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Se editó en castellano Historia vivida de Artaud-mômo

Artaud, la voz en carne viva

La conferencia que el narrador francés pronunció en


1947 en París sólo existía en su idioma original: un
texto que toma al lector por el cuello, una larga carta-
poema narrativo, un ensayo o una especie de
monólogo dramático autobiográfico.

Por Silvina Friera

“Ya hay una prueba suficiente de que las persecuciones de las que me quejo son un hecho y no
una idea.”
“Mi cuerpo es mío, no quiero que dispongan de él”. La
frase la pronuncia el excepcional narrador, poeta,
ensayista, dramaturgo y actor francés Antonin Artaud
(1896-1948), el 13 de enero de 1947, en una
maravillosa conferencia en el Théâtre du Vieux
Colombier, en París, después de haber estado internado
nueve años en un manicomio. “En mi mente circulan
muchas cosas, en mi cuerpo no circula otra cosa que
yo. Es todo lo que me queda de todo lo que tenía”,
dice Artaud. “No quiero que lo tomen para meterlo en
una celda, echarle encima una camisa de fuerza, atarle
los pies a la cama, encerrarlo en un sector del asilo,
prohibirle que salga nunca, envenenarlo, molerlo a
golpes, hacerlo ayunar, privarlo de comer, adormecerlo
mediante la electricidad, con la columna vertebral
escindida en dos, la espalda apuñalada de dos golpes
de cuchillo, ya es demasiado y más que demasiado, las
cosas han llegado a un punto en que la cuestión se cae,
cae por su propio peso, y como explicación ulterior ya
no puede haber otra cosa que la bomba o el cuchillo”.
Una gran parte de la sociedad de “castrados imbéciles
y sin pensamiento” –como tan certeramente la
radiografió el autor de El teatro y su doble, El ombligo
de los limbos y El pesa-nervios, entre otros títulos– se
retiró de la sala antes de que el escritor terminara de
hablar, al no poder soportar la intensidad de esa
conferencia, hasta ahora inédita en castellano, que
Mardulce publica con el título Historia vivida de
Artaud-mômo, traducida por Ariel Dilon.
No se trata de caer en la trampa simpática y correcta
de afirmar que el “loco” tenía razón cuando enumera
sus tirrias contra la internación y la medicina,
específicamente contra el psiquiatra Gaston Ferdière
del hospital de Rodez –donde el escritor francés estuvo
internado entre 1943 y 1946–, doctor que le robó “no
sé cuántos trillones de siglos de memoria con dos años
de electroshock”. León Rozitchner lo planteó de una
manera contundente al advertir que Artaud enfrenta el
problema central de nuestra época: el racionalismo
capitalista triunfante y destructivo. “El terror que
barrió este siglo hizo enmudecer de pavor los
cimientos carnales de la razón pensante. Por eso
Artaud desconfía de ‘todo lo que no manifieste un
estado orgánico, todo lo que no sea una exudación
física de la inquietud del espíritu’. ‘El pensamiento va
de adentro hacia afuera (...) Comienzo a pensar en
medio del vacío, y del vacío voy hacia lo pleno’.
Artaud exageraba, es cierto, porque ese vacío suyo
quizás no es más que un lleno todavía oscuro, temido
por la cultura establecida”.
La radicalidad subversiva de Artaud en Historia vivida
de Artaud–Mômo es disruptiva. Más allá de la
conferencia en sí, el texto tiene una naturaleza anfibia
que hace que sea imposible encorsetarlo dentro de un
género: se podría leer como una larga carta–poema
narrativo, un ensayo o una especie de monólogo
dramático autobiográfico, cuyo núcleo medular podría
condensarse en lo que expresó Susan Sontag: “En la
feroz batalla de Artaud por trascender el cuerpo, todo
se convierte, a la postre, en cuerpo. En su feroz batalla
por trascender el lenguaje, todo se convierte, a la
postre, en lenguaje”. Cuerpo y lenguaje cuya
textualidad remite a la experiencia espiritual en
México, donde el escritor francés empezó a
reencontrarse esos nueves meses que estuvo durante
1936, cuando se adentró en el universo de una de las
etnias más celosas de su tradición: los tarahumaras.
“Yo no iba al peyote como curioso, sino al contrario
como desesperado que quiere retirar de sí todavía un
último jirón de esperanza, desprender la última fibra
roja de la esperanza espiritual de la carne (...) Yo no
quería entrar en un mundo nuevo, al ir al peyote, sino
salir de un mundo falso”, confiesa Artaud, uno de los
más grandes y audaces cartógrafos de la conciencia in
extremis.
Artaud escandaliza y continúa escandalizando porque
es un intelectual a quien la cultura intenta asimilar,
pero resulta aún hoy profundamente indigerible. No se
trata de un arte singular garantizado por el sufrimiento
extremo, sino de un pensamiento y una escritura
limítrofe que demanda otro enfoque, otro umbral
desde donde leerla. “Yo soy, para el psiquiatra de la
sociedad actual, el tipo perfecto del perseguido
mitómano que sigue razonando sobre su caso con una
lucidez desarmante, pero creo que cinco meses de
envenenamientos sistemáticos, tres años de reclusión
secreta, nueve años de internamiento arbitrario son ya
una prueba suficiente de que las persecuciones de las
que me quejo son un hecho y no una idea”. Paule
Thévenin, amiga de Artaud que editó las Obras
Completas del escritor francés en treinta volúmenes
por Gallimard, quizá haya sido la que con más justeza
se aproximó al universo del creador del “teatro de la
crueldad”: “La obra de Artaud trastorna. Trastorna
porque destruye por su base todo un sistema de
referencias, porque corroe la cultura específicamente
occidental y se dedica a atacar el pensamiento y la
sociedad pequeñoburguesa. Pensamiento que se
defiende declarando insensatos, privados de sentido y
por consiguiente incomprensibles, sus últimos textos”.
El artista que proclamó que no tenía la más mínima
intención de sucumbir definió su propósito artístico
apuntando a los márgenes: “Lo que hago es huir de lo
claro para aclarar lo oscuro”.

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