, el propio
valores co n tra los bienes se tra stru e q u e y se cuín ur^üir de sus palabras, el a firm a r de sus razones,
pía, po r debajo y p o r encim a de la letra expresa, y i l valorar de sus figuras, sólo por eso llegan a ser
entre las m ism as p a rte s querellantes, en un pleito lus coplas de M anrique el m ás acendrado canto de
real. La querella fingida o representada de M anrique los bienes, de lo perecedero, de cuanto alienta bajo
resulta su p lantada, co n fu tad a y d e stru id a por ese «I lánguido arco del oro del tiem po consuntivo y

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está m arcado p o r el dulce, am argo sino de la c a d u ­ Villena, y su herm ano Pedro G irón12 (copla 22). La si­
cidad. guiente, o sea la 23, a rran ca, en rigor, enlazando, sin
discontinuidad alguna, con lo que la precede, com o
Codicilo 1.° Se h a b rá observado cóm o al referirm e mu prolongación m ás n atu ral, al recoger globalm en-
a las coplas q u e p ara mí form an el cu erp o lírico del Itl a todos los no nom brados en las coplas a n te n o ­
poem a, he estad o diciendo todo el tiem po «siete o tes, en un resum en, ya sin m enciones nom inales,
nueve», o sea, vacilando e n tre el grupo restringido peto evidentem ente referido a personajes de ese m is­
de las copas 16 a 22 y el algo m ás dilatado de las co­ mo ayer: «Tantos duques excellentes,/tantos m arque­
plas 16 a 24; la duda afecta, pues, a la 23 y la 24 y me ses e co n d e s/e b aro n es/co m o vim os tan potentes»,
interesa a c la ra r su fundam ento. Las siete p rim eras tle m anera que nada h asta este in stante ju stifica su
y no cuestionadas coplas del eventual grupo nonario exclusión; la du d a sobreviene en el repentino quie-
se refieren todas ellas a personajes del ayer cercano lito que pega el quinto verso, donde surge de pronto
m entados ya p o r sus nom bres, ya p o r d eterm in a­ una segunda persona a la que se dirige una interro-
ciones: el rey Don Ju a n y los infantes de Aragón, Kueión, que conlleva, a su vez, un cam bio de tiem po
con las fiestas de su corte (coplas 16 y 17); el rey Don verbal respecto del que se ha venido m anteniendo
Enrique, con su prosperidad, sus liberalidades y el desde el p rim e r verso de la estro fa 16 («¿Qué se hizo
fasto de su gente" (coplas 18 y 19); el m alogrado in­ el rey don Joan?») h a sta el c u a rto de esta m ism a 23
fante Don Alfonso, sediciosam ente proclam ado rey («romo vim os tan potentes»): «di, M uerte, ¿dó los es-
en el sim ulacro de Avila p o r la facción rebelde a En­ ro n d es/e traspones?» (donde, p o r cierto, se registra
rique IV, en la que el propio conde de Paredes tuvo, ni .iso el único ard id propiam ente literario del poe­
por cierto, un papel m uy relevante (copla 20); don Al ma, en la m edida en que la sú b ita e inesperada apa-
varo de Luna (copla 21); Ju a n Pacheco, m arqués de t li ión de esa segunda persona, así apelada tan de
pronto con su im perativo y su vocativo, parece mi-
tnetizar, y no sin eficacia, el rápido, furtivo, intem ­
11. E n lo q u e se re fie re a e s to s d o s reyes, n o e s ta r ía d e m á s re­ pestivo, «supitaño» golpe de m ano de la m uerte
c o rd a r, p o r lo q u e to c a a l p rim e ro , la p a té tic a e in o lv id a b le fr a s e misma, que se llega a nosotros tam quam latro, se-
u e en el le c h o d e m u e rte d ijo al a m ig o d e su h o ra p o s tre ra (ju ytin la clásica expresión de la Vulgata). Y lo m ism o
3 ío, p ro b ab le m en te ): « ¡B a c h ille r C ib d a d r re a l, n a c ie r a y o fijo de
un m ecán ico , e o v ie re sid o fr a ile d el A b ro jo , e non rey d e C asti
mu ederá en los otros seis versos de la estrofa: «E las
lia !» («m e cán ico » v a lia e n to n c e s m ás o m en o s p o r lo q u e ho y lia
m am o s « a rte sa n o » ) y, p o r lo q u e to c a a l segu n d o , lo s sig u ie n te s
d a to s e x tra c ta d o s , s in o rd en , d e la c ró n ic a : « rey sin n in g u n a u fa ­ I ¡ Don P ed ro G iró n , m a e stre d e C a la tra v a , y no — co m o d ic e en
n ía» - « h a c ía m u y p o ca e s tim a d e s í m esm o » - « la s in s ig n ia s e ce- noi a don Jo a q u ín de E n tra m b a sa g u a s en la ed ic ió n de la q u e tom o
rim o n ia s r e a le s a g e n a s fu e ro n d e su c o n d ició n » - «a n in gun o In» i'itas de Q u in tan a y d e Don M arcelin o — don B e ltrá n de la Cue-
h ab lan d o ja m á s d e c ía de tú, ni c o n sin tió q u e le b e sa ra n la m ano» Vii, <|tic ja m á s fu e, q u e se sep a, h e rm a n o d e V ille n a (la c o p la em -
«a s u s p u e b lo s m u y p o c a s v e c e s se m o stra b a : h u ía d e lo s negó Iile/ti « E los o tro s dos h e rm a n o s/m a e stre s tan p ro sp e ra d o s/co m o
c io s; d e s p a c h á b a lo s m u y tard e» - « co m p a ñ ía d e m u y p o c o s le pía n v e s » ), y q u e s i fu e, en efecto, m a e stre d e S a n tia g o , p a re c e s e r
c ía ; to d a c o n v e rs a c ió n d e g en tes le d a b a pen a» - « e sta b a siem p re i|iie a p e n a s lle g ó a lu c irle , p u es el p ro p io V ille n a su p o m u y p ro n ­
retraíd o » - « p re c iá b a s e d e ten er ca n to re s, y co n e llo s c a n ta b a nni to In g e n iá rse la s, ro d e a n d o y p resio n an d o , p a ra q u e el rey a c c e ­
c h as veces» - « tañ ía d u lcem en te el laúd » - «todo canto triste le daba d im i a d e s p o s e e r lo p o c o tiem p o d e sp u é s, en u n a s v is ta s q u e
d eleyte»... P e ro n o e s éste e l lu g a r p a ra e x p r e s a r m is s im p a tía s tu viero n en tre C ig a le s y C abezón .

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sus claras hazañas,/que hicieron en las g u e rra s/y en sa l/p a rtic u la r que cruzaba y recorría la copla 23. Se
las p aces,/cu an d o tú, cruda, t'ensañas.lcon tu fuer- trata de lo siguiente: am bas estrofas term in an con
9a las atierrasle desfaces». Este im previsto dirigirse un reconocim iento del sobrehum ano poder de la
a la m u erte a tú p o r tú, pero m ás todavía el hecho muerte, dirigido en segunda persona a la m uerte m is­
de que com porte el cam bio de la form a de pasado ma, pero no sin un cierto concom itante acento de
—sostenida, con sus im perfectos pertinentes, desde- (|ueja po r lo im placable de sus obras; sin em bargo,
la copla 16— po r la form a de presente, au nque en m ientras en la 23 la acción es representada com o un
juego entrecruzado, todavía, con la de pasado en cada simple y nada brillante ejercicio de fuerza, casi como
una de las dos m itades de e sta estrofa 23, significa un abuso de poder: «Cuando tú, cruda, t ’ensañas,/con
ya, por sí solo, y en la m edida en que el presente es tu fuerza las a tie rra s /e desfaces», en la copla 24 la
la fórm ula de los juicios universales, un m ovim ien­ cosa tiene ya o tra luz: «Cuando tú vienes a ira ­
to de generalización, y p o r tanto u n a c ie rta vuelta da,/todo lo pasas de c laro /co n tu flecha». La acción
al lenguaje de «doctrinal de filosofía» de las quince c-s aquí airosa, gallarda, el tiro es diestro, limpio, lu-
prim eras coplas («N uestras vidas son los ríos», etc.); 1 ido; el a n te rio r «cuando tú, cruda, t ’ensañas» se ha
sólo ese juego cruzado con el pasado —que sigue ase­ eonvertido ahora en un «cuando tú vienes airada»:
gurando la filiación em p írica de las víctim as en la m ientras la saña afea inevitablem ente un rostro, la
m em oria viva del poeta, el afincam iento en lo parti lia puede a m enudo em bellecerlo; asim ism o, ec h ar
c u la r sensible de sus claras hazañas atierradas y por tie rra («las atierras») y d esh acer («e desfaces»)
desfechas por la saña y la fuerza de la m uerte—, man no son acciones cuya ejecución sea capaz de produ-
tiene todavía la am bigüedad que ju stifica m is vaci 1 ir en nadie u n a im presión de belleza, en tanto que
laciones en lo tocante a se p a ra r esta estrofa de las «todo lo p asas de c laro /co n tu flecha» es una repre­
siete precedentes. Y en cuanto a la 24, que no con sentación llam ada a su scitar la m ás viva adm iración
tiene ya, ciertam ente, pasado alguno («Las huestes de los contem poráneos, tan propensos al culto de
innum erab les,/lo s pendones, e sta n d a rte s le bande­ esta clase de proezas. Item , ¿cuándo se ha oído ya
ras,/lo s castillo s im p u n ab les,/lo s m uros e baluai otra vez de un tan m ortífero, tan infalible arquero?,
tes le b a rre ra s ,/la cava honda, chapada, lo cualquier ¿dónde hem os visto antes de ah o ra otro parejo a ira ­
otro reparo,/¿qué aprovecha?/C uando tú vienes aira do flechador? ¿No ha sido acaso bajan d o sobre las
da,/todo lo p asas de claro /co n tu flecha»), se m e ap;i eostas de la Tróade, precipitando, «como torva no-
rece, sin em bargo, a su vez, com o continuación 1 he», contra las playas de D ardania? Sí; nada m enos
natu ral de lo que inm ediatam ente la precede, pues <|ue la no po r terrib le m enos m agnífica figura del di­
la fisonom ía m ism a de los objetos que enum era n o s vino Febo, el m ás herm oso de los dioses todos, a rro ­
rem ite claram ente al despliegue de fuerza de aque­ lándose —lleno, tam bién, de ira y de igual m odo
llos m ism os duques, m arqueses, condes y barone s, arm ado de arco y flechas— sobre las naves de los
«tan potentes», p o r los que se ha preguntado a la dáñaos varadas en la arena, ha p restad o su atuendo
m uerte en la copla anterior. Con todo, aquí se plí­ Vsu ap o stu ra a esta segunda im agen de la m uerte.
senla una nueva am bigüedad, tan im p o rtan te y tan Sigue habiendo un lam ento contra lo inexorable de
representativa de la equivocidad que afecta a las en sus obras, pero, m ientras en la copla 23 la represen­
trañ as m ism as del poem a entero com o la de univei tación se resolvía en una p u ra negatividad, aquí,

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com o al costado de la queja m ism a, asom a ya el ade­ c ar (en la jo rn a d a m ás in fau sta que sus a rm a s ha­
m án de un sentim iento adm irativo: es ya la tentación yan podido conocer) no con una p resu n ta «cultura
de ponerse del lado del m ás fuerte, de subirse al «le los bienes» —que ni existe tal cosa ni jam á s po­
c arro del vencedor. El poeta parece h a b e r tem ido de dría existir sin que los bienes m ism os dejasen de ser
pronto indisponerse y m alq u istarse con La Inexora­ la les13—, sino con los m eros, tím idos y m arginales
ble, con La Todopoderosa, y haberse decidido a ven­ Imites de verduras de las eras que aquí y allá se obs­
d er y a traicionar, sin el m enor em pacho, a los vivos tinan —¡todavía!— en se d u cir y conm over la m em o­
y a los m uertos, p ara re n d ir vil hom enaje de a c ata ­ ria y el corazón de los hum anos, no podría por menos
m iento y de respeto a la tira n a de todos los destinos. •le ponerm e a mí m ism o la objeción de cóm o pue­
C uando en la copla siguiente el poeta em prenda al den las coplas de M anrique presentársem e com o ese
fin el elogio de su padre, del gran bellaco del conde Inn encendido canto de añoranza de los bienes, sien­
de Paredes, la lira —que tan inm erecidam ente ha do así que m uchos, casi todos, si es que no incluso
q u erido concederle d u ran te nueve estro fas su más lodos, los objetos en los que se despliega y configu-
p ura m elodía—, esp an tad a y ahuyentada de golpe iii el sem blante del ayer no resu ltan ser o tra cosa,
ante ese atisb o de reverente y adm irado culto a la ii Iin de cuentas —y de la form a m ás unilateral y m ás
fuerza y al poder, tal com o aflora en los tres últim os
versos de la copla 24, le h a b rá negado ya del todo IV Una idea aproximada de lo que podría ser una «cultura de
el regalo de su m úsica, p ara no volvérselo a otorgar lo*, bienes», con la total perversión de los bienes y de su concep-
nunca jam ás. i Inn que por sí misma implicaría, pueden dárnosla esos aspec­
to» o tendencias (sólo aspectos o tendencias, ya que, por lo demás,
Mibrcvive ampliamente la cultura predatoria) de la época moderna
Codicilo 2? C om oquiera que este h a sta ayer tan i|iir han dado en llamarse «sociedad de consumo». Nombre, por
equívoco y tan oscuro caso no ha sido, aquí, en ver­ i Ir t ln, extremadamente impropio, en la medida en que su carac-
dad, sacado a revisión p o r el m ayor o m enor interés li'iislica más específica la haría, por el contrario, doblemente
Hi i redora al de «sociedad de producción»; doblemente, digo, por­
que pudiese ofrecer p a ra los lectores de lírica (entro que esa característica prácticamente definitoria de la llamada «so-
los cuales sólo un d em asiadas veces repetido desen­ i li dnd de consumo» consiste, en efecto, en el hecho de que la
gaño im pide, ciertam ente, que me cuente), sino para t>lnniesa no produzca ya sólo el producto, sino también el consu­
ilu stra r el m ilenario pleito en tre los bienes y los va midor. Y ésta no es una afirm ación meramente psicológica, sino
Imnhién y antes que eso, rigurosamente económica: un porcenta­
lores, y como, por consiguiente, la cuestión propia je de la inversión productiva de la em presa que pata algunos ti-
m ente lite ra ria de las coplas no me ha interesado en Imii de productos llega a ser tan elevado como el 75 por 100 del
absoluto p o r sí m ism a, sino precisam ente en la me­ Imul se destina a la producción del consum idor (llámesele pre-
dida en que ta n sin g u lar y ejem plarm ente resulla ImmI.k ion, publicidad, promoción, o como se quiera), quedando
fiinii la producción del producto e¡ 25 por 100 restante. Una «cul-
desbordada y trascendida, al d esen cad en ar —sin Iii■o de los bienes» sería, al igual que una «filosofía de los bie-
duda a vueltas del propio pleito interno, explícito y o una «ética de los bienes», una contradictio in terminis: los
fingido del poema, pero tam bién, desde luego, al m ar­ mi mínelos de la llamada «sociedad de consumo» son la más san-
gen y extram uros de la letra en sí— e sta o tra q u e it IIIrnlii caricatura de los bienes, así como esc consum idor expre-
Í h i i i i ule producido para ellos por la em presa misma es la más
lia externa, im plícita y real, en la que la cultm a {Mullí lenta caricatura del hombre venturoso, del hombre capaz
predatoria, la c u ltu ra del tiem po adquisitivo, de l< Í» morir «lleno de días», según la herm osa expresión del Anti-
valores, de lo perdurable, viene a encontrarse y a cho giin testamento.

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incontrovertible en m uchos casos—, que inequívocos ojos y esas m anos están en las dos figuras centrales
fastos del tiem po adquisitivo. En efecto, ju stas, to r­ del poema; no son sino las dos hum ildes, tím idas, co­
neos, param entos, bordaduras, cim eras, tocados, ves­ tidianas figuras de las «verduras de las eras» y los
tidos, olores, ropas chapadas, vajillas febridas, «rocíos de los prados» —expresam ente u rd id as por
jaeces, caballos, atavíos (o «ataujíos», según otra lec­ el poeta com o im ágenes conceptuales de lo fútil, de
tura), ¿no eran acaso, todos, piezas de un puro a p a ­ lo efímero, de lo m enospreciable, lo carente de todo
rato ostentatorio, trofeos o m eros signos del valor de porvenir y, po r tanto, de sentido y de valor alguno—
la persona? No lo serían, tal vez, aunque tam poco esté las que, una vez m ás —y aquí de m odo todavía m ás
excluido, el tro v ar y el d a n z ar o «las m úsicas a c o r­ decisivo—, se nos revelan com o los verdaderos pro­
dadas que tañían», pero sí que, en principio, h a b ría tagonistas del poem a, o mejor, de la querella, p a ra ­
de serlo, desde luego, p o r su naturaleza, p o r su o ri­ lela y c o n tra ria al m ism o tiem po, que desde él, pero
gen, por su significado y su función, todo lo demás, como por fuera y po r encim a de él, la siem pre anó­
constándonos com o nos consta, po r añ ad id u ra, has­ nima lira consigue levantar. Ellas serán el Cristo que
ta qué punto el aspecto de ostentación de la cu ltu ra retorne a resc a ta r a los valores m ism os, fundiendo
p red ato ria alcanzaba en el siglo XV uno de sus m o­ el perpetuo hielo que los aprisiona, y que, redim ién­
m entos de m ayor intensidad y h asta qué punto, por dolos de la condena de futuro, de la m aldición de
ende, la riqueza se ejercía y se cum plía com o puro eternidad, a la que po r su propia naturaleza de valo­
fasto, es decir, com o o rn ato co rtesan o que revertía res se h allab an sentenciados, los devuelva en im a­
sobre la persona m ism a, redundando en a trib u to y gen a la m ortalidad del tiem po consuntivo. (La lírica
en c riterio de m edida de su propio valor social más alta, el «cante grande» de la lira, en el que ésta
¿Cómo, pues, puede oírse ningún canto de los bienes, llega a cu m p lir las últim as virtualidades escondidas
de lo perecedero, en una evocación que reverbera la en sus cuerdas, no es, ciertam ente, aquel en que las
im agen de un m undo de cosas tan intensam ente em­ figuras se lim itan a ilu s tra r o e n fatizar —esto po r
pavonadas y bruñidas p o r el m etal de los valores, tan descontado—, pero tam poco aquel en que alcanzan a
fuertem ente m arcad as p o r el signo del tiem po ad expresar —p o r legítim o que les sea tal com etido y
quisitivo, y h u rta d a s, p o r consiguiente, a la gratui por hondo y genuino que pueda se r el sentido en que
dad y al sinsentido c o n n atu rales a la índole m ism a tomemos la idea de «expresión»—, sino aquel en que
de los bienes? Si es que, en verdad, m is oídos lo han las figuras logran realm ente actuar, obrar, no sólo
oído bien, ¿cóm o ha podido lograrse un canto se­ I m eando el tim bre de voz y confundiendo y hasta su­
m ejante? ¿Con qué ojos ad m irad o s de niño que se plantando los sentim ientos del poeta, sino tam bién
e m p e ñ a se en ig n o ra r o en o lv id a r la d e s a fia n te trasto rn an d o el sentido m ism o de lo representado;
rapacidad com petitiva que se esconde d etrás del res aquel en que las figuras, por sí m ism as y sin d e ja r
p lan d o r de ta n ta gala o con qué delicadas, piadosas, «le ser tales figuras, llegan a ser una au téntica ac-
im precavidas m anos de niña que se agachase a re i ión de la palabra, es decir, de la anónim a m ente im ­
coger del suelo el cu erp o de un azor aliquebrad»• personal, sobre el depósito existencial del individuo.
se ha conseguido que toda esa panoplia de valores lle­ Si. literariam en te consideradas, las coplas de Man-
gue a erigirse, revivida en el recuerdo, en verdadera i ique no pasan de ser, incluso en las siete o nueve
imagen de los bienes? Bien poco hay que buscar: esos estrofas involuntariam ente líricas, una pieza medio-

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ere, las salva, sin embargo, la im previsible acción que en el recuerdo con los cálidos colores de lo perece­
en ese últim o estrato m etaliterario llega a cum plir la dero.
lira desde las propias en tra ñ as del poema.) T rataré
de exponer exactam ente este proceso de rescate. Codicilo 3.° H abiéndom e tom ado, una vez c e rra ­
C uando u n a figura lleva en sí escondida u n a fuerza do y redactado el presente caso, el escrú p u lo de ir
virtual autóctona m ayor que la de la m otivación que a co n su ltar directam ente los textos de Don M arceli­
la promueve, tiene el p o d e r de a d u e ñ arse de la com ­ no, a fin de co m p u lsa r las citas que de él hace don
paración entera, con el efecto de a tra e r a su propio Joaquín de E n tram b asag u as en la edición que ten-
c a rá c te r de fig u ra —y con ello a su propia, indepen­ no de las coplas (y de la que he recogido, a m i vez,
diente atm ósfera cualitativ a— aquello m ism o que las p alab ras de Don M arcelino y de Q uintana, a u n ­
con ella se com para. Al fracasar, pues, las verduras que para las coplas m ism as me he atenido a Foul-
de las eras y los rocíos de los prados com o in stru ­ ehé Delbosc), me he encontrado con una gran
m ento intencionado de negación y m enosprecio, al sorpresa. No —quede bien claro — con la de que las
resistirse y m antenerse con sus solas fuerzas com o eitas de E n tram b asag u as no sean enteram ente fie­
im ágenes que p o r sí m ism as y en sí m ism as susci­ les, sino con la de que Don M arcelino dice tam bién,
tan el deseo de los sentidos, lo que consiguen es ha­ sobre el asunto, o tra s cosas b astan te m ás sagaces y
c er igualm ente atractiv a la im agen de las cosas que m ás afo rtu n ad as. Prim ero, p o r em pezar con lo m e­
habían de ser m enospreciadas, pero ya no bajo el sig­ nor, reconoce de ca ra el c a rá c te r de tópico que tiene
no de valores que de suyo les pertenecería, sino pre­ el propio tem a de las coplas: «Grandes y eternam ente
cisamente bajo la opuesta luz en la que atraen los ojos eficaces lugares com unes sobre la m uerte» (aunque,
esas verduras de las eras y esos rocíos de los prados eomo creo h a b e r satisfactoriam ente dem ostrado, en
con los que se las quiso comparar, param entos, bor- este caso excepcional esa eficacia falla, p o r fortuna,
daduras, cim eras, todas aquellas cosas que no fue­ del m odo m ás estrepitoso, y es tal vez únicam ente
ron en su día sino fastos del tiem po adquisitivo se la inexorable eficacia de la m uerte m ism a lo que, sólo
vuelven así tan figura de los bienes com o las propias a prim era vista, puede seguir haciendo aparecer aquí
figuras de las verduras de las era s y los rocíos de los tam bién com o eficaces los lugares com unes m encio­
prados; pero no sólo esto, sino que al equipararse, nados). Y, po r seguir con lo mayor, he aquí un párra-
al hacerse iguales a las v erduras de las e ra s y los ro­ li> literal del com entario de Don M arcelino: «Cuando
cíos de los prados, al se r restitu id a s y rem em oradas el m arqués [S antillana en su «Pregunta de Nobles»]
com o p u ra im agen sensorial, son, a su vez, redim i­ pregunta fríam ente, después de tantos otros, "qué fue
das de la m aldición de e tern id ad que pesaba so­ del hijo de Aurora y de Aquiles y de Ulises, Ayax de
bre ellas y retroactivam ente revividas en la luz de Telamón, Pirro, Diomedes, A gam enón”, no hace m ás
la tem poralidad y de la m uerte, porque allí donde que rep e tir p o r centésim a vez un lu g ar com ún, al
los valores logran hacerse im agen de los bienes, m a l qu itan todo valor los nom bres m ism os de los
com plem entariam ente, la im agen de esos valores se personajes rem otos y fabulosos p o r los cuales se in­
transfigura y se transform a realm ente en un bien. terroga, y que sólo en ficción e ru d ita podían intere­
R efractado en el tornasol de la añoranza, el m etá­ sar al autor. C uando Jorge M anrique, dejándose de
lico fulgor de los valores se vira y se reenciende griegos y troyanos, evoca los recuerdos de su juven­

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tud, o m ás bien lo que oyó c o n ta r a su padre, sobre punto, verosímil, el diálogo presentado en las m em o­
los esplendores y m agnificencias de la corte de Don rias; pero esta opción de urgencia nos llevaría indu­
Juan II y de los infantes de Aragón, y sus alegres fies­ dablem ente a nuevas y todavía m ás invencibles
tas y las ju sta s y torneos, y aquel trovar y aquel dan­ im posibilidades. Por o tra parte, la canción de Don
zar y aquellas ropas chapadas que traían, habla de Rodrigo, a la que, según el diálogo de las m em orias,
algo vivo, que todavía conm ueve las fibras de su tanta im portancia concedía Don M arcelino como p ri­
alma» (subrayado mío). De todo lo cual parece ine­ m er punto de apoyo en la génesis de las coplas de
vitable s a c a r las siguientes conclusiones: Prim era: Don Jorge —a las que incluso llega allí a co n sid erar
que Don M arcelino llegó a encontrarse tan cerca, tan casi una glosa de la canción p a te rn a —, no sólo no
extrem adam ente cerca de la verdad, que con sólo un se le da tal im portancia, sino que, si no recuerdo mal,
paso m ás h ab ríam o s podido aplaudirle, diciendo: creo que ni tan siquiera aparece m encionada, com o
«¡Fuego, fuego!». Segunda: que si se rep ara en las eventual antecedente de las coplas, en el texto com ­
palabras m ás a rrib a subrayadas y se las com para pulsado.
con un pasaje del texto del «Arte poética» de Ju an
de M airena tra n sc rito en las p rim eras páginas del «La predestinación y la narratividad» fue escrito,
atestado del presente caso, resulta casi im posible elu­ salvo el apéndice, en los años 1968-1969; «El llanto
d ir la suposición de que M airena escribió sus a p re ­ y la ficción», sin el apéndice, en 1969-1970; ambos
ciaciones acerca de las coplas sobre la falsilla del apéndices, así como «El caso Manrique», fueron
texto de Don M arcelino, aunque p ara seg uir su pro­ escritos en 1973-1974. Todo ello formaba parte del
pia, independiente línea de valoraciones y de pensa­ libro Las semanas del jardín, NOSTROMO, Mau­
ricio d ’Ors, editor, Madrid, junio de 1974 y diciem­
m ientos. Y tercera: que esta m ism a suposición hace bre de 1974
todavía m ás insegura la exactitud del diálogo reco­
gido en las m em orias del periodista, pues si M aire­
na conocía ya el texto de Don M arcelino m al podía
pillarle tan de sorpresa, como, según tales m em orias,
le pilló, el dictam en de «doctrinal de c ristia n a filo­
sofía» form ulado po r Don M arcelino, y si aún no co­
nocía el texto de éste, teniendo —com o a ju zg a r por
las m ism as m em orias parece que ten ía— ya escrita,
a la sazón, su «Arte poética», nos veríam os forza­
dos a a trib u ir a un a z ar casi increíble la coinciden­
cia señalada en la segunda conclusión. Sólo invertir
la relación de sem ejante coincidencia entre uno y
otro texto (o sea, pensar que Don Marcelino escribió el
suyo no antes, sino después del diálogo del Gran Café
de Nápoles, dando en sus páginas crédito y albergue
a algunas de las observaciones de M airena) podría
sacarnos de tan ard u a alternativa y hacer, sobre este

240 241
S e g u n d a p a r te
Id io té tic a *

* La palabra «idiotética» fue acuñada expresamente para el con­


greso de Gerona, del 23 de febrero de 1984, a partir del griego idió-
les, que significa particularidad, carácter peculiar, etc., de modo
que «idiotética» seria algo asi como «cuestión o tratado de las
particularidades»; a éstas también se las llam a «rasgos diferen­
ciales» o «peculiaridades distintivas», que constituirían las no­
tas sobre las que se erige ese fantasma o fetiche llamado identidad.
D iscurso de G erona1

I. D eclaración personal

Siem pre me han producido una gran vergüenza


ajena ciertos títu lo s de libro en que se com binaban,
de uno u o tro modo, las p alab ras «España» y «pro­
blem a» (verbi gratia: «España com o problem a»), li­
bros a los que me daba grim a h asta a la rg a r la mano;
de m odo que a la vista del asunto y orden del día de
este sínodo, «el ser de España» (que au nque no ten­
ga la p a la b ra «problem a», evoca fuertem ente la ac­
titu d de aquellos títulos), confieso que he sentido
desde el p rincipio una gran refrac taried a d o reluc­
tancia a resolverm e o a que me resolvieran a venir,
ya que, viniendo, aquella vergüenza ajena iba a te­
n e r que s e n tirla com o propia.
En efecto, la pregunta que se nos hace en este exa-

1. Este «Discurso» no llegó nunca a ser leído, sino que fue sus­
tituido por unas notas mucho más breves, pero su ocasión fue­
ron unas jornadas que bajo la pregunta y título «¿Qué es España»
se «celebraron» en Gerona a partir del 23 de febrero de 1984. Para
ese mismo día se escribió exprofeso, en El País, el artículo «Ra­
biosamente español» (Véase en el Volumen I, pág. 142).

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men: «¿Oué es España?» no puede hacerse la inocen­ y tan flotante com o una pom pa de jab ó n o, peor to­
te sobre la carga enfática con que u sa el verbo ser; davía, tan sucia y explosiva com o un globo de chi­
no puede fingir en su «es» un uso ingenuo de asém i- cle, si hubiese de h o sp ed ar al m ism o tiem po en sus
ca cópula gram atical como m ero instrum ento de pre­ entrañas algo tan respetablem ente honesto y aun mo­
dicación, tal que pudiese d arse p o r conform e con desto com o el se r del gato y algo tan indudablem en­
respuestas del tipo de la consabida descripción geo­ te fraudulento e incluso sospechoso de m aldad com o
gráfica (« E spaña lim ita al norte con el m a r C antá­ es el pretendido ser de España-, una hinchazón cuya
brico y los Pirineos, al este con... etcétera») o de una desconsiderada im pertinencia a rra s tra a su costado
m ás o m enos extensa o resum ida reseña historiográ- la c o n trad icto ried ad fundam ental del «cam po u n i­
fica de todas las predicaciones diacrónicas en que ficado» que buscó con su ecceitas Duns Escoto. El
la p alab ra «España» aparezca com o nom bre propio hic et nunc de su ú ltim a e irred u ctib le d eterm in a­
en cualquier posición gram atical. No, sino que, pues­ ción deíctica hace a la individualidad totalm ente in­
to que p ara sem ejante viaje no habíam os m enester conm ensurable con respecto a los órdenes propios
de alforjas, no parece infundado p resu m ir que el de la cualificación intensional sem ántica, único cam ­
«es» de la p reg u n ta no viene a p reg u n tarn o s con el po lingüístico aceptable, a mi entender, com o can ­
noble, lim pio y vacío «ser» copulativo del gram áti­ cha de juego para cu a lq u ier posible ontología. Pero
co, con el «ser» com o verbo blanco —o sea in stru ­ sobre esto ya rein cid irá probablem ente la ponencia
m ental y asém ico—, sino que, po r el contrario, viene propiam ente dicha.
a in terp elarn o s con ese tem ible SER «preñado de Antes he de a ñ a d ir que el ya dicho m otivo de mi
sentido», com o d iría un periodista, «cargado de sig­ reluctancia se prolonga en el tem or concom itante de
nificación» (carga, p o r cierto, tanto m ás explosiva, que, p o r la p ropia índole de la p resu n ta cuestión a
justam ente, cuanto m ás huera y m ás falaz o, por h a ­ exam inar, este honorable sínodo venga a reproducir,
cer un juego de palabras, doblem ente m ortífera aun en áulicas form as de b u ro cratizad a y ritualiza-
com o tal carga hueca), que es el «ser» con pretensio­ da politesse, la m iserable onfaloscopia en que cada
nes ontológicas; un ser, en fin, del que —así com o día m ás se van encenagando las relaciones públicas
del B ar^a se dice que es algo m ás que un e q u ip o - sociales de los hom bres en general y de los españo­
puede decirse que es algo m ás que una inocente có­ les en p articu la r; relaciones en que las relaciones
pula gram atical. Y no es que crea —aunque jam ás m ism as (a la vez siem pre iguales p o r siem pre reno­
me será dado averiguarlo definitivam ente— que al vadas y siem pre cam biantes por siem pre renovables)
fin y al cabo pudiese yo ten e r ninguna taxativa en­ se erigen p rácticam en te en único asu n to a tra ta r y
m ienda a la to talid ad co n tra la ontología en general con qué traficar, único asunto que cotidianam ente
com o sab er legítim o y posible, pero sí que la tengo vuelve a d a r motivo a su reproducción, al p a r que
—y enm ienda aún agravada con denuncia de falacia los propios sujetos —en p e rp e tu a ansiedad de cono­
en docum ento público, cohecho y c o rru p ció n ad­ cer, evaluar, m ejorar, celar, conservar o co n firm ar
m inistrativa— co n tra la ontología histórica, o por cada día que am anece sus «posicionam ientos» rela­
decirlo gram aticalm ente, contra la ontología de nom ­ tivos y de seg u ir y vigilar la fluctuación de cada p e r­
bres propios. H asta la aristo télica analogía del ser sonal valor en bolsa— se convierten en objeto
tendría que hincharse de form a tan abusiva, tan vana exclusivo de tales relaciones, todo ello a sem ejanza

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de un activo tráfico m arítim o que p o r única y exclu­ dos m ás d olor que gusto a la sesión, acabe de rom ­
siva m ercancía m otivadora del m ás ferviente, acucio­ perse de una vez este jug u ete indigno y vergonzoso.
so y continuado intercam bio com ercial, no tuviese Por eso, sólo ten d ría p o r éxito del venerable sínodo
m ás que m ad eras p ara cuadernas, tablazón y a rb o ­ presente una tan com pleta d estrucción de los feti­
laduras, h ierro p a ra clavazón y guarniciones, cáñ a­ ches de la Identidad y la Conciencia H istórica com o
mo y brea p ara calafates, m arom as, velas... y, en fin, p ara que sesión com o ésta no vuelva a repetirse.
todos y a la vez sólo aquellos m ateriales que exigie­ Pero este m ism o intento lo veo desesperado, ya que
se la construcción, m anutención y reparación de esas precisam ente po r ten er ese supersticioso culto —el
m ism as flotas únicam ente consagradas a la p e rp e ­ de la Identidad y la Conciencia H istó rica— un espe­
tuación del propio tráfico m otivante y motivado. De cífico com ponente m asoquista, tan to m ás im proba­
ahí que el sa b er chism es —y, consiguientem ente, dis­ ble será el éxito de una terap ia dolorosa. El no
poner de fuentes— es hoy el elem ento decisivo p a ra conocer yo o tra que m e parezca leal y el negarm e a
verse solicitado en sociedad, ya que tal m ercancía c am b iarla po r o tra m ás a stu ta pero desleal ha cons­
g regaria o personal en torn o a los sujetos y sus rela­ tituido, así pues, otro m otivo de mi reluctancia: ve­
ciones es el único objeto intercam biable y com ercia- n ir a tu m b a abierta, con la lanceta de sa n g ra r
lizable en sem ejante tráfico social c ircu lato rio y desenvainada y el cau terio al rojo, puede llegar a ser
autorrealim entado. Un círculo centrípeto, con la no sólo ineficaz sino h asta contraproducente.
fuerza o rie n tad a en el sentido ju sta m e n te inverso a En este sentido, el últim o conato de echarm e para
la fuerza de fuga p o r tangente, donde el onfalosco- a trá s me ha acom etido incluso después de h ab er
pio individual de cada Yo se reproduce, reenfoca y aceptado en principio la idea de venir, y ha sido,
reorganiza hacia el com ún om bligo de los Yos p lu­ expresam ente, a causa del descorazonam iento y el
rales, de los grupos, de los grupos de grupos, h asta hastío provocados por las deprim entes respuestas ca­
llegar a las p resu n ta s identidades étnicas, com o talan as —en artícu lo o c a rta al d irecto r— pu b lica­
om bligos m ayores que convocan en torn o suyo, en das en El País en réplica al incluso dem asiado
m ucho m ás poderosos rem olinos de succión, la ro­ respetuoso artículo de Juan Luis Cebrián. Así, la m ás
tación c e n tríp e ta de nuevos y m ás vastos circuitos a rrib a tem ida contraproducción o contraproducen-
onfaloscópicos. El hecho, pues, de que aquí se rein­ cia de una actitu d crítica, franca y a b ie rta —no a s­
cida una vez m ás en la ya insoportablem ente em pa­ tu ta y desleal— frente al nacionalism o catalán, se
chosa y asfixiante situación onfaloscópica de que los p reanuncia en la c a rta de Albert de la Hoz B ofarull
propios españoles se pregunten qué es E spaña me (El País, 30 de enero de 1984), donde se lee: «... los que
hace tem er la estéril reproducción de la ete rn am e n ­ se aproxim aban al problem a Catalán estaban conde­
te repetible sesión de narcisism o con m asturbación, nados a la parcialidad que co m p o rta no h acer m en­
que, en la m ism a m edida en que com place el deseo ción alguna del nacionalism o español. / El problem a
cada vez m ás incontinente, hace a c en d rarse el vicio. es que el nacionalism o español no siente siquiera
De modo, pues, que he de decir lealm ente que si he la necesidad de m anifestarse com o tal en tanto que
venido es con toda la m ala intención del m undo para está plenam ente asum ido. Tiene razón J. J. Solozá-
intentar m eter cristales rotos entre m ano y verga, con bal E chevarría en “ Por un nuevo concepto de n a­
el arduo designio terapéutico de que, sacándole to­ cionalism o” (núm ero seis de Leviatán): "R eparam os

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en la irracio n alid ad del discurso nacio n alista de aunque abom inen de M oscú, en el fondo lo hacen
nu estro oponente sin darn o s cu en ta de la base n a ­ —sea con insidia, sea con buena pero ingenua inten­
cionalista de n u estro reproche”. Y eso estab a tanto ción— p a ra p o d e r e c h ar pestes de Reagan y m in a r
en M arías com o está en Cebrián. Por ejemplo, el ex­ la defensa de Occidente. Lo que vive y alien ta en el
celente editorial sobre la desafortunada decisión del antagonism o y po r el antagonism o necesita neg ar y
Patrim onio N acional de no a u to riz a r la rep resen ta­ reducir la sim ple posibilidad de c u alq u ier cosa que,
ción de la ópera Don Cario en el E scorial e n cerrab a sustrayéndose a él, lo ponga en entredicho: «El que
el defecto de "o lv id ar” la precisión de que dicha de­ no está conm igo está contra mí». Así mi d esesperan­
cisión era nacionalism o quím icam ente puro». En es­ za y desesperación, el tem or o la convicción de que
tas frases se m u estra el m odo en que una c rítica no sólo no iba a h a c er m ella alguna en su creencia
franca y a b ie rta puede no sólo ser ineficaz sino h a s­ y en su au to afirm ació n sino que iba a venir a sa tis­
ta contraproducente; com oquiera que toda identidad facerla, alim entarla y encallecería se expresaban así:
vive y se n u tre del antagonism o, quien quiere autoa- «Como, a través de sus gafas azulgrana, te van a ver,
firm arse com o ca ta lá n se re sistirá com o gato panza quieras o no, porque así lo necesitan y h asta ansian,
a rrib a a a c e p ta r la posibilidad de que no seas nacio­ con la cam iseta blanca del Real M adrid, no vas a ir
nalista castellano ni español, porque si no lo eres les m ás que a d arles el gustazo de ju g arles el p a rtid o
rom pes el juguete. Necesitan absolutam ente que seas que están deseando, p ara p o d er una vez m ás s e n tir­
castellano o español, porque es condición in dispen­ se y rea firm a rse catalanes», según aquel refrán tan
sable para poder ellos ser y sentirse catalanes. Es inú­ castellano com o falso y c o rru p to r de «Ladran, lue­
til que vengas aquí dispuesto a qu em arles en efigie go cabalgam os».
a todos tu s an tep asad o s castellanos y leoneses h as­ O tra de las réplicas a las que m ás a rrib a me refie­
ta Fernán González y hasta Don Pelayo; dirán que no ro es el a rtíc u lo de Josep M aria Puigjaner, titu lad o
es m ás que carnaza dem agógica que les echas para «Cataluña vista desde dentro», del que entresaco las
im presionarlos o engañarlos, ya sea con la insidia frases siguientes: «El que m ira y observa la realidad
consciente de un caballo de Troya (« Timeo Dañaos com pleja de un se r vivo —un país es eso, un se r
et dona ferentes»), ya sea con una voluntad conscien­ vivo— no puede olv id ar que lo decisivo es la p ers­
tem ente leal y bien intencionada, pero tra s la cual pectiva vista desde el interior. La clave de in terp re­
aun a ti m ism o te escondes inconscientem ente los tación de un país está en la e n tra ñ a de su ser, en el
oscuros im pulsos de im perialism o castellano-espa- alm a, ese sitio ilocalizable, pero om nipresente en
ñol que en el fondo conservas. La situación es, en lo la acción y en la pasión, en donde se albergan todos
desesperante, bastante parecida a la de los pacifistas los elem entos de su esencia, en donde se d isp aran
frente a los occidentalistas: ya pueden d esgañitarse todos los resortes de su existencia». Por lo pronto —y
los prim eros abom inando del m odo m ás explícito un poco al m argen de la cuestió n — conviene adver­
de los m oscovitas y de su cohetería, que los occiden­ tir que la m etáfora de considerar a un país como «un
talistas —que necesitan la excluyente y escatológi- ser vivo» es de las m ás peligrosas y en ocasiones p er­
ca b ip o larid ad del m undo, que ju stifica y p erp etú a versas de este m undo. Así, p o r ejem plo el eufem is­
su papel— reacom odarán siem pre la in terp retació n mo ab so lu tam en te hip ó crita de «países en vías de
según su conveniencia diciendo que los pacifistas, desarrollo» (hipócrita porque finge ignorar la eviden­

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cia del c a rá c te r cada vez m ás redundante de la ri­ hom bres los unos a los otros en sus respectivas que­
queza cap italista, en el sentido de cada vez m ás rencias subjetivas; si un día un padre le dijese a otro:
incapacitada p ara reinvertir en otros m ercados que «No puedes absolutam ente co m p ren d er lo que es el
los ya capaces de a seg u rarle una d eterm in ad a velo­ am or que les tengo yo a m is hijos», el otro padre se
cidad de reciclaje) se funda en el supuesto demos- ech aría a re ír y le contestaría: «¡Pero no me seas ne­
tradam ente falso y conscientem ente falaz de que la cio! ¡Claro que lo com prendo, de una m anera tan
riqueza creciente de los ya ricos y sobrealim entados com pleta y tan perfecta com o si estuviese en tu
a c ab a rá extendiendo el beneficio de la ab u n d an cia m ism ísim o pellejo, po r el a m o r que les tengo yo a
a los pobres y ham brientos, pero con el agravante de los míos! ». Lo único que ocurre es que en la hipótesis
que esta indigna co artad a del capitalism o com porta de estos dos padres estam os ante el supuesto de una
adem ás la m etafórica e ideológica falacia de orien tar analogía de pasiones, lo que seguram ente no se da en
la representación que los sobrealim entados se han el caso de Cebrián y Puigjaner, donde sólo el segundo
de h acer de los h am brientos precisam ente en té rm i­ padece el mal de am ores de que aquí es cuestión.
nos de «países» (¿qué será un país ham briento?) y Ser y sentirse catalán es una decisión abstracta pa­
no ya de individuos, de tal su e rte que los h a m b rien ­ sionalm ente asum ida, com o ser del Atlético de Ma­
tos de m añana resu ltan concebidos —p o r sem ejan­ d rid o del Real M adrid. (Y no es que tenga nada yo
te juego de p restidigitación— com o si fuesen los contra las abstracciones; hacen un papel dignísim o
m ism os que hoy ag u ard an a la p u e rta y que al fin en el órgano del conocim iento, pero no deberían b a­
serán hartos, y no los sucesores de todos los que en­ j a r al corazón.) C onstituidos en pasión, el ser de Ca­
tretan to se h a b rá n m uerto. Pero volviendo m ás es­ taluña, la esencia catalana, se sustraen a toda posible
trecham ente a nuestro asunto, hay que advertir cómo im pugnación presentando po r ca rta credencial la in­
las c itad as frases de Puigjaner vendrían irrem ed ia­ contestable facticidad de toda pasión en cuanto tal.
blem ente a s u s tra e r al nacionalism o, al m enos en No habiendo piedra m ás ciega y m ás concreta que
últim a instancia, a c u alq u ier clase de crítica o refle­ la de la pasión, la presentan po r p ru eb a irrefu tab le
xión racional. Por m ucho que, a renglón seguido, añ a­ de la concreción y de la realidad ontològica de una
da: «A uno le g u sta ría que alguien de fuera hiciera esencia catalana. Es com o los que dicen: «Fíjese si
el arduo, pero no im posible, tra b a jo de m ira r a Ca­ será mi C ausa au téntica y concreta, verdadera y ju s ­
talu ñ a no desde fuera, sino desde ella m ism a», ya él ta, que estoy dispuesto hasta a m orir por ella», o bien
m ism o ha p u esto en las frases an terio res —al c ifrar «No me diga que el Bar?a no es más, m uchísim o más,
la esencia en la acción y en la pasión— los fu n d a ­ que un equipo, cuando h asta los hay que m ueren en
m entos de una últim a y definitiva im posibilidad. Por las g radas po r un ataq u e al corazón an te una d erro ­
lo demás, se olvida de la posibilidad de com prensión ta catastró fica o ante u n a victoria estrepitosa». Pero
por analogía: pues si C ebrián —es u n a m era hipóte­ lo único que d em u estran estos hechos es la capaci­
sis de tra b a jo — fuese y se sintiese «algo» al m odo en dad del hom bre para vincular y com prom eter pasio­
que P uigjaner es y se siente catalán, decirle que no nalm ente su Yo con cualquier cosa por ab stracta que
puede co m p ren d er lo que es se r y sen tirse catalán, sea, con c u a lq u ier fetiche m ental, y especialm ente
sería d e s c a rta r el m odo m ás com ún, y so b rad am en ­ si es de índole agonística. La realidad de la pasión
te satisfacto rio y suficiente, de com prenderse los no dem uestra absolutam ente nada sobre la realidad

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de su presunto contenido. Si según los versos de Juan m ism a c u alq u ier posible falta de respeto a su creen­
de M airena «... no p ru eb a nada / co n tra el a m o r que cia. Y lo realm ente d ram ático del caso es que a la
la am ada / no haya existido jam ás», nada prueba tam ­ postre al que se siente ofendido de este m odo no le
poco a favor de la am ada, de su sim ple existencia o falta su punto de razón, pues e stá ya en la propia ín­
de la índole de su realidad, la efectiva existencia del dole de toda creencia en cuanto tal —índole que con­
amor. siste justam ente en que no quepa hab lar de «creencia
Pero ¡dígaselo usted a quien se en cu en tra poseído en sí» sino tan sólo de «creencia en uno, dentro de
p o r la pasión! P red icar una nueva Fe entre p rac ti­ uno»— el que la falta de respeto a u n a creencia sea
cantes de un viejo culto anim ista, tibio y d esg asta­ tam bién, de algún modo, inevitablem ente, falta de
do puede ser un propósito con esperanza de éxito, respeto, y p o r lo tanto ofensa, a sus creyentes. ¡Gra­
pero p ro p o n er el escepticism o y el agnosticism o en­ vísim o y o b stru c to r inconveniente, p o r cuanto toda
tre gentes en tu siasm ad as y enfervorizadas con sus crítica de creencias, po r bondadosos, am ables y bien
propios dioses patrios, no sólo parece tarea desespe­ intencionados que puedan ser su gesto y su disposi­
rada, sino tal vez tam bién el m ejor m odo de a tiz ar ción hacia los hom bres, ten d erá siem pre, de m odo
el fuego, ya q u e p ara la llam a de la creencia no hay inevitable, a la arro g a n te y an tip á tic a actitu d de la
m ejor leña que el hostigam iento, porque perm ite in­ asebeia o sea de la irreverencia, la im piedad y la fal­
flam arse a los creyentes en eso que suele llam arse ta de respeto, de su erte que el ten e r que so p o rta rla
santa indignación. es too b ittera p ill com o p a ra e sp e ra r que los creyen­
El que alguien tenga derecho a s e r y sentirse c a ta ­ tes la acepten sin rechazo!
lán y a co n sag rarse en cu erp o y alm a a la pasión de O tra de las referidas réplicas a C ebrián que vinie­
serlo, al igual que el barcelonista tiene derecho a ser ron a renovar mi desaliento y a reforzar mi convicción
del B ar^a y a llevarse un disgusto de m uerte o a rre ­ de la total in u tilid ad y aun la probable contrapro-
batarse en delirios de alegría según que pierda o ducencia de este honorable sínodo, fue el artícu lo de
gane, es un derecho que nadie debe discutirle; lo que, Lluís Sala Molins, titu la d o «C ataluña, frente al pro ­
en cambio, no p arece que deba p rete n d er que sea a blem a español» (El País, 28 de enero de 1984), del
su vez y p a ra siem pre igualm ente indiscutible es el que entresaco las siguientes líneas: «... nos au g u ra ­
contenido, la racionalidad, la justificación, la funda- ba el filósofo [se refiere a Aranguren] m ucho de n a ­
m entación, la u tilidad y, en fin, la respetabilidad de ción y nada de Estado. / N ada m ás ni nada m enos nos
pasiones sem ejantes. No obstante, todas las religio­ dice C ebrián cuando coteja dos nacionalism os ca­
nes y creencias tienden a reclam ar p a ra sí m ism as talanes. Uno, el de aquellos tiem pos en que, con
el derecho a q ue se las respete, y esto no tan to ni ne­ Franco en M adrid, era "m ás un sentim iento que un
cesariam ente por prepotencia ab so lu tista —pues no partido, m ás una actitud que un program a’’ [...]. Otro,
siem pre disponen a su lado de poderes terrenales con el actual, pesado, inútil, agresivo, electoralista, sin
los que hacerse respetar, com o en el caso de todos otra actitud que la "p ecu liar de todo poder que tien­
conocido—, sino p o r la razón, tan peculiar, de que de a sacralizarse a sí m ism o y descalificar al otro". O
el creyente se identifica y confunde con su creencia sea —sigue S ala M olins—, si nos entendem os bien:
h asta tal punto que to m ará po r violación de un de­ buenos ingredientes son el buen sentim iento y la ac­
recho personal y se n tirá com o ofensa a su persona titu d buena que no desem bocan en program a pro-

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pió, y m ala cosa son ellos cu ando la gente se m ete se vuelve un sentim iento absolutam ente ajeno a toda
a se n tir y a a c tu a r con ganas de p ro g ra m ar el sen ti­ suerte de au to afirm ació n y antagonism o.
do de su actitu d o la acción de su sentido. ¿No dijo De cóm o el docum ento o el sacram ento, al susti-
alguien que un buen indio es un indio m uerto?». El lu ir —ya sea superponiéndose o incluso a n ticip án ­
p árrafo da en el clavo, salvo que del revés, o sea con dose— al sentim iento que, al m enos presuntam ente,
la plana cabeza del clavo sobre la m ad era y d e sca r­ ratifican y suponen, pueden ten e r la aviesa conse­
gando co n tra la p u n ta p u e sta boca a rrib a el certero cuencia de corroerlo, vaciarlo, im pedirlo y hasta des­
martillazo. Justam ente lo único que, en todo caso, po­ truirlo, baste el ejem plo del sacram entado principio
d ría h a b e r de hum ano y respetable tra s el naciona­ de unidad de la nación, explícitam ente alzado y es­
lism o o, p o r m ejor decir, d e trá s del p atrio tism o (ya tatuido com o prim er axiom a fundacional de todo Es­
que estas m ism as dos nociones connotan hoy por hoy tado. La unidad erigida com o tab ú abstractivo po r
su m u tu a negación), o sea el sentim iento que llam a­ encim a de las cabezas de los hom bres y de sus con­
ré «querencia del lugar» o «am or de aldea» es lo que, creciones tam poco debería, po r lo dem ás, s e r causa
lejos de cum plirse y de triu n fa r —com o cree Sala de m ayor incordio en lo que pueda ten er un huero
M olins— en la program ación y la institucionaliza- form ulism o burocrático, sino que lo peor de ella es
ción, queda, p o r el contrario, irrem ediablem ente per­ que en carn án d o se y aguzándose, del modo m ás ac­
vertido o destruido. Tal vez no sea sino el inverterado tivo, en pugnaz actitu d conm inatoria puede llegar a
y em pedernido prin cip io b u ro crático de «Quod non encizañar y envenenar la propia posibilidad del sen­
est in acíis non est in m u n d o » lo que su sten ta la en­ tim iento que dice ten er po r contenido y de cuya
gañosa confianza de que el sentim iento solam ente conservación y dignificación p resuntam ente se en­
se logra y se corona cuando se ratifica, consagra y com ienda: la am istad. A sem ejante tab ú com o c á s­
perpetúa al objetivarse en docum ento; la m ism a idea cara hueca o zapato ortopédico para un pie o que no
que hace c re e r a m uchos que el triu n fo y el sentido lo precisa o no lo quiere, las responsabilidades pú­
del am or sólo se cum ple y llega a plenitud cuando es blicas de los individuos pueden, y acaso a veces de­
intercam biado po r el certificad o de m atrim onio; y, ban. concederle, pacientem ente, acatam iento y
es bien sabido cóm o precisam ente este papel es, a obediencia, pero ja m á s respeto, porque ningún tabú
m enudo, el m o rtal enem igo del am or. Así hoy lo úni­ abstractivo com o esc puede ser digno de respeto a l­
co hum anam ente defendible que aún podría q u e d a r guno. Así, hace ya algunos años, decía yo en un a r ­
tra s la noción de «patria» e stá representado po r esa tículo: «La unidad concretam ente referida a los
superviviente clase de ám bitos geográficos que ca­ hom bres, es decir, la que une a los hom bres com o
recen de toda docum entación; me refiero a las que hombres, ha de ser caracterizada por la condición de
se llam an «com arcas naturales», que p o r no ser per­ éstos; cuando le falta esa caracterización, perm anece
sonas —p o r no e s ta r oficialm ente co n stitu id as en ab stracta con respecto a ellos, y es una referencia pu­
p ersonas ju ríd ic a s — conservan, en los topónim os ram ente m ecánica; cuando tiene esa caracterización
que las denotan, el artículo: «La Lora», «La Bureba», se llam a "a m ista d ” (no hay otra clase de "u n ió n ”
«La A rm uña», «El Ampurdán»... Sólo ellas represen­ verdaderam ente hum ana). Unidad sin am istad es
tan todavía «la patria» com o un puro regazo m ater­ algo ex terio r y m ecánico respecto de los hom bres
nal hacia el que tiende la q u erencia y hacia la que com o tales, lo que quiere d ecir que no los une com o

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h o m b res, sin o com o cosas; n o es m á s q u e u n a a r b i­ con «co n cien cia h istó rica» d e tal, to d a id e n tid a d p a ­
tra rie d a d re ific a d o ra , u n a a b s tra c c ió n fo rz a d a y d e ­ trió tic a se h a c o n stitu id o en el an tag o n ism o , p o r el
p rim en te. El e x a c e rb a m ie n to de tal id ea a b stra c tiv a , a n ta g o n ism o y con el an tag o n ism o .
pro v o cad o p o r su rem oción, p u ed e in c o a r tal g ra d o Si, co m o d ijo H eráclito, la g u e rra es el p a d re de
d e d e s q u ic ia m ie n to q u e lleve a a lg u n o s d e fe n so re s to d a s las co sa s, de n in g u n a lo es tanto, en tal g ra d o
a u ltra n z a d e la u n id a d de E sp a ñ a a a d o p ta r, de y ta n ex c lu siv a m e n te com o de los p u eb lo s. P ero ya
m o d o tan in se n sa to c o m o p intoresco, el m ism o lem a en la ponencia p ro p iam en te d ich a se tra ta rá de cóm o
q u e los d e fe n so re s a u ltra n z a del m a trim o n io : “An­ la noción m ism a de id e n tid a d lleva e se n c ia lm e n te
tes m a ta rs e q u e s e p a ra rs e ”. F ren te al d e lirio a u ten - im p líc ita la re la ció n de a n tag o n ism o .
tic is ta de las id e n tid a d e s v e rn á c u la s, fre n te a la E n c u a n to al p ro p io a r tíc u lo de C eb rián , d iré que,
v iru le n ta re g re sió n m ític a d e las a u to a firm a c io n e s p o r m i p arte , no m e h a de p re o c u p a r ta n to la c u e s ­
étnicas, no s e ría ex trañ o ver su sc ita rse un m u erasan - tión de los s e n tim ie n to s c a ta la n is ta s en la m ed id a
sonism o, no m en o s ciego y loco q u e se m o stra se p ro ­ en q u e p u e d a n s e r hoy o m a ñ a n a o b je to de u so o
clive al sin se n tid o d e s a c rific a r in c lu so E s p a ñ a m a n ip u la c ió n p o lítica. P uesto q u e n u n c a se u sa n
m ism a a su p ro p ia u n id ad » (El País, 11 de m arzo o m a n ip u lan sen tim ie n to s inex isten tes o im posibles,
de 1980). d irig iré preferen tem en te mi atención al fenóm eno ge­
O tra d e las ré p lic a s c a ta la n a s al a r tíc u lo d e J u a n n eral d e la e x iste n c ia y d e la p o s ib ilid a d d e la u n i­
Luis C eb rián es la c a rta al d ire c to r de don Ja im e Llo- v ersal n ec e sid a d d e a u to a firm a c ió n q u e a c o m e te a
pis (El País, 30 d e e n e ro d e 1984). A d ife re n c ia d e las las co lec tiv id ad e s, a n te s q u e al hecho, m á s a n e c d ó ­
o tra s, es e s ta u n a ré p lic a to ta lm e n te c o n c ilia d o ra y tico y c irc u n sta n c ia l, d e su p o sib le e x p lo tac ió n p o lí­
bien in ten cio n ad a , p ero es ju s ta m e n te en el p u n to de tica. Lo q u e m á s p o d e ro sa m e n te ex cita m i aten ció n
lo b o n d a d o so d o n d e m e p are c e q u e d e b e s e r c r itic a ­ e irrita c ió n c rític a es el h ech o de q u e e x ista e n tre los
da, no p o rq u e n u n c a la b o n d a d en sí m ism a p u e d a h o m b re s u n a n ec esid ad tan e m in e n te m e n te a b s tra c ­
m e re c e r c ritic a , sin o p o rq u e en su fa lta de m a lic ia ta y h u e ra co m o el p r u r ito d e a m o r p ro p io q u e les
d eja in ta c ta la real m alic ia d e la situ a c ió n . El texto m ueve a sen tirse co m p lacid o s p o r u n a m an ifestación
em p ieza p o r d e fin ir u n a n ac ió n com o «un co n ju n to ta n p u ra m e n te v erb al co m o la d e g r ita r a co ro p o r
de in dividuos u nidos p o r u n a serie de vínculos c u ltu ­ las calles: «¡S om os u n a nación!».
rales (históricos, lingüísticos, etcétera) q u e les im p u l­ E sta d e c la ra c ió n p erso n al es, co m o se ría in ú til n e­
sa a e rig irs e c o m o u n id ad » y m ás a d e la n te a firm a : gar, u n a ac u sació n e n c a d e n a d a d e p reju icio s a trib u i­
« P o d ríam o s d e c ir q u e d e sd e la in d iv id u a lid a d de dos, p ero c o m p o rta a su vez, y p o r m i p arte , u n a
c a d a c iu d a d a n o h a sta la to ta lid a d de la h u m a n id a d , m a n ife sta ció n de p re ju ic io s a c a so a ú n m ás in ju sto s.
el h o m b re se e s tr u c tu r a en u n id a d e s d e d is tin to n i­ E s v erd ad , vengo con un m o rra l c o m p le ta m e n te lle­
vel, las c u a le s se van s u p e rp o n ie n d o u n a s a o tras» . no de p re ju ic io s, lo confieso; p e ro si son in ju sto s no
V erd ad eram en te hay q u e s e r b u e n a p e rso n a p a ra re­ d u d o de q u e los re v eren d o s p a d re s sin o d a le s in ju s ­
p re s e n ta rs e un p a n o ra m a así, p ero d e s g ra c ia d a m e n ­ ta m e n te p re ju z g a d o s s a b rá n q u itá rm e lo s de la c a ­
te es un id eal id ílico q u e tien e en c o n tra suya todo beza.
el p eso del te stim o n io h istó rico , d o n d e lo q u e a p a re ­
ce, ju s ta m e n te , es, p o r el c o n tra rio , q u e todo p u eb lo

258
II. Tres definiciones de la p a tria presenta com o una de las pocas excepciones singu­
lares. Respecto a E spaña sí puede, en efecto, docu­
La definición de O rtega y Gasset: «Un proyecto su ­ m entarse historiográficam ente, y casi con la m ás
gestivo de vida en com ún» la en contré siem pre una exigente certidum bre, cóm o realm ente existió, hacia
solem ne to n tad a con la a ñ a d id u ra de la grim a que m ediados del siglo XV, ese sujeto h istórico concre­
da la c u rsile ría del epíteto «sugestivo». Las defini­ to, con un proyecto plenam ente consciente y delibe­
ciones tienen que com prom eter en algún grado a rado, cuán sugestivo era y cóm o fue llevado felizmen­
quien las hace; y en consecuencia q u ienquiera que te a térm ino con el reinado de Fem ando y de Isabel.2
hable de un proyecto tiene que e s ta r en condiciones En cuanto a la definición de José Antonio Prim o
de presentar, de m odo fidedigno, un sujeto real que de Rivera: «Una unidad de destino en lo universal»,
lo conciba y lo respalde, que en este caso se rá un su ­ tan sólo se debe a la a p arien cia un tanto esotérica
jeto histórico. Q uiero decir que hay que poder con­ o sofisticada del lenguaje el que no haya sido com ­
te sta r con los docum entos en la m ano cuál fue ese prendido todo lo que hay en ella de clarividente y de
proyecto, quién lo hizo, cu ándo se hizo, y p ara quién, certero. A mi entender, esta definición, referida a la
de qué modo y por qué fue sugestivo. No vale respon­ concepción m ás auténtica, m ás fu erte y m ás vigen­
d er a p o sterio ri inventándose, po r m ás o m enos fun­ te de la patria, es una flecha que da en la m ism a d ia­
dadas o in fundadas inferencias, cu a lq u ier falso na. B astará una som era y casi obvia operación de
sujeto, ni responder a esas preguntas con quienes hoy descifrado p ara m o strarlo con toda claridad. «Des­
se las encu en tran respondidas ya desde antes de na­ tino» aparece enseguida com o la palabra clave: ¿Qué
cer, como se encuentran ya hechos y consum ados los es el «destino»? El m om ento paradigm ático del des­
proyectos, po r sugestivos que les antojen. A parte de tino, aquel en que, desde el rey Acab hasta el m aestre
lo cual, de añadidura, en cuestión de sujetos, sólo del Conde de Niebla, pasando por los m ercenarios
de modo m uy condicionado es legítim o an d ar jugan­ lacedem onios al servicio de Ciro el Joven y todos los
do con plurales y nom bres colectivos. Sujetos, lo que generales de la Hélade y de Roma, han estado a p ren ­
se dice sujetos, no existen en principio m ás que el sivam ente atentos a cuanto pudiese in terp retarse
individuo hum ano o anim al. ¿Fue —m e pregunto com o signo de los cielos, atendiendo a estornudos,
yo— algo tan acrítica e incondicionalm ente elogiado e scru tan d o los vuelos de las aves, consultando ad i­
—aun por el propio Ortega— como el Im perio de Ale­ vinos y exam inando visceras de anim ales sa crifica ­
jandro «un proyecto sugestivo de vida en com ún» en­ dos, ese m om ento ha sido po r excelencia el de la
tre m acedonios, griegos, persas, egipcios, sirios, batalla. La batalla, es pues, antes y p o r encim a de
saces, indios, bactrianos, sogdianos, etcétera, o fue cualquier otra cosa en este mundo, la ocasión del des­
una aventura g u e rre ra que a su antojo fue im provi­ tino, el trance de su m anifestación y determ inación.
sando sobre la m archa y conform e se terciaba aq u e­ El cam po de b atalla es el lu g ar de encuentro del
lla m ala bestia? No vale, pues, una definición a la destino. La b atalla eleva y abate, colm a y despoja,
que pocas veces puede contestarse de m odo un poco asciende y degrada, otorga y deniega, hace, en una
m ás com prom etido y docum entado que el de una palabra, las p a rte s entre los contendientes. Por eso
pura elucubración a posteriori de los historiógrafos.
No obstante, a este respecto, el caso de E spaña se 2. Véase Apéndice n.° 1.

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la b atalla tiene tam bién el nom bre de «partida», y el de quien dice «¡casi nadie al aparato!»). Y en ge­
« ¡Pártalo Dios!» era la fórm ula ritual que se em plea­ neral, me parece que el testim onio de la histo ria no
ba cuando, no habiendo llegado a la avenencia, se de­ puede ser m ás apabullante para d a r fe de que la iden-
cidía com batir. Y «la p arte de uno» e ra aquello que lidad de toda p a tria e stá fundam entalm ente consti­
el destino le había reservado y en cu an to ya m arca­ tuida po r el nom bre de sus victorias.3 La p a tria de
do con tal o cual signo preciso. Las p a rte s que el d es­ losé Antonio era, pues, rigurosam ente m ilitar, m ili­
tino m anifiesta o asigna en la batalla no son m ás que tarista incluso.
dos: la de vencido y la de vencedor. Todos los com ­ Claro e stá que la especificación de la definición
batientes —fu era cual fuere su avatar individual en ¡oseantoniana que añade «en lo universal» no debe
la b a ta lla — a cuya insignia el destino se digne con­ ser referida solam ente a la dim ensión sincrónica del
ced er la p a rte de vencedor constituyen un m ism o y conjunto internacional de los países contra los c u a ­
único sujeto: no otra es su unidad de destino. Pero les cada p a tria es, activa o virtualm ente, una unidad
es que, adem ás, esta unidad de destino constituye —a de d estino m ilita r en un m om ento dado, sino tam ­
m enos que preten d a negarse el a p lastan te testim o­ bién, tal vez de m anera aun m ás enfática, a la dim en­
nio de la h istoria— el resorte fundam ental de la crea­ sión diacrònica del alto y p erd u rab le destino
ción, consagración y plasm ación de patrias. La patria histórico reservado a los pueblos verdaderam ente
es la u n id ad de sujeto en el rep a rto de las p a rte s de grandes en los fastos de la H istoria Universal e in­
vencido y vencedor. En cuanto a «lo universal», que m arcesiblem ente registrado en sus anales. Así es
se le añade en la definición de José Antonio tam p o ­ como la nada vaga e irresponsable, sino aguda y pre­
co e n cierra ningún m ayor arcano que el de referirse cisa definición josean to n ian a de la p atria, en su no­
al ex te rio r com ún que engloba a todos los «otros» ción m ás real, m ás operante, m ás efectiva y m ás
—y en cuanto tales siem pre virtuales enem igos— res­ auténtica, viene a ponernos, en últim a instancia, toda
pecto de los cuales, vencida o vencedora, cada p a tria posible concepción de «identidad» en conexión ne­
vendrá a se r tal unidad de destino co m partida, en cesaria e inevitable con una relación de antagonis­
el m ás im placable pro-indiviso, po r cada com unidad mo. Precisam ente el pueblo que m ás acendrada y
unificada b ajo u n a m ism a enseña. El hecho de que rigurosam ente ha sabido e x a ce rb ar y conservar, a
la g uerra sea el m om ento de m áxim a plenitud para despecho de toda dispersión y contingencia a lo an ­
los pueblos y la victoria el éxtasis de su autoafirm a- cho de la tie rra y a lo largo de los siglos, la «concien­
ción dem u estra hasta qué punto la violencia creado­ cia histórica» de su propia identidad ha construido,
ra es el c rite rio últim o y secreto al que a la postre delim itado, fijado y conservado esa m ism a identidad
ten d rá que rem itirse toda noción de «identidad» en sobre la contraim agen p erm anentem ente invocada
sentido histórico, que así, p o r ende, se m u estra indi­ v repintada de un enem igo eterno. Así, al h a b la r del
solublem ente vinculada con el antagonism o. Bien Libro de los Salm os —por él considerado com o la
que lo sabían ya, inequívocamente, los Helenos, cuan­ obra de uso m ás difundido y cotidiano du ran te dos
do por toda ca rta credencial, por todo docum ento na­ m ilenios de cu ltu ra occidental— el profesor M orton
cional de identidad, se lim itab an a decir: «N osotros
som os los de M aratón y Salam ina, Platea y Micala» 3. Véase «Notas sobre el terrorismo», nota n? 8, en el volumen
(y probablem ente con un orgullo tan insufrible como I. pág. 214.

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Sm ith, no sin un punto de irónica m alicia, nos dice toda identidad está en la propia relación de antago­
lo siguiente: «Más de las tres c u a rta s p artes de los nism o a la que tal sedicente «identidad» pretende
Salm os invocan a Yahvé en cuanto protector y defen­ p reexistir y d a r motivo). Fanón contravenía la bien-
sor de su pueblo elegido con respecto a enem igos pensante lim itación m oral de la violencia, que la
cuya precisa identidad suele q u e d a r inespecificada. autoriza únicam ente «cuando se hayan agotado to­
La identificación h istórica —si es verdad que la das las vías pacíficas, todos los otros m edios posi­
hay— de tales enem igos sigue siendo un enigma. Las bles para el m ism o fin» según se expresa el beaterio
consecuencias que de sem ejante obsesión po r "el racionalista —o m ás bien, racionalizador— de la
enem igo” y p o r la liberación respecto de él puedan guerra com o medio.'* Fanón propugnaba —a efectos
haberse derivado para la cu ltu ra occidental exceden de construir una nación, como, por ejemplo, la argeli­
el contenido de esta obra». En efecto, ya el propio n a — la acción de la fuerza cru en ta, o sea, la violen­
Moisés conoció perfectam ente el insustituible papel cia, com o siem pre preferible a cu alesq u iera otros
de la g u erra com o violencia creadora de pueblos, posibles m edios y com o algo que debería elegirse en
com o contenido constituyente de su identidad en lodo caso aun cuando esos otros m edios fuesen ac­
cuanto Yo colectivo, en cu an to «nación». ¡Por algo cesibles con las m ás seguras esperanzas de éxito. Fa­
los a rra s tró de un lado para otro d u ran te c u a re n ta nón veía o entreveía, así pues, en la violencia un
años por un desierto no m ucho m ayor que la provin­ factor que la hacía irrem plazable p o r otro m edio
cia de C iudad Real! Sólo la g u e rra puede d eterm i­ alguno, factor que, por esta m ism a circunstancia, ve­
n a r y d efin ir de m odo taxativo quiénes som os Yo y nia a revelarse, m ás q u e un m edio o instrum ento,
quiénes son «lo otro» (para Israel, m ás que «los verdadero ingrediente o com ponente de su propio
otros» definidos —com o p ara los atenienses pudie­ lin. Q uiero decir que la adm isión de tal capacidad
ran se r los e sp a rta n o s—, el m agm a indeterm inado exclusiva significa, sin más, de m odo necesario, el
e im personal de los «no-Yos», com o pudiera ser el de reconocim iento de que la fuerza c ru e n ta no se ago­
los «bárbaros» para helenos o romanos); sólo el la sin residuo —tal com o su p o n d ría la concepción
cru en to antagonism o de las a rm a s es capaz de p a r­ racionalista y según corresponde a la noción de me-
tir con un tajo inconciliable las m eras otreidades dio propiam ente dicho— en la producción del efec­
cualitativam ente indefinidas; sólo la g u erra m arca to deseado, sino que ella m ism a se conserva y se
el trance c ru cial y decisivo en que una colectividad aporta com o un valor de contenido que se incorpo­
se aglom era en sí m ism a y se recorta respecto de las ra al fin. La g u e rra es la única cosa que hace patrias,
otras, cu ajan d o en un com ún y único Yo, cuya uni­ que constituye unidades de destino; es la acción m is­
dad no puede, po r ese m ism o origen, definirse m ás ma de tejerlas, y la p atria, la unidad de destino, la
que po r referencia a tal destino bélico. identidad, no es sino lo tejido. Fanón sabía que no
M odernam ente, sólo algunos autores, como Fanón, hay otro form ador de identidades que el ejercicio del
han vuelto a a d iv in ar en la violencia p or sí m ism a antagonism o.
esa función creadora, redescubriendo, al m enos en Pero, naturalm ente, Fanón se g uardó bien de d a r
la práctica, la violencia creadora de pueblos y de pa­
trias (lo que tácitam ente implica, de rechazo —y aun­ 4. Véase «Notas sobre el terrorismo», nota n? 6, párrafo final,
que Fanón lo ignore o se lo calle— que el origen de en el Volumen I, pág. 209.

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el paso decisivo de h a c er el juicio de valor que en ros, y si, a su vez, el «proyecto sugestivo de vida en
pocos puntos podría se r hoy tan n ecesario com o en com ún» parecía em peñado en ponernos inm ediata­
este, porque ello le h a b ría significado la c rític a y re­ m ente en ó rb ita «en un proyecto in cita d o r de volun­
visión de todo el irred en tism o y nacionalism o revo­ tades, un m añana im aginario capaz de discip lin ar
lucionario en cuyas luchas se había com prom etido. el hoy y orientarlo, a la m anera en que el blanco atrae
Rehusó la ú ltim a clarividencia de e n c a ra r todo el la flecha y tiende el arco [...] p ara lan zar la energía
c a rá c te r m ítico, oscu ran tista, sangriento, o p reso r e española a los cu a tro vientos, p a ra in u n d a r el pla­
inhum ano de la identidad, el siniestro fetiche hoy re­ neta, p ara c re a r un Im perio aún m ás am plio [...] y
naciente y p o rta d o r de la m ayor am enaza de regre­ para ensayar o tra s m uchas faenas de gran velamen»
sión. Fanón adivinó el vínculo esencial y necesario y no ya «para vivir juntos, p ara sen tarse en torno al
entre la identidad y el siem pre en ú ltim a instancia fuego central, a la vera unos de otros, com o viejas
cruento antagonism o, pero prefirió u optó po r h acer sibilantes en invierno» (España invertebrada, cap. 4,
m ejor aprecio de la violencia en nom bre de la para «Tanto monta»), he aquí que, po r el contrario, la de­
él no opinable identidad, antes que proceder inver­ finición de Franco nos viene a devolver precisam ente
sam ente, poniendo, po r el contrario, en entredicho, aquel hogar del que sem ejante p a r de m an g arran es
la propia identidad, en vista de un alegato tan om i­ quería oxearnos y desalojarnos, con el fin de em pun­
noso y tu rb a d o r com o el que el hecho de su relación tarn o s hacia un nuevo u ltra m a r de em presas im pe­
de necesidad con la violencia alzaba co n tra ella. riales, y nos reenciende aquella lum bre h o spitalaria
Queda, p o r últim o, la definición de Franco; el su ­ en torno de la cual hace ya siglos estam os esp eran ­
jeto definido no es ya, com o en las otras, la p a tria do poder sen tarn o s de una vez en paz los unos a la
en general, sino el especim en p a rtic u la r «España», vera de los otros, ju stam en te cual viejas sibilantes
y dice com o sigue: «Es el h o g ar com ún de todos los en invierno, p ara c h ism o rre ar a n u estro gusto de lo
españoles». C ierto que, en un p rim e r m om ento, po­ hum ano y lo divino h a sta ro d ar po r tie rra vencidos
d ría parecem os, frente a las o tra s dos, una defini­ por ei vino o rendidos po r el sueño.
ción tal vez un tan to insulsa y escolar. Pero no hay Es, pues, la definición de Franco5 la única que, al
que dejarse llevar de esta im presión —p o r lo demás, m argen de que lo sea de E spaña o de o tra cu alq u ier
ju sto es reconocerlo, no del todo in fu n d ad a—•, y cen­ patria, centra la noción de ésta sobre el solo elem ento
tra r la atención aquí tam bién en la p a la b ra clave; si m aternal, hospitalario, um bilical, de la pura «que­
é sta era «proyecto» en la de O rtega, «destino» en la rencia del lugar» o «am or de aldea», que es, a mi ju i­
de José Antonio, aquí resulta ser, en sorprendente di­ cio —com o ya he dicho en la sección I de estos
vergencia con el com ún sesgo sem ántico de las dos
5. Ojo: se habla tan sólo de la definición en sí misma, prescin­
anteriores, nada m enos que «hogar». ¡Por los santos diendo de que, en los hechos, fuese un sangriento sarcasm o en
del cielo, que, si bien se considera, no es pequeña los labios de quien la profería. (Había considerado ociosa, por lo
cosa lo que viene a quitársenos de encima! Si la «uni­ obvio, tal aclaración hasta que en la prensa de enero de 1992 leo
dad de destino en lo universal» nos q u ería catapul que los anticom unistas de Georgia aun ponen a Franco por mo­
delo de quien supo reconciliar vencedores y vencidos. La verdad
ta r directam ente, po r el Im perio hacia Dios, a las es que mientras Franco, victorioso, propalaba tal definición, es­
m ontañas nevadas, eso ya de m omento, y si era ne­ taba firmando decenas de miles de sentencias de muerte para los
cesario h asta todo lo alto de los m ism ísim os luce­ vencidos.)

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textos—, lo único que puedo h a lla r de hum ano y po r Pero el reconocim iento, tan bondadosam ente hu­
ende, de hum anam ente defendible, en tan alótropo mano, de que el hom bre necesite un ombligo, un lu­
concepto. Parece ser que, al igual que el sistem a c a r­ gar íntim o y propio que le siga sirviendo adonde
tográfico p o r el que actu alm en te se gobierna la quiera que vaya com o ú ltim a y p rim era referencia
navegación precisa de un punto cero —convencio­ o rientadora, p ara favorecer incluso su propia lib er­
nalm ente fijado po r el cru c e entre el E cuador y el tad de m ovim ientos, un lu g ar que sea, en cie rta m a­
m eridiano Greenw ich en un punto del golfo de G ui­ nera, el om bligo del m undo p ara él, no com porta que
nea al oeste de Libreville y al s u r de Accra—, ta m ­ tenga que h a c er m érito alguno de ese om bligo o de
bién los hom bres, «o los seres hum anos», com o sus cualidades peculiares, ni m enos todavía que ten­
gustan d ecir las organizaciones filantrópicas, y h a s­ ga porqué ten er po r m ínim am ente m erito rio el n a­
ta los anim ales, suelen necesitar un punto cero p a r­ tural y n ecesario am or, la inevitable querencia, que
tic u la r y personal com o centro de referencias le tiene, ni, en fin, y sobre todo, que ese om bligo esté
inm utable para a c e rta r a g obernarse sin zozobra en hecho p ara contem plárselo, o sea, p a ra p rac tic a r so­
los avatares de la vida y para poder sentirse aun a bre él la onfaloscopia, o que ésta sea siquiera uno
despecho del m ás irreversible alejam iento, prote­ de los usos dignos y correctos que quepa h acer de
gidos co n tra la extrem a desolación de la últim a ex- él, sino, p o r el contrario, ju stam en te el m ás innoble,
trañeza y d esam p aro por la ilusión, siq u iera sea gorrino y pernicioso.
desesperadam ente im aginaria, del retorno. Tal vez
por eso el que es quizá el m ás alto canto de la p a tria
m aterna, del a m o r de aldea, el celeb érrim o soneto III. Diferencia, cualidad, hostilidad
de Du Bellay, es ju stam en te un poem a del retorno.6
No excluyo que otras nuevas representaciones del es­ La m era diferencia vive tan en paz com o el rojo y
pacio terrestre, propiciadas po r la fam osa facilidad el verde yacen en concordia el uno ju n to al otro en­
de traslación y com unicación m oderna, hayan c ria ­ tre las dem ás p astillas de colores de la caja de a cu a­
do o crien en adelante una progenie de hom bres m e­ relas y sólo cuando el sem áforo los abstrae en signos
nos necesitados de ese punto cero (al m enos con de los derechos contrapuestos del autom ovilista y el
el c a rá c te r tan concretam ente espacial que tiene el peatón se convierten en antagónicos y el contenido
nuestro), mas, po r el m om ento, creo que todavía so­ cualitativo de cada uno se convierte en pura nega­
mos inm ensa m ayoría los que sabem os sin vacilación ción del otro; el rojo es la prohibición de lo que dice
alguna a dónde exactam ente querríam os poder siem ­ el verde y el verde la prohibición de lo que dice el
pre volver —o, inversam ente, a dónde nos sería a b ­ rojo; el rojo del autom ovilista es verde para el pea­
solutam ente in soportable la sola idea de no poder tón, y el rojo del peatón es verde p a ra el autom ovi­
volver— y señalar, sin d u d a rlo ni un instante, con lista.
la punta del p untero sobre el m apa terrestre, en La polarización de la diferencia en antagonism o
qué punto preciso q u e rríam o s m orirnos y h asta ser ab strae la cu alid ad en identidad. Todo sím bolo de
sepultados. identidad —el blasón, la bandera— tiene una función
diferencial virtualm ente antagónica, por lo tanto m ás
6. Véase Apéndice n.° 2. que cualitativam ente diferencial es distintiva, ya que

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co n v ierte al d ife re n te en s im p le m e n te otro. A bsolu- C onvertida en identidad, la c u a lid ad se proyecta
tiza la d ife re n c ia en in c o m p a tib ilid a d . y desdobla, dejándose su p la n ta r p o r su propio du­
La id e n tid a d , q u e se p re te n d e re iv in d ic a d o ra d e la plicado, que es com o el docum ento ju ríd ic o acred i­
c u a lid a d , en re a lid a d n o h a c e sin o d e s tru irla , ta l tativo que se subroga en ella para ejercer su defensa,
com o el verde del sem áforo p ierd e la cu a lid a d de ver­ sustituyéndose así la cu alid ad p o r el m ero derecho
d e y su m atiz, al q u e d a r a b s tra íd o en su m e ra fu n ­ a cualidad, o en o tra s palabras, sustituyendo el hue­
ció n d is tin tiv a d e neg ació n del rojo. vo p o r el fuero, la hacienda por la e scritu ra.
La m e ra c u a lid a d , la sim p le d ife re n c ia no só lo no N o ex iste m e ra a u to a firm a c ió n ; lo q u e llam am o s
so n c o sa s q u e en sí m ism a s y p o r sí m ism a s n e c e si­ au to a firm a c ió n es m u ch o m ás negación d e otro. E ste
ten s e r ja m á s d e fe n d id a s ni m a lq u is ta rs e co n n a d a es el fu n d a m e n to d e la in ev itab le co nexión e n tre n a r ­
ni con n a d ie (la a le g re y v a rio p in ta p az de la c a ja de c isism o y p a ra n o ia .
a c u a re la s es la m e jo r p ru e b a ) sin o q u e p re c isa m e n ­
te c u a lq u ie r antagonism o, d efen sa o persecu ció n , las
a b so lu tiz a y a b s tra e en p u ra s o tre id a d e s. IV. La m o ral del p ed o
El n e fa sto fetich e d e la id e n tid a d —q u e su rg e de
la p o la riz a c ió n a b s tra c tiv a d e la c u a lid a d , c o n c o m i­ E s s u m a m e n te rid íc u lo el h ech o de q u e d e sd e el
ta n te a la a b s o lu tiz a c ió n de la d ife re n c ia en a n ta g o ­ m ás e n lo q u e c id o a b e rtz a le o a u to n o m is ta h a s ta a l­
n ism o o d e la conversión de la c u a lid a d en p re te x to g u ien tan ra b io sa m e n te u n ita rio y n ac io n a l co m o
d e u n a a c titu d a n tag ó n ic a— hoy en día im p e ra n te en Ism ael M edina8 in c u rra n in d is tin ta m e n te en la m is ­
to d as p a rte s, n o e s sin o el e s p e c tra l e c to p la s m a in e ­ m ísim a je rg a d e b o rra c h o s d e la « id en tid ad » y la
v ita b le m e n te e x h a la d o o e m a n a d o d e las n e c e sid a ­ «co n cien cia h istó ric a » , d e m o s tra n d o có m o a la p o s­
d es de a u to a firm a c ió n a n ta g o n ís tic a a trav és d e la tre todos ad o lecen de la m ism a d ism in u c ió n m en tal.
cu a l las c o m u n id a d e s h u m a n a s, re d u c id a s a u n g ra ­ E n Ism ae l M ed in a «la c o n c ie n c ia h istó ric a » a p a re ­
do de in d ife re n c ia c ió n c u ltu ra l y de im p o te n c ia p e r ­ ce in c lu so e x p lic ita d a en s u v ig en cia d e té rm in o
so n al en la g estió n d e los negocios p ú b lico s c a d a vez m o ral: « Im p e ra tiv o c a te g ó ric o d e la co n c ie n cia h is­
m ás g ra n d e y m á s d ese sp erad o , b u s c a n re c o m p e n ­ tó rica » es su fo rm u lac ió n . Id é n tic o s son, pues, p a ra
s a rse de su n u lid a d so cial fre n te al p o d e r en las u n o s y o tro s los v alo res a los q u e rin d e n culto, el fe­
s a tis fa c c io n e s su c e d á n e a s de la su p e rstic ió n n a c io ­ tic h e q u e b e su q u e a n , el a l t a r a n te el q u e re b u zn an ;
n a lis ta (d ep o rtiv a, si e s q u e n o c a b e o tra m ejor), y a u n q u e c a d a u n o d e e llo s c re a p ro s te r n a rs e a n te
com o, p o r lo d em ás, q u iz á en m e n o r m ed id a, h a ve­ u n s a n to to ta lm e n te d istin to , en re a lid a d de v erd ad
n id o o c u rrie n d o d e sd e a n tig u o u n a y o tra vez.7 no se tr a ta m ás q u e d e ad v o c acio n es d ife re n te s de
C u an d o e s su b sta n tiv a d a y a b s tra íd a en identidad, un solo y ú n ic o y el m ism o santo; a d v o c acio n es que,
la c u a lid a d se a u to d e s tru y e co m o tal cu a lid a d , tal co m o s u e le su ce d er, p o r lo d em ás, c o n to d o c u lto
co m o la d ife re n c ia d eja de s e r d ife re n c ia y se c o n ­ e m in e n te m e n te id ó la tra , en m o d o a lg u n o excluyen,
v ie rte en o tre id a d c u a n d o es a b so lu tiz a d a p o r el a n ­ sin o to d o lo c o n tra rio , el v erse irre c o n c ilia b le m e n te
tag o n ism o . e n c a rn iz a d a s en la m ás s a n g u in a ria h o stilid a d .

7. V é ase A p é n d ic e n.° 3. 8. Columnista y casi principal ideólogo de El Alcázar.

270
El fundam ento filosófico de la m oral de identidad jerga, yo no tengo la cu lp a —, tan sólo llega a «reali­
y el hálito religioso del culto a San Sim ism o no con­ zarse» —sigue siendo su jerg a—, en cu alq u ier com e­
sisten sino en la convicción de que nadie puede en­ tido o papel de su existencia, si lo hace con arreglo
c a rn a r su propia vida ni darle cum plim iento m ás que a la figura que en tal papel le corresponde confor­
rigiéndola y conform ándola con arre g lo a cie rta pe­ m e ha venido siendo decantada, p u lim entada y b ru ­
cu lia r figura em brio n ariam en te in sc rita a nativita- ñida por la historia, depositándose en el órgano
te en las en trañ as del sujeto. Q uien no llega a expresam ente cap acitad o p ara alm acenar, c u id a r y
a ju sta rse en un grado apreciable a este principio no m antener siem pre vivos y dispuestos los sagrados cá­
se realiza com o ser hum ano y naufraga o se desva­ nones de las esencias p a tria s en honda y p erm an en ­
nece en la m entira, en la inesencia y en la inautenti- te com penetración con las m ás so terrañ as raíces'0
cidad. Bien a la vista está la vuelta de cam pana que ancestrales; las que le dicta la conciencia histórica.
ha sufrido el c rite rio de la santidad, con la inversión La conciencia histórica es el órgano específico por
diam etral en el sentido de la referencia por la que el que la identidad de un pueblo se m antiene inva­
se gobierna la m oral. El solo m orfem a reflexivo «se» riable y palpitante y se hace vigente y m anifiesta. ¡Ay
que aparece en el verbo «realizarse», cuya noción del pueblo que apague o dism inuya su conciencia
enuncia por lo visto el contenido y el designio pro­ histórica, o de cualquier individuo de ese pueblo que
pios de la nueva m oral, anuncia, sin equívoco posi­ descuide o pierda su participación en ella! Ni pue­
ble, el giro de 180 grados que ha su frid o la d irectriz blos ni personas pueden h a c er traición a sus raíces,
de referencia con respecto a aquellos ya lejanos días contradecir su propia identidad, con estilos y form as
en que era el libre, exterior, lejano soplo del e sp íri­ que les son extraños. Un pueblo o sus individuos sólo
tu, la voz de aquel que clam a en el desierto, quien se cum plen y alcanzan plenitud si su conciencia his­
seducía las alm as y daba aliento a la naturaleza para tórica a c ie rta a ree n c a rn a r c ie rta s esencias genéri­
elevarse hacia la perfección.1' Hoy, por lo visto, n a­ cas o rig in a rias —al p a r que o riginales— que se
die considera que pueda h allarse en la tie rra ni en llevan en la m asa de la sangre: de lo contrario no será
el cielo otro san to m ás digno de im ita r que él m is­ m ás que un fallido, un inautèntico, una m entira, una
mo. El santo universal, el santo único es hoy única­ ficción, un carnaval. Y asim ism o les p a sará a los in­
m ente San Sim ism o. dividuos. Y yo ¡ay, he perdido, m albaratado, m alo­
Referida a com unidades, la m oral de la identidad grado mi infancia y juventud! ¡Irreparablem ente,
se plasm a en fórm ula filogenética que ofrece a los insensatam ente, irresponsablem ente, dejé desperdi­
individuos en cuanto a m iem bros de tal com unidad ciarse en huera afectación, en necia vanidad, los m ás
cánones ideales, paradigm as de estilo y de conduc­ herm osos años de mi vida! Desoí la grave voz de la
ta a los que han de atenerse si quieren realizarse conciencia histórica, la sabía adm onición que me
com o m iem bros de tal com unidad. La m oral de la ap artab a del cam ino errado y me indicaba el mío ver­
identidad supone que una com unidad tan sólo pue­ dadero, advirtiéndom e cuán equivocada aspiración,
de cum plirse com o «personalidad auténtica» —es su inexorablem ente abocada a la pura inanidad que pre­
cipita en el fracaso, era mi aspiración de llegar a
9. Véase el artículo «Weg von hier, das ist mein Ziel», Volumen
I, pág. 449. 10. Otra palabra recientemente incorporada al nuevo culto.

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hacerm e héroe p o r lo fino, com o Tremal Naik. ¡Oh, raím ente co rru p to ra, degradante, envilecedora, de­
frívolas, disipadas, pecam inosas lecturas infantiles letérea, h asta qué punto ha sido una catástrofe y una
del c o rru p to r Em ilio Sálgari! ¡Oh lam entable, alo­ infam ia em ponzoñar y contam inar al país entero des­
cado, catastró fico desdén de la conciencia histórica, pachando con receta legal y h asta recom endada y
de la profunda, su su rra n te voz que una y o tra vez me propagandísticam ente im puesta el m iserable culto
repetía al oído su consejo, am onestándom e que aban­ que era ya m orbo endém ico en las sórdidas e n tra ­
donase aquella presunción, ya que por mi condición ñas del alm a española, no volverían a a p a re c er ja ­
de español, p o r mi identidad, po r m is raíces, jam ás m ás en público, se e n terrarían en vida o se m eterían,
podría llegar a cum plirm e y realizarm e a u té n tic a ­ en fin, en un saco de ceniza.
m ente com o héroe, pretendiendo ser héroe por lo fino Ya E spaña era de siem pre y p o r sí m ism a un país
com o Tremal Naik, sino tan sólo siendo héroe a lo dom inado y a p lastad o com o pocos en el m undo po r
bestia com o el Cid C am peador! el narcisism o y la onfaloscopia, por el desinterés h a ­
A la m oral de la identidad, en fin, acaso el nom ­ cia cualquier cosa que no fuese la autorreproducción
bre científico que m ejor le cuad re sea el de «m oral concentrada. Si ahora las regiones redoblan de m a­
del pedo», pues la condición p a rtic u la r del pedo es nera especializada este repliegue sobre la propia im a­
tal vez la figura m ás capaz de definir con plena exac­ gen o im aginería, que nunca es o tra cosa que la
titu d la situación, en la m edida en que la e scru p u lo ­ propia m iseria, el ya p a u p é rrim o estado e sp iritu al,
sa selección de lo genuinam ente propio y el riguroso m oral y cu ltu ral del país, la ya dism inuida inteligen­
rechazo de lo extraño po r los que se distingue la ac­ cia de los españoles se verá p recipitada hacia una
tuación de la m oral de identidad en ninguna otra im becilidad de las de baba y sonrisilla.
imagen podrían e sta r m ejor representadas que en el Hay dos espectadores, y van a las d istin ta s fiestas
pedo, a cuya esencia igualm ente pertenece la rara y ven po r todas partes, en efecto, cóm o las gentes
condición de que nos com placem os en el arom a de tienden a fo rm a r estilos fijos, a la vez s o b re a g u a ­
los propios tanto com o nos cau sa repulsión el hedor dos y fijados, quiero decir «hipercaracterizados»
de los ajenos." porque se ad o rn an m ucho pero siem pre igual. Y al
B astante repugnantem ente tendían ya los esp añ o ­ respecto se les o c u rre p e n sar que alguna cosa hay
les a com placerse n arcisísticam ente en la propia en ello que necesite la fijeza ritual, com o si las gen­
imagen y a im itarse y reim itarse a sí mismos, im itan­ tes necesitaran parecerse a sí m ism as y diferenciar­
do su propia imitación; bastante gravemente afectaba se de otras.
al país esta degeneración, com o para que encim a se TESIS; si los ado rn o s con que las gentes sobreac-
viniese a in co arla desde a rrib a con plena d elib era­ túan, hipercaracterizan, sobredeterm inan sus fiestas
ción —siendo al efecto totalm ente indiferente el que y sus vestidos son no sólo continuidad en el tiempo,
lo sea en su figura nacional o en sus con trafig u ras sino tam bién d iscontinuidad en el espacio, o sea, di­
regionales—, de su erte que si los responsables lle­ ferenciación de los de al lado, ten d rá que re su lta r la
gasen a d arse cu enta de h asta qué p unto su frívola siguiente consecuencia: que el m ayor núm ero de
operación política ha sido e sp iritu al, m oral y cultu- adornos distintivos se hallará en pueblos étnicam en­
te afines, que están en una d istrib u ció n territo ria l
11. Véase Apéndice n.° 4. apiñada, m uy próxim os y com unicados unos con

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otros; y el m enor núm ero de adornos (no hay tan ta pronto apetencias de identidad? No creo que respon­
necesidad de distintivos diacríticos, porque hay m e­ da al m ism o im pulso que antes, o al m enos e sta rá
nos grupos de que distinguirse) se d a rá en pueblos ya diversam ente fundado en la psique, com o tal m o­
étnicam ente extraños, que form en com unidades tivación, y en tanto que m ás desm entida y d esenm as­
grandes y a isla d as y dispersas. carada, será m ás delirante e insensata, y en tanto que
¿Por qué necesitan «los pueblos» p arecerse a sí m ás denegada (por ese m ism o desmentido), m ás año­
m ism os, reconocerse a sí m ism os, etc.? En p rim er rada y m ás apetecida: se desea la ficción, pero com o
lugar, ¿lo necesita cada uno? ¿cómo: para reconocer hoy no puede su ste n tarse el artificio ni d arse po r
a los dem ás o p ara reconocerse a sí m ism o de entre buena la cosa con el m ero espectáculo, hay que a fir­
ellos? La pertenencia h a b ría sido m ucho m ás claro m arlo in sen satam en te de la sangre.
nom bre que la identidad, pero h a b ría d estrip ad o el De pronto los dos espectadores, habiendo e stab le­
cuento, porque e n señ a ría las c a rta s que el rito quie­ cido que los pueblos tienden a ceñirse a unos ritos
re m an ten er ocultas: el límite, o m ás bien, la falta que los representan y en que se reconocen —cosa que
de otro lím ite que el que establece el rito. Entonces m ás o m enos todos los pueblos parecen n ecesitar en
¿sería tal vez com o un ap arato benignam ente cons­ algún grado— se ponen a reñir: hay uno que ante un
trictivo y pedagógico im puesto po r un deseo m ás o grupo de personas o un pueblo entero que de pronto
m enos com ún y m ás o m enos, por lo tanto, anónimo, em pieza a rela ja r el sistem a de identificación y em ­
de reco rd ar a cada uno el pacto, el vínculo (conven­ pieza a in tro d u c ir excentricidades y exotism os, pue­
cional y verbal, aunque q u iera p a s a r p o r ontològi­ de reaccio n ar airad o y am onestándolos con que un
co) que lo com prom ete con esa pertenencia? Así el pueblo tiene que g u a rd a r su identidad, necesita ser
rito, o la tradición, o la identidad, o el ser, es un fiel a sí m ism o, y saca de aquello un im perativo ca­
espectáculo que los pueblos gustan de darse a sí m is­ tegórico, m ientras que el otro espectador observa sin
mos, com o estableciendo en esas señales m anifies­ enfado la anom alía y dice: «Se ve que estos no lo ne­
tas, distintivas del rito una especie de espejo o un cesitan tanto», pero no hace, com o el otro, del hecho
m ecanism o especular. El rito m antiene el lím ite dis­ dado norm a de conducta. Pero está claro que todo
tintivo en el espacio, igualador en el tiem po; la con­ el s e re s rito, ficción ritual, que p ara ser eficaz tiene
tinuidad en el tiem po es expresión y consecuencia que convencer (lo que no puede hacerse sin engañar,
de la vinculación del pueblo a la territorialidad (com­ o po r lo m enos, ilu sio n ar un poco) y si necesita se­
parad nóm adas y sedentarios: los ára b e s son muy guir siendo ritu a l se ve que nunca acaba de conven­
tribales, pero fueron tam bién sorprendentem ente in­ cer del todo. Tal como nos movemos hoy, estam os tan
tegrables con el Islam ; los sedentarios, por un lado mal colocados, que no hay ilusión escénica que se
no necesitan se r tan en carn izad am en te autoafirm a- sustente y baste, nadie se convence; entonces, es
tivos, tribales, y p o r otro son m ucho m enos integra­ cuando unos renuncian a la h o spitalidad de esa ilu­
bles; pero una vez integrados [Roma] m ucho m enos sión y acam pan en despoblado, otros se encierran,
separables, m ientras los nóm adas pueden de p ron­ doblan su resistencia y se disponen a defenderse y
to escindirse o disolverse con igual facilidad), pues hacerse fu ertes en o tro s puntos m ás retrasados de
ésta es d iscontinuidad espacial y distrib u ció n esp a­ la retaguardia: tienen que d esp lazar la identidad
cial del pueblo. Pero ¿por qué hoy pueden su rg ir de desengañada, por lo poco ilusionador de la represen­

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tación posible, a otros reductos m ás ciegos, y ju s ta ­ de la leche m am ada, de las im presiones in m ediata­
m ente m enos d e se n m a sc a ra b a s p o r m ás gratuitos, m ente siguientes al nacim iento (las esquilas de las
pero por lo m ism o m ás resistentes. Si la identidad vacas) o el ser histórico de España, donde n a tu ra l­
es una declaración que se hace sobre la base de datos m ente cualquier afirm ación es invulnerable, ninguna
sensibles, em píricos, resu lta que un d esen m ascara­ o tra puede refutarla, pero se rá tan válida com o ella;
m iento em pírico tiene validez, pero si la identidad allí, claro, todo puede ya ser eq u ip arad o com o m era
se establece en un lugar a salvo del alcance de lo em ­ creencia. Allí donde tú dices que hay cosas que se
pírico, a salvo de los sentidos y de la experiencia, en­ llevan im presas en la m asa de la sangre desde que
tonces está tam bién a salvo de una refutación en ese fuim os concebidos en el vientre de n u estras m adres,
campo: si se pone la identidad ora en la sangre o m e­ te hallas ya en un lu g ar privilegiado en que la a fir­
jo r dicho «en la m asa de la sangre», ora en el ser, m ación de que no es así puedes ya p e rm itirte cues­
en el esp íritu , el talante, en el ayer, o sea, en lo inasi­ tio n arla com o o tra creencia que no puede ten e r
ble, entonces, claro, puede resistir m ucho m ejor: ahí m ayor c ertid u m b re que la que quiere recusar. (Sal­
reside la eficacia que tienen para h a c er presa en la vo que esta segunda, y en eso está tu fraude, no es
psique los pensam ientos delirantes. N uestros espec­ ya tan m era creencia allí donde se observa la con­
tadores pueden h ab er llegado a convencer a dos a ra ­ servación y el cuidado o m enor cuidado de las tra ­
goneses, uno de C alatayud y otro de Daroca (que diciones, y de qué m odo se ha arm ad o la fam osa
habían dicho que los de D aroca no tenían nada que «identidad», que en p rim e r lugar, tanto com o distin ­
ver con los de Calatayud, ni viceversa, porque a la tiva, y antes que ésto, ha de se r considerada com o
legua se les distinguía por la form a de vestirse) a su­ relacional.)
b ir a su habitación del hotel y h a c er la p ru eb a de
d esnudarse e in tercam b iarse los trajes. H echa la
prueba, no porque les fuese n ecesaria para con­
vencerles de lo que, p o r testa ru d o s que, com o a ra ­ Apéndice n.° 1
goneses, fueran, sab ían perfectam ente; o sea que,
desnudos, ya no se distinguían, sino por la c u rio si­ E sta alusión a un presunto «sujeto histórico» en
dad de p ro b ar a ver qué sentía uno de C alatayud con la E spaña del siglo XV encerraba, en realidad, una
la ropa de D aroca y uno de Daroca con el atuendo m alicia p o r mi parte. No era m ás que un cebo, o,
de Calatayud. com o dicen en E xtrem adura, una «picaera» puesta
N aturalm ente, el que se aferra a la querencia em o­ al auditorio, con la vana confianza y casi convicción
cional de la identidad, evitará, a diferencia de estos de que alguien picaría interpelándom e acerca de tal
dos baturros, exponerla a la prueba en el terreno em ­ «sujeto histórico» y exigiéndom e d a r razón de cóm o
pírico en que la contradicción queda al alcance de pretendía yo que la unión por vía m atrim onial de las
la convicción por la fuerza ostensible de los datos; coronas de C astilla y Aragón hubiese sido realm en­
se re tira rá a terren o s que precisam ente al q uererse te un «proyecto sugestivo de vida en com ún» inven­
poner a salvo de cu a lq u ier argum ento que lo ponga tado, propugnado y solicitado —tal com o d ebería ser
en entredicho, en lugar de b a ja r a cam pos de m ayor ineludible p a ra que el célebre ortegajo fuese algo
sensatez, se retira al delirio de la masa de la sangre, m ás que h u e ra alegoría— p o r los súbditos concre­

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tos de una y o tra corona. En realidad, O rtega no lle­ te de Castilla, al que sucedió en el cargo, com o a él
gó a usar, que yo recuerde, el concepto no m enos hue­ le sucedería su propio hijo ya en el reinado de Doña
ro y alegórico de «sujeto histórico» —que creo m ás Isabel. Pues bien, si mi fru stra d a resp u esta no lle­
bien de filiación m arx ista y em parentado con la no­ vaba, en verdad, o tra intención que la de un chiste
ción, tan alem ana, de Volkgeist, a u n q u e éste ap u n te m aligno c o n tra las nociones de «sujeto histórico» y
m ás hacia lo c u ltu ra l—, pero en m is intenciones en­ de «proyecto sugestivo de vida en com ún», tam poco
tra b a tam bién la de b u rla rm e de tal presunto suje­ habría podido ser tal chiste si no hubiese lugar para
to, que halaga com o protagonista a quienes, en decir que en cierto m odo no lo es del todo, pues, en
verdad, no son m ás q u e objetos lanzados p o r el a r ­ efecto, nu estro don Fadrique E nríquez es quizás, y
bitrio de la dom inación, por m ucho que ésta acierte de form a cada vez m ás consciente y m ás activa en
a seducirlos con sus him nos y hacerles a c ep ta r h as­ los últim os decenios de su vida, uno de los eslabo­
ta la m u erte en el cam po de batalla. Pero mi m alicia nes p rincipales de la concatenación de hechos y de
tuvo el castigo que acaso m erecía, pues, aunque, por voluntades que acabaron llevando a la unión m a tri­
su longitud, no llegué a leer el «discurso» a viva voz, monial de las coronas de Castilla y de Aragón, echan­
sí que fue rep a rtid o en fotocopia en tre los asisten ­ do así los cim ientos de la unidad de España.
tes; ¡en vano!, porque nadie, por distracción o por En cuanto a su vocación natural p ara c u a lq u ier
desinterés, cayó en la «picaera». proyecto sugestivo de vida en com ún, ya H ernando
Así que sólo ahora, un poco por desquitarm e, pero del P ulgar nos da en su galería de retrato s titu la d a
sobre todo para que el pintoresco p asaje del «sujeto Claros varones de Castilla no sólo el rasgo m ism o
histórico» español del siglo XV no se me in terprete sino tam bién su signo em inentem ente fam iliar:
com o algo que yo pudiese alguna vez decir en serio, «Amaua los parientes, e allegaualos, e tra b a ja u a en
revelaré la tram pa. A la pregunta, que yo esp erab a p ro cu rar su h o n rra e interese». Por su parte, otro
incluso algo crisp ad a, sobre de dónde me sacaba yo autor contem poráneo (citado entre comillas, pero sin
ahora de la m anga tal «sujeto histórico» español, o d a r el nom bre, po r M anuel Irib a rre n en su biogra­
sea co n ju n ta y concordem ente aragonés y c astella­ fía del Príncipe de Viana) nos lo m u estra dotado del
no, yo h a b ría puesto una c ie rta cara de extrañeza y c a rá c te r revoltoso y o b stinado idóneo a tales fines:
h a b ría contestado: «¿Pues quién va a ser? El alm i­ «Era tan difícil a p a rta rle de b o llicear com o q u ita r
rante de Castilla don Fadrique Enríquez, po r supues­ a la gallina el trigo o el escarbar». H abiendo logra­
to». Este Don Fadrique era nieto, com o es notorio, de do d e sp o sa r en 1443 con el entonces rey de N avarra
uno de los h erm anos de E nrique II de T rastam ara, (u su rp a d o r de su propio hijo don C arlos de Viana)
de nom bre Don Fadrique com o él y M aestre de S an­ y m ás tard e Juan II de Aragón a su hija doña Ju a n a
tiago con su m edio h erm an o el rey Don Pedro, ú lti­ Enríquez, de 18 años, se vio ligado a su yerno en sus
mo de los C astilla, quien pese a ello lo m andó m a ta r querellas co n tra Juan II de C astilla, que era su pro­
en el Alcázar de Sevilla (según c u en ta el capítulo III pio rey, de m odo que en la p rim era b atalla de Olm e­
del Año Noveno de la crónica del C anciller López de do, en 1445, al ser d e rro tad o ju n to con los navarros,
Ayala, en las cu a tro páginas que tal vez sean la m ás tuvo que ex p a tria rse de Castilla, donde fue despoja­
aíta cum bre de la prosa castellana paratáctica), e hijo do de sus tie rra s y sus bienes. Este desastre, sin em ­
de Don Alfonso, el p rim e r Enríquez que fue a lm iran­ bargo, fue el que lo puso en el lugar de su autén tica

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m isión h istó rica (aunque con intervalos de fingidas dad de Lérida; de que todos los tres estados del Prin-
reconciliaciones con E nrique IV, su ceso r de Ju a n II i ipadgo de C ataluña sentidos, e aviéndolo por m uy
en el trono de Castilla): a saber, la de padre y sobre (Mande m al, se levantaron co n tra el Rey de Aragón,
todo la de abuelo, pues lo que su hija dio a luz el 10 distiendo que por su m andado e sobre su real fe ellos
de m arzo de 1452 fue nada m enos que el fu tu ro rey •vían dado seguridad e sido fiadores del Príncipe
Fernando de Aragón. Al m o rir 6 años después, sin Don C arlos su hijo, para que seguram ente pudiese
sucesores, el rey Alfonso V de Aragón fue Ju an II, venir a él sin tem or e sin rescelo de prisión e m uer-
precisam ente el padre de ese niño, el que le sucedió le, e sobre aq u esta seguridad, que ansí ellos avían
en una corona que valía quince veces el trono de Na­ dado al Príncipe, se avía venido a él como hijo de obe­
varra. A Don F adrique se le iba dibujando un proyec­ diencia, ganoso de se rv ir e a c a ta r a su padre...».
to cada vez m ás sugestivo. Pero aún vivía el príncipe La detención de don C arlos de V iana fue el 2 de di-
de Viana, que tra s e n te rra r en N ápoles a su tío Don i iembre de 1460; el 8 de febrero toda Cataluña se alza
Alfonso había vuelto, con el consentim iento y bajo en arm as contra Ju a n II, tanto po r a m o r y pena de
el seguro de su padre, a C ataluña. Y oigam os, en este Don Carlos, com o po r el propio honor de los c a ta la ­
punto, lo que nos dice al respecto el cro n ista de En­ nes fiadores de la p a la b ra dada por el rey y u ltra ja ­
rique IV de C astilla, Diego Enríquez: «Aqueste Almi­ dos ahora por su incum plim iento. La rebelión es tan
rante [o sea n u estro Don Fadrique] siem pre tuvo violenta, que el 12 de m arzo el rey tiene que ceder,
secreta enem iga co n tra el Príncipe Don Carlos, hijo y el príncipe, puesto en libertad, es recibido am oro­
del Rey Don Ju an de Aragón, desp u és que su hija sa y triu n falm en te en B arcelona. Pero la dicha d uró
casó con el padre; en tan to que po r toda via trab ajó muy poco tiem po; seis m eses después, el 23 de sep­
en poner discordia entre padre e hijo. Qual fue la cab- tiem bre de 1461, m urió Don C arlos en la m ism a c iu ­
sa de ello, ligeram ente se podrá ju z g a r en el seso de dad. Pocos d e sca rta n la posibilidad de que m uriese
los prudentes. Ansí el Príncipe Don C arlos sintiendo envenenado, incluso p o r órdenes de su m ad ra stra y
su propósito e sin iestra voluntad con que le tratab a, por m ano de un tal Ju an de Vezach. Com oquiera que
un día se descom idió a le d escir feas e descom edi­ sea, H ernando del Pulgar, en sus Claros varones de
das palabras, de donde se quedó la enem istad a rra i­ Castilla, term ina así el corto retrato-biografía del al­
gada entre ellos. Como asi estuviesen las voluntades m irante de C astilla don F adrique Enríquez: «En es­
dañ ad as el uno co n tra el otro, después que el Almi­ tos tiem pos de ad u ersid ad es que por este cauallero
rante vio que era descubierto lo que ansí estab a con­ pasaron, conoció bien la lucha co n tinua que entre
certado entre él y los otros caballeros confederados, sí tienen el trab ajo de la una p a rte e el deleite de la
e com o no podía s o rtir efeto, envió secretam ente un otra; e com o q u ier que el uno o el otro vence a vezes,
caballero de su casa, que se llam aba Ju an C arrillo, pero ninguno dellos d u ra en el vencim iento luenga­
al Rey de Aragón e a la Reyna su hija, notificándoles mente, al fin, faziendo el tiem po las m udanzas que
cóm o el Príncipe Don C arlos se h ab ía confederado suele, e los am igos e seruidores las obras que deuen,
con el Rey [de Castilla] p a ra se r co n tra ellos, e daba rodeó Dios las cosas en tal m anera, que tornó a Cas­
orden com o fuesen danificados e destruidos, en tal tilla, e recobró todos sus bienes y patrim onio, e ouo
m anera, que indignada la voluntad del padre contra logar de lo acrecentar, y fue restituido en la grand
el hijo, rodeó cóm o el príncipe fuese preso en la cib- estim ación que prim ero estaua, e m urió lleno de días

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e en grand p rosperidad; porque dexó sus fijos en plus mon petit Lyré que le m ont Palatin,
buen estado, e vido en sus p o strim ero s días a su nie­ plus mon Loire gaulois, que le Tibre latin
to, fijo de su fija, se r príncipe de Aragón, porque era et plus que l'air marin la douceur angévine.
único fijo del rey de Aragón su padre; e otrosí le vido
príncipe de los reinos de C astilla e de León, porque
casó con la princesa de Castilla, Doña Isabel, que fue
reina destos reinos». Apéndice n? 3
Si ha de h ab er un «sujeto histórico» para el «pro­
yecto sugestivo de vida en com ún» que con arreglo (De «Opinión, locura, sociedad» de Theodor W.
al celebre ortegajo ten d ría que se r España, y se pide Adorno, publicado en versión castellan a en el volu­
que ese sujeto no sea un sim ple figurón pintado de men Intervenciones, M onte Ávila Edit.)
la m ás g ra tu ita e irresp o n sab le alegoría apologéti­
ca, sino un m ortal concreto, consciente de sus deseos La form a c a ra c te rístic a de la opinión ab su rd a es,
y tenazm ente activo en la persecución de sus desig­ hoy, el nacionalism o. Brota, con nueva virulencia, en
nios, conform e se le van esbozando y perfilando ante todo el m undo, en una era en que, sea po r el nivel
los ojos de la m ente y em peñando su am bición ¿qué alcanzado po r las fuerzas de producción técnicas,
otro personaje m ás idóneo p ara c u b rir la plaza po­ sea po r la determ inación u n ita ria de la tie rra com o
dríam os e n c o n trar en los anales de la histo ria que
planeta, ha perdido, p o r lo m enos en los países de­
el alm iran te de C astilla don F adrique E n ríq u ez,12
sarrollados, todo fundam ento en los hechos, habién­
biznieto del rey Alfonso XI de C astilla y tata ra b u e lo
del em p erad o r C arlos de Augsburgo? dose convertido com pletam ente en una ideología,
com o en realidad siem pre lo fue. En la vida privada,
el autoelogio y las actitu d es parecidas son conside­
radas inconvenientes, en cuanto las m anifestaciones
Apéndice n.° 2 de este tipo revelan dem asiado la suprem acía logra­
da en el individuo po r el narcisism o. Cuando m ás
Heureux qui comme Ulysse a fait un beau voyage
ou comme cestlui-là qui conquit la toison ap risio n ad o está el individuo en sí m ism o y cuando
et puis est retourné plein d'usage et raison m ás em peñados están, fatalm ente, en prom over los
vivre entre ses parents le reste de son âge. intereses egoístas que, necesariam ente, se c o n stitu ­
yen en esa actitud, y cuyo tenaz poderío ju stam en te
Quand revoirai-je, hélas, de mon petit village se refuerza con ella, con tanto m ayor cuidado debe­
fum er la cheminée, et en quelle saison
revoirai-je le clos de ma pauvre maison,
rá ocu ltar el principio de su acción, o disim ular, que,
qui m'est une province et beaucoup d'avantage? com o rezaba el slogan nacional-socialista, el prove­
cho com ún deriva del beneficio de cada cual. J u s ta ­
Plus me plait le séjour qu'ont bâti mes aïeux mente, es la fuerza del tab ú c o n tra rio al narcisism o
que des palais romains le front audacieux, individual la que, al reprim irlo, da al nacionalism o
plus que le marbre dur me plait l'ardoise fine,
su fuerza m ás perniciosa. En la vida de la colecti­
12. Véasc, en este mismo volumen, «El caso Manrique», vidad las cosas no pasan conform e a las reglas que
pàgs. 195-196. rigen las relaciones entre los individuos. Basta com ­

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p ro b ar que en c u a lq u ier partid o de fútbol, la pobla­ Apéndice n.° 4
ción nativa va a c e le b ra r siem pre, despreciando los
derechos de los huéspedes, al equipo propio; Anato- A la «m oral de identidad», o p u esta a la «m oral de
le France, el e scrito r considerado, p o r algún motivo, perfección», la he llam ado «m oral del pedo», porque
hoy com o canallesco, ya verificó en La Isla de los Pin­ su c riterio de lo bueno y lo m alo sigue las m ism as
güinos que toda p a tria siem pre está p o r encim a de d irectrices que nos hacen com placernos con el a ro ­
todas las otras en el m undo. S ería necesario to m ar ma de nuestros propios vientos an ales y repeler, en
en serio las n o rm as de la vida privada b u rg u esa y cambio, el hedor de los que soplan desde un culo
d arles valor de sociales. Pero un intento tan bien in­ ajeno.
tencionado pasa po r alto la im posibilidad de lograr­ Pero aquí quiero señ alar la circu n stan cia de que
lo, m ientras reinen condiciones que, al im poner a los el o lfato13 parece adem ás el órgano sensorial m ejor
individuos tales renuncias, defraudan en form a tan p reparado para fu n d am e n ta r la m oral de identidad
perm anente su narcisism o, los condenan en tal m e­ o la identidad com o c riterio m oral: no sólo aludo a
dida a la im potencia, que están condenados a recaer la circu n stan cia de que sea el que m ás afina en la
en el narcisism o colectivo. A m odo de sucedáneo, el detección de lo propio y de lo extraño (se sabe que
nacionalism o les devuelve, com o individuos, p arte las ovejas p arid as reconocen a sus propios hijos po r
del propio respeto que la colectividad les su stra e y el olor individual —¡capacidad de discrim inación ol­
cuya recuperación esperan de ella, al identificarse fativa inim aginable para los que sólo acertam os ape­
ilusoriam ente con la m ism a. La creencia en la nación nas con el o lor de la especie ovina, en el seno del cual
es, m ás que cu a lq u ier otro prejuicio em ocional, la ellas form an con diferencias quím icas que han de ser
opinión com o fatalidad: la hipóstasis al nivel de bien forzosam ente m ínim as a u tén ticas fisonom ías indi­
suprem o en general de lo que de hecho nos p erten e­ viduales!— y rechazan el cordero extraño que inten­
ce, de la situación en que se está ocasionalm ente. In­ ta m am ar de sus ubres), sino sobre todo al hecho de
fla al nivel del bien la m iserable sa b id u ría de que sea el m enos im parcial de los sentidos (junto al
em ergencia, de sa b e r que todos vamos en el m ism o del gusto, con el que, p o r lo dem ás, se com bina es­
bote, convirtiéndola en una m áxim a m oral. trecham ente); pues, en efecto, no resiste ni un segun­
El d istin g u ir el sano sentim iento nacional del na­ do a la p ru eb a frente a la vista o el oído, que pueden
cionalism o em ocional, es cosa tan ideológica com o conservar una n eu tralid ad fisiológica total ante lo
la creencia en la distinción entre una opinión n o r­ que generalm ente oyen o ven: m uy e strid e n te tiene
mal frente a una patógena; es inexorable la dinám ica que ser un ruido p ara que llegue a provocar un de­
del supuesto sano sentim iento nacional a se r supe­ sagrado y un rechazo análogos a la repugnancia que
rado, puesto que radica en la falsedad de una identi­ puede prod u cirn o s un olor, o, inversam ente, ser tan
ficación de la persona que, contingentem ente, se inm ediatam ente grato y atractivo com o un arom a;
encuentra en esa situación, con la irracional relación y no digam os, en cu an to a la vista se refiere: es du-
entre naturaleza y sociedad.
13. No se reduce aquí sólo al papel metafórico del olfato, sino
que al aducirse respecto de la moral de identidad, lo tomo tam ­
bién en su sentido propio, en su significado físico.

286 287
doso que una percepción visual pueda llegar a s e r­ oler el resuello; y ansí sus casas y p u e rta s hedían
nos «repugnante» en el sentido inm ediatam ente fi­ muy mal a aquellos m anjarejos; y ellos eso m esm o
siológico en que puede decirse de un olor; cuando tenían el o lor de los judíos p o r cau sa de los m an ja­
de una percepción visual decim os que nos repugna, res y de no ser baptizados. Y puesto caso que algu­
es dudoso que esa repugnancia no tenga que e s ta r nos fueron baptizados, m ortificado el c a rá c te r del
siem pre m ediada po r la in terp retació n afectiva se­ baptism o en ellos por la credulidad, e po r judaizar,
m ántica de lo que vemos. El olfato es, en cam bio, hedían com o judíos...»
siem pre, c rite rio inm ediato de aprobación o de re­ Es cierto que, al igual que las ovejas, reconocem os
chazo, no hay nada indiferente para él. Sensorialm en­ a veces olores individuales de algunas personas, y
te actúa de selector de lo propio y de lo extraño, de puede incluso que haya olores específicos, pero lo
lo que es bueno o m alo para uno, de lo que hay que que aquí interesa no es que los negros y los blancos
a c ep ta r y lo que hay que rechazar.14 puedan o no, en efecto, se r reconocidos a oscuras por
Los racistas han asegurado a veces que identifica­ la sola diferenciación cualitativa de un olor racial,
ban a los ju d ío s por el olor, lo que puede explicarse así como, a la luz, podem os distin g u irlo s po r la del
p o r una paranoia que no puede su frir la incertidum - color; lo que me im p o rta aquí es que los racistas se
bre de lo no patente; pero el caso es que tam bién del sientan im pulsados a a c u d ir a las diferenciaciones
negro, cuya raza es inequívocam ente identificable olfativas, com o las únicas que com binan de un modo
con la vista, han llegado a decir que tiene un olor tan inm ediato e inapelable com o unívoco la d istin ­
particular. Parece com o si el rechazo racista que ción entre lo propio y lo extraño con la adm isión y
com porta la m oral de identidad necesitase inventar el rechazo, respectivam ente.
una connotación olfativa para fu n d ar su repugnancia A diferencia de las de la vista y el oído, las percep­
en algo inapelable. Im presionante, a este respecto, ciones del olfato com portan siem pre, en autom ática
es el pasaje de Andrés B ernáldez, el cu ra de Los Pa­ e inseparable concom itancia con su identificación
lacios, en el cap ítu lo XLIII de su c ró n ica de los Re­ cualitativa del objeto, un taxativo juicio de valor, que,
yes Católicos: «... las costum bres de la gente com ún es adem ás, fisiológica o biológicam ente egocéntrico,
de ellos ante la Inquisición, ni m ás ni m enos que era a u to r refe rente (como es probable que, en un p rin ci­
de los propios hediondos judíos, y esto [lo] c au sab a pio, fueran todos los sentidos, hasta que la vista y
la continua conversación que con ellos tenían; ansí el oído se fuesen liberando de un condicionam iento
eran tragones y com ilones, que nunca perdieron el tan ceñido al estricto interés de la autoconservación).
com er a co stu m b re ju d áic a de m anjarejos, e olletas Para el olfato todavía no hay m ás que hedor y a ro ­
de adefina, m anjarejos de cebollas e ajos, refritos con ma; él nunca podría concebir la disyunción entre
aceite, y la c a rn e guisaban con aceite, ca lo echaban cualidad y valor que se explícita en aquel verso in­
en lugar de tocino e de gro su ra po r e scu sa r el toci­ m ortal del «C antar de los cantares»:
no; y el aceite con la carn e es cosa que hace muy mal
«N igra sum , sed form osa,
filiae Jerusalem ».
14. Baste reparar en expresiones metafóricas, siempre valora-
tivas: «Huele mal» (en referencia al pecado), «Olor de Santidad»,
«Algo se pudre en Dinamarca», etc. Apéndice del 15 de mayo de 1988

288 289
la m ism a secreta diversión, que cuidan de d isfraz a r
con los m ás graves y vitales contenidos.
La expresión «¡Trágala, perro!» parece que fue in­
ventada por los constitucionalistas a raíz del pronun­
ciam iento liberal de Riego; el perro —ciertam ente
rabioso y pervertido, si los hay— era Fernando VII, y
lo que tenía que tragarse era la C onstitución de 1812.
Ya entonces u n a m entalidad com pletam ente infan­
til concebía por todo contenido de la C onstitución
recién restablecida el hecho de poder chinchar al rey,
que tenía que tragársela, ya po r la boca, ya incluso,
según el capricho de Goya, por el culo, como un perro
Tal para cual al que se le pone una lavativa. Hoy, el perro, to­
davía m ás rabioso y pervertido, es el abertzalism o
radical, y lo que la carcam ancia q u e rría que se tra ­
gase, cuanto m ás a la fuerza, mejor, es la bandera
Q uienes m ás im púdica y ostentosam ente gustan constitucional. Tam bién p ara estos niños de hoy lo
de reiterarn o s a cada paso el testim onio del sacro­ m ás sabroso de la C onstitución parece c o n sistir en
santo respeto que les m erece la ban d era nacional, que alguien tenga que tragársela. Así, entre los del
com o la bronca y fanática carcu n d a que hincha las jé-toro y los del trágala-perro, viene a en tab larse un
páginas del abecé, no parecen sino e s ta r deseando juego tan im bécil com o despreciable y en el que se­
que llegue el verano para que el abertzalism o ría difícil d ecid ir quién cae m ás bajo. Por lo pronto,
oligofrénico-radical vuelva a desafiarlos, citándolos a los que tan to respeto y veneración declaran sen tir
con el «¡Jé, toro!» del consabido jueguito de las hacia la rojigualda (y, po r cierto, con una falta de pu­
ikurriñas, a fin de poder replicarle bram ando de santa d o r que, m ás que la pregnancia de los sentim ientos,
indignación por los agravios inferidos a la rojigual- sugiere la g ratu ita desnudez de las m atronas de la
da, y apelando a las a u to rid ad es p ara recrim in arles alta alegoría) convendría invitarles a que reparasen
su b lan d u ra en no e x tre m a r los m edios coercitivos en que u sa rla com o trágala-perro es, al menos, a te­
necesarios h a sta lograr im ponerles a los abertzales no r del significado noble que ellos m ism os intentan
la bandera nacional a «¡Trágala, perro!» Y como, por d a r a la bandera, una m anera de a rra s tra rla p o r los
lo visto, tienen la su erte de gozar todavía del don di­ suelos. El que ese significado noble que q u e rrían
vino de la infancia, y no han perdido el pueril resa­ a trib u irle s esté lejos de ser el significado c o n n atu ­
bio de com placerse en el rabia-rabiña, o sea, en el ral de las banderas —el cual m ás bien se acerca, ju s­
chinchar, cu an to m ás a trágala-perro tenga que ser, tam ente, al innoble significado que le da su em pleo
m ás gusto p arece que les da. Así, com o en una espe­ com o un trágala-perro—, es o tra cuestión, que toca­
cie de inconfesada e inconfesable com plicidad de an­ ré m ás adelante. Pero la san ta indignación p a trió ti­
tagonistas, vienen a d arse cita todos los veranos, con ca de la referida prensa está, en verdad, azuzando
su jé-toro los unos, con su trágala-perro los otros, en a los poderes políticos com o quien achuchase a una

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m adre contra el hijo que ha cogido una rabieta: «¡Pé- por parte del Estado. No les sirve la astu cia de d a r
guele más, señora! ¡No le deje que se salga con la «puente de plata», porque de nada les vale la re tira ­
suya!». N aturalm ente, el circuito de realim entación da de las fuerzas de o rden público si no es en la m e­
positiva que se organiza entre una m adre estú p id a dida en que puedan a p u n tá rsela com o un tan to de
y feroz y un hijo todavía m ás feroz y e stúpido carece victoria, para satisfacción de la propia soberbia, que
de cu a lq u ier final posible; el niño p o d rá no salirse es la única m otivación profunda que rige su actitud.
con la suya, pero seg u irá arm ándola, sin c lau d icar En cuanto a la recíproca so berbia de los devotos
jam ás. El espectáculo que ofrecen entre am bos no de la rojigualda, tam poco parece, p o r su parte, inte­
puede ser m ás indigno y degradante. C uando el de­ resada en el fin positivo de que cese el jé-toro de los
safío es en tre soberbia y so berbia no hay fu ertes ni idólatras de la ikurriña, sino que, p o r el co n trario
débiles, la lucha es siem pre de poder a poder. La so­ —a ju zg ar por cómo, lejos de toda p rudencia y toda
berbia del niño estúpido y feroz que necesita dem os­ astucia, se com place en tro n a r con retum bante y ca­
tra rse a sí m ism o su propio poder sobre la m adre vernosa voz—, da enteram ente la im presión de que
será siem pre m ás fuerte que la sensibilidad de su se sentiría defraudada y desilusionada si se viese de
cuerpo a los azotes, los pellizcos o las bofetadas. No pronto privada de la ocasión de rec lam a r la im posi­
hay techo alguno p ara la soberbia hum ana. ción a trágala-perro de la ban d era constitucional.
Que la soberbia es el único contenido profundo Sólo la efervescencia del antagonism o activo encien­
sustancial en el em perram iento del niño estúpido y de y vivifica el color de las banderas, en tanto que
feroz co n stituido p o r el abertzalism o radical lo de­ su falta las lleva a la palidez y al desvanecim iento.
m uestra su rotundo rechazo de la a stu cia en la p e r­ Sólo el antagonism o da arreb o l de belleza al color
secución de sus pretendidos fines. Es obvio, por de las banderas, al igual que tan sólo la pasión p res­
ejemplo, que si realm ente deseasen la retirada de las ta fulgor a la m irad a e inflam a las m ejillas. Las so­
fuerzas de orden público com o tal fin en sí mismo, berbias c o n tra ria s se ceban m u tuam ente en el
jam ás h ab rían in cu rrid o en la torpeza, c o n tra ria al encuentro que las contrapone de poder a poder. Por
m ás elem ental sentido de la astucia, de decir cons­ eso la carcam ancia de la rojigualda acepta siem pre
tantem ente a voz en cuello: «¡Que se vayan!», sino gustosa el juego al que la desafía el abertzalismo, en­
que, por el contrario, h a b ría n callado com o zorros, trando brava y alegre al trapo de la ikurriña. Así, tan­
poniéndoles «puente de plata», según la célebre n o r­ to el p atrio tism o nacional com o el n acionalista se
ma del G ran C apitán. Diciendo «¡que se vayan!» sa­ a b u rriría n y languidecerían si no tuviesen quien los
ben perfectam ente que les dificultan o hasta hostigase. Si les faltase un enemigo contra el que sen­
im posibilitan m archarse, por la correlativa soberbia tirse cargados de razón y que les ju stifiq u e el sinaí-
co n n atu ral a todo p o d e r constituido, para el que el tico placer de dejarse a rre b a ta r en santa ira, no cabe
prestigio es com o una condena; pero el único sabor duda de que lo inventarían, pues uno y o tro carecen
verdadero que el abertzalism o radical busca sa c a r­ de cualquier otra motivación o contenido que no sean
le a la retirad a de las fuerzas de orden público no los de la so berbia antagonística.
es el hecho de la retirad a en sí m ism a —que, segura­ La carcu n d a del abecé —que, po r lo dem ás, tam ­
mente, le im porta poco, y acaso h asta le fastid iaría poco tiene la exclusiva, por cuanto los benegas y los
si fuese e sp o n tán ea—, sino su valor de claudicación dam boreneas le dan eco y respaldo desde el propio

292
partid o del G obierno— tam bién tiene el detalle de raím ente, sím bolos de antagonism o, de odio, de do­
ejercer con sus lectores la obra de m isericordia de m inación.
e n señ ar al que no sabe, al revelarnos que las ban d e­ N ada dice, po r tanto, a favor de las b anderas la en­
ras no son sim ples pedazos de tela de colores, sino fática afirm ación de su índole sim bólica; antes por
«sím bolos m áxim os», com o dice su editorial del 21 el contrario, lo malo, lo peligroso, lo nocivo de toda
de agosto de 1987. Se agradecen tan nobles intencio­ bandera reside precisam ente en el hecho de que no
nes pedagógicas, pero, en verdad, sólo el m ás m iope sea un inocente retal de tela de colores, sino nada
y m ás obtuso de los positivism os, ignorante de la m enos que todo un símbolo. C onsideradas en sí m is­
naturaleza de los sím bolos y de sus im bricaciones mas, no hay, pues, una bandera que m erezca m ás
en el alm a hum ana, ha podido in c u rrir en el e rro r defensa que otra. La bandera no sólo propende a con­
de tom ar las b an d eras po r sim ples bandas de tela vertirse ella m ism a en un fetiche, sino tam bién a
de colores. O jalá fuesen cosa tan innocua. Pero, des­ tra n sfig u ra r en fetiche la identidad que determ ina
venturadam ente, para desgracia de hom bres y de y representa y el suelo que señala p o r espacio de su
pueblos, no sólo tienen índole sim bólica en el sen ti­ dom inación. En su función congénita y originaria de
do m ás fuerte del concepto, sino que pertenecen a sím bolo de dom inación, la bandera tra m ita la feti-
una clase de sím bolos especialm ente capacitada, por chización abstractiva con que la acción dom inado­
el propio c ará c te r de su función connatural, para de­ ra convierte un háb itat en territorio. O, inv in ien d o
s a rro lla r connotaciones sustantivas, hasta erigirse la frase, un te rrito rio es un háb itat convertido en fe­
en auténticos fetiches. Esa función connatural de las tiche por la violencia abstractiva de la dom inación.
banderas es s o p o rta r la representación de las iden­ Tal abstracción consiste en a lla n a r o d e ja r en sus­
tidades definidas p o r un antagonism o. N aturalm en­ penso las concreciones y determ inaciones ad q u i­
te, d ar representación a esas identidades no es nunca ridas po r tal o cual tie rra a través de una larga
una operación neutral, sin consecuencias —com o no continuidad de relaciones, cada vez m ás cualificadas,
lo es tam poco en m odo alguno, poner nom bre a las con una d eterm in ad a actividad viviente hum ana o
cosas—, sino una operación sum am ente activa, sin anim al. La acción dom inadora incide destru ctiv a­
la cual ni siq u iera podría llevarse a cum plim iento m ente en la relación en tre la tie rra sobre la que se
la propia constitución de una identidad en cuanto impone y los hom bres que la habitan. La tierra como
tal. Así com o el antagonism o crea a los enemigos, así háb itat es el suelo de la vida; la tie rra com o te rrito ­
tam bién las b an d eras por su parte, definen y crean rio es el so lar de la dom inación.
las identidades antagónicas que tienen po r función Es esta fetichización, que allan a toda concreción
representar. La p ru eb a de que esa es la función con­ cualificada de la tie rra com o háb itat y la convierte
gènita original de las ban d eras está en el hecho de en territorio, la que, abstrayendo de la p a tria cu al­
que su uso m ás genuino sea el de ex p resar la tom a q u ier rasgo de querencia o m adriguera, constituye
de dom inio con que el vencedor corona su victoria, el hueco y d esnudo p atrio tism o territo ria lista , cuyo
ju stam en te m ediante el acto de p la n ta r su bandera único posible contenido es el instinto de dom inación.
en la tie rra co n q u istad a o de izarla en el m ás alto No obstante, es ju stam en te este c ru d o y vacío feti­
b alu arte de la ciudadela, tras h a b e r a rria d o la ban­ chism o territo ria lista , tan estrecham ente atad o a la
dera del vencido. Las ban d eras son, pues, connatu- idolatría de la bandera, lo que hoy la gran m ayoría

294
de los hom bres —ya estén en contra, ya estén a j;>nte concepción territo rial, con todo su c a rá c te r in­
favor— suele entender por patriotism o. Pero si la pa­ hum anam ente abstractivo respecto de cualquier con­
labra «patria» puede s e r todavía recuperable en un creta cualificación com o h áb itat viviente, nos la
sentido hum ano, lo prim ero que h a b ría que d e ja r ofreció el a lm iran te Liberal Lucini con aquella céle­
bien sentado y sin equívoco posible es que no puede bre declaración según la cual la Península Ibérica
haber am or a tal patria restaurada que no sea al m is­ le m erecía n ad a m enos que la estim ación de «bom ­
m o tiem po odio al territorio. bón geoestratégico».
Los rastro s o las reliquias de te rrito ria lid a d que La ban d era es, en fin, específicam ente, el in stru ­
aún pueden adivinarse en cu a lq u ier hábitat recons­ m ento y el vehículo sensible p o r el que cobra vigen­
tituido tra s un secu lar período de m ayor o m enor cia tal clase de abstracciones fetichistas, inherentes
sosiego h istórico no son sino las cicatrices que a te s­ a toda identidad, que es siempre, activa o virtualm en-
tiguan la violencia ab stractiv a de antiguos vendava­ te, antagonism o, fu ro r de predom inio, odio y so b er­
les de dom inación. Por ejemplo, la América de lengua bia. Por eso, todas las banderas esconden, a la postre,
castellana no ha podido borrar, a raíz de su inde­ Iras sus lindos colorines, el siniestro black jack de
pendencia, y a despecho de toda voluntad co ntraria, los piratas: el e sta n d a rte de la calavera y las tibias
las antiguas fro n teras de audiencias, v irrein ato s o cruzadas sobre cam po negro. El black jack es la ban­
cap itan ías establecidos por la A dm inistración esp a­ dera que dice la om inosa y tenebrosa verdad de to­
ñola, sino que, salvo insignificantes m odificaciones, das las banderas.
perviven todavía hoy com o fronteras in tern acio n a­
les, form ando una retícula que es el cicatrizado El País, 30 de agosto de 1987
pero indeleble estigm a de la co n q u ista y la dom ina­
ción hispana. ¿Qué grado m ás inhum ano de ab s­
tracción p o d ría im aginarse que el que com porta el
hecho de que una sim ple desavenencia individual en­
tre conquistadores com o la que hubo entre P izarra
y B elalcázar haya llegado a p erp etu arse po r fronte­
ra entre los actuales territo rio s nacionales del Ecua­
d o r y del Perú?
El correlato ecológico de la abstracción y cadave-
rización que sufre un h áb itat cuando el c riterio de
la dom inación lo fetichiza en territo rio encuentra un
buen ejem plo en la am enaza con que los b u itres de
hierro del m ilitarism o se ciernen sobre la finca de
Cabañeros. Por lo dem ás, si la abstracción territo-
rializadora es la concepción propia de la dominación,
nada tiene de extraño que sea tam bién la concepción
predom inante del m ilitarism o. Y, ciertam ente, la m a­
nifestación m ás expresiva y m ás ilustrativa de seme-

296 297
da de aquel com ediante tan llorón com o iracundo
míe fue el llam ado «C anciller de hierro», ensalzán­
dola com o ejem plo del «grandioso estilo de la polí­
tica alem ana de aquellos días»; histrionada que tuvo
p or escenario el B undesral y en la que, tra s haberse
locado «el escabroso tem a de los derechos de rese r­
va de Baviera», B ism arck vino a decir: «Por cierto,
bajo la influencia de la guerra, el clim a político en
Alemania y h a sta en la propia Baviera era tal que,
con una presión mayor, hab ríam o s podido obtener
m ucho m ás del gobierno bávaro. Pero —continuó,
tendiendo la m ano por encim a de la m esa al pleni­
potenciario bávaro—, cu ando un am igo ha puesto
Apunte sobre la W iedervereinigung su m ano en la mía, yo no la m achaco», y estrechó su
m ano con la del plenipotenciario.
C uesta y duele tener que a c e p ta r que tan innoble
pantom im a pudiese conm over a un hom bre com o
La afirm ación del can ciller de la RFA, Helm ut Weber. Pero, aunque ya la sola expresión, la noción
Kohl, tachando de «antihistórica» la división de Ale­ misma, de «grandioso estilo» es, po r m éritos propios,
m ania, no sólo me ha hecho p e n sar que eso, el ser m aloliente, y an ticip a el hedor final del texto ente­
antihistórica, si es que lo es, seria justam ente lo bue­ ro, la anécdota del Bundesrat no es m ás que un de­
no que ten d ría, sino que tam bién me ha traído a las talle lateral dirigido a renovar los posibles fervores
m ientes el texto de una conferencia leída p o r Max bism arckianos en los concretos corazones bávaros
W eber en M unich el 22 de octu b re de 1916, bajo el del auditorio, y no la intención tem ática central de
título de «Alemania entre las grandes potencias euro­ la conferencia. Para a p re c ia r cabalm ente la m alicia
peas». ¡Ay!, es inevitable que sean precisam ente los V la m alignidad ideológica de ésta, lo m ás indicado
autores que uno m ás estim a y h asta quiere los que es. a mi juicio, e x trap o lar prim ero los pasajes que,
pueden d a rle a veces los m ás grandes disgustos. La en sí m ism os, p resentan la ap arien cia m ás noble y
inteligencia, el saber, la lucidez absolutam ente ex­ m ás plausible, para después volverlos a in sc rib ir en
cepcionales de Max W eber no bastaron, por d esgra­ el contexto que los c ircu n stan cia y condiciona, re-
cia, para que, en puntos de política concreta, dejase conduciendo, p o r así decirlo, su tom a de sentido. Va­
de ser sentim entalm ente un bism arckiano. A un hom ­ yamos, pues, d irectam ente a ello:
bre com o él no sería sino hacerlo de m enos convali­
«¿Por qué nos hemos convertido en una gran poten­
d arle el tran ce de la fecha de la conferencia (o sea, cia?, nos preguntamos finalmente. /Son quizás las na­
en pleno tira y afloja del «infierno de Verdun») como ciones que no constituyen grandes potencias, las
un atenuante de su lam entable contenido. L am enta­ «pequeñas» naciones —los suizos, los holandeses, los
ble y h a sta indigno, al m enos en el pasaje en el que, daneses, los noi uegos, los propios suecos, menos im­
muy consciente de que está hablando en la capital portantes? A ningún alemán se le pasa por la cabeza
de Baviera, evoca una no m enos indigna histriona- semejante idea. / En la existencia histórica de los pue­

298
blos, tanto las grandes potencias como las naciones nido la venturosa suerte de poder practicar las virtu­
geográficamente pequeñas poseen una misión perm a­ des propias de un pequeño Estado y producir su pro­
nente. Ciertamente, una gran potencia de setenta mi­ pio florecimiento».
llones de habitantes [no sé de dónde saca Weber estos
setenta millones, pues el II Reich nos los tenía; acaso
le salían de sum ar todos los germanoparlantes, inclu­ Tan g en e ro so d e rro c h e d e a d m ira c ió n y de te r n u ­
yendo a los austríacos y algunas m inorías como los ra p o r las p e q u e ñ a s n a c io n e s (con todo, m ás ju s tif i­
«centenares de miles de colonos alemanes en Curian- cado q u e el q u e el p re s id e n te G onzález h a q u e rid o
día», los sudetes, etcétera] puede hacer lo que no pue­ d ila p id a r re c ie n te m e n te en favor de la m á s g ran d e)
den un cantón suizo o un Estado como Dinamarca. p o d ría in d u c irn o s a p e n s a r q u e W eb er la m e n ta p e r­
Pero en mucho aspectos puede hacer menos que ellos.
Así ocurre tanto en el campo de la cultura como en te n e c e r a un E sta d o de m a sa s d e se te n ta m illo n es
el de los propios y verdaderos valores políticos. Sólo de h a b ita n te s c o n s titu id o a d e m á s en g ra n p o ten cia
en los pequeños Estados, donde la mayor parte de los m u n d ial, con su fé rre a s y h e la d a s e s tr u c tu r a s b u ro ­
ciudadanos se conocen uno al otro o pueden llegar c rá tic a s y su so cied a d civil d is u e lta y a to m iz a d a en
a conocerse, donde —aunque ya no se reúna toda la a n ó n im o s e in te rc a m b ia b le s in d iv id u o s, y a ñ o ra los
población en una plaza, como en Appenzell— la ad­ b u en o s viejos tie m p o s en q u e A lem an ia e ra u n rico
ministración puede ser controlada por cada uno de
sus habitantes, al menos como en una ciudad media, y v a ria d o m o saico de p e q u e ñ o s rein o s, de p rin c ip a ­
sólo allí tenemos la democracia genuina, sólo allí es dos, d u ca d o s, o b is p a d o s y c iu d a d e s lib res. P ero no
verdaderamente posible una genuina aristocracia, ba­ hay n a d a de éso: ni la te r n u r a p o r los p eq u e ñ o s p a í­
sada sobre la confianza personal y sobre las presta­ ses ni el la m e n to p o r la s o m b ría , a u n q u e « n ec esa­
ciones individuales. / En un Estado de masas, ambas ria», im agen d e la g ra n p o ten cia son, co m o verem os,
cosas se alteran hasta el punto de hacerse irrecono­
cibles: la burocracia —en lugar de una administración al m en o s con re sp e c to al d e s a rro llo y la in ten ció n
elegida por el pueblo o confiada a título honorífico—, de este texto concreto, o tra c o s a q u e lá g rim a s de co ­
el ejército adiestrado —en lugar de la milicia popu­ codrilo.
lar— se convierten en hechos necesarios. Esta es la Pero, a n te s de seguir, cre o lleg ad o a q u í el p u n to
suerte inevitable del pueblo organizado bajo la for­ de in tro d u c ir la o b serv ació n , h is tó ric a m e n te d ia c rò ­
ma de Estado de masas. Por este motivo el suizo Ja- nica, de q u e no es n e c e sa rio lle g a r al « E stad o de m a ­
kob Burckhardt, en su libro Reflexiones sobre la
historia universal, ha definido la potencia como un ele­ sas» ni a ó rd e n e s de m a g n itu d a b s o lu ta co m o el de
mento del mal en la historia. Todos consideram os los fa m o so s se te n ta m illo n es d e a le m a n e s de Max
como una decisión del destino el hecho de que un pue­ W eber p a r a e n c o n tra r, re sp e ta n d o ta n sólo la re la ti­
blo que participa de nuestro patrim onio étnico- vidad p ro p o rcio n al de m ag n itu d es e n tre u n o s y o tro s
cultural [se refiere, evidentemente a Suiza'] haya te- tiem pos, re la c io n e s d e ca u sa-efecto fo rm a lm e n te
an á lo g a s en el pasado. P odem os re tro c e d e r al entre-
1. Appenzell, citada más arriba, es la capital de un cantón sui­
zo, que se ha distinguido, por cierto, el año pasado, por haber vo­ siglo XV-XVI p a r a q u e la d e s a p a ric ió n en el II R eich
tado en concejo abierto —tal como señala Weber—, y al que del p riv ileg io de e je rc e r e so s « p ro p io s y v erd a d e ro s
muchos varones acudieron con el sable al cinto —en m ilenaria valores p o lítico s» q u e con ta n tie rn o e n c a re c im ie n ­
imitación de los comitia centuriata romanos, como expresión sim­ to finge e n v id ia r n u e stro a u to r en los p e q u e ñ o s E s­
bólica del vínculo entre ciudadanía y capacidad para las arm as
—cuestión tratada por el propio Weber en Economía y sociedad—, tad o s su b s is te n te s se nos c o n v ie rta en u n a esp e cie
la exclusión de las mujeres del derecho al sufragio. de dejá vu tran sh istó rico : bastó , en efecto, en E spaña,

300 301
la unidad nacional incoada y protagonizada p o r las en Appenzell, tan rom ánticam ente evocado por Max
coronas de Castilla y de Aragón —que contarían, p o r Weber.
junto, en tre los ocho o nueve m illones de h a b ita n ­ No es un paralelism o artificioso; lo artificioso
tes—•, con la política de gran potencia europea que, sería, a mi entender, a trib u ir tan ta im p o rtan cia a
casi com o un efecto necesario, se desencadenó a raíz las diferencias de los tiem pos, com o para conside­
de sem ejante unión, para que de ello redundasen con­ rar casual el hecho de que los rasgos que W eber
secuencias políticas in tern as sorprendem ente a n á ­ enum era com o privilegios cuya desaparición hace
logas —abstrayendo, naturalm ente, las diferencias de irreconocible la fisonom ía política de la Alem ania
vestido y guardando la proporcionalidad de m agnitu­ u n itaria del II Reich guarden tan rigurosa analogía
des—•, a las que, con la fundación del II Reich po r con los rasgos de dem ocracia m edieval que la uni­
la cirugía bism arckiana, alteraro n la fisonom ía de dad de E spaña, con la concom itante política de po­
Alemania h a sta h acerla tan «irreconocible» —p o r tencia lanzada sobre E uropa y el Mogreb, se llevó por
u sa r la m ism a expresión que aplica W eber— respec­ delante p ara siem pre. Y tal analogía ¿no vendría a
to de su propia im agen anterior, com o incom para­ convalidar, por una parte, la afirm ación de Burc-
ble con la de los pequeños países de su entorno. Así khardt señalando la potencia com o fuente de m ales
el control d irecto y autónom o de los negocios p ú b li­ —o del m al— en la historia, y, por otra, una trágica
cos m ediante las m ag istra tu ra s locales electivas de y fatal vinculación entre política de potencia y uni­
la E spaña m edieval se vio m ediatizado y capitidis- dad? O rtega y Gasset, en un pasaje del p rim e r cap í­
m inuido p o r la in stauración de los corregidores, de­ tulo de su España Invertebrada —y reuniendo para
signados p o r el poder central (y ancestros, dicho sea el caso su h o rteril adm iración por la grandeza con
de paso, de los gobernadores civiles de hoy en día); su m ás selecta c u rsilería e stilístic a —, al tra ta r de
las m ilicias concejiles, figura medieval de la «milicia evocar en fantasía el m om ento en que M ommsen, en
popular» de que habla Weber, se fueron extinguien­ su Historia Rom ana, se dispone a iniciar, tras los
do, au nque no sin resistencia, p rim ero m ediante tí­ prelim inares, el relato de los hechos, escribe lo si­
m idos y en ocasiones fru stra d o s intentos de leva guiente: «La plum a en el aire, frente al blanco papel,
obligatoria nacional (i de cada 12 varones com pren­ M ommsen se reconcentra para elegir la prim era fra­
didos entre los 20 y 50 años, pero no so rteado sino se, el com pás inicial de su hercúlea sinfonía. [...] La
elegido con a rreg lo a c riterio s de ap titu d , en la leva plum a su cu len ta desciende sobre el papel y escribe
de 1495) y m ás tard e po r el m ercenariado, de extrac­ e stas palabras: Im historia de toda nación, y sobre
ción casi siem pre m arginal, que form ó el núcleo de todo de la nación latina, es un vasto sistem a de in­
los tercios im periales; y por últim o la abolición del corporación». Inspirado en esta «suculenta» frase del
«concejo abierto» (especialm ente vivaz y celoso de adm irado historiador, O rtega inventa la gran virtu d
su au to rid ad en las c u a tro com unidades del Aragón histórica que bautiza com o «potencia de in co rp o ra­
m eridional, es a saber: Calatayud, Daroca, Teruel y ción» (o «de nacionalización», ya que con am bos
A lbarracín, cread as por las c a rta s de población de nom bres la designa) y que enseguida hace propia de
su reconquistador, Alfonso el B atallador), esto es, la Castilla, para encarecerla com o la virtud por la cual
reunión del com ún de vecinos en la plaza, para deli­ ésta protagonizó la form ación de la unidad de E spa­
b e ra r sobre negocios públicos, literalm ente com o ña. No es m ucho suponer, p o r consiguiente, que lle­

302 303
gase a se n tir la m ism a adm iración por la P rusia bis- naciones protegidas responde, obviam ente, al hecho
m arckiana, y un indicio de ello puede se r el hecho de que ese ejército ya la tenía invadida desde 1914,
de que fuese a e c h ar m ano ju stam en te del vocablo si bien, en otro pasaje de la conferencia, rechaza cual­
alem án y tal vez bism arckiano W eltpolitik para m en­ q u ier pretensión anexionista sobre Bélgica po r p a r­
ta r la política de potencia que la unidad de E spaña te de Alemania, justificando, no obstante, la invasión
inauguró: «El resu ltad o fue que, po r p rim era vez en po r el hecho de que Bélgica haya preferido confiar
la historia, se idea una Weltpolitik: la unidad esp a­ su n eu tralid ad a la protección anglofrancesa antes
ñola fue hecha p ara intentarla» (Ortega y Gasset, que a la alem ana: «En realidad, el elem ento decisi­
España Invertebrada, 4. «Tanto monta».) vo fue que Bélgica fortificó sus fro n teras con noso­
Pero volvamos a Max Weber. Al final del pasaje ci­ tros, al tiem po que qu ed ab a en condiciones de no
tado, que a rra n c a b a con la pregunta «¿Por qué m o­ poder defender de ningún m odo sus fronteras fren ­
tivo nos hem os convertido en una gran potencia?», te a un a ta q u e de Francia y, sobre todo, de Ingla­
repite, en otros térm inos, el m ism o interrogante: «En terra». Así que Alem ania atacan d o a Bélgica sería
efecto, ¿ p o r qué hem os asum ido voluntariam ente el sólo un m ero brazo ejecutor, señalado po r «el d esti­
cam ino de este destino político?» (Pregunta en la que no», de una especie de castigo histórico contra Bél­
conviene su b ray ar un rasgo m uy alem án y a la vez gica, po r no h a b e r sabido reconocer quién era el
característico de todos los devotos de la historia: ha­ verdadero protector de las pequeñas naciones, pues,
cer com patibles los opuestos voluntad y destino; ras­ m ás adelante, afirm a: «N osotros tenem os un interés
go que en N ietsche, au nque en el plano personal, se cu ltu ral en que la integridad étnica flam enca no de­
enfatiza h asta p ro clam ar com o d eb er el de a m a r el genere, y un interés político en que no sea globalm en­
propio destino.) Y acto seguido se contesta: «No cier­ te influida en un sentido francés».
tam ente, p o r vanidad, sino en razón de n u e stra res­ Pero tan generosa com petencia p o r arrogarse, en
ponsabilidad ante la historia. [...] Un pueblo de exclusiva, la protección de las pequeñas etnias o n a­
setenta m illones de habitantes, ubicado entre las po­ ciones, que W eber eleva incluso a «responsabilidad
tencias conquistadoras del mundo, tenía el deb er de ante la historia», am én de se r la vieja co a rtad a —no
transform arse en un E stado de gran potencia. Debía­ sólo alem ana— de toda política de gran potencia, re­
mos se r una gran potencia, e incluso, p ara poder h a ­ cuerda dem asiado las g u erras entre bandas de gang-
cer se n tir nu estro peso en las g randes decisiones sters por el m onopolio de la «protección» de uno u
sobre el fu tu ro del m undo, debíam os a rrie sg a r esta otro b a rrio de Chicago. Pero, ya en su artícu lo «En­
guerra». [...] «Lo im ponía el honor de nuestro p a tri­ tre dos leyes», publicado ocho m eses antes de leer
m onio étnico-cultural». [...] «No sólo está en juego la conferencia que vengo com entando, Max Weber,
nuestra existencia. Las pequeñas naciones viven en tras reco rd ar tam bién (ya que el artícu lo tiene por
torno a nosotros a la som bra de n u e stra potencia. motivo u n a polém ica con pacifistas suizas), no sin
¿Qué sería, sin ella, de la independencia de los es­ respeto, la apreciación del h isto ria d o r suizo Burc-
candinavos? ¿Qué sería de la de H olanda y de la del khardt sobre «el c a rá c te r diabólico de la potencia»,
Tesino, si Rusia, Francia, Inglaterra e Italia no se vie­ se digna reg alar el oído de los suizos con sus expre­
ran ya obligadas a tem er a nuestro ejército?» La om i­ siones de tern u ra por los pequeños países: «No sólo
sión de Bélgica en esta enum eración de pequeñas las p u ras virtudes cívicas y la genuina dem ocracia.

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aún no realizada en ninguno de los grandes E stados, do entero por p a rte de esas dos potencias [Rusia e
sino tam bién los valores infinitam ente m ás íntim os Inglaterra, «con un agregado, tal vez, de raison la­
y, sin em bargo, eternos, únicam ente pueden florecer tina»]. Y en este punto, tal vez porque una arriérre
en aquellas sociedades que renuncian a la grandeza pensée, ligada a la m ism a tradición, tan alem ana,
política». Pero tan noble reconocim iento «de las pu­ de beaterio por la G recia Clásica, que le hace se n tir
ras virtudes cívicas y la genuina dem ocracia» que tan ta te rn u ra p o r «las p u ras v irtu d e s cívicas y la
sólo las pequeñas naciones com o Suiza tienen la di­ g e n u in a d e m o c ra c ia » de la s p e q u e ñ a s n a c io n e s,
cha de poder d isfru ta r va a revelarse, en un pasaje puestas en casi p a lm a ria analogía con las ciudades-
u lte rio r del m ism o artículo, solam ente una c o a rta ­ estado de la Hélade, le ha hecho se n tir la creación
da m iserable p ara d arse m ayor au to rid ad en sus re­ del II Reich com o algo equivalente a la del Im perio
proches al pacifism o suizo: «En la neu tralid ad Ateniense, m ediante la Liga m arítim a de Délos, de­
a n tim ilitarista de los suizos y en su rechazo de la po­ fensora tan to de la c u ltu ra helénica frente a los b á r­
lítica de potencia [«política de potencia» que en aquel baros de O riente (Im perio Persa, antaño; Im perio
m om ento consistía nada m enos que en h ab er desen­ Ruso, hogaño), com o de la dem ocracia ática en las
cadenado la g u e rra en toda Europa] tam bién existe islas y en la Jo n ia frente los pujos hegem ónicos de
en este m om ento una dosis de incom prensión ver­ E sp arta (hoy G ran B retaña, au nque se hayan in te r­
daderam ente farisa ica del c a rá c te r trágico de los cam biado los papeles en la form a de dom inio, esto
deberes históricos que recaen sobre un pueblo cons­ es: m arítim a o terrestre), en este punto, decía, el
tituido en gran Estado». ¡Oh, Suiza ingrata, que, a rtícu lo adquiere, consciente o inconscientem ente,
teniendo la ventura de poder d isfru ta r los cuasi-pas- perceptibles resonancias del segundo discurso de Pe-
toriles privilegios políticos de una m oderna Arcadia, ricles (Tucídides, libro II, capítulo IX): «Si nos su s­
no qu ería co m p ren d er h a sta qué punto su dicha trajésem os a este deber, el Reich alem án sería un
m ism a era acreedora al trágico destino que la his­ costoso e inútil lujo de c a rá c te r nocivo para la civi­
to ria había im puesto, com o responsabilidad ine­ lización, que no hab ríam o s debido perm itirnos...»
ludible, a la gran A lem ania del II Reich! Respecto Tales acentos pericleos recu rren en los p árrafos
de esa responsabilidad ya ha dicho en un párrafo an­ finales de la conferencia, acentuados, incluso, con la
te rio r del m ism o artículo: idea del «no poder volverse atrás» (y recuérdese que
«Nos llam arán (las generaciones venideras y sobre Pericles tam bién defendía su guerra contra la nacien­
todo nuestros propios descendientes) a nosotros [su­ te crític a de los pacifistas, a quienes —al igual que
brayado de Weber] a responder, y con razón, porque W eber tacha de farisaicos a los suizos— reprocha­
som os un gran Estado, y porque, a diferencia de ba el q u e re r d arse tono de ju sto s y virtuosos):
aquellos "pequeños" pueblos podem os lanzar sobre
la balanza n u e stro peso, el peso de n u e stra posición «Si n o h u b ié se m o s q u e rid o a r r ie s g a r e s ta g u e rra ,
en to n c e s h a b ría m o s p o d id o re n u n c ia r a la c re ació n
respecto de este problem a de la historia. Y p recisa­
del R eich y c o n tin u a r e x istie n d o co m o u n p u e b lo d e
m ente por eso gravita sobre nosotros y no sobre di­ p eq u e ñ o s E sta d o s. [...] N u e stro d e s tin o es q u e n o so ­
chos pueblos el m aldito deber [subrayado mío] y la m os u n p u e b lo d e sie te m illo n es sin o u n a n ac ió n de
obligación a n te la historia, es decir, frente a la pos­ s e te n ta m illo n e s d e a le m a n e s. E ste h e c h o h a c o n s ti­
teridad, de contraponernos al som etim iento del m un­ tu id o esa irrev o cab le resp o n sa b ilid ad an te la h isto ria,

306 307
de la cual, aunque hubiésemos querido, no podíamos
sustraem os. Es eso lo que es preciso considerar per-
manemente si se nos plantea hoy la pregunta sobre
el «sentido» de esta interm inable guerra. El peso de
este destino que debemos soportar ha elevado a la na­
ción, bordeando precipicios y el peligro del derrum ­
be, sobre el escarpado camino del honor y de la gloria
—del cual no hay posibilidad de retorno— hacia la
límpida y estim ulante atmósfera donde opera la his­
toria universal, en cuyo adusto pero poderoso rostro
ha debido y podido mirar, para imperecedera memo­
ria de la posteridad.»

Final de conferencia, donde, sobre el acorde de «ha


elevado la nación», tam bién los conm ovidos ecos de
Pericles se tran sfu n d en de pronto y elevan la solem ­
nidad de los com pases h a sta el m ás alto pathos de
la grandiosa tach u n d a hegeliana.

Inédito e inconcluso de 1990

308
/

O R eligión o H isto ria

E l siguiente fragm ento es la prim era parte de un


texto que surgió de esta manera: don José Luis Aran-
guren m e ofreció participar con él en ciertas «jorna­
das culturales» de Navarra, que tendrían lugar en
agosto de 1984. E n nuestro núm ero él haría de pre-
guntador y yo de contestador o para usar las deno­
m inaciones de los núm eros de payasos — m uy
adecuadas a una jornadas cuyo lema era «La cultura
es una fiesta»— él haría de clow n y yo de augusto.
Yo le pregunté que cuál sería el argum ento y él m e
dijo que lo escogiese yo. Como por entonces había an­
dado yo leyendo el ensayo de Max Weber sobre el Con-
fucianism o y tom ado m uchos apuntes, le propuse
que hablásem os sobre la religión; el profesor Aran-
guren se m ostró de acuerdo y todavía le rogué que
m e preparase un cuestionario. Así lo hizo, pero yo no
pude cum plim entarlo todo por extenso; de m odo que
m e presenté en Navarra con estas páginas, que cu­
brían sólo una parte del cuestionario, m ientras el res­
to de éste iba contestado sólo en apuntes. Jm fiesta
fue en Sangüesa y tuvo poco que ver con lo que yo
había imaginado. Tratando de cu m p lir siquiera par-

311
cialm ente con m i contrato o com prom iso con el do usual de esta expresión, que quiere decir h a b la r
p ú blico, q u ise que al m e n o s esta s p á g in a s se de toda clase de cuestiones inm otivadam ente en la­
reprodujesen a m ulticopista y se distribuyesen a los zadas y repasadas, p ara referirm e, p o r el contrario,
asistentes, pero com o la cultura era a llí una fiesta, a algo sum am ente específico, la cuestión de los hom ­
los organizadores no pudieron siquiera disponer de bres y sus dioses o creencias (o m ás bien de sus e sti­
tan ú til aparato de reproducción de textos. A sí que m aciones sobre el bien y el m al del m undo —digo
m e volví a M adrid con estos papeles y hasta hoy. «del m undo», incluyendo todo m undo posible o pen­
Otras circunstancias han dejado en suspenso el posi­ sado, y no sólo «este m undo»—, punto en el que la
tivo propósito de continuarlos según un programa esfera propia de la religión se deslinda claram ente
bien determ inado. A fortunadam ente, lo que ahora de la de la ética y la moral, pues éstas lim itan su cam ­
ofrezco escrito tiene la unidad que le presta el llegar po al «bien obrar» o el «mal obrar» del hom bre, cosa
justam ente hasta el p u n to en que la marcha del tex­ que tiene m ucho que ver con el bien y el mal del m un­
to decide que el título pertinente no puede ser otro do, pero que no se le identifica en m odo alguno; la
que el de la drástica disyuntiva «O Religión o H isto­ ética no trata, po r ejem plo, de la m aldad o la bon­
ria», de manera que pueda presentarse com o una in ­ dad del C reador y su creación, que es tem a propio
troducción. De las preguntas del profesor Aranguren, de la religión). Se tra tab a , pues, de q u ita rle a la ex­
transcribo sólo las contestadas, om itiendo las que no presión toda su genericidad extensional, conserván­
llegué a contestar por extenso, asi com o las que no dola, sin embargo, para aprovechar su carga enfática
supe contestar por ignorancia, com o una que hace re­ en el sentido jerá rq u ic o de a firm a rla com o cuestión
ferencia a Bergson, cuya obra desconozco, y otra que de cuestiones, o cuestión m uy específica en su con­
se refiere a la diferencia entre sky y heaven, pareja tenido, pero de m áxim a generalidad en sus alcances.
sem ántica que m e es del todo nueva en el tratam ien­ El tiempo, concebido com o cosa obviam ente obje­
to de las religiones. tiva, tiene no poco de superchería; y no hace falta
llegar a las tendencias referencialistas de ciertos ló­
Prim era pregunta de Aranguren: Me dijo que po­ gicos anglosajones p ara se ñ ala r esa objetivación,
díam os h a b la r de «lo divino y lo hum ano». Tradu­ que, lingüísticam ente, equivaldría a una especie de
ciendo, entiendo que podem os h a b la r de religión y sem antización; ya era, en la gram ática y, derivada­
de lo que m ás se acerca, en la tierra, al «paraíso» re­ mente, en la epistem ología (aunque aquí, por lo poco
ligioso. ¿Cree que el p araíso terren al o el Edén de que tengo entendido, hay que hacerle honor a Kant),
la Biblia es u n a im aginería típicam ente religiosa o uno de los grandes prejuicios y perjuicios derivados
está m ás bien en la línea de la «Arcadia», de la Atlán- de h ab er erigido hace ya siglos la gram ática lati­
tida, de El dorado, es decir, de un p araíso pasado, na po r m odelo universal de todas las gram áticas
perdido y, en el m ejor de los casos, recuperado o re­ —achaque que ni aun hoy creo que se haya acabado
cuperable, pero que, de todos m odos, es o fue real, de re p a ra r del todo—, pues el latín se p resta acaso
en el sentido fuerte de la palabra? com o ninguna otra lengua conocida a esta equívoca
R espuesta a la 1.a pregunta: Le propuse hablar de reificación de la tem poralidad. Ello tiene, a mi en­
lo hum ano y lo divino, pero haciendo el chiste inten­ tender, la m ás estrecha relación con el hecho de ha­
cionado, au nque no sé si inútil, de ir contra el sen ti­ b e r privilegiado la frase asertiva com o oración

312 313
neutra, presu n tam en te no m odal, presum iendo que do, praxiológico—, diciendo: «futuro para prometer».
en ella el hablante se refiere, com o un testigo im par- La prom esa y la profecía —que tan to tienen que ver
cial, inm ediatam ente al denotatum , a las cosas, sin con las religiones— son asertos, pero ¿quién o saría
m ediación de la subjetividad en cu an to actitud. (Tal decid ir si el fu tu ro que se usa p ara ellas es una m o­
vez la teo ría del acto intencional de H usserl po­ dalidad del d e c ir o un dato de lo dicho?
d ría llevarnos a la aparentem ente extrem osa conse­
cuencia de que en una oración declarativa habría que Por eso me parecen vanas y h a sta nocivas las
buscar, en principio, tan ta p a rte de «actitud su b jeti­ creencias o afirm aciones de existencia acerca de un
va» com o en una injuria.) Pero tam bién para la fra ­ ayer o de un m añana. Una creencia «realista» sobre
se asertiva vale el principio de que la relación del el m ito del jard ín de Edén, lo m ism o si se proyecta
hom bre con el m undo está m ediada por la relación hacia el «pasado», hacia el «futuro» o hacia am bas
del hom bre con el hom bre, y, en consecuencia, h a ­ cosas a la vez, es deletérea para el m ito mismo, p o r­
b ría que c o n clu ir que tam bién los llam ados «tiem ­ que busca su legitim ación —y sin p e n sar prim ero si
pos verbales» son índices que afectan al decir m ism o es que hay motivo para b u sc ar alg u n a— en lo dado
y no a lo dicho; y siendo este últim o c a rá c te r el que o en lo posible, o sea, en lo existente. Por el c o n tra ­
caracteriza p a ra m uchos a los llam ados «modos» rio, tal vez la esencia de la actitu d y de la m entali­
queda desvanecida y an u lad a la clásica distinción, dad religiosa (y esto se propone aquí com o postulado
y los «tiempos» vienen a ser, a este respecto, tam bién o axiom a inicial) consiste ju stam en te en el rechazo
«modos». No es que quiera u n ir yo los verbos decla­ del principio de realidad com o c riterio válido para
rativos con los desiderativos y fam ilia, pues sería ne­ la determ inación del bien y el mal del mundo. Podría
g ar un hecho gram atical tan relevante com o el de su incluso decirse que com o dos cab ras m ontesas m uy
diferencia de rección, con indicativo y subjuntivo, bien encornadas, la «testarudez de los hechos», tan
respectivam ente. Sólo quiero poner el acento en la com placientem ente encarecida po r el culto al p rin ­
consecuencia ilegítim a de que los tiem pos —o sea cipio de realidad, y la cabezonería de la obstinación
el modo indicativo— sean puestos fuera de la «mo­ religiosa están d estin ad as a co rn earse frente a fren ­
dalidad»; hay gram áticos que hasta definen el indi­ te, cada vez m ás encabronadas una contra otra. Para
cativo com o «no modal», lo que para ellos equivale el religioso ni la ineluctabilidad es un argum ento
a co n sid erar inhibida en el indicativo c u alq u ier po­ p ara convertir el m al en bien, ni la im posibilidad lo
sible actitu d positiva en el hablante, con lo que im ­ es p ara convertir el bien en mal. Hay un prag m atis­
plícitam ente rem iten los llam ados «tiempos» a datos mo que incluso hace pecado del deseo de lo im posi­
objetivos de lo dicho, lo que es una m anera de seman- ble, sin d arse cu en ta de que está in cu rrien d o en un
tización. Los tiem pos deb erían ser considerados arg u m en to —San Anselmo, pues in clu ir la im posibi­
com o a m odo de m odos de los uerba dicendi. El a b u ­ lidad com o un defecto capaz de h a c er m alo el con­
so m ás resonante y m ás perjudicial recae sobre el tenido de un deseo equivale a in clu ir la existencia
futuro, al que suele otorgarse la m ás im pertinente entre las perfecciones. La posibilidad no es una nota
—y, por sus consecuencias, m ás m o rtífera— reali­ de perfección; en contra de ello, o sea, por conside­
dad. Si bien todavía El B rócense a c ertó a p ercib ir ra r que sí lo es, m uchos «realistas» han dado hoy en
y a a c en tu a r su c a rá c te r m odal —y, en cierto senti­ co n sid erar inm oral al pacifism o en nom bre de su

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p resu n ta im posibilidad. Aún así no se han atrevido so» tal clase de legitim ación, sino que de pronto ese
a d a r el paso de relegar a la paz m ism a entre las co­ ivchazo m ism o (descrito com o «rechazo del p rin c i­
sas m alas, sino que, según el sagaz dicho de La Ro- pio de realidad com o c rite rio pertin en te p ara d iri­
chefoucauld de que «la hipocresía es el hom enaje que m ir sobre el bien y el m al del m undo») se me ha
el vicio rinde a la virtud», se han visto obligados a erigido com o nota esencial definitoria del e sp íritu
h a c er e sta últim a, p ru d en te y circu n sp ecta reveren­ ii'ligioso en general: es propiam ente religiosa la ac­
cia a la religiosidad hum ana, en el preciso sentido titud para la cual los argum entos de existencia, como
a rrib a dicho de «religiosidad» como rechazo del p rin ­ l;i posibilidad o im posibilidad, carecen de toda vali­
cipio de realidad p o r c riterio p e rtin en te para d e te r­ dez en cuanto a d ictam in ar sobre el bien y el m al del
m inar el bien y el m al del m undo. D ecir que la paz mundo. Tal caracterización de la religiosidad, com o
es buena a n ada com prom ete, si se añade que su im ­ ivcién nacida, está todavía en pañales, y de m om en­
posibilidad hace, no obstante, m ala, inm oral, la con­ to no a c e rta ría a resp o n d er a quien m e interpelase
ducta que la tom a por objeto. El pragm atism o no osa sobre ella: confiem os en que los ejem plos y c o n tra s­
aquí ser del todo consecuente, pues no se atreve a tes sucesivos la pongan en su sitio, ya que, lejos de
afro n tar la im popularidad de condenar la propia paz ser ninguna conclusión, es un axiom a de partida. (En
por im posible. H acer buena la paz y m alo el pacifis­ i uanto a la crític a del realism o tem poral, no he he­
mo es ponerle una vela a Dios y o tra al diablo, lo que cho m ás que seg u ir lo que consecuentem ente exige
a m enudo suele ser tanto com o ponerle dos velas al el ya viejo reconocim iento de las categorías g ram a ­
diablo; si bien el dicho de La R ochefoucauld debe ticales d e trá s de las categorías ontológicas de Aris­
tam bién reco rd arn o s que cuando el vicio se siente tóteles; según esta inversión de perspectiva, no tiene
obligado a re n d ir hom enaje a la virtud, es que ésta que ser el Tiempo el que dé razón y explique los tiem ­
todavía pervive al m enos com o disfraz de convenien­ pos verbales, sino éstos los que expliquen y den ra­
cia, com o ap a rien c ia prestigiosa; y algunas veces la zón del Tiempo. C ontra e sta nueva perspectiva es
v irtu d m ism a ha renacido ju stam en te de este sim u ­ contra lo que se procede cuando los «tiem pos ver­
lacro que se sintió obligado a resp e tar el vicio, de tal bales» son contrapuestos a «los modos», consideran­
m anera que la hipocresía puede e jercer la función do a éstos com o afecciones del d e c ir y a aquellos
am bivalente de proteger, por una parte, el vicio, y de com o determ inaciones de lo dicho.)
salvaguardar, p o r otra, co n tra su voluntad, tan si­ Una copla andaluza dice así: «A la reja de la c á r­
quiera la im agen de la v irtu d perdida. El vicio cele­ cel / viene a verm e esta gitana; / tengo cadena perp e­
b ra rá su victoria total el día en que pierda h asta la tua / y no pierde la esperanza». A mí, personalm ente,
necesidad de g u a rd a r las ap ariencias, pues en éstas y sin el m enor prejuicio ni preconcepción teórica, oír
es donde la v irtu d podría c ifra r aún su últim a espe­ en labios de otro la p alab ra «esperanza», que yo nun­
ranza. ca empleo, siem pre me ha dado, sin poderlo evitar,
R esum iendo: aprem iado p o r la cuestión de la le­ un sonido com o a m oneda falsa; siem pre me ha so­
gitim ación de las prom esas o las esperanzas de las nado a un cierto voluntarism o de los sentim ientos
religiones a p a rtir de la «realidad» p reté rita o fu tu ­ que depone en los hechos las expectativas de un ho­
ra de un p a ra íso perdido, recuperable o alcanzable, rizonte m ás risu eñ o que les perm ita m ecerse en las
no sólo he rechazado com o pertin en te a «lo religio­ tinieblas del presente. Tras cada nueva y recrecida

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repetición de la catástro fe vuelve a ofrecerse el b ál­ » ualquier apelación a un «haber sido», po r el tem or
sam o de la esperanza, como para inhibir una vez m ás de que la inercia de unos precedentes se in terfiera
las fuerzas de la desesperación. Pero, adem ás, m irán­ i ii el im pulso de la aceptación. La legitim ación his-
dola com o virtud, pesa siem pre un equívoco sobre lorica es irreligiosa, im pía, com o c u alq u ier o tra le­
la esperanza: el de si se m antiene en vilo po r la lla­ gitim ación fáctica.
ma del puro corazón o si, en cambio, rem ite a la con­ La aceptación del p rincipio de realidad y su asun-
fianza en el m undo y en las cosas; en todo caso, tan t ion positiva com o norm a ética nadie la form uló tan
sólo p odría se r esa v irtu d po r la que pretende ser drásticam en te com o el rabí Don Sem Tob: «Si non
tenida, cuando alien ta y se m antiene, com o la de la es lo que quiero, / q u iera yo lo que es». N ada ha po­
gitana de la copla, a despecho de toda probabilidad did o decirse m ás im pío ni m ás irreligioso. No obs­
o posibilidad; cuando, vuelta la espalda a todo cálcu­ tante, ju stam en te a través de éste «quiera yo lo que
lo, es sólo fidelidad incondicional. Si los hom bres es •>, de esta im pía voluntad de la conducta de aten er­
estam os o no estam os condenados a cadena p erp e­ se de buen ánim o y con la disposición m ás positiva
tua no es dato que concierna al alm a religiosa en lo n lo que m ande la facticidad, es a través de lo que
que atañe a d isc e rn ir el bien y el mal del m undo; la se lian deslizado las m ás torvas y m ás m iserables
ineluctabilidad de las cadenas no las haría ni un pun­ t om plicidades de las religiones positivas con el po-
to m ejores, com o la falta de alas no nos hace el vo­ dcr del m undo, desde el m om ento en que la m ás
lar m enos deseable. Por eso el dato que nos im porta horrenda e inhum ana de las facticidades puede
a gitanas y gitanos no es la legitim ación por un ayer legitim arse m ediante su adscripción a «voluntad di-
efectivam ente habido o un m añana posible, sino la \ ina». Así en Fernández de Oviedo, Historia general
indisuadible e inalterable obstinación con que la idea \ natural de las Indias, libro XXXIII, capítulo XII:
del bien resiste a toda experiencia de lo dado. La re­ «Yo veo q u estas m udancas e cosas de grand ca­
ligiosidad es esa obstinación. lidad sem ejantes no todas veces anda con ellas la ra-
Un aforism o irónico, a la m anera de Juan de Mai- S'on que a los hom bres paresce ques ju sta, sino o tra
rena, que escribí hace algún tiem po decía así: «Sin del inicion su p e rio r e juicio de Dios que no a p a n g a ­
embargo... ¡oh, sin embargo!, parecen adivinarse aquí m o s ; y com o él es m ovedor de todo (o m ás servido
y allá dispersas, débiles, in ciertas huellas de que tal de lo que subgede) e sin su voluntad ninguna cosa
vez ha habido, o ha podido haber, o, po r lo menos, se puede concluir, tengam os po r m ejor lo que vemos
ha q u erido haber, alguna vez, un m undo». Es la ob­ eletuar, pues no se alcancan los fines para que se
jeción ingenua contra la c ru d a y d u ra afirm ación hacen las cosas; e de la providencia de Dios no nos
«Jam ás ha habido un m undo», en que tím idam ente i onviene p latic a r ni p e n sa r sino que aquello convie­
se atreve a a lz a r su «sin em bargo» una obstinación ne». Aquí vemos cóm o Fernández de Oviedo, para pa­
totalm ente indiferente a la confusión de to m a r por sa r del «si non es lo que quiero» («si con estas
reliquias arqueológicas huellas que bien podrían no m udanzas y cosas no anda todas las veces la razón
se r m ás que un déjà vu espejism o del deseo. La obs­ que a los hom bres parece que es justa») al «quiera
tinación religiosa no sólo rehúsa la necesidad de le­ vo lo que es» («tengam os p o r m ejor lo que vemos
gitim arse m ediante credenciales de docum entación electuar») usa por m ediadora la in escru tab le volun­
histórica, sino que es positivam ente suspicaz ante tad divina («otra definición su p e rio r y juicio de Dios

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que no alcanzarnos»). La religiosidad, cuya esencia les diferencias— es una nota de lo religioso que se
es el rechazo del principio de realidad com o c rite ­ desprende po r sí m ism a del rechazo del principio de
rio para d irim ir sobre el bien y el m al del m undo, realidad —al cual, precisam ente pertenece la legiti­
se traiciona capitalm ente a sí m ism a al esgrimir, bajo mación h istó ric a —, sin que sea necesario a ñ a d írse ­
la advocación de «voluntad divina», el propio p rin ­ la por un costado. Al c o n sid erarla com o algo que se
cipio de realidad que ha rechazado. Con la voluntad desprende po r sí m ism o del rechazo del principio de
de Dios p u esta po r testaferro del principio de reali­ realidad com o c riterio del bien o el m al del m undo,
dad, el im pío «quiera yo lo que es» puede incluso pa­ queda a p u n ta d a la vía por la que, m ás adelante, tra ­
sa r po r una aspiración piadosa. El principio de taré de esclarecer qué significa esa universalidad en
realidad, expulsado del tem plo por la puerta, ha vuel­ cuanto rasgo necesario de «lo religioso».
to a entrar, bajo el nom bre de voluntad de Dios, por
la ventana. N aturalm ente, el voluntarioso dios p e r­ En cuanto al m ito del jard ín de Edén, un testim o­
sonal judeo-cristiano reunía ya las condiciones m ás nio de la obstinación religiosa que lo alienta, o al me­
idóneas para s e r tom ado com o testaferro de la irre ­ nos lo alentaba, lo hallam os en el m odelo tradicional
ligiosidad: ¡cuántas tolerancias, com plicidades y has­ de cuento p o p u lar que genéricam ente podría ro tu ­
ta com placencias con el mal del m undo, cuántos larse com o «cuento de la condición». El esquem a res­
crím enes e inhum anidades de sus m antenedores, se ponde a la fórm ula literaria general de la «peripéteia
han aceptado, acatado, am parado, legitim ado y h a s­ kai anagnorism ós», pero lo p ecu liar es que la pre­
ta bendecido bajo el nom bre de «voluntad divina»! m isa y el desencadenante de la p eripéteia consista
Es notable c o n sid e rar de qué m an era una noción de en una condición. La situación inicial es un estado
Dios, al ex p lo tar su capacidad p ara co n stitu irse en de constancia y de quietud, tal com o corresponde a
su stitu to y h a sta sosias del p rin cip io de realidad, la felicidad y a la inocencia; y en ocasiones la repre­
puede q u e d a r d iam etralm ente en fren tad a a la esen­ sentación de tal estado rec u rre ju stam en te a la figu­
cia m ism a de lo religioso, convirtiéndose en paradig­ ra de un jardín; el jard ín es un espacio inm anente,
m a de lo impío. ¿Será esta convergencia de la religión autorreferente, en equilibrio, no proyectivo, adinám i­
positiva con el creciente culto a la facticidad —cuyo co, no orientado, no polarizado, caren te de sentido,
«atente a los hechos» sería ya vano tra ta r de d istin ­ lili en sí mismo, com o la felicidad. Pero, com o en el
gu ir del viejo «acata la voluntad de Dios»— la señal de Edén, surge la condición: a punto ya de p a rtir para
del A nticristo? una expedición de caza, el m arido entrega a la espo­
He señalado el c a rá c te r an tirrelig io so tan to de la sa todas las llaves del castillo, incluida la pequeña
sim ple falta de rechazo de la necesidad y la fatali­ llave de oro del c u a rto de la torre, co n tra cuyo uso,
dad como de cu alq u ier dem anda de legitim ación fác- no obstante, la previene: «... pero g u árdate bien de
tica y en p a rtic u la r histórica. En la m ism a m edida e n tra r en el pequeño c u a rto cerrad o de la torre, et­
en que los pueblos o las identidades étnicas o nacio­ cétera». Pone, pues, todas las llaves en sus m anos,
nales son siem pre invenciones o engendros cim en­ para que pueda u s a r de todas ellas, incluso de la del
tados en una legitim ación histórica, y po r lo tanto cu arto de la torre, aun advirtiéndola contra la ten­
hijos de la im piedad y del pecado, resu lta rá que el tación de e n tra r en él, al igual que Yahvé pone al al­
rasgo de «universalidad» —en cuanto negación de ta ­ cance de las m anos de Adán y Eva todos los árboles

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del ja rd ín de Edén, incluido el de la ciencia del bien os ju stam en te la m enos em p írica que quepa im a­
y del mal, diciendo: «De todos los árboles podéis co­ ginar.
mer, pero g u ard ao s bien de com er del árbol de la Sin embargo, los hombres, pervertidos, al igual que
ciencia del bien y del m al, etcétera». En uno y otro Don Quijote, p o r ta n ta s y ta n ta s h isto ria s de aventu­
caso, la p rem isa del argum ento es la p ro p u esta de ras, han acabado por sacarle m ás sab o r y h allarle
la condición (condición p ara co n serv ar la felicidad m ás sentido a los ard u o s e in ciertos avatares de la
presente) y su infracción es el desencadenante de la peripéteia (por lo dem ás, sentido propiam ente dicho
peripéteia. La c u rio sid a d con que tradicionalm ente lan sólo é sta lo tiene; la felicidad, p o r se r fin en sí
son infam adas las m ujeres llevará a la esposa a in­ misma, carece de sentido); la fuerza y la voluntad que
fringir la condición; no bien abierto el pequeño c u a r­ han de ap licarse a sa lir victoriosas de tales avatares
to de la to rre se desatan de súbito todas las fuerzas dan lugar, a través de su ejercicio, a una hip ertro fia
y todas las fu ria s de la d esgracia y la necesidad; a in strum ental, que hace de la función fin en sí m is­
p a rtir de ese instante toda la perip éteia co n sistirá ma, com o un órgano m ayor de lo que pide su necesi­
en la lucha denodada contra esas fuerzas y esas fu­ dad orig in aria que se pusiese a d e m a n d a r funciones
rias hasta vencerlas y alcanzar el happy end del anag- en que poder em plearse y ejercerse. Ociosam ente, se
norism ós, que no consiste sino en la restauración del acaban inventando y p rospectando objetos y funcio­
jardín originario. No sé si este tan característico m o­ nes tan sólo p o r d a r tra b a jo al in stru m en to y a p la ­
delo de cuento p o p u lar está tejido sobre el propio c a r su insaciable dem anda de ejercicio. A la índole
m ito bíblico del ja rd ín de Edén o p a rticip a de de este extraño anim al en que consiste el in stru m en ­
otras mitologías, pero, sea como fuere, la persistencia to h ip ertro fiad o pertenece el sujeto del progreso. El
del m ito p arece a te stig u a r que el e sta d o del hom bre progreso es una peripéteia que ha perdido cu alq u ier
siem pre ha sido sentido com o un estad o de infelici­ posible anagorism ós, y se ha convertido en fin en sí
dad, y, lo que es m ás im portante, que toda la expe­ m ism a. Lo p eo r no es que el progreso com porte,
riencia a c u m u lad a de la p erd u rab ilid ad y la com o todo el m undo sabe, un culto al instrum ento;
constancia de esa infelicidad no ha b astad o p a ra de­ lo peor es que sea la exaltación, la glorificación y
ja r de co n sid erarla com o anóm ala, sino que, contra la santificación del hom bre in stru m en tal. La m aldi­
toda evidencia, co n tra el a p la stan te y a n o n ad ad o r ción que pesa sobre el hom bre del progreso es la de
desm entido de los hechos, sigue el hom bre sin tién ­ verse a rra s tra d o a una peripéteia sin fin, sin alcan­
dose nacido p a ra otro m uy d istin to y, po r supuesto, z ar ja m á s el anagorism ós. Pero el m ito del Edén y
m ás feliz estado. R em itir el origen de la infelicidad el cuento de la llave del cu a rto de la to rre no sancio­
a algo que se hizo, en un principio, mal, es negarle naban la p erip éteia sin fin del h om bre del progreso
a la infelicidad las credenciales de condición conna­ com o el destino y el devenir co n n atu ral a la propia
tu ral al hom bre y a su m undo. A despecho de la to­ condición hum ana, sino com o un estad o de infelici­
tal y asoladora falta de experiencia de un bien del dad y de violencia originados po r una anom alía y di­
m undo nunca conocido, sigue siendo el constante y rigidos al anagorism ós de la restauración de la natal
perdurable m al lo reputado com o anom alía. La cien­ y natu ral felicidad perdida. El progreso, que nos fue
cia del bien y del mal —del bien y el mal del m undo— despachado com o un instrum ento, se nos trocó en
no es una ciencia em pírica; antes, p o r el contrario, las m anos en su propio, redundante fin. El progre­

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so, que se autoproclam ó in stru m e n to p a ra a lc a n z ar nólo el calendario, que legitim a con una notación e
el bien del m undo, ha acabado p o r convertirse en su Inscripción a n ticip ad a los días venideros, es un se-
renuncia m ás definitiva.
Nota sobre la legitim ación. Toda legitim ación es, [turo abortivo contra todo posible nacim iento de un
ii>y inesperado. Las fechas están agazapadas en el
a la postre, irreligiosa; prim ero, porque no parece calendario, igual que gatos ju n to a la ratonera, p ara
que pueda h a b e r o tra que la que consiste en un a n ­ m a ta r los d ías en el in sta n te m ism o de salir.
tecedente, en una corroboración docum ental, y, se­
gundo, porque consiste siem pre en un títu lo Segunda pregunta: ¿Qué piensa, en relación con
extrínseco al contenido de lo que legitim a, y lo reli­ lo que acabo de preguntar, del Olimpo griego, del pa­
gioso no puede ten e r m ás títu lo que el de la propia raíso celestial c ristia n o y de los otros lugares de bie­
cualidad de lo que en ello m ism o queda m anifies­ naventuranza m ás allá de esta vida, según las
to. La legitim idad es u n a a u to rid a d otorgada y re­ diferentes religiones?
cibida. El bien y el mal del m undo no pueden Respuesta a la 2.a pregunta: Siem pre me ha pare­
d eterm inarse p o r sanción, p o r refrendo, p o r consen­ cido que al m enos la progenie de los dioses de lo alto,
so o por convenio, como se determ ina lo legítimo. Por que hallaron la m ás tenebrosa representación en el
o tra parte, la necesidad de legitim ación es u n a pes­ exclusivo y excluyeme Yahvé, m ucho m ás que satisfa­
te que inficiona hasta los tejidos m ás insospechados: cer —com o vulgarm ente se pretende— a la dem an­
¿cuántos enam orados no caen en la tentación de le­ da de la perplejidad hu m an a ante la n aturaleza (si
gitim ar su propio a m o r recu rrien d o a la pred estin a­ <-s que la existencia m ism a de tal perplejidad es una
ción, que les perm ite concebirse nacidos el uno para suposición que pueda ser creída), vino a satisfacer
el otro? Antes que reconocerse au to res de su propio la de su tu rb ació n ante las incongruencias del d es­
amor, creadores originarios del bien que en ese am or tino hum ano, ya sea individual, ya colectivo o h istó ­
han encontrado, prefieren su p o n er sobre sí m ism os rico. Así com o el C ésar tiene la función de fiad o r de
las fuerzas su p erio res y exteriores de un destino; lo la m oneda, parece que la función fundam ental de
que les proporciona ese destino es la anticipación del Dios era la de F iador de la Venganza. Venganza no
hecho en sus designios, es el «estaba escrito», que necesariam ente en el sentido e stric to de devolución
legitim a aquello en que se cum ple. Tal vez todo pre­ ¡d victim ario p o r p a rte de la víctim a de la injusticia
sente especialm ente dichoso resu ltaría tem ible para padecida, sino en el sentido am plio de ném esis o
el hom bre, si hubiese de percib irlo com o un hoy n a­ com pensación. En lo individual, vem os a Crises, en
tivo, como un ahora origen de sí mismo, como el agua el prim er canto de la ¡liada, reclam ar de Febo la ven­
brotando en ese instante de su propio venero p rim o r­ ganza que a él no le es dado tom arse p o r su mano.
dial, com o algo que, bajo ningún respecto, fuese re­ I '.n lo colectivo, el salm o 94 —por escoger uno entre
petición, retorno ni confirm ación de nada, sino que, m uchos— com ienza literalm ente: «¡Dios de las ven­
de un m odo absoluto, d isfru ta se de la p u ra n a tu ra ­ ganzas, Yahvé! ¡Dios de las venganzas, m anifiéstate!
leza de principio. La dem anda de legitim ación, que / álzate, juez de la tierra, da a los soberbios su m ere­
en tan diversas m an eras se presenta, responde a la cido. / ¿H asta cuándo los im píos ¡oh Yahvé!, / hasta
necesidad de protegerse contra la irresistib le a p a ­ cuándo los im píos triu n farán ?» . Y el celebérrim o
rición de tan d e slu m b ra d o ra especie de m ilagro. Ya «Super flum ina Babiloniae», salm o del destierro, nos

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añade una clave, al term in ar así: «Acuérdate ¡oh Yah- supone la concepción contable de lo que en otro
vé! de los hijos de Edom en el día de Jeru salén , / texto he llam ado «la m entalidad exp iato ria» 1 que
de los que decían ¡A rrasadla, a rra sa d la h asta los ci­ recurre al a rb itrio de a b s tra e r com o una m ism a sus­
mientos! / Hija de Babilonia asoladora, / ¡bienaventu­ tancia intercam biable la dualidad dolor-felicidad, re­
rado el que un día h a rá contigo lo que tú hiciste con duciendo la diferencia a la anteposición de los signos
nosotros! / ¡B ienaventurado el que un día a g a rra rá MÁS o MENOS, que perm iten la respectiva in scrip ­
a tus niños y los e stre lla rá contra las piedras!». Lo ción com o p a rtid a s del HABER y el DEBE de una
que este salm o nos añade es lo de «el día de J e ru s a ­ m ism a cu enta corrien te nom inal in titu lad a a suje­
lén». Parece ser, en efecto, que ha habido un «día de tos ya sea sólo individuales, com o en el c ristia n is­
Babel» (históricam ente, la conquista de Je ru sa lé n mo, ya sea tam bién colectivos o h istóricos com o en
po r N abucodonosor en el año 597 a. C.), de la que los el judaism o, con los efectos consiguientes de m utua
edomitas, descendientes de Esaú, han sido, por lo vis­ c o b ertu ra o descubierto, de m odo que si al final de
to, en la tom a y la d estrucción de Jerusalén, los m ás la vida e sta cuenta co rrien te tiene núm eros rojos, el
crueles aliados. Pues bien, Yahvé es claram ente in­ destino es el infierno o cu alq u ier otra suerte de m al­
vocado en este salm o po r fiad o r infalible de que ha­ dición o de condena), y ya lo m ism o d a si ese dolor
b rá un «día de Jerusalén», y para ese día se le procede de la injusticia de otros hom bres que si pro­
recom iendan, desde el destierro, m uy especialm en­ cede de una desgracia fortuita no im putable a nadie.
te los feroces edom itas, p ara que vengue en ellos La bienaventuranza co m unista no com parte con la
al pueblo elegido. El día de Je ru sa lé n parece que ha c ristiana su proyección ultraterrena, pero sí, en cam ­
de ser en este caso un día terrenal, h istórico p o d ría ­ bio, m uy señaladam ente, su función p resuntam ente
mos decir, pues los ju d ío s no habían fijado todavía racionalizadora de los irre p ara b le s torm entos del
(y no lo harían , conform e usted m e indica m ás a b a ­ ayer, aunque hoy cu alquiera se deja d e sp ac h a r tra n ­
jo, hasta el siglo II a. C.) ningún supuesto de vida ul- quilam ente, sin el m enor asom o de p ro testa o indig­
traterren a. El paraíso del c ristian ism o será la nación, expresiones tan frau d u len tas com o la de «el
proyección y la generalización sobren atu ral de este trib u to que ha habido que p ag ar po r el progreso».
«día de Jerusalén»; y es oportuno recordar, a este res­ ¿Por qué? ¿Por qué h a b ría que p ag ar trib u to algu­
pecto, no sólo cóm o el evangelio de San Lucas hace no?, es la pregunta que es preciso hacerse para em ­
seguir inm ediatam ente al enunciado de las bienaven­ pezar a d e sm o n ta r la infam e racionalización de la
turanzas el de las que podríam os lla m a r «las m ala­ m entalidad expiatoria, hija de la co bardía hum ana
venturanzas» (un enunciado com pletam ente paralelo para m ira r cara a cara la evidencia de que el dolor
de los destinos totalm ente opuestos que les esperan es absolutam ente irreparable: queda clavado a la
a los m alos al fin de sus vidas), sino tam bién cóm o propia eternidad. La conclusión desde el punto de
todavía Tertuliano ponía la contem plación de los pa­ vista establecido en mi respuesta a la pregunta an­
decim ientos de los réprobos en tre los com ponentes terior, sería que tal racionalización, a p a rte de frau-
de la felicidad de los bienaventurados. La invención
del p araíso responde, pues, a la dem anda generali­ 1. Véase en este mismo Volumen, en el ensayo «Mientras no cam­
zada de com pensación p ara el d olor «no m erecido» bien los dioses, nada ha cambiado», el Apéndice «La mentalidad
(y entrecom illo este no merecido, porque ya pre­ expiatoria», páginas 463-469 y passim.

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dulenta, es, a la postre, im pía, irreligiosa, p o r cu a n ­ la acepción de la p rim era pregunta? ¿Debem os vol­
to im plica una actitu d de aceptación o de falta de ver los ojos p ara ello a algún pasaje de los libros pro-
rechazo an te el p rincipio de realidad. Lo que sí q u e ­ féticos?
da en pie de todo ello es que el d olor y la infelicidad Respuesta a la 3.a y 4.a preguntas (las fundo en una,
son el c rite rio suprem o, prim a y u ltim a ratio, de lo porque me p arece op o rtu n o poner la alegoría de «el
religioso. Tam bién nos queda, p a ra m ás adelante, m onte santo» de Isaías al costado del m ito de «el
despejado el preciso fundam ento de la diferencia en­ gran cam ino» de Confucio o del confucianism o no
tre el m odelo «día de Jeru salén » y el m odelo que canónico). Se ha dicho m uchas veces que el confu-
com prende utopías com o la de «el gran cam ino» de cianism o no era una religión, quizá porque el crite ­
Confucio y «el m onte santo» de Isaías, p o r cu an to rio adoptado para ello ha sido la presencia de dioses
estas segundas representaciones de bienaventuran­ o incluso de dioses personales. Personalm ente, no
za se nos m u estran ajenas a la m entalidad expiato­ considero ni la presencia de divinidades ni la idea
ria, carecen de c u alq u ier función de ném esis o de una vida u ltra te rre n a com o rasgos esenciales a
com pensación, son prom esas gratuitas, graciosas, no lo que quiero en ten d er por a ctitu d religiosa o reli­
resultan de ninguna clase de capitalización ni actúan giosidad. En el confucianism o se dan, en cambio, los
com o c o b e rtu ra s b an carias o resarcim ientos de do­ rasgos que yo considero esenciales. De o tras lectu­
lor alguno ni de in justicia alguna, ni responden por ras an terio res ya tenía yo uno de ellos, que h asta hoy
tanto a ningún deseo de ajuste o pacto con el p rin c i­ sólo se me aparecía com o la m ás herm osa definición
pio de realidad, sino que osan m ira r cara a c a ra el del santo, pero que hoy reconozco plenam ente ins­
m al pasado com o ab so lu tam en te irreparable, y del crito en el rasgo de «rechazo del p rincipio de reali­
ho rro r ante esa m ism a im agen sacan, a despecho del dad com o c riterio pertinente para d irim ir acerca del
m undo y de la historia, co n tra la h isto ria m ism a y bien y el mal del m undo», recién establecido com o
contra el m undo mismo, toda la fuerza de su o b sti­ uno de los rasgos esenciales de lo religioso, o sea esa
nación. La idea de o tra vida, de una vida p e rd u ra ­ obstinación del e sp íritu contra el m undo dado, con
ble, no parece por tanto, n ecesaria para la esencia su im pío principio de legitim ación del «así es, así ha
de la religiosidad, y si adem ás com prende el m om en­ sido y así será po r siem pre». Pero antes quiero ha­
to de la ném esis, com o en «el día de Jeru salén » se blar del otro rasgo que considero esencial para la re­
vuelve, por añadidura, religiosam ente rechazable. ligiosidad, es decir, el de la representación de una
utopía, que, respecto del confucianism o, sólo he co­
Tercera pregunta: Sé que le interesa el tem a del nocido m uy recientem ente, po r la lectu ra del libro
confucianism o, especialm ente en relación con el Tao, de Max W eber Ensayos sobre sociología de la religión.
el pasaje sobre «El G ran Camino», p intura idílica en Cito literalm ente de este libro: «En un extraño p asa­
co n traste con «la pequeña tranquilidad», o rdenada je de los escritos clásicos se nos describe un estado
y regulada, b u ro crá tic a y jerarq u izad a. ¿Q uiere que en el cual el puesto de gobernante no se ocupa po r
hablem os de esto? herencia, sino p o r elección, en el que los padres
C u arta pregunta: ¿Cree u sted que hay en la Biblia am an com o h ijos no sólo a sus propios hijos y vice­
otros pasajes co rrespondientes a una concepción versa: niños, viudas, ancianos, personas sin hijos,
com o la anterior, m ás «idílica» que arcàdica, según enferm os se sustentan con bienes com unes; los hom ­

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lilísim o león, c o n tra d ic ie n d o u n o de los ra sg o s
bres tienen un trabajo y las m ujeres un hogar; se aho­
rra n bienes, pero no son acum ulados p ara objetivos definitorios de su propia condición —de sus «pecu­
liaridades distintivas» com o las llam aría la su p e rs­
privados; el trabajo no está al servicio del propio pro­
tición actual— y al m ism o tiempo, tal vez, uno de sus
vecho; no existen ladrones ni rebeldes; todas las
m ás queridos tim bres de orgullo, uno de los m ás
p u e rta s están a b ie rta s y el estado no es un estado
arrogantes títu lo s de su egolátrica identidad de rey
au to ritario . Este es el “gran cam ino”, al que se con­
de la selva. Y esto puede relacionarse con el c a rá c ­
trapone el orden em pírico coactivo, generado p o r el
ter electivo del em perador de «el gran camino», fren­
egoísmo, caracterizado po r el derecho hereditario in­
dividual, la fam ilia individual, el estado a u to rita rio te al c a rá c te r h e re d ita rio del e m p e rad o r de «la
pequeña tranquilidad» y a su vez con la índole elec­
guerrero y el dom inio exclusivo de los intereses in­
tiva de la condición, o si se quiere, del yo —jam á s
dividuales, y al que se denom ina, en una term inolo­
legitim ado o siem pre p o r legitim ar— de la m oral de
gía característica, "la pequeña tran q u ilid ad ” » (fin de
la cita). perfección, frente a la índole h e re d ita ria del yo
—siem pre legitim ado p o r la sangre o, com o hoy gusta
Aplazo el com entario, p a ra in se rta r prim ero, en
tanto de d e c ir la renaciente peste idó latra y ególa­
este asunto, la alegoría de «el m onte santo», que
Isaías, en u n a hora en que Yahvé no lo m iraba, a tr i­ tra, por «las raíces»— de la m oral de identidad. A
esta triste m oral hoy tan en boga, cuyo único m an­
buyó e rró n eam en te a inspiración de su inm ortal
señor —el S eñor de los Ejércitos, el Dios de las dam iento es el que dice «sé el que eres», «im ítate a
Venganzas, nada m enos que todo un dios—, no sien­ (i mism o», no po r grosero me h a parecido m enos
apropiado d a rle el nom bre de «m oral del pedo», por
do sino un suspiro que le subía a los labios desde
cuanto su c rite rio de determ inación de lo que uno
sus propias en trañ as de m ortal, porque los hom bres
son, con todo, siem pre m ejores que sus propios dio­ debe ser es esencialm ente olfativo, ya que en la acep­
ses. Dice así: tación o el rechazo de e sta o la o tra cosa juega un
resorte de d iscern im ien to idéntico al que hace a las
personas com placerse con el aro m a de los propios
«H abitará el lobo con el cordero y el leopardo se
acostará junto al cabrito; el becerro, el cachorro de vientos y se n tir repugnancia ante el hedor de los que
león y el borriquillo andarán en compañía y un niño soplan desde un culo ajeno. Así, este archipám pano
chico los pastoreará; la vaca y la osa pacerán juntas de toda m oral legitim ista que es la m oral de identi­
y juntas cuidarán a sus criaturas, y el león, como el dad resu lta se r profundam ente impío, irreligioso, en
buey com erá paja; el niño de pecho escarbará en la la m edida en que la aceptación del prin cip io de rea­
hura de la víbora y el recién nacido m eterá la mano lidad llega, en él, al extrem o de e rig ir y co n sag rar
en la m adriguera del alacrán; nadie hará daño, nadie h asta la propia, in erte condición recibida, la propia
hará mal en todo mi monte santo, porque la tierra es­ sangre, las propias «raíces» —por m ucho que no sean
tará llena del conocimiento de Yahvé como henchida m ás que un espejism o cultivado y una pura ficción—>
de agua está la mar».
m ediante una aplicación su perlativa de la legitim a­
Bien se puede a p re c ia r cóm o en e sta alegoría de ción h ered itaria, no sólo com o dato inapelable sino
tam bién com o instancia norm ativa del d eb er ser del
Isaías el rechazo del p rincipio de realidad llega h as­
ta el extrem o de convertir en herbívoro al mis- yo. Así, m ientras el yo de la m oral de identidad es

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una especie de m onarca hereditario, legitim ado por Pero b asta de esto. Todavía, sin em bargo, deseo ex­
la sangre de u n a vez p o r todas, en cam bio, el yo de tenderm e un poco sobre las representaciones de lo
la m oral de perfección sería com o un m onarca elec­ que yo llam o aquí utopías, tales com o la alegoría del
tivo, jam á s legitim ado o, en todo caso, si se quiere, «m onte santo» de Isaías y «el gran cam ino» de Con­
perm anentem ente su p ed itad o a volver a leg itim ar­ fucio Veo que usted hace una distinción entre «lo idí­
se ex nihilo cada vez en cada uno de sus actos, si es lico» y «lo arcàdico», pero no se m e alcanza cuál
que esto no se sale del concepto m ism o de legitim a­ pueda se r la diferencia a la que se refiere, salvo que
ción. Toda gran m oral, y ta n to m ás radicalm ente sea precisam ente la q u e quedó de alguna form a re­
cuanto m ás propiam ente religiosa, ha consistido en ducida o confundida en mi resp u esta a su p rim era
una apelación al albedrío p a ra cam b iar al yo de con­ pregunta, al p o stu la r la concepción m odal de los lla­
dición, una incitación a hacerse siem pre nuevo, siem ­ m ados tiem pos. O tra dicotom ía, que creo im p o rta n ­
pre distinto, siem pre m ejor; esto, que el evangelio te, voy a considerar. Siem pre m e han dejado frío, o,
cristian o ac ertó a ex p resar certeram en te en la con­ m ejor dicho, m e han producido verdaderos escalo­
signa «niégate a ti mism o», lo vuelve rotundam ente fríos las tradicionalm ente llam adas utopías, com o
boca ab a jo la m oral de identidad, diciendo « afírm a­ por ejemplo, la de Tomás M oro o la del padre Cam ­
te a ti m ism o», ju n to con toda la fam ilia de expre­ panella. D ejando a p a rte lo positivam ente siniestro
siones de la m oderna jerga psicológica de la que hay en ellas, ya p o r lo pronto no son rep resen ta­
«autorrealización». ciones de un estado de cosas, sino program as in stru ­
En general, la aceptación, no p o r lo m enos resig­ m entales p ara su posibilidad, y, en este sentido,
nada, sino en tu sia sta de la realidad es p ara mí una cualquiera que sea su atm ósfera o su motivación, hay
a c titu d tan chocante e incom prensible —salvo que que ex pulsarlas decididam ente de lo religioso, p ara
me la explique p o r la m iseria y la p u silanim idad de in sc rib irla s sin m ás en lo político, tal como, p o r lo
conciencia del alm a aco b ard ad a ante el poder del dem ás, hace generalm ente el buen sentido de c u a l­
m undo— com o la de quien sintiese devoción p o r la quier lector. ¿Cómo considerar el fascinante fragm en­
ley gravitatoria, y h a sta u n a devoción tan en tu sia s­ to LXXX (o XXX, conform e a o tra ordenación) de
ta que aun an tes de que los cuerpos llegasen po r sí Lao Tse? Tal vez, bajo cierto s aspectos, p o d ría con­
solos h a sta el suelo saltase p ara alcanzarlos con las siderarse «político», pero a mí me parece digno de
m anos en el aire y aco m p añ arlo s en la caída con la ser incluido en tre las verdaderas utopías religiosas.
ayuda de sus propias fuerzas. ¡Ya es b astan te pesa­ Dice así:
da la m ano del Altísimo sobre las pobres cervices de
los hom bres com o p ara que encim a éstos la apoyen Un reino pequeño, de poca población,
con su acatam iento y h a sta con su aplauso! A firm a­ no em plearía todas sus cosas.
ciones com o la del m arxism o cu ando ensalza a la Los habitantes tem erían la m uerte
y no se alejarían en largas expediciones.
m ism ísim a N ecesidad com o «m otor de la H istoria Aunque tuvieran barcos y carros,
y del Progreso» in cu rren en e sta aberración, que es no los utilizarían.
com o b e n d e cir las h am bres y las carestías del p a sa ­ Aunque tuvieran arm as y corazas,
do porque incitaron a los hom bres a inventar la in­ no las m ostrarían.
d u stria conservera. El pueblo volvería a ocuparse

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de anudar cuerdas. pareado al pie de cada una. Mi hoja, que todavía con­
Y encontraría sabrosa su comida, servo, lleva tam b ién epígrafes al pie de cada recua-
buenas sus ropas, drito, pero m ás breves y sim plem ente indicativos. El
tranquilas sus casas, argum ento general, expresado en el títu lo que enca­
alegres sus costumbres. beza la hoja, estuvo lo b astan te difundido en otros
En dos reinos vecinos, tiem pos com o para que las personas de mi edad para
tan cercanos que m utuam ente se oirían entre a rrib a todavía lo recuerden: «El m undo al revés».
[sí del uno al otro los perros y los gallos, Todo el juego venía a c o n sistir en p re se n ta r u n a u n i­
las gentes m orirían muy viejas
sin haberse visitado jamás. versal inversión de los papeles: el oficial obedecía al
soldado, el am a a la criada, el m arid o a la m ujer, e t­
Bien es verdad que p a ra los hom bres de hoy, tan cétera. H abía m uchos crueles, com o los del buey
h abituados a la universal com unicación cosm opoli­ arando con una yunta de hom bres, el cerdo conver­
ta, ese no conocerse jam á s los h ab itan tes de los rei­ tido en m atarife o carnicero, los árboles leñadores,
nos vecinos les produce un notable desasosiego en cuyas ram as em puñaban hachas p a ra podarles b ra ­
cuanto al rasgo de la universalidad, que en la res­ zos y p iern as a los hom bres, de m odo que, en este
puesta a la p rim e ra p reg u n ta he considerado tam ­ aspecto h a b ía poca utopía y la representación se p a ­
bién com o su stancial p ara lo religioso; pero en un recía, m ás que al «m onte santo», al «día de Jerusa-
m undo com o el de Lao Tse, regido p o r el principio lén», au nque algunos eran un poco m ás benignos,
de la «no-acción», ese m aravilloso oírse y responder­ como el rotulado «la oveja pastora», que era po r cier­
se los unos a los o tro s en m edio de la noche, los to especialm ente tierno y gracioso aun d en tro de la
perros y los gallos de los dos reinos vecinos bien po­ general tosquedad de los dibujos. Pero lo que me re­
d ría representar suficientem ente el factor de univer­ veló que, a p e sar de esta falta de im aginación u tó p i­
salidad que echábam os de m enos. A p esar de esto ca, en que el m undo soñado era sólo el inverso
luego verem os cóm o el taoísm o en general, frente al negativo del em píricam ente conocido, o sea el a n ti­
confucianism o falta precisam ente a e sta exigencia m undo de este antim undo, lo que me reveló, decía,
de la universalidad, a m enos que se tenga po r tal la que aquel «m undo al revés» podía inscribirse, con
que Max W eber llam a «fratern id ad acósm ica». todo, en el esp íritu utópico del hom bre fue la inape-
Tal com o he hecho en m i p rim e ra respuesta, al se­ labilidad de los dos últim os cu ad rito s; en el pen ú lti­
ñ a la r la pervivencia p o p u lar del m ito del pecado ori­ mo veíam os al hom bre dando alcance a la m uerte
ginal en un esquem a arg u m en tal m uy frecuente en con su guadaña, con un pie que d ecía «LLEGÓ MI
los cuentos tradicionales, voy a referirm e ahora a dos HORA», y en el últim o, al hom bre q u e se llevaba al
ejem plos de m anifestación de la utopía, el prim ero, diablo cargado a las espaldas, con un pie que decía
com pletam ente p o p u lar y el segundo, sem iculto en «¿ADONDE ME LLEVAS, PICARO?». A juzgar por las
su origen pero p o p u la r en su em pleo. H ará m ás de trazas, calculo que esta hoja de «El m undo al revés»
unos 20 años co m p ré en C órdoba p o r dos p esetas debe de ser del siglo XIX, aunque la im presión con­
una hoja im presa en papel am arillo ilu strad a con re- creta del ejem plar que yo com pré sería sin duda m ás
cu adrillos com o los tebeos, afín a las llam adas «ale­ reciente. Tam bién del siglo pasado, o tal vez de fina­
luyas» salvo que éstas venían en tira s y con un les del XVIII si no me engaña el oído con respecto a

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la lengua y al estilo usados, debe de se r la o tra re­ ángeles y a los pájaros», llam ándola «chocarrería de
presentación que deseo c ita r aquí. Si, litera ria m e n ­ viajante de comercio». Y, en efecto, podría desenm as­
te, el diapasón poético de la alegoría del m onte santo cararse en el realista una versión pulida y universi­
de Isaías se eleva h asta una a ltu ra inalcanzable, no ta ria del cazu rro popular, del listorro que hace de
sé si debo a trib u ir tan sólo a circu n stan cias perso­ la desconfianza una especie de filosofía, del que se
nales el hecho de que, p o r lo que a tañ e a la em otivi­ pretende m uy chistoso escribiendo en su tienda «Hoy
dad, yo p o r lo m enos bien puedo p o n er a su costado no se fía, m añana sí», del que despacha la m ezquin­
el al m enos en otros tiem pos tan fam iliar «respon- dad y la vileza p o r experiencia de la vida y p o r sa ­
sorio de San Antonio», que m e hacían rezar en mi ber del m undo. Pero a esta raza de to n tiastu to s ya
niñez. Decía así: le vendrá m ás tard e su tu rn o en e sta s páginas.
Antes deseo volver sobre Confucio, para indicar en
Si buscas milagros, mira: él el otro rasgo de la religiosidad —ya, por lo dem ás,
m uerte y erro r desterrados, im plícito en su utopía de «el gran cam ino»—, el del
m iseria y demonio huidos, rechazo del principio de realidad com o criterio p e r­
leprosos y enfermos sanos.
El m ar sosiega sus iras,
tinente p a ra d irim ir sobre el bien y el m al del m un­
redím ense encarcelados, do. Sabido es que los tao ístas tendían m ás bien a
miembros y bienes perdidos retirarse al m onte y hacerse anacoretas, m ientras que
recobran mozos y ancianos. los confucianos perm anecían en el llam ado «m un­
El peligro se retira, do», h asta c o n stitu ir pronto —pues ninguna religio­
los pobres van remediados; sidad, com o m ás tard e verem os po r extenso a
¡díganlo los socorridos! propósito del cristianism o, e stá inm une a la c o rru p ­
¡cuéntenlo los paduanos! ción ligada a su institucionalización— aquella céle­
Ruega a Cristo por nosotros, bre oligarquía b u ro crá tic a que siem pre dom inó en
Antonio divino y santo,
para que dignos, un día, China y acaso siga, con distintos collares, dom inan­
de sus promesas seamos. do hoy. El sím bolo del filósofo es en China la bota
o la calabaza de vino, porque los prim itivos confu­
Hoy h a sta los cristian o s se avergüenzan de estas cianos eran eternos cam inantes, y, com o dice el re­
cosas y las tienen po r n iñ erías e ingenuidades, pero frán, «Pan y vino an d an cam ino», de m anera que
el que, creyente o agnóstico, c ristia n o o no c ris tia ­ estaban siem pre yendo de una ciudad a otra. Así, ante
no, se sonría, con suficiencia de realista y de hom ­ los taoístas, que se recogían y ap o sen tab an en m on­
bre que tiene los pies bien puestos en la tierra, ante tes ap artad o s, Confucio solía decir quejosam ente:
el responsorio de San Antonio no es solam ente un «¿Cómo p o d ría yo vivir en tre los p ájaros y los an i­
necio sino tam bién un bellaco. Teodoro Adorno, aje­ m ales? ¿Qué p in ta ría yo en tre ellos? ¿Acaso no soy
no a cu a lq u ier suposición de una vida u ltra te rre n a un hom bre? Pues ten d ré que vivir en tre los hom ­
y que en no pocos puntos de su o b ra le concede a bres». Parece pues, que, en c ie rta ocasión, un taoís-
Freud un crédito injustificado y h a sta fatigoso, se ta an aco reta que, a la en trad a de su cueva,
indigna, sin em bargo, ante la célebre y celebrada conversaba con un confuciano que había venido a vi­
declaración de éste: «El cielo se lo dejam os a los sitarlo, divisó desde lo alto del m onte al m ism ísim o

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Confucio que, allá abajo, pasaba en aquel m om ento fia del pragm ático, le deniega, p o r invencible que se
a n dando p o r el cam ino de los valles; reconociéndo­ le represente, las credenciales de legitim idad y que,
lo, el tao ísta se dirigió a su visitante y, pretendiendo i-orrelativam ente, reconoce todavía com o bien del
h acer de Confucio un juicio adverso, desdeñoso, dijo inundo el bien que incluso él mismo, con su propia
de él, co n tra su voluntad, la frase m ás elogiosa que conducta resignada, pisotea. Diógenes de Sínope, el
cabía decir: «¿Ese es aquel de quien decís que sabe pudre de los cínicos, es tan atípico com o rep resen ­
que nada puede hacerse y sin em bargo continúa?». tativo. Atípico, po r sus rasgos de ascetism o, de recha­
Difícilmente podría form ularse m ás inequívocam en­ zo de las p ro p ias ventajas que el m undo p o d ría
te que en ese «y sin em bargo continúa» el rechazo ofrecerle, aspecto que nos lo a rrim a a los anacore­
del p rincipio de realidad, la obstinación del e sp íri­ tas; pero a la vez plenam ente ilustrativo, porque
tu contra el im ponente poder del mundo, en que con­ ¿adonde se le o cu rre ir a vivir con un tonel po r toda
siste este segundo rasgo de la esencia de lo religioso. m orada y todo techo y un an d rajo so palio por toda
vestim enta? No a la esp esu ra y a la soledad de m on­
Pero he aquí que la anécdota nos ofrece por sí sola tes ap artad o s, sino a la ciudad de Atenas, a la mis-
una nueva cuestión: la de la religiosidad de los a n a ­ jn ísim a m etrópoli de todo el m undo helénico. Al
coretas. Es evidente que si el taoísta pretendía que m ism o tiem po la leyenda quiere h acerlo el p rim ero
su frase co m p o rtab a un ju icio descalificador de la de quien se sepa que se haya d eclarado «ciudadano
conducta de Confucio, en ello estaba apelando al pro­ del m undo». Así, frente al an aco reta y al igual que
pio p rincipio de realidad, al aleg ar com o objeción el confuciano, parece h a b e r considerado que nada
valedera el hecho de que en el m undo no hubiese tenía él que h a c er entre los pájaros y los anim ales,
nada que hacer, realidad ante la que consideraba que sino que, siendo hom bre, le cum plía vivir entre los
Confucio ten d ría que h a b e r claudicado. Y si a c ep ta ­ hom bres. La insuficiencia religiosa del cínico —in­
mos, tal com o tengo propuesto en e sta s páginas, el cluyendo lo q u e m odernam ente se entiende p o r cí­
rechazo del p rincipio de realid ad com o rasgo nece­ nico sobre todo en la c u ltu ra anglosajona— no está,
sario para la esencia de lo religioso, será forzoso con­ así pues, en la legitim ación del m undo, sino en la re­
c lu ir que la a c titu d del ta o ísta ante la co nducta de nuncia a toda posible representación utópica posi­
Confucio era, po r lo que a su juicio se refiere, irre li­ tiva del bien.
giosa, im pía. Voy a hacer, a sí pues, u n a pequeña ti­ Y ahora ¿qué hay con el an aco reta? Ya acabo de
pología provisional en relación con la religiosidad. señ alar cóm o el tao ísta del m onte ap licaba el a n ti­
En el extrem o opuesto al religioso p ondré al p rag ­ rreligioso principio de realidad p ara descalificar la
mático, o sea al que no sólo se resigna a la necesi­ conducta «m undana» de Confucio. Pero aquí se im ­
dad, a la ley de la caída de los cuerpos, sino que pone una distinción: u n a cosa es c o n sid e rar p e rti­
adem ás la hace, entusiásticam ente, su propia ley; en­ nente o im p ertin en te el p rincipio de realidad com o
tre el pragm ático y el religioso voy a poner al cínico c riterio estrecham ente m oral, o sea aplicado al dis­
y al anacoreta. De ningún m odo puede decirse que cernim iento del «bien o brar» o el «mal obrar» de la
el cínico sea, religiosam ente, un hom bre totalm ente persona, y otra considerarlo pertinente o im pertinen­
corrom pido; el cínico se distingue p o r e s ta r rabioso te en el sentido propio de lo religioso, o sea aplicado
contra el mundo, lo que quiere d ecir que, a diferen- al bien o el m al del se r o el d eb er se r del m undo. El

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anacoreta se retira del m undo p recisam ente porque m ente la universalidad verdaderam ente «m undana»
rechaza su realidad com o perversa, y, en este se n ti­ de las grandes religiones.
do, d esau to riza el «así es, así ha sido y así se rá po r Pero incluso en estas religiones la introducción del
siempre» como principio de legitimación, tanto como supuesto de una vida perdurable personal puede vol­
pueda h acerlo el alm a religiosa; en esto está en la ver a d a r un sentido autónom o y autosuficiente al
m ism a posición que el confuciano o incluso el cíni­ rechazo de com plicidad con el m undo y a la b ú sq u e­
co, por cuanto aquí los tres se contraponen igualm en­ da de una perfección personal (y el propio Max
te al pragm ático, el antirreligioso total, que legitim a W eber en su excurso «Teoría de los estadios y di­
y ap laude lo dado en cuanto dado y p o r m eram ente recciones del rechazo religioso del m undo» hace
dado, no opone com o heterónom os realidad y espí­ un exam en m inucioso de los aspectos que en esta
ritu y cuyo prin cip io ético consiste en in d u cir o de­ búsqueda pueden d arse y entrecruzarse). Para quie­
d u c ir el d eb er se r del propio ser. Tanto el anacoreta nes no se hallan bajo el supuesto de una vida p e rd u ­
com o el cínico piensan que el m undo es m alo y que rable, la virtu d individual sólo puede c o b ra r un
no basta para legitim arlo la aplastante inam ovilidad sentido delegado, siem pre referido al prójim o, a la
de su poder, pero para el cínico, «ciudadano del m un­ universalidad concreta de los hom bres, nunca a u tó ­
do», carece de sentido la pretensión individual de no nom o ni autosuficiente, o sea únicam ente su ste n ta ­
q u erer hacerse cóm plice de su m aldad, m ientras que do po r la idea de un bien universal que tenga a la
p ara el anacoreta, «ciudadano tan sólo de sí m is­ postre que a p e la r forzosam ente a alguna su erte de
mo», sí tiene sentido, y se retira al monte, p ara b u s­ representación utópica. E sto es lo que le falta, p re­
c a r una preten d id a salvación personal. Por eso el cisam ente, al cínico —que es, sin duda, universalis­
anacoreta le reprocha a Confucio, com o un pecado, ta, «ciudadano del m undo»—■, y de ahí que p ara él
que «sabiendo que nada puede hacerse», esto es, co­ la aspiración a la perfección individual no sea m ás
nociendo la radical heteronom ía entre realidad y es­ que una vanidad com o o tra cualquiera; y en él la re­
píritu, siga queriendo vivir entre los hom bres, lo que ligiosidad sólo se conserva com o un rechazo de cu al­
le reprueba com o una com plicidad con la m aldad del q u ier aprobación o acatam iento del m undo com o es
m undo. Pero en esto el an aco reta falta a un p rin c i­ y de cu a lq u ier legitim ación de la realidad po r el
pio que ya he considerado com o im plícitam ente ne­ m ero hecho de serlo. El cínico se hace cóm plice del
cesario de lo religioso: la universalidad. A ella faltan, m undo en el sentido de resignarse a no ofrecer re­
desde luego, las utopías políticas de Moro y Campa- sistencia a sus pom pas y a sus obras, pero no en el
nella; y la de éste hasta un extrem o tan siniestro sentido de reverenciar sus leyes y asum irlas de modo
com o el de p re c e p tu a r que se repute y tra te sin m ás positivo com o instancia ética, que es lo que, en cam ­
com o «no hum ano» a quien no qu iera integrarse en bio, hace el pragm ático.
su C iudad del Sol. A p e sar de lo que he dicho m ás Por su parte, para el individualista, para el que nie­
atrás, a propósito de la utopía de Lao Tse, en cuanto ga su «ciudadanía del m undo» y se retira a «ciuda­
a cóm o la universalidad podía e s ta r representada en dano de sí m ism o», obstinándose en seguir dando
él por el oírse y responderse los p e rro s y los gallos sentido a la perfección individual, no hay m ás que
de los reinos vecinos, en todo caso no puede, por bue­ dos derivaciones: o la de ex tra p o la r la utopía m is­
na voluntad que le pongam os, sa tisfa c e r suficiente­ m a en una supervivencia personal ultraterren a (aun­

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que hay que n o ta r de paso cóm o tam bién aquí se da, La psicopatología de la p urificación individual lle­
a su modo, la pérdida de la universalidad, po r c u a n ­ ga a presentarse incluso en cofradías surgidas de las
to toda concepción de vida p erd u rab le com porta la iniciativas m ás aparentem ente racionales y aun pre­
dualidad de salvados y condenados) o la de a b rir la sididas p o r intenciones o pretextos orientados, del
espita a toda su erte de regresiones m ágicas, sec­ modo m ás sensato, al bien del prójim o. Tal es, por
tarias y supersticiosas. Expresam ente contra la som ­ ejemplo, el caso de los donantes de sangre desde que
bría, viscosa, m ultiform e y hoy tan refloreciente sel­ se han con stitu id o en asociación; no es infrecuente,
va de los gurús, de los elegidos, de los iniciados, al parecer, que en éstos el acto de d o n a r sangre lle­
Confucio afirm ó en su día, de m anera inequívoca, la gue a m anifestarse claram ente com o una necesidad
universalidad, la «m undanidad», esencialm ente inse­ neurótica de los sujetos m ism os y destin ad a a sa tis­
parable de lo religioso: «Que en el m undo no reina facer su propio afán de au to p u rificació n o sa n tifi­
¡a verdad, ya lo sabem os, pero p u rific a r únicam ente cación com pletam ente a espaldas de las necesidades
la propia p ersona es in tro d u c ir la confusión en las efectivas de los posibles receptores. No sólo se p re­
grandes relaciones de los hom bres en tre sí». sentan a veces a la donación acom pañados p o r sus
Aunque a m enudo busque proyectarse hacia el lla­ propios hijos, probablem ente p a ra iniciarlos con su
m ado futuro, hacia un presunto porvenir, sin em b ar­ propio ejemplo, sino, sobre todo, que cuando, en oca­
go el afán de sentirse purificado, salvado, santificado, siones, se les dice en el cen tro recep to r que ese m es
etcétera, tiene psicológicam ente por función la de sa­ las existencias de sangre a lm acen ad a cubren los cu ­
tisfacer u n a necesidad aním ica surg id a del presen­ pos previstos para c ualquier eventualidad y no se ne­
te y reclam ada para él y d entro de él; es para hoy, cesita su donación, rom pen de pronto en voces
p ara ah o ra mismo, p ara cuando el alm a exige resta ­ indignadas, proclam ando su condición de donantes
blecer o co n serv ar el íntim o equ ilib rio de sentirse e incluso agitando a veces en el aire su carn é de ta ­
en paz consigo m ism a. Y es así com o tal afán llega les, com o si se les negase acced er al beneficio de la
a d a r lu g ar a toda su erte de delirios no pocas veces purificación periódica a que p o r su pertenencia a la
n euróticos y h asta psicopáticos. Como el supuesto asociación tienen derecho. Ya desde el siglo V a. C. lo
es siem pre co n trap o n erse al m undo, su stra erse a su había dicho Confucio: «P urificar únicam ente la pro­
contam inación, sentirse «no m anchado», el im pul­ pia persona es introducir la confusión entre las g ran­
so ap areja inevitablem ente alguna form a de c u a ­ des relaciones de los hom bres entre sí». ¿No es esto
rentena, de autosegregación con respecto a «lo literalm ente lo que p asa cuando u n a institución de
m undanal» y, p o r lo tanto, a «los m undanos», a la sentido inicialm ente a ltru is ta com o la de los donan­
gran grey m ay o ritaria en que se e n carn a y que lo re­ tes de sangre da lugar a tal suerte de inversiones psi-
presenta. Así, lo m ism o en la m ás sofisticada de las copatológicas? La relación h u m an a concreta que en
sectas esotéricas que en la m ás sim ple, ingenua y este caso qu ed a confundida y h a sta o b tu ra d a es, ob­
a b ie rta asociación nudista, n a tu rista , vegetariana, viam ente, la que hay entre donante de sangre y re­
m acrobiótica, hay que reconocer tal vez el m ism o im ­ ceptor. E ste es, por lo dem ás, un ejem plo de lo que
pulso de autom arginación an tim undana, de autoa- puede o c u rrir con toda actuación m oralm ente con­
lirm ación com o «ciudadano de sí mism o», que cebida: la reversión de la finalidad sobre el propio
mueve al anacoreta a recogerse a m ontes apartados. sujeto con p érd id a u olvido del único objeto m oral­

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m ente alegado: en este caso la donación de sangre hay que les garantice a las religiones positivas, h is­
revierte sobre la purificación del sujeto donante con tóricas, no poder a b rig a r en sí m ism as usos y esque­
olvido de la necesidad del receptor com o objeto ini­ m as profundam ente irreligiosos h a sta rep re sen ta r
cialm ente m otivador del sentido de la asociación precisam ente el an tiesp íritu . De m odo que en la fra ­
m ism a, y único objeto m oral legítim o. se de Lucano los dioses vienen a se r precisam ente
la voz de la realidad, la fatalidad, la necesidad y, en
Queda, finalm ente, el pragm ático, el doblem ente fin, lo impío. O bjetar, com o hace Lucano, el veredic­
irreligioso, el im pío por excelencia. Hay un célebre to del a rb itra je de los dioses, puesto de m anifiesto
verso de Lucano que, refiriéndose a Catón de Otica, en la victoria, con la a u to rid ad m oral de Catón, aun
el últim o gran santo romano, contiene el m ayor en­ a despecho de se r éste el derrotado, equivale a ne­
comio que quepa h acer de un hom bre. Dice así: « Vic- garle a la victoria a u to rid ad d irim en te acerca de la
trix causa Deis placuit, sed uicta Catoni», es decir, Causa. Si la v irtu d de Catón puede se r co n trap u esta
«La c ausa vencedora plugo a los Dioses, pero la ven­ al propio veredicto de los Dioses, si el derrotado pue­
cida a Catón». Uno de los prin cip ales atrib u to s de de tener razón, ya no son los hechos los que tienen
los dioses es su función a rb itra l en la batalla, lo que la últim a p alab ra sobre el bien y el m al, y, en conse­
da origen a la conocida concepción ordálica de la b a­ cuencia, qu ed a im plícitam ente sobrentendido el su­
talla y de la g u e rra y a la institución del «duelo ju d i­ puesto religioso de la heteronom ía en tre realidad y
cial», donde p o r definición tiene razón quien vence, esp íritu y rechazado el p rincipio de realidad com o
en la m ism a m edida en que el com bate es una ap e­ criterio. La victoria com o razón ju ríd ic a es el c rite ­
lación al a rb itra je divino. (Un gracioso sarcasm o so­ rio fáctico p o r excelencia, el que consagra el p rin c i­
bre esta función arb itral de la divinidad son aquellos pio de la fuerza cread o ra de derecho, que constituye
fam osos versos: «Vinieron los sarracenos / y nos mo­ el fundam ento del Estado, que es lo an tirreligioso
lieron a palos, / que Dios protege a los m alos / cu an ­ por antonom asia. Aquí tiene el pragm ático su sitio.
do son m ás que los buenos».) Claro está que si hemos «Come se il cielo, il sole, li elem enti, li uom ini fus-
establecido el rechazo del principio de realidad como sino variati di modo, di ordine e di potenza da que­
rasgo necesario de la esencia m ism a de lo religioso, llo che essi erano a n tiq u a m en te »; «gli uom ini...
y habida c u en ta de que la victoria de la fuerza es la nacquero, vissero e morirono sempre con uno m edesi­
facticidad suprem a, re su lta rá que ju sta m e n te este m o o rd in e»; «giudico il m ondo sem pre essere stato
a trib u to de la divinidad e n tra en contradicción ine­ ad uno m edesim o m o d o », dice en d istintos lugares
vitable con lo religioso propiam ente dicho y es un Maquiavelo. Aquí tenem os, pues, según la prim era
ejem plo que se puede poner al lado de lo ya o b se r­ de las tres frases, el principio de realidad, el p rin ci­
vado en la resp u esta a la p rim era pregunta sobre po del «así es, así ha sido y así se rá po r siem pre»,
cóm o la voluntad divina podía se r p uesta p o r testa ­ puesto sobre las cabezas de los hom bres de modo tan
ferro del propio principio de realidad. Bajo el nom bre inconm ovible com o los m ism os cielos, com o el m is­
de Dios este p rincipio no resulta, aquí, al cabo, sino mo sol, com o los elem entos m ism os. ¡Tan en lo alto,
reafirm ado, reforzado y consagrado com o una su- rem oto e inaccesible com o los cielos, el sol y los ele­
prarrealidad trascendente, tanto m ás aplastante o ina­ m entos ha ido a b u scarse la a u to rid ad que lo acre­
pelable cuanto m ás autorizada. N aturalm ente, nada dite y legitim e!, pero tam bién dem asiado en lo alto

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com o p a ra que el a u to r no se nos haga sospechoso i I d s Médicis, se debió diez años m ás tard e la caída
de una secreta o inadvertida voluntad de im ponerlo ile la república y el retorno de la oligarquía medi-
y consagrarlo: contra alguien arguye, contra algo lo i ini. S oderini hab ía sido el único que h ab ía estim a-
defiende. Si la inconm ovilidad de la condición h u ­ i lo verdaderam ente a M aquiavelo, conservándolo en
m ana fuese tan obvia y tan indiscutible com o la del m i s cargos y aconsejándose de él; el pago que, tra s
sol, no h a b ría necesidad de recordárnoslo señ alan ­ n i m uerte en el destierro, supo darle, por todo a g ra ­
do hacia éste con el dedo; el que se necesite tal a p e ­ decimiento, aquel m alnacido, fue la increíble vileza
lación quiere decir que, a despecho de la experiencia ilc e scarn ecer su m em oria con el siguiente epitafio
m ás ac riso la d a del m undo y de la historia, hay una epigram ático:
obstinación q u e aú n lo pone en duda. Es e sta o b sti­
nación lo que el pragm ático em pieza por ten e r que «La noche en que murió Pier Soderini, / llamó el
desanim ar, d e sau to riz a r y m achacar; m as p ara ello alma a la puerta del infierno; / "¿Infierno a ti?” gritó
no tiene o tra s razones que los hechos m ism os. Plutón. "¡Oh, necio; I súbete al limbo con los demás
La historia, la facticidad c ru d a y desnuda, es su niños!”».
principio ético; el éxito, la victoria, su criterio: «To­
dos los profetas arm ados vencieron, los desarm ados («Im notte che m orí Pier Soderini, / L'anima ando
fracasaron», d irá M aquiavelo ante la hoguera en que ile / ’inferno a la bocca;/G ridó Pluton: “C h’in fiem o ?
ardió Savonarola. Con éste, com o se sabe, fue restau ­ anim a sciocca, / Va su nel lim bo fra gli altri bam bi­
rada la repúb lica en Florencia, tra s la expulsión de ta"»). Por el contrario, con los M édicis, que a su re-
los M édicis a finales de 1494; fue un p u rita n o que lorno habían llegado incluso a to rtu rarlo , que lo
hizo de ella u n a ciu d ad fanatizada y penitente, y go­ depusieron de todos sus cargos, echándolo de la ciu­
bernando, po r así decirlo, desde el púlpito, valiéndo­ dad y residenciándolo en San Casciano; con aquellos
se a m enudo de teatrales e im presionantes artificios, m ism os de cuya vuelta incrim in ab a a Soderini, sin
pero sin protegerse nu n ca ni rodearse de hom bres i*l m enor em pacho de in fam ar su bondad y traicio ­
de arm as; hizo, eso sí, q u e m a r com o pom pas y vani­ nar su m em oria, con ésos, ya en diciem bre de 1513
dades de este m undo, m uchos tesoros en la plaza pú­ o sea apenas un año y cu atro m eses después de su
blica, mas, en cuanto a personas, el único que acabó i «ida— se m ostraba tan indigno y tan rastrero com o
ardiendo en la hoguera no fue m ás que él. Aliviada, para su p lic a r que se le diese en la ciu d ad c u alq u ier
así pues, en 1498, la rep ú b lica de c u a tro años segui­ em pleo p o r insignificante que tuviese que ser, a u n ­
dos de cu a re sm a y autoflagelación, se confió a Ma­ que no fuese m ás que «hacer ro d ar una piedra»
quiavelo el doble cargo de secretario de la Segunda («dcsiderio avrei che quiesti signori M ed id m i co-
C ancillería y secretario del Consejo de los Diez. ntinciassino ad adoperare, se dovessino com inciare
En 1502, convertido, a im itación de los dogos de Ve- ofarmi voltolare un sasso», dice literalm ente en carta
necia, el cargo de gonfaloniere —p rim e r responsa­ a Francesco Vettori); m ás tard e e sta rá a punto de
ble y jefe del gobierno y del E stad o — en cargo dedicarle E l príncipe a Ju liá n de M édicis, el nuevo
vitalicio, fue nom brado para el puesto Piero Soderi- déspota, pero com o éste se le m uere, la dedicato ria
ni, a cuya índole bondadosa y confiada, que le hizo es autom áticam ente transferida al sucesor, el segun­
c reer que podía p a c ta r lealm ente con los desterra- do Lorenzo de Médicis, «II Pensieroso» de Miguel

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Ángel. Pero se rá tan sólo el cardenal Julio de Médi- vusía y la crueldad, siendo así que las dos colum ­
cis, sucesor en 1519 de Lorenzo y futuro pontífice Cle­ nas centrales en que se su sten tab a el tem plo de la
m ente VII, el que finalm ente le dé el encargo tanto uirtus del rom ano eran precisam ente la fides y la pie-
tiem po esperado; ¿y cuál va a se r la piedra que se /«i.v, cualidades que obraron de consuno en la con­
le dé a rodar? La de en c errarse en los archivos y es­ ducta de Cam ilo en el sitio de Falerios, m ereciendo
c rib ir la obra que, bajo el nom bre de Istorie fioren- de sus enem igos, los faliscos, el elogio explícito de
tiñe, no se rá m ás que la a d u la to ria apología de la ■haber puesto la ju stic ia p o r encim a de la victo-
ilu strísim a casa gobernante, y que en ab ril de 1525 i la». Siendo p recisam ente la victoria, la eficacia, el
será llevada a Roma p o r el propio a u to r p ara ofre­ r\ilo , el c rite rio exclusivo de ju sticia del pragm áti-
cérsela, rodilla en tierra, a Julio, ya encaram ado al i o. o por lo m enos aquello a lo que se ha de su b o rd i­
solio de San Pedro. ¡Tal era el tipo! nar toda ju sticia, vemos en el co n traste que nos
En esas «historias florentinas» recuerda y celebra ofrece esta noción de «poner la ju sticia p o r encim a
del viejo Cosme, po r ejem plo, vulgaridades tales dr la victoria» el rasgo de la negación del principio
com o la de d ecir que los E stados no se conservan di* realidad com o criterio, y de reconocim iento de la
con padrenuestros, gracia penosam ente picarona, hrleronom ía en tre realidad y esp íritu , ya que a fir­
d estinada a provocar la autom ática, desganada y m ar una ju stic ia ajena e independiente de la factici-
obligada risa, «je-je», del oficioso y obsequioso sé­ dnd de la victoria —al m argen de que el o b ra r opte
quito de aduladores, o triste « ch o carrería de viajan­ •>no opte p o r su p e rp o n e rla a é s ta — equivale a de­
te de com ercio», com o d iría Adorno. Tam bién del clarar, tal com o hace Lucano en su elogio de Catón,
m ism o Cosm e celebró el que, com o alguien, en c ie r­ iiu om petente el trib u n a l suprem o de la divinidad
ta ocasión, le reprochase h asta qué punto d e ste rra r ile los dioses de la guerra, del S eñor de los E jérci­
de Florencia a tantos hom bres era ofender a Dios y tos—, en sus funciones de árbitro, que, otorgando o
e stro p e ar la ciudad, contestase que era m ejor una dm egando la victoria en la batalla, es decir, decidien­
ciudad estro p ead a antes que una ciudad perdida; do los destinos y rep artien d o los papeles de vencido
donde no puede sino entenderse que con «perdida» Vvencedor, p reten d ía d irim ir la ju sticia o la injus-
quería d ecir «perdida para su propio poder», esca­ I u ia de una u o tra causa en las querellas de los
pada de sus m anos. Y aquí el fin del pragm ático di­ hombres.
verge nítidam ente del fin del religioso: el del prim ero Ix> religioso es, así pues, negarles a los fastos de
no es sino el poder, el del segundo, la felicidad. Por la historia au to rid ad alguna en torno a la cuestión
eso el m ism o M aquiavelo, que no ap eab a ni un solo tl«-l bien y el m al del m undo y de los hom bres, y de
m om ento de la boca el nom bre de la virtud, querien ­ ahí que sea perfectam ente congruente que, correla-
do rem itir con él a la uirtus del rom ano, se olvida (Ivamente, veam os al pragm ático, o sea al irreligio-
enteram ente —ya sea p o r conveniencia, po r ignoran­ ho por excelencia, aferrad o a los testim onios de la
cia o po r necedad— de atenerse a su contenido pro­ historia como única guía de conducta y hasta —como
pio y prim itivo, cim entado en un fu erte y explícito lan necia y pu erilm en te se observa en M aquiavelo—
com ponente religioso. La uirtus no es m ás que un vudcmecum casuístico del acierto y el error. Pero si
nom bre retórico y vacío para quien com o él propug­ M aquiavelo era d em asiado tonto y e sta b a dem asia­
na que no le tiem ble la m ano al poderoso ante la ale- do falto de recursos, de astu cia y de im aginación in-

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/
telectual p a ra proteger una d o ctrin a tan m al enca- «I m ism as y sólo lo recibían sub o rd in ad a y delega-
renada com o la suya, que h acía agua p o r todas p a r­ ilmnente del cum plim iento del destino de un gran su-
tes, ya vendría quien estuviese dotado de un talento |i’to total, único y verdadero, hacia el que de consuno
lo b a sta n te tenebroso com o p a ra inventarle podero­ 11 divergían y en cuyo grandioso plan o ciclo históri-
sa a p arien cia de fundam entación racional y filosó­ 11» habían de in sertarse: Roma o el Im perio Roma-
fica, quien le p restase ese espejism o de legitim ación un Este fetiche, este prosopónim o retórico, cuya
que es p ara los hom bres la congruencia lógico- nlcgórica anim ación es e n carn ad a fra u d u len ta m e n ­
conceptual de un sistem a bien trabado, de un a p a ­ te en realidad, fue, así pues, erigido en único sujeto
rato bien incardinado. El que llevó a cabo la hazaña, ii p a rtir de cuya autorrealización habían de explicar-
o sea el que nos hizo a los m o rtales la lúgubre faena todos los destinos p articulares. El Im perio Rom a­
de legitim arnos, par dcssús le marché, con co n tu n ­ no. contem plado en la cim a de su plenitud, se
dente docum entación histórico-jurídica (pues me pa­ i onvertía de esta m anera en único legítim o p o rtad o r
rece que, a la postre, toda form a «diacrònica» de v d ad o r de sentido. N aturalm ente, p ara el religioso,
legitim ación de un determ in ad o statu quo, y legiti­ lina tal figura de único, abstracto, sobrehum ano y ex-
m ación, p o r consiguiente, olím picam ente indiferen­ t Invente sujeto no puede ser sino la personificación
te a lo cru en to o repugnante que ese statu quo pueda m ism a de la im piedad, del an tiesp íritu , del esp íritu
m o strársen o s en sus efectos sincrónicos, equivale a l>»ijo especie de cadáver, o sea, en una palabra, aque­
la exhum ación de docum entos histórico-jurídicos llo m ism o co n tra lo cual la obstinación religiosa se
p ara fu n d am e n ta r c u alq u ier derecho dado), al Saba- luí venido desde siem pre sublevando, la uictrix cau­
hoz, al iracu n d o S eñor de los Ejércitos, y por si no so a la que todavía se atreve a p la n ta r cara la d e rro ­
teníam os ya bastante con sus sangrientas a rb itra rie ­ tada cau sa de Catón. En este preciso sentido la
dades, parece ser que fue, m odernam ente, Hegel, si utopía debe específicam ente caracterizarse como an-
bien, probablem ente, sobre la falsilla del preceden­ Ithistoria, y en el m ism o debe entenderse tam bién
te antiguo de Polibio, inventor de la fórm ula de la la form a de disyuntiva que he dado al títu lo de estos
legitim ación de la sincronía po r la d iacronia y de las papeles: «O Religión o H istoria».
p a rte s p o r el todo.
Hegel vino a red u cir la radical heteronom ía entre Escrito en junio-julio de 1984 y publicado en
realidad y e sp íritu —fundam ento, según vengo d i­ la revista El urogallo, diciem bre de 1986
ciendo, de lo religioso— y rescató el principio de rea­
lidad h a sta el extrem o de h a c er de la facticidad
h istó rica el grandioso p eriplo o epopeya de lo que
él llam aba e sp íritu en su autocum plim iento o auto-
rrealización, tal com o veinte siglos antes había he­
cho Polibio al red u cir todas las d isp ersas h istorias
p a rtic u la re s de las gentes y pueblos del m undo co­
nocido a m eros episodios m oleculares o avatares
anecdóticos, que, a la m an era de las irreconocibles
piezas de un rom pecabezas, carecían de sentido por

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il<* ella. Si te pones un guante de gom a y luego m e­
tí". la m ano en sosa cáustica, no puedes decir que
lias tocado sosa cáu stica —no o tra es la verdad de
l'eilro G rullo a que m e refería. Pero de ningún m odo
«•* mi intención decir que sólo es experiencia hu m a­
nam ente válida la que se alcanza a cuerpo gentil y
no la que tan sólo es accesible p o r un m ayor o m e­
nor núm ero de prótesis o artilu g io s ad hoc\ bien le­
los están ya los buenos tiem pos de A rquím edes, que
acertó a d e sc u b rir el célebre p rincipio al que dio
nom bre sim plem ente jugando, lo m ism o que un ch a­
val, en la bañera. Sólo quiero d ecir que la b a ra ta li­
M ientras no cam bien los dioses, teratu ra que se desencadenó a raiz de la llegada a
nada ha cam biado la luna dio en ignorar tan enorm e diferencia, remas-
tlcando el hecho en una representación pueril. El pú­
blico, que percibía cóm o las p rótesis separaban al
astronauta de la luna tanto com o le p erm itían a n d a r
I. El desprestigio p o p u lar del espacio era com ple­ por ella, reprodujo en sí mismo, en cierto modo, una
tam ente norm al. C uando las inform aciones televisi­ i elación análoga, sintiéndose tan obligado a p re sta r
vas pretendían d em o stra r docum entalm ente que le a la noticia com o intuitivam ente distan te e indife­
unos hom bres habían a rrib a d o a la luna, la obliga­
to ria o bediencia al testim onio gráfico —m ás a u to ri­
I rente frente al hecho. Los prim eros, em ocionados en­
tusiasm os no me hacen objeción; el concepto en
tario que una im posición dogm ática— forzaba, por vacío puede p o r un m om ento ser «caldera al rojo»,
una parte, a los espectadores al acatam iento, m ien­ rom o decía M airena; pero si la intuición tard a en lle­
tras, po r otra, el contenido m ism o de ese testim onio narlo, se enfría y descubre su inconsistencia em pí­
les infundía el oscuro sentim iento de que, co n tra lo rica. El desdeñoso enfriam iento p o p u lar ante los
pretendido, nadie de este m undo había alcanzado de g r a n d e s noticiones del espacio era, por tanto, tan pre­
verdad la luna. E ra un sentim iento que respondía, visible com o n atural. En vano los prom otores y ges­
por lo dem ás, a una verdad de Pero Grullo: la luna tores de la alta pirotecnia in ten tarían recalen tar al
es inhum ana, y los hom bres pueden alcan zarla tan público a base de prosopopeya y de grandilocuencia.
sólo en la m ism a m edida en la que se m antengan
apartados de ella. En efecto, el descom unal conjunto II. Para tan p recario s éxitos de público no com ­
de las p ró tesis abso lu tam en te indispensables —bo pensaba tanto desgaste de altavoces, ta n ta retórica
tas lastradas, trajes especialísim os, bom bonas de oxí y tanto tam b o rearse el pecho con los puños; la sen­
geno, escafandras, etc—, neutralizando el medio lunai cillez y la m odestia propias de la ciencia son m ucho
y tra sla d a n d o o reproduciendo el terrestre, les p er­ más baratas. La m odestia es un rasgo propio de la
m itían e n tra r en contacto con la luna justam ente ciencia, no ya porque el científico se la proponga,
m erced a su capacidad p ara m antenerlos apartados deontológicam ente, com o u n a virtud, sino porque,

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siendo lo m ás característico de su condición y su ac­ lado. La ac titu d deportiva puede sen tirse provocada
titu d el m antenerse volcado totalm ente hacia el por c u alq u ier accidente natu ral con cuya dificultad
interés p o r el objeto, tiende a sum irse, de m anera es­ pueda el sujeto m edirse, ponerse a prueba, dem os­
pontánea, en mayor o m enor olvido de sí mismo. Pero trarse a sí m ism o quién es Él. Es evidente que a Hi­
¡a figura del sabio d istraíd o que, a u n q u e con ánim o llary le m ortificaba que el Everest fuese m ás alto que
benigno, q u e ría c a ric a tu riz a r precisam ente tal d is­ él; la com ezón de la so berbia insatisfecha, del o rgu­
posición, se ha quedado a n tic u ad a en la m ism a m e­ llo oprim ido p o r alguien que ponía techo a su e s ta ­
dida en que la actitud científica se ha deportivizado. tura, lo consum ía, le q u ita b a el sueño, no podía
Y en lo que se refiere a la relación sujeto-objeto, no aguantarlo: tenía que ponerle los pies encim a, tenía
hay dos cosas m ás diam etralm ente c o n tra p u esta s que q u e d a r por encim a de él. Cuando, tra s la ascen­
que la ciencia y el deporte. C uanto m ás prevalece el sión, y a la pregunta «¿Por qué subió usted al Eve­
interés del sujeto p o r sí mismo, po r su propio logro, rest?», contestó con aq uella m em orable estupidez:
p o r su propio m érito, sobre el interés po r el objeto, «Porque estaba ahí», bien podía adivinarse que lo
tanto m ás nos acercam os a la que es evidentem ente que q u e rría h a b e r dicho es: «Porque me jo d ía que
la a ctitu d m ás propia del deporte, que es el culto a fuese m ás alto que yo».
la pura hazaña inm anente, sin objeto, o caren te de
otro objeto que no sea el reflejo de la hazaña sobre IV. La creciente deportivización de las m otivacio­
el sujeto m ism o, com o un trofeo —m edalla en su pe­ nes que hoy dom inan en todo em peño hum ano, o sea
chera o copa en su an aq u el—>com o un autocum pli- la reversión sobre el interés por el sujeto de m uchas
miento, en que el grito I did it! m anifiesta y agota cosas en que an tañ o pudo predom inar el interés por
el contenido entero del motivo, sin que el it, el qué el objeto, se m anifiesta en el habla cotidiana con el
concreto en que pueda co n sistir el térm ino del lo­ auge que han tom ado en los últim os decenios las pa­
gro (la síntesis de la urea, la últim a m arca de los cien labras «reto» o «desafío». Los hom bres de hoy p a re ­
m etros lisos, el descubrim iento de las ondas hertzia- ce que sienten los obstáculos con que se encuentran
nas o la coronación del Everest) tenga otro valor ni —pongam os p o r caso un río que se le atraviesa al
relevancia que los de h a b e r servido de in stru m en to am ante en el cam ino que conduce al castillo de la
p ara ese I did it! o kikirikí autoafirm ativo. a m ad a— no ya com o problem as que ten d rá n que re­
solver o soslayar de alguna form a si es que preten ­
III. En los proyectos espaciales, el predom inio den d a r alcance al objeto final de su designio —la
de esta m otivación deportiva, em ulativa, y p o r ende am ada, en nuestro ejem plo—•, sino com o provocacio­
anticientífica, estab a ya presente por lo m enos en nes a su autoestim ación, incitaciones a poner a p ru e­
las p e re n to ria s incitaciones de Kennedy a la NASA ba el Yo, p ara dejarlo, su perando el lance, crecido y
(«Busquen ustedes algo en que podam os a d e la n ta r­ reafirm ado. Ve el río y no dice: «Caram ba, si hubie­
nos a los rusos, y háganlo»), que term in aro n con la se por aquí alguna b arq u ita, sería todo m ás fácil y
llegada a la luna. E sto no debe h a c er pensar, por lo m ás rápido», sino que recreciéndose en su enyosa-
dem ás, que la a c titu d deportiva necesita de un rival m iento se tra sm u ta de Leandro en Narciso, ahogan­
hum ano con el que com petir lateralm ente; la dificul­ do y olvidando en a m o r propio el a m o r y el deseo
tad del espacio p o r sí m ism o p o d ría h ab erla susci- de la am ada y, em pezando en el acto a descalzarse

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y desnudarse, se dispone a dem o strarse a sí mismo, • Incentivarlo» p ara que a b ra algún libro de u n a vez.
al río y al m undo quién es él. El fin y el contenido I'ilns motivaciones o incentivos son siempre, indefec­
de c ru z a r a nado el río ya no es llegar h a sta la am a­ tiblem ente, de n atu raleza deportiva, ya en el senti-
da sino condecorarse a sí m ism o con la hazaña. No ilo lato que he usado m ás a rrib a de interés del sujeto
o tra cosa en trañ a la concepción de los problem as en |tni sí mismo, p o r su propio logro en cu an to suyo,
térm inos de reto o desafío. El tra n sb o rd a d o r esp a­ rn euanto autoafirm ación, ya en el sentido estricto
cial que a prim eros de año fue, con sus siete trip u ­ rn que, desde la tradición decim onónica norteam e-
lantes, víctim a del accidente que todos conocem os l li ana, el volum en e im p o rtan cia de las actividades
había sido bautizado con el nom bre de Challenger, deportivas escolares crece de vez en vez, h a sta el ex-
que significa justam ente «retador», «desafiador»; así liem o de que un colegio que hoy pusiese en su p u e r­
que la concepción subjetivista, deportiva, de la em ­ ta «Aquí no disponem os de gim nasio ni de cam po
presa estab a ya connotada en el nom bre m ism o de ile deportes», «se prohíbe e n tra r con chándal» se
la nave. ni ru in a ría el día m ism o de su inauguración.
V. La execrable jerga pedagógica m oderna ha in­ VI. Ya he dicho cómo, pese a ofrecer la em presa
troducido recientem ente la h o rríso n a p a la b ra «m o­ fkpacial elem entos capaces, en principio, de co n sti­
tivar». Al chico —ya p asab a en m is tiem pos, aunque t u i r s e en alicientes deportivos, desfallecía, no obstan­
tal vez no h a sta el extrem o de hoy— no se consigue te, ante el gran público, m ostrán d o se cada vez m ás
que le interese el contenido de las a sig n a tu ra s por Impotente p a ra ganarse su entusiasm o, debido a la
sí m ism as, o sea el objeto que se le quiere d a r a co­ Inevitable im presión distanciadora, com o de expe-
nocer (digam os la form ación geológica de la corteza I tinento de laboratorio, que su scitaba incluso en sus
terrestre, con esas m ism as costas o m ontañas a don­ ha/añas m ás espectaculares. Parece que se pensó que
de e stá deseando irse a veranear, p a ra retozar por n este m ism o m al efecto co n tribuía, a su vez, la im a­
ellas com o un b o rriq u ito con chándal). Entonces, no nen de profesionales altam ente cualificados —am én
p ara c re a r en él un interés auténtico po r el objeto ile m ilitares o cuasi m ilitares— que ofrecían los as-
en sí —interés que en el objeto m ism o ten d ría su úni­ lioiiautas; una im agen inevitablem ente distan ciad a
co motivo y h a lla ría su p ropia recom pensa—, sino i esperto del gran público, p o r ese m ism o c a rá c te r
p ara rem ed iar esa falta de in terés con un sustituti- ile élite superespecializada con la que era difícil la
vo que lo estim ule a aplicarse, a despecho de su fo- necesaria identificación: se decidió, así pues, al pa-
bia, en el estu d io de la asig n atu ra, para o b ten er a la tvi er, b u sc ar la form a de m odificar e sta im agen tan
p ostre un resu ltad o de conocim iento que solam ente Inadecuada com o sujeto protagonista de una haza­
u na pedagogía ignara o francam ente falaz y desho­ ña colectiva (pues com o com ún y colectiva se que­
nesta p o d ría p rete n d er equivalente al resultado de na que fuese sentida y p a rticip a d a p o r toda la
conocim iento obtenido a p a rtir de un verdadero in­ na« ión), p a ra tr a ta r de volver a «m otivar» o «incen­
terés po r el objeto, entonces, digo, se lo som ete a la t i v a r » al público con respecto a la in d u stria del es­
terap ia sintom ático-behaviourista de c rearle o apli­ lía* io. La solución p o r la que se optó fue la de
carle, com o de costado, alicientes exteriores capaces ¡ n t roducir en la tripulación, ju n to al especialista, un
de «m otivarlo» o, con aún m ás h o rríso n a palabra, lienuino rep resen tan te del average people, una p e r­

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sona c o rrien te de la calle, com o u sted o com o yo; y tura espacial» su «carácter rutinario»: «Ha sido, qui­
este papel fue el asignado a la m a e strita provincia­ zá necesario el cataclism o p a ra c a p ta r de nuevo la
na C hrista McAuliffe. Ella tal vez p o d ría reco b rar envergadura de la c a rre ra espacial (...) que ha vuelto
p a ra el decaído deporte del espacio la participación h i tinvertirse de nuevo en noticia sorprendente y con­
y el en tu siasm o de las grandes m asas. Los recobró movedora p a ra toda la hum anidad» (Editorial, Dia­
mil veces m ás de cu an to h a b ría soñado, gracias al na 16, 29 de enero de 1986). Es evidente que aquí lo
accidente en que perdió la vida, convirtiéndose en tiue tácitam ente se opone a « carácter ru tin ario » (es
la p rim e ra heroína nacional de las hazañas esp acia­ decir, repetitivo, cotidiano, habitual) es nada m enos
les. La in d u stria deportiva del espacio se ha asegu­ «iue carácter histórico, c a rá c te r del que la m uerte es,
rado así p a ra un decenio la venta de boletos en el hí no el único, sí po r lo m enos el m ás fiadero y pres-
gigantesco e stad io pirotécnico de Cabo Cañaveral. I idioso aval. Por su parte, y tam bién a propósito de
¡La m uerte vende más! In m uerte del Yiyo, Vicente Zabala, crítico tau rin o
de ABC, decía en su crónica: «Un diestro m ás que en­
VII. No es, en m odo alguno, paradójico, com o a tra en la h isto ria del a rte de to re a r ofreciendo su jo ­
prim era vista pudiera parecer, el hecho de que las sie­ ven vida p ara engrandecerla y p u rific a rla de tan ta s
te m uertes del naufragio del C hallenger hayan reh a­ i ampañas injustificadas...» («Con el dolor en el alma»,
bilitado y revalorizado la em presa del espacio, ABC, 31 de agosto de 1985), frase que se podría para-
dándole incluso un nuevo prestigio popular, del m is­ li asear perfectam ente, para aplicarla a C hrista
mo m odo y p o r idénticos resortes psicológicos en Mi Auliffe, con sólo poner «m aestra» en donde dice
que, cu a tro m eses antes, la m uerte del Yiyo, p o r cor­ «diestro» y «ciencia del espacio» en donde dice «arte
nada de toro, en Colmenar, puso fin al redondo y pro­ de torear». Pero la arrière pensée de la contraposición
longado bostezo dom inical de las plazas de toros i ut ¡na/historia y de que sólo la m uerte es la que hace
españolas, resucitando el fervor y el en tu siasm o de de verdad historia nadie la ha dejado traslucir tan cla-
los aficionados, p ara quienes el a u ra de la m uerte i ám ente com o el ex astronauta, hoy senador, John
era, sin m ás, dem ostración de la verdad de la fiesta ( ¡Icnn: «Estábam os acostum brados al éxito, sin d a r­
nacional y de la p rofundidad de los valores e sp iri­ nos cuenta de que tarde o tem prano algo así tenía que
tuales que encerraba, com o rasgos distintivos de ocurrir. La H istoria es esto, triunfo y tragedia, y el
n u e stra identidad, de tan honda raigam bre p o p u lar avance del hom bre se hace sólo a costa de golpes
al p a r que señorial, inalienables peculiaridades gra­ t omo éste». Por lo dem ás parecidos alm íbares de la
badas a fuego en las en tra ñ as m ism as de la españo- más pía y babosa sentim entalina han em badurnado
lía, esp añ o lid ad o españolez. Así, del m ism o modo sin recato ni respeto el nom bre y la m em oria del jo-
que José Luis Castillo Puche («M uerte en la arena», vencísimo torero y la m aestrita provinciana, llegan­
Diario 16, prim ero de septiem bre de 1985) daba por do, especialm ente en el segundo caso, a verdaderos
bien em pleada la m uerte del Yiyo «para que no todo extrem os de indecencia en el esquilm o del filón de
en el toreo se haga rutinario, funcional o com ercial», su indudable rentabilidad propagandística.
así tam bién, en el caso del Challenger, no han falta­
do voces que hayan encarecido el accidente por el VIII. Todos a una, los periódicos de O riente y Oc­
saludable efecto de hab erle hecho p e rd e r a la «aven­ cidente se han anticipado al co n traataq u e en la de­

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fensa de la c a rre ra espacial, frente a un a taq u e que imt la e n trad a en circulación de la nueva m ercancía,
era com pletam ente equivocado e sp e ra r de la c a tá s­ o hasta la credencial que avala y ennoblece al p o rta ­
trofe del Challenger; tan sólo u n a gran falta de cla­ dor para p o d e r p rese n tarla dignam ente ante c u a l­
rividencia sociológica podía h a c er tem er que el quiera. Se d iría que la sangre y la m u erte son a los
accidente fuese capaz de m en o scab ar m ínim am en­ tilos de los h om bres el m ás seguro y acreditado títu ­
te el prestigio del espacio. Todo lo contrario. N unca lo de g aran tía sobre el valor de c u a lq u ier cosa; y
los m uertos em pañaron la gloria de una g u e rra ni aquello que haya costado sangre y m u erte aquello
deslucieron el esp len d o r de una batalla, sino que la mismo tienen por lo m ás valioso.
sangre fue siem pre su guirnalda m ás herm osa y m ás
em briagadora. No hay n ad a en este m undo eq u ip a­ IX. Francisco G. B asterra, corresponsal de E l País
rable al a u ra arreb o lad a de la sangre y de la m uerte en W ashington, ha percibido con gran clarividencia
p a ra a d o rn a r y ennoblecer, an te los ojos de los hom ­ la ágil m aniobra de los m andam ases n o rteam erica­
bres, los e sta n d a rte s de cu a lq u ier em presa. La san­ nos —dotados de una envidiable reprise p ara estos
gre y la m u erte no solam ente aducen convicción, volantazos de 180 grad o s—, no ya p a ra convertir en
generosidad, altu ra de m iras en los m uertos, sino que éxito el fracaso, pero sí para explotar las v irtu a lid a ­
tam bién reflejan elevación, dignidad y c ertid u m b re des del fracaso en cu an to tal, v irtu alid ad es que se
p a ra la C ausa p o r la que m urieron. N adie logró ja ­ cifran especialm ente en las enorm es posibilidades
m ás ten e r ta n ta razón com o los m uertos, ni hubo de capitalización em ocional que ofrecían los m u er­
nunca argum ento m ás poderoso que sus m uertes tos. N ada podía llegarle m ás a punto que este ines­
para d e ja r a la C ausa irrefu tab lem en te convencida perado ingreso de fondos heroico-lacrim ógenos a
de sí m ism a y convencidos de ella a los dem ás. Las una em presa em ocionalm ente tan devaluada com o
m u ertes son las que siem pre han consagrado com o la del espacio; acciones que ya casi no cotizaban en
verdadera y ju sta y grande y san ta c u alq u ier Causa, la Bolsa de las em ociones populares han rem onta­
y poder d e c ir de ella «Es la C ausa p o r la que d e rra ­ do espectacularm ente el signo del m ercado y han al­
m aron su sangre nuestros padres y n u estro s ab u e ­ canzado en dos días sus m ás a ltas cotas entre los
los» ha sido siem pre un argum ento legitim ador valores del Ego nacional. «Seguim os siendo un pue­
infinitam ente m ás fuerte y m ás definitivo que el con­ blo de pioneros», les ha dicho Reagan a los n o rtea­
tenido de la C ausa m ism a. N unca es el contenido de m ericanos, «y pioneros eran los m iem bros de la
la C ausa el q u e se alega p a ra legitim ar y ju stific a r tripulación del Challenger». Si en E spaña alguien
la sangre d erram ad a, sino é sta la que siem pre es es­ dijese «seguim os siendo un pueblo de co n q u ista­
grim ida com o el aval indiscutible de la justicia, la dores» h a ría reírse a m an díbula batiente h asta a
razón y la bondad de c u a lq u ie r Causa, p o r d e liran ­ los gatos, por el contrario, el desaforado neonacio-
te, estúpida, inicua, crim inal o só rd id a que sea. Que nalism o no rteam erican o se siente halagado y e n o r­
la llam ada C ausa del Progreso —hoy p rácticam en te gullecido p o r estas niñ erías y h asta casi se las cree.
reducida a la innovación cualitativa en la tecnolo­ El P residente se ha aproxim ado incluso, peligrosa­
gía— esté sujeta a accidentes no es considerado mente, al m ussoliniano «vivere pericolosam ente»:
com o un defecto o culpa que haya que achacarle, sino «El m undo es un lu g ar peligroso —ha llegado a
com o una su erte de portazgo o de peaje que legiti- decir—•, siem pre lo ha sido cuando se es pionero, y

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nosotros sabem os que siem pre ha habido pioneros eventual invasión de un enemigo exterior extraterres-
que han dado su vida en la frontera». Así, Francisco Ire, o m ejor dicho, alienígena, que es com o ú ltim a ­
G. B asterra dice en su crónica: «... p o r encim a del mente se lo designa en los tebeos.
im pacto psicológico inicial (...) se observa ya un de­
seo de que la catástrofe estim ule el e sp íritu pionero X. El ex com batiente h erido o m utilado incurre
que creó a esta nación (...) Para m uchos se tra ta de con frecuencia en el abuso de em plear el respeto c a r­
un precio que hay que p ag ar p o r m an ten er a E sta­ nal que todo bien nacido siente po r cualesquiera
dos Unidos com o núm ero uno. Ronald Reagan (...) ha cicatrices —en cuanto puros estigm as de dolor,
sabido con gran habilidad reconducir el dolor nacio­ independientem ente de su c a u sa — com o un in stru ­
nal y convertirlo en un sentim iento positivo (...) El m ento de coacción p a ra obligarnos a extender y
Presidente (...) ha m anifestado que el fu tu ro "no es convertir ese respeto c arn alm en te otorgado a sus
de los débiles sino de los valientes. Y los trip u la n tes heridas en un respeto esp iritu al hacia la C ausa p o r
del C hallenger nos estaban llevando al fu tu ro y les la que com batiera, esgrimiendo, de esta m anera, esas
seguirem os”». «El espíritu de aventura —dice en otro heridas com o un derecho a im ponernos tal a c ata ­
lugar B a sterra —, m uy vivo aún en un país tan joven miento. Las cicatrices son p ara él com o títulos o pó­
com o E stados Unidos, e stá siendo utilizado p o r el lizas que lo a u to rizan a p a s a r al cobro el créd ito
Presidente, en esta hora triste, p ara convertir el fra ­ social que, según su criterio, ha ad q u irid o m ediante
caso en acicate.» Aquí parece que B asterra se deja el sacrificio que esos m ism os estigm as representan.
él m ism o en g añ ar p o r el invento, pues eso de «pue­ No es sino un caso m ás del fuero inm em orial y aún
blo joven» no quiere d ecir nada y aunque quisiese hoy no derogado que quiso h a c er de la sangre y de
decir algo tam poco cu ad raría, dado que el neonacio- la m u erte cre a d o ras de derecho. Y así nos lo co n fir­
nalism o norteam ericano debería se r catalogado, por mó hace poco tiem po el general Jerem y Moore, ven­
sus m arcados rasgos regresivos, m ás bien com o en¿ cedor de las M alvinas, c u an d o dijo: «Ahora las
ferm edad senil. Y el sedicente «espíritu de aventü- Falkland son nuestras, porque las hem os pagado con
ra» no es sino el elem entalism o em ocional vinculado vidas de jóvenes británicos, y todo intento de cu es­
a la m ala lite ra tu ra resu ltan te del rem ozam iento de­ tio n a r este derecho es, sin m ás, una ofensa a los
cim onónico de las arcaicas sagas fundacionales, o m uertos». El respeto y la fidelidad a los m uertos,
una regresión senil hacia las lecturas de la infancia, abusando del tem o r reverente a profanarlos, es u sa ­
con su percepción del m undo en clave de tebeo, po r do com o in stru m en to de chantaje p a ra im poner si­
m ucho que ese tebeo ad o p te los m odernos escena­ lencio sobre la C ausa p o r la que m u riero n y o bligar
rios de la ciencia-ficción. Por lo dem ás, no veo que al respeto hacia la clase de em presas de que se tra ­
tengan nada que envidiarle —en cuanto a visión del te. Por lo que atañe al Challenger, José M aría C arras­
m undo en clave de tebeo— a los delirios beduinos cal, co rresp o n sal de ABC en Nueva York, viene a
de un G adafi los dos grandes señores de la tie rra y entonar análoga cantata: «Por debajo de las lágrim as
de la guerra, que en tre las pocas y muy generales está la determ inación n o rteam erican a de co n tin u ar
cuestiones a tra ta r en su entrevista de G inebra no el program a espacial. No sólo porque el espacio es
dejaron de in clu ir la de su d eb er de aliarse y u n ir un desafío, sino porque es tam bién el futuro, y de­
sus fuerzas en defensa de la hu m an id ad co n tra la ja rlo ahora se ría una traición a los que han m uerto

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para conquistarlo». (Pero el respeto a los m uertos no íes que entregan; las C ausas profanas han h ered a­
es respeto a sus m u ertes y a sus Causas, sino respe­ do así los vicios de los viejos dioses. La resta u ra d a
to a las vidas que perdieron; h a c er que sus m uertes tonexión m ítica funciona, y la superstición del tr i­
sirvan p a ra algo es negarles a las vidas que han p e r­ buto o del precio del progreso es universalm ente
dido el derecho a no h a b e r servido p a ra nada, el p ri­ aceptada, sin u n a m ala cara ni un m al gesto, com o
vilegio de ser fin en sí m ism as. Mas p a ra esto véase lina verdadera explicación: a c a rre a r accidentes m or­
el co rolario 1.°) La sacralización de la m uerte, su tales y h asta estragos a los hom bres no es conside­
transfiguración en sacrificio, es una form a de capi­ rado com o una calam idad o com o un inconveniente
talización. Los sacrificados son una inversión; no dol progreso, sino com o su m ejor legitim ación, del
está claro si u n a inversión hecha po r ellos m ism os, mism o m odo que exigir víctim as en sacrificio p ara
por los supervivientes o p o r todos juntos. Comoquie­ o lo rg a r sus bienes, nu n ca fue considerado com o un
ra que sea, p arece que los dep o sitario s de ese capi­ «buso, u n a injusticia o hasta una canallada de los
tal son los supervivientes, que habiéndolo recibido dioses, sino la p arte que les corresp o n d ía en la rela­
com o fideicom iso se obligan a m an ten er activa su ción de intercam bio. La relación de intercam bio es
rentabilidad; de lo contrario, h a b ría defraudación. la que ejerce y m antiene la alianza entre los hom bres
Esto es lo que se expresa, con p alab ras m ás pías, v sus dioses; po r esta alianza los dioses otorgaban
cuando se dice que el sacrificio de nuestros padres a los hom bres el d isfru te de los bienes de la tierra;
y nuestros herm anos nos obliga a h a c er que su san ­ el sacrificio era, pues, el fundam ento de legitim ación
gre sea fecunda. dol u su fru cto de esos bienes. La relación de in te r­
cam bio nada tiene que ver con una relación de c a u ­
XI. M ientras el esfuerzo norm al que se aplica a sa a efecto o m edio a fin; es una relación jurídica;
c u alq u ier obra del progreso es racionalizable bajo la relación ju ríd ic a que se ejerce en este caso, m e­
la relación de causa a efecto, no pasa lo m ism o con diante la oblación del sacrificio, es, com o he dicho,
el accidente; éste es fortuito, no com putable ni pro- la del pacto o alianza p o r los que el hom bre se reco­
porcionable, se su strae p o r tanto a la transparente' noce trib u ta rio de los dioses y estos lo acogen com o
relación de ca u sa a efecto. Pero tam bién es raciona­ su vasallo. E sta conexión m ítica es la que se m antie­
lizado, au nque el recurso p a ra hacerlo sea fraudu ne in alterada cuando se habla de precio o de trib u to
lento —esto es, una racionalización en el sentido que hay que pag ar p o r el progreso. La H istoria, el
psicoanalítico de la palabra—, y, en consecuencia, un Progreso y el Futuro, lejos de su sc ita r recelo algu­
recurso irracional. Consiste en su inscripción en esa no, se vuelven dioses en quienes se puede confiar en
extraña p a rtid a de «precio» o de «tributo». La irra ­ cuanto exigen trib u to de sangre, y ju stam en te gra­
cionalidad de este recurso racionalizador lo aboca cias a exigirlo. El sacrificio, com o ejercicio de in­
inevitablem ente a re sta u ra r arcaicas conexiones m í­ tercam bio, renueva respecto de ellos la arcaica
ticas. En una palabra, que la noción de precio o de conexión, el m ítico sentim iento de alianza, de reci­
trib u to que hay que p a g a r por el progreso es una ro­ procidad y de protección. En ú ltim a instancia —y
tunda superstición. Las fuerzas adversas que el pro­ osta es mi cu estió n — es totalm ente indiferente de­
greso consigue so m eter y poner a su servicio se c ir «precio» o «tributo» o d ecir «sacrificio», porque
cobrarían, según ésta, en sangre y m u erte los pode- tan religiosa sigue siendo la concepción que yace

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bajo la idea fiscal o com ercial de un trib u to o de un moteado, p o r así decirlo, d e trá s de su disfraz, por
precio que tengam os que p ag ar p o r el progreso, la im postura que lo convierte en sacrificio, el acci­
com o era ya, en su tiem po, com ercial o fiscal la con­ dente es aceptado com o la oblación debida a los dio­
cepción que yacía bajo la idea religiosa de un sa cri­ ses del progreso, o la p a rte p o r ellos reclam ada.) En
ficio que hubiese que o fren d arles a los dioses a esta tran sferen cia a la necesidad está la racio n ali­
cam bio del u su fru cto de sus bienes. Por eso, cuando zación ideológicam ente productiva, o sea la que hace
André Fontaine, d ire c to r de Le M onde, no vacila en el suceso aceptable ante el s e n tir del público previ­
titu la r su artícu lo sobre el C hallenger precisam en­ niendo las c rític a s que p odrían poner en entredicho
te «Sacrifice» (Le Monde, 30 de enero de 1986), p ara las p ru eb as espaciales y la tecnología en general.
arran carse acto seguido con la siguiente afirm ación:
«No hay una sola etap a de la aventura hu m an a que XII. Bien es verdad, com o ya he ap u n tad o antes,
no haya sido pagada con su precio de sangre», está que tales contraataques anticipados suelen ser pasos
bien lejos de q u e re r h acer una m etáfora de la con­ en falso de la ideología oficial, siem pre m ás tem ero­
tingencia fáctica de los accidentes, o sea de la cons­ sa y suspicaz de cuanto la experiencia de las reac­
tatación e m p íric a de que los m o rtales están ciones populares podría ju stificar; una defensa que
expuestos a accidentes, si se están quietos, m enos, suele acarrearse un cierto efecto de ridículo, por ade­
y si se m ueven, m ás. No; ya la form a totalizante del lantarse, con paranoica precipitación, a ataques que
a rra n q u e «// n ’e st pas d ’é tape de ¡'aventure hum ai- nadie iba a lan zar en realidad, d isp aran d o a u n m is­
ne...» anuncia la pretensión racionalizadora de sem e­ mo tiem po y desde todos los fortines de opinión,
jan te contingencia; a c ep ta r la excepción sería com o en un único pedo atronador, la entera b atería
m en o scab ar la racionalidad: sólo si o c u rre siem pre, de los m ás grandes y solem nes topicazos, porque el
el pretendido accidente puede p e rd e r el irracional pro n tu ario de las recetas ideológicas es de fácil m a­
c a rá c te r de fortuito o de casual que com o tal acci­ nejo y se halla siem pre a mano, y todos saben al pun­
dente lo define, a fin de poder se r racionalizado como to qué es lo que tienen que decir, de qué se trata, cuál
«prix de sang», expresión con la que el lenguaje mo-i es el valor exacto de los hechos, la recta in te rp re ta ­
derno restablece la conexión m ítica del sacrificio. El ción de su sentido (m as p ara esto véase el corola­
accidente es así rescatado de la contingencia —con rio 2.°). Así, «el precio o trib u to que hay que pag ar
lo que deja de ser propiam ente accidente— y tra n s ­ por el progreso» ha sido el leitm o tiv unánim e con­
ferido a la necesidad. (La consagración de la m u e r­ tra la inexistente conjura antitecnológica que han vis­
te, o sea su conversión en sacrificio, in se rta al to en sus delirios paranoicos: «Con toda seguridad
accidente en u n a función de intercam bio, le hace ju ­ (dice el editorial de Diario 16 del 29 de enero de 1986),
g ar en ella un papel determ inado; y e sta asignación saldrán ah o ra de sus g u aridas todos cuantos abom i­
de papel se le hace equivalente a u n a tom a de sen ti­ nan de esta m agna tarea de investigación, los d em a­
do. El sentido le q u ita al accidente su propia condi­ gogos que p refe riría n u tiliz a r las inversiones en
ción definitoria: su gratuidad absoluta, su facticidad tecnología en m enesteres pedestres y terrenos, a pe­
irreductible. Deja, así pues, de se r un accidente y en­ d ir que la NASA cierre sus p u e rta s y que los E stados
tra en el reino racional de la necesidad. S uplantado Unidos d e sistan de e sta em presa, que, a su parecer,
así el hecho po r lo que se pretende su sentido, esca­ no a p o rta rendim ientos m ateriales a la hum anidad.

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Siem pre ha habido, en toda época, p a rtid a rio s de la tica de la dom inación, los del m ussoliniano «vivere
oscuridad, del u n am uniano "que inventen ellos", de pericolosamente», pues, en efecto, aquella estética de
la im aginación rom a y la inteligencia en el estó m a­ los cam isa negra, que tom aron la calavera com o b la­
go. Pero esa m uerte d ram ática de siete personas, són, de los am antes del peligro, de la dom inación y
entre ellas la profesora C hrista McAuliffe, ha de en ­ de la m uerte, fue, sin la m en o r duda, tan enem iga
tenderse (subrayado mío) com o el precio exo rb itan ­ de la carn e com o del esp íritu . La carn e y el e sp íritu
te que hay que pag ar por la o sadía de descubrir, por podrían tener, pues, el m ism o amigo, dado que al me­
el atrevim iento del progreso, p o r la arro g an cia de la nos tienen el m ism o enemigo.
conquista». (H asta aquí la cita.) El didáctico y prcs-
criptivo «ha de entenderse» subrayado po r mí seña­ XIII. Pero, volviendo al texto de Fontaine, es de no­
la ya las ínfulas de recta doctrina, de ortodoxia, con ta r cóm o tal género de racionalizaciones y pseudo-
que la ideología oficial se siente responsable de am o­ explicaciones sólo se hacen posibles en la atm ósfe­
n e sta r e ilu s tra r a la opinión. Por lo dem ás, es pinto­ ra retó rica de la alegoría. La ideología oficial, en su
resco ver cóm o el editorial quiere b a tir con una única función de d a r razón al m undo, rec u rre hoy, sobre
an d an ad a dos frentes h asta hoy bien diferenciados todo, a p rese n tarlo y explicarlo en form a de rep re­
e incluso contrapuestos: el que vulgarm ente se sue­ sentaciones alegóricas; mueve sus razonam ientos
le designar com o «m aterialista», que el diario llam a m anejando, com o sujetos totalm ente evidentes ante
«de la im aginación rom a y la inteligencia en el estó ­ los sentidos, personajes que no p odría d e te rm in a r
mago» y al cual achaca que p refe riría «utilizar las m ás que pintados en una alegoría, tal y com o en las
inversiones (...) en m enesteres p ed estres y terrenos», lám inas o los frescos del siglo XIX podíam os seña­
y el que solía se r vulgarm ente designado com o «es­ lar con un p untero tanto La In d u stria com o La Tole­
piritualista», al que el d iario se refiere com o el «del rancia, La E dad M edia, El Siroco o El Destino; casi
unam uniano “que inventen ellos” », que, a diferencia / bastab a con que los de género fem enino tom asen
del prim ero, no im pugnaba la tecnología po r su in u ­ form as —p o r cierto, siem p re notablem ente exube­
tilidad, sino p o r su ciego, acéfalo y h asta inhum ano ran tes— de m ujer, y los de género m asculino, de va­
utilitarism o, que olvidaba y aun escindía la perspec­ rón, o, a lo sumo, con que La Tolerancia, por ejemplo,
tiva plena de la persona hum ana. Pues bien, tal vez no tuviese fruncido el entrecejo. No otro es hoy el
el editorialista anduvo m ás acertado de lo que él m is­ sistem a m ás com ún de h a b la r de todo lo que nos ro­
mo se pensaba en este novedoso co n tu b ern io en tre dea. Ahora mismo, sin ir m ás lejos, e stá pasando a
esas dos facciones presuntam ente opuestas, al inten­ toda pastilla, por lo visto, po r n u estra red ferrovia­
ta r rebozarlas y a b a tirla s con e sa única perdigona­ ria, cierto im p o rtan tísim o convoy llam ado El Tren
da de «partidarios de la oscuridad». Y anda acertado de la Tecnología, que sería —según dicen los exper­
especialm ente si los contrapone, en un bloque u ni­ tos— totalm ente catastró fico perder. Así, «l ’a ven-
tario, a los que, en cam bio, aceptan y entienden la ture h u m a in e » del d irecto r de Le M onde es ya, para
m uerte «como el precio que hay que pagar por la osa­ em pezar, una alegoría sum am ente elaborada; y, sin
día de descubrir, p o r el atrevim iento del progreso, em bargo, e stá ya tan recibida y tan asim ilada, se ha
por la arro g an cia de la conquista», o sea los de la hecho tan de cu rso legal, que, sin p a ra r m ientes si­
vida com o au to afirm ació n deportiva, los de la esté­ qu iera en su índole alegórica y no digam os ponerse

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la cuestión de si hay o no hay tal aventura, todo el al m enos h a sta hoy, está bien lejos de poder hacerse
m undo da p o r bueno el razonar directam ente sobre con el ám bito de las vidas no fingidas, que se c a ra c ­
ella, sin preocuparse de convalidar la legitim idad ló- teriza ju stam en te p o r se r m ultívoco y m ultilateral.
gicoconceptual de lo que, p o r p u ra y sim ple cohe­ Naturalm ente, el expediente m ás viable, m ás común,
rencia iconográfica, nos quiere d e sp ac h a r com o e inm ensam ente m ayoritario, de fija r ese centro de
plausible sem ejante lenguaje figurado. La arm o n ía coordenadas capaz de h a c er unívoco y u n ilateral el
con la que se cruzan y revuelven, se tu rn a n y acom ­ ám bito de acción que exigen la ficción y la aventura
pasan las figuras en la danza fingida de la alegoría es en carn arlo en un sujeto hum ano al que se privi­
pretende convalidarse com o verdad de lo rep resen ­ legia com o «protagonista». H echas estas observacio­
tado. Pero h a b ría que em pezar por se ñ ala r cóm o ya nes, veamos ahora cuántas ficciones representativas
«la aventura» m ism a es un invento de la litera tu ra nos exige la construcción de una alegoría com o la
de ficción; ya H om ero lo h a b ía intuido en la Odisea: de «la aventura hum ana», según lo que por tal quie­
«Los dioses tram an y cum plen la perdición de los re en ten d er André Fontaine. El protagonista de fic­
m ortales, p ara que los venideros tengan qué contar» ción, o sea el único m odelo de sujeto idóneo p ara la
(VIII, 579-580) y C ervantes lo dem ostró con el Quijo­ aventura suele to m ar la form a de un individuo em ­
te. La acción hu m an a po r sí m ism a —sin los m alos pírico, sin g u la r determ inado, llám ese Ulises, llám e­
ejem plos de las novelerías—>si aún fuese lícito, que se Don Quijote; ju sta m e n te el poderlo d e te rm in a r
no lo es, concebir sem ejante situación, sería sin duda com o protagonista, que es algo así com o decir « pri­
m ucho m enos insensata. m er acto r en el reparto» o «prim er espada en el coso
v el cartel», indica la univocidad y unilateralidad del
XIV. Los hom bres que no som os de ficción —o al ám bito de acción que la ficción litera ria logra ju s ta ­
m enos lo creem os sinceram ente así— tenem os vidas, m ente tom ándolo a él po r único y absoluto punto
pero no aventuras; aunque, po r cierta m alicia ap ren ­ cero de todas sus coordenadas de tiem po y de lugar,
dida en las novelas, a veces nos p asan cosas o em ­ haya o no subsistem as secundarios. Por eso es redun­
prendem os excursiones a las que, no sin cierto/ dante decir, com o yo m ism o he dicho m ás a rrib a,
narcisism o, creem os poder d a r el nom bre de aven­ «protagonista de ficción»; fuera de la ficción no hay
turas. Pero, p o r su erte para nosotros y aun m ás para en verdad protagonistas, aunque no falte quien p re­
nuestros deudos y allegados, sólo los individuos no­ tenda serlo, y el ám bito de acción de las vidas no fin­
velescos tienen de veras aventuras propiam ente di­ gidas es, p o r lo mismo, com o he dicho, siem pre
chas. La aventura, por dilatado que sea el espacio en multívoco y m ultilateral. C ierto que, p ara el buen
que se desarrolle, exige en p rim e r lugar una univoci­ concierto de la navegación, la c a rto g rafía m oderna
dad y u n ilateralid ad del ám bito de acción; lo que decidió se ñ ala r en el Océano Atlántico, aguas afue­
quiere d e c ir que todos sus tiem pos y todos sus luga­ ra del Golfo de Guinea, a unos 10 grados escasos de
res se copertenezcan; y no hay m ás que una form a longitud Oeste de Libreville, capital del Gabón, y a
de que se copertenezcan: que puedan ser referidos unos 5 grados de latitud S u r de Accra, capital de Gha­
a un único, prim ero y último, centro de coordenadas, na, un punto im aginario en a lta mar, p a ra que fuese
al que podam os rem itir subordinadam ente todos los intem acionalm ente convenido como punto 0-0, o cen­
dem ás. Lo cual huelga d ecir que, afortunadam ente, tro de coordenadas del sistem a reticu la r de locali­

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zación geográfica form ado p o r los paralelos (absci­ d ecretar p o r unos y los m ism os, estatuyendo la to­
sas) y los m eridianos (ordenadas). C ierto tam bién tal copertenencia de tiem pos y lugares, no se im agi­
que, para la bu en a m archa de las A dm inistraciones, n a rá tam bién com o único y el m ism o el héroe que
se han señalado no pocas veces puntos cero en la pre­ navegue y que conquiste, que a p re n d a y que m adu-
su n ta línea de los tiem pos, d eterm inando «Eras», le, que invente y que construya, p rospere y p redo­
com o la rom ana (anno... ab urbe condita), la c ris tia ­ mine? Y esto es lo que se ha hecho; com o la categoría
na (año... a n te s/d esp u é s de Cristo), la islám ica, que literaria del concepto de aventura d em andaba com o
tom a por punto cero el lím ite inextenso entre las 0 protagonista un individuo sin g u lar unívoco y aun
horas de la m adrugada del día de la Hégira y las vein­ Idéntico a sí mismo, com o un docum ento nacional
ticu atro horas de la noche de su víspera, 15 y 14 de de identidad, fue preciso co nstruir, p ara sujeto de
julio de 622 después de Cristo, o respectivam ente, fe­ l.;i Aventura H um ana, cierto individuo bastante com ­
cha y víspera de la huida de M ahom a de La M eca a plicado. Prim eram ente, h u b o que proceder a h a c er
M edina. En am bos casos, el carto g ráfico y el crono­ de cada generación sincrónica o coetánea de hom ­
lógico, se busca, ciertam ente, esta b lec e r una univo­ bres y de pueblos «desde la noche oscura de los tiem ­
cidad y u n ilateralid ad del ám bito de acción, una pos» (ABC, «Challenger: el desafío», editorial de
copertenencia de tiem pos y lugares, que o rien tan d o lecha que no puedo precisar), probablem ente m e­
los d erro tero s del océano facilite el en co n trarse y diante un tratam ien to de com presión lateral, un úni­
destrozarse a cañonazos las escu ad ras enem igas, o co individuo definido p o r el a trib u to propio de su
que d atan d o p o r una m ism a cuenta uniform ada las sincronía —un hacha de piedra tallada, una vasija
fechas de extensión de los m ás diversos docum en­ de cerám ica, un arco, un c a rro de dos ruedas, etcé­
tos oficiales increm ente el p o d er de los controles de tera. E stablecida así una sucesión diacrònica de
la A dm inistración. C ierto que éstas son convencio­ individuos diversam ente caracterizados, aunque o r­
nes en las que el ám bito de acción hum ana ha sido denados según la prelación jerá rq u ic a de los respec-
som etido a unos criterio s de copertenencia de tiem ­ tivos atrib u to s, vino lo m ás difícil: hubo que h a c er
pos y lugares sem ejantes o siquiera equivalentes a que m ediante u r ^ especie de m etem psicosis o tra n s­
los que rigen para la ficción, salvo que im puestos so­ m igración longitudinal (casi com o la entrega del tes­
bre lo que pretendem os no fingido. Con todo, y sin tigo en una c a rre ra de relevos), cada uno de aquellos
detenernos m ás en ello, dejem os a p u n ta d a la cues­ individuos, alineados en colum na según la diacronia,
tión de si no sería el caso de exam inar hasta qué pun­ siguiese siendo, de alguna form a, el a n te rio r y p asa­
to estas m ism as convenciones, la c arto g ráfica y se, a la vez, en cierto modo, a ser el subsiguiente, que­
acaso todavía m ás la cronológica, aun dirigidas, en dando así form ada la identidad d iacrònica de toda
sus m otivaciones aparentes, por designios m ás prag­ la colum na que definía finalm ente el individuo idó­
m áticos, no son, a su vez, cóm plices o co rresp o n sa­ neo p ara protagonista de La Aventura H um ana.
l e s , por participación o perm isión, en la elaboración
de nuestra sofisticada y frau d u len ta alegoría de «La XV. Sin embargo, a este héroe tan versátil, que reú­
Aventura H um ana». ¿H asta qué punto por ese uni- ne en la identidad de su persona tan to al caverníco­
cum mare, sobre ese solus orbis, en ese tem pus la d e scu b rid o r del fuego com o al a stro n a u ta que
unum , que la cartografía y la cronología quisieron pone el pie en la luna, se le atribuyen, en cambio,

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unos rasgos de c a rá c te r extrem adam ente lim itados, XVI. La alegoría de l'aventure hum aine le ha p e r­
generalizando en él, de m odo h a rto abusivo, un m o­ m itido a Fontaine la racionalización del accidente
delo ideológico de hom bre histórica, social y h a sta como prix de sang precisam ente porque el fantasm a­
geográficam ente m uy determ inado: el ideal del euro­ górico pro tag o n ista de tal alegoría es tra n sc en d e n ­
peo burg u és ap arecido con la revolución in d u stria l te a toda contingencia. Se h a lla rá por naturaleza tan
del siglo XVIII, al m enos según las cosas que los tex­ ajeno a la facticidad del accidente com o supeditado
tos dicen de él. E n efecto, en opinión del propio An­ a la necesidad del sacrificio. C uriosa observación la
d ré Fontaine, «l'hum anité est ainsi faite qu'elle a que sigue a la prim era frase del artículo. Esta, com o
besoin de regarder au loin, en avant et au-dessus el lector recordará, decía: «Il n'est pas d'étape de
d'elle»', M itterrand, p o r su parte, en telegram a d iri­ l'aventure hum aine qui n'ait été payée de son prix de
gido a «M onsieur le p résid en t et C her Ron», decla­ sang»; la otra, a renglón seguido, dice así: «Ce n'est
ra, entre o tra s cosas, que «nous savons que rien ne pas par hasard que non seulem ent les religions m ais
décourage l ’h u m a n ité dans sa m arche en avant»-, al les idéologies nationalistes ou collectivistes qui se
p a r que el e d ito ria lista de Le M onde del m ism o 30 sont si souvent, depuis deux siècles, substituées à elles
de enero de 1986 dice a su vez: «La conquête de cette font une telle place à la notion de sacrifice». («No es
"nouvelle frontière" que constitue l ’e space figure au ninguna casu alid ad el hecho de que no sólo las reli­
nombre de ces aventures auxquelles l ’h om m e ne sau­ giones sino tam bién las ideologías nacionalistas o co­
rait échapper, sa u f à renoncer à être lui-même: hier lectivistas que, desde hace un p a r de siglos, han
la découverte du feu; aujourd'hui l'avènem ent des venido tan a m enudo a reem plazarlas hayan llegado
transportes terrestres ou aériens; dem ain peut-être la a d a r tanto relieve a la noción de sacrificio»). Al de­
maîtrise de l'univers». H arto dudoso es que estos tan cir que no es p o r casualidad (il n'est pas par hasard)
anim osos y em prendedores rasgos de c a rá c te r p u e­ quiere d e c ir que sus bu en as razones h a b rá cuando
dan ser hechos extensivos a otros hom bres que no tam bién las ideologías agnósticas, como antes las re­
sean el m odelo ideológico ideal que de sí m ism os se ligiones, conciben el vivir y el devenir hum anos su ­
hacen los propios inventores de la alegoría de La peditados a esa clase p a rtic u la r de relaciones de
Aventura H um ana. Pero ese «a m enos que renuncie intercam bio en que consiste el sacrificio. La o b ser­
a se r él m ism o» que el e d ito ria lista aplica al propio vación es tan indiscutiblé com o em inentem ente can ­
cavernícola d e scu b rid o r del fuego p arece no d u d a r dorosa. La im portancia otorgada al sacrificio por las
de la identidad de un hom o universalis que ya en la ideologías revolucionarias excede en m ucho a la que
caverna m ism a d a b a m u estra s de ese c a rá c te r indo­ le otorga el cristianism o, y va desde la m era acep ta­
m able que m añana tal vez ponga en sus m anos el ción de la esclavitud p o r p arte de Engels, com o sa­
dom inio del universo. C uanto m ás m iserable y m ás crificio necesario p a ra un determ in ad o desarro llo
ram plón es el libreto, m ás grandiosa y solem ne p a­ («Por paradójico y herético que pueda p arecer [...] la
rece q u e re r s e r la p a rtitu ra ; así e sta últim a cita ha im plantación de la esclavitud representó, en las c ir­
creído p o ten ciar su efecto acústico m ediante el a r ­ cunstancias de aquel tiempo, un gran progreso», An-
did de co m b in a r sinérgicam ente la jerg a de la iden­ tidühring), h a sta la aceptación de la necesidad de la
tidad con la estética de la dom inación {«la m aîtrise sangre y de la m u erte com o único m o to r revolucio­
de l 'univers»). nario. Como es natu ral las tendencias izquierdistas

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se acerc ará n m ás al m odelo c ristia n o (m artirológi- po r el contrario, el sacrificio el que postula al dios
co) del culto a la m uerte, m ientras que las derechis­ la hallam os m ás a rrib a en el pasaje en que se o b se r­
tas se in clin arán preferentem ente h acia el pagano; va cóm o nu n ca es la C ausa lo que se esgrim e p a ra
p ara los prim ero s el sacrificio es redentor, p ara los ju stific a r el sacrificio y la sangre derram ad a, sino
segundos es rem u n erato rio (v. gr.: «precio o trib u to siem pre, p o r el contrario, el sacrificio, la sangre
que hay que p a g a r po r el progreso»). Pero el can d o r derram ada, lo que se esgrim e para legitim ar la Cau­
de Fontaine está en h a b e r dado irreflexivam ente por sa. El sacrificio es el que crea, pues, la Causa; no ya
supuesto que los dioses han cam biado. Y los dioses la C ausa la que prom ueve el sacrificio. Y las C ausas
no han cam biado. tienen el lu g ar de dioses, dado que son lo que Fon­
taine designa com o «ideologías nacionalistas o co­
XVII. En el principio no fueron, ciertam ente, los lectivistas que, desde hace un p a r de siglos, han
dioses de los cielos los que im pusieron sacrificios venido a reem plazar a las religiones».
a los hom bres en la tierra, sino los sacrificios de los
hom bres de la tie rra los que pusieron dioses en el XVIII. Fontaine d irá todavía unas líneas m ás aba­
cielo. Por consiguiente, no es que el sacrificio haya jo: «Nés (Les États-Unis) d'une guerre de libération,
sobrevivido al cam bio de los antiguos dioses, sino ils ne sont vraiem ent devenus une nation qu'après la
que es la perp etu ació n del sacrificio lo que dem ues­ terrible épreuve de la guerre de Sécession. Com m e
tra que los dioses no han cam biado. ¡De nom bre h a­ celle de la France selon de Gaulle, leur histoire a été
b rán cam biado, y de vestido, no de condición, com o écrite par l'épée». N adie lo pone en duda salvo que,
d em uestra la renovada aceptación del sacrificio! Si­ en m odo alguno, nos hallam os ante una suerte de ra­
guen siendo los viejos dioses carroñeros, vestidos de reza o de cu rio sid ad histórica; antes, por el co n tra­
paisano, con los nom bres de H istoria o de Revolu­ rio, la rareza, h asta hoy no conocida, sería la de un
ción, de Progreso o de Futuro, de D esarrollo o de Tec­ pueblo o una nación que no fuese producto de la es­
nología. Los m ism os perros sangrientos con distintos pada. En esta apelación al sacrificio, Fontaine se ha
aunque no m enos ensangrentados collares. Más va­ desplazado a o tro terreno; ya no se tra ta de la fra u ­
lía hab er dejado en paz los dioses en sus cielos y dulenta transfiguración del accidente en prix de sang
quebrantado, en cambio, la m ítica conexión del o en sacrifice: entre la sangre d e rra m a d a p o r la es­
sacrificio, que era la fuerza que los sustentaba; ya pada y la creación de pueblos y naciones no hay ya
ellos solos se h a b ría n venido abajo desde las a ltu ­ una relación accidental. Los pueblos no pueden ser
ras, en vez de reflorecer y renovar sobre nosotros su más que productos de la sangre y las naciones no han
cruento señorío. La H istoria Universal no es sino el llegado a ser jam ás sino creaciones de la espada. El
nom bre, el d isfraz y el m aquillaje, tan pudorosa paso es im portante: la noción general de sacrificio
com o frau d u len tam en te laicos, con que el arcaico y es tra n sfe rid a de la ficción que la aplica a tra n sfo r­
sangriento Yahvé-Señor-de-los-Ejércitos, iam senex m ar el accidente en trib u to que hay que p ag ar po r
sed deo uiridisque senectus, circu la y se las bandea el Progreso a la constatación que la reconoce por su­
hoy en día im punem ente, como un viejo verde, por los prem a gestora de la H istoria. A fin de hacernos acep­
salones de m oda del agnosticism o. La prueba de que ta r la idea del accidente com o prix de sang, Fontaine
no es el dios el que dem anda el sacrificio, sino que es, quiere ofu scarn o s con la contem plación de cóm o

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toda creación, toda grandeza hum ana —y la grandeur tifica y legitim a la concepción, universalm ente ac a ­
de la France en especial— se han levantado sobre el tada, de la necesidad del sacrificio, bajo las m ú lti­
sacrificio. Pero la espada hiere o m ata, no acciden­ ples y tan diversas fó rm u las de su interpretación.
ta. La esp ad a no fue un peligro al que hubieron de
exponerse cuantos tom aron parte en levantar a Fran­ XIX. El ya referido ejem plo del ex com batiente es
cia, sino el propio in stru m en to con que fue edifica­ nòlo un caso extrem oso, ap rem iante y personal del
da. Los golpes de la espada no son, en m odo alguno, peculiar fenómeno, m ucho m ás am plio y generaliza­
accidentes que o curran durante los trabajos de cons­ do, de que todo p a trio ta suela en carecer su p a tria
trucción de u n a nación, sino la propia y norm al ac­ pix-cisamente en nom bre de los inm ensos sacrificios
tividad del in stru m en to idóneo para levantarla. Las que, según dice, costó construirla a lo largo de su his­
heridas que se reciben y se infieren d u ran te la b a ta ­ toria, cifrando en ellos tanto lo que la hace a sus ojos
lla no son el precio que hay que p a g a r p o r la victo­ tan valiosa com o lo que m otiva su d eb er de a m a r­
ria, sino el m edio de g an arla o de perderla. El la y respetarla. Aquí, pues, el valor del sacrificio
derram am ien to de sangre que ha inundado —y, a la - privaciones, esfuerzos, sangre y m uerte de cien ge­
vez, ha hecho— su historia no es el precio que ha ha­ neraciones p re c u rso ra s— tom a, con toda precisión,
bido que p a g a r po r la creación de Francia, sino el form a de crédito; y tal com o sobre el crédito de la
im pulso, el procedim iento y la arg am asa con que ha m aterna leche que m am am os se nos reclam a el am or
sido creada. Quiero decir que aquí estam os ante una debido para con nuestras m adres, así tam bién el cré­
verdadera relación de cau sa a efecto y una verdade­ dito de inm em oriales sangres d e rra m a d a s hace a la
ra relación de m edio a fin entre la sangre d e rra m a ­ p a tria que aún hoy les sobrevive acreedora a un tri-
da y la p a tria construida; aquí, pues, la relación de liuto de a m o r y reverencia p o r p a rte de quienes hoy
intercam bio, la relación sacrificial, no sustituye sino somos sus hijos, y aun, si fuese preciso, al trib u to
que se superpone, dado que es bien patente hasta qué de n u estras propias vidas, yendo, «por verla tem ida
punto se habla de «sacrificios» con respecto a los su­ y honrada, contentos tach u n d a chim pún a la m u e r­
frim ientos p o r la patria. El artificioso giro de p a s a r­ te». Entonces nosotros m ism os pasaríam os, m u rien ­
se sin m ás de la invención, fabricación y p ru eb a de do po r ella, a en g ro sa r el m onto total del crédito,
artefactos pirotécnicos a la form ación h istó ric a de haciéndonos, a nuestra vez, conjuntam ente cyh la pa­
pueblos y naciones, m anteniendo, no obstante, su ­ tria, acreedores de nuestros descendientes. La fun­
brepticiam ente unívocas respecto de am bos casos las ción de intercam bio sacrificial entre la p a tria y sus
expresiones p rix de sang y sacrifice, lleva tal vez por m iem bros constituye, así pues, una especie de flujo
único designio el de hacernos sen tir m ás apropiadas continuado y reciclante. El sacrificio crea, p o r ta n ­
y m enos sospechosas las dichas expresiones, h asta to, la p a tria y la recrea; los sacrificados, haciéndola
dejarlas in d istin tam en te hom ologadas en orden de acreedora, pasan a form ar parte de tal divinidad. Los
razón tan to ap licad as al accidente técnico del Cha­ sacrificados son ya la p a tria m ism a; la h isto ria de
llenger com o aplicadas a la h isto ria de los pueblos la p a tria no es sino la h isto ria de sus sacrificios.
y la creación de las naciones; pues la H istoria es, por Mas si la p a tria es una creación del sacrificio, y el
cierto, y sobre todo la H istoria Universal, la que m ás sacrificio co m p o rta la creación de un saldo acree­
generosa, contundente e indiscutiblem ente abona, ra- dor, entonces la función de intercam bio creadora de

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la p a tria se ría u n a form a de conexión m ítica del padecem os. La titánica y vertiginosa tu rb in a del Fu­
hom bre con tal o cual pasado que reconoce com o su turo asp ira a sus en trañ as h asta las últim as y m ás
acreedor. Cuán sum am ente lábiles llegan a ser —con­ m enudas b riz n a s de h ierb a del presente, ap elando
form e a lo que de ello se d esp ren d e— los lím ites en­ a un m añana en el que volverán al acreed o r hechas
tre p a tria e h isto ria de la p a tria nos lo m o stró De pradera de verdor perenne. El Futuro se ha vuelto,
Gaulle, q u e p o r d ecir que Francia e ra obra de la es­ pues, hoy, tan to en O riente com o en Occidente, el
pada, prefirió el giro m etoním ico del enunciado «La opio de los pueblos, en un sentido b astan te p areci­
histo ria de Francia ha sido e scrita con la espada». do al que se dijo antaño en referencia con la religión.
E sa historia, al igual que to d as las h isto ria s nacio­ Nunca ha sido el Futuro tan causa del presente com o
nales, no difiere tal vez de la contabilidad de un tem ­ ha llegado a serlo hoy. No en vano ese m ism o F utu­
plo azteca; el pueblo que req u ería de los poderes de ro es la m orada perenne de esos designios ideales
sus dioses el terren al dom inio de un im perio, los fue que precisam ente denom inam os Causas (v. gr.: «la
haciendo insaciables acreedores de víctim as hu m a­ Causa de la Libertad», «la Causa de la H um anidad»,
nas; la con tab ilid ad de tales víctim as c o n stitu iría a «la Causa del Proletariado», etcétera), las cuales nun­
la vez la h isto ria del im perio y el registro de su ad ­ ca son exactam ente fines, situados en el horizonte,
m inistración. Mas, puesto que la sangre ha sido, a por rem oto que sea, de lo alcanzable, sino m ás bien
la postre, siem pre, la única genuina c read o ra del de­ com o representaciones siem pre igualm ente a u sen ­
recho y legitim adora del poder, nada tiene de ex tra­ tes y presentes, en la p articu lar equidistancia de todo
ño que toda h isto ria se vea reducida, esencialm ente, lo virtual. Y p erm ítasem e ilu stra rlo con una cita de
a contabilidad de víctim as de sangre, o a cifra del otro texto m ío («Notas sobre el terrorism o», 1980),
pasado com o saldo acreedor. El hom bre que tiene que dice así: «Así pues, si es que de alguna form a
p a tria y tiene h isto ria es el que reconoce en su p a sa ­ es posible se g u ir hablando de fines (el texto alude
do algún saldo acreedor, y que, en com pensación, se a los m óviles de una lucha irre d en tista com o la del
reconoce a sí mismo, a su vez, com o acreedor respec­ IRA irlandés), respecto de estas luchas, no lo ^ e rá en
to del futuro. El Futuro ha acabado definitivam ente el sentido específico de unos designios prospectados,
con los dioses, al conseguir por fin hacerse con el algo que, por rem otam ente que sea, se representa de­
puesto, tan de antiguo y tan encarnizadam ente d is­ lante, sobre el horizonte, sino m ás bien com o si el
putado, de P rim e r Pagador Universal. El m onto de punto ideal del fin se hubiese levantado del horizon­
los depósitos confiados a las inm ensas cám aras aco­ te y, recorriendo un arco de noventa grados en el m e­
razadas de los su b te rrá n e o s de sus S usas y sus Per- ridiano celeste, hubiese ido a colocarse en el cénit,
sépolis, conform e a las m ás diversas operaciones com o una estrella polar, que ya no es nunca p ro p ia­
crediticias con las que los hum anos le confían h a s­ m ente un fin, pero que lo reem plaza en lo que tiene
ta el p o stre r m aravedí de sus ahorros, podría m u lti­ de térm ino de referencia de una intención y una con­
plicar m il veces m il los tesoros en cu a lq u ier tiem po ducta, com o cuando se dice de una Causa: "E s la es­
acum ulados en los tem plos de todos los dioses de la trella que ha m arcado el sentido de mi vida, la luz
tierra. Jam ás, anteriorm ente, en otro siglo alguno co­ míe ha a lu m b rad o mi cam ino, el norte que ha d irig i­
nocido, se tuvo conocim iento ni noticia de o tra m a­ do todas m is acciones", etcétera. La diferencia con
yor m iseria del presente com o la que al presente el designio reside en que e sta estrella no está p ara

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ser alcanzada, sino tan sólo p ara ser ap u n tad a com o Novati, en La rivoluzione n e ll’A frica ñera—, vemos
una referencia v irtu al perm anente, en una especie lácitam ente im plicada la concepción del sacrificio
de fu tu ro perpetuo...». como cread o r de un saldo acreedor, supuesto que
lince, com o a su m ism o yugo, la esperanza. N a tu ra l­
XX. Si De Gaulle, que logró d a r salida a la revo­ mente, la violencia tan enfáticam ente propugnada
lución argelina, accediendo po r fin a la independen­ como única vía realm ente cread o ra y rem u n erad o ra
cia de Argelia, dijo aquello de que la h isto ria de no podía ser ya la m era violencia instrum ental, prag­
Francia había sido escrita con la espada, recordemos m ática, en la que lo que c u en ta es exclusivam ente
ahora cómo, a su vez, el m artiniqués Fanón, principal el saldo del daño producido sobre el enemigo; no,
ideólogo tan to de aquel m ovim iento irre d en tista esta violencia d estin ad a a a g lu tin a r m ísticam ente a
com o de la organización revolucionaria que lo pro­ linos com batientes para hacer de ellos un pueblo uni­
tagonizó, el FLN, venía a concebir en térm inos p rá c ­ tario y fu n d a r una nación no podía p o n er el acento
ticam ente idénticos el m odo en que debía c rearse la sobre los daños inferidos —que pertenecen al orden
nueva Argelia independiente, com o nación in scrita de lo in stru m en tal— sino sobre los sufrim ientos pa­
en los registros de la H istoria; tam bién p ara Fanón decidos, las h erid as recibidas, o en una palabra, el
solam ente la espada, la violencia, era el único ins­ propio sacrificio. Ja m á s quienes, en las m ás diver­
trum ento idóneo p ara h acer definitiva, histórica, se­ sas e incontables arengas, usaron la expresión «san­
m ejante inscripción: no un m edio a falta de otros gre fecunda» estaban pensando en la del enemigo,
m ás benignos, sino el único m edio propio de la H is­ sino en la d e rra m a d a po r las propias huestes. N un­
toria, el único au tén tico in teg rad o r de pueblos y ca es, pues, a la violencia inferida, sino a la padeci­
hacedor de naciones. Bien es verdad que Fanón da a la que se le atribuye la capacidad creadora, y
estim aba que no cabía p e n sar en o tra form a a u té n ­ ¿i m enudo bajo la im agen de un aporte de sangre que
tica de independencia que la que fuese a la vez se fuese acum ulando y acum ulando en un caudal que
so c ia lm e n te re v o lu c io n a ria : «El c a m p e sin o , el no puede volver a descender y está abocado por ende
desclasado, el ham b rien to es, entre los oprim idos, u colm ar un día la vasija y desb o rd arla, d e rra m a n ­
el prim ero que descubre cóm o tan sólo la violencia es do por fin en to rno suyo el cum plim iento de su re­
rem uneradora »; de aquí que postule la sangre, no ya dención. Es una representación sublim inar, pero que
com o única vía restante, u n a vez fracasad as las de­ rige, a m enudo, con convicción de realidad. En el es­
más, sino com o positivam ente recom endable y pre­ c rito r uruguayo M ario Benedetti, de querencias iz­
ferente sobre cu a lq u ier otra, p o r ser el único m edio quierdistas, el a rd o r sacrificial entona acentos
capaz de co n so lid ar com o un solo y el m ism o pue­ todavía m ás drásticos: «En Am érica Central» —dice
blo las élites y las m asas, al hacerlas copartícipes en un artículo: «C uatro años después», El País, 2 de
en el esfuerzo de la liberación, dando así a la fu tu ra abril de 1984—, «la m uerte devasta los pueblos, pero
nación independiente la g aran tía de « estar fundada educa a los sobrevivientes. El ham bre y la m iseria
en el sufrim ien to y la esperanza (subrayado mío) de debilitan, m enoscaban, hacen m ella, pero la m uerte
todos los antiguos colonizados». En esa unión del su­ enseña a b u sc a r y e n c o n trar la vida. Es la lección
frim iento y la esperanza, subrayados p o r mí —no de más im borrable. No hay propaganda encubierta,
una cita literal de Fanón, sino de su glosador Caichi ni penetración cultural, ni lim osna desem bozada, ni

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elecciones ridiculas, capaces de conseguir que un mero sacrificio, sino incluso a su necesidad, no d es­
pueblo olvide lo que le ha enseñado la m uerte». (Has­ mienten aquí su filiación cristian a. Los hom bres no
ta aquí la cita de Benedetti.) Este a rre b a ta d o c á n ti­ solo aceptan que el sacrificio sea necesario, sino que
co a la m u erte com o m agistra vitae m u estra cóm o parece que incluso quieren que lo sea y no deje de
la concepción revolucionaria puede h a c e r resu c ita r serlo. En otro texto a n te rio r («El discreto encanto de
los m ás arcaicos dioses cruentos, con sus a lta re s la derrota». E l País, 19 de septiem bre de 1983), el m is­
siem pre sedientos de sangre, o tam bién puede ilus­ mo Benedetti, interpelando a los que c ritican d e te r­
tra r lo dicho m ás a rrib a sobre cóm o m ientras las ten­ minadas intransigencias y rigores en las que él llam a
dencias d erechistas se a rrim a b a n m ás al m odelo «revoluciones triunfantes», dice: «Si la hum anidad
pagano del sacrificio, al cu asi c o n tractu al do u t des lia dado pasos hacia adelante, ello se ha debido a esas
del precio o del tributo, p o r el contrario, las ten­ sacudidas inconfortables pero victoriosas. Y cabe
dencias izquierdistas propenden m ás hacia la in­ preguntarse: si a estos puros y estricto s de hoy les
condicional generosidad del m odelo m artirológico m erecen tan tas objeciones las gestas cubana o san-
cristiano, que no pesa su sangre p a ra c o n m en su rar dinista, angoleña o vietnam ita, ¿qué les h a b ría p a ­
la equivalencia de una felicidad com prada, sino que recido la Revolución Francesa, que m arcó su época
espera la bienaventuranza no com o pago sino com o a golpes de guillotina? Y, sin em bargo, ¿acaso esa in­
premio, de tal su erte que el venal m ercado del do ut clem encia poco m enos que institucionalizada hizo
des que predom ina en la concepción sacrificial p a ­ que fuera m enos cierto e influyente el m em orable
gana se tru e c a en el c ristian ism o en una especie de tríptico (liberté, égalité, fraternité) que desde enton-
libre y gratu ito intercam bio de generosidades, don­ i es invade y tran sfo rm a la historia?» (hasta aquí la
de ninguna de las p a rte s a n d a rá m irando en quién i ita). Nos encontram os nuevam ente en la argum en­
da más. A eso se refiere la noción de Gracia; la divi­ tación de André Fontaine: sin sacrificio no habría po­
nidad da siem pre gratis el amore, cualquiera que sea dido h a b e r ni historia, ni naciones, según la fam osa
el peso del sacrificio ofrecido p o r el hom bre, que liase de De Gaulle, que deja en la am bigüedad la
nunca sería bastante, com putado com o precio, fren­ cuestión de si la diosa Francia es ella m ism a crea-
te a la m agnitud de Dios, y siem pre se rá b astan te i ión del sacrificio, o, inversam ente, el sacrificio el
como oblación dirigida a su m isericordia. Así, la obs­ precio de sangre por ella im puesto a quienes quisie­
tin ad a confianza en el valor de la m uerte p o r sí m is­ ron ser sus hijos. Pero Benedetti refiere el sacrificio
ma, la fe incondicional en su v irtu d purificadora, a las revoluciones, g racias a las cuales, según él «la
ilum inadora, liberadora, que no creo injusto poder hum anidad ha dado pasos hacia adelante», ponien­
e x trap o lar de la enfática apología de Benedetti de do, pues, el sacrificio, no ya en la h isto ria y form a­
esa «m uerte (que) enseña a b u sc a r y e n c o n trar la ción de las naciones, sino com o gestor y gestador de
vida», rem iten fuertem ente a la concepción c ristia ­ la h isto ria en general, concebida en cuanto M archa
na del sacrificio com o vía de redención, sin que, ile la H um anidad hacia el Futuro.
puestos en sem ejante tesitura, im porte ya m ucho que
se trate de la redención individual u ltra te rre n a o de XXI. Pero ya en esta M archa de la H um anidad ha­
una redención colectiva terrenal. La aceptación de cia el Futuro estam os de nuevo en el plano altam en ­
la necesidad del sacrificio y aun el culto, no sólo al te alegórico de La Aventura H um ana, en los dom inios

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de una H isto ria Universal, que com prende tan to la VflHÍbilidad genética, ja m á s se nos tolera la inver-
sucesión de las c u ltu ras —siem pre en pretendida llOn jerárquica; tan sólo nos es lícito decir: «El sa-
progresión autosuperadora— com o los progresos po i t l i n i o es bueno porque com place a los dioses»,
líticos, hum anísticos y h asta científicos. Si la racio mientras que nos e stá totalm ente prohibido decir:
nalización del accidente del C hallenger se hizo • lo s dioses son m alos porque se com placen con el
m ediante el recurso h ab itu al p a ra racionalizar todo •ni i il icio». Así De G aulle m ira rá con buenos ojos a
sufrim iento, o sea a través de su reconducción a la Im espada p o r h a b e r escrito la h isto ria de Francia,
conexión m ítica del intercam bio sacrificial (y para |tr 11 >nunca m irará, en cambio, con m alos ojos a Fran-
h acer h onor a quien se lo m erece convendrá recor­ i I m por h ab er sido e scrita su h isto ria con la espada.
d a r las excepciones de m uchos accidentes p a rtic u ­ Il.-I m ism o modo, Engels en vez de co n d en ar los pro­
lares que son im píam ente aceptados en su absoluta c e s o s económ icos que sólo la esclavitud hizo, según
facticidad de desgracias, en su irre p ara b le e incon #1, posibles, perdona a la esclavitud p o r h a b e r pro-
solable contingencia de «cosas que pasan»), no fue |ili lado esos progresos. Y en general, en vez de po­
tanto por la preocupación de racionalizar aquel caso lín reparos a las Revoluciones o al Progreso o a la
p articu lar de accidente tecnológico, por tem or al me H istoria Universal p o r h a b e r costado tantos ríos de
noscabo que ello pudiese a c a rre a rle a la industria «migre, tan incontables m uertes y en fin tan enorm es
pirotécnica en sus actuales térm inos concretos, cuan •iic rificios, se bendicen y ensalzan la m uerte, la sa n ­
to por lo que la ausencia, po r silencio, de una tal ra­ óle, el sacrificio por h a b e r propiciado las Revolucio­
cionalización pudiese, perjudicialm ente, repercutir nes, el Progreso y la H istoria Universal. La dirección
sobre el prin cip io m ism o de la ideología oficial que del signo de la preferencia e stá excluida de la mate-
tiene concedido, de una vez por todas, al Progreso i la opinable; luego la aceptación del intercam bio es
el privilegio de c o b rarse su precio de sangre, su tri­ i Igurosam ente dogm ática.
buto en vidas hum anas o, en fin, su sacrificio. Lo que
se ha p retendido poner a salvo de entredicho no ha XXII. He oído, sin em bargo, hace pocos días
sido tanto la em presa del espacio o la tecnología, —cuando ya iba adelante con estos papeles—, por la
com o p a rtic u la re s ram as del Progreso, cuanto el indio de un taxi, una excepción. Com o ya he señ ala­
principio sacrificial com o condición m ism a del Pro­ do m ás a rrib a , al h a b la r de la equivocada paranoia
greso H um ano en general, de La Aventura H um ana, de los portavoces de la ideología oficial, no hay ra-
del Futuro, o, en fin, com o sistem a inexorable de la /ón para e sp e ra r que la ideología p o p u la r deje de
propia H istoria Universal. Pero la circularidad de cir­ 11 im p artir la m ism a concepción en lo que atañ e a la
cu n stan cias de que sea tan to el sacrificio quien de­ conexión m ítica del sacrificio con que in te rp re ta
m anda dioses, com o los dioses quienes dem andan todo sufrim iento habitual. Así, en efecto, la copla po­
sacrificios hace difícil a d iv in ar si lo que, en últim a pular que voy a c ita r reconoce del todo la conexión
instancia, se defiende es la grandeza de los dioses m ítica del sacrificio y acepta su necesidad, pero, cu-
o la necesidad del sacrificio. Con todo, lo que sí pue­ i losam ente, difiere de la ideología oficial en que,
de decirse es que la cuestión está, bajo otro aspecto, por el contrario, no co m p arte ni la valoración ni el
a p risio n a d a en el m ás riguroso dogm atism o. Pues, sum iso acatam iento. Dice así: «Los im puestos de la
a u n cuando, en contados casos, se nos ad m ita la re- m ar/n o se pagan con d in ero ,/q u e la m a r es traicio ­

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n e ra /y se cobra en m arineros». Como se ve, la racio­ liados p o r la fuga de gas de la facto ría de Bhopal de
nalización del accidente m ediante u na interpretación lu em presa norteam erican a Union Carbide, no se le
fiscal —«los im puestos de la m ar»— subsiste idén­ ocurre o tra cosa que decir en su hom ilía sino que
tica a la de la m ás sofisticada ideología oficial; aquí no tratab a de «víctim as de la tragedia que acom pa­
tam bién el accidente se racionaliza com o un in ter­ ña a veces los esfuerzos del progreso hum ano». No
cam bio: el dios N eptuno concede al pescad o r el be­ noy tan m al pensado com o p ara so sp ech ar siquiera
neficio de sus peces, pero tan sólo a cam bio de que las intenciones pontificias fuesen, en esta frase,
cobrarse alguna vez el precio en sangre de su vida. ni aun rem otam ente, las de s a c a r la c a ra p o r la em ­
La diferencia con la ideología oficial está en el hecho presa Union Carbide. Ya, po r lo pronto, la expresión
de que esta copla popular, au n aceptando la necesi­ ■tragedia que acom paña» está bien lejos de la de «tri­
dad del sacrificio, se niega a d a r po r buena, a reco­ buto que hay que pagar» y, consiguientem ente, se-
nocer com o ju sta , la in ju sticia del sistem a, ya que i la injusto decir que busque expresa y positivam ente
«la m ar», que es com o se designa aquí a Neptuno, ln conform idad de las víctim as. Q ueda en pie, sin em ­
es claram ente in su ltad a com o «traicionera», lo que bargo, la apelación a «los esfuerzos del progreso
equivale a im p u g n ar com o malvado, com o u s u rp a ­ hum ano»; y este elem ento de la tragedia, inevita­
torio, su pretendido derecho a cobrarse ese im pues­ blem ente presentado com o positivo, sí que hiede
to en vidas de hom bres com o c o n tra p a rtid a de la n atenuante, puesto que esos esfuerzos se dan p o r
riqueza en peces que concede. Ya sería, cu ando m e­ bien intencionados y orientados a m ejorar la vida de
nos, un gran paso para la alta ideología oficial el que, los hom bres. Lo m ás probable es que se le escapase
aun sin salirse de la racionalización trib u ta ria , aun ni Papa como una m uletilla, com o un comodín, com o
m anteniendo la superstición sacrificial, osase tan nlgo en lo que ya, de tan acep tad o y recibido, ni se
siquiera to m a r ejem plo de la copla, increpando de detiene siquiera el pensam iento; y al párroco de esta
traicioneros, de tiránicos, de injustos a sus dioses, m odesta p arroquia de Cracovia en que hoy se ha con­
blasfem ando de la H istoria, del Progreso, de la Tec­ vertido la C ristiandad Universal no se le va a p edir
nología, del Futuro, de cuantos dioses antiguos o mo­ uno haga cuestión teológica de si el om nipotente y
dernos sigan queriendo cobrarse su precio de sangre desenfrenado progreso tecnológico es o bra acepta a
a cam bio de sus tan dudosos dones. Mas, po r lo poco los ojos del S eñor o tiene m ás de p erversa y engaño­
que sé, creo que ni tan siquiera el m ism o Hegel, de sa m aquinación de Lucifer. Por lo pronto, sabem os
quien se dice h a b e r llegado a conocerla íntim am en­ que las facto rías de la Union C arbide no ejercen ac­
te, se haya atrevido, al m enos en un día de m alhu­ tividades en vías de experim entación, sino que es­
mor, a lla m a r hija de p u ta a la H istoria Universal, tán en fase de plena producción, y que su instalación
tal como, de creerle a él, se tenía m ucho m ás que me­ en un país com o la India responde al hecho de que
recido. países m ás ricos las rechacen, por no reu n ir las con­
diciones de seguridad que sólo esos países m enos
XXIII. Había pasado apenas una sem ana larga del necesitados pueden p erm itirse exigir. Y así, en el
naufragio del Challenger, cuando héte aquí que al Instante m ism o en el que la m oneda deje de p resen­
Santo Padre, de viaje p o r la India, celebrando en tarse escru p u lo sam en te p o r su anverso y se deje
M angalore una M isa p o r los 2.500 m uertos envene- m ínim am ente entrever por el reverso, la palabra

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«progreso» tiene ya tan indelebles connotaciones de in ic ia de la naturaleza y de la facilidad con que pro­
coartada, apesta tanto a justificación, que aun de la­ veen sin tra b a jo a las p rim eras necesidades de la
bios del Papa a los católicos indios de Goa no pudo villa, no entorpeciese los progresos de la industria»
sonarles sino a m ala pata, como quien les dijese «son (libro tercero, cap. VIII). En otro lugar, tra s h ab er
gajes del oficio». Lo pintoresco fue que quienes pro­ elogiado po r encim a de toda ponderación las c u a ­
testaron de este m entar la soga en casa del ahorca lidades n u tritiv as y la facilidad de cultivo de los
do en que venía a red u n d a r la em isión por los labios píntanos, nos cuenta lo siguiente: «En las colonias
pontificios de la p a la b ra «progreso» en aquellas c ir­ i'ftpañolas se oye rep e tir m uy a m enudo que los h a­
cu n stan cias fueron los m iem bros de u n a asociación bitantes de las tierras calientes no sald rán de la a p a ­
de Goa denom inada ju sta m e n te Unión de E studian tía en que hace siglos están sum ergidos h a sta que
tes Progresistas (pues, po r lo visto, hay progresos y una real cédula m ande d e s tru ir los platanares. A la
progresos), que el m ism o día presentó un com uni­ vendad el rem edio es violento y los que lo proponen
cado co n tra las m ultinacionales que financian en t o n tanto a rd o r generalm ente no despliegan m ás ac­
Goa progresos tipo Carbide. C om oquiera que sea, es tividad que el com ún del pueblo, al que quieren ha-
curiosa la contradictoria m ultivocidad que puede lle­ «oí trab ajar aum entando la m asa de sus necesidades.
g ar a ten er u n a p alab ra cu ando las vicisitudes de su I sperem os que la in d u stria progresará entre los me-
em pleo ideológico han sido lo b a sta n te habilidosas Iaa n o s sin que se em pleen m edios destructivos» (li­
com o p ara conseguir que tenga siem pre y en todas nio cuarto, cap. IX). H ablando m ás adelante de la
p artes bu en a prensa. Así parece h a b e r pasado con Ulan ab u n d an cia de cachalotes en las costas del Pa­
«progreso», lo que hace hoy casi im posible ra stre a r rtí ico y lam entando que los h ab itan tes de las colo­
hasta qué punto la noción m ism a de progreso nació nias españolas no aprovechen las ventajas que, para
ya com o c o a rtad a del fu ro r del lucro, com o ju stifi­ su pesca, ten d rían sobre los ingleses y los norteam e-
cación del sacrificio y m otivante de su aceptación. i n a n o s (ya que éstos, p ara llegar al Pacífico, tenían
nuil, en aquel tiempo, que ro d ear el continente des­
XXIV. La estan cia de A lejandro de H um boldt en de el Atlántico), com enta: «No es la falta de brazos
Nueva España, de casi un año de duración, se rem on­ la que podría im pedir a los h a b ita n te s de México el
ta casi a los albores del culto al dios Progreso, pues dedicarse a la pesca del cachalote; doscientos hom ­
tra n sc u rrió a caballo de los años 1803 y 1804. C ita­ bres b a sta ría n p ara a rm a r diez barcos pescadores
ré ahora unos párrafos de su Ensayo político sobre v recoger anualm ente cerca de m il toneladas de es­
el reino de Nueva España, escrito en gran m edida a perm a de ballena; esta su b stan cia p o d ría ser en lo
p a rtir de los estudios y averiguaciones hechos en venidero un a rtícu lo de exportación casi tan im p o r­
aquel viaje. H ablando de la gran v ariedad de vegeta­ tante com o el cacao de G uayaquil y el cobre de
les susceptibles de elaboración in d u stria l y com er­ ( oquimbo. En el estado actu al de las colonias esp a­
cialización que ha podido o b serv ar silvestres en la ñolas, la desidia de los h ab itan tes es un o b stácu ­
Intendencia de Veracruz, concluye: «Sólo esta inten­ lo para la ejecución de estos proyectos. En efecto,
dencia b a s ta ría p ara vivificar el com ercio del p u e r­ ¿cómo se pueden en c o n trar m arin ero s que quieran
to de Veracruz, si fuese m ayor el núm ero de los dedicarse a un oficio tan duro, a una vida tan mise-
colonos y si su desidia, efecto de la m ism a benefi- rable cual es la de los pescadores de cachalote?

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¿Cómo hallarlo s en un país en donde, según la opi­ lin aleza y la facilidad con que proveen sin tra b a jo
nión del com ún del pueblo, el hom bre es feliz sólo n las necesidades de la vida entorpecen los progre­
con ten e r plátanos, c a rn e salada, una ham aca y una sos de la industria»; a lo que, sin m odificación algu-
g u itarra? La esperanza de la ganancia es un estím u ­ int, podem os agregar, p alab ra po r palabra, la últim a
lo m uy débil, bajo una zona en donde la benéfica ilc la tercera cita: «La esperanza de la ganancia es
n aturaleza ofrece mil m edios de p ro cu rarse una lili estím ulo m uy débil, bajo una zona en donde la
existencia cóm oda y tranquila, sin a p a rtarse del pro­ llené! ica natu raleza ofrece al hom bre m il m edios de
pio país ni lu ch a r con los m onstruos del Océano» (li­ procurarse una existencia cóm oda y tranquila, sin
bro cuarto, cap. X). Si Alejandro de H um boldt parece iipartarse del propio país ni lu ch ar con los mons-
m o strar todavía el grado de hum anidad y buen sen­ li nos del Océano». H um boldt no se avendría, a te-
tido suficiente com o p ara rechazar el dem asiado inn de sus palabras, a com eter el atropello de
evidente exceso de la creación de m ano de obra ilistru ir los platanares para proveer de m ano de obra
m ediante la destrucción de los p latan ares p o r real Iiis actividades industriales, pero, ¿ p o rq u é ¡en nom ­
cédula, ello es porque tan sólo en su extrem o escan­ ine del Cielo! sigue siendo una pena para él que el
daloso se c ie rra el co rtocircuito que, com o en un lilenestar, o aun el buen conform ar, de los a p la tan a ­
chispazo, d esgraciadam ente apenas instantáneo, dos sea un entorpecim iento para los progresos de la
pone en evidencia el sinsentido y el contrasentido Industria? ¿Por qué ¡en nom bre del Cielo! sería pre-
que, lejos de ser el extrem o deliran te —com o sin lefible que el estím ulo de la ganancia fuese lo bas-
duda pensaba ingenuam ente H um boldt—, son la ver­ m nte fuerte com o para m over a quien se siente feliz
dad p ro fu n d a del Progreso todo, tal como, con c ru ­ i mi unos plátanos, unos tasajos de carn e en salazón,
dísim a evidencia, se m o straría m ás tarde. lina ham aca y una g u ita rra a a p a rta rse de una exis­
tencia cóm oda y tranquila en su país, para tom ar un
XXV. De paso diré que creo que esas poblaciones, ul icio tan d uro y una vida tan m iserable com o la del
probablem ente indias en su m ayoría, a las que esos liallenero e ir a e n fren tarse con los m o n stru o s del
c rio llo s de « esto -lo -arreg lab a-y o -en -v ein ticu atro - l >i cano? Alejandro de H um boldt no era ni un navie-
horas» (de e stilo tan español, po r lo dem ás) querían m que necesitase «vivificar el com ercio del Puerto
ec h ar al tajo de la m ano de obra asala ria d a m edian­ • le Veracruz», con m iras a fu n d ar ninguna Sociedad
te la coacción de un ham b re artificialm en te p rodu­ I'i lisiaría Transatlántica de Im portación y E xporta­
cida, no son sino las que han dado lugar a la palabra ción, ni nada podía e s ta r m ás lejos de su m ente
o rig in ariam en te a m erican a «aplatanado»; de su e r­ i|iio la idea de c re a r alguna su erte de Compañía
te que éste se ría el p rim e r insulto con que el neófito M r\icano-Prusiana de M anufacturas de Esperm a de
de la in d u stria y el progreso, p rotagonista ad hoc de ñallena’, no habían de s e r m ás que sus puras, ciegas,
la grandiosa alegoría de La Aventura H um ana, des­ i mivicciones pro g resistas las que lo obligasen a sa­
precia y deja a trá s al hijo del presente. El caso es ber siem pre a qué atenerse ante a p o ría s de tan des-
que de la prim era cita de H um boldt podem os ex tra­ i iincertante y tu rb ad o ra gratuidad, aun m ostrándose
polar, sin a lte ra r u n a palabra, la siguiente a firm a ­ el mismo consciente de la obviedad del quid pro quo
ción de hecho, realm ente contenida en la letra y el que com portaban. Ya he dicho m ás a rrib a que la ale­
esp íritu del texto: «La m ism a beneficencia de la na- a r í a de La Aventura H um ana, la grandiosa y solem-

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ne ópera del Progreso, es una com edia vieja, falsa mano. Y así com o fue unlversalizado el sujeto con
y m ala, señalando cóm o el p rotagonista ad hoc, que sus intereses tam bién lo fue su dios: el auge de la
tiene que a b a rc a r en un solo sujeto desde el caverní­ em presa se trocó en El Progreso, dios de todos, igual­
cola d e scu b rid o r del fuego h asta el pirotécnico de mente benéfico p ara todos. Puesto que el universal
Cabo Cañaveral, está, sin em bargo, construido sobre se había erigido en instan cia dirim ente, p a ra Hum-
un m odelo ideológico de hom bre tanto histó rica boldt se tra ta b a ya de que las naciones, extraindivi-
como geográfica y socialm ente m uy determ inado: el d u a lm e n te c o n s id e ra d a s , o a u n la h u m a n id a d ,
burgués europeo de la revolución in d u stria l del si­ aprovechasen m ediante el progreso las riquezas inex-
glo XVIII. El año del nacim iento de A lejandro de plotadas de la corteza terrestre; la creación de rique-
Hum boldt, 1769, coincide justam ente con la fecha de :a, com o p rincipio autosuficiente, esto es, ab straíd o
la invención de la rueca h id rá u lic a de A rckw right y • le c u alq u ier determ inación de destinatario, era mi-
con el año en que Watt p a te n ta su m áquina de vapor lada p o r él com o una em presa com ún a todos los
de doble efecto, dos piezas im p o rtan tes de tal revo­ hom bres, a la que se sub o rd in ab an com o m eras cir-
lución, y la segunda de ellas especialm ente relacio­ i (instancias contingentes las diferencias de papel en-
nada con el prim er em pleo de juventud de Alejandro: l re el em p resario y el asalariado, en tre el a rm a d o r
intendente de m inas. Se ha cria d o y ha crecido, pol­ Vel arponero; todos a una eran, indiscrim inadam en­
lo tanto, casi al com pás de la revolución industrial. te, «el hom bre que progresa», unidos p o r algo m uy
Pero las representaciones generales capaces de h a ­ su p erio r a lo que, m odernam ente, entendem os por
cer ju stic ia a la nueva situación y adecuadas a d ar un «pacto social», por su convergencia esencial en un
razón de ella se elaboraron y difundieron m uy a p ri­ univoco y universal program a hum ano (convergen­
sa, y p ara los años de la juventud de H um boldt ha­ cia que se vería reducida en el m ejor de los casos
cía ya tiem po que d e trá s de un defensor a ultranza a /meto social, cuando la evidencia de la lucha de cla­
del Progreso no había p o r qué b u s c a r un em p resa­ ses, o —p o r no u sa r p alab ras escab ro sas— de c ie r­
rio, sino que podía perfectam ente hallarse un joven tos conflictos de intereses entre el a rm a d o r y el
científico hum ano, honesto y desinteresado. arponero, em pezando por el hecho de que éste se ju ­
gaba la vida en cada lanzam iento de arpón, vino a
XXVI. Una vez que los rasgos del burgués em ­ i esq u eb rajar un tan to el panoram a). H abida cuen­
pren d ed o r h ab ían sido universalizados sincrónica y ta, pues, de que se razonaba en tal su erte de té rm i­
diacrònicam ente como los rasgos del hom bre, el pro­ nos universales y no se tratab a, p o r tanto, de la
pio e m p re sario burgués quedó escondido d e trá s de em presa del em presario sino de la Em presa de la H u­
su universalización en el personaje alegórico de El m anidad, la falta de ductilidad del a p latan ad o para
Hom bre, «el anim al que inventa, em prende y se su ­ i (invertirse en m ano de obra de actividades hasta en­
pera»; la em presa del em p resario pasó, a su vez, a tonces ex trañ as a su vida no podía ser considerada
cam uflarse tras su correspondiente universalización, i orno una m era condición, com o una diferencia ca-
tom ando la alegórica veste de La G ran E m presa de iai teriológica, etnológica, geográfica o cultural («No
la H um anidad, y el enriquecim iento em presarial fue tengo vocación de ballenero, no me tira la mar, me
despersonalizado com o «creación de riqueza», sin cusía m ás la tierra»), sino com o una deficiencia hu­
m ás determ inaciones, com o un interés universal hu­ mana en general: a aquel hom bre le pasaba alguna

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cosa, tenían que h a b e rle sentado m al los plátanos, españoles habían notado la falta de am bición de m e­
porque no respondía a los rasgos p rescrito s y pre­ tí ro en los tain o s de La E spañola y en los restantes
conizados com o propios de la hum anidad universal. pueblos caribeños, ap resu rán d o se a co n sid erarla ya
De m anera que si el aplatanado hijo del presente des­ »»•a com o una falta que indicaba su m in o rid ad hu­
m entía con sus rasgos el m odelo universal, tanto mana, ya sea com o una ta ra o un estigm a que testi­
peor p ara el aplatanado; el m odelo tenía que perm a­ m oniaba su degradación, haciéndolos, en cualquiera
necer incuestionable. Y así el aplatan am ien to era tie los casos, incapaces para gobernarse p o r sí m is­
efectivamente concebido, con plena convicción, como mos, lo que q u e ría d ecir sin la tu tela de los españo­
un estad o anóm alo, un estad o de postración o de de­ les. Se esta b a todavía m uy lejos de la Revolución
gradación. Se h ablaba de él com o de una especie de Industrial, que h a b ría de req u e rir grandes m asas de
enferm edad social, se hablaba de «desidia», de «apa­ mano de obra para la actividad fabril; y la única for­
tía»: «la ap atía en que hace siglos están sumergidos», ma de in d u stria no extractiva que h a b ría por m ucho
dice H um boldt. Así pues, un estad o de hum anidad tiempo en las Antillas, a saber, los trapiches y los in­
enferm a del que había que sa ca r a esas poblaciones, genios para la fabricación del azúcar de caña, cubrió
incluso quirúrgicam ente, com o pretendían los crio­ t asi toda su necesidad de m ano de o b ra con negros
llos que prescrib ían com o rem edio la tala de los pla­ Im portados del otro lado del A tlántico en régim en
tanares, pero que no debía de e x asp erar m enos a de esclavitud. Pese a lo cual, el c rite rio de m edida
H um boldt, au nque se detuviese ante el extrem o de para dictam in ar de la m adurez hum ana de los indios
sem ejante cirugía. C irugía que no era, po r cierto, la Vde su capacidad para auto g o b ern arse sin la tutela
ab erració n que d esb o rd ab a unos presuntos lím ites do los blancos fue, entre otros, com o en tiem pos de
«sanos» del Progreso, com o probablem ente im agina­ Humboldt, su ductilidad para servir de m ano de obra
ba H um boldt, sino la zona c rítica en que el p rogra­ cu actividades ajenas a sus hábitos de vida y ex tra­
m a en tero del Progreso se ponía en evidencia, ñas a las necesidades que podían se n tir y percib ir
d escubriendo su íntim a verdad; y los hechos se han tom o propias e inm ediatas. K arl Polanyi, en un p a­
encargado de d em o strar después h asta qué punto la saje de su obra La gran transform ación, escribe
cirugía del d esarraigo obligatorio, de la destrucción lo siguiente: «Sólo la civilización del siglo XIX fue
dem ográfica y social, no era la excepción sino la re­ económ ica en un sentido diferente y distintivo, por-
gla, h asta qué punto la Revolución In d u strial ha lle­ tpie eligió b asarse en un motivo que rara vez es re­
vado adelante su program a precisam ente a golpes de conocido com o válido en la historia de las sociedades
sem ejante cirugía. hum anas, y que ciertam en te nunca fue elevado an­
tes al nivel de un ju stificativ o de acción y conducta
XXVII. Pero ya unos 300 años antes de Hum boldt en la vida cotidiana, a saber, la ganancia (...) El me-
(y sin que se hubiese im portado aún el plátano ca­ t .mismo que el m otivo ganancia puso en m ovim ien­
n ario o c a m b u ri en las grandes Antillas, donde no to fue com parable en eficacia sólo a los estallidos
hay noticia de que se conociese ninguna especie tie fervor religioso m ás violentos de la historia». De­
autóctona, a diferencia del continente, donde se co­ jando al m argen la observación general de que el li­
nocían y com ían, no siem pre cultivadas, o tra s espe­ bro de Polanyi parece retrasa r sus fechas —al m enos
cies, com o el plátano artó n de Nueva España) los |>or lo poco que un profano com o yo cree sab er de

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ello— en unos tres cu arto s de siglo (de tal suerte que, cesidades, conform e a la m an era que lo h a ría un
po r ejemplo, en el propio párrafo citado, donde él es­ hom bre la b ra d o r de razonable saber, de los que en
cribe «siglo XIX» yo h a b ría esp erad o leer «siglo ( a stilla viven». Como puede observarse, la dosis de
XVIII»), tam b ién se ría preciso c irc u n sta n c ia r o rela- estím ulo del lucro req u erid a p ara p a s a r los exám e­
tivizar la precedente afirm ación. C ierto que lo que nes de m adurez hum ana era sum am ente m odesta: la
Polanyi denom ina «m otivo ganancia» com o dim en­ que pudiese ten e r un lab ra d o r castellano deseoso de
sión d eterm inante de la vida, la conducta y la perso­ un buen p a s a r y de una vida holgada y, a lo sumo,
na sólo llega tal vez a cum plirse plenam ente en el de poder d ejar m edianam ente heredados a sus hijos.
protagonista de la revolución industrial, aunque, con­ Por lo dem ás, a nadie a quien se haya requerido para
form e el a u to r m ism o nos señala, eso no quiere de­ mano de o b ra a sa la ria d a se le han pedido m ayores
c ir que no haya sido reconocido com o uno de tantos ambiciones, ni m enos todavía algo que pueda llam ar­
m óviles posibles del co m portam iento hum ano ya se afán de medro. Con todo, en tre las diversas res­
desde A ristóteles; y, sin em bargo, ¿cóm o com pagi­ puestas al in terro g ato rio de los jerónim os, aparece
n a r esto con el hecho de que ya apenas a principios la de un licenciado C ristóbal Serrano, el cual (cito
del siglo XVI ese m ism o «m otivo ganancia» o, con de Hanke, La lucha española p o r la justicia en la
m ejor castellano, «estím ulo del lucro», a u n referido lonquista de A m érica) «consideraba que, puesto
a diferentes térm inos de situación y de personas, que los indios no m ostraban am bición o deseo de ri­
haya ocupado quizá el lugar m ás relevante, no ya en­ queza —siendo éstos los principales m óviles que im ­
tre los m uchos y diversos ítem s recogidos en una pulsaban a los hom bres, según el licenciado, a
n eutral y d esinteresada caracterización descriptiva tra b a ja r y a d q u irir bienes—, inevitablem ente care­
de la índole n atu ral de los nuevos pueblos descu­ cerían de lo n ecesario en la vida si no los vigilaban
biertos, sino entre las siete e stric tas e ineludibles los españoles». Si la conclusión de S e rra n o era des-
preguntas consideradas com o pertinentes en el cues­ i aradam ente falaz, com o lo p ru eb a la propia su p e r­
tio n ario de la en cu esta que h ab ía de d ecidir de vivencia y aun bu en a vida de los tain o s antes de la
la capacidad o la incapacidad de aquellos pueblos llegada de los españoles, ¿cuál era, en el fondo de
p ara p o d er regirse p o r sí m ism os o ten e r que que­ todo, la cuestión? ¿En qué sentido el estím ulo del lu-
d a r sujetos a tu tela? E x tra c ta ré la tercera pregunta i it> había sido elevado a criterio decisivo de la igual­
del c u estio n ario de 1517 m andado h a c er p o r los je- dad o la inferio rid ad de los indios respecto de los
rónim os enviados a La E spañola po r el cardenal Cis- españoles? Interp retan d o las cosas a tenor de las ob­
neros: «Si saben, creen, vieron y oyeron decir que los servaciones de Polanyi —si es que las he entendido
tales indios (...) son de tal s a b e r y capacidad (...) que i orrectam en te—, no era el estím ulo del lucro, por sí
sean para ponerlos en libertad entera, y que cada uno mismo, lo que se echaba de m enos en los indios, sino
de ellos p o d rá vivir políticam ente, sabiendo adqui­ la ductilidad, la indeterm inación, la disponibilidad
r ir p o r sus m anos de qué se m antengan, ahora individual que tan c a racterísticam en te lo acom pa­
sa c a n d o o ro p o r su b a te a (...) o c o g ié n d o se [em­ ña. o sea la independencia del móvil económ ico fren­
pleándose] p o r jo rn a les o de cu a lq u ie r o tra m anera, te a d e te rm in a d as concreciones de vida y sociedad,
según acá los castellanos viven; y que sepan g u ar­ l a pretendida inferioridad del indio, a este respec­
d a r lo que así ad q uiriesen, p ara lo g a s ta r en sus ne­ to. no era sino su denodada resistencia a salirse de

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su propio, autónom o y autosuficiente circuito de cubrim iento y la conquista de Am érica estaban, pro­
autorreproducción socio-económica, para desgajarse bablem ente, entre los pueblos m ás dúctiles de E uro­
individualm ente de él e ir a engranar, tam bién indi­ pa —com o p o d ría m ostrarlo, sin más, la inm ensa
vidualm ente, en el sistem a de circulación econó­ proporción de hom bres de tie rra adentro que se lan­
m ic a de lo s e s p a ñ o le s . E s to s n e c e s ita b a n h a c e r zaron a un m a r que m uchos veían po r vez prim era,
d esap arecer tales circuitos económ icos autónom os, sin m arc ar diferencia relevante con los o riu n d o s de
para p o d er in co rp o rar a toda la población indígena la costa—, com o po r el de que las expediciones se
com o m ano de obra en su propio sistem a de in te r­ nutriesen de una población ya preseleccionada en
cam bios económ icos. Pero la desaparición de esos cuanto al porcentaje de individuos im pulsados po r
circuitos económ icos autónom os no era una m era di­ el estím ulo de la ganancia.
solución de cooperativas agrícolas, sino la franca
destrucción de una entera sociedad. S er capaces de XXVIII. Si recordam os ahora la grandilocuente
civilización venía, así pues, a identificarse, según los banalidad exudada po r el editorialista de Le Monde:
españoles —y aunque perm aneciesen inconscientes «La conquista de esta "nueva fro n te ra ” que es para
de ello—, a se r capaces de d e sin te g ra r la propia so­ nosotros el espacio figura en esa clase de aventuras
ciedad autóctona y venir a integrarse, individuo a in­ ¡i las que el hom bre no puede sustraerse, so p ena de
dividuo, a la nueva to talid ad económ ica u n ita ria ivnunciar a ser él mismo: ayer, el descubrim iento del
establecida po r los españoles. No fueron los indios luego; hoy, el advenim iento de los transportes aéreos
capaces de a p ro b a r este exam en de m adurez hum a­ v terrestres; m añana, tal vez el dom inio del univer­
na, y el p resu n to rem edio fue la tutela que vino a re­ so», tendrem os que co n clu ir que tanto los tainos de
ducirlos a siervos de la gleba, o sea, la encom ienda. la encuesta de 1517, que no querían «cogerse por jo r ­
Pero, tal incorporación pretendida y fracasada de los nales» com o m ano de obra de los españoles, com o
indios a la im posible sociedad colonial que reque­ los a p la tan a d o s m ejicanos de 1803, que no q u erían
rían la p ro sp e rid a d de los colonos, el lustre de las enrolarse de arponeros, para ir a enfrentarse con los
Indias y la siem pre en d eu d ad a hacienda real, ¿no m onstruos del Océano, representan la triste y malo-
parece, m u ta tis m utandis y a escala reducida una fia d a grey del hom bre «que ha renunciado a se r él
imagen en que se prefigura la ulterior, y esta vez exi­ mismo», que ha traicionado su identidad hum ana,
tosa, atom ización y reintegración de toda sociedad supuesto que sus rasgos no se co rresponden con los
hum ana en el homogéneo, único y centrípeto turbión •I«- su m odelo universal, ya tom em os el de la encues­
de circulación económ ica que exigirá el Progreso? ta de 1517, ya el del progresism o hum boldtiano, ya
¿No son precisam ente el desarraigo, la disponibili­ el del ed itorialista de Le Monde. Así, las críticas que,
dad, la versatilidad y la adaptación, p o r cuya falta poeo m ás adelante, Polanyi refiere al siglo XIX, pue­
catearon los españoles a los indios en sus exám enes den hacerse extensivas a los españoles de principios
de m adurez hum ana, las cu a tro p rim e rísim as v irtu ­ del xvi, por cuanto éstos anticipan, aunque fuese en
des que h a de reu n ir el hom bre de la sociedad indus­ la situación especial de las Indias, los rasgos que
tria l? Por últim o, tal vez convenga se ñ ala r que la l'olanyi refiere a la filosofía liberal: «En punto algu­
com paración puede e s ta r m uy favorecida tan to por no ha fallado tan notablem ente la filosofía liberal
el hecho de que los castellanos de la época del des­ • orno en la com prensión del problem a del cambio.

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I

Inflam ada por una fe emocional en la espontaneidad, interés individual en la posesión de bienes m a te ria ­
la actitud de sentido com ún hacia el cam bio fue des­ les; obra en form a de proteger su posición social, sus
cartada en favor de una disposición m ística a aceptar am biciones sociales, su cau dal social (...) Esos inte­
las consecuencias sociales de la m ejora económ ica, reses serán m uy distintos en una pequeña com uni­
cualesquiera que fuesen (...) ...verdades elem entales dad pesquera o cazadora de los existentes en una
del arte de g obernar tradicional, que con frecuencia vasta sociedad despótica, pero en cada caso el siste­
reflejaban las enseñanzas de u n a filosofía social he­ m a económ ico se rá regido conform e a m otivos no
redada de los antiguos, fueron b o rra d a s (...) de los económ icos». Polanyi retrasa, com o ya he señalado,
pensam ientos de la gente educada, con el ácido de al siglo XIX la generalización de lo que él llam a el
un crudo u tilita rism o com binado con una confian­ «motivo ganancia», «que ciertam en te nunca fue ele­
za poco c rític a en las su p u e sta s v irtudes curativas vado antes al nivel de un ju stificativo de acción y de
del crecim iento inconsciente». No hay p o r qué en­ conducta en la vida cotidiana»; no ob stan te lo cual,
carecer h asta qué punto cu a d ra esto con lo que los ya hem os visto cómo el licenciado Serrano, en su dic­
españoles (aun d escartan d o el factor de m ala fe y el tam en al cu estionario de 1517, tra s se ñ ala r que los
valor de c o a rta d a del fu ro r del lucro que todo ello indios no m ostraban am bición o deseo de riqueza,
tenía, elem entos, po r lo dem ás, tam poco ausentes en dice que estos son los principales m óviles que im ­
la conform ación de la ideología liberal) pretendían pulsan a los hom bres a tra b a ja r y a d q u irir bienes.
c o n stru ir en las Indias y, aun m ás, con su ignoran­ De donde se concluye que aun aceptando en sus té r ­
cia de lo que, bajo el m ism o golpe, d estru ían . Así, la m inos extrem os el dictam en de Polanyi, ya al m enos
resistencia que los indios opusieron a esos cam bios en el siglo XVI tenía que percibirse una notable di­
—cam bios que, para ellos, equivalían a la d e stru c ­ ferencia, en cu an to al aislam iento y a la asunción
ción de un m undo, de su m undo— fue in te rp re ta d a individual del estím ulo de la ganancia «como ju sti­
y valorada h asta p o r los españoles m ás d esintere­ ficativo de acción y de co nducta en la vida co tid ia­
sados y de m enos m ala fe com o un estigm a que na», entre el «labrador castellano de razonable
certificab a su inferioridad hum ana. En todo esto, saber» y el indio de las G randes Antillas. Parece fuera
naturalm ente, lo que yo no soy capaz de d efin ir en de dudas que el p rim ero esta b a al m enos b astan te
concreto es ju stam en te el quid de la cuestión; este m ás próxim o a la a c titu d que Polanyi quiere h acer
quid h a b ría que b u scarlo en el análisis de los res­ propia sólo del siglo XIX; pero la explicación del
pectivos sistem as de vida específicos de un taino, por cóm o y el porqué sólo podría sacarse de una m inu­
una parte, y de «un lab ra d o r castellano de razona­ ciosa com paración en tre am bas sociedades.
ble saber» po r la otra, con las respectivas actitu d es
económ icas resultantes, pues fue este el punto con­ XXIX. En 1517 no existía todavía El Progreso;
creto de la com paración en el que el indio no su p eró q uiero decir que no se hab ía fraguado una noción
la prueba. Pero de nuevo c ita ré a Polanyi: «El d escu­ de progreso tal com o la que, no sin c ie rta s variacio­
brim iento sobresaliente de las recientes investigacio­ nes —relativas, quizá en su m ayor parte, al lugar que
nes h istó ricas y antropológicas es que la econom ía ocupa en ella la tecnología—, viene siendo vigente
del hom bre, por regla general, queda sum ergida en­ desde los tiem pos de H um boldt h asta hoy. Pero, sí
tre sus relaciones sociales. No obra p ara proteger su es obligado reconocer, en cam bio, que había una es-

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pecie de concepción filogenètica del crecim iento o i ix), tendrem os un motivo en el que si los indios con-
desarrollo hum ano de los pueblos, acaso am b ig u a­ tinstaban ya notablem ente con «un lab ra d o r caste­
m ente situ ad o entre lo biológico y lo cultural, y de­ llano de razonable saber», habrían de c o n trastar diez
finido sobre todo en térm inos de m ayor o m enor veces m ás con la población preseleccionada de es­
«uso de razón», a im itación del c rite rio com únm en­ pañoles m ovidos a c ru z a r el Océano Atlántico por el
te aplicado al d esarro llo ontogenético del niño des­ estím ulo del enriquecim iento. Ese motivo, que todo
de la infancia h a sta la m adurez. Así, u n a y o tra vez, ahorro im plica, es la proyección del alm a hacia el
aun los m ejor intencionados —que, p o r supuesto, re­ m añana. Y H um boldt describe bien la persistencia
husaban a c h a c a r la condición del indio a un p ro ­ de esta falta de proyección todavía en los m ejicanos
ceso de degeneración— coincidían en d e c ir que los de 1804, al ec h ar de m enos, no sin un cierto deje de
indios eran «como niños», p recisan d o a veces, com o desdén, que no salgan siquiera doscientos hom bres
la p siq u iatría m oderna, h a sta la edad m ental que de­ capaces de «dedicarse a un oficio tan duro, a una
bía atrib u írseles; el ad u lto indio venía a ser, po r vida tan m iserable com o es la del pescador de ca­
ejemplo, filogenèticamente, com o un español de unos chalotes (...) en un país donde, según la opinión co­
diez o doce años. No era, pues, un hom bre de razón, m ún del pueblo, el hom bre es feliz sólo con ten er
ni siq u iera en la m edida en que podía serlo «un la­
plátanos, carn e salada, una ham aca y una g uitarra»,
b ra d o r castellan o de razonable saber» (un hom bre, para a p a rtarse de él e ir «a luchar con los m onstruos
en aquellos tiem pos, frecuentem ente analfabeto). del Océano». Dicho con la franqueza y la ingenuidad
Pero fijém onos una vez m ás en el c rite rio distintivo: con que lo dice H um boldt, puede hacernos incluso
el indio no m u estra am bición o deseo de riqueza y sonreír, al p a recem o s obvia la actitu d de los hijos
es incapaz de a h o rra r («para sus necesidades», se del presente, y la del arp o n ero sólo una opción para
añade, p orque no se ha a b stra íd o todavía la idea del desesperados. Pero la proyección hacia el m añana,
ahorro capitalizador). Pues bien, si las sociedades in­ la etern a renovación de los futuros, ha sido el n e r­
dias respondían al siguiente p o stulado de Polanyi: vio y la dem encia del Progreso desde la Revolución
«Los sistem as económ icos, p o r regla general, están In d u strial h asta hoy, y el prim ero y tal vez el m ás
in cru stad o s en las relaciones sociales; la d istrib u ­ alto «precio que ha habido que p ag ar por el progre­
ción de bienes m ateriales es asegurada po r m otivos so» es, sin duda, el presente. Desde el presente de que
no económ icos», lo p rim ero que faltaba p ara que se priva el a h o rra d o r p o r m ejo rar de casa y vecin­
sim plem ente se diese la posibilidad de esa am bición dad hasta el presente que se va robando a sí m ism o
o deseo de riqueza era el sujeto idóneo. Pues, ¿qué el asegurado po r un e n tie rro y un a ta ú d m ás osten­
significa o a p a re ja el hecho de que el sistem a econó­ tosos, puede form arse todo un abanico de im ágenes
mico estuviese incrustado en las relaciones sociales,
privadas que reflejan o im itan el espectro de la re­
sino que ningún individuo pudiese siquiera conce­ nuncia universal. La m ism a subsunción de la econo­
b irse a sí mismo, aisladam ente, com o individuo eco­ m ía del indio en la to talid ad de sus relaciones
nómico, requisito absolutam ente indispensable para sociales que im pedía la extrapolación individual de
d o tar m eram ente de sujeto a m óviles o pasiones in­ un sujeto económ ico consciente de sí mismo, y en
dividuales com o el deseo de riqueza o la am bición? consecuencia de un sujeto p a ra el deseo de riqueza
Si ahora ponem os el acento de la am bición en el aho- o la am bición de m edro personal, ob stru ía igualm en­

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te la posibilidad de la tensión proyectiva del alm a llegase a a lcan zar la m adurez de «un lab ra d o r c as­
hacia el m añana, la enajenación del hoy, y perm itía tellano de razonable saber». Cosa d istin ta es que
a los indios autopertenecerse en su presente, p erm a­ esto no resultase, al m enos en su m ayor parte, m ás
necer quedos en sí, presentes a sí mismos. A esta for­ que un pretexto para la m ás despiadada explotación;
ma de tiem po distenso y sin fu tu ro del taino o del y o tra tercera cosa es su total ineficacia pedagógi­
a p latan ad o se contrapone la form a del tiem po pro- ca, al m enos en ciertas partes, com o lo dem u estra
yectivo, vendido o hipotecado a su propio porvenir, el que tres siglos después H um boldt hallase todavía
tiem po tenso al igual que la m arom a que, desenro­ verdaderos hijos del presente, entre los que un a rm a ­
llándose vertiginosam ente, sigue al a rp ó n del a rp o ­ d o r de balleneros no e n c o n traría ni diez trip u la c io ­
nero que ha hecho blanco en el ojo o en la cerviz del nes de a 20 hom bres cada una, p a ra ir a «luchar con
cachalote. los m onstruos del Océano». Pero habiendo ya im ­
puesto el progreso su particu lar m odelo hum ano por
XXX. Lo que los españoles concibieron com o una m odelo del hom bre universal, aq uella p a rtic u la r
diferencia de edad filogenètica entre ellos m ism os idiosincrasia de los indios a la que los españoles h a ­
y los nuevos pueblos conocidos era, de d a r po r váli­ bían calificado únicam ente com o m inoría de edad
das las apreciaciones de Polanyi, una diferencia de filogenètica se h a b ría de ver diagnosticada ahora
inserción de lo económ ico en la vida social y coti­ —conform e al taxativo y excluyente c riterio de sa­
diana de los unos y los otros y, en consecuencia, una lud hum ana universal— com o una especie de e n fer­
distinta configuración tanto del tiem po com o del in­ medad colectiva en que podían caer algunos pueblos,
dividuo. Venció, po r se r m ás fuerte, el español, y así un cierto estado m órbido de postración social, sin­
pudo autoproclam arse tam bién el m ás adulto y cons­ tom áticam ente caracterizad o po r una denonada fo­
titu irse en exam inador de la m adurez del indio. No bia hacia un oficio com o el de arp o n ero o c u alq u ier
habiéndolo encontrado suficiente en «uso de razón» otro que se le asem ejase. No ha de e x tra ñ ar que la
y m ayoría de edad, lo incapacitó com o a un m enor idiosincrasia del hijo del presente fuese m irada como
y optó por su je ta rlo a su tutela. Esto quiere decir, una enferm edad, si reparam os en cóm o todavía hoy,
en el terren o de los hechos, que al ver la resistencia después de tantas y tan grandes catástrofes com o las
de los indios a em plearse, individualm ente, p o r sa­ que han resq u eb rajad o el propio pedestal de la no
lario, com o m ano de obra de los españoles, quienes, o bstante im p e rté rrita e sta tu a del Progreso, se nos
según declararon m uchas veces, sin el trab ajo de los ofrece, p a ra buena m uestra, el a p re c ia r cuán o b sti­
indios hab rían tenido que volverse a E spaña (lo cual nada y em inentem ente proyectivo sigue siendo el mo­
indica ya un rep a rto de papeles prefijado, en el que nigote m odelado en m iga de pan de sobrem esa por
los españoles se reservaban el de patronos, asig n an ­ el director de Le Monde, para protagonista de «l’Aven-
do a los indios el de trabajadores), no hallaron otro tu re H um aine»: «Mais l ’h u m a n ité est ainsi faite
m odo de ponerlos a su servicio que el de reducirlos qu'elle a besoin de regarder au loin, en avant et au-
a siervos de la gleba, m ediante el sistem a de adscrip­ dessus d ’e lle. Le progrès a besoin d'un moteur». Sea
ción personal de las encom iendas, nom inalm ente ju s ­ de ello lo que fuere, y retom ando el hilo del d escu­
tificado com o una form a de tutela, en la que el indio brim iento y la conquista, el caso es que, con enco­
hallaría la guía y la protección del español hasta que m iendas o sin ellas, fue el tiem po de los españoles.

407
el tiem po adquisitivo —en que se prefiguraba ya el o fracaso, ya, en fin, de aquello que objetivam ente
tiem po del progreso— el que se im puso a sangre y tenían prefigurado y a lo que objetivam ente a c ab a ­
fuego sobre el tiem po consuntivo en que vivían los ron conduciendo. La H istoria es vista com o una in-
hijos del presente. Si el dios Progreso no había aso ­ latigable elab o rad o ra de proyectos y fab rican te de
m ado aún al horizonte, ya el vendaval de la dom ina­ cosas m ás grandes o m ás chicas, m ejores o peores,
ción p rep arab a los cam inos de este nuevo S eñor y pero todos sus hechos son m irados en función de una
hacía rectas sus sendas. El d escubrim iento de Amé­ tal actividad. Me pregunto si sem ejante concepción
rica fue verdaderam ente una nueva p u esta en m a r­ proyectiva de la H istoria se corresponde, analógica­
cha de la H istoria, porque ofreció de pronto infinitos mente, una vez más, con la índole em inentem ente
territo rio s e innum erables pueblos a la dom inación, proyectiva del individuo m oderno y de la form a de
y no hay m ás H istoria que la H istoria de la dom ina­ tiem po en que respira. Mas preguntábam os p o r los
ción. sufrim ientos de los pueblos de u ltra m a r cuando las
g arras del águila bicéfala se clavaron sobre ellos y
XXXI. Pero viniendo a p a ra r a la dom inación, vol­ los arreb ataro n de sus vidas para sojuzgarlos y u n ir­
vemos a d a rn o s de lleno, frente a frente, y sin posi­ los bajo u n a nueva ley, un nuevo Dios y un nuevo Im ­
ble escapatoria, con la sangre y la m uerte, con la perio. La concepción proyectiva de la H istoria es la
persecución y el sufrim iento. Con respecto al inm en­ que ofrece a M enéndez Pidal el fundam ento p ara su
so m a rtirio que cayó sobre A m érica cuando, por apología del Im perio Español. En su ensayo «Vito­
m ano de los españoles, vio venírsele encim a el viejo ria y Las Casas», Menéndez Pidal contrapone las res­
m undo con todo el ingente peso de la H istoria, no pectivas actitu d es de esos dos personajes en lo que
voy a c o n sid e rar los ju icio s y las actitu d es de los de atañe a cuestiones del descubrim iento, la coloniza­
aquel tiem po, con frecuencia d isp ares hasta lo irre ­ ción y la conquista, cuestiones todas la cuales van
conciliable y, a p e sar de ello, siem pre m ás honestos, a la postre a parar, tácitam ente, a la m ás tenebrosa
m enos torticero s y, p o r decirlo de una vez, m enos y escabrosa, y única, al fin, trascendental: el m a rti­
ideológicos, que los de los hom bres de hoy, sino los rio de los indios. Este se deja adivinar, a vueltas de
de estos últim os precisam ente. La razón de ello es lo escrito y lo callado, com o el único y verdadero
que las apreciaciones de los hom bres de hoy sobre p u n c tu m pruriens que mueve el texto entero. La rea­
hechos del pasado, al no gravar sobre ellas la pre­ lidad y la atrib u ció n de ese m artirio, que había sido
sión de intereses inm ediatos, parece que deberían tam bién, por lo demás, tem a exclusivo de toda la lar­
tom ar m ás librem ente el c a rá c te r de p u ras con­ ga vida de Las Casas, es la cuestión que para sí sola
cepciones. Un rasgo que h asta la fecha he hallado acapara la preocupación del propio M enéndez Pidal.
p rácticam ente com ún a todas las h odiernas con­ Para lo que aquí interesa, los pasajes m ás útiles de
sideraciones o valoraciones sobre hechos del pasado la com paración entre am bos personajes son, a mi jui­
es el de e s ta r regidas p o r el su p u esto tácito de una cio, los que se refieren a la actitu d de cada uno de
concepción proyectiva de la H istoria. Hechos y ac­ ellos frente al Im perio Romano, todos los cuales fi­
ciones son siem pre ponderados en función ya de guran bajo el últim o epígrafe del ensayo, aunque no
aquello que subjetivam ente se cree que pretendían, voy a espigarlos por el orden en que se suceden, sino
ya de lo q ue efectivam ente consiguieron, com o éxito po r el que a mí m ás me convenga. Cito, pues, del

409
autor: «Vitoria lo recuerda [el Im perio Romano] para fundam ento m ism o de tan negros y horrendos testi­
tom arlo com o guía al ju zg a r el im perio español, monios, a p e la r a la opinión y a la valoración de los
m ientras Las Casas lo recuerda para condenarlo ju n ­ m itiguos Padres de la Iglesia con respecto al Impe-
tam ente con el im perio hispano». Casi inm ediata­ i io en que vivieron. Vuelvo a c ita r del texto: «Vito­
m ente antes leem os lo siguiente: «Los h istoriadores ria invoca a San Agustín cu ando el santo obispo de
[rom anos] refieren fríam ente las crueldades y las fe­ llipona a p ru e b a com o legítim o el im perio romano,
lonías de cónsules o pretores que degüellan m illa­ escribiendo que Dios, no pudiendo d a r su Ciudad ce­
res de indefensos iberos rendidos, m intiéndoles el laste a los antiguos rom anos por su paganism o, les
seguro dado; la presión b ru ta l con que e stru jan a los concedió el m agno im perio, com o prem io terren al
pueblos p ara sacarles m iles a m iles las libras de la debido a las grandes v irtudes terren a s que ellos
codiciada p lata hispana y oscense y del m ás codicia­ m ostraron en su a m o r a la patria, a la gloria, a la
do oro galaico; Diodoro Sículo refiere el agotador la­ dominación...»; y m ás a trá s ya ha dicho: «César es
boreo de las m inas, donde los esclavos ibéricos considerado por San Agustín com o uno de los in­
perecían a m ontones, trabajando día y noche sin res­ signes paganos que am bicionando un gran poder
piro bajo el látigo del capataz; y por ahí adelante, m ilitar y una gran g u e rra p ara ganarse gloria, en­
otras m uchas inhum anas atro cid ad es sem ejantes a grandeció con sus v irtu d es terrenas, nada c ris tia ­
las que no ya indignan con razón, sino irrita n y d es­ nas, el im perio otorgado p o r Dios a Roma». En otro
m esuran con pasión a Las Casas». Y un poco m ás lugar apela al testim onio de Prudencio: «Prudencio
abajo del p rim e r texto citado, añade todavía: «César adm irando a Fabricios, Drusos, Camilos, piensa que
refiere del modo m ás natural toda la dureza d estru c­ el im perio tuvo el alto destino de u n ir m u ltitud di­
tora de la guerra, los helvecios diezm ados, los n e r­ versa de pueblos, igualándolos po r las leyes, p o r el
vios aniquilados, los aduáticos, los vénetos, los comercio, por los m atrim onios, unidos todos en una
eburones vendidos todos com o esclavos, los germ a­ sola fam ilia, de modo que la fraternidad rom ana pre­
nos, los aváricos acuchillados h a sta los viejos, las paró el m undo p ara la venida de Cristo, en quien to­
m ujeres y los niños...»; enum eraciones de c ru e ld a ­ dos los hom bres han de herm anarse, conform es en
des e iniquidades de la antigua Roma, en las que la corazón y en mente. D entro de e sta elevada concep­
intención de M enéndez Pidal parece ser la de que s ir­ ción no queda lugar p a ra ningún criticism o de ren­
van de rejilla tras la cual el lector pueda entrever, cor». Tom ando en fin p o r m odelo el ejem plo de
com o por tran sp aren cia, las de los españoles (un g ratitud de estos c ristia n o s provinciales (hijos, por
poco al m odo en que, según cu enta Fernández de tanto, de pueblos sojuzgados) hacia el Im perio Ro­
Oviedo, contem pló P edrarias la ejecución de B alboa mano, aun a despecho de su paganism o, parece su­
y sus com pañeros: «...e desde una casa que estaba g erir que el m ism o fundam ento proyectivo —la
diez o doce passos de donde los degollaban, com o creación de la C ristiandad universal— que su stenta
a carneros, uno a p a r de otro, estab a P edrarias m i­ la indulgencia de los Padres de la Iglesia con las atro­
rándolos p o r entre las cañas de la pared de la casa cidades de la conquista y la dom inación rom anas,
o buhío...»), com poniendo com o un palim psesto que ha de serv ir de c riterio de valor p ara enjuiciar, con
haga a la vez coincidir y c o n tra sta r en una sola las cabal percepción del sentido de la H istoria, el im pe­
im ágenes de los dos Im perios, p ara poder, sobre el rio creado p o r los españoles. Aún m ás claram ente

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nos p erm ite a p re c ia r tal connivencia entre la valo­ de Indias, c o n tra ria s a la teo ría ju ríd ic a de Las Ca­
ración de cada acontecer y la ya dicha concepción sas y conform es con la de V itoria, el cristianism o,
proyectiva de la H istoria, el p á rra fo siguiente: «Se­ la civilización m oderna, nació p ara las Indias de
gún este grandioso y firm e providencialism o de P ru ­ América, uniéndolas al O ccidente europeo, a p a rtá n ­
dencio y de San Agustín, nada significa el catalo g ar dolas de las Indias del O riente asiático».
las crueldades del dom inio romano, las alevosas m a­
tanzas, los latrocinios de guerrero s y de gobernan­ XXXII. A la d octrina de San Agustín pertenece,
tes, el inicuo despojo de tan to s reyes, la opresión de por lo demás, la idea de que el Señor gobierna la His­
tantos pueblos, los perjurios, falsías y deslealtades toria m ediante el sufrim iento. Si tal idea tendiese a
que en la form ación republicana del im perio de funcionar gratuitam ente, com o un a priori, e s ta ría ­
Roma denuncia Paulo Orosio. La grandeza del fin m i­ m os tocando con la conexión m ítica del sacrificio.
nim iza la m aldad accidental que consigo pueden lle­ Bien es verdad que M enéndez Pidal no dice, que yo
var los m edios em pleados». Lo que se dice de aquel sepa, en p a rte alguna, las p a la b ras «tributo», «pre­
de quien se h ab la va referido a aquel de quien se ca­ cio» o «sacrificio», a los respectos que aquí nos in­
lla, o com o dice el refrán, «A ti te lo digo, hijuela; teresan; pero, por su tan innegable com o intensa
entiéndelo tú, mi nuera». Con respecto al Im perio Es­ concepción proyectiva de la historia, el sufrim iento
pañol, Menéndez Pidal se abstiene de a p o rta r —como de los pueblos som etidos a la dom inación rom ana
hace, en cam bio, con Rom a— la prem isa de los he­ y española se encuentra, a efectos prácticos, en
chos, p ara luego aleg ar la, a p e sar de todo, favora­ relación de intercam bio con las tan m agnificadas
ble apreciación de los cristianos, sino que pasa creaciones de la H istoria conseguidas p o r tal dom i­
directam ente a sa ca r las conclusiones, com o si la va­ nación. Como quiera que sea, lo que p ara M enéndez
lidez de lo que atañ e al Im perio Español se d esp ren ­ Pidal parece indiscutible es que el único m edio pro­
diese de lo arg um entado acerca del Rom ano con el pio de la H isto ria es la dom inación. En su libro El
autorizado apoyo de Vitoria: Las Casas no tendría, padre Las Casas, llegam os a leer: «Los im perios, a
pues, razón en su condena de las acciones de los es­ p esar de las vitandas injusticias y calam idades de
pañoles en Am érica, porque no ap ru e b a las de los m uerte inherentes a toda vida hum ana, son en la Bi­
rom anos, pero, adem ás, porque el éxito de éstos en blia y en la teología c ristia n a el grandioso in stru ­
su im perio, siem pre según la concepción proyectiva m ento con que la Providencia divina gobierna a los
de la H istoria, d em uestra el grave yerro de Las Ca­ pueblos»; y en un p asaje a n te rio r recoge tam bién la
sas en su valoración de los hechos de las Indias; y idea del im perio «como clave en el desarro llo provi­
cito una vez m ás: «Evidente es que los m il pueblos dencial de la hum anidad». Dominación y sufrim iento
de todo el Nuevo M undo no se h a b ría n unificado en están de todos m odos en el centro de su im agen de
religión, lengua y c u ltu ra jam ás, si las utópicas n o r­ la H istoria, com o fuerzas preponderantem ente po­
m as ju ríd ic a s excogitadas por Las Casas hubiesen sitivas y creadoras, o, a veces, en el peor de los ca­
sido acep tad as po r E spaña en lu g ar de las de Vito­ sos, al m enos necesarias. Pero, al rep resen tarse el
ria». Y aun rem ata M enéndez Pidal su ensayo con es­ ejercicio h istórico especialm ente com o dom inación,
tas últim as palabras: «...bajo las ad m irab les leyes propende m ás a la im agen instru m en tal del su fri­
h u m an ita ria s de los Reyes Católicos y del Consejo m iento h istó rico —la sangre en la b a ta lla —, que a

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la sacrificial. Pero, sobre la m ism a línea apologéti­ com o por el m añana, necesitan ju stific a r el s u fri­
ca de M enéndez Pidal, m entes de m ás b arro ca fan­ m iento h istórico y a m enudo tam bién rendirle cul­
tasía que el sobrio Don Ram ón han alcanzado, en ese to: el su frim ien to no puede ser gratuito, infundado
m ism o intento de en ju g ar todo un O céano y todo un e irreparable, ¡tiene que ser creador y m otivado! ¡tie­
Continente de m a rtirio m ediante el a rte de la alego­ ne que tener sentido!, así parecen c lam ar los m ás sin­
ceros.
ría, extrem os del m ás hediondo virtuosism o, com o
el de quien ju n ta n d o en uno todas las m u ertes y to­
dos los torm entos de indios y españoles, ha osado XXXIII. A lrededor de esta hoguera fantasm al,
que no calienta a nadie, pero a todos les hace im agi­
representárselos com o los inm ensos dolores del plu-
n a r que se calientan, se han congregado San Agus­
rise c u la r y gigantesco p a rto que la M adre H istoria
tín y Fanón, B enedetti y M enéndez Pidal; los cu a tro
hubo de padecer para poder llegar a d a r a luz la gran­ están inquietos, impacientes: «¿Vendrá esta noche él?
diosa y u b é rrim a prole de naciones h erm an as de la —se pregunta cada uno de ellos en silencio—, ¿No
Hispanidad. ¡Sólo faltaba esta abyección suprem a de es ya m ás de la hora? ¡Parece retrasarse! ¡Qué no­
venerar a la san g rien ta diosa bajo nom bre y con tí­ che negra y glacial si él no viniera! Mas, ¡bendito sea
tulo de m adre que con dolor da a luz im perios o cu l­ Dios! que ya se oye el gem ir de la cancela: ¡Hegel está
tu ra s o naciones! C om oquiera que sea, la idea del ya aquí!». Saluda el recién llegado a los presentes
sufrim iento, con m ás o m enos explícita connotación con un leve a se n tir de la cabeza, y apenas, com o un
sacrificial, com o algo siem pre positivam ente vincu­ m ero autom atism o, se sacude la nieve de sobre la
lado al devenir h istó rico (y digo «positivam ente» esclavina, e indiferente a q u ed ar m ás lejos de la lum ­
porque siem pre es cargado a su favor), así com o la bre, habla po r fin: «Al co n tem p lar la H istoria tam ­
general aceptación de su necesidad, es algo asom bro­ bién se puede tom ar la felicidad como punto de vista;
sam ente com partido por las ideologías m ás distantes pero la H istoria no es buena tie rra p ara que brote
y las m entalidades m ás dispares. Se presen ta com o la felicidad. Los tiem pos felices son en la H istoria
una condición connatural a la índole m ism a de la His­ páginas vacías. Bien es verdad que en la H istoria Uni­
toria, y tan to m ás acentuada, a mi entender, cuanto versal se da lo que entendem os por satisfacción, pero
m ayor intensidad llegue a c o b ra r el rasgo proyecti- ésta nada tiene que ver con la felicidad, pues la sa­
vo en la m an era de sen tirla y entenderla. Las posi­ tisfacción lo es siem pre sólo de fines que rebasan
ciones revolucionarias serán, pues, naturalm ente, en cualquier interés particular. Los fines que tienen im ­
cuanto m ás fuertem ente proyectivas, las que rindan portancia p a ra la H istoria Universal exigen volun­
m ás culto al sacrificio y se m uestren m ás prontas tad abstracta, energía, para ser llevados adelante. Los
a aceptarlo y a justificarlo. No obstante, com o ha de­ individuos con significación para la H istoria Univer­
m ostrado M enéndez Pidal, no le van m uy a la zaga sal, que han perseguido fines sem ejantes, han pro­
en indulgencia frente al su frim ien to las predisposi­ bado sin duda una satisfacción; pero han renunciado
ciones m otivadas po r c ie rta debilidad sentim ental .1 la felicid ad ».1 Hegel para de hablar, y los dem ás,
hacia la apología de un pasado, especialm ente si m e­ I. Tanto esta cita de Hegel como la que más adelante se verá
dia en ello un lazo personal, po r fantasm agórico que­ < itán tomadasdel ensayo «La revocación de la historia» de Fer-
sea, que dé pábulo a sentim ientos n arcisistas. Mas ii.indo Savater,
cuya lectura no ha dejado de ser provechosa para
parece que todos, a derecha e izquierda, por el ayer rulas mismas páginas.

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ahora m ás confortados, creen p e rc ib ir algo m enos
vagam ente el calo r nebuloso de las llam as. ¿Quién longo m ás bien que agradecerle el haberm e salva­
fue aquella figura vertical, inmóvil, aquella frente al­ do, en realidad, del m ás fatídico de los deslizam ien­
tiva, los ojos aquilinos en la qu ietu d segura del do­ tos) el ab so lu tam en te anóm alo y desconcertante
minio, aquel cuerpo todo él com o un solo y continuo antecedente de Polibio, quien ya en el siglo II antes
dolor sobreviviente, secreto tra s la p ú rp u ra im pasi­ de Cristo form uló expressis uerbis, sin equívoco po­
ble, que jam á s conoció felicidad? Richelieu, ca rd e ­ sible, la concepción proyectiva (y acaso teleológica2)
nal, c re a d o r de Francia, he ahí el ejem plo de la de la H istoria, singularm ente en cierto pasaje ina­
satisfacción sin m ezcla alguna de felicidad; he ahí pelable, que resu lta obligado tra n sc rib ir: «La pecu­
el ave rapaz que hace la H istoria, la que m ejor me liaridad de n u e stra o b ra y la m aravilla de n uestra
cu ad ra con la im agen que sugiere Hegel. Que el c ri­ época consisten en esto: en que según la Fortuna ha
terio de la felicidad no sea un criterio pertinente para hecho inclinar a una sola p arte prácticam ente todos
evaluar los hechos de la H isto ria se d esprende del los hechos del m undo, obligándolos a ten d er a un
propio com ponente histó rico de la dom inación; solo y único fin, del m ism o m odo tam bién (es nece­
quienquiera que en cu a lq u ier tiem po habló de H is­ sario) al valerse de la historia, c o n c en tra r bajo un
toria dio ya tácitam ente p o r supuesto que el único único p unto de vista sinóptico, en beneficio de los
m etro idóneo que tenía que to m a r p a ra ev alu ar sus lectores, el plan de que se ha servido la Fortuna para
el cum plim iento de la totalidad de los hechos». Aquí
hechos no podía se r m ás que el de la dom inación.
nos encontram os, po r lo pronto, con una form a de
Que los tiem pos felices sean en la H istoria páginas
veracidad —o una dim ensión de la verdad— tan nue­
vacías no quiere decir sino que en ellos no se ejerce
ningún nuevo proyecto de la dom inación, no se cum ­ va com o insólita: una veracidad que h a ría resid ir su
verdad o falsedad fuera de cualesq u iera proposicio­
ple ninguna nueva etap a del Progreso. Pero antes de
seguir con la actitu d de Hegel respecto al sufrim ien­ nes o grupos de proposiciones singulares; una ver­
to, tengo que in te rp o n er o tra cuestión. dad o falsedad que, aun dando por su p u esta la
verdad de todas y cada una de las proposiciones de
XXXIV: Si la autoconcepción em inentem ente pro- que el texto se com pone, p endería aún de la p a rtic u ­
yectiva del individuo del Progreso (hoy presunto m o­ lar organización expositiva que haya adoptado la to­
delo del hom bre universal), m adurado del todo con talidad textual. Con arreg lo a este aspecto de la
la Revolución In d u stria l del XVIII, tiene o no tiene veracidad indicado por Polibio, la historia podrá tam ­
algo que ver —en analogía con o tra s ya com entadas bién ser falsa o verdadera según la exposición res­
universalizaciones— con la concepción proyectiva de ponda o no «al plan de que se ha servido la Fortuna
la H istoria, que, por lo visto, alcanza su coronación para el cum plim iento de la totalidad de los hechos».
en Hegel —el cual, por lo dem ás, a este respecto, y En segundo lugar nos encontram os con que Polibio
al establecer tal correspondencia entre la historia de
p ara que nos cuadrasen bien las cosas, no podría en­
contrarse, cronológicam ente, m ás en su lu g ar—, es
algo que ni siquiera mi ya m ás que sobrado atrevi­ 2. Hegel se preocupa expresamente de excluir el teleologismo,
m iento osaría, ni aun con el m áxim o grado de rese r­ haciendo inmanente el proceso de despliegue de la Historia Uni­
va, establecer. Y de ello tiene la cu lp a (si es que no versal. En Polibio no hay un grado de determinación equivalente,
para excluir una interpretación teleológica.

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los hechos y los hechos de la historia, esto es, al agre­ m ism a de tal relación de necesidad en tre los p en sa­
garle a la correspondencia el com ponente proyecti- m ientos de u n a época y el entorno h istórico en que
vo o teleológico, se com prom etió en el grado m ás surgen, o sea rechazar la tesis m ism a. Venía esto a
superlativo a ser in térp rete bajo la sola in co n tras­ cuento de un caso tan e x trao rd in ariam en te sólido y
table fe de su palabra: ni nadie le podría nunca congruente com o el de Hegel p ara c o n firm a r la te­
refu tar que el orden de su exposición venía a c o rre s­ sis, po r cuanto él, com o m áxim o rep resen tan te de la
ponderse con el verdadero plan de la Fortuna, ni concepción proyectiva de la H istoria, viene a su rg ir
él, a su vez, p o d ría re fu ta r jam á s a quienes le acha­ precisam ente en el m om ento m ism o en que la auto-
casen h a b e r a trib u id o al plan de la F ortuna lo que concepción proyectiva del individuo incoada p o r la
no era o tra cosa que el orden adoptado a su albedrío Revolución In d u strial ha alcanzado su coronación.
p ara la exposición: aun m ás, ni a él ni a nadie sería Reconoceré, pues, que si la duda recae sobre este
dado p ro b a r nunca, de m odo fidedigno, si la F ortu­ ejemplo, tam bién tendrán que quedar en mayor o m e­
na tenía siq u iera un plan —fuese éste o cu alq u ier nor grado de entredicho todos los dem ás ejem plos
otro— o no tenía ninguno. El m isterio es el m ism o de «universalización» propuestos m ás a trá s en estas
que golpea al refrán: «El potro que ha de ir a la m ism as páginas, com o casos en los que el hom bre
guerra, ni lo com e el lobo ni lo a b o rta la yegua». ile cada época alza sus propios rasgos históricos par-
¿Quién p o d rá d e m o stra r si había ya todo un perver­ liculares p o r m odelo de un hom bre pan-histórico
so plan de la Fortuna al p ropiciarle el buen p arto de universal; pero a la vez, ¿cóm o d e ja r de sospecharlo
la m adre, al m a rra r su garganta la m ortal dentellada I uertem ente ante proclam aciones com o la ya repeti­
de los lobos, para ir llevando, paso a paso, al potro da de Fontaine: «L'hum anité est ainsi faite q u ’e lle a
hasta el h o rro r de la b atalla a m o rir d esp an zu rrad o besoin de regarder au loin, en avant et au-dessus
p or una bala de cañón? Sea de ello lo que fuere, la d'elle. Le progrès a besoin d ’un m o te u r»? ¿Cómo no
presencia de una concepción com o la de Polibio en el ver en sem ejante estupidez el producto retórico y ce­
siglo II an tes de Cristo pone en graves dificultades g a t o de una incoercible necesidad de autoapología
a quienes q u iera que, de un m odo o de otro, p o stu ­ de la propia época? Pero quede aquí en pie, en este
lan una c ie rta relación de necesidad en tre las condi­ estado de terrib le duda, el m isterio de Polibio, que
ciones h istó ric a s de una época y los pensam ientos aun se agrava si consideram os su fecha tan holga­
que en tal época llegan a se r form ulados, pues para dam ente p recristian a, por cuanto ni siquiera po­
d a r razón del hecho indiscutible de la analogía en­ dem os apoyarlo en el teleologism o sobrenatural
tre Polibio y Hegel, en cu an to a su concepción radi i l istiano, siendo m ás bien Polibio, con su «plan de
cálm ente proyectiva de la H istoria, o bien tendrían la Fortuna», probable inspirador de San Agustín, que
que b u sc ar ad hoc en los tiem pos de Polibio una si­ le lue cinco siglos posterior.
tuación h istó ric a suficientem ente análoga a la que
caracterizó el entorno histórico de Hegel com o para XXXV. La concepción proyectiva de la H istoria la
ju stific a r la enorm e sem ejanza, o bien red u cir esa lie descrito m ás a trá s com o aquella en que hechos
sem ejanza a una apariencia superficial, pero al cabo V acciones son siem pre ponderados en función ya de
profundam ente incom parable, o bien, en fin, relati aquello que subjetivam ente se cree que pretendían,
vizar fuertem ente o ren u n c iar del todo a la prem isa va de lo que efectivam ente se estim a que alcanzaron,

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ya, en fin, de aquello que objetivam ente tenían p re­ cuerpo a la satisfacción em ulativa de un agonism o
figurado y a lo que objetivam ente acabaron co n d u ­ lúdico, que al fin rem ite a la dom inación. Pirro, el
ciendo. Sólo e sta concepción —y este es aquí el rey de Epiro, tenía —según cuenta Plutarco en la vida
a sunto— se p resta de un m odo u otro a d a r razón que le dedica— un am igo tesaliano llam ado Cíneas,
del sufrim iento. Antes conviene, no obstante, dejar a quien tenía, po r su talento, en la m ayor estim a. «Cí­
dicho que, naturalm ente, no pretendo que ni la pro­ neas, pues —sigue literalm ente Plutarco—•, como vie­
yección ni los proyectos sean, po r sí m ism os, un in­ se a Pirro acalorado con la idea de m a rc h a r a Italia,
vento interpretativo de los historiadores, ni que sólo en ocasión de hallarle desocupado le movió esta con­
en la h isto ria y no en la vida cotidiana los hom bres versación: “Dícese, oh Pirro, que los rom anos son
se vean sujetos y aun se m uestren dispuestos a acep­ guerreros e im peran a m uchas naciones belicosas;
ta r trab ajo s y fatigas para a lcan zar proyectos, o sea, por tanto, si Dios nos concediese sujetarlos, ¿qué fruto
cum plir designios prefijados. Pero ya en este te rre ­ sacaríam os de esta victoria?”. Y que Pirro le respon­
no individual aparece toda una gradación de los dis­ dió: "Preguntas, oh Cíneas, una cosa bien m anifies­
tintos com ponentes de un designio; quiero decir que ta, porque, vencidos los rom anos, ya no nos q u e d a rá
ya en algo tan conveniente y tan sensato com o el pro­ allí ciudad ninguna, ni b árbara, ni griega, que pue­
yecto de hacerse una casa, puede e n tra r un m ayor da oponérsenos, sino que inm ediatam ente serem os
o m enor suplem ento de gastos y fatigas destinado dueños de toda Italia, cuya extensión, fuerza y po­
exclusivam ente a satisfacer im pulsos antagónicos de der menos pueden ocultársete a ti que a ningún otro”.
em ulación con el vecino: ese lujo o sten tato rio que Detúvose un poco Cíneas y luego continuó: "Bien, y
T hornstein Veblen supo ver com o sustitutivo de la tom ada Italia, oh Rey, ¿qué harem os?”. Y Pirro, que
dom inación, y, sin el cual, no obstante, el arquitecto todavía no echaba de ver adonde iba a p arar: "Allí
no h a b ría dispuesto jam á s de p resupuestos que le cerca —le dijo — nos alarga las m anos Sicilia, isla
perm itiesen llevar su a rte a mayores esplendores. Por i ica, m uy poblada y fácil de tom ar, porque todo en
otra parte, hoy m ás que nunca conocem os el caso de ella es sedición, an a rq u ía de las ciudades e im p ru ­
m illares y m illares de d e p o rtista s que se som eten dencia de los dem agogos desde que faltó Agatocles”.
denodadam ente a la co tidiana m ortificación de los “Tiene bastante probabilidad lo que propones —con­
entrenam ientos, tratando, p o r así decirlo, su propio testó C íneas—, ¿pero se rá ya el térm in o de n u estra
cuerpo a p uro golpe de fusta, com o si fuese su pro­ expedición to m ar a Sicilia?”. "Dios nos dé vencer y
pio caballo de carreras. A som bra que el deporte se triu n fa r —dijo P irro—, que tendrem os m ucho ad e­
llame culto al cuerpo, cuando consiste justam ente en lantado p a ra m ayores em presas; porque ¿quién po­
som eterlo al m ayor grado de opresión, privación y dría no p e n sar después en África y en Cartago, que
explotación posible, sacrificándolo p o r com pleto al no o frecería dificultad, pues que Agatocles, siendo
solo fin de llevar h asta la m eta al Yo que lo cabalga. un fugitivo de S iracusa y habiéndose dirigido a ella
¡Hay que ver h asta qué punto la victoria deportiva 01 ultam ente con m uy pocas naves, estuvo casi en
recuerda lo que Hegel, en el p á rrafo citado, distin ­ liada el que la tom ase? Y dueños de todo lo referido,
guía com o «satisfacción», com o d istin ta y casi in­ , podrá h a b e r alguna duda de que nadie nos opon-
com patible con la «felicidad»! El deportista renuncia di a resistencia de los enem igos que ahora nos insul­
literalm ente a la felicidad corporal y sacrifica su tan?". "N inguna —replicó C íneas—; sino que es muy

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claro que con facilidad se reco b rará la M acedonia cosa o legendaria que pueda ser la anécdota, contie­
y se d ará la ley a Grecia con sem ejantes fuerzas; pero nen ya cu an to pueda h acer falta p a ra sostener la
después de que todos nos esté sujeto, ¿qué h a re ­ dualidad en tre la «felicidad» y la «satisfacción» de
mos?". Entonces Pirro, echándose a reír, "D escansa­ la frase de Hegel. La p u e rilid a d del P irro de la anéc­
rem os largam ente —le dijo— y p asando la vida en dota puede incluso se rv ir de buen antídoto frente al
continuos festines y en m utuos coloquios, nos hol­ h isto riad o r que, defendiendo el prestigio de la H is­
garem os”. D espués que Cíneas trajo a Pirro a este toria junto con la esencial seriedad de la dom inación,
punto de la conversación, "Pues ¿quién nos estorba nos señale, en la galería de retratos, la a d u sta e im ­
—le dijo— si querem os, el que desde ahora gocemos placable serenidad de Richelieu o el fatigado e infa­
de esos festines y coloquios, supuesto que tenem os tigable ceño de águila im perial de Bism arck. Por tan
sin afán esas m ism as cosas a que habrem os de lle­ terrible renuncia a la felicidad com o la que en estos
gar e ntre sangre y entre m uchos y grandes trab ajo s dos veracísim os retrato s queda m anifiesta, la dom i­
y peligros, haciendo o padeciendo innum erables m a­ nación ha conseguido hacerse to m ar en serio po r la
les?".» H asta aquí Plutarco. N aturalm ente, ningún H istoria, com o el incontenible c a rro de bronce que
historiador está hoy dispuesto a tom ar en serio a Pirro la lleva. Richelieu hizo a Francia, B ism arck creó el II
(quien apenas si debe algún renom bre al hecho de Reich, P irro no fue m ás que un aventurero —d iría
habérselo p restado proverbialm ente a las victorias un h isto ria d o r—•, y hay que q u ita rlo de esa galería
m uy desventajosas), y m enos todavía si tuviese que de los hom bres serios. Pirro desacredita, d e sau to ri­
a c ep ta r com o no legendaria la anécdota tran scrita. za el principio de la dom inación a causa de su livian­
Un tipo de «condottiero» com o Pirro, un rey que, se­ dad de «condottiero», pero, a la vez, las m uertes
gún la anécdota, hace un auténtico deporte del ejer­ infligidas, la sangre derram ad a, el dolor y el estrago
cicio de la dom inación es, ya en principio, una figura producidos en todas sus cam pañas no clam an al cie­
que la h istoriografía m oderna no puede to le rar en­ lo con voz ni con p alab ra diferentes de las de otro
tre sus páginas, porque iría en d etrim en to de la cu alq u ier episodio del principio de dom inación por
a u to rid ad que hoy la H istoria pretende m antener. históricam ente respetable que se lo considere; el pe­
¡Aviados e sta ría m o s si hubiésem os de a c e p ta r y de ligro está en que las víctim as de esa dom inación te­
incluir en la cadena de la causación h istó rica móvi­ nida por históricam ente respetable se miren y lleguen
les tan poco serios com o las lúdicas fan tasías heroi ;i verse en el espejo de las víctim as de Pirro com o
cas de un joven rey am igo de las arm as! Pues, sí, en gratu itas com parsas de un capricho y se les venga
efecto, aviados estaríam o s y bien aviados que e sta­ de pronto abajo la convicción de la necesidad histó-
mos, ya que precisam ente la exclusión, la ocultación i ica de sus propios sufrim ientos.
o el cam uflaje de ese elem ento lúdico hace desde el
principio fra c a sa r cu a lq u ier intento de com prender XXXVI. Ya antes he dicho cóm o sólo la concep­
y d e sen m a sca rar la n aturaleza m ism a del im pulso ción proyectiva de la H istoria se p resta a fundam en­
de dom inación. Los goces de los presentes festines y tar la justificación del sufrim iento, com o se ha visto
coloquios que Cíneas encarecía ante los ojos de Pirro, i|ue hacía M enéndez Pidal al d a r por bien em plea­
frente a las gu erras y los innum erables trabajos dos todas las m uertes y todos los torm entos de la do­
y peligros que éste le prospectaba, p o r infantil y jo­ m inación rom ana por h ab er hecho posible la m agna

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creación h istó rica del Im perio Romano, y po r igual­ dom inación, que el ejercicio de la dom inación m is­
m ente bien em pleados todas las m u ertes y todos los ma com o un acontecer p o r separado, ya en su d ecu r­
m artirio s de la dom inación hispánica en Am érica so, ya en su asentam iento. Tal vez, m ás que o tra
p or h a b e r hecho posible la no m enos m agna c re a ­ cualquier cosa, ha sido la im ponente m ole de las re­
ción h istó rica del Im perio Español. Si los proyectos liquias testim oniales de c u alq u ier orden, de los do­
de la proyección h istó rica naciesen en la consciente cumentos, que todo im perio suele d e ja r d etrás de sí,
voluntad de un individuo com o sujeto agente, en vez lo que ha suscitado en él u n a im borrable sensación
de responder —com o decía Polibio— a un «plan de de «grandeza»; los hom bres son tan sensibles a la du­
la Fortuna», sólo su m ala calidad com o dom inador o dosa em oción, al sospechoso sentim iento que soli­
su mal tino en determ inado trance contingente dis­ cita en ellos la cu alid ad difícilm ente objetivable de
tinguiría el proyecto de dom inación de Pirro de otros «grandeza», que llega a cegarlos h a sta el punto de
p ro y ecto s m á s a fo rtu n a d o s . Si p o r el c o n tra rio , no ver tan siquiera cóm o la configuración de un gran
los proyectos de la H isto ria responden sólo a un im perio es siem pre la de un m on stru o ad m in istra ti­
«plan de la Fortuna», entonces Pirro no alcanzó sus vo arterioesclerótico, anquilosado casi h asta la p a­
designios de dom inación porque no estab a entre los rálisis, inabarcable, ingobernable, anárquico y, sobre
elegidos para d a r cum plim iento al plan de la Fortuna. lodo, cread o r constante de desequilibrio, injusticia
En uno u otro caso, com o siem pre hay que e sp era r y sufrim iento; y, en fin, incluso desde el punto de vis­
al porvenir para d a r razón de los padecim ientos del ta político, u n a construcción detestable. Sospecho
pasado, se tiene la m aloliente sensación de e sta r ante que esa d o rad a aureola de «grandeza» que deja tan
un rastre ro y m endaz acto de reparación o d esag ra­ boquiabiertos a los espectadores de un im perio no
vio, casi com o si la propia proyectividad histórica hu­ se refiere, en el fondo, a su presente actu alid ad de
biese sido excogitada ad hoc p a ra h a c er a c ep ta r el informe y gigantesco m o n stru o antediluviano, sino
su frim iento y su necesidad; que fuese ya el Im perio a su todavía no apagado resplandor de trofeo de una
Español lo que se estaba edificando en los prim eros em presa de dom inación. (De igual m anera, no es la
atropellos infligidos a los tainos de H aití en modo perfección de la belleza actualm ente presente y p a­
alguno parece una declaración fundada en la nece­ cíficam ente poseída de lo s cu atro caballos de b ron­
sidad de ex p licar cóm o surgió ese im perio, sino en ce del estadio de C onstantinopla instalados en la
la voluntad de exonerar a los autores de tales a tro ­ lachada de San M arcos de Venecia lo que p odría d a r
pellos. Pero este quid pro quo puede d epender del razón del a u ra de incom parable gallardía que pone
hecho de que M enéndez Pidal se en cu en tra ya en la en el corazón de quien los m ira una em oción que no
posición de un apologista de dos m undos cu ltu rales puede resistir, sino su n aturaleza de trofeo dep red a­
en los que cree y cuyas instituciones, de las que es do por la violencia de las arm as, cuando Venecia, en­
un buen conocedor, a p ru e b a y hasta adm ira; tam po­ cañando a la entera C ristiandad, desvió la C uarta
co se le escapa que esos m undos han surgido los dos Cruzada y capitaneó con sus galeras el asalto y la
bajo la fó rm u la de im perios y, en consecuencia, no loma de Bizancio. A despecho del hondo y clarividen-
han podido ten er otro in stru m en to que el de la do­ tc análisis de T hornstein Veblen, ninguna sincera y
m inación. Pero parece h ab er considerado y pon­ l)ien asim ilada voluntad m oral podrá por sí sola raer
derado antes los resultados institucionales de tal de la em oción estética ese m aligno ingrediente de

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violencia y de depredación; no, ninguna m oral podrá no de los indios, pues en tal caso nada h a b ría tenido
jam ás te n e r éxito alguno con adm oniciones perfec­ que reconciliar en su conciencia; si justificó, con toda
tam ente razonadas de «esto debe g u starte y esto no», la torpeza que se quiera, aquellos sufrim ientos, fue
pretendiendo —por poner un ejem plo m ás pal­ |xjrque verdaderam ente se le interponían, como muy
m ario— que la universal predilección estética por espinosas objeciones de conciencia, a la devoción his­
las rapaces y po r los felinos —fam ilias depredado­ tórica que, en modo alguno, quería m enoscabar. Pero
ras por antonom asia y m ás ostensiblem ente dotadas el hecho de que necesitase, p o r falaz y am añado que
para la agresión— sea sustituida, de la noche a la til cabo resultara, hallar, en su conciencia, cu alq u ier
m añana, p o r preferencias regidas po r im pulsos más suerte de hueco en que los sufrim ientos de los in-
pacíficos.) Así, no puedo llegar a creerm e plenam ente ilios encontrasen cobijo y acom odo, no es sino una
que la p retendida adm iración por las «m agnas crea­ m uestra m ás de que el dolor jam ás d ejará de ocu­
ciones de la H istoria» sea ajen a a su c a rá c te r de tro ­ par el p rim e r puesto en la m ala conciencia univer­
feo, o sea, que no com porte un elem ento principal sal. Todas las tram pas, todas las rebeliones, todos los
retrospectivo de adm iración por el im perio en cuanto cinismos, todas las hipocresías, todas las neurosis,
«gesta de la dom inación». Sólo cuando ha de enfren todos los disim ulos, todas las supersticiones, todos
tarse a las víctim as del ejercicio de la dom inación, los dogm atism os, todos los rencores, se originan en
que clam an p o r la ju sticia de sus sufrim ientos, se­ esta universal m ala conciencia y en el denodado em ­
para M enéndez Pidal el acto de creación de lo crea peño p o r re h u ir el trance de m ira r cara a cara el es­
do; con e sta separación com pletam ente artificiosa pantoso rostro del dolor.
pretende a b rir el hiato que haga sitio para la rela­
ción proyectiva entre u n a y o tra cosa, que sólo él ha XXXVII. Mas, sea cual fuere el grado en que a Me-
establecido que sean dos distintas. Lo creado se ha nendez Pidal pudo tu rb arle la irreparable imagen del
extrapolado del conjunto y se refleja ahora sobre lo dolor pasado, m enor parece ser, en c u alq u ier caso,
restante com o ya im plícito desde el principio en ello, el grado en que esa afección del alm a, referida a los
y por ende capaz de sancionarlo. Mas esta apelación hechos de la H istoria, llegó a a fectar a Hegel. Im pa­
a lo creado, ¿no trata, a fin de cuentas, de salvar la sible, im pertérritam en te, com o el m ás distanciado
gesta m ism a, de q u itarle infam ia y d arle dignidad? espectador —o tal vez implacablem ente, como el m ás
Es posible que en un determ inado estrato de su con­ próxim o cóm plice— no m antiene reservas en reco­
ciencia le tu rb a se n a M enéndez Pidal las tribuía nocer todo el espanto de la H istoria, o lo que viene
ciones de los indios; si no le hubiesen qu itad o en a ser lo mismo, el infinito suplicio de la dom inación.
absoluto el sueño no h a b ría tenido necesidad de re­ I I mismo, el m áxim o rapsoda de la diosa, ya hem os
c o b ra r su eq uilibrio de conciencia, reconciliando, visto cóm o ni tan siq u iera ha accedido a bu scarle el
com o Dios le diese a entender, la realidad innegable más m odesto banco a la felicidad en el aula de la His­
del m a rtirio am erican o con su acendrado deseo de toria, sino que sin m ás ha procedido a e ch arla fuera
salvación m oral de aquello que él m ás estim aba: la tle las p u ertas de la cátedra: la felicidad no es un c ri­
im agen h istó ric a de E spaña, la fam a de su pasado, terio de m edida pertin en te en la ponderación de las
su buen nom bre. No se puede decir que sólo esto le cosas de la H istoria, com o la lum inosidad no es una
im portase y quisiese defender, sin dársele un comi dim ensión que pertenezca a la evaluación de los so­

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nidos. Pero después de c o n sta ta r el absoluto h o rro r dad dentro del precedente contextual de la alegoría
que ofrece a nuestros ojos el p anoram a de la H isto­ del ara. Si la infinita sucesión de ejecuciones consu­
ria, Hegel se hace la pregunta: «Cuando co n sid era­ m adas sobre el tajuelo de la H istoria p o r el hacha
m os la H isto ria com o el a ra sobre la cual han sido de la dom inación no hubiese sido previam ente in ter­
sacrificad as la dicha de los pueblos, la sa b id u ría de pretada po r la alegoría bajo la idea de una intención
los E stados y la virtu d de los individuos, inevitable­ sacrificial, n ad a p o d ría h a b e r condicionado la pre­
m ente surge la pregunta: ¿p ara qué últim o fin han gunta acerca de un «fin últim o», que tan sólo resu l­
sido ofrecidos tales y tan enorm es sacrificios?». La ta postulado po r la función de intercam bio inherente
pregunta, por lo menos así aislada, es ya desde la pre­ al sacrificio. Tiene que haber, pues, un fin últim o
m isa com pletam ente fraudulenta, capciosa, y sería para la H istoria tan sólo porque a la alegoría se le
fulm inantem ente rechazada en c u alq u ier trib u n al ha antojado suponerle a la infinitud de su h o rro r y
anglosajón. En efecto, ya en su a rran q u e m ism o pre­ su m artirio una función sacrificial. Pero, ¿y si la ale­
senta una alegoría sum am ente elaborada: la H isto­ goría fuese m endaz? C areceríam os entonces de todo
ria no es solam ente una p ied ra cualquiera, sino una fundam ento p ara p reg u n ta r po r fin últim o alguno.
piedra extrem am ente especializada: u n a piedra sa­ La alegoría del ara ejerce, pues, una vez más, el co­
crificial, un ara; esta m ism a especialización dem an­ m etido de a ta r el sufrim iento a la necesidad.
da ya m etoním icam ente que la sangre que sobre ella
se d erram e no sea efecto de un «m atar» todavía in­ XXXVIII. Polibio, cuya concepción proyectiva de
definido, sino de un «m atar» igualm ente especiali­ la H istoria se distingue de las de los m odernos en
zado, o sea, un «sacrificar». La imagen no ha querido se r totalm ente ajena a la necesidad de d a r papel a l­
quedarse en «piedra sobre la que se m ata», sino que guno al su frim iento —por el que no parece m ostrar,
ha qu erid o elaborarse, d eterm in arse y esp ecializar­ por lo demás, m ayor preocupación— puso por fin úl­
se h a sta la alegoría de «ara sobre la que se sa crifi­ tim o de su H istoria Universal (pues verdaderam en­
ca». Ya se adelanta, así pues, en esta alegoría toda te es, y será todavía p o r m uchos siglos, la p rim era
una interpretación m uy determ inada de la H istoria, que realm ente m erece se r llam ada así), hacia el que,
a p a rtir de la cual se procede a preguntar, sin que según el «plan de la Fortuna», convergían todas las
al que ha de resp o n d er se le perm ita volver a trá s la historias particulares, la coronación del Im perio Ro­
propia alegoría, diciendo: «No, ¿por qué un ara? So­ mano. ¿Por qué Hegel, cuyo fin últim o tam poco es
lam ente una piedra todavía...». El previo condicio­ nada m ás apacible y m ás risueño que aquel im pe­
nam iento que la alegoría sacrificial im pone a la rio que Polibio supo tan clarividentem ente ver venir,
pregunta subsiguiente reside en el hecho de que sien­ se sintió, en cambio, obligado a d a r alguna razón del
do el sacrificio una m uerte definida por e s ta r a rti­ sufrim iento? No le ofreció consuelo, pero le prestó
culada y tra m ita r una relación de intercam bio, da sentido; y para el m iserable estado de la condición
por supuesto el otro térm in o de la función y hace le­ hum ana en la era del Progreso, d a r sentido es, por
gítimo, sin necesidad de m ás explicaciones, el pre­ desgracia, tam bién d a r consuelo. El que expulsó de
g u n tar p o r él. Así, dicho concretam ente, la pregunta la H istoria a la felicidad, hubo de hacer rentable para
«¿para qué últim o fin han sido ofrecidos tales y tan esa m ism a H istoria el sufrim iento. Quien viene dan­
enorm es sacrificios?» sólo cobra sentido y legitim i­ do sentido al sufrim iento se hace m arcadam ente sos­

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pechoso de tra e r po r secreto com etido el de im pedir «le inapelables m andatos ancestrales: «La voz es la
que el doliente se rebele. Los hom bres están siem ­ v<>/ de Jacob, pero las m anos son las de Esaú». No
q u e rría Hegel in tro d u c ir la idea del sacrificio bajo
pre dispuestos a creer a m uchos que les dicen «vues­
l.t form a ciega de la conexión m ítica, pero pidió para
tro dolor será fecundo», cuando, por el contrario, él y para su necesidad tan ciego acatam iento, que el
deberían confiar en quien les dice: «Vuestro dolor es Idolo que parecía q u e re r d e ia r de serlo se vio forza­
absolutam ente inútil, gratuito, irreparable». ¿Acaso do a renovar su condición de ídolo p o r el poder del
pide la felicidad tener sentido? Niégate, pues, a d á r­ acto de la ofrenda. («El concepto de E sp íritu univer­
selo al dolor. Sea de ello lo que fuere, ha de haber, sal —dice T heodor W. Adorno— secularizó el p rin ­
sin em bargo, algún m otivo profundo y bien fu n d a ­ cipio de la om nipotencia divina en el principio
do, p ara que sólo el viejo Polibio —de en tre los his­ unificador, el plan del m undo en un acontecer im ­
toriadores que adoptaron la concepción proyectiva placable. El E sp íritu universal d isfru ta de la vene­
de la H isto ria— no se sintiese m ínim am ente obliga­ ración que correspondió a la divinidad, despojada
do a d a r cu en tas a nadie de los infinitos su frim ien ­ en él de su personalidad y de todos sus a trib u to s de
tos infligidos, a lo largo de la H istoria, p o r el azote providencia y gracia. (...) ...el e sp íritu desdem oniza-
de la dom inación. M enéndez Pidal m ira la instru- do y conservado se acopla al m ito o retrocede hasta
m entalidad de la dom inación para las «grandes crea­ convertirse en el te rro r sagrado ante lo que es tan
ciones de la H istoria» con un racionalism o práctico gigantescam ente su p erio r como amorfo».) No im por­
y casero. Jam ás se le h a b ría ocurrido, po r ejem plo, ta, pues, que el ídolo haya q u erid o a le g rar y alige­
un pliegue conceptual com o el de la astu cia de la ra­ ra r sus rasgos; serán los tenebrosos, im placables
zón. Tal vez precisam ente porque en Hegel la obra rasgos del acatam iento p restado al sacrificio y a la
de la H istoria tiene un tinglado de d esarro llo y c a u ­ necesidad del sacrificio los que al fin determ inen
el c a rá c te r de la relación, y, con ella, la propia fiso­
sación infinitam ente m ás indirecto y m ás com plejo nom ía del ídolo. Pero, ¿por qué, salvando a su inven­
es por lo que no puede recurrir, p a ra d a r lu g ar al tor Polibio, las dem ás concepciones proyectivas de
sufrim iento, a nada m ás inm ediato y tra n sp aren te la H istoria cabalgan siem pre, y con un énfasis p a r­
que a la alegoría del sacrificio. No es de c re e r que, ticular, sobre la m uerte y sobre el sufrim iento? ¿Se
bajo la idea de «sacrificio», Hegel quisiese conscien­ debe ello, tal vez, únicam ente al hecho de que toda
tem ente aproxim arse a n ad a que com portase algu­ historia es, por naturaleza, historia de la dom inación,
na form a de restauración de la conexión m ítica. No y a la dom inación siem pre acom pañan m uerte y su ­
obstante, hay que notar cómo, a despecho de ello, está frim iento? Estos historiadores organizan proyectiva-
bien lejos de m ostrarse hipotético o titubeante, sino, m ente el haz disperso de las dom inaciones singulares
por el contrario, fu ertem en te a u to rita rio y taxativo en una convergencia polarizada hacia un único punto;
en tocante a a firm a r la necesidad de ese sacrificio esta tendencia centrípeta, esta querencia por la uni­
y a d e m a n d a r la aceptación de tal necesidad. Lo p ri­ cidad, podría, sencillamente, no ser m ás que una cua­
m ero no casa nada bien con lo segundo: su idea de lidad unida a la esencia m ism a de la dom inación.3
«sacrificio» podrá e s ta r todo lo lejos que se quiera 3. Si tanto la convergencia centrípeta hacia la unidad como el pro­
de la inhum ana, irracio n al y tenebrosa tira n ía del pio carácter proyectivo resultasen rasgos necesarios de la domi
mito, pero la categórica e im placable severidad con nación antes que de la Historia, se podría concluir aue la Historia es
que su necesidad se nos im pone recobra todo el tono centrípeta y proyectiva porque es siempre historia ae la dominación.

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XXXIX. M ientras la ofrenda de víctim as h u m a­ del naciente im perio de victoria en victoria h a sta su
nas no deje de b a ñ a r de sangre el a ra de la H istoria, coronación. N oche tra s noche, por toda la extensión
Dios g u a rd a rá y renovará a su pueblo su p a la b ra de del agua inmóvil de la laguna en som bra, repercutía
victoria y de engrandecim iento de su dom inación, el oscuro y lúgubre zu m b ar de los tam bores, cu an ­
m anteniendo sus planes de extenderla a nuevas do el gran H uichilobos recibía, saltando de un co ra­
tie rra s y sobre nuevos pueblos, h a sta llegar a coro­ zón recién partido, su oblación de sangre. Pero él se
n ar su frente con el altísim o destino que le tiene re­ gozaría en el sacrificio, aleg raría su corazón noche
servado en el fin últim o de h acer de todo un solo y tras noche, y un día les concedería todo un im perio.
vasto im perio. Así podrían decir las e sc ritu ra s de La in q uebrantable fe de los aztecas en la conexión
cualquier mito de dom inación, que tom aría tam bién, m ítica p o r la que se tra m itab a la función de in te r­
en cierto m odo la form a propia de la concepción pro- cam bio en tre aquellos sacrificios de víctim as hum a­
yectiva de la H istoria, lo que me hace p e n sar en la nas y el im perio que aquel gran H uichilobos pondría
posibilidad de si la concepción proyectiva de la H is­ al fin en sus m anos convirtió la defensa y la resis­
to ria no pueda ser tam bién algo inducido de la na­ tencia de Tenotichlán en una de las m ás heroicas y
turaleza m ism a de la dom inación. Sea com o fuere, m ás desesperadas epopeyas que se conozcan de un
un m ito así tam poco d ife riría esencialm ente del pa­ pueblo vencido. ¿En nom bre de qué d e stru iste is la
pel que M enéndez Pidal le reserva al su frim iento y gran ciudad de la laguna, la incom parable Venecia
a la necesidad del su frim ien to en la creación de ese de U ltram ar? ¿Qué Dios haced o r de im perios com o
grandioso instrum ento de la divina providencia para instrum entos de su providencia invocáis por consen­
el gobierno de los pueblos que, según su opinión, son tidor de tan incontables m uertes y m artirios por ejer­
los im perios. Ni d ista ría tam poco dem asiado, un cicio de la dom inación, designada para autora de las
m ito sem ejante, de la im placable exigencia de infi­ grandes creaciones de la H istoria? ¿En qué a ra sa­
nitos sacrificios que el a ra de la H istoria reclam a de crosanta de la H istoria pudo verse inm olada con sus
los hom bres p ara poder llevar a cum plim iento su gentes nada m enos que la en tera ciudad de Tenotich­
propio últim o fin. Uno de los m otivos que m ás cla­ lán? Si a la condición m ism a de la H istoria hacéis
m orosam ente se esgrim ieron por justificación de la pertenecer la etern id ad del sacrificio, ju n to a lo ine­
conquista y la destrucción del Im perio Azteca por luctable de su necesidad; si al sacrificio m ism o h a ­
el ejército de H ernán C ortés fue el de a c a b a r con el céis ya activo m ediador, ya positivo instru m en to
h o rro r de los sacrificios hum anos que aquellos pue- im prescindible de las grandes creaciones de la His-
blos ofren d ab an a sus dioses. E ntre esos dioses, pa toria, ¿en nom bre de qué, ¡por Dios crucificado!,
rece se r que p o r patrono especial de la victoria do pudo agraviaros, cam peones de la H istoria y la do­
las a rm a s y pro tecto r de la dom inación e ra consido m inación, la ferviente oblación de sangre d e rra m a ­
rad o y venerado H uichilobos. H uichilobos propicia da sobre el ara de aquel gran H uichilobos, hacedor
ría la dom inación de los aztecas sobre todos I o n • lo imperios? ¿No es acaso aquel m ism o cruento Hui-
pueblos circu n d an tes y, desde el altiplano, extende i liilobos, hoy viejo, aniquilado y recam biado de nom ­
ría las lindes del im perio hasta hacerlo llegar de mai ino y de figura, m ultiplicada por mil su sed de
a mar. H uichilobos era el fiad o r del altísim o desti sangre, este dios de la H istoria que invocáis y en cuyo
no reservado a los aztecas, el que g u iaría las arm as nombre acatáis el sacrificio y su necesidad? ¡En esto

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ha venido a d a r tanto aspaviento, tanto h o rro r al san­
griento H uichilobos, tanto m a rtirio sobre el pueblo
azteca, tan ta saña contra la gran Tenotichlán! En que
al cabo los dioses no han cam biado... ni n ad a haya
cam biado.

Corolarios

Corolario 1? En otro ensayo, titulado «O Religión


o H istoria» se dice en cierto lugar: «Hegel vino a
reducir la radical heteronom ía entre realidad y es­
píritu —fundam ento, según vengo diciendo, de lo
religioso— y rescató el principio de realidad h asta
el extrem o de hacer de la facticidad histórica el gran­
dioso p eriplo o epopeya de lo que él llam aba E spí­
ritu en su autocum plim iento y autorrealización, tal
com o veinte siglos antes había hecho Polibio, al re­
d u cir todas las d ispersas h isto rias p a rticu la re s de
las gentes y pueblos del m undo entonces conocido
a m eros episodios m oleculares o avatares anecdóti­
cos, que, a la m anera de las irreconocibles piezas de
un rom pecabezas (y él m ism o usa la m etáfora de las
partes sueltas de un cuerpo desm em brado), carecían
de sentido po r sí m ism as y sólo lo recibían sub o rd i­
nada y delegadam ente del cum plim iento del d esti­
no del gran sujeto total, único y verdadero, hacia el
que de consuno convergían y en cuyo grandioso plan
o ciclo histó rico total habían de insertarse: Roma o
el Im perio Romano. E ste fetiche, este prosopónim o
retórico, cuya alegórica anim ación es encarn ad a

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frau d u len tam en te en realidad (...), fue, así pues, e ri­ Así com o siem pre tuvo en tre sus funciones la de de­
gido en único sujeto a p a rtir de cuya autorrealiza- term in a r la validez de la m oneda, la de fijar, unifi­
ción habían de explicarse todos los destinos c a r y d a r vigencia obligatoria a los sistem as de pesos
particulares. El Im perio Romano, contem plado en la y m edidas, así el Estado, cuando es totalitario, p are­
cim a de su plenitud, se convertía de esta m anera en ce a rro g arse tam bién, m ás que otro E stado alguno,
único legítim o p o rta d o r y d a d o r de sentido» (hasta la de convalidar po r única y exclusiva m edida de
aquí la cita). Ya se ha visto cóm o M enéndez Pidal vie­ cuanto aspire a ser tenido p o r «real» —sea lo que fue­
ne a to m ar —aunque con m enos declaraciones de re lo que p o r tal se entien d a— la que lo conm ensure
p rincipio—, y sep arad a pero com paradam ente para al orden de m agnitud de la «totalidad». Pero invali­
el Im perio Rom ano y para el E spañol, una actitu d d a r cu a lq u ier apreciación h istó rica que no tuviese
sustancialm ente parecida: sólo el todo, la totalidad por orden de m agnitud, con respecto al cual tom ase
histórica hacia la que d eterm inados avatares de un proporciones tal o cual hecho p a rtic u la r considera­
m ovim iento de dom inación han acabado por conver­ do, o tro orden que no fuese el de la to talid ad del Im ­
ger y red u n d a r tiene derecho a e rig irse en instancia perio Rom ano o del Im perio Español, tal como hacía
p o rtad o ra y dad o ra de sentido y a cuya luz ha de m i­ M enéndez Pidal, viene a ser com o in c u rrir diacròni­
rarse y evaluarse todo el resto, que queda así su b o r­ cam ente en el m ism o achaque cuya form a sincróni­
dinado y reducido a episódico y a circunstancial. ca tanto se les afea a los totalitarism os; en uno y otro
Pues bien, una de las tach as m ás com unes que sue­ caso nos topam os con la im posición de un orden de
len afeársele a los regím enes políticos genéricam ente m agnitud, m ás aun que privilegiado, excluyente de
designados com o «totalitarios» es la de subordinar, cualquier otro posible, virtualm ente postulado como
sin in stru m en to in term ed iario alguno, los intereses la escala p ropia de la pretendida «realidad». La m a­
de los particulares, ya como individuos, ya como gru­ nera en que, en uno y otro caso, resulta im puesta una
pos m ayores o m enores, a u n a ú ltim a y única to tali­ tal escala exclusiva, en la que, adem ás, la única eva­
dad, rep resen tad a p o r el Estado, de m anera que, al luación legítim a de lo m enor es la que lo conm ensu­
suponérsele a esta totalidad la facu ltad y el com eti­ ra al orden de las unidades m áxim as, p e rm itiría
do de diverger de nuevo, centrífuga y redistributiva- hablar, con respecto a tales form as de ponderación
mente, hacia los intereses p a rticu la re s en cuya histórica, de « to talitarism o diacrònico». Este to tali­
titu la rid a d se ha subrogado, se la convierte en ges­ tarism o histórico desdeña com o una especie de m io­
tora universal del interés unificado que de tal suerte pía h istó rica el d etenerse en el detalle de cada
a d m in istra y en instancia exclusiva de legitim ación singular m artirio infligido en m iríadas de puntos di­
de cada acto de aplicación p a rtic u la r del derecho m inutos p o r el vendaval transoceánico de la dom i­
atribuido a los adm inistrados. Cada p a rticu la r situ a­ nación: quien, a rrim a n d o la lupa y la m irada a cada
ción de hecho ve, así, d esautorizados sus inm edia­ uno de ellos, va recorriendo uno a uno todos esos
tos o m ás próxim os c riterio s de sentido y órdenes puntos, no p ercib irá el sentido del m ovim iento ge­
de m edida, com o estim aciones no válidas o erróneas neral, que tan sólo aparece bajo la perspectiva de una
de su valor y m agnitud reales; pues po r reales sólo m ayor distancia. Una vez m ás repite el conocido re­
le son reconocidos los que lo evalúen conform e al o r­ curso co n tra la contingencia puntual del su frim ien ­
den de conm ensuración de la totalidad establecida. to: su p e d ita rlo a un sentido, pues, tal com o ya he

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dicho en el texto, en la era del Progreso, d a r sentido por esencia el no tenerlo, el se r fin en sí m ism a. «Mo­
es, p o r desgracia, tam bién d a r consuelo. D ar se n ti­ r ir lleno de días», «m o rir colm ado de días», com o
do a las m u ertes de los náufragos del C hallenger ha m orían los p atriarcas del Antiguo Testamento, rem ite
sido, en efecto, la principal de las pías ficciones ofre­ en p rim e r lu g ar a la m era dim ensión de la longevi­
cidas po r consuelo. Para el público en general h a b rá dad; pero su representación no com o de pasos que
servido com o un ingrediente m ás del convencional se suceden, ni de sucesivos hitos alcanzados, ni de
artificio emotivo; p ara las personas próxim as tan núm ero de leguas recorridas, sino com o de am ane­
sólo h a b rá servido en la m edida en que haya logra­ ceres a cuya luz se ab ren las p u e rta s de la casa para
do fu n cio n ar com o el engaño que es. C uando el ú n i­ que cada día entre con su presente a h a b ita rla y
co consuelo no engañoso que hay frente a una m uerte consum irse en ella, parece a trib u ir a tales días la vir­
—si es que consuelo puede se r llam ado— nunca es­ tud de saciar cada uno po r sí solo, com o cum plim ien­
ta rá en el tiem po adquisitivo o proyectivo, sino tan tos autosuficientes, sin referencia al valor de la sum a
sólo en el tiem po consuntivo, en el que en su propio en que se integren. Hoy la longevidad se in terp reta
presente se cum ple y se consum e; lo que im plica que m ediante la expresión, tan opuesta, de «m orir c a r­
cada m uerte b u sc a rá su consuelo en lo que tuvo la gado de años». Los días que polarizados por algún
vida que por ella ha concluido: «m urió lleno de días» sentido, puestos cada uno de ellos en función del a n ­
es la expresión que p a ra la m u erte del hom bre ven­ terio r y el subsiguiente, enhebrados en la tensión del
turoso reserva el Antiguo Testam ento. El consuelo tiem po adquisitivo, privados de detenerse cada uno
de una m u erte —que la m entalidad del tiem po ad ­ en su presente, no han podido d e ja r de sí ninguna
quisitivo busca en el h a b e r servido la m uerte m is­ saciedad capaz de «colm ar» la vida, y han acabado
m a p ara algo, que es lo que entiende por «tener por agolparse en años sobre las espaldas, grum os de
sentido»— la m entalidad del tiem po consuntivo lo pura tem poralidad vacía, im paciencia y expectación
b u scará en la generosidad con que a esa vida aquí acum uladas y al fin depositadas donde la proyección
acabada le haya sido respetado el derecho a no h a ­ pierde su im pulso, com o el g laciar deposita inerte
b er servido p ara nada, o, dicho de otro modo, le haya su m orrena donde la lengua de hielo se deshace y
sido gu ard ad o el privilegio de ser fin en sí m ism a, pierde su capacidad de arrastre. Ahora los días de
lo que es, precisam ente, «no ten e r sentido». El con­ ¡a vida no vivida, la vida desvivida en la insaciable
suelo que ante una m uerte b u sca la m entalidad del fuga del sentido, aparecen de pronto com o un saco
tiem po consuntivo d em uestra —en la m edida en que de años m uertos cargado a las esp ald as del ancia­
lo irreparable pueda su sten tarlo —, por su propio ca­ no; años que sólo pesan y no colm an.
rácter, no se r engañoso, pues al fin rem ite la m uerte
sólo a la p ro p ia vida que tru n c a o que consum e, y Corolario 2? Es muy notable la indefectibilidad y
m ide esa vida po r el rasero propio de la felicidad. la constancia de rasgos de la reacción, por no decir,
En lo que atañ e a la felicidad, ni nadie se ha puesto incluso, del reflejo, que desencadena en el universo
a buscarle algún sentido que constituya el fundam en­ periodístico un tipo de sucesos com o el del n a u fra ­
to de su índole de felicidad, ni nadie le ha exigido gio del Challenger. La im presión m ás saliente del
jam ás ten er sentido, porque a ella, com o hija del pre­ movimiento prácticam ente com ún a todos los p erió­
sente, com o flor del tiem po consuntivo, le pertenece dicos es cierto rasgo urgente que p odría d escrib irse

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com o «gesto de sa lir al paso». El perio d ista parece, logia; y así, tal vez podríam os p e n sa r que haya efec-
en tales trances, sentirse ante su público un poco livam ente en torno a ella com o una c ie rta atm ósfe­
com o un p árroco ante sus feligreses cuando p ú b li­ ra, no digo religiosa, pero algo así com o religionosa.
cam ente sobreviene algún escándalo o sim plem ente Tampoco me gusta decirlo de este modo, pero es po­
caso inesperado: hay que c o rre r a o rie n ta r a la opi­ sible que la configuración actual del m undo necesi­
nión, ad elan tán d o se a c u alq u ier sesgo torcido que te esa Fe. Como quiera que sea, estos desm elenados
pueda desviarla. N unca com o en tales casos el pe­ arrebatos de defensa de la tecnología tienen no poco
riódico aparece com o el portavoz de la ideología vi­ de ridículo y me traen a la m em oria aquella anéc­
gente y ortodoxa. A la velocidad con que el p árroco dota (no sé ya si leída en el Diógenes Laercio) del jo ­
m anda repicar y corre a subirse al púlpito vuelan los ven o rador que se acerca a Alejandro, diciéndole que
d iarios m atu tin o s a a n ticip arse o a a b o rta r ab ovo ha escrito un largo discurso en defensa de M arte, a
cu alq u ier posible opinión que pueda iniciarse en los lo que A lejandro contesta: «Quis eu m uituperat?»
corrillos. En cu an to al tem a, una vez m ás me ha re­ («¿Pues quién se m ete con él?»). En efecto, si algo hay
sultado sorp ren d en te que el m áxim o grado de sen­ hoy particularm ente a salvo de que nadie se m eta con
sibilidad del tem or com ún de los periódicos a la ello y, p o r lo tanto, no necesitado de defensa alguna
opinión pública sea el referido a asu n to s relaciona­ ni en el cam po de la opinión y las palabras, ni m u­
dos con la tecnología. No llego a en ten d er porqué, cho m enos todavía en el de los hechos, es, com o digo,
pero, si hubiese que ju zg a r p o r la reacción tan ce­ la tecnología. Q ueda entonces po r reg istrar este p a r­
rra d a y beligerantem ente defensiva de la p rensa a tic u la r fenóm eno social de que lo m enos discutido,
cuanto le concierne, no se d iría sino que la tecno­ lo m ás en auge y m ás en candelero en cada c irc u n s­
logía, lejos de se r uno de los em belecos hoy m ás tancia sea justam ente el objeto de los m ás unánim es,
unánim e e incondicionalm ente respetados po r toda acalorados y reiterativos m ovim ientos de aplauso y
suerte de personas, e sta ría entre los dos o tres asu n ­ de defensa. ¿R esponderá tal vez a una especie de os­
tos m ás escabrosa y h asta explosivam ente im popula­ cura necesidad de p ed ir disculpas a diestro y sinies­
res. Pero mi sorpresa ante esto viene probablem ente tro incesantem ente y sin saber bien a quién por parte
del e rro r de p e n sar que lo que m ás denodadam en­ de quienes han entregado sus alm as a tal ídolo y lo
te se defiende ha de ser lo que corre m ás peligro. No han entronizado en el a lta r mayor, y la m ala concien­
ha sido así, ciertam ente, con la Fe: cuando m ás pú­ cia de quienes lo saben un ídolo tan falso y d espre­
blica, reiterad a y expresivam ente se la defendía iue ciable com o cu a lq u ier otro? Pero es el e m p e ra d o r’
ju stam en te cu ando de m odo m ás absoluto e indis­ que m ás firm e, poderosa, in d isp u tad a e indestrona-
cutible señoreaba en lo a b ie rto de las calles y en lo blem ente se halla seguro sobre el trono el que se
in terio r de las conciencias. Al m ism o tiem po pode­ m uestra m ás intolerante frente a c u alq u ier crítica
m os o b serv ar que si algo hoy puede todavía llevar y m ás exigente al debido acatam iento, siendo preci­
alguna carga de blasfem ia,1 es el u ltra je a la tecno- sam ente el que m ejor podría h a c er frente a las p ri­
1. Todavía no le han perdonado la suya a Miguel de Unamuno
m eras y prescin d ir del segundo. A menos, claro está,
(«que inventen ellos»), donde el carácter de blasfemia lo indica que el trono m ism o de todo e m p e rad o r sea, po r n a ­
el hecho de que el rechazo que produce no sea un simple disentir turaleza, de la condición del traje nuevo del em pe­
en materia opinable, sino un disentir escandalizado. rad o r del cuento.

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Pero no m enos notable que esta reacción com ún estos discursos suscitados p o r ocasiones m áxim as,
de los periódicos es la clase de jerga que p ara tal oca­ incluso en plum as que cotidianam ente m uestran bas­
sión se desenfunda. Se e sp era ría siquiera, en sem e­ tante m ás elevados coeficientes de agudeza y de sa­
jantes circunstancias, ver esgrim ir los últim os y m ás gacidad. ¿Cómo es posible que no se les o c u rra una
sólidos principios, los m ás serios y profundos a rg u ­ p alab ra m ínim am ente m enos ingrávida y m ás con­
m entos, las m ás difícilm ente discutibles concepcio­ vincente? ¿Será verdad, entonces, que las responsa­
nes, el m ás resistente núcleo de la convicción. En la bilidades directas o in d irectas que conciernen a las
lección m agistral, pongo p o r caso, de la asig n a tu ra m últiples opciones o determ inaciones que gobiernan
«Cortesía», yo al m enos me e sp era ría un com ienzo el curso de la tecnología están depositadas en p e r­
com o este: «Si los hom bres no conviniésem os n o r­ sonas cuyas ú ltim as convicciones se resuelven al
m as de tra to de alcance general, nos en tre ch o c a ría ­ cabo en algo tan infantil y elem entalm ente vaporo­
mos constantem ente de un lado p a ra otro y nos so, en algo que excede incluso la penosa b a ra tu ra
d isp u ta ría m o s las cosas lo m ism o que animales...», em ocional de c u alq u ier frase de borracho, com o lo
pero ja m á s ninguno del tenor siguiente: «¡La C orte­ que puedan q u e re r d ecir las p alab ras «la hu m an i­
sía...! La cortesía, m is queridos m uchachos y m ucha­ dad e stá co n stitu id a de tal form a que necesita m i­
chas, fue siem pre la flor, la gala y la m edida de la ra r siem pre a lo lejos, siem pre hacia adelante y
exquisitez de un alma...». Pues bien, a este segundo siem pre p o r encim a de sí m ism a»? Pero es u na vieja
tono es al que tira poderosam ente la verborrea que exclam ación de a la rm a de señorones de club b ritá ­
los periódicos desencadenan en las circu n stan cias nico o de casino nacional esta de p reg u n tarse com o
en cuestión. Precisam ente entonces, cuando parece quien cae ahora de pronto de las nubes: «¿En m a­
que el lenguaje debería esm erarse en el m ás cu id a ­ nos de qué raza de ineptos e irresp o n sab les está,
do registro conceptual, es cuando, por el contrario, pues, n u e stra existencia, cuando el propio directo r
se abandona a los m ás sobados com odines de la re­ de uno de los m ás respetados órganos de opinión
tórica com ún y a las m ás indignas b a ra tija s de la europea sólo sabe salim os, ante una preocupación
im aginería emotiva, h asta el extrem o de que no deja de tal calibre, con sem ejante clase de memez?». Creo
de a s a lta rle a uno poderosam ente la sospecha de si que lo equivocado es el su p u esto tácito que subyace
no será, al fin, únicam ente en esa im presentable bi­ a tan sú b itas explosiones de sorpresa: p e n sar que
su tería em ocional donde realm ente halla arra ig o en algo está realm ente en m anos de alguien, ignorar que
la convicción de cada uno el im ponente tinglado uni­ lo m áxim o corre, en verdad, abandonado a la to rtí­
versal que se defiende; de si esa vagorosa m úsica ce­ sim a co rrien te de su propia inercia; una corrien te
lestial de «¡’a venture h u m a in e » se rá efectivam ente a la que los pretendidos fautores y propugnadores
la ultim a ratio que su sten ta el sistem a de conviccio­ no hacen a fin de cu en tas o tra cosa que integrarse.
nes personales de quienes prestan incondicional apo­ De m anera que, puestos a la prueba, estos ap a re n ­
yo a la tecnología y ju ra n y p erju ran en su nom bre. tes convictos y en tu sia sta s de la m arch a del m undo,
Tal vez sea un rasgo propio de toda ideología este de sus pom pas y sus o b ras no encuentran, frente a la
ser sum am ente desm oronable y andrajosa en sus úl­ interpelación del suspicaz, otra respuesta que esa es­
tim as y m ás íntim as razones. De lo contrario, qué ex­ pecie de balbuceo em ocional, inconsistente com o la
plicación p o d ría ten er la señalada indigencia de espum a de agua jab o n o sa que se hincha y se suelta

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al aire en levitantes e irisad as pom pas de jabón. La note la presencia de un sujeto hum ano que lo lleve
defensa del poder de aquello que ya tiene todo el que y lo gobierne, o sea, para nu estro caso, un m aquinis­
le hace falta para m an d a r y aun m ás sólo m ínim a­ ta consciente y responsable, capaz de dem ostrar, por
m ente tiene por motivo en las personas el interés m a­ rigurosos que fuesen sus horarios, siq u iera coño un
terial que puedan rec a b a r de se r tenidos po r leales; m ínim o de consideración con los viajeros. Pero no;
m ayoritariam ente es la trem enda tu rb a c ió n del án i­ parece que ese tren no espera a nadie, pasa una vez
mo que se sigue de c u alq u ier pérdida de confianza tan sólo y sin parar, y hay que cogerlo en m archa y
en lo que tan om nipotentem ente im pera; de ahí que el que lo pierde ya no lo coge más. Realm ente un tren
no sólo sean los tiranos personales (los únicos res­ robot descontrolado, al m enos a ju z g a r po r el te rro r
pecto de los cuales la adhesión puede e s ta r m otiva­ a p erderlo que d em uestran países com o el nuestro,
da por la espera de cu a lq u ier beneficio m aterial), que están a si lo co g en /n o lo cogen. P resu m ir la pre­
sino, en m ucho m ás alto grado, los im personales, sencia de algún sujeto hum ano —conciencia y
com o el Progreso o la Tecnología (de quienes n ues­ voluntad— tras el gobierno de la Tecnología no es
tra adhesión m al podría e sp e ra r la recom pensa de sino h a c er el avestruz con respecto a la evidencia de
prebenda alguna), los que im ponen tan g ratu ita ac­ que el fam oso tren ni va ya adonde quiere ni a la ve­
titud de acatam iento: sería dem asiado intranquili- locidad que quiere ni lleva las m ercancías que serían
zador, a e sta s alturas, p e rd e r la fe en el porvenir de de desear, sino que se parece cada vez m ás al tren
algo que ha llegado a se r tan invencible com o la tec­ de «La Adelita», con una ris tra de cincuenta vago­
nología. nes blindados, repletos de arm am en to y explosivos,
De esta m anera es com o vienen a o rq u estarse y a y dos furgones de cola con quin callería de plástico
ponerse en escena las falacias m ás hediondas. C uan­ y caram elitos de bazofia p ara a rro ja r al paso a los
to m ás a rra stra d o s nos vemos por la incontrolable chiquillos de la población civil. Un tren u ltram o d er­
necesidad de auto rrep ro d u cció n del capital, tanto no, que —si es que se me perm ite lo escabroso de la
m ás a tro n a rá n nuestros oídos con la gran tachunda expresión—, «por su propia dinám ica interna», corre
de la indom able voluntad de autosuperación del ser cada vez m ás inevitable e insensatam ente acelerado,
hum ano. Así, po r ejem plo, nous savons que rien ne pero por unas vías tan absolutam ente m achacadas
décourage l h u m a n ité dans sa m arche en avant es y h e rru m b ro sa s que si no d e sc a rrila en c u alq u ier
la versión poética que el p residente M itterrand ha curva, volando en mil pedazos p o r la propia n a tu ra ­
dado de lo que en lenguaje propio expresaríam os con leza de su carga, tam poco alcan zará jam ás destino
las palabras: «No hay m ás rem edio que a d m itir que alguno —ya que no puede tra n sfo rm a r sus m ercan­
nadie puede d eten er al cap ital en su fuga hacia ade­ cías en m archa— donde sea recibido com o quien vie­
lante». La farsa ha disfrazado de anim osa energía del ne a sa tisfa c er necesidades hum anas verdaderas.
alpinista que sube a la m ontaña lo que no es m ás que Quien no acoge con nueva fe teológica la su p e rsti­
inerte aceleración del que viene rodando po r la pen­ ción tecnologista suele verse acusado de cobarde
diente abajo. La m agnificación del sujeto del Progre­ ante el futuro. ¿No tem e sem ejante a c u sa d o r que él
so está sirviendo para escam o tear su real carencia podría ser, a su vez, contra-acusado de te rro r a m i­
de sujeto. La propia alegoría del Tren de la Tecnolo­ rar cara a c a ra el tenebroso porvenir, de m iserable
gía desm iente sin q u ererlo cu alq u ier control que de­ w ishful thinking, por cuanto aún defiende su sosie­

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go y confianza con el recurso infantil de tap a rse la desde el futuro. O ír «países en vías de desarrollo»
cara con el embozo de las sábanas ante la evidencia, suena tan ridiculam ente deshonesto com o oír llam ar
cada vez m ás palm aria, de la d esesp erad a fuga h a­ a los parados «trabajadores en vísperas de empleo».
cia adelante de la econom ía m undial en que consis­ Pero veamos ahora cómo pensar en térm inos de «paí­
te el auge, cada vez m ás ciego, de la tecnología? ses» o de «pueblos» es ya p e n sa r en térm in o s de fu­
La coartada, totalm ente falaz, del desarro llo tecno­ turo y las falacias a que la co rrespondiente identifi­
lógico es la de que el continuado progreso y e n ri­ cación equívoca puede llevar. Entre los llamados «paí­
quecim iento de los países ricos a c a b a rá algún día ses en vías de desarrollo» e sta ría n los llam ados
beneficiando a los m ás pobres. Así lo atestiguaba «países en vísperas de com er» o «países h a m b rien ­
Em ilio M enéndez del Valle en su a rtícu lo «El h am ­ tos»; mas, ¿qué será, incluso, «un país ham briento»?
bre com o ca u sa de la guerra» (El País, 20 de enero Ya el m ero rep resen tarse a los h am brientos (aun su ­
de 1984); cito literalm ente: «Cuando se reprocha a al­ poniendo ciertas o por lo m enos sinceras —que sin
gunos dirigentes occidentales (...) su egoísta, inso- duda no son ni lo uno ni lo otro — las calendas g rie­
lidaria y excluyente preocupación po r su propia gas de ese «en vías de desarrollo») en térm inos de
econom ía, suelen co n testar éstos que la pau latin a países y no de individuos se abre paso a una iden­
pero co n stan te recuperación económ ica a cab ará tificación a distancia, del fu tu ro al presente, com ­
contagiando beneficiosam ente a las econom ías sub- pletam ente fraudulenta, donde los ham brientos
desarrolladas» (hasta aquí la cita). El a u to r dem os­ resultan concebidos com o si los de m añana fuesen
trab a después un fino oído ideológico al d en u n ciar los m ism os q u e hoy ag u ard an a la pu erta, con la es­
la acuñación de la expresión «países en vías de de­ cudilla en la mano, y que al cabo serán hartos, y no
sarrollo», com o su stitu tiv a de la de «países sub- los descendientes —¿hijos, nietos, biznietos?— de to­
desarrollados», en cuanto que la propia necesidad dos los que e n tre ta n to se h a b rá n m uerto. Así, pen­
de ex p licitar la prom esa en el sustitutivo traicio n a­ s a r en térm in o s de pueblos, de países está siem pre
ba la secreta conciencia de la incertid u m b re de la im plícitam ente abocado a p e n sar en térm inos de fu­
prom esa m ism a. Este procedim iento de denotación turo y a a ñ a d ir a los riesgos de falacia que ya la sim ­
que evita servirse de la designación directa de lo que ple unificación sincrónica supone, los aun m ayores
actualm ente es un país («país subdesarrollado») m e­ fraudes derivados de toda identificación diacrònica,
diante un circum loquio que rodea po r el punto de fraudes aun m ás incontestables en todo lo que a la
vista su p u esto de un m añana, que es com o d isfra ­ m uerte y al su frim iento se refiera. Y sobre la p e r­
z ar su m al presente con su bien futuro, su scita fu e r­ versión sem ántica en c errad a en sem ejante identifi­
tem ente la sospecha de una total falta de convicción cación d eb erían rec a p a citar tanto los que, por la
en quienes lo han excogitado, ya que si fuese hones­ exaltación del sacrificio, son incitados, com o «pue­
tam ente sincera la confianza en que el aum ento de blo», a ofrecerse al m a rtirio de la revolución, com o
la riqueza de los ricos va a red u n d a r pronto en be­ los que, com o «pueblo», son apaciguados por las pro­
neficio de los pobres, nadie le h a ría m elindres ni m esas de la tecnología. Una exaltación de la m uerte
m o straría tem or a la franqueza de la expresión «paí­ com o la que m ás a rrib a he recogido con la cita de
ses subdesarrollados», fiel al presente, y no necesita­ M ario B enedetti sólo se hace aceptable extrem ando
ría su stitu irla po r el eufem ism o de una designación la ficción sem ántica de la p a la b ra «pueblo» hasta el

446 447
punto de fraude en que vengan a ser uno y el m ism o sido una excepción y han asum ido com prom isos con­
el sujeto de la m uerte y el de la liberación. «Todo esto cretos de m orato ria en la cuestión de la d euda./L a
lo rem edia una noche de París», dijo N apoleón ante a ctitu d de EEUU, presen tan d o la em presa privada
el gran núm ero de franceses m u erto s que yacían en com o la única panacea para resolver todos los pro­
el cam po de batalla, porque p ara él Francia era el blemas, ignora una realidad africana en la que el Es­
único sujeto real, y com o un cuerpo sano se cu ra rá ­ tado asum ió funciones económ icas no por doctrinas,
pidam ente de un rasguño, así ella se repondría en sino por necesidad, porque no había o tra cosa, com o
una sola noche del m enoscabo su frid o en su pobla­ ha escrito el antiguo m inistro francés E dgar Pisani.
ción por lo cruento del com bate. En térm inos de His­ Pero lo m ás grave ha sido su negativa a co n sid erar
toria esa era, en efecto, la única dim ensión real; la la deuda com o un problem a político y general y
cifra c e n sitaria m erm ada p o r las m u ertes sería rá ­ su declaración de que a d u ras penas m an ten d rán su
pidam ente realcanzada po r los nacim ientos. nivel actual de ayuda, ya que necesitan reducir el dé-
No ob stan te —y volviendo al tem a—, p o r lo que I icit de su presupuesto. Peor aún, p o r propagandís-
hoy puedo ver, parece ser que la tecnología em pieza tica, ha sido la actitud del delegado soviético, que ha
incluso a c a n sa rse un poco de sus falsas prom esas. reiterado la tesis de la URSS según la cual los pro­
Así, en efecto, en un editorial de El País de hoy 31 blem as del m undo subdesarrollado, al se r conse­
de mayo de 1986, titulado «El continente del hambre» cuencia del colonialism o y del im perialism o, no
y a propósito de una sesión de la A sam blea General conciernen a la URSS; es o tra form a de elu d ir la res­
de la ONU dedicada al ham bre en África, se lee: «La ponsabilidad de todos los países in d u strializados
actitu d de los países ricos en la A sam blea General ante un problem a com o el ham bre de África, aunque
de la ONU ha com binado frases m ás bien positivas se acom pañe con frases de so lidaridad con el Ter­
ante los proyectos africanos, afirm aciones generales cer M undo y de crític a a las potencias occidentales»
en favor de la solidaridad, pero una negativa poco (hasta aquí la cita). En verdad, nunca se sabe h asta
d isim ulada a a su m ir com prom isos concretos tanto qué punto no es, incluso, m ás tem ible que se deje de
en cuanto a la ayuda com o en el tem a de la deuda. m entir. A veces en la m entira es donde está, precisa­
El hecho es grave. Las esperanzas que se levantaron mente, la últim a esperanza. Por aquello de que la hi­
en el Tercer M undo después de la cum bre de Can- pocresía es el hom enaje que el vicio rinde a la virtud,
cún, en 1982, de un esfuerzo serio para red u cir las que im plica que ésta conserva al m enos el resto de
injusticias radicales de la relación N orte-Sur han luerza suficiente p ara im ponerle al vicio sem ejante
sido e n terrad as. Pero ni siq u iera un esfuerzo m ás l¡ disim ulo, la hipocresía se convierte en un últim o in­
m itado y concreto, centrado en los problem as de Áfri­ dicio de esperanza de que la virtu d podría volver a
ca, parece te n e r posibilidades de provocar una ser tom ada en serio. C uando el lobo no necesita ya
revisión de las políticas de los países ricos, en los ni siquiera disfrazarse con pieles de cordero es cuan­
cuales el increm ento de los gastos de arm am en to es tío podem os d ecir que todo está perdido. Cuando la
una constante —salvo escasísim os casos—, m ientras nicnología no necesite ya ni siquiera la hipocresía de
se declaran incapaces de a b o rd a r en serio un plan decir «países en vías de desarrollo» es cuando ya no
para sa c a r a África del ham bre. Felizmente, algunos i ab rá confiar siquiera en un últim o residuo de m ala
países, com o Canadá, H olanda y D inam arca, han conciencia o de vergüenza del que quepa esperar una

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reacción co n tra sí m ism a y su propia falacia y p er­ el caballero, que ligaba al prim ero al interés y al
versión. segundo a la generosidad, con lo que éste venía a que­
d ar m uy m ejorado, ha pervivido in ta c ta com o d u a ­
Corolario 3.° O tra de las indecentes com edias pues­ lidad estética, aún m ucho después de que el interés
tas en escena p ara exprim irle el jugo a los sentim ien­ ya no avergüence, dism inuya ni acom pleje a nadie.
tos públicos con las víctim as del naufragio del I-a em presa del tecnólogo su fría ante el público del
Challenger ha sido la representación del espacio bajo m enoscabo estético de no e s ta r a d o rn a d a por el va­
figura de frontera. Ya se sabe lo que «La Frontera» lor caballeresco de la generosidad. Y el riesgo era
significa en la im aginería nacional de los n o rteam e­ lo que au reolaba de generosidad al caballero. La
ricanos y lo que se ha ido a b u s c a r y a ex p lo tar en m uerte ha sido, al fin, la que d em ostrando el riesgo
tal representación: la ilusión de un ám bito de pro­ ha p erm itido reco n d u cir la em presa del tecnólogo a
yección heroica para un g ratu ito y nuevo vívere pe- la estética cab alleresca o de la dom inación. Así lo
ricolosamente servido a la m edida y en la inm unidad hemos visto en la evocación de los pioneers de «la
de los sueños de butaca, com o un opio b a ra to para frontera», en la invocación del m undo com o «lugar
en g añ ar la cerrazón total del horizonte y el senti­ peligroso», así finalm ente en las ya c ita d as efusio­
m iento de esa cerrazón en quien se sabe a la vez pro­ nes de Diario 16 sobre «la osadía de descubrir», «el
tegido y asfixiado en una seguridad de la que, sin atrevim iento del progreso» y «la arro g an cia de la
embargo, ni q u e rría ni sab ría prescindir. La fruición conquista».
con que se ha exclam ado «¡Se acabó la rutina!» res­
pondía a la evidencia de que el accidente perm itiría Corolario 4? A propósito de la justificació n de las
a c re d ita r de nuevo con u n a sim ulada au reo la de guerras de conquista p o r M enéndez Pidal, en nom ­
aventura los proyectos espaciales, volviendo a a tra er bre de los fines de u n a sedicente civilización su ­
sobre ellos la participación de los sentim ientos pú­ perio r que se siente au to rizad a p a ra im poner su
blicos, unos sentim ientos com o los de la civilización dom inación a la que le parece inferior, hay que re­
actual predom inantem ente educados p ara las em o­ c o rd a r que no sólo fue ya un dictam en de A ristóte­
ciones del agonism o, la em ulación y la preponde­ les, al que se agarraron en el siglo XVI los defensores
rancia. V eteranas de la dom inación en tiem pos en teóricos del Im perio Carolino (tam bién llam ado Im ­
que ésta carece, por una parte, de objeto sobre el que perio Español) en las Indias, como, preem inente­
ejercerse, m ientras sufre, por otra, de interdicción mente, Sepúlveda, sino que tam bién había sido, en
m oral, y sin dejar, no obstante, de seg u ir siendo cul­ plena form ación del Im p erio Romano, la respuesta
tivadas, van esas em ociones vagando ociosas como de Posidonio a la cuestión p ropuesta p o r Carnéades:
ex com batientes tra s el p erp etu o anhelo de un obje­ «¿Puede el c o n q u ista d o r ser justo?». Es graciosa la
to sobre el que fingirse o desencadenarse. La indig­ form a en que Vázquez de Menchaca, en su Controuer-
na farsa no responde sino a la am bigüedad crucial siarum lllu striu m , im pugna la solución aristotélica
de un m undo em ocionalm ente educado en los valo­ y m enéndezpidaliana, tam bién, a su vez, en plena for­
res y en la estética de la dom inación y al m ism o tiem ­ m ación del Im perio C arolino (tam bién llam ado Im ­
po en ¡a p roscripción m oral de cu a lq u ier acto de perio Español), pero aludiendo a éste po r vía de
agresión. La vieja du alid ad entre el com erciante y reflejo o caram bola, a través de la conquista p o rtu ­

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guesa, según la fórm ula «A ti te lo digo, hijuela; en­ los dos citados recoge con la expresión «de lo expues­
tiéndelo tú, mi nuera». En el libro prim ero, cap ítu lo to», y que a continuación transcribo: «Muy a propó­
décimo, p arágrafos 10 y 11, M enchaca dice, en efec­ sito de todo esto es la resp u esta del Rey Antígono
to, así: «De lo expuesto, es tam bién cla ra la resp u es­ caudillo de los lacedem onios, que hacen tam bién
ta acerca de la g uerra que suele h a c er el Serenísim o suya Plutarco y E rasm o en las anotaciones a los
Rey de Portugal a los pueblos y regiones de las In­ Apophoreta: com o cierto ju ris ta le p resen tase un li­
dias, sobre lo cual tra ta Domingo Soto en su opúscu­ bro acerca de la justicia, No estás en tu juicio —le
lo sobre el m odo de p ro m u lg a r el Evangelio./M as respondió Antígono—, si viéndom e d e s tru ir con m is
por lo que hace a los infieles y m oradores del Nue­ arm as ciudades ajenas, te atreves a d ise rta r en mi
vo M undo, defiende Alonso G uerrero en su o b ra Es­ presencia sobre la ju sticia. Porque sabía en verdad
pejo de Príncipes, que si no están dispuestos a servir que cuantos hacen g u e rra ni pueden, ni tienen vo­
al m uy poderoso Rey de las E sp añ as y señ o r nues­ luntad de proteger las leyes de la justicia; sino que
tro, pueden ju stam en te ser som etidos. O pinión que la m ayor p a rte de las veces se g u e rre a por el ansia
ni a p ru e b o ni repruebo, pues al presente no tengo de a g ra n d a r la dom inación y la gloria, aunque pre­
tiem po p ara e stu d ia rla o para e sc rib ir sobre ella» textando m ás noble causa, com o se ría en nu estro
(subrayado mío). La indirecta es com pletam ente evi­ caso si siguiendo el ejem plo de Aristóteles, m aestro y
dente, tan to m ás si se considera que el giro personal en esta m ateria bien poco d isim ulado a d u la d o r de
subrayado «al presente no tengo tiempo» traduce dos Alejandro Magno, quisiéram os decir que aquel p rín ­
solas p a la b ras del latín y con form a im personal: cipe, que llevaba la g uerra a regiones extrañas, lo ha­
«quia non u acat inuestigare aut scribere», donde cía solam ente para p ro c u ra r el bien de aquellas
«non uacat» es sim plem ente «no hay tiem po».2 ¿Qué regiones y habitantes, a fin de que en lo sucesivo pu­
excusa p o d ría se r m ás evidentem ente y h a sta más dieran llevar una vida m ás civilizada. Oh dulce, h u ­
irónicam ente excusa? Y sobre todo si se tiene en mano y caritativ o a m o r que no se avergüenza de
cuenta que el im personal non uacat puede h a c er re­ violar los derechos del n a tu ra l parentesco que liga
so n ar po r afinidad el igualm ente im personal non ti- a los hom bres, sino que se a p re su ra a ello y que con
cet, o sea «no está perm itido». Y adem ás ¿a qué m ultitud desenfrenada, que el fu ro r y la locura arras-
nom brar, si no, uno tra s otro el rey de Portugal, de tran, se a p re su ra po r m edio de todo género de ex­
quien sí h a b ría habido tiem po de ocuparse, y el rey term inios, de torm entos, de m u ertes y de incendios,
de E spaña, de quien en cam bio no h a b ría habido a lanzar a las som bras del Erebo, com o heridos por
tiem po de lo m ism o? Y m ás au n si se consideran los un rayo, a innum erables m illares de hom bres, a in­
párrafos inm ediatam ente a n te rio re s (8 y 9 del m is­ cendiar ciudades, a a rr a s a r cam pos, a violar donce­
mo capítulo y el m ism o libro), donde difícilm ente po­ llas y a d a r cruel m uerte a ancianos, niños y m ujeres
d ría h a lla rse un m atiz diferencial que sep arase las sin avergonzarse de d a r el nom bre de beneficio a to­
pretensiones y los com portam ientos del rey de Por llos estos crím enes y a otros aun m ucho peores, m ás
tugal y del de E spaña, p á rra fo s que el com ienzo de nefandos y dignos de m ayor execración. De un p rín ­
cipe sem ejante bien podem os decir con Terencio: Te
2. Y también «no hay lugar», «no hay ocasión», «no hay posibi engañas si juzgas que no conozco tu intención. O tam ­
lidad». bién con Ovidio: Viejo y o rd in ario recurso es el en-

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ga n a r bajo títu lo de am istad. Y con Cicerón cuando
dice que no hay peste m ás funesta de toda ju sticia
que la de aquellos hom bres que en el m ism o m om en­
to en que com eten los m ayores fraudes, tra ta n con
todo de a p a re c er com o hom bres honrados. / Tercera
conclusión. De lo expuesto antes dedúcese tam bién,
no h ab er sido sojuzgados con derecho por Alejandro
Magno todas aquellas regiones que de todos son co­
nocidas, aunque aquellas m em orables y célebres ha­
zañas, llevadas a cabo en realidad sólo p o r la pasión
de dom inar, haya pretendido ju stifica rla s pretextan­ Apéndice
do un deseo ardiente de a tra e r aquellos pueblos a La m entalidad ex p ia to ria 1
una vida m ás cu lta y a m ás hum anas costum bres,
y aunque h u b iera obligado a dichos pueblos a ab an ­
d o n a r ritos y costum bres propios de fieras; porque
sem ejante género de vida es acaso m ás parecido y I. En una entrevista de hace ya algunos años, Ra­
allegado a aquella edad dorada no sólo celebrada y món Tamames decía que Fraga había fracasado «por
alabada p o r antiguos y m odernos, sino tam bién llo­ ir co n tra la historia». H asta aquí, norm al, com o di­
rada, que el género de vida que A lejandro les ense­ cen en Bilbao; eso de ir a favor o en co n tra de la h is­
ñó e intro d u jo entre ellos». (H asta aquí la cita de toria es un d ecir al que estam os acostum brados
M enchaca.) Como se ve, no hay aquí nada específico desde hace largo tiem po y que ya oím os sin h acer
que p erm ita in cluir la co n q u ista po rtu g u esa y sus­ m ucho caso, com o quien oye llover. Lo inesperado,
pender el juicio sobre la española, com o no sea la lo que hizo d isp a ra rse de repente, com o en un flip-
prudencia personal del a u to r frente a su propio so­ per loco, todos los tim b res y todas las bom billas de
berano, p ru d en cia que le induce a salv ag u ard ar su m is entendederas, fue esto que Tam am es añadía a
im punidad form al tras la indirecta, sin ren u n c iar a renglón seguido: «¡y m ira que se lo advertim os!». Un
lanzarle la m ás clara acusación. Así ya desde el si­ com entario así ab atía de tal m odo la frase preceden­
glo XVI contestaba M enchaca anticipadam ente a Me- te de «ir co n tra la historia» desde el consueto regis­
néndez Pidal. tro celestial de la p u ra alegoría h a sta el nivel de lo
inm ediatam ente sensible y cotidiano, que p ara p e r­
Madrid, marzo, abril y mayo de 1986 seguir la referencia donde Tam am es parecía llevar­
la tuve que im aginárm elos a los dos en el Alberche,
Fraga en el agua, enérgico y tozudo tratando de avan­
zar contra la ráp id a c o rrien te con todo el vigor de
sus brazadas, entre un blanco y fragoroso borbollón

1. Por parecerm e muy concurrente con el texto principal, en la


primera publicación de este ensayo agregué aquí, en apéndice, este
texto inédito anterior (de 1982).

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de espum a y salpicones, y Tamames, apolíneo y elásti­ III. Entre los m uchos adictos a la droga del escán­
co en la orilla, m eneando la cabeza con una bonda­ dalo, están los que —a sem ejanza de quienes van
dosa sonrisa de adversario leal e intentando hacerse •lem pre a los toros con el reglam ento en el bolsillo—
oír, con las m anos en bocina, p o r su obstinado com ­ llevan siem pre consigo el siglo XX, com o quien lle-
pañero, entre el estrépito del agua ferozmente batida vu un detector de m ercancías trasfech ad as y p a sa ­
por éste con sus brazos: «¡Manolo, p o r favor! ¡Pero das de sazón; son los que dicen: «¡Y que tenga que
Manolo! ¡Parael otro lado, hombre, para el otro lado!». o ír uno estas cosas en pleno siglo xx!». La frase pa-
iece indicar que indefectiblem ente ha de tra tarse de
II. Las alm as pecadoras no acabam os de hacernos lo que en los accidentes de aviación se llam a un fa­
a la teresian a idea de que tam bién en tre los puche­ llíi hum ano, jam ás de lo que se llam a un fallo técni-
ros anda el Señor, de m odo que si q u ería yo in te r­ • i*, tal com o a fallo e stric tam e n te h u m an o teníam os
p re ta r debidam ente ese tan cotidiano y pucheril «y «iiic achacar, según Tam am es, el fracaso político de
m ira que se lo advertim os», p a ra ponerm e en el fue­ l laga. La perfecta aeronave de la h isto ria no puede,
ro interno de Tam am es tenía que esforzarm e en en­ por lo visto, equivocarse, siem pre e stá en su hora en
c a rn a r en mí m ism o una m irada para la cual el curso punto, en su altitu d exacta, en la velocidad de cru c e ­
de la h isto ria fuese algo tan obvio, tan em pírico y ro prefijada. La ap arició n de un león en D usseldorf
tan sensible com o p a ra los ojos de los dem ás m o rta­ tft un erro r del león, nunca un e rro r del principio que
les es el c o rre r de un río y el sentido de sus aguas. •Ktablece que en D usseldorf no hay ni puede h a b e r
Pero sea lo que fuere de tan insospechable intim i­ Irones. Si, aun echándole una rápida m irada pano­
dad en tre Ram ón Tam am es y la san g rien ta Clío, el rám ica al pasado, no se me quiere tolerar poner fran­
caso es que em pecé a p e n sar con inquietud en la cam ente en d u d a que la h isto ria sea y haya sido
ap retad a realidad que acaso en la fe de m uchos ad­ »lempre un a p a ra to técnicam ente infalible, si todo
quiría lo que yo había tenido desde siem pre p o r áuli­ I r ha de a c h a c a r a fallo hum ano, entonces no tengo
cos, ociosos, fan tasm ales y nada convencidos ni mas rem edio que decir que los pilotos, copilotos y
com prom etedores figurantes de alta alegoría. Aho­ ayudantes de vuelo jam á s han estado a la a ltu ra de
ra tenía que vivir yo m enos tranquilo que cuando me la m aravilla técnica que m anejaban. He de observar
d istraía en la im prudente confianza de que eso del tam bién que aquello que realm ente alim enta y da
«sentido de la historia»— siem pre de peor a m ejor— Iticrza al escándalo inherente a tan típicas protes­
no era m ás que un retorem a destinado en el fondo ta s c alendario en m ano no es la referencia m eram en­
tan sólo a a lim en tar las esperanzas —o m ás bien ali te externa del veinte en «siglo XX», com o índice
viar las desesperanzas— de quien lo profería, sin que ni dinal, sino el valor cum ulativo del veinte en cu an ­
por eso tuviese convicción alguna de que todo esto to veinte veces uno, es decir, su valor cardinal. De lo
vaya realm ente a alguna parte. Ahora tenía que en­ íiue se escandalizan no es de que el objeto del escán­
fren tarm e con la posibilidad terrib lem en te peligro dalo se halle en un lugar de orden diferente del que
sa de q u e «el sentido de la historia» fuese algo Ir corresponde, sino de que su m edida sea de m ag­
percibido p o r algunos con una fe tan sólida com o la nitud inferior a la del grado en que osa presentarse.
que se p resta a lo que ven los ojos de la c a ra ante I'.n cuanto a lo que m ide esa m edida, ha de tratarse,
el c o rre r de un río. ni parecer, de caracterizaciones o rdenadas de m enor

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a m ayor com plejidad. E ntonces la m ateria de la his­ l ia la que, efectivamente, parece concebirla com o un
to ria re su lta ría e s ta r ya de antem ano pedagógica­ curso orgánicam ente program ado ab initio desde lo
m ente organizada, p ara ir aconteciendo de lo m ás más elem ental hacia lo m ás complejo, sin sorpresas,
fácil a lo m ás difícil, a sem ejanza de una asig n atu ­ sin intentos fallidos, ni vías m u ertas ni productos o
ra: de N eanderthal a K issinger, de Cro-Magnon a electos residuales. No faltarían probablem ente aquí
Brzezinsky, probablem ente a fin de que podam os es­ hegelianos o m arxistas que rechazasen la idea de te­
tu d ia r h isto ria al tiem po que nos pasa, para encon­ ner por conflictiva la concepción ingenua y p o r no
tra rn o s el día de m añana, com o quien no quiere la conflictiva la científica, siendo así que es en ésta ju s­
cosa, h a sta con una licenciatura o doctorado. Para tam ente donde se le reserva un papel prin cip alísi­
los del «parece m entira q u e en pleno siglo XX», et­ mo a la contradicción —casi, com o quien dice, el de
cétera, el siglo XX vendría a se r nada m enos que el m otor o com bustible de lo que los m arx ista s g u stan
vigésim o c u rso de h isto ria universal, y el m otivo de de llam ar «la dinám ica interna de la historia»—■.Pero
su escándalo e s ta ría esencialm ente en la vergüenza ni la contradicción ni ta n siquiera el trau m a com ­
académ ica q u e supone el h a c e r o el d e c ir cosas que idortan necesariam ente lo que yo q u e rría aquí enten­
indican un nivel de conocim ientos in ferio r al del si­ der por realm ente conflictivo. Cabe, sin duda, llam ar
glo en que se vive, que, p o r lo visto, es lo m ism o que contradicción, o incluso, no sin alguna excesiva tr u ­
decir el cu rso en que se e stá m atriculado. El hecho culencia, traum a, a lo que han de sufrir, sin ir m ás
de que, no obstante, pueda hab er fallos hum anos, v lejos, los propios núm eros n atu rales cuando se los
por lo tanto alum nos borricos ju nto a chicos listos, somete al violento sinsentido de una resta con m i­
venaría a d e sca rta r en cierto m odo que la historia nuendo m enor que el sustraendo; pero no llega a h a­
esté ya escrita en el detalle de lo que, po r lo demás, ber conflicto en el sentido fuerte que quiero reservar,
quedaría reducido a trances anecdóticos o superes- i*n el m om ento en que, tal com o sucede, la c o n tra ­
tructurales; pero a su vez el que los fallos técnicos dicción es reab so rb id a y reintegrada —o reparado
estén, por definición, com pletam ente excluidos de en el tra u m a — m ediante un desarro llo regulado y con­
tre lo posible, qu erría decir que sí estaría, en cambio, gruente, com o es el del sistem a am pliado de los nú­
total y rigurosam ente escrita en cuanto asignatura. meros enteros (y otro tanto puede decirse de la
am pliación siguiente, que perm ite p a s a r de los en­
IV. C uando piensa en la h isto ria com o «m aestra teros a los racionales y así sucesivam ente). Por tra u ­
de la vida» el no iniciado, com o yo, es decir, el que m áticas que lleguen a se r tales contradicciones en
no ha llegado a ten er intim idad alguna con la san su m om ento de explosión, se pretende que form an
grienta Clío o no ha tenido acceso a los secretos de parte del sistem a mismo, com o algo ya de antem ano
la caja negra de su olím pica aeronave, tiende más previsto p o r el m ando, que se halla prep arad o p ara
bien a im ag in ar tal m agisterio en el m ejor de los ca­ nacerles frente sin la m enor fisura ni el m enor que­
sos com o una sucesión a b ie rta y contingente de es­ branto p ara sus propios supuestos estratégicos: la
carm ientos y rectificaciones, ya que no de obcecadas contradicción —traum a— no es expulsada afuera del
reincidencias, siem pre sujeta a la probabilidad y a decurso h istó rico com o un cuerpo extraño irresta-
la fo rtuna y, po r lo tanto, im ponderable y conflict i nable e irreductible, sino qu e en cu en tra tam bién su
va. Es, en cam bio, la preten d id a ciencia de la histo hueco y su acom odo en las en tra ñ as del sistem a, to­

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m ando en él una función determ in ad a com o m iem ­ V. E ntretanto, y p a ra d e ja r al pacientísim o Tama-
bro operativo y factor de equivalencia. No hay con­ mes de u n a vez en paz, señ alaré que la idea de u n a
flicto, por el doble m otivo de que en p rim e r lugar «historia con sentido», la im agen de la historia como
el arreglo no es obra de ningún deus ex m achina, de aeronave totalm ente perfecta e indefectible, h asta el
una intervención externa, sino m ero cum plim iento extrem o de excluir de m an era taxativa que ninguno
de una prefiguración virtu alm en te inducida en las tic sus innum erables accidentes pueda jam ás se r de­
determ inaciones m ism as del sistem a y en segundo bido a «fallo técnico», sino siem pre a «fallo hu m a­
lugar porque la paz y la coherencia quedan restable­ no», es u n a idea que se aproxim a m ucho a la idea
cidas sin aniquilam iento ni m enoscabo alguno de religiosa de un m undo o un universo bien creado, que
uno de los opuestos a expensas del contrario. Mis a su vez trae consigo, p o r cereza gem ela, la noción
pocos conocim ientos al respecto no alcanzan tan si­ de arm onía universal. Por eso no tiene nada de inco­
quiera p a ra sab er si Hegel llegó a h a c er alguna refe­ herente que, en la m ism a entrevista, Tam am es se m a­
rencia, en la concepción de su dialéctica, a m odelos nifieste, m ás abajo, expressis uerbis, creyente en la
m atem áticos, pero creo que la form ación de los nú­ arm onía universal. No le bastó a M iguel Ángel Buo-
m eros enteros a p a rtir de la contradicción su scita­ narroti con dejar bien apisonadas las cabezas y en-
da en los naturales por la resta con sustraendo mayor i ogidas las en tra ñ as de la entera C ristiandad con la
que el m inuendo podría servir, si es que no com o corilácea m ole de ese im ponente y conm inatorio a s­
ejemplo, sí al m enos por m etáfora de la noción de paviento de p o d er que es la basílica de San Pietro
«Aufhebung», ya que los núm eros n atu rales se ven, ¡11 Vaticano, form idable núm ero de halterofilia, in­
en conform idad con la exigencia del concepto hege- discutible p rim e r prem io en todo concurso m undial
liano, su p erad o s a la vez que conservados en los nú­ de cu ltu rism o o titanom anía; pues la o cu rren cia de
m eros enteros. En la m edida en que sólo la invención au m en tar desde los ciento ochenta a los doscientos
de los enteros hizo posible la concepción y represen­ cuarenta grados la sección de las p arejas de colum ­
tación del Debe, con el ahora inevitable correlato del nas adosadas, que, alternando con los ya retrancados
Haber, en toda su erte de contabilidades, desde la ventanales, circu n d an todo el tam b o r del cupulón,
del negocio de la banca h asta la del negocio de la sal­ Vcon el único fin de acentuar, con c u alq u ier ángulo
vación pasando, naturalm ente, p o r el de la historia,
de luz, el claroscuro, no puede su g erir nada m ás pro-
la contraposición entre núm eros n a tu ra le s y núm e­
ros enteros queda aquí de reserva, p a ra e n tra r en tu n o que la preocupación del c u ltu rista por sacarse
com bate a su debido tiem po.2 l*i iIlo em b ad u rn án d o se de grasa, p a ra la fotografía
lie la pose, dando a la vez a la ilum inación el sesgo
2. Creo que la inspiración evangélica de los arranques de He iiplimo p a ra el m ayor resalte de la pro tu b eran cia de
gel —y en especial respecto del initium de San Juan: «In princi m i s m úsculos; no le b astó a Miguel Ángel con d e ja r­
pió eral uerbum, etc.»— es un dato comúnmente reconocido nos ese aún nunca batido ni igualado récord de la
Sospecho, aun sin poder acreditarlo por falta de lectura, que la
inspiración más directa para su noción de Aufhebung la recibió que podría llam arse arq u itectu ra m uscular, sino que
Hegel con toda probabilidad de las palabras de Cristo: «No In­ iiiiii tuvo que e x tre m a r su abuso sobre la buena vo­
venido a derogar la ley antigua, sino a cumplirla» (y aun aquí el luntad de los creyentes y su abnegada predisposición
«cumplimiento» puede recogerse justam ente como el acto de li para el acatam iento, presentándoles, con toda la
quidación y realización cash del inmenso saldo acreedor acumu
lado por los tristes destinos de los hombres bajo la ley antigua). iiuloridad de una brocha m agistral pero tam bién

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toda la a stu cia de un alm a pedagógica, el resonante obediente pero tam bién m ucho m enos com prensivo
cartelón p u b licitario o p ó ste r propagandístico, con con respecto a los altos designios del Señor. Su re­
la m ás incondicional apología del c re a d o r y su c re a ­ conocim iento de la bondad de Dios no era ninguna
ción, con que decoró los techos de la C apilla Sixti- convicción íntim a y sentida, sino una autoim posición
na. A falta de u n a exploración suficiente del asunto, forzada y exterior. Pero sea com o fuere, p o r lo m e­
no puede ser p ara mí m ás que una im presión m al nos lo que, desde luego, me resu lta im posible im agi­
definida —y no una co n statació n c irc u n sta n c ia d a — n ar es que la B aja Edad M edia hubiese podido jam ás
la sospecha de que el c ristian ism o de la Baja Edad im aginar ni m enos a c ep ta r una representación del
M edia carecía enteram ente de cu a lq u ier firm e con­ Creador, la creación y todo el ciclo hum ano de la alfa
vicción interna acerca de la bondad de Dios, sino más a la om ega de tan total e im p e rtu rb ab le tra n sp a re n ­
bien apenas un hosco y voluntarioso acatam iento de cia y arm o n ía com o la que el pincel ’ ' Miguel Ángel
su ju stic ia y su poder, m agníficam ente rep resen ta­ consiguió ilum inando aquellos altos techos. El c ris ­
do en la Divina Comedia, po r el episodio en el que tianism o medieval, pese a su acatam iento —que no
Dante llora de com pasión ante el torm ento inventa­ dejó de llevarlo, en ocasiones a las m ás inhum anas
do para los adivinos, haciéndose, no obstante, repren­ actitu d es—, seguía siendo, con todo, fiel al hom bre,
d er por Virgilio, porque ante el juicio de Dios, la leal a los hom bres, pues, com o casi todas sus repre­
com pasión ofende a su ju sticia, y toda piedad tiene sentaciones parecen señalar, el nudo m ism o de su
que n a b e r m uerto. En la Lucha Final ten d rá que rea­ incom prensión era la o scura y denodada resistencia
p arecer el m ism o criterio: los condenados son no- a com ulgar, ju n to con la infinita bondad del S er Su­
nom bres, puesto que han sido negados p o r Dios. Los premo, con la negra y h o rren d a ru ed a de m olino del
pecadores pagan con su condenación la bienaventu­ dolor.
ranza de los justos. Como se ve, Dante propugna aquí
el acatam iento —y hasta con intenciones pedagógi­
VI. El dolor era la torva peña inquebrantable con­
cas—■,pero no deja de consignar la incom prensión.
tra la que u n a y o tra vez tenía que estre llarse todo
Por lo dem ás, esta a c titu d de la Baja Edad M edia se
vería, p a ra m ayor dificultad, largam ente prolonga­ intento de en te n d e r y a c e p ta r de corazón la idea de
da y encabalgada sobre la época renacentista, ya que la infinita bondad de Dios, todo intento de organi­
b asta c o n sid e rar que el Bosco y B ruegel el Viejo zar una configuración plausible de un m undo bien
—cuyas respectivas tab la s de E l Jardín de las Deli creado, de a c a b a r de o rq u esta r sin disonancia alg u ­
cias y E l Triunfo de la M uerte nos ofrecen, tal vez, na la gran tach u n d a de la arm o n ía universal. ¿Qué
la representación m ás antagónica que podría oponér­ modo podría h a b e r de rein teg ra r al orden a tan obs­
sele a la de la Sixtina— son, el prim ero, apenas quin­ tinadam ente irre d u ctib le m arginado? Darle un sen­
ce años m ás m ayor que M iguel Ángel, y el segundo tido, a trib u irle una función p ara la perfección del
se estim a que nació cu ando éste era ya un hom bre todo. La operación ya he dicho que al fin fue la m is­
adulto. La idea, en fin, po r vaga que pueda ser, es la ma que la que hizo p a s a r de los núm eros n atu rales
de que el c ristia n ism o m edieval3 e ra tal vez más a los núm eros enteros; si el dolor era, para cualquier
imagen de un universo arm ónico, de un m undo bien
3. ¡Qué manía historicista de temporizar las cosas! Mucho m;is
fácil sería haber puesto aquí, en vez de «medieval», simplemente creado, un negro y deform e absceso, un cu ajaro n de
«no humanista» (nota del 7 de enero de 1992). sangre irrestañ ab le, una ab erración analógicam en­

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te equiparable a la contradicción y al sinsentido que VIL Pero nótese que p ara que esto tenga siquiera
en el cam po de los núm eros naturales suponía la res­ una coherencia in tern a hay que c o n stitu ir una u n i­
ta con m inuendo m enor que el su straen d o (y en la dad o identidad cualquiera del sujeto, para fungir de
m etábasis eis alio genos de esta equiparación ya es­ titu la r constante de las colum nas com binadas de un
taba incoado el fraude), entonces p a ra fu n d a r la po­ HABER y un DEBE que haga de am bas una m ism a
sibilidad de esa arm o n ía b astab a proceder con los cuenta corriente. Los ya p reh istó rico s prejuicios
achaques de la vida com o se había procedido con acerca de la u n id ad de persona y a u to ría de los indi­
los de la aritm ética; la invención de los núm eros en­ viduos nos lo h a rá n a d m itir com o m ás o m enos ra ­
teros fue analógicam ente aplicada a los opuestos ava- zonable m ien tras tal titu la rid a d se lim ite a atenerse
tares de unos y otros hom bres, haciendo de la estrictam en te a ellos («el que la hace la paga»). La
felicidad y e! frim iento una sustancia única, un nu­ cosa pasa a ser, en cam bio, extrem am ente m ás esca­
m erario intercam biable. A c u alq u ier tanto de dolor brosa cuando el dolor de unos ha de considerarse re­
—que com o saldo acreed o r llevaría signo m ás— se sarcido y saldado en la felicidad de otros. Entonces
h aría c o rre sp o n d er un tan to equivalente de ventu­ em pieza a inventarse toda su erte de sujetos ya rig u ­
ra. A c u a lq u ier tanto de felicidad —que com o saldo rosam ente ficticios y fantasm agóricos, a fin de que
deudor llevaría signo m enos— se haría corresponder tal co n tabilidad com pensatoria pueda seguir m a r­
otro tan to equivalente de dolor. Los tres evangelis­ chando. Unas generaciones posteriores serían en su
tas sinópticos recogen las llam adas bienaventuran­ felicidad las beneficiarias de las ren tas acum uladas
zas, pero tan sólo Lucas —cosa que h a sta hace poco por los sufrim ientos de las precedentes, las que da­
se me h ab ía pasado, inexplicablem ente, inadverti­ rían sentido al sacrificio de sus antecesoras. El do­
d a— les pospone, con el paralelism o m ás completo, lor queda así reintegrado com o en co n trap u n to a la
las que podríam os lla m a r las m alaventuranzas: m úsica del Todo, reducido a com pás arm ónico, a
«Pero ¡ay de vosotros los ricos!, pues ya habéis go­ acorde al fin ya no disonante en la grandiosa y sin­
zado v uestra p arte!//¡A y de vosotros los que ahora fónica tach u n d a de la arm o n ía universal, que alcan ­
estáis hartos, porque ten d réis ham bre!//¡A y de los za así, po r fin, la im p e rtu rb a d a y reconciliada
que ahora reís, porque gem iréis y lloraréis! / / ¡Ay de trasparencia, m úsica celestial, pictóricam ente hecha
vosotros cu ando todos los hom bres os alaben, por­ luz, toda luz, divina luz sin som bra, en la Sixtina.
que así hacían sus p adres con los falsos profetas!»
Aquí se ve rigurosam ente aplicado a los destinos in­ VIII. La integración del su frim ien to en la a rm o ­
dividuales el c riterio de los núm eros enteros y el sis­ nía universal, a u to rita ria m e n te im puesta po r aquel
tem a de contabilidad del HABER y el DEBE. Todo verdadero cóm plice del poder de Dios en la apolo­
dolor adelantado es, en las bienaventuranzas, un HA gía de la Sixtina, otorga un nuevo vigor universal a
BER, un saldo acreed o r en la c u en ta co rrien te del la m iserable ideología que justifica el dolor como ne­
individuo; un a h o rro en el cielo o en la tierra, que cesidad de capitalización, com o inversión rentable
le será liquidado a su debido tiem po. Toda felicidad para la gran em presa de la h isto ria y de la hum ani­
anticipada es, en cambio, en las m alaventuranzas, un dad, y hace de aquellos frescos el m ás rotundo y
DEBE, un saldo deudor, núm eros rojos que se le ha form idable m anifiesto inaugural de todo conform is­
rán pag ar en llam a viva en los infiernos. mo, haciendo realm ente d u d a r si el pretendido h u ­

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m anism o renacentista, en vez de consistir, com o se visto en un reciente serial televisivo— el orgullo pa­
adm ite, en el intento de incoar realm ente en este triótico de un negro am ericano, haciéndole p e n sar
m undo un nuevo esp íritu de hum anidad, no co n sis­ cóm o el inm enso m a rtirio de sus antepasados, a rre ­
tió m ás bien en p in ta r con colores m ás falazm ente batados al África natal y a rre a d o s a latigazos, bajo
hum anos un m undo sólo dispuesto a acrecentar, bajo la condición de esclavos, en el cultivo de las p la n ta ­
tal capa, el ya alto grado de su inhum anidad. El sex­ ciones, con trib u y ó de m odo decisivo en la creación
to aforism o de Leonardo da Vinci dice: «Tú vendes de la G ran P atria de la L ibertad, de la que él m ism o
¡oh. Dios! todos los bienes a los hom bres al precio usufructúa ahora el alto privilegio de ser ciudadano.
de su esfuerzo», m ientras el séptim o com enta: «¡Ad­
m irable ju stic ia la tuya, C ausa Prim era! Tú no has IX. A Carlos Marx le producía, ciertam ente, irrita ­
perm itido que ninguna fuerza falte al orden y cali­ ción la imagen del Estado como «órganon» presentada
dad de sus efectos necesarios». El prim ero de ellos por Platón, en la que, m ientras a unos determ inados
enuncia el prin cip io expiatorio o contable de un in­ ciudadanos les estab an asignadas funciones nobles
tercam bio de opuestos; los bienes son vendidos a los y m ás placenteras que m ortificantes, a otros, en cam ­
hom bres a cam bio de un esfuerzo o tra b a jo que se bio, se les reservaban las funciones m ás sacrificadas
considera com o su c o n tra p artid a natural; el conflic­ y serviles. No se dio cu en ta M arx de que la objeción
tivo deseq u ilib rio del tra b a jo com o m aldición ha m ás fu erte contra la concepción p latónica del E sta­
sido reconducido a este arm ónico balance de com ­ do com o un id ad orgánica estab a ya en la m era elec­
pensación de los opuestos. El segundo de los afo ris­ ción de la figura: la única representación posible del
m os citados es una exclam ación adm irativam ente E stado com o sujeto orgánico y u n ita rio era ponerlo
ponderativa de un orden cósm ico organizado com o bajo la figura del único sujeto realm ente existente:
un sistem a de tal tipo de eq u ilib rio s calculables el individuo hum ano o anim al. De hab erlo adverti­
conform e a la m ecánica de la necesidad, en que do así, acaso M arx no h a b ría in cu rrid o en la tro p e­
se c o n fig u raría la a rm o n ía universal. Y desde aquel lía —no sólo teórica— de a c ep ta r y racionalizar p a ia
momento, nótese bien, la noción del su frim ien to se la sucesión d iacrò n ica lo que, con toda justicia, ta n ­
veía ya lista para deslizarse desde el aspecto y el con­ to le repelía en la sección sincrónica. ¿Qué diferen­
texto religioso, po r lo m enos negativo y lam entable, cia puede hab er entre el carácter ficticio de la unidad
hacia el actual aspecto laico, positivo y saludable, de de sujeto cuenta-co rren tista de un m ism o HABER y
gran g en erad o r de energías de civilización y de pro­ DEBE y SALDO com puesta por clases diferentes de
greso. V erdaderam ente, p o r mi parte, com o explica­ una com unidad sincrónica y la co n stitu id a p o r ge­
ción —ya que no ju stificació n — del sufrim iento, neraciones sucesivas, entre las que el sacrificio de
considero m ás aceptable la del mito del pecado origi­ las p rim e ra s sólo se rá saldado en cu an to beneficio
nal, donde era al m enos considerado com o m aldición de las subsiguientes? A Jovellanos cabe, en cambio,
y rem itido a una desgracia originaria, que el de la ne­ el honor de h a b e r dicho alguna vez: «Jam ás sa crifi­
cesidad histórica, que pretendió tal vez ta p a r la boca caría a la generación presente en beneficio de las ve­
de una vez p o r todas a todo sentim iento de in ju sti­ nideras». Huelga aquí recordar en cuántos y cuántos
cia y a todas las blasfem ias. Ahora puede llegarse tópicos retóricos y hueros se expresa esta m entali­
hasta la cín ica indignidad de so licitar —com o se ha dad expiatoria, tales com o el de que cada p a tria gus­

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te de e n carecer su grandeza y abolengo y legitim e ditado no ya a ellos m ism os, pobrecitos, sino a los
su p erm anencia en nom bre de los inm ensos sa crifi­ que la ficción contable ha co n stituido en co titulares
cios de tan tas y tantas generaciones com o fueron ne­ de su cu en ta corriente, léase M argaret T hatcher et
cesarios p a ra forjarla y construirla, o com o el de que ulii. Si los m uertos son, pues, u n a inversión que tie­
se ju stifiq u en infinitos dolores, in ju sticias y m u er­ ne que p ro d u cir su beneficio, es evidente que todo
tes com o el necesario trib u to que era preciso pagar intento de volver juríd icam en te sobre el pleito de las
p o r el progreso de la civilización o la grandeza de M alvinas después de la victoria, se ría una intolera­
1a hum anidad, etcétera, ya conocen ustedes la jerga. ble ofensa a los m uertos —de conform idad con el
En este sentido, en fin, tan sólo una gran falta de im a­ sen tir de M oore— en cuanto que significaría consi­
ginación teológica puede h a b e r im pedido que se vie­ d e ra r económ icam ente nulo el valor de su sangre,
se el com unism o como el heredero legítimo y natural una sangre a la que se ofendería ju stam en te en su
del cristianism o. valor adquisitivo, al no ap arejársele ren tab ilid ad a l­
guna. En estas protestas de Parkinson y Moore (que
X. Llamo, pues, m entalidad expiatoria a esta inve­ no parecen ficciones retóricas, sino responder a la
terada obstinación de que, de un lado, los bienes ten­ m ás profunda convicción de la real hom ogeneidad
gan que su rg ir del sacrificio, y, de otro, que los y equivalencia de la sangre y el derecho com o u n ita ­
sacrificios sean n ecesariam ente p o r sí m ism os ge­ ria su stan cia de valor que su ste n ta los signos m ás
neradores de valor, de valor adquisitivo p ara com ­ o menos, como saldo acreedor y saldo deudor) se m a­
p ra r los bienes, o de valor en el sentido de crédito nifiesta la a p lastan te vigencia, aún en el día de hoy,
m oral o de sem illa que g erm in ará («sangre fecun­ de la superstición y m ixtificación constituyente de
da»). E sto tiene que ver sin duda, ya com o origen, la m entalidad expiatoria.
ya acaso, m ás bien, com o resultado, con la concep­
ción de la g u e rra com o cread o ra de derecho, con­ XI. En un reciente artícu lo en que Javier Tussell
cepción ab so lu ta y plenam ente vigente: «Ahora las no a cierta a d isim u la r la típica reacción neurótica
Falkland son n u estras porque las hem os pagado con que suscita hoy en día el pacifism o en algunos sec­
vidas de jóvenes británicos; todo intento de cuestio­ tores (reacción que, com o o bservaré m ás adelante,
n a r ese derecho es, sin más, una ofensa a los m u er­ tiene m ucho que ver con la gran com odidad de res­
tos». Así lo ha form ulado, literalm ente, p o r su parte, ponsabilidad y de conciencia que proporciona el ac­
el general Jerem y Moore, y de m anera im plícita la tual blanco-o-negro de la bipolarización universal)
frase (que bien p odría p resen tarse com o m odelo se cita una siniestra frase de Cam us —ya p arafrasea­
de c irc u la rid a d a la crític a de la escuela lógica de da, po r cierto, hace unos años en uno de los siem pre
Oxford) de Cecil Parkinson, presidente del partid o detestables hit-parade de Julio Iglesias—4 en la que
conservador británico, que dijo: «Si las Falkland me­ nuevam ente se esgrim e la m entalidad expiatoria, po­
recen el sacrificio de m o rir p o r ellas, es porque niéndola, en este caso, en directa relación con el
m erecen p erm a n ec e r bajo soberanía británica». Se­ esp íritu de la m oral del com prom iso. La fobia anti-
gún la m entalidad expiatoria, los m uertos, los que
han hecho el m ayor sacrificio, son un m érito, una in­ 4. La canción que dice: «Siempre hay/por qué vivir, porqué lu-
versión, y, com o tal, un HABER que ha de ser acre­ charly a quien amar».

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p acifista expresaría aquí, com o ya digo, el te rro r a avance por los Cam pos Elíseos y se dirigió hacia la
que se quiebre la inhibición de conciencia que p e r­ tribuna preparada a los efectos. D urante un breve m o­
m ite la neta división del m undo en bloques, inevita­ mento, el terrib le espectáculo de aquellos hom bres
ble exudación del ecum enism o moral. La frase citada destrozados tropezó con una especie de silencio c a r­
es: «Si no hay u n a buena cau sa p o r la que m orir, no gado de conmoción. Entonces un inm enso grito, que
hay tam poco una bu en a razón p ara vivir»; en esta parecía surgir de las m ism as entrañas de la raza, s u r­
form ulación, citad a al m enos aquí con intenciones gió de la m ultitud, un grito que era a la vez saludo y
de ejem p larid ad m oral, la relación de intercam bio plegaria...» (corregiría yo aquí al a u to r interpretando
no puede a p a re c er m ás evidente. este grito com o la evidente explosión que coronaba el
efecto de catarsis deliberadam ente urdido por los o r­
XII. Un triu n fo rom ano era sin duda un repugnan­ ganizadores). Más adelante el m encionado a u to r pro­
te espectáculo de exaltación de la soberbia de la fuer­ sigue «hubo una larga pausa en el desfile como para
za (gorila que tam borea su hercúleo y resonante perm itim os un respiro o para que enjugásem os nues­
pecho con los puños). Pero tam bién es de ju sticia re­ tras lágrim as, después llegó LA GLOIRE. Acompaña­
c o rd a r cóm o h ab ían sabido se r los rom anos en su do po r un fabuloso so n ar de cornetas y tro n ar de
p rim e r florecim iento, con este p á rrafo del epítom e tam bores, atravesó el Arco de Triunfo un escuadrón
de Floro: «Puede form arse idea de la alegría p ro d u ­ de los magníficos guardias republicanos; cuarenta me­
cida po r una y o tra victoria p o r el cuidado que tu ­ tros m ás a trá s cabalgaban Joffre y Foch». El orden de
vieron Domicio Aenobarbo y Fabio M áximo de erig ir sucesión lo dice todo: la relación de intercam bio en­
en los m ism os cam pos de b atalla to rre s de piedra, tre la enorm idad del sacrificio y la em briaguez inmen­
sobre las que colocaron trofeos form ados con las a r ­ sa de la G loria así alcanzada, no podía ajustarse, con
m as enem igas [a lo que, repárese bien, añade lo arreglo a la m entalidad expiatoria, m ás que al orden
siguiente], costum bre desconocida para nuestros an­ en que el HABER precede al DEBE, la inversión a la
tepasados, pues nunca insu ltó el pueblo rom ano la ganancia. Los organizadores del desfile habían echa­
d erro ta de un enem igo vencido». Pero si un triu n fo do desaforadam ente m ano de la tan honda y univer­
rom ano de la época im perial era tan repugnante es­ salm ente acrisolada concepción del sacrificio com o
pectáculo, tam poco entonces llegó Roma al grado de creador de valor, refrendando en las alm as y en la so­
abyección m oral que, bajo el signo de la m entalidad ciedad francesa una poderosísim a convicción de ha­
expiatoria, se alcanzó en el fam oso desfile de la vic­ ber acum ulado en sí un inconm ensurable capital
toria celebrado en París el 14 de ju lio de 1919. Como moral, ju n to con el m ás pleno, total, inapelable auto-
es sabido este desfile, u rdido con la m ás repelente convencim iento de tener razón. Es extraordinario ob­
astu cia pedagógica, fue encabezado por la escalo­ servar hasta qué punto el poder del efecto catártico,
friante parada de toda suerte de m utilados de guerra, el sentim iento de un inm enso saldo acreedor, suscita
hom bres despedazados y llevados en c a rrito s con en las posguerras —a despecho de un estado de des­
las m ás espeluznantes y variadas reliquias del h o rro r trucción m oral com parable al de destrucción física
de los com bates. Un sagaz escritor, A listair Hor- y m aterial del pueblo entero— esa delirante sensación
ne, que describe este episodio, co n tinúa así: «Con de renacim iento, de m om ento ideal p ara el alborear
paso doloroso y titubeante, la colum na continuó su de una nueva era histórica santificada y venturosa.

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XIII. P recisam ente p o r aquellas m ism as fechas y »"luí ion, aceptase, p o r el contrario, llevar la cues-
asqueado ante el espectáculo que tan to franceses lliin -conform e a lo que debía de p arecerle la exi-
com o alem anes habían ofrecido en las conversacio­ i'. m ia de las cosas m ism as— hasta los térm inos más
nes de arm isticio, d ab a Max W eber la conferencia • ^diabladam ente inm anejables (me refiero a los de
—recogida después en su texto de E l Político— en »•Mica de la convicción» y «ética de la responsabili­
la que tach a de abyecta «la m anía clerical de u tili­ dad»), y que en vez de ir allanando y apaciguando
za r la ética com o in stru m e n to p ara te n e r razón». Yo • I problem a, para acercarlo a solución alguna, ve­
he denom inado esta actitu d com o «farisaísm o», res­ nían, por el contrario, a recru d ecerlo h a sta ponerlo
tituyendo el sentido riguroso que debe recobrar esta lm andescente o com o en carn e viva. En su extrem a
p a la b ra a te n o r de la p a rá b o la evangélica: «Te doy honradez científica y m oral supo o sintió que en este
gracias, S eñor —es lo que dice el fariseo —, porque •i »unto, m ás que en ningún otro, la lealtad a la cues­
no soy com o los otros hom bres, porque no soy com o tión era, sin m ás ni m ás, lealtad hacia los hom bres,
ese publicano», donde se ve cóm o el farisaísm o con­ v le prohibía sujetarse al principio positivista de mi-
siste en construir, com o po r arte de contraste, la pro­ iai los conceptos com o operadores y, po r tanto, de
pia bondad con la perversidad ajena. Quien tenga la • Unirlos según aquel c rite rio de copertenencia, in-
curiosidad de releer los textos franceses de la guerra ti i penetrabilidad, tra n sp a re n c ia y conm ensurabili-
del catorce no sa ld rá de su aso m b ro al o b serv ar a il.nl que perm ite e n g ran arlo s en el razonam iento
qué extrem os de d elirio llegaron los franceses en el • orno en un d esarro llo de contabilidad, siem pre ca­
encarecim iento de lo terriblem ente execrable del c ri­ pa/ de a rro ja r un resultado.
men que los boches h ab ían com etido co n tra ellos y
sim ultáneam ente hasta qué excelso punto dem ostra­ XIV. C uadrar, lo que se dice cuadrar, ya sea en la
ban sentirse ellos m ism os elevados, ennoblecidos, en­ tierra, en el cielo, en el infierno, en el se r o en el m a­
grandecidos y p u rificados p o r la guerra, com o si ñana, las cuentas de la felicidad y del dolor era, al
fuese el m ayor de los bienes que los cielos hubiesen lm, lo que ya se ofrecía desde siem pre en todas las
podido d e rra m a r sobre las frentes de los franceses icligiones y d o ctrin as positivas, en cuya m ás a c riso ­
(cosa que, al fin, y no se m e en tienda p o r dem asiado lada tradición está ese arreglo contable de sa ld a r el
irónico el decirlo, ten d ría que haberles sugerido a l­ dolor de los sacrificados con la felicidad de los bie­
guna suerte siquiera paradójica de g ratitud hacia los naventurados, tal com o he venido rem achando ya so-
alemanes); difícilm ente p odría h allarse m uestra m ás Inadam ente desde que arre m e tí con B uonarroti. La
paradigm ática de farisaísm o o, en expresión de We­ • nestión ética por excelencia es ju stam en te desm on­
ber, de «utilización de la m oral com o in stru m en to t a r de una vez esta m entalidad contable (en que el
para ten er razón». Así el inconm ensurable efecto ca­ m arxism o y otras doctrinas laicas se m uestran, como
tártic o de aquella g u e rra en los franceses se n u tría va he dicho, los m ás legítim os y rigurosos herede-
p o r igual del resorte de la m entalidad expiatoria y io s del cristianism o), que se va haciendo, o m ás bien
del resorte del farisaísm o. H onra extraordinariam en­ ya se ha hecho, la form a m ás universal de la concien­
te a Max W eber el que, al ponerse el problem a de la cia hum ana y que consiste en h acer de la felicidad
m oral del hom bre público, lejos de concederse la m e­ Vdel dolor p a rtid as m utuam ente reductibles por re­
n o r com odidad de planteam iento, con vistas a una lación de intercam bio. La cuestión ética es escu ch ar

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la resistente p ro testa de la felicidad co n tra ese se r
concebida como Saldo Deudor, y m ás todavía, el irre-
signado lam ento del dolor contra la idea de aceptarse
a sí m ism o com o Saldo Acreedor, sea en figura de
ahorro, de pago, de expiación, de m érito, de tributo;
es ro m p er de una vez en mil pedazos, el espejo de
la ném esis como criterio de conciencia, y no sólo per­
sonal, sino m ás todavía im personal, com o cuando,
sin a trib u ció n de culpa, se co n trap esan olím pica­
m ente dolores con venturas, p ara ree q u ilib ra r la se-
riación histórica; es m ira r el abism o que hay d e trá s
de tan confiada y ru tin a ria contabilidad, cuestión
que m al p o d ría se r resuelta reateniéndose a reglas ( uando la flecha está en el arco, tiene que p a r tir 1
de contabilidad —com o se ría el elegir los conceptos
con arreglo a su capacidad operativa—, ni aún, po r
tanto, siquiera, propiam ente, se r resuelta, en el sen­
tido siem pre form alm ente contable que parece inhe­ 1. C uando hable aquí de «síntesis de la fatalidad»
rente a la noción de todo resolver. debe entenderse síntesis en la acepción que se aplicó
en su día al d esignar la operación em p írica llam ada
«síntesis de la urea». H asta entonces, al parecer,
se había su p u esto —y quizá h a sta negado dogmá-
ticam ente p o r algunos o, en cam bio, sim plem ente
dudado o tem ido po r los m ás p ru d en te s— que las
sustancias quím icas llam adas «orgánicas», p o r en­
contrarse sólo en seres vivos, si bien eran suscepti­
bles al análisis —esto es, a su descom posición en
com ponentes sim ples—, no lo eran, en cam bio a la
operación inversa, a la llam ada síntesis —esto es, a
su recom posición a p a rtir de esos m ism os com po­
nentes individuados y reconocidos m ediante el
análisis—. La experiencia h asta entonces alcanzada
hacía tem er que si bien Dios o La N aturaleza h abían
concedido a los hom bres el doble p o d er de h a c er y
deshacer en el inerte m undo de las m aterias inorgá­
nicas o m inerales, p o r el co n trario parecían haber-

I. C o n fe re n c ia le íd a en la 5 * Semana de ética y filosofía políti-


ni en el In stitu to d e filo s o fía d el C S IC , el 2 5 d e m arzo d e 1988.

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se reservado p ara sí solos el sum o privilegio de cons­ que se a n u n c ia — pu ed a tam bién fab rica rse a volun­
tru ir las su stan cias de la vida. Al hom bre del labo­ tad, o sea, por síntesis, lo que im p licaría un poder
ratorio le era ciertam en te dado descom poner estas equivalente a la facultad de d istrib u ir y disponer so­
sustancias en sus ingredientes m inerales, pero le era bre la su perficie negriazul del firm am ento, com o
negado reconstituirlas. La síntesis de la urea, prim e­ quien hace crucecitas de tiza en la p izarra totalm ente
ra recom posición artificial de una su stan cia orgáni­ vacía, aquí un planeta, allí o tro en conjunción con
ca, fue la señal de que el laboratorio había logrado él, allá un tercero en oposición con el segundo, y así
ro b ar a Dios o a La N aturaleza tam bién este últim o sucesivam ente h asta co m p letar la configuración as­
poder. Poder que, tenido h a sta entonces po r divino, tral correspondiente a tal o cual destino elegido a
a m uchos asu stó ver puesto ahora en las m anos de su alb ed río y con arreg lo a los deseos del cliente. A
los hom bres y de m odo notorio a M ary Shelley, que, ningún astrólogo se le ha pasado nunca por las m ien­
con su o b ra E l doctor Frankenstein o el Prometeo tes pretensión tan c o n tra ria a la índole m ism a de lo
moderno, no sólo expresó su susto sino que, de paso, que tiene por objeto propio de su ciencia: la fata li­
inventó un género litera rio destinado a alcanzar dad. La noción de ésta se ha definido siem pre ju s ta ­
ulterio rm en te el m ayor predicam ento: la ciencia- m ente p o r contraposición al albedrío, lo que, del
ficción. modo m ás directo, im plica la negación de cu alq u ier
posibilidad de construcción sintética, viniendo así
2. V ulgarm ente solem os llam ar «fatalidad» a la ca­ a o c u p a r la fatalidad, en esa especie de ciencia del
tegoría de aquello que pretendidam ente sobreviene acontecer de la que la astrología pretende fo rm ar
al m argen y a despecho de toda intervención de vo­ iarte, un lu g ar hom ólogo al que h asta la síntesis de
luntad hum ana. Tal contraposición a la voluntad del
hom bre queda expresa en el hecho de que la fatali­
Ca urea habían ocupado las su sta n c ia s orgánicas en
la ciencia de la naturaleza.
dad sea rep u tad a por algunos —y no im porta en qué
grado de personificación o alegoría— com o «volun­ 3. La frase que he puesto p o r títu lo de estos pape­
tad del cielo», lo que, consiguientem ente, les lleva a les, «Cuando la flecha está en el arco, tiene que p a r­
e sc u d riñ a r su signo en las e strellas. Ju sta m en te por tir», no es sólo un enunciado del tem a, sino el tem a
tan enfatizada inm unidad frente a cu alq u ier posible mismo. Es un refrán chino que llegó a mi conoci­
intervención hum ana, lo m ás que han pretendido m iento hace bastantes años por una recopilación pa-
nunca los astrólogos es que, m ediante el an álisis de rem iológica b a ra ta que com pré en un quiosco de
ésta o aquella configuración astrológica dada, o sea, periódicos. Al punto, p o r arbitrio, p o r ley o por a z ar
a través de la descom posición en relaciones sim ples de resonancias, se m e antojó com o u n a réplica de la
—y de un valor ya p refijado— de una com binación m áxim a latin a «Si uis pacem para b e llu m » (cuya ne­
astral com pleja, puede llegar a leerse la significación cedad, por cierto, no ha tenido em pacho en consa­
prem onitoria de tal conjunto astrológico d eterm in a­ g rar h asta una m arca de pistolas: las tristem en te
do y conocer el destino fatal que prefigura. Lo que fam osas Parabellum), contraponiendo a tan unívoca
jam ás han pretendido los astrólogos es que la fata­ tosquedad la sabia circunspección de quien a c ie rta
lidad —p a ra ellos, com o vengo diciendo, cognosci­ a decir y e n señ a r m ucho m ás precisam ente aconse­
ble m ediante el análisis de la com posición estelar en jando m enos. Ya el paso a trá s que com porta pasar,

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frente a la m áxim a latina, de la segunda p ersona a lio por e s ta r su jeta es m enos voluntad, com o no po r
la tercera y del im perativo al indicativo renuncia a e s ta r som etida al freno y a la b rid a del jinete d ejará
la form a expresa del consejo, ya que lo propio de éste de serlo la del caballo ansioso de correr. V oluntad
es d icta r directam ente la conducta ú til p a ra un de­ i|u e el arq u ero ha de se n tir tal vez a través de la plu­
signio dado. Pero verem os cómo entre las direcciones ma de la flecha que cosquillea los dedos con los que
de sentido del refrán del arco queda im plícitam ente todavía la retiene, cual si les su su rrase: «Dejadm e
envuelto no sólo un consejo, sino h a sta un im pera­ va partir». Así pues, ya la m era descripción, que se
tivo. lim ita a a firm a r ese ap rem iante «tiene que p artir»,
nos hace p a ra r m ientes en el hecho de que el arq u e ­
4. Pero su prim a facies, su presentación explícita, ro que tiende el arco bien p o d ría s e r concebido, en
es una d escripción de la condición que afecta a las cuanto tal sujeto, no sólo com o fuerza que em barga
cosas n o m b rad as en el tran ce expuesto; en efecto, lu erz a, sino tam bién com o voluntad que delega vo­
«tener que p a rtir» es la condición que afecta a la fle­ lu n ta d y lib ertad que enajena libertad.
cha «cuando e stá en el arco». La dirección d e scrip ­
tiva es la dirección de sentido form alm ente explícita, 5. Al m ism o tran ce de fuerza em bargada, volun­
directa, del refrán. Diré por adelantado que las otras tad delegada y lib ertad enajenada rem ite, aun m ás
dos direcciones de sentido, esta vez im plícitas e in­ di rectam ente, el refrán castellano, no m enos descrip­
directas, que mi an álisis va a c o n sid e rar son la n o r­ tivo, que reza com o sigue: «Puestos a reñir, el cuchi­
m ativa y la adm onitoria. La descripción nos dice que llo es el que m anda». La diferencia retóricam ente
el arq u ero que tiende el arco tra n sfie re a éste y acu ­ i elevante, frente a la im pasibilidad del refrán chino,
m ula en él la fuerza de sus brazos. Tensado el arco, está en el c ru d o choque de ju n ta r un predicado tan
la fuerza que d a rá im pulso a la flecha ha dejado de hum ano com o «m andar» con un sujeto inanim ado
e s ta r en los brazos del arq u ero y está ya en el arco i orno «el cuchillo». Pero de ningún m odo creo que
mismo. La fuerza se ha sep arad o del cu erp o del su ­ el refranero q u iera aquí d ivertirse a n u e stra costa
jeto y se ha objetivado en su instrum ento. No im porta Inventando tru c u len c ias para am ed ren tarn o s: si la
ahora la p ecu liar naturaleza de las prótesis y los ins­ I igura del cuchillo que m anda hace violencia —como,
trum entos ni según qué supuestos puede ser legítimo por definición, toda m etáfora— a los usos reconoci­
o ilegítim o incluirlos en el sujeto hum ano o excluir­ dos com o propios y congruentes del acervo es p ara
los de él, que en principio am bas cosas pueden ser d a r expresión a una experiencia que violenta en m e­
plausibles. Mas, si la fuerza de los brazos del arq u e ­ dida sem ejante los supuestos y las expectativas en
ro ha sido tra n sm itid a al arco tenso y ha pasado, en t uva constancia querem os y creem os poder descui­
verdad, a se r fuerza del arco, ya no podem os neg ar­ dadam ente confiar. Lo que tan agresivam ente resu l­
le algún sentido válido a quien ose d ecir que ta m ­ ta puesto en entredicho p o r la experiencia que el
bién la voluntad que ha regido el m ovim iento de los icfrán señala no es, obviamente, sino la confiada p re­
brazos que han tensado el arco ha pasado a ser, en sunción de que el sujeto hum ano es —al m enos en
la form a que fuere, voluntad del arco. Una voluntad los térm inos y dentro de los lím ites que la cotidiani­
que se revuelve, urgiendo y aprem iando, contra el dad reputa suficientes—, com o suele decirse, «due­
propio sujeto que la ha em ancipado y generado, que ño de sí m ism o», «dueño de sus actos». El refrán

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remite, pues, a la larga experiencia de los casos en de c u alq u ier diferencia capaz de h a lla r m ás motivo
que los hom bres se han visto de pronto frente a una de queja o de protesta ante fatalid ad es en que el su ­
tragedia que nadie preveía ni deseaba y que, u n a ve/ jeto hum ano ha jugado algún papel, que ante las que,
sobrevenida, se les im pone con los rasgos propios de como el terrem oto de Lisboa de 1750, hicieron, en
c u a lq u ier fatalidad, pero que ellos sienten diferente cambio, sen tir con traria al buen sentido una actitu d
de las fatalid ad es que llegan claram ente desde fue distinta de la resignación.
ra, com o los rayos que les caen del cielo. La tragedia
del refrán es una fatalid ad que ellos han visto origi­ 7. El refrán del cuchillo nos previene contra la p ar­
narse en sus propias voluntades, que han tenido o ticular capacidad de las a rm a s p ara erigirse en fau-
han creído ten e r entre sus m anos, pero en la que las (oras de las fatalidades que llam o aq u í «sintéticas»,
arm as, p u e sta s p o r gestoras de su a su n to y su que­ pero de paso nos lleva de la m ano a la reflexión ge­
rella, al arre b a ta rle s, com o sacándoselo de e ntre los neral sobre cómo los instrum entos no sólo potencian
dedos, el dom inio de los hechos, se han arro g ad o el y especializan las acciones de los hom bres, sino que
poder de d e c id ir po r ellos el trágico final. tam bién pueden desviarlas de sus propios designios,
<i bien condicionarlas y h asta c o n fig u rarlas de muy
6. Ya he dicho que en tien d o po r « fatalidad sin téti­ diversas form as. Yéndome ahora a otro extrem o
ca» esta clase de «fatalidades» en las que, p o r haber muy rem oto de esta m ism a relación general entre los
intervenido de uno u otro m odo la subjetividad hu hom bres y su s instrum entos, m e im p o rta se ñ ala r
mana, el carácter fatal aparece a posteriori como pro­ cómo la h isto ria m ism a de las invenciones parece
ducido de artificio. Por m uy en entredicho que que rechazaría una representación unidireccional, en
podam os poner la presunción co tid ian a de que el la que el in stru m e n to inventado se lim itase a se rv ir
hom bre es, como suele decirse, «dueño de sí mismo», pasivam ente a la e stric ta intención de su inventor,
p o r m ucho que los su p u esto s tácitam en te vigentes sino que m ás bien ab undan los datos que hacen m u­
en torno al alb ed río m erezcan toda la desconfianza cho m ás verosím il la im agen de un m ovim iento de
y el descréd ito que pueda a c a rre a rle s su concomí vaivén, en la que el in stru m en to —natu ralm en te en
tancia con una tradición p uesta al servicio de las ne­ muy diverso grado según qué in stru m e n to — revela,
cesidades de legitim ación de las instituciones de puesto al uso, virtualidades im previstas que exceden
ju sticia —un albedrío, p o r tanto, que, su p ed itad o a las funciones asignadas por el inventor, reactuando
la función de su ste n tar la plausible apariencia de un sobre éste, com o si solicitase su inventiva con la su ­
castigo a ju sta d o a la m edida del culpable, en real i gerencia de una nueva aplicación. Por lo demás, nada
dad perm ite inventar cu lp ab les capaces de a ju s ta r­ tiene de nuevo e sta m anera de rep resen tarse la h is­
se a la m edida del castigo—, por grande, en fin, que, toria de las invenciones —quiero decir com o un pro­
sobre esta cuestión del albedrío, haya podido h a c er­ ceso de interacción entre el inventor y lo inventado—,
se, al cabo de ta n ta s y ta n ta s desazones, el alcance sino que es la m ás com únm ente aceptada. Lo que ya
de n u e stra s vacilaciones y reservas, m e cuesta, sin no es tan com ún es la consideración com plem enta­
em bargo, im ag in ar a alguien realm ente dispuesto a ria de que el reflejo del in stru m en to sobre la in­
en treg ar el últim o bastión de resistencia frente a un ventiva del u su a rio no tiene po r qué se r siem pre
determ inism o tan desesperado que haga tabula rasa unívocam ente a lu m b rad o r de posibilidades nuevas,

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sino que a m enudo puede e s ta r acom pañado p o r un 8. La hipótesis sería, por lo tanto, la de que la
efecto condicionante en sentido restrictivo. Por ilu s­ relación tan to sincrónica com o d iacrò n ica en tre las
tra rlo con el que es tradicionalm ente usado com o a r­ arm as y los antagonism os a los que sirven de in stru ­
quetipo de todos los inventos, el torn o de alfarero, m ento puede considerarse som etida a un proceso de
nadie duda del im pulso enorm e con que su invención interacción análogo al que he supuesto entre los fi­
pudo reactiv ar la inventiva de los alfareros, pero nes iniciales del a rtesan o y el reflejo de sus propios
b a sta con re p a ra r en el m u estra rio que la h istoria inventos. Pero a c ep ta r que los antagonism os hu m a­
m undial de la cerám ica nos puede presentar, para nos puedan verse condicionados o alterados p o r la
ad v e rtir en qué extrem a m edida la cerám ica de re­ interferencia de repercusiones em itidas desde las a r ­
volución hecha posible po r el torno privilegió las for­ m as en sí m ism as es nada m enos que reconocer la
m as de sección circular, únicas accesibles al em pleo posibilidad de un ingrediente exógeno y, por tanto,
del torno.2 La ab so lu ta im posibilidad de averiguar gratuito respecto de cualquier motivación posible del
el significado y el valor que esto haya podido tener antagonism o, lo que po n d ría inm ediatam ente en en­
para la h isto ria de la cerám ica nos im pide tam bién tredicho la presunción de una iniciativa totalm ente
sab er h a sta qué punto el ejem plo es válido com o tal engendrada y configurada en el seno del sujeto. Pero
ejemplo, pero me b a sta con que se lo dé p o r bueno H om ero ya dijo: «El hierro p o r sí solo a tra e al hom ­
en cuanto sim ple ilustración del m odo en que esti­ bre». Ya h a b rá podido advertirse claram ente cuál es
mo que los inventos no tienen siem pre por qué a b rir la teoría m ás directam ente afectada p o r tal suposi­
un abanico incondicionado de posibilidades, sino ción: la que halló su expresión m ás célebre, m ás
que tam bién pueden s e r com prom etedores p a ra el inequívoca y a la vez m ás pedestre en el panfleto
inventor, en el sentido de co m p o rtar un condiciona­ —integrado, p o r cierto, en el co rp u s e sc ritu ra rio c a­
m iento restrictivo. Y ahora ya puede verse cóm o este nónico de la ortodoxia tradicional m arx ista — in ti­
rodeo po r la histo ria de los inventos ha sido urdido tulado A n tid ü h ñ n g , debido, com o es notorio, a la
ad hoc: se tra ta b a de p ro sp e c tar la posibilidad de plum a de Engels. Pero la fácil hazaña de desacredi­
a p licar el refrán del cuchillo a la h isto ria m ism a de ta r un texto tan vulnerable no puede hacerse p a sa r
las a rm a s y correlativam ente a la de los antagonis­ por la confutación definitiva de una teoría que po­
mos hum anos. Ese cuchillo que de pronto m anda, en d ría h a lla r defensa en una argum entación m ucho
la riñ a interindividual y ta b e rn a ria del refrán, y su más inteligente y m ás circu n stan ciad a. Si recurro,
p lanta a los hom bres en el dom inio de los hechos, por tanto, al A n tid ü h ñ n g es porque m e perm ite se­
h asta llevarlos a una fata lid a d que nadie preveía ni ñalar el punto de incidencia en que la aceptación de
deseaba, queda propuesto aquí por paradigm a de to mi factor de g ratuidad com o ingrediente del antago­
das las arm as, panoplias y arsenales que los hom ­ nism o pone en cuestión la concepción general —en
b res han inventado, fab ricad o y em pleado como modo alguno exclusiva de E ngels— que da por des­
instrum entos de sus antagonism os. contada la racionalidad subjetiva de la guerra, ya que
va a ser echando a reñir directam ente al A n tid ü h ñ n g
con la Teoría de la clase ociosa, de Thornstein Veblen,
2. L a ex c e p c ió n im p o rtan te es. p o r c u a n to yo sep a, la d e la gran como voy a intentar que el público vea saltar las chis­
é p o c a de c e r á m ic a c h in a co n v a s ija s d e s e c c ió n c u a d ra d a . pas que denuncian el conflicto.

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9. Engels necesitaba que la guerra y las relaciones un ítem m arginal en el resto de la econom ía, y aun
de dom inación no contuviesen factores de irracio n a­ su influencia ha podido se r la dom inante, pues sin
lidad totalm ente irred u ctib les al cu ad ro general de necesidad de que, en cifras absolutas, tuviese un va­
una teoría fundada en el supuesto de una racionali­ lor preponderante en el total de los tráficos, el pe­
dad económ ica que no podía p e rm itir cosa alguna queño paquete de acciones que el control de la
de que ella fuese incapaz de d a r explicaciones, y lo p ú rp u ra representaba fue decisivo en la econom ía
que torp em en te pretendió en el A ntidühring fue del M editerráneo y perm itió a los fenicios cinco si­
lo que ya m uchos habían hecho antes y aún otros glos de hegem onía m ercantil. Fue, pues, fu n d a m e n ­
m uchos h a b ría n de h acer después: racio n alizar la talm ente el papel de «com adrona» de las sucesivas
g u erra y la dom inación, p ero en el sentido psicoa- preñeces de la racionalidad económ ica que había
nalítico, o sea. fraudulento, de la p alab ra «racionali­ sido asignado a la violencia en el m undo bien crea­
zar». En nom bre del autor, pido disculpas po r lo do de Engels y de M arx el que se vio puesto en en­
burdo de la prosa, pero ah o ra no tengo m ás rem e­ tredicho p o r la irred u ctib le y autó cto n a g ratuidad
dio que c ita r del Antidühring, en donde dice así: «El que el trofeo p resen tab a en relación con sem ejante
ejem plo pueril inventado expresam ente por el señor cuadro. Pues el c a rá c te r de trofeo, q u e la vertigino­
D ühring para p ro b ar que la violencia es el factor sa rotación de la violencia había dejado escap ar por
"h istó ricam en te fu n d am en tal" d em u estra en reali­ la tangente, sustrayéndolo a c u alq u ier posible inten­
dad que la violencia no es m ás que el m edio y que to de reconducción al contexto de la racionalidad
el fin es, en cambio, el provecho económ ico. Y del económica, es, sin embargo, una connotación prehis­
m ism o m odo que el fin es "m ás fu n d am e n ta l” que tóricam ente im plicada en la concepción m ism a del
los m edios utilizados p a ra lograrlo, en la h isto ria es valor y una dim ensión fundam ental de su actuación
m ás fundam ental el aspecto económ ico de las rela­ V su vigencia. Así, el puro ejercicio del antagonism o
ciones que el político» (hasta aquí Engels). Pero el engendra y da a luz un valor enteram ente nuevo: el
e squinado Veblen no ac ertó a ver por p a rte alguna valor de trofeo. Este valor no lo tiene por sí ninguna
un m undo tan sensato com o el que, sin m irar, por cosa inerte, p o r preciosa que sea, sino que le es con-
pura exigencia teórica, dio por supuesto el a u to r del lerido únicam ente po r la hazaña predatoria que llevó
Antidühring. La m otivación em ulativa y la función « su adquisición y de la que es fehaciente testim o­
o sten tato ria que Veblen señaló en la adquisición y nio. La violencia en sí m ism a se revela de pronto
la posesión de la riqueza rem itían a algo in trín se c a ­ creadora de valor; la p artera de M arx resultó ser p ar­
m ente generado en el propio ejercicio del antagonis­ turienta, la com adrona se nos hizo m adre.
mo: el trofeo. La h isto ria de la riqueza se m anifestó
en gran m edida com o la h isto ria del trofeo. No hace 10. No es sino re p e tir un tópico que goza hoy de
objeción a esto el hecho de que Veblen se centre en la m ayor circulación d ecir que nada pudo nunca
el lujo, pues donde q u iera que se haya rebasado la ofrecerles a los hom bres la m enor garan tía de inm u­
econom ía de consum o y se haya establecido la de nidad frente al uso de instrum entos; inm unidad, que
m ercado —con lo que podem os rem o n tarn o s hasta dignificaría poder servirse de ellos como prótesis que
los su m erio s—, el lujo no puede considerarse, en potencian y especializan al cu erp o en una u o tra ac­
m odo alguno, com o «el chocolate del loro», esto es, tividad, pero a salvo del riesgo de que, com o tales

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m edios, reactúen sobre los fines, desviándolos de la i Ipio, m ás que como algo análogo a las rayas que van
intención o rig in a ria y reconstituyéndolos a su pro­ npareciendo sobre las c an ch as de tal o cual deporte,
pia m edida. Y la posibilidad de sem ejante garantía uniform e se perfecciona el sistem a de reglas que lo
parece revelarse tanto m ás rem ota respecto de las i onfigura.
arm as, en cuanto instrum entos que confieren al cuer­
po el que es sentido com o el m ayor de todos los po 11. In v in ien d o el sentido de la relación que acabo
deres: el poder de vida o m uerte. Así, las arm as, como de insinuar, puede apelarse a la m era existencia del
prótesis del cuerpo, inducen y suscitan el sentim ien deporte com petitivo com o un dato difícilm ente con­
to y la concepción in stru m en tal del cu erp o mismo. testable en cuanto m u estra fehaciente de la capaci­
La esp ad a com unica y extiende su instrum entalidad dad, ya indicada m ás a rrib a, del m ero antagonism o
a la m ano que la em puña y al brazo que la esgrime: pura convertirse en un contenido pleno y autosufi-
el hom bre entero acaba p o r se r rem odelado po r las i lente, dotando a la victoria de igual capacidad para
arm as y convertido en órgano del antagonism o. Pero erigirse, a su vez, en un fin en sí m ism o. A ntagonis­
una tal especialización e stá inevitablem ente aboca­ mo y victoria son bienes de consum o que gozan de
da a la hipertrofia; ya apenas puede decirse que haya In dem anda m ás acriso lad a en el m ercado hum ano
hom bres que se sirvan de las arm as, sino tan sólo universal. Para p o d er ex p licitar h a sta qué punto el
a rm a s que usan a los hom bres. Tal órgano h ip ertro ­ ulcance de la cuestión no es baladí, nada m ejor que
fiado dem anda gratu itam en te su ejercicio y da lugar ¿ lla r las p alab ras con que, en su Excurso sobre He-
a la autoestim ulación inm otivada del antagonism o. \lf! y bajo el epígrafe inquietantem ente interrogativo
El antagonism o se m uestra, así, capaz de constituir se Es contingente el antagonism o?», de su Dialéctica
en un contenido pleno y autosuficiente, y la victoria negativa, nos lo plantea Theodor W. Adorno (versión
llega a e m an cip arse com o fin en sí mismo. El trofeo castellana de José M aría R ipalda, Taurus Ediciones,
es la credencial de g ratuidad en que cobra expresión M adrid, 1984):
la red undante autocom placencia del sujeto en tanto «No son su p e rflu a s las especulaciones sobre si el
que órgano del antagonism o. El culto al cuerpo, en ttfilagonisino originario de la sociedad hum ana es un
el que los Helenos, y de m odo especial los E sp a rta ­ iiedazo de histo ria natu ral prolongada, que hem os
nos, se prodigaron hasta el m ás repugnante extremo heredado según el p rincipio hom o ho m in i lupus, o
de abyección, guarda, probablem ente, la m ás estre­ *1 ha sido producido, zésev, o tam bién, si, en caso de
cha connivencia con el descom edido predom inio que, nei un producto, surgió de las necesidades de la su ­
en la autoconcepción del hom bre, alcanzó el carác pervivencia de la especie o, po r el contrario, cuasi-
ter de órgano del antagonism o. La en tera ciudada i o n t ingentemente, a p a rtir de arcaicos actos arbitra-
nía e sp a rta n a era, casi exclusivam ente, matriz, i los con que fue asum ido el poder. C iertam ente en
cam ada y nicho ecológico de la falange hoplita. Tal este últim o caso la construcción del E sp íritu univer-
desarro llo va configurando, en torn o suyo, un mun mtl se desm oronaría. Lo universal históricam ente, la
do a su m edida; relaciones de ex trao rd in aria proyec lógica de las cosas que se condensa en la necesidad
ción h istó ric a —figuras de poder, de dom inación, de la tendencia de conjunto, se b a sa ría en algo ca­
de frontera, de territorialidad, en am plia variedad de m al y externo a ella, no se h a b ría originado necesa-
concreciones— pueden no h ab er surgido, en un prin i lamente. No sólo Hegel, sino tam bién Marx y Engels

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—seguram ente en nada tan id ealistas com o en la ab­ liiloadm onitorio se dirige todavía al sujeto que quie-
lación con la to ta lid a d — h ab rían rechazado cual ic seguir siendo, com o suele decirse, «dueño de sí
q u ier sospecha de fatalid ad respecto de la historia, mismo» y le advierte cómo, po r la objetivación que
po r m ás que la intención de c a m b iar el m undo no entraña el arco tenso, deja de serlo en m ayor o me-
pueda sacudírsela; en ella h ab rían visto no un ata mu grado, el sentido norm ativo atañ e a circunstan-
que m ortal al sistem a dom inante, sino al suyo pro • las, en que, po r la naturaleza de las cosas, el hom bre
pió. (...) De la divinización de la h isto ria era de lo que lia depuesto toda pretensión de seg u ir siendo árbi-
se tratab a incluso en los hegelianos ateos Marx y En- Ho de cada una de sus acciones, a circunstancias, en
gels. El prim ado de la econom ía tiene que fundam en­ i|Ue el hom bre ha entregado, por así decirlo, su vo­
ta r con rig o r histó rico el final feliz com o inm anente luntad al destino y se h a resuelto a se r cóm plice de
a ella; el proceso económ ico produce según eso las la fatalidad.
relaciones políticas de dom inación y las derrib a has­
ta llegar a la liberación coactiva de la im posición de 13. La intención n orm ativa del refrán se refiere al
la econom ía. Sin embargo, la intransigencia de la mi puesto de la hostilidad o la guerra ya aceptada, de-
doctrina, sobre todo en Engels, era a su vez precisa­ i ulida o entablada; el «tiene que p a rtir» ignora aho-
m ente política». i .i todo hiato de discontinuidad en tre el arco y el
A tenor de lo cual, considero abocada a la im po­ ni quero, los aproxim a h a sta fundirlos, y es un im pe­
tencia cu a lq u ier polem ología que no tom e ya com o ditivo dirigido al sujeto convertido en g u e rre ro y en
punto de partida, aun entre signos de interrogación lauto que guerrero; éste no puede ya m o n ta r el arco
si lo prefiere, la cuestión de la contingencia del an­ rn vano, porque ha renunciado a su subjetividad y
tagonism o. Huele que apesta ya toda la flora de las la ha em peñado en la consecución de la victoria. Aho-
explicaciones sobre la necesidad, la racionalidad, la i .i la objetividad del arco se ha apropiado del arque-
justicia o injusticia de la guerra; un ru n rú n cada vez i o mismo y no puede h ab er lapso entre ten sar el arco
m ás parecido a un gim oteo de p ed ir perdón. Y así, Vdisparar, porque el arq u ero es el arco y el arco es
aunque no fuera m ás que po r aquello de excusatio i*l arquero. La g u e rra es el dom inio del Yo, que ya
non petita..., la reflexión ten d rá que proyectarse del no es el sujeto en cu ando libertad, sino el sujeto en
m odo m ás provocativam ente indistinto, cual si de i uanto identidad. A la acción de te n s a r el arco tiene
u na m ism a cosa se tra tara , sobre la g u e rra y el de­ que seguir la decisión de dispararlo, porque esta es la
porte. secuencia en que el Yo cum ple su ley de m antenerse
Idéntico a sí mismo. Si tras h a b e r tensado el arco,
12. Del m ism o sentido descriptivo del refrán de la rl guerrero, en lugar de disparar, aflojase de nuevo
flecha se desprende, de la form a m ás llana, su inten­ la tensión, haciendo retro ced er el arco a su reposo,
ción adm onitoria: «Mira, que si la flecha que e stá en habría hecho sucederse dos acciones de intención in­
el arco tenso tiene en sí m ism a fuerza y voluntad versa, siendo la segunda de ellas contradicción de
m ortal, ello no es sin d etrim en to de tu propio albe­ la prim era, o sea una sucesión de acciones que com ­
d río y voluntad; ya no serás enteram ente tú el que portaría la m ás flagrante negación de la identidad
la dispare, sino que ella pondrá en la decisión la p a r­ del Yo consigo mismo. N aturalm ente, esta intención
te de voluntad que le h a s cedido». M ientras este sen- norm ativa dirigida al guerrero no deja de rem itir de

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nuevo al sentido descriptivo del refrán, pues al en •<!pi mismo, com o la p ro p ia ley del se r del Yo. Si
c arecer com o condición inexorable del guerrero el "'m otam ente le hubiese sido posible im aginar, en
im perativo de p erm a n ec e r encadenado a su propia i mibio, com o una facu ltad existente en él com o su-
identidad, pone vividam ente ante los ojos la inm u­ |< l<>, la opción de rescindir, en c u alq u ier m om ento
nidad de la g u erra frente a cu a lq u ier intervención tliulo, el com prom iso de identidad del Yo consigo
de voluntad o lib ertad hum ana, su c a rá c te r de acon­ mismo, se le h a b ría m o strad o —a través de tal de-
tecer sustraído a toda subjetividad, o sea, plenam en­ »(Mimascaramiento de la com ponente subjetiva—
te objetivado com o fatalidad. Y hay que n o tar hasta ..... . no natural, sino com o sintética la fatalidad con
qué punto los días o las h o ras que preceden inme 1.1 que se enfrentaba. Pero al e s ta r la dicha com po­
diatam ente al trance de tra b a r una b a ta lla son, en nente subjetiva objetivada en él, ya en cuanto con-
la tradición, el m om ento m ás c aracterístico de la vl» ción, ya en cuanto voluntad, no le era dado
atención a cu a lq u ier señal p rem o n ito ria y de la in­ distinguirse a sí m ism o, de entre las concurrentes
tervención de augures y adivinos, es decir, de los que lucí/.as de la n aturaleza y la fortuna, en el seno de
tienen ju stam en te a la fatalid ad p o r objeto de su 1.1 latalidad que desencadenaba. La fatal irreversi-
ciencia. lillidad que se expresaba en el «Alea iacta est» nos
lleva, en conclusión, a p reg u n tarn o s cóm o ha llega­
14. Pero si en la tragedia del refrán castellano, el do el Yo, o sea, el sujeto hum ano en cuanto identidad
«cuchillo que m anda» salta de pronto bañado en san­ por contraposición al sujeto en cuanto lib e rta d —
gre ante los ojos, com o la m ás inesperada y fatal apa­ 0 objetivarse de modo tan im ponentem ente constric­
rición, ello no excluye que haya habido infinidad de tivo com o p a ra esconderse a la conciencia —o, a la
casos en que los fautores hayan tenido la m ás clara postre, al sujeto en cu an to lib e rta d — h a s ta el extre­
conciencia del acto p o r el que desencadenaban el mo de no se r ya reconocido com o tal com ponente
proceso de la fatalidad y del m om ento exacto en que subjetiva de la fatalidad, quedando equiparado y con-
lo hacían irreversible. N ada m ás expresivo de una tal 1nndido con c u alq u ier fuerza de la naturaleza.
clase de conciencia que la frase «Alea iacta est», que
la leyenda de C ésar le atribuye h a b e r dicho al p a sar 15. El pragm a de la am enaza, com o an tiquísim a
el Rubicon. Con esa frase d em ostraba sa b er en qué fórm ula de relación hostil hum ana, es quizá el pa-
preciso in stan te su lib ertad de acción cedía irrever­ ladigm a en que m ás nítidam ente quedan dibujados
siblem ente el puesto a los designios de la fatalidad, los resortes de acción y de reacción capaces de pro­
y hasta qué punto quedaba echado al tablero, de for­ ducir la síntesis de la fatalidad. Me refiero, n a tu ra l­
m a irrecuperable, el dado del destino. Pero si esto mente, al pragm a entero, y con su doble alternativa
era, efectivam ente, así, ello se debe al hecho de que v conclusión; no a la am enaza, según suele entender­
a C ésar ni siq u iera se le p a sara po r las m ientes la se, como el solo acto inicial de p roferirla. En este
idea de p o n er en cuestión la com ponente subjetiva simple y estereotipado d ram a en tran en juego dos
de la síntesis de la fatalid ad (o sea, precisam ente partes a ntagónicas y tres tu rn o s de acción en que se
aquella com ponente p o r la que tal o cual fatalidad alternan; de m anera que la p rim era p a rte tendrá
recibe, frente a otras, el c a rá c te r de sintética): la ina- para sí dos de esos tre s tu rn o s —el prim ero y el
movilidad ab so lu ta del principio de identidad con- tercero—. y la segunda ten d rá para sí sólo el segun­

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do. Pero todo esto es obvio. El am en azad o r profiero lo it olla, com o si de una fuerza de la natu raleza se
la am enaza, que es un anuncio de hostilización con­ (i atara. Pero lo que ya toca el colm o del asom bro
dicionado; si el am enazado se doblega a cu m p lir la i que el am enazado m ism o se m uestre com prensivo
condición im puesta p o r el o tro p a ra d e sistir de la . un el am enazador, reconociéndole la indefectibili-
hostilización, el am enazador corresponde a su vez, i|ud del nexo de am enaza que lo obliga y asum iendo
conform e a lo anunciado, con el desistim iento. Sólo l.i responsabilidad del cum plim iento de la am enaza
el conocim iento del sobrehum ano e irrenunciable que sobre él proyecta el propio ejecutor, aviniéndo-
com prom iso de la identidad del Yo consigo m ism o' m .i poner a cargo de su conciencia la acción violen-
constituye la presunción que hace posible el prag­ I» que sobre sí m ism o ha tenido que sufrir. El
m a de la am enaza. La indefectibilidad del nexo en­ amenazado, hecho ya víctim a de la violencia que ha
tre la am enaza proferida y su eventual cum plim iento iludo cum plim iento a la am enaza, acep ta a su m ir la
ejecutivo se constituye en c riterio y credencial del lesponsabilidad que el propio e jecu to r de la violen-
Yo y en in stru m en to de su autoafirm ación. Pero lo i i.i proyecta sobre él, acepta hacerse responsable de
que m ás d em u estra la índole de necesidad y no li­ uua acción ajena p e rp e tra d a c o n tra él, porque reco­
b e rta d del p rin cip io de la identidad del Yo consigo noce que —según la ley de h ierro del Yo de ¡den­
m ism o es la conocida proyección sobre el am enaza­ udad—, una vez proferida la am enaza, ya sólo su
do que no se doblega de la responsabilidad del cum ­ respuesta, la del am enazado —esto es, ce d er o resis­
plim iento de la am enaza po r el am enazador; éste tir—, es libre, puesto qu e el am en azad o r ha encade­
parece s e n tir com o tan necesaria, tan inexorable su nado su p ropia identidad a la indefectibilidad del
propia acción de c u m p lir lo am enazado, que la hace nexo de am enaza. E sta tan ex tra o rd in a ria circuns­
ajena a su propia responsabilidad y la rem ite a la del tancia de que la víctim a m ism a llegue a legitim ar,
amenazado, como si le dijese: «Tú eres el responsable ton su consentim iento en hacerse responsable, la
ante la H istoria, porque tenías en tu m ano la facul­ propia ley que ciegam ente abate su saña sobre él, y
tad de cu m p lir m is condiciones, y no cum pliéndolas en que una ceguera voluntaria inflige tan sólo otra
me has obligado a h acer ejecutiva mi am enaza».4 más ciega voluntad, pone escandalosam ente de re­
El am enazad or rechaza hacerse responsable de su lieve hasta qué punto el Yo de identidad confuta cual­
propia acción, proyectando la responsabilidad sobre quier confianza sobre el albedrío. El Yo de identidad,
el am enazado, porque una vez p roferida la am ena­ en cuanto órgano aním ico del antagonism o, sale por
za, sustentándose é sta sobre la im ponente fuerza de garante de la indefectibilidad del nexo de am enaza;
la identidad del Yo consigo mismo, él ya se tiene po r pero, a la vez, la indefectibilidad del nexo de am ena­
tan poco libre ante cu a lq u ier acción que tal identi­ za se constituye en credencial del Yo de identidad y
dad pueda exigirle, por tan irresponsable con respec- en in stru m en to de su autoafirm ación.

16. C onsiderar la suposición de que alguien no


3. L a fó r m u la « C o m o m e lla m o F u la n o » , co n q u e se a s e g u r a el cum pla la am enaza com o algo casi tan im pensable
c u m p lim ie n to d e la am e n aza , a lu d e en fá tic a m e n te a la id en tid ad ,
re p re se n ta d a p o r e l n o m b re p r o p ia
como que una piedra se detenga en el aire en m itad
4. V é ase « E s a s Y n d ia s e q u iv o c a d a s y m a ld ita s» , A PEN D ICE III,
de su c aíd a y no llegue h a sta el suelo, o sea, conce­
n o ta a p ie de p á g in a n ? 7, en la p á g . 6 19 . der a la fatalid ad sintética —y a la constricción de

492 493
la identidad del Yo, que, com o com ponente su b jeti­ 17. El Yo —siem pre en la referida caracterización
va, la su ste n ta — un e statu to de necesidad e q u ip a ra ­ como el sujeto hum ano en cuanto identidad— ha po­
ble al de la ley gravitatoria, pretende se r algo m ás dido surgir filogenèticam ente como el órgano aním i­
que una am arga e hiperbólica ironía sobre la presun­ co del antagonism o; o, m ás explícitam ente, el órgano
ción de lib ertad del se r hum ano. Ha habido, p ro b a­ destinado a la función de c o n c en tra r y de regir las
blem ente, m ás casos de am enazas que no se hayan fuerzas p u estas en juego en toda su erte de situacio­
cum plido que de p ied ra s que hayan dejado de caer, nes antagónicas. De ahí que se haga un solo cuerpo
pero eso no es objeción bastante, a m i entender, con­ con el in stru m en to y que conciba com o in stru m e n ­
tra la legitim idad de tra ta r la configuración a n tro ­ to el c u erp o mismo. Como q u iera que la venganza
pológica del Yo —que no es lo m ism o que d ecir «del V su fu ro r (tema, por lo dem ás, c aracterístico de la
hom bre»—, y en cuanto fundam ento de la síntesis de literatu ra del destino y la fatalidad), aunque m oder­
la fatalidad, con algo así com o con pinzas de biólo­ nam ente nos suela se r representada —p o r ejemplo,
go y una m irad a form alm ente afín a la del n a tu ra ­ en el decim onónico teatro de tesis co n tra el duelo—
lista. Tanto m enos recom endable es, en determ inados en relación con la pasión personal de la soberbia, que
casos, la confianza cuanto m ás fam iliar nos sea el es el afecto y el im pulso de la ley de identidad del
objeto. ¿Y qué hay m ás fam iliar que la soberbia? Nos Yo consigo mismo, tiene, sin em bargo, origen, en
lo es hasta tal punto, que el célebre ortegajo: «Yo soy cuanto deber, no en una relación del individuo ais­
yo y mi circunstancia» deb ería sin m ás se r corregi­ lado respecto de sí mismo, sino del individuo en
do y renovado con la fórm ula: «Yo somos un servidor cuanto m iem bro de un linaje com o un deb er hacia
y su soberbia», pues a tanto com o eso —quiero de­ el linaje entero (y en sociedades acéfalas, en las que
c ir a tan to com o p ara q u e d a r explicitada en su los vínculos de sangre ejercían una función de cohe­
definición— llega el grado en el que la soberbia, sión y p ertenencia análoga a la que m ás tard e ejer­
com o pasión e im pulso de la identidad, se ha hecho cería la ordenación jerárquica), uno se siente tentado
un solo cu e rp o con el sujeto hum ano. El im ponente a preguntarse si lo im perioso de la ley del Yo, o sea,
d e r de la presión que el Yo —y de m odo particu-
K • si es colectivo—, com o el h ip ertrofiado órgano
aním ico del antagonism o, puede llegar a ejercer so­
el im placable im perativo de ser idéntico a sí mismo,
que hoy suele m anifestarse com o u n a autoconstric-
ción del individuo aislado, no se rá la reliquia o el
bre el sujeto hum ano, en la tu p id a red de relaciones estigm a de lo que no fue, en principio, sino la cons­
y trances antagónicos —que aquella m ism a hipertro ­ tricción difu sa del linaje sobre c ad a uno de sus
fia m ultiplica—■,es algo que rebasa por com pleto los m iem bros; lo que, al fin, equivale a preg u n tarse si
alcances de la psicología, o sea, c u alq u ier form a de el Yo mismo, com o sujeto en cu an to identidad (y nó­
interpretación y exam en bajo el supuesto de «de­ tese que al exam inar la identidad, incluso individual,
form aciones» individualm ente reductibles y loca- es bien difícil y suele re s u lta r artificioso soslayar el
lizables. S e ñ a la r com o una deform idad o com o un i am ino que acab a rem itiéndola de un m odo u otro
síndrom e patológico un rasgo constitutivo del m o­ a la pertenencia), no ha de h a b e r sido u n a in stitu ­
delo a p a rtir del cual la ciencia ha conform ado sus ción colectiva antes que individual, tal com o se ha
ideas de salu d y enferm edad es in c u rrir en un equí­ corroborado que lo era una de sus m anifestaciones:
voco análogo al del cuento del p atito feo. la venganza. La identidad del Yo, a la que, com o en

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la ley de honor, el sujeto ha de sa crifica r su propia un destino, venían a a b rir de p a r en p a r las p u e rta s
vida, seria testigo de esa pertenencia al linaje. La ven­ al sujeto hum ano en cuanto libertad.
ganza era el deber de restauración autoafirm ativa de
un linaje, o, según mi supuesto, de un «Yo colectivo», 18. La autoconstricción m oral que Kant llam aba
puesto en cuestión po r cu a lq u ier agravio recibido. voz de la conciencia y Freud designó com o superego
(Que la constricción del Yo colectivo del linaje sobre ha sido reconocida com o asunción y apropiación de
cada uno de sus m iem bros, en el d eb er de la vengan­ la constricción social po r p a rte del individuo en el
za, haya podido convertirse en au toconstricción in­ proceso de su crianza y educación. El parentesco en-
terna del individuo aislado, generando el que hoy nos tre el llam ado superego y la soberbia puede e s ta r en
aparece com o Yo individual, no sería un fenóm eno que m ientras los m andatos del prim ero se refieren
m ás extraño que el de que el Yo, com o órgano a n í­ al in terio r social, com o código de conducta p ara con
mico del antagonism o, haya podido h ip ertro fiarse los propios, los m andatos de la segunda surgieron
m ás allá de la m edida a ju sta d a a los antagonism os como referencia al exterior, al extraño, y de ahí que
digam os «m otivados» y haya dado lugar al quid pro sea un sentim iento antagónico, puesto que el Yo co­
quo de su sc ita r antagonism os gratuitos, com o situ a ­ lectivo de una com unidad de pertenencia está nega­
ciones funcionalm ente idóneas para descargar el ex­ tiva y antagónicam ente definido respecto de otro
cedente ocioso de su potencial, conform e a lo ya ajeno. Sólo la pertenencia confería a los individuos,
dicho m ás arriba.) Como quiera que sea, el m encio­ como una m arca carism àtica, la identidad, sin la cual
nado ca rá c te r autoafirm ativo, o sea, de reafirm ación no adquirían en toda su plenitud la condición hum a­
de la identidad del Yo consigo mismo, que conservó na de persona. Al patroním ico y el gentilicio, com o
la venganza incluso en su u lte rio r form a individual determ inaciones de pertenencia según el ius san­
hizo que la renuncia a la venganza, com o renuncia guinis, tal vez vino a añ ad irse el toponím ico sólo
a la autoafirm ación, fuese sentida com o autonega- cuando el lugar, la ciudad, c o b ró alguna vigencia en
ción. De ahí, que quien o sase p roponer la renuncia cuanto com ponente del e sta tu to de persona (y digo
a la venganza tenía que s a b e r que proponía a los «alguna vigencia», porque, po r cu an to se me alcan ­
hom bres nada m enos que la autonegación del Yo, y za, el ejem plo de un ius loci totalm ente suficiente con
quien de hecho se atrevió a p red ic ar esa renuncia, independencia del ius sanguinis para conferir al in­
o sea, el perdón, no usó, en efecto, o tra fó rm u la m e­ dividuo la ciudadanía, esto es, la condición plena de
nos categórica que «Niégate a ti mismo». E stas pala­ persona, es sólo un caso extremo, tal com o se da en
bras de Jesús de Nazaret han sido casi siem pre oídas ¡a form ación de la b urguesía m edieval, am én de que
com o una invitación a la ab stin en cia y la autorre- el propio ius loci se ha m ostrado bien capaz de ge­
presión —y aun ap licad as p o r los a d m in istrad o ­ n erar una nueva pertenencia, que incluso se busca
res oficiales del m ensaje de Je sú s a la represión de o inventa raíces o identidades en todo afines a las del
otros afectos, en teram en te ajenos a la única pasión ius sanguinis). Sea de ello lo que fuere, en la com u­
propia del Yo, como sujeto en cuanto identidad, o sea, nidad de p ertenencia la función del antagonism o se
la so b erb ia—■,cuando, po r el contrario, ju stam en te concentraba en el Yo de identidad. La soberbia era
al q u e b ra n ta r las cad en as de la identidad consigo el m úsculo aním ico del Yo de identidad, y en ella te­
mismo, que hacían al hom bre fatalm ente esclavo de nia la com unidad la g aran tía de que el guerrero

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a fro n taría la m uerte física antes que s u frir la m u e r­ conm utación de una m u erte de hom bre por una
te civil de se r excluido de la com unidad de perten en ­ supervivencia de anim al. Quien elegía la m u erte
cia. El estad o p u ro de tal clase de com unidades conservaba su entera condición de persona, con su
puede e s ta r representado p o r aquellas en las que la identidad y su pertenencia. A ello responde la que
moral de honor bastaba como única constricción que seguram ente es la m ás prim itiva form a del suicidio:
sujetase al individuo, es decir, aquellas sociedades el suicidio de honor; el clásico suicidio del general
de que h ab la Jouvenel en las que, según cita de Han- rom ano derrotado, y así mismo, en el bushido, el có­
nah Arendt («Sobre la violencia», apéndice XI), el úni­ digo de honor del sam urai, lo que éste llam aba «el
co castigo p ara el delincuente era la proscripción, honroso cam ino de salida», esto es, el jara-kiri. En
o sea la separación de la pertenencia, y p o r tan to la la colonización española de América, el hecho de que
pérdida de la identidad y de la propia condición de de los indios de las encom iendas que, de la form a
persona. Por m uchas aventuras y desventuras que, que fuere, perdían a su encom endero español se di­
desde e sta p rehistoria, hayan podido s u frir la so­ jese que quedaban «vacos», o sea, vacantes (situación
ciedad y el individuo, se d iría que, en la soberbia en la cual quedaban a disposición de otro encom en­
—com o en el superego—, el Yo individualizado con­ dero que los reclam ase p ara sí), no significa o tra
serva la huella de esta acuñación o rig in a ria p o r el cosa sino que los indios en general habían perdido
Yo colectivo, com o lo m u estra el hecho de que carez­ la m era capacidad de c o n stitu ir p ertenencias que
ca de un signo m oral unívoco. Pues, en efecto, la confiriesen a sus m iem bros la identidad vinculada
soberbia que, em ancipado el individuo, puede hoy re­ a la condición de persona. La disolución de las u ni­
volverse antagónicam ente co n tra los propios, tan dades dem ográficas por los repartos de la encom ien­
sólo raram ente es en tales casos ap robada com o dig­ da prim itiva, o de trab ajo s forzados, que en algunas
nidad o sentido del honor, m ien tras que en las m o­ partes, com o en Venezuela, sobrevivió ju n to a la en­
dernas, artificiosas y ab stractas reconstituciones del com ienda clásica (según la term inología de Silvio Za-
Yo colectivo, com o es el caso actu al de la nación, es vala), m aterializaba, incluso, tal capitidism inución.
encom iásticam ente encarecida como patriotism o. De La institución de la encom ienda se instaura, casi
modo, pues, que la últim a form a de aparició n de la autom áticam ente, ya al com ienzo de la dom inación
soberbia —lícita, por se r colectiva— es lo que pue­ española, de m odo que el efecto de é sta sobre los in­
de distinguirse, con idénticos rasgos, en el naciona­ dios fue la transform ación de su h á b ita t en te rrito ­
lism o y en el auge p articip a to rio en los llam ados rio y de los habitantes en población. Por «población»
deportes de m asas, cuyo d esarro llo se ha c a ra c te ri­ y «territorio» entiendo el resultado de la acción abs­
zado tam bién com o «narcisism o colectivo». tractiva de la dom inación sobre los h ab itan tes y el
hábitat. La población es la ab stracció n de los habi­
19. Del hecho de que por la pertenencia se ad q u i­ tantes, definidos po r vínculos de pertenencia y de
riese la identidad, que confería al individuo, en toda asentam iento, en puro censo total fungible y despla-
su plenitud, la condición de persona, se deriva pro ­ zable. Nadie expresó m ejor esta abstracción que N a­
bablem ente el que la tran sacció n ju ríd ic a que se poleón en el cam po de b a ta lla de Eylau, cubierto,
rep resen tab a —fuese o no p o r ficción— com o su b ­ pese a su victoria, de cadáveres de franceses: «Todo
yacente al e statu to de la esclavitud fuese la de la esto lo rem edia una noche de París», donde los fra n ­

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ceses son concebidos com o m eras unidades censita- y la eq u id istan cia universal. La pertenencia, que
rias de la población. En cuanto a la territorialización quiere restablecerse com o fundam ento orgánico de
del h ábitat, ya se puede en te n d e r que es la c o rre la ti­ identidad bajo el principio «Los buenos son los nues­
va desconcreción del país descriptivam ente caracte­ tros» es tan m alignam ente regresiva porque a rra s a
rizado p o r cualidades físicas y biológicas que son con su enyosam iento lo único h ab itable que ha deja­
su stitu id a s p o r factores de control p o r la dom ina­ do la territo rializació n universal: un concepto de la
ción, com o son la determ inación de en cru cijad as bondad desvinculado de toda relatividad de p e rte ­
estratégicas, po r las que se rige ahora la red de nencia.
cam inos y la precisa determ inación de fronteras y (El C ristianism o debió de desplegarse en u n a si­
el ajedrezado interno en unidades de adm inistración tuación parecida a la nuestra: la producida por la
y guarnición m ilitar. En América, el desnivel que ha­ territorialización, la dispersión y la desn atu raliza­
bía en tre el grado de individualización b urguesa de ción iniciadas por el im perio m acedonio y corona­
los españoles y el grado en que, especialm ente los das p o r el rom ano; g racias a ellas pudo llegar a
tainos, p erm an ecían configurados bajo una form a concebirse una ética com o la c ristia n a, com ún y, so­
muy estable y vivaz de sociedad de p ertenencia de­ bre todo, in d istin tam en te vigente p a ra todos los h u ­
bió de ag ig a n tar la desventaja. La disolución del há­ m anos. Si bien, el éxito del «N iégate a ti m ism o»
b itat y la dispersión de las pertenencias fueron, en podría tam bién a trib u irse m aliciosam ente al hecho
las Antillas, casi instantáneas, de m odo que la for­ de que convertía en prin cip io ético y en vía de salva­
zada individualización im puesta po r las encom ien­ ción lo que ya la universal territorialización, d esn a­
das debió de re su lta r p ara los tainos una pesadilla turalización y fungibilización m acedónico-rom ana
incom prensible. El m ensaje «Niégate a ti mismo», había p e rp e tra d o contra los hom bres de todas las
que traían los m isioneros, rara vez ha podido ser un m aneras. Y del hecho de h a b e r edificado sobre tan
sarcasm o m ás sangriento. mal so la r p odrían venir tam b ién los gérm enes de
m ala universalidad que, ya desde Nicea o desde an ­
20. La soberbia, la fuerza fósil del Yo colectivo, tes, corrom pieron al C ristianism o. Tam bién p o d ría
nace de la p ertenencia y q u e rría volver a ella. Los ser interesante b u s c a r a ver si en el cosm opolitism o
actuales intentos de reconstrucción de la identidad surgido de la dom inación m acedónico-rom ana nacie­
y, por lo tanto, de la pertenencia com portan —por ron igualm ente m ovim ientos de regresión hacia la
muy com prensibles que aparezcan en cuanto movi­ pertenencia. ¿Los zelotes, tal vez? Hay, ciertam ente,
m ientos defensivos frente a la m ala universalidad de m ucho de qué defenderse en este m undo de hoy, pero
un m undo que, com o el de hoy, ofrece, en efecto, m u­ lo últim o que uno q u e rría ten er que o ír com o defen­
cho de qué defenderse— un carácter descarriado, im­ sa es ese grito, que ya no puede se r m ás que consig­
posible y regresivo, po r la inop o rtu n id ad histórica na de regresión a la b arb arie: «Los buenos son los
de in te n ta r prosperar: 1?, después de la individuali­ nuestros».)
zación del Yo o, com o dicen los filósofos, de la cons­
titución del individuo em ancipado; y 2.°, en m edio de 21. La afirm ación de Engels, en el A nlidühring, de
la anónim a m ultitud m etropolitana, que no es sino la que «la introducción de la pólvora y las arm as de fue­
disolución de todos los vínculos en la fungibilidad go no fue en m odo alguno un acto de violencia, sino

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un progreso in d u strial y, p o r lo tanto, económ ico» propias puede caerle a un país en la cabeza como una
es un ejem plo ideal de falsedad por univocidad; ya repentina catástrofe desencad enada desde la im a­
el m ero esquem a «no fue A, sino B» se p resta a ello, ginación de un ingeniero de un país remoto. El fa­
por cu an to presupone ya d eterm in ad a la relación bricante de arm am entos tam poco se alegra o se
lógico-conceptual entre A y B. Pero tal falsedad se entristece al unísono con su propio país; a veces lo
ha ido m ultiplicando conform e se ha agilizado la po­ que es una catástrofe p ara el país puede se r una
sibilidad de los rearm es, increm entando su función autén tica fo rtu n a para el fabricante, que ve a b rirse
de gesto, acentuando la m ovilidad de su valor com ­ ante sus ojos la ocasión de un contrato m ultim illo­
parativo, acrecentando ex traordinariam ente su peso n ario p a ra renovar ese 60% de la escuadra, obsoles-
diplom ático; m ientras, p o r su costado tecnológico, cido de un golpe p o r la invención ex tran jera de un
ha alterad o y h a sta descabalado las condiciones de nuevo m isil. A veces, inversam ente, otro m isil, en es­
obsolescencia de las arm as, en la m edida en que todo tado de puro prototipo, hace volar de un soplo de en­
rearm e a p a re ja hoy alguna invención su p e ra d o ra y, cim a de la m esa del m agnate industrial otro contrato
en consecuencia, innovación com parativa. La obso­ m ultim illonario. La prevención, la propia necesidad
lescencia individual, o sea, el desgaste de cada ca­ de previsión, que exige la antelación con que hay que
ch arro singular, pierde im p o rtan cia en beneficio de poner en m archa los proyectos, se m u estra com o el
la obsolescencia especifica. La experiencia de otros factor m ás activo p ara la síntesis de la fatalidad. Y
cam pos económ icos no es aplicable a la in d u stria de en este punto, com o en ningún otro, encaja la res­
arm am entos. La aceleración de la obsolescencia de­ tricción com plem entaria, señalada respecto de la his­
liberadam ente prom ovida por los productores, tal toria de las invenciones, com o condicionam iento
com o en el clásico cam po de la vestim enta, donde negativo, con el ejem plo de cóm o la invención del
las a rb itra ria s m utaciones de la m oda sirven de ace­ torno, privilegiando inm ensam ente la cerám ica de
lerador de una obsolescencia que sería m ucho m ás revolución, puede h ab er supuesto el m ás grave d etri­
lenta si se supeditase al desgaste m aterial de las m ento p ara o tra s form as de cerám ica posibles. El
prendas singulares, no es aplicable a la in d u stria de «tiene que p artir» sería, bajo este aspecto, la volun­
arm am ento; aquí no tienen cabida, en principio, los tad delegada y la lib ertad enajenada referentes a la
caprichos, a u n q u e una c ie rta golosinería infantil de objetivación de la fuerza del sujeto p o r el em bargo
los m ilitares ante los nuevos juguetes tecnológicos de fuerzas que ha co n stituido el arsenal; pero hay
da tam bién qué pensar. Pero, valga lo que valiere este que c o n sid e rar el efecto retroactivo tanto del arse ­
factor, la aceleración de la obsolescencia en el a rm a ­ nal existente com o del proyectado o com enzado, en
m ento consiste, delirios al margen, fundam entalm en­ cuanto voluntad delegada y libertad enajenada, con­
te en perfeccionam ientos tecnológicos efectivos, form e a lo ya dicho m ás a rrib a en relación con la
dada la enorm e p reponderancia alcanzada por la cerám ica, pero aquí no sólo hacia el futuro, sino tam ­
obsolescencia específica sobre la individual. Una in­ bién hacia el pasado, o sea, hacia hoy mismo, que es
novación en tal o cual artilu g io lograda por una pasado en relación con el día en que se hayan cum ­
in d u stria a rm a m e n tístic a extranjera puede poner plido los proyectos. La actual industria de arm am en­
fuera de com bate, sin d isp a ra r un tiro, el 60% de la tos deja al desnudo toda la falsedad y la indigencia
escuadra de un país. La obsolescencia de las arm as conceptual de la citad a afirm ación de Engels.

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22. Veamos ahora, por fin, el ejem plo m ás cons­ d a tener, de un m odo u otro, ap asionada o d esap a­
picuo de em pecinam iento consciente y voluntario sionadam ente, etcétera, la ú ltim a palabra, el porve­
en la síntesis de la fatalidad, ejem plo al que le ven­ n ir del proyecto en cuestión no e stá asegurado.
d ría com o de m olde aquella expresión orteguiano- Cuando, com o propugnan los m ás puros principios
falangista de «voluntad de destino». Se tra ta de un del liberalism o económico, no sea ya el interés pú­
texto del New York Tim es reproducido p o r el ABC blico y objetivo del producto final (ía defensa e stra ­
del 20 de diciem bre de 1985, del que en tresaco lo si­ tégica) lo que, com o beneficio colectivo de la entera
guiente: «La idea que ahora prevalece es que cada sociedad, tenga la p rim acía en las consideraciones
vez será m ás difícil d a r m archa atrás, incluso a pe­ decisorias, sino el interés privado de los inversores
s a r de que las autoridades n o rteam erican as y los le­ m axim izadores com prom etidos con el proyecto, en­
gisladores son conscientes de que existe una enorm e tonces éste e sta rá plenam ente asegurado. Así, c u a l­
confusión en torno a cuáles son los propósitos y las quiera que fuese el origen de la Iniciativa de Defensa
consecuencias de la Iniciativa de Defensa E stratég i­ ^ stratèg ica (la paranoica obsesión de un sector de
ca tal y com o ahora se reconoce (...) Altos cargos N or­ opinión política, la bú sq u ed a de un aum ento en el
team ericanos creen que el program a no ha alcanzado sentim iento narcisista del propio poder, una preocu­
aún el p u n to de no retom o (subrayado mío). Dicen pación m ás o m enos delirante p o r la defensa nacio­
que están esp eran d o la ocasión p ara conseguir que nal, la deform ación funcionalista de los expertos en
el presidente a u to rice las m edidas que com prom e­ tecnología arm a m e n tista o en geoestrategia, que les
tan aún m ás el proyecto (subrayado mío) antes de que hace b u sc ar lúdicam ente com placencias ajenas a
abandone el cargo en 1989, de form a que su sucesor cualquier ponderación de verosimilitud), una vez que,
quede m ás o m enos obligado a seg u ir adelante con rebasado ese «punto de no retorno», su m otivación
él». (H asta aquí el N ew York Times.) quedase desplazada de m odo dom inante al interés
Supongo que el «punto de no retorno» que se de­ particular, con arreglo a las exigencias del m erca­
sea a lcan zar e sta rá determ in ad o po r el volum en del do, h ab ría quedado definitivam ente excluido cu al­
capital invertido en el proyecto, en el sentido de que q uier cam bio de opción.5 Si es un determ inado
a p a rtir de una determ inada cifra la renuncia al pro­
5. N o sé si m i ig n o ra n c ia e c o n ó m ic a e s tan su p in a c o m o p a ra
yecto no pueda ser económ icam ente reabsorbida, al no c o n s id e ra r e q u iv o c a d a , ir r e a l o a l m en o s h ip e r b ó lic a la s u p o ­
m enos con un grado todavía so p ortable de pérdidas sición de q u e u n a in versión de c a p ita le s c o m p ro m e tid o s en un g i­
o no ganancias, sin conllevar una m ayor o m enor ca­ gan tesco p ro yec to e s ta ta l p a ra c o n s t r u ir c a r ís im a s p la n ta s d e
tástrofe económ ica. M ientras el interés del capital p ro d u cc ió n d e v a cío , co n d e s c o m u n a le s re c ip ie n te s p a ra co n te ­
n e rlo y c o n s e r v a r lo — ig u a lm en te c a rís im o s , h a b id a c u e n ta del
inversor no e sté com prom etido con el proyecto IDE g r o s o r y la p e r fe c c ió n d e u n a s p a re d e s c a p a c e s d e s u je ta r la titá ­
hasta ese «punto de no retorno» en que cualquier de­ nica fu e r z a im p lo siv a d e l v a c ío — n o te n d ría p o r q u é d a r lu g a r
sistim iento com porte una am enaza sustancial de rui­ -al m en o s en un p r in c ip io — a n in gu n a c a tá s tro fe ec o n ó m ic a p o r
na, las distintas ideas, teorías, obsesiones, doctrinas, »•I m ero h ech o d e q u e ta l v a c ío fu e s e to talm e n te in ú til a la s o c ie ­
dad y a l p ro p io E sta d o , s in o s ó lo en e l c a s o d e q u e é ste re c o n s i­
caprichos, u opiniones políticas o geoestratégicas so­ derase el pro yecto y d e s istie se d e él u n a vez h e c h as la s in version es
bre el asunto tendrán todavía alguna fuerza en el por­ v a m ed io c o n s t r u ir la s im p o n en tes in s ta la c io n e s , d a n d o lu g a r a
venir del proyecto. Es decir, m ien tras el ilusorio o una q u ie b r a p lu r ib illo n a r ia d el holding c o n stitu id o y d e s tru y e n ­
real fin objetivo del proyecto IDE en cuanto tal pue­ do d e c e n a s o c e n te n a re s d e m ile s d e p u e sto s de t r a b a ja

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partido, u n a ideología, una doctrina, una in te rp re ­ poseerlo y h asta fabricarlo, de tal su erte que ya los
tación de la situación del mundo, etcétera, lo que de­ arsenales de a rm a s son intención hu m an a objetiva­
fiende la conveniencia de la IDE, el deseo de llegar da; y lo son h a sta el punto de que las buenas inten­
al «punto de no retorno» se apoya en una denodada ciones internacionales de apaciguam iento, o, com o
voluntad de h a c er p revalecer esa d o ctrin a sobre sus suele decirse, «distensión» (y, p o r cierto, en intere­
contradictores y se vale del expediente objetivador sante coincidencia con la im agen del arco), necesi­
de llegar a com prom eter al m ercado y al capital h a s­ tan cum plirse en la d estrucción m aterial de los
ta que éstos m ism os se vean forzados —cualquiera arsenales, dem ostrando con ello h a sta qué punto és­
que sea su opinión sobre la IDE, que m ás bien suele tos son depositarios reales de intenciones hum anas.
no ser n in g u n a— a excluir, p o r económ icam ente ca­ Y si la destrucción de las a rm a s es un acto de paz,
tastrófica, cu a lq u ier o tra opción. Cuando el m erca­ su construcción y aun la invención que hoy general­
do y el cap ital estén tan com prom etidos por las m ente la acom paña son virtualm ente, en contra de
inversiones avanzadas y las expectativas concebidas, la afirm ación de Engels, actos de guerra. También,
que cu a lq u ier o tra opción se haya vuelto ruinosa, por supuesto, sim ultáneam ente, hechos económicos,
toda discusión sobre la necesidad, la conveniencia, sobre todo considerados a la luz de la diabólica am ­
la o p o rtu n id ad de la defensa estratégica h a b rá que­ bivalencia de lo que E isenhow er llam ó «el com plejo
dado excluida del d iscurso p o r con tem p lar a lte rn a ­ m ilitar-industrial». Y, a este respecto, conviene su ­
tivas que se han vuelto económ icam ente inaccesibles. brayar la m aligna divergencia connivente al hecho
Llegar a ese «punto de no retorno», que ap areja p e r­ de que el fu tu ro proyecto IDE busque d elib erad a­
d er la lib ertad de opción, viene a ser un m odo de h a ­ m ente convertirse, ya desde el estado de m ero pro­
cer triu n fa r por fuerza la propia opinión, al h a c er yecto, en subjetividad hum ana objetivada y, p o r lo
inviables las restantes; es un m odo de ten e r razón tanto, en fatalid ad sintética, precisam ente a través
por elim inación de las condiciones de posibilidad del m ercado, o sea, a través de intereses y fines en
para cualquier opción de los contradictores, y, en fin, principio ajenos a su propio, intrínseco, fin, al tra ­
de p ro d u cir una rotunda fatalid ad sintética. ta r de com prom eter, tal com o ya he descrito, el inte­
rés p a rtic u la r de los m agnates in d u stria le s en un
23. De las dos direcciones en que, a p a rte de la ad- grado de inversiones anticipadas suficiente para que
m onitoria, que es com prensiva, puede m overse el cu alq u ier posible suspensión del proyecto apareje
análisis del refrán de la flecha, la norm ativa nos lle­ una catástrofe económ ica de tales proporciones que
va, com o hem os visto, a la petrificación del sujeto toda la nación se vea obligada a a c ep ta r y hasta apo­
en el com prom iso consigo m ism o del Yo de identi­ yar la continuación. Así, el em peño en la objetivación,
dad, tal com o ha podido contem plarse sobre todo en al m ovilizar com o instrum ento objetivador intereses
el pragm a de la am enaza, y la descriptiva es la que y fines ajenos a los específicos del proyecto, pone,
estoy desarrollando ahora. Según esta dirección des­ m ediante una deliberada falta de tra n sp a re n c ia en­
criptiva, el sujeto objetiva su intención, al tra n s ­ tre el designio y su instrum ento, fuera de juego c u a ­
ferir su fuerza m u sc u la r a la tensión del arco y lesquiera consideraciones sobre el contenido propio
ac u m u larla en éste, pero esta objetivación puede re­ del proyecto. La espontánea presión del interés p a r­
troceder al acto de e m p u ñ a r el arco, al de llevarlo, ticular, que el liberalism o tradicional consideraba la

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involuntaria pero a la vez m ás certera prom otora del m uñe a indeseables consecuencias— volver a rem i­
beneficio público, es solicitada y p u e sta en juego tirla sin residuo a los sujetos hum anos en quienes
aquí para d e s tru ir las sim ples condiciones de posi­ pretendidam ente se encarna. Para tal clase de nom i­
bilidad de cu a lq u ier o tra opción que no sea la ya de­ nalistas, el Estado tan sólo tom aría atribuciones gra­
cidida de antem ano, por soberano a rb itrio del poder, m aticales de sujeto com o abstracción de los sujetos
como la m ás beneficiosa p ara el in terés público de hum anos que, según ellos, realm ente lo encarnan,
la entera sociedad. cuando, por el contrario, m ás bien sería sujeto ju s ­
tam ente en cu an to plasm ación autónom a v irtu a l­
24. Visto, pues, hasta aquí, adonde hem os ido y m ente resu ltan te de la vam piresca des-encarnación
adonde todavía podríam os ir a dar, a través de las de esos m ism os sujetos en quienes se pretende en­
am plificaciones institucionales y hasta estatales por carnada. La subjetividad del Estado, lejos de rem i­
la que vengo llam ando dirección objetiva de sentido tir a nada que lo encarne en cada sujeto singular,
del refrán de la flecha, esbozaré tan siquiera una vis­ denota, a p esar suyo, lo que incluso en las en trañ as
lum bre de lo que parece a so m a r por la que llamo, de esos sujetos está desencarnado. El gran Yo del Es­
a su vez, dirección de sentido subjetiva, si, p aralela­ tado vive, como un vampiro, de la desencarnación de
mente, refiriésem os cosas com o la am enaza o la ven­ los sujetos en los que se pretende legítim am ente sub­
ganza, con su terrib le lem a «Identidad obliga», no rogado. Dicho esto, considérese ahora que, si pare­
ya a sujetos personales —únicos sujetos vivos y ver­ ce b a sta n te verosím il que, pongam os p o r caso, la
daderos—, sino a sujetos que, en principio, tan sólo indefectibilidad con que el Yo del Estado necesita ha­
lo serían, o deb erían serlo, en el sentido gram atical c er c a er el peso de su a p a ra to de ju sticia sobre la
de la palabra, como, p o r ejemplo, el Estado. Lo p ri­ cerviz del delincuente tenga po r fundam ento un prin­
m ero que el cam bio me suscita es la im presión de cipio análogo al del Yo individual: la identidad; por
que lo que el arq u ero individual enajena y objetiva el contrario, m ien tras con respecto al Yo individual
en el arco y la flecha, aun sin d e ja r de se r genética todavía podía ca b er la duda sobre la suficiencia de
y fisonóm icam ente relacionable, es, sin embargo, no la psicología y no disonaban p alab ras psicológicas,
sólo cu an titativ a sino tam bién cualitativam ente in­ com o «soberbia», en cam bio, con respecto al Yo del
com parable con lo que —aun dando por buena la de­ Estado resu lta ría totalm ente risible tan sólo conje­
sacred itad a figura de un c o n tra to — el conjunto de tu ra r la eventual aplicabilidad de la psicología a m a­
subjetividades vivas y verdaderas de u n a colectivi­ nifestaciones com o la necesidad de indefectibilidad
dad hum ana enajena y objetiva en el arco tenso de de su justicia.
un Estado. Conviene, sin em bargo, in tercalar en este
punto la advertencia de que, po r m ucho que, desde 25. La indefectibilidad de la ju sticia estatal reside
cierto punto de vista, el Yo del E stado sea, en c u a n ­ en esa actuación constante que llam am os «vigencia»
to sujeto, una ficción gram atical, un ídolo del teatro, y que consiste en e s ta r y m antenerse operando aun
tan sólo la m iopía de un nom inalism o obstinadam en­ fuera de ocasión y al m argen de c u a lq u ier positiva
te ingenuo puede d e sd eñ a r la realidad autónom a solicitación p o r el agravio. Su indefectibilidad nada
operante de esa p ersonalidad subjetiva m eram ente tiene que ver con la venganza de parte, a la que ha
atrib u id a, y —com o si tal a trib u ció n pudiese ser in- desencarnado, a la que ha desposeído, y en quien se

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ha subrogado, sino que es la indefectibilidad de algo la indefectibilidad de la ju sticia parece c o n sistir en
estatu id o en form a de cum plim iento perm anente; un autom atism o que hace c a er sobre el tajuelo el gol­
algo que, com o la tu rb in a del molino, no deja de es­ pe de la espada con intervalos m ínim os y siem pre
ta r g irando noche y día, haya o no haya grano que idénticos e independientem ente de que halle o no un
moler. Y, a este respecto, m e viene a la m em oria cier­ cuello de reo bajo su filo. La ceguera de los ojos ven­
to pasaje que mi inolvidable y m alogrado am igo don dados con que la trad icio n al alegoría la representa
Jacinto B atalla y Valbellido dejó escrito en el orig i­ es m ucho m ás que la ceguera ante la p articu la rid a d
nal inacabado de su libro inédito, E stam pas m ejica­ de cada reo; es la ceguera de la anticipación, p ara
nas, y que dice así: «En la feria de Querétaro, en 1938, la cual no hay ya nada nuevo: ninguna nueva pasión
tuve ocasión de ver un insólito a u tó m a ta de b a rra ­ de vengador ante cada nuevo agravio, sino la an tici­
ca: una figura algo m ayor que el n atu ral, en talla pada desencarnación de todas las pasiones vengado­
policrom ada, que tenía vendados am bos ojos, que­ ras en u n a única, v irtu a l venganza ya cum plida en
riendo indudablem ente rep re sen ta r a la Justicia, y vacío y p ara siem pre —y p o r tanto, sin tra u m a ni
la espada em puñada con las dos manos; algún resor­ pasión— por la sola in stauración de un a p a ra to de
te oculto, cuyo eje se dejaba entrever en las axilas, justicia, que, a n te rio r a cu alq u ier posible agravio, se
algo m anchadas de lubrificante negro y oleoso, le ha­ lim ita a rep etir la ejecución de aquella única senten­
cía b a ja r los brazos de m odo que la esp ad a fuese a cia ya fallada, y en la que el ejecutado es siem pre
d a r sobre el tajuelo que tenía delante, para luego vol­ el m ism o reo: el que aparece m entado una vez sola
ver a levantarse pesadam ente y rep etir el golpe, todo y de una vez p o r todas en el código.
ello a intervalos regulares. E ste a u tó m ata debía de
estar, por entonces, incom pleto, porque, lógicam en­ 26. La ju stic ia codificada del Yo estatal, o sea, el
te, uno se habría esperado hallar otro muñeco, igual­ derecho, an ticip a la relación entre delito y castigo
m ente autom ático, que representase al reo, con el (incluso puede decirse que el delito es el agravio re­
cuello apoyado en el tajuelo, y que p o r resortes pro­ trospectivam ente considerado desde el juicio o des­
pios separase la cabeza del tronco a cada tajo de la de la sentencia), y en esta relación an ticipada tiene
espada, para volverlos a ju n ta r en espera del siguien­ que considerarlos com o sim ultáneam ente dados, re­
te; pero a e sta pérdida del personaje que sin duda duciendo la sucesión al orden m eram ente lógico.
había com pletado en un principio el conjunto del ju ­ Esta ju sticia es desencarnación de la venganza, en­
guete suplían ahora, en c ie rta m anera, los chiquillos tre otras cosas, p o r h a c er caso om iso del orden tem ­
que, cuando el dueño de la b a rra c a no m iraba, ju g a ­ poral, y con éste, de los sujetos anim ados. Pues, si
ban a poner un brazo, y alguno incluso el cuello, bien puede decirse que el nexo de necesidad que unía
encim a del tajuelo, com o desafiándose a ver quién la venganza con el agravio co m p o rtab a tam bién un
a g u an tab a m ás antes de que la esp ad a lo alcanzase, orden lógico, este orden lógico m ism o estaba inm erso
aunque, al se r é sta de m adera, po r m uy repintada y confundido en el orden tem poral en el que se fun­
de p u rp u rin a im itación-acero que estuviese, tam po­ daba y del que no podía ser desglosado, pues al tener
co podría haberles hecho dem asiado daño». A sem e­ la relación de la venganza con el agravio el c a rá c te r
janza de este a u tó m ata de feria que no escapó a la de reacción, tal relación perm anecía inm anente al
m irada siem pre atenta del m alogrado Don Jacinto, orden tem poral, pues obviam ente el propio concepto

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de reacción ni tan siquiera puede ser pensado al m ar­ to, po r cu an to la venganza era inm anente al orden
gen del orden tem poral. Casi com o ilustración esco­ tem poral y sólo podía cum plirse en su facticidad. La
lar de ello, puede decirse que la necesidad de que inm anencia al orden tem poral, con la consiguiente
toda reacción suceda a una provocación sólo quiere necesidad de encarnación en la subjetividad, supe­
decir que ese es el orden lógico en que, a causa de su d itaba el nexo de necesidad entre el agravio y la
inm anencia al orden tem poral, h a b rá n de suceder- venganza a las contingencias de la facticidad; con­
se, pero no quiere, evidentem ente, d e c ir que a toda tingencias entre las cuales no está dicho que no pue­
provocación suceda necesariam ente una reacción. La dan incluirse la com pasión sobrevenida y el perdón.
no necesidad de que aquí goza el segundo de los té r­ El derecho ha codificado com o relaciones lógicas las
m inos es el privilegio c aracterístico del orden tem ­ correspondencias en tre delitos y castigos, po r cu a n ­
poral que llam am os contingencia. Pero al considerar to la inm anencia al orden tem poral de la reacción,
tan sólo el orden lógico de la relación —donde am ­ com o tran ce interm ediario, ab ría una grieta po r la
bos correlatos, delito y castigo, han de considerarse que las contingencias p odrían in te rfe rir el cum pli­
com o sim ultáneam ente d a d o s—, el derecho desen­ miento. En el derecho, el gran Yo del E stado q u e rría
carn a a la venganza, de la que se pretende sucesor, deliberadam ente h a b e r elaborado un sistem a de fa­
despojándola del carácter de reacción. El derecho no talidad sobre las cabezas de los reos; un órgano pre­
es provocado p o r el delito, no reacciona frente a él, ventivo contra la delincuencia, pero no para im pedir
sencillam ente actúa, al ten e r p erm anentem ente en el delito antes de que se cum pla, sino para ten er
juego la relación lógica preestablecida. El derecho al reo, aun antes de delinquir, fijado a su destino. El
no tiene tam poco la inexorabilidad activa y pasio­ derecho, am asado con el producto de la desencarna­
nal de la venganza, sino la inexorabilidad inerte y ción y expropiación de todos los im pulsos vengati­
ciega de un organism o inanim ado, com o la del au tó ­ vos, com pensa a los despojados garantizando la
m ata de feria que vio en Q uerétaro el llorado Don fatalidad p ara los reos. Por eso el pueblo que acude
Jacinto; a u n q u e a p rim era vista parezca lo co n tra­ a las ejecuciones públicas no ap lau d e porque en la
rio, a su actuación no escapa nunca ningún reo, pues fatalidad que el derecho culm ina sobre la cerviz del
el que alguno se su straig a de hecho al cum plim ien reo sienta cum plido su propio poder, sino porque
to ejecutivo, ello no es sino una contingencia relega siente vengada su impotencia. Si la venganza de parte
da al cam po de la facticidad, que, p ara el punto de tenía que p ro d u cir activam ente, en cada caso, la
vista del derecho, no es, a su vez, m ás que una serví síntesis de la fatalidad, el derecho es ya fatalidad sin­
dum bre de orden técnico, respecto de la cual no tetizada en el autom atism o anticip ad o de sus pres-
ha lugar a h a c er cuestión de que el derecho m ism o i ripciones.
pueda h a b e r fallado, com o lo p ru eb a el que éste
no precise la presencia del reo, ni tan siquiera su de Madrid, febrero de 1987 y enero de 1988
term inación, p ara llevar a cabo sus propias actúa
ciones. Por el contrario, que el a u to r de un agravio
acreedor a la venganza acabase h u rtán d o se de lu­
cho a la persecución del vengador suponía un fallo
de la venganza m ism a, un verdadero incum plim ien

512
C u a r ta p a r te
E s a s Y n d ia s e q u iv o c a d a s y m a ld ita s
I. R equirim iento

Ignoro si en el año 1525, o sea, 12 años después


tic su p rim era aplicación, la práctica, tan escan d a­
losam ente form alista, del «requirim iento» había caí­
do en tal descrédito que hubiese precipitado en el
desuso. Sea de ello lo que fuere, H ern án Cortés era
m ucho m ás escru p u lo so y concienzudo que sus pre­
decesores, y es difícil p e n sar que se contentase con
i um plir form alm ente, aun a sabiendas de que los
destin atario s no lo oían o no lo entendían, el m an­
dato del requirim iento. C ortés hacía las cosas con
i uidado y con rigor; así en la c a rta Va, donde da
» uenta de su expedición a las H ibueras, nos relata
un caso que, de hecho, co m p o rta un ejem plo de apli-
«ación del requirim iento por parte de Cortés.
Transcribo sus palabras: «Y ofrecióse que un es-
panol halló un indio de los que traía en su com pa­
ñía, natural d estas p artes de Méjico [extranjero, po r
tanto, en la región que atravesaban], com iendo un pe­
dazo de ca rn e de un indio que m ataron en aquel pue­
blo cuando en traro n en él y vínom elo a decir, y en
presencia de aquel señ o r [un pequeño cacique maya
que se había presentado a los expedicionarios] le hice

517

»
quem ar, dándole a e n ten d er la causa, que era po r­ ilo así se procedería co n tra ellos y se ría n castigados
que había m u erto 1[esto no concuerda con lo de m ás conform e a justicia».2
a rriba: “que m ataron en aquel pueblo cuando e n tra ­ C ortés encarece el cuidado y la paciencia con que
ron en é l”, donde parece tra ta rs e de u n a m uerte en se extendió en estas y otras consideraciones, y no hay
com bate] aquel indio y com ido dél, que era defendi­ iluda de que, a diferencia del m odo form alista y ru-
do por v uestra m ajestad, y por mí en su real nom Iinario con que en un principio había sido aplicado el
bre les hab ía sido requerido y m andado que no lo «requirim iento»,3 puso todo el e scrú p u lo del m u n ­
hiciesen, y que así, por le h ab er m uerto y com ido dél, do en que el cacique se enterase bien de todo a tra ­
le m andaba quem ar, porque yo no q u e ría que m ata­ vés de los intérpretes, pero bien puede apreciarse en
sen a nadie, antes iba po r m andato de su m ajestad lo citado con qué a stu c ia y qué sutileza Cortés usa
a am p a rarlo s y defenderlos, así sus personas como la religión com o instru m en to de dom inación: prim e­
ro, el preám bulo a te rra d o r del indio quem ado vivo
sus haciendas, y h acerles sa b e r cóm o habían de te­
en presencia del cacique, enseguida la explicación
ner y a d o ra r un solo Dios, que está en los cielos, c ria­ ild motivo de un castigo sem ejante y la doble subro­
d o r y hacedor de todas las cosas, por quien todas las gación p o r la que C ortés se subroga en el em p era­
c ria tu ra s viven y se gobiernan, y dejar todos sus ído­ dor, y éste, a su vez en la divinidad, en cuanto aquel
los y ritos que b asta allí habían tenido, porque eran «a quien el universo, p o r providencia divina, obede-
m entiras y engaños que el diablo, enem igo de la na i f y sirve», de su erte que los «muy grandes y es­
turaleza hum ana, les hacía p ara los en g a ñ ar y lle­ pantosos torm entos» que am enazan a los que no se
varlos a condenación p erpetua, donde tengan muy avienen a d e ja r los ídolos y ritos que h asta allí han
grandes y espantosos torm entos, y p o r los a p a rta r tenido, com o ha hecho el indio quem ado vivo por
del conoscim iento de Dios, porque no se salvasen y practicar el rito de com er c a rn e hum ana, vienen a
fuesen a gozar de la gloria y bienaventuranza que confundirse, por una doble subrogación paralela con
Dios prom etió y tiene ap a re ja d a a los que en él ere rl torm ento de m o rir quem ado que ha padecido el
yeren, la cual el diablo perdió por su m alicia y mal Indio.
dad, y que así m ism o les venía a h a c er sab er cómo La infracción del m andato de C ortés contra la an-
en la tie rra e stá v uestra m ajestad, a quien el univer liopofagia es infracción del m andato del em perador
so, po r providencia divina, obedesce y sirve, y que rn quien C ortés se subroga e infracción del m an d a­
ellos asim ism o se habían de som eter y e s ta r debajo to de Dios en quien, a su vez, se subroga el em pera­
de su im perial yugo y h a c er lo que en su real nom dor. La a stu ta coordinación su b ro g ato ria de las tres
bre los que acá po r m inistros de v uestra m ajestad autoridades confunde en uno el m andato contra la
estam os les m andásem os, y haciéndolo así, ellos se mil m pofagia, y así el castigo de m o rir quem ado vivo
rían muy bien tra tad o s y m antenidos en ju sticia y a que C ortés condena al in fracto r aparece a los ojos
d d cacique confusam ente relacionado o identifica­
a m p arad as sus personas y hacienda, y no lo hacien
do con los «m uy grandes y espantosos torm entos»
1. «M u erto» se ha u sa d o h a s ta h ace p o co com o p a rtic ip io d e mu
lar, en el p re té rito co m p u e sto : «yo lo he m u erto »; ho y se p re fii n i Cartas de relación, C a r ta V, 3 d e se p tie m b re d e 15 2 6 .
«yo lo he m atad o » . I Véase la N o ta 1.

518 519
que ag u ard an a quienes no «dejan los ídolos y ritos el plano de una realidad ultraindividual, el univer­
que h asta allí han tenido». sal h istórico de la dom inación, su p e rio r y oculto a
La deliberación con que C ortés u rd e y dirige todo esa conciencia, pero que dirigía, no obstante, el puro
el episodio de form a tal que la religión le rinda el instinto ciego —especialm ente receptivo en un hom ­
m áxim o provecho com o instrum ento de dom inación bre com o H ernán C ortés—> de su erte que acertase
viene ya su gerida po r la p alab ra con que em pieza el en cada caso exactam ente con lo que había que hacer.
relato: «y ofrecióse». El verbo ofrecerse indica bien Es esta dualidad de planos lo que el nom inalism o
a las c laras que el caso es considerado com o ocasión del positivism o h istórico se niega a reconocer, acep­
o p o rtu n am en te aprovechable para un propósito en tando tan sólo la realidad del sujeto em pírico y re­
principio ajeno a él. El pecado de antropofagia del chazando —tal com o el dogm a nom inalista obliga—
indio ha venido ello por ello —com o se dice en Ex­ cualquier posible realidad u operatividad que no sea
trem ad u ra y p o d ría h ab er dicho el propio H ernán pura m etáfora al universal.
C ortés—, o sea, com o de m olde para lo g rar la sumi No cabe duda de que, acostum brados com o e sta ­
sión del cacique maya y de su pueblo, y Cortés, con mos a unas instituciones de ju sticia que, contra la
toda la agudeza y todo el tino del m ás perverso ins clam orosa evidencia estadística del condicionam ien­
tinto de dom inación, im provisa exactam ente el es­ to sociológico de las conductas delictivas, inculpan
pectáculo que conviene a sus designios, apurando v condenan com o si el libre alb ed río no fuese uno
h asta la ú ltim a gota la posibilidad del caso que tan de los recursos m ás escasos entre los hum anos; acos­
o p o rtu n am en te se le ha ofrecido. tum brados, digo, a este infantil rep a rto de papeles,
N aturalm ente, no pretendo en m odo alguno que bueno y malo, com prendo que a m uchos pueda re­
esta descripción del uso de la religión com o in stru ­ su ltar tan a rd u o com o tu rb a d o r c u a lq u ier punto de
m ento de dom inación se corresponda con la repre­ vista que dism inuya en algún grado la responsabili­
sentación patente a la conciencia de Cortés. Aunque dad de los autores de tan trem endos e incontables
no pueda pensarse que no fuese consciente de su crím enes com o los que constituyen la tram a dom i­
pragm atism o —tal com o lo evidencia la palabra nante en la conquista y colonización de Am érica,
«ofrecióse»—, de su orien tació n de las cosas con pero en esto consiste ju stam en te el m ayor espanto
arreglo a unos fines, lo dem ás apenas llegaría tal ve/ de la H istoria Universal.
a sospecharlo, tal com o es propio de lo que me he Para lo que trato de d e c ir puede re su lta r ilu stra ti­
lim itado a lla m a r perverso instinto, que no precisa va la anécdota de aquel que le rep rochaba a otro la
ninguna clara conciencia racional para alcanzar, cei lerocidad de su anticlericalism o, diciéndole: «¡Pero,
tero com o un tiro de ballesta, la diana del designio hombre! ¿Cómo puedes envenenarte h asta tal punto
la sangre con los pobres cu ras? Tendrán todos las
nuñeterías y m ezquindades que tú quieras, las de-
2. El m al sin m alo lorm aciones de su ya de p o r sí deform e profesión,
peto es injusto y cruel condenarlos como m onstruos
He establecido, por consiguiente, una dualidad de tle m aldad, porque ellos no son al fin m ás que unos
planos, esto es: el plano de lo claram ente m anifiesto Infelices m andatarios; el único que es verdaderam en­
a la conciencia de Cortés, com o sujeto em pírico, y te m alo es Dios». El m ism o cuento puede ap licárse­

520 521
les a los que frente a la fam osa «historia escrita des los peores instintos de profanación, de ultraje, de de­
de el p u n to de vista de los vencedores» pretenden predación. Pero el factor desencadenante, capaz de
oponer u n a «historia e scrita desde el punto de vista lesponder satisfacto riam en te a la pregunta: «¿De
de los vencidos». tlúnde sale de pronto este delirio?», o sea, la esencia
E sta segunda sería, en cuanto h istoria, tan falsa de lo que se pretende festivam ente conm em orar en
e ingenua com o la prim era, a la que tra ta ría de con la D isneylandia sevillana de 1992, com o una efemé-
futar, pues el nom inalism o positivista igualm ente im i Ide que tuviese algo que ver con lo que desearíam os
plicado en las p alab ras «vencidos» o «vencedores», que se considerase hum ano, tiene los rasgos infor­
que enten d ería las cosas com o si los sujetos em píri mes de un mal sin malo, sólo con despreciables
eos fuesen los únicos p rotagonistas efectivos, esca m andatarios, enajenados y com o a rre b a ta d o s de sí
m otearía la percepción teórica fundam ental: que el mismos p o r el fu ro r de la dom inación.
verdaderam ente m alo es Dios, o, lo que viene a ser En u n a p a la b ra , la p é rd id a , im p e rio s a p a ra q u ien
lo mismo, la H istoria Universal. n tien d a al ru id o de fo n d o de los testim o n io s, la p é r­
«La m ediación dialéctica de lo universa! y p a rti­ dida de u n su jeto e m p íric o co m o ú ltim o re sp o n ­
c u la r —dice Adorno en su Dialéctica negativa— no sable a q u ie n in c rim in a r de ta n a n c h a y ta n larg a
autoriza a una teoría que opte por lo particular, para I rag ed ia —co n fo rm e a la c o n fia d a v ersió n con q u e
p asarse de rosca, tra tan d o lo universal com o si fue «•I n o m in a lism o h a b ía lo g rad o q u itá rs e la d e e n c i­
se una pom pa de jabón. La teoría se h a ría así inca­ m a— h a d e e n c o n tr a r ta n to en ap o lo g e ta s co m o en
paz de co m p ren d er tan to la funesta hegem onía de d e tra c to re s del d e sc u b rim ie n to , la c o n q u is ta y la
lo universal en lo establecido, com o la idea de una i olonización la co m p re n sib le re sisten c ia de q u ien se
situación que, haciendo d e scu b rir a los individuos ve an te la tu rb a d o r a situ a c ió n de q u e todo, sin d e ja r
su verdad, despojaría a lo universal de su m ala par de se r ig u alm en te h o rrib le y doloroso, es m u ch o m ás
ticularidad.» Inexplicable, so b re h u m a n o , in fra h u m a n o , g ratu ito ,
La cosa es, pues, m ucho m ás execrable y m ás fatí­ timen de m u ch o m ás sórdido, ra s tr e ro y m ise ra b le
dica que si pudiese d ársele rostro y nom bre hum a «le c u a n to p u e d a se rlo in clu so u n a ley en d a n egra,
nos. Lo que, en cuanto representación consciente, que, c u a n d o m enos, p o d ría v a n a g lo ria rs e p o r el mé-
llegó a se r incluso p ara los m ás perspicaces de sus t tto, c ie rta m e n te d u d o so y d iscu tib le , de o s te n ta r el
sujetos em píricos nada llega a expresarlo m ás aguda ten eb ro so re s p la n d o r d e la m ald ad .
m ente que el siguiente pasaje de s ir W alter Raleigli, Pero la capacidad teórica del conocim iento histó-
capaz de h a c e r —por una vez acaso con razón— las t Ico quedaría lam entablem ente castrada, al verse re­
delicias de cu a lq u ier psicoanalista: «La Guayana es ducida al m ero registro de los datos, feneciendo en
una tierra que tiene todavía intacta su virginidad; ja m i puro análisis, com paración y clasificación, y,

m ás saqueada, a ra d a o trab ajad a; la faz de la tierra en consecuencia, sin poder e m itir una sola palabra
sin rom per; la virtud y la sal del suelo sin g a sta r poi i utica y, po r ende, productiva y liberadora que decir.
el abono; las tum bas sin a b rir para sa c a r el oro; las El positivism o histórico desprecia, pues, com o m i­
im ágenes de los dioses aún p o r d e rrib a r de lo alto tología, la presunción de que haya realm ente «desig­
de los tem plos». nios del Altísimo», «H istoria Universal», que hacen
Como puede apreciarse, un desencadenam iento de n los hom bres agentes o in stru m en to s de su ejecu­

522 523
ción. La afirm ación nom inalista de que los ojos no Pero mi objeción acerca de una «historia e scrita
ven al Altísimo, de que no ven H istoria Universal, de desde el punto de vista del vencido» no se lim ita a
que no ven m ás que individuos hum anos m ás o m e­ su falsedad en cuanto h isto ria planteada, a ten o r de
nos racionales o irracionales com o agentes de la la intención que su propio nom bre indica, com o con­
histo ria es em píricam ente indiscutible, pero no es trapolo a la « historia co n tad a desde el punto de vis­
m enos cierto que el m ovim iento, la acción y el pro­ ta del vencedor», que, ciertam ente, se caracteriza por
tagonism o de esos m ism os sujetos em píricos se do­ hacer a los singulares sujetos em píricos hum anos in­
blegan a las consignas del universal, extrapolándolo discutibles protagonistas de gloriosas hazañas, con­
y enajenándolo de sí y poniéndolo, com o su propio forme a un m odelo épico m ás bien tardío, ajeno al
dueño y señor, po r encim a de sus cabezas, h asta tro­ tono dom inante en los cronistas del siglo XVI, y, a mi
carlo en una fuerza real, su p erio r y ya com pletam en entender, surgido especialm ente en los textos esco­
te su stra íd a al control de su s deseos y voluntades, lares del siglo XIX y principios del XX, elaborando
a sem ejanza del Yahvé Sabahoz que desde el Sinaí los hechos conform e a un tratam ien to que los deja­
puso M oisés sobre las cabezas del pueblo de Israel, ba ya d ispuestos p ara sa lta r directam ente al com ic.
para lanzarlo a rre b a ta d o en puro fu ro r de dom ina­ Y, en efecto, el recuerdo escolar que los de mi edad
ción y de exterm inio sobre la tie rra de C anaán y so­ tenemos de la enseñanza de la historia patria se pue­
bre los pueblos que la habitaban. ¿Se atreverá algún de su p e rp o n e r p erfectam ente a c u alq u ier h isto rieta
nom inalista a a firm a r que si Yahvé Sabahoz no hu Ilustrada de tebeo.
biese sido una fuerza real, aun n acida del hechizo Tal c la s e de p re s e n ta c ió n de la s h is to r ia s del
de Moisés, ajena y su p e rio r a la plu ralid ad de los su D e sc u b rim ie n to 4 y la c o n q u ista , c o m p o rta im plí-
jetos em píricos que form aban las 12 trib u s de Israel, t ita m e n te un ju ic io de los h e c h o s q u e p a re c e en
se h a b ría llevado a cabo con una resolución y una ciertos casos no a c a b a r de atreverse a ser d eclara­
eficiencia tan definitivas la conquista y dom inación damente ético, como si un resto de pudor lo retuviese
de Palestina? en cierto lugar am biguo, form alm ente estético, pero
M ientras sigan diciendo, contra toda evidencia, •in ren u n ciar a propugnarse tácitam en te com o éti­
que el nom bre de la p a tria es un m ero flatus uocis, co Por supuesto su categoría estética casi exclusiva
no sólo no lograrán nunca explicarnos com o es qui­ m la de la «grandeza»; c ircu n stan cia que guarda, a
los sujetos em píricos que son los soldados individua mi entender, una concom itancia inevitable con lo que
les se dejan llevar com o un solo hom bre (tal como miele llam arse «historia co ntada desde el punto de
gustan de d e c ir los oficiales y com o el propio uní vista del vencedor», o sea, con la h isto ria concebida
forme pretende sugerir), cantando ese sacrosanto lia rom o m isterio glorioso. Y en ese punto es donde con­
tus uocis, al m atad ero del cam po de batalla, sino, lo sidero que d eb ería desplazarse el acento tan desa­
que es peor, nunca afilará n el aguijón teórico precl fortunadam ente colocado por quienes hablan de una
so para d e sp a n z u rra r la m uy real diosa siem pre se posible «historia contada desde el punto de vista del
dienta de sangre que lleva po r nom bre lo que un voncido». El intercam bio que, a mi entender, pondría
nom inalism o, ya sospechosam ente pertin az y resis­ rl acento en el punto adecuado, no es el que pone al
tente a la evidencia, sigue despachando com o puní
flatus uocis. 4 Véase a N o ta 2.

524 525
vencido en el lu g ar del vencedor, renunciando a m e­ Itt historia y de sus creaciones. A ntropológicam ente
no scab ar y p o n er en entredicho el orden m ism o de Inmersos en una h isto ria en que el im pulso de do­
com prensión en que la h isto ria quiere despacharse m inación hunde sus raíces en un ayer inm em orial,
com o un aco n tecer siem pre dotado de sentido hu­ lodos seguim os siendo sensibles a los valores de la
mano, sino el que ponga las nociones «dolor»/«feli- dom inación, pues al m ism o tiem po que una volun-
cidad» en el lugar del p ar «m iserias»/«grandezas».‘i i lul iosa ética se esfuerza p o r negarlos de boquilla.
A ello tendería, sin duda, po r su p ro p ia intención, Como cuando a los niños se les predica en la iglesia
c u alq u ier «historia co n tad a desde el punto de vista (»enseña en las escuelas la m ansedum bre, la condes-
del vencido», pero aún le fa lta ría p riv a r de real pro ­ i tendencia, la am istad, la generosidad, etcétera, te r­
tagonism o al sujeto em pírico del vencedor, única for­ m inada la clase, la sinceridad estética los llevará a
m a de p riv a r a la h isto ria m ism a de su justificación los sangrientos goces predatorios de películas del
por el sentido, m ostran d o cóm o en el sentido reside, oeste y, en general, el m ás m anso de los hom bres se
justam ente, su m alignidad, y correlativam ente cómo recreará en las bellezas de la depredación, y los ani-
el sinsentido, el no tener sentido, el se r fin en sí m is­ | males m ás prestigiosos y adm irados seguirán siendo
ma, es el a trib u to esencial de la felicidad; con lo que los que tengan pico de rapaz, colm illos de carnívo­
sólo la d enuncia del sentido puede h a c er ju sticia al ro, g arras de halcón o zarpas de felino.
sufrim iento. De otro modo, la grandeza agradecerá Tan honda parece ser tal preferencia estética p ri­
secretam ente a su buena estrella el hab er logrado sa­ m aria hacia los carnívoros depredadores que no ha
lir, al fin y al cabo, bien librada de la venganza del do­ I (le faltar quien diga que los hom bres descubren a tra-
lor, que, en su ignorancia, no ha a certad o a d espojar ¡ Ws de ella la envidia hacia lo que ellos, al m enos en
su im agen de la com pensación —estéticam ente tan «Ittún rincón de su alm a y a despecho de todas las
gratificante com o cu a lq u ier o tra — de poder seguir tttlmoniciones pedagógicas, siguen queriendo ser. De
luciendo p o r los salones el no po r negro m enos ele­ modo, pues, que la m entalidad estética, que juzga de
gante atuendo de la perversidad. De lo que puede ser lit historia según el c riterio de valor de la grandeza,
un ejem plo, aunque sum am ente m ediocre, lo inten­ tillaría, a tenor de esto, bien d istante de ser su p erfi­
tad o p o r S aura en su película E l Dorado. cial. hasta el punto de parecer antropológicam ente
pie histórica.
Tenga lo que tuviere de cierto esta sospecha, lo in­
3. Dos actitudes dicado, po r sí o por no, respecto del otro c riterio de
valor que rige la m irad a hacia la historia, será tal
De modo, pues, que, con respecto a la H istoria Uni i ve/ abstenerse de toda consideración de antigüedad,
versal, em pieza uno p o r tropezarse con dos actitu m raigo o fundam ento antropológico, pues quienes
des de principio, que casi parecen psicológicam ente ta la n por él juzgan, im plícitam ente, que no tienen
determ in ad as po r el c a rá c te r personal. La una es la nliligación alguna de legitim ar su opción en antigua­
que llam aré a c titu d estética, cuyo c riterio o catego llas o en sinceridades aním icas, ni m enos p edir dis­
ría principal es la de la grandeza de las hazañas de culpas por su índole represiva o heterónom a, pues
n i i uanto a represión y heteronom ía nada supera a
5. V é ase la N o ta 3. lo que tal punto de vista tom a por criterio frente al

526 527
de la grandeza, esto es, al dolor en relación con quie­ vital, tendría, según él, la creación de un im perio. De
nes lo padecen. se r así p a rtic ip a ría a su m an era de las concepcio­
Así que no hay que a m ed ren tarse cuando el que nes hegeliana y m arx ista de la violencia y la m uerte
lo sabe todo acerca de las alm as viene a decirnos: producida p o r unos hom bres a otros hom bres; p ara
«La com pasión que dices sen tir por los esclavos bajo Hegel, la violencia es una necesidad del e sp íritu en
el palo del e sb irro no es en tu alm a m ás que efecto la grandiosa epopeya de su autorrealización o bjeti­
de la represión de un superego heterónom o e im pos­ va; para Marx, la violencia es la com adrona de la his­
tor que invierte en com pasión por los esclavos la a d ­ toria; o sea, la que ayuda a toda vieja sociedad a d a r
m iración y envidia que en el fondo sientes p o r el a luz —se supone que p o r un p arto m ortal p ara la
esb irro que tú q u e rría s ser». m adre— a la nueva sociedad que lleva en sus e n tra ­
ñas, o el «instrum ento», según versión de Engels,
«por m edio del cual el m ovim iento se abre cam ino
4. Totalitarismo diacrónico y hace saltar, hechas añicos, las form as políticas fo­
silizadas y m uertas».
Pero al c riterio de valoración estético no parece Aunque piense, indudablem ente, en bien d istin ta
gustarle en m uchos casos confesar el predom inio to­ clase de engendros de la historia, M enéndez Pidal
tal del sentim iento de grandeza que le inspiran las concede, sin em b arg o , a la v io le n c ia , a la m u e rte
sangrientas hazañas en que se recrea, sino que lo es­ de unos hom bres po r m ano de otros hom bres, un
cuda a m enudo d e trá s de la c o a rta d a de la fun­ papel análogo al que se le concede en las concep­
cionalidad política, convalidando los m ás feroces ciones de Hegel y de Marx: el de in stru m e n to de
atropellos com o procedim ientos dolorosos pero ne­ creación histórica. Para M enéndez Pidal ya hem os
cesarios para las grandes creaciones de la histo­ visto que esa creación se en c arn a bajo la form a de
ria; creaciones que p ara M enéndez Pidal serían por los grandes im perios. Y la grandiosa tachunda wag­
excelencia los im perios: «Los im perios», dice tex­ neriana, que, a ten o r de su concepción inconfesada-
tualm ente, «a p esar de las vitandas injusticias y m ente estética (como en el fondo lo eran la de Hegel
calam idades de m uerte inherentes a toda vida, son y, en alguna m edida, incluso la de Marx), venía a ser
en la B iblia y en la teología c ristia n a el grandioso nara él la H istoria Universal no podía detenerse ante
instru m en to con que la providencia divina gobierna las «calam idades de m uerte», que p o r se r «inheren­
a los pueblos». Frase que, ciertam ente, plantearía las tes a toda vida» tenía que a c a rre a r p a ra d a r vida a
m ás serias dificultades si hubiese que decidir quién sus grandes creaciones.
ac arrea m ayor d escrédito a la gran epopeya h istó ri­ Es curio so o bservar cóm o incluso quienes conde­
ca de los españoles, si sus apologetas o sus detrac­ nan el totalitarism o com o form a de Estado, incrim i­
tores. Es curio so cóm o pasa M enéndez Pidal por nándolo de e s ta r dispuesto a sa crifica r al individuo
encim a de lo que, con pintoresca expresión, llam a en beneficio de la totalidad, no sientan el m ism o es­
«vitandas injusticias» y de lo que, con expresión to­ cándalo ni ad v iertan lo o p o rtu n o de análoga in cri­
davía m ás pintoresca y h a sta retorcida, llam a «cala­ minación cuando no es en la sincronía de un régim en
m idades de m uerte inherentes a toda vida», donde político estatuido, sino en la diacronia de un proce­
se d iría que alude a lo que de vida, de realización so histórico de form ación de una entidad política,

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im perial o no, donde sin el m enor reparo se llevan Otros, m ás avisados, ni sienten necesidad alguna
al m atadero de la h isto ria todos los individuos que ile disculpas ni in cu rren en la ingenuidad de h a b la r
requiera la construcción de la totalidad, en una es­ de abusos, porque los reconocen tan inherentes al es-
pecie de au tén tico y m ás feroz to ta litarism o h istó ri­ lilo de acción de la H istoria Universal, tan necesa-
co diacrònico.6 i ¡ámente consubstanciales a la señorial generosidad
No hace falta ser dem asiado m alicioso p ara sos­ de su epopeya, que les parecería hasta indigno de ella
pechar que el criterio, inconfesadam ente estético, de el detenerse en la m ezquindad de e sca tim a r e sfu e r­
la grandeza, com o categoría dom inante en la valora­ zos; sus sentim ientos de grandeza se avergonzarían
ción de los hechos de la historia, necesita del estruen­ ile una H istoria Universal atenta a calcular, com o un
do de las a rm a s y de la efusión de sangre, com o tendero, el m ín im u m de destrucciones, de lacera­
im ágenes sin las cuales perm anecería en el lim bo in­ ciones, de estragos, de torm entos y de m u ertes ne-
coloro de lo abstracto el esp íritu de dom inación, que i osario p ara a lc a n z ar sus altos fines; antes, po r el
constituye el verdadero vino de quienes se e m b ria ­ contrario, gustan de im aginarla excesiva, desbordan­
gan en sentim ientos de grandeza. Q uiero decir que te, sobrada de virulencia y energía, de su erte que el
el referente real de la categoría em ocional y estética abuso le sea connatural, com o la única form a posi­
de la grandeza al fin no es otro que el de la dom ina­ ble de concebir el uso de una m anera acorde con su
ción y del poder. dignidad. Pocos han acertado a expresar esta concep­
ción estética de la historia, com o h isto ria del im pul­
so de dom inación, com o O rtega y G asset en su
5. Apologetas descarados y vergonzantes clásico ensayo E l origen deportivo del Estado:
«Por esto», escrib e Don José, «la p a la b ra que m ás
E ntre la vasta fauna de los apologetas de la gran­ sabor de vida tiene p a ra mí y una de las m ás boni­
deza histórica tam poco faltan quienes conceden, con tas del diccionario es la p a la b ra incitación. Sólo en
solícita pero no solicitada generosidad, que c ie rta ­ biología tiene este vocablo sentido. La física lo igno-
m ente hubo grandes abusos, donde ya el m ero em ­ ia. En la física no es una cosa incitación p a ra otra,
pleo de la p a la b ra abuso co m p o rta un a p a rta r a sino sólo su causa. Ahora bien: la diferencia entre
un lado lo que hubo de so brante innecesario en causa e incitación es que la ca u sa produce sólo un
el esfuerzo, lo que éste tuvo de excesivo; pero en el electo proporcionado a ella. La bola de b illa r que
reconocim iento de algo que sobró se refrenda la choca con o tra tran sm ite a ésta un im pulso, en p rin ­
necesidad de todo lo restante; en la condena de la cipio, igual al que ella llevaba: el efecto es en la fí­
p a rte co rrespondiente del abuso se absuelve, legiti­ sica igual a la causa. Mas cuando el aguijón de la
m a y santifica la co n trap arte im plícitam ente aludida espuela roza apenas el ija r del caballo p u ra sangre,
com o uso de cuya ju s ta y plausible m edida sobre­ este da una lanzada m agnífica, generosam ente des­
salga. proporcionada con el im pulso de la espuela. La es­
puela no es causa, sino incitación. Al p u ra sangre le
6. E s t a ¡d e a de « to ta lita r is m o d ia c rò n ic o » e s tá m ás d e s a r r o lla ­ bastan m ínim os pretextos p a ra se r exuberantem en­
d a en el e n sa y o « M ie n tra s no ca m b ie n lo s d io se s , n a d a h a c a m ­ te incitado, y en él resp o n d er a un im pulso exterior
b iad o » , Corolario 1.°, p ágs. 4 35 -4 39 de e s te m ism o V olum en. es m ás bien dispararse. Las lanzadas equinas son,

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en verdad una de las im ágenes m ás perfectas de la nidad de sus últim os designios, sin perjuicio de ir
vida pu jan te y no m enos la testa nerviosa, de ojo in­ pidiendo a diestro y siniestro las m ás rendidas d is­
quieto y venas tré m u la s del caballo de raza [...] ¡Po­ culpas por la indudable enorm idad de los abusos que
bre la vida, falta de elásticos resortes que la hagan —según ellos— aun la m ás a lta y m ás noble em pre­
p ronta al ensayo y al brinco! ¡Triste vida la que, in er­ sa hum ana se h a lla ría siem pre abocada a perpetrar.
te, deja p a s a r los in stan tes sin exigir que las horas Estos son los que in cu rren en la abyección de
se acerquen vibrantes com o espadas! ¡Da pena cuan­ echarles a indios, negros u o tras cualesquiera gentes
do uno piensa que le h a tocado vivir en una etapa de color el brazo po r la espalda, tra tan d o de ven­
de inercia española y recuerda los saltos de corcel derles su propio pasado de m a rtirio y el reconoci­
o de tigre que en sus tiem pos m ejores fue la histo­ m iento de la legitim idad de sus autóctonos valores
ria de E spaña! ¿Dónde ha ido a p a ra r aq uella vita­ culturales a cam bio de rec a b a r su beneplácito p ara
lidad?» la com ún H istoria Universal, com o en aquel repug­
Como puede observarse, el biologism o orteguia- nante serial televisivo no rteam erican o que llevaba
no, que, con el gusto perfectam ente h o rte ra de un por título Raíces y que recogía la secu lar h istoria de
aristo cratism o dandy y deportivo —al que parece una fam ilia negra desde el ancestro capturado, pues­
hacérsele la boca agua cad a vez que repite «pura to en cadenas y estib ad o en la sen tin a de un navio
sangre»—, se en tu siasm a con la a rra n c a d a del cab a­ negrero, que lo a rra n c a b a p ara siem pre del África
llo al acicate de la espuela com o la im agen m ás p e r­ natal, h asta el descendiente finalm ente libre, con su
fecta de la pujanza vital, proyecta esta idea ya fam ilia m odesta, pero honrada y feliz, ya en los años
estética de vida o de vitalidad biológica sobre las re­ de M artin L uther King, pretendiendo m o strar cuán
presentaciones de la historia, tra n sfig u ran d o en la inescrutables son los designios del S eñor y por qué
im agen de los saltos del tigre o del corcel los a rre ­ insospechables cam inos y a través de cu án tas fati­
batos históricos del fu ro r de sojuzgam iento y predo­ gas, hum illaciones y sacrificios había llegado final­
minio, convalidando com o generosa efusión y h asta m ente a cum plirse en este últim o vástago, desde
eclosión de vida respecto de la h isto ria precisam en­ aquella m añana inm em orial de la c ap tu ra en una re­
te lo que en é sta no es sino el m ás tenebroso y asola- m ota playa de Guinea, el orgullo de h ab er c o n tri­
do r desencadenam iento de la m uerte. ¡Tan m ala buido a lo largo de diez generaciones a la creación
som bra puede llegar a proyectar la im agen de la bio­ de la gran nación am ericana.
logía sobre la historia! En esta m ism a abyección —p ara la que, bajo el tí­
Así, m ien tras los apologetas de escuela orteguia- tulo «encuentro», no fa lta rá n cultivadores en la ce­
na encarecen la grandeza de la H istoria Universal lebración del V cen ten ario — in c u rrirá n cuantos
como suprem a m anifestación de la vitalidad m ás ex­ acuden a echarles a los indios el brazo por la esp al­
celsam ente hum ana, recargando desafiantem ente las da, interesándose po r sus tradiciones an cestrales y
tin tas de engreim iento, virulencia y afán de predo­ deplorando la grave pérdida y el irreparable deterio­
m inio de sus epopeyas, y poniendo así el acento m ás ro que, bajo la desconsiderada férula de la cu ltu ra
en el ejercicio, el esfuerzo y el em peño que en el lo­ de los dom inadores, han su frid o las esencias y valo­
gro, los otros, m ás cobardem ente, se contentan con res constitutivos de su m ás p rístin a y genuina iden­
salvar a la H istoria Universal por la bondad y la dig­ tidad.

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6. Oviedo v r \ presión en su relato, aunque no sin sentirse a la
VI / tim oratam ente obligado a disculparse de su pro-
Como se verá, entre las pocas citas que haga, pre­ I>1.1 ignorancia de m ortal —que bien podría invertir-
d o m in arán las de la Historia general y natural de m en d isculparle su in escru tab ilid ad a la divina
las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo; en p ri­ |in potencia—: «Yo veo —dice, pues, Fernández de
m er lugar, por ser, a despecho de la m uy diversa ca­ Oviedo— questas m udanzas e cosas de grand cali-
lidad de los inform adores consultados p ara cada ilnd sem ejantes no todas ve^es an d a con ellas la ra-
región, la m ás com pleta de todas las crónicas de la (,nii que a los hom bres pares?e ques ju sta, sino o tra
época; en segundo lugar p o r h a b e r sido, con el c a r­ del mición su p e rio r e ju icio de Dios que no alcanga-
go de veedor de la fundición del oro, testigo directo nms; y com o él es m ovedor de todo (o m ás servido
de cuanto o c u rrió en C astilla del Oro, bajo la gober­ ili lo que sub^ede) e sin su voluntad ninguna cosa
nación de P edrarias Dávila, y en últim o, pero no m e­ tu puede concluir, tengam os por m ejor lo que vemos
nos im portante lugar, por h aber sido detractor de los . Irluar, pues no se alcan zan los fines p a ra que se
indios, defensor de la conquista com o cro n ista ofi­ Imi fii las cosas; e de la providencia de Dios no nos
cial del em perador, con el cargo de alcaide de la for­ i uuviene p latic a r ni p e n sar sino que aquello convie­
taleza de Santo Domingo, donde residió m uchos años ne >.7 El sentim iento de la su p e rio r prepotencia de
escribiendo su gran historia, y finalm ente, víctim a I i H istoria Universal, com o realidad d eterm inante
de Las Casas, que, siem pre rencoroso con sus ene­ V operante en los sujetos em píricos, ju ram en tad o s
migos, lo infam ó en su propia H isto ria y logró, con i Incontenidos m andatarios, en su com portam iento
su enorm e influencia, que se suspendiese tras el p ri­ .1. auténticos y enajenados posesos del fu ro r de do­
m er tom o la publicación de la de Oviedo, que no a l­ minación, es lo que está en la base de la intuitiva có-
canzó a verla im presa en vida. A p e s a r de lo cual, la li i.i de Las Casas y de la tu rb a d o ra experiencia que
m ism a percepción de una prepotencia sobrehum a­ I f rnández de Oviedo no puede silenciar. Tal reflexión
na com o la que Las C asas intuyó a través de su pa­ Ml'Uc inm ediatam ente a la narración del episodio de
sión contra los españoles, y que, sin embargo, nunca Cortés contra Pám philo de Narváez, que concluye
logró a b s tra e r de los sujetos em píricos, es tal vez lo iim «No quiero d ecir m ás en esto, po r no se r odio-
que Gonzalo Fernández de Oviedo se ve obligado a Mi a ninguna de las partes; pero en mi juicio yo no
reconocer —aun con todo el acatam iento que le ins­ luillo qué lo ar a C ortés en su desobediencia, ni a
pira su a trib u ció n a la divina voluntad— en hechos d le quedó n ad a por u s a r en sus cautelas, p ara se
que, a sus ojos, rebasan todo alcance de hum ana i|iiedar en opinión y en officio ageno,8 co n tra la vo­
com prensión. Así, bien puede sospecharse que es la luntad de cúyo era e se lo dio y encom endó; ni a
m ism a desbordante sensación de algo in so p o rtab le­ r.unphilo de N arváez le faltó la penitencia de su des-
m ente superior lo que, no acertando a rebasar en Las i uydo, ni a Diego Velázquez quiso la fo rtuna dexar
Casas los lím ites de lo intuitivo, se desencadenó en ih destruyrle, ni a C ortés desfavores^erle p ara salir
él com o expresivo y público furor, y lo que, sentido i mi su propóssito, como ha salido». [A esto sigue, tras
bajo la form a de una íntim a experiencia d eprim en­
te y turb ad o ra, G onzalo Fernández de Oviedo no 7, //." gral. y ntral. de las Indias, lib ro X X X I I I , c a p ítu lo X I I.
pudo p a sar en silencio, viéndose im pelido a darle voz H. V ía s e e l Apéndice II.

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punto y aparte, el párrafo de la reflexión citada.] Hay m ente inversas que han d em ostrado su perfecta ido­
que te n e r en c u en ta que Oviedo no escatim a elogios neidad p a ra las m iras de la dom inación, es la tu rb a ­
en su relato de la conquista de Nueva E spaña, com o dora experiencia en que Oviedo siente desbordada
la m ás ad m irab le em presa de Am érica, ni a su pro ­ la com prensión de su conciencia y se ve obligado a
tagonista H ern án Cortés, a u n q u e no deja de señ alar form ular una especie de dispensa para cualquier vio­
los rasgos que todos le reconocen, com o aquel, no lación de las virtudes reconocidas com o tales con
recuerdo quien, que cuenta cóm o le avisaron a Ve­ «otra definición su p e rio r e ju icio de Dios que no al­
lázquez, diciéndole: «Mire, vuesa m erced, que es ex­ canzam os», d istin ta de «la ragón que a los hom bres
trem eño», pues, al parecer, los extrem eños tenían en paresge ques justa»; contradicción que al fin le in­
aquel tiem po fam a de doblez, frente a la lealtad que duce a acatar, con renuncia a todo afán de com pren­
siem pre se les atribuyó, con motivo o sin él, a los cas­ sión, la e stric ta facticidad de la victoria: «tengam os
tellanos. Y el propio Oviedo, en cierto pasaje,9 dice: por m ejor lo que vemos efetuar, pues no se alcanzan
«E assí, usando del tiem po con los unos e con los los fines p a ra que se ha^en las cosas, e de la Provi­
otros, m añeaba [Cortés] e a cada p a rte d ab a conten­ dencia de Dios no nos conviene p la tic a r ni p e n sar
tam iento, e les agradesgía sus avisos, e les hagía en­ sino que aquello conviene».11
ten d er que cada qual dellos era creydo e no sus Es notable tan to el esfuerzo de acatam iento que
contrarios» y en otro lu g ar10 «sintiendo M onteguma hace aquí Oviedo, com o el hecho de que necesite ex­
que aquellos halagos de Cortés eran enforrados o dis­ presarlo públicam ente po r escrito, com o si incons­
sim u latio n , p ara se en señ o rear con buena m aña de cientem ente estuviese ahuyentando los dem onios
lo que no pu d iera con m anifiesta fuerza...», donde que le su su rra n al oído el te rrib le pensam iento de
se aprecia cóm o Oviedo, con toda su adm iración h a­ la m aldad de Dios, de la H istoria U niversal12 y del
cia el héroe de Nueva E spaña, no e ra ciego, en m odo fu ro r de dom inación en que enajena y a rre b a ta a los
alguno, p a ra lo que en la vida social cotidiana son sujetos em píricos, co n tra toda v irtu d y hum anidad,
despreciables defectos, pero que no eran sino v irtu ­ y que, en verdad, m ás que una c o a rta d a o una d is­
des para los ciegos designios de la dom inación. Ovie­ pensa para la conducta de los hom bres, es una discul­
do siente la contradicción de que el triu n fa d o r que, pa de la esencial m aldad de Dios. Los terro res del
co n tra toda justicia, se alza po r cabeza y guía de la infierno con que la prepotencia del Dios cristian o
em presa, con todas sus m añas y deslealtades, se sal­ m antiene am enazados y sujetos a sus fieles no le per­
ga con la suya, y alcance la cim a de la gloria y el re­ m itieron al infeliz Oviedo desafiar al S eñor de la Vic­
conocimiento, en principio sin trabas, del em perador. toria, al cread o r de Im perios que había coronado de
La contradicción entre las v irtu d es sólidam ente h u ­ laurel las sienes de Cortés, con un desafío com o el
m anas de la lealtad, el respeto a la ju sticia, etcétera,
que C ortés no ha vacilado en v iolar con su conducta 1 1 . V é a se «O R e lig ió n o H is to ria » en e s te m is m o v o lu m en ,
u n a y o tra vez y, p o r a ñ a d id u ra siem p re con benefi­ p á g s. 3 19 -32 0 .
cio para el logro de sus fines, y esas virtu d es justa- 12 . « H isto ria U n iversal» no e s m ás q u e el nom bre, p resu n ta m en ­
te laico, con q u e la m o d e rn id a d p rete n d e c a m u fla r s u r e lig io s o
a c a ta m ie n to de la S u m a O m n ip o ten cia y P re p o te n c ia del v ie jo e
9. L ib r o X X X I I I , c a p ítu lo IV. ira cu n d o S e ñ o r del S in a í, ren a c id o co n nu evo v ig o r y co m o el Ave
10. L ib r o X X X I I I , c a p ítu lo V I. F é n ix, en la u n iv e rs a liz a c ió n a c tu a l d e l p r in c ip io d e d o m in a ció n .

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de Lucano a sus dioses, en aquel hexám etro en que cera de sus Cartas de relación, com o guiñándole el
puso por encim a de ellos la v irtu d de Catón: « Vic- ojo a Carlos V, a quien se dirigía, se p erm ite al res­
trix causa Deis Placuit, sed uicta Catoni». pecto de la antropofagia un cierto tono sutilm ente
festivo, cu ando son sus aliados tlascaltecas los que
la practican: «De m anera que de esta celada se m a­
7. Cortés y Soto taron m ás de quinientos [entiéndase aztecas], y to­
dos los m ás p rincipales y esforzados y valientes
Desde luego, hay sujetos em píricos tan especial­ hombres; y aquella noche tuvieron bien que ce n ar
m ente dotados p ara la depredación y el predom inio nuestros am igos [entiéndase tlascaltecas], porque to­
que han causado en algunos la im presión, p o r lo de­ dos los que se m ataron tom aron y llevaron hechos
m ás perfectam ente m ítica y supersticiosa, de que la piezas p a ra com er». Ni siquiera debió de pasársele
propia H istoria Universal los ha elegido para sus m ás por la im aginación la idea de que un desenfado se­
altos designios, com o le pasó a Hegel cuando, en la mejante, hablando de la antropofagia, podía tal vez
m ás vergonzosa clarividencia de su vida, creyó ver escandalizar u ofender los oídos de C arlos V, o pa-
en N apoleón al E sp íritu Universal a caballo. Uno de recerle irreverencia hacia su C atólica M ajestad13
esos sujetos p o d ría ser, desde luego, H ernán Cortés. tanta franqueza en tan delicada m ateria, de puro ob­
Y n ad a m ejor que el «ofrecióse», que él m ism o em ­ via que, en su incondicionado pragm atism o, debía
plea para em pezar a c o n ta r el episodio recogido al de re p u ta r C ortés la opción de p e rm itir la an tro p o ­
principio, nos descubre en toda su m edida la ri­ fagia en unos aliados que, de habérsela prohibido, le
gurosa funcionalidad de una perspicacia perm anen­ habrían retirad o un apoyo ab so lu tam en te indispen­
tem ente a le rta a lo que en cada situación pueda sable p ara la conquista de la capital azteca. Así,
ofrecerse com o algo aprovechable p a ra sus propósi­ Cortés su b o rd in ab a la proscripción o el consenti­
tos. Al instante advierte la p o sibilidad de explotar m iento de la antropofagia a la e stric ta conveniencia
la falta com etida po r el indio y la m an era de m on­ ocasional de la conquista, sin m ayor sentim iento de
ta r sobre ella el espectáculo que le conviene. Es la escándalo m oral. En u n a palabra, e ra o llegó a ha­
penetrante m irada instrum ental del pragm ático p er­ cerse una prodigiosam ente capacitada bestia preda­
fecto: agudísim a p a ra c a p ta r al vuelo cuanto en las toria, un perfectísim o in stru m en to de dom inación,
cosas pueda in cid ir en el sentido de sus intereses, o sea, un hom bre espeluznantem ente funcional.
ciega para cuanto haya en ellas de ajeno o indiferen­ Pero si Cortés puede rep re sen ta r tal vez, frente a
te a sus designios. E sa m ism a p ragm ática am orali­
dad puede ad v ertirse tam bién en su ac titu d h acia la 13 . Q ue lo s a tre v im ie n to s d e C o rté s no d e b ía n d e p r o d u c ir p re ­
antropofagia. Así, dem ostrándonos de paso cómo las c isa m e n te d e lir io s d e e n tu sia s m o en C a r lo s V p o d r ía p ro b a rlo el
tres grandes abom inaciones: sacrificios hum anos, h ech o de q u e c u a n d o a q u é l le m an d ó u n a c u le b r in a h o n o r ífic a
antropofagia y sodom ía, po r las que los españoles fu n d id a en p la ta de M ich u acán reb a ja d a co n cob re, p ero m u y bien
la b ra d a (que, seg ú n G o m a r a co stó 24 000 p e s o s d e oro) y co n un
ju stifica b a n su saña hacia los indios, incluso consi­ Ave F é n ix en relieve s o b re e s ta ley en d a: « A q u e sta n a c ió sin p a r /
derando que Dios m ism o los castig ab a a través de Yo en s e r v ir o s sin s e g u n d o / Vos sin ig u a l e n e l m u n d o », Don C a r ­
sus espadas, no eran m ás que pretextos o co artad as los se la reg aló en seg u id a a su se c re ta rio C obos, segu ram en te p a ra
para el frenético ejercicio de la dom inación, en la ter­ q u e la fu n d ie se y se q u e d a s e con el v a lo r d el m etal.

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los dem ás conquistadores, el extrem o de capacidad supersticioso al com ercio c arn al con paganas o in­
instrum ental para los em peños del poder (si bien no ri uso a q u e d a r m anchados p a ra siem pre por el coi­
hay que o lvidar que, en tran d o con buen pie, la for­ to con quienes en c u a lq u ier m om ento estab an
tu n a cabalga ya en p a rte sobre sí m ism a ni que el expuestas a m o rir sin bautizar, dado que, tra s el ago­
éxito exagera siem pre los prestigios y los m éritos), tam iento de su s p restaciones sexuales n o ctu rn as y
H ernando de Soto, p o r elegir alguno, podría p o n er­ servicios dom ésticos diurnos, tenían que seguir la
se como paradigm a de lo opuesto, esto es, de la in­ expedición u n id as u nas a o tra s en collera, igual que
habilidad y del fracaso (siem pre teniendo en cuenta los tam em es con sus cargas]; y que si detenían los
el efecto de éste en el sentido sim étrico c o n trario de caciques e principales, que assí convenía p ara que
exagerar de form a análoga el dem érito); am bos son, los otros sus súbditos estoviessen quedos e no les
sin em bargo, desde uno y otro extremo, idénticos en iliessen esto rb o a sus robos e a lo que quisiessen h a­
cuanto encarnaciones de un único y el m ism o im pul­ cer en su tie rra de los tales. Y que adonde yban ni
so. Con respecto a la expedición de Soto, que, subien­ el g obernador ni ellos lo sabían».
do desde Florida, parece que alcanzó hasta la actual H asta aquí F ernández de Oviedo, que, poco m ás
C arolina del N orte, la crónica de Oviedo dice así: abajo, tras una cita de San Agustín,14 exclama: «Oid,
«Preguntando el h istoriador a un hidalgo bien enten­ pues, letor cathólico, y no lloréis m enos los indios
dido que se halló pressente con este g o b ern ad o r e conquistados que a los ch rip stian o s co n q uistadores
anduvo con él todo lo que vido de aquella tie rra ilellos, o m atadores dessí e dessotros; y atended a los
septentrional que a qué causa pedían aquellos tame- subcesos deste g o b ern ad o r m al gobernado, in stru i­
m es o indios de carga e porqué tom aban tan tas mu- do en la escuela de P edrarias [Soto llegó a las Indias,
geres, y essas no se ría n viejas ni las m ás feas; y, con sólo trece o catorce años de edad, com o pajeci­
dándoles lo que tenían, porqué detenían los caciques llo del ya sesentón gobernador], en la disipación y
y principales, y adonde yban que nunca paraban ni asolación de los indios de C astilla del Oro, g rad u a­
sosegaban en p a rte alguna: que aquello no era po­ do en las m u ertes de los n atu rales de N icaragua, y
b la r ni conquistar, sino a lte ra r e a so la r la tie rra e canonicado [quiere decir, probablem ente, doctorado
q u ita r a todos los n atu rales la lib ertad e no conver­ en "cánones”] en el Perú, segund la orden de los Pica-
tir ni h a ? er a ningún indio c h rip stian o ni amigo, nos; y de todos essos infernales passos librado y ydo
respondió e dixo: que aquellos indios de carga o a E spaña cargado de oro, ni soltero ni casado supo
tam em es los tom aban po r te n e r m ás esclavos o se r­ ni pudo rep o sar sin volver a las In d ias a v erter san ­
vidores, e p a ra que les llevassen las cargas de sus gre hum ana». H asta aquí Oviedo, donde los datos nos
m antenim ientos e lo que robaban o les daban; e que hacen p reguntárnos qué o tra m oral p o d ría a p ren d er
algunos se m orían e otros se huían o se cansaban; Soto, a rre b a ta d o para la dom inación con apenas tre ­
e assí avían m enester renovar e tom ar más; e que las ce años. Al Perú, se lo llevaba Pizarro p o r p rim e r ca­
m ugeres las q u erían tam bién p a ra se serv ir dellas
e p ara sus sucios usos e lu x u ria e que las facían 14. « E s t a v id a e s v id a d e m is e ria , c a d u c a e in c ie rta , v id a tr a b a ­
jo sa y no lim p ia, vida, Señ o r, d e m ales, rein a de los sob erb ios, llena
b a p tic ar p a ra sus c arn alid ad es m ás que p ara ense­ d e m is e ria s y de esp an to , q u e no e s v id a ni s e p u e d e d e c ir sin o
ñarles la fe, [donde parece que incluso como prostitu­ m u erte, p u e s q u e en un m o m en to se a c a b a p o r v a r ia s m u ta c io ­
tas las necesitaban cristian as, tal vez por un tem or n es y d iv e rs o s g é n e ro s d e m u erte» (Meditaciones, c a p itu lo X X I).

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pitán, y si no tuvo m ás que la tercera p a rte m ayor en de co n tin u ar el ejercicio ensan g ren tad o de esa m on­
el reparto del tesoro fue porque el c o n q u ista d o r lo tería de a p e rre a r indios.
pospuso a su propio m edio herm ano Fernando, el
único legítim o de toda la P izarrada que el ya casi vie­
jo Francisco se trajo de Trujillo con su gobernación. H. ¡as perros
En otro cap ítu lo a n te rio r sobre e sta m ism a expe­
dición, Oviedo escribe de Soto lo siguiente: «Este go­ Ya que h a salido esta cuestión, d iré que me ex-
b e rn a d o r era m uy dado a essa m on tería de m ata r l raña el hecho de que, frente a tanto com o se ha
indios, desde el tiem po que anduvo m ilitando con el encarecido la im p o rtan cia de los caballos en las
g o b ern ad o r P edrarias Dávila en las provincias de conquistas españolas —anim ales, al m enos al p rin ­
C astilla del O ro e N icaragua, e tam bién se halló en cipio, m uy escasos, p o r su difícil tra n sp o rte m a­
el Perú y en la prisión de aquel gran p ríncipe Atabá- rítimo, útiles sólo en d eterm in ad o s terren o s—, se
liba, donde se enriquesgió, e fue uno de los que m ás haya desdeñado, inexplicablem ente, el papel que tu ­
ricos han vuelto a España, porque él llevó e puso en vieron que ten er los perros, las ja u ría s de lebreles o
Sevilla sobre gien mili pessos de oro, y acordó de vol­ de alanos (cruce de dogo y de mastina), anim ales todo
ver a las In d ias a perd erlo s con la vida, y c o n tin u a r terreno, in su p erab les p a ra la persecución, m enos
el exergigio ensangrentado del tiem po a trá s que avía dóciles que los caballos, pero po rtad o res de sus pro­
u sado en las p a rte s q ues dicho...». H asta aquí Ovie­ pias arm as y, po r tanto, capaces de a c tu a r solos, m ás
do, que unas líneas m ás abajo nos explica lo que ha dúctiles al adiestram iento, lad rad o res —factor psi­
querido d ecir con lo del «ejercicio ensangrentado» cológicamente decisivo— y, en fin, m ucho menos vul­
y po r qué ha usado la p alab ra m ontería; dice, pues, nerables, de m odo que su im p o rtan cia en las
así: «Ha de en te n d e r el letor que a p e rre a r es hager conquistas pudo se r a m enudo m uy su p e rio r a la de
que p e rro s le com issen o m atassen, despedazando los caballos, com o lo p ru eb a la presencia de p e rro s
el indio, porque los con q u istad o res en Indias siem ­ en todo tiem po y lugar, ya desde el segundo viaje de
pre han usado en la g u e rra tra e r lebreles e p erro s Colón, según testim onio de su hijo Don Fernando,
bravos e denodados; e por tanto se dixo de suso m on­ que sólo sería de oídas, siendo aún m uy niño en la
tería de Indios». ocasión del hecho que relata: una b a ta lla en La Es­
De m odo que digo yo que juzgan m al a los conquis­ pañola, en que un ala la llevaron los caballos y la
tadores quienes los incrim inan in d istin tam en te del o tra las jau rías. Pero el uso de p erro s no se lim ita­
vil m aterialism o de la codicia del oro; el oro fue en ba en m odo alguno a las b atallas —siendo, obvia­
contados casos un m óvil real; generalm ente fue un mente, ineficaces en las huestes m uy nu m ero sas—,
pretexto p ara la hazaña po r la hazaña y a lo sum o su sino m uy a m enudo p a ra d a r caza a indios fugitivos
trofeo, com o lo p ru e b a el que fu eran m uy pocos los (a los que, p o r s e r esclavos o encom endados de p ro ­
casos de quienes, en vez de ju g árselo y d e sp ilfa rra r­ pietarios españoles, los perro s solían volver a tra e r
lo al día siguiente, supiesen a p a rta rlo y acu m u larlo —según se les tenía enseñado— m ordidos por la m u­
p o r despreciable a m o r hacia el dinero y la riqueza; ñeca h a sta sus amos, despedazando al fugitivo sólo
lo que movió a la gran m ayoría de los conquistado­ cuando se resistía), ya sea p a ra ajusticiar, lo m ism o
res fue, p o r el contrario, la p u ra inquietud esp iritu al a p risioneros cogidos en com bate, sin que m ediase

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juicio previo alguno, que a caciques o señores indios ilc.de el Oeste, en 1539, en el Nuevo Reino de G ra­
condenados form alm ente p o r sentencia, ya, en fin, nuda —la Colom bia a c tu a l—, poco después de que
p ara a rra n c a r inform aciones sobre oro, probable­ Melalcázar, teniente de Pizarro, a quien pronto trai-
m ente ate rro riz a n d o a los que asistía n al despeda­ ..... . hubiese subido al menos hasta Cali con perros
zam iento de uno de sus com pañeros e n tre las fauces drl Perú; en S anta M arta, en una expedición de Pe­
de los perros —procedim iento preferido po r Juan de dí arias de 1514, en C artagena, en la expedición de
Ayora, au nque p ara estas averiguaciones era m ás I Icredia de 1533, cuando ya era gobernación indepen­
usual el torm ento del fuego aplicado generalm ente diente de C astilla del Oro, y no digam os nada, para
a las p lantas de los pies, para que la inform ación la i ualquier tiem po en el Darién, Panam á y Nicaragua;
diese el propio torturado. v, en fin, si por el Este llegaron a su b ir hasta la ac­
Vasco N úñez de B alboa tuvo en C astillo del Oro tual Carolina del Norte, por el Oeste llegaron m ás
un perro de nom bre Leoncico, fam oso p o r su denue­ arriba de G uadalajara, ya en tiem pos del virrey Men­
do, que le ganaba en las b a ta lla s la p a rte de un sol­ doza, a raíz de la guerra de Mixtón, donde se aperrea­
dado y a veces hasta dos partes, que Balboa cobraba ron in d io s ya a p re s a d o s , en el m ism o ca m p o de
en oro o en esclavos, y tal vez fuese el jefe de la ja u ­ batalla, al tiem po que se inauguraba un procedim ien­
ría con la que el m ism o Vasco Núñez, tra s la batalla to h arto económ ico de ejecución su m arísim a m e­
de Cuareca, en que m urió su cacique Torecha con 600 diante arm a de fuego, que consistía en atravesar con
de los suyos, ap erreó sin m ás ni m ás «cincuenta pu­ un solo disp aro de cañón cuantos indios dispuestos
tos» —com o dice G om ara, po r invertidos—, que, al en hilera tuviese la trayectoria de la bala la fuerza
no h ab er com batido, se habían quedado en el pobla­ de e n s a rta r.15
do. Más tard e ya de vuelta de la M ar del Sur, a un
cacique llam ado Pacra, sospechoso de pecado nefan­
do aunque heterosexual, tra s som eterlo a to rtu ra 9. «Becerrillo»
para que confesase su pecado y p ara que revelase el
¡ugar de los yacim ientos de oro, una vez que hubo El m ás fam oso de los perros de las Indias fue Be­
confesado el cacique lo prim ero y contestado que ig­ cerrillo, padre del Leoncico que Balboa se llevó al Da­
noraba lo segundo, pues ya se habían m uerto los cria­ rién. C riado en La E spañola fue llevado a la actual
dos de su padre que lo sabían, y a él no le im p o rtab a isla de P uerto Rico, «de color berm ejo», nos cuenta
el oro ni lo necesitaba, Balboa le echó los alanos, que Oviedo, «y el bogo de los ojos adelante negro, m edia­
en un m om ento lo despedazaron. no y no alindado, pero de grande entendim iento e de­
Pasando som eram ente la m irad a por las crónicas nuedo [...] porque entre doscientos indios sacaba uno
antiguas, el ra stro de los p e rro s españoles se sigue que fuesse huydo de los ch rip stian o s [...] e le asía po r
desde la Pam pa h asta la actual C arolina del N orte; un brago e lo constreñía a se venir con él e lo traía
en Cubagua, la islita de Cum aná fam osa por sus per­ al real [...] e si se ponía en resistencia lo hagía peda­
las, en Venezuela, introducidos p o r los alem anes, mos [...] E a m edia noche que se soltasse un preso, aun­
m erced a la concesión hecha p o r el em p erad o r a los que fuesse ya una legua de allí, en diciendo: “Ido es
banqueros W elser y en las expediciones de Alfinger,
Vascuña, Von Spira y Federm an, que los introdujeron 15. V éase la N o ta 4.

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el indio” o "b ú scalo ”, luego daba en el rastro e lo ha­ i (»incidió p o r a z ar con la a ctitu d precisa para que
llaba e traía». [...] «La noche que se dixo», sigue Fer­ la vieja india lograse salvar su vida frente al perro,
nández de Oviedo, «de la guagabara o b atalla del y cómo los resortes instintivos que inhiben en los
cagique M abodom oca [...] acordó el capitán Diego de cánidos el im pulso de agresión llegaron a d a r una
S a lag a r16 de ec h ar al p erro una india vieja de las inopinada lección de piedad a las conciencias de
prisioneras que allí se avían tom ado; e púsole una hom bres que se decían cristianos.
c a rta en la m an o a la vieja, e d íx o le el c a p itá n :
"Anda, ve, lleva esta c a rta al gobernador, que está en
Aymaco", que era una legua pequeña de allí; e debía­ 10. Fusión de razas
le esto para que assí com o la vieja se partiesse y fues-
se salida de entre la gente, soltassen el perro tras ella. Resulta asom broso y hasta cínico que todavía haya
E com o fue desviada poco m ás de un tiro de piedra, quien sostenga la falacia h istórica de que en Am éri­
assí se higo, y ella yba m uy alegre, porque penssaba ca hubo fusión de razas y culturas. En lo que toca
que por llevar la c arta, la libertaban; mas, soltado el a la fusión de razas, a raíz del exab ru p to de Fidel
perro, luego la alcangó, y com o la m u jer le vido ir Castro, que tanto escandalizó, C arlos Robles P iquer
tan denodado p ara ella, assentóse en tie rra y en su (según citab a entre com illas el Diario 16 del 17 de
lengua com engó a hablar, e degíale: "Perro, señ o r septiem bre de 1985) no tuvo em pacho en replicar lo
perro, yo voy a llevar esta c a rta al señor gobernador", siguiente: «Como es sabido, la em presa de E spaña
e m ostrábale la c a rta o papel cogido, e degíale: "N o es una obra de m estizaje y cru ce de sangres y, po r
me hagas m al, perro, señ o r”. Y de hecho el p erro se tanto, una o b ra de a m o r y no de odio, com o le gusta
paró com o la oyó hablar, e m uy m anso se llegó a ella predicar a Fidel Castro».
e algó una p iern a e la meó, com o los perros suelen En un sentido étnico, sólo se puede ha b la r de am or
hager en una esquina o quando quieren orinar, sin cuando hay connubium , es decir, sim etría o bila-
le hager ningún m al. Lo cual los ch rip stian o s tuvie­ teralidad en las uniones sexuales p erm itid as entre
ron por cosa de m isterio, segund el p e rro era fiero dos etn ias o tribus, digam os A y B, o sea, tanto en
e denodado, e assí el capitán, vista la clem engia que el sentido varón de A con m u jer de B, com o en el
el perro avía usado, m andóle a ta r e llam aron a la sentido varón de B con m u jer de A. El connubium
pobre india, e tornóse p a ra los ch rip stian o s esp an ­ es la relación fundam ental que establece el recono­
tada penssando que la avían enviado a lla m a r con el cim iento de la igualdad étnica o trib al entre A y B.
perro, y tem blando de m iedo se sentó, y desde a un La asim etría, esto es, la unicidad de sentido de las
poco llegó el g o b ern ad o r Johan Ponge; e sabido el uniones sexuales socialm ente a d m itid as (sólo varón
caso, no quiso se r m enos piadoso con la india de lo A con m u jer de B, nu n ca varón de B con m u jer de
que avía sido el perro, y m andóla dexar librem ente A), se opone explícitam ente al connubium , com o
y que se fuesse donde quisiesse, y así lo fizo». De esta negación de la igualdad en tre las dos etnias o tr i­
m anera fue, pues, cóm o la co stum bre india de sen­ bus consideradas e indica adem ás el orden je rá rq u i­
tarse en el suelo ante un su p e rio r a quien se tem e co S uperior-Inferior de la desigualdad, al coincidir
siem pre —salvo rem otas excepciones de socieda­
16. V é ase la N o ta 5. des m a tr ilin e a le s — con el o rd e n V arón-M ujer de

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las ú n ic a s u n io n e s se x u a le s so c ia lm e n te a d m i­ II.E l triunfo de la Cruz
tid as.17
El m estizaje am ericano se atuvo a una relación ri­ Al Santo Padre Ju an Pablo II, don Carlos Votila,
gurosam ente asim étrica; las únicas uniones sexua­ titular de esta m odesta parroquia de Cracovia en que
les que se dieron fueron las de varón blanco con se ha convertido hoy la C ristiandad, no se le o c u rrió
m ujer india. Y por m ucho que en 1514 se autorizase m ejor cosa que ir a decir que el descubrim iento, la
el m atrim onio entre españoles e indias (sin duda m u­ conquista y colonización de Am érica no habían sido
cho m ás po r reconciliar con la Iglesia y poner en paz un fracaso sino un triunfo del C ristianism o precisa­
con Dios a esos españoles en pecado de barraganía, mente a Puerto Rico, donde, com o es sabido, los ha­
que por d a r alguna protección legal a las indias y bitantes tainos, ju n to con los de las otras grandes
a sus hijos frente a irresponsabilidades o abandonos Antillas que ocupaban, se habían extinguido ya del
de los am antes blancos), tal sacram entalización tuvo lodo hacia 1540. Se ha explicado tan rápida extin­
escaso éxito, pues el casarse con indias fue social­ ción de esta etnia entera, m ás que p o r las m uertes
m ente tenido p o r deshonroso, de m odo que el m esti­ producidas po r los españoles o p o r la sim ultánea
zaje no puede recibir, étnicam ente hablando, otro destrucción de sus configuraciones de vida y socie­
nom bre que el de violación de los conquistados po r dad, por el contagio de enferm edades traídas por los
los conquistadores, de los dom inados p o r los do­ invasores, co n tra las que los isleños carecían de de­
m inadores, de los siervos po r sus am os. La hem bra fensas orgánicas.
blanca perm aneció, étnicam ente, virgen. ¿Dónde Es m uy verosím il que la o b ra de estos contagios
está, pues, la «obra de am or» de que habló Robles tuviese la im portancia que se le da, pero, por lo pron­
Piquer? ¿Acaso en el prostíbulo am bulante que la ex­ to, es m uy difícil se p a ra r su poder m ortífero de la
pedición de Soto llevó desde Florida a C arolina del dispersión y d esarraig o de los individuos de sus co­
Norte detrás de sí y cuya plantilla de indias tenía que m unidades y asentam ientos prim itivos, p a ra poner­
ser constantem ente renovada p o r o tra s de reem pla­ se al servicio de los cristianos. Así que, aunque éstos
zo, ya sea c ap tu rad as en en trad as a rm a en mano, ya hubiesen desplegado un verdadero celo m isionero en
recibidas de m anos de caciques m ás atem orizados las Antillas, lo m ás que podrían d ecir sería: «N ues­
que am istosos, p o r las m uchas que iban m uriendo tra intención de g a n a r nuevas alm as y nuevos pue­
en el camino, al seguir a los españoles uncidas unas blos p ara la Fe de C risto no pudo se r m ejor, pero no
a otras en colleras, tras el agotam iento de sus p resta­ podíam os prever que las enferm edades acab arían
ciones sexuales nocturnas y sus servicios dom ésticos tan rápidam ente con nuestros catecúm enos, así que
diurnos? Sin duda, este puede representar un caso ex­ llegamos a tiem po p ara poco m ás que darles c ristia ­
tremo, del que pocos m estizos llegarían a nacer, pero na sepultura». La Cristianización de las Antillas vino,
es una m edida de valor que no puede dejar de contar así, a reducirse a ponerle una Cruz a la fosa com ún
en el cálculo del térm ino m edio de lo que llegó a va­ de la entera progenie que, p o r la propia llegada de
ler la m ujer india p ara el varón español en esa «obra los cristianos, se extinguió.
de am or» que para Robles P iquer fue el m estizaje. Decir otra cosa es p e rsistir en la concepción terri-
to rialista que la Iglesia aprendió del Estado, desde
17 . V é a se la N o ta 6. el gran co n tu b ern io de Nicea, en que la expansión

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del Cristianismo, m ás que ganar nuevos pueblos para nar nuevas gentes p ara la fe de Cristo, sino m ás bien
la fe de Cristo, consiste en a ñ a d ir nuevos te rrito rio s nuevos territo rio s para la S anta M adre Iglesia Cató­
a la A dm inistración Rom ana, con fundación de nue­ lica, Apostólica, pero sobre todo, no lo olvidemos, Ro­
vas sedes episcopales y provisión de los co rresp o n ­ mana. Si es esto lo que Votila entiende por « triu n far
dientes titulares, pues lo único que en realidad quedó el Cristianism o», no cabe duda de que, en América,
definitivam ente convertido al C ristianism o fue el lejos de fracasar, triu n fó en toda la línea, no ya por
puro te rrito rio de las islas, trocado en cem enterio las gentes que llegase a convertir, sino po r la inm en­
de sus aborígenes. (Los Tainos, cuya población en La sidad de los nuevos te rrito rio s adquiridos, m erced
Española había censado Colón —con un sistem a cen- a los m illones de paganos que la m era llegada de los
sitario probablem ente erró n eo — en un m illón de al­ españoles, sea por contagio de gérm enes, por tajo de
mas, y Las Casas había estim ado en 2 millones, cifras espada o, sobre todo, por explotación, hizo m orir.
am bas inverosím iles por excesivas, dados los m edios Pues, en estrictos térm inos territoriales, lib ra r Amé­
de vida y la extensión de la isla, que hacen creíble rica del paganism o es hacer que desaparezcan de ella
a lo sum o un censo del orden de unos 350 000 tainos los paganos, p a ra lo cual, la m uerte es, indudable­
a la llegada de los españoles, se habían reducido a mente, m ucho m enos equívoca y m ás expeditiva que
8 o 10 000 alm as en 1518, m ientras que hacia 1540 se la siem pre dudosa conversión. Es cierto, pues, que la
cifraban en unos 500 los que qu ed ab an en todas las C ristiandad acrecentó com o nunca, desde la Edad
Antillas, en tanto que los Lucayos, que nunca habían Antigua, el te rrito rio de la fe, aunque infinitam ente
superado el censo de unos 50 000, habían d esap are­ m enos el núm ero de creyentes, pero las m eras di­
cido, acaso antes, de la faz de la tie rra , gran p arte mensiones territo riales y hasta las dem ográficas son
de ellos p o r reventam iento de los pulm ones tra s in­ criterio s tan válidos p a ra m edir im perios com o d is­
m ersiones sucesivas en las p esq u erías de p erlas de cutibles p a ra evaluar religiones.
la islita de Cubagua, adonde eran d eportados desde Aparte de que, a cau sa de tal despoblación, nos
las Baham as, p o r su especial destreza para «nadar encontram os con que la colonización de América, en
a som orm ujo», com o entonces decían p o r «bucear» funesta com binación con los establecim ientos p o r­
los españoles.) tugueses del África O ccidental y después tam bién de
Fernández de Oviedo com parte, avant la lettre, lá la O riental, desencadenó en plena égida cristiana,
concepción de Juan Pablo II cuando, a propósito de bajo el signo de la Cruz, el m ás intenso y extenso re­
la extinción de los tainos en La Española, dice: «Ya crudecim iento de la esclavitud, con grados de inhu­
se desterró S atan ás desta isla; ya cesó todo con m anidad desconocidos en la antigüedad pagana.
acabarse la vida de los m ás de los indios, y porque Tal com o ya escribí en o tra ocasión, «el fondo del
los que quedan dellos son ya m uy pocos y en servi­ Atlántico vio b alizada la ru ta de los vientos alisios
cio de los c h rip stia n o s» .18 Donde claram ente se ve con alineaciones de m iles y m iles de cadáveres de
cóm o la cristianización del Nuevo M undo no e ra ga­ negros arra n c ad o s al África natal, p ara el destino
horrendo de m o rir encadenados y hacinados en las
18. In c lu so , a ju z g a r p o r e l ton o d e lo q u e le e m o s en el c a p ítu lo sentinas de los navios negreros, m uerte, con todo, tal
C C V III d e la c ró n ic a de B e r n a l D íaz d el C astillo , se d ir ía q u e p a ra
a lg u n o s p r e v a le c ía la id ea d e d e s t r u ir la s a b o m in a c io n e s d e u n a
vez m ás piadosa que el calvario en que prolongarían
re lig ió n p e r v e rs a so b re la de p r o p a g a r la Fe c ris tia n a . sus vidas los supervivientes que alcanzasen la ori-

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lia am ericana. Y esto se dice aquí porque se hizo bajo p ara su conciencia. Lejos de e s ta r a la a ltu ra del no­
el signo de la Cruz, y ha de incluirse en lo que se tiene vísim o p an o ram a que se les presentaba, se vieron,
p o r éxito del C ristianism o tra s el descubrim iento. p o r el contrario, tan atónitos, desbordados y a rro ­
Por lo que hace a los indios, tal éxito ha de in cluir llados com o los indios m ism os.
tam bién los centenares de m illares de indios que el Lo paradójico y pintoresco del caso fue que las úni­
solo cerro del Potosí llegó a e n te rra r reventados bajo cas reservas de h um anidad (cosa que no hay que con­
sus esp o rtillas p a ra h en ch ir de plata du ran te siglo fu n d ir con «hum anism o») y de conciencia capaces
y m edio las insaciables panzas de los galeones es­ de en c ara r la novedad con un m ínim o de responsa­
pañoles. P intada en el vasto lienzo de las gavias de bilidad, de p ru d en cia y de respeto, y, sobre todo, el
esos galeones —com o todavía hoy puede o bservarse único caudal de sentim ientos u niversalistas que se
en la que se conserva en el M useo de la M arina—, requería, no estaban en el tan cacareado e sp íritu re­
la m ater misericordiae se convirtió en un verdadero nacentista, sino en la tradición m edieval de la esco­
black jack im perial, tran sfig u rán d o se realm ente en lástica tardía; los únicos que hicieron saltar la chispa
aquella «Inm aculada negra de pólvora y de sangre» del escándalo ante la b arb arie desencadenada del re-
del poem a de Rafael Sánchez M azas».19 nacentism o fueron los an ticu ad o s continuadores de
Tomás de Aquino.20
El ren acen tista y h u m an ista era el doctor Sepúl-
12. ¿Encuentro o encontronazo? veda, que resucitaba, sin em pacho, la d o ctrin a a ris ­
totélica según la cual la conquista y dom inación
Un tópico frecuente sobre el D escubrim iento es el estaban ju stifica d a s si eran im puestas p o r un pue­
de decir que, con Colón o sin Colón, se produjo en blo m ás culto sobre otro m ás inculto y bárbaro; el
el m om ento h istórico preciso en que tenía que pro­ m edievalista y retrógrado e ra M elchor Cano, discí­
ducirse, com o si los acontecim ientos históricos fue­ pulo predilecto de Vitoria, que negaba, en cambio,
sen com o las brevas en la higuera, que tienen su que la su p erio rid ad cultural confiriese ningún dere­
m om ento de m adurez y su punto de sazón. Se alega, cho de soberanía sobre el m ás primitivo, y que se pre­
a tal respecto, no sólo el d esarro llo tecnológico de guntaba incluso si la configuración social de los
la navegación, sino tam bién no sé qué e sp íritu h u ­ españoles no sería destructiva p ara los indios, dicien­
m anista, que, en realidad fue m ás bien la d e stru c ­ do textualm ente: «No conviene a los antípodas nues­
ción de toda m oral pública o civil, y no digam os en tra in d u stria y n u estra form a política».
cuanto a la ética internacional o derecho de gentes. E sta e ra la delicada tradición capaz de ponerse,
Las condiciones tecnológicas no afectaron m ínim a­ con su verdadero universalism o, a la a ltu ra del des­
m ente al hecho de que el d escubrim iento les pillase cubrim iento, al sab er percibir la diferencia de los in­
a los castellanos totalm ente desprevenidos tanto in­ dios y respetarla. E ncuentro entre distantes, sin
telectual como, en m ucho m ayor grado, m oralm en­ previo y parsim onioso recorrido de aproxim ación,
te, abriéndoles un horizonte que d esbordaba todo lo sú b ita inm ediatez cara a c a ra en tre diferentes, sin
concebible y conm ensurable con su conocim iento y lenta y p au latin a com paración, determ inación y re-

19. « N u e s tra S e ñ o ra d e lo s A u s tria s» (19 19). 20. V éase el Apéndice III.

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conocim iento de las diferencias jam á s puede ser en­ i nd tan sólo allí donde había ya reinos relativam en-
cuentro sino encontronazo, con toda la b ru talid ad de lc grandes y bien organizados, com o Tunja y Bo­
un puro choque, que convertirá la diferencia en cie­ gotá o im perios poderosos y adm inistrativam ente
ga e im penetrable otreidad. Pero la o treidad es fun­ centralizados. C iertam ente, allí, po r lo m enos en el
dam ento de casi inevitable antagonism o, cuando no Imperio Azteca, hubo que h acer antes una verda­
consecuencia de él. dera guerra y ganarla, pero después no había m ás
La otreidad propone autom áticam ente jerarquía, que sentarse en el trono del vencido y u su rp a rle
como hem os visto a propósito de la asim etría sexual; el poder sobre una población de súbditos que no
la decisión corresponde siem pre al co n traste de las se había d ispersado ni disuelto. Pues es caracte­
arm as: quien vence es su p e rio r y quien es su p e rio r rístico de los fenóm enos de la dom inación el que
dom ina. Las leyes de Burgos de 1512, m ás que leyes, las unidades de población co n stitu id as por una so­
parecen denuncias, al p ro h ib ir literalm ente llam ar beranía integral centralizada tiendan a conservarse
a los indios perros y d arles palos. eomo tal cuerpo de súbditos, sin disolverse o dis­
Si algo resa lta en el descubrim iento, no es, c ie rta ­ persarse, aunque el p o d er sea d erro cad o o u s u rp a ­
mente, la arm onía, que h a b ría tenido que acom pa­ do, y siem pre que no haya un interm edio de vacío,
ñ ar a la teoría del m om ento histórico, si hubiese sido por un nuevo poder. La población de un im perio de­
cierta, sino la extrem a discordancia, el desconcier­ rrotado p o r un co n q u istad o r pasa, por lo com ún,
to y el desorden m ás asoladores y, lo que es real­ íntegram ente a m anos de éste, sin d esh acer su
m ente lo malo, la m ás m ortífera b ru ta lid a d . Porque unidad.21
quien, frente a lo im previsto, no quiso o no supo de­ Por lo que atañe a lo dem ás, el im perio fue sólo
tenerse ni un instante y se lanzó a la p erentoria ne­ un gran m on stru o in ad m in istrab le e inadm inistra-
cesidad de im provisar sobre la m archa, no encontró do, com o lo p ru eb an la p ro n ta destrucción de la
a m ano otros recursos ni otros expedientes que los red de calzadas de los Incas —sobre todo porque
de la pura su p e rio rid a d de fuerza y arm as. Hay sus pavorosas escalin atas eran ú tiles sólo a los pea­
quien, com o Ju lián M arías, se asom bra ante la velo­ tones indios, pero im practicables p a ra los caballos
cidad de las hazañas de los españoles, de la rapidez españoles—; la p e rtin ac ia de las sublevaciones in­
con que crearon ese p resunto im perio de U ltram ar; dias, que se prolongaron h asta la independencia; el
poco m érito tiene quien llega de tan lejos a rro llá n ­ increíble olvido, durante m uchos años, de que la hoy
dolo y aplastán d o lo todo a su paso y estableciendo llam ada Baja California no e ra isla, sino península,
una soberanía nom inal, que realm ente no fue m ás com o había com probado el propio H ernán Cortés,
que una dom inación a coto ciego, por p u ra delim i­ o diferencias entre las d istin tas zonas tales com o
tación te rrito ria l de rayas fronterizas echadas des­ la del hecho de que la im prenta, introducida en
de fuera, desde la m era línea de la costa, antes de
sa b er cosa alguna de las gentes y países que cada 2 1. E je m p lo eg re g io de e llo e s el Im p e rio C h in o d e K u b ila i K an ,
q u e in a u g u r ó la d o m in a ció n m o n g ol, a u n q u e s u p e d itá n d o s e a la
linde e n cerrase en su interior. Así lo p ru eb a el que c u ltu ra c h in a p re e x iste n te y a u n , en g ra n p a rte, a s u s in stitu c io ­
la dom inación española se ciñese a las ciudades, a nes de p o d er. C la ro e s tá qu e, e n este c aso , la r e la c ió n en tre c u ltu ­
las m inas, a los cam inos que llevaban el m etal h asta ra s e r a m u c h o m en o s d iferen te, am é n de tr a ta r s e d e d o s p u e b lo s
los puertos, y el que prevaleciese con relativa pronti- q u e se c o n o c ía n d e sd e an tigu o.

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Méjico ya en el siglo X V I , no llegase a Venezuela diferentes. El desconsiderado allanam iento que su
h asta 1808. (i norante om isión su p u so en la in stan tán ea irrup-
La rapidez de dom inación que tan to fervor p rodu­ i ión de los españoles en m edio de los indios, sig­
ce en don Ju lián M arías está en la m ás directa pro­ uí! ¡eaba un tra to que suponía a aquellas alm as lo
porción tanto con la m ás feroz y desconsiderada falta Instante insensibles y poco delicadas com o para
de reconocim iento hum ano de los pueblos posible­ resistir sin m ayor daño el repentino em bate de la pro-
m ente som etidos p o r sim ple inclusión en fronteras \im idad m ás inm ediata con los españoles, sin g u a r­
sem ejantes, com o con la abstractiva ignorancia del d ar ni la m ás rem ota proporción con el grado de
acceso. conocim iento sim ultáneo. Lejos de h a b e r encuentro
La m ayor o m enor rapidez o len titu d de la aproxi­ alguno, lo que hubo fue un encontronazo, un choque
m ación entre pueblos diferentes y extraños en tre sí brutal y destructor, un verdadero allanam iento, y por
es una m agnitud de extrem a relevancia para los ul­ lal entiendo irru p ció n de la inm ediatez en el espa­
teriores resultados de la relación. La extrem a rapi­ cio, en el trato, en el uso, en la disponibilidad y en
dez de la aproxim ación entre desconocidos no puede el dominio, sin corresponden cia alguna con un pro­
desem bocar m ás que en la b ru ta lid a d en la m ism a porcional conocim iento y, po r lo tanto, reconoci­
m edida en que allana y contraviene la proporción de­ miento.
bida que han de g u a rd a r entre sí el grado de proxi­ La diferencia, percibida desde el p rim e r instante,
m idad y el de conocim iento. E sta proporción es la no fue reco rrid a sino allanada. Q uienes irru m p en
dim ensión en que se funda el concepto m ism o de bruscam ente en lo distante, atropellando a largos
respeto. trancos discontinuos los pasos interm edios, sal­
La inm em orial experiencia cotidiana de las rela­ tan del m ism o modo, sin re c o rre r las transiciones
ciones interpersonales lo sabe todo acerca de la con­ interm edias de la aproxim ación, a la presencia in-
veniencia de c u id a r la constancia de la proporción m ediatade lo extraño; la diferencia de lo extraño,
entre el conocim iento y la proxim idad. No g u a rd a r in co m p ren d id a, no analizada com o tal diferencia, se
las d istancias con una iniciativa, una actitu d o un presenta, así, com o p u ra o treidad abstracta, im pe­
paso que an ticip an la proxim idad, sin un aum ento netrable a cu a lq u ier intento de descom posición en
equivalente del conocim iento, es lo que, en las rela­ factores diferenciales, a los que la propia inm edia­
ciones interpersonales, se tien e p o r un paso en fal­ tez, violentam ente producida de un golpe, no ha
so, po r un atrevim iento, una indiscreción, una falta ajustado siquiera la retina, im pidiendo no sólo la
de tacto o una villanía. com prensión sino tam bién la ju sta percepción, pues
E stas cosas so naran a m uchos a etiq u etas de b u r­ d etectar la otreidad no es p e rc ib ir ni d istin g u ir lo
gueses, que a menudo, en efecto, se cultivan por vana diferente, sino a c u sa r el choque producido en uno
com inería, com o superferolíticas gesterías de salón, m ism o p o r lo extraño, que ju sta m e n te llam am os
pero son expresión de exigencias que rem iten al m is­ chocante, cuando no lo entendem os. D etectar no es
mo filum de sensibilidades y delicadezas que condi­ percibir: el que percibe cualifica, el que detecta, so­
cionan la posibilidad de m ejo rar y elevar todo trato lam ente extraña.
in terh u m an o y son infinitam ente m ás im prescindi­ C uanto m ás diferentes en tre sí hayan sido los par-
bles y m ás vulnerables en el trato e n tre sociedades tenaires de un encuentro, tanto m ás necesaria habría

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sido la lentitud de la aproxim ación, o —com o dice espectadores; si no es creído p o r los espectado-
Oviedo— «poco a poco c a la r y entenderse y enten­ les, el espectáculo no existe com o tal; la tragedia
d er la tierra»; y tanto m ás lo repentino de la inm e­ del gran espectáculo, de la gran ópera w agneriana
diatez ha reducido toda diferencia a la abstracción de t|iie hoy m uchos q u e rrían que hubiese sido el Impe-
la pura otreidad. 11<> Español, es que no pudo llegar a se r creído por
La índole de los indios no fue o tra que una inven­ los espectadores de su tiem po, porque hubo todo un
ción refleja del trato im provisado in situ con respecto pallinero a b a rro ta d o de reventadores que, desde que
a ellos po r los españoles. No es, en m odo alguno, un se alzó el telón hasta que los alguaciles se vieron obli­
fenóm eno raro o novedoso este de concebir la índo­ gados a d esalo jar la sala, no dejaron de p a te a r un
le y la condición del otro a p a rtir de datos perten e­ solo instante. Con sem ejante pateo de los reventado­
cientes, no ya a él p o r sí mismo, sino al trato que re s el espectáculo p erdió toda posible credibilidad
nosotros le dam os. «A ver, se p reguntaba incons- y se m alogró com o un niño nonato. Y así fue com o
cien tem ente el español, ¿cóm o trato yo al indio?; y el Im perio Español nu n ca existió. La secreta a m a r­
se respondía: Pues, a palos, com o a un perro. Luego gura de las posteriores generaciones h asta la propia
el indio es un perro». Y, así com o los antiguos inven­ de hoy es que a E spaña nunca le fue reconocido con
taron el bárbaro, así los españoles, en beneficio de sincera convicción h a b e r tenido im perio, como sí, en
todo el u lte rio r colonialism o blanco, inventaron el cambio, se le h a b ía reconocido antes a Roma y se le
indígena. reconocería después a G ran B retaña. Ante ellas los
Así que ni siq u iera m e refiero a los rasgos reales españoles vienen sufriendo silenciosam ente u n a es­
de c a rá c te r que los indios pudiesen ir adq u irien d o pecie de envidia histórica, porque la envidia tiende
a consecuencia del trato que recibiesen de los esp a­ a proyectarse sobre las cosas m enos envidiables. Pero
ñoles, sino a los rasgos gratu itam en te atrib u id o s a rom anos e ingleses acertaro n a c u id a r sus represen­
los indios por los españoles, com o la im agen virtual taciones im periales y a seleccionar los espectadores;
que devolvían a sus ojos en cuanto receptores del y así la infam ia h u m an a que fueron sus im perios
trato que ellos m ism os les propinaban, com o la re­ consiguió se r creída y a p lau d id a com o un espec­
presentación congruente y n ecesaria que a los ojos táculo grandioso. ¿Por qué a nosotros —dicen los
del esb irro que lo apalea ha de a d o p ta r el esclavo o españoles—, que nos esforzam os tan to com o ellos,
el siervo apaleado. que desencadenam os tanto furor, tan to torm ento,
tan ta sangre y tan ta m u erte com o ellos, no nos son
concedidos en la H istoria Universal análogos honores
13. La envidia del im perio im periales? Porque dejasteis —les co n testan — que
el gallinero se os a b a rro ta se de rufianes, carentes de
Lo que pretende este Q uinto C entenario —ju n to todo sentim iento de grandeza, renuentes a todo en­
con otros propósitos todavía m ás indignos y su p e r­ tusiasm o de dom inación, insensibles a la sublim idad
fic ia le s — es tal vez in v e n ta rs e a q u in ie n to s a ñ o s del sacrificio y el pathos de la sangre; por eso vues­
de d istancia un Im p erio Español que, bien m irado, tra G ran Ó pera Im perial acabó redundando en un
no llegó a existir. Me explicaré: todo espectáculo fracaso estrepitoso. Y aun desde el principio dejas­
necesita, para serlo, conseguir credibilidad ante los teis que el argum ento m ism o fuese discutido por esa

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p artid a de indocum entados, de p erro s callejeros,22 después, por u n a reacción p a trió tica de los españo­
de frailazos com edores de berzas cocidas con ajo y les, sólo ante la crítica extranjera; pero este fue, de-
con sal. ¿Cómo qu eríais que con esa gentuza a b a rro ­ d a , el único logro de los reventadores, pues, en todo
tando el gallinero saliese adelante el sublim e espec­ lo dem ás, fue la H istoria Universal la que venció,
táculo h istórico que viene a s e r toda gran ópera como lo m u estra el que lograse im p lan ta r y afian ­
im perial, com prensible tan sólo para esp íritu s egre­ zar esa im perial in d u stria de dom inación y su fri­
gios y elevados? Todo lo cual me sugiere que, en lu­ m iento que logró se r A m érica y que aún siguió
gar de una festiva conm em oración, lo indicado sería, siendo, a veces incluso con m ás intensidad, después
precisam ente, re su c ita r la noble tradición de los re­ de disolverse el sedicente Im perio en diversas sobe­
ventadores del Im perio E spañol, hoy tan alicaída ranías criollas independientes.23
—que si los reventadores de obras m alas siem pre No faltan quienes pretenden posible una actitu d
fueron saludables p ara el teatro, no digam os lo u r­ de neu tralid ad o de objetividad crítica, lo cual em ­
gentes que serían p ara la h isto ria—>y revolverlos de pieza p o r e n tra r en colisión con la propia noción de
nuevo no sólo co n tra el Im perio Español y los a n te ­ «Centenario» en cuanto connote la de «conm em ora­
riores y siguientes, tal como los pateadores de antaño ción».
se revolvieron contra el Rom ano y el Alejandrino, Si una exposición com o la que se p resentó en To­
sino co n tra la propia H istoria Universal. ledo, especializadam ente dedicada a instrum entos de
Aunque el pateo de los reventadores llegó a se r de to rtu ra de un ayer p retendidam ente su perado (aun­
tal m agnitud que en 1539 el propio e m perador se vio que tal vez no tanto, si hay que ju zg a r po r la tu r ­
obligado a intervenir encom endando al prior del con­ bación pro d u cid a en algunos asistentes), suscitó
vento de San E steban de S alam anca que prohibiese protestas en Toledo por el «mal gusto» de m o strar al
toda discusión o predicación po r p a rte de los dom i­ público, aun sin el m enor afán de apología, sino todo
nicos sobre la cuestión de América y confiscase y en­ lo contrario, tales objetos, es fácil im aginar el recha­
tregase c u alq u ier escrito referente a ella, el único zo que su scitaría la infiltración de nada sem ejante
logro de aquellos reventadores fue m alo g rar el éxi­ en la gran D isneylandia sevillana de 1992, com o
to del espectáculo en el crédito p o p u lar y d e sp re sti­ podría se r cu a lq u ier sala dedicada a presentar, aun
giarlo ante la crítica, prim ero tam bién la nacional, en muy dism inuida proporción y con las consabidas
a juzgar por las palabras iniciales del propio Cervan­ salvedades de «abusos inevitables en toda gran em ­
tes, en «El celoso extrem eño», que debían de refle­ presa histórica», algunos aspectos «desagradables»
ja r la opinión co rrien te de la calle sobre Las Indias; del asunto. Y conste que no puede inspirarm e la m e­
nor antipatía, sino todo lo contrario, la sensibilidad
22. Domini canes, « p e rro s d ei S eñ o r» , se au to d en o m in aro n , ha­
que está d e trá s del rechazo de la visión de «lo desa­
c ie n d o un ju e g o fo n ético , lo s d o m in ic o s, d a n d o a la im agen , o r i­ gradable». Pero lo deseable se ría que tal sensibili­
g in a ria m e n te , un s e n tid o m á s feroz; p e ro no s o s p e c h a b a n en dad se convirtiese en repudio de la h isto ria m ism a,
c u á n to m ás n o b le s e n tid o — e l d e la d r a d o r e s y n o m o rd e d o re s — y que se le proporcionase el m edio y la ocasión de
lle g a r ía n a s e rlo d e sd e q u e T o m ás d e V io r e su c itó p a ra A m é ric a
el iu s n a tu r a lism o to m ista , q u e fu e re c o g id o p o r M o n tesin o s, L a s
hacerlo, no que, por el contrario, ya ella m ism a, por
C a s a s , B e rn a r d in o d e M in aya, y, so b re todo, V ito ria y M e lc h o r
Cano. 2 3. V é ase el Apéndice V.

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su propia cobardía, se p erv ierta en dem anda de que Por lo demás, ¿adonde hemos llegado para que otra
le encubran con lindos colorines los h o rro res de la vez vengan a d ecirles a los españoles, con la m ism a
h isto ria que puedan ofenderla, y que otros se la pre­ engolada voz de antaño, cóm o están hechos, o m ás
senten ya convenientem ente falsificada, tran sfig u ra­ bien cóm o deben cre e r que están hechos, a qué es­
tantiguas tienen que seguir dirigiendo sus plegarias,
da y m asticada, m ediante el expurgo de cuanto
puesto ante sus ojos no p o d ría sino provocarle un en qué fan tasm as tiene que seg u ir cifrándose su o r­
rechazo radical inapelable. gullo? ¿Adonde hemos llegado para esta restauración
Pero, en segundo lugar, la h isto ria no adm ite im ­ de todo el h o rterism o p atrió tico orteg u ian o (ru b o ri­
zantes ortegajos com o el de «para lan zar la energía
parcialidades ni puntos interm edios. La histo ria es,
po r esencia, histo ria de la dom inación; y el m odelo española a los cu a tro vientos, p a ra in u n d a r el pla­
de la dom inación es la batalla; ésta, aunque sea neta, p ara c re a r un Im perio a u n m ás am plio [...] y
pírrica, no tiene cantidad, sino tan sólo signo, esto es, para ensayar otras m uchas faenas de gran velamen»
carece de cu alq u ier valor ajeno a la e stric ta a lte rn a ­ y no «para vivir juntos, p ara sen tarse ju n to al fuego
tiva de vencido o vencedor. En Am érica, a despecho central, a la vera unos de otros; com o viejas sibilan­
de todo el pataleo de los reventadores del siglo X V I, tes en invierno» —de España invertebrada, cap. 4
venció la dom inación, venció la H istoria y venció, por «Tanto m onta») en que el Im perio E spañol, no sólo
consiguiente, el mal. La a c titu d no adm ite am biva­ vuelva a s e r exonerado de toda sospecha crític a m a­
ligna, sino glorificado sin reservas, com o epopeya de
lencias, com o las de quienes dicen «hubo de todo»;
ni siquiera el rechazo puede se r relativo, tiene que la H istoria Universal, bajo las form as aun m ás b á r­
ser radical. De poco vale que reconozcam os que, en baras, m ás incultas, m ás actualizadam ente regre­
efecto, «hubo de todo», que, po r ejem plo G rijalva o sivas y, en fin, de incalculablem ente m ultiplicado
Alvar Núñez Cabeza de Vaca se com portaron, al igual poder y prepotencia, propias de la actu al configura­
que otros m uchos, com o caballeros, que reconozca­ ción publicitaria de la sedicente c u ltu ra «m ediática»
m os la san tid ad de Vasco de Quiroga, obispo de Mi- y aun del m undo mismo.
Toda conm em oración es, po r naturaleza, apolo­
chuacán, con la de cientos de hom bres religiosos y
sacrificados, llenos de la m ejor voluntad; tal recono­ gética y, consiguientem ente, no neutral, ni, m ucho
cim iento vale tan poco, a la hora de ec h ar las cuentas menos, crítica. C onm em orar una cosa com porta
con la historia, y en eso está precisam ente el mal, a p ro b arla y h a sta glorificarla, y po r añ ad id u ra que
los conm em orantes se identifiquen con los conm e­
com o el reconocim iento paralelo, por parte de la fac­
m orados por una especie de m ística vía transhistó-
ción apologética, de que hubo, sin duda, grandes
rica. Apenas la organización intentase in tro d u c ir en
abusos, «como es inevitable en toda gran em presa
histórica». Ni en uno ni en otro caso lograrán supe­ ella un solo elem ento crítico, el público sería el p ri­
ra r su efectiva nulidad de p a rtic u la rid a d e s e m p íri­ m ero que lo rechazaría, argum entando, con entera
cas o irrelevantes en el seno, prepotente y desdeñoso, lógica, que cóm o se le invitaba a conm em orar festi­
de lo universal, que nos im pone la triste disyuntiva, vam ente sucesos que repugnan a la sensibilidad y a
la m oralidad —o hipocresía— actu ales y vigentes y
indeseablem ente facciosa, del rechazo radical de la
a identificarse de algún modo con au to res de suce­
tragedia, o de su glorificación com o efem éride dig­
na de se r conm em orada. sos tales, a él, que m ira con escándalo situaciones

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presentes b astan te m ás benignas, com o las que con­ homónimo C ristóbal de Olid —Olí, dice B ernal—, ca­
cu rre n en la Unión S u d african a o en Israel. pitán degollado p o r rebelarse a Cortés. Y citaré, al
Lo que no han acertad o a p ercib ir los prom otores respecto, el com entario que hace Fernández de Ovie­
del indigno festival es que, una vez acep tad a la op­ do a propósito de una anécdota concreta: «F altar un
ción estética de la grandeza, se abren de p a r en par, herm ano a otro» —dice textualm ente— «en tiem po
aun sin quererlo, las p u e rta s a la peor literatu ra de nesgessidad se ve pocas veges, sino en aq u estas
orteguiano-falangista, y a los m ás detestables ripios partes, donde hay poca a m istad entre los hom bres»,
fascistoides del propio Antonio M achado, sobre «la lis sorprendente que se siga encareciendo la conquis­
E spaña del cincel y de la m aza / con esa e tern a ju ­ ta, donde, p o r fa lta r a toda v irtu d hum ana, h asta
ventud que se hace / del pasado m acizo de la raza». la lealtad de convivencia entre españoles se vio re­
La celebración del Q uinto C entenario reavivará to­ bajada a sórdidas com plicidades de truhanes. Es
das las falacias de aquella retó rica orteg u ian a del una lástim a, pero incluso al respecto de las dos n o r­
«proyecto sugestivo de vida en com ún», com o —son mas sublim es que O rtega atribuye a la colectividad
sus palabras— «un proyecto incitador de voluntades, guerrera, la epopeya española falla lam entablem en­
un m añana im aginario capaz de d iscip lin ar el hoy te, y, a poco que se repasen las cró n icas con un m í­
y de orientarlo, a la m an era en que el blanco a tra e nimo de exigencia y honradez, se verá cóm o no puede
la flecha y tiende el arco», y en el que —sigo c ita n ­ p ro porcionar satisfacción alguna ni siq u iera a los
do— «la vaga im agen de tales em presas es u n a p a l­ degustadores de la h isto ria según la estética de la
pitación de horizontes que funde tem peram entos grandeza.
antagónicos en un bloque com pacto». Pero ninguna
de sus euforias estetizantes se vería tan desm entida
p or una som era lectura de las crónicas antiguas 14. «Ab ira tua»
com o la de que —vuelvo a c ita r literalm ente— «en
la colectividad g u e rre ra quedan los hom bres inte­ Estos d eg ustadores de grandezas —acaso con la
gralm ente solidarizados por el h o n o r y la fidelidad, sola excepción del Hegel m ás genuino y radical— ne­
dos norm as sublim es». Si algo resalta escandalosa­ cesitarían, adem ás, que hubiese, com o en toda gran
m ente en las crónicas de Indias es la extrem a rareza ópera w agneriana, cual la que ellos q u errían que hu­
del caso de dos conquistadores españoles, miembros, biese sido la del doblem ente p resu n to Im perio Es­
supongo, de una colectividad g u errera, que se lleva­ pañol, verdaderos pro tag o n istas personales, sujetos
sen bien, que no tuviesen inquinas y q u erellas e n tre libres, dueños de sí m ism os, y au tén tico s autores de
sí, pues no puedo reconocer com o am istades las fre­ sus grandes hazañas, no m eros agentes ejecutores,
cuentes com plicidades de in terés frente a terceros. m an d atario s o h a sta puros posesos enajenados de
Resalta, por eso, com o una excepción, la am istad su propio ser, com o realm ente fueron en uno u otro
afectuosa, confiada y perdurable que hubo entre Cor­ grado los conquistadores, instrum entos, en fin, de la
tés y su c ap itán Sandoval o el em ocionante recu er­ H istoria Universal.
do que Bernal Díaz del C astillo guarda de su am igo Ira de Dios, azote de vesania y de m a rtirio fue el
C ristóbal de Olea, de quien, en la crónica, tan to se desatado fu ro r de dom inación con que el huracán de
preocupa de que no sea confundido con su semi- la H istoria Universal, reactivado p o r un d escu b ri­

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m iento que desbordó las conciencias de los descu­ paso de que su intuición alcanzase el concepto que
brid o res tan to com o dejó a tó n ita s las de los indios, le correspondía, pero las concretas atrocidades de
a rre b a tó a los españoles en la conquista del im pe­ los españoles singulares fueron los árboles que no
rio de u ltram ar, configurándolo desde el p rincipio le dejaron ver el bosque, y éstos los p a rticu la re s su ­
com o una p u ra fábrica de su frim ien to s y, com o tal, jetos em píricos que retuvieron su intuición en los
renovado sin alivio, y a veces h asta agravado p o r un um brales m ism os del universal real: el p rincipio de
aum ento de productividad, p o r el criollaje que se dom inación en cuanto m al sin m alos.
alzó con la herencia de los p adres fundadores y que Mas no p o r eso se ría ju sto d e ja r de hacerles el ho­
aún se cuida periódicam ente de en g ra sa rla aquí y no r de ab o rre c erlo s en im agen, tratándolos, así,
allá como m áquina de infelicidad y de injusticia, con com o si hubiesen sido los sujetos libres, dueños de
arreglo al m odelo de cuya construcción los in esc ru ­ sí m ism os, como los que, po r quim érico que sea obs­
tables designios del S eñor de los Ejércitos hicieron tinarse en ello, hab rían podido ser, precisam ente con
ejecutores a los españoles. la intención postum a, y aun en cierta m anera paradó­
Fue uno de los m enos sim páticos y m ás d iscu ti­ jica, de redim irlos de no haberlo sido. Para C astilla
bles d etractores de la im perial em presa quien, sin del Oro, que, adem ás del D arién y Panam á, incluyó
em bargo, ju n to con Fernández de Oviedo (véase m ás hasta 1524 la p o ste rio r gobernación de S anta M arta
a rrib a, parágrafo 6), m ás se aproxim ó a la intuición y h a sta 1532 la de C artagena, Fernández de Oviedo
fundam ental. Tiene razón M enéndez Pidal cuando estim a, desde 1514 h a sta 1542, u n a despoblación de
lo acusa —com o en su tiem po lo h ab ían acusado al­ dos m illones de indios, en tre m atados p o r los espa­
gunos— de que su pretendido a m o r hacia los indios ñoles y dep o rtad o s com o esclavos, cifra in d udable­
e ra m ucho m en o r y m enos evidente que su odio ha­ m ente exagerada, com o todas las que redondean en
cia los españoles. varios ceros, pero en m odo alguno inverosím il p ara
El ab o rrecim iento p o r los españoles era, in tu iti­ un lapso de 28 años. Sea com o fuere, y a tenor de
vamente, ab o rrecim iento p o r la H istoria Universal, lo dicho m ás a rrib a , creo obligado c ita r uno de los
supuesto que eran los españoles quienes, en su triu n ­ párrafos finales de su relato de los hechos de C asti­
fante papel de ejecutores del fu ro r de predom inio, lla del Oro, de los que ha sido du ran te no pocos años
aparecían com o la encarnación visible que o sten ta­ testigo de vista.
ba su representación. «Las Casas» —dice M enéndez D espués de enjuiciar, uno p o r uno, a los 45 cap i­
Pidal— « q uisiera24 d esh acer la h isto ria universal, tanes que ha conocido allí, se detiene en los seis p er­
com o quiere que se deshaga y vuelva a trá s la histo­ sonajes principales: el gobernador P edrarias Dávila,
ria indiana de España». Don Ram ón se refiere aquí el obispo Juan de Quevedo, el alcalde mayor, licen­
a la circu n stan cia de que Las Casas, sobre la falsilla ciado G aspar de Espinosa, y los tres cargos clásicos
de la ab o rrecid a conquista h isp an a de U ltram ar, no de la adm inistración española: tesorero Alonso de la
reparase en revolver sus iras contra el im perio Ro­ Puente, contador Diego M árquez y factor Juan de Ta-
m ano y el Alejandrino. vira, para a ñ a d ir después literalm ente: «Pero no quie­
En efecto, B artolom é de Las Casas estuvo a un ro ni soy de paresger que se cargue toda la culpa a
los seys ques dicho; ni tam poco absuelvo a los p a r­
24. Sic, en lu g a r d e « q u e rría » . ticulares soldados, que como verdaderos m anigoldos

566
o buchines o verdugos o sayones o m inistros de S a­
tanás, m ás enconadas esp ad as e a rm a s han usado
que son los dientes e ánim os de los tigres e lobos,
con diferenciadas e innum erables e crueles m uertes
que han p e rp etrad o tan incontables com o las estre ­
llas...».

Nota 1

El escrúpulo de C ortés con trasta fuertem ente con


el expeditivo form alism o ju ríd ic o y aun form ulism o
ex opere operato con que el requerim iento fue apli­
cado las p rim eras veces, o sea, a raíz de la gran expe­
dición de Pedrarias Dávila en 1514 al rincón suroeste
del Caribe, con la gobernación de C astilla del Oro
—que entonces com prendía las dem arcaciones de
Santa M arta, C artagena, el golfo de U rabá con el
Darién y todo el istmo, desde el que Balboa había
avistado la M ar del S u r y en cuya o rilla P edrarias
fu n d aría m uy pronto P anam á—, siendo a veces el
propio Fernández de Oviedo el encargado de leerlo,
en la versión literal redactada por el doctor Juan
López de Palacios Rubios, sin preocuparse de la
com prensión ni de la presencia ni aun de la m era
distancia auditiva de los indios a quienes iba supues­
tam ente dirigido, o sea com o un m ero trám ite a eva­
c u a r para salv ar la responsabilidad jurídico-m oral
de los españoles an te sí m ism os, legitim ando la op­
ción de rom per com bate contra los indígenas. Tan
clam oroso era el vacío form ulism o de tal ficción ju ­
rídica —capaz no obstante, de fra n q u e a rles el um ­

569
bral de la legitim idad para el uso de las a rm a s— que do la de observancia del trám ite del requirim iento,
los propios fautores no podían p o r m enos de to m a r­ no se recu rre ya, en absoluto, al texto oficial de Pa­
lo a risa; así el m ism o Fernández de Oviedo lo refe­ lacios Rubios, sino a una im provisación que H ernán
rirá en su H istoria (libro X, capítulo VII, páginas ( ortés, com o hom bre instruido, sabe h a c er lo sufi-
31-32 del tom o III de la edición de A m ador de los i icntem ente elaborada, circu n stan ciad a y circu n s­
Ríos, M adrid, 1851-1855), con ocasión de un recuen­ pecta, salvo que con la asom brosa novedad respecto
tro —en el que no dejaron de ten e r los perros su del texto de Palacios Rubios de p u e n te a r olím pica­
papel— donde el a u to r y personaje se representa bro­ mente al Pontífice, pasando —en la sucesión j e r á r ­
m eando con P edrarias: «... en presencia de todos yo quica de las subrogaciones— d irectam ente de Dios
le dixe: "Señor, paresgem e questos indios no quie­ al E m perador y del E m perador a él, sin hacer la m ás
ren escuchar la theología deste Requirim iento, ni vos m ínim a m ención del V icario de C risto en la tierra,
teneis quien se la dé a entender; m ande vuesa m er­ m ención que, en cam bio, en la versión oficial de Pa­
ced guardalle, h a sta que tengam os algún indio des­ lacios Rubios no puede ser m ás extensa y m ás explí­
tos en una jaula, p ara que despacio lo aprehenda, o cita:
el señor obispo se lo dé a e n te n d e r”...», para com en­
tar, poco m ás abajo, en el m ism o pasaje: «Yo pregun­
«De todas estas gentes Dios Nuestro Señor dio car­
té después, el año de m ili e quinientos e diez y seys, go a uno que fue llamado San Pedro, para que de to­
al dotor Palacios Rubios, porqué él avía ordenado dos los hom bres del mundo fuese señor y superior,
aquel R equirim iento, si qued ab a satisfecha la cons- a quien todos obedeciesen, y fuese cabeza de todo el
giengia de los ch rip stian o s [..] e dixom e que sí, si se linaje humano, dondequiera que los hombres viviesen
higiesse com o el R equirim iento lo dice. Mas pares- y estuviesen, y en cualquier ley, secta o creencia, y dio­
geme que se reía m uchas veces, quando yo le conta­ le a todo el m undo por su señorío y jurisdicción. Y
ba lo desta jo rn a d a y otras que algunos capitanes como quiera que le mandó que pusiese su silla en
después avían hecho. Y m ucho m ás me pudiera yo Roma, como en lugar más aparejado para regir el
reir dél e de sus letras [...] si penssaba que lo que dige mundo, mas tam bién le perm itió que pudiese estar
y poner su silla en cualquier otra parte del mundo y
aquel R equirim iento lo avían de en tender los indios, juzgar y gobernar todas las gentes: cristianos, moros,
sin discurso de años e tiem po [...]. Adelante se d irá judíos, gentiles y de cualquier otra secta o creencia
el tiem po que los cap itan es les daban, atando los in­ que fuesen. A éste llamaron Papa, que quiere decir ad­
dios después de salteados, y en tanto leyéndoles toda mirable mayor padre y guardador, porque es padre
aquella capitulación del R equirim iento ...». y gobernador de todos ios hombres. A este San Pedro
N ada de esto encontram os en el relato de Cortés, obedecieron, y tom aron posesión Rey y superior del
sino po r el contrario la m ás cuidadosa diligencia por universo los que en aquel tiempo vivían; y asimismo
asegurarse de que la traducción sea hecha con el m a­ han tenido a todos los otros que después de él fueron
yor y m ás paciente esm ero h a sta alc a n z ar suficien­ al Pontificado elegidos; así se ha continuado hasta
ahora y se continuará hasta que el m undo se acabe.
te convicción de que el catecúm eno se ha enterado Uno de los Pontífices pasados que en lugar de éste su­
de todo, siem pre, naturalm ente, en la discutible m e­ cedió en aquella silla e dignidad que he dicho, como
dida en que C ortés pudiese re p u ta r satisfactoria. señor del mundo, hizo donación de estas islas y tierra
Pero aunque, a ten o r de su relato, la idea siga sien­ firme del m ar Océano a los Católicos Reyes de Es­

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paña, que entonces eran Don Fernando y Doña Isa­ I clipe;3 ha venido —de derecho con éste, pero de he­
bel, de gloriosa m em oria,1 y sus sucesores en estos d ió sólo con su hijo— La Casa de Austria: «Cielo del
reinos, nuestros señores ...»; águila bicéfala,/n u b arro n es llegan del norte ...», que
ante lo cual uno se pregunta: ¿pues qué ha pasado
aquí? Lo que ha p asado es sim plem ente que en el ín­ que se q u e d a se n en b u en h o ra co n s u s R e y n o s; y en fin, lo s C o n ­
sejo s del un R ey y o tro se ju n ta r o n co n c o m p ro m is o s de a m b o s
terin de 1514 a 1526, ha m uerto el Rey Fernando de Ruyes; é v is ta s la s d iv is io n e s é ju s t ic ia s q u e c a d a u n o ten ia, é lo
Aragón, consorte de Castilla, pero aún influyente, i|iie d e m a n d a b a , fic ie ro n la p a rtic ió n en e s ta m a n e ra : q u e e l R ey
pese a los recelos de los nobles castellanos, y con la Don F e rn a n d o o v ie se p o r su y o d e lo a c re c e n ta d o , el re yn o d e Ñ a ­
inefable escena de las palm adillas al duque de Ná- póles, é la R ey n a su fija el reyn o d e G r a n a d a , ta l p o r tal. [...]
(incdo m ás q u é p o r to d o s lo s d ía s de su v id a e l R e y Don F e rn a n ­
jera en la entrevista de Benavente del 1 de ju n io do llevase la m ita d d e la s re n ta s d e lo s R e y n o s d e la s In d ia s, d e
de 1506,2 sobre todo después de la m uerte, en sep­ oro, p e r la s é e s c la v o s, é o tr a s c u a le s q u ie r a c o s a s q u e re n tase n ;
tiem bre del m ism o año, de su yerno el Rey Don iiu eaó m ás, q u e el R ey Don F e rn an d o h ay a y ten ga p o r lo s d ía s
tic su v id a en la s A lc a b a la s d e C a s tilla , d iez c u e n to s d e m a ra v e ­
dís. E e sto fech o y s e n te n c ia d o p o r lo s d el C o n s e jo del un R e y y
1. E s ta v ersió n es, evidentem ente, la de u n a c o p ia reaju stad a d es­ del otro, a rb itro s p a ra e llo eleg id o s, m an d aro n y sen ten ciaro n qu e
p u é s d e la m u e rte d e F e rn a n d o V, sin q u e h a y a razó n p a ra p e n s a r Rey Don F e rn an d o s a lie s e lu eg o de C a s tilla , y la d e ja se lib re y d e ­
qu e, en to d o lo d e m ás, no s ig a sie n d o e l texto lite ra l o r ig in a r io s e m b a ra z a d a a l R e y Don P h elip e, e s e fu e s e a s u s R e y n o s de A ra ­
del d o c to r L ó p e z de P a la c io s R u b io s. (A m en o s q u e «de g lo r io s a gón. L u ego a m b o s R ey es c o n sin tie ro n la s e n te n c ia e e stu v ie ro n
m e m o ria » se r e fie r a s o la m e n te a D oña Is a b e l, p e ro q u ed an d o , en po r ella, e e l R e y D on F e rn a n d o se m o v ió de Toro, e se fu é a B e n a ­
ta l c aso , a lg o con fu so .) vente, e se v id o y a b r a z ó co n el R e y D on P h elipe, é d e a llí se d e s ­
2. « E an tes q u e a llí lle g a se n , d esq u e fu e ro n d e se m b a rc a d o s, h a­ pidió de él é de lo s c a b a lle ro s de C a s tilla qu e a llí e stab a n , y a b razó
b ía h a b id o co n tie n d a en tre m a r id o y m u je r s o b re r e g ir y m a n d a r ai D u qu e d e N á je r a , a l C o n d e d e B en av en te , é á o tro s en la p a rti­
lo s R ey n o s: q u e la R e y n a y s u s p a rie n te s, y q u ie n b ien la q u e ría , da c u a n d o se d e s p id ió d el R ey Don P h elip e, lo s q u a le s a lg u n o s
q u e ría n q u e m a n d a se y fir m a s e ju n ta m e n te con e l Rey, a n sí co m o de e llo s e sta b a n a r m a d o s de c o ra z a s d e b a jo d e lo s sayo s, y el R ey
m o teján d o lo d ijo al D u q u e d e N á je ra : D uque, D ios o s d é paz, no
h a c ía la R e y n a D oña Isa b e l, de g lo r io s a m e m o ria , co n el R e y Don
so lía d e s v o s s e r tan g o rd o ; y o tro tanto d ijo a l C o n d e de B e n a v e n ­
Fern an d o, su p ad re, y el R ey Don P h elip e, y lo s de su c o n sejo , y
te, y á o tro s á lo sem ejan te, d á n d o le s p a lm a d illa s en la s e s p a ld a s ;
lo s q u e m u c h o se a d e la n ta r o n á lo re cib ir, p a re c e q u e c o n sin tie ­
y a llí en p r e s e n c ia d e m u c h o s G ra n d e s e c h ó la b en d ició n á todos,
ron en a q u e l C o n se jo q u e la R ey n a no fir m a s e , ó v ie n d o e l R ey
é les e n co m en d ó q u e fu e se n le a le s á su Rey, é s e q u itó de la c a b e ­
en a q u e lla o p in ió n , de la q u a l le d e b ie ra n q u itar, no lo q u isie ro n za un so m b re ro é el bonete, é q u ed an d o en c a b e llo se h u m illó a
c o n tra d e cir. [...] y e sto se v in o á p u r if ic a r y a c a b a r en B en aven te, todos, é se d e sp id ió é v o lv ió la s rie n d a s á un c a b a llo en q u e e s t a ­
y q u e d ó q u e la R e y n a D oña J u a n a no e n te n d ie se ni fir m a s e en ba, é se fu é é p a rtió de B en aven te, é con é l e l C o n d e sta b le su y e r ­
lo s n e go cio s d el regir, sa lv o el R ey tan solam en te, p u esto c a so q u e no, é el D u qu e d e A lva su p rim o , é e l C o n d e d e C ifu e n te s é o tro s
lo s R ey n o s e ran d e la R eyn a, é d e su Patrim on io , é no del R ey Don C a b a lle ro s é P re la d o s q u e lo am a b an , é n u n ca d e é l s e h ab ían p a r ­
P h e lip e ; é a n sí se fizo e se p o co de tie m p o q u e el R ey Don P h elip e tido; é tom ó su m u g e r co n sigo , é su c a s a é fa m ilia , é no p a ró de
v iv ió d e d o n d e no p o c a tu rb a c ió n y e n o jo a la R e y n a se s ig u ió ; rep o so h a s ta q u e se en tró en s u s R e y n o s d e A ragó n ...». (A n drés
y el R ey Don P h e lip e p ro vey ó q u e en n in g u n a m a n e ra la R ey n a B ern á ld e z , Historia de los Reyes Católicos Don Fernando y Doña
no v ie se a su p ad re, au n q u e v in iese á su Corte, é an sí se fizo, é tuvo Isabel, cap. CCV). L a jo c u n d a m a lic ia d el C u ra de L o s P a la c io s
q u e n u n ca se lo d e ja ro n ver; y el R ey Don F e m a n d o e sta b a en Toro, relu ce co m o n u n c a en el e p is o d io d e l c o m e n ta rio d el R ey a l d u ­
m ie n tra s el R ey D on P h e lip e en B en av en te, é d en d e an te s d e se qu e de N á je ra , b a jo c u y a s ro p a s se v e ía a b u lt a r el c o s e le te q u e
v e r fu e ro n é v in ie ro n lo s E m b a x a d o r e s é m ed ia n te s d el un R ey lo h a c ía p a re c e r « tan g o rd o » y de la s « p a lm a d illa s » co n q u e el
a o tro; p o rq u e el R e y Don F e rn a n d o d e m a n d a b a la m itad d e lo R ey lo hizo reso n ar, «bon -bon», a la ta h u ec a.
g a n a d o é d e lo qu e p o r ju s t ic ia e r a su yo, é lo q u e la R e y n a su mu- 3. « L u e g o co m o el R e y Don P h elip e m u rió , fu é m u y g ra n d e el
g e r le h a b ia m a n d a d o en su testam en to , é lo q u e p o r B u la s d el a lb o ro to sin n e cesid ad en a lg u n o s c a b a lle ro s d e C a stilla , en a q u e ­
S a n to P a d re le e r a c o n c e d id o p o r su v id a , é lo s M a estrazg o s, y llo s d o n d e el rep o so y a m o r a l p a d re ni á la h ija no m o rab a, en

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escrib iría don Miguel de U nam uno; y en 1519, final­ luz a la Iglesia Anglicana, el Vice-Dios español ha-
mente, ¡El Im perio! S um ándose a todos los privi­ >la y deshacía en lo religioso casi tanto com o en lo
legios pontificios otorgados a F ernando e Isabel, i ivil, aunque la concepción ideológica, o sim plem en­
p o r Inocencio VIII p ara G ranada y las Islas Cana­ te retórica, se a rrim a se m ás a los precedentes m e­
rias, por A lejandro VI y Julio II p ara América, León dievales, esto es, a las representaciones gibelinas de
X, al conceder a C arlos el derecho a intervenir en nn Dante Alighieri. Todavía el d octor Solórzano Pe-
la delim itación de las diócesis am ericanas, trasp asa rey ra, ya casi a m ediados del siglo XVII, escribe: «Y
ya los lím ites del m ero «patronato», p a ra a n tic ip a r­ con añadir, que en fuerza de todo lo referido, hablan­
se a lo que m ás tard e se desig n aría com o regalismo do específicam ente de la conquista de los Indios, de
o galicanism o; coronada tal cim a de atribuciones en i|ite tratam os, au nque hay algunos Hereges, que es­
el cam po de la Religión, el añadido de la condición criben de ella libre, y atrevidam ente; y otros Católi­
de E m perador no podría sino resucitar la doctrina de cos, que no tienen p o r m uy su b sisten te la concesión
los dos poderes: El Pontificado y El Imperio, am bos, pontificia; la contraria opinión tiene p o r sí otros, que
recuérdese bien, poderes divinos, au nque uno espi­ son m uchos m ás en núm ero, y autoridad, que la fun­
ritual y el otro secular. El E m perador, y de m odo es­ dan en razones m uy eficaces./Y parece, que ponerla
pecial en los dom inios afectos a su patronato, y p o r en duda, es querer dud a r de la grandeza y potestad
ende aun m ás singularm ente en los de ultram ar, era del que reconocem os p o r Vice-Dios en la tierra [su­
ya directam ente, sin p a s a r p o r el Pontífice, el V irrey brayado mío].4 Y decir, que la Iglesia ha erra d o en
de Dios, o com o se decía literalm ente «Vice-Dios». tantas concesiones, com o en varios siglos ha hecho,
Así, m ucho antes de llegar al m ovim iento galica­ sem ejantes a la que Alejandro VI hizo a los Reyes Ca­
no o regalista de los B orbones franceses y españo­ tólicos, y aun p o r cau sas m enos ju sta s y urgentes».
les y sin necesidad de un cism a com o el que dio a (Política Indiana, libro I, capítulo X, núm eros 18 y
19). Tal era, pues, el principio por el que Cortés, en
a lg u n o s q u e p en saro n q u e ya e ra la c o n su m a c ió n d el m undo, é su requirim iento se perm itió p u e n te a r al Pontífice,
q u e e r a v u e lto el tiem p o del R e y Don E n r iq u e p ró xim o , y d e su saltando directam ente de Dios al E m p erad o r y del
fo rtu n a, q u e el q u e m á s p o d ía m ás to m a b a, é c a d a u no e r a R ey E m perador a él.
d e su tie rra , é d e lo q u e p o d ía to m a r de la C o ro n a R ea l sin q u e r e r
c o n o c e r R ey ni s u p e rio r, y m u y bien s e se ñ a la ro n lo s m a n c illa ­
d o s de este d e se o p o r s u s o b ra s, quia ex abundantia coráis os lo-
quitur, a u n q u e a lg u n o s e c h a b a n la p ie d ra y e s c o n d ía n la m ano. Nota 2
M ás N u e stro S e ñ o r en c u y a s m an o s sunl omrtia jura Regnorum y
s a b e lo s p e n sa m ie n to s y d e s e o s de lo s c o ra z o n e s d e lo s h o m b re s
y la s a fic io n e s in ju s ta s , no d ió lu g a r á que, ni en p o co ni en m u ­ C uando se pone en m archa un puro engendro va­
cho, el p ro p ó sito d e a q u e llo s s e c u m p lie se , p o r c o n sta n c ia é c la ­ cuo, retórico, rim bom bante, publicitario, dispendio­
reza de los b u en o s, é le a lta d é a m o r q u e m o stra ro n á el p a d re é
á la fija , é p o r in m o v ilid a d q u e p u so so b re lo s c o ra z o n e s d e to d o s
la s C o m u n id a d e s d e C a s tilla y A n d a lu c ía , q u e to d o s d e c ia n “ v iv a 4. S i en e s te p a s a je c a b e la a m b ig ü e d a d de q u e la r e fe re n c ia de
la R ey n a D oña J u a n a y el R e y D on F e rn a n d o q u e él v o lv e r á ” ; é « V ice-D io s» p u ed a re m itirs e lo m ism o a l rey a u e a l p a p a, in e q u í­
ni u n a a lm e n a d e lo s re a le n g o s hizo v ileza, nin c o n se jo nin C o ­ v o ca e s la c o n c e p c ió n d e l rey c o m o « V ic a r io d e D io s» en e l n ? 26
m u n id a d fu é e s c a n d a liz a d o ni a lb o ro ta d o c o n tra la c o ro n a R ea l, del c a p ítu lo II d el lib ro IV de la m ism a o b ra , ta l co m o se c it a r á
lo q u a l m as p a re c ió p o r d iv in o m is te r io q u e p o r h u m an o rep o so , en el A péndice I II de e s te en sayo. P o r lo d e m á s, lo u su a l p a ra el
se g ú n e l a p a re jo h a b ía » . (A n d rés B e rn á ld e z , ibidem, cap, C C V II). P o n tífice e s « V ic a r io de C risto » y no «V ice-D io s» .

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so, profundam ente inculto y co rru p to r, com o este im.i m anera no ininteligible pero sí, p o r lo menos,
m alhadado invento de la celebración del Quinto Cen­ lien im propia o pintoresca de expresarse. Así que la
tenario, no tiene nada de extraño que afloren las piilabra «descubrim iento» surgió, en principio, en
susceptibilidades m ás gratuitas, vacías y com ine­ i ir inocente sentido físico y sensible de la relación
ras, precisam ente a tenor de aquel refrán que dice: tic un barco con una isla o u n a costa todavía desco­
«Cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo nocida para una d eterm in ad a com unidad geográfi­
m ata m oscas». De esta naturaleza es la querella sus­ ca (|ue co m p artía un conjunto de m apas y de ca rtas
citad a a propósito de la p a la b ra «D escubrim iento». m arineras, por m uy celosos que pudiesen m o stra r­
Prim ero los criollos de las repúblicas hispano- se en ocasiones navegantes rivales los unos con los
p arlan tes de U ltram ar y enseguida los propios m e­ i >i ios en cuanto a in tercam b iar d eterm in ad as c a rtas
tropolitanos de aquende-A tlántico se han puesto a concernientes a los siem pre inciertos y contenciosos
p ro te sta r de esta p alabra, con la to n tería de que es espacios lim inares del m undo conocido.
im propia, porque, según ellos, da a entender que fue­ Pero si a despecho de esta o rig in a ria ingenuidad
ron sólo los europeos los que descu b riero n a los de la p alab ra y sin a n d a r m irando en la inutilidad
indios y no tam bién los indios a los europeos. La ob­ tlel gasto que supone renovar una p u ra fachada por
jeción lingüística de que un descubrim iento tam bién el caprichoso antojo de reinterpretarla atribuyéndole
puede ser m utuo no se defiende dem asiado bien, por­ una agresividad o prepotencia que nunca tuvo ni pre­
que es muy fuerte la presión sem ántica con que «des­ tendió tener, extrapolándola de la sim ple relación
cubrim iento», p o r d eriv ar de un verbo transitivo, 11sica y sensible de las naves con las islas, para c a r­
«descubrir», hace p e n sa r en un d e scu b rid o r y un earla a posteriori con una artificiosa intencionalidad
descubierto. Pero el caso es que precisam ente esa malevolente, que es lo que hacen los que la denun­
transitividad concuerda con las notas y el aspecto cian e incrim inan de «eurocéntrica», p o r cuanto
sensible de lo denotado: siem pre hem os dicho y oído ensalzaría a los europeos con el papel activo y a rro ­
el verbo «descubrir» bajo el entendim iento —por de­ bante de descubridores, al tiem po que rebajaría a los
cirlo en p alab ras cerv an tin as— de que son las naves ultram arinos con el pasivo y desairado de m eros des­
las que descubren a las islas y no las islas a las na­ cubiertos, entonces, si es que se acepta la cosa en es­
ves. «D escubrir» o, m ejor dicho, «descobrir» se usó tos térm inos, lo que hay que resp o n d er es que, en
en el siglo X V , y probablem ente en las propias Capi­ efecto, p o r su erte o p o r desgracia —y m ás bien por
tulaciones de S anta Fe, en este sentido físico y sen­ desgracia, una vez visto como han ido las cosas— así
sible totalm ente inocente; cientos de veces me parece fue exactam ente: lo eurocéntrico no e stá en la pala­
hab er leído «las islas d escu b iertas e p o r desco­ bra; eurocéntricos fueron los acontecim ientos, euro-
b rir» .5 Desde las islas lo m ás que puede hacerse es céntrica, pavorosa, arro lla d o ra y tenebrosam ente
«avistar» los barcos, nunca «descubrirlos», o sería eu ro cén trica fue toda la em presa y siguió siéndolo
la H istoria Universal reinaugurada p o r el D escubri­
5. E l p r im e r d o c u m en to en que, p o r lo q u e yo h ay a p o d id o a v e ­ m iento de Colón. Si la querella se pone en estos té r­
rig u a r, a p a re c e ta l e x p re s ió n e s la « C a p itu la c ió n d e la s A lcágo-
v a s» e n tre lo s R ey es C a tó lic o s y A lfo n so V d e P o rtu g a l en 1479 : minos, rein terp retan d o la p a la b ra h a sta p renderle
«e q u a le s q u ie r o tr a s is la s , c o s ta s , t ie r r a s , d e s c u b ie r ta s e p o r d e s ­ fuego, entonces ya no es sim plem ente que no haya
c o b rir, fa lla d a s e p o r fa lla r » . motivos suficientes p a ra su stitu irla; es que abundan

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razones p ara conservarla. ¿O es que re p in ta r ahora Ni <ta 3
la fachada va a renovar, com o p o r un ensalm o, las
ho rren d as en trañ as de la casa en tera? Si querem os Que la «grandeza» es una noción inequívocam en­
re in te rp re ta r «descubrim iento» com o un térm ino te estética y en el peor sentido, o sea, el retórico, de
eurocéntrico, no hacem os m ás que encender en él lo estético, lo prueba su fraternal com patibilidad con
una veracidad que o rig in ariam en te no asp iró a te­ la noción que, en principio, parece que d eb ería ser
ner: pues, en efecto, si com o se pretende, «D escubri­ •ai contraria. Así, los que se exaltan y em ocionan al
miento» dice que hubo un europeo d e scu b rid o r y un decir: «¡La H um anidad con sus grandezas y mise-
indio descubierto, no expresa sino la inauguración i ias!» (nunca, dicho sea de paso, hubo especie an i­
de todo un rep a rto de papeles, en que los partenai- mal, vegetal ni m ineral que se a d m irase y alabase
res jam ás se intercam biaron el papel: el agente fue tanto a sí m ism a com o la especie hum ana, a m enos
siem pre el m ism o personaje y el paciente, a su vez, que incluyam os la divina, al cabo m era proyección
fue siem pre el otro. eterna y celestial del hom bre m ism o, que de este
Así com o hubo un d e scu b rid o r y un descubierto, modo salva en el invento su irre p rim ib le y com pul­
hubo un co n q u istad o r y un conquistado,6 un in­ siva neurosis laudatoria, hurtando, en el fetiche de
vasor y un invadido, un m ata d o r y un m atado, un de Dios —aun bajo el nom bre falsam ente laico de «His­
predador y un despojado, un aperreador y un aperrea­ toria U niversal»—, la p ropia categoría de lo lau d a ­
do, un do m in ad o r y un dom inado, un o p reso r y un ble a los feroces y sangrientos asaltos de la duda) se
oprim ido, un violador y un violado, un explotador están valiendo de un recurso tan b a ra to y delezna­
y un explotado, un legislador y un legislado, un des­ ble com o archiconocido, y con arreglo al cual saben
tru c to r y un destruido, un p rotector y un protegido, muy bien que, en clave de retórica, la com pañía de
un com padecedor y un com padecido y, aún hoy, un las «m iserias» no dism inuye en nada las «grande­
indigenista y un indígena; y, a lo largo de todo este zas», sino que, por el contrario, no hace sino resal­
reparto de papeles, que se inaugura con el de un des­ tarlas y subirlas; es el viejo artificio retórico del
c u b rid o r y un descubierto, el agente fue siem pre el gradiente de contraste, del claroscuro, tal com o se lo
europeo, y el paciente, a su vez, fue siem pre el indio. designó en la preceptiva o la c rítica pictórica, y el
¿Conque «descubrim iento» suena mal por «eurocén­ más facilón de los recursos, consistente en recarg ar
trico»? ¿No se rá la verdad, la historia, lo que suena las som bras, p ara h a c er m ás vividas las luces, pero
y hasta hiede h o rren d am en te m al? Así que si os em ­ siendo siem pre las som bras las funcionalm ente su ­
peñáis en que la palabra «Descubrim iento» sea euro- bordinadas —y po r ende, an u lad as en sí m ism as—
céntrica, con tan to m ayor m otivo tendréis que al servicio y a m ayor gloria de las luces. Un perso­
conservarla, puesto que no h a b ré is hecho m ás que naje del Decamerón supo en u n ciarlo con sencillo
c arg arla de una veracidad que se extiende a todo lo acierto: Infra m olte bianche colom be agginge piu di
largo del contexto sucesivo. bellezza un ñero corvo che non faccia un cándido cig-
no. («En un grupo de blancas palom as a p o rta m ás
6. Y no h a y q u e o lv id a r q u e C olón n o só lo fu e e l p r im e r d e s c u ­
belleza un negro cuervo de cuanto apo rte un cándi­
b r id o r sin o ta m b ién , con s u s s in ie s tro s h e rm a n o s, el p r im e r c o n ­ do cisne».)
q u ista d o r.

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Nota 4 Ululo latino de una de sus o bras (De orbe nouo), de
l.i desventurada expresión «Nuevo M undo». Pero ven­
Parece s e r que no hay precedente del uso de pe­ damos a n u estro asunto. En 1543, cuando don Anto­
rros por p a rte de españoles, ni siquiera en luchas n io de M endoza llevaba ya ocho años de virrey de
contra infieles, antes de em plearlos en todo tiem po Nueva España, a causa de determ inadas quejas (que-
y lugar y con tal ab u n d an cia contra los indios de |.ts de m ala fe, según los defensores de Mendoza,
América. Como una prueba, no definitiva, pero sí de incoadas por la presunta m alquerencia de sus enem i­
b astan te peso, e stá el hecho de que no fu eran u sa ­ g o s, al frente de los cuales ponían al propio H ernán
dos en la G uerra de G ranada (1481-1492) —ni co n tra i ortés, entonces ya m arqués del Valle y aposentado
las revueltas posteriores del Albaicín, Güéjar, Lanja- <ii su encom ienda, o m ás bien feudo, de C uernavaca
rón, Andarax (1500), S ierra Berm eja (1501), etcétera—, que com prendía en 1536 h a sta 13 corregim ien­
guerra co n tra infieles e inm ediatam ente a n te rio r al tos—), las autoridades m etropolitanas decidieron ha­
D escubrim iento y la Conquista. Para d em o strar esto cer una investigación sobre la conducta del virrey,
último, hay que d a r un rodeo p o r la docum entación o sea la célebre «Visita secreta de Tello de S ando­
concerniente a don Antonio de M endoza, p rim e r val». Así, el 21 de ju n io de 1546, Sandoval p resen ta­
virrey de Nueva España, cargo del que tom ó posesión ba el resultado de sus pesquisas, concretado en una
a finales de 1535. Este virrey era hijo segundo de don lista de 44 cargos co n tra Antonio de Mendoza. El fa­
Iñigo López de Mendoza, II conde de Tendilla y I m ar­ moso cargo núm ero 38 dice así:
qués de Mondéjar, que tuvo parte, aunque no prepon­
derante (ya que, si no recuerdo mal, los protagonistas ítem. Que después de haber tomado el peñol de Miz-
principales fueron el m arq u és de Cádiz y el S eñor ton, en su presencia y por su m ano8 se m ataron mu­
de Aguilar, herm ano m ayor del futuro G ran Capitán) chos indios de los que se tomaron del peñol, a unos
y sólo hacia el final, en la conquista de G ranada, si poniéndolos en rengle y tirándoles con tiro de arti­
bien después se le dio el cargo de alcayde de la Al- llería que los hacían pedazos, y a otros aperreándo­
h am bra y capitán general del nuevo reino y, com o los con perros, y a otros entregándolos a negros para
que los matasen, los cuales los mataban a cuchilla­
tal, tuvo el m ando suprem o en las cam pañas de re­ das, y a otros ahorcaron. Y asim ismo en otras partes
presión (o «pacificación», si se prefiere) contra los se aperrearon indios en su presencia.
recientes súbditos sublevados.7 Su hijo Antonio na­
ció en Alcalá la Real, o sea ya en el propio Reino de La colección de documentos de Lewis Hanke (Biblio­
G ranada, y e n 1490, dos años antes, por tanto, de que teca de autores españoles, tom o CCLXXIII, M adrid,
term inase la g u e rra de conquista. Se crió, pues, en 1976), de la que he tra n sc rito el cargo que acabo de
la propia G ranada y, curiosam ente, tuvo p o r precep­ citar, recoge, de los docum entos em itidos po r la parte
to r al h u m an ista Pedro M á rtir de Anglería, que su de M endoza en sus actuaciones de defensa contra el
padre se h ab ía traído de Ita lia en 1487 y que fue uno visitador, solam ente el «Interrogatorio preparado
de los prim ero s h isto riad o res del D escubrim iento y por M endoza para la visita que se le hizo», según lo
la C onquista de las Indias, am én de inventor, en el
8. Sic en la colecció n de H an k e (B.A.E. tom o C C L X X III, pág. 118),
7. Véase Apéndice III. p ero d eb e d e s e r e r r a ta p o r «m an do».

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in titula Hanke, de fecha 8 de enero de 1547, pero no i|iic la justificación en nom bre de la eficacia del es-
los descargos del virrey (docum ento del que, sin em ­ i oim iento de h a b e r introducido tan tru c u len ta s in­
bargo, da en el apéndice la referencia: Archivo Ge­ novaciones en los procedim ientos de ejecución no
neral de Indias, Ju stic ia 259, folios 28-73v.); de este podía ser, en m odo alguno, una resp u esta jurídi-
«interrogatorio», los núm eros que afectan al cargo <límente adm isible, únicam ente los descargos nos
38, son los siguientes: • ararán de dudas sobre el caso, deshaciendo el equí-
voeo y disipando n u e stra perplejidad. Tan sólo en la
187. Item, si saben, etc., que si en la pacificación de va clásica biografía de don Antonio de Mendoza es-
los indios y seguimiento de ello se hizo justicia de al­ i tita por el profesor no rteam erican o A rth u r Scott
gunos indios de los rebelados, dándose nuevo género Aitón (A ntonio de M endoza, First Viceroy o f New
de muerte, fue necesario porque sonase el castigo, te­ '<l>ain, Duke U niversity Press, Duham , N orth C aroli­
niendo respeto a que cuando los ahorcaban lo tenían
en tan poco, que ellos mismos se subían a la escalera na, 1927) he podido encontrar,9 en n o ta a pie de pá-
y se echaban el lazo y tentaban si estaba firme el palo l'ina (página 158), c ita d as en castellano, las frases
de que se habían de colgar, y ellos mismos se arroja­ pertinentes al asunto en tresacad as de los descargos
ban y colgaban. Digan lo que saben, etc. del virrey. Así a la cuestión en torn o a la extrem ada­
mente problem ática ju rid ic id ad de la apelación a la
188. Item, si saben, etc., que la justicia que se hizo mayor eficacia del escarm iento «para lo de adelan­
de dichos indios después de ganado el peñol del Mis- te », esto es, «para en adelante» —lo que im plica
ton, convino hacerse por los grandes delitos que di­ una función preventiva de nuevas rebeliones en la
chos indios habían hecho contra Dios Nuestro Señor, i ipción— el descargo del virrey consiste en sacar sim ­
siendo bautizados e industriados en las cosas de la
fe, y por los estragos y m uertes que habían hecho en plem ente de los térm inos de la ju sticia las vesáni-
los religiosos y españoles e indios amigos. Porque fue­ i as ejecuciones p e rp e tra d a s —que, po r lo mismo,
se castigo y ejemplo para lo de adelante y los indios dejarían de se r «ejecuciones» propiam ente dichas—■,
que así se justiciaron fueron pocos y de los más per­ diciendo que ha procedido «como se haze en españa
judiciales y dañosos en dicho levantamiento y guerra. ron los erejes e ynfieles que la gente los acuchillan
Digan lo que saben. e m atan en el cam ino sin que sea a cargo de la ju sti­
cia» [subrayado mío]. Y m ás adelante insiste en la
Lo que interesa en estos dos núm eros del in te rro ­ intención puram ente instru m en tal de los te rro rífi­
gatorio es la ju stificación de la vesania de los proce­ cos procedim ientos adoptados, o sea en su e stric ta
dim ientos em pleados m ediante el argum ento de que, funcionalidad técnica, po r rem itirnos a la noción de
en vista de la indiferencia y h asta la colaboración con «tecnicidad» de Schm itt (véase A P É N D I C E II): «el ape­
el verdugo con que los indios a rro stra b a n el m o rir rre a r algunos yndios de los m ás culpados y ponellos
ahorcados, el «nuevo género de m uerte» d enuncia­ a tiro convino hazerse p ara escarm iento y m ás tem or
do en el cargo 38 de Tello de Sandoval «fue necesa­ de los yndios [...] la m uerte en la horca ellos se la
rio porque sonase el castigo» y, según el núm ero 188,
«porque fuese castigo y ejem plo p a ra lo de ad elan­
9. L a m e n to q u e p o r m i to tal in e x p e rie n c ia co m o in v estig ad o r,
te». Pero com o el virrey, conocedor sin duda de las m e s e a im p o sib le c it a r lo s d ire cta m e n te d el A.G.I., d e d o n d e Le-
form as del derecho, tenía forzosam ente que sab er w is H an k e d a la a r r ib a c it a d a re fere n c ia.

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davan de su propia voluntad en estas p artes [...] y en il. haber introducido en las Indias tan sin iestra no-
el rreyno de gran ad a [él lo sabe m uy bien, por el re­ Vtulnd.12
cuerdo de su propia infancia] se a co stu m b ra a caña­
verear y a p e d re a r [ojo: apedrear, con el sentido de
«lapidar», que es m ata r a pedradas, no aperrear, que Ñola 5
es h acer m o rir destrozado en tre los dientes de los
perros] m uchos m oros de los que an rrenegado nues­ l'arece ser que el dueño de este fam oso p erro Be-
tra santa fe». No cabe duda de que si hubiese habi­ ii’trillo o Begerrico, com o tam bién lo llam a Oviedo,
do ap erream ien to s en la C onquista de G ranada y en luí’ un Diego de Salazar, de quien el propio Oviedo
las u lterio res cam pañas contra los m oros subleva­ ims cuenta lo siguiente (libro XVI, c ap ítu lo VI de su
dos en las que el propio padre de M endoza fue cap i­ Historia general y natural de las Indias):
tán general, Don Antonio, en sus descargos, h a b ría
m encionado el ap erream ien to de m oros en prim erí- «Viendo pues Johan Pon?e de León, que goberna­
sim o lugar, y no dos m aneras de m atar, com o el aca- ba la isla [la isla de Boriquén o Sanct Johan de Puer­
ñaveream iento10 (una su erte de m uerte torm entosa to Rico, actual Puerto Rico], lo que este hidalgo avía
hecho en estas dos cosas tan señaladas que he dicho,
m ediante cañas que no he conseguido averiguar con­ le hizo capitán entre los otros chripstanos e hidalgos
cretam ente cóm o se aplicaba) y la lapidación, de las que debaxo de su gobernación militaban, y otros fue­
que no tengo noticia de que llegaran a u sa rse en ron mudados; e aunque después ovo m udanza de go­
U ltram ar. El que el aperream ien to no se em please bernadores, siem pre Diego de Saladar fue capitán e
en G ranada no debe necesariam ente hacer p e n sar en tuvo cargo de gente hasta que m urió del mal de las
una m ayor nobleza o m en o r cru eld ad de aquellas búas [así llamaban entonces a la sífilis]. E aunque es­
guerras, pues basta recordar que tam bién los m oros taba muy doliente lo llevaban con toda su enferm e­
conocían el p erro y lo criaban, y com o «donde las dad en el campo, e dó quiera que yban a pelear contra
los indios; porque de hecho penssaban los indios que
dan las tom an» a ninguna de las dos partes le con­ ni los chripstianos podían ser vencidos ni ellos ven­
venía em pezar; m ientras que los indios ni tenían cer donde el capitán Diego de Saladar se hallase, e lo
perros ni los conocieron hasta el segundo viaje de primero que se informaban con toda diligencia era sa­
Colón." Así pues, a no otros que a los Colones es ber si yba con los chripstianos este capitán. En la ver­
a quienes se debe h o n rar p o r el sanguinario m érito dad fue persona, segund lo que a testigos fidedignos
y de vista yo he oydo, para le tener en mucho; porque
demás de ser hombre de grandes fuerzas y esfuerzo,
10. De la c r ó n ic a d e los R e y e s C a tó lic o s de H e rn a n d o d el P u l­ era en sus cosas muy comedido e bien criado e para
g a r e s d e d o n d e re c o rd a b a yo un c a s o d e acañ a v e re a m ie n to , q u e
a h o ra he v u e lto a lo c a liz a r : « D e sp u é s q u e la c iu d a d (M álaga) fu e
e n tre g a d a , e l R ey m an d ó a c a ñ a v e r e a r d o ce c h ris tia n o s q u e se to­ 12. H e rn a n d o C o ló n , Historia del Almirante, c a p ítu lo L X I: «... a
m aro n d en tro d e la c ib d a d , los q u e s e p a sa ro n a lo s m o ro s e les 24 d e M arzo d e 149 5 s a lió [el A lm iran te] d e la I s a b e la d isp u e sto
in fo rm a b a n de la s c o s a s d el real». (P arte te rc e ra , c a p ítu lo X C III). p a ra la g u e r r a [...] y só lo lle v a b a c o n sig o [...] d o scie n to s c ristia n o s,
11 . P a re c e q u e só lo e l p eq u eñ o g r u p o d e lo s in d io s tiubus c o n ­ veinte c a b a llo s y o tro s ta n to s p e rro s le b r e le s [...] d ie ro n lo s c a b a ­
s ig u ió h a c e rse m u y te m p ra n o con u n a ja u r ía p ro p ia , a p a rtir, se ­ llo s p o r u n a p a rte y lo s le b r e le s p o r o tra, y to d o s s ig u ie n d o y m a ­
gú n se c ree, d e u n a p e r r a p re ñ a d a q u e se le p e rd ió a C ab o to en tando, h iciero n tal e s tra g o q u e en breve fu e D ios s e rv id o tu v iesen
el R ío de la P la ta p o r lo s a ñ o s 15 2 5 -15 3 0 . lo s n u e stro s ta l v ic to ria...» .

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ser estim ado dó quiera que hombres oviesse, e todos ••oldadesca, la p rim era form a de convivencia m ás o
le loaban de muy devoto de N uestra Señora. Murió menos estable entre varones españoles y m ujeres in­
después de aquel trabajoso mal que he dicho, hacien­ dias fue la de am ancebam iento o barraganía, que en
do una señalada e paciente penitengia, segund de todo i n i to modo resta u ra b a com o m era fórm ula consue­
esto fuy informado en parte del mesmo Johan Ponge
de León y de Pero López Angulo y de otros caballeros tudinaria algo que hab ía tenido reconocim iento le-
e hidalgos que se hallaron presentes en la isla, en la imI en la B aja Edad Media: el concubinato, form a
mesma sagon que estas cosas passaron, y aun les cupo popular de unión conyugal ju ríd icam en te reglamen-
parte destos e otros m uchos trabajos». lada (sem ejante tal vez al usus, que, con la em ptio
v la confarreatio, form a la tern a de las form as del
m atrim onio romano), pero que, p o r no ser indisolu­
Nota 6 ble, o sea, por a d m itir legalm ente el divorcio, no fue
del gusto de Isabel la Católica, que hizo obligatorio
Este es uno de los puntos en que hay m ás diver­ el m atrim onio religioso p ara todas las clases socia­
gencia entre las leyes y los hechos. Según la nota les. Con todo, en América, la b arrag an ía fue la form a
m arginal a la ley II del títu lo I del libro VI de la Re­ de convivencia dom inante entre indias y españoles,
copilación de las leyes de los reynos de las Indias (Edi­ sin que fuese ocasión de desdoro social p ara éstos,
tad a por Ju liá n de Paredes, M adrid, 1681 —au nque m ientras que, a despecho de la tem p ran a aceptación
la aprobación del rey, y, por tanto, su fecha de vigen­ por las leyes, todos los autores se m uestran contestes
cia sea del 4 de mayo de 1680, por lo que com únm ente en que el m atrim onio entre varón español y m u jer
se la designa como «Recopilación de 1680»), folio 180, india era, salvo excepciones, socialm ente vergonzo­
recto y verso, el con n u b iu m (o sea, la nupciabili- so. Baste p ara ello c ita r a Solórzano Pereyra (Políti­
dad bilateral: varón de A o B con m u jer de B o A) ca indiana, M adrid, 1647), quien al h a b la r de los
entre indios y españoles fue ya au torizado po r Fer­ mestizos, dice: «Pero porque lo m ás ordinario es, que
nando V en 1514 y refrendado —tal vez porque en­ nacen de ad u lterio o de otros ilícitos, y punibles
tretan to se hubiese in terp u esto alguna revisión al ayuntam ientos, porque pocos Españoles de honra hay
respecto— por Felipe II en 1556, al cual quizá se debe [y esto, nótese bien, todavía siglo y m edio después
la explicitación de la bilateralidad específica del con­ del Descubrim iento], que casen con Indias o Negras
nubium .: «... Y m andam os que ninguna orden nues­ |subrayado mío], el qual defecto de los natales [su­
tra [esto es, del Rey de E spaña en general, no del pongo que quiere decir de los nacidos de sem ejan­
propio Felipe II en particular, que precisam ente em ­ tes uniones ilícitas] les hace infam es, p o r lo m enos
pezaba a rein a r ese año mismo], que se huviere dado, infam ia fa c ti...» (libro II, capítulo XXX, núm ero 21).
o po r Nos fuere dada, pueda im pedir, ni im pida el Si esto era así para las uniones de varón español con
m atrim onio entre los Indios e las Indias con Espa­ m ujer india, ya podem os su p o n er lo que sería para
ñoles o Españolas [subrayado mío] ...». Parece m uy lo inverso. De hecho, el propio Solórzano, en el nú­
probable que tan e scru p u lo sa explicitación respon­ mero uno del m ism o capítulo y libro, lo tiene tan
da a una preocupación po r las circu n stan cias socia­ poco en cuenta que, a diferencia de las leyes, ni tan si­
les que se dab an de hecho. A parte de la m era quiera le viene a las m ientes la posibilidad del caso:
violación ocasional com o p rác tic a general de toda «Declarado ya lo perteneciente al estado, y condición

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de los indios, quiero re m a ta r este libro, diciendo
algo de los que nacen en las Indias de Padres E spa­
ñoles [quiere decir "p ad re y m ad re’’] que allí vulgar­
m ente los llam an Criollos, y de los que proceden
de Españoles, e Indias, que se llam an Mestizos, o de
Españoles, y Negras, que se llam an Mulatos». Como
se ve, en am bos casos, da por supuesto exclusivam en­
te el varón español, y, correlativam ente, de raza in­
dia o negra siem pre la m ujer. La explicación de este
olvido la encontram os en el núm ero 32 del m ism o
capítulo y libro, que pertenece ya a los añadidos que
le puso Francisco R am iro de Valenzuela al re e d ita r
la obra de Solórzano en 1736-1739: Ap é n d i c e I.
I a Peregrina
«Los mestizos es la mejor mezcla que hay en Indias,
y son los hijos de Españoles, e Indias; y también lo
serán si un Indio se casase con una Española, aunque
esto sucede rara vez» [subrayado mío]. Terrible anim al debió de se r el p erro (único, esta
vez, al parecer), que llevaron G asp ar de M orales,1
De m odo que au nque el c onnubium , o la nupcia- prim o del g o b ern ad o r P ed rad as, y un joven capitán
bilidad bilateral, estab a ya en las leyes desde 1514, llam ado Peñalosa, p arien te de doña Isabel de Boba-
no sólo seguía siendo, al m enos hacia 1647, social­ dilla, m u jer de Pedrarias, enviados p o r éste con 150
m ente poco honroso el m atrim onio en tre varón es­ hom bres —según G om ara— o sólo con 60 —según
pañol y m u jer india, sino que casi otros cien años Las C asas— a las islas p erlíferas que había descu­
m ás tarde el m atrim onio de un indio con una espa­ bierto N úñez de B alboa en el golfo de San Miguel,
ñola era, al parecer, todavía sum am ente insólito. Este llam adas po r los indios islas Terarequí, y a la m a­
c a rá c te r sexualm ente unidireccional de las uniones yor de las cuales h ab ía bautizado B alboa com o Isla
inter-raciales (frente a la bidireccionalidad del con­ Rica. Llegado, pues, G aspar de M orales a la costa del
nubium ) es lo que ju stifica calificar al tan celebra­ Pacífico, com o no hallaron m ás que cu a tro canoas,
do «m estizaje» de violación étnica del vencido po r dejó a Peñalosa, con la m itad de los hom bres, en el
el vencedor. señorío de un cacique llam ado Tutibra, y él se fue,
con los dem ás, al pueblo de otro cacique, llam ado
Tumaco, que los recibió bien y los quiso convidar y
hospedar «pero no se lo consintió —enlazo ya con
1. « E l c a p itá n G a s p a r d e M o rales, c ria d o e p rim o de P e d ra ria s,
qu e fu e a la m a r d el s u r e a la I s la R ic a d e la s P e rla s, p a s s o a
e lla e ovo m u c h a s p e r la s a llí, e m u ch o o ro en la s p r o v in c ia s e c a ­
c iq u e s p o r d o n d e an duvo.»

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el texto literal de Las C asas— el an sia de las p erlas las más, el cual, sabiendo que venían, o porque h a­
que esperaban haber, que los llevaba y m andaba; así, bía sido ya inform ado del estrago que en aquella
luego, el día siguiente, saltó G aspar de M orales con prim era isla dejaban hecho, o po r la fam a de sus o r­
la m itad de los españoles en c ie rta s canoas grandes dinarias crueldades, salió con su gente a les defen­
y Francisco P izarra en o tra s con los dem ás, los cu a­ der la e n trad a en su isla, o, p o r ventura, después de
les dende a poco navegando, no quisieran, po r cu an ­ entrados, echallos; el cual hecho huir, con el p erro
tas perlas había en el m undo, h a b e r allí entrado. [...] desgarrados algunos de los suyos, no p o r eso dejó
Levantóse tanto la mar, de que vino la noche, que to­ de to rn a r c u a tro veces con la gente que m ás podía
dos pensaron perecer, y las canoas una de o tra a p a r­ recoger, probando si pudiera d esterrallo s de su
tadas, que no se vieron, cada uno de ellos creía se r tierra o m atallos.
los otros anegados. Por grande ventura, finalm ente »Intervinieron los indios que llevaban los esp a­
apo rtaro n a la m añana todos a una de las islas, que ñoles consigo, chiapenses y tum achenses, amigos,
son m uchas, lo cual tuvieron p o r m ilagro que Dios diciéndoles que los españoles eran m uy fu ertes y
hacía p o r ellos, com o por personas que tan to le se r­ que todo lo sojuzgaban [...] y con estos ejem plos
vían en a n d a r en aquellos pasos santos.2 y persuasiones hubo de venir a ellos pacíficam ente.
»H allaron la gente della toda en solem nes fiestas Metiólos en su casa, la cual dijeron que era m ara­
ocupada, y porque tenían de costum bre, cuando villosam ente hecha y m uy m ás que o tras de caci­
aquellas fiestas celebraban, e s ta r todas las m ujeres ques señalada; hizo sa c a r una cesta de vergas m uy
sin verse con los m aridos ap artad as, y los m aridos lindas hecha, llena de p erlas que pesaron 110 m a r­
lo m ism o sin ellas a o tra parte, y los españoles lle­ cos, todas m uy ricas, y entre ellas una que pocas p a­
garon p o r la p a rte donde ellas estaban, no hicieron rece haberse hallado en el m undo tan grandes ni
m enos que tom allas todas y captivallas y atallas. Há- tales era com o una nuez pequeña (otros dijeron que
cese m andado a los m aridos, los cuales com o leones como una p era cerm eña)». Francisco López de Go­
bravos, vienen con sus varas tostadas, porque no tie­ m ara la describe así: «De tre in ta y un quilates, he­
nen ni usan flechas, y dan en los españoles m uy de chura de cerm eña, m uy oriental y perfectísim a». Así
presto y dellos hirieron algunos, pero no les hicieron perm aneció, al parecer, G aspar de M orales, con sus
heridas de lom bardas. S ueltan el perro que llevaban com pañeros, unos cuantos días, en la hospitalidad
y va a los indios y en ellos hace terrib le estrago; h u ­ de este cacique, a quien bautizó bajo el nom bre de
yen los triste s asom brados de tal género de arm as, Pedrarias, po r el gobernador, y d u ran te ese tiem po
y aunque m uchos m urieron y pensaban m orir, pero debió de p ro ced er tam bién a lo que dice Oviedo con
por la rabia de ver llevar sus m ujeres y hijas to rn a ­ las siguientes palab ras textuales: «E p o r escures^er
ron a ir tra s los españoles, tiran d o varas, por libra- el d escubrim iento que avía fecho de aquella m a r e
lias; ninguna cosa les aprovechó sino para m orir m ás islas Vasco N úñez de Balboa, co m en tó a to m a r pos­
de los que restaban. De allí fueron estos pecadores sesiones po r auto de escribano, assí en las islas como
a la isla m ás grande, donde tenía su asiento y casa en otras partes, pidiendo testim onio en nom bre de
real el rey y señ o r de aquellas islas, o al m enos de Sus A ltelas e del g o b ern ad o r P edrarias Dávila; e
m udó el nom bre de la isla, e llam óle Isla de Flores,
2. U no de lo s m il v e c e s r e ite ra d o s s a r c a s m o s de L a s C a sa s. porque assí se lo avía m andado el gobernador». H as­

590 591
ta aquí Oviedo, y retorno, saltan d o una página, al vaban por amigos, que tam bién los seguían de miedo;
texto de Las Casas: «... m ientras estos andaban sal­ ali'atizáronlos y p o r el ra stro habidos, tru járo n lo s
teando p o r las islas y tard a ro n en la de aquel señ o r Iliosos a padre e hijo. Pusiéronlos luego a torm entos,
de todas ellas, Peñalosa y los que con él quedaron <|iic es su p rim e r remedio, los cuales les daban y dan
en el pueblo de Tutibra hicieron las o bras a los ve­ hoy gravísim os, azom ándoles el perro que les daba
cinos de él y los otros pueblos que siem pre han acos­ mis dentelladas bien recias: descubrieron los que en
tu m b rad o a hacer, y p rincipalm ente son a n d a r tras ( liucham a se habían m uerto y la gente que venía so­
de las m ujeres y e sc u d riñ a r y ro b ar cuanto pudie­ bre ellos. Fue grandísim o el m iedo que cayó en Mo­
sen. Fueron parez q u e 'ta le s los agravios que resci- rales y en todos ellos, sabido los que eran m uertos,
bieron, que aco rd aro n de m atallos a ellos allí, y esperando verse tam bién ellos en aquel peligro. Usó,
después a G asp ar de M orales y a los suyos en el ca­ empero, deste aviso: que el cacique C hiruca enviase
m ino cuando volviesen, p a ra lo cual se conjuraron i llam ar secretam ente a cada uno de los caciques que
los caciques que alred ed o r h ab ía que p o r agravia­ venían, que eran 18 o 19, so color que les querían avi­
dos se tuvieron. A ndaba con el G asp ar de M orales ar de cosas antes que acom etiesen, protestándole,
un cacique llam ado C hiruca, con un hijo suyo m an­ que si en esto no fuese fiel, que lo h ab ían de ec h ar
cebo, m ostrando m ucha afición a los españoles, o por luego al perro; él lo hizo así por miedo, sin o sa r pen­
am or verdadero (pero no sé po r qué m erecim iento), sar en el contrario, p o r irle m ás que juram ento. En
o po r miedo, o po r e sp ec u lar sus costum bres, fingi­ viniendo cada uno, echábanlo en la cadena, que era
dam ente, com o yo m ás creo, p a ra después, cuando un instru m en to tan usado entre los españoles, que
se ofreciese o p o rtunidad, d a r en ellos. nunca an d ab an sin ella, p ara p ren d er indios y h acer
»Llegados, pues, y desem barcados de las canoas esclavos, y en ella iban los que les llevaban ¡as c a r­
en la tie rra firme, G aspar de M orales envió a un Ber- cas porque no se huyesen, porque aquellos eran sus
nardino de M orales con 10 hom bres a llam ar al Peña- acém ilas donde quiera que m udaban el pie.
losa y a los que con él había dejado en Tutibra, p ara »De aquella m anera y con aquella in d u stria hobo
se ir todos, parez que p o r o tro cam ino al Darién. Es­ a las m anos todos los caciques, sin que se sintiese
tos llegaron al pueblo de un cacique que había por cosa dello h asta que estaban todos presos. En este
nom bre Chucham a, de los conjurados, el cual los res- liempo, allegó Peñalosa con su com pañía, que debía
cibió bien y dióles de comer, m ostrándose m uy am i­ escaparse antes de sa b er y in c u rrir el peligro, con
go; pero a la noche, esta n d o bien durm iendo, hizo que m ucho G aspar de M orales y los suyos cobraron
poner fuego a la casa donde dorm ían, y en ella que­ esfuerzo, teniéndolos ya por perdidos; acordaron de
mó dellos y achocaron los que p o r el fuego huyendo salir contra los que venían, que no estaban muy ap er­
salían. Súpolo luego el cacique C hiruca, que esta b a cibidos esp eran d o a sus caciques. Llevó la d elante­
con G aspar de M orales y su com pañía, y fue avisa­ ra Francisco Pizarro, y dando en ellos al c u arto del
do cóm o los conjurados ya cerca venían, por cuya alba, diciendo Santiago, cuando vino del todo la luz
causa o porque él era en el conjuro o de m iedo de los del día contaron m uertos sobre 700. H abida esta vic­
españoles no se le im putase algo, huyóse con su hijo toria, M orales m andó a p e rre ar todos los 18 caciques
aquella noche; pero luego que los h allaron m enos, (con Chiruca, que fueron 19) p ara diz que m eter m ie­
enviaron tras ellos españoles y indios, de los que lle­ do en toda la tierra.»

593
H asta aquí el texto literal de Las Casas, que cuenta chico ni grande de todos ellos, im itando la crueldad
luego cóm o M orales dilata su expedición por la cos­ herodiana, para que los indios que venían de guerra
ta del m ism o golfo de San Miguel, h asta las tie rra s contra ellos se detuviessen allí, viendo e contem plan­
de un cacique llam ado B irú (del que luego deriva­ do aquel crudo espectáculo; e assí se puso por la obra,
rían los españoles el nom bre del Perú, que dieron e degollaron desta m anera sobre noventa o gient per­
al im perio de los Incas, situado cientos de kilóm e­ sonas. Pero en fin, este crudo ardid fue causa de que­
tros m ás al Sur), dejando asolados y saqueados m u­ dar los chrisptianos con las vidas; porque entretanto
chos pueblos, aunque el cacique vuelve a ju n ta r su que los indios se detuvieron a m irar e llorar los m uer­
gente y, retom o ya el texto literal de Las Casas, «vie­ tos, e tan extraño caso, el capitán G aspar de M orales
ne a ellos terriblem ente; y con tan to esfuerzo pelea­ con su gente se puso en salvo, e se fue su cam ino a
ron, que po r gran p a rte del día no pareció quien más que andar. En fin, él llegó al Darién, donde fue
vencía; pero al cabo había la d erro ta de c a er sobre t ractado e dissim ulado con él, por prim o e criado del
los tristes, com o suele, po r la ferocidad del perro, y gobernador, sin castigo ni pena ni otra reprehensión,
po r las ballestas y po r las esp ad as que a los desnu­ de cosa que m al oviesse fecho en su viaje, en el qual
dos co rtab an p o r medio, y así huyeron; viendo Gas­ ovo m uchas perlas, e entre ellas una de hechura de
p ar de M orales que aquel cacique y sus vasallos eran pera, que pessó treinta e un quilates; por la qual, pues­
gente recia, no osó esp erarlo s más, sino volverse al ta en alm oneda, dio un m ercader, llam ado Pedro del
pueblo de C hiruca, dejado, así com o está dicho, pre­ Puerto, m ili e doscientos pessos de oro, e fue suya.
dicado el Evangelio.3 Las gentes de los 19 caciques E la tuvo una noche o dos, e con m ucho trabaxo; e
aperreados, viéndose así privados de sus n atu rales acordándose que avía dado tanto po r ella, no hacía
señores, y el m uchacho, hijo de C hiruca, sin su p a­ sino so sp irar e se torn ó quassi loco. E cobdigiándola
dre, acordaron de ju n ta rse p ara e sp e ra r los españo­ el gobernador, tuvo form a de d ar por ella los mesmos
les, cuando del Birú tornasen, si pudiesen m atallos». dineros, puesto que [aunque] algunos quisieron decir
H asta aquí el texto literal de Las Casas, a quien que todo avía seydo cautela. E sta perla es aquella
dejamos, para seguir con el de Fernández de Oviedo, mesm a que se dixo en el libro XIX, capítulo VIII, que
que nos cuenta m ás detalladam ente la conclusión del la E m peratriz, nuestra señora, de gloriosa m em oria,
episodio, y dice así: «E teniendo assentado su real [se la com pró después a doña Isabel de Bovadilla, m u­
refiere a G aspar de M orales y los suyos] en la rib era jer del gobernador Pedrarias Dávila». H asta aquí Fer­
de un río vieron m ucha gente de indios que venían nández de Oviedo. Según el padre Las Casas, la
de g u erra a cobrar, si pudiessen, sus m ujeres e hi­ em peratriz pagó po r ella 4 000 ducados, y es la que
jos e parientes, que este capitán les llevaba robados; todavía hoy puede verse, en el m useo del Prado, pin­
y el capitán ovo su consejo con A ndrés de V alderrá- tada al cuello de la em peratriz doña Isabel de Portu­
bano e con un mangebo, que se degía el capitán gal, en el m agnífico retrato que le hizo Tiziano.
Peñalosa, p arien te de la m uger de Pedrarias, e aco r­ (Los textos literalm ente citados pertenecen a la His­
daron de degollar en cuerda todos los indios que es­ toria de las Indias de Bartolomé de las Casas, libro III,
taban pressos e atados, no perdonando m uger ni niño capítulos LXV y LXVI y a la Historia general y natu­
ral de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo,
3. N u evo s a r c a s m o típ ic o de F ra y B a rto lo m é . libro XXIX, capítulo X.)

594 595
nos tenían muy buena voluntad; por tanto, que nos
parecía que no convenía al servicio de vuestras ma­
jestades, y que en tal tierra se hiciese lo que Diego
Velázquez había mandado hacer al dicho capitán Fer­
nando Cortés, que era rescatar todo el oro que pudie­
se, y rescatado, volverse con todo ello a la isla
Fernandina, para gozar solam ente dello el dicho Die­
go Velázquez y el dicho capitán, y que lo mejor que
a todos nos parecía era que en nombre de vuestras
reales altezas se poblase y fundase allí un pueblo en
que hubiese justicia, para que en esta tierra tuviesen
señorío, como en sus reinos y señoríos lo tienen; por­
que siendo esta tierra poblada de españoles, demás
Ap én d ic e II. de acrecentar los reinos y señoríos de vuestras m a­
«M ire v u e sa m e rc e d q u e es ex tre m eñ o » jestades y sus rentas, nos podrían hacer mercedes a
nosotros y a los pobladores que de m ás allá viniesen
adelante. Y acordado esto, nos juntam os todos en con­
cordes de un ánimo y voluntad, y hicimos un reque­
rimiento al dicho capitán, en el cual dijimos que, pues
El ep iso d io in icial de lo q u e ta n ta tu rb a c ió n y e s­ él veía cuánto al servicio de Dios Nuestro Señor y al
c á n d a lo p ro d u jo en el a lm a de F e rn á n d e z de O viedo de vuestras m ajestades convenía que esta tierra es­
es el que, e x tra íd o de la s Cartas de relación de H e r­ tuviese poblada, dándole las causas de que arrib a a
n án C o rté s 1 (c a rta p rim era ), tra n s c rib o ín teg ro a vuestras altezas se ha hecho relación, que le requeri­
c o n tin u ac ió n : mos que luego cesase de hacer rescates de la manera
que los venía a hacer, porque sería destru ir la tierra
«Después de se haber despedido de nosotros el di­ en mucha manera y vuestras majestades serían en ello
cho cacique y vuelto a su casa en mucha conformi­ muy deservidos, y que ansí mismo le pedimos y re­
dad, como en esta arm ada venimos personas nobles, querim os que luego nom brase para aquella villa que
caballeros hijosdalgo celosos del servicio de Nuestro se había por nosotros de hacer y fundar alcaldes y
Señor y de vuestras reales altezas, y deseosos de en­ regidores en nom bre de vuestras reales altezas, con
salzar su corona real, de acrecentar sus señoríos y de ciertas protestaciones en forma que contra él protes­
aum entar sus rentas, nos juntam os y platicam os con tamos si ansí no lo hiciese. Y hecho este requerimiento
el dicho capitán Fernando Cortés, diciendo que esta al dicho capitán, dijo que daría su respuesta al día
tierra era buena y que, según la m uestra de oro que siguiente: y viendo, pues, el dicho capitán cómo con­
aquel cacique había traído, se creía que debía de ser venía al servicio de vuestras reales altezas lo que le
muy rica, y que según las m uestras que dicho caci­ pedíamos, luego otro día nos respondió diciendo que
que había dado, era de creer que él y todos sus indios su voluntad estaba más inclinada al servicio de vues­
tras m ajestades que a otra cosa alguna, y que, no mi­
I. B.A.E. Tom o vigesim o segu n d o , Historiadores primitivos de In­ rando al interese que a él se le siguiera si prosiguiera
dias, c o le cc ió n d ir ig id a e ilu stra d a p o r don E n riq u e d e V edia, im ­ en el rescate que traía presupuesto de rehacer los
p re n ta y e s te r e o tip ia d e M. R iv a d e n e y ra , M ad rid , 18 5 2 , to m o grandes gastos que de su hacienda había hecho en
p rim ero , p ág. 8. aquella arm ada, juntam ente con el dicho Velázquez,

596 597
antes, posponiéndolo todo, le placía y era contento de cortado, le proveimos, en nom bre de vuestras reales
hacer lo que por nosotros le era pedido, pues que tanto altezas, de justicia y alcalde mayor, del cual recibimos
convenía al servicio de vuestras reales altezas; y lue­ el juramento que en tal caso se requiere; y hecho como
go comenzó con gran diligencia a poblar y a fundar convenía al servicio de vuestra majestad, lo recibimos
una villa, a la cual puso por nom bre la rica villa de en su real nom bre en nuestro ayuntam iento y cabil­
la Veracruz, y nom brónos a los que la de antes sus­ do por justicia mayor y capitán de vuestras reales a r­
cribimos por alcaldes y regidores de la dicha villa, y mas, y ansí está y estará hasta tanto que vuestras
en nombre de vuestras reales altezas recibió de noso­ majestades provean lo que más a su servicio conven­
tros el juram ento y solenidad que en tal caso se acos­ ga. Hemos querido hacer de todo esto relación a vues­
tum bra y suele hacer, después de lo cual, otro día tras reales altezas por que sepan lo que acá se ha
siguiente entram os en nuestro cabildo y ayuntamien­ hecho y el estado en que quedamos».
to; y estando así juntos enviamos a llam ar al dicho
capitán Fernando Cortés y le pedimos en nombre de 1.a estratagem a de C ortés aquí d escrita podría ser­
vuestras reales altezas que nos m ostrase los poderes vir de ilustración p arad ig m ática a la noción de «tec-
y instrucciones que el dicho Diego Velázquez le ha­ nicidad» de Cari Schm itt, según los siguientes
bía dado para venir a estas partes; el cual envió lue­
go por ellos y nos los mostró, y vistos y leídos por pasajes de su libro La Dictadura (versión castella­
nosotros, bien examinados, según lo que pudimos me­ na de José Díaz García, Alianza E ditorial S.A., Ma­
jo r entender, hallam os a nuestro parecer que por los drid, 1985): «Esta trip le dirección hacia la dictad u ra
dichos poderes e instrucciones no tenía más poder el (aquí se em plea esta p alab ra en el sentido de u n a es­
dicho capitán Fernando Cortés, y que por haber ya pecie de ordenam iento que no se hace d epender po r
expirado no podía u sar de justicia ni de capitán de principio del asentim iento o de la com prensión del
allí adelante. Pareciéndonos, pues, muy excelentísimos destinatario ni espera su consentim iento), integrada
príncipes, que para la pacificación y concordia den- por el racionalism o, la tecnicidad [subrayado mío] y
tre nosotros y para nos gobernar bien convenía po­ la ejecutividad, señala el com ienzo del E stado m o­
ner una persona, para su real servicio que estuviese
en nombre de vuestras m ajestades en la dicha villa, derno. El E stado m oderno ha nacido histó ricam en ­
y en estas partes por justicia mayor y capitán y cabe­ te de una técnica [subrayado mío] política. Con él
za, a quien todos acatásemos hasta hacer relación com ienza, com o un reflejo teorético suyo, la teo­
dello a vuestras reales altezas para que en ello pro­ ría de la razón de Estado, es decir, una m áxim a
veyesen lo que más servidos fuesen, y visto que a sociológico-política que se levanta p o r encim a de la
ninguna persona se podría dar mejor el dicho cargo oposición de derecho y agravio, derivada tan sólo de
que al dicho Fernando Cortés, porque además de ser las necesidades de la afirm ación y la am pliación del
persona tal cual para ello conviene tiene muy gran poder político», (págs. 43-44). «La abu n d an te litera­
celo y deseo del servicio de vuestras majestades, y an- tura de la razón de E stado [...] en la que la p ráctica
simismo por la m ucha experiencia que destas partes
y islas tiene, de causa de los cuales ha siem pre dado del poder político se m anifiesta en la pura consecuen­
buena cuenta, y por haber gastado todo cuanto tenía cia de su tecnicidad, sólo conoce en verdad, incluso
por venir, como vino, con esta arm ada en servicio de allí donde se inclina ante la santidad del derecho, las
vuestras majestades, y por haber tenido en poco como representaciones del derecho que están vigentes de
hemos hecho relación, todo lo que podía ganar y inte­ hecho [subrayado mío], las cuales, precisam ente por­
rese que se le podía seguir si rescatara como tenía con- que pueden s e r un poder efectivo, pertenecen tam ­

598 599
bién a la situación de las cosas» (pág. 44, m ás abajo). taciones en forma [subrayado mío: o sea, con los
Analicemos, pues, las tres jo rn a d a s de la a d m ira ­ debidos requisitos reglam entarios] que contra
ble com edia tra n sc rita m ás a rrib a del texto literal él protestam os si ansí no lo hiciese». Nótese aquí
de las célebres Cartas de relación. cómo la iniciativa de reconsiderar la convenien­
cia de los planes prim itivos no se hace p a rtir del
Jornada primera: capitán Cortés, sino que es p uesta en boca de
a) C onsideración de las antes ignoradas condicio­ sus subordinados, como un requerim iento de és­
nes de la tierra: buena calidad de la tierra, abun­ tos dirigido a aquél, con exigencia de respuesta.
dancia de oro y m uestras de buena voluntad por
p a rte de los indios («situación de las cosas», en Jornada segunda:
p alabras de Schm itt). a) Cortés se ha tom ado la noche p ara m editar y de­
b) C onsideración de que p a ra el servicio del so­ cid ir y a la m añ an a siguiente responde «dicien­
berano, o sea p ara «ensalzar su corona real» y do que su voluntad estab a m ás inclinada al
p ara «acrecen tar sus señoríos y [...] a u m e n tar servicio de vu e stra s m ajestades que a o tra cosa
sus rentas» («necesidades de la afirm ación y alguna». De nuevo «las necesidades de afirm a ­
am pliación del poder político», en p alab ras de ción y am pliación del p o d er político» (Schmitt)
Schm itt), «no convenía [... y subrayado mío] que se anteponen a cualesquiera otras consideracio­
en tal tie rra se hiciese lo que Diego Velázquez nes. Y, en consecuencia,
había m andado h a c er al dicho cap itán F ernan­ b) «comenzó con gran diligencia a p o b lar y a fun­
do Cortés, que era resc a ta r todo el oro que p u ­ d a r una villa, a la cual p uso por nom bre la rica
diese y, rescatado, volverse con todo a la isla villa de la Veracruz, y nom brónos a los que la
Fernandina». de antes suscribim os por alcaldes y regidores
c) C onsideración de que lo que convenía (siem pre [...] y en nom bre de vuestras reales altezas reci­
para «acrecentar los reinos y señoríos de vues­ bió de nosotros el juram ento [subrayado mío] y
tras m ajestades y sus rentas» o sea, en palabras solenidad que en tal caso se aco stu m b ra y sue­
de Schm itt ya citad as en b, «necesidades de la le hacer, después de lo cual,»
afirm ación y am pliación del poder político») Jornada tercera:
«era que en nom bre de vuestras reales altezas a) «otro día siguiente, entram os en nuestro [subra­
se fundase y poblase allí un pueblo en que h u ­ yado mío] cabildo y ayuntam iento». Este es el
biese ju sticia » [subrayado mío, es decir, con en­ paso y el punto decisivo: al poder m ilitar, crea­
tidad ju ríd ic a form al propia], dor de derecho (W. Benjam in) corresponde fun­
d) Decisión y acción de req u e rir a Cortés «que lue­ d a r la ciudad, d a rle nom bre y d esignar a sus
go cesase de hacer rescates de la m anera que los m agistrados, pero, una vez fundada la ciudad,
venía a hacer» y que «nom brase para aquella vi­ se ha creado un lugar jurídico, es decir, un espa­
lla que se había p o r nosotros de h a c er y fu n d ar cio carism àticam en te dotado de ius loci, de ahí
alcaldes y regidores en nom bre de vuestras al­ que la e n tra d a física del cabildo en pleno en
tezas», su ayuntam iento, en el sentido de edificio físi­
e) conm inándole incluso a ello «con ciertas protes­ co, sea el acto sacram ental de una au téntica

600 601
tom a de posesión de la a u to rid ad a d scrita al ius zón de Estado] sólo conoce en verdad, incluso
loci dim anante del lugar jurídico fundado. Ya no allí donde se inclina ante la santidad del dere­
se tra ta del m ando de un hom bre sobre otros, cho [subrayado mío], las representaciones del de­
como en la m ilicia o la m arina, sino de la au to ­ recho que están vigentes de hecho, las cuales,
ridad en que se en c arn a el derecho del lugar. precisam ente porque pueden ser un p o d er efec­
b) En nom bre de ese derecho y desde su ayunta­ tivo, pertenecen tam bién a la situación de las
miento, el cabildo «estando así juntos [subraya­ cosas».
do mío: el c a rá c te r de «junta» es esencial a la d) «Pareciéndonos, pues, [...] que p ara la pacifica­
índole juríd ica del municipio] enviamos a llam ar ción y concordia dentre nosotros y p ara nos go­
a dicho capitán Fernando Cortés [ahora son ellos b e rn a r bien convenía poner una persona [...] en
los que, en nom bre del ius loci de cuya a u to ri­ nom bre de v u estras m ajestades en la dicha vi­
dad están investidos, pueden reclam ar la presen­ lla y en estas p a rte s po r ju sticia m ayor y capi­
cia ante sí de quien quiera que se halle dentro tán y cabeza, a quien todos acatásem os [...] y
de los térm in o s jurisd iccio n ales del lugar] y le visto que a ninguna persona se podía d a r m ejor
pedim os en nom bre de v u estras reales altezas el dicho cargo que al dicho Fernando C ortés [...]
que nos m o strase los poderes y instrucciones le proveimos, en nom bre de v u estras reales a l­
que el dicho Diego Velázquez le había dado para tezas, de ju stic ia y alcalde mayor, del cual reci­
venir a estas partes» [subrayado mío: «estas p a r­ bim os el juram ento [subrayado mío] que en tal
tes» que ayer era tie rra de nadie o costa de sal­ caso se requiere; y [...] lo recibim os [...] en n ues­
vajes, pero que hoy son toda u n a ciudad con tro ayuntam iento y cabildo por ju sticia m ayor
ju risdicción sobre quienquiera esté entre el nú­ y capitán de v u estras reales a rm a s ...». Lo su b ­
m ero de sus vecinos]. rayado aquí encim a expresa el m om ento que
c) «el cual [Cortés] envió luego p o r ellos y nos los com pleta la operación: m ien tras en la jo rn a d a
m ostró, y vistos y leídos [¡ahora tienen a u to ri­ segunda es el cabildo, nom brado po r Cortés, el
dad p ara b a sta n te a r los poderes del m ism ísim o que p resta juram ento, y C ortés quien lo recibe,
Cortés, que ayer m ism o los había nom brado y ahora, en la tercera jornada, es Cortés quien ju ra
les había tom ado juram ento!] por nosotros [...] el cargo para el que ha sido nom brado por el ca­
hallam os [...] que por los dichos poderes [...] no bildo —que p o r el ju ram en to a n te rio r ante el
tenía m ás p o d er [...] y [...] no podía u s a r de ju sti­ propio C ortés tiene ahora atrib u cio n es para
cia ni de c ap itán de allí adelante». En esta in­ ello—, y el cabildo el que ahora le tom a juram en­
versión total de la relación de a u to rid ad entre to, convalidándole y ratificándole así la a u to ri­
Cortés y la ju n ta c a p itu la r de la Villa Rica de dad de justicia m ayor y capitán general. Ha sido,
la Vera Cruz, a través de la cual se hace posible pues, la constitución de un m unicipio la que en
el paso que le sigue (d) y que es el térm ino y co­ el ius loci inherente a éste ha fundado un poder
ronación al que todo el proceso se o rien tab a es ju ríd ic o con capacidad b a sta n te p ara d a r po r
donde hallam os la ilustración m ás ejem plar del nulos los poderes personales otorgados por Die­
pasaje de S chm itt citado m ás arrib a: «la p u ra go Velázquez a Cortés y p ara proveerle ahora de
consecuencia de [la] tecnicidad [en la que la ra­ poderes nuevos legitim ados p o r la sola autori-

602 603
dad m unicipal, a u to rid ad que ya no se rem ite ton, con toda probabilidad, ju n to con los ya m uy
a la del g obernador de la isla Fernandina (es de­ m erm ados hidalgos, el núcleo principal de los con­
cir, Cuba) sino directam ente a la del soberano. quistadores y colonizadores de Am érica, y a ellos
En todo ello es sum am ente in teresan te se ñ a la r la pertenecía, casi seguram ente, el propio H ernán Cor­
extraordinaria vitalidad histórica del originario m u­ les, com o tal vez lo indique el hecho —m ás propio
nicipio romano, que sobrevivió bastante bien durante tie caballero ciudadano que de hidalgo viejo— de que
toda la m onarquía visigoda, resistió —tal vez, en su padre lo enviase a e stu d ia r leyes a Salam anca, y,
algunos m om entos, sem isum ergido com o un gua- si bien parece que ap en as llegó a hacerse bachiller,
dian a—, y reafloró vigorosam ente en la Baja Edad hay que reconocer que sus disip ad as noches de es­
Media, favorecido cada vez m ás p o r el poder real tudiante p u tañ ero no fueron, ciertam ente, estorbo
en su lucha p o r au m e n tar su hegem onía sobre el suficiente p ara im pedirle que aprendiese con su p re­
estam ento nobiliario, y especialm ente con la tra n s­ ma agudeza exactam ente lo que necesitaba, pues la
form ación del derecho personal, otorgado po r el rey, m agistral perfección de la com edia jurídico-política
de los ciudadanos francos («francos de carta»), que representada en la Villa Rica de la Vera Cruz reside
fueron el p rim e r núcleo de la b urguesía medieval, justam ente en el m odo incom parable en que el m ás
libre respecto de los nobles y directam ente vincula­ crudo y desnudo instinto de dom inación logra llevar
da al rey, en el derecho local de las «villas francas», a cabo sus designios de poder precisam ente a tra ­
m erced al cual se constituyeron los «caballeros ciu ­ vés del m ás e scru p u lo so y extrem ado respeto del ri­
dadanos» —p rácticam en te eq u ip arad o s a la noble­ gor de las form alidades del derecho. Y en este punto,
za m enor aldeana de los hidalgos—, que dieron al no me parece aventurado decir que, en el caso de Cor­
m unicipio libre su m áxim o esplendor. E sta conver­ tés, la íecnicidad de Schm itt se m anifiesta en el modo
sión del derecho personal de la p rim era burguesía en que las form as ju ríd ic a s pueden ver reconduci-
de los individuos «francos de carta» en derecho lo­ da, incluso sin m anifiesta distorsión, su propia y es­
cal (ius loci) cum plía p ara los reinos españoles, el pecífica función reguladora y delim itad o ra h acia el
célebre dicho alem án: «Stadtluft m achí frei» («El aire sentido advenedizo de una función in stru m en tal re­
de la ciudad hace libre»), de m anera que el poder de gida po r un fin político exterior prem editado.
las nuevas villas francas, o ciudades libres, venía a Pero la vieja m entalidad caballeresca de F ernán­
se r com o un vigorosísim o renacim iento del antiguo dez de Oviedo estaba ce rra d a a cu alq u ier capacidad
m unicipio rom ano frente a la ya decreciente noble­ de com prensión p ara hechos que, com o los de C or­
za estam ental. Estos «caballeros ciudadanos», de tés, en carnaban, en toda su deform idad, el siniestro
cuyo apoyo se valió el rey p a ra alcanzar su definitiva «espíritu de los tiem pos nuevos» —generador del Es­
hegem onía sobre la nobleza, y de quienes, ya en el tado M oderno—, y no podía m ás que ren u n c iar a ex­
siglo X V , el A rcipreste de Talavera, designándolos plicárselos, atribuyéndolos hum ildem ente a «otra
com o «caballeros burgueses», decía irritad o : «tanta definición su p e rio r e juicio de Dios que no alcanza­
es su soberbia que non caben en el m u n d o »,2 fue- mos» y claudicando expresam ente ante la divinidad
con estas, ya citadas, palabras: «y com o él es move-
2. Todos lo s d a to s a p o r ta d o s h a s ta a q u í so b re la b u rg u e s ía m e­
dor de todo (o m as servido de lo que sub^ede) e sin su
d iev al e stá n to m a d o s d el a d m ira b le e s tu d io d e L u is G. de V ald ea- voluntad ninguna cosa se puede concluir, tengam os
vellan o , Orígenes de la burguesía en la España Medieval, E s p a s a por m ejor lo que vemos efetuar, pues no se alcangan
C alp e, S.A ., M ad rid , 1969.

604 605
los fines p ara que se hagen las cosas; e de la provi­
dencia de Dios no nos conviene p latic a r ni p e n sar
sino que aquello conviene». Hegel no se resignará a
esta incom prensión y racio n alizará los actos de la
san g rien ta Clío con la invención ad hoc del « E spíri­
tu Universal» y de la «astucia de la razón», pero el
resultado viene a se r el m ism o: la claudicación, sal­
vo que con el agravante de que, según suele decirse
de fas m edicinas am argas, «con a z ú ca r es peor».

A p é n d i c e III.
Corona de bulas, corona de espinas

Al p arecer Lorenzo el M agnífico le dijo en cierta


ocasión al papa Inocencio VIII, que «aunque un papa
pudiese tener todo el poder que se quisiera, con todo,
110 siendo inm ortal ni pudiendo h a c er su cargo he­
reditario, no tenía otros medios de p e rp etu ar su nom ­
bre m ás que los honores y los beneficios que otorgase
en vida a sus consanguíneos». Tal era el principio del
nepotism o papal, que, p o r lo dem ás, tenía ya alguna
tradición en tiem pos del papa Gian B attista Cibo.
Pero de hecho el nepotism o se dem ostró eficaz in­
cluso a efectos de la sucesión en el solio pontificio,
aunque el nepos tuviese que e sp era r dos o m ás cón­
claves en el card en alato p ara acceder a aquél. Así,
entre los doce papas que hubo en el período que aquí
interesa, o sea de 1455 a 1549, nos encontram os con
dos Borja, dos Piccolomini, dos Della Rovere y dos
Medici, e intercalados entre ellos Pietro B arbo (Pau­
lo II), G iam battista Cibo (Inocencio VIII) y Adriano
de U trecht (Adriano VI), para a c a b a r con A lejandro
Farnesio (Paulo III); de doce papas, pues, nada me­
nos que cu a tro fueron sobrinos de un papa anterior.

606
De estos c u a tro sobrinos o nepotes, acaso el m ás ■K dicha corona en Italia.1 Con todo, ya fuese por su
brillante, aunque no, ciertam ente, el m ás querido, fue habilidad m aniobrera en los cu atro cónclaves que
Rodrigo de Borja, que era hijo de una h erm an a de precedieron a su propio pontificado, en los que siem ­
Alfonso de B orja (Calixto III, po r nom bre papal), Isa­ pre acertó a m ontarse, a veces a ú ltim a hora y deci­
bel, pero B orja tam bién p o r su padre, Jofre de B or­ diendo m anifiestam ente la elección, en el c a rro del
ja, n ecesariam ente de p arentesco m ás rem oto con vencedor —acred itan d o con ello a su favor la g rati­
Alfonso. Nacido en Játiva en 1432, fue probablem ente tud de éste—, ya porque fuese realm ente com peten­
destinado a la Iglesia a la edad m ínim a canónicam en­ te en el cargo de vice-canciller, el caso es que Rodrigo
te exigida, o sea a los 6 años. Siendo Alfonso de B or­ de Borja conservó este puesto d u ran te los 34 años
ja todavía cardenal y su sobrino Rodrigo ya canónigo que siguieron a la m u erte de su tío Calixto III. Para
de Valencia, el año 1449, el prim ero solicita y obtie­
ne del p a p a N icolás V que Rodrigo pu ed a a u se n ta r­ I. Por eso, don J u liá n M a r ía s « p a d e sc e a llu c in a c ió n » , co m o di-
se de su diócesis, p ara resid ir p rim ero en Roma con i (a Kl B ró c e n s e , c u a n d o en su a r tíc u lo « ¿ C u á n ta s d iv is io n e s tie ­
él y después en Bolonia, en cuya universidad desea ne el p a p a ? » (El País, 6 d e a g o s to de 1978), d e fe n d ie n d o q u e e l
c a ste lla n o s e lla m e « e sp añ o l» , a le g a el te stim o n io d e B em b o , q u e
que com plete sus estudios. El 8 de a b ril de 1455 Al­ re firié n d o se a la c o rte de A le ja n d ro V I d ic e : «Poiclté le Spagne
fonso de B orja se vio exaltado a la C átedra de Pedro ii se vi re il loro Pontefice a Roma i loro pópoli mandato aveano,
y tom ó el nom bre papal de Calixto III; desde allí a rri­ . Valenza [su b ra yad o m ío] il colle Vaticano occupalo avea, a ' nostri
ba no esperó a cu m p lir un año de pontificado p ara uomini, e alie nostre donne oggimai altre voci, altri accenti avere
in bocca non piaceva, che Spagnuoli»-, ¿c ó m o s a b e M a ría s q u e con
e rig ir cardenales in pectore a sus sobrinos don Luis voci» y « accenti» «Spagnuoli », B e m b o se e s tu v ie s e re firie n d o a l
Ju an del M ilá y a nuestro Don Rodrigo; pero, m ás c a ste lla n o y no m ás bien a l c a ta lá n , o a am b o s, p o r lo m e n o s? E n
im portante todavía, apenas había cum plido el segun­ la c o rte de A le ja n d ro se h a b la b a in d istin ta m e n te c a ta lá n o c a ste ­
do año cuando, tra s o tra s v arias prebendas y m isio­ llano, p e ro e l p a p a m ism o e r a llam ad o , e n tre o tr a s c o s a s , «el in ­
tru so c a ta lá n » . ítem m ás, en cu a n to a l rein o d e N á p o lc s, a u n q u e
nes, nom bró a éste Vice-Canciller de la Iglesia, es su ú ltim a c o n q u ista p o r la co ro n a d e A rag ó n h u b ie se sid o h e c h a
decir, el segundo de a bordo en la B arca de Pedro. p o r un re y —A lfo n so V — c u y o p a d re h a b ía in a u g u r a d o u n a d i­
Esto fue decisivo, porque, aunque Calixto III m urió nastía castellan a, la s len gu as de los d o cum en tos o fic ia le s eran tan­
al año siguiente, Rodrigo de B orja fue confirm ado to el c a ste lla n o c o m o el c a ta lá n , a d e s p e c h o q u e en C a ta lu ñ a se
c o n se rv a s e la tra d ic ió n d e u s a r el la tín co m o le n g u a d e la d o c u ­
en el cargo po r otros cuatro papas sucesivos (Pío II, el m en tación c a n c ille r e s c a h a sta el s ig lo X V I . P o r lo d em ás, un te s ­
prim er Piccolomini, Paulo II, el veneciano Pietro B ar­ tim onio extra n jero com o el de B em b o e s el qu e pu ed e h a c e r m enos
bo, Sixto IV, el p rim e r Della Rovere, e Inocencio VIII, fe so b re el n o m b re d e u na len g u a; m á s b ien p o d ría a p o y a r p r e c i­
G iam battista Cibo, genovés como su antecesor), hasta sam en te q u e lla m a r « esp añ o l» a l c a s te lla n o e s un e x tra n je r is m o
y qu e en c a ste lla n o e l c a ste lla n o se lla m a c a ste lla n o . C u an d o , p o r
su propio pontificado en 1492. Pero, aunque no ca­ o tra p a rte, lo s q u e d e fie n d e n qu e se lla m e « e sp a ñ o l» , d ic e n q u e
reciese en ab so lu to de precedentes, el nepotism o lo o tro « s e r ía ig n o ra r la h isto ria » , no s e p u e d e r e p lic a r sin o que,
de Calixto III fue p a rticu la rm e n te odiado en Italia lin g ü ísticam en te, e s p re c isa m e n te lo c o n tr a r io : la d e n o m in ac ió n
y en Roma, p o r serlo, en general, los súbditos de la de u n a le n g u a p o r su o riu n d e z es, ju stam e n te , la m ás esp o n tán ea ,
tra d ic io n a l y re c ib id a en to d a s p a rtes, c o m o lo p ru e b a el h ech o
corona de Aragón, a quienes los rom anos llam aban de q u e tres len gu as u n iv e rs a le s siga n d e sig n á n d o se p o r su o riu n ­
«los catalanes», ya que predom inantem ente c a ta la ­ dez: el latín , el á r a b e y el in glés. E n fin , au n s ie n d o d u q u e d e Ro-
na fue, desde el «¡D esperta ferro!» de los alm ogáva­ m agna, e l h ijo de A lejan d ro V I, el tristem en te fa m o so C é s a r B o rgia,
res en el siglo X I II y principios del X IV , la presencia fu e s ie m p re lla m a d o «il D u ca Valentino », o s e a « vale n cian o » .

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lo que concierne a n u estro caso, puede ten e r im p o r­ la sospechosa m u erte del príncipe de Viana, ocurri-
tancia su m isión a E spaña com o vicario a latere de <l.i once años antes. Apaciguó en cierto m odo —y esto
Sixto IV en 1472-1473, única vez en que volvió a su va según las crónicas de Diego E nríquez y H ern an ­
país y a su diócesis de Valencia —de la que e n tre ­ do del Pulgar— las relaciones entre E nrique IV y los
tanto, a p esar de su ausencia, había sido hecho arzo­ preconizados príncipes Isabel y Fernando; paces que
bispo— desde su p artid a en 1449 hasta su m uerte. La ¡nerón un tanto superficiales, p o r cu an to el rey se
m isión tenía, en principio, com o fin declarado el de dejaría pronto te n ta r p a ra una nueva conjura, cosa
pedir un subsidio p ara una cru zad a co n tra el Turco. <|ue tuvo im portancia para González de M endoza
La clerecía castellana, reunida por delegaciones dio­ —ya tal vez confirm ado com o cardenal p o r gestio­
cesanas en Segovia, term inó otorgándolo, pero no sin nes del legado don Rodrigo de B orja—>pues habien­
obtener, a su vez, el privilegio a p erp etu id ad de que do hecho d e sistir al rey de sem ejante intento se ganó
el obispo y el cabildo de c ad a diócesis del reino de sin duda el favor de Isabel y Fernando.
Castilla p udiesen proveer dos canongías po r su pro­ En fin, p ara a c ab a r con los precedentes de lo que
pia cuenta c ad a vez que se diesen las vacantes. En interesa, conviene reco rd ar que en 1473, segundo y
realidad esto es bien poca cosa, y adem ás solam en­ últim o año de la legación pontificia de Rodrigo de
te entre eclesiásticos, pero tal vez pueda citarse como Borja, hubo en A ndalucía u n a gran m atanza de con­
precedente de la u lte rio r proliferación de bu las ya versos, presuntos o verdaderos judaizantes, que em ­
directam ente otorgadas al p o d e r se cu la r que acab a­ pezó en Córdoba, se extendió a Jaén, donde costó la
rían configurando y coronando el fam oso patronato vida al condestable Miguel Lucas de Iranzo, quien
o patronazgo religioso de los reyes de Castilla y des­ por haber defendido a los conversos fue asesinado en
pués de E spaña, verdadera corona de espinas para m isa p o r los c ristia n o s viejos, que, q u itad o el e sto r­
tres progenies: los judíos, los m oros y los indios. Pero bo, consum aron la m atanza y el despojo, y prosiguió
parece s e r que el legado arregló adem ás otras cosas en A ndújar y en otras poblaciones andaluzas, sin que
en los reinos de E spaña, aunque de un p a r de ellas al final se hiciese averiguación alg u n a ni castigase
ni dan cum plida cuenta los cro n istas ni los autores a nadie.
m odernos se declaran contestes al respecto. C onfir­ Pues bien, apenas cinco años después, y siendo ya
mó la disp en sa pontificia que, p o r su consanguini­ arzobispo de Sevilla don Pedro González de M endo­
dad a través de sus abuelos Don E nrique III y Don za, Cardenal de E spaña —tam bién llam ado «El Gran
Fernando «el de Antequera», necesitaba el m atrim o ­ Cardenal»—, empezó en aquella ciudad un nuevo mo­
nio de Isabel de T rastam ara con Fernando de Ara­ vim iento co n tra los conversos, presuntos o verdade­
gón, cuya a n te rio r bula de dispensa, fuese o no por ros judaizantes. Tanto el co n tin u ad o r anónim o de la
invención calu m n io sa de los p arciales de la Beltra- crónica de H ernando del P ulgar com o Andrés Ber-
neja, hab ía sido p u esta en entredicho.2 Y, al m enos náldez, el cura de Los Palacios, vienen a rem itir la
según Prescott, reconcilió con Ju an II de Aragón a tragedia de aquellos hom bres a la actuación de San
los barceloneses, todavía indispuestos co n tra él po r Vicente F errer entre 1390 y 1415, actuación —esto
no lo dicen ellos, pero h ab ría de decirse cincuenta
2. H ay q u ien ha a trib u id o la fa ls ific a c ió n d e e s ta d is p e n s a al años m ás tard e con respecto a las conversiones de
p ro p io rey do n J u a n II de A ragó n , p a d re d e F ern an d o. U ltram ar— realm ente im prudente e irresponsable,

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pues con sus bautism os po r aspersión, tras conver­ caso que algunos fueron baptizados, mortificado el
siones prácticam en te forzadas, ya que, según Ber- carácter del baptismo en ellos por la credulidad, e por
náldez, pronto fueron acom pañadas por asaltos y judaizar, hedían como judíos... [Bernáldez].»3
expolios de las juderías —no promovidos por Vicente
Ferrer, pero sin duda involuntariam ente suscitados Parece que el m ovedor de este nuevo «bolligio»
en los c ristia n o s viejos por sus flam ígeras p red ica­ —como se decía en aquel tiem po— fue un dom ini-
ciones—, acabó por co n fo rm ar esa triste grey de los io, fray Alonso de San Pablo, probablem ente otro
conversos, de cuya am bigua figura pública o repre­ exaltado, por no decir m ás, ya que B ernáldez lo lla­
sentación social H ernando del P ulgar y Andrés Ber- ma «segundo fray Vicente» (por San Vicente Ferrer);
náldez se com plem entan en d ejarn o s el retrato tal el caso es que, hallándose en Sevilla la reina Doña
vez m ás fidedigno, según debió de configurarse ante Isabel y el rey consorte Don Fernando, tom ó cuerpo
el pensar, el se n tir y aun el p e rc ib ir de los c ristia ­ y figura, bajo la au to rid ad del arzobispo, el ca rd e ­
nos viejos: nal Mendoza, lo que m uy pronto sería el p rim er gran
privilegio en m ateria religiosa d irectam ente vincu­
lado al poder real. En efecto, tra s las gestiones en
«Los quales con grand ignorancia e peligro de sus Roma encom endadas p o r la reina al obispo de Osma
ánimas, ni guardaban una ni otra ley; porque no se don Francisco de S antillán, Sixto IV otorgó, no sin
circuncidaban como judíos según es amonestado en el
Testamento viejo. E aunque guardaban el Sábado e cierta resistencia inicial, la bula E xigit sincerae del
ayunaban algunos de los ayunos de los judíos, pero prim ero de noviem bre de 1478 p o r la que se creaba
no guardaban todos los Sábados, ni ayunaban todos la Santa Inquisición, con inquisidores nom brados di­
los ayunos, e si facían un rito no facían el otro. De rectam ente p o r la reina y, cosa aun m ás relevante,
manera que en la una y en la otra ley prevaricaban; independientes de las au to rid ad es diocesanas de la
e fallóse en algunas casas el m arido guardar algunas localidad donde se estableciese cada trib u n al. De
cerim onias judáicas, e la m ujer ser buena christia- esta m anera, habiéndose subrogado por una in stitu ­
na, y el un fijo ser buen christiano, y el otro tener opi­ ción oficial la persecución p o p u lar que desde las
nión judáica; e dentro de una casa haber diversidad conversiones en m asa y p rácticam ente forzadas de
de creencias, y encubrirse uno de otros [Pulgar].»
«... las costumbres de la gente común de ellos ante la San Vicente F errer h ab ía dado lugar a diversas olea­
Inquisición, ni más ni menos que era de los propios das de m atanzas de conversos com o la ya referida
hediondos judíos, y esto [lo] causaba la cont inua con­ de 1473, apareció, tanto entre cristian o s viejos como
versación que con ellos tenían, ansí eran tragones y entre m oros o incluso judíos, la grey social de los lla­
comilones, que nunca perdieron el comer a costumbre m ados «m alsines», verdadera red de espías espon­
judáica de manjarejos, e olletas de adefina, manjarejos táneos y denunciantes a veces calum niosos, po r envi­
de cebollas e ajos, refritos con aceite, y la carne gui­ dias u odios personales, como atestig u a H ernando
saban con aceite, ca lo echaban en lugar de tocino e de del Pulgar ya respecto de 1485 y en Toledo, donde el
grosura por escusar el tocino; y el aceite con la carne Santo T ribunal apenas llevaría tre s años funcionan­
es cosa que hace muy mal oler el resuello; y ansí sus
casas y puertas hedían muy mal a aquellos m anjare­
jos; y ellos eso mesmo tenían el olor de ios judíos por 3. V eáse: « D is c u rs o de G e ro n a » , A p é n d ic e n ? 4, en e ste m ism o
causa de los manjares y de no ser baptizados. Y puesto v olum en , p á g . 287.

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do: «E porque en este caso de la heregía se recebían ile Aragón y puesto, por testam ento de Alfonso el
testigos m oros e ju d ío s e siervos e hom es infam es Magnánimo bajo la soberanía de su hijo b a sta rd o
e raeces, e por los dichos destos tales eran presos al­ Ierrante, se quejó de éste ante Don Fernando, ya, a su
gunos e condem nados a pena de fuego, se fallaron vi /., rey de las Coronas unidas —aunque sólo, por así
en esta cibdad algunos judíos hom es pobres e rae­ (loarlo, «en régim en de usu fru cto » — de C astilla y
ces que p o r enem istad o por m alicia depusieron Aragón, el cual, teniendo ya enviado o m andado en­
falso testim onio contra alguno de los conversos, di­ viar, de acuerdo con la reina, p ara ren d ir al nuevo
ciendo, que los vieron judaizar. E sabida la verdad l>apa el debido acatam iento, a un castellano, le enco­
la Reyna m andó que fuesen ju sticiad o s po r falsa­ mendó tam bién reconciliar a Roma con su m edio pri­
rios, e fueron apedreados e atenazados ocho judíos». mo el rey Ferrante, que, por su parte, le había pedido
La fam ilia de los conversos o «cristianos nuevos», apoyo, incluso m ilitar, co n tra el pontífice. El envia­
prácticam ente forzados por la predicación de San Vi­ do era don Iñigo López de Mendoza, II conde de Ten-
cente acom pañada de cru en to s asaltos y saqueos de dilla y futuro m arqués de Mondéjar, personaje, tanto
las aljam as, ya fuesen c ristia n o s fingidos, ya indeci­ por sí com o p o r su fam ilia, sum am ente im portante
sos o am biguos —como el propio Pulgar los presenta en la sucesión y el entrelazam iento de los hechos con­
en el retrato citad o m ás a tr á s —, ya incluso sinceros cernientes al caso que aquí estoy levantando. Por
(cosa h a rto verosím il al cabo de dos o tres genera­ precarias que acabasen revelándose, a no m ucho ta r­
ciones) —según esta segunda cita— fue p o r tan to la dar, las paces convenidas en Italia, con todo, Inocen­
prim era sobre cuyas cabezas cayó la corona de espi­ cio VIII, tal vez agradecido a la gestión del conde, o
nas que las b u las que fueron ad o rn an d o las coronas m erced a la sola h ab ilid ad diplom ática de éste, que,
de los reyes de E spaña constituyeron para tres pro­ según tácita sugerencia de las instrucciones reales,
genies sucesivas, y siem pre por el m ism o sistem a: supo venderle por C ruzada la ya em pezada conquis­
una conversión a p resu rad a y superficial o hasta for­ ta del reino nazarí, engastó en la Corona de C astilla
zada, po r no d ecir sum arísim a, con m u ltitu d in ario s la segunda gran gema de privilegios específicam en­
bautism os p o r aspersión, que al hacerlos irreversi­ te eclesiásticos, p rim e ra piedra del fam oso «patro­
blem ente c ristia n o s los exponía en adelante, a poco nato» o «patronazgo» religioso de la m onarquía
que cualquier indicio real o im aginario ofreciese pre­ española: la bula Orthodoxae fidei del 13 de diciem ­
texto para ello, a la acusación de a p ó statas o herejes bre de 1486, p o r la que los reyes ad q u irían el dere­
de la fe cristian a, cosa ya bien d istin ta y m uchísim o cho de nom brar, bajo la fórm ula de presentación,
m ás grave que se r todavía judío, m usulm án o paga­ obispos, dignidades y canongías de las nuevas dió­
no y po r la que podían ir a d a r con sus huesos en cesis que se fundasen no sólo en el reino de G rana­
la espantosa m u erte de la hoguera, por no h a b la r de da sino adem ás en las islas C anarias, tam bién
la to rtu ra y el secreto del procedim iento. todavía en proceso de conquista —a u n q u e ya los re­
El tam bién genovés G iam battista Cibo, habiendo yes hubiesen dispuesto levantar y d o ta r en G ran
sucedido en 1484 a Sixto IV, y bajo el nom bre papal C anaria su p rim era catedral. V erosím ilm ente a la
de Inocencio VIII, en el solio de San Pedro, con oca­ m ism a gestión, dado que su crónica la refiere al m is­
sión de c ie rta s desavenencias que tenía con Nápo- mo año, alude H ernando del P ulgar en el cap ítu ­
les, ya nuevam ente separado de Sicilia y de la Corona lo LXIV de la Tercera Parte, donde dice: «Otrosí, cono­

614 615
ciendo el Papa que esta g u e rra e ra tan sa n cta e p ara redoble sin tregua y sin piedad de «las islas e tierras
ensalzam iento de la fe cathólica, e co nsiderados los Im nes d escu b iertas e p o r d e s c o b rir»?5
gastos e tra b a jo s que en ella se h ab ían , em bió su Para m ayor entrelazam iento de las cosas las unas
bula p a ra q u e toda la c le rec ía p a g a se o tra [sfc, lo i un las otras, fue ju sta m e n te el conde de Tendilla,
que hace s u p o n e r un precedente] d écim a este año (|iic logró del p ap a la O rthodoxae fidei, quien se tra-
de todas las re n ta s de las iglesias e m o n este rio s e |o de Florencia al h u m an ista —o sea, p a ra en te n d e r­
o tra s p e rso n a s eclesiásticas, la q u al fue ta sa d a p o r nos, a uno de esos que llam an de ese m odo— Pedro
el C ardenal de E sp a ñ a en c ien t m il flo rin es de Ara­ M ártir de Anglería, que, con sus Decades de orbe
gón», au n q u e, p o r c o m p o rta r u n a d isp e n sa a la nono, sería uno de los p rim eros h isto riad o res del
a u to rid a d e c le siá stic a o rd in a ria —de cuyas ren ta s D escubrim iento y la C onquista, y a quien el conde,
los p o ntífices so lían s e r celosos d e fe n so res— p ro ­ alcaide de La A lham bra y capitán general del nuevo
b ab lem en te tu v iese que ser, aun resp o n d ien d o a trino tras la tom a de G ranada, tom aría com o precep-
u n a d em an d a de los reyes, m ed ia n te o tra bu la dife­ tor para sus hijos, algunos de los cuales —y aun
rente, p a ra a ju s ta rs e a las fo rm as de la se p ara c ió n el hijo y el nieto del prim ogénito— nos d a rá n que
ju risd ic c io n a l. C om oquiera que sea, si la fra se de | hablar.
H ern an d o del Pulgar, al re fe rirse a la e m p re sa g ra ­ Tanta fue la im p o rta n c ia que en seg u id a cobró el
nad in a casi explícitam ente bajo el concepto de C ru­ reino de G ranada en la política in teg rad o ra de los
zada, nos m u e stra ya p o r q ué cam in o la co ro n a de Reyes Católicos, que, bien apoyados p o r la O rthodo­
espinas va a a c a b a r trenzándose en to rn o de las sie­ xae fidei, la constituyeron en arzobispado, poniendo
nes de un segundo p u eb lo con el apoyo de la Ortho- por prelado al jeró n im o fray F ernando de Talavera,
doxae fidei, el p ro p io texto de ésta, p o r su parte, nom bre p ru d en te que, al parecer, se lim itó a predi­
deja e s c a p a r c ie rto giro lin g ü ístico c o n sisten te en car la conversión de los m oros —que, según los ca­
d o b la r y s u m a r en dos form as d is tin ta s u n a m is­ pítulos de la rendición, no podían ser forzados a
m a raíz verbal, donde al in sta n te el oído reconoce aceptarla—; pero esta situación d u ró tan sólo siete
una a n tic ip a c ió n de lo que, con o tro verbo d ife ren ­ años, en m edio de los cuales, habiendo m uerto (1495)
te, oirá, a la vuelta de no m uchos años, com o un son­ el cardenal Mendoza, que en 1492 h ab ía pasado del
sonete mil veces repetido e n tre las expresiones, que arzobispado de Sevilla al de Toledo, con la condición
a través de nuevas b u las se g u irá n tre n z an d o la co­ aneja de «C ardenal Prim ado», Doña Isabel se ap re­
rona de esp in as de la conversión y de la hoguera po r suró a desig n ar p ara arzobispo —el capelo, depen­
apostasía, p a ra llevarla e sta vez de p a rte a p a rte del diendo de Roma, lleg aría m ás ta rd e — a su confesor
A tlántico a los d esconocidos pueblos de U ltram ar: Jim énez de Cisneros, quien, no bien tuvo ocasión de
c u an d o la le tra de la O rthodoxae fid ei su en a de poner los pies en G ranada, acom pañando a los reyes
pronto «las ciu d ad es, lugares y c a stillo s c o n q u is­ en su visita de julio de 1499, juzgó blando y poco ex­
tados e p o r c o n q u is ta r »,4 ¿no e sta m o s oyendo, peditivo el celo religioso del arzobispo Talavera y, con
com o en prem onición, los lú g u b re s tam b o res del el propósito o pretexto de ayudarlo, pidió a los reyes

4. «... ad quorum civitatum, locorum el castrorum adquisitorum 5. V éase la N o ta 2 de e s te m ism o texto, n o ta a p ie d e p á g in a de


et quae adquiriré ¡ti futurum». la p ág. 576.

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perm iso p ara qued arse algún tiem po en G ranada, Tendilla —no el de m arqués de M ondéjar, que sólo
cosa que sólo Doña Isabel debió de concederle de le corresponde a la m u erte de Don Luis—■, quien,
buen grado, pues, al parecer, según testim onios de como tal, se rá el p ro tagonista de la g u e rra y de la
la época, Don F ernando tem ía a Cisneros, ¡por vio­ histo ria e sc rita po r el tío.
lento! Y no se equivocaba, ya que con su interven­ Pues bien, al referirse H u rtad o de M endoza a la
ción se fraguaron los inicios de la larga desgracia de intervención de C isneros en 1599, dice: «Tomose
los m oros —y no sólo de los granadinos, sino tam ­ concierto, que los renegados o hijos de renegados tor­
bién de los m udéjares de Castilla y, por tanto, del res­ nasen a n u e stra fe, y los dem ás quedasen en su ley
to de A ndalucía—■,que desde las p rim e ra s revueltas por entonces», y uno se extraña ante este tra tam ie n ­
de 1500 y 1501 y pasando p o r la c ru e n ta g u erra de to con los renegados y se pregunta quiénes puedan
1568-1570 y la subsiguiente p rim e ra expulsión, se ser y cóm o pueden h a b e r sobrevivido a la rendición
prolongaría con altibajos h a sta la expulsión defini­ de G ranada, conociendo, por la crónica de H ern an ­
tiva de 1610. do del P ulgar (véase la N ota 4 de este m ism o texto,
Diego H u rtad o de Mendoza, al p arecer quinto hijo nota a pie de página n.° 10), la m uerte con torm ento
varón del ya citado conde de Tendilla y nacido entre que los cristian o s renegados h ab ían recibido, por
1500 y 1505, escribió, como es notorio, —aunque aún orden de Don Fernando, en la g u erra de conquista,
se le discute la autoría, si bien no tan to com o la de pero la ciu d ad m ism a no se logró p o r tom a sino
El Lazarillo de Tormes— la Guerra de Granada, donde por capitulación. Y hem os de a c u d ir al m ás extenso
cuenta la de 1568-1570, que tuvo por capitán gene­ y m inucioso cronista de la g u erra de Las A lpujarras,
ral a su sobrino don Iñigo López de M endoza (pues, don Luis de M árm ol Carvajal (Rebelión y castigo de
por lo visto, Doña Isabel había dispuesto reservar los m oriscos del reino de Granada, Biblioteca de
esta capitanía general a los sucesivos condes de Ten­ autores españoles, tom o XXI; Historiadores de suce­
dilla, siem pre que hubiese heredero directo m ascu ­ sos particulares, colección d irigida e ilu strad a por
lino, lo que pudo m antenerse p o r tres generaciones Cayetano Rosell, tom o 1, págs. 123-365; Im p ren ta y
h asta el segundo don Luis H u rtad o de Mendoza, V estereotipia de M. Rivadeneyra, M adrid, 1852), para
conde de Tendilla y IV m arqués de M ondéjar, que conocer la extrem a benignidad de las fam osas Capi­
m urió en 1604 sin d e ja r hijo varón). En los prolegó­ tulaciones de Santa Fe,6 cuyas tres piezas (a saber,
m enos de la obra, Don Diego se ve obligado a resu ­ las capitulaciones con Boabdil, del 25 de noviem bre
m ir los antecedentes desde la tom a de G ranada, de 1491, las capitulaciones con la ciudad, del 28 del
pasando po r las cap itan ías de su padre, el p rim e r m ism o m es y año, y la c a rta su aso ria y a la vez con­
don íñigo López de Mendoza (que se retira, ya an cia­ m in ato ria,7 del 29, que las acom paña) el cronista
no, del cargo en 1512, y recibiendo, en prem io a sus
servicios, el título de m arqués de M ondéjar) y de su 6. A sí, en p lu ra l, c re o — si e s qu e no lo he s o ñ a d o — h a b e r leíd o
q u e se la s lla m a , a rie s g o d e c o n fu n d ir la s con la s fir m a d a s con
herm ano, el p rim e r don Luis H u rtad o de Mendoza, C o ló n en la m ism a c iu d a d ca m p a m e n to y el m ism o año.
p ara em pezar al fin con la de su sobrino, el segundo 7. E s ta c a r t a n o s o fre c e u n a m u e stra p a ra d ig m á tic a del «prag-
don íñigo López de Mendoza, que en 1560, e igual­ m a de la a m e n aza » , co n la c a ra c t e r ís tic a « p ro y ecc ió n d e la re s ­
m ente en vida de su padre, tom a en sus m anos la p o n s a b ilid a d so b re el am e n aza d o » , tal co m o se d e s c rib e en el
capitanía general, con el títu lo anejo de conde de en sa y o « C u an d o la fle c h a e s tá en el arco , tien e q u e p a rtir » — en

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nos tra n sc rib e a la letra y p o r entero; y, al co m en tar «Que no se permitirá que ninguna persona maltra­
la reacción de los granadinos ante la c a rta del 29, te de obra ni de palabra a los cristianos o cristianas
no deja de encarecer, com o es m ás que cierto, la sin­ que antes de estas capitulaciones se hobieren vuelto
moros; y que si algún moro tuviere alguna renegada
gular lenidad de las capitulaciones: «Mas la carta fue por mujer, no será apremiada a ser cristiana contra
de tanto efeto, que entre m iedo y vergüenza no p u ­ su voluntad, sino que será interrogada en presencia
dieron d ejar de h a c er lo cap itu lad o po r Abí Cacem de cristianos y de moros, y se seguirá su voluntad; y
el Maleh, especialm ente viendo, com o en efeto veían, lo mismo se entenderá con los niños y niñas nacidos
que a gente vencida ningunas condiciones se podían de cristiana y moro.»
d a r m ás honrosas ni con m enos gravamen...». Si ello «Que ningún moro ni mora serán apremiados a ser
es debido a una sincera actitu d de p ru d en cia y tem ­ cristianos contra su voluntad; y que si alguna donce­
planza, com o yo me inclino a creer, p o r p arte del rey lla o casada o viuda, por razón de algunos amores,8
Don Fernando —y, en todo caso, m ás que de la reina, se quisiere tornar cristiana, tampoco será recebida
hasta ser interrogada; y si hubiere sacado alguna ropa
según la notable diferencia de criterio que, especial­ o joyas de casa de sus padres o de otra parte, se resti­
m ente en punto de religión, se les suele a trib u ir— tuirá a su dueño, y serán castigados los culpados por
o al pragm atism o, com o hoy se diría, astuto y h asta justicia.»
alevoso, p o r el que m ás tard e d e sp e rta ría la ad m ira­
ción de Maquiavelo, nadie podría decirlo, pero el caso Aun antes de la intervención de C isneros —y si­
es que el ten o r de las capitulaciones fue estab leci­ guiendo el texto de M árm ol C arvajal—, ya «algunos
do, al parecer, p o r los vencidos y aceptado, acaso sin prelados y personas religiosas» hab ían pedido a los
enm ienda, p o r los vencedores, al m enos a ju zg a r por reyes «con m ucha instancia que [...] diesen orden en
las siguientes p alab ras del propio M árm ol Carvajal: que se prosiguiese con m ucho calo r en d e s te rra r el
«Y aunque lo que tra tab a n [los moros] era con de­ nom bre y la seta de M ahom a de toda E spaña, m an­
masiada im p ortunidad [subrayado mío], los vence­ dando que los m oros rendidos que quisiesen qu ed ar
dores, que ninguna cosa q u e ría n m ás que a c a b a r de en la tie rra se baptizasen, y los que no se quisiesen
vencer, se lo concedieron todo». Los dos capítulos b ap tizar vendiesen sus haciendas y se fuesen a Ber­
que expresam ente se referían a la lib ertad de reli­ bería...». A lo que los reyes —y es de creer, por lo que
gión y a la posibilidad de conversiones decían lite­ m ás abajo se verá, que, m ás bien Don Fernando que
ralm ente com o sigue: Doña Isabel— no quisieron acceder, pues, «aunque
estas consideraciones eran san tas y m uy justas, sus
altezas no se determ in aro n en que se usase de rig o r
con los nuevos vasallos, porque la tie rra no estaba
este m ism o volum en, p a rá g r a fo 15 —, en la s sig u ien tes p a la b ra s: aún asegurada ni los m oros habían dejado de todo
«Ved ag o ra lo q u e es v u estro provecho, y lib ertad v u estro s c u erp o s punto las arm as; y si acaso venían a rebelarse con
de m u erte y captiverio. Y si p a sa d o el dich o térm in o no h u biéred es
ven id o a n u e stro s e rv icio , no nos culpareis, sino a vosotros mes-
mos [su b ra y a d o mió], p o rq u e o s ju ra m o s p o r n u e stra fe q u e p a ­ 8. ¿O u é d o c u m en to d e g u e r r a o s iq u ie r a d ip lo m á tic o p u ed e h a­
sa d o [se s o b re n tie n d e el « térm in o » , q u e e r a de 20 días], no o s b e r p re s e n ta d o ja m á s u n a c o n sid e ra c ió n d e d e lic a d e z a s e m e ja n ­
ad m itire m o s ni o ire m o s m á s p a la b ra so b re ello. En vuestra mano te h ac ia c irc u n sta n c ia s h u m an as p erso n ale s, tan en con traste, p o r
está el bien o el mal: escoged lo que os pareciere... [su brayad o mío]». lo d em ás, c o n la v io le n c ia q u e a d v e n ía ?

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opresión de cosa que tanto sentirían, sería h a b e r de signarlos con térm ino analógico— «m ahom etanos
volver a la g u e rra de nuevo. Y, dem ás de esto, tenien­ nuevos» de segunda, tercera y acaso aun m ás rem o­
do, com o tenían, puestos los ojos en otras conquis­ ta generación, y la indignada reacción, de la que p a r­
tas, no querían que en ningún tiem po se dijese cosa ticiparon indistintam ente los «m ahom etanos viejos»
indigna de sus reales p alab ras y firmas...». —ejem plares en esto frente a la a n ticristian a actitud
Pero, p ara a c a b a r de ver quiénes eran «los rene­ de los c ristia n o s viejos hacia los judíos conversos—
gados e hijos de renegados» que, según H u rtad o de se com prenderá fácilm ente no sólo po r su credo, sino
Mendoza, Cisneros se h ab ía propuesto convertir, re­ tam bién porque a ten o r de la insinuación del conti­
trocedam os a las crónicas contem poráneas a la ren­ nuador anónim o de H ernando del P ulgar que m ás
dición de G ranada. Y así, en la del —p o r lo dem ás, a rrib a he subrayado («y pareció que esto tocaba a
m uy poco acred itad o — c o n tin u ad o r anónim o de m uchos moros»), si es que la in te rp re to bien, tales
H ernando del Pulgar leemos: «...e quedóse en G rana­ «m ahom etanos nuevos», conform e se previene ade­
da el arzobispo de Toledo Don Fray Francisco Ximé- m ás en los títu lo s de las capitulaciones tra n sc ri­
nez, que después fue Cardenal. El qual con buen celo tos m ás atrás, debían de hab er contraído ya m uchos
quísose in fo rm ar de todos los m oros que en qual- parentescos con los de linaje moro.
quier manera venían de linage de christianos [subra­ Pero incluso antes de esto —al m enos según M ár­
yado mío], y hacíalos tra e r ante sí, y p o r buenas mol Carvajal, si es que no alte ra el orden de los he­
p alabras y presum pciones p ro cu rab a con ellos que chos, lo que, po r lo rem oto en este punto de su
se convirtiesen [...] y los que se convertían en esta m a­ testim onio, n a d a ten d ría de inverosím il—■,a m ás se
nera am ercedábalos y gratificábalos, y a los que no había atrevido el violento Jim énez de Cisneros, pues,
se querían convertir echábalos en la cárcel; e tra b a ­ p or lo visto, tan sólo en un principio soportó supe­
jab a con ellos p o r todos los m edios posibles que se d itarse a los m odales m ansos y respetuosos inicia­
convirtiesen, y pareció que esto tocaba a m uchos m o­ dos p o r el arzobispo de G ranada, fray F ernando de
ros [subrayado mío] y se escandalizaron dello...» Por Talavera, para la conversión de los propios m oros
su parte, el m ucho m ás acred itad o «cura de Los Pa­ de linaje. «El m edio que tuvieron los prelados para
lacios», Andrés B ernáldez, escribe: «...y quedó el Ar­ negocio tan im portante —escribe M ármol Carvajal—
zobispo de Toledo con el de G ranada dando form a fue m an d ar llam ar a los alfaquís y m orabitos de m ás
en el convertim iento de la ciudad, y buscaron todos opinión en tre los m oros, y con ellos solos en buena
los linajes que venían de christianos [subrayado mío] conversación d isputaban, y les daban a en ten d er las
y convirtieron y bautizaron m uchos de ellos y los mo­ cosas tocantes a la fe cristian a, no con fuerza ni con
ros tuvieron esto po r m uy mal...». La averiguación violencia, sino con buenas razones y sentencias; y tra­
de linaje (en todo análoga, au nque en sentido inver­ taban el negocio con tan ta m odestia y m ansedum ­
so, a la que tal vez ya em pezaba a recaer y a rre c ia ­ bre, que habiendo disp u tad o gran rato con ellos, los
ría m ucho m ás en los siglos X V I y X V I I sobre los enviaban contentos, dándoles vestidos y otras m u­
judíos conversos o «cristianos nuevos», con los fa­ chas cosas porque no se extrañasen de volver o tras
m osos «estatutos de lim pieza de sangre») nos reve­ veces a las disputas.» El caso es que algunos de ellos,
la, así pues, que los «renegados o hijos de renegados» halagados po r trato sem ejante, «reprobando su seta
de H u rtad o de M endoza incluían tam bién —por de­ [es decir, «secta»], deseando asim esm o gozar de la li­

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bertad con los vencedores [subrayado mío], com en­ nada nos dice M árm ol C arvajal—, a este Zegrí Azaa­
zaron [...] a to m ar los docum entos de la fe y a ense­ tor lo retuvo con grillos «en una estrech a prisión»,
ñarlos al pueblo, am onestando que era vanidad la encerrando con él a un capellán «para que con cui­
seta de M ahom a, y que les convenía a b ra z a r la fe de dado le m etiese p o r cam ino [...]; y d entro de pocos
Jesucristo. Estas am onestaciones fueron de tanto efe- días, fuese p o r fuerza, o lo m ás cierto, p o r in sp ira­
to, que dentro de pocos días vinieron m uchos hom ­ ción divina» [aquí el cronista pone toda su buena vo­
bres y m ujeres a p e d ir el santo baptism o con luntad para d a r al caso un happy end decorosam ente
a u to rid ad de sus propios alfaquís, y en un solo día cristiano], pidió el bautism o.
se baptizaron m ás de tres mil personas; y fue tan ta Sin em bargo, fuese cual fuese el orden de los he­
la priesa, que no pudiéndolos b a p tiz ar a cada uno chos (prim ero los renegados y después los m oros de
de por sí, fue necesario que el arzobispo de Toledo linaje, o viceversa, según la exposición de M árm ol
los rociase con hisopo en general baptismo...». ¡De Carvajal), la explosión en que m ás p ronto o m ás ta r ­
nuevo, pues, los gregarios y su m arísim o s bautizos de habían de red u n d a r las tem e ra ria s acciones de
po r aspersión, al estilo Vicente Ferrer, que tan fatí­ Cisneros sobrevino a c a u sa del intento de detención
dicos habían sido p ara la progenie de los judíos y de la hija de un renegado. En efecto, al arzobispo de
que ya probablem ente hab ían em pezado en U ltra­ Toledo no se le o c u rrió cosa m ejor que m a n d a r a
m ar, o estaban a punto de ello, p a ra perdición de la prender a esta m ujer al Albaicín p o r m ano de un tal
progenie de los indios! Pero la santa, católica y apos­ Sacedo, cria d o suyo, acom pañado p o r un alguacil
tólica violencia de C isneros —que h a sta entonces, real, Velasco de B arrionuevo. Cuando ya la traían
acaso p o r respeto a la m ansedum bre del arzobispo presa po r la plaza de Bib el Bonut, la m u je r «com en­
titular, había soportado verse reprim ida— acabó por zó a d a r grandes voces, diciendo que la llevaban a
e sta lla r no bien se vio enfrentada a la escandaliza­ ser c ristia n a p o r fuerza, contra los capítulos de las
da y dolida reacción pública de algunos notables del paces [subrayado mío]; y ju n tán d o se m uchos moros,
Albaicín ante tales conversiones; y así, «m andó pren­ y entre ellos algunos que ab o rrecían aquel alguacil
d er los que entendió e ran m ás contradictores de las por otras prisiones que había hecho, com enzaron a
cosas de la fe». De en tre ellos, el denodado em peño tra ta rle m al de palabra; y com o les respondiese so­
de C isneros se cen tró especialm ente sobre «uno lla­ berbiam ente, a fu ria de pueblo pusieron las m anos
m ado el Zegrí Azaator, hom bre principal y dotado en él y le m ataron [...]; y m ataran tam bién a Sacedo,
de buen entendim iento cuanto a las cosas m orales, si no le lib rara una m ora debajo de su cam a, donde
aunque p o r o tra p a rte a rro g an te y soberbio, po r ser le tuvo escondido aquel dia y p a rte de la noche, h as­
de linaje de los reyes de G ranada. Este contradecía ta que pudo enviarle seguro a la ciudad».
reciam ente qu e los m oros no [sic, com o doble nega­ Así em pezó la sublevación del Albaicín, que d u ró
ción enfática] se convirtiesen, y don fray Francisco hasta diez días —del 18 al 28 de diciem bre de 1499—
Jim énez determ inó, dejada a p a rte toda hum anidad, y en la que los alzados llegaron a salirse h asta G ra­
de tra e rle po r fuerza al yugo de Dios, pues no ap ro ­ nada para a s a lta r la casa de Cisneros, quien se hizo
vechaban buenas razones con él...». De modo, pues, fuerte en ella y resistió valientem ente el cerco, negán­
que, habiendo soltado p robablem ente a todos los de­ dose a ser sacado o a sa lir p a ra ponerse a salvo, po r
m ás tras conm inarlos a g u a rd a r silencio —aunque no a b a n d o n ar a su gente en el peligro. H u rtad o de

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Mendoza da a su padre, el conde de Tendilla, cap i­ acerca del asunto recibieron los reyes en Sevilla; «y
tán general del reino de G ranada, todo el m érito del como el Rey Católico —sigue contando M ármol
apaciguam iento, y es cierto que trató de su b ir una Carvajal— no vio ca rta del arzobispo de Toledo, en­
p rim era vez al Albaicín con voz de paz, pero hubo tendió que por su causa había sucedido tan gran de­
de volverse sin lo g rar arreglo, porque los m oros le sorden, y culpándole, se enojó tam bién con la Reina,
apedrearon la adarga, lo que e ra en tre ellos señal de diciendo que había sido causa de que viniese aquel
rom pim iento; y cuando los apelaban con el nom bre hombre a G ranada, que había alborotado y puesto en
de los reyes «daban color a su negocio, diciendo que condición [sic; o falta algo o hay que sobrentender «tal
el Albaicín no se había alzado contra sus altezas, sino condición» o «condición de perderse»] el reino que
en favor de sus firm as» (M ármol Carvajal), alu d ien ­ tanto había costado conquistar...». Pero Cisneros, al
do, evidentem ente, a los com prom isos de las Capi­ enterarse, por carta del secretario de los reyes, del fra­
tulaciones sobre no se r forzados a d e ja r su fe; pero caso de su m ensajería, expidió po r delante a un com ­
M árm ol Carvajal dice que fue el arzobispo de G ra­ pañero de orden, fray Francisco Ruiz, ante cuya
nada el que subiendo al Albaicín, h a sta la plaza de relación los reyes, «perdieron parte del enojo que te­
nían, aunque m ucho m ás se aplacaron después cuan­
Bib el Bonut, acom pañado por un capellán, p o rta ­ do el propio arzobispo llegó; el cual con su m ucha
d o r de una cruz, y p o r algunos criados desarm ados,
elocuencia y discreción9 lo allanó todo [...], discul­
y «con tan buen sem blante y ro stro tan sereno com o pándose con tan buenas razones, que los Reyes que­
cuando iba a p redicarles las cosas de la fe» (Mármol daron satisfechos, y él en m ayor gracia con ellos». No
Carvajal, que en toda la narració n del episodio, en­ he creído ociosos tales porm enores, para ilu stra r no
careciendo la a ctitu d de Talavera, lanza, po r el con­ sólo las diferencias entre Don Fernando y Doña Isabel
traste, una tácita pero evidente cen su ra hacia tanto respecto de Cisneros com o de cuanto tocase a
Cisneros), consiguió a p acig u ar a los alzados; y sólo la religión, sino tam bién la superioridad intelectual y
después de él volvió a su b ir el conde de Tendilla, pro­ tem peram ental sobre los reyes de aquel sin duda agu­
m etiéndoles que el arzobispo y él «les alcanzarían dísim o y honesto, aunque, para desgracia de tantos
el perdón y la gracia de sus altezas, pues se debía miles de hom bres, tenebroso y violento franciscano,
entender, com o ellos decían, que m ás se habían a l­ que por tales prendas acabaría siendo llam ado «el ter­
zado en favor de sus reales firm as que con voluntad cer rey de España». Pese a todo lo cual, seguram ente
de hacer novedad; y que dem ás desto, les serían guar­ por im posición de Don Fernando, parece ser que por
dadas sus capitulaciones». O sea, com o bien se echa Granada no volvió a recalar nunca ja m á s.10
de ver, una total desautorización de las actuacio­
nes de Cisneros. En cuanto a éste, ya desde el tercer 9. « D isc re c ió n » ven ía a v a le r en to n ces p o r lo q u e ho y d e s ig n a ­
día de la revuelta había tratado de escudarse ante los r ía m o s c o m o « b u en a la b ia » , o se a u n a s u e rte d e m e s u ra d a y p e­
reyes ad elantándose a enviarles a Sevilla un m ensa­ n etran te a g ilid a d e x p re s iv a y fu e rz a d e c o n v ic c ió n en e l h ab lar.
jero con un pliego de su m ano que adobaría sin duda 10. O tra d e la s a g r e s iv a s y d e s a fia n te s a c c io n e s d e C isn e ro s en
los sucesos conform e a su versión; pero habiéndo­ G ran ad a fu e la Bücherverbretmung de lib ros requ isad os: «Les tom ó
gran c o p ia d e v o lú m e n e s d e lib ro s á r a b e s d e to d a s fa c u lta d e s , y
sele em borrachado el m ensajero —un esclavo ca­ q u em a n d o lo s q u e to c a b a n a seta, m an d ó e n c u a d e rn a r lo s o tros,
n ario que le h ab ían recom endado p o r form idable y lo s en v ió a su c o le g io d e A lc a lá de H e n ares, p a ra q u e lo s p u s ie ­
c o rre d o r—>fueron o tro s inform es los prim eros que sen en su lib re ría » . (M á rm o l C a rv ajal.)

626 627
Pero el roto dejado no tenía ya posible com postu­ allí recogidos, que fue cosa de m uy grand lástim a en
ra: al parecer, cu a re n ta notables de la sublevación todos los dem ás m oros y m oras que fueron presos
del Albaicín, que había durado del 18 al 28 de diciem ­ y se soltaron librem ente, y se to rn aro n ch ristian o s
bre de 1499, lograron huir, y en enero de 1500 lleva­ conform e a lo que se capituló con el Rey Cathólico,
ron la antorcha de la rebelión a G üéjar, L aniarón y y el saco que allí se hizo fue muy grande, porque muy
Andarax. La de G üéjar fue rep rim id a por el conde grand p a rte de las riquezas de las A lpujarras e sta ­
de Tendilla, la de L aniarón por el rey Don Fernando ban allí recogidas, y después acá la A lpujarra está
y la de A ndarax p o r el condestable ae N avarra, Luis
de Viamonte, conde de Lerín. Las versiones de los pacífica». Me he detenido en este pasaje con la in­
cronistas no están contestes con la de H u rtad o de tención de que se considere qué se podía e sp e ra r de
M endoza en cu an to a la c ru eld ad del padre de éste una conversión colectiva conseguida en sem ejantes
en Güéjar: según Don Diego, el conde hizo p a s a r a circunstancias. La incongruencia entre la frase final
cuchillo a los defensores y a los m oradores; según («después acá la A lpujarra está pacífica») y la p ri­
la del con tin u ad o r anónim o de H ernando del Pulgar m era del p á rrafo que inm ediatam ente sigue, aunque
—m ás creíble, por ser contem poráneo— los rendi­ se refiera a u n a región algo m ás m eridional, no sólo
dos fueron llevados a G ranada y puestos a la venta; puede ser m u estra de lo que digo, sino que apoya
B ernáldez no da detalles al respecto. El continuador tam bién, p o r o tra parte, la sospecha de los críticos
de P ulgar detalla m ucho sobre la tom a de Andarax: de que e sta continuación anónim a de H ernando del
«Este día se tom ó una parte principal de la dicha An­ Pulgar probablem ente es obra de d istin ta s plum as:
darax, y en la o tra parte, que es algo m ás fuerte, se «En el año de quinientos e uno luego seguiente, se
recogieron los m oros, donde había m ucho núm ero, rebelaron m uchos m oros nuevam ente convertidos en
porque se habían recogido a la dicha Andarax, y la S ierra Bermeja...».
com o el lugar m ás p rincipal y m ás fuerte, m uchos Pero no adelantem os el curso de los hechos. La su­
m oros y m oras de otros lugares de las dichas Alpu- blevación de Güéjar, Lanjarón y Andarax concluyó,
jarras. Y esa noche se capituló que otro día de m a­ al parecer, el 7 de m arzo de 1500. El cu ra de Los Pa­
ñ an a se entregasen todos los dichos m oros y se lacios, que apenas da detalle de los episodios, nos
tornasen christianos, y quando fue el día segundo
a las nueve o ras habiendo los m oros entregado las cuenta su final de esta m anera: «e tom ó p o r partid o
arm as conform e a lo capitulado, algunos christianos [habla del rey] todas las A lpujarras, e dejó a buen re­
del exército se soltaron por ro b a r y e n tra r en donde caudo todas las fortalezas [...] e dejó orden como pre­
estaban los m oros, y se com enzaron a revolver unos dicasen a los m oros la san ta fee e bautism o, e los
con otros, y com o se sentió en el exército, fueron m u­ convirtiesen p o r ciencia e buena razón, e les ficie-
chos allá y m ataron m uchos m oros y m oras en n ú ­ sen sab er com o la voluntad suya e de la Reyna era
m ero de m ás de tres mili ánim as, que en la sola mez­ que todos fuesen christianos [...] e dende a pocos días
quita m urieron m ás de seiscientos,11 que estaban prosiguiendo lo susodicho los dichos Arzobispos
[aquí B ernáldez no está conteste con M árm ol Carva­
jal, según el cual C isneros fue retirad o de G ranada
11. M á rm o l C a r v a ja l no h a b la de d e sm a n e s d e lo s so ld a d o s y
pone al p ro p io c o n d e d e L e r ín p o r s u je to d e la fr a s e «vo ló con inm ediatam ente después de la sublevación del Albai­
p ó lv o ra la m ezq u ita m ayor, d o n d e se h a b ía n re c o g id o la s m u je ­ cín] y la clerecía de G ranada, convirtieron la ciudad
re s y n iñ o s d e a q u e llo s lu g a re s» . y bautizaron m ás de setenta mil personas grandes

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e chicas en G ranada y su com arca, de m anera que general del Reino de G ranada, que tenía entre 12 y
en toda la ciudad no quedó ninguno po r bautizar». 13 años, y Don Antonio, fu tu ro prim e r virrey de N ue­
Todavía, pues, en m arzo de 1500, al m enos según nos va España, que a n d a ría po r los 10.
los presen ta el pasaje de B ernáldez, no puede d ecir­ Pero aunque, com o se verá, no es p o r cap rich o el
se que la conversión y el bautism o —aun a despecho haberm e dem orado hasta aquí en tales detalles, abre­
de la referencia a la voluntad de los m onarcas, que viemos. Tras las ya referidas conversiones de la ca­
en ningún caso, tiem po ni lu g ar p o d rá evitar tener pital, los arzobispos de Sevilla y de G ranada y los
siquiera un punto de om inosa, si es que no incluso obispos de M álaga, G uadix y A lm ería enviaron pre­
de con m in ato ria— fuesen om ním oda y d eclarad a­ dicadores de la fe c ristia n a a o tra s com arcas del rei­
m ente constrictivos. Por conversión forzosa, sin em ­ no de G ranada, donde fueron m uy m al recibidos por
bargo —y, p o r tanto, c o n tra ria a la C apitulación de los m oros, que m ataron a algunos y singularm ente
1491, que concedía a los granadinos conservar su a dos clérigos de Alcalá con m uerte de torm ento. A
credo—, la tuvieron, según M árm ol Carvajal, y si es raíz de lo cual, —volviendo a tra n s c rib ir de Andrés
que no la tra s tru e c a con la de 1502, los propios m o­ B ernáldez—, «en el m es de Enero del año de 1501,
ros, pues reclam aron contra ella ante el S ultán de estando la corte en G ranada, alborotáronse los m o­
Turquía, el cual respondió con la am enaza de com ­ ros de S ie rra B erm eja e de las co m arcas de Ronda,
p o rta rse de igual m odo con los m uchísim os c ristia ­ e alzáronse p a ra se defender o p asarse allende [esto
nos que vivían, respetados en su fe y su culto, en los es, allende el m ar, o sea a M arruecos o Argel], antes
dom inios del im perio. (Estas em bajadas tuvieron un que no se r christianos, e p o r tem or que habían fe­
precedente casi totalm ente análogo, salvo que los cho m uchos daños e m uertes en los christianos, e ha­
m ensajeros del «Gran Soldán», dos franciscanos del bían m atado entonces a los dos clérigos de Alcalá
Santo Sepulcro, se dirigieron p rim ero a Roma, de Antón de M edellín e Alonso Gascón en Daiden, e los
donde el papa los rem itió, con un breve, a los Reyes quem aron, después de los h ab er m uerto atados a
Católicos, en 1489, según H ernando del P u lg a r—ca­ sendos árb o les a cañaveradas e pedradas...». Fue,
pítulo CXII de la tercera p a rte de su cró n ica—, que pues, sin duda, este levantam iento con la subsiguien­
refiere tam bién cómo los reyes, aun m anteniendo, en te represión, en la que m u rió con otros ochenta ca­
su respuesta al sultán, su derecho a la dom inación balleros don Alonso de Aguilar, S eñor de A guilar y
política sobre el reino de G ranada, encarecían su res­ herm ano m ayor del G ran C apitán (hecho a p a rtir del
peto hacia las libertades civiles y hacia la religión cual los cristian o s debieron de se r tan poco am igos
islám ica de sus nuevos súbditos, lo que bien pudo de a d e n trarse po r aquellos a n d u rria le s que, según
constituir un com prom iso que reforzase la inicial ac­ M árm ol Carvajal, en septiem bre de 1570 fueron h a­
titud de tolerancia religiosa, prom etida en las Capi­ llados todavía insepultos y «blanqueaban calaveras
tulaciones de S anta Fe, de 1491.) Es c urioso que esta de hom bres y huesos de caballos am ontonados»), lo
vez el m ensajero enviado por los reyes ante la S ubli­ que acabó p o r d ecidir a los Reyes Católicos a lib ra r
me P uerta fuese ni m ás ni m enos que Pedro M ártir la pragm ática del 12 de febrero de 1502, po r la que
de Anglería, ya p o r entonces, casi seguram ente, pre­ la conversión forzosa se dictaba no sólo p ara los m o­
cep to r de los dos hijos m ayores del conde de Tendi- ros de G ranada, sino tam bién para los m udéjares de
11a: Don Luis, fu tu ro su ceso r de éste en la capitanía los reinos de León y de C astilla —y p o r ende de todo

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el resto de A ndalucía—, concediendo, al parecer, un general de su padre y acaso tam bién de la de su h e r­
plazo de tres m eses p a ra exiliarse de E spañ a los que mano, debía, así pues, de referirse don Antonio de
quisiesen seguir siendo m ahom etanos, po r lo m enos Mendoza cuando —ya virrey de Nueva E spaña des­
a tenor de los Anales breves de Lorenzo Galíndez de once años a tr á s —■,en su pliego de descargos del
Carvajal, no según Bernáldez, cuya crónica om ite —o 30 de octubre de 1546 y en contestación al cargo 38
da tal vez p o r so b ren ten d id a— la opción del exilio de la lista p rese n tad a p o r Francisco Tello de Sando-
y se lim ita a decir: «... habido su consejo [el Rey y val contra él (véase la N ota 4 de este m ism o texto,
la Reyna], m andaron de hecho que todos los m oros pág. 581), alega: «como se haze en esp añ a con los
del reyno de G ranada, e todos los m oros m udéjares erejes e ynfieles que la gente los acuchillan en el ca­
de C astilla e A ndalucía, dentro de dos m eses fuesen mino sin que sea a cargo de justicia»; y m ás abajo: «y
ch ristian o s e se convirtiesen a n u e stra S an ta fe Cat- en el rreyno de granada se acostum bra a c añ au erear
hólica e fuesen baptizados, so pena de se r esclavos y a p e d re a r m uchos m oros de los que an rrenegado
del Rey y de la Reyna los que fuesen realengos, e los nuestra sa n ta fe», donde, puesto que el cargo 38 lo
de los señoríos esclavos de los señores, e predicán­ incrim inaba de h a b e r m andado aperrear (o sea ha­
doles en toda C astilla donde los había, y en el reyno cer m o rir destrozados entre las fauces de los perros)
de G ranada, y cum plióse el plazo de los dos m eses y fu silar con una b a la de cañón a gru p o s de indios
en el mes de Abril del dicho año de 1502 [Galíndez puestos en hilera, se ve bien h a sta qué punto la co­
Carvajal habla de tres m eses p a ra el exilio y los da rona de espinas que cayó sobre la progenie de los mo­
p o r cum plidos en mayo, m es tra s el cual no se les ros (tan sem ejante a la que ya h ab ía ceñido y aún
deja ya salir, sino sólo hacerse cristianos, y no hace seguiría ciñendo las sienes de la de los judíos) c ru ­
m ención de la esclavitud], E ansí de ellos converti­ zó el Atlántico en las m ientes y en el alm a del segun­
dos de buena voluntad, e todos los m ás contra toda dón del conde de Tendilla y discípulo del h um anista
su voluntad [subrayado mío], fueron baptizados con­ (o sea, p ara entendernos, uno de esos que llam an de
siderando que si los p adres no fuesen buenos c h ris­ ese modo) Pedro M ártir de Anglería, p ara ir a caer
tianos, que los fijos o nietos o viznietos lo serían. E sobre la progenie de los indios bajo idéntico argu­
aquí cesó la descom ulgada m ezquita del m alvado mento, puesto que, según el núm ero 188 del in terro ­
M ahom a en Castilla, a la qual pusieron perp etu o si­ gatorio p rep arad o p o r don Antonio de M endoza el 8
lencio, com o a cosa m uy em ponzoñada e em pecible, de enero de 1547 p a ra a p e la r co n tra la lista de c a r­
los buenos e bien aventurados y de p e rp e tu a y glo­ gos de Tello de Sandoval, y en resp u esta al m encio­
riosa m em oria Don F ernando e Doña Isabel, Reyes nado cargo 38, «la ju sticia que se hizo de dichos
de España». En la corona de Aragón la conversión indios después de ganado el peñol de M istón, convi­
forzosa de los m udéjares no llegaría a im ponerse has­ no hacerse por los grandes delitos que dichos indios
ta 1526, o sea bajo el e m p erad o r y el m ism o año en habían hecho contra Dios N uestro Señor, siendo [ya]
que se estableció en G ranada la S an ta Inquisición. bautizados e industriados en las cosas de la fe [su­
A sus recuerdos de infancia de las sublevaciones brayado mío]». Digamos, p ara satisfacción de los lec­
del Albaicín en 1499, de Güéjar, L anjarón y Andarax tores, que el virrey don Antonio de M endoza salió
en 1500, de S ierra B erm eja en 1501, y a m u ltitud de absuelto de la «visita secreta» de Tello de Sandoval
pequeños episodios posteriores d u ran te la capitanía —prácticam en te equivalente a un juicio de resi-

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ciencia— por sentencia del Consejo real y del Conse­ siguiente, de don Pedro G uerrero, arzobispo de G ra­
jo Real de In d ias,12 el 14 de septiem bre de 1548, o nada, presente p o r entonces en Italia con ocasión
sea diez años y cu atro días después de la fecha de de su asistencia al Concilio de Trento.13 H abiéndo­
la c a rta p o r la que el em perador, al ord en arle reti­ se, así pues, probablem ente, escandalizado el Santo
ra r cualesquiera copias de la bu la S u b lim is Deus (en Padre ante la descripción del arzobispo sobre la con­
la que el papa Paulo III establecía que los indios «son flictiva y e m p an tan ad a situación que, po r querellas
verdaderos hom bres» [...y] «no pueden se r privados de jurisdicción o po r em ulaciones en tre la capitanía
de su lib ertad po r m edio alguno, ni de sus propieda­ general (ya, por entonces, en m anos del segundo don
des, aunque no estén en la fe de Jesucristo; y podrán Iñigo López de M endoza, IV conde de Tendilla, pero
libre y legítim am ente gozar de su lib e rta d y de sus iniciadas en tiem pos de su padre, Don Luis) y las
propiedades, y no serán hechos esclavos») que hubie­ autoridades judiciales, atravesaban los m oriscos del
sen podido filtra rse h a sta las Indias, le daba la p ri­ Reino de G ranada, que, atropellados o com o e s tru ­
m era gran ocasión de d e m o stra r su acendrado celo jados entre u n a y o tra parte, term in ab an p o r ec h ar­
gibelino, com parable, por cierto, con el que cinco m e­ se m ás y m ás al monte, convirtiéndose en m onfíes, o
ses antes de la citada absolución p o r los consejos sea en bandoleros, con lo que se volvían al credo is­
—dicho sea a títu lo de cu rio sid ad — su herm ano don lámico, que nu n ca en su corazón habían abandona­
Diego H u rtad o de M endoza, a la sazón em bajador, do; escandalizado, venía yo diciendo, el Santo Padre
por m ás que a trab iliario e incom petente, ante la San­ ante este panoram a, encareció al arzobispo G uerre­
ta Sede, supo, no obstante, dem ostrar, al im poner al ro su deseo de que se acabase de u n a vez con la
m ism o pontífice Paulo III la aceptación de la taja n ­ «herejía» de los m oriscos (pues p referían u s a r el
te negativa del em perador, con el cerrad o apoyo de térm ino «herejía»,.en vez de «apostasía», m ás pro ­
los cardenales españoles, de tra s la d a r a Bolonia, tal pio desde su punto de vista). Para que se conozca de
com o por tem or a la Liga de S m alkalda el papa de­ una voz m ás próxim a el proceso de los hechos, ex­
seaba, la sede del Concilio, ya establecido desde 1545, tra c ta ré unos p árrafos de H u rtad o de Mendoza:
huelga decirlo, en Trento.
Para acabar, en fin, con la corona de espinas que, «Vínose a causas y pasiones particulares, hasta pe­
po r la férula de una fe c ristia n a im puesta y la im ­ dir jueces de términos; no para divisiones o suertes
postura de u nas conversiones constrictivas y unos de tierras, como los romanos y nuestros pasados, sino
bautism os radicalm ente sacrilegos, vino a caer so­ con voz de restituir ai Rey o al público lo que le te­
bre la progenie de los m oros, la c ircu n stan cia por la
que se inició el rem ate de su definitiva destrucción 13 . M á rm o l C a r v a ja l tr a s tr u e c a tal vez la s g e s tio n e s d e G u e r r e ­
fue la visita al tercer papa Medici (Angelo), Pío IV ro, q u e a u n q u e y a e ra a rz o b is p o lo s d o s ú ltim o s a ñ o s d el p o n tifi­
c a d o d e P a u lo I II (que d u ró de 15 3 4 a 1549), m al p u d ie ro n s e r la s
por nom bre pontificio, y sobre el año de 1559 o el p re o c u p a c io n e s de este p a p a la s q u e tra n sm itie se , ta l co m o él e s ­
c rib e , « al re y don F e lip e II n u e stro s e ñ o r» (a m en o s q u e d e sig n e
12. C u ya p re s id e n c ia e s ta b a d esd e 154 6 — tra s la m u erte del p r i­ a F e lip e — en to n c es en fu n c io n e s d e reg e n te — c o m o lo q u e ya e ra
m e r p re sid e n te , fr a y F r a n c is c o G a r c ía d e L o a y sa — en m an o s de c u a n d o e s c r ib e su c ró n ic a), c u y o re in a d o no e m p e z a ría , co m o e s
do n L u is H u rta d o de M en d o za — h e rm a n o m a y o r de Don A nto­ n otorio, h a s ta sie te a ñ o s d e s p u é s d e la m u e rte d e P a u lo III. P a re ­
nio, e l v ir r e y —•, n o m b ra d o p a r a el c a rg o tra s a b a n d o n a r la c a p i­ ce, con todo, m ás v ero sím il q u e fu e se con P ío IV y no con P au lo III,
ta n ía g e n e ra l de G ra n a d a . co m o él d ice. Y ta m b ién p u d o h a b e r h a b id o m á s d e u n a g estió n .

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nían ocupado, e intento de echar algunos de sus he­ de H urtado de Mendoza, quedó dictado, para los mo­
redamientos. Este fue uno de los principios en la des­ ros del Reino de G ranada, lo siguiente:
trucción de Granada común a muchas naciones;
porque los cristianos nuevos [en este caso, evidente­ «El rey les mandó dejar el habla morisca,14 y con
mente, no judíos, sino moros], gente sin lengua y sin ella el comercio y comunicación entre sí; quitóles el
favor, encogida y mostrada a servir, veían condenar­ servicio de los esclavos negros a quienes criaban con
se, quitar o partir las haciendas que habían poseído, esperanza de hijos, y el hábito morisco en que tenían
comprado o heredado de sus abuelos, sin ser oidos.» empleado gran caudal: obligáronlos a vestir castella­
[...] «Del desdén, de la flaqueza de provisión, de la poca no con mucha costa, que las mujeres trajesen los ros­
experiencia de los ministros [sobrentiéndase "de jus­ tros descubiertos,15 que las casas, acostumbradas a
ticia”] en cargo que participaba de guerra, nació el estar cerradas, estuviesen abiertas; lo uno y lo otro
descuido, o fuese negligencia o voluntad de cada uno tan grave de sufrir entre gente celosa. Hubo fama que
que no acertase su émulo. En fin fue causa de crecer les mandaban tomar los hijos, y pasarlos a Castilla;
estos salteadores (monfíes los llamaban en lengua mo­
risca), en tanto número, que para oprimirlos, o para
reprimirlos no bastaban las unas ni las otras fuerzas. 14. B ie n d is tin ta fu e la a c titu d del m ism o F e lip e II, a l re sp e cto
Este fue el cimiento sobre que fundaron sus esperan­ d e la le n g u a , con la te r c e ra p ro g e n ie d e s tin a d a a r e c ib ir e n s u s
zas los ánimos escandalizados y ofendidos; y estos sie n e s la c o ro n a de e s p in a s d e la co n v e rsió n y e l b au tism o . A sí,
hombres fueron el instrumento principal de la guerra. en 158 0 , c u a n d o el C o n se jo d e In d ia s en p len o o p tó p o r la im p o ­
Todo esto parecía al común cosa escandalosa; pero la sic ió n del c a stellan o , y n o só lo p a ra la p re d ic a c ió n , sin o p ro b a ­
razón de los hombres, o la providencia divina (que es blem en te ta m b ié n con m ir a s a l co n tro l p o lític o , e l re y se n e gó en
redondo, aleg an d o : «N o p a re c e con ven iente a p re m ia r lo s a q u e d e­
más cierto) mostró con el suceso, que fue cosa guia­ jen su le n g u a n a tu ra l, m a s s e p o n d rán m a e stro s p a ra lo s q u e vo­
da para que el mal no fuese adelante, y estos reinos lu ntariam ente q u isieren a p re n d e r la castellan a, y se d é orden com o
quedasen asegurados mientras fuese su voluntad. Si­ se h a g a g u a r d a r lo q u e e s tá m an d a d o en no p ro v e e r lo s cu rato s,
guiéronse luego ofensas en su ley, en las haciendas, sin o a q u ie n s e p a la d e lo s in d io s» . Y a s í, m a n d ó c r e a r d o s c á te ­
y en el uso de la vida, así cuanto a la necesidad, como d ra s en la s u n iv e rs id a d e s d e L im a y de M éxico , p a ra q u e se d ie ­
cuanto al regalo, a que es demasiadamente dada esta sen c la s e s d e q u e c h u a y de n a h u a, resp ectiv am e n te, so b re todo
nación [la de los moros, se sobrentiende]; porque la a los c u r a s y a lo s m isio n ero s. P o r el co n tra rio , en 17 7 0 , fu e el
Inquisición los comenzó a apretar más de lo ordi­ C o n se jo de In d ia s qu ien se o p u so a la p ro p o sic ió n d el a rz o b is p o
de M éxico, don F r a n c is c o A n tonio L o ren zan a, p a ra q u e se im p u ­
nario.» s ie s e a lo s in d io s, o b lig a to ria m e n te , el c a ste lla n o ; p e ro el rey
C a r lo s III, a te n ié n d o se a la s d o c tr in a s d e la Ilu stra c ió n , e stu v o
Así las cosas, el arzobispo de G ranada se a p re su ­ de a c u e rd o con L oren zan a y, en c o n tra d el p a re c e r d el C o n se jo de
ró a inform ar a Felipe II de las preocupaciones pon­ Indias, m an d ó h a c e r o b lig a to rio p a ra los in d io s el ap re n d iz a je y el
tificias, m ien tras que el propio Pío IV escribió, por u so del castellano, «para qu e de una vez — reza literalm ente la céd u ­
la— se llegu e a c o n se g u ir el q u e se extin gan los diferen tes id io m as
su parte, sobre su a la rm a an te el m ism o conflicto, d e q u e s e u s a en lo s m ism o s d o m in io s, y só lo s e h a b le el c a s t e lla ­
a su nuncio en E spaña, don Ju a n B au tista Castaño, no». (V éase el Apéndice IV d e este m ism o texto, p á g s. 789-791).
obispo de Rossano. El caso es que a finales de 1566, 15. E n esto , p o r el c o n tr a r io (véase, a q u í e n c im a , la n o ta an te ­
Felipe II reunió una ju n ta de ju ris ta s y teólogos de rior), F e lip e II se a n tic ip a b a a la a c titu d d el d e sp o tism o ilu s t r a ­
la que em anó la pragm ática del 17 de noviem bre do y au n d e la s id e a s ilu s t r a d a s v ig e n te s ho y e n d ía, ta l y com o
h em o s v is to h ace a p e n a s d o s añ os, co n la g ra n p o lé m ic a fr a n c e ­
de 1566, am én de otras posteriores del m ism o tenor, s a en to rn o a l u so del c h a d o r en la s a u la s e s c o la r e s y u n iv e rs ita ­
según las cuales, y volviendo a c ita r el texto literal r ia s p o r p a rte d e la s e stu d ia n te s m ah o m e tan as.

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vedáronles el uso de los baños, que eran su limpieza ron ni el arzobispo ni el capitán general— fueron pre­
y entretenimiento; prim ero les habían prohibido la cisam ente los religiosos: el cardenal Espinosa, pre­
música, cantares, fiestas, bodas, conforme a su cos­ sidente del Consejo de Castilla, el obispo Gallo de
tumbre, y cualesquier juntas de pasatiempo. Salió la diócesis de Orihuela, y don Pedro de Deza, del Con­
todo esto junto, sin guardia, ni provisión de gente; sin sejo de la Inquisición y, p o r entonces, presidente de
reforzar presidios viejos, o afirm ar otros nuevos. Y la C hancillería de G ranada, cuyo fervor religioso
aunque los moriscos estuviesen prevenidos de los que —fervor que m ereciera m ás el nom bre de «furor»—
había de ser, les hizo tanta impresión, que antes pen­
saron en la venganza que en el remedio.»16 se im puso a las p ru d en tes pro testas de Don Iñigo,
el cap itán general, que dem andaba, p o r lo menos, de­
¿Para qué decir m ás? Era lo último; y esta vez, aun­ m ora, circunspección y p au latin id ad p ara tan d rá s ­
que provocado por los inform es del arzobispo de Gra­ ticas m edidas.
nada, el im pulso decisivo había p a rtid o del celo Según M árm ol C arvajal, fue a c a u sa de la propia
apostólico del Sum o Pontífice Pío IV, con la ya m en­ im punidad con la que los cristian o s se habían acos­
cionada c a rta a su nuncio en E spaña y sus encare­ tum brado a com eter toda su erte de atropellos y de
cim ientos al arzobispo para que hab lase con el rey. robos co n tra los cam pesinos m oriscos po r lo que se
Por su parte, Felipe II necesitaba m ucho m ejorarse fru stró la intentona inicial de la sublevación, orga­
con Roma, ya que el papa inm ediatam ente anterior, nizada por un Farax ben Farax, y consistente en un
Paulo IV (Caraffa) le hab ía retirad o algunos privile­ asalto a la propia ciudad de G ranada, apoyado des­
gios otorgados p o r otros papas, a cau sa de la irru p ­ de el Albaicín, desde la sie rra y desde la vega, pues
ción a rm ad a del duque de Alba (virrey de N ápoles a fue precisam ente el deseo de vengar una de tales de­
la sazón) en los Estados pontificios, tras algunos inci­ predaciones (perpetrada e sta vez p o r los alguaciles
dentes derivados del pacto secreto que el papa tenía y escribanos de la audiencia de Ujíjar, deseosos de
concertado, ya desde antes de la tregua de Vaucelles, agasajar, a costa de los m oros, a sus fam ilias, resi­
con E nrique II de Francia, p ara e c h ar de N ápoles a dentes en G ranada, a donde se dirigían a p a sa r la
los españoles. Y todo esto se dice aquí tan sólo con Santa Navidad) lo que hizo que uno de los grupos
el fin de m o stra r de cu án ajenas y rem otas circu n s­ conjurados, deshaciendo la sim u ltan eid ad y la so r­
tancias colgaba, en m ayor o m enor grado, la desven­ presa, hiciese fracasar el prim er golpe de la insurrec­
tu ra de los m oros granadinos. Con todo, hay que ción. Pero el em peño no tenía ya posible vuelta a trá s
tener en cuenta que los m ás intransigentes de la ju n ­ y pronto se tro c a ría en guerra a b ierta, bajo el m an­
ta —celebrada en M adrid, y en la que no p a rticip a ­ do de un nuevo caudillo: el fam oso Aben Humeya.
De la terrib le g u erra, que d u ró h a sta noviem bre
de 1570, han quedado —a p arte de u n a relación ofi­
16. L a p r a g m á tic a a s í e x tra c ta d a p o r H u rta d o d e M end oza re ­
p ro d u c ía — y todo lo m ás, c o m p le m e n ta b a —•, en re a lid a d , o tra de
cial, escrita, com o era obligado, p o r el capitán gene­
tie m p o s del e m p era d o r, fe c h a d a el 7 de d ic ie m b re d e 15 2 6 y e m a ­ ral don Iñigo López de Mendoza, para el rey— tres
n a d a p o r u n a ju n ta s e m e ja n te , c u y a e je c u c ió n fu e a p la z a d a p o r crónicas contem poráneas: la de Diego H u rtad o de
« su p lic ac ió n » (apelación) d e lo s m o risc o s en 15 2 7 p o r p rim e ra vez, Mendoza, la de Luis de M árm ol Carvajal y la de Luis
y en 15 3 0 , p o r s e g u n d a , c u a n d o la e m p e ra tr iz q u iso im p o n e rla
—a l m en o s en lo to c an te a lo s v e stid o s— en a u s e n c ia del e m p e ra ­
Cabrera de Córdoba —esta últim a inserta en una cró­
dor. E n 15 6 6 fu e d e s o íd a c u a lq u ie r « su p lic a c ió n » . nica de todo el reinado de Felipe II. La p rim era ex­

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pulsión —in acab ad a— de los m oriscos, consiguien­ las p rim eras bulas que, com o p rim eras gem as refe­
te a la guerra, consistió desde luego en un desalo­ rentes a U ltram ar, vinieron a en g astarse en la coro­
jo total de la región de Las A lpujarras y creo que casi na de Castilla, po r entonces en cabeza de doña Isabel
total del reino de G ranada; m uchos de los m oriscos de T rastam ara, fueron las fam osas y tan discutidas
em barcaron hacia B erbería —lo que actualm ente lla­ de Alejandro VI (Rodrigo de Borja), fam iliarm ente
m am os el M agreb—, otros fueron dep o rtad o s a Cas­ llam adas «bulas alejandrinas». Respecto de ellas
tilla y E xtrem adura. El reino de G ranada, por la pienso aprovecharm e del m inucioso y encom iable
riqueza de sus recursos, fue pronto repoblado con estudio de Alfonso García-Gallo, «Las bulas de Ale­
cristianos de otras regiones españolas, sobre todo ga­ jandro VI y el ordenam iento ju ríd ic o de la expan­
llegos, si no recuerdo mal. La segunda y definitiva sión p o rtu g u esa y castellan a en África e Indias»
expulsión de los m oriscos, que com prendió tam bién (Anuario de Historia del Derecho Español, M adrid,
a los antiguos m udéjares de Valencia, Aragón y Ca­ 1957-1958; reedición en Alfonso García-Gallo, «Los
taluña (ya convertidos en moriscos, o sea bautizados, orígenes españoles de las instituciones am ericanas»,
desde 1526), ju n to con los del resto de E spaña, fue Real Academia de Ju risp ru d e n c ia y Legislación, Ma­
d ictada po r un bando de Felipe III de 1609, y a des­ drid, 1987, págs. 313-659), que, al m enos para un
pecho de algunas pro testas de los nobles, que a p re ­ profano o un sem i-pre-iniciado com o yo, resu lta
ciaban a los m oriscos com o m ano de obra agrícola enteram ente convincente. El punto de p a rtid a del es­
b a ra ta y com petente p ara sus latifundios, se llevó a tudio de G arcía-Gallo consiste en algo tan elem en­
cabo, región p o r región, en los años subsiguientes. tal y evidente, una vez propuesto, com o rem o n tar la
Así acabó la segunda de las progenies destruidas por espontánea e inadvertida inercia de un espejism o de
esa especie de «In d u stria de S ufrim ientos Inten­ punto de vista histórico, análogo, p o r cierto, al que
sivos» en que, R om a iuuante, se convirtió E spaña hace resb a lar a Ju lián M arías en su interpretación
sobre todo a p a rtir de su tan glorificada unidad del pasaje del cardenal Pietro Bem bo (véase la nota
nacional, bajo un catolicism o que se d iría com o ob­ 1 de este m ism o Apéndice, pág. 609); pues, en efecto,
cecado en hacerles a las o tra s religiones, m onoteís­ así com o a M arías, desde el d istraíd o punto de vista
tas o paganas, m uchísim os m ás m ártires que los que del siglo X X , no se le ocurre p e n sar que el célebre
n unca acertó a darle, por su parte, a la propia de Je ­ c a rd e n a l17 pueda e sta rse refiriendo a otro idiom a
sús de N azaret. Lo serían seguram ente los dos cléri­ que al castellano cuando habla de «voci» y «accen-
gos de Alcalá de los G azules m uertos con torm ento ti» «Spagnuoli», y no al catalán, siendo así que éste
en 1501, pero no sé h asta qué punto N uestro S eñor era el idiom a fam iliar y al m enos en parte cortesano
Jesucristo recibiría en su seno como tales, según sus
intenciones, al preconizado pero m alogrado p rim e r
17. T en id o p o r el m e jo r la tin ista y « e s c r it o r latin o » d el s ig lo
inqu isid o r de Zaragoza, Pedro de Arbués, asesinado XVI, y au to r, si se m e p e rm ite n re c u e rd o s in fa n tile s, del e p ita fio
por los ju d ío s en 1485, o aun, según sus hechos, al m ás in co n m en su rab lem en te la u d a to rio q u e p u ed a im ag in arse, d e ­
alguacil Barrionuevo, linchado po r los m oros cu a n ­ d ic a d o a l p in to r R a ffa e llo S a n z io en su tu m b a d el Panteón de
do se llevaba presa a una m u jer del Albaicín p o r o r­ R om a, y q u e m i a b u e lo ita lia n o tr a ta b a en v a n o d e h a c e rm e tr a ­
d u c ir a m is diez u o n c e a ñ o s, au n q u e y a co n r e su e lta vo c ac ió n
den de Cisneros. d e p é sim o e stu d ia n te : Hic est Ule Raphael lim uit quo sospite uin-
Viniendo, pues, finalm ente, al caso de los indios, ci rerum magna parens el moriente morí.

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(«e Valenza il calle Vaticano occupato avea», dice en 1495 la corona de C astilla restrin g ió a q u inientas
el propio Bembo) de A lejandro VI, así tam poco a los las personas que podían p erm a n ec e r a su sueldo en
profanos se nos ocurre considerar, h asta que alguien La Española, m andando que las restantes se volvie­
como García-Gallo nos advierte contra el espejismo, sen a España.
el D escubrim iento de Colón en 1492 m ás que com o D eshacer el espejism o de punto de vista histórico
una absoluta novedad, com o un com ienzo —y un en la consideración del d escubrim iento colom bino
comienzo enfáticam ente señalado com o un hito m i­ de 1492, así com o de las bu las de 1493 que a él se
lenario en la H istoria U niversal—, y no com o una refieren, p asan d o a concebirlos no ya com o un co­
continuación, que no o tra cosa era p ara los esp ecta­ m ienzo sino com o u n a continuación, significa evi­
dores de 1493 y, por lo tanto, p ara el a u to r de las fa­ dentem ente devolverlos al lugar de la sucesión en
m osas bulas, A lejandro VI. Tan es así, que, después que se inscriben e in te rp re ta rlo s a la luz de la sola
de un p rim e r éclat de lo que sólo m ás tard e se sa­ relación vigente de los que son continuación, pero
bría que era n ad a m enos que «El D escubrim iento de no —y esto es lo que aquí im p o rta— en el sentido
América», hubo unos años de vacilación y, por así débil y genérico en que todo hecho histó rico viene
decirlo, recesión ante un d escubrim iento sin duda precedido de otros que lo han hecho posible y a la
m ás im p o rtan te —p o r la distancia, po r las dim en­ vez lo condicionan, configurando, com o gustan de­
siones y sobre todo p o r la dirección occidental de la cir los periodistas, «su contexto histórico», sino en
navegación— de lo que podría h a b e r sido, p o r ejem ­ el sentido fuerte y específico de su pertenencia a una
plo, el de las Islas A fortunadas o C anarias, en el su­ sucesión m uy especializada de designios, acciones
puesto de que no hubiese habido noticia de ellas y avatares hom ogéneos: la de las expediciones, ex­
desde la A ntigüedad,18 pero no de un orden de m ag­ ploraciones y conquistas terrestres y sobre todo m a­
n itud distinto, y aun m enos en un grado tan supe­ rítim as por p arte de los reinos de Castilla y Portugal,
rio r como el que tiene hoy p ara nosotros. Síntom a allende el litoral peninsular y m ás allá de las Colum­
claro de esa «recesión» es sin duda el hecho de que nas de H ércules, tanto Atlántico afuera, ya sea ru m ­
bo al norte, ya, preferentem ente, rum bo al sur, com o
18. N o tic ia q u e s e re m o n ta b a , s i e s q u e no m e eq u ivo co , a lo s sobre el África islám ica, en un p rincipio a títu lo de
c a rta g in e s e s , y en c o n c re to a l P e rip lo d e H an n ó n , p ero qu e, c o m ­ prolongación de esa especie de C ruzada Occidental,
p ren sib lem e n te , ten ia un c a r á c t e r c a s i le g e n d a rio c u a n d o fu ero n
r e d e s c u b ie r ta s p o r lo s g e n o v e se s en 1 3 1 2 : L a n c e llo tto d a M alon- reconocida com o tal p o r Roma, p o r lo que yo ahora
c e llo d e jó su n o m b re d e p ila h a sta ho y en el to p ó n im o « L a n za ro - pueda recordar, al m enos para la g u e rra contra los
te». Tal c ir c u n sta n c ia , d ic h o s e a d e paso , p o d r ía tal vez s e r v ir de Almohades, coronada, com o sabe h asta el m ás catea­
e x p lic a c ió n p a ra el e x tra ñ o d o b lete de r a íc e s v e rb a le s , a p a re n te ­ do bachiller, con la victoria de 1212 en las Navas de
m en te s in o n ím ic a s , q u e a p a re c e en la C a p itu la c ió n de la s A lcá-
govas: « d e s c u b ie rta s e p o r d e sc o b rir, fa lla d a s e p o r fa lla r » , d o n d e Tolosa, pues bula de S anta C ruzada (Gaudeam us et
con « fa lla r» q u e r r ía a c a s o d e ja rs e co m p ren d id o a q u e llo de lo que, exultem us) recibió de Benedicto XII el rey de Por­
c o m o de la s C a n a r ia s, h a b ía a lg u n a n o tic ia , p e ro fa lta b a la lo c a ­ tugal Alfonso IV, en 1341, p ara su g u e rra co n tra el
lización . N o b a s ta b a d e c ir q u e u no h a b ía s id o e l p rim e ro en v e r reino de Fez, aunque sólo su su ceso r Don Ju an I
ta l o c u a l isla en e l A tlán tico ; te n ía q u e s a b e r ta m b ié n d ó n d e se
hallaba; a la c a p a c id a d d e s e ñ a la r s u s itio en la s c a r t a s m a rin e ­ alcanzará definitivam ente, en 1415, la conquista de
ras, co m o el d e la s A fo rtu n a d a s d e s d e 1 3 1 2 , h a b r ía q u e rid o re­ Ceuta para la C ristiandad. Y es a raíz de este hecho
s e rv a rs e , d e s e r c ie r ta m i h ip ó te sis, la s u fic ie n te co n v a lid a c ió n . cuando se expiden las p rim eras bulas que, aunque

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indirectam ente todavía, afectan al asunto que tra e ­ ral de toda la escu ad ra cristian a, y de don Alvaro de
m os en cuestión: la R om anus Pontifex (prim era de Bazán, de la fracción española) m ás de siglo y m e­
este nom bre) del papa M artín V y del 4 de abril dio después, en la g u erra de Lepanto. Este c a rá c te r
de 1418, p o r la que se concede a Ju an I convertir la políticam ente exclusivista tiene que ver con la p au ­
m ezquita de Ceuta en catedral c ristia n a y la Sane latina transform ación en o tra cosa de lo que sólo al
charissim us del m ism o papa y de la m ism a fecha, principio pudo concebirse com o C ruzada propia­
im portante por se r la ú ltim a bula —al m enos po r mente dicha, tal com o se verá en el punto CUARTO .
cuanto yo pueda sab er— en que se recom ienda la co­ S E G U N D O . La índole genéricam ente a rb itra l del
laboración de otros príncipes cristian o s en la «Cru­ papel del pontífice a lo largo de las actuaciones de
zada de Occidente» con el de Portugal, en lugar de los titu la res sucesivos y sus diversas bulas. He su ­
excluirlos, en beneficio de uno solo de ellos —que brayado «genéricam ente» para evitar una confusión
de hecho h a b rá n de ser p rim o rd ialm en te el rey de indeseable, que es la siguiente: García-Gallo, com o
Portugal o el de Castilla, m utuam ente excluyéndose a experto ju rista , sabe que el arbitraje es una in stitu ­
su vez—, conform e al que en adelante se m o strará ción ju ríd ic a rigurosam ente form alizada, en la que
invariable c rite rio pontificio. La m otivación políti­ el árb itro no actú a p o r su propio p o d er sino po r po­
ca de este c rite rio —que pronto se irá viendo— ten­ deres recibidos de las dos partes litigantes que lo han
d rá unas consecuencias, igualm ente políticas, de designado p a ra d irim ir su querella, bajo el com pro­
alcance incalculable. m iso de obligarse estrictísim am en te a obedecer su
La in terpenetración y aun parcial superposición dictam en. Y en este sentido rigurosam ente ju ríd ic o
de los diversos factores que van a e n tra r en juego en rechaza ju n to con otros autores y con toda razón el
nuestro asunto hace desde luego im posible un en u n ­ c a rá c te r a rb itra l que algunos han q uerido a trib u ir
ciado lim piam ente exento de cada uno de ellos, pero a la segunda bula Inter cetera de Alejandro VI, ya sea
tam bién hace difícil elegir, de entre las varias en u ­ por no resp o n d er a la exigencia de h a b e r sido solici­
m eraciones igualm ente válidas, ya sea la teóricam en­ tada por am bas p artes —p resu n tam en te C astilla y
te m ás plausible, ya sea la expositivam ente m ás Portugal—■,sino en todo caso sólo por Castilla, ya sea
ordenada y esclarecedora. No habiendo, sin e m b a r­ por no oto rg arla el p ap a a título de concesión gra­
go, m ás rem edio que a c e p ta r el a lb u r de la elección, ciosa a tal solicitud, aunque la haya habido, sino, ex-
será el lector quien juzgue de lo afo rtu n ad o o des­ pressis uerbis, a título espontáneo de su sola potestad
graciado de la mía, tanto en los enunciados com o en apostólica, bajo la ficción v erb al19 de m otu propio.
su ordenación, tal como, sin m ás disculpas, allá va: En el sentido ju ríd icam en te form al, ninguna de las
P rimero . El c a rá c te r políticam ente exclusivista bulas que conciernen al caso de que aquí es cues­
que después de la a rrib a c ita d a Sane charissim us tión reúne los rasgos necesarios p ara que pueda
de 1418 adoptan todas las bulas pontificias referentes
a las que bajo mi sola responsabilidad denom ino 19. « F ic c ió n v e rb a l» no a d u c e a q u í n in g ú n s e n tid o p e y o ra tiv o
Cruzadas Occidentales, frente a las Orientales, en que p a r a la p a la b r a « ficc ió n » ; to d o lo ju r íd ic o e s « fic c ió n » , y no hay
en e llo m e n o sc a b o a lg u n o ; s ó lo q u ie ro d e c ir q u e a u n q u e tal b u la
los rasgos de coalición de P ríncipes C ristianos se fu e s o lic ita d a de hecho, e l p a p a no q u is o d a rle de derecho el c a ­
conservan, al m enos form alm ente (en el m ando se­ r á c te r de re sp u e sta a tal so lic itu d (V éase al re sp e cto G arcía-G allo ,
parado de don Juan de Austria, com o capitán gene­ op. cit., p á g s. 479-481).

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hablarse de arbitraje. De las dos que tal vez m ás l'.uas rom ances sobre «jurar» y sus equivalentes). Los
podrían acercarse a ello, esto es, la D udum cum ad dos m om entos eran el sacram entum —siem pre
nos de Eugenio IV del 31 de ju lio de 1436 y la Aeter- necesario— y la execratio —com plem ento optativo;
ni Regis de Sixto IV del 22 de ju nio de 1481, la p ri­ por el prim ero, el que ju ra b a com prom etía, ponién­
m era de ellas, au nque d irim e en concreto sobre el dolo po r fia d o r del cum plim iento, su buen nom bre
derecho de las Islas C anarias entre los reyes de Cas­ público, que vale tan to com o decir «su honor»; por
tilla y Portugal, no lo hace en resp u esta a una solici­ el segundo, añ adía —ya sea espontáneam ente, ya sea
tud sim u ltán ea y c o n certad a de am bos reyes, tal por exigencia de los otros— la garan tía de ec h ar o
como exigiría un arbitraje, sino com o m ediación en­ de aceptar sobre su cabeza, en caso de incum plim ien­
tre dos dem andas sep arad as de uno y o tro rey: una to, los m ás terrib les m ales, po r lo com ún bajo for­
petición de don D uarte de Portugal p ara que le sea ma de m aldición divina —o sea de los dioses de lo
concedida la conquista de las dichas islas, y una ape­ alto—, pero quizás a veces —a m enos que esto sea
lación de Ju a n II de Castilla, a través del obispo de ya m edieval— bajo la de conjuro de poderes ctóni-
Burgos, don Alonso de C artagena, en co n tra de se­ cos. (Como residuos m odernos de la execratio rom a­
m ejante concesión, en el Concilio de Basilea, con sus na podem os todavía reconocer fó rm u las tales com o
Allegationes (texto interesantísim o —cuya reproduc­ «Que me caiga yo m u erto ahora aquí m ism o» y otras
ción en los apéndices añade aquí el lector de García- sem ejantes que ponen po r g aran tía h a sta la vida de
Gallo, com o una cosa m ás que agradecerle, a los m é­ los seres m ás queridos. Y en el fam oso rom ance de
ritos propios de su e stu d io — que ha de ser m ás a b a ­ las ju ras de Santa Gadea, la serie de m aldiciones con­
jo de sum a utilidad); y en cuanto a la segunda, dicionales con las que el Cid conjura al rey Alfonso
aunque responda a la exigencia form al de se r solici­ si faltare a la verdad sobre la m uerte de su herm ano
tada por petición concorde de las partes (en este caso, es un m odelo perfecto de execratio.) Prácticam ente
doña Isabel de T rastam ara, reina de Castilla, y Don análogo al descrito era, a mi entender, el sentido de
Alfonso V, rey de Portugal), no tiene por contenido la dem anda hecha al papa Sixto IV po r los sobera­
una sentencia a rb itra l d irim ente de un pleito toda­ nos de C astilla y de Portugal con respecto a la Capi­
vía pendiente entre una y otra, sino tan sólo la rati­ tulación de las Alcáíovas: au nque la firm a de ésta
ficación o, por así decirlo, consagración papal, de un por las p artes se bastaba a sí m ism a com o sacram en­
pacto ya previam ente acordado y capitulado por am ­ tum , en la m edida en que una y otro hacían del cum ­
bas por su cuenta: la C apitulación de las Alcá^ovas, plim iento com prom iso de honor, quisieron añadirle,
del 4 de septiem bre de 1479. Y en tal sentido, no creo a través de la bula pontificia, la g aran tía de u na exe­
que sea tem erario, por mi parte, a trib u ir a la Aeter- cratio, a cuyo título, com o piadosos príncipes c ris­
ni Regis un a función análoga a la del segundo —y tianos, no podían ten er por válida ninguna otra que
no necesario— de los dos m om entos que en la tra d i­ no fuese la am enaza de una excomunión papal. Y me
ción rom ana conform aban lo que hoy concebim os he extendido en este com entario a fin de su g erir que
como un acto u n ita rio bajo la noción de «juram en­ m ás que el reconocim iento de una nunca bien defi­
to» (un derivado nom inal, p o r cierto, que, aunque nida «potestad apostólica», era tal vez la fuerza coer­
perfectam ente posible, nunca fue construido, a p a r­ citiva del tem o r a la am enaza de excom unión papal
tir de iuro, en el latín, y sólo se form ó ya en las len- —con que las bulas solían co n clu ir— po r p a rte de

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todos los príncipes c ristia n o s lo que hacía que cu al­ Petro et sanctae R om anae ecclesiae in ius et proprie-
quiera de ellos que quisiese im poner y a seg u ra r sus tatem esse traditum ). E ra esto en tiem pos del rey Al­
pretensiones frente a todos los restan tes se acogiese fonso VI de Castilla, a quien poco m ás tarde el m ism o
al recurso de p e d ir una bula a su favor, para poder papa im puso la su stitu ció n del rito m ozárabe por el
esgrim irla como instrum ento de fuerza capaz de de­ romano. La consecuencia concreta de sem ejante rei­
tener a c u a lq u ier o tro posible co m p etid o r cristian o vindicación de la ju risd icció n y propiedad fue la re­
ante los lím ites del área reservada, de modo privati­ clam ación del cum plim iento de los correspondientes
vo, a sus proyectos de dom inación. Volviendo ahora, deberes trib u ta rio s p ara con la S anta Sede. Si tal re­
finalm ente, al contenido de este segundo punto, si clam ación b asta de m uestra, hay que concluir que en
bien, tal como creo haber argum entado, parece cierto el siglo X I la «potestad apostólica» venía a in te rp re ­
que de ninguna de la bulas que atañen a mi asunto tarse bajo una concepción cuasi-im perial. Sirva este
sería correcto h a b la r de un «arbitraje» en el sen ti­ precedente, en que no ya el Sacro Im perio Carolin-
do form alm ente ju ríd ic o del térm ino, sostengo que gio ni el Rom ano-G erm ánico, que el propio Grego­
en el sentido lato que en la lengua com ún alcanza rio VII se tom ó el trab ajo de in te n ta r m enoscabar,
la palabra sí cabe hablar, no obstante, de un papel sino el Pontificado m ism o parece considerarse como
genéricam ente arbitral, no de una bula ni de un papa a m odo de heredero del Im perio Rom ano de la an ti­
en concreto, sino del pontificado en su co n tinuidad güedad, p ara ah u y en tar de una vez toda extrañeza
a lo largo de los sucesivos titu la res que se las hubie­ ante los grandes extrem os de elasticidad a que la con­
ron con las dos m onarquías m arin era s que d u ran te cepción de la llam ada Apostólica postestas (o bien
casi todo el siglo X V y bu en a p a rte del siglo X V I de­ auctoritas, con igual valor)20 puede llegar a verse
tentaron p rácticam ente la exclusiva de las nave­ som etida e n tre d o ctrin as igualm ente ortodoxas. Si
gaciones del Atlántico. Y p o r lo que m e im porta E nrique de Susa, el cardenal O stiense (fallecido
subrayar tal papel a rb itra l de los pontífices es por en 1271), puede representar, con su doctrina, el polo
lo que ap areja n ecesariam ente de función política, extrem o de la concepción teo crática de la potestad
es decir, referente al dom inio tem poral —aunque sea apostólica del pontificado, en cuanto hace de éste la
bajo la consabida consigna de «Paz y concordia en­ única y suprem a instancia legitim adora de todo po­
tre los prín cip es c ristian o s» —•, por m ucho que tra ­ d er tem poral sobre la T ierra, h asta de los islám icos
tase de ejercerse, con toda buena fe, sin m enoscabo o no cristianos, reputados, p o r ello, poderes ilegí­
alguno de la función apostólica y evangelizadora. tim os, y puestos a m erced de cu a lq u ier príncipe
T e r c e r o . La incierta n aturaleza de la «Potestad
cristiano, que podía legítim am ente com batirlos, des­
Apostólica». Con fecha del 28 de junio de 1077, el en­ poseerlos y despojarlos a su beneplácito, su con­
tonces pontífice Gregorio VII dirigió una carta «a los tem poráneo Tomás de Aquino (m uerto tan sólo tres
reyes, condes y dem ás príncipes de E spaña» (se da años después) representa, con su d o c trin a iusnatu-
p or sobrentendido que cristianos), en la que les re­ ralista, el polo opuesto, la concepción ilu strad a de
cordaba cómo, según las an tig u as constituciones, el
reino de E spaña estab a dado a San Pedro y a la S an­
ta Iglesia Rom ana en ju risd icció n y propiedad (reg- 20. P ese a qu e h ay u n a c la r a d istin c ió n ju r íd ic a en tre a m b o s té r­
m in o s: la auctoritas c o m p o rta c a p a c id a d p a r a c r e a r d e re c h o s; 1^
num Hispatiiae ex antiquis co nstitutionibus beato potestas no p u ed e m ás q u e e je c u ta r lo s .

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la potestad apostólica, po r cuanto al fu n d am e n ta r dantesca del gran can ciller del d e stru c to r de Italia
los poderes tem porales en el derecho n a tu ra l21 y m edia E uropa, de E spaña y de U ltram ar, pues, si
—que, en contra de la d octrina del Ostiense, no p res­ es verdad que Dante le servía com o in stru m en to del
cribía ante el derecho divino, dim an ado de la em perador frente al pontífice, ello era a costa de te­
Revelación—, reducía e x trao rd in ariam en te las a tr i­ ner que p a s a r com o gato p o r b rasas sobre la d o ctri­
buciones pontificias al respecto, reconociendo el po­ na política de aquél co n tra la form a tradicional de
d er de los príncipes gentiles p o r tan legítim o com o la elección del em perador p o r parte de los príncipes
el de los príncipes cristianos. In terfiriendo de algún electores alem anes, tai com o se había repetido con
m odo y com o desde fu era con tal d isp a rid a d de doc­ el propio C arlos V, incluyendo el no m enos tra d i­
trin a s propiam ente teológicas acerca del alcance de cional soborno consentido y m anifiesto, inm enso ca­
la potestad apostólica en sí m ism a, y cuando el águi­ pital,22 que de p réstam o en préstam o, de deuda en
la bicéfala iba logrando ya extender su m ala som ­ deuda, de acreedor en acreedor, pasando p o r los ser­
b ra sobre la haz de aquel nuevo universo en el que vicios de las Cortes C astellanas, los em p réstito s de
no se ponía el sol, fue acaso el sector laico el que la Mesta, los Fúcares, los Bélzares,23 acabaría cayen­
aportó la parte, sin duda m ás exigua, pero tam bién do sobre las espaldas de los indios que m o rirían a
m ás eficaz p a ra la conveniente confusión, siem pre, chorros bajo el peso de sus e sp o rtilla s en los d an ­
naturalm ente, sobre el a cad a paso m ás vidrioso tescos pozos y galerías del Potosí. Existe incluso, aun­
asunto de las atribuciones pontificias con respecto al que no he podido verla, una c a rta de M ercurino
dom inio tem poral. El piam ontés M ercurino Gattina- G attinara a E rasm o de Rotterdam , consultándole so­
ra, gran can ciller de C arlos V y al p a r gonfaloniero bre el uso que p o d ría hacerse del De M onarchia de
de la intelectualidad orgánica im perial, dio en res­ Dante en defensa de los intereses del em perador con­
catar, con éxito m ediano pero suficiente, las ideas tra el pontífice Clem ente VII, m ientras, a raíz del
de Dante Alighieri, sin du d a p o r la aversión de éste Saco de Roma, Alfonso de Valdés, íntim o am igo de
—a quien tal aversión le valió al cabo el ser exilia­ Don M ercurino, escribía, po r su parte, el Diálogo de
do de F lorencia— al p ap a que, con su fam osa bula las cosas ocurridas en Rom a, m ás conocido po r Diá­
Unam sanctam del 18 de noviem bre de 1302, se e ri­ logo de L aclando y el Arcediano, en que, en un de­
gió en m áxim o defensor de los derechos pontificios term inado m om ento, le hace d ecir a Lactancio:
sobre todo dom inio tem poral, llegando incluso a re­ «¿Dónde hallais vos que Jesú Christo instituyó su Vi­
clam ar para sí m ism o la ju risd icció n y el señorío de
la Italia central, Florencia incluida: B onifacio VIII. 22. E l e m b a ja d o r de In g la te r ra en V en ecia, R ic h a r d Pace, le d e ­
c ía en u n a c a r t a a W olsey: « E s la m e rc a n c ía m á s c a r a q u e ja m á s
Un tanto chapucera, sin em bargo, com o es indefec­ se h ay a s a c a d o a s u b a sta en este m undo».
tible en todo intelectual orgánico, era esta operación 23. A sí fu e c a ste lla n iz a d o y p u esto en p lu r a l (q u e d an d o d e fin i­
tivam en te c o n sa g ra d a la g r a fía p o r el c ro n is ta d e V enezuela, J o s é
2 1. Pese a ia d istin c ió n d el d e re c h o po sitivo , lla m a d o en to n c es de O vied o y B añ o s) el a p e llid o W elser, b a n q u e ro s a le m a n e s (al
« civil» ; V ito ria : «O tra [p otestad ] e s la c iv il, q u e a u n q u e e s c ie rto ig u a l q u e lo s F u g g e r = F ú c a r e s ) a a u ie n e s, a fin d e r e s a r c ir lo s de
q u e tien e su o rig e n en la n a tu ra le z a (y pu ed e, p o r tanto, lla m á r ­ lo s p r é s ta m o s r e c ib id o s p a ra el so b o rn o e le c to ra l, c o n ce d ió C a r ­
s e le n a tu ra l, co m o lo h a c e S a n to T o m ás en De regimine princi­ lo s V la c o n q u ista d e V enezuela, en la que, au n q u e d u raro n só lo 18
pian, lib. I, cap. 1 P: pues que el hombre es el animal civil), tam b ién añ os, se d ie ro n b u e n a m a ñ a p a ra h a c e r la u n a d e la s m ás in ep tas
e s c ie rto q u e no la e s ta b le c e la n a tu ra le z a , s in o la ley». y c r im in a le s de U ltram ar.

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cario p ara que fuese juez entre príncipes seglares, a e scrib ir sus «Relecciones» el m ism o año de la
quanto m ás executor y revolvedor en tre cristianos?» m uerte de Valdés (1532) y dos años después de la de
y al final, haciendo cla u d ica r al arcediano ante las G attinara—, si es verdad que recortaron las a trib u ­
razones de Lactancio en defensa del em perador, pone ciones pontificias en m ate ria tem poral, no fue, po r
en boca del propio arcediano estas palabras «... ¿Qué cierto, para acrecentar, com o nuestros dos hum anis­
os parece que agora su M agestad q u e rrá hazer en tas (o sea, p a ra entendernos, de esos que llam aban
una cosa de tan ta im p o rtan cia com o esta? A la fe, de ese modo), la del em perador, sino p ara a c ab a r de­
m enester ha muy buen consejo, porque si él desta sautorizando aun m ás las pretensiones de éste com o
vez reform a la Iglesia, pues todos ya conocen quán- «señor de todo el orbe», fundadas, respecto de las
to es m enester, allende del servicio que h a rá a Dios, Indias, en la fam osa «donación» de A lejandro VI (y,
alcanzará en este m undo la m ayor fam a y gloria que por cierto, apoyada, a su vez, en una in terp retació n
nunca p rín cip e alcangó, y dezirse ha h asta la fin del abusiva de sus bulas, según dem uestra el clarividen­
m undo que Je sú C hristo form ó la Iglesia y el E m pe­ te estudio de García-Gallo). Si tal vez no puede de­
rador Carlos V la restauró...». Ya se irá viendo, en fin, jarse de reconocer que V itoria tuvo algún últim o
cómo este gibelinismo, no p o r rem asticado m enos ra­ punto de debilidad con el em p erad o r (concreta-
dical, que llevaría al m ás tonto y m ás infeliz intelec­ men te en la segunda conclusión sobre el 2?de sus
tual orgánico im perial, el olvidado poeta H ernando «títulos legítim os» — Relecciones sobre los indios,
de Acuña, a a c u ñ a r la célebre consigna: «Una grey tercera parte, núm . 10—, en que resuena claram ente
y un p a sto r solo en el suelo/.../ Un m onarca, un im ­ un eco de las Allegationes de Alonso de Cartagena),
perio y una espada», expresaba el proceso po r el que en m odo alguno fue esa figura de intelectual orgáni­
los sucesivos apoderam ientos otorgados por los pon­ co con que —so color de enaltecerlo, pero en realidad
tífices a favor de los m onarcas castellanos y m ás ta r­ para servirse de él com o in stru m en to contra Las
de españoles, en m ateria eclesiástica y esp iritu al Casas— lo deshonra el falsario M enéndez Pidal (véa­
acab arían llegando a un punto de inflexión —cuyo se Apéndice IV de este mism o texto, págs. 765-780), ni
hito puede incluso m arcarse entre los años 1537 m enos todavía ese «padre del derecho internacional
y 1538— tras el cual fueron ya los m onarcas los m oderno» con que toda la canalla europea colonia­
que, po r su real gana y a su propio arbitrio, se irían lista lo ha condecorado para agradecerle unos se r­
apoderando —y de un m odo total respecto de las vicios que jam ás quiso prestar, y derivados de una
Yndias— de p rácticam en te todas las atrib u cio n es y utilización de sus escrito s que con toda su alm a ha­
com petencias jurisd iccio n ales de la Iglesia y de la b ría aborrecido de h a b e r podido siquiera im aginar­
religión. Hay que d escartar, en fin, c u alq u ier posi­ la desde u n a lim pieza de conciencia y corazón com o
ble relación en tre la actitu d antipapal de los valde- la suya.
ses y los g attin aras y los recortes de la potestad C u a r t o . La anticipación abstractiva de las tierras
apostólica del papa sobre el dom inio tem poral po r y los pueblos por el «m ercado de futuros» castellano-
parte de los neotom istas, pues, al m enos según Vito­ portugués de la dom inación. Una de las expresiones
ria, tanto Tomás de Vio, m ás conocido com o «el c a r­ referentes a las Yndias que m ás me han im presio­
denal Cayetano» y que resucitó el tom ism o en 1517, nado desde el p rim e r día en que la leí es aquella
com o el propio V itoria —que, p o r lo dem ás, em pezó de «islas e tie rra s d escu b iertas e p o r descobrir»

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natu ralm en te cuando ap arecía en un contexto ju r í­ plenam ente todavía bajo el concepto de «Reconquis­
dico; me escandalizaba que algo «por descobrir» y ta» o de C ruzada contra los sarracenos, y cóm o fue
que por tan to no se sab ía siquiera si existía pudiese el fracaso de ulteriores conquistas terrestres sobre el
se r becho objeto de un derecho. No se trataba, des­ reino de Fez lo que fue desviando los im pulsos p o r­
de luego, de la aplicación del p rincipio de ap ro p ia­ tugueses de expansión, y en especial a instancias del
ción o riginaria, sino que, precisam ente, venía a infante don E n riq u e el Navegante (1393-1460), fu n ­
contradecirlo, en la m edida en que según este p rin ­ dador de la escuela de navegantes de Sagres, hacia
cipio, la res nullius, digam os una isla desconocida el m ar y las co stas africanas, entenderem os el pro ­
(dejando, p o r el m omento, a p a rte la im p o rtan te di­ ceso insensible po r el que las concepciones propias
ferencia de si h ab itad a o no, com o las A ntillas fren­ de la R econquista se hicieron extensivas a los des­
te a las Azores), p asab a a s e r de propiedad —si es cubrim ientos. Como ejem plo de la trad ició n que re­
que quería ejercer ese derecho— del prim ero que pu­ gía entre los príncipes cristianos, a m odo de lo que,
siese los pies en ella (dejando aquí tam bién a p a rte con expresión m uy actual, podríam os llam ar «m er­
la no menos im portante distinción entre «propiedad» cado de futuros» sobre las tie rra s pen in su lares aún
y «soberanía», con toda su co rte de subdiferencia- bajo el dom inio de los m oros, p o dríam os c ita r el
ciones ju ríd ic a s y jurídico-políticas), en la m edida Tratado de Cazóla de 1179, en tre Alfonso II de Ara­
en que, en nuestro caso, el derecho de apropiación gón y Alfonso VIII de Castilla, estableciendo la divi­
venía ya otorgado de antem ano a un titu la r determ i­ soria de aguas entre los ríos J ú c a r y Segura com o
nado. Pero, aunque el resultado de hecho venga a ser lím ite de lo que corresp o n d ía a la co n q u ista de una
idéntico, la génesis de tal atrib u ció n personal de lo u o tra corona, o el Tratado de Alm izra de 1244 entre
«por descobrir» no es una m era proyección directa Jaim e I de Aragón y Alfonso X de Castilla, po r el que,
sobre á reas m arítim as m ás o m enos vagam ente de­ ratificando el anterior, se le reconocían a Castilla los
finidas del derecho por el cual una m ina que se des­ derechos sobre M urcia (ya reconquistada por Fernan­
cu b ra pasa a s e r propiedad del dueño del te rrito rio do III, pero vuelta a sublevar con c ie rta im plicación
en el que esté ubicada (siem pre con las d istin tas re­ de c ristian o s en desavenencia) y se le concedía com o
servas que en unos u otros tiem pos o lugares haya «de su conquista» todo el reino m oro de G ranada.
podido in tro d u c ir en esto la soberanía, como, por La expresión literal que acabo de p o n er entre com i­
ejemplo, la de que m ien tras en E spaña, si es que no llas, la encontram os, desde luego, todavía en 1454,
me equivoco, las m inas «por descobrir» son, en p rin ­ pero ya referida a zonas recientem ente descubiertas
cipio, patrim onio del Estado, p o r el contrario, en los y accesibles tan sólo p o r el m ar: en efecto, habién­
EEUU tengo entendido que los pozos petrolíferos dole concedido en 1449 el rey Don Ju an II de C asti­
pertenecen al dueño de la finca), sino de la co n tin u i­ lla al duque de M edina Sidonia «cierta tie rra que
dad h istórica p o r la que, en las m onarquías de la Pe­ agora nuevam ente se ha d escubierto allende de la
nínsula Ibérica, la tradición jurídico-política vigente m ar al través de las C anarias, que decía que es des­
en tre los príncipes cristian o s p ara las conquistas de el Cabo de Agüer hasta la tie rra y el Cabo de Bo-
de la «Reconquista», se prolongó insensiblem ente so­ ja d o r con dos ríos en su térm ino, el uno llam an la
bre los descubrim ientos. Si recordam os que la con­ m ar Pequeña, donde hay m uchas pesquerías, e se
quista de Ceuta por los portugueses, en 1415, entraba puede c o n q u ista r la tie rra adentro», y com oquiera

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que en 1454 los portugueses hubiesen atacado y apre­ se, acab arían lastrán d o lo s con condicionam ientos
sado algunas naves castellanas que volvían cargadas tan funestos com o absolutam ente imprevisibles. Los
de aquel trecho de costa, el propio Ju a n II, al pro­ factores —com o hoy suele decirse— «técnicos» que
te sta r po r el atropello ante Alfonso V de Portugal, se añadían, p a ra agravarlas, a las p rem isas a b stra c ­
m etía en su alegato estas palabras: «la tie rra que lla­ tivas de la concepción fueron, en p rim e r lugar, la al
m an Guinea, que es de n u estra c o n q u ista ».24 Sin menos inicial superioridad de los portugueses sobre
que haga falta b u sc a r —cosa im posible, al m enos los castellanos, tanto en la navegación —especial­
para mí— el docum ento en que esta expresión literal, m ente gracias al infante Don E nrique y su escuela
«ser de m i/n u e s tra conquista», aparece p o r últim a de Sagres— com o en la construcción naval,25 y, en
vez en un docum ento de querella o de concordia cas­ segundo lugar, el desconocim iento de un m étodo pre­
tellano-portugués, basta con este para m ostrar cómo, ciso para d e te rm in a r la longitud, cosa tanto m ás im ­
aunque en algún m om ento acabase po r sustituirse la p o rtan te después del d escubrim iento de Colón, en
expresión, la concepción engendrada en los usos de que los castellanos em pezaron a m overse predom i­
reparto entre príncipes cristianos bajo las represen­ nantem ente sobre la dirección de los paralelos, y m ás
taciones, terrestres y concretas, de la «Reconquista» aún desde que, en 1493, la segunda In ter celera de
se deslizó de m anera insensible y p au latin a hacia lo Alejandro VI estableció la «línea de dem arcación»
que ya no era conquista sino descubrim iento, adqui­ a cien leguas de longitud Oeste de los archipiélagos
riendo a lo largo de sem ejante transición unos ra s­ de las Azores y de Cabo Verde y la C apitulación de
gos de anticipación cada vez m ás abstractiva, que, Tordesillas, de 1494, la desplazó h a sta 370 leguas
por su propia incongruencia con la desm esura de los de longitud Oeste del segundo. R especto del p rim e­
hechos em píricos con los que llegarían a enfrentar- ro de estos dos factores «técnicos», la su p erio rid ad
de los portugueses en la construcción naval26 p are­
24. L a a le g a c ió n «es d e n u e stra c o n q u ista » re su lta , p a ra q u ien
ce que e stab a en estas tres cosas: prim era, en que
se in te rese p o r la historia de la dominación, un im p o rta n tísim o se atrevían a h a c er naves m ayores; algunas llegaban
p rec ed en te de to d as la s c o n c e p c io n e s g e o p o lític a s e x p a n sio n is- a ten er h asta algo m ás de veinte m etros de eslora
tas, p a ra lo q u e é s ta s han lla m a d o « áre a o zona natural d e e x p a n ­ y siete de m anga, siendo así que en el siglo X V se
sió n » (d isfra z a n d o de p ro fa n o y n a tu ra l lo qu e, en su o rig e n , fu e preferían naves pequeñas, que, aunque m enos velo­
re lig io s o y ju ríd ic o ). Así, c u a n d o A le ja n d ro de H u m b old t p re s e n ­
tó a J e ffe r s o n — p ro b a b le m e n te co n to tal in g e n u id a d —, en 1804. ces, eran m ás gobernables y estaban m enos expues­
los m a p a s q u e h a b ía le v a n ta d o de N u evo M éjico , T ejas, A rizo n a,
C a lifo r n ia , etc., q u e to d a v ía p e rte n e c ía n a M éjico , ta m b ién e l p re ­ 25. H a s ta q u e en el e n tr e s ig lo XVI-XVII lo s h o la n d e s e s lle g a ro n
sid ente n o rteam erican o , q u e se m o stró su m am en te in teresad o p o r a c o n s t r u ir un g a le ó n qu e, p o r su s u p e r io r v e lo c id a d y au to n o ­
a q u e lla s c a rt a s g e o g rá fic a s, p en só tal vez alg o m u y p a rec id o a qu e m ía, le s p e r m itía lle g a r d e H o lan d a a J a v a co n u n a so la e s c a la
a q u e llo s te r r ito rio s « eran d e su c o n q u ista » s i bien la c o s a n o se y g r a c ia s a l c u a l la « C o m p a ñ ía h o la n d e sa d e la s In d ia s O rie n ta ­
c o n cre tó h a s ta la g u e r r a d e 18 46 -184 8 c o n tra M éjico , b a jo la p re ­ les» (fu n d a d a en 16 2 1), a c a b a r ía d e stro n a n d o p o r c o m p le to a lo s
s id e n c ia d e l d ic ta d o r S a n ta Anna, q u e en 18 5 3 vend e a lo s E s t a ­ p o rtu g u e se s en la tra ta d e e s c la v o s y au n , en g ra n p a rte, en e l tr á ­
d o s U n idos tam b ién la p a rte q u e le q u e d a b a d e A rizona. E l m ism o fic o de la e s p e c ie r ía , y fu n d a d o en 16 5 2 la C iu d a d d el C ab o (véa­
c o n ce p to de « á re a n a tu ra l d e e x p a n s ió n » s u b y a c ía , ig u a lm e n te a se el Apéndice V de este m ism o texto, p á g s. 797-802).
la p r á c tic a d e los r u s o s re sp e cto d e S ib e r ia y e s tu v o s ie m p re p r e ­ 26. E l v e n e c ia n o L u ig i C a d a M osto en 1444 e s c r ib ía : « Essendo
sen te no só lo en la p r á c tic a sin o ta m b ién en la te o r ía d e s u s geo- le Caravelle di Portogallo i megliori navillj che vadino sopra il mare
p o lític o s, en lo s im p u ls o s e x p a n s iv o s a le m a n e s. di vele«.

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tas a p artirse en las torm entas; segunda, en que iban nos, la necesidad de m ed iarla y contenerla. Y así fue
provistas de aletas de quilla, lo que aum entaba la efi­ como, tras un breve ir y venir de em bajadores con
cacia del tim ón y las hacía m ás seguras frente al ries­ alegatos reivindicativos, au nque sin m enoscabo del
go de un vuelco de costado (tal vez, y esto no es m ás com edim iento ni de las oficiosidades de una form al
que una probablem ente tem eraria conjetura mía, de­ cordialidad, acabaron aviniéndose, pero con algo tan
bido a la gran diferencia entre la siem pre fiadera pro­ inauditam ente abstractivo com o la ya citad a «línea
fundidad del ab ra de Lisboa y los im previsibles de dem arcación» (fijada, come he dicho, po r la segun­
bajíos del bajo G uadalquivir en estiaje y aun quizás da Inter cetera de Alejandro VI y rectificada luego
la fam osa b a rra de Sanlúcar); y tercera, en que, frente por el Tratado de Tordesillas), o sea, literalm ente, una
a las naos y carab elas castellanas, en cuyo velam en raya en el m a r de polo a polo. Y es el segundo de los
prevalecían, al parecer, casi en exclusiva las gavias factores «técnicos» m ás a rrib a enunciados, lo que
—velas c u ad ran g u lares d isp u estas a lo ancho de hacía tanto m ás disparatada, por contradictoria, esta
la m anga—, las p o rtu g u esas concedían m ucho m ás abstracción sin precedentes. En efecto, tan sólo Amé-
trapo a las velas latinas —tal vez incluso a las can ­ rico Vespucci llegaría a tra ta r de ex p e rim e n tar ha s­
grejas—, siem pre en el palo de m esana, y a los fo­ ta creerlo practicable, p ara su viaje de 1499 bajo
ques —de los que carecían del todo, p o r lo visto, los auspicios de la corona de Castilla, un m étodo as­
al m enos h a sta finales del siglo XV, las carab elas tronóm ico p a ra d e te rm in a r con aceptable precisión
castellan as—, p ara los cuales sacaban de la proa un la longitud, o sea la dim ensión de las d istan cias so­
largo bauprés, alzado en diagonal, del cual p a rtía bre la dirección del e cu ad o r y de los paralelos. Para
hasta el palo de trin q u e te la ja rc ia que sostenía el m edir la latitud, es decir, las d istan cias sobre la di­
cateto m ayor del triángulo form ado p o r el foque; con rección, p erp e n d icu la r al ecuador, de los distintos
lo que, al ir disp u estas todas estas velas, a diferen­ m eridianos, todos los navegantes conocían desde an­
cia de las gavias, longitudinalm ente respecto de la tiguo el m étodo de la estrella polar, aunque sólo ser­
eslora, las naves portuguesas podían perm itirse m an­ vía para el hem isferio norte, pues al su r del ecuador,
ten er el rum bo deseado con vientos que form asen la Polar desaparecía d etrás del horizonte; pero com o
en relación con éste un ángulo de b astantes m ás gra­ la «línea de dem arcación» era precisam ente una lí­
dos que el que, sin v a ria r derrota, consentían las ga­ nea m eridiana, las posiciones y las distancias al Este
vias. El sentim iento de esta su p erio rid ad naval —sin y al Oeste con respecto a ella p ertenecían a la longi­
duda históricam ente relativa, pero im portante si me­ tud. Vespucci fue el prim ero que g racias a su m éto­
dim os po r lustros o decenios— debió de c o n trib u ir do astronóm ico (consistente en fija r la longitud
no solam ente a p icar tanto m ás el a m o r propio de m ediante la observación de conjunciones —distintas,
los portugueses, h asta el m om ento m ucho m ás afor­ claro está, p ara cada lu g ar y cada fecha— de los
tunados en sus navegaciones, ante el inesperado des­ diversos p lan etas con la luna, para lo cual tenía
cubrim iento de Colón, sino tam bién a au m e n tar los que ir provisto de una tabla con las efem érides de
recelos y el celo p o r a se g u ra r «lo suyo» frente a los unos y otra), estableció, en el segundo de sus viajes,
castellanos, haciendo su b ir de pronto a tal extrem o en 1501 y bajo los auspicios del rey de Portugal, el
la ya vieja pasión com petitiva, que al cabo tuvo que punto S u r en que la «línea de dem arcación» de Torde­
im ponerse, ante los ojos de am bos p ríncipes c ris tia ­ sillas incidía con la costa del Brasil, dejando al Este

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la zona continental tocada en su erte (ya que no a tri­ do reconocidas por los blancos h a sta m ediados del
buida con conocim iento de la cosa) al rey de P ortu­ siglo X V I II con las que en adelante se verían sujetas
gal, y al Oeste la no m enos fo rtu itam en te recaída a su dom inación, y reflexionar sobre qué a rb itra rie ­
bajo el p atrim onio de la reina de C astilla: bautizó dad podría an to jársen o s m ás digna de que se le re­
a aquel punto com o C ananor,27 y resu ltab a e s ta r a conozca la ap arien cia que al m enos en principio
dos m inutos (m enos de c u a tro kilóm etros) de longi­ tenderíam os a re p u ta r po r m ás hum ana: si la a rb i­
tud Oeste del lu g ar que los cálculos m odernos le tra rie d a d intrin cad am en te enrevesada y cap rich o sa
atribuyen. Puede pensarse que este encuentro de la de las irre g u la rid a d e s p rácticam en te irreseguibles
abstracción con lo concreto era un progreso: otra de las fronteras, tantas y tantas veces —tam poco hay
cosa es juzgar si la prom esa que bajo tal progreso se que olvidarlo— debidas a los albures violentos de las
escondía tenía m ás de h u m an a o de inhum ana. Con guerras, que com partim entan los antiguos países de
todo, y teniendo en cuenta que el triu n fo de la a b s­ la civilización, o la arb itra rie d a d olím picam ente rec­
tracción supuesto po r Vespucci te n d ría que e sp e ra r tilínea y definible con toda precisión po r solo cu a­
aún com o unos dos siglos y m edio p a ra hacerse de tro puntos expresados en térm inos num éricos de
aplicación universal, ta n sólo recom iendo re p a sa r latitud y longitud como la que predom ina en las fron­
las sucesivas lám inas de un atlas e ir com parando las teras de los países p o sterio rm en te alcanzados y do­
rayas fronterizas que subdividen y com partim entan m ados por los de aquella m ism a antigua civilización.
en dom inios políticos d istintos las tie rra s del m un­ M irad un m ap a de África y el elefante se os a n to ja rá
el fantasm a de un ancestro del M am ut; m irad las
27. C o m o q u ie ra q u e A m é ric o V e sp u cc i fu e v íc tim a d e la g ra n
fa ls ific a c ió n de to d os c o n o c id a , q u e le a trib u y e la o b ra Mundus fronteras estatales de W yoming y pensareis que los
Nouus, con c u a tro v ia je s, en lu g a r d e lo s só lo d o s q u e hizo, c a s i bisontes son una pu n ta de la acred itad a g anadería
to d os s u s h e c h o s e stá n c o n ta m in a d o s d e ley en d a. A sí p o d ría in ­ de A ltam ira que C antabria suele m an d a r a invernar
c lu s o p a s a r con e ste h a lla z g o de C an an o r. Y a d e m á s, a u n d e s e r allí. Por mi parte, y sólo en cuanto am igo de la c a r­
cierto , ni tan s iq u ie r a p u ed e ho y d e c irs e s i fu e u n a o b se rv a c ió n
a fo rtu n a d a , p e ro a l fin leg ítim a , o un p u ro az a r, d a d o q u e el m é­
tografía y aficionado a rep a sa r las lám inas del atlas,
todo d e la co n ju n c ió n d e lo s p la n e ta s co n la lu n a no p a re c e h a ­ me lim itaré a decir que la segunda form a de abstrac­
ber sid o m u y viab le y au n m en os con el ru d im en tario instru m ental ción me a salta desagradablem ente la m irada com o
del s ig lo W u X V l; m étod o qu e, en c u a lq u ie r c aso , só lo p o d ría s e r ­ expresión de una especie de violenta y cruelísim a
v ir en tie r r a firm e , o sea, p a r a la c a r t o g r a fía , p e ro n u n ca p a ra la
n a ve ga ció n , esto es, p a ra c o n o c e r la lo n g itu d en altam a r. De ahí agresión de la cosm ografía contra la geografía, de
q u e p o r m u ch o q u e fu e s e o b je to d e to d a s u e r te de c o n c u rso s e s ­ un todopoderoso señ o r del firm am ento que hubiese
ta ta le s, en E s p a ñ a , en F ra n c ia , en H o lan d a, en In g la te rra , m o v ili­ descargado repetidas veces el gigantesco tajo de
zan do in gen io s de c u e rd o s y d e lo cos, en d em an d a de los p rem io s, su espada, haciendo c u a rto s la variable, rugosa y
la b u sc a d e so lu c ió n se o rie n tó p ro n to h a c ia la c ro n o m e tría : c o n s ­
tr u ir un relo j q u e a g u a n ta s e lo s m o v im ien to s d e la n a vega ció n .
ondulada corteza de la Tierra, com o queriendo que
S ó lo tan ta rd e c o m o en 17 6 1, W illia m H a rris o n lo g ró p a ra In g la ­ se pareciese un poco a ese perfecto y uniform e m ar
te rra un c ro n ó m e tro q u e a r r o jó só lo 6 le g u a s d e e r r o r en un v ia je tan dócilm ente sujeto y ad ap tad o a la c u a d ricu la d a
de id a y v u e lta d e P o rtsm o u th a J a m a ic a , y el g ra n p ro b le m a de exactitud de los paralelos y los m eridianos. Si ese
la lo n g itu d h a lló e l c o m ien zo de su so lu c ió n . (V éase a l resp ecto
la c lá s ic a o b ra d e C e s á re o F e rn á n d e z Duro, « D is q u is ic io n e s n á u ­ era el Dios de Am érico Vespucci, me parece que
tic a s» , Disquisición decimoquinta. Im p re n ta , e s te re o tip ia y g a l­ desde luego no es el mío. No obstante, ni triu n fó la
v a n o p la stia de A r ib a u y C?, M a d rid , 1879.) abstracción de Am érico Vespucci —que llegaría a

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im ponerse, com o he dicho, m uchísim o m ás ta rd e — ba que «ni los m ercadores se puedan c o n c erta r con
ni llegó a triu n fa r nada que, hum anam ente h ab lan ­ ellos para que sean pilotos, ni los m aestres los pue­
do, m ereciese siquiera en un grado m ínim am ente dan res^ebir en los navios sin que p rim ero sean exa­
m ás aceptable el nom bre opuesto, o sea el de con­ m inados p o r vos Am érigo Despuchi [sic], nu estro
creción. Lo que prevaleció fue la com binación entre piloto m ayor e les sea dada p o r vos c a rta de exami-
los dos principios abstractivos: el jurídico, o sea la nación e aprobación de com o sabe cada uno de ellos
atribución a n ticip ad a del derecho de dom inación lo susodicho», pues ni aun esto sirvió, porque los pi­
sobre lo «por descobrir», y el cosm ográfico, o sea, lotos castellanos siguieron oponiendo la resistencia
el del rep a rto de ese derecho en tre las dos coronas
m ás tenaz a a b a n d o n ar sus m edios em píricos p ara
m ediante una raya en el m ar de polo a polo, salvo
que ni antes ni después de Vespucci, se pudo llegar d e te rm in a r la longitud por estim ación, p ara lo cual
a un acuerdo sobre la «línea de dem arcación» fun­ había que sab er c a lc u la r la velocidad en cada tra ­
dada en el cálculo astronóm ico. Pues, en efecto, ya mo; cálculo siem pre aleatorio, ya sea porque era pre­
dos m eses después de la Capitulación de Tordesillas, ciso conocer la m erm a o el aum ento según que las
doña Isabel de T rastam ara y don F ernando de Ara­ corrientes m arinas fuesen en contra o a favor, ya por­
gón habían requerido los servicios del m atem ático que los relojes m ecánicos de entonces no funciona­
Jaim e Ferrer, que, evaluando en 23 grados las 370 le­ ban en el m a r y los de aren a perdían en precisión
guas de lo n titud Oeste desde las Cabo Verde, situ a ­ a causa del bam boleo o la inclinación de los navios;
ba la línea de dem arcación en un m eridiano m uy factores a despecho de los cuales no faltaron pilo­
próxim o al que Vespucci c a lc u la ría en C ananor y tos de tan gran experiencia m arin era que ac erta b a n
consiguientem ente al de los cálculos modernos, pero, a calcular con la suficiente precisión como para m os­
al parecer, Colón, que conservaba aún la au to rid ad trarse desdeñosos y sobre todo perezosos ante las in­
y el crédito ganados con su descubrim iento, no qui­ seguras com plicaciones del m étodo astronóm ico. De
so que nadie enm endase su propia estim ación de lon­ tal m anera fue com o se llegó a la form a m ás ch a­
gitudes, que ponía la línea de dem arcación m ucho pucera y p erniciosa de abstracción, que fue la de
m ás al Este, en tanto que los portugueses, por su p ar­ asignar las concesiones, adelantam ientos o goberna­
te, la desplazaban casi otro tan to hacia el Oeste. En ciones p o r trechos de costa definidos p o r acciden­
vano fue, tam bién, que en m arzo de 1508, Don Fer­ tes perceptibles desde el mar, de lo cual el ejem plo
nando, reconociendo el m érito de Vespucci, lo hicie­ m ás notable fue la d istribución de los dom inios de
se Piloto Mayor del reino, para que enseñase métodos la zona n orte de A m érica del Sur, que se m arcaron
m ás precisos p a ra fija r la longitud y en vano tam ­
bién que, ante el d esin terés y h asta el desdén m os­
trad o p o r los pilotos castellanos, hiciese o bligatoria n u e stro m u y c a ro e m u y a m a d o h ijo » — s ie n d o a s í q u e a q u e lla
a lh a ja no te n ía a la sazó n m á s q u e o c h o a ñ o s — , va fir m a d o p o r
la asistencia de éstos a las lecciones de Vespucci en Don F e rn a n d o co m o «Yo el R ey » y s u s c rito p o r C o n c h illo s con
un h arto curioso docum ento,28 en el que se o rd en a­ e s ta s p a la b r a s : «Yo L op e C o n c h illo s, s e c r e ta r io d e la R e y n a n u e s­
tra S e ñ o ra , lo fic e e s c r ib ir p o r m an d a to d e l R e y su P ad re». A sí
q u e D on F e rn an d o , en u n a re g e n c ia en la que. p o r lo a d e m á s, a l­
28. C u r io s o p o r la a n o m a lía de que, e sta n d o e n c a b e z a d o p o r la te rn a b a c o n C isn e ro s, h a b ía reco gid o , tra s la m u e rte d el yern o,
rein a de C a s tilla , D o ñ a J u a n a , que, en tre a q u e llo s a q u ie n e s d ir i­ la in c a p a c ita c ió n de su h ija , h ech a, en v e rd a d , y tan a su p e sa r,
ge el m an dato , c ita , en p r im e r lu gar, « al P rín c ip e Don C a rlo s, a fa v o r d e F e lip e el H erm o so .

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y adscribieron desde el golfo de P aria al de U rabá lar había valido en los repartos entre príncipes cristia­
según los accidentes m ás visibles de la costa ca rib e ­ nos respecto de los dom inios en m anos de los moros,
ña, sin ten e r ni rem ota idea de lo que pudiese h ab er prim eram ente en la bien conocida Península Ibérica
entrando tie rra ad en tro y sin sa b er d e te rm in a r la y luego, por poco tiempo, en el no menos conocido nor­
longitud. En los rep a rto s entre p rín cip es cristian o s te del Magreb; traslación que, en los hechos, fue, sin
de los dom inios m oros «por conquistar», la Penín­ embargo, produciéndose de un modo casi insensible,
sula Ibérica era sobradam ente conocida p ara que cuando, tanto a causa de los escasos progresos p o rtu ­
pudiesen fijar perfectam ente p o r topónim os geo­ gueses en la conquista terrestre de M arruecos tras la
gráficos y co m arcas concretas lo que en los pactos tom a de Ceuta en 1415 com o a causa del gran aliento
cada cual se reservaba com o «de su conquista». Pero dado a la navegación por el infante portugués Don En­
en el altip lan o de Bogotá, Federm an, cap itán rique «El Navegante», fue la acción m ism a, antes que
de los W elser en la concesión de Venezuela, que ve­ la palabra, la que desvió, poco a poco, sus esfuerzos
nía de la laguna de M aracaibo o sea desde el n ores­ de lo terrestre a lo m arítim o y, sin solución de conti­
te, Jim énez de Q uesada, que había rem ontado el río nuidad, el m ism o im pulso transform ó su contenido
M agdalena y, luego, dejando el río a su derecha, a s­ de lo que llam am os «conquistar» a lo que llam am os
cendido la co rdillera orien tal de los Andes, tra s el «descubrir». Es justam ente en la Capitulación de las
rastro de un im p o rtan te tráfico de sal, y Belalcázar, Alcágovas, del 4 de septiem bre de 1479, entre los Re­
que, casi en rebeldía con su g o b ern ad o r Pizarra, su­ yes Católicos y Don Alfonso V de Portugal, donde en­
bía hacia el N orte desde Popayán, estuvieron a p u n ­ contram os todavía los dos verbos juntos: «... e todas
to de venir a las m anos, po r reivindicar cada uno las islas que agora tiene descubiertas, e cualesquier
com o «de su conquista» la golosa y poblada co m a r­ otras islas que se fallaren o conquirieren [subrayado
ca de Tunja y Bogotá, y h a b ría n llegado a ello si, po r mío] de las islas de C anaria para baxo contra Guinea,
rara excepción, no hubiese coincidido allí uno de los porque todo lo que es fallado e se fallare e conquirie-
pocos hom bres que no eran de la com ún ralea de re o descobriere [subrayado mío] en los dichos térm i­
bellacos a la que pertenecieron casi todos los con­ nos, allende de lo que ya es fallado, ocupado,
quistad o res —y, entre ellos, señaladam ente, un ase­ descubierto, finca a los dichos Rey e Príncipe de Por-
sino com o Belalcázar, y, en m enor grado, el propio togal....» (tomado del texto tal como, en el apéndice
Federm an—, o sea un p ru d en te caballero com o J i­ 8 de su estudio, lo reproduce García-Gallo, salvo por
ménez de Q uesada, ante cuya superioridad m oral los lo que se refiere a la variante «e conquiriere o desco­
otros dos no tuvieron m ás rem edio que avenirse y briere», que él mismo da en nota a pie de página como
concertarse. En conclusión, lo que este c u a rto punto la que aparece en la edición de López de Toro, que
ha pretendido señ alar es cóm o la anticipación ab s­ reputa com o más defectuosa que la que él presenta,
tractiva —que tuvo consecuencias de tan im previ­ pero que yo he considerado preferible para esa varian­
sible m agnitud y que tan funesta llegó a ser para te concreta, por cuanto en la versión de García-Gallo,
pueblos no m enos im previsiblem ente num erosos— después de las palabras «lo que es fallado e se falla­
aparejada por la concesión de derechos sobre lo «por re» en lugar de «e conquiriere o descobriere», tal
descobrir» resultó de u n a irresp o n sab le traslación como yo he puesto, se leen dos infinitivos «conquerir
al verbo descubrir de lo que p ara el verbo conquis- o descobrir», que no hacen sentido con el resto).

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Q u i n t o . Las su c e siv a s tra n s fig u r a c io n e s de la ranía en las m anos del vencedor tra s u n a g u e rra de
im agen y del concepto del «infiel». La d o ctrin a de conquista com porta un pleno reconocim iento de la
E nrique de Susa (cuya reactualización se adelantó legitim idad del poder tem poral que e stab a en m a­
a la de su contem poráneo Tomás de Aquino —p ara nos del vencido despojado po r las arm as. Mucho m ás
el período que aquí in teresa— en casi m edio siglo, parecen acercarse, en cambio, a las d o ctrinas de En­
pues García-Gallo da cuenta de nada m enos que ocho rique de Susa, el «Cardenal Ostiense», las expresio­
reediciones de su S u m m a Aurea e n tre 1473 y 1498 nes de la bula R om anus Pontifex, de 1455 y del papa
—véase el trabajo repetidam ente citad o en: Alfonso Nicolás V, a favor del m onarca portu g u és (y que re­
García-Gallo, «Los orígenes españoles de las ins­ producen con algunas variantes las de un párrafo
tituciones am ericanas». Real Academia de J u ris ­ análogo de la Diuino am ore c o m m u n iti del m ism o
p rudencia y Legislación, M adrid, 1987, página 483, papa, pero de 1452), po r la que se concede al rey Al­
nota 350—, m ien tras que la del segundo, am én de fonso V, y con respecto al M agreb y el África Occi­
algunos defensores de la prim era m itad del siglo X I V dental, «facultad plena y libre p a ra a cu alesq u ier
—veáse García-Gallo, en la página 447 de la obra que sarracen o s y paganos y otros enem igos de Cristo, en
acabó de c ita r— tuvo que e sp e ra r h a sta 1517 para cu alq u ier p a rte que estuviesen, y a los reinos, duca­
que, ya d e scu b iertas las Indias, y a propósito de sus dos, principados, señoríos, posesiones y bienes m ue­
habitantes, la resu citase Tomás de Vio, el «Cardenal bles e inm uebles, tenidos y poseídos p o r ellos,
Cayetano»), según la cual ningún poder tem poral que invadirlos, conquistarlos, com batirlos, vencerlos y
no fuese cristian o tenía legitim idad alguna, y que­ som eterlos; y red u cir a servidum bre p e rp e tu a a las
daba, por eso mismo, a m erced de c u alq u ier p rín c i­ personas de los m ism os, y a trib u irse p a ra sí y sus
pe cristiano, que —en principio sin necesidad de sucesores y ap ro p iarse y a p lic a r p ara uso y u tilidad
autorización ni legitim ación alguna po r p arte del suya y de sus sucesores, sus reinos, ducados, conda­
pontífice— se resolviese a conquistarlo, estab a en dos, principados, señoríos, posesiones y bienes de
contradicción con la p rác tic a jurídico-política que ellos», de donde bien podem os inferir que el criterio
los príncipes c ristia n o s de la Península Ibérica h a ­ subyacente es el que niega a «sarracenos y paganos
bían m antenido, casi desde el principio, con los di­ y otros enem igos de Cristo» no sólo toda legitim idad
versos p ríncipes m ahom etanos. En efecto, tanto en política en cuanto al dom inio tem poral, sino inclu­
el período califal com o en las épocas de los llam a­ so la legitim idad ju ríd ic a en cuanto a la m era pro­
dos Taifas —algunos de los cuales llegaron incluso piedad privada de bienes m uebles e inm uebles. La
a se r trib u ta rio s de prín cip es c ristia n o s—■,los in te r­ negación, por así decirlo, «positivam ente hostil», no
m itentes im pulsos de la llam ada «Reconquista», o sólo, po r supuesto, de legitim idad política en cu an ­
aun el tácito supuesto de u n a p erm anente enem is­ to atañe al dom inio tem poral, sino tam bién de p e r­
tad, convivieron sin m ayor d ificultad con un m utuo sonalidad ju ríd ic a y civil, engloba y equipara, en el
reconocim iento jurídico-político, que las propias Ca­ párrafo citado, com o «enem igos de Cristo», con los
pitulaciones de 1492 en tre el rey de G ranada y la sarracenos, a otros paganos, probablem ente negros
reina de C astilla no hicieron m ás que confirm ar: in­ según se infiere de otro pasaje de la m ism a bula:
cluso un tratado de rendición en el que, como en esas «pueblos gentiles o paganos que por allí existen pro­
capitulaciones, el vencido hace entrega de su sobe­ fundam ente influidos de la secta del nefandísim o

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M ahoma»; donde hay probablem ente m ás precisión de todo y aun perdiendo cu a lq u ier connotación de
que la que le supone García-Gallo («tam bién carecía hostilidad, ante la pau latin a ap arició n de los «Sin
de todo fundam ento c o n sid e rar a los negros a fric a ­ secta», po r designar con arreglo a las caracterizacio­
nos de las p artes de G uinea o m ás al su r aliados de nes de la época a los infieles que no ofrecieron el me­
los m usulm anes y enemigos declarados de la religión nor pretexto para ser tenidos po r enemigos de Cristo
cristiana» —página 450 de la obra c ita d a —), pues si y de la Fe. Un anticipo de ello ya se dio tal vez con res­
ya a la costa a frican a confrontada a las C anarias se pecto a los canarios, cuando, p rim ero el p ap a Euge­
le daba en aquel entonces el nom bre de G uinea y si nio IV, en sendas bulas de 1433 y 1435, prohibió a
se tiene en cuenta, en p rim e r lugar, que en 1455, año los cristian o s el «salteo» (esto es, la reducción a la
de la bula, los portugueses apenas habían pasado de esclavitud m ediante sim ple c a p tu ra y rapto su b ­
la desem bocadura del G am bia, a m enos de 3 grados siguiente, com o la que en las Yndias a c ab a ría ha­
de latitu d S u r de la del Senegal, y, en segundo lu­ ciendo d esap arecer en pocos años de la haz de la
gar, que hacía siglos que el Islam h ab ía alcanzado tie rra a la débil y poco num erosa progenie de las
este segundo río (en una isla del cual se asentó, po r lucayos o «yucayos», isleños de las actu ales Baha-
cierto, a principios del siglo X I el m orabito en cuyo mas, secuestrados y deportados, com o excepciona­
seno se form ó la secta «fundam entalista» —p o r de­ les buceadores, para la explotación de los riquísim os
cirlo con expresión m oderna— que acabaría creando yacim ientos o viveros perlíferos de la tristem ente cé­
el im perio de los Almorávides), p o r m uy superficial lebre islita de Cubagua) de los nativos incluso toda­
y m in o ritario que llegase a se r su proselitism o en­ vía po r convertir al cristianism o, y luego Pío II, en
tre los negros, no me parece nada inverosímil que ios una bula de 1462, autorizó al obispo de C anarias y
portugueses hubiesen percibido su influencia, a u n ­ a los arzobispos de Toledo y de Sevilla p ara excomul­
que, tal vez, el papa o sus inform adores extrem asen g ar a los c ristia n o s que se dedicasen a la m ism a
su celo p o r la fe, exagerando, p o r su parte, un tanto práctica con los aborígenes que todavía en gran parte
al decir «profundam ente influidos». Sea de ello lo del archipiélago cam paban po r su cuenta. Es esta
que fuere, lo que, p ara el asu n to de que aquí es cues­ actitu d de los pontífices la que me hace p e n sar que
tión, im porta retener es cóm o la negación de toda fueron los can ario s los que incoaron en la im agina­
legitim idad política y h a sta de toda personalidad ju ­ ción de los cristian o s la prim era prefiguración con­
rídica y civil (contradecida, com o ya se ha dicho, aun creta de los «Sin secta», aun a despecho de que en
dentro de una perm anente presunción de hostilidad, la concesión otorgada en 1478 po r doña Isabel de
po r la p rác tic a de un m u tu o reconocim iento entre T rastam ara, reina de C astilla, a fray Ju an de Frías,
príncipes c ristia n o s y m ahom etanos, a lo largo de Juan B erm údez y Ju a n Rejón p ara la conquista de
toda la llam ada «Reconquista» hasta las propias Ca­ Gran C anaria se diga «sus Altezas m andan ir en la
pitulaciones de G ranada) de cu a lq u ier príncipe o isla de la G rande C anaria, p ara sojuzgarla a su co­
pueblo no cristiano, concebida, en principio, bajo los rona real, e para expeler, con el favor de Dios, toda
térm inos enfáticam ente hostiles que, inspirados en superstición y herejías que allí y en otras islas de in­
la bien definida figura del sarraceno, se hacía, no fieles usan los canarios y otros paganos [subrayado
obstante, extensiva a otros infieles de creencias m u­ mío]», pues, aun a vueltas de este reconocim iento de
cho m ás vagam ente precisables, se mantuvo, a p esar «supersticiones y herejías», el tono parece ya alejarse

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de la enconada hostilidad que en tan to s docum en­ mente al vuelo, al recibir una noticia así, Colón, am én
tos se reserva p ara todo lo que pertenezca o tenga de encarecer el nunca visto asom bro de m ansedum ­
algo que ver con «la m aligna seta del nefandísim o bre y de bondad de aquellos hom bres desnudos que
M ahoma». Me parece que em pieza a esbozarse la fi­ ha encontrado, repite una y o tra vez: «creo que lige­
gura del infiel inocente de su desconocim iento de ram ente se h a ría n cristianos, que me pareció que
C risto y de su paganism o, que pocos años después ninguna secta tenían» (12 de octubre de 1492), «no
Colón haría súbitam ente aparecer, tan deslum brante les conozco secta ninguna, y creo que m uy presto se
com o deslum brado, a toda luz, ante las candilejas, to rn arán cristianos» (16 de octubre de 1492), «esta
y que, a su vez, con el tiem po, c u a ja ría en el m ito gente es de la m ism a calidad y co stum bre que los
antropológico del «buen salvaje». E n tretan to con­ otros hallados, sin ninguna secta que yo conozca»
viene in te rca lar la observación de que la a ctitu d (primero de noviembre de 1492), «questa gente no tie­
cristian a para con los infieles llegó a ser, en cierto ne secta ninguna, ni son idólatras, salvo m uy m an­
modo, y al m enos en teoría, com o la inversa de la que, sos, y sin sa b er qué sea mal, ni m a ta r a otros, ni
desde el principio, fue n o rm a del Islam ; pues, en prender, y sin arm as» (12 de noviem bre de 1492),
efecto, m ien tras la norm a islám ica prescribía, con «ellos no tienen secta ninguna ni son idólatras» (27
respecto a los súbditos de los nuevos países conquis­ de noviem bre de 1492), «y non conocían ninguna seta
tados, el respeto hacia los creyentes de toda «religión ni idolatría, salvo que todos creen que las fuerzas y
del libro» —de hecho, principalm ente cristian o s y el bien es en el cielo (15 de febrero de 1493, c a rta a
ju d ío s—> expresado en la propuesta: «la fe o el tri­ Santángel).29 Como puede observarse, a p e sar de
buto», m ien tras que p a ra los «Sin libro» —equiva­ mis presunciones sobre el p rim er asom o de una nue­
lentes a los que en térm in o s cristia n o s serían los va percepción de los infieles en relación con los ca­
«Sin seta»— la p ro p u esta era: «la fe o la m uerte» narios, que am én de h u rta rse a c u alq u ier posible
(conm utable, claro está, esta últim a, con arreglo al asim ilación con los sarracenos, no eran tam poco ne­
prehistórico y casi universal derecho de guerra, po r gros, no por eso la sú b ita aparición de los lucayos
la esclavitud), por el contrario, la fórm ula c ris tia ­ y los tainos, com o infieles «Sin-seta», con el extre­
na —dejando al m argen los com portam ientos de m ado y reiterativo énfasis con que C ristóbal Colón
hecho— llegaría a configurarse, al menos inicialm en­ los encarece en los inform es de su p rim e r viaje, de­
te, com o una a c titu d m ás co n sid erad a y m ás piado­ ja ría de p ro d u cir la im presión de un salto repentino
sa hacia los «Sin seta», conservando, en cambio, y capital: he aquí al pagano totalm ente inocente y
incluso increm entada, toda la antigua carga de aver­
sión hacia las perversas «setas de M ahom a y de Mo-
29. H a b ie n d o a n u n c ia d o a l p rin c ip io q u e m e a p ro v e c h a r ía d el
sén». Pero, volviendo al caso, de pronto y de una rep etid o e s tu d io de do n A lfo n so G a rc ía -G a llo no só lo en la d ir e c ­
form a que a rra s a ría en lágrim as los ojos de quien c ió n te ó r ic a d e s u s razo n am ien to s, sin o ta m b ié n en c u a n to a lo s
tuviese la dicha de ig norar lo que sobrevendría po­ m a te r ia le s p o r é l re co g id o s en los a p é n d ic e s, no m e he p r e o c u p a ­
quísim o después, de u n a form a que llam a la aten ­ do d e e s p e c if ic a r c a d a vez — ni lo h a ré en a d e la n te — la s c it a s d i­
rectam en te to m a d a s d e s u texto; co n todo, a d v ie r to a q u í q u e e s ta
ción hasta el extrem o de que no se diría sino que toda se le c c ió n d e fr a s e s de C o ló n la rep ro d u zco s e g ú n m e la o fr e c e ya
la C ristiandad estaba esperando, con las sogas de to­ h e c h a el d ic h o a u to r (p ágs. 469-471), a h o r rá n d o m e el tr a b a jo d e
das sus cam panas en la mano, p ara lan zarlas loca­ h a c e r la p o r m í m ism o.

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primigenio, que tan lim pia y vacía de toda «seta» tie­ la cuestión de la p ersonalidad ju ríd ic a de los infie­
ne el alm a como desnudo de ropa está su cuerpo, has­ les, en lo que atañ e a los derechos civiles de los in­
ta el extrem o de que uno llega a im aginarse a Colón dividuos, tan to en lo que se refiere a la lib ertad
desvelado en m edio de la noche, tra tan d o de ahuyen­ personal com o en tocante a la posesión de bienes.
tar, aterrorizado, la terrible herejía de igualar la edé­ Sea de ello lo que fuere, la idílica visión colom bina
nica desnudez de aquellos cu erpos con la de Adán de la noua progenies sufrió ya un p rim e r golpe en
y Eva antes del pecado original. De todos modos, este el segundo viaje: po r muy libres que, en principio,
es el m om ento en que verdaderam ente la falta de per­ pudiesen se r personalm ente, eran, con todo, sú b d i­
sonalidad ju ríd ica de los infieles se subdivide en dos tos de la reina de C astilla y, com o tales, tenían que
vertientes, a saber: la pública o colectiva, que se re­ pagar tributo, y si no podían reu n irlo po r sí m ism os
fiere a la soberanía tem poral de las com unidades y habrían de ganárselo tra b a ja n d o p a ra los castella­
a la legitim idad de sus «príncipes», y la privada o nos; y así la p rim e ra m ancha, todavía poco im por­
individual, que se refiere a la lib ertad de las perso­ tante, que estropeó su im agen fue la de holgazanes.
nas singulares y al derecho de posesión y d isfru te Por otro lado, los castellanos, con los herm anos Co­
de sus propios bienes, ya que, com o se ha visto en lón a la cabeza, p refiriendo em plearlos com o tra b a ­
el párrafo citado m ás a rrib a , la R om anus Pontifex jadores p ara sí y tra tan d o de forzarlos al trabajo,
de N icolás V no sólo negaba la legitim idad política provocaron las p rim eras sublevaciones, con lo que
de los príncipes infieles —eq u ip arad o s a los s a rra ­ tuvieron el pretexto —prisioneros de g u e rra — p ara
cenos—•, que podían lícitam ente se r destronados sin iniciar la esclavización. Sin em bargo, en 1495, ha­
m ás por c u alq u ier príncipe cristia n o —conform e a biendo llegado a Sevilla la p rim e ra rem esa de escla­
la d o ctrin a del O stiense—, sino que au to rizab a tam ­ vos tainos enviada po r los Colones desde La
bién la reducción a la esclavitud de los p articu lares Española, la reina de Castilla, tra s h a b e r a u to riza ­
y el despojo de los bienes m uebles e inm uebles en do su venta en un p rim e r m om ento, y tal vez sospe­
beneficio de los depredadores. Pues bien, tras el des­ chando que la g u erra alegada p o r los Colones para
cubrim iento de Colón, no hubo discusión alguna en aquella tom a de esclavos m ás que a una verdadera
cuanto a lo prim ero, p o r cu an to las «islas e tie rra s guerra se parecía al «salteo», excom ulgado po r los
firm es d escu b iertas e po r descobrir» habían salido papas en relación con los canarios, se volvió a trá s
ya escritu rad as, selladas, legalizadas e in scritas en de su acuerdo pocos días después y prohibió la ven­
el catastro de doña Isabel de T rastam ara, reina de ta m ien tras el asunto no fuese debidam ente d iscuti­
Castilla, desde las propias C apitulaciones de S anta do con ju ris ta s y teólogos. De aquí nació la p rim era
Fe, y tan sólo ya bien e n tra d a la p rim era m itad del declaración form al de la lib ertad de los indios, for­
siglo X V I em pezaría a d iscu tirse la legitim idad de m ulada en 1500, pero que, tal com o o c u rriría con
una tal usu rp ació n de las soberanías autóctonas en casi todas las leyes referentes a los indios, incluida
el dom inio tem poral, principalm ente fundada en una la Recopilación de 1680, no tom ó la form a positiva
interpretación —equívoca y abusiva, com o argum en­ de afirm ación del derecho de los indios, sino la for­
ta García-Gallo de la fam osa «donación» a le jan d ri­ m a negativa de prohibición dirigida a los castella­
na. Bien d istin ta sería, en cam bio, au nque sufriese nos y m ás tard e españoles, esto es, así: «que no
tam bién sus altibajos y sus diferencias de opinión, fuesen osados de p ren d er ni cautivar a ninguna ni

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alguna persona ni personas de los indios de las di­ cam bien los dioses, nada ha cam biado», p a rá g ra ­
chas islas y tie rra firm e [...] para los tra e r a estos m is fos XXVII-XXX). Pero la m ala fe, inicialm ente surgi­
Reinos ni p ara los llevar a otras p a rte s algunas, ni da de la irrita ció n ante la inad ap tab ilid ad y h asta
les ficiesen otro ningún m al ni daño en sus perso­ flaqueza fisiológica y v ulnerabilidad biológica del
nas ni en sus bienes». Pero, en m enos de tres dece­ taino para los inhum anos rendim ientos que como
nios, y a p a rtir de aquella prim era y poco im portante fuerza de tra b a jo se le q u erían im poner, m anifiesta
tacha de la holgazanería, la im agen lim pia, inocen­ en las citadas tachas de «holgazanería» y de «am en­
te, herm osa, gentil, risu e ñ a del hom bre de U ltram ar cia», se fue haciendo extensiva a otros terren o s que
que en la d esn u d a p ersona del lucayo deslu m b ró el nada tenían que ver con el trabajo. El angelical «Sin-
p rim er día los ojos de Colón iría precipitando de de­ seta» de los prim eros días, que con tan buena volun­
fecto en defecto, de pecado en pecado, de abyección tad com o im prudencia Colón se h ab ía precipitado
en abyección, h asta fo rm ar una figura a veces m ás a sa lu d a r y en carecer p o r encim a de cu alq u ier pon­
m onstruosa de lo que nu n ca llegara a se r la del deración, no sólo se convirtió enseguida en un hol­
propio sarraceno. H uelga d e c ir que algunas de las gazán estúpido e incapaz, que suscitó el m enosprecio
tachas, com o la propia holgazanería, se fueron dibu­ y hasta el odio de los explotadores defraudados, sino
jando a la m edida del interés de los explotadores cas­ que pronto, al descubrírsele observante de ciertos in­
tellanos, que no lograban sa c a r de los indios com o genuos y recónditos cultos paganos, la m ala fe y h as­
fuerza de trab ajo los rendim ientos que h a b ría n de­ ta la m ala sangre de los castellanos ya decididam ente
seado; en lo que no hubo sólo una total incapacidad revuelta en co n tra de él no rep aró en incrim inarlo,
de com prensión p o r p a rte de los nuevos señores de no ya de m ero idólatra o supersticioso, sino incluso
los indios (com prensión que sólo llegaría a form u­ de a d o ra d o r de Satanás. Y en este punto es signifi­
lar de m odo explícito m edio siglo m ás tarde M elchor cativo el hecho de que, lejos de se r los futuros de­
Cano: «No conviene a los antípodas n u e stra indus­ fensores de los indios los que consideraron la llegada
tria y form a política») hacia la radical inadaptabili- de los castellanos com o una verdadera m aldición
dad de éstos a las form as de trabajo y de circulación para los indios, fuesen, por el contrario, ju stam en te
económ ica p ro p ias de Castilla, sino tam bién una en los defensores de los españoles y de los sanguinarios
el m ejor de los casos inconsciente m ala fe en la in­ episodios de toda la C onquista los p rim ero s que in­
terpretación de las conductas de los indios, m ala fe terp retaro n su propio advenim iento, con todo el des­
incoada por la creciente irrita ció n de los explotado­ com edido fu ro r de las m atanzas y las depredaciones
res ante la resistencia y la incapacidad de a d a p ta ­ que de m odo creciente lo acom pañaría, como una te­
ción de los explotados. Así la incom prensión de los rrib le m aldición p a ra sus víctim as salvo que a títu ­
explotadores hacia la inad ap tab ilid ad de los explo­ lo de castigo desencadenado sobre ellas por la ira
tados fue exclusivam ente entendida com o in capa­ del Altísim o ante sus abom inaciones. No de m odo
cidad de com prensión po r p a rte de éstos, com o distinto, aproxim adam ente po r los m ism os años, los
estupidez e incluso, por decirlo con la expresión apli­ ideólogos del em p erad o r habían considerado a los
cada en aquel tiempo, com o «am encia» o com o m i­ crim inales fautores del Saco de Roma com o in stru ­
noridad intelectual (véase, en este volumen, «Sobre m ento del fu ro r de Dios p ara escarm iento de las de­
el Pinocchio de Collodi», págs. 86-88 y «M ientras no pravaciones de la Iglesia. Si ya en las inocentes

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devociones id olátricas de los tainos la m ala volun­ el séptim o de los títulos que en sus «Relecciones»
tad del explotador desencantado p o r la escasa ren­ pone entre los ilegítim os. En efecto, en el quinto tí­
tabilidad de los explotados había llegado a ver cultos tulo, incluye expresam ente la sodom ía, la antropo­
satánicos, cuesta poco trabajo im ag in ar h asta qué fagia y h asta los sacrificios hum anos, com o pecados
extrem o absolutam ente m onstruoso de bajeza, de in­ contra natura que, a p esar de ello, ningún cristian o
famia, de abyección, iba a p rec ip ita r rápidam ente la puede legítim am ente a rro g arse el derecho de casti­
un día todavía no tan lejano idílica figura del «Sin- gar en los infieles. En el séptim o dice literalm ente:
seta» colom bino, no bien fueron apareciendo una «Dicen algunos —no sé bien quiénes— que Dios, en
tra s o tra las tres grandes abom inaciones de los con­ sus singulares juicios, condenó a todos estos b á rb a ­
tinentales; la sodom ía, la antropofagia y finalm ente ros a la perdición con m otivo de sus abom inaciones
el sacrificio religioso de víctim as hum anas. H asta tal y que los entregó al poder de los españoles, com o
punto debieron de sentirse los conquistadores c a r­ puso en otro tiem po a los cananeos en m anos de los
gados de razón p ara d a r rien d a suelta, sin la m enor judíos [...] Pero sobre esto no voy a d isc u tir mucho,
m ala conciencia, a sus m ás vesánicos instintos c ri­ ya que es peligroso c re e r a aquel que sostiene profe­
m inales y a sus im pulsos de depredación, que no fal­ cías co n tra la ley com ún y contra las reglas de la E s­
tan pasajes en las crónicas en que su propia m isión critura, si no confirm a su doctrina con milagros, que
cristian a parece concebida no ya en los térm inos po­ en esta ocasión no existen./Además, aún si fuera cier­
sitivos de p ro p ag ar en tre los infieles la fe de Je su ­ to que el Señor hubiera decretado la perdición de los
cristo, sino en los térm inos negativos de vengar a bárbaros, no se d ed u ciría de ello que aquel que los
Jesu cristo de las terrib les ofensas com etidas contra destruyese estuviere libre de culpa...». ¡Son todavía
él p o r los infieles, ahogando en sangre sus abom i­ los m ugidos del Buey Silencioso resonando casi tres
naciones hasta e x tirp ar sus credos. De que estos dos siglos m ás ta rd e de su m uerte en la venerable boca
sentim ientos elem entales, o sea el de a rro g arse la de Francisco de Vitoria! Pero aún nos queda una úl­
función de in stru m en to s de la ira de Dios contra los tim a —y en este caso, derivada— desfiguración po­
infieles por sus abom inaciones y el de sentirse ple­ sible de la o rig in aria im agen del infiel am ericano,
nam ente ejecutores de su m isión c ristia n a no com o que no fue propiam ente una abom inación congèni­
propagadores de la fe de Jesucristo, sino, antes que ta, sino un pecado a que la propia im prudencia evan-
eso, ya com o m eros vengadores de las ofensas infe­ gelizadora de los cristian o s lo abocaría, y siem pre
ridas a Dios p o r los infieles con sus abom inaciones, po r el viejo m étodo de la patente Vicente Ferrer, di­
no eran sólo im provisaciones au to ju stificato rias de fundido con suficiente am plitud quizá tan sólo a raíz
los conquistadores, sino que m uy probablem ente lle­ de la conquista de Nueva España, cuando al ferviente
garon a ser objeto de alguna elaboración doctrinal franciscano fray Toribio de Benavente («Motolinía»)
po r p a rte tal vez de ciertos clérigos o frailes que, se le antojó renovar sobre los súbditos del recién des­
com o el célebre Tomás Ortiz, igualaron, si es que no tru id o Im perio Azteca el espejism o colom bino del
incluso superaron, en ferocidad co n tra los indios a «buen salvaje» —po r aplicarle avant la lettre el nom ­
los m ism ísim os guerreros, bien puede tom arse como bre de un m ito antropológico bastante m ás tardío—,
indicio el hecho de que el p ad re V itoria se preocu­ viendo en aquellos hom bres ajenos a toda codicia o
pase de im p u g n ar tales alegaciones en el quinto y afán de m edro, incapaces de envidia o de rencor, los

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verdaderos «pobrecillos del Señor» con los cuales, ya in co rp o rad a al virrein ato de Nueva España, a u n ­
por la sola gracia santificante del Bautism o, podía que quizá con ciertas com petencias adm inistrativas
edificarse una nueva y verdadera C ristiandad. En y ju risd iccio n ales separadas, si bien h asta 1548 no
m ás de 100.000 calculaba el núm ero de indios que tuvo A udiencia p ro p ia—, conocida com o la «guerra
po r su sola m ano habían sido bautizados —siendo de M ixtón»,30 parece que tuvo po r aglutinante ideo­
h asta 12 los prim eros com pañeros de orden, o sea lógico un raro sincretism o religioso en el que se
franciscanos, que, seguram ente con el m ism o espí­ m ezclaban creencias aborígenes con elem entos de
ritu, habían llegado con él en 1524 a Nueva E spaña— aquella fe c ristia n a tan su m aria y superficialm ente
el autoapodado M otolinía, uno de los m ás encona­ difundida por los irresponsables m isioneros francis­
dos d etractores de Las Casas, quien, con m ucho m ás canos. E sta últim a lacra de la a p o stasía o del sin­
buen sentido y aun con una concepción m ás exigen­ cretism o herético, p o r h a b e r unido siem pre los
te, m ás com pleta, m ás digna y resp etu o sa de la fe conquistadores tan estrecham ente com o si form asen
cristiana, c en su ró siem pre el barato populism o de un solo y m ism o cuerpo la sum isión política y la con­
las conversiones m ultitudinarias, com o expresión de versión religiosa, acom pañaba casi indefectiblem en­
un sub-cristianism o de m asas que al p a r que degra­ te, com o es de suponer, a toda rebelión india contra
daba los rasgos «ilustrados» —o sea anti-m íticos— el dom inio tem poral de los españoles, y a tra ía sobre
de la Buena Nueva, retrotrayéndola al nivel de c u a l­ los sublevados form as de represión y de castigo m ás
q u ier superstición, co m p o rtab a a la postre un acto despiadadas que las de la conquista inicial. Bajo la
de desprecio hacia esos m ism os «pobrecillos», cuya concepción según la cual tales conflictos tenían que
propia ignorancia, lejos de ser vista com o o b stácu ­ se r diferenciados por tra ta rse de sublevaciones de
lo a vencer, era, por el contrario, aprovechada com o quienes ya eran súbditos del em p erad o r —m ás ta r ­
una ventaja para hacerlos e n tra r a toda prisa, de diez de sólo rey— y ya, p o r el c a rism a bautism al, hijos
en diez, de cien en cien, de m il en mil, igual que ove­ de la S an ta M adre Iglesia, las prescripciones au to ­
jas, en el redil de Jesucristo. Fue, en efecto, la no por rizadas p ara su represión dieron lugar incluso a una
bien intencionada m enos irresp o n sab le renovación denom inación específica: la de «caso de segunda
de la idílica im agen colom bina del pagano inocente, guerra». La distinción sobrevivió aun después de que
que no n ecesitaba m ás que las aguas del bautism o se prohibiese toda g u e rra de c o n q u ista por p u ra ini­
p ara tro carse en la flor predilecta a los ojos del Se­ ciativa de los españoles, y quedó registrada y au to ­
ñor, la que, al propagarse rápidam ente, bajo los m is­ rizada como lícita según el ius ad bellum, aunque con
mos halagüeños auspicios de M otolinía, po r el celo recom endaciones de m esura y hum anidad en cuanto
de nuevas oleadas de m isioneros franciscanos, én­
tre los chichim ecas de Nueva G alicia, la que desfi­ 30 . R e s p e c to de la s in ie s t r a a c tu a c ió n d e l v ir r e y don A n to n io
de M en d oza en e s ta g u e r ra — a p e r r e a r y fu s ila r con b a la de c a ­
guró el rostro del indio con la ú ltim a fealdad: la de ñón a in d io s p u e sto s «en rin g le » (en h ilera), tr a s su re n d ic ió n y
doblez, acaso hipócritam ente interesada, o cuando sin .a v e rig u a c ió n ni ju ic io p re v io a lg u n o — h a y q u e ten e r en c u e n ­
m enos falta de franqueza y de plena y cordial since­ ta que. si b ien s a lió a b s u e lto — no p o rq u e no re co n o c ie se e l h e ­
ridad y entrega en su conversión a la fe de Jesucristo. cho, sin o p o rq u e s e le a c e p tó la ju s t ific a c ió n —, a l m en os se le hizo
d e e llo c a rg o c rim in a l, lo q u e in d ic a q u e en lo s añ o s 40 no h a b ía
De hecho, la insurrección que am enazó seriam ente y a tan to tal im p u n id a d co m o a n te s p a ra la p r á c tic a del a p e rre a -
la dom inación española en Nueva Galicia —creo que m ien to u o tr a s fo r m a s d e v e sa n ia .

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al ius in bello, h a sta en la R ecopilación de 1680, li­ S eg u n d o . La índole g en é ric a m en te a rb itra l que
bro III, títu lo IV, ley IX, folio 25 recto del Tomo Se­ com o m ero efecto resultante, no p o r previo designio
gundo de la edición de Ju lián de Paredes, M adrid, intencionado, tuvo, a lo largo de d istintas bulas y pa­
1681: «... y si haviendo recevido la S anta Fe, y dado- pas sucesivos, la intervención de Roma en relación
nos la obediencia, la ap o stataren y negaren, se pro­ con los reinos de C astilla y Portugal.
ceda com o contra ap o statas y rebeldes, conform e á T ercero . La incierta y nunca bien definida n a tu ­
lo que p o r sus excessos m erecieren, anteponiendo raleza de la «Potestad Apostólica» de los pontífices.
siem pre los m edios suaves y pacíficos á los rig u ro ­ CUARTO. La creciente anticipación abstractiva de
sos y ju rídicos. Y ordenam os, que si fuere necessa- las tierras y los pueblos por el «m ercado de futuros»
rio hazerles g u e rra a b ie rta y form ada, se nos dé castellano-portugués de la dom inación.
p rim e ro aviso en n u e stro C onsejo de Indias, con QUINTO. Las sucesivas transfiguraciones que, ha­
las c a u sa s y m otivos, p a ra que Nos proveam os lo cia m ejor o hacia peor, sufrieron an te los ojos y en
que m as convenga al serv icio de Dios N. Señor, y la m ente de los blancos la im agen y el concepto de
nuestro». «infiel».
La im previsible —y aun, probablem ente, en m ayor Pareciendo justificado y conveniente dividir en dos
o m enor grado in n ecesaria— extensión que ha aca­ series sucesivas (la p rim e ra de nueve y la segunda
bado po r cobrarse el desarrollo de al m enos cu atro de once) la nóm ina de papas que, en núm ero de 20,
de los cinco factores circu n stan ciales que m ás a r r i­ se irán sentando en el solio de San Pedro a lo largo
ba —b astan te m ás a rrib a de lo que h a b ría e sp era ­ del tiem po que ab arca el argum ento de este apéndi­
do— consideré o p o rtu n o p o n d erar m e perm ite, po r ce, o sea desde M artín V (1417-1431) hasta Pió V (1566-
una parte, confiar en que el subsiguiente despliegue 1572), am bos inclusive, si bien algunos de ellos, como
de la línea central del argum ento, a la que, en este el efím ero M arcelo II, no lleguen tan siquiera a ser
mism o punto, me dispongo a retornar, pueda ser, gra­ m entados, p o r no poderles dar, ni aun con toda mi
cias a tan ta an ticipación de circunstancias, m ucho b uena voluntad, el m ás pequeño papel en este d ra ­
m ás breve de lo que sin la previa am bientación for­ ma, creo justo reconocer que de ninguno de los nueve
m ada (no seré yo quien diga si con m ejor o peor de la prim era serie (es a saber: el ya citado M artín V,
fortuna ni verdad) p o r esta especie de m arco esce­ 1417-1431, Eugenio IV, 1431-1447, N icolás V, 1447-
nográfico h a b ría llegado a ser, a la vez que, p o r o tra 1455, Calixto III, 1455-1458, Pío II, 1458-1464, Paulo
parte, me obliga a socorrer la m em oria del lector con II, 1464-1471, Sixto IV, 1471-1484, Inocencio VIII,
la repetición de los m eros enunciados iniciales de los 1484-1492, y A lejandro VI, 1492-1503) puede decirse,
cinco factores en cuestión: salvo tal vez con una única excepción —la de Nico­
PRIMERO. El c a rá c te r políticam ente exclusivista lás V—, que m ostrase ninguna preferencia m anifiesta
—es decir privativo p a ra uno u otro de los «prínci­ p o r el reino de Portugal o el de C astilla. Ú nicam ente
pes cristianos»— que después de la Sane ch arissim us de N icolás V (acaso seducido, y con motivo m ás que
de 1418 adoptan, tanto en lo tem poral com o en lo es­ com prensible, por aquel personaje, no sé si bueno
piritual, todas las b u las referidas a lo que sólo en o malo, benéfico o maléfico, pero absolutam ente ex­
un principio pudo llam arse propiam ente «Cruzada cepcional, al p a r que, sin discusión posible, m ás a rre ­
Occidental». batadoram ente fascinante de cuantos tom aron parte

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en la era inaugural de la navegación a vela, o sea el concreto p ríncipe cristia n o p ara h acer m oralm ente
infante don E nrique el Navegante) puede tal vez de­ lícito y jurídicam ente legítim o el derecho de conquis­
cirse que se escoró un bocadinho m ais a sotavento ta y apropiación de la soberanía de un determ inado
del viento de Lisboa que no del de Sevilla. reino infiel. Parece que el supuesto tácito m ás com ún
Parece ser que, al m enos a ten o r de las ideas o en lo que se refiere a em presas sem ejantes era —si
prácticas vigentes en el siglo XV , a cu a lq u ier «prín­ es que he entendido bien las cosas— el que, de h a­
cipe cristiano» le bastaba, en realidad, con la cara berse q u erido h acer explícito, podría form ularse en
negativa de la doctrina de Enrique de Susa, esto es: la estos térm inos: «No te concedo el derecho de con­
que declaraba ilegítimo en sí m ism o todo poder tem ­ quista ni te transfiero el señorío del reino de Fez po r­
poral cuya soberanía estuviese d etentada p o r un que ya de por sí en su actual situación me pertenezca
príncipe infiel; con eso un príncipe cristiano tenía lo com o señ o r tem poral del orbe entero, sino porque
suficiente p a ra que, sin m ediación papal alguna, le por mi p otestad estoy facultado p ara reconocer la
fuese m oralm ente lícito aco m eter con la fuerza de legitim idad de tu propósito de a p ro p ia rte de su so­
las arm as la conquista de cu a lq u ier reino infiel y beranía p o r las arm as, en la m edida en que com o
apoderarse de su soberanía; si después el pontífice príncipe cristian o te es m oralm ente lícito enseño­
bendecía el intento y el logro de tan laudable em pre­ rearte de un dom inio tem poral que, en tanto que ac­
sa, y tanto m ás si se trataba, como era lo m ás común, tualm ente detentado por un príncipe infiel y, por
de un reino sarracen o —siendo el Islam considera­ añadidura, sarraceno, es no sólo ilegítim o sino tam ­
do ya desde las C ruzadas, y m ucho m ás tras em pe­ bién positivam ente c o n tra rio a n u e stra Fe. ítem ,
z ar el auge del expansivo Im perio Otomano, el puesto que has tom ado sobre ti el trabajo, el sa crifi­
enem igo natu ral de la en tera C ristian d ad —, miel so­ cio y el peligro de este em peño no sólo m oralm ente
bre hojuelas. Ya M artín V había refrendado la doc­ legítim o sino tam bién espiritu alm en te laudable po r
trina del O stiense al d e c la ra r que los infieles no volverse contra el acérrim o enem igo de la fe de C ris­
podían s e r dueños de ningún lu g ar del mundo, y h a­ to, me com plazco adem ás en reservar, tal com o por
bía celebrado encom iásticam ente la conquista de mi propia potestad apostólica me pertenece libre­
Ceuta p o r los portugueses en 1415, en la que, po r m ente hacerlo, de m anera total y privativa, el go­
cierto, siendo aún apenas un m uchacho de 22 años, bierno y ju risdicción de las cosas eclesiásticas y
había tom ado parte el cu a rto hijo de Don Ju an I, rey pertenecientes a la fe a la orden religiosa que, bajo
de Portugal, o sea el propio infante Don Enrique, que tus auspicios y con todo el favor y protección de tu
m ás tarde se h aría tan fam oso bajo el rom ántico soberanía, ha venido h asta hoy acom pañando y apo­
nom bre de E n riq u e el Navegante. Q uiero decir que, yando esa conquista». (Pues, en efecto, p ara d a r la
a tenor de la convincente argum entación del tan tas exclusiva de cuanto concernía a lo que entonces se
veces citado estudio de Alfonso García-Gallo, no era llam aba «la espiritualidad», o, en portugués, a spiri-
en absoluto necesario ni tal vez —aunque esto según tualidade, a la Ordem de cavalaria de Jesu Christo
en qué m om ento de la oscilante interpretación ju r í­ no necesitaba el pontífice de ninguna prerrogativa
dica de la nunca bien definida «potestad apostólica» que excediese un punto de las ya contenidas en su
del papa— tan siq u iera pertinente que el papa o to r­ potestad apostólica para h a c er y deshacer, p ara d a r
gase ningún p erm iso previo a nom bre de tal o cual o quitar, en todo lo concerniente a las c irc u n scrip ­

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ciones y facultades ju risd iccio n ales eclesiásticas del dom inio tem poral de las atrib u cio n es (natural­
de la organización diocesana general com únm ente m ente siem pre delegadas, siquiera fuese po r ficción
conocida com o «ordinaria».) Pero, de hecho, a este ju ríd ic a —y de facto cada vez con m ás escandalosos
últim o respecto, todavía M artín V, en la Sane cha- y abusivos rasgos de ficción, conform e se v erá—, de
rissimus de 1418, corroborando la conquista de Ceuta la potestad apostólica) concernientes a la supervisión
p o r «Cruzada» y convocando a ella a todos los p rín ­ ad m inistrativa de la ju risd ic c ió n propiam ente ecle­
cipes cristianos, al p a r que au to rizab a a todos los siástica, prem isa de algo p o r aquellos años todavía
obispos y arzobispos a conceder los privilegios de absolutam ente inim aginable: la gigantesca potencia
cruzada, m u estra que en este m om ento —aun exis­ territo ria l del futuro patronato castellano y m ás ta r ­
tiendo ya, com o facultad papal, la de conceder el de español sobre la Iglesia y el C ristianism o de Ul­
ius patronatus, y a sólo 20 años de la Pragmática tram ar.
sanción— el dom inio tem poral, p o rtugués en este Pero, antes de e n tra r en las referid as Allegationes
caso, no tra ía consigo la exclusividad en lo eclesiás­ de Alonso de C artagena, quiero p o n e r por proem io
tico. galeato a mi ú ltim a afirm ación de aquí a rrib ita m is­
Esto últim o, o sea la creciente vinculación del do­ mo una cita textual de don Alfonso García-Gallo (pá­
m inio tem poral con las atribuciones religiosas y ecle­ ginas 497-498 del referido estudio sobre las bulas
siásticas, surgió tan sólo a raíz del conflicto entre alejandrinas, de 1957-1958, por donde se cita: Alfonso
C astilla y Portugal a propósito del derecho de con­ García-Gallo, «Los orígenes españoles de las in stitu ­
q u ista sobre las Islas A fortunadas —ya p o r enton­ ciones am ericanas», Real Academia de Ju risp ru d e n ­
ces llam adas C an arias— y p a rticu la rm e n te a p a rtir cia y Legislación, M adrid, 1987), que dice como sigue:
de las Allegationes p resen tad as en 1435 por Alonso
de C artagena, obispo de Burgos, en una de las zaran­ «Evidentemente la facultad canónica de dispensar
sólo a unos Reyes de la prohibición de navegar y co­
deadas sesiones del Concilio de Basilea; concilio es­ m erciar en determ inadas partes y de ratificar la pro­
pecialm ente torm entoso e im portante po r d ebatirse hibición para los demás a p artir de un cierto punto
en él la cuestión, a rra s tra d a desde el Cism a de Occi­ [se refiere a la prohibición de toda relación incluso
dente, sobre la p rim acía del Concilio sobre el Papa comercial con cualquier hijo de la abominable seta
o viceversa, que tuvo p o r adalidades, a un siglo de de Mahoma, relación que, por afectar al orden de las
distancia uno de otro, a G uillerm o de Occam (1300- cosas espirituales, podía ser objeto de las atribucio­
1349) y a Juan de Torquem ada (1388-1468), defenso­ nes morales de la potestad apostólica], unida a la
res del Concilio y del Papa respectivam ente, pero que facultad pontificia de disponer de los pueblos con­
no resolvería definitivam ente m ás que —a golpe de trarios al cristianism o y conceder el dominio sobre
ellos a príncipes cristianos [«disponer» y «conce­
bula, y a favor del papa p o r supuesto— Pío II con der», a mi entender, no en el sentido enfáticam ente
su Execrabilis de 1459. M erece la pena ex am in ar si­ positivo —que García-Gallo no parece presuponer en
q uiera brevem ente la argum entación p rincipal de ningún punto— que erigiese al papa por señor del
esas Allegationes, porque en ellas está el principio orbe, sino en el sentido sólo negativo de sancionar
y fundam ento de la distribución territo rial excluyen- como moralm ente lícitas y hasta gratas a Cristo y a
te de lo «por descobrir» y, junto con ella, la inevitable su Iglesia em presas semejantes, fuese cual fuese el
adscripción no menos privativa al titu la r del derecho alcance de la doctrina del Ostiense, que no he tenido

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ocasión de examinar], creó una situación probable­ gún aspecto m oral cayesen bajo su com petencia, aca­
mente imprevista e imprevisible cuando se otorgaron bó desem bocando, sin q u ererlo y por circunstancias
las primeras bulas [subrayado mío]. Esta situación se absolutam ente im ponderables, en una autén tica o
produjo luego, como síntesis de los resultados [subra­ pretendida actuación creadora de derecho. Auténtica
yado mío] provocados por el ejercicio normal de una para quienes convalidaron la «donación» a le jan d ri­
potestad pontificia rectamente aplicada en su origen na en un sentido rigurosam ente referido al dom inio
en los respectivos casos. Ahora bien, esta situación
compleja, tal como en su plenitud se presentaba, era tem poral, pretendida p ara quienes, com o Vitoria, re­
evidente que había sido creada por la potestad ponti­ chazaron de plano sem ejante convalidación. Si al­
ficia. ¿Cuál era esta potestad que producía tan am­ guien tra tase de apelar, para d a r salida a la cuestión,
plios efectos y cuál era su fundamento doctrinal o al alcance, al sentido, a la representación que de su
canónico? El problema no se lo planteó nadie a fines propia «donación» pudiese haberse hecho en 1493
del siglo XV [y, a mayor abundamiento, ya el propio el propio Alejandro VI, no lo conseguiría ni aun d án ­
García-Gallo, en la nota 350 al pie de la página 483 de dose diez años m ás de plazo, o sea los m ism os que
su estudio, por donde se cita, nos registra nada menos la vida le dio a Alejandro VI, m uerto el 18 de agosto
que ocho ediciones de la Summa Aurea de Enrique
de Susa entre 1473 y 1498, mientras que Tomás de de 1503, pues ni aun entonces, incluso habiéndose
Aquino tuvo que esperar hasta 1517 para que Tomás ya reconocido m uchos grados, en latitud y longitud,
de Vio, el "Cardenal Cayetano”, resucitase sus doctri­ de « tierra firm e», se tenía m ás noción de lo descu­
nas], pero sí fue objeto de viva discusión en el xvi bierto, y consiguientem ente «lo donado», que la de
—recuérdese la polémica sobre el valor de las bulas costas de salvajes. Pero vengam os de una vez a las
y los justos títulos de los Reyes españoles sobre Allegationes.
América— y lo es hoy día entre los investigadores mo­ Para ponerlas, com o d iría un periodista, «en su
dernos. El fracaso de todos ellos al tratar de buscar contexto histórico», hay que ten e r en cuenta, siquie­
en las doctrinas o en el Derecho de la época una defi­ ra sea de m odo su m ario y general y po r no fatigar
nición o una explicación de esta potestad apostólica,
demuestra que no existía. Ni Nicolás V, ni Calixto III, al lector en los detalles, que en el tiem po que m edia
ni Sixto IV, ni Alejandro VI trataron de crearla o de­ entre la fecha de 1312, en que el genovés Lancellotto
finirla. Todos ellos la ejercieron en cada aspecto con­ da M aloncello d escu b rió las islas C anarias —o re­
forme al Derecho de la época. Ix> que no pudieron descubrió, si se prefiere, las A fortunadas, ya conoci­
prever es que la síntesis de todas sus decisiones crea­ das desde el Periplo de H annón— o al m enos, en
ría una situación que como tal presuponía una potes­ concreto, las de F uerteventura y Lanzarote, p e rp e ­
tad pontificia hasta entonces nunca imaginada tuando en el topónim o de e s ta segunda, aún hoy vi­
[subrayado mío].» gente, su prosopónim o de pila, pues no o tra cosa es
«Lanzarote» que la versión castellana de «Lancellot­
En una palabra, que la actuación de los pontífices to», y la fecha del 4 de septiem bre de 1479, en que
sucesivos y a través de sus diversas bulas, preten­ entre los reyes Don Alfonso V de Portugal y Doña Isa­
diendo únicam ente se r una actuación conciliadora bel I, reina de C astilla —ju n to con Fernando V de
entre derechos preexistentes o pretendidos de p rín ­ Aragón, co-reinante u su fru c tu a rio p o r vínculo m a­
cipes cristianos, derechos generalm ente laicos y por trim o n ia l— se llegó a la C apitulación de las Alcá-
ende ajenos a la p otestad apostólica, aunque en al­ $ovas, en tre estas dos fechas, digo, se interpone la

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segunda y decisiva p a rte del desarro llo jurídico- com o testim onia el que a la m uerte de E nrique III,
político de las instituciones de la dom inación, por en 1406, el p rim e r B ethencourt confirm ase su vasa­
el que del llam ado E stado estam ental (en el que los llaje con el sucesor, Don Ju a n II. Pues bien, me pa­
señores, aun reconociéndose vasallos de un prim us rece b astan te verosím il p e n sa r que la preocupación
inter pares, que era el rey, podían librem ente e n ta ­ p rincipal de las Allegationes de Alonso de C artage­
b lar g u erras p o r querellas p a rticu la re s entre sí) se na se derivaba sobre todo de la subsistencia en 1435
pasa al llam ado E stado m oderno, en que la p rim a ­ de las concepciones del E stado estam en talista, a u n ­
cía jerárq u ica del rey, si es que aún no puede llam ar­ que ya en fase de franca recesión, p o r las que aún
se sensu stricto «absolutista», deja desde luego de perm anecía esa am plia zona am bigua y deslizante
ser la de un p rim u s in ter pares, p ara c ru z a r el lím ite entre la soberanía y las diversas situaciones ju ríd i­
de distinción cualitativa que la convierte en única. cas a que-podía d a r lu g ar la sim ple posesión perso­
De ahí que, al c o n sid e rar las Allegationes de Alonso nal por apropiación a m ano arm ada de un particular,
de C artagena, convenga ten er presente que en 1435 y de m odo especial cuando el objeto de ellas eran is­
se navegaba todavía en la in certid u m b re de unas las o tie rra s p o r co n q u ista r y aun m ás «por desco-
aguas en que, por d ecirlo exageradam ente, entre la brir», que, por añ ad id u ra, tal com o alega el propio
m era posesión p a rtic u la r o propiedad privada tal C artagena, al e s ta r h a b ita d as sólo p o r infieles, se
com o m odernam ente se concibe y la soberanía real consideraban «vacuas» («islas [...] que estab an va­
(o nacional) h ab ía toda una serie de vínculos in te r­ cuas, com o aú n lo están, y entiendo su vacancia no
m edios de ju risd icció n y señorío tem poral (como el con relación a sus habitantes, sino con relación a un
que todavía cien años m ás tard e in te n ta ría n resuci­ príncipe católico [...] que en ellas cuasi poseyese el
ta r en las Yndias los encom enderos, sin ningún éxi­ suprem o dominio»). La renovación del acto de vasa­
to de iure, p ero con notable éxito de facto, lo que ha llaje po r Ju an de B ethencourt, com o señ o r de Lan­
perm itido a algunos h ab lar de «neofeudalism o» con zarote, F uerteventura y el resto del archipiélago
respecto a América); y basten aquí dos ejem plos de canario aún p o r conquistar (pues se consideraba que
ello: en 1352, Don Pedro IV, rey de Aragón concedió la posesión de hecho de una isla, co m p o rtab a el de­
a A rnaldo Roger la conquista de las Islas C anarias recho sobre todo el archipiélago) ante Juan II de Cas­
con c a rá c te r de feudo, con jurisdicción civil y crim i­ tilla, a la m uerte de su padre E n riq u e III, podía sin
nal, aunque entonces no se lograse hacer definitiva la duda co n sid erarse com o un acto sim bólico y de co r­
conquista, y en 1402, ya incluso pocos años antes del tesía en la m edida en que el no rm an d o B ethencourt
Concilio de Basilea, todavía Don E n riq u e III, rey de era un caballero y un hom bre de honor, pero ¿qué
Castilla, concedió la conquista de aquellas m ism as hab ría podido o c u rrir si no lo hubiese sido tanto?
islas al n orm ando Juan de B ethencourt, probable­ ¿No p o d ría acaso h aberse ag a rra d o tal vez a cu al­
m ente con parecidos privilegios feudales —com o lo q uier sofística sutileza jurídica, alegando que en rea­
prueba el hecho de que en 1418 el sobrino de éste, lidad el vasallaje que, respecto de las Canarias, había
M aciot de B ethencourt, gozase aún del señorío de rendido a Don E nrique III sobreentendía referirse a
Lanzarote, con facultad para en ajen ar sus rentas, tal la persona de éste en cuanto tal y no en cuanto rey
com o hizo en favor del conde de N iebla—, sin p e r­ de Castilla, p ara poder tra n sfe rir la soberanía de las
juicio de la e stric ta soberanía del rey de C astilla, C anarias a su señor natu ral el rey de Francia? Vero­

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símil o no, sirva el ejem plo com o la clase de cosas la perversa seta de M ahom a— los p rim eros que em ­
que Alonso de C artagena podía tem er aún de los dis­ pezaron a m ejorar la figura del infiel a los ojos de
tintos grados de dom inio coexistentes aun en aque­ los cristianos, si bien, incluso totalm ente liberados
llos últim os decenios del E stado estam ental. Por de toda posibilidad de esclavización, resulte h arto
último, es o p ortuno reco rd ar cómo, ju n to a esta la­ difícil d efinir los lím ites de su personalidad ju ríd i­
bilidad jurídico-política de que podían apxovecharse ca, en la m edida en que incluso en la Recopilación
las em presas de conquista acom etidas, en principio, de 1680, la legislación que a ellos se refiere p erm a­
«como es debido», ya habían aparecido los aventure­ nece totalm ente sep arad a de la de los criollos y los
ros m arítim os particu lares, una especie de piratas, españoles, en el libro VI, expresam ente titu lad o «De
cuyo derecho a la depredación perm aneció siem pre los indios».
jurídicam ente bastante indefinido, como la propia pi­ Si todavía en la Recopilación de 1680 la personali­
ratería, en la m edida en que habiéndose d e sarro lla ­ dad ju ríd ic a del indio, en general al m enos p resu n ­
do la idea m ism a del Derecho sobre la bien definible tam ente convertido y bautizado, aparece indecisa,31
territorialidad terrestre, valga la redundancia, se que­ habiendo resistido los violentísim os em bates del ius-
daba com o perp leja ante la a-territorialidad propia natu ralism o tom ista renacido en el siglo X V I (cuyos
del mar, a lo que en el caso de estos aventureros se paupérrim os logros son seguram ente incluso bastan­
añadía la falta de p ersonalidad ju ríd ic a de los infie­ te m enores de lo que p o d ría h a c er p e n sar la Recopi­
les, sobre los cuales, p a rticu la rm e n te en las Cana­ lación, cuya actitu d proteccionista y pedagógica
rias, ejercían la p rác tic a del «salteo», o sea la respecto de los indios se debe, exam inada m ás de cer­
esclavización po r cap tu ra. A tal respecto, es signifi­ ca, m ucho m ás al te rro r de la m etrópoli ante la tre ­
cativa la respuesta dada por un castellano —cuando m enda dism inución de la población indígena, cuya
ya Lanzarote era señorío de B ethencourt bajo sobe­ fuerza de tra b a jo era absolutam ente indispensable
ranía del rey de C astilla— a un aventurero n o rm an ­ tanto para la supervivencia de los ex com batientes
do que le proponía el salteo de isleños en la propia y criollos com o para los intereses m etropolitanos),
Lanzarote, a lo que el castellano se negó diciendo que
tal cosa «sería robar», lo que m u estra la índole ju rí­ 3 1. Ya en p r im e r lu g ar, p o r la m e ra e x is te n c ia de e se lib ro vi,
dica de cosa y no de persona que tenían los infieles q u e e s ta b le c e p a ra e llo s u n a le g is la c ió n p riv a tiv a ; y en seg u n d o
lu g ar, p o rq u e au n d e c la ra n d o el títu lo se g u n d o de ese m ism o li­
incluso en islas ya bajo el dom inio tem poral de un bro la lib ertad de los indios, p ro h ibien d o la escla v itu d in clu so p a ra
príncipe cristiano: aún no eran personas, pero ya te­ lo s a p re s a d o s en g u e r ra ju s t a , v ien en d e s p u é s m u ltitu d d e re s ­
nían «dueño», por eso el rapto para la puesta en ven­ tric c io n e s a e s a lib e rta d , q u e s e ria e x te n s ísim o y fu e r a d e lu g a r
ta era ya un «robo», pero no un atentado a la libertad só lo tr a ta r de re su m ir a q u í; b a ste p a ra e llo e l s o lo e n u n c ia d o de
la ley re feren te a la lib e r ta d d e re sid e n c ia : « Que los indios se pue­
personal. Ya he señalado m ás arrib a, cóm o tres dan m udar de vnos lugares á otros.I S i C o n sta re , q u e lo s in d io s
prohibiciones sucesivas contra el salteo p o r el papa se han ¡d o a v iv ir de v n o s L u g a re s á o tr o s de s u volu n tad , no lo s
Eugenio IV (en 1431, 1433 y 1435) y una de Pío II (en im p id a n la s Iu s tic ia s , ni M in istro s, y d e x e n lo s v iv ir, y m o r a r a llí,
1462) parecen in d icar que fueron los aborígenes ca­ excep to d o n d e p o r la s R e d u c c io n e s q u e p o r n u e s tro m an d a to e s ­
tu vieren h e c h a s se haya d isp u e sto lo c o [n] trario , y no fu ere n p e r ­
narios —a quienes no se podía considerar, como, aca­ ju d ic a d o s lo s E n c o m e n d e ro s» . « R e c o p ila c ió n d e la s ley e s d e lo s
so con relativo fundam ento, acaso gratuitam ente, a reyn o s de la s In d ia s» , T om o S eg u n d o , lib ro V I, títu lo I, le y x ij, fo ­
los negros de Guinea, m ínim am ente inficionados por lio 18 9 vuelto , e d ic ió n de J u liá n d e P ared es, M ad rid , 16 8 1.

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nada tiene de extraño que, en 1435, Alonso de C arta­ otros e m isa rio s— es la siguiente: en 1434, no bien
gena considerase «vacuas» las C anarias, a tenor de hubieron doblado el cabo B ojador —a unos 2 grados
la frase ya citada de sus Allegationes («et intelligo de latitud s u r del paralelo de la G ran C anaria— las
vacuitatem non per respectum ad habitatores, sed acuciosas c a rab elas del infante don E nrique el Na­
per respectum ad principem catholicum , n u llu se n im vegante, creyendo éste conveniente para el propósi­
erat princeps catholicus qui in eis quasi possideret to de sus navegaciones el apoyo que podía ofrecerle
suprem um dom inium », que yo prefiero tra d u c ir así: la facultad de poner pie en aquella isla, pidió a Don
«y con vaciedad no quiero d a r a en ten d er que e stu ­ Juan II, rey de Castilla, que le hiciese m erced de su
viesen vacías de habitantes, sino vacantes para el do­ conquista. Tal petición im plicaba, evidentem ente,
m inio de un p ríncipe católico, ya que ninguno había el reconocim iento del «derecho de conquista» que
que cuasi poseyese el suprem o dom inio de ellas»). Juan II, com o titu la r y poseedor de fa d o de la sobe­
Quizá esta idea de «vacío de dom inio» referida a un ranía de Lanzarote, tenía sobre las restantes islas del
pueblo tan prim itivo com o debían de ser entonces Archipiélago Canario; reconocim iento im plícito que
los canarios no necesitaba siquiera la d o ctrin a de Alonso de C artagena no dejaría de incluir en sus Alle­
Enrique de Susa, p ara su sten tarse del m odo m ás es­ gationes, com o p ru eb a de que el propio infante h a­
pontáneo en p rácticas inform uladas, m ás que en bía considerado las C anarias m eridionales como «de
expresas concepciones, que se rem ontaban a la an­ la conquista» de Castilla: «ya que si él, conform e a
tigüedad: imagino, así pues, que el sentim iento táci­ derecho, las pudiese ocupar como bienes que no per­
to de los príncipes cristian o s concebía su derecho tenecían a nadie, no las h a b ría pedido [...] pues es su-
a ap ro p iarse del dom inio tem poral de los sa rra ce ­ perfluo p ed ir p o r favor lo que está p erm itido por la
nos sobre la base de la positiva ilegitim idad jurídi­ ley». Con todo, el rey de C astilla no se lo otorgó. Pese
ca de éstos (concepción que, com o ya he dicho m ás a lo cual, bien porque su herm an o Don Duarte, rey
a rrib a, se había visto constantem ente contravenida de Portugal desde 1433, no aceptase tal respuesta,
en la Península Ibérica, aun bajo el supuesto de una bien porque el propio infante Don E nrique lo incita­
perpetua y n a tu ra l enem istad, en las p rácticas de la se a b u sc a r otro cam ino, el caso es que Don D uarte
g u erra y de la paz entre los príncipes cristian o s y acudió al papa Eugenio IV, p ara que le concediese
los príncipes islám icos a lo largo de la llam ada Re­ la conquista. No tengo datos p ara sa b e r en qué té r­
conquista), m ientras que su derecho al dom inio tem ­ m inos se pedía tal concesión: si en los térm inos fu er­
poral sobre pueblos com o los canarios y m ás tarde tes del, p o r así decirlo, «program a m áximo» de la
los lucayos y tain o s se se n tiría m ás bien com o fun­ d octrina del Ostiense, según la cual el papa era se­
dado en la insuficiencia juridico-institucional de ta ­ ñ o r tem poral de todo el orbe, o en los térm inos dé­
les gentes. biles de un «program a m ínimo», a ten o r del cual el
La situación que dio lugar a las Allegationes de pontífice podía bendecir —lo que, viniendo de su
Alonso de C artagena en el Concilio de B asilea autoridad, era casi san cio n ar— una em presa sem e­
—como si éste no tuviera ya b astan te problem a con jante, com o m u estra de un laudable celo po r la difu­
la querella sobre la p rim acía del Concilio sobre el sión de la Fe de Jesucristo. Tiendo a pensar que debió
Papa o viceversa, p ara la cual no se h allaba allí en de ser m ás bien de la segunda form a siquiera en la
principio nuestro Don Alonso, obispo de Burgos, sino apariencia, esto es, como Fernández de Oviedo d iría

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de Cortés, con «palabras en fo rrad as e dissim ula- te dudoso que Don D uarte o sus em bajadores en el
gión», ya que (dejando a p arte al infante don E nrique Concilio de Basilea alegasen, al m enos en los térm i­
el Navegante, cuya imagen, aunque nada m ás sea por nos tan nítidam ente inequívocos y explícitos en que
ciega a rb itra rie d a d estética, me resisto b astan te a C artagena la declara, la p rim era de ellas: «Que las
dism inuir) ni al rey de Portugal ni al de C astilla islas del m ar no ocupadas pasan al ocupante [... y]
—como bien dejarán a d iv in ar las Allegationes que puesto que las islas C anarias no están ocupadas por
vamos com entando— parecía im portarles la difusión ningún p rín cip e católico o grupo de católicos algu­
del Evangelio m ás que com o in stru m en to de expan­ no [subrayado mío, que ten d rá im portancia m ás aba­
sión de su dom inio tem poral. D ejaré a un lado las jo], en consecuencia deben concederse al ocupante».
alegaciones en que el derecho de C astilla a las Ca­ La fuerte duda viene de que Don D uarte o sus em ­
n arias se defiende con la argum entación h istórica bajadores no podían esg rim ir de m odo tan taxativo
de que éstas se corresponden con la antigua Tingi- una razón que, com o esta, e n tra b a en la m ás ro tu n ­
tania, sobre la cual, a través de los vándalos y los da contradicción con el im plícito reconocim iento de
visigodos, el derecho legítim o h a b ría venido a p a ra r la soberanía de Ju an II de C astilla, ya efectiva de he­
a los reyes de C astilla, ya que a tal clase de argum en­ cho en Lanzarote, sobre el «derecho de conquista»
tos no hay m ás resp u esta sensata que la que el céle­ de todo el archipiélago (con arreglo a la ya citada nor­
bre em bajador veneciano G asparo C ontarini le dio m a ju ríd ic a de la época con respecto al dom inio de
al pontífice Clemente VII sobre los derechos concer­ islas y archipiélagos), que co m p o rtab a la petición
nientes a Cervia y a Ravenna: «Santísim o Padre, hecha apenas un año antes, poco m ás o m enos, por
como nos pusiésem os a dilucidar los derechos de los el infante Don E nrique al propio Ju an II de C asti­
E stados rigiéndonos p o r sus orígenes, no en contra­ lla para que le autorizase la conquista —se supone
ríam os hoy ni un solo príncipe con poder legítimo»; que bajo enfeudam iento, esto es, sin atribuciones de
pero con la reserva de que esta fundam entación his­ soberanía—32 de la G ran C anaria y acaso alguna
tórica le servirá, no obstante, a Alonso de C artage­ otra isla m eridional del archipiélago. De modo que
na como prem isa de su últim a y decisiva alegación. esta «razón» o es del caletre de Alonso de C artage­
El segundo títu lo h istórico —m ucho m ás próxim o na, a incluir, po r tanto, entre las razones que «verosí­
y efectivo, y, p o r ende, m ás fu n d ad o — era la sobera­ m ilm ente puedan alegarse» por la p arte contraria, o
nía de derecho y de hecho del rey de C astilla sobre los em bajadores de Don D uarte supieron enunciarla
Lanzarote desde su co n q u ista po r el norm ando Bet-
hencourt en 1402, lo que según el derecho de la épo­ 32 . A u n q u e un p á r r a fo d e la s Allegationes p a re c e m ás b ien im ­
ca co m p o rtab a el derecho de conquista sobre todo p lic a r q u e s e s u p o n ía el p len o d o m in io : «Deinde Henricus infans
Portugallila]e supplicami domino nostro regi q u a te n u s [s u b ra y a ­
el archipiélago. La determ inación condicionante que do m ío] dignaretur sibi concedere conquestam illarum insularum.
el propio a u to r de las Allegationes antepone a la «re­ Dominus autem licet libenter uoluissel illi compiacere, sicut di-
ducción a form a de derecho» de las razones de sus lectissimo consanguineo, quia tamen istud concemebal /¡onore reg­
contrincantes, esto es: «Las razones del señor rey de ni, et est quid grav e s e g re g a r e a c o ro n a re g n i [su b ra y a d o m ío]
Portugal o de los portugueses que ahora se han ale­ quicquam quanticumque sii se ralionabiliter excusauit ». E l p r i­
m e r su b r a y a d o («quaten us») p a re c e d e ja r a b ie r ta la a lte rn a tiv a
gado o verosím ilm ente pueden alegarse [subrayado en cu a n to al g ra d o d e d o m in io , p ero el s e g u n d o (« se g re g are a co ­
mío]», nos autoriza a c o n sid e rar com o extrem am en­ ron a regni») p a re c e s u p o n e r la so b e ra n ía .

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bajo form a de « palabras en fo rrad as e dissim ula- rias que en 1435 se estab a debatiendo en Basilea
?ión». Con todo, ya sea que fuese una razón efectiva­ nada tiene que ver con querellas te rrito ria le s com o
m ente adivinada entre líneas de la argum entación la actual de las Kuriles, por no hab lar de las que, gra­
de sus contrarios, ya sea que fuese —com o yo tien­ cias al benéfico poder p utrefactor del tiempo, se han
do a c re e r— hipotéticam ente p ro p u esta ad hoc por m omificado en sím bolos y transform ado en pura ale­
el propio Don Alonso com o una razón que «verosí­ goría, com o la de G ibraltar. No, las Allegationes van
m ilm ente podrían alegar» los portugueses, el caso trasluciendo m ás y más, conform e avanza el texto,
es que éste no dejó de exprim irla hasta la últim a gota su cará c te r prem iosam ente perentorio y h asta el rit­
en su argum entación. Como ya he hecho —acogién­ mo del estilo y lo ordenado de la exposición (salvo
dom e al sapientísim o consejo de G asparo Contari- que esta im p resió n se deba sólo al hecho de que el
ni— con las alegaciones ju ríd ic a s rem otas, p ara d a r texto que nos ofrece García-Gallo om ita algunas p a r­
por buena tan sólo la referida a la conquista de 1402, tes que no le han parecido sustanciales) se d iría que
om itiré tam bién la pesada casuística que las Alle- van perdiendo pie. Al cabo, toda la argum entación
gationes despliegan en to rn o al «derecho de con­ aparece dom inada por la urgencia y la circunstan-
quista» por proxim idad geográfica y a los distintos cialidad: es evidente que no son derechos a largo
m odos en que el derecho dim anante del acto de apro­ plazo ni aspiraciones generales lo que se tra ta de
piación originaria sobre la res nullius puede ap licar­ allanar, prevenir y asegurar; se trata, por el co n tra ­
se respecto de las islas. Com oquiera que sea, incluso rio, de a ta ja r a tiempo, de d eten er siquiera de m o­
en estos pasajes de la argum entación no deja de lan­ mento, una am enaza que aprem ia con extrem a
zar anticipaciones im plícitas o explícitas de la reser­ inm ediatez.
va argum ental acum ulada al «reducir [la prim era de] Casi ya disipados los rencores y restañadas las he­
las razones del señ o r rey de Portugal o de los p o rtu ­ ridas del m em orable descalabro que las escasas pero
gueses que ahora se han alegado, o verosím ilm ente in trépidas huestes portuguesas, al m ando del casi
puedan alegarse, en form a de alegaciones de dere­ im berbe N unho Alvares, hab ían sabido infligirles a
cho», con la m irada p uesta en el apoyo decisivo que las arm as de su abuelo Ju an I en el lugar de Alju-
tal reserva va a p resta rle en su argum entación con­ barrota, y, huérfan o de padre a los 2 años de edad,
tra la tercera, ú ltim a y m ás fu erte de las razones del habiendo perdido apenas a los 8 la tu to ría del único
rey de Portugal en favor de su gestión ante la Santa genuino caballero de Castilla, su tío don Fernando
Sede: la causa fidei. el de A ntequera —designado en el com prom iso de
La cosa es que las Allegationes por m ucho que se Caspe, de 1412, p ara ceñ ir la corona de Aragón—, el
envuelvan en disim ulaciones, com o la de rem itirse rey Don Ju a n II de C astilla, tra s h a b e r tenido que
al dominio de la Tingitania p o r los vándalos, van des­ a sistir no sólo a la b rillan te conquista de Ceuta por
cubriendo, incluso a su pesar, los rasgos de un dis­ el rey de Portugal, sino tam bién a la de N ápoles po r
curso regido p o r factores que, leyendo entre líneas, su prim o Alfonso V, prim ogénito de los llam ados «in­
parecen arro llar, casi a flor de superficie, los com e­ fantes de Aragón» (hijos de don Fernando el de An­
didos térm inos form ales de un pleito jurídico, que, tequera, po r m ás que no saliesen, ciertam ente, al
aunque sin prolongarse sine die, puede siem pre es­ padre), teniendo aún que s o p o rta r p o r veinte años
p e ra r o darse un cierto plazo. El pleito de las Cana­ el incansable volligear de los tres restantes, Don

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Juan, Don Pedro y Don Enrique, m ortales enem igos la previa delim itación de la circunscripción u n ita ­
del único hom bre leal e inteligente que, tras la m ar­ riam ente afectada por la validez del acto y sujeta, por
cha y la m uerte de don Fernando el de Antequera, tanto, a su derecho. (No es que este esquem a aparez­
había acertad o a d arle seguridad y apoyo: el con­ ca en tal form a en las Allegationes: sólo se ha u rd i­
destable don Alvaro de Luna, ya puede com prender­ do buscando brevedad y espero que con fidelidad y
se el celo de C astilla y de su rey por no p e rd e r el con acierto.) El m ism o caso le sirve a C artagena para
único nuevo dom inio conseguido (aparte del de el acto ilegítim o y el nulo: el fracasado intento de
Antequera, tom ada p o r el ya citado Don Fernando, conquista de la Gran C anaria acom etido en 1425 por
en 1410, siendo, pues, todavía regente de Castilla, por Fernando de C astro p a ra Don Ju an I, el entonces rey
la m inoridad de su sobrino Ju a n II) desde la in sta u ­ de Portugal: «el acto no fue justo [subrayado mío]
ración de la d in astía de T rastam ara, o sea Lanzaro- porque estas islas pertenecían a n u estro rey», bien
te, con el preten d id am en te anejo «derecho de sea que refiriese sem ejante p ertenencia al an tiq u í­
conquista» de todo el A rchipiélago Canario, tanto sim o derecho h istórico sobre la T ingitania, bien sea
m ás a la vista de la cada d ía m ás acelerad a y a la r­ que la refiriese a la soberanía de derecho y de he­
m ante superioridad m arina de los portugueses y por cho del rey de C astilla sobre L anzarote desde 1402
añadidura justam ente ahora cuando las acuciosas ve­ —con la ya rep etid a concom itancia del «derecho de
las del infante don E n riq u e el Navegante, al m ando conquista» sobre todo el archipiélago—; la nulidad
del c ap itán Gil Eanes, acab ab an de e n cen d er en oro la explica de este modo: «No puede llam arse o cupa­
nuevo su blan cu ra al sol naciente del cabo Bojador. ción, pues [...] se llam a o c u p a r cuando se em pieza a
Los anticipos que va lanzando Don Alfonso, a m e­ o cu p ar lo que se puede conservar y poseer [...] pero
nudo b astan te traídos p o r los pelos con respecto al como no poseyó ni retuvo su acto no tiene valor [su­
curso de la argum entación, extraídos todos ellos, brayado mío] de ocupación». En cuanto al acto váli­
com o digo, del su p u esto de un acto físico de a p ro ­ do, no llega a definir, naturalm ente, la m era validez,
piación o riginaria, o, com o él dice, «adquisición po r dado que ésta no parece adm itir, p o r su concepto
vía de ocupación», despliegan la cuestión en tres sen­ mismo, la form a de absoluto; pasam os, pues, a los
tidos: el prim ero concierne a las presunciones ju r í­ casos que, al d a rla por supuesta, van a parar, según
dicas del acto mismo, según las cuales podría ser el orden de mi esquem a, ya sea al segundo, ya sea
válido —en el sentido de c o n ferir algún derecho, sin al tercer sentido (rem ítase al lugar donde cada uno
p recisar por el m om ento cuál—, podría se r nulo, o de estos ordinales viene subrayado). E n cuanto al se­
sea no tener efecto de derecho alguno, o podría ser, gundo sentido, o sea al alcance del derecho que por
finalmente, ilegítimo, y por tanto punible, po r infrin­ el acto válido se adquiere, tras aleg ar el consabido
gir alguna prohibición o v iolar un derecho preexis­ derecho histórico sobre la Tingitania —lo que al efec­
tente. El segundo sentido concierne solam ente a to aquí es indiferente— y sobre cuanto haya o pueda
la presunción del acto válido, y d iscierne los d istin ­ a p arecer en sus aguas circundantes, acaba por de­
tos alcances del derecho que, a ten o r de la variedad cir: «Si de nuevo naciesen o se descubriesen las is­
de circunstancias, ad q u iere el acto p o r esa validez. las Canarias, sus ocupantes o los habitantes de ellas
Por fin, el tercer sentido se ocupa de los distintos c ri­ estarían bajo el dom inio y principado de nuestro se­
terios a seguir, según cada m ateria y cada caso, para ño r rey, pues [...] quien edifica en suelo que es de la

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jurisdicción de otro, se hace súbdito suyo [subraya­ quién es súbdito el que adquiere algo en tie rra ya su­
do mío]», donde, como puede observarse, hay un acto jeta a una soberanía; en la segunda qué grado de do­
válido —el de ed ificar— por el que se adquiere un m inio puede p rete n d er sobre la cosa adquirida. (Es
derecho —el de h a b ita r la casa—, pero el alcance de e sta una cuestión que a d q u irirá gran relieve repec-
validez de ese derecho tiene p o r lím ite la ju risd ic ­ to de las Indias, y no sólo en lo que se refiere a las
ción y, consiguientem ente, la soberanía, que, com o «encom iendas», que, ju n to con la secu lar dem anda
siem pre, m u estra aquí tam bién su congénita fun- de que se concediesen a p e rp e tu id a d —esto es, su­
dam entación te rrito ria l. Otro ejem plo m ucho m ás cesorias p a ra siem pre, y no sólo p ara «dos vidas»,
explícito de este m ism o segundo sentido de mi es­ ni aun p a ra tres o h a sta cu atro sucesores, según la
quem a distingue nítidam ente, siem pre respecto del ley de disim ulación —, com o el propio Cortés solici­
alcance de la ocupación, entre los térm inos extremos taba ya en su segunda y secreta c a rta al em perador
de la sim ple propiedad p a rtic u la r y el suprem o do­ del 15 de octubre de 1524, fecha de la CUARTA de
m inio de la soberanía; y dice así: «Pues hay que las Cartas de relación conocidas, secreta, porque,
ad vertir que cuando los D erechos dicen: la isla n a ­ com o él m ism o dice, «hay o tras [cosas] de que con­
cida en el m a r es del ocupante, o que los bienes viene que V. M. sea avisado p a rticu la rm e n te [...] sin
que no son de nadie se conceden al ocupante, esto que el vulgo las participe», no fa lta ría n quienes pi­
h a de entenderse en cuanto al dom inio plano, en la diesen tam b ién la ju risd icció n —cosa a la que C or­
form a en que el particular tiene el dom inio de sus tés se opuso en un principio, si bien en un parecer
cosas, pero no en cuanto a la jurisdicción, pues ésta de hacia 1544, en el que sigue apoyando la p e rp e ­
es siem pre del príncipe [subrayado mío; el original tuidad de las encom iendas, dice: «Y no tengo po r
latino reza com o sigue: q uantum ad d o m in iu m pía- ynconueniente que si después de hecho el dicho re­
num rei, sicut priautus habet dom inium in rebus suis, partim iento, vbiere quien conpre la jurid ició n de
non tamen quantum ad iurisditionem , nam illa sem- sus yndios, que se les venda m uy bien vendida y se
per est principis], com o observa B aldo [...] Pues na­ ahorren los sa la rio s de las ju sticia s y corregidores
die dice que las adquisiciones que se hacen de nuevo que en ellas se ponen»—, sino tam bién en lo que se
en el dom inio de algún príncipe se entienden en refiere a la m ucho m ás ard u a y escabrosa cuestión
cuanto a la superioridad y jurisdicción; sino en cuan­ de la d u alidad —o u n id ad — de la dom inación sobre
to al dom inio sim ple, quedando siem pre bajo la tu ­ las tie rra s y sobre las personas, que, por mi parte,
tela, protección, gobierno y suprem a jurisdicción del no puedo sino dejar a los ju ristas, lim itándom e aquí
príncipe». Vemos, pues, en e sta s citas los dos alcan ­ a c ita r un interesantísim o pasaje del padre Acosta
ces extrem os —m ínim o y m áxim o— del derecho que S.J., que la saca a colación al d isc u tir los trib u to s de
confiere el «Acto de apropiación» (entre los cuales los indios: «Sea lo tercero que los b á rb a ro s [se refie­
quedan, claro está, todos los grados interm edios que re a los indios] n ad a deben a los p ríncipes c ristia ­
adm itía el E stado estam ental, entre los que cabía nos por razón del suelo y tierras que cultivan. Porque
incluso el «señorío con jurisdicción» —el de los solam ente se puede exigir a un p a rtic u la r que pague
fam osos «señores de horca y cuchillo»—> pero sin trib u to por razón del suelo a un príncipe o repúbli­
su prem a soberanía); en la p rim era de las citas se ca cuando lo ha recibido de ella. [...] Pero en los tri­
preocupa de la persona, en cuanto determ ina de butos de los indios no se puede seguir este camino,

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porque no han ocupado ellos n u estra tierra, sino no­ cierto que en las cosas que tienen congruencia basta
sotros la suya; ni ellos han venido a nosotros, sino a p reh en d er u n a p a rte con intención de ap re h e n d e r
nosotros los hem os invadido a ellos. Así, pues, las el todo [...], esto no ha de en ten d erse suficiente en el
tie rra s de los b árb aro s quedan som etidas a los p rín ­ caso de la proxim idad corporal de alguna tie rra o
cipes cristian o s al som eterse ellos, pero nada nos predio, sino de la unidad intelectual de c u alq u ier
deben los bárbaros por razón del suelo, que no lo han conjunto unitario [texto latino: in unitate intellectuali
recibido de nosotros, antes lo han com unicado con alicuius universitatis], pues, tom ada posesión corpo­
nosotros. E im porta m ucho distinguir si son los hom ­ ral de la iglesia en que está el beneficio, se conside­
bres los que quedan som etidos al serlo el suelo, o si, ra tom ada de todo lo que pertenece al beneficio». La
al contrario, es el suelo el som etido po r razón de los segunda y últim a cita no hace m ás que rem itir lo di­
hom bres, porque en este caso las cosas no pasan al cho a la situación de facto en aquel m om ento: «Por
nuevo señor, sino que quedan del pleno dom inio de tanto, com o las otras islas estuviesen vacantes con
los amos». De procuranda indorum salute, «Obras del respecto a la su p erio rid ad que nuestro señor rey tie­
padre José de Acosta», B iblioteca de Autores E spa­ ne sobre ellas, n atu ralm en te se sigue que tom ada la
ñoles, M adrid, 1954, Tomo LXXIII, página 470; De cuasi posesión del prin cip ad o de una de las islas, se
procuranda... fue escrito en 1577.) considera tom ado en todas».
Viniendo, finalm ente, al tercer sentido en que las Y hete aquí ahora a nu estro don Alonso de C arta­
Allegationes despliegan la cuestión de lo que el a u to r gena enfrentado p o r fin con el punto al que realm en­
llam a «adquisición po r vía de ocupación», o sea el te apuntaban todas estas anticipaciones, el verdadero
que se refiere a los criterio s previos o sobrentendi­ punctum pruriens del asunto, en tanto que el m ás vá­
dos para la circunscripción que ha de considerarse lido y convincente que el rey don D uarte de Portugal
afectada p o r el acto, a p o rta ré sólo o tra s dos breves podía alegar y esg rim ir ante el pontífice Eugenio IV,
anticipaciones, en las que el texto revela quizá aun para que le concediese la conquista de las C anarias
m ás el sentim iento de celo y de prem ura en a ta ja r m eridionales, es a saber: el de la causa fidei. El pro­
la tem ible inm inencia de avances en el dom inio de pio Don Alonso, al exponer al prin cip io las razones,
los m ares con que am aga la audacia de las naves por­ explícitas o supuestas, de los portugueses, la ha ci­
tuguesas que parece rec o rre r el texto entero de las tado en tercero y últim o lugar, p o r s e r éste el orden
Allegationes. Y esa p risa se n o ta tanto o m ás en este en que se dispone a rebatirla, tal com o todo buen a r­
últim o punto en la m ism a m edida en que no tra ta gum en tad o r reserva siem pre para el final lo m ás
ya de lim itar el derecho de los otros, sino de ad elan­ fuerte del contrario. Tam poco ha dejado de recono­
ta r el propio, de ponerlo anticipadam ente a salvo. La cerla p aladinam ente com o la m ás válida y m ás res­
prim era de las referencias se aplica a razonar la doc­ petable de las que han alegado o puedan alegar los
trin a ju ríd ic a vigente con respecto al derecho de do­ portugueses, co n siderándo la tal vez, secretam ente,
m inio sobre los archipiélagos «El rey Don E nrique tam bién no sólo com o la que m ás podía in cidir en
[Enrique III de T rastam ara, en 1402] hizo ocupar, el ánim o del papa, sino tam bién com o la que m ejor
o hablando m ás propiam ente, rec u p e rar la isla de se p restab a a envolverse y escu d arse en las a trib u ­
Lanzarote, con intención de rec u p e rarla s todas [se ciones de la potestad apostólica. Com oquiera que sea
sobrentiende "to d as las islas C a n a ria s”]. Mas si es la ha expuesto así: «La tercera [razón] es ésta: las gen­

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tes de a q u e lla s isla s de q u e h a b la m o s a ú n no h an re­ cío y de los otros doctores [...]. Si se hace, en cambio,
cib id o la Fe ca tó lica , co n lo q u e la c a u s a de la Fe según el segundo, no puede ser em prendida sino por
[o rig in al latino: causa Fidei] es m ás favorable, y a aquel que tiene derecho a ellas; pues las provincias
todo v aró n católico, so b re todo si es príncipe, c o rre s­ e islas que pertenecen por derecho de sucesión uni­
p o n d e d ila ta r el á m b ito de la Fe y p ro c u ra r q u e las versal a nuestro rey, tal como he dicho, aunque ahora
g en tes se co n v ie rta n a la Fe c a tó lic a en todo el o rb e estén en rebelión y en la infidelidad, también, quien­
quiera que sea el que las reduzca a la Fe católica, re­
[...], y lu c h a r c o n tra los infieles q u e se re sista n es u n a vierten a él por derecho de post liminio [...] Por
acció n p ia d o s a y h o n esta» . consiguiente, si es del prim er modo como los portu­
P u es bien, co n el m ism o re c o n o c im ie n to de la le­ gueses o cualquier otro quieren atacar las islas y
g itim id a d y la s a n tid a d de la s e m p re s a s a c o m e tid a s obrar para que los habitantes se conviertan a la Fe
a títu lo d e causa Fidei em p iez a la ale g a c ió n de Don católica, su obra será piadosa, si la hacen con las de­
A lonso c o n tra e sta te rc e ra razón de los p o rtu g u e se s bidas condiciones. Pero quien quiera que sea el que
p a ra su d e m a n d a , salvo q u e a h o ra, c a si al final de lo hiciere debe tener por presupuesto que ello se en­
su d isc u rso y y a a la v ista de su con clu sió n , sab em o s tiende siempre salvo el supremo dominio y jurisdic­
que tales rev erencias h ac ia u n a «acción p ia d o sa y ho­ ción, porque en cualquier tiempo y de cualquier modo
que se rescaten de la barbarie e infidelidad, siempre
n esta» com o e s a no son m ás q u e « p a la b ra s en fo rra- el principado supremo y jurisdicción serán de nues­
d as e d issim u lag ió n » , p u es lo ú n ico q u e allí de veras tro rey».
im p o rta y se d e b a te es el c ru d o y d e sn u d o d o m in io
tem p o ra l:
Pero, a d e sp e c h o d e to d as las za le m as p ro d ig a d a s
«A la tercera razón se responde que la intención de a la causa Fidei, todo el contex to p e rm itía p rev er que
nuestro rey nunca fue, ni es, cerrar el paso a quienes A lonso de C a rta g e n a ni s iq u ie ra ib a a c o n fo rm a rse
impulsen las cosas que pertenecen a la Fe, antes bien con q u e los e m b a ja d o re s p o rtu g u e s e s a c e p ta se n so ­
la de ayudarlos y favorecerlos cuanto le sea posible.
Pero esta conquista puede ser asum ida de dos modos. m eterse a tales co n d icio n am ien to s, ni con q u e el p ro ­
El primero, si alguien quiere em prenderla no para pio p o n tífic e in clu y ese en la c o n c esió n o to rg a d a a
usurpar para sí el principado o dominio jurisdiccio­ favor de Don D u a rte y de los p o rtu g u e s e s so b re las
nal, sino para forzar a los infieles que allí habitan has­ C a n a ria s la d e c la ra c ió n re s tric tiv a de q u e la validez
ta tanto que perm itan a los predicadores libremente de la co n c esió n se e n te n d ía só lo h a s ta el p u n to en
entrar y predicar la palabra de Dios, con el fin de que, q u e las a c tu a c io n e s p o rtu g u e s a s fu e se n sin m e­
oyéndola, se conviertan ellos mismos espontáneamen­ n o scab o a lg u n o d e los d erech o s del d o m in io tem ­
te a la Fe católica. El segundo, si alguien quiere in­ p oral y la s o b e ra n ía q u e so b re to d o el a rc h ip ié la g o
tentar esta conquista no con el mero fin de reducir de las C an arias, « co n q u istad a s e p o r c o n q u istar» , te­
a los isleños a la Fe, sino adem ás con el de sujetarlos
a su potestad y a su dominio, de tal modo que, con­ n ía Don J u a n II d e C astilla, d e c la ra n d o in c lu so la
vertidos en fieles, queden bajo él como príncipe su­ co n c esió n p o r revocada en c u a n to p e rju d ic a s e o p u ­
premo. Si se em prende según el prim er modo, no se d iese p e r ju d ic a r ta le s d erech o s. O sea, q u e h a b ie n ­
les debe im pedir a quienes lo hacen, siempre que sea do dad o p o r legítim a y h asta p o r sa n ta la causa Fidei,
con autoridad del Romano Pontífice y en las circuns­ a h o ra no a c e p ta b a u n a c o n c esió n q u e se s u p e d ita b a
tancias que se deducen de las sentencias de Inocen- e n te ra m e n te a ella, co n fo rm e a lo q u e él m ism o h a ­

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bía definido com o «el p rim e r modo», sino que orde­ deja traslucir, una vez más, el aprem iante motivo que
naba al em bajador castellano ante la Santa Sede «no da im pulso a sus Allegationes, la urgencia de a ta ja r
cesar por ello en su em peño m ientras [la concesión] a toda costa la concesión del papa en favor de Don
no se revoque del todo». Y el motivo que da para ju s ­ Duarte. ¡D em asiado sabía Don Alonso que ni el in­
tificar sem ejante conclusión es —com o no podía ser fante don E n riq u e el N avegante ni su Ordem de
m enos— un motivo de facto. La concesión, som eti­ cavalaria de Jesu Christo (fundada en 1319 por un
da a la restricción de no p e rju d ica r el derecho sobe­ grupo de tem p lario s fugitivos, tras la disolución de
rano del rey de Castilla, suponía m antenerse siem pre la Orden del Temple en 1311), ni las naves que al m an­
ceñida a una precisa condición; solo a éste, com o do del capitán Gil Eanes acababan de doblar el cabo
soberano tem poral, pertenecía com probar si tal con­ Bojador (naves de las que diez años m ás tarde un ve­
dición, efectivam ente, se cum plía o dejaba de cum ­ neciano —hom bre, p o r ende, m ás de rem os que de
plirse. Y ahora citaré literalm ente la frase en que don velas—, Luigi Ca da Mosto, diría: «Essendo le Cara-
Alonso de C artagena revela toda su experiencia y su velle di Portogallo i megliori navillj che vadino sopra
conocimiento en cuanto al tem ible poder que, en cua­ il mare di vele»), eran ninguna ban d a de m arineros
lesquiera achaques o querellas de la dom inación, ad­ desm andados y d esh arrap a d o s que anduviesen a la
quiere el peso de los hechos consum ados: «Ahora rebusca y al «salteo» po r su propio interés p a rtic u ­
bien —dice—>cuando estas cosas llegasen a ejecutar­ lar, sino la m ás capaz, organizada, valerosa y em pren­
se [subrayado mío] y p o r p a rte de n u estro señ o r rey dedora fuerza naval que su rcab a entonces las aguas
se dijese que la concesión es en p erjuicio suyo y la del Atlántico! ¡Demasiado sabía que si en los tres de­
otra parte acaso lo negase, ¿quién fallaría la contien­ cenios largos tra n sc u rrid o s desde que el norm ando
da? C iertam ente, la resolución de esta cuestión p er­ Juan de B ethencourt había puesto en sus m anos el
tenece a n u estro señ o r rey [...] Pero si la o tra p a rte dominio tem poral de Lanzarote, los castellanos, amén
no quisiese tal vez atenerse a su fallo, podría n acer de hab er dejado d ecaer casi del todo el de Fuerte-
entonces alguna gran discordia entre los señores re­ ventura y el de H ierro, que al p a re c e r tam bién les
yes, lo que sin duda no creo que esté en la m ente entregó, no habían podido o q u erid o poner pie en
de Su S antidad, pues siendo el deseo de ésta pacifi­ ninguna o tra isla m ás del archipiélago, no podían ya
ca r a los p ríncipes que e stán en discordia, no puede absolutam ente p e rm itirse d e ja r p a s a r ni un verano
tenerse po r verosím il que q u iera d a r ocasión para m ás sin asegurarse de que ni una sola vela portugue­
que los p ríncipes que están en concordia entren en sa, aun con todas las bendiciones de la causa Fidei,
discordia. Por consiguiente, com o de esta concesión, se asom ase a las costas de las C anarias m eridiona­
aunque se lim ite p ara que sea sin perjuicio, etc., les, rozando siquiera fuese en sim ulacro el «derecho
podría n acer u n a gran discordia. Su S antidad debe de conquista» que al rey Don Juan II de Castilla, en
revocarla totalm ente». En la frase m ás a rrib a su b ­ tanto que soberano de derecho y de hecho de la de
rayada («cuando estas cosas llegasen a ejecutarse») Lanzarote, sobre todas las o tra s le correspondía!
Alonso de C artagena no sólo m u estra su experien­ Pero, adem ás, al m argen de este patético sentim ien­
cia política acerca del tem or y la cautela con que to de inferio rid ad naval de los castellanos frente a
hay que precaverse ante la posibilidad de que se nos los portugueses, entraban tam bién, sin duda, proble­
presenten hechos consum ados, sino que tam bién m as que la jerg a de hoy en d ía llam aría «técnicos».

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Recordem os, por ejem plo, que incluso el «prim er e sta r pensando Alonso de C artagena en la frase cu­
modo» de Alonso de C artagena, esto es, el que se ce­ yas últim as p a la b ras he subrayado m ás arrib a: «las
ñía a los restrictivos requisitos de la causa Fidei, no islas C anarias no están ocupadas po r ningún p rín ­
dejaba de com prender siquiera un cierto grado, por cipe católico o grupo de católicos alguno», con el fin
pequeño que fuere, de acción a rm a d a (ut cogal in fi­ de excluir, en tre las razones a trib u id a s a los p o rtu ­
deles [...] quatenus d im itta n t libere predicatores in- gueses, no sólo las em p resas directam ente reales,
gredi el predicare uerbum Dei, dicen las Allegaíiones, sino tam bién iniciativas todavía posibles desde los
sin que ello im plique llegar al d rástic o com pelle eos supuestos del E stado estam ental.) Así pues, bien
intrare de la consigna evangélica). E sta o b e rtu ra a pudo ser po r estas o p o r o tras sem ejantes p resu n ­
cargo de los in stru m en to s de m etal, antes de d a r en­ ciones po r donde la experiencia de las servidum bres
trad a a los violines de la m elodía evangélica, que sin inherentes al principio de dom inación acendrase en
duda las triste s experiencias im buidas en el ánim o el ánim o de don Alonso de C artagena la evidencia
de los canarios por el precedente del «salteo» hacían de la incom patibilidad de facto de las em presas ads­
enteram ente previsible, al fin, com o c u alq u ier otra c ritas al título de la causa Fidei, legítim as en p rin ci­
acción a rm a d a —p or d istin ta que fuese su inten­ pio para todo príncipe cristiano, con la seguridad de
ción— se rem itía, por su índole de m edio coercitivo, un dom inio tem poral sujeto a la soberanía y ju ris ­
a la esfera del dom inio tem poral, con todos sus su ­ dicción de uno solo de ellos.
puestos, costum bres y estatutos. ¿Y quién podía, por La im p o rtan cia in tern a de las Allegaíiones en sí
ejemplo, prever, el alcance «necesario» a que podía m ism as e stá en h a b e r razonado p o r p rim e ra vez de
llegar a s e r llevada una determ inada acción, so pena form a explícita esta incom patibilidad; esto es, en ha­
de un desistim iento a m edio trance, que cu alq u ier ber propugnado la necesidad de vincular la causa Fi­
alm a de soldado no p o d ría m ás que rech azar com o dei al dom inio tem poral. Pero una vez que es a quien
una especie de coitus interruptus? ¿Quién podía pre­ tiene el dom inio tem poral, con el concom itante «de­
decir o d e lim itar a p rio ri lo que tras un hecho de a r ­ recho de conquista» sobre toda la circunscripción
m as inaccesible a cualquier cálculo previo llegarían pretendidam ente a d sc rita a ese dom inio —com o el
a arro g arse o se sen tirían con derecho a exigir los que la efectiva posesión de Lanzarote le confería a
com batientes? ¿Acaso no era de tem er que si tal he­ Juan II sobre todo el A rchipiélago C anario todavía
cho de a rm a s alcanzaba una im portancia su p e rio r «por conquistar»—■,a quien corresponde com probar
a toda razonable previsión o exigía, por ejemplo, para si las actuaciones de terceros hechas en nom bre de
verse afianzado y mantenido, la construcción de unas la causa Fidei cum plen las condiciones requeridas
defensas o de u n a sim ple casa-fuerte, los com batien­ y si van o no en perjuicio de su dom inio tem poral,
tes prefiriesen ofrecer la hazaña a su propio sobera­ el resultado es que la causa Fidei no queda ya sola­
no y ser loados, honrados y prem iados po r él, antes m ente vinculada al poder tem poral, sino tam bién, de
que p e n sar que habían de m a lb a ra ta r sus m éritos modo inevitable, su b o rd in ad a a él. En una palabra,
de sangre en beneficio de la soberanía de un rey ex­ se sienta el fundam ento de algo que, en adelante, será
traño? (En la posibilidad de tal clase de episodios, definitivo y sustancial: la identidad política, respec­
cuyos agentes podían s e r capitanes de m ás respeto to de cada concreto territorio o dem arcación m aríti­
y calidad que los aventureros del «salteo», debía de ma, entre los titulares del dom in io tem poral y los

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gestores de la evangelización. No h a b ría problem a todavía por el hecho de que el precedente de estas
alguno en que los agentes de una determ in ad a expe­ bulas extendiese sus criterios a un ám bito geográfico
dición fuesen extranjeros —com o Colón, com o Ves- de m agnitud todavía ab so lu tam en te inim aginable;
pucci, que navegó una vez para C astilla y o tra para ám bito con respecto al cual serían referidos, cien
Portugal, o com o M agallanes—, lo im p o rtan te sería años m ás tarde, por el propio Vitoria, que alude casi
que ya al zarpar de la m etrópoli los eventuales logros sin duda a Eugenio IV y con toda seg u rid ad a Nico­
de la em presa estuviesen previam ente com prom eti­ lás V cuando en el núm ero 10 de la Tercera Parte de
dos, por capitulación o po r contrato, con un d e te r­ sus «Relecciones» dice:
m inado soberano en cu an to a la adscripción del
dom inio y la jurisdicción tem porales. En consecuen­ «Segunda conclusión. Aunque esto sea común y per­
cia el «prim er modo» de Alonso de C artagena, esto tenezca a todos los cristianos, pudo, sin embargo, el
es, el de la p u ra causa Fidei, podría sin du d a su b sis­ Papa [aquí, evidentemente, no puede referirse sino a
tir com o una m otivación subjetiva, pero no ten d ría Alejandro VI y tal vez también a Julio II] encomen­
ya ninguna fo rm a p ráctica de ejecución real, h asta dar esta misión a los españoles y prohibírsela a to­
el extrem o de que en las dos Inter cetera de Alejan­ dos los demás. / Y esto se prueba porque, aunque el
dro VI se d ic ta ría que ni siq u ie ra los m isioneros pu­ Papa no sea señor temporal, como arrib a queda di­
diesen, so pena de excom unión, p a s a r a las Indias cho, tiene, sin embargo, potestad sobre las cosas tem­
porales en orden a las espirituales, y, por lo tanto,
sin p erm iso de la reina de Castilla, al p a r que en la como corresponde al Papa procurar la difusión del
Piis fidelium , del m ism o papa, se les p e rm itiría ha­ Evangelio en todo el mundo, si para la predicación
cerlo, siem pre que estuviesen autorizados po r la rei­ del Evangelio en aquellas provincias tienen más facili­
na, sin n ecesitar licencia de sus propios superiores. dades los príncipes de España, puede encomendársela
En fin, la m encionada im portancia in tern a de las a ellos y prohibírsela a todos los demás. Y no sólo pue­
Allegationes llegó a hacerse externa y operante no de prohibir a estos últimos la predicación, sino tam ­
sólo p o r el inm ediato efecto que éstas hicieron en el bién el comercio, si esto resultara conveniente para
ánim o del pontífice Eugenio IV, quien en la bula Du- la difusión de la religión cristiana, puesto que puede
d u m cum ad nos, de 1436, reservó explícitam ente disponer de las cosas tem porales según convenga a
las cosas espirituales. [...] Ahora bien, parece que es
para el rey de Castilla el derecho al dom inio tem po­ en absoluto conveniente, ya que si de otras naciones
ral sobre todo el A rchipiélago C anario (y es de n o tar cristianas concurriesen indistintam ente a aquellas
el c a rá c te r exclusivam ente tem poral, ajeno a cu al­ provincias, seria fácil que m utuam ente se estorbasen
q uier clase de consideraciones religiosas, de las ex­ y que surgiesen conflictos [subrayado mío] que pertur­
presiones concernientes: ... et ex eis [Litteris, o sea barían la tranquilidad y obstaculizarían el asunto de
bula33 —ablativo] sequi iuris sui d im in u tio n em [...] la fe y la conversión de los bárbaros. [...] Y de la mis­
ñeque etiam uellem us in aliquo prejudicare iuribus ma manera que, para conservar la paz entre los prin­
tuis [esta segunda persona es el rey de P o rtu g al]...) y cipes cristianos [subrayado mío] y extender la religión,
aun lo confirm ó en la R ex regum, de 1443, sino m ás pudo el Papa [aquí sí que parece referirse por lo me­
nos a Eugenio IV y a Nicolás V] distrib u ir las provin­
cias de los sarracenos entre los dichos príncipes, de
33. In c lu s o p a r a re fe rirs e , co m o aq u í, a u n a so la b u la se u sa b a modo que ninguno se inmiscuyera en la parte asigna­
el p lu ra l litterae. da a otro [subrayado mío], puede también nombrar

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príncipes [sic; tal vez haya aquí un erro r de traduc­ declarados o secretos —y entre ellos, sin g u larm en ­
ción, que, no disponiendo ahora del original latino, no te, los reyes de Portugal: su propio herm ano Don
puedo comprobar] en bien de la religión, sobre todo D uarte y su sob rin o Don Alfonso V—, que acertó a
en donde no hubo nunca príncipes cristianos».
ganarse, no sabem os si po r virtu d o po r belleza, pues
propio del a m o r es ju sta m e n te tro c a r toda belleza
Como puede observarse en las frases subrayadas por virtud, el infante don E nrique el Navegante,
po r mí, aún aquí resonaban los ecos de las Allega- con la audaz y ligera gracia de sus velas, henchidas,
tiones, si no directam ente, sí al m enos a través del tanto o m ás que po r el viento, po r el célebre lema:
efecto que tuvieron en las b ulas de los papas de la Viure non necesse, nauigare necesse! Con todo, sin
época, en cu an to a vincular y aun subordinar, mal dejarse cegar p o r el am or, hay que reconocer que
que les pesara, la causa Fidei a los prepotentes con­ no todos los encarecim ientos que, en su bula Roma-
dicionam ientos del dom inio tem poral. No im porta nus Pontifex, del 8 de enero de 1455, N icolás V pro­
que Vitoria argum entase el asunto —sin duda alguna diga sobre la persona y la acción de Don E nrique
con toda buena fe— so color de protección de la cau­ suenan bien a n u estro s oídos de hom bres del si­
sa Fidei y no de los intereses del poder tem poral, glo X X , que no sólo hem os repudiado el contubernio
pues al fin era la universalidad de la causa Fidei de la C ruz con la E sp ad a sino que conocem os ade­
(«aunque esto sea com ún y pertenezca a todos los m ás la terrib le tragedia que gracias a las navegacio­
príncipes cristianos», son sus palabras) la que se do­ nes iniciadas p o r el infante em pezaría a caer, aunque
blegaba a las servidum bres p a rtic u la rista s de la bastantes años después de su m uerte, sobre el Áfri­
dom inación («sería fácil que m utuam ente se estorba­ ca negra, cu ando el D escubrim iento de Colón hicie­
sen y surgiesen conflictos» ... «para conservar la paz se reflorecer, bajo los auspicios de la fe de Cristo, el
entre los príncipes cristianos» ... «de modo que n in­ tráfico de esclavos h asta un grado de inhum anidad
guno se inm iscuya en la parte asignada a otro») y és­ desconocido incluso en los im perios de la antigüe­
tas las que decidían la necesidad de la exclusiva no dad pagana y, ya en los siglos X V I I y X V I I I , en cu an ­
sólo de la evangelización sino tam bién del comercio. to al núm ero de «piezas» —que así eran designadas
Tal vez en ningún otro punto podría m ostrarse tanto las unidades de aquella m ercancía viviente—>en can­
como en este la clarividencia de García-Gallo al re­ tidades nunca alcanzadas siquiera en los m om entos
considerar el D escubrim iento de Colón y las bulas de m ayor auge del Im perio Romano. Así, entre esos
alejandrinas que a él se referían bajo el punto de vis­ encom ios, ofende de m odo especial nuestros oídos
ta no ya de un comienzo, sino de una continuación, el siguiente: Christi miles, ipsiusque Fidei acerrim us
y en concreto de la querella naval castellano-portu­ ac fortissim us defensor et intrepidus púgil («Solda­
guesa sobre el dom inio del Atlántico, puesto que las do de C risto y aceradísim o y fortísim o defensor y va­
«Relecciones» de V itoria fueron escritas, por lo vis­ leroso boxeador de su Fe»). Dicho lo cual, vengam os
to, nada m enos que en 1532, y hechas públicas tan a lo que aquí im porta señ alar de la bula en cuestión.
sólo en 1539. En p rim e r lugar, m arca com o ninguna o tra bula
Nicolás V, sucesor de Eugenio IV en el solio de San a n te rio r la exclusiva de los portugueses sobre «lo
Pedro, fue m anifiestam ente uno de los m uchos en a­ descubierto y lo por descobrir» en el Atlántico orien­
m orados antiguos o m odernos, públicos o privados, tal y m eridional (aunque aún, naturalm ente, no se

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im aginaba la existencia del Brasil), usque ad Indos de la antigua d o ctrin a de la ratio peccati, form ulada
(«hasta los indios» y, p o r supuesto, los de la India en la época de las llam adas luchas en tre el Ponti­
propiam ente dicha, pues ya sí se pensaba, por el con­ ficado y el Im perio y usada, po r ejem plo, por Ino­
trario, en el posible rodeo p o r el s u r de África, a u n ­ cencio III en su decretal N ouil lile, de 1204, para
que no se tuviera idea de cuán lejos estaba); exclusiva conm inar a Felipe Augusto, ratione peccati («por ra­
que im porta por tres cosas: 1.a, porque lo es frente zón del pecado», por la cual, siendo el pecado m ate­
a cualesquiera otros cristianos; 2.a, porque la defini­ ria de sus atribuciones espirituales, siem pre que éste
ción de éstos p erm ite casi excluir la posibilidad de m ediase podía el papa intervenir en cuestiones tem ­
a trib u ir al a z a r su sem ejanza, aun a despecho de no­ porales), a avenirse a las reclam aciones de Juan Sin-
tables variantes, con la letra de una enum eración Tierra, en la m edida en que éste las fu n d ab a en un
equivalente —aunque m ucho m ás breve— de los ex­ pecado de p e rju rio por parte de Felipe Augusto. Ale­
cluidos, esta vez, en favor de la reina de C astilla y go la conjetura de este fundam ento, p o r cuanto se­
respecto de las islas d escu b iertas po r Colón, espe­ ría harto extraño que el tom ista Francisco de Vitoria
cialm ente en la segunda Inter Cetera de Alejandro VI; pudiese haberse a rrim a d o en algún punto a las doc­
y 3.a, porque, al extenderse la exclusión no sólo a la trin as del Ostiense, contem poráneo y adversario de
conquista y a la navegación sino tam bién a la pesca Tomás de Aquino. Finalm ente, la bula que vengo co­
y al com ercio incluso de las cosas p erm itid as (las m entando lleva ya sin rebozo h a sta el extrem o m áxi­
prohibidas a todos eran ya de m ucho antes el hierro, mo posible la anticipación abstractiva del derecho de
las arm as y toda su erte de cosas ú tiles a la navega­ dom inio sobre lo «por descobrir». Y así N icolás V
ción, com o cuerdas, m ad era y todo género de ap a re ­ declara que las facultades otorgadas en su a n te rio r
jos, ya que tal prohibición había sido pensada contra bula Diuino am ore co m m u n iti, de 1452, quiere que
los sarracenos), la bula m uestra tam bién el preceden­ «se extiendan tanto a Ceuta y las tie rra s allí citadas
te del m ás a rrib a tran scrito parágrafo núm ero 10 de com o a cu a lq u ier o tra a d q u irid a antes de la conce­
la Tercera Parte de las «Relecciones sobre los indios» sión de dicha bula y a aquellas provincias, islas, p u er­
de Vitoria. O tra cosa im p o rtan te de esta bula está tos, m ares cualesquiera que en el futuro, en nom bre
en el hecho de que aun para la concesión de una ex­ del dicho rey Alfonso V y de sus sucesores y del In­
clusiva de sem ejante alcance y m agnitud N icolás V fante [el infante don E nrique el Navegante, por su ­
supo ingeniárselas hábilm ente para hacerlo sin ne­ puesto, que sería su p e rio r a sus fuerzas d e ja r de
cesidad de re c u rrir al que m ás a rrib a he llam ado nom brar una vez más], en esta y en o tra s p artes c ir­
«program a m áxim o» de E n riq u e de S usa —esto es, cundantes y en las últim as y m ás rem otas, puedan
el que hace al papa señ o r tem poral de todo el orbe a d q u irir de los infieles o paganos...».
tanto cristia n o com o por c ristia n iz a r—; y no es pre­ A p e sar del c a rá c te r infam ante que tuvo la disolu­
ciso explicar aquí el recurso al que se acoge, pues es ción de la O rden del Temple, en 1311, parece ser que
el que ya hem os visto escuetam ente definido p o r Vi­ la Ordem de cavalaria de Jesu Christo, fundada, como
toria en el parágrafo citado: «Aunque el papa no sea se ha dicho m ás arrib a, en Portugal y en 1319 por
señor tem poral [...], tiene, sin em bargo, potestad so­ un grupo de tem plarios huidos o dispensados de la
bre las cosas tem porales en orden a las espirituales», quem a, logró conservar al m enos una p arte de las
donde, p o r cierto, tal vez, pueda oírse reso n ar un eco enorm es riquezas confiscadas a la vieja orden disuel­

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ta, con cuyas rentas y m uy probablem ente p o r ges­ embargo, Nicolás V quien ratificase y consagrase se­
tiones del infante don Enrique el Navegante (regidor m ejante exclusiva, sino su su ceso r en el solio ponti­
y gobernador de la Ordem de cavalaña de Jesu Chris­ ficio, Calixto III, quien lo hizo en su bula Inter celera
to, según García-Gallo, o ecónom o de la misma, se­ (prim era de este nom bre y a no confundir con las dos
gún Konetzke, sin que ni lo prim ero ni aun m enos lo bulas hom ónim as de A lejandro VI) del 13 de m arzo
segundo deba confundirse, según creo, con el cargo de 1456, y de la que creo o p o rtu n o d e sta c a r los pa­
suprem o de «maestre»), se financiaron, siquiera en sajes siguientes:
gran m edida, las expediciones navales portuguesas.
En agradecim iento, pues, a este apoyo m onetario y a «... decretamos, estatuim os y ordenam os a perpe­
la participación personal de los caballeros de la o r­ tuidad: que lo espiritual y la plena jurisdicción ordi­
den en las d istintas em presas terrestres o m arítim as naria [subrayado mío], el dominio y la potestad ceñida
del reino, el rey Don Alfonso V, por carta de donación, a lo espiritual, en las islas, villas, puertos y lugares
otorgada con fecha del 7 de junio de 1454, concedió desde los cabos Bojador y Nam [síc, p or "Num ”] has­
a la Ordem de cavalaria de Jesu Christo todas las a tri­ ta toda la Guinea y más allá por las playas m eri­
buciones propias de a spiritualidade —esto es, inclu­ dionales hasta los Indios ganados y por ganar, cuya
ubicación, número, calidad, nombres topónimos,35 lí­
so aquellas que habrían correspondido a lo que en mites y lugares queremos que se tengan por expresa­
la jerga eclesiástica se llam a «el ordinario»— en to­ dos [original latino: pro expressis haberi uolumus]en
dos los territo rio s e islas de ultram ar, excluida, na­ la presente bula [subrayado mío], correspondan y per­
turalm ente, Ceuta, que ya tenía su diócesis, así como tenezcan a la Milicia y Orden [se sobrentiende a la
las Azores y, verosímilmente, M adeira.34 No sería, sin Ordem de cavalaria de Jesu Christo] perpetuam ente
en el futuro [...], de tal forma que el p rio r mayor [ori­
34. «Porem, consirando Nos como com algíias despensas da dicta ginal latino prior maior, supongo que designando así
Ordem de cavalaria de Jesu Christo, e por contémplamelo sua, a dita al maestre] que en cualquier tiem po tuviere la dicha
conquista joy proseguida e comentada, razotn nos pareceo a ella Orden Militar, todos y cada uno de los beneficios
pertencera spiritualidade das térras conquistadas. E por tanto, que-
rendo Nos satisffazer ao que devenios ao todo poderoso Deus das eclesiásticos, con cura o sin cura de almas, ya secula­
hostes, senhor dos vencimentos, de cuja mao recebemos o princi­ res como de cualquier orden regular, fundados e ins­
pado e esta nova Vitoria, queremos e outorgamos, quanto con di- tituidos o que se funden e instituyan [subrayado mío],
reito podemos, que a dita Ordem de Jesu Christo, per o dito lijante en las islas, tierras y lugares citados [...] los confiera
e pollos administradores que depois delta veerem, para todo sem- y provea. Así también pueda proferir excomuniones,
pre aja daquellas pravas, costas, ilhas, térras conquistadas e por
conquistar e de Gazulla, Guinea, Nubia, Ethiopia e per quasquer suspensiones, privaciones y otras censuras y penas
outros nomes que sejain chamadas, toda espiritual aaministragom eclesiásticas [...] Y todo lo demás y cada cosa que los
e jurisdifom . assi como ha en Thomar, que he cabera da dita or­ ordinarios [subrayado mío] de los lugares en que tie­
dem, aa qual as ditas térras, assi como a nembros de novo encor- nen potestad espiritual pueden y suelen hacer, dispo­
porados e ajumados, devem seer anexas. E ja<;a prover aqueles ner y ejecutar, por derecho o costumbre, de la misma
poboos que conquistados jorem, de pregadores e reitores que llie
ministrent os eclesiásticos sacramentos. E por que o Padre Sáne­
lo seja mais ligeiramente demovido a esto outorgar, comoquer que
35. O rig in a l latin o : uocabula designationes, d o n d e no c re o q u e
a cousa em si tam honesta e tam piedosa se ja, que sem tongas pre-
zes devía ser impetrada, pois justamente se pode outorgar e sem h ay a e r ra ta , s in o u n a in fre c u e n te p e ro no im p o s ib le d e te rm in a ­
alheo poerjoizo, a Nos praz porem de noleficar ao dito Santo Pa­ ció n p o r a p o sició n , don de se pretende, evid en tem en te re c o g e r la s
dre este nosso aprazimiento e consentimento, e de suplicar m uy p a la b r a s d e la c o n c e sió n d e A lfo n s o V: «e p e r q u a s q u e r o u tro s
humidosamente a sua Sanctidade, que ho queira assi outorgar...». n o m es q u e s e ja m c h a m a d a s» (véase la n o ta an te rio r).

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precedentes de E ugenio IV, un deseo de protección
m anera y sin ninguna diferencia, pueda y deba [se so­ de pueblos infieles —naturalm ente, no sarracenos—•,
brentiende que el prior mayor de la Orden] disponer, puede tal vez s e r co n sid erad a com o un antecedente
ordenar y ejecutar. [...] Y decretamos que las islas, tie­
rras y lugares ganados y por ganar [se sobrentiende rem oto de la S u b lim is Deus de Paulo III, que ya nos
que de la zona definida, aunque en gran parte a cie­ d a rá m ás ad elante no poco qué hablar. Paulo II (Pie-
gas, más arriba] estén fuera de toda diócesis [subra­ tro Barbo, 1464-1471) no hizo, al m enos que yo sepa,
yado mío] y que sea nulo y sin efecto lo que cualquier novedad alg u n a en la q u erella que traem o s en cues­
autoridad pudiese atentar contra ellos a sabiendas o tión.
por ignorancia». Las nalgas que después de las de Paulo II tuvie­
ron el valor de aposentarse en el ya gélido, ya ardien­
Lo interesante y h asta clam oroso de este pasaje te, ya blando, ya espinoso, ya, en fin, ¿por qué no
está no sólo en el alcance ab soluto de la exclusiva decirlo?, inicuo o verdadero, au nque raram ente, san ­
de a spirilualidade que en él se otorga a la Ordem to Solio de San Pedro fueron, com o es sabido, las de
de cavalaria de Jesu Christo, dándole todas las a tr i­ Sixto IV (Francesco della Rovere, 1471-1484). Este
buciones de «los ordinarios», y acaso (aunque no ten­ pontífice, tío del m ucho m ás fam oso Ju lio II (Giula-
go ahora docum entación a m ano p ara asegurarlo) no della Rovere, 1503-1513), ya ha dado m otivos p a ra
superándolas, en tanto que com prende potestad so­ salir a relucir m ás a rrib a y p o r dos veces: la prim era,
bre las propias órdenes regulares, que, si no me equi­ p o r su bu la E xig it sincerae, del prim ero de noviem ­
voco, solían gozar de u n a cierta autonom ía respecto bre de 1478, en la que concedió a doña Isabel de Tras-
de los o rd in ario s diocesanos —cuya posible in te r­ tam ara y a don Francisco Jim énez de C isneros la
ferencia se preocupa, po r o tra parte, de d e c la ra r creación del S anto Oficio de la Inquisición, sujeto al
expresam ente nula y sin efecto—, sino tam bién en poder real e independiente de los ordinarios diocesa­
llevar la anticipación ab stractiv a sobre lo «por des- nos, y del que aquí no se va a volver a hablar; la se­
cobrir» h asta el extrem o de extenderlo tan a ciegas gunda, por la bula Aeterni Regis, del 21 de ju nio
com o com porta el d a r p o r expresados —y po r tanto, de 1481, ya m encionada por contenerse en ella la ra ­
sujetos al privilegio de la b u la — aun los propios tificación de la C apitulación de Las Alcágovas, del
nom bres topónim os de tierras, islas o lugares cuya 4 de septiem bre de 1479 (con que se concluyó la gue­
m ism ísim a existencia —am én de la ubicación, los lí­ rra civil p o r la sucesión de la Corona de Castilla, que
mites, la extensión y el n úm ero— estab a todavía en fue tam bién g uerra castellano-portuguesa, al h a b e r­
las tinieblas de lo desconocido; anticipación que im ­ se unido con apoyo de a rm a s Alfonso V de Portugal
porta adem ás especialm ente po r el correlato que ten­ a los parciales de la B eltraneja), au n q u e tan sólo en
drá, en este caso ya a favor de la reina de Castilla, lo que concernía a la querella naval sobre el dom inio
en las bulas alejandrinas. del A tlántico entre C astilla y Portugal. Sobre esta
En cuanto al sucesor de Calixto III en el pontifi­ bula hay que d e c ir todavía una p alab ra más. En p ri­
cado, Pío II (Enea Silvio Piccolom ini, 1458-1464), ya m er lugar, au nque reconozca —por atenerse a lo ca­
he m encionado una b u la del 7 de octubre de 1462 pitulado en Las Alcágovas— el derecho de C astilla
—cuya denom inación no he podido averiguar— con­ sobre las islas del A rchipiélago C anario «conquista­
tra el «salteo», de la que ahora m e lim itaré a com en­ das y por conquistar», lo hace (tal vez por haberse
ta r que, en la m edida en que com porta, junto con las
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entrom etido en el interim una vacilante concesión de p atronato real sobre el reino de G ranada, ya b a sta n ­
E nrique IV de C astilla a los portu g u eses sobre la te ad en trad a la conquista, pudo c o n trib u ir no poco
Gran C anaria, en 1455, de la que, no obstante, se h a­ a la desventura de los m oros, y cómo, sobre todo al
bía retractado tres años después, antes de que los be­ hacerse extensivo a las C anarias, adm ite tal vez ser
neficiarios hubiesen em prendido acción alguna) sin considerado com o un precedente y un ejem plo para
recordar la D udum cum ad nos de Eugenio IV, y sólo el futuro p atro n ato indiano.
com o una reserva en favor de C astilla, en m edio de Aunque p arece ser que no ha podido averiguarse
una ratificación de la exclusiva de los portugueses ni por quién ni exactam ente cuándo —se supone que
sobre el Atlántico m eridional y todas las costas a fri­ a últim os de m arzo de 1493 com o lo m ás pronto o
canas, reproduciendo incluso varios capítulos tanto a m ediados de ab ril del m ism o año com o lo m ás
de la R om anas Pontifex de N icolás V com o de la In ­ tard e — fueron solicitadas en la S an ta Sede las céle­
ter cetera de Calixto III, que ya se han com entado. bres «bulas alejandrinas», o, m ás exactam ente, las
En segundo lugar, cosa m ucho m ás im portante, sien­ tres prim eras de ellas, por los procuradores de la rei­
ta el precedente de una «línea de dem arcación», na de Castilla, lo que sí, en cambio, parece por lo m e­
aunque esta vez en la dirección de los paralelos y nos b astan te atestig u ad o es que las relaciones entre
—probablem ente debido al hecho de que los p o rtu ­ don Rodrigo de B orja y doña Isabel de T rastam ara
gueses ya habían en trad o en el golfo de Guinea, h a­ no atravesaban, p o r aquellas fechas, ningún p erío­
bían fundado los asentam ientos de El Mina y de do precisam ente idílico. Ésta, en efecto, no bien aquél
Fernando Poo (por su d e scu b rid o r Fernáo do Po) y hubo sentido c a er sobre sus sienes, el 26 de agosto
estaban a punto de a lcan zar la desem bocadura del de 1492, el san to peso de la tia ra pontificia, y rep u ­
Congo— con sin g u la r olvido del A tlántico occiden­ tando acaso que com o súbdito al fin de la Corona de
tal, pues las navegaciones, que se habían movido Aragón y p o r lo tanto de su propio m arido Don Fer­
en un principio de n orte a sur, parecían llam arse nando, cuyo reinado com partía, no d ejaría de m os­
cada vez m ás hacia orien te tra s la e n tra d a en el in­ tra rse propicio a sus deseos, no se había dem orado
m enso golfo de G uinea y seguían en su em peño de m ucho tiem po, al parecer, en hacerle llegar, con to­
b u sc ar la vuelta de África h acia el O ceáno índico. dos los respetos, su disgusto de fidelísim a cristia n a
En tercer lugar, como detalle curioso, la bula no hace e hija de la Santa M adre Iglesia por la tolerancia que
m ención alguna de la reina Isabel de C astilla y m ien­ en los E stados Pontificios se g u a rd a b a para con los
ta únicam ente a su esposo Don Fernando y, por a ñ a ­ judíos —cuya com unidad rom ana no había dejado
didura, bajo el solo título de ¡rey de C astilla y de de a c u d ir a p re se n ta r sus respetos al nuevo papa a
León! No se d iría sino que el vino con que sobrelleva­ raíz de su coronación— y su piadoso deseo de que
ba sus fatigas el alto fun cio n ariad o pontificio pega­ al m enos los falsos conversos em igrados de Castilla,
ba un poquillo m ás de lo que acaso fuera conveniente sustrayéndose al celo de la S anta Inquisición, fue­
p ara las responsabilidades de tan san tísim a can ci­ sen perseguidos o quizá incluso extraditados; pero
llería. Alejandro VI no había p restado oídos a tan c ristia ­
En cuanto a Inocencio VIII (G iam battista Cibo, na insinuación. Hay que d e c ir que en esto el papa
1484-1492), ya ha quedado dicho en su lugar cóm o no hacía sino seguir una tradición rom ana a n te rio r
al otorgar, p o r la bula Orthodoxae fidei, de 1486, el al C ristianism o, cuyo origen (según el excelente li-

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bro de José M ontserrat Torrents, La sinagoga cristia­ De esta m anera, en la segunda quincena de abril
na, M uchnik Editores, B arcelona, 1989) se rem onta­ de 1493 la cancillería pontificia se ap re su ró a redac­
ba nada m enos que al año 48 antes de C., cuando ta r las tres p rim e ra s bulas en favor de la reina de
César, tra s la victoria de Farsalia, y atravesando, en C astilla con respecto al D escubrim iento de Colón,
persecución de Pompeyo, S iria y Palestina, de cam i­ esto es, la p rim era Inter cetera (naturalm ente, alejan­
no para Egipto, recibió en sus h u estes el apoyo de d rin a y a no c o n fu n d ir con su hom ónim a calixtina
tres mil m ercenarios judíos; y, m ire usted por dónde, de 1456), la E xim iae deuotionis (am bas d atad as con
de ahí que fuese C ésar el que in au g u ró los privi­ fecha 3 de mayo) y la segunda Inter cetera (datada
legios de que, frente a todas las restan tes religiones con fechá 4 del m ism o m es y año). Y en este punto
no oficiales del im perio, gozarían —con pequeñas es donde la propia argum entación de García-Gallo
excepciones— los ju d ío s de todos los te rrito rio s im ­ perm ite m ejor ju stific a r mi aserto sobre el c a rá c ­
periales h asta la sublevación de B ar Kosiba (132-135 ter genéricam ente arb itra l de las sucesivas actuacio­
después de C.), salvo, naturalm ente, los de la propia nes pontificias; pues, en efecto, en el parágrafo 110 de
Judea, siendo así que ni siq u iera la d estrucción de su estudio (págs. 428-429 de la edición citada) e sta­
Jeru salén en el 70 aparejó hostilizaciones p ara las blece un paralelo, fundado en gran m edida en la letra
com unidades de la diàspora, que, gracias al intenso m ism a de los textos, e n tre estas tres p rim e ra s bulas
proselitism o de las sinagogas entre hom bres de otras alejan d rin as a favor de C astilla y o tra s tan ta s bu­
razas, habían llegado a alcanzar, según algunos, has­ las que él llam a «portuguesas», esto es, la R om anus
ta el diez por ciento —o sea en tre seis y siete m illo­ Pontifex de N icolás V, la In te r cetera de Calixto III
nes de perso n as— de la población total del Im perio y la Aeterni Regis de Sixto IV. Si, tal como, p o r lo
Romano (por lo demás, ya Octavio Augusto, en su Lex dem ás, resulta, expressis uerbis, de la letra m ism a
Iulia de Collegiis, había confirm ado y ratificado el de las bulas, la intención de Alejandro VI era, efec­
singular privilegio de que gozaba, en exclusiva, la re­ tivamente, favorecer a la reina de C astilla con be­
ligión judaica). Así que nada m enos que el respeto neficios com pensatorios equivalentes a los que esos
hacia esta tradición p rec ristia n a de tolerancia p ara tres papas anteriores se habían dignado conceder al
con los judíos a la que Roma había sabido casi siem ­ rey de Portugal, no me parece im propio caracterizar
pre h acer h o n o r era, ju n to con otros, el motivo de la com o a rb itra l una actuación tendente, al fin, a m an­
tirantez rein ante entre A lejandro VI y la reina de tener el equilibrio, y con éste la concordia, entre
Castilla cuando los procuradores o em isarios de ésta aquellos dos príncipes cristianos po r entonces igual­
acudieron an te el papa con las nuevas del afo rtu ­ m ente interesados en la navegación, exploración y
nado viaje de Colón y con la correspon diente p eti­ dom inio del Atlántico. Con todo, he de decir que
ción de bulas capaces de a se g u ra r —n aturalm ente García-Gallo fuerza tal vez un poco el paralelism o
frente a los p o rtu g u eses— sus descubrim ientos. No entre las dos tern a s de bulas, según el orden p o r el
parece, así pues, aventurado a trib u ir en algún gra­ que van citadas, pues, en efecto, si nada hay que ob­
do a un sentim iento de deuda p o r aquella negativa je ta r al que establece entre las dos p rim eras y las
y a un deseo de congraciarse con la reina de C astilla dos terceras de las tern as respectivas, calificando
la p ro n titu d con que A lejandro VI satisfizo esta vez aquéllas com o de donación y éstas com o de dem ar­
cum plidam ente sus dem andas. cación, no parece tan claro que el rasgo com ún al p ar

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form ado p o r las dos segundas, o sea p o r la Inter cete- yes de Portugal. Así, donde la In ter cetera del 3 dice:
ra calixtina y la Exim iae cleuotionis de Alejandro VI, hu iusm odi ó m nibus et singulis gratiis, priuilegiis,
sea el de concesión de privilegios. La Inter cetera exem ptionibus, libertatibus, im m u n ita tib u s et indul-
calixtina reproduce íntegram ente la R om anus Pon- tis huiusm odi, quorum o m n iu m tenores ac si de uer-
tifex de N icolás V, pero respecto de ella se lim ita a bo ad uerbum presentibus inseretur, la variante de la
añadirle, p ara d a r m ás firm eza a su vigencia, su Exim iae consiste en in tro d u cir entre im m u nitatibus
«confirm ación apostólica» (texto latino: pro illorum y et indultis la p alab ra litteris (o sea «bulas», pues
[Litterae=bula] subsistentia firm iori robur aposti- en este caso hay que e n ten d er que vale por plural),
lic[a]e confirm ationis adiicere), pero de lo que Calix­ y entre e[ indultis y hu iu sm o d i las p alab ras Regibus
to III pone de verdaderam ente suyo y añade com o Portugalliae consessae, y donde la In ter cetera del 3,
nuevo en esta bula, o sea, n ad a m enos que de la con­ m ás adelante, dice: non obstantibus constitutioni-
cesión de la m ás plena y rig u ro sa de las exclusivas bus et ordinationibus apostolicis, necnon ó m nibus
de a spiritualidade p ara la Ordem de cavalaria de illis quae in litteris desuper editis concessa sunt, non
Jesu Christo, nada hay en la E xim iae deuotionis obstare caeterisque contrariis quibuscum que, la va­
de Alejandro VI que pueda, ni de lejos, considerarse riante de la E xim iae consiste en s u s titu ir las pa­
como algo equivalente. En realidad, la única bula que labras desuper editis, que siguen a litteris po r las
podría tom arse, m u ta tis m utandis, po r correlato palabras Portugalliae Regibus concessis huiusm odi.
de la In te r cetera de Calixto III sería, en c u alq u ier En una palabra, b a sta con estas dos v ariantes p ara
caso, la Piis fidelium de Alejandro VI, de fecha 26 de suponer, sin apenas tem or a equivocarse, que la in­
junio de 1493. «En realidad esta bula —dice de ella tención de la E xim iae deuotionis e ra com pletar la
García-Gallo— carece de interés directo para el pro­ equiparación de los privilegios concedidos a C asti­
blem a de la concesión de las islas y tie rra s descu­ lla con los que ya tenía, por sus pro p ias bulas, Por­
b iertas a los Reyes Católicos, pues no alude para tugal y, sobre todo, h acer c o n sta r la no obstancia de
nada a la concesión ni a los derechos de c u alq u ier la que éstas pudiesen contener en m enoscabo de Cas­
clase que los citados príncipes pudiesen tener sobre tilla. Si la In ter cetera del 3 ya había com parado a
ellas»; mas, com oquiera que lo que aquí, en cambio, am bas coronas, igualando elogiosam ente los m éri­
interesa es la subordinación de la causa fidei al do­ tos de una y otra, para a c a b a r expresando la volun­
minio tem poral, ha de ser justam ente la Piis fidelium tad de conceder a Castilla los m ism os privilegios
la que pongam os en correlación e incluso, com o ve­ que había concedido a Portugal, había om itido, sin
remos, en contraste, con la Inter cetera de Calixto III. embargo, h acer m ención explícita de las «bulas por­
En cuanto a la E xim iae deuotionis, p o r no dejarla tuguesas», cosa que debía de hab er encarecido ex­
atrás, tal vez la pista para d a r razón de su motivo esté presam ente, y sobre todo en cuanto a la no obstancia
—n aturalm ente de e n tre lo que no es repetición de de lo que en el contenido de éstas pudiese dism inuir
la Inter cetera del m ism o día— en dos puntos preci­ el de las suyas, la reina de C astilla en sus in stru c ­
sos en que la variante respecto de ésta en el texto de ciones a sus p rocuradores ante la S an ta Sede, pues,
la E xim iae consiste exclusivam ente en introducir en acaso con toda razón, debía de c o n sid e rar ju ríd ic a ­
m edio de dos frases idénticas en todo lo dem ás una m ente m ás operante y determ inativo que se dijese
m ención explícita de las b u las concedidas a los re­ literalm ente «todo cuanto contengan las bulas con­

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cedidas a los reyes de Portugal» a que se hiciese m en­ efecto, m ientras la In ter cetera calix tin a aparece re­
ción, todo lo descriptiva que se quiera, de los conteni­ c o rrid a de p arte a p a rte po r un aliento de rigor y de
dos, pero sin rem itirse de m anera explícita a los severidad, tanto en el énfasis con que, como querien­
docum entos m ism os, ni siquiera como Utreras desu- do reforzar la a u to rid ad otorgada, d eclara la total y
per editas («bulas anteriorm ente libradas»), o sea, asi, absoluta exclusiva jurisdiccional de cuanto concier­
vagamente, sin mención nom inal de los destinatarios, na a la gestión de a spiritualidade en favor de la Or-
es decir, de los reyes de Portugal. ¡Pues buena era la dem de cavalaria de Jesu Christo, com o en la índole
Trastamara para que aquellos borrachínes m estureros de las atrib u cio n es que m ás se esm era en detallar,
de la curia vaticana tratasen de colarle vaguedades! cual si los propios cristianos recibiesen sobre sí m is­
Volviendo ahora a la Piis fidelium , he dicho antes mos el reflejo del fu ro r a n tisa rrac e n o inherente a la
que ésta sería, en todo caso, la que pueda ponerse idea, todavía predom inante, de C ruzada («Así tam ­
en relación con la Inter cetera calixtina, por cuanto bién pueda p ro fe rir excom uniones, suspensiones,
una y o tra conciernen a las cuestiones espirituales, privaciones e interdictos y o tra s c en su ras y penas
pero tam poco es necesario hacerlo porque haya que eclesiásticas c u a n ta s veces sea n ecesario y en cu al­
em patar, com o se em peña García-Gallo, con un ta n ­ q u ier m om ento que lo exija la situación de las cosas
teo de 3 a 3 el p artid o Castilla-Portugal; m ás bien y la calidad de los negocios»), por el contrario, la
creo que el in terés de c o m p ararlas no e stá en las si­ Piis fidelium , expedida con la fecha de 26 de ju nio
m ilitudes sino en las diferencias. El rasgo general de de 1493, y, p o r lo tanto, con la C ristiandad todavía
tales diferencias p odría tal vez d escrib irse diciendo
que m ientras el tono de la In te r cetera evoca todavía sin o d e in v a s io n e s a f r ic a n a s c o m o la d e lo s a lm o r á v id e s o la de
un am biente de Cruzada, en el de la Piis fidelium ese lo s a lm o h a d e s (frente a la c u a l se fo rm ó u n a c o a lic ió n c r is tia n a
in teg ra d a no só lo p o r lo s reyes de C a stilla , N a v a r r a y A ragó n sin o
am biente se h a tran sfig u rad o en el de M isión.36 En
tam b ién p o r m u ch o s c a b a lle r o s eu ro p e o s q u e a c u d ie ro n de F ra n ­
c ia y o tro s p a íse s, y p a ra la c u a l el p o n tífic e In o ce n cio III e x p i­
36. Un a m ig o a q u ie n he d a d o a le e r e s ta s p á g in a s h asta d o n d e d ió u n a b u la con lo s p r iv ile g io s de S a n ta C ru z a d a ) y, en se g u n d o
term in a el e xa m e n de la s Atlegaliones d e A lo n so de C a rta g e n a m e lu g ar, q u e la s g u e r r a s p o r tu g u e s a s c o n tra lo s s a r r a c e n o s d el Ma-
h a s u g e rid o q u e ley ese d o s b re v e s c o m e n ta rio s, e l u no del d o c to r
greb, c o r o n a d a s p o r la c o n q u ista de C e u ta en 1 4 1 5 y p ro se g u id a s,
R ic h a rd K o n etzk e y el o tro del d o c to r H a ro id B. Jo h n s o n Jr .
au n q u e con m ás fr a c a s o s q u e éxito s, p o r b a s ta n te s añ o s d esp u é s,
— a m b o s p u b lic a d o s c o m o a p é n d ic e s (I y 2) en el lib ro d e L e w is
sí q u e tu v ie ro n p len am en te el c a r á c t e r d e C r u z a d a (y p a ra c o m ­
H an k e La humanidad es una, Fondo d e C u ltu r a E c o n ó m ic a , tra ­
p ro b a rlo b a s ta le e r la s e x p re sio n e s fero zm en te a n tisa rr a c e n a s de
d u cció n d e Jo r g e A v e n d a ñ o -In e strilla s y M a r g a r ita S e p ú lv e d a
la s b u la s Diuino amore com m unili y Romanus Pontifex del P ap a
d e B a ra n d a , M é x ico D.F., 19 8 5 , y q u e yo d e s c o n o c ía —, q u e m e s ir ­
N ic o lá s V). E n c u a n to a la c o n q u ista d e G r a n a d a , tal vez fu e de
ven p a ra ju s t i f i c a r y p r e c is a r el u so q u e a q u í s e h ace ele la s p a la ­
b ra s « C ru z a d a y M isión » . E n cu a n to a la a fir m a c ió n d e K onetzke este preceden te p o rtu gu és de lo qu e su p o h áb ilm en te ap ro ve ch arse
de q u e no deb e c o n fu n d ir s e la idea d e « R e c o n q u ista con la id ea e l c o n d e de T e n d illa p a ra v e n d e rle a In o ce n cio V III p o r C ru z a d a
d e C ru z a d a » , e sto y s u s ta n c ia lm e n te d e a c u e rd o (y a u n yo m ism o lo q u e no e ra , en v erd ad , sin o el ú ltim o e p is o d io d e la lla m a d a
he s e ñ a la d o m ás a r r ib a lo s p e c u lia r e s r a s g o s d e m u tu o re c o n o c i­ R e c o n q u ista , a u n q u e ta m b ién p u d o c o n tr ib u ir a e llo un s ie m p re
m iento ju ríd ic o -p o lítico en tre p rín c ip es c ris tia n o s y p rín c ip es m a ­ e s c a s o y v a c ila n te ap o y o a los m o ro s g ra n a d in o s p o r p a rte d e los
h o m etan o s con lo s que, au n d en tro del su p u e sto d e u n a m u tu a tu rco s. H a sta a h o r a ten em os, p u es, s ó lo d o s c o s a s , C r u z a d a y R e­
e n em istad p ro lo n g a d a sine die, la s r e la c io n e s d e la lla m a d a « R e ­ c o n q u ista , q u e a u n q u e p u ed an in t e r fe r ir s e en o c a s io n e s , se d is ­
co n qu ista» c o n tra d e cía n la ¡le g itim a c ió n del d erech o tem po ral de tin gu en b ien. L a te r c e ra c o sa q u e fa lt a to d avía e s la q u e to m a el
los p rín c ip es in fie le s c a ra c te rís tic a d e la s C ru zadas); p ero K onetz­ n o m b re de M isió n ; p a ra q u e é s ta se d é en s e n tid o p ro p io son ne­
ke o lv id a , en p r im e r lu gar, e l g ra n c a m b io d e e s ta ac titu d en tre c e s a r io s a l m en o s d o s fa c to re s: 1.°, q u e el in fie l a l q u e s e re fie re
moros y cristianos c u a n d o no se tr a t a b a y a de m o ro s e sp a ñ o le s, se h alle, fren te a lo s s a r ra c e n o s —c o n un g ra d o d e in stitu c io n a li-

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a rro b a d a por el desventuradam ente efím ero em ­ Inter celera calixtina, pues dice así: «Además, para
beleso del «Sin-seta» del p rim e r viaje colom bino, que los fieles cristian o s m ás fácilm ente po r razón
otorgando respecto de las «tierras e islas» recién de devoción acudan a dichas tie rra s e islas, esperan­
d escu b iertas p o r Colón, a petición de los reyes «de do m ejor la salvación de sus alm as, a todos y a cada
C astilla y de León, de Aragón y de G ranada», y a fa­ uno de dichos fieles c ristia n o s de am bos sexos, que
vor de fray B ernando Boil, vicario de la Orden de los a las citadas tie rra s e islas personalm ente se tra sla ­
M ínimos «en los reinos de las E spañas», atrib u cio ­ den, aunque p o r m andato y voluntad de dichos Rey
nes prácticam en te tan om ním odas en la gestión de y Reyna, p ara que los m ism os y cu alq u iera de ellos
las cosas e sp iritu a le s com o las que la repetida bula puedan elegir confesor idóneo se cu la r o religioso,
de Calixto III había otorgado a la Ordem de cavala- que los absuelva a ellos y cu alq u iera de ellos, de la
ria de Jesu Christo, aunque, a diferencia de ésta, sin form a dicha, de sus crím enes, pecados y delitos, aun
tan siquiera p reo cu p arse de h a c er m ención alguna de los reservados a dicha Sede, y tam bién c o n m u tar
de una exclusiva equivalente, se expresa en tonos sus votos al igual que de sus pecados, de los que se
que evocan un am biente diam etralm ente opuesto: hubiesen confesado con corazón co n trito y oralm en­
el que antes, p o r oposición al de «Cruzada», he lla­ te, puedan conceder indulgencia y rem isión de los
m ado de «Misión»; b aste para m o strarlo el pasaje mismos, en la sinceridad de la fe, unidad de la Santa
que p o r referirse a las atrib u cio n es respecto de los Madre Iglesia y en nuestra obediencia y devoción y de
propios c ristia n o s puede ponerse en co rresponden­ nuestros sucesores los Romanos Pontífices canónica­
cia con el que acabo de c ita r entre parén tesis de la mente introducidos y existentes, una vez en vida y otra
vez in articulo mortis, con dicha autoridad».
/.ación ju ríd ic o -p o lític a en to d o c o m p a ra b le a l de lo s p r ín c ip e s Por otra p a rte y ya respecto de los infieles, es lógi­
c r is tia n o s — , en u n a s itu a c ió n q u e a n te s he d e s ig n a d o co m o d e co que en la Piis fidelium hayan desaparecido —p or
« in su fic ie n c ia ju ríd ic o -p o lftic a » (de m o d o q u e la n e gació n de p e r ­
s o n a lid a d ju r íd ic a d e q u e s u fr ía n p o r lo s c r is tia n o s n ad a ten ía cuanto no ha lu g a r— las p alab ras de hostilidad an ­
q u e v e r con la ¡le g itim a c ió n , c a rg a d a d e p o sitiv a h o stilid a d , con tisarracena, pero tam bién aparecen dulcificados los
q u e ésto s fu lm in a b a n todo p o d e r tem p o ra l en m an o s s a rra c e n a s) acentos respecto de los otros infieles, que ya habían
y 2 " en e s tre c h a re la c ió n con el 1?, q u e s e trate d e p a g a n o s «Sin-
seta» , co m o los lu c a y o s y ta in o s qu e en su p r im e r v ia je qu iso , tan asom ado en la R om anus Pontifex (sin duda negros
im p ru d en tem en te, v e r C o ló n , o, p o r lo m en os, con p eq u eñ o s c u l­ m ás m eridionales que los del Senegal de los que ya
tos o « su p e rsticio n e s» m u y e le m e n ta le s (en u n a p a la b ra , « relig io ­ no se podía en absoluto decir «profundam ente influi­
n es sin libro», p o r d e c ir lo c o n la fo r m u la c ió n m ah o m etan a, u u e
a q u í p a re c e m u y a p r o p ia d a a l caso), ta l com o, a n te lo s o jo s d e lo s dos po r la secta del nefandísim o Mahoma»), aunque
c ristian o s, ap a re c ie ro n esp ec ia lm en te los g u an ch es. Así, m ien tras la Inter cetera calixtina —salvo por tran scrib ir el tex­
la s g u e r r a s d e la lla m a d a « R e c o n q u ista » e ra n — a u n q u e p u d ie ­ to integro de la R om anus Pontifex de su predece­
sen m e z cla rse en o c a s io n e s co n fa c to r e s r e lig io s o s — fu n d a m e n ­
talm en te guerras de derecho, y p o r en d e p ro fa n a s, la s C ru z a d a s so r—, preocupada tan sólo en rem ach ar la exclusiva
— a u n q u e m u y a m e n u d o c o m p o rta s e n a m b ic io n e s d e p o d e r po ­ sobre a spiritualidade en favor de la repetida Ordem,
lítico e in tereses m e rc a n tile s—, eran , en cam bio, a l m en os en p rin ­ no se digne siquiera hacer m ención de ellos. Así, don­
cip io , guerras de religión-, y, p o r ú ltim o , la s M isio n e s, en cu a n to
ta le s m isio n e s p ro p ia m e n te d ic h a s, no e ra n g u e r ra s , au n q u e, se ­ de la R om anus Pontifex dice: «Después de ello, m u­
gún el p rin c ip io compelle eos inlrare, p u d iesen s e rv irs e d é l a g u e ­ chos guineos y otros negros, capturados por la fuerza
r ra co m o m ed io s iq u ie r a in ic ia lm e n te n e cesario , o bien , co m o de o por cam bio con cosas no prohibidas o por otro con­
hech o en su m á x im a p a rte su c ed ió , se c o n v irtie se n en m ero p r e ­
texto ju s t ific a t o r io de un in s a c ia b le fu r o r de d o m in ació n . trato legítim o de com pra, fueron traídos a estos rei­

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nos citados; de los cuales, en ellos, un gran núm ero de Sixto IV (aunque en aquel caso fuesen am bas mo­
se convirtió a la Fe católica, esp erán d o se que con narquías las que acudieron de com ún acuerdo al
ayuda de la divina clem encia, si co n tin ú a con ellos papa, para que sim plem ente ratificase y consagrase
el progreso de este modo, estos pueblos se converti­ lo que ellas habían cap itu lad o ya en tre sí), ya que
rán a la Fe o al m enos las alm as de m uchos de ellos tam bién ahora el papa se c o n stitu ía en m ediador de
se salvarán en Cristo», el lugar hom ólogo de la Piis «paz y concordia entre príncipes cristianos» en cuan­
fidelium dice: «Nos, esperando que lo que te enco­ to a sus derechos de dom inio tem poral, pues nada
m endam os lo e je c u ta rá s fiel y diligentem ente, a ti, hay en ella —en las p artes que no son repetición de
que eres presbítero, a las c ita d as islas y p artes con su hom ónim a del 3— de contenido religioso; y, sin
otros com pañeros de tu Orden o de otra, elegidos por em bargo, aun siendo por eso m ism o u n a bula esen­
ti o por los m ism o s Reyes, sin necesitar para ello li­ cialm ente profana, prefiguró, sin tan siquiera rem o­
cencia de vuestros superiores o de cualquier otro tam ente im aginarlo, el inm enso te rrito rio sobre el
[subrayado mío, que se rá objeto de un com entario que se extendería, con atrib u cio n es cada vez mayo­
separado] [concedem os] p red ic ar y se m b ra r la p a la ­ res y excluyentes (hasta el extrem o de que la propia
b ra de Dios y conducir a dichos n atu rales y hab i­ Santa Sede llegaría a verse afectada p o r sem ejante
tantes a la fe católica y bau tizarlo s e in stru irlo s en exclusión), el patro n ato regio castellano y m ás tarde
n uestra fe, y, a su debido tiempo, a d m in istra rle s los español sobre todas las cosas concernientes a la re­
sacram entos eclesiásticos». Ya se ve que m ientras en ligión y a la difusión del C ristianism o en Ultram ar.
el p rim e r caso el m edio de la conversión pasa po r El propio A lejandro VI, en 1499 y en 1501, com o en­
la esclavitud, en el segundo, p o r el contrario, el tono seguida se verá, y especialm ente los pontífices si­
suena ya franca y plenam ente m isional. guientes serían los que otorgasen, im prudentem ente,
Las palabras subrayadas aquí a rrib a, o sea la con­ privilegios sucesivos, am pliando cada vez m ás la
cesión al padre Boil y a los reyes de que pudiesen autonom ía del p atronato regio en las Indias, hasta
enviar a las Indias m isioneros aun sin licencia de sus que llegasen a ser los propios m onarcas los que, a u n ­
su periores debió de se r objeto de grandes protestas que salvando superficialm ente las apariencias, se to­
y «suplicaciones» en especial po r p arte de los supe­ m asen de hecho p o r su propia cu enta las m áxim as
riores de las órdenes regulares, que incluso obtuvie­ atribuciones al respecto. Por o tra parte, con tal línea
ron probablem ente en algún m om ento su derogación de demarcación (que enseguida sería desplazada has­
o po r lo m enos suspensión, pues todavía coleaba el ta 370 leguas de longitud oeste de las Cabo Verde en
asunto en 1532, ya que C lem ente VII autorizó expre­ el tra tad o castellano-portugués de Tordesillas, rati­
sam ente que cualquier m isionero pudiese pasar a las ficado y consagrado a su vez po r Ju lio II —G iuliano
Indias por orden del e m p erad o r incluso en contra della Rovere, 1503-1513— con su bula Ea quae pro
de la voluntad de los su p erio res de su orden. bono del 24 de enero de 1506), que, por lo dem ás, no
En cuanto a la segunda In ter celera alejandrina, d ejaría de su s c ita r nuevas cuestiones litigiosas —y
o sea la fechada el 4 de mayo de 1493, que estableció que em pezarían a in teresar ya a terceros países—,
la «línea de dem arcación» a 100 leguas de longitud cuando al preverse el encuentro proa co n tra proa de
oeste de los archipiélagos de las Azores y las Cabo naves castellan as rum bo a oeste y naves p ortugue­
Verde, debe se r m irada a la luz de la Aeterni Regis sas rum bo a este d espertase la im agen del a n tim eri­

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diano que com pletaba en las an típ o d as la o tra m i­ ces todavía ab so lu tam en te inim aginable, fue causa,
tad del cíngulo prefigurado en Tordesillas; con tal en p rim e r lugar, de que el pontificado, incluso sin
línea de dem arcación —venía diciendo—, el rom ano quererlo ni preverlo, acabase por tran sfo rm ar de fac­
pontífice, al repartir, com o entre buenos herm anos, to —aunque no de iure, com o pretendían los segui­
las aguas y las islas y tie rra s del A tlántico entre los dores de la d o ctrin a del O stiense— su papel de m ero
dos únicos países que en ese m om ento se las disp u ­ m ediador en tre príncipes cristian o s sobre querellas
taban, estaba, aun quizá sin qu ererlo ni advertirlo, de derechos tem porales en el de un au téntico crea­
excluyendo im plícitam ente los derechos de cualquier dor de derechos, y, en segundo lugar, de que los
posible tercero, que, por lo dem ás, no se preocupen castellanos y m ás tard e españoles que hicieron la
ustedes, no dejaría, m ás pronto o m ás tarde, de h a­ C onquista de las Indias, al unir, en consecuencia, y
cer aparición. especialm ente tra s la invención del R equirim iento,
En fin, para ac ab a r con las cu atro bulas alejan d ri­ tan estrecham ente com o si de una sola y la m ism a
nas de 1493, d iré que el reflejo del c a rá c te r genéri­ cosa se tratase, la sum isión de los indios a la sobe­
cam ente a rb itra l entre p ríncipes cristian o s (en este ranía real y después im perial de la m etrópoli con su
caso, los de C astilla y Portugal, que fueron los que conversión a la Fe de Jesucristo, diesen lugar a que
ya desde los tiem pos de Alonso de C artagena senta­ prácticam ente toda rebelión de aquellos nuevos súb­
ron el precedente de a c u d ir a Roma, ya sea para llo­ ditos contra el poder tem poral de C astilla y m ás ta r­
rarle al papa en sus querellas, ya para ser bendecidos de E spaña co m p o rtase de m odo casi autom ático la
po r él en sus concordias, y siem pre, a la postre, en sim ultánea abjuración del c a rism a bautism al y por
cuestiones de dom inio tem poral, por m uy so color ende la ap o stasía del C ristianism o; y así, en efecto,
de religión que fuese en ocasiones) que, adquirido lo revela, todavía en la Recopilación de 1680, el tra ­
como m era resultante —según quedó ya dicho en su tam iento sim ultáneo de la rebeldía y la apostasía en
lugar—, convirtió las sucesivas intervenciones pon­ una m ism a ley: «... y si haviendo recevido la Santa
tificias en una actuación m ediadora interexcluyen- Fé, y dádonos la obediencia, la ap o stataren y ne­
te sobre el reparto de áreas de dom inación —ya que, garen, se proceda com o co n tra a p ó sta tas y rebel­
evidentem ente, ese c a rá c te r a rb itra l tan sólo podía des...» (libro III, títu lo IV, ley IX, folio 25 recto del
serlo respecto de negocios de orden tem poral, por Tomo Segundo de la edición de Ju lián de Paredes,
cuanto los de orden e sp iritu a l pertenecían, huelga M adrid, 1681).
decirlo, a la exclusiva jurisd icció n de la libre potes­ O tras dos bulas de Alejandro VI referentes a las
tad dispositiva del pontificado—, sobre todo desde Indias interesan aquí todavía. Ambas fueron deno­
que las Allegationes de don Alonso de C artagena m inadas con las p a la b ras ya u sad as p a ra una de las
habían argum entado y asentado la necesidad de vin­ del 3 de mayo de 1493, esto es: Exim iae deuotionis. La
c u la r —y, por lo tanto, aun sin desearlo, de subordi­ prim era de ellas de 1499 y cuyo texto no he podido
nar— la causa fidei al dom inio tem poral, unido al conocer, concedía a la corona de Castilla, si es que no
hecho de que la anticipación abstractiva de derechos me equivoco, algo que ya le había sido concedido al
de dom inación sobre lo «por descobrir» estuviese m enos por dos veces d u ran te la conquista del reino
abarcan d o en su vigencia, y con tres cu artos de si­ de G ranada, es a saber, la décim a p a rte de las ren­
glo de antelación, territo rio s de extensión por enton­ tas eclesiásticas, lim itada probablem ente, com o en

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aquella o tra ocasión, a un solo año; lo que en aquel —publicada en 1648—, libro IV, capítulo I, n.° 7, pági­
momento, no teniendo todavía los clérigos tal vez nas 7-8 del Tomo Tercero de la edición B.A.E. —tomo
apenas otros ingresos que el diezm o que recibían de CCLIV de la colección—, Madrid, 1972)
indios y castellanos, se red u ciría m ás o m enos a la
décim a parte del diezmo mismo. La segunda, de 1501, El alcance ex trao rd in ario de esta bu la estaba, si
es m ucho m ás im portante; p o r ella A lejandro VI ha­ bien se m ira, en que, al m enos económ icam ente, ve­
cía a la corona de Castilla, m ás tard e de España, y nía a convertir de hecho a todo el clero secular y re­
a petición de los reyes m ism os, b en eficiaría p erp e­ gular de la Iglesia am ericana en funcionariado real.
tua de la to talid ad de los diezm os correspondientes Por lo dem ás, esto d a ría lugar, an dando el tiempo,
a la Iglesia en todos los territo rio s de U ltram ar. La incluso a pleitos en tre el clero se cu la r y el regular,
letra de la bula, tras consignar la petición real, dice com o el que cuenta Solórzano Pereyra, en el que al
com o sigue: depender las Catedrales de la redistribución del diez­
mo por el fisco real, a quien ahora corresp o n d ía re­
«Nos, pues, que con sumos afectos deseamos la exal­
tación y aum ento de la misma Fé, y especialm ente en cogerlo, reclam aban an te éste de que cada vez fuese
nuestros tiempos, alabando y estimando mucho en el m enor la cu an tía de lo redistribuido, a causa de que
Señor vuestro piadoso y loable propósito, inclinándo­ las órdenes regulares, habiendo sabido h acer fru c ­
nos á sem ejantes suplicaciones, os concedemos a vo­ tificar las asignaciones de ese m ism o fisco recibidas,
sotros, y a los que por tiempo os fueren sucediendo, hasta co m p rar grandes haciendas a p ro p ietario s ci­
de autoridad Apostólica y don de especial gracia por viles, dism inuían el monto general deí diezmo, ya que
el tenor de las presentes [plural por referirse al latín tales haciendas convertidas ahora en bienes eclesiás­
litterae, que denotaba invariablemente en plural una ticos quedaban, según los frailes, exentas de pag ar
o más bulas], que podáis percibir y llevar lícita y li­ diezm os a la Iglesia, po r m ucho que a h o ra fuese el
bremente los dichos diezmos en todas las dichas Is­
las y Provincias de todos sus vecinos, moradores, y fisco real el que lo percibía y asignaba, alegando, ade­
habitadores que en ellas están, ó por tiempo estuvie­ más, que ya no era de com petencia de éste d irim ir
ren, después que como dicho es, las hayais adquiri­ el pleito, «porque ya no tenía que ver en éstos [diez­
do, y recuperado, con que prim ero realmente, y con mos] el Fisco, ni el Fiscal, pues caso que lo tuviera
efecto por vosotros, y por vuestros succesores de vues­ quando e ran del Rey, ya havía cesado eso por ten er­
tros bienes, y los suyos, se haya de d ar y asignar dote los cedidos y redonados á las Iglesias». Respecto de
suficiente á las Iglesias, que en las dichas Indias se lo cual, el propio Solórzano, que fue fiscal en el plei­
hubieren de erigir, con la qual sus Prelados y Recto­ to, dice, en tre o tras cosas: «También alegué, que en
res se puedan sustentar congruamente, y llevar las
el caso presente era m ás cierto este conocim iento
cargas que por tiempo incumbieren á las dichas Igle­
sias, y exercitar cómodamente el culto divino á hon­ en el Real Consejo [que era al Real Consejo de Indias,
ra y gloria de Dios Omnipotente, y pagar los derechos instancia tem poral y no e sp iritu al, a quien com pe­
Episcopales [...] no obstante las constituciones del Con­ tía conocer de tal querella], p o r e s ta r em buelto y
cilio Lateranense, y qualesquier otras ordenaciones m ezclado con él el derecho del Fisco Real, así por
Apostólicas, y cosas que á esto sean, ó puedan ser con­ tra ta rse de diezm os suyos, com o po r la defensa de
trarias». (Transcripción y verosímilmente traducción sus Iglesias, en que, com o luego verem os, tiene y
de Juan de Solórzano y Pereyra en su Política Indiana exerce tan gran patronato. Todo lo cual obra que

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pueda tra e r á sus T ribunales seculares q u alesq u ier éste quedase po r u su fru ctu ario vitalicio, en razón de
causas, y q u alesq u ier personas, au nque sean Ecle­ gananciales, de la m itad de las rentas de las Indias—,
siásticas, que co n tra él litigaren, ah o ra sea dem an­ con toda seguridad porque C isneros no p arab a de
dando, ah o ra sea defendiendo...». Y poco m ás abajo darle con la san d alia en el zapato po r debajo de la
añade aún: «Porque aunque hay algunos Doctores mesa, protestó ante el papa —fuese po r procurado­
que dán a entender, que en m udando persona, m u­ res o po r c a rta — el 13 de septiem bre de 1505, por
dan el privilegio, son m uchos más, y de m ás opinión, lo m ísera que debía de hab erle parecido aquella p ri­
los que con m uy sólidos fundam entos afirm an, que m era bula y aprem iando con estas palabras: «Es ne­
en haviendo sido los diezm os una vez del Rey, y por cesario que V uestra S antidad conceda todo el dicho
el consiguiente héchose con esto tem porales y de su patronato en p erp etu id ad a mí y a m is sucesores».
Real jurisdicción, aunque después los dé, y ceda á (Citado p o r Levvis H anke en La lucha por la justi­
Iglesias, y Eclesiásticos, no pierden la prim era natu­ cia en la conquista de América, E diciones Istmo,
raleza que tuvieran de la Regalía [subrayado mío]». M adrid, 1988, pág. 115, de donde tom o tam bién la fe­
Luego se verá la im portancia que d a ría el doctor So- cha de 1505, especialm ente chocante po r las palabras
lórzano a esta cesión del diezm o p ara fu n d am e n ta r «a mí y a m is sucesores», siendo así que a él perso­
su d o ctrin a del «vicariato regio», pero no adelan te­ nalm ente —ni siq u iera a la Corona de Aragón— le
m os el curso de los hechos. correspondía tan sólo la m itad de las rentas de las
M uerto el 18 de agosto de 1503 el gran nepos Bor- Indias, cosa que po r añadidura —tal como he dicho—
ja, y no habiendo podido so sten er la tiara en la ca­ ni siquiera se había cap itu lad o todavía con su hija
beza m ás allá de tres sem anas el nepos Piccolomini, y su yerno, los p o r entonces reyes de Castilla.) Con
Pío III, co rrió el tu rn o de la cola pasando al nepos todo, para lo que vendrá, no deja de se r tan veraz
de los Della Rovere, con el fam oso G iuliano della Ro- com o o p o rtu n o el com entario que el propio Hanke
vere, que, elegido papa el 19 de noviem bre de 1503, hace al respecto en la m ism a página c itad a en el pa­
y con el nom bre de Julio II fue el que —dicho sea réntesis: «La histo ria u lte rio r de las relaciones
de paso—, al fo rm ar contra los franceses la Liga S an­ hispano-papales m u estra un paralelo excelente con
ta en el penúltim o año de su pontificado, a cab aría la fábula del cam ello que pidió p erm iso para m eter
incitando la intervención de los siniestros españoles la cabeza en la tienda de un ára b e d u ran te una tem ­
en Italia central, con la destrucción de la república pestad en el desierto y acabó po r ech arle del todo
de Florencia y las h o rre n d a s m atanzas del saqueo de la tienda».
de Prato por la soldadesca del Virrey Cardona... ma La bula, tal com o la quería Don Fernando, o sea
questa é un altra storia, y nosotros tenem os que vol­ con el p atronato o patronazgo37 regio a perpetuidad
ver a n u estras bulas. La p rim era que respecto de las
Indias concedió Julio II, solicitada todavía en vida de 37. C u rio sam en te, en la p rim e ra e d ició n de la « R e c o p ila ció n de
doña Isabel de T rastam ara, fue la Illiu s fulciti pr-[a]- la s ley es de los R e y n o s de la s In d ias» , h e c h a p o r J u liá n de P a re ­
esidio, de 1504, y, al parecer, no satisfizo en n ad a a des, M a d rid , 16 8 1, en tre lo s e n c a b e z a m ie n to s q u e en el recto de
c a d a fo lio e n u n cia n el c o n ten id o d el títu lo c o rre sp o n d ie n te ,
Don Fernando, quien —aún en vida de Felipe el H er­ de lo s n u eve q u e llevan el d el títu lo V I d el lib r o I, m ie n tra s o ch o
moso, que ni siquiera h ab ía venido todavía a C asti­ de e llo s d ic e n «Del P a tro n a z g o R e a l» , uno, c o n cre ta m e n te el del
lla ni m enos aun cap itu lad o con el rey ya viudo que recto d el fo lio 26 del T om o Prim ero, d ic e «D el P atro n ato R eal» .

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y, com o dice Solórzano, «plenísim o y ad instar del hubiese establecido diócesis alguna, fue A driano VI
que se les havía concedido de próxim o p ara todo lo (Adriano de Utrecht, 1522-1523) quien, en su bula Om­
Eclesiástico del Reyno de G ranada, de suerte que pu­ ním oda, de 1522, proveyó de am plias facultades al
diese tam bién elegir y p re se n ta r Prelados, y que se em p erad o r p a ra que, a sus expensas y siem pre con
adm itiesen y recibiesen los así nom brados y presen­ entera sujeción a las disposiciones del regio p atro ­
tados», fue la Uniuersalis Ecclesi[a] e de fecha 28 de nato, pudiesen p a sa r a las Indias, con licencia de sus
julio de 1508. E sta era indudablem ente, po r u sa r la superiores, m isioneros de las órdenes regulares. Mas,
com paración de Hanke, la cabeza del camello, si es com oquiera que algunos de estos su periores se re­
que no lo había sido ya la cesión del diezm o por Ale­ sistiesen a d a r tales licencias, p o r no ver despobla­
jandro VI en 1501. Adelantem os que la pau latin a in­ dos de frailes los conventos m etropolitanos, sería
troducción del resto del cuerpo del cam ello serían Clemente VII quien en 1532, autorizase que, siem pre
las sucesivas bulas con que los tres subsiguientes pa­ que m ediase una orden del e m p e rad o r —o del Real
pas fueron enriqueciendo el patronato concedido por Consejo de Indias, que ad m inistraba, en su nom bre,
Julio II, h asta que en 1538, con Paulo III, sobrevino el regio patronato—, los m isioneros pudiesen em bar­
la violenta expulsión del propio árabe, dueño de la c a r incluso saltándose la autorización de los supe­
tienda. riores. En realidad, esto ya lo había concedido, según
León X (el p rim e r papa Medici, Giovanni, hijo de reza el texto (superiorum uestrorum uel cuiusuis al-
Lorenzo el Magnífico, y que verosím ilm ente debió a terius s u p e rh o c licentia m in im e requisita) la Piis fi-
la restau ració n de la oligarquía m edicea en la güel- delium de A lejandro VI, pero debía de h a b e r sido
fa Florencia p o r las arm as de F ernando de Aragón, suspendido o revocado en algún momento, probable­
regente de C astilla, su elevación al Solio de San m ente a petición de los superiores de las órdenes re­
Pedro, en el que perm aneció de 1513 a 1521), al con­ gulares. Del m ism o Clemente VII (el nepos de León X,
ceder, en 1518, al todavía-no-pero-ya-muy-pronto- Giulio de Medici, 1523-1534) Hanke cita una bula an ­
em perador C arlos de Augsburgo la facultad de m o­ terior, la Intra Arcana, del 8 de mayo de 1529, que
d ificar los te rrito rio s de las diócesis am ericanas, o se inclina decididam ente por la consigna com pelle
incluso ec h ar la raya de la entera circunscripción eos intrare, al a u to riza r el em pleo de la fuerza de las
afecta a cada nueva diócesis que se fundase, tra sp a ­ arm as, si es preciso, para red u cir a los indios a la
só, según Konetzke, todo precedente de las a trib u ­ Fe de Jesucristo.
ciones tradicionalm ente com prendidas por el ius Pero he aquí que sobrevino la larga peregrinación
patronatus. Para los te rrito rio s en los que aún no se del dom inico fray B ernardino de Minaya, que debió
de em pezar bajo el pontificado de Clemente VII, pues
salió del Perú todavía en vida de A tabálipa (agarro­
¿ S ig n ific a r á e sta an o m a lía q u e hubo, p a ra ese títu lo V I, algú n a ñ a ­
d id o de ú ltim a h o ra y q u e el tip ó g ra fo d e tu rn o c a m b ió in a d v e r­ tado en C ajam arca el 29 de agosto de 1533), aunque
tid am en te la fo rm a « p atro n a zg o » p o r la d e « p atro n a to » ? O, m ás no llegaría a Roma m ás que ya en trad o el año 1537.
b ien, tal vez ni s iq u ie r a q u e p a a s e g u r a r q u e ta l p o s ib le a ñ a d id o Probablem ente a m ediados del año a n te rio r había
— o c o r r e c c ió n — c o r r e s p o n d a a e se títu lo, ni a u n m en o s a e s e fo ­ llegado a Valladolid, donde —verosímilm ente porque
lio. y au n s e rá im p o s ib le d e b u s c a r m ie n tra s no co n o z cam o s la
c o n fo rm a c ió n d e l c u a d e r n illo en tero p o r la im p re n ta d e J u liá n
en Méjico h ab ía tenido noticia de una provisión
de P a re d es, c u y a ed ic ió n n o ten go yo m ás q u e en fa c s ím il. reciente del Consejo de In d ias en que se volvía a

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au to riza r la esclavización y venta de los indios— se paos de aquí adelante en convertir cuerpos a vuestra
presentó a fray Francisco G arcía de Loaysa, supe­ obediencia». La c arta, que se conserva, al p arecer
rio r de los dom inicos en E spaña, confesor del em ­ autógrafa, en el archivo de Sim ancas, es buena m ues­
perador, cardenal de Osm a desde 1530 y, sobre todo, tra, al m enos, de h asta qué punto toda posible reli­
a efectos de lo que aquí interesa, presidente del Real giosidad había sido su b su m id a en la m ente y en la
Consejo de Indias desde 1524 hasta 1546, a quien, al conciencia de Loaysa por los intereses de la dom i­
parecer, tra tó de convencer de que las cosas que so­ nación tem poral. Poca cosa, así pues, podía e sp era r
bre la incapacidad de los indios h a b ía escrito fray de él fray B ernardino de Minaya, quien, no cejando,
Domingo de Betanzos no se co rrespondían con su sin em bargo, en su dem anda y decidido a p roseguir
propia experiencia. Loaysa le replicó que se engaña­ con ella h asta la m ism a Roma, logró que un vocal
ba y que él, p o r su parte, d ab a entero crédito a las del propio Consejo de Indias le consiguiese una c a r­
opiniones de Betanzos, de quien —al m enos según ta de la em peratriz, regente de E spaña po r ausencia
el testim onio escrito de M inaya— dijo que «hablaba del m arido, p ara el em b ajad o r español ante la Santa
p or esp íritu profètico». De lo que al presidente del Sede. En la fecha de esta carta, 5 de octubre de 1536,
Real Consejo de Indias podía im portarle si los indios fundo mi presunción de que, puesto que no dispo­
eran hom bres p e rru n o s o m ás bien p erro s hum anos nía de m ás c a rru a je o cab alg ad u ra que los de sus
podem os tal vez sa c a r alguna co n jetu ra a p a rtir de sandalias y de cara al invierno po r añadidura, no de­
lo que, a propósito de los protestantes, aconsejaba bió de llegar a Roma m ás que a principios de 1537 o
al em perador en una c a rta del 18 de noviem bre de a finales de 1536 como lo m ás pronto; lo cual im porta
1530: «Si quisieran ser perros, séanlo, y cierre Vues­ p o r cuanto su llegada hubo de coincidir o de ser pre­
tra M ajestad los ojos, pues no tenéis fuerzas p a ra el cedida por m uy pocas fechas po r una carta, de 1536,
castigo. C onténtese V uestra M ajestad con que os sir­ según Solórzano, dirigida al papa po r el dom inico
van y os sean fieles, aunque a Dios sean peores que fray Ju lián Garcés, obispo de Tlaxcala, en la que
diablos [...] V uestra conciencia es segura: trab ajad defendía las m ism as opiniones que Minaya y hacía
com o vuestro E stado no se pierda [...] Piense vues­ grandes elogios de la actuación de éste entre los in­
tra M ajestad que todos os obedezcan y sirvan cu a n ­ dios; lo cual, ju n to con las gestiones del em bajador,
do los hobiéredes menester, y no os deis un clavo que debió de servirle m ucho para se r recibido por Pau­
ellos lleven su s alm as al infierno; de m anera, Señor, lo III (Alessandro Farnese, 1534-1549, y, por cierto, el
que en tretan to se viene al Concilio, y cuando a c tu a l­ que se dio el capricho de que M ichelangelo Buona-
m ente vinieren y en él estuvieren, desde agora pro­ rroti le rem atase el palacio, em pezado po r Sangallo,
curéis que todos se llam en vuestros y así lo sean en con la m onstruosa cornisa «di braccia sei», según Va-
las obras, y os reconozcan p o r su verdadero señor, sari, y p o r ende, tal com o el papa h ab ía exigido, la
y las conciencias sean de turcos [...] De form a, Señor, m ás voladiza de Roma), que, im presionado sin duda
que es m i voto que pues no hay fuerzas para c o rre ­ por los inform es de fray B ernardino, expidió el 9 de
gir, que hagais del juego m aña, y os holguéis con el ju nio de 1537 la célebre b u la Su b lim is Deus, to tal­
hereje com o con el católico, y le hagais m erced si se m ente c o n tra ria a las opiniones de Betanzos y, con­
igualara con el c ristia n o en serviros. Quite ya Vues­ siguientem ente, a la reciente provisión de Loaysa en
tra M ajestad fantasía de salvar alm as a Dios; ocu­ cuanto a la esclavización y venta de los indios. Mi-

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naya, al encargarse p o r su cuenta y riesgo de h a c er hubiesen llegado a rep a rtirse p o r el virreinato; ítem,
llegar lo m ás pronto posible h asta las Indias tan ve­ instituyó el llam ado «pase regio», que q u e d a ría in­
nerable documento, no debió de p e n sar ni aun rem o­ corporado a la Recopilación de 1680, tal com o en re­
tam ente que estaba haciendo nada malo. Pero sí que ferencia m arginal consigna la citada edición de
estaba haciendo algo m uy m alo y no podía fig u ra r­ Ju lián de Paredes («El E m pe/rador D./Carlos/en Va-
se hasta qué punto: no bien cayó la b ula ante los ojos lla/dolid/á 6 de Se/tiem bre/de 1538»), en la ley 2.a del
del em perador, la q uijada debió de salírsele para ade­ título IX del libro I, Tomo Prim ero, folio 44, recto,
lante dos dedos m ás de lo que ya de nacim iento la cuyo texto —con probables m odificaciones de Feli­
tenía, y no digam os cuando se enteró de que varios pe II y de Felipe IV, tam bién m entados en la referen­
ejem plares de la b ula navegaban ya por las aguas del cia m arginal— dice así:
Atlántico cam ino de U ltram ar. Y nada ten d ría de ex­
traño que el cardenal Loaysa, en cuanto presidente «Si Algunas Bulas, ó Breves se llevaren á nuestras
del Real Consejo de Indias, adem ás de su p e rio r de Indias, que toquen en la governación de aquellas Pro­
los dom inicos en E spaña, encizañase aun m ás los vincias, Patronazgo y jurisdición Real, m aterias de
ánim os contra aquel fraile de su propia orden; de Indulgencias, Sedevacantes ó expolios, y otras quales-
modo que, inform ado el provincial, fray B ernardino quier, de qualquier calidad que sean, si no constare
resultó castigado con la prohibición de no volver a que han sido presentados en nuestro consejo de las
Indias, y passados por él. Mandamos á los Virreyes,
las Indias nunca más, y adem ás con dos años de re­ Presidentes y Oidores de las Reales Audiencias, que
tiro, al cabo de los cuales el general de la O.P. lo los recojan todos originalmente de poder de cuales-
destinó a la cárcel de Valladolid, al p arecer como ca­ quier personas que los tuvieren, y haviendo suplica­
pellán o auxiliar de capellán de los encarcelados (los do de ellos para ante su Santidad, que esta calidad
datos concretos, no las suposiciones, acerca de Mi- ha de preceder, nos los embien en la prim era ocasión
naya están tom ados de Lewis Hanke, en la obra ci­ al dicho nuestro Consejo; y si vistos en él, fueren tales,
tada m ás arrib a, págs. 117-121). Este, pues, fue el que se devan executar, sean executados; y teniendo in­
m om ento en que el cam ello la em prendió ya defini­ conveniente, que obligue a suspender su execución,
tivamente a cabezadas con el árabe hasta echarlo del se suplique de ellos para ante nuestro muy Santo Pa­
dre, que siendo m ejor informado, los mande revocar,
todo de la tienda. y entre tanto provea el Consejo, que no se executen,
En efecto, el m onum ental cabreo que con la Subli- ni se vse de ellos».
m is Deus se a g a rró el em p erad o r no p aró en casti­
g ar al tem erario frailecillo, que eso se ría m ás bien El único precedente —aunque no es inverosím il
cosa de Loaysa, sino que pu so en m archa gestiones que haya habido o tro s— que he podido encontrar de
con el papa, protestándole la bula, hasta que logró este llam ado «pase regio» es el de un decreto de 1075
que éste la revocara m ediante un breve del 19 de ju ­ de G uillerm o I el C onquistador que, en fren tad o con
nio de 1538, de tal su e rte que la vigencia de la Subli- el papa Gregorio VII, disponía, entre otras cosas, que
m is Deus fue exactam ente de un año y diez días; así ningún docum ento venido de Roma pudiese ser di­
mismo, a don Antonio de Mendoza, p rim e r virrey de fundido en su nuevo reino de In g laterra sin el bene­
Nueva E spaña, le p erm itió d a r p ru eb a de su celo gi- plácito real. Pero el em p erad o r im puso tam bién,
belino, m andándole b u s c a r y re tira r cuantas bulas en 1539, una especie de «pase regio» en sentido inver­

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so, ordenando que todos los prelados de las Indias la Recopilación de 1680, sino que figura com o p ri­
que quisiesen so licitar algo del pontífice le rem i­ m era nota al final del títu lo VI del libro I («Del Pa­
tiesen a él —o, lo que viene a ser lo mismo, al Real tronazgo Real»), folio 30 recto del Tomo P rim ero de
Consejo de Indias— la petición, p a ra que, una vez la Edición citada: Su m agestad en virtu d del Patro­
exam inada, se tra m itase ante el papa, com o dem an­ nazgo está en possesión de que se despache su Cédula
da real. En ese m ism o año de 1539, con fecha de 10 Real, dirigida á las Iglesias Catedrales Sedevacantes,
de noviembre, las fu rias del e m p erad o r precipitaron para que entre tanto que llegan las Bulas de su San­
sobre el convento de San Esteban, de S alam anca tidad y los presentados a las Prelacias son consagra­
—donde e scrib ía y enseñaba el propio fray Francis­ dos, les dén poder para govem ar los Arzobispados y
co de Vitoria, que ju stam en te acababa de d a r a co­ Obispados de las Indias, y assí se executa.
nocer entre los frailes sus «Relecciones sobre los Solórzaño Pereyra, que fue tal vez el m ás activo e
indios»—•, m ediante c a rta al padre prior, en la que im portante asesor de don Antonio de León Pinelo en
le requería que confiscase y entregase todos los pa­ la confección de la Recopilación de 1680, aunque nin­
peles privados de los frailes que tocasen cuestiones guno de los dos llegase a verla publicada en vida, pre­
de las Indias y les prohibiese cu alesq u iera debates tendió d a r al patro n ato o patronazgo real sobre las
o serm ones sobre el m ism o asunto. Indias u n a cierta fundam entación o justificación
En cuanto a la form a de ejercer el «Patronazgo (o doctrinal en los prim eros capítulos del libro IV de
Patronato) Real» sobre las Indias, en la designación su «Política Indiana» y, acom pañando en esto a otros
de arzobispos, obispos y visitadores eclesiásticos, el autores, que no deja de citar, form ó la d o ctrin a o
Consejo de Indias presentaba ai rey u n a lista de can­ cuasi-doctrina del «Vicariato real», cuya form ulación
didatos, de entre los cuales éste elegía al que le gus­ m ás atrevida la encontram os en el n? 26 del c ap ítu ­
tase; una vez elegido, antes de que se despachasen lo II del dicho libro IV de su obra, que, en ju sticia
las c a rta s de presentación a su favor, p a ra que fuese del contexto, conviene c ita r precedido del 25; allá
consagrado en Roma, y se librase la llam ada «ejecu­ van, pues:
torial» —p o r la que, so pretexto de tardanza, podía
e m b a rca r p a ra las Indias y tom ar posesión, sin es­ 25. Y hablando en lo individual de nuestras Indias,
p e ra r a la consagración p ap al— tenía que hacer «ju­ y que el Papa en virtud de esta potestad hizo sus De­
ram ento solem ne po r ante E scrivano público y legados en ellas a nuestros Reyes, concediéndoles no
testigos de no contravenir en tiem po alguno, ni por sólo lo temporal, sino lo espiritual, y que así anti­
ninguna m an era á nuestro Patronazgo Real», etcéte­ guamente ellos solos en virtud de esta Comisión, o
delegación, proveían de Ministros, y lo demás que juz­
ra (ley prim era, títu lo VII, libro I de la Recopilación gaban convenir a lo Eclesiástico, lo dice expresamen­
de 1680, folio 30 vuelto de la edición citada). Puede te fray Manuel Rodríguez. De este propio modo de
observarse que la llam ada «ejecutorial» perm itía es­ sentir y de hablar usa fray Juan Focher, Veracruz,
tab lecer ante el p ap a un hecho consum ado con esa Bautista, Miranda, Freytas y otros Autores.
tom a de posesión anticip ad a de la diócesis vacante, 26. Los quales (aunque no los citan), pudieron apren­
lo que, a la postre, venía de hecho a convertir la con­ der esta doctrina de la de Juan Andrés, referida por
sagración papal en un trá m ite protocolario. La dis­ Estafileo, que hablando de otro indulto semejante que
posición co rresp o n d ien te no e stá en form a de ley en tienen nuestros Reyes, dice, que así ellos, como los de­

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más que los tuvieren tales, «son Delegados, ó por me­ de presentar que tienen nuestros Reyes de España en
jor decir nudos Ministros del Papa; porque todas las las Iglesias de ella»] por de Legos. Porque el privile­
veces que el Papa transfiere los derechos espiritua­ gio que el Pontífice les concede para am pliar y pro­
les en algún lego, no los hace temporales, ni son fun­ mover su jurisdicción y autoridad, no muda su
dados en el lego, como fundados en él, sino como en naturaleza secular y supuesto que ellos son legos,
un Ministro y Agente en nombre del Papa». Y aun po­ como á legos ó como laycal [subrayado mío], es visto
demos añadir, que en el de Dios, cuyos Vicarios pue­ haverles querido conceder el dicho patronato.
den ser llamados [subrayado mío] en esta parte, según
doctrina de Gregorio López, á quien refieren Gabriel No m erecería la pena div ertirse aquí con el hecho
Pereyra y Don Francisco Salgado. de que sólo una sutileza sofística, un ardid de logo­
He puesto p o r delante esa cláusula 25, porque con­ m aquia, parece que podría deshacer la aparente con­
tiene la argum entación que halla su conclusión en tradicción entre lo aquí subrayado y la afirm ación,
la frase subrayada, donde se contiene la segunda ya citada, del núm ero 26 del cap ítu lo II, en el senti­
subrogación, esto es, la que dando al Papa po r su ­ do de que los derechos esp iritu ales transferidos por
brogado en Dios, p erm ite al fin la subrogación con­ el papa en algún lego no se convierten p o r eso en tem ­
com itante de quien es V icario del Papa en V icario porales «ni son fundados en el lego, com o fundados
de Dios, y salta, po r ende, el posible equívoco an a­ en él, sino com o en un M inistro y Agente en nom bre
fórico de a quién se designa com o Vice-Dios en el del Papa», si no fuese porque al d ecantarse p o r in­
núm ero 19 del capítulo X del libro I de la m ism a te rp re ta r com o «patronato laycal» el de los reyes de
obra. (Véase la N ota 1 de este m ism o texto.) Con todo, E spaña sobre la Iglesia de las Indias, el d octor So­
quien no esté versado en las sutilezas de la logom a­ lórzano sabe m uy bien a lo que va, y que, a la postre,
quia jurídica, podría to m ar com o una contradicción redunda en la defensa ce rra d a de la supeditación de
el que, habiendo dicho en este citado núm ero 26 del la jurisd icció n eclesiástica a los derechos de la do­
capítulo II del libro IV: «Todas las veces que el Papa m inación tem poral. Así, el convalidar com o «laycal»
transfiere los derechos espirituales en algún lego, no el patronazgo real sobre las Indias le perm ite, en el
los hace temporales, ni son fundados en el lego, com o núm ero 9 del m ism o capítulo III, hacerlo inderoga-
fundados en él [debe de q u erer decir “en él en cuanto ble aun p o r el pontífice mismo: «... el patronato Ecle­
lego”], sino com o en un M inistro y Agente en nombre siástico suele se r fácil de d erogar y a ú n se tiene po r
del Papa [subrayado mío], m ás abajo, en el capítulo III derogado, con solo que el Papa quiera hacer colación
del m ism o libro IV de la "Política in d ian a”, tras h a­ [= c o n fe rir un beneficio], eso no procede en el Lay­
b er distinguido dos especies de patronato, en el cal ni en el m ixto y m ucho m enos en el Real, que es
núm ero 1 del dicho capítulo: «que la una llam an pa­ m ás poderoso y eficaz que el de los inferiores y no
tronato Eclesiástico y la o tra Laycal ó de Legos [su­ cae debaxo de las reservaciones y derogaciones ge­
brayado de Solórzano]», se pronuncie decididam ente nerales, com o se colige del m ism o Concilio Triden-
en el núm ero 4 po r el «laycal» con estas palabras: tino...», y en el núm ero 14 del m ism o cap ítu lo y libro
le proporciona argum ento p a ra c o n sid erar el p atro ­
4. Pero yo, si no me engaño, tengo por más cierta nato Real sobre las Indias com o «incorporado en [la]
la contraria [opinión]: conviene á saber, que deben ser Real Corona, com o los dem ás bienes de ella», lo que,
tenidos y juzgados [«los patronatos Reales y derechos finalm ente en el núm ero 17 ibídem , a u to riza rá lo

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que, según lo que h asta el m enos m alicioso puede lado de rebatiña, abandono e incom petencia), ni tan
sospechar, realm ente le im portaba: «... esta incorpo­ siquiera una m ísera sa crista n ía vacante podía cu ­
ración obra, que com o de las dem ás R egalías y bie­ brirse sin conocim iento del poder civil. Y para m ues­
nes de la Corona del Príncipe, las causas y dudas que tra basten estos párrafos en tresacad o s del inform e
se ofrecen, se han de juzgar y declarar por Jueces Se­ que al final de su m andato dio don Francisco de To­
glares, sus Consejos ó Chancellerías diputadas para ledo, virrey del Perú de 1569 a 1581: «En cuanto al
esto, según lo dispone el derecho com ún y del Reyno gobierno e sp iritu a l de aquel reino, católica m ajes­
[subrayado mío]». Por lo dem ás, la irreversibilidad tad, hallé.cuando llegué a él que los clérigos y frai­
del patronazgo real sobre la Iglesia en las Indias, ya les, obispos y prelados de las órdenes, eran señores
se había dejado asen ta d a en el n úm ero 15 del capí­ absolutos de todo lo esp iritu al y en lo tem poral casi
tulo II del m ism o libro IV de la obra en cuestión: no conocían ni tenían su p e rio r [...] Tenían los obis­
pos y prelados la m ano y nom bram iento de los cu­
15. Y esto procederá aun con más llaneza quando ras para las doctrinas y el rem overlos de unas partes
en el privilegio de la concesión del derecho de patro­ a otras cuando querían y por las causas que querían,
nato se puso cláusula anulativa, y decreto irritante sin que el virrey y g o b ern ad o r tuviese con ellos
[=que deja «irrita», o sea sin efecto, cualquier dispo­ mano, ni a u n superintendencia porque el sínodo que
sición jurídica ulterior] de qualquier acto que en con­
trario se intentare: porque este liga al Papa [subrayado les esta b a sentado les pagaban los encom enderos lo
mío], según la común doctrina de todos los Cano­ que había de se r en plata y la com ida y cam arico co­
nistas. braban ellos m ism os de íos caciques de indios con
m ucha vejación y m olestia de los naturales. [...] lo pri­
Se me p erd o n ará que me haya detenido tanto en m ero que hice fue sa c a r de p o d er de dichos obispos
la obra de Solórzano Pereyra, pero me interesaba y prelados la presentación y nom bram iento de los
m o stra r h asta qué punto quien, com o él, es com ún­ clérigos y curas para la doctrina y restituyendo a S.M.
m ente tenido po r la m áxim a au to rid ad ju ríd ic a en en el real patronazgo que tenían usurpado [subraya­
el últim o im pulso que logró recoger y refu n d ir el in­ do mío], h acer po r vuestros m in istro s se p resen ta­
finito y m ás que babilónico desorden secularm ente sen en vuestro real nom bre y se les diesen sus
acum ulativo de los «cedularios» (que si se hubiese provisiones y presentaciones sin las cuales no se les
de juzgar por papeleo la calidad de los imperios, nin­ pagase ninguna cosa de su salario...».
guno se h a lla ría en condiciones de m edirse con el Así es como, al fin, desde los rem otos años de la
Caroli-filipino, tam bién llam ado «Im perio Español») vinculación —e inevitable subordinación— de la cau­
hasta fo rm ar la Recopilación de 1680, con su p a rti­ sa fidei al dom inio tem poral establecida po r don
c u la r aportación a la doctrina del «vicariato Regio», Alonso de C artagena en sus Allegationes, se term i­
dio, p o r así decirlo, fundam entación teó rica a una nó en la total integración de la jurisd icció n eclesiás­
tan total subordinación de la Iglesia am erican a al tica en la adm inistración real; del Arzobispo al
poder tem poral de la m etrópoli, que, en principio (y últim o sa cristá n de la p a rro q u ia m ás rem ota eran
digo «en principio», puesto que tam bién esto, igual ahora —al menos de derecho, por supuesto, que de he­
que todo lo dem ás, se burló, se allanó y se pisoteó cho acaso ni siq u iera se pudiese averiguar—■,puros
cuanto se quiso, en m edio de aquel fu ro r descontro­ y pintos, m ondos y lirondos, funcionarios del Estado.

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pilación de 1680. Dudo que p u ed a h a b e r otro código
Si en tiem pos de Mendoza, o m ucho m ás especial­
en el m undo que acierte a cum plir tan obstinada, tan
m ente en tiem pos de Cisneros, pudo hablarse de una sesuda, tan grave, tan severa y tan profundam ente
poderosísim a influencia de la Iglesia, o m ás bien de
como este la función de verdadero cem enterio escrito
la religión —del m odo peculiar en que aquí ha de en­
de la vida. ¡C uánta m uerte, Señor, no cabe en ese
tenderse esta p a la b ra —■,en el Estado, hasta el punto
punto que en m edio del enunciado de cada ley co rta
de ser tal vez la com ponente m ás activa en la fuerza
la prótasis, p a ra iniciar a renglón seguido con m a­
im pulsora de su nueva configuración, sesenta o se­
yúscula la p rim e ra p alab ra de la apódosis: «Man­
tenta años m ás tard e bien podía decirse, por lo m e­
damos...»!
nos respecto de las Indias, que la Iglesia no era ya
sino una de tan ta s dependencias adm in istrativ as en
Poát sccriptum. Terminado este apéndice, en el
el seno del Estado. O bien, si es que —com o no es diario El País del 30 de noviembre de 1991 leo un
en modo alguno incom patible— quieren verse las co­ artículo de don Octavio Paz que, bajo el título «De­
sas desde una perspectiva casi opuesta, cabe tam bién mocracia: lo absoluto y lo relativo», empieza con
d ecir que Isabel de T rastam ara se sirvió sin duda, estas palabras: « En la Edad M oderna cambia la
y «a todo su beneplácito» —p o r decirlo en palabras vieja relación entre religión y política: en la con­
cervantinas— de la Iglesia C atólica com o de un ins­ quista de América, la política vive en función de
trum ento político, o, en una palabra, de dom inación, la religión, es un instrum ento de la idea religio­
pero, en cu a lq u ier caso, como de un instru m en to sa...» Pues bien, si la interpretación de hechos y
vivo, al m enos p ara ella, un in stru m e n to en el que palabras y la form a en que han sido argum enta­
dos en este APÉNDICE, desde las propias Allega-
creía —a su m anera, claro está, ya que creer siem ­ ñones de Alonso de Cartagena, son mínimamente
pre es c re e r cada uno a su m anera— y del que p a rti­ plausibles, la conclusión a la que llevarían, en lo
cipaba (y, por com paración, basten aquí las m ás que toca a América, —siempre dentro de la rela­
a rrib a citadas palabras de la c a rta de Loaysa), m ien­ tiva validez de toda afirmación unilateral en un
tras que bajo los Augsburgo la religión y la Iglesia tan general orden de cosas— sería la diam etral­
pasaron a ser un ingrediente en la com pacta y estó­ mente contraria a la de la citada apreciación de
lida m asa del Estado, un ingrediente todo lo om ni­ Don Octavio.
presente que se quiera, pero totalm ente m uerto, y no
creo p ecar de m alicioso si añado que tan m uerto
com o el Im perio mismo. Pero vivos o m uertos, en
c u alq u ier época que sea, y vistos desde el punto de
vista que se quiera, lo que no cam bia desde luego en
ningún caso es que la religión fue, com o nunca, un
in stru m en to de dom inación. S ería un e rro r p en sar
que la dom inación necesita, en alguna form a, de la
vida; o, p o r lo m enos, eso es lo que uno saca en con­
clusión tras h a b e r respirado, aunque nada m ás sea
unas cuantas noches, el aire absolutam ente sepulcral
que asciende de cada u n a de las páginas de la Reco­
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de com placerse en el venerable convento de San E s­
teban, de Salam anca, lo m ism o que si lo hiciese en
el de San Gregorio, de Valladolid, y de reco rd ar al
gran dom inico Francisco de Vitoria, con discípulos
tan adm irables como su predilecto M elchor Cano, de
percepción so rp rendentem ente m oderna —en el
buen sentido de la palabra, claro está—■,pero lam ento
que hable del caso com o si lo que se cocinó en el si­
glo X V I en San E steban no hubiese sido, a la postre,
y a despecho de algunos logros siem pre lim itados en
el espacio y en el tiem po, la c a u sa d e rro ta d a p o r la
prepotencia de la historia, que ya en 1539 le dio un
A p é n d i c e IV. p rim e r aviso, y en el propio convento de San E ste­
Réplica a Ju lián M arías y a José M aría G arcía ban, al m a n d a r el em p erad o r la recogida y confisca­
E scudero y defensa de V itoria co n tra sus ción de todos los papeles privados de los frailes que
apologetas tuviesen p o r asunto la cuestión am ericana, al tiem ­
po que p rohibía toda clase de serm ones sobre el
tem a, y que en 1545 —con la derogación de los pun­
tos decisivos de las Leyes N uevas— parece h a b e r in­
N uestro querido, benem érito y siem pre inefable clinado definitivam ente la balanza hacia la victoria
d iario m onárquico de la m añana nos regaló el 12 de final de los derechos de g u e rra de los ex com batien­
agosto de 1988 con un a rtícu lo del no m enos q u e ri­ tes y del principio de dom inación; y en tal sentido,
do, benem érito y cada vez m ás inefable don Julián lam ento tam bién que, frente a equívocos m estureros
M arías, titu lad o «Una form a de antiespañolism o». y apologías am bivalentes jugadas a dos paños, no rei­
No seré yo tan fatuo que me dé po r personalm ente vindique al V itoria de la c a rta al padre Arcos; c a rta
aludido por el eximio Don Julián, pues no puedo im a­ m iserablem ente m anipulada —tal com o puede de­
ginárm elo ocupándose de m is tím idos c ignorantes, m ostrarse texto en mano, que es lo que voy a h a c er
aunque atrevidos escritos, pero sí que, a causa de mi m ás adelan te— de una m anera tan sólo com prensi­
antiespañolism o mental, no puedo por menos de d a r­ ble por una vigencia del principio de a u to rid ad ra­
me po r com prendido, lata sententia, en su anatem a. yana en la abyección, ante las n arices de los propios
Por el contrario, don José M aría G arcía E scudero se frailes de San Esteban, que se la sa b ría n sin duda
dignó ocuparse, y elegantem ente, de algo escrito por de m em oria, precisam ente po r don Ram ón Menén-
mí, si bien p a ra im pugnarlo totalm ente, pues, au n ­ dez Pidal (al que el m ism o G arcía E scudero enum e­
que no me nom bre, determ in ad as citas literales qui­ ra, ju n to con Ortega, como uno de los «gigantes» con
tan cualquier equívoco a la referencia, en un artículo quienes yo me atrevo: «después de atreverse con gi­
del diario Ya del 31 de julio de 1988 titulado «La nue­ gantes com o O rtega y M enéndez Pidal»), sobre todo
va izquierda, S alam anca y el V Centerario». al p a sar en silencio —con la irresponsabilidad de un
A G arcía E scudero le alabo sin reservas el gusto erudito provinciano ansioso de ensalzar a cualquier

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costo la gloria local— la frase decisiva p ara el en­ m assaliotas desde la actual A m purias a la d esap a­
tendim iento de la c a rta y que confuta ro tu n d am en ­ recida Hemeroscopeion, «M irador del día», tal vez so­
te las falsarias intenciones de la frau d u len ta tesis bre el paralelo de Alicante; si en esa form a de
pidaliana —excogitada ad hoc, p a ra dem oler a Las relaciones en las que se había visto el com ercio ac­
Casas, dejándolo en so litario frente a sus herm anos tu a r com o m ed iad o r de paz, colocando los intereses
de orden— de que V itoria no tenía juicios hechos, de las partes, no ya en oposición, sino en sim biosis,
d u daba en su conciencia, no osaba juzgar, etcétera. había puesto, com o yo oso pensar, V itoria su espe­
Pero V itoria osaba ju zg ar y, al m enos en privado, juz­ ran za,1 al-elegir p o r ju sto títu lo el derecho de co­
gaba, y con toda la d rástica e inequívoca energía que mercio, ningún e rro r pudo h a b e r com etido m ás
expresa la m etáfora tom ada del salm o Su p er [lam i­ fatídico ni de consecuencias m ás patéticam ente con­
na Babiloniae, el m ás trem endo del salterio. Y si en tra ria s a la buena voluntad de su intención y su m e­
público optó p o r g u a rd a r m ás discreción, ello pro­ jo r deseo. M uchas veces me he preguntado qué
bablem ente se debió a un últim o escrú p u lo de con­ h o rro r no sen tiría el padre V itoria si levantara la ca­
ciencia de no p o n er en a p rie to s insalvables la beza y extendiera la vista sobre la infinitud de
conciencia de aquel a quien, a p e sar de todo, seguía prepotencias, crím enes y depredaciones que, es­
reputando, en sus luchas de Alemania, com o el de­ grim iendo el derecho de com ercio bajo el sutil pero
fensor de la C ristiandad frente al protestantism o. Por decisivo q uid pro quo que lo invierte de títu lo
eso m ism o tal vez, dejó la salida de poner en el p ri­ de legitim ación en patente de corso y en co a rtad a de
m er lu g ar de los justos títulos —escogido, sin duda, designios anteriores,2 ha perpetrado desde entonces
por el criterio de la m ayor inocuidad— el del dere­ el colonialism o europeo, em pezando p o r las com pa­
cho de com unicación y comercio, extraído del paga­ ñías com erciales inglesas y holandesas, que, pronto
no ius gentium , con arreglo a la m ás alta tradición —inm ediatam nte después de la fundación de Bata-
dom inica: la del iu sn atu ralism o de Tomás de Aqui- via y unos 40 años antes de las de Nueva Am sterdam
no, el verdadero gigante de esta historia, de quien, (hoy Nueva York) y Ciudad del Cabo, holandesas tam ­
siendo un joven gordo y ta c itu rn o y habiendo reci­ bién, com o B atavia— recibirían el refrendo teórico
bido por ello, en la Sorbona, el sobrenom bre de «el del Mare Liberum (1604), de Hugo Grocio, que es casi
buey silencioso», su m aestro Alberto M agno había el m anifiesto fundacional del liberalism o, y que, por
profetizado: «Los m ugidos de este buey resonarán en cierto, no deja de citar, au nque reorien tan d o y p er­
toda la C ristiandad».
Pero si al se ñ ala r com o principio de legitim ación
el del derecho de comercio, V itoria pensaba, com o 1. F u n d o e s ta p resu n c ió n en u na de la s ú ltim a s fra se s, del n ? 18
yo creo, en relaciones, si es que no idílicas, al m enos y ú ltim o d e la III p a rte d e s u s Relecciones: « T én gase en c u e n ta
q u e lo s p o r tu g u e se s tien en m u ch o c o m e rc io c o n p u e b lo s s e m e ­
de las m ejores conocidas entre pueblos étnica y cu l­ ja n te s a e s to s, sin haberse enseñoreado de ellos [su b ra y a d o m ío],
tu ralm en te distintos, com o la que p o r varios siglos y sa ca n , en v erd ad , g r a n d e s p ro vech o s».
perduró, con pacíficos y profundos intercam bios, en­ 2. T o d avía B is m a rc k , en la se g u n d a m itad d el s ig lo X IX , d a r á
tre galos y helenos, en la fundación fócense de Mas- e x p re sió n a la d o c trin a en su c é le b re c o n sig n a re sp e cto d e la s c o ­
salia (la actual M arsella, donde hoy se odian y m atan lo n ia s: Die Flagge folgt dem Handel («Ai c o m e rc io s ig u e la b a n ­
dera»); e s to es, p rim e ro lo s h ac e m o s c lie n te s y lu ego y a los
m oros y franceses) y en las u lte rio res fundaciones h are m o s sú b d ito s.

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virtiendo ad hoc la intención propia de los argum en­ E uropa rubia, no pueden im ag in ar que su rechazo
tos, a V itoria y a Vázquez de M enchaca. ¡Con qué in­ pueda proceder del deseo, tal vez ya inútil y deses­
finita am argura y repugnancia el buen padre Vitoria perado, de re s ta u ra r la m em oria y el buen nom bre
a rro ja ría lejos de sí, com o una condecoración del del m alcondecorado. Quien ha leído la c a rta de Vi­
m ism o Satanás, los entorchados de benem érito «pa­ toria al padre Arcos, no en busca de algo de que po­
dre del derecho internacional m oderno» con que d e r servirse en una apologética ya preestablecida,
toda la piratesca can alla b lan q u irru b ia del colonia­ sino tra tan d o de escuchar, con tan to afecto com o
lism o y del liberal-capitalism o ha q uerido pagarle, condescendencia, alg u n a palpitación de la bondad,
agradecida, los favores recibidos, sin p ararse a con­ po r m uy e n c u b ie rta que esté p o r toda su erte de fac­
siderar hasta qué punto tal form a de recibirlos y apli­ tores contextúales, o m ucho me he engañado o llega
carlos era totalm ente inopinable, ajena y h asta realm ente a e sc u c h a r esa palpitación. ¿He leído yo
diam etralm ente contraria a las intenciones del autor! con dem asiada buena voluntad y me equivoco al pen­
Sin duda, p a ra una form a de patriotism o, p ara un s a r que nada p o d ría se r m ás ajeno al ánim o y a los
españolism o que, com o el de M enéndez Pidal o de sentim ientos de V itoria que la infam e función que
M arías, adolece de m anías de grandeza, la sola idea su derecho de com ercio llegó a c o b ra r en el colonia­
de devolver u n a condecoración internacional o tor­ lism o europeo posterior, o he leído bien y el honor
gada a un español, incluso po r las m anos m ás en­ de V itoria está en m is m anos y no en las de quienes,
sangrentadas y sobre todo si son blancas y de vello com o M enéndez Pidal, tra tan de d egradarlo con una
rubio, no puede responder m ás que a un arreb ato de «talla internacional» que no es sino un baldón de ini­
«histeria» antiespañola, con «secreción de bilis»3 quidad, con tal de enaltecerlo socialm ente, dado que
po r parte de intelectuales resentidos que q u e rrían en los salones europeos es de mal tono re c u rrir a los
reb ajar «la talla internacional» de un teólogo ju rista peristas para averiguar la procedencia y la buena ley
sólo por la inquina que les inspira el que sea español. de las condecoraciones?
O bedientes al sistem a de «peer en botija para que Más abajo, resulta chocante que, respecto de la ce­
retum be», propio de todo apologeta profesional, no lebración de un centenario, G arcía E scudero diga
conciben que haya quien exam ine y seleccione las que, a su juicio, «la celebración m ás eficaz del acon­
condecoraciones y las alabanzas y devuelva las que tecim iento h a b ría sido d e ja r la H istoria a los histo­
huelen a sangre y hieden a bandido; no conciben que riadores». Pero tal proposición no ten d ría m ás
haya quien, tal vez equivocadam ente, pero con toda resp u esta ap ro p iad a que la de d e ja r a los h isto ria­
buena fe, no crea que se pueda ec h ar sobre las es­ dores la propia celebración del centenario, pues no sé
paldas de V itoria toda la infam ia secu lar que con la cóm o éste p o d ría se r o tra cosa que una celebración
co artad a de su ju sto títu lo del derecho de com ercio histórica, en la que los histo riad o res nos invitarían
han p erp etrad o después sobre otros pueblos las na­ a todos los dem ás a p a rtic ip a r en la efem éride. Me
ciones blancas. Como p ara el sistem a de «peer en bo­ temo, pues, que lo que con tal frase quiere decir G ar­
tija para que retum be» todas las condecoraciones cía E scudero es que los profanos no nos m etam os
buenas son, pero sobre todo las que vienen de la a e sc u d riñ a r en los docum entos originales del ayer
y confiem os esa ta re a a sus sacerdotes, que son los
3. E x p r e sio n e s de J u liá n M a r ía s en el a r tíc u lo citad o . acreditados y consagrados para estab lecer la verdad

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canónica y oficial. El C entenario im pondría el cono­ im p o rtarn o s la A m érica actual y su porvenir o su
cim iento histó rico ya m asticado, com o p o r una es­ presente. Y aquí disiento de él, pues creo que nada
pecie de función tro faláctica de los h istoriadores renueva y p erp etú a m ejor el pasado que la co n stan ­
respecto de las m asas retro an alfab etizad as po r los te apelación al futuro, la etern a e inalcanzable zana­
media, proporcionando a los b o q uiabiertos visitan­ horia que la c a b rita lleva colgando de una cuerda
tes de la gran D isneylandia sevillana un conocim ien­ delante de su boca.
to histórico ya arm ado en form a de férula ortopédica Pero él m ism o ha dicho, en una apreciación, po r
capaz de hacerlos encajar en un ya prefigurado e ine­ lo dem ás exagerada, p o r infravalorar tal vez las di­
luctable porvenir, ya que, si se celebra, es que algu­ ferencias:’ «¿Qué es el problem a actual del Tercer
na función se le atribuye. ¿O es sólo un pretexto M undo sino el problem a que el m undo del D escubri­
prom otor de incalculables inversiones económ icas m iento de América planteó a los españoles?». Lo cual
que a u m e n tarían la riqueza de la nación, no im p o r­ no entiendo bien de qué m odo se conciba con su des­
ta si incluidos o excluidos los propios v isitantes?4 dén implícito por quienes pretenderían «hacer lo que
Pero, en tal caso, ¿qué m ás da el pasado tal com o nos Pereña llam a el proceso a la conquista».
lo cuenten o dejen de co n tar? Bien es verdad que lo No se tra ta exactam ente de un «proceso a la con­
que propone G arcía E scudero a cam bio de «me­ quista» p o r sí m ism a y en sí m ism a, sino de un pro­
ternos en historias», com o m ás eficaz celebración, ceso a la H istoria Universal, p a ra el cual el proceso
tiene, aunque sólo p o r encim a, cierta a p arien cia po­ al descubrim iento, la conquista y la colonización de
sitiva: «E xam inar cuáles son las posibilidades del Am érica tiene especial interés p o r afe c ta r al p rim e r
m undo h isp an o p arlan te c a ra al futuro, y cuáles las m ovim iento del últim o d e sp e rta r de la gran bestia;
de E spaña com o e slabón o b isagra en tre ese m undo la experiencia de los hechos españoles tiene p a rti­
y Europa». Pero él sabe muy bien que estas no son cu larísim o interés po r situ arse en el m ism o um bral
m ás que p a la b ras de u n a vieja jerga, estéril y hasta del despertar, entre el sueño y la vigilia.5 Sólo los
vacía, de funcionarios que necesitan ju stific a r un españoles recibieron de lleno en sus sentidos el gol­
sueldo, y en los que la falta de convicción se delata pe an o n a d ad o r de una novedad inconm ensurable
sin m ás por el hecho de tener que a u p a rse ilu so ria­ para su experiencia. Por eso sólo ellos necesitaron
m ente en los fastos puram ente propagandísticos de potenciar las reservas existentes; un inglés o un ho­
un centenario. H acen antes la propaganda que la landés, que ya habían aprendido de españoles y po r­
cosa, para ver si la propaganda los sugestiona y los tugueses lo que era un indio, un indígena, un nativo,
convence para h acer la cosa. ¿qué necesidad tenían de averiguar si en la S u m m a
A quienes nos obstinam os, en cam bio, «en desen­ Theológica había alguna previsión que hiciese al
te rra r el pasado para d estruirlo en un insensato a rre ­ caso? Por eso, sólo en E spaña se dejaron oír po r al­
bato patológico» nos acu sa de que nada parece gún tiem po los m ugidos del Buey Silencioso, y el ius-
natu ralism o de Tomás de Aquino fue, ju stam en te en
4. P u e s h o y ya s a b e m o s q u e lo q u e un triste d ía se llam ó , a u n ­
q u e co n la s m e jo re s in ten cio n es, « la riq u e za de la s n acio n es» a p e ­
nas tien e q u e ver con el b ie n e s ta r g e n era lizad o d e los p a rtic u la re s, 5. O m á s bien en tre e l o s c u ro p e ro c a d a vez e sc la re c ie n te
sa lv o co m o un e fe c to s e c u n d a r io c u a n d o a la « riq u e z a » en a b s ­ su e ñ o d e la E d a d M ed ia y la d e s lu m b ra d o ra p e ro te r r o r ífic a
trac to le van las c o s a s e x c e p c io n a lm e n te bien. p e s a d illa d e la E d a d M o d e rn a .

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virtud de su propia discronia con respecto al signo a la exigencia de cum plim iento total inherente a la
de los tiem pos, el verdadero soplo del espíritu, la re­ utopía, re c u rría al expediente de reducir a «no hom ­
sistencia enfrentada a la arro lla d o ra galerna de la bres» a los que hiciesen defección a la realización
H istoria Universal. Que esta ú ltim a fue la que ven­ de la utopía. El cum plim iento de la utopía im plícita
ció y que el espíritu fue el d errotado nada podría re­ en la p alab ra «hum anidad» y que h a ría verdadera
frendarlo m ás rotundam ente que el que llegase a la hipótesis ética del iu sn atu ralism o c o n sistiría en
d em ostrarse com o c ie rta la hipótesis im plícita en la que la categoría cualitativa, o sea, la que designa en
ya citada frase de G arcía Escudero: «¿Pero qué es el sentido intensional la cu alid ad hum ana, conviniese,
problem a actu al del Tercer M undo sino el problem a sin excepción, a la facticidad del conjunto em pírico
del m undo que el D escubrim iento de A m érica plan­ denotado por el sentido extensional de la palabra Hu­
teó a los españoles?». m anidad.
Sea, si queréis, el iusnaturalism o, ontològica y aca­ La d o ctrin a del iu sn atu ralism o to m ista p a rtía de
so tam bién antropológicam ente, una ilusión, una fic­ la frase evangélica «Mi reino no es de este m undo».
ción piadosa, pero nadie puede negar que es cuando Si Cristo había negado ser rey de la T ierra (o, por
m enos una hipótesis ética m ilenariam ente resisten­ m al nom bre, «Príncipe de este Mundo»), el pontífi­
te. B asta co n sid erar que lo que dice «hum anidad» ce, en cuanto V icario de Cristo, carecía de sobera­
en su sentido intensional, esto es, com o categoría nía y ju risd icció n se cu la r universal (aunque, com o
cualitativa, no recubre en m odo alguno la experien­ hom bre, pudiese gozar de un principado territorial),
cia em pírica de lo que dice «H um anidad» en su sen­ y tanto m enos sobre pueblos paganos o infieles, que,
tido extensional, esto es como nom bre colectivo del a diferencia de los cristianos, ni siquiera habían re­
conjunto de los hom bres dados, pues adm itim os que cibido o aceptado la Revelación; los cristianos,
esta H um anidad com prenda o pueda com prender a habiéndola aceptado, le estaban al m enos espiritual­
muchos hom bres a los que tacharíam os de «inhum a­ m ente —pero sólo espiritualm ente— sujetos. De esta
nos». Y aun p o d ría decirse que la p alab ra «hum ani­ m anera, p ara Santo Tomás, los príncipes infieles o
dad» no es sólo el nom bre de la hipótesis ética del paganos tenían una soberanía tan legítim a com o la
iusnaturalism o, sino que im plica, inevitablem ente, de los cristianos, pues el poder tem poral no se fun­
una utopía. C am panella resolvía su utopía con el ex­ daba ni p ara unos ni p ara otros en un derecho divi­
pediente ad hoc de que quien no se intregrase en su no relacionado con la Revelación, sino en un derecho
Ciudad del Sol había de ser reputado por no humano. natural, ajeno y a n te rio r a ésta, y respecto del cual
¿Por qué necesitaba re c u rrir a tan artificio sa com ­ todos los poderes terren ales eran igualm ente legíti­
ponenda, sin que le satisficiese o tra opción m enos mos (por m ucho que incluso este derecho natural fue­
problem ática, com o la de llam arlos «hom bres m a­ se tam bién, en últim a instancia, de origen divino,
los»? Sim plem ente porque la utopía no está en el salvo que solam ente por d im a n a r de la Creación,
concepto de virtud ni en ningún otro sem ejante, sino pero no de la Revelación). Así el iu sn atu ralism o
tan sólo en el de hum anidad. No hay cum plim iento tom ista había dejado im pugnada, con decenios de
utópico parcial; por eso Cam panella, para que los anticipación, la d o ctrin a de los dos poderes, el Pon­
hom bres integrados en su Ciudad del Sol fuesen «to­ tificado y el Im perio, igualm ente divinos, p a rtic u ­
dos los hom bres» y no una p arte de ellos, conform e larm ente defendida, com o es notorio, p o r Dante

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Alighieri; no h ab ría n de tener, sin em bargo, la m is­ to Tomás el lu g ar que se m erece. C ontra lo que Vito­
m a fortuna los sucesores de Tomás de Aquino, cu an ­ ria no parece h a b e r encontrado, en cam bio, ningún
do los «intelectuales orgánicos» —com o hoy se argum ento de Santo Tomás es contra la tan deb ati­
d iría —6 del e m p erad o r Carlos V quisieron rem ozar da d o ctrin a a risto télica respecto de los llam ados
la d o ctrin a dantesca bajo el lem a «Un M onarca, un «am entes», o sea, los pueblos que, por su capacidad
Im perio y una E spada»,7 que si tal vez tuvo poco m ental «se hallan en la necesidad de se r goberna­
éxito teórico, triunfó, no obstante, en toda la línea, dos y regidos po r otros» (De Indiis prior, 1.a parte,
y extralim itándose incluso de las m eras atrib u cio ­ n? 23, epígrafe Respuesta a otro argum ento contra­
nes tem porales, en el plano de los hechos, pues el em ­ rio)-, tal vez de ello se deriva el hecho de que encon­
perador hizo y deshizo «a todo su beneplácito» —por trem os u n a c ie rta incongruencia o, al menos,
decirlo con palabras cervantinas— no sólo en lo tem ­ vacilación entre ciertos pasajes de ese epígrafe y una
poral o profano, que le correspondía, sino tam bién frase del núm ero 18 de la 3.a p a rte de la m ism a re-
en lo e sp iritu a l o religioso frente a todos los papas, lección; c ita ré de ellas lo e stric tam e n te necesario:
al m enos po r cuanto a las Indias se refiere. I, 23. «... la m ente de A ristóteles no ha sido, c ie rta ­
El c a rd e n a l C ay etan o —g e n e ra l de la O.P. d e s ­ mente, que los que sean de escaso ingenio sean p o r
de 1508— fue quien, estudiando la Secunda Secundae natu raleza siervos y no tengan dom inio ni de sí ni
de Tomás de Aquino e inform ado h acia 1517, por de sus cosas. Él tra ta b a de la servidum bre civil y le­
frailes de su propia orden, de los hechos de las Anti­ gítim a porque reconoce que nadie es esclavo p o r na­
llas, recu rrió al iu sn atu ralism o to m ista para cues­ turaleza. »
tio n a r las atribuciones pontificias p a ra la donación III, 18. (Donde es preciso a d v e rtir que sólo m uy
al rey de E spaña sobre las nuevas islas y tierras des­ condicionalm ente tra ta de un posible octavo títu lo
cu b iertas «e p o r descobrir», y de él sa ca ría V itoria legítim o —habiendo llam ado al a n te rio r «séptim o y
en 1532 el fundam ento para im pugnar en sus relec­ últim o [subrayado mío]»— con estas palabras: «Otro
ciones De Indiis la legitim idad de la fam osa bula In­ título podría, no c iertam en te afirm arse, pero sí dis­
ter Caetera otorgada en 1493 po r Alejandro VI, en la cutirse...») «Hay que a p u n ta r tam bién que en esta a r ­
que tran sfería a los Reyes Católicos el poder secu­ gum entación puede aprovecharse lo antes afirm ado:
lar sobre las islas nuevam ente d escu b iertas «e por de que hay quienes son siervos por naturaleza, y
descobrir», y a p a rtir de ello, en el capítulo de los com o tales parecen se r estos b árb aro s, podrían p o r
títulos no legítimos, recu saría el prim ero con la con­ lo tanto s e r gobernados com o siervos.»
clusión: «El e m p erad o r no es señor de todo el orbe». Por lo dem ás, tam poco Las Casas, respecto de esta
Todo lo cual es sobradam ente conocido y sólo se re­ m ism a cuestión de los «am entes» —al m enos a te­
cuerda aquí para devolver al iusnaturalism o de San- no r del resum en que de su controversia, de 1550, con
el doctor Sepúlveda hizo fray Domingo de Soto—, pa­
6. Al m e n o s el c a n c ille r M e rc u rin o G a ttin a r a —e x p re sa m e n te rece que encontró nada en las doctrinas de Santo To­
c o n o c e d o r y p ro p u ls o r d el De Monarchia d e D an te— y el s e c r e ta ­ m ás que poder esgrim ir contra Aristóteles en cuanto
rio d e c a r t a s la tin a s A lfo n so d e V ald és, p o r lo q u e yo p u e d a re­
c o r d a r a h o ra .
a que los «am entes» sean «siervos por naturaleza»,
y sólo ac ertó a d istin g u ir «tres m aneras o linajes»
7. De lo s v e rs o s de H e rn a n d o de A cu ñ a: «U na g re y y un p a sto r
só lo en el su e lo /U n m o n a rc a , un im p e r io y u n a e sp a d a » . de bárbaros, de los cuales sólo a los últim os h a b ría

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querido, según él, referirse el filósofo al decir que en la buena conciencia n ecesaria p ara ju stific a r los
son «siervos p o r naturaleza» («Y p o r aventura —co­ atropellos com etidos con los indios, o, inversam en­
m enta, siem pre según el resum en de Soto— lo dijo te, en las acusaciones co n tra sus fautores, la m ás
po r algunas gentes que eran en la conquista de Ale­ apasionada), tan to po r p a rte de los «detractores»
jandro», aunque, por cuanto yo pueda sab er o recor­ —desde fray Tomás Ortiz, el m ás feroz de todos, pa­
dar, el siniestro co n q u istad o r m acedonio, pese a sando por Fernández de Oviedo (aunque éste no, por
haber tenido tal m aestro y un baño superficial de cierto, para ju stifica r infam ias que fue m ás duro que
c u ltu ra helénica, se movió siem pre —diga lo que di­ nadie en denunciar), h asta fray Domingo de Betan-
jere fray B artolom é— en tre la flor y n a ta de las cul­ zos, que, sin em bargo, a la hora de la m uerte, se re­
tu ra s orientales, m ucho m enos b á rb a ra s sin duda tra c ta ría .p o r escrito ante testigos de lo que
—salvo alguna reserva que pudiese c a b er respecto realm ente dijo y de lo que se le a trib u y ó — com o por
de los tracios y los escitas— que los propios mace- parte de los «defensores».
donios), p ara a c a b a r con el m ero argum ento de he­ Pero, antes de e n tra r en el escabroso asunto de la
cho de que los indios no encajaban en absoluto en c a rta de V itoria al p a d re Arcos, m e d etendré breve­
la tercera «m anera o linaje» de bárbaros, «m ostran­ m ente en otra com ponenda que el siem pre idílico Me-
do —dice el resum en de Soto— que au nque tengan néndez Pidal arre g la en el m ism o texto («Vitoria y
algunas costum bres de gente no tan política [...] no Las Casas», conferencia leída en San Esteban, de Sa­
son en este grado b árb aro s; antes son gente gregátil lam anca, el 19 de octu b re de 1956) en tre su am ado
y civil, que tienen pueblos grandes, y casas, y leyes, V itoria8 y su ad m irad o em perador. H ablando de la
y artes, y señores, y gobernación...»; argum ento de
hecho, que, por cierto, se lee ya en V itoria, en el m is­ 8. A m ad o m ás q u e p o r V ito ria m ism o , p o r a v e rsió n a L a s C a ­
mo lugar I, 23 de De indiis prior, poco m ás a rrib a del sa s, a l ig u a l q u e éste — y a q u í c o in c id o co n la o p in ió n de Don
pasaje antes citado, casi con las m ism as palabras: «Es R a m ó n — p a re c e h a b e r a m a d o a los in d io s m á s b ien com o un re­
fle jo d e la a v e rsió n q u e s e n tía p o r la s o b ra s de lo s e sp a ñ o le s. S a l­
m anifiesto que tienen cierto orden en sus cosas, vo q u e — a u n q u e m en o s v ir tu o so y m e n o s ú til p a ra la p ro p ia
puesto que tienen ciudades debidam ente elegidas, s a lv a c ió n p e r s o n a l— e s e o d io se m e a n to ja m u c h o m á s id ó n eo en
m atrim onios reglam entados, m agistrados, señores, c u a n to c r ític a d e la h isto ria y del p o d e r — a u n q u e en L a s C a s a s
leyes, artesanos, m ercados, todo lo cual requiere uso to d avía en el e s ta d io d e in tu ic ió n — q u e la s p ía s te a tra lid a d e s de
lo s c o m p a d e c e d o rc s p r o fe s io n a le s de p u e b lo s o p rim id o s, q u e a
de razón», cosa que induce a sospechar que, tal como, v e ce s rayan en g ra d o s d e in d e c e n c ia c o m o e l de B e rtra n d Rus-
siquiera en esto, reconoce el propio Don Ramón, Las seil, c u a n d o p ro clam a co m o uno de los se n tim ien to s c a p ita le s qu e
Casas estaba tan cerca de V itoria que h a sta se p e r­ han g o b e rn a d o su v id a « u n a in so p o rta b le c o m p a s ió n p o r lo s s u ­
m itía abrevarse en su venero, no m enos que V itoria frim ie n to s d e la H u m an id a d » . E n c u a n to a l a m o r d e L a s C a s a s
p o r lo s in d io s, no se tra ta , p o r co n sig u ien te , d e p e d ir a n a d ie un
se había abrevado en el de Vio (com únm ente m enta­ sen tim ie n to tan d ifíc il, y fo rz o sa m e n te fic ticio , a c a u s a d e su p r o ­
do p o r el sobrenom bre toponím ico de «Cayetano», p ia in co n creció n , sin o d e la so sp e c h a d e u n a p o sitiv a fr ia ld a d q u e
po r ser n a tu ra l de Gaeta), y éste, a su vez, finalm en­ sa lta de p ro n to d e un p a s a je de su p ro p ia Historia de las Indias,
te, en Santo Tomás de Aquino. C om oquiera que sea, c u a n d o h a b la n d o d e sí m ism o —en te rc e ra p e rso n a co m o s u e le —,
a p ro p ó sito de la d e c isió n d e d e ja r vacos a lo s in d io s d e su e n c o ­
en este p unto de los «am entes» fueron los argum en­ m ien d a, d ice: « N o p o rq u e no e s ta b a n m e jo r en su po der, p o rq u é
tos de hecho los que dom inaron del todo en la disp u ­ él los tr a ta b a c o n m ás p ie d a d y lo h ic ie r a co n m a y o r d e sd e a llí
ta (que fue, po r in te rfe rir del m odo m ás directo ad e la n te y s a b ía q u e d e já n d o lo s é l lo s h ab ía n d e d a r a q u ie n los

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c a rta de éste al p rio r de San E steban, del 10 de no­ za respecto a la d o ctrin a sostenida p o r los profeso­
viem bre de 1539, encargándole que prohibiese todo res de San E steban en los papeles requisados seis
debate o serm ón público sobre cuestiones de las In­ m eses antes, no p reten d ería C arlos encom endar la
dias por p a rte de los frailes y que confiscase todos dirección e sp iritu a l de todo el clero de Nueva E spa­
los papeles privados de los dichos frailes que toca­ ña al recién elegido p rio r de San Esteban, fray Do­
sen al asunto «así en lim pio com o en m inutas y m e­ m ingo de Soto, y a sus frailes». El arreglo de Don
m oriales» y que se los rem itiese p a ra exam inarlos, Ram ón es aq u í conciliatorio h asta lo sonrosado: el
am én de o rd en arles que no volviesen a h a b la r m ás golpe de m ano de C arlos V de 1539 sobre el conven­
de la cuestión, don Ram ón M énendez Pidal alega que to de San Esteban no responde en ab soluto a ningu­
el em p erad o r lo hace po r celo de que ello pueda ir na sincera preocupación im perial p o r un posible
«en desacato del Vicario de Cristo», para añ ad ir m ás «desacato del V icario de Cristo», sino todo lo con­
adelante: «Si hubiese quedado la m enor desconfian­ trario; responde a la fu ria del em perador po r las ges­
tiones de fray B ernardino de M inaya que, a sus
h a b ía de o p r im ir e fa t ig a r h a s ta m a ta llo s, co m o a l c a b o lo s m a ­ espaldas y con una c a rta de presentación de la em ­
ta ro n , p e ro p o rq u e, a u n q u e le s h ic ie r a to d o el b u e n tra c ta m ie n to
q u e p a d re p u d ie ra fa c e r a h ijo s, co m o el p r e d ic a r a no p o d e rse te­ peratriz, ha conseguido traslad arse desde las Indias
n e r co n b u e n a c o n c ie n c ia , n u n c a le fa lta r a n c a lu m n ia s d ic ien d o : h a sta Roma y p rese n tarse al pontífice Paulo III h as­
"A l fin tien e in d io s; ¿ p o r q u é no lo s d e ja , p u e s a fir m a s e r tir á n i­ ta lograr de él que prom ulgue la fam osa bula Subli-
co?", aco rd ó totalm ente d ejallo s» . Tal d esp reo cu p ació n p o r los co n ­ m is Deus, de 9 de ju n io de 1537, las m ás favorable
cre to s in d io s c o n o cid o s c u y o d estin o e s ta b a to d avía en su s m anos,
só lo p o r no m e n o s c a b a r su a u to r id a d en la m isió n q u e h a b ía to ­ a los indios de cu an tas se han dictado, proclam ando
m ad o a carg o, c o n trasta v iv am en te con la ac titu d de V asco de Qui- entre o tras cosas que «tales indios y todos los que
roga, el o b isp o d e M ic h o a c á n , qu e au n h a c ie n d o la s d e n u n c ia s m ás tard e se descubran po r los c ristia n o s no pue­
m ás te r r ib le s en c a r t a s a l e m p e ra d o r y a l C o n s e jo de In d ias, e s ­ den ser privados de su libertad por m edio alguno,
p e c ia lm e n te so b re la e s c la v itu d , don de a l o íd o d el le c to r re sa lta
u na p a r t ic u la r s e n s ib ilid a d c u a n d o a p ro p ó sito d e cóm o se m a r ­ ni de sus propiedades, au nque no estén en la fe de
c a b a n a fu e g o (con la G d e « g u e rra » , c o m o se so lía) in c lu so «a
n iñ o s de teta de tre s o c u a tr o m eses» , h a c e e s ta p r e c is a o b s e r v a ­ los indios». N o se com pren d e q u e un ju r is ta com o él no se dé c u e n ­
ció n: « h e rrad o s c o n el dich o h ierro tan g ran d e q u e a p e n a s les c ab e ta de q u e la im p a r c ia lid a d q u e p ide — y q u e a L a s C a sa s, en su
en lo s c a r r illo s » , no se p re o c u p ó d e c o n s e r v a r e s c la v o s y e s c la ­ p a p el de « a b o g a d o d efe n so r» , d is p e n sa d e te n e r — no s e r ía sin o
v a s de su p ro p ie d a d , ya se a en la c a s a com o en el o b isp a d o , p ero ¡a q u e c o n s id e ra s e al m ism o n ivel de to d o s lo s d e m á s d e re c h o s
sí, en cam b io , de h a c e r lo s lib re s a to d o s en su testam en to . V ol­ el m ás p a r c ia l y u n ila te ra l d e to d os e llo s : el d e re c h o d e g u e r r a
vie n d o a L a s C a s a s , e s c u r io s a la o p in ió n de A lfo n so G arcía-G allo , del ven ced o r, q u e en e s te c a s o es, p o r a ñ a d id u r a , en un g ra d o a b ­
a qu ien , p a re c ié n d o le e x a g e ra d o « q u e d e fe n d ie ra a lo s in d io s p o r soluto, a g r e s o r no p ro v o c a d o y c o n q u ista d o r d e fin itivo . E l d e re ­
o d io a los e sp a ñ o le s» («yo no d ir ía tanto», es su exp resión ), le a t r i­ ch o d e g u e r r a es, sin d u d a , el a b o rig e n p r e h is tó ric o d e la
b u ye, sin e m b a rg o , la p a rc ia lid a d d e un a b o g a d o d efen so r, que, c o n c e p c ió n m ism a d el D erec h o (segú n la te sis d e W alter B e n ja ­
c o m o tal, no tien e p o rq u é c o n s id e r a r lo s d e re c h o s d e la o tra p a r ­ m ín so b re « la v io le n c ia c re a d o ra d e d e re c h o » — v é a se : La policía
te, esto es, aq u í la d e lo s e s p a ñ o le s: « É s to s —e s c r ib e — v in ie ro n y el Estado de derecho, T om o I, p á g in a 6 3 9 — ), p e ro p o r e so
al N u evo M u n d o co n la e s p e ra n z a de h a c e r fo rtu n a , y al m ism o m ism o e s tá antes y fuera d e to d o s lo s d e m á s d e re c h o s. Lo q u e lo s
tiem p o c o n la id ea m isio n a l d e c o n v e rtir a lo s in d io s. M u c h o s d e e s p a ñ o le s p u d ie se n r e c la m a r com o d e re c h o p a r a sí fren te a los
e sto s e s p a ñ o le s se p a g a ro n e l v ia je d e sd e E s p a ñ a , lu c h a ro n c o n ­ in d io s, o m á s b ien sobre e llo s , e r a ni m á s ni m e n o s q u e el d e re ­
tra lo s in d io s a su co sta , s e ju g a r o n la v id a , s u frie n d o la e n fe rm e ­ ch o d e g u e r r a y d e c o n q u ista q u e c o m o ex combatientes c o n s i­
d ad y e s p e ra ro n o b te n e r u n a re co m p e n sa q u e a v e ce s lle g a b a y d e ra b a n d e ju s t ic ia le s fu e s e c o n ce d id o . P ero y a in c lu so en el
o tr a s no. S in em b a rg o , L a s C a s a s v io ú n ic a m e n te lo s d e re c h o s de s ig lo X V I Vázq uez de M e n c h ac a, a le g a a l re sp e cto m u y g ra c io sa -

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Jesucristo; y podrán libre y legítim am ente gozar de modo que este era el verdadero am biente entre el em ­
su lib ertad y de sus propiedades, y no serán escla­ p erad o r y el papa, y si en 1540 C arlos V encarga a
vos...». Pero m ás que al contenido m ism o de la bula fray Domingo de Soto «la dirección espiritual de todo
(que, por lo dem ás C arlos V logró que el papa se la el clero de Nueva España» la razón de ello no es,
com iese con p a ta tas frita s apenas un año y 10 días com o dice M enéndez Pidal, que, en efecto, ya no que­
después de su prom ulgación, m ediante un breve que daba «la m en o r desconfianza respecto a la d o ctrin a
la revocaba el 19 de ju n io de 1538) la fu ria del em ­ sostenida p o r los profesores de San Esteban», sino
perad o r respondía al hecho de que algo, incluso de que, entretanto, el em perador ha logrado c o rta r d rás­
índole estrictam en te e sp iritu al, pudiese ir de las In­ ticam ente cu a lq u ier posibilidad de contacto directo
dias h asta Roma, sin p a s a r por su supervisión. Tan entre las Indias y Roma y viceversa, de m anera que
insincero era, en todo caso, el celo que le atribuye en 1540, com o dirían los am ericanos, «todo está bajo
Don Ram ón p o r evitar un «desacato del V icario de control», bajo el control del emperador, naturalmente.
Cristo» que, p o r real orden de 6 de septiem bre del Vengamos, pues, de u n a vez, a la fam osa c a rta de
m ism o 1538, intro d u jo el llam ado «pase regio», por V itoria al padre Arcos, de cuya d a ta no me consta
el cual nada podía salir de Roma hacia las Indias sin m ás que el año: 1534, esto es, dos años después de
p a sa r por las m anos del Consejo de Indias y h ab er h a b e r redactado, conform e se supone, sus «releccio­
obtenido, tras m inucioso exam en, la debida ap ro b a­ nes »De indis, y habiendo o c u rrid o entrem edias Lo
ción o, en caso de no obtenerla, debía volver a Roma de Cajamarca, po r llam arlo así.
p ara que «se suplique de ellos [bulas o breves] p a ra «Muy reverendo Padre: C uanto al caso del Perú,
ante nu estro m uy Santo Padre, que siendo m ejor in­ digo a V.P. [Vuestra Paternidad] que ya, tam diutur-
form ado, los m ande revocar» y en 1539 aún carga nis studiis, tam m ulto usu [con tan continuos desve­
m ás la mano, con una especie de «pase regio» a la los, con tan a sid u a aplicación], no me esp an tan ni
inversa, según el cual los obispos que solicitasen a l­ me em barazan las cosas que vienen a m is m anos, ex­
guna m erced al papa ten d rían que enviarla antes a cepto tram p as de beneficios y cosas de Indias, que
la corte, p ara que, una vez exam inada, siguiese h a ­ se m e hiela la sangre en el cu erp o en m entándom e­
cia Roma com o dem anda del propio em perador. De las.» Así empieza la carta. Menéndez Pidal piensa que
m en te en su Controversiarum Illustrium (lib ro I, cap. X , n ú m e ro s
8 y 9): « M u y a p ro p ó sito de to d o e sto e s la re sp u e sta del R ey Antí- gis in posterum cultiorem uitam ageretil — en e l o rig in a l latino].
gó n o c a u d illo de los L a c e d e m o n io s [...]; co m o c ie rto s o fis ta le p re ­ Oh du lce, h u m a n o y c a rit a tiv o a m o r q u e no se av e rg ü e n z a de v io ­
s e n ta s e un lib ro a c e r c a d e la ju s t ic ia , no e s tá s en tu ju ic io , le la r lo s d e re c h o s d el n a tu ra l p a re n te s c o q u e lig a a lo s h o m b res,
re sp o n d ió A n tígono, si v ié n d o m e d e s t r u ir co n m is a r m a s c iu d a ­ sin o q u e se a p re s u ra a e llo y q u e co n m u ltitu d d e s e n fre n a d a , qu e
d es a je n a s , te a tre v e s a d is e r t a r en m i p r e s e n c ia so b re la ju s t ic ia . el fu r o r y la lo c u ra a r r a s tra n , se a p r e s u r a p o r m e d io d e to d o g é ­
P o rqu e s a b ía en v e rd a d q u e c u a n to s h ac en g u e r ra ni pu ed en , ni n ero d e e x te rm in io s, d e to rm en to s, de m u e rte s y d e in c e n d io s, a
tien en vo lu n tad d e p r o te g e r la s ley es d e la ju s t ic ia ; sin o q u e la la n z a r a la s s o m b ra s d el E reb o , co m o h e rid o s p o r un rayo, a in ­
m ay o r p a rte de la s v e c e s se g u e r re a p o r el a n s ia de a g r a n d a r el n u m e ra b le s m illa re s d e h o m b res, a in c e n d ia r c iu d a d e s , a a r r a ­
p o d e río y la g lo ria , a u n q u e p re te x ta n d o m ás n o b le c a u sa , co m o s a r c a m p o s, a v io la r d o n c e lla s y a d a r c ru e l m u e rte a an cia n o s,
s e ría en n u estro c a so si (sigu ien d o el e jem p lo d e A ristóteles, m ae s­ n iñ os y m u je r e s sin a v e rg o n z a rse d e d a r el n o m b re d e b e n e fic io
tro y en e s ta m a te ria a d u la d o r bien p o co d is m u la d o de A le ja n ­ a to d os e s to s c rím e n e s y a o tro s a u n m u c h o p e o re s, m ás n e fa n ­
dro) q u isié r a m o s d e c ir q u e a q u e l p rín c ip e , q u e lle v a b a la g u e r ra d o s y d ig n o s d e e x e c ra ció n » . M en c h ac a se r e fe r ía a q u í a la s g u e ­
a re g io n es e x tra ñ a s, lo h a c ía so lam en te p a ra p r o c u r a r el bien de
r r a s d e A n tígono, p e ro e l texto no p r e c is a r ía m u c h a s v a ria c io n e s
a q u e lla s re g io n e s y h a b ita n te s, a fin d e q u e en lo s u c e s iv o p u d ie ­
p a ra s e r a p lic a d o a la C o n q u ista de la s In d ia s p o r lo s e sp a ñ o le s.
ran lle v a r una v id a m á s c iv iliz a d a [ob utilitatem facere quo ma­

lte 769
las «tram pas de beneficios» pertenecen tam bién latinajos (que no siem pre tienen la función de expre­
a las «cosas de Indias», quizá fundándose en el a rra n ­ sa r la confidencialidad, por lo vidrioso del asunto,
que del texto («Cuanto al caso del Perú»), pero, como como quien baja la voz, sino que a veces parecen gra­
entre la tercera frase —aunque sea de una o sc u ri­ tuitos, o pretendidos tecnicism os, o tal vez expresio­
dad sibilina— y el com ienzo de la c u a rta («Lo m is­ nes recogidas de autores clásicos y aprovechadas pro
mo procuro hacer con los peruleros») parece sep arar dom o sua) sino tam bién de latinism os sintácticos,
n ítidam ente lo uno de lo otro, yo tiendo a creer que com o «tim eo que no sean de aquellos», donde, a pe­
con los «beneficios» se refiere a problem as eclesiás­ sa r del «que», el verbo latino le obliga a e scrib ir con
ticos, y au nque «beneficios» suena m ás bien a cosa negación:'«no sean», sobre el m odelo latino tim eo
propia del clero secu lar y no del regular, al que p e r­ ne 4- subjuntivo, largándonos así un h íb rido latino-
tenecía V itoria, ello no o b sta p a ra que éste, aunque castellano, que p o d ría in d u cir al e rro r de en tender
fraile, pudiese se r consultado en negocios de curas; «temo que no sean» en lugar de lo correcto, que es
con todo, esto, en sí mismo, es una m inucia, y sólo «temo que sean».
im porta para in terp retar la cláusula «que se me hiela Pero lo im portante de la tergiversación de Menén-
la sangre en el cuerpo en m entándom elas». dez Pidal reside en la interpretación de las inhibi­
En efecto, la am bivalencia contextual a b ie rta po r ciones y vacilaciones de V itoria com o verdaderas
la presencia de tres antecedentes en fem enino p lu­ dudas de conciencia, que, com o hom bre m oralm en­
ral («tram pas», «cosas» e «Indias») nos im pide deci­ te escrupuloso, lo o pondrían diam etralm ente a las
dir de modo taxativo si la anáfora en femenino plural arrogantes c e rtid u m b res m orales de Las Casas. Lo
de «m entándom e/as» debe ser rem itida a «tram pas» que la c a rta dem uestra, po r el contrario, es que las
y «cosas» o sola y expresam ente a «Indias», aunque dudas de V itoria no son, en m odo alguno, salvo en
por el hecho de que el verbo «m entar» pida m ás bien algún aspecto secundario, d udas sobre la índole mo­
un nom bre propio o un nom bre com ún con artícu lo ral de la cuestión o el juicio que m erezcan las accio­
determ inado (del que «tram pas» y «cosas» no van nes de los peruleros, sino vacilaciones sobre la
precedidas en el texto), el lector de la c a rta oye m ás conveniencia —y tal vez incluso lo co n trap ro d u cen ­
espontáneam ente que son las «Indias» —que, por te de la dureza de ánim o que ello su p o n d ría — de in­
añadidura ocupan el lugar inm ediatam ente an terio r c rim in arlo s claram ente y sin am bages en su propia
al «que»— las que hacen que a V itoria se le hiele la cara. Léase con atención:
sangre en el cu erp o en m entándoselas. Las «tram ­ «Lo m ism o [o sea fugere ab illis, “ reh u irlo s”] pro­
pas de beneficios» —a m enos que Don Ram ón tenga curo hacer con los peruleros, que aunque no muchos,
razón al incluirlas entre las «cosas de Indias»— que­ pero algunos acuden p o r acá. No exclamo, nec exci­
darían, entonces, como algo sólo incidentalm ente sa­ to tragoedias [ni provoco dram atism os] contra los
cado a relucir, a títu lo de ejemplo, com o la otra cosa unos y co n tra los otros sino que ya no puedo d isim u ­
de las que le «estorban y em barazan». lar [subrayado mío], ni digo m ás sino que no lo en­
Hay que decir de p aso que V itoria, sin duda acos­ tiendo, y que no veo bien la seguridad y ju sticia que
tum brado, tam m ulto usu, a e scrib ir en latín, e scri­ hay en ello, que lo consulten con otros que lo entien­
bía, al m enos a ju z g a r p o r e sta c arta, muy mal dan m ejor. Si lo condenáis así ásperam ente, escan-
castellano, no sólo constantem ente entreverado de dalízanse; y los unos allegan al Papa y dicen que sois

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cism ático porque ponéis en duda lo que el Papa hace; no, a la falta de una opinión segura sobre el caso, sino
y los otros allegan al E m perador, que condenáis a a la reluctancia de som eter al otro a la extrem a dure­
Su M ajestat y que condenáis la co n q u ista de las In­ za de su contestación. Lo que hab ría que deducir de
dias, y hallan quien los oiga y favorezca [subrayado todo esto es m ás bien que V itoria quería ser un estu­
mío]. 1taque fateor infirm atatem m eam [así que con­ dioso y se sentía muy poco llam ado a la función de
fieso m i flaqueza de ánim o —subrayado mío], que consejero o director de alm as y que en las ocasiones
huyo cuanto puedo de no rom per con esta gente. Pero en que no tenía m ás rem edio que avenirse a esa fun­
si om nino cogor [me veo com pletam ente forzado ción tenía la sabiduría, la nobleza y la elegancia es­
—subrayado mío] a resp o n d er categóricam ente, al piritual de sentir verdadera repugnancia por el
cabo digo lo que siento». papelón de fulm inador de pecadores (en esto sí que
Veamos, pues, los cu a tro subrayados míos: Don Ram ón podría haberlo com parado m uy venta­
1?: sino que ya no puedo disim ular, esto es, «a m e­ josam ente con el dram ático fray Bartolomé), tal como
nos que me exasperen h a sta el punto de que no él m ism o dice: «No exclamo, nec excito tragoedias»;
aguante m ás com edim ientos»; p rim era m anifesta­ latinajo que describe m uy bien esa clase de trances
ción de que V itoria no es que tuviese d udas de con­ de confesonario en que el clam or incrim inatorio del
ciencia, ni le faltase u n a opinión segura del asunto; director de alm as provoca en el penitente bien sea una
sus m edias p alab ras sólo se deben a la pru d en cia y reacción de soberbia y rebeldía, bien una abyecta
al com edim iento que cree m ás conveniente —o qui­ escena de arrodillam ientos con golpes de cabeza con­
zá h a sta m ás cóm odo— g u a rd a r con los que van a tra el suelo, reiterados sollozos de profundis, sobrea­
consultarle; pero si acaban sacándolo de quicio, bundante desbordar de lágrim as y profusión general
¡vaya si tiene algo que decir! ¡Vaya si tiene una opi­ de toda suerte de m ucosidades. ¡Hasta ahí podíam os
nión form ada! Y tan d u ra y tan grave que la reac­ llegar! Su h o rro r y su consternación ante las «cosas
ción de los otros es escandalizarse y c o n tra a ta c a r de Indias» eran tan verdaderos que, aunque se le he­
acusándolo incluso de a te n tar contra el papa y el em ­ lase la sangre en el cuerpo en oyéndolas m entar, pre­
perador y condenar la conquista de las Indias (lo que, fería guardarlos para sus adentros antes que caer en
a su vez, es d a r a las p alab ras de V itoria un alcance la indignidad de u sarlos para cargarse de razón fren­
que rebasa, ah o ra sí, su a u tén tica opinión). Lo m is­ te a terceros. Sea com o fuere, consideraba inútil po­
mo vale p ara la frase de mi c u a rto subrayado: «Pero nerse a ejercer de director de alm as, ya por lo grave
si m e veo com pletam ente forzado a responder cate­ del asunto, lo exacerbado de la situación y de las pa­
góricam ente, al cabo digo lo que siento». Tampoco siones concitadas, ya po r sus propias limitaciones, de
aquí hay fundam ento alguno, sino todo lo contrario, las que él m ism o hum ildem ente se culpaba, a tenor
p ara p e n sar en dudas íntim as de conciencia; Vito­ del tercero de m is subrayados: «así que confieso mi
ria sabe h asta dem asiado bien lo que siente y lo que flaqueza de ánimo» (itaque fateor infirm itatem
piensa de lo que p asa en las Indias, y lo sabe con tan meam), y tal vez injustam ente según he conjeturado
apasionado h o rro r «que se [le] hiela la sangre en el m ás arriba. En lo que toca al segundo subrayado m ío
cuerpo en m entándose [las]». Por eso m ism o no quie­ («y hallan quien los oiga y favorezca»), quede por el
re verse forzado a te n e r que decirlo abiertam ente. momento de retén, para cuando toque com entar la ul­
Su vacilación no responde, p o r tanto, en m odo algu­ terio r referencia a la Orden de Predicadores.

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Sigam os pues, con los otros dos p asajes e n tre sa ­ diatam ente sigue, com o el trenzado de la trip le ne­
cados de la c a rta que m e tengo propuesto com entar. gación («no sabían», «no había», «ninguna»), con el
El prim ero de ellos dice com o sigue: enrevesam iento sintáctico que com porta, podría ju s ­
«Prim um om nium [ante todo], yo no entiendo la tificar la sospecha de que «eran todos o los m ás» tal
ju sticia de aquella guerra. Nec disputo [tam poco dis­ vez quiera decirse de los que s i sabían que sólo se
cuto] si el E m perador puede co n q u ista r las Indias, tra ta b a de robar. Pero esto tóm elo el lector com o un
que praesuppono [¿doy por supuesto?] que lo puede sim ple exceso de m alicia p o r mi parte. Me im porta
h acer estrictísim am ente. Pero, a lo que yo he enten­ m ucho m ás la interpretación que me propongo d a r
dido de los m ism os que estuvieron en la próxim a [re­ a todo el párrafo, y que, si bien p arecerá, al p rin ci­
ciente] b a ta lla con Tabalipa [Atahualpa], nunca pio, com pletam ente extraña y a rb itra ria , resu lta rá
Tabalipa ni los suyos habían hecho ningund agravio bastante m enos atrevida cuando, al final, la apoye en
a los cristianos, ni cosa por donde los debiesen h a ­ un pasaje de las Relecciones del propio Vitoria. Pues
c er la guerra. / Sed [pero], responden los defensores bien, creo que el conflicto im plícitam ente latente en
de los p eru lero s que los soldados no e ran obligados el desconcierto de V itoria en este pasaje de la c a rta
a exam inar eso, sino a seg u ir y h a c er lo que m an d a­ podría enunciarse, con bastante aproxim ación, en los
ban los capitanes. I Accipio responsum [admito la res­ siguientes térm inos:
puesta] p ara los que no sabían que no había ninguna «Incluso dando p o r estrictísim am en te legítim os
causa m ás de guerra, m ás de p ara roballos, que eran —según la m ejor d o ctrin a— en cuanto al ius ad be-
todos o los mas [subrayado mío]. I creo que m ás ru i­ llum los títulos del E m p erad o r p ara las gu erras de
nes han sido las otras conquistas después acá. / Pero las Indias, tal es la escandalosa m agnitud de las in­
no quiero p a ra r aquí. Yo doy todas las batallas y con­ fracciones com etidas, al m enos en el Perú, contra el
q u istas po r buenas y santas. Pero hase de conside­ ius in bello, y tan contrarios a todo derecho de guerra
r a r que e s ta g u e rr a ex c o n fe ssio n e [según los fines m anifiestos de tales infracciones, que los
declaración] de los peruleros, es no c o n tra extraños, propios justos títulos que legitim aban estas guerras
sino contra verdaderos vasallos del Em perador, ante el ius ad bellum quedan hasta tal punto desm en­
com o si fuesen n atu rales de Sevilla, et praeterea ig­ tidos por los fines de los hechos p erp e tra d o s contra
norantes revera justitiam belli [y por o tra p arte real­ el ius in bello que el m ism o ius ad bellum resulta vul­
m ente ignorantes en cuanto a la justicia de la guerra]; nerado y puesto en cuestión. O, dicho en o tras pala­
sino que verdaderam ente piensan que los españoles bras, si las in ju rias de los peru lero s co n tra el ius in
los tiranizan y les hacen g u e rra injustam ente. I a u n ­ bello no lo violan solam ente p o r se r m edios despro­
que el E m perador tenga justos títulos de conquistar­ porcionadam ente crueles con respecto a los fines que
los, los indios no lo saben ni lo pueden saber...». se han p resu p u esto com o ju sto s títu lo s ante la ins­
El subrayado mío: «que eran todos o los más», in­ tancia del ius ad bellum , sino que lo violan p o r res­
terp retad o con arreglo a la estric ta congruencia sin­ ponder a fines propios, ajenos y distintos a los fines
táctica, debe entenderse referido a los que no sabían constitutivos de dichos ju sto s títulos, el entredicho
que no h ab ía ninguna causa m ás de g u e rra que la llega a a fectar al propio ius ad bellum , b o rran d o la
de ro b ar a los indios, y po r ende a los que iban de ju sticia de tal guerra, al d escalzarla —no de m odo
buena fe. Pero tan to el sentido de la frase que inm e­ ocasional, sino clam orosam ente sistem ático, en los

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m otivos dom inantes en la conducta de los com ba­ m ado Im perio Español. E xtractaré, prim ero, los p a­
tientes— de los fines que, com o ju sto s títulos, fun­ sajes de Don R am ón que conciernen esencialm ente
dam entaban la p resu p u e sta legitim idad». a nuestro caso: «En cuanto a los hechos m ilitares,
El fundam ento a rrib a referido capaz de convali­ explica V itoria al padre Arcos los m uchos y graves
d a r esta aparentem ente a b s tru s a interpretación del reparos que a esa g u e rra pudieran [s¿c, p o r “ po­
conflicto latente en el citado pasaje de la ca rta al pa­ drían"] oponerse, “ no lo entiendo”, dice, “yo doy to­
dre Arcos, es el párrafo de las Relecciones de Vitoria, das las b a ta lla s y co n quistas po r buenas y sa n ta s”,
que según la versión castellana de Arm ando D. Pirotto concede, pero no quiere o p in a r sobre el trato dado
(Espasa-Calpe Argentina, S.A., Buenos Aires, 1946), a los vencidos [sobre el sentido de este no entender,
tra n sc rib o continuación. de este dar por buenas y justas todas las batallas y
De indiis prior, I, 3, [proposición] tercera, [epígrafe] conquistas y de este no querer opinar, donde no se­
Duda principal: «Tornando, pues, a nuestro tema, di­ ría cabal h a b la r de au tén tica tergiversación, sino
rem os que ni el asunto de los b á rb a ro s es tan evi­ sólo, a lo sumo, de una descontextualización intere­
dentem ente injusto que no podam os d isc u tir su sada, ya se ha hablado m ás a rrib a, sobre el propio
legitim idad, ni tan notoriam ente ju sto que no poda­ texto de Vitoria, pero sigam os citando a Don Ramón],
mos d u d a r de su injusticia, habiendo en él aspectos pues au nque le parece malo, ve que no faltará, aun
que perm iten so sten er una y o tra tesis. Porque p ri­ dentro de la orden de predicadores, quien apruebe
m eram ente, si consideram os que todo este asunto lo m atanzas y despojos hechos [subrayado mío]». Y m ás
m anejan hom bres doctos y buenos, creerem os que abajo sigue así: «Toda e sta c a rta revela cóm o Vito­
todo se ha hecho con rectitud y ju sticia [o sea, se­ ria, con su sentido m oral sum am ente escrupuloso,
gún el ius ad bellum ]. Pero luego oímos hab lar de tan­ se halla en extrem o preocupado p o r el pecado de los
tas hecatom bes hum anas, de tan ta s expoliaciones españoles en Indias, pero ve dificilísim o el juicio en
de hom bres inofensivos, de tantos señores desposeí­ materia tan enrevesada [subrayado mío], tan com pli­
dos de sus posesiones y riquezas [o sea contra el ius cada en su aspecto m oral a b stra cto y en su concreta
in bello], que hay m érito p ara d u d a r de si todo esto realidad política y eclesiástica. Por nada en este m u n ­
ha sido hecho con ju sticia o con injuria [conflicto en­ do osaría afirm ar en redondo [subrayado mío y do­
tre am bos tura]». blem ente para «en redondo»] la inocencia de esos
Y henos aquí finalm ente an te el p á rrafo de la c a r­ peruleros que participaron en esa guerra, pero duda,
ta al padre Arcos respecto del cual los designios se abstiene de dar opinión [subrayado mío]». Pues
apologéticos-detractores de don Ram ón M enéndez bien, el pasaje de la c a rta al padre Arcos del que
Pidal llegan al punto de tergiversar, con a rtim a ñ a s nuestro M enéndez en tresaca la alusión a la Orden
de falsario, la letra y el e sp íritu de la dicha carta, de Predicadores y al que se refiere con la frase: «Por
sin detenerse en sa crifica r el h onor m ism o de Vito­ nada en este m undo osaría a firm a r en redondo [vuel­
ria en ara s de la tesis que ha decidido defender: con­ vo a subrayarlo] la inocencia de esos peruleros...»
traponerlo radicalm ente a Las Casas, a fin de dice literalm ente com o sigue:
a n iq u ila r a éste, con la llam ada Leyenda Negra, y
siem pre p ara m ayor gloria de E spaña, de la em pre­ «Si yo desease mucho el arzobispado de Toledo, que
sa de A m érica y del Im perio Carolino —tam bién 11a­ está vaco [vacante], y me lo hoviesen de d ar porque

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yo firmase o afirm arse la inocencia destos peruleros, te, un am argo y h a sta condenatorio sarcasm o de Vi­
sin duda no lo osara [subrayado mío] hacer. ANTES to ria contra su p ropia orden9 (donde sobre la for­
SE ME SEQUE LA LENGUA Y LA MANO, QUE YO m ulación m eram ente descriptiva «no faltará [...]
DIGA NI ESCRIBA COSA TAN INHUMANA Y FUE­
RA DE TODA CRISTIANDAD [versales mías]. Allá se
quien los dé p o r libres» se redobla inm ediatam ente
lo hayan, y déjennos en paz. I no faltará, etiam intra con todo el énfasis del «im m o laudet et... et... et...»)
Ordinem Predicatorum [hasta dentro de la Orden de en una especie de m odesto y ponderado reconoci­
Predicadores], quien los dé por libres, im m o laudet m iento de que incluso entre sus propios herm anos
et facta et caedes et spolia illorum [e incluso llegue de orden no h an de fa lta r o tra s opiniones distin tas
a alabar tanto sus hechos como sus m atanzas y sus pero igualm ente respetables y dignas de se r consi­
depredaciones]». deradas, p a ra a c a b a r elogiando m elifluam ente a Vi­
toria (y, po r supuesto, no po r sincera estim a, sino tan
Como bien se echa de ver —y h a sta resalta de sólo en la m edida en que m ejor pu ed a servirse de
modo clam oroso— la frase capital que dom ina el sen­ él com o m ero in stru m en to en co n tra de Las Casas),
tido de la c a rta entera, desde aquel inicial «que se que m erced a la contraproducente im pericia de Don
me hiela la sangre en el cuerpo en m entándom elas», Ram ón incluso p ara sus propias intenciones, term i­
y determ ina la correcta interpretación de otros p asa­ na resu ltan d o retrata d o ante el lector com o una es­
jes es la que me he p erm itido re sa lta r con versales: pecie de bo rreg u ito rinconero, m ás acoquinado que
«Antes se me seque la lengua y la mano, que yo diga fortalecido p o r sus estudios y sabiduría, con tal can­
ni escrib a cosa tan inhum ana y fuera de toda c ris ­ tidad de escrú p u lo s de conciencia que, com o piedre-
tiandad». La m etáfora co n ju rato ria de que se le se­ cillas en las sandalias, le im piden d a r un solo paso
quen la lengua y la m ano está tom ada nada m enos en firm e y en seguro, que nunca osa ju zg ar en redon­
que del salm o Super flum ina Babiloniae, terrible sal­ do, etern am en te ab ru m ad o y casi an u lad o po r la
mo del destierro, de casi fanática añoranza y am or duda, etcétera. ¡Tal la im agen que, co n tra su propia
hacia Sión y de en sañ ad as an sias de venganza con­ voluntad, acaba dándonos, con su m aldiestro abuso,
tra Edom, aliad a de Babel. A la luz de tal frase la ex­ Don Ramón, de su interesadam ente encom iado Fran­
presión «sin duda no lo o sara hacer», que Don cisco de Vitoria! C ierto que era un hom bre e scru ­
Ram ón tergiversa en ese aguachinado «por nada en puloso y sobre todo discreto y lleno de elegancia
este m undo o sa ría a firm a r en redondo» tran sfig u ra esp iritu al en la función —que al p a re c e r no le gus­
el no osara en jam ás com etería una osadía tan inau­ tab a n a d a — de consejero de alm as, con tan alto sen­
dita', y en cu an to al afirm ar en redondo, ¿cóm o que tido de la dignidad propia y ajena com o para se n tir
«en redondo»? ¡Ni en redondo ni en cu ad rad o ni en verdadero repeluco ante la sola idea de las grandes
triangular, ni en nada! Y en cuanto la versión me- escenas, cargadas de histrionism o, a que podían d ar
néndezpidalina de la frase sobre la Orden de P redi­ lugar las intim idades entre confesor y penitente; pero
cadores: «ve que no faltará aun dentro [de ella] quien
apruebe m atanzas y despojos hechos», prim ero mal-
traduce laudet, «alabe» por el aten u ad o «apruebe», 9. Y a q u í e s d o n d e e n c a ja r ía , co m o u n a a n tic ip a c ió n , el s e g u n ­
do s u b ra y a d o m ío d el p r im e r p á rr a fo co m en tad o : «y h a llan q u ien
pero sobre todo tra n sfo rm a —siem pre gracias a la lo s o ig a y fa vo re zca » ; en tre los ta le s e s ta b a in c lu y e n d o ta l vez a
elusión de la frase c a p ita l— lo que es, evidentem en­ e s to s d o m in ic o s c o n tra lo s q u e a h o r a se e x a c e r b a .

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el hecho de que rehuyese el papelón de flagelo de pe­ to pueda referirse a m is conocim ientos y saberes,
cadores no significaba, en m odo alguno, que adole­ pero no lo es en absoluto en lo que atañe a mi esm e­
ciese de inseguridad alguna p ara form arse, con los ro y mi buen juicio.
datos en la mano, la m ás firm e y m ás severa opinión El propio G arcía Escudero, en el artícu lo citado,
sobre el pecado mismo. H ablando de los propios pe­ llega casi a ponerm e en los labios la p a la b ra «geno­
ruleros, sólo unas líneas m ás a rrib a del últim o cidio» en relación con la co n q u ista de las Indias por
p á rrafo citado, dice: «... non video quom odo [no veo los españoles. De paso, q uiero indicar, antes que
m anera de] excusar a estos conquistadores de ú lti­ nada, que, a mi entender, la p alab ra «genocidio» ha
ma im piedad y tiranía...», lo que sería en verdad una concitado sobre sí un recargo de valor peyorativo ex­
extraña form a de dudar, de no osar afirm ar en redon­ cesivam ente desproporcionado con respecto a lo que
do, sobre culpas o inocencias. Defectos tendría podríam os d esignar com o «hom icidio m últiple ge­
Vitoria, pero no ciertam ente esa casi total incerti- neral e indiscrim inado»; p o r ejem plo, ante acciones
dum bre de conciencia con que M énendez Pidal quie­ de exterm inio com o las de Tam erlán, con la p irá m i­
re pintarlo. No, no se m erecía V itoria sem ejante de de 70 000 cabezas que levantó, si no recuerdo mal,
falsificación de su figura, ni creo que nadie, p o r el tras la tom a de Dam asco, uno em pieza a d u d a r de
sólo interés de d efen d er a u ltran za u n a arg u m en ta­ si el factor intencional de la voluntad de aniquila­
ción preconcebida, se haya perm itid o a rra s tra r tan ción total de una etnia concreta en tanto que tal et-
indecentem ente p o r los suelos el h onor de un hom ­ nia (que es la diferencia específica p o r la que se
bre, com o don R am ón M enéndez Pidal llegó a a rra s ­ distingue una m atanza total de la población de una
trar, con sus tergiversaciones, el h o n o r de fray ciudad —com o las que hicieron de Tam erlán el hom ­
Francisco. bre m ás san g u in ario de la h isto ria — de un «genoci­
Y con esto creo que queda b astan te contestada la dio» propiam ente dicho), y en vista de la especial
acusación de G arcía E scudero sobre mi «atreverm e carga afectiva con que de hecho se oye esta palabra,
con gigantes». M uchas y m uy extensas son las obras no com porta un añadido de valor peyorativo despro­
de Don Ram ón, y las m ás de ellas seguram ente m e­ porcionado con el tanto de m aldad —si es que tiene
ritorias; de m odo que dudo m ucho de que esta casi sentido h a b la r de e sta m anera, que desde luego no
m ínim a invectiva pueda hacerle la m ás pequeña m e­ tiene sentido— que la diferencia del dicho facto r de
lla. Con todo, he de a ñ a d ir que si hay un vicio espe­ intención étnica efectivam ente (al m enos ante la de­
cífico y característico que estropea a m enudo ciertas cisiva instancia de la sensibilidad) parece que le aña­
obras h asta de los m ás sabios autores españoles es de. Por decirlo a la inversa: ¿no hay un cierto
la predisposición hacia la actitu d apologética con terro rism o verbal en el em pleo de la p alab ra «geno­
respecto a la h isto ria de su patria; y es este vicio el cidio» que —po r m ucho que su sobrecarga de valor
que ha torcido m uchas veces los trab ajo s históricos peyorativo esté ju stifica d a p o r el añadido del m o­
del «gigante» Don Ram ón. Y casi me atrevería a de­ m ento étnico— com porta, de rechazo y sin q u e re r­
c ir que tal vez ellos tengan p a rte de cu lp a en el he­ lo, un descargo excesivo y h a sta una c ie rta lenidad
cho de que los enanos nos veamos, al parecer, para m atanzas físicam ente no m enos totales e indis­
torcidos por el vicio inverso. Pero ¿para qué m entir?: crim in ad as pero que no en tran , en sentido propio,
este acto de m odestia es totalm ente sincero por cuan­ en la noción de «genocidio»?

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Como a uno, no sé por qué inescrutables designios no se pueda sacar de cada pueblo más que la sépti­
del Altísimo, siem pre le tocan cau sas —com o la del ma parte de los vezinos, que huviere en aquel tiem ­
pacifism o o esta m ism a del A nticentenario— que po, considerando, que no se deve atender tanto á la
mas, ó menos saca de plata, y oro, como á la conser­
suelen coincidir con las que defiende la vocinglera vación de los Indios, sin cuyo trabajo, y diligencia ces-
grey de los naïfs (y aquí no se me alegren de pronto saria el beneficio, y labor de las minas [subrayado
los sensatos, porque la naïveté a m enudo tiene cura, mío]...».
pero la sagesse jam ás), grey que está lejos de c u id a r
la precisión de térm inos, m ás bien tendiendo a so­ Nada podría m o strar m ás palm ariam ente el dispa­
pesarlos com o piedras, y siendo así que la p alab ra rate que hab ría sido toda decisión de genocidio; pues
«genocidio» p arece que resu lta ser, tom ada a peso, justam ente de la supervivencia de los indios y de su
ju stam en te u n a de las m ás pesadas, no p odría tan explotación dependía com pletam ente la m anutención
siquiera im ag in ar G arcía E scudero mi pelea —las y el enriquecim iento de los españoles, que infinidad
contadísim as veces, creo que dos, que m e he visto de veces han dejado explícitam ente declarado depen­
invitado en alguno de esos, siem pre juveniles, g ru ­ der del trabajo de los indios h asta el punto de que
pos— por tra ta r de descastar, con toda su erte de ra­ de llegarles a faltar no habrían tenido m ás opción que
zones, el em pleo de tal palabra, insistiendo una y otra la de volverse a E spaña. Algo así fue lo que pasó en
vez en la total im procedencia de su aplicación a las las G randes Antillas, y singularm ente en Cuba, que,
gu erras de conquista y a la colonización de A m éri­ con la prácticam ente total extinción de los tainos a
ca por parte de los españoles. N ada qué hacer: ni m a­ m ediados de los años cuarenta, se despoblaron casi
tanzas, ni escabechinas, ni m asacres, ni «hecatombes del todo —salvo los grandes puertos, como Santo Do­
hum anas» —com o dice V itoria—, les b astab an ni les mingo y La H abana, que se nu trían del tráfico m arí­
satisfacían; ellos querían «genocidio», porque esa era timo— también de españoles, gran parte de los cuales
la piedra verdaderam ente gorda. De n ad a servía in­ pasaron, atraídos por las nuevas esperanzas de rique­
sistir en que, a p esar de las m uchas y m uy crueles za, al continente sudam ericano y sobre todo al Perú,
m atanzas que hubo por todas partes, la tónica de los no quedando en las zonas rurales de las G randes An­
españoles —sobre todo a p a rtir del m om ento en que tillas m ás que los em presarios dedicados a la enton­
em pezaron a ver que los tainos se m orían a chorros ces naciente in d u stria azucarera, necesitada de poca
por la d ispersión y el desarraigo, por las asoladoras mano de obra —y aun esa fue predom inantem ente ne­
epidem ias y p o r la m ás inhum ana explotación— fue, gra. Por cuanto se me alcanza, el único caso de «ge­
por el contrario, m ás bien la de p ro c u ra r por su nocidio» propiam ente dicho de que tenga noticia en
conservación, tal com o leem os en la Recopilación la Am érica de lengua castellana fue el decretado en
de 1680, por ejem plo, respecto del servicio personal Uruguay, después de la independencia —tanto de Es­
de m itayos en las m inas del Perú, paña com o de La Argentina—, contra los últimos,
«inadaptables» grupos m arginales de indios proba­
Libro VI, Título XII, Ley 21 (tomo segundo, folio 244,
blem ente tupiguaranís, si es que no incluim os tam ­
recto y verso de la edición de Julián de Paredes, Ma­ bién en el capítulo ciertas actuaciones gubernativas
drid, 1681). m ejicanas de la segunda m itad del siglo X I X , a las
«Por la mita, y repartim iento ordinario en el Perú, que me referiré en el Apéndice V.

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En cuanto a la frase en que G arcía E scudero p are­ licam ente presentadas, no llevan algún punto de ra­
ce incluirm e bajo el dicterio de «necrófilos, o b stina­ zón sobre la form a en que la siem pre eufórica, glo-
dos en d e se n te rra r el pasado p a ra d e stru irlo en un balizadora y h asta totalitaria idea del Progreso suele
insensato arreb ato patológico» parece m ás bien dic­ a ju sta r sus cuentas con el sufrim iento, o, en fin, si
tada po r el deseo de no ver desautorizada, po r el re­ cree que realm ente m erece se r tachado de necrófilo
cuerdo de las tragedias y las in ju sticias que la quien se em pecina en no q u erer ver tan claras y tan
cim entaron, con arreglo al principio de la violencia limpias esas cuentas, o, dicho en otras palabras, quien
creadora de derecho —p o r u s a r la expresión de Wal- se resiste á acep tar la idea de que la historia hum a­
te r B enjam ín—, la base de legitim ación no sólo de na —en el supuesto de que necesariam ente tenga que
la dom inación española de U ltram ar sino tam bién haber tal cosa— haya de ser siem pre quirúrgica.
de los otros im perios coloniales, lo que significaría A don Ju lián M arías me lim itaré a protestarle sólo
poner en entredicho la propia Edad M oderna y aun un p a r de letras del artícu lo m encionado al com ien­
la C ontem poránea, tan acríticam en te engreídas y zo; dos letras que son dos breves párrafos, aunque
autocom placientes con las sum arísim as contabilida­ la divisoria de m is protestos no coincide con la de
des m acroeconóm icas con que hacen el balance ge­ los párrafos, sino que viene a c o rta r p o r la m itad del
neral de sus dividendos de progreso histórico. A prim ero de ellos, tal com o voy a in d icar al tra n sc ri­
quien sacase a colación el m illón de galos que —so­ birlos. Helos aquí:
bre un censo estim ado p o r alto en 10 m illones— fue­
ron, según Plutarco, m uertos p o r las legiones del «El Descubrimiento de América provoca particular
co n q u istad o r de las Galias, Ju lio César, ¿tam bién lo secreción de bilis. Con todos sus defectos, que fueron
tac h a ría G arcía E scudero de necrófilo por no repa­ muchos [subrayado mío] pero incomparablemente me­
nores [subrayado mío] que en las em presas ultram a­
ra r m ás que en el m illón de m uertos, acordándose rinas de todos los demás países en expansión —o
sólo de lo m alo y olvidando lo bueno, al p a s a r en si­ terrestres en el caso de Rusia, extendidas desde la pe­
lencio nada m enos que a los 9 m illones de supervi­ queña Moscovia hasta el océano Pacífico—, con cruel­
vientes? Un poco m ás y pronto veríam os a esos 9 dades que no admiten comparación [subrayado mío]
m illones de supervivientes acred itad o s en la cuenta con las cometidas en Irlanda o en las guerras de reli­
de César, en la colum na del HABER, com o m érito gión de Francia o en las luchas entre las maravillosas
suyo, talm ente com o si en vez de no m atarlos, les hu­ ciudades italianas [subrayado mío] o en la guerra de
los Treinta Años, con todo eso, la em presa de Améri­
biese dado la vida. La espada de César d ejaría de ser ca es algo prodigioso, com parable sólamente a la for­
la que ha m atad o un m illón de galos p a ra p a sar a mación del Im perio Romano, de la Romanía... [aquí
ser la que ha salvado la vida de los nueve m illones está la divisoria entre mis dos protestos]...: el injerto
que sobrevivieron. ¡Qué delicia las contabilidades de español en un continente que forma parte plena del
los apologetas de la historia! Y que me perdone Don mundo actual y tiene como lengua propia y creadora
José M aría, porque ah o ra soy yo quien, dejándose el español, con todo lo que lleva consigo.
»Pues bien, el que existan veinte países hispánicos,
a rra s tra r por la retórica, com ete la injusticia de for­ que se encuentran m utuam ente "en su casa”, que se
zar sus p alab ras hacia im plicaciones que sé m uy entienden y se leen íntegramente, saca de quicio a mu­
bien que él no acep taría. Con todo, le encarezco que chos españoles (y, por supuesto, a algunos hispano­
piense bien si esas im plicaciones, aunque h iperbó­ americanos)».

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Em pezaré, pues, con los pasajes de m is dos p ri­ ser com p u tad a y convalidada por bondad de lo que
m eros subrayados: 1? «Con todos sus defectos, que yace en el prim ero. Cuando, com o se hace al d ecir
fueron m uchos, pero incom parablem ente m enores «los hay peores», el vicio se pone p o r única m edida
que en las em presas u ltra m a rin a s de todos los de­ de lo que quiere despacharse por virtud, todo se está,
m ás países en expansión...» y 2? «... cru eld ad es que en realidad, reconociendo im plícitam ente com o vi­
no adm iten comparación...». Tan notable por su con­ cio. Por eso digo que los que, com o don Ju lián M a­
tin u a recu rren cia com o significativo p o r su conte­ rías, hacen su evaluación de los hechos de la historia
nido me ha parecido siem pre este llam ém osle a p a rtir dé sem ejante «método» com parativo, con­
«método» com parativo p a rticu la rm e n te c a ra c te rís­ fiando p o r entero sus dictám enes a la decisión del
tico no tanto de los historiógrafos como de los am an­ fiel de la balanza de esta no por frecuente menos irre­
tes de la h isto ria y, en tre éstos, sobre todo de los flexiva ars ponderandi, están reconociendo de m a­
apologetas. R ealm ente se d iría que han de e s ta r tan nera im plícita —y por m ucho que no acierten a
obcecados en su apasionam iento o tan ab so rto s en ad vertirlo— que el m al es la su stan cia genuina y de­
un estado o casi trance de distracción e inadverten­ cisiva de la historia, ya que es lo que, en definitiva,
cia que no caen, ni de lejos, en la cuenta de lo que aprem iados a la exigencia de la prueba, acaban siem ­
im plica, ya de antem ano y p o r sí mismo, el c riterio pre tom ando p o r un id ad de cu enta y p o r criterio. Y,
tom ado p o r barem o de tal operación com parativa. verdaderam ente, ¡qué gran ironía la de que justam en­
No me refiero tanto al sim ple com parar, a que, com o te quienes m enos parecen desearlo sean los que im ­
bien dice el dicho, «Toda com paración es odiosa»; a plícitam ente nos están diciendo la m ayor y m ás
lo que realm ente quiero referirm e es al terrib le re­ terrib le verdad sobre la historia!
conocim iento im plícito que com porta, sin que ellos Por otra p a rte —y con esto entro al tercero de m is
se den cuenta (que, si se diesen cuenta, ¡m ateria les subrayados, que hace tam bién el últim o de mi p ri­
m ando p ara recapacitar!), la sim ple elección de la m er protesto (el segundo de éstos puede d arse por
concreta su stancia (como quien dice plata o plom o subrayado todo él)—, ¡hay que ver qué regateo de
o trigo o granos de cacao) que com pone la unidad com paraciones nos a rm a don Julián! Por lo de Ita ­
de m edida u sad a en com paraciones sem ejantes. En lia lo digo, y a propósito de ese subrayado «en las
efecto, la unidad de m edida que aquí m ism o vemos luchas en tre las m aravillosas ciu d ad es italianas».
poner en cada uno de los platillos de la balanza im a­ ¿Es que desde la B aja Edad M edia puede hablarse
ginaria con que solem os rep resen tarn o s toda com ­ de una h isto ria de Italia que no sea al m ism o tiem ­
paración c u an titativ a está com puesta p o r lo que po h isto ria de E spaña, con la m ás san g u in aria com ­
M arías designa literalm ente «defectos» en un caso pañía de m ercenarios, a n te rio r a la época clásica de
y «crueldades» en el otro. E s decir que va a ser la los condottieros, enviada al s u r de Italia po r la Co­
p u ra diferencia en el vicio y la m aldad lo que va a rona de Aragón, m ás de dos siglos antes de que ésta
decidir en exclusiva la querella sobre quién es el m e­ se uniese con C astilla? ¿Es que, ya en las g u erras ita­
jor. Pero la bondad no puede ser pesada con pesas lianas del siglo XV, no era precisam ente el Duca Va­
de m aldad; la diferencia en m aldad que hace su b ir lentino, el valenciano C ésar Borgia —hijo del papa
a uno de los platillos e inclina el fiel de la balanza Alejandro VI, que donó todo un im perio todavía en­
hacia el opuesto, que a su vez desciende, no puede cubierto a la reina de C astilla— el m ás conspicuo

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asesino de aquellas m ism as «luchas en tre las m ara­ M uchas cosas ten d ría yo que d ecir acerca de es­
villosas ciudades italianas»? O, finalmente, ¿no fue la tos irreflexivos entusiasm os por la m ultiplicación del
m ism a Águila Bicéfala que proyectó sobre U ltram ar núm ero de hab lan tes de u n a lengua com o un bien
su m ala som bra de ave carnicera, la que lanzó sobre indiscutible y evidente po r sí mismo, pero me lim i­
la propia pontificia Rom a la m ás cru en ta, sacrilega taré a com entarlo recordando ciertos datos h istó ri­
y rapaz de todas las e m presas m ilitares sufrid as por cos que pueden d a r m ateria p ara reflexionar.
Italia? No puede, pues, Don Julián h a c er la partición Como apasio n ad o de la c a sa de B orbón y del des­
de los hechos de la histo ria im itando la fórm ula abs­ potism o ilustrado, M arías encarece la expansión, en
tracta y a rb itra ria del Tratado de Tordesillas (que cre­ realidad nunca com pletada, del castellano en Amé­
yendo haber puesto la dem arcación toda ella sólo por rica, pues no hay que o lvidar que, a despecho de la
las aguas pronto d a ría lu g ar a la sorpresa, desagra­ tan cacaread a dedicato ria de N e b rija ,10 no fue sino
dable para los castellanos, de que el gran saliente casi tres siglos después del descubrim iento, en ple­
o riental b rasileño que hace pu n ta en el cabo de San no despotism o ilustrado, y con el lum inoso C ar­
Roque e n tra b a todo él en la m arca portuguesa) y los III, cuando, a instancias del arzobispo de México,
e ch ar la raya ad hoc, vale a decir, por donde le con­ Lorenzana, se form uló por p rim e ra vez el m onolin-
viene; respecto de lo cual se me viene a las m ientes güism o obligatorio en América. C uriosam ente, toda­
un pasaje de Las Casas (libro III, capítulo CXIV; p á­ vía en 1769, Lorenzana h a b la de «conquista», com o
gina 221 del III tom o de la edición del Fondo de Cul­ si los dos siglos y m edio tra n sc u rrid o s desde C ortés
tu ra Económ ica, México, 1951), en que, a propósito no hubiesen b astad o p ara h a c er p re sc rib ir los dere­
de un tal Am ador de Lares que había servido 22 años chos de g u erra y p a ra diluir siquiera en parte la d ua­
en Italia con el G ran C apitán y ahora estaba en Cuba, lidad de poblaciones, con sus enorm es disparidades
de contador, bajo el go b ern ad o r Diego Velázquez, el jurídico-económ icas: «No ha habido nación culta en
a u to r dice de sí m ism o: «Solía yo d ecir a Diego el m undo —decía Lorenzana— que cuando extendía
Velázquez, po r se n tir lo que de A m ador de Lares sus conquistas no intentase h acer lo m ism o con su
yo sentía: “Señor, guardaos de veintidós años de lengua». El Consejo de Indias rechazó po r unanim i­
Italia"». dad la p ro p u esta de Lorenzana en cu an to a la im po­
A mi segundo y últim o protesto contra Ju lián Ma­ sición o bligatoria del castellano. Pero el ilu strad o y
rías, sobre lo m ucho que le asom bra, com place y absoluto rey C arlos III, aconsejado p o r su confesor
anonada de en tu siasm o la difusión del castellano, —un vasco, p ara m ayor sarcasm o—, contradijo el pa­
viene a cuento una cita de Elias Canetti, referida tam ­ recer del Consejo de Indias y ordenó en una Real Cé­
bién a la hazaña del co n q u istad o r Julio C ésar en las dula la obligatoriedad del castellano, «para que de
Galias, que dice así:
10. C on q u ie n , p o r cie rto , sie m p re s e h a c o m e tid o la in ju s tic ia
d e m a lin te r p r e ta rle la d e d ic a to r ia d e su g r a m á tic a , p u es, co m o
«No hay ningún historiador que, por lo menos, no la tin ista q u e e ra , u só la p a la b r a « im p e rio » s e g ú n la a c e p c ió n la ­
ponga en la cuenta de César, como mérito, esto: que tin a d e «m an d o », « au to rid a d » , q u e e s la m á s c o m ú n de imperium,
los franceses de hoy hablen francés. ¡Como si, de no y no en la de « im p e rio » c o m o in stitu c ió n , p u e s F e rn a n d o e Isa b e l
haber matado César a un millón de ellos, hubieran sie m p re p e n sa ro n en té rm in o s de reye s y s ó lo su n ieto s e r ía e m ­
sido mudos!». p erad o r.

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una vez se llegue a conseguir que se extingan los sonancia con su fervor borbónico y absolutista, pues
diferentes idiom as de q ue se usan en los m ism os do­ achaque propio de todo absolutism o o totalitarism o
m inios y sólo se hable el castellano», com o literal­ es el de vio len tar y red u cir ortopédicam ente la no­
m ente dice la Real Cédula. Diez años m ás tarde, la ción de «universalidad» con el coselete de la «uni­
gran rebelión de Túpac Amaru, en el Perú, volvió a dad» (en n u estro caso, fetichización abstractiva de
h a c er sensible el peligro que p a ra el rico, holgazán un país en su in teg rid ad territo ria l) y la féru la de la
y autosatisfecho crio llaje lim eño rep resen tab an los «univocidad» (en nuestro caso, hom ogeneización lin­
aborígenes m arginados y abandonados a sí mismos, güística coactiva). La afición tan típica com o invo­
y el visitad o r Areche volvió a ver en la enseñanza de lu n ta ria e inadvertidam ente co m unista de n u estro
la lengua un m edio de sum isión de los posibles re­ Don Ju liá n p o r los todos integrados y hom ogeneiza-
beldes, proponiendo que se im pusiese el castellano dos, en los que cada célula es indiferentem ente fun­
a los indios, «bajo las penas m ás rigurosas y ju sta s gible y reem plazable p o r cu a lq u ier o tra (tal com o
co n tra los que no lo usen después de pasado algún para Napoleón, otro en tu sia sta de los puros núm e­
tiem po en que lo puedan h a b e r aprendido». Por for­ ros, lo eran los franceses cuando, contem plando los
tuna, el virrey se negó a im poner tales castigos." cadáveres de los suyos que yacían en el cam po de b a­
Si tales son los hechos del lum inoso Carlos III, vea­ talla de Eylau, dijo: «Todo esto lo rem edia una no­
mos cómo, por el contrario, el som brío Felipe II, con che de París»), podría curársela él mismo, fácilmente,
su p e rio r y verdadero sentido de universalism o c ris­ volviendo sobre las espléndidas páginas de «La idea
tiano, pero, igualmente, en total oposición con el Con­ de p rincipio en Leibniz» en las que su ta n cacarea­
sejo de Indias, que esta vez proponía la im posición do m aestro O rtega, a través de la reflexión etim oló­
del castellano, dispuso en 1580 que fuesen los m isio­ gica sobre la p alab ra «católico»,12 encarece, si no
neros los que aprendiesen las lenguas de los indios, recuerdo mal, el m om ento distributivo, inseparable
para ap licarlas en la predicación del Evangelio y o r­ de toda concepción de «universalidad» hum anam en­
denó que en las universidades de Lima y de Méjico te aceptable, o sea, precisam ente el m om ento alla­
se instituyesen cátedras p ara la enseñanza del que­ nado y m achacado po r su fusión y confusión con las
ch u a y del n áhuatl. Las colecciones de docum entos nociones de «unidad» y «univocidad».
de G arcía Icazbalceta recogen todavía traducciones
nah u a de oraciones y de d o ctrin a cristian a.
El en tu siasm o de M arías po r la difusión del cas­
tellano, com o un bien en sí mismo, se halla en con-

11. V é a n se la s n o ta s a p ie d e p á g in a , n?‘ 14 y 15 d e la p ág. 6 37,


Apéndice III d e e s te m ism o texto. A ctitu d bien d is tin ta d e la q u e 12. E n la q u e, a d e c ir v e rd a d , fu e r z a un p o co e l p r im e r co m p o ­
h a b ía ten id o en el rein o d e G ra n a d a , a l ren o va r en 15 6 6 la p r a g ­ nente g rie g o , r e fle ja n d o so b re él, a b u siv a m e n te se g ú n a c re d ita ­
m á tic a del e m p e ra d o r su p a d re , d el 7 de d ic ie m b re d e 15 2 6 , q u e d os h elen istas, el v a lo r inequívocam en te d istrib u tiv o qu e ha venido
h a b ía q u ed ad o en s u s p e n s o p o r a p e la c io n e s su c e siv a s, y en la qu e a te n e r s u d e sc e n d ie n te « c a d a » en c a ste lla n o : p r u e b a : «to d o s lo s
s e p ro h ib ía a lo s m o r is c o s el h a b la y e l v estid o ; « o b lig á ro n lo s a d ía s lo m is m o » / « c a d a d ía a lg o d istin to » . « C a d a d ía d ic e s lo m is ­
v e stir castellan o », d ic e exp resivam en te don D iego H u rtad o de M en­ m o» es u n e r r o r típ ic o d e lo s c a ta la n e s c u a n d o p rete n d e n h a b la r
doza. (V éase Apéndice III, pág. 637). en c a ste lla n o .

790 791
apoyándose en otros denuestos evangélicos, llegan
incluso a h acer equivalente «fariseo» con «hipócri­
ta»), se ha constituido, p o r una especie de inercia ce­
rebral, en el m étodo característico de los apologetas
de «su propia» h isto ria.2 Una de las aplicaciones
m ás rec u rre n tes de este m étodo es la de la d o ctrin a
oficial española que a p a rta de la conquista y la co­
lonización españolas de U ltram ar la acusación del
«genocidio»,3 no falta fundam ento p a ra ello: en la
conquista y la colonización españolas hubo sin duda
toda su erte de m atanzas, pero, p o r cuanto yo pueda
saber, no hubo nu n ca un genocidio propiam ente di­
A p é n d ic e V cho. Lo cual, salvo el dudoso y casi sólo sem ántico
lenitivo de q u itarse de encim a una p alab ra tal vez
sobrecargada de peyoración respecto de otras clases
de ferocísim as escabechinas que se ría im propio, no
Hace ya m uchos años que vengo escribiendo toda obstante, ta c h a r de «genocidios»,4 tam poco com por­
su erte de reflexiones m uy ram ificadas sobre el fe­ ta m ucha m ejoría. La diferencia no dim anó de un
nóm eno del farisaísm o, entendido com o nom bre co­ m ayor o m enor grado de hu m an id ad o de capacidad
m ún de una d eterm inada inclinación m oral hum ana de com prensión y de respeto hacia la extrañeza ét­
general, y sin m ás relación con la secta ju d ía de los nica y cu ltu ral de las gentes descubiertas, sino de la
Fariseos que la puram ente etim ológica, esto es, la diversa com binación de circu n stan cias entre lo que
que motiva la acepción com ún que me interesa a p a r­ cada grupo de colonizadores fue a b u s c a r allende
tir de la p a rá b o la evangélica del fariseo y el publi- Atlántico y lo que efectivam ente se encontró. Sepa­
cano. Ateniéndome, pues, a la parábola, redefiní hace rem os, antes que nada, al Colón del p rim e r viaje, ya
años el farisaísm o —en el único texto publicado has­ que éste no dio con lo que fue a b u s c a r y se topó con
ta hoy de en tre todos m is apuntes sobre el caso 1 so­ lo que no buscaba. Pero, a p a rtir de ahí, el m etal pre­
bre la frase: «Te doy gracias, Señor, porque no soy cioso con que los españoles se toparon «de m anos
com o los otros hom bres..., porque no soy com o ese a boca», p o r así decirlo, desde el p rim e r instante en
publicano», a ten o r de la cual, el farisaísm o p ropia­ la isla que bautizaron com o La E spañola fue la señal
m ente dicho venía a resultarm e, de m anera precisa que m arcó decisivam ente p ara en adelante al Im ­
y específica, la conocida actitud m oral de construir perio C arolino —tam bién llam ado «Im perio E spa­
la propia bondad con la m aldad ajena. ñol»— com o un im perio fundam entalm ente minero,
Viene esto a cuento de que el farisaísmo, así rede-
finido y rescatado de sus com únm ente m ás vagas y
desviadas aplicaciones en el habla cotidiana (que. 2. V é a se e l Apéndice IV de este m ism o texto, p á g s. 786-787.
3. V é a se ibídem, p á g . 782.
1. V é ase « R e s titu c ió n del fa ris e o » , v o lu m en I, p ág. 1 3 1 . 4. V é a se e l Apéndice I d e este m ism o texto.

792 793
condicionando a tenor de ese sentido, y de una vez suspéndase el efecto desta ley, inform ándonos el Vi­
por todas, la relación de los españoles con los indios. rrey con expressión de las causas, que le obligaren
Así, dejando a p a rte ah o ra las te rrib le s m atanzas de [acentuación actu alizad a p o r mí]». D ejando a p a rte
la conquista y las vesanias del expolio, el desiderá­ a los «protectores de los indios», movidos por im pul­
tum perm anente de los poderes m etropolitanos, com ­ sos religiosos, que fracasaron en su em peño aun más,
prendido y com partido en m ayor o m enor m edida si cabe, que la ad m in istració n política m etropolita­
por los sectores m ás conscientes del criollaje tanto na, ésta tuvo p o r m ira y por preocupación capital en
de nacim iento com o de elección (incluido el propio todo tiem po la de velar p o r la reproducción dem o­
Cortés, aunque, a despecho de su m arquesado, aca­ g ráfica de las poblaciones explotadas, au nque con
base m uriendo en la m etrópoli, pero siem pre dejan­ la clam orosa falta de éxito p o r todos conocida. El
do bien h eredada en u ltra m a r su descendencia), genocidio propiam ente dicho ni e n tró nunca en sus
consistió, de m anera precisa y dem ostrable ley en m iras ni en sus hechos ni podría h ab er cuadrado con
mano, en e n c o n tra r el eq uilibrio ju sto en tre el m áxi­ sus intereses.
mo grado de explotación de los indígenas y el grado El cariz inicial de la colonización anglosajona, tan ­
mínim o de dism inución del censo dem ográfico de las to po r lo que ya de p a rtid a iban bu scan d o los colo­
poblaciones explotadas, propósito que ya sea el in­ nos com o por lo que hallaron, de hecho, en Ultram ar,
contenible em puje m axim izador co n n atu ral a cu al­ aparece totalm ente distinto. La fó rm u la española de
q u ier form a de fu ro r del lucro individual, ya sea colonización, esto es, la de un em presario individual
el im previsible y aso lad o r azote de las recu rren tes que, m ediante con trato con el soberano, se convier­
epidem ias, ya, en fin, la casi siem pre catastró fica te en concesionario de una d eterm in ad a zona «des­
incom petencia y confusión política y social de las ad­ c u b ie rta o p o r descobrir» y en general m ás o m enos
m inistraciones sucesivas, hicieron fra c a sa r e stre ­ vagam ente delim itad a ya sea p o r una franja de cos­
pitosam ente en los tre s siglos de dom inación. Tal ta definida de m odo negativo po r su dos extrem os,
relación entre la preocupación p o r la conservación ya en ocasiones po r puntos card in ales definidos en
del indio y el interés concreto vinculado a la necesi­ grados o m ás com únm ente en leguas p o r un solo ex­
dad de su reproducción puede en co n trarse en infi­ trem o (como la que dio lugar a la querella entre Cor­
nidad de escrito s y de leyes, pero baste p o r m uestra tés y Francisco de Garay sobre el río Panuco o la que
la ley 21 del título XII del libro VI de la Recopilación fue pretexto de la san g rien ta g u e rra en tre A lm agras
de 1680 (Tomo segundo de la edición de Ju lián de Pa­ y Pizarras a propósito de El Cuzco), ofrece, por cuan­
redes, M adrid, 1681, folio 244 recto y verso): «Por la to yo pu ed a saber, un único ejem plo im portante en
mita, y repartim iento ordinario en el Perú, no se pue­ la colonización anglosajona: la fundación de Virgi­
da sacar de cada Pueblo más q[ue] la séptim a parte nia po r W alter R aleigh en 1584; y a u n en este caso
de los vezinos, q[ue] huviere en aquel tie[m]po, consi­ se vio pronto su stitu id a po r uno de los m odelos clá­
derando, que no se deve atender tanto a la más, o m e­ sicos tanto b ritán ico com o holandés, o sea el de las
nos saca de plata, y oro, com o la conservación de los com pañías com erciales, puesto que en 1607 la con­
indios, sin cuyo trabajo, y diligencia cessaría el be­ cesión de Raleigh había sido a b so rb id a p o r la Com­
neficio, y labor de las m inas: y si todavía pareciere pañía de Virginia, que fundó Jam estow n. Pero m ás
necessario aum entar este núm ero a cada vezindad, peculiar y sobre todo m ás relevante p ara lo que aquí

794 795
me im porta es el otro m odelo de establecim iento co­ desde el m ism o instante de z a rp a r de Europa, los pu­
lonial anglosajón: el de una secta religiosa m in o ri­ ritanos iban dispuestos a la b ra r la tierra con sus pro­
taria perseguida o m al vista en la m etrópoli, cuyo pias m anos, a levantar sus c asas y su iglesia y a vivir
paradigm a o arquetipo es el de los 102 puritanos que, a solas, en una com unidad hom ogénea y casi teo­
de entre los huidos a H olanda en 1608, regresaron crática, en sus poblam ientos. De esta m anera, salvo
en 1620 a S outham pton sólo p ara e m b a rca r en el com o expertos guías individuales de tram p ero s ca­
M ayflow er con rum bo a Jam estow n. Si las c o rrie n ­ zadores de pieles, m ás típicam ente franceses (Que-
tes m arinas y los im ponderables de la navegación les bec fue fundada en 1608) que ingleses u holandeses,
hicieron s u rtir en realidad b a sta n te m ás al norte, su los indios del N orte eran ya por lo pronto, en el m e­
idiosincrasia religiosa debió de hacerles a trib u ir esta jo r de los casos, una gente perfectam ente innecesa­
deriva de unos 5 grados de latitu d norte a los desig­ ria, y, en el peor, unos fan tasm as inoportunos y
nios de la Providencia, pues el caso es que allí donde obstinados que era preciso ahuyentar, expulsar y dis­
arrib aro n allí m ism o se quedaron. Más de 20 000 co­ persar. O tra colonización religiosa —h a rto efím era
rreligionarios fueron a reunirse con ellos hacia 1633, por lo que yo haya podido averiguar— fue la de un
y así quedó form ado el núcleo dem ográficam ente g rupo de hugonotes franceses en la co sta de Florida
suficiente de Nueva Inglaterra. Pues bien, las in­ unos 30 años antes del E dicto de Nantes.
clinaciones vetero testam en tarias del puritanism o, En cu an to al m odelo de colonización holandés,
reforzadas en estos em igrantes p o r una su erte de que, salvo po r la G uayana y Curasao, fue poco du­
identificación con el pueblo del Éxodo mosaico, uni­ radero en Am érica, pues tra s h aberse establecido
das, por una parte, a la gran diferencia de las trib u s en 1616 poco p o r bajo de donde cuatro años después
indígenas con las que se toparon, por cuanto m ás in­ a rrib a ría el M ayflower a p en as tuvo tiem po de fun­
dóm itas y m ás «prim itivas», con respecto a los tai­ dar, en 1652 y bajo el nom bre de Nueva Am sterdam ,
nos de La E spañola y no digam os con respecto a las la que sólo 15 días m ás tarde, habiendo caído en po­
gentes del Im perio Azteca o del Im perio Inca, y, p o r d er de los ingleses, sería rebautizada com o Nueva
otra, a las condiciones de la tierra, sin m uestras ap a­ York, fue un m odelo que llegó a m ezclar, al m enos
rentes de m etales preciosos —que de todos m odos en un punto p a rticu la rm e n te sensible, el rasgo de
aquellos piadosos pilgrim s se h ab ría n resistido a com pañía de navegación com ercial con el de asen­
beneficiar— hicieron que tales establecim ientos pu­ tam iento de com unidad religiosa de inspiración ve-
sieran inicialm ente la colonización anglosajona bajo tero testam en taria. Aquel m ism o año de 1652 de la
un signo predom inantem ente agrícola, predisponien­ prim era fundación de Nueva York, la C om pañía Ho­
do adem ás a los colonos, de m odo aun m ás volunta­ landesa de las Indias O rientales fundó, com o de­
rio que obligado, a la autosuficiencia. M ientras al pendencia no ya de la m etrópoli, sino de su propia
colono español jam ás se le pasó po r las m ientes ir central de B atavia, la C iudad del Cabo. Las exigen­
a la b ra r la tie rra con sus m anos, sino se r señor de cias im puestas a los colonos po r 1a C om pañía prefi­
labradores indios que arasen para él, o, aun mejor, guraron la religiosidad patriarcal y en ciertos trances
patrono de m ineros que lavasen la aren a de los ríos casi neo-m osaica de los futuros boers: una m oralidad
o bajasen al infierno de las m inas p a ra poner en sus intachable en el sentido de la iglesia reform ada,
m anos el oro o la p lata así obtenidos, en cambio, ya una autosuficiencia económ ica total con prohibición

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de relaciones tanto con los no holandeses com o con o tra con el significativo nom bre de Goshen (es el
los indígenas y, finalm ente, la lectu ra de la Biblia nom bre de la región de la p en ín su la del Sinaí, lin­
en fam ilia, que sólo al padre, erigido en p atriarca, dera con Egipto, en la que el Faraón perm itió es­
com petía com entar. Cuando en 1685 la revocación tablecerse con toda su fam ilia y sus haciendas a
del Edicto de Nantes, o «de Tolerancia», po r el rey Jacob-Israel, el padre de José, su gran m inistro e in­
Luis XIV provocó la d esbandada de los hugonotes tendente del Alto y Bajo Im perio), y en 1882 León
sobre todo hacia H olanda y Alemania, 550 de ellos Pinsker, con su libro A utoem ancipación —en el que
decidieron em barcarse en los galeones de la Com pa­ se propone com o solución del antisem itism o el asen­
ñía y fueron am orosam ente recibidos y acogidos en tam iento de los ju d ío s en P alestina— da im pulsos al
la com unidad de los que ya em pezaban a llam arse com ienzo de la p rim e ra Aliá (inm igración de judíos
boers, «boyeros». en T ierra Santa). Por o tra parte, nada hay m ás ajeno
Y perm ítasem e aquí in te rc a la r la observación de a la benigna y pacífica religiosidad ju d ía de la sin a­
que tanto los rasgos de m inoría religiosa blanca goga europea m edieval y m oderna —surgida del
segregada en la m etrópoli com unes a los pilgrim s triunfo exclusivo de la secta de los F ariseos— que
p u ritan o s del Mayflower, a los boyeros holandeses el yaveísmo o el éxodo m osaico y la belicosa invasión
llevados por la C om pañía H olandesa de las Indias de Canaán, ni n ad a m ás extraño a la sociedad u rb a ­
O rientales a la Ciudad del Cabo —y, en un principio, na y burguesa de las ju d e ría s de la d iásp o ra y a sus
sólo com o criad o res de reses d estin ad as al aprovi­ ocupaciones m ercantiles, artesan as o de profesiones
sionam iento de los navios que hacían la c a rre ra de liberales y con u n a m edia de nivel cu ltu ral siem pre
la especiería— y a los hugonotes que se les unieron, m uy su p e rio r a la de todo su entorno, que la dedica­
com o d eterm in ad as coincidencias en el tiem po con ción a la a g ric u ltu ra o la ganadería. Surge así la
la u lte rio r histo ria de los boers, sugieren una p a rti­ fortísim a sospecha de que el sionism o no es algo re­
cu lar interpretación del sionism o y especialm ente de florecido en el seno de las propias com unidades
su co rrien te extrem ista «Eretz Yishraél». En 1838, judías, a p a rtir de una tradición autóctonam ente con­
un año después de que los boers, ya som etidos des­ servada, sino una artificiosa reinvención secundaria
de 1806 a la dom inación británica, descontentos con rebotada del veterotestam entarism o rehabilitado ad
c iertas exigencias de la adm inistración, em prenden, hoc p o r c ie rta s sectas c ristia n a s reform adas, com o
en núm ero de 2000 fam ilias, el «Gran Trek» (id est com unidades religiosas m inoritarias perseguidas, es­
«gran éxodo»), saliéndose, con sus c a rre ta s y sus pecialm ente inglesas y holandesas. «Eretz Yishraél»
ganados del te rrito rio colonial, M oisés M ontefiore no sería, así pues, sino el últim o caso de arreglo m e­
propone la creación de un E stado p ara los judíos. diante em igración y establecim iento colonial de una
En 1881, tras la d erro ta de los b ritánico s por los com unidad blanca m in o rita ria d iscrim in ad a y p er­
boers de la reciente R epública de Transvaal, presi­ seguida, com o en el caso de los pilgrim s del May­
dida por Paul K rüger, la Corona acepta la indepen­ flower. Una ya un tanto ran cia superproducción
dencia del Transvaal, pero reservándose el control n o rteam erican a en tecnicolor sobre el éxodo m osai­
de la política exterior, p o r lo que algunos grupos de co se recreaba p recisam ente en todos los detalles
boers descontentos em prenden un nuevo éxodo y fun­ capaces de establecer, sin rep arar dem asiado —siem ­
dan otras dos repúblicas: «Stellalandia» la una, y la pre que fuese «por exigencias del guión»— en algún

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que otro anacronism o, una explícita identificación lo tiene bien gu ard ad o en sí m ism o y en la que se
del pueblo de Israel e sta vez no con los pilgrim s del le antoja d e c ir que es su tierra! A ten o r de lo cual, el
Mayflower, sino con sus feroces sucesores los pyo- éxodo sionista se ría una expatriación colonizadora,
neers del Destino M anifiesto, con sus c a rre ta s de tol­ urd id a sobre el precedente de la de las ya referidas
do redondo, sus niños con gatitos en los brazos, sus m inorías cristia n as reform adas y sugestivam ente
vigorosas m ujeres de pañoleta a ta d a a la b arb illa y m aquillado con los alegóricos colores, m im ètica­
de holgadas y largas sayas rem endadas, y h a sta un m ente asim ilados, de un neoveterotestam entarism o
Charlton H eston que e n carn an d o a toda b a rb a al rem asticado ad hoc por dichas sectas cristianas pro­
m ism ísim o M oisés daba con estas p alab ras la sali­ testantes. Al retom ar, de este modo, la tradición mo­
da: «¡Partam os hacia la tie rra de la Libertad!».5 De saica de una ya artificio sa rehabilitación cristian a,
hecho, las discusiones sobre un arreglo m ediante Eretz Y ishrael se ría com o repatriación, desde el
asentam iento colonial p a ra la com unidad ju d ía lle­ punto de vista de móvil ideológico, algo aun m ás gra­
garon a enfocar las cosas, al m enos al principio, tuito y fan tasm al de cuanto p o d ría llegar a serlo un
com o si se tra tase de cu a lq u ier o tra m inoría social pretendido «retorno» de los sefardís a Sefarad.
blanca segregada, su p u esto que, com o te rrito rio s Volviendo ah o ra a los boers, pronto, a despecho de
idóneos p a ra ello, se b arajaron, que yo sepa, por lo sus pretensiones de autosuficiencia, se vieron ap re­
m enos Uganda, M adagascar y el Canadá, incluso des­ m iados a im p o rta r esclavos negros, ya sea traídos
pués de hab erse propuesto Palestina. Para el propio por su propia Com pañía, ya p o r la o tra com pañía ho­
Herzl estaba claro el papel del judío como el del blan­ landesa, dedicada al tráfico negrero tra n sa tlán tico
co que p o r su su p e rio r civilización está capacitado desde el África occidental, porque, de los aborígenes
para colonizar y dom inar: «Para E uropa co n stitu i­ no negros que encontraron en África del sur, los
ríam os allí un trozo de m u ralla contra Asia; se ría ­ hotentotes les eran utilizables solam ente com o ayu­
mos el centinela avanzado de la civilización contra dantes en el pastoreo, y los bosquim anos se dem os­
la barbarie» (Der Judenstaat, 1895). ¡Nada, pues, para traro n absolutam ente hostiles e indom esticables. Si
él, de idílicas com edias pastoriles, de agropecuarias ya respecto de los otros p ueblos los boers tenían po r
ficciones patriarcales! ¡Poder tan sólo, puro y duro tentaciones del Dem onio las ideas de tolerancia re­
poder territo ria l, com o es propio de todo colonialis­ ligiosa y de igualdad racial, la total extrañeza e inac­
mo blanco! Pero yo digo: entonces, ¿por qué preci­ cesibilidad de los bosquim anos —que, según las
sam ente Canaán? ¡2000 años de consanguinidad p alab ras de u n a viajero del siglo xvm , eran «unos
d e sp arram a d a —y sin em bargo, conservada— p o r salvajes que han preferido la libertad a la esclavitud
cinco continentes no pueden se r realm ente m ás que y que prefieren llevar una vida m iserable en la espe­
un caso m uy grave de histrionism o historicista! ¡Ha­ su ra de los bosques y en lo m ás inalcanzable de las
biéndosenos perdido, al que m ás y al que menos, casi m ontañas antes que dejarse su b y u g ar p o r ex tran je­
todo o aun todo —y a veces h asta la so m b ra— en to­ ros dispuestos a no p e rd o n a r sus fechorías»— ofre­
das partes, a ú n seguim os an d an d o p o r el m undo ció a los boers la circu n stan cia m ás idónea p ara
com o el que no ha perdido nada, com o el que todo hacer de los bosquim anos tal vez el p rim e r caso co­
lonial de un genocidio propiam ente dicho. La cace­
5. V é a se « S h a ro n -Jo s u é » , v o lu m en I, p ág. 3 7 7 . ría fue tan tenaz y sistem ática que se calcula que

800 801
entre 1785 y 1795 fueron m uertos unos 10 000 indi­ trevista, y dirigiéndonos ya hacia la furgoneta del
viduos. equipo, le dije: «Pero mire, que lo que he dicho so­
En cuanto a América, p arece ser que las acciones bre los apaches y com anches no es ninguna inven­
de exterm inio étnico deliberado se produjeron tan ción», m e replicó con la m ás cordial desenvoltura:
sólo m ucho después de las independencias. En U ru­ «¡Si ya lo sé, profesooor! —se em peñaba, a p e sar de
guay, contra las trib u s fronterizas probablem ente m is protestas, en llam arm e " p ro fe so r”—■. ¡Pero eso
tupi-guaranís que se resistieron a la dom esticación, no se lo podía yo d e ja r p a s a r así ante m is oyentes!»,
y en N orteam érica especialm ente contra los apaches y a b ría am bas m anos hacia afu era sonriéndom e
y com anches. Pero es pintoresco cóm o algunas re­ com o totalm ente seguro de mi com prensión.
públicas criollas de h ab la castellana, o po r lo m e­
nos la de Méjico, com parten la d o ctrin a oficial Para el texto, Madrid, febrero-junio de 1988,
española según la cual los genocidas fueron tan sólo para las notas y los apéndices,
los anglosajones. Y a e ste repecto p erm ítasem e con­ Madrid, mayo-octubre de 1991
ta r cómo, en cierta ocasión, habiéndom e pedido una
entrevista un co rresp o n sal de la televisión estatal
m ejicana que an d ab a viajando, con su equipo, po r
España, al s a lir ocasionalm ente la cuestión del «ge­
nocidio» de los indios po r los norteam ericanos y tras
haberle replicado po r mi parte: «Pero no olvide usted
que en 1868, cu ando m uchos apaches y com anches
perseguidos p o r la expedición m ilita r de S heridan
em pezaron a p asarse a Méjico, el gobierno de Chi­
h u ahua lanzó contra ellos cazadores de recom pen­
sas, ofreciendo prim ero h a sta 250 pesos po r cada
cabellera de indio presentada, y m ás tarde sólo 150
tal vez p o r la proliferación de cazadores o po r la
ab u n d an cia de la caza; y que en 1882 los gobiernos
de E stados Unidos y de Méjico hicieron un convenio
recíproco de lo que suele llam arse "derecho de p er­
secución”, para que las tropas de uno u otro país pu­
diesen p a sa r las fro n teras del opuesto en los casos
en que el respeto de las leyes fronterizas com portase
tener que fru s tra r cualquier persecución de aquellos
indios iniciada en te rrito rio propio», el co rresp o n ­
sal me req u irió el m icrófono y a rrim án d o lo a su
boca im provisó velozmente una refutación un tan to
em borronada y cantinflesca, pero por eso m ism o
tal vez m ás eficaz. Luego, cuando, acab ad a la en­

802
Este libro se acabó de im prim ir
Limpergraf, S.A., Ripollet del Vallès (Barcelona)
en el mes de mayo de 1992
- Ensayos y artículos II
R afael Sánchez Ferlosio

V olum en II

FERLOSIO
SANCHEZ
RAFAEL

Ensayos / Destino
Rafael Sánchez Ferlosio
«El criterio de esta selección n o ha sido
el del a c u e rd o actual p o r p a rte del a u ­
to r con ca d a u n a de sus páginas. Y no
se tra ta de q ue sobre cu a lq uiera de ellas Ensayos

- Ensavos v artículos II
ten d ría siem pre aun o tr a p a la b ra que
decir, sino de q u e tex to s cuyas co n c lu ­
siones p o d ría h o y discutir y hasta alte­
ra r h a n sido con se rv ad o s p o r creer que
ello n o q u ita la utilidad de la a r g u m e n ­
tación. M á s to d a v ía ; au n d e n tro de la
y artículos
p ro p ia selección se h a lla rá n sentires e n ­
c o n tra d o s o al m enos divergentes. C u a ­
tro lecturas y c u a tro ideas p ro p ia s están Volumen II
detrá s de casi to d o s los textos recogi­
dos; de a h í q ue la “ t e m á tic a ” sea m u ­
ch o m enos extensa q ue intensa. En
c u a n to al juicio de valor, el a u to r n o
p uede perm itirse m ás q u e rem itirlo al
h echo m ism o de h a b e r d a d o a la im ­

FERLOSIO
p re n ta esta recolección, c o m o indicio
de que, ni con m odestia ni sin ella, esti­
m a su a p a rició n justificada y co nve­
niente su lectura.»
El volum en 11 de los Ensayos y artículos
de Rafael Sánchez Ferlosio integra los
trab a jo s de m a y o r extensión del a u to r,

RAFAEL SANCHEZ
inéditos a lg u n o s y o tro s pub licad o s ya
en libros o revistas. ________________

ROBERTOKLES Ensayos / Destino


ROSANAE FECIT

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