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Discurso adicto y cosmovisión omnipotente.

“La marihuana de mamá es

más rica”

Teresita Ana Milán

Durante la adolescencia Nora habría vivido una crisis juvenil grave, con

predominio de un estado de melancolía, que no puede considerarse

estrictamente ni depresión ni psicosis propiamente dichas, sino un estado

próximo al aburrimiento que se manifiesta en un rechazo de investir al mundo,

a los objeto, a los seres, y lo importante es que este estado pareciera ser la

causa preponderante del paso al acto bajo tres formas principales: fuga o

delincuencia, droga y suicidio (Marcelli, 1986). Inicialmente se consideró un

caso grave de adicción a drogas, según la trayectoria de intoxicación, la

organización patológica de la personalidad con características de manía y

depresión. Se destacaba un aspecto específico de la defensa maníaca, la

degradación y desvalorización del objeto (D. Rosenfeld, 1990, 1992). La

variedad de rasgos y estilos personales daban una imagen calidoscópica y

compleja de su personalidad (histérica infantil-dependiente, características del

paciente borderline), lo que a su vez aportaba mayor dificultad para el abordaje

terapéutico. Lo notorio eran las escasas áreas libres de conflicto, con tendencia

al exhibicionismo, actuaciones y pobreza metafórica. A su alrededor armaba un

clima confusional por un sentido deficiente de la realidad y de sí misma, con

predominio de sensaciones de vacío y depresión perdurables e inestabilidad de

vínculos afectivos, con dificultad para elaborar duelos. Se planteó la hipótesis

de ubicar en la edad de los 14 años de la paciente la situación de mayor

dificultad para su mente, postulando que ella estaría estancada en esa edad

mental sin haber podido resolver los enigmas de la adolescencia.


Probablemente una depresión grave establecida alrededor de los 14 años,

estaba reapareciendo en el presente a través de la adolescencia de los hijos

(varones, 14 y 12 años). Este estado depresivo, posiblemente, estaba a la base

de la pasividad en la vida cotidiana y en el fracaso de sus emprendimientos.

Todo en ella hacía pensar que era expresión de una patología severa, que no

había sido tratada, desde donde intentaba crear un mundo alucinatorio con la

droga la que cumplía una función de prótesis para sostenerse con vida y

establecer contacto con el mundo. Entonces, el problema a resolver en el

tratamiento era cómo hacer para que al cuidar al hijo mayor, la paciente

también cuidara a la adolescente de 14 años que todavía estaba dentro de ella

sin diferenciarse. La depresión durante su adolescencia pudo haber adquirido

una modalidad psicótica, un episodio confusional, ante experiencias de

separación producidas en torno a múltiples mudanzas, al divorcio de los

padres. Al momento de la consulta tenía miedo de ver repetido ese proceso en

los hijos; de ahí que se sentía impedida de acercarse afectivamente a ellos

porque no podía tolerar reconocerse a sí misma con la depresión de la

adolescencia. En supervisión clínica pudimos rescatar un material complejo y

muy conmovedor considerando que se trataba de un caso tan grave.

Aparecieron indicios de que Nora podría tomar insight sobre aspectos antes no

conectados entre sus ideas y su emocionalidad. Esto no implicaría su curación,

pero sí existía la posibilidad de que iluminara aspectos muy oscuros de su vida.

Fragmento de Material Clínico

La experiencia de un yo vaciado y debilitado mueve a la queja de no tener

sentimientos o ganas, y a una sensación de futilidad; así Nora habitaba en el


mundo plano que caracteriza al paciente adicto (“No me gusta trabajar, un mes

y me aburro. No tengo ganas, no me interesa”), sumida en un estado de

“síndrome amotivacional”, que refleja su impotencia para enfrentar la realidad

(Kalina, 2000, p. 18). En la sesión Nº 7ª durante el primer mes de tratamiento

Nora dice: “A los 16 años fui a parar a una banda donde eran todos pinchetos.

El Quetalar, un anestésico, anfetaminas, eran baratos y había por todos lados,

la cocaína era muy cara en esa época. Estaba tan asustada quería ser grande,

eran todos tan reventados, no podían creer los otros que él me hubiera llevado

a ese lugar donde estaban todos reventados, más grandes, venían de la

morfina, es gente muy destructiva. Yo necesitaba incorporarme al grupo y

ahora lo veo a mi gatito (hijo mayor). Llora. Él vivió los platos, canutos,

borracheras, vivió donde no había comida. Me desapareció el papel de armar y

le pregunté y me dijo que no sabía. Desarmo lo que queda en los puchos

apagados y armo uno de tabaco y a veces me fumo un porro, pido y aparecen.

Ahora hace 3 meses que no fumo. Armo de tabaco porque no tengo plata.

Busqué los papeles y no los encontré, lo desperté a las 24 hs para preguntarle

dónde estaban los papeles. Él los tenía en el bolsillo. ¡Qué hago, la boluda no

me puedo hacer! Prohibirle no puedo!. Ahora que S. (hijo menor) está de viaje

de estudio, voy a estar una semana sola con V. (hijo mayor) si yo me quiero

fumar un porro tengo que poder hacerlo en mi casa. Fumar con él o cada uno

en su cuarto. No puedo dejarlo solo y que se le despierte el rebelde. Tenemos

antecedentes de bolsa de drogas y si empieza es posible que después esté

transando, ese es el modelo del padre. Estoy temblando porque mañana tiene

que venir el padre (vivía en otra ciudad, estaban separados) y si le digo esto él

va a decir “vamos (al hijo) fumamos todos juntos”. A mí me hace bien, no me


parecería dañino ahora, tengo una relación particular con la marihuana. En mi

casa puedo poder fumar para eso uno tiene su casa, los grandes con los

grandes, los chicos con los chicos. Cocaína va a probar. La marihuana de

mamá es más rica. Dormimos en el mismo cuarto los tres (ella y sus hijos

varones). Penándola no hago nada. En el colegio tiene 20 amonestaciones por

boludeces, algo que pasó con una profesora, dijo que el presidente es el malo

de la película. Un porro no pasa nada está todo bien, yo fumo de toda la vida.

Creció en este ambiente no me voy a hacer la mojigata. El otro día hace una

semana fumé con un amigo, hacía 3 meses que no fumaba, estaba chocha en

casa, apareció V. (hijo mayor) y dije vamos a tu casa. ¡Pero cómo puede ser si

yo tengo mi propia casa!. Volvimos y le dije a V. anda a ver televisión.”

La proximidad del hijo mayor a los comportamientos de consumo de drogas

acerca a Nora a su propia experiencia iniciática con las sustancias, lo que

constituye un elemento importante para trabajar desde la relación

transferencial. Que una paciente con antecedentes tan severos de adicción se

pueda emocionar cuando se comunica con la adolescencia de su hijo (gatito)

provee indicios de un contacto emocional con su propia experiencia. Pero la

convicción de la cosmovisión omnipotente (Dupetit, 1983) es tan poderosa que

triunfa maníacamente por sobre la apreciación realística y se mantiene

inalterable el discurso adicto de la paciente. Al enfatizar que no puede

establecer una prohibición respecto al consumo de drogas de los hijos está

hablando de su propia carencia de normas, desde donde no puede imponer

ningún límite. Ella distorsiona la noción de norma y de intersección diciendo

“penándola no hago nada”. En su intento de justificar su ambiguo criterio hacia

la adicción homologa norma con castigo y confunde la función de cuidado que


contiene una norma con una pena impuesta por la culpabilidad de un acto. La

sanción de los actos no implica, necesariamente, la reclusión de los cuerpos

para su castigo. Sancionar es hacer lugar a la Ley y la posibilidad de que esa

palabra verdadera y sus consecuencias, adquiera la efectividad de su acto en

el valor de verdad que sostiene la palabra responsable. Al reforzarse la vía de

la culpabilidad consciente se empobrece o debilita la fuerza del yo lo que lleva

a sostener una posición de desconfianza en una ética fundada en la palabra.

En la crítica al discurso prohibicionista y los efectos de la penalización Nora

expone su adhesión a la ideología adicta (Dupetit, 1983). Contrariamente en su

discurso expresaría la vigencia de su rebelión adolescente, la oposición, la

victoria sobre el medio cuando habla de la prohibición y de su peligrosidad

imaginaria por el entorno social y familiar. Ella no puede ser una persona adulta

y responsable de la crianza de los hijos menores porque necesita mantener la

ilusión que con ellos son iguales frente a la curiosidad y la necesidad que

despierta la droga. Parece no saber de la necesaria diferencia generacional

entre adultos y menores, entre padres e hijos. El modelo adicto de vida

sostenido por la cosmovisión omnipotente (Dupetit, 1983) se impone por sobre

un modelo realista atento a las demandas y las limitaciones de la realidad. Este

fragmento de sesión es un ejemplo paradigmático del discurso adicto y una

apología de la droga, basado en la cosmovisión omnipotente con estilo épico

(Liberman, 1976), que tiende a involucrar al otro para concluir en que no

existen las diferencias. La anulación de las diferencias se une a la distorsión de

la Ética y a la inversión de los valores, aspecto que se manifiesta en la viñeta

cuando Nora ridiculiza y trivializa (“por boludeces”) el hecho de que al hijo

mayor se le haya impuesto una sanción escolar por la falta de reconocimiento


de la autoridad presidencial. La desvalorización del límite externo se

correspondería con la proyección de la imagen paterna desvalorizada. Con la

finalidad de obtener un estado aconflictivo, la paciente se siente más allá del

bien y del mal para no sufrir más impotencia. La certeza que impregna este

discurso, no admite la duda ni la pregunta, sino que impone la afirmación

categórica de que “cocaína va a probar”. Para poder imponer este sistema

rígido y arbitrario Nora se muestra refractaria a quien esté por fuera de ella,

especialmente hacia la terapeuta, y desde esa posición ejerce crueldad sobre

el entorno al servicio de evitar la contradicción y mantener su placer. Es que la

función de las drogas sobre la paciente ha sido absolutamente efectiva en

producir la anestesia y la dilución de la función superyoica, en aproximación al

discurso del perverso, en la conducta desafiante de la norma que haría que las

leyes del placer estén elevadas a nivel de la superioridad, por lo que hace de

las leyes de su goce la única ley. Esta expresión está exacerbada en la

paciente toda vez que ella habla desde la certeza absoluta ubicando a los no

adictos como seres que no son libres para gozar de la vida. Bajo el desafío y la

omnipotencia se juega la incapacidad de una función responsable frente a la

renuncia del “vale todo”. En estos términos la renegación de la realidad

constituye un imperativo narcisista, donde su “necesidad” de droga es la

contraseña que justifica la transgresión y descalifica cualquier discurso sobre la

verdad, diluyendo los límites para vivir sin meta, sin sentido, sin tener en cuenta

el saber por referencia a una autoridad exterior ni a valores universales, ni a la

realidad. Así se torna irrisoria la búsqueda de la verdad y ante ella no duda en

pervertirla.
Discurso adicto y cosmovisión omnipotente
“La marihuana de mamá es más rica”

Teresita Ana Milán


Resumen

El modelo adicto de vida sostenido por la cosmovisión omnipotente se impone

por sobre un modelo realista atento a las demandas y las limitaciones de la

realidad. Ese discurso es el que, la mayoría de las veces, ha sostenido las

identificaciones de los pacientes adictos a drogas y ha marcado su identidad. El

sujeto adicto basado en la cosmovisión omnipotente expone un discurso de

estilo épico que tiende a involucrar al otro para concluir en que no existen las

diferencias porque todos somos iguales. La anulación de las diferencias se une

a la distorsión de la Ética y a la inversión de los valores.

Se ilustra la exposición conceptual con el análisis de un material clínico

extraído de una muestra de investigación clínica sobre drogadicción llevada a

cabo en el Centro Interdisciplinario de Servicios dependiente de la Facultad de

Ciencias Humanas en la Universidad Nacional de San Luis. Se trata de un caso

grave de dependencia adicta con una organización patológica de la

personalidad, con características de manía y depresión, lo que aportaba mayor

complejidad a la hora del abordaje terapéutico. Se presenta un fragmento de

sesión como ejemplo paradigmático del discurso adicto y de apología de la

droga.

Descriptores: adicción a drogas, material clínico, cosmovisión omnipotente.

Bibliografía

Dupetit, S. (1983) La adicción y las drogas, Buenos Aires, Salto ediciones.

Kalina, E. (2000) Adicciones. Aportes para la clínica y la terapéutica. Buenos Aires, Ed.
Paidós, 1ª reimpresión, 2003, 18.
Liberman, D. (1976) Comunicación y Psicoanálisis, Buenos Aires, ALEX Editor, 2ª edición,
Julio de 1978.
Marcelli, D., Braconnier, A., Ajuriaguerra, J. de (1986) Psicopatología del adolescente,
Barcelona, Masson S.A., 1ª edición, 46.
Rosenfeld, D. (1990) “Drug abuse, Regression, and Primitive Object Relations”. In Master
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Rosenfeld, D. (1990) “Psychotic Body Image”. In Master Clinicians on Treating the Regressed
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Rosenfeld, D. (1992) “Drug abuse and inanimate objects”. In The Psychotic. Aspects of the
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