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Para citar este artículo: Ross, M. (Enero 2017) Una demostración teórica de la existencia del inconsciente y de la represión de
recuerdos con soporte en la evidencia de la psicología experimental. Aperturas Psicoanalíticas, 54. Recuperado
de: http://www.aperturas.org/articulos.php?id=0000966&a=Una-demostracion-teorica-de-la-existencia-del-inconsciente-y-de-la-
represion-de-recuerdos-con-soporte-en-la-evidencia-de-la-psicologia-experimental
Resumen
En la primera parte del trabajo, se realiza una demostración teórica del inconsciente,
de la represión y del retorno de lo reprimido, a partir de una aproximación conceptual
basada en recientes publicaciones de universidades latinoamericanas. En la
segunda parte del trabajo, se revisan diferentes investigaciones experimentales
que, desde distintos ángulos, dan soporte empírico. Entre otros trabajos, se repasan
los experimentos sobre memoria protectora del self, que demuestran un patrón de
conducta que lleva a recordar con menos frecuencia las experiencias negativas para
el auto-concepto. Además, se revisan los trabajos de consciencia de deseo sexual:
experimentos donde a los voluntarios se los expone a videos sexuales y se controla
la reacción fisiológica como manifestación del deseo sexual, en comparación con el
auto-reporte que ellos se hacen de su propio deseo. Asimismo, se repasan
investigaciones en neurociencias y otros estudios experimentales; incluyendo los
referidos a adictos a sustancias que no asumen su dependencia y los referidos a
aquellos que “racionalizan” sus decisiones contrarias a la ética, entre otros trabajos.
El autor concluye que la evidencia empírica a favor del inconsciente, de la represión
y del retorno de lo reprimido, no solo no es inexistente -como algunos críticos
afirman-, sino que es abrumadora.
1. Introducción
Al respecto, Mc Nally (2007) nos dice que el debate sobre la presunta existencia de
los recuerdos reprimidos es uno de los más intensos de la psiquiatría y de la
psicología. El autor argumenta que las investigaciones han demostrado que,
derrumbado las posturas a favor de la represión de recuerdos, las experiencias
traumáticas son recordadas muy bien. De su parte, una comprensiva revisión de la
literatura médica y no médica realizada por Pope y colegas (2006), concluye que la
represión de recuerdos y su recuperación es más una construcción social que una
realidad, ya que, sostienen, no hay descripciones de memorias reprimidas y de
recuperación de memorias traumáticas antes del siglo XIX.
Holmes, tras una intensa revisión sobre la literatura del tema, sostiene que cualquier
uso del concepto de la represión de recuerdos debe ser precedido por una
advertencia: “Peligro. El concepto de la represión no ha sido validado por la
investigación experimental”. (Holmes, 1990). Según Patihis, Llienfeld, y Loftus
(2014), los intentos por encontrar evidencia experimental de las memorias
reprimidas en el inconsciente han fracasado dramáticamente.
Ahora bien, lo que me propongo demostrar en este artículo es que estos autores no
han encontrado los recuerdos reprimidos ni el inconsciente porque no los han sabido
buscar en donde corresponde, por falta de teoría.
Un experimentador sin teoría es equivalente a una persona con los ojos vendados
que coloca un limpia hojas en una pileta en cualquier parte al azar, y al levantarlo y
encontrarlo vacío, concluye que no hay cucarachas de agua ni hojas. Por el
contrario, un experimentador con teoría sabe en qué lugar exacto debe colocar el
limpia hojas para demostrar si existe o no existe lo que pretende averiguar.
Por eso, este artículo constará de dos partes: una demostración teórica de la
existencia del inconsciente, de los recuerdos reprimidos, de la represión en general,
y del retorno de lo reprimido; y una demostración empírica consistente en revisar la
literatura científica para señalar los experimentos que ya arrojan evidencia concreta
a favor de estos postulados, vistos desde la óptica particular de esta aproximación
teórica. Finalmente, y, como un deber ético que considero insoslayable para
cualquier persona que proponga hipótesis teóricas, se indicarán los experimentos
que podrían utilizarse para refutar la teoría.
En la segunda parte, ya con una teoría –con una aproximación teórica-, se pasará
a revisar la literatura científica para señalar las fuertes evidencias que dan soporte
a lo postulado.
Para estos autores, entonces, las hazañas serían circunstancias, méritos, virtudes,
éxitos, que tendrían dos principales efectos: a) le dan la oportunidad a la persona
de sentirse orgullosa de sí misma; y b) le proporcionan prestigio social (Bayas Mesa
2014; Barreto Heras, 2015; Acevedo Moreno, Gutiérrez, y Noreña Tamayo, 2016;
Arbeláez Urquiza, 2016). Las anti-hazañas serían, en cambio, situaciones que
provocan que el individuo se avergüence, se sienta menos valioso, se auto-
desprecie y le quitan también su prestigio social (Lopez Torres, Endara Ortega,
2014; Legani, Bobadilla, Cremona, 2015; Acevedo et al, 2016).
El pescador que vuelve del lago agranda el tamaño del pescado que dice que pescó
(hazaña, agranda su hazaña) para aumentar su prestigio. El nene que vuelve del
colegio avergonzado por una baja nota (anti-hazaña), adultera el boletín y coloca
allí una buena nota (esconde una anti-hazaña para proteger su prestigio de la
mirada de los padres).
Son las mentiras “al otro” para que no vea la anti-hazaña, y proteger el prestigio
social o la aprobación, o mentiras para exagerar o inventar hazañas y así subir el
status social.
Pero como el orgullo no depende la mirada del otro (como el prestigio), sino de
nuestra propia forma de mirarnos, las mentiras para proteger el orgullo serían auto-
engaños.
Estas mentiras versan sobre toda clase de hazañas como anti-hazañas externas.
Por ejemplo, el jugador de tenis arrogante “ve” que la pelota picó en el fleje, pero,
como eso afecta su orgullo ya que no la pudo atajar (anti-hazaña), se engaña y “ve”
que picó afuera del fleje y realmente cree que fue mala. Sería el caso de auto-
engaño para no ver una circunstancia externa.
Por lo tanto: aunque como cada persona es distinta sus anti-hazañas también lo
serán, es importante subrayarse que el miedo que producen puede llegar a ser muy
fuerte.
Para ilustrarlo con una imagen: se puede pensar en un anfitrión que quiere
convencer a sus invitados de que nunca tuvo mascotas, a pesar de que tiene un
perro. En la meta de engañar a sus invitados, esconde el perro al encerrarlo en un
ropero de una habitación. Gracias a ello, logra el éxito y puede engañarlos y
convencerlos que odia a las mascotas. Sin embargo, el engaño no hizo desaparecer
el perro, sino que tan solo lo ocultó. Los engañó… pero el perro sigue estando
encerrado en un ropero. Durante la reunión, el perro comienza a ladrar desde el
ropero –se manifiesta-, y entonces el anfitrión sube el volumen de la música para
que no lo escuchen y poder mantener engañados a sus invitados. De la misma
forma, cuando un auto-engaño apunta a negar un evento interno (un recuerdo, una
emoción, etc.) no se lo hace desaparecer, sino que tan solo se lo aleja de la
consciencia. Y, por ello, como no se lo ha eliminado, puede manifestarse de todas
maneras… entonces lo reprimido retorna.
Así es como Freud consideraba que nuestras primeras memorias infantiles son
activamente reprimidas por su contenido sexual y emocional (Freud, 1899). Se
había basado en el hecho de que sus pacientes raramente recordaban memorias
de sus primeros años de vida (Freud, 1900, 1914), y de allí el papel clave que
cumple el incesto y el Edipo en la teoría freudiana. Pero, desde esta aproximación,
en cambio, no es necesario asimilar que las memorias reprimidas serán siempre
sexuales, sino tan solo basta que se trate de memorias sobre experiencias que
resultan fuertemente vergonzosas e inadmisibles para la auto-imagen (o la historia
que la persona gusta contarse acerca de lo que la persona “es”, el yo como
contenido). O sea: serían experiencias de anti-hazañas. Serían anti-hazañas que,
de conscientizarse, romperían o discutirían esa forma auto-engañada en que la
persona disfruta de verse a sí misma.
En cuanto a las “mentiras de hazañas y anti-hazañas por orgullo” (que serían los
auto-engaños), también es posible encontrar fuertes evidencias empíricas que lo
sustentan en diversas líneas de investigación.
Entre estos últimos que le llaman sesgo, cobran interés las investigaciones sobre
el sesgo de auto-servicio. Se ha advertido experimentalmente un patrón de
comportamiento según el cual las personas, ante el éxito, lo explican basado en sus
méritos personales; pero, ante el fracaso, tratan de buscar causas exteriores al
mismo (para una revisión de estos estudios ver Mezulis y colegas, 2004). Además,
se ha visto, entre otros ejemplos, que muchos conductores de autos creen que son
menos arriesgados y más hábiles que el promedio (Svenson, 1981).
¿Es un sesgo? El problema de la hipótesis del “sesgo” es que no explica por qué se
da en los casos en que resulta beneficiado el auto-concepto y no en los otros. Decir
que es un “sesgo” es atribuir un problema cognitivo –un problema de razonamiento
como causa- pero no explica por qué, sugestivamente, ese problema aparece
cuando tiene un beneficio concreto, medido en sensación agradable de orgullo o en
auto-imagen mejorada. Por ejemplo: imaginemos un contador que se equivoca en
las cuentas; pero, como una característica común de todos sus errores, se observa
que siempre sale favorecido en su propio patrimonio. La hipótesis del sesgo es
equivalente a creer que el contador es malo en matemáticas: no llega a explicar por
qué justo sucede en los casos específicos en que el error le produce un beneficio.
Si fuera que el contador es malo en matemáticas, debería equivocarse también en
aquellos casos en donde no obtiene un beneficio: la hipótesis fracasa para explicar
por qué se equivoca solo en esos casos específicos. Ello ocurre con la hipótesis de
llamar al fenómeno sesgo cognitivo: no explica por qué se da solo en casos donde
resulta favorecido el auto-concepto. En cambio, si se considera que es auto-engaño,
se puede explicar esta particularidad: es el mismo beneficio el que atrae el error del
razonamiento (o sesgo), y, por ello, es una conducta orientada hacia ese beneficio,
y aparece cuando se produce el beneficio (mejora de la auto-imagen).
Así se interprete el fenómeno como disonancia cognitiva, como sesgo, o como auto-
engaño, el resultado será inexorablemente aceptar la represión y el inconsciente.
Según Freud, la esencia de la represión consiste exclusivamente en rechazar y
mantener alejados de lo consciente a determinados elementos (Freud, 1915). Si
uno acepta que por disonancia cognitiva (o por un “sesgo”) se puede alejar de la
consciencia un evento interno –como un recuerdo o un deseo- entonces está
aceptando la represión. Si uno acepta que, a resultas de ese proceso (ocasionado
por disonancia cognitiva o por “sesgo”), el evento interno desconscientizado no se
elimina y puede manifestarse igual, está aceptando la influencia del inconsciente.
Si uno acepta que el evento interno (expulsado de la consciencia por causar
disonancia cognitiva) puede retornar a la consciencia a condición de que cambie su
forma y ya no produzca disonancia cognitiva, está aceptando el retorno simbólico
de lo reprimido.
Por lo tanto, si acaso alguien optara por negar el auto-engaño, y pretender
comprender todos estos fenómenos como disonancia cognitiva, no estaría sino –y
de todas maneras- reafirmando lo aquí postulado.
Por ello, otra de las predicciones de la teoría propuesta arriba está comprobada
ampliamente por la evidencia experimental (más allá de que se le quiera llamar
sesgo, o auto-engaño).
Estas tres predicciones verificadas que tiene la teoría propuesta arriba (la mentira
por prestigio social, comprobada; la mentira por orgullo personal, comprobada; la
correlación entre ambas mentiras, comprobada) con respecto a las investigaciones
empíricas, otorga credibilidad a su favor de que todas las otras predicciones que se
deducen de la teoría también serán reales; inclusive aquellas que, por su carácter
inaccesible, son difíciles a la investigación experimental.
¿Cómo sabe cada persona qué son hazañas y qué son anti-hazañas? Aunque esa
discusión excede este trabajo, y aunque la identificación de hazañas y anti-hazañas
puede tener una parte de genética (aunque se necesiten más investigaciones), sí
es indiscutible que la cultura juega un papel. En un largo trabajo de investigación
realizado en más de 15 países sobre una muestra de 4852 adolescentes, se obtuvo
que la autoestima es consecuencia de la absorción implícita de los valores culturales
ambientales (Becker y colegas, 2014). A pesar de que los sujetos pretenden
sostener su autoestima en sus propias valoraciones, y aunque no lo admitan, lo
cierto es que interiorizan los valores de su cultura, y de acuerdo a ellos es que se
evalúan. La autoestima resulta, en algún grado, de esa auto-evaluación; en distintas
culturas los sujetos basan su auto-valoración en distintos motivos (Becker y colegas,
2014). Luego tenemos que si la defensa de la Autoestima causa alteraciones de la
percepción de la realidad (o auto-engaños o sesgos de auto-servicios, o disonancias
cognitivas… a gusto del lector), y sabemos que esas alteraciones en la percepción,
cuando llevan a negar eventos internos, implican la represión de ellos…finalmente
puede advertirse, en algunos casos, un choque entre lo que la cultura nos dice que
“debemos ser” y lo que nuestros instintos nos demuestran que “somos”. Y ese
choque, desde luego, puede en algunos casos causar malestar (ver “El malestar en
la cultura”, Freud, 1929). A mi entender, el choque actual no sería tanto el sexual-
moral sino la imposición de ser feliz y ser alegre (imposición típica y característica
de nuestra cultura) y que lleva a no aceptar el sufrimiento: si a nuestro sufrimiento
no lo aceptamos influirá la conducta de manera más drástica desde el inconsciente.
Lo más importante del auto-engaño es que nunca puede ser consciente, porque
jamás alguien puede ser engañado si se sabe engañado.
Una vez que ya está comprobado este fenómeno, deberían ser los críticos quienes
digan que hay una excepción para los recuerdos. Sin embargo, a pesar de que a mi
entender ya está suficientemente probado este fenómeno desde la evidencia
experimental que avala el auto-engaño, indagaré un poco más en casos específicos
revisando diversas evidencias empíricas que fortalecen mejor esta tesis.
Antes de comenzar esta revisión, es importante mencionar que los hallazgos de las
neurociencias no conforman un terreno hostil para la hipótesis del inconsciente. Al
respecto, y aunque no es el motivo de este artículo, resulta ilustradora la revisión de
estudios que realizan Dehaene y colegas acerca de la anatomía cerebral de los
procesos de atención, que los lleva a proponer dividirlos en conscientes,
preconscientes, y subliminales (Dehaene, y colegas, 2006). Por su parte, Anderson
y colegas (Anderson et al, 2004), identificaron un circuito neurobiológico involucrado
en la inhibición intencional y consecuente olvido de las memorias indeseadas. Sin
embargo, distintivo del inconsciente freudiano es la represión, y el consiguiente
retorno simbólico de lo reprimido, y hacia esos temas –y desde la perspectiva teórica
propuesta- es que se apuntará la revisión de investigaciones experimentales.
Erdelyi (2006), al revisar estos estudios y otros sobre las amnesias protectoras
del self, y sobre las supresiones de pensamientos, propone su teoría unificada de
la represión (Erdelyi, 2006). Según postula, la represión operaría sobre la memoria
de dos maneras: suprimiendo elementos o también adicionando contenidos
(Erdelyi, 2006). La represión, dice, es esencialmente un proceso de disminución de
la consciencia: reduce el acceso a la consciencia de un determinado material
(Erdelyi, 2006). La teoría de la represión de Erdelyi, provocadoramente apologista
de las teorías freudianas, recibió una andanada de críticas. Hayne Garry y Loftus
(2006) le responden diciendo que esos ejemplos sobre recuerdos de errores que
resultan olvidados, a su entender, no serían prueba científica de la represión y que
aún sigue sin existir dicha evidencia. Schmid y Van der Linden (2006) exigen a
Erdelyi que ofrezca las predicciones empíricas que falsearían su teoría.
Con miras en los resultados experimentales que demuestran que el estilo represivo
de afrontamiento de la ansiedad afecta la memoria, Derakshan, Eysenck y Myers
(2007), proponen, entonces, la Teoría de la Vigilancia de Evitación. Según los
autores, habría una instancia psíquica que detectaría e inhibiría la conscientización
de las experiencias que causan ansiedad, produciendo así su evitación.
Por lo tanto, la discusión está vigente, y se puede tomar partido por una u otra
postura. Pero lo que no se puede dejar de considerar es el fenómeno ya
comprobado: los recuerdos auto-referenciales -de contenido negativo, que
amenazan el auto-concepto- se conscientizan menos que los otros recuerdos (luego
de esto cada cual tiene su idea…si no se conscientizan porque falla la memoria, o
si esto sucede porque resultan expulsados de la consciencia por un proceso que
ejerce sobre ellos una censura activa).
Una vez advertido que la teoría de que las necesidades de defender una auto-
imagen positiva lleva a reprimir memorias tiene cierto peso empírico, cabe la
pregunta: ¿Y el retorno de lo reprimido? ¿Puede volver con más intensidad bajo otra
forma simbólica? ¿Puede volver en los sueños? ¿Pueden los eventos internos
reprimidos (recuerdos, pero también deseos) retornar a la consciencia de manera
simbólica o de otras formas?
Insisto con el ejemplo: un adicto que tuviera un deseo intenso de consumir, pero no
lo podría aceptar. ¿Qué podría hacer? Podría llamar a un antiguo amigo que
consume e invitarlo a su casa para hablar de viejos tiempos. Como el amigo
consume, le podría brindar la oportunidad “social” de consumir, y eso justificaría el
consumo en el encuentro social. Sería un caso de lo que Freud llamaba
“desplazamiento” (Freud, 1900). En primera instancia lo reprimido (deseo de
consumir) no llega a la consciencia y gracias a la represión no se toman conductas
que llevan a consumir. Pero esta expulsión de la consciencia del deseo de consumir
no es equivalente a su eliminación: el deseo está y mantiene su vocación biológica
de dominar la conducta. El deseo está, pero en el inconsciente. Luego, el deseo
retorna y es presentado con dos justificaciones: en primer lugar, el deseo de hacer
un encuentro con ese viejo amigo; en segundo lugar, el de cumplir con la cortesía
de invitarlo a tomar droga de forma social. A través del desplazamiento (que no es
más que el retorno de lo reprimido), puede mantenerse a salvo el auto-concepto y
la autoestima alta, ya que sigue creyendo que domina la adicción, mientras que el
deseo reprimido se satisface también, a través de su retorno. De acuerdo con Freud,
el desplazamiento logra convertir lo aparentemente más nimio en lo más importante
y urgente (Freud, 1907). En el ejemplo, lo importante era consumir droga y lo nimio
era ver a su amigo, pero, a través del desplazamiento, logra darle importancia a ver
su amigo para, de esa manera, encubrir o disfrazar su necesidad de consumir y
permitirle así, con ese antifaz, su ingreso a la consciencia -para luego dirigir la
conducta-.
Adivino que un crítico, de esos ultrapositivistas, va a decir que este ejemplo del
adicto que “negocia” con su necesidad biológica de consumir, no está reportado en
los experimentos. En tal caso, lo desafío a que me explique cómo es que quienes
padecen adicción actúan en la vida cotidiana para: 1) mantener a salvo su
autoestima alta y su creencia de no ser adictos; y 2) para consumir la sustancia de
manera frenética, porque 1) y 2) sí están reportados por la literatura científica. En
tal caso, el crítico no podrá decir “Es un sesgo” (es como si creyeran que la palabra
“sesgo” fuera mágica y el solo pronunciarla eximiera de dar más explicaciones). En
todo caso, el crítico deberá desarrollar una teoría rival. Deberá describir y explicar
en detalle cómo es que, fenomenológicamente, este “sesgo” ocurre, y cómo es que
su explicación prescinde de: 1) la represión (no aceptar el deseo de consumir); 2) el
inconsciente (sigue allí el deseo); y 3) el retorno de lo reprimido (vuelve el deseo
disfrazado con una excusa o pretexto más aceptable).
Hay que insistir en que el inconsciente es un fenómeno de la psicología profunda,
y, en su mayor vastedad, resulta inaccesible al método experimental, sobre todo
porque cada persona es singular, sus “fantasmas interiores” también lo son, y ello
impide lograr las generalizaciones predictivas que necesitan los experimentos. No
obstante, la vocación por experimentar constantemente y por buscar ventanas que
permitan experimentar, debe ser insistente. Así se encuentran paréntesis de
uniformidad como el caso de los adictos a una sustancia, ya que, en todos ellos, se
reporta uniforme el fuerte deseo biológico de seguir consumiendo, que entra en
colisión contra las imposiciones culturales individualistas de nuestra época que nos
demandan que seamos “auto-suficientes”.
Algo similar es lo que plantean Tenbrunsel y Messick (2004). Los autores observan
que el auto-engaño permite tomar una conducta motivada por el propio interés, y, al
mismo tiempo, creer que está fundada en motivaciones morales. Al explicar el
fenómeno con el auto-engaño estoy de acuerdo, pero si vamos al detalle: ¿cómo
funcionaría este proceso? ¿Cómo se describiría? Es sin duda
una racionalización (Freud, A., 1937) El problema es que asumir
una racionalización implica tomar postura a favor de: 1) la represión; 2) el
inconsciente; y 3) el retorno de lo reprimido. Stelios y colegas (2009) hacen una
revisión de las investigaciones sobre faltas de ética en los negocios, y sostienen
que la racionalización es un concepto clave en esta literatura. Estos autores,
además, agregan que un factor en común observado en los casos de decisiones no
éticas en los negocios consiste en que la racionalización se suele exagerar,
sobreactuar, y esta creencia exagerada potenciar luego peores actos antiéticos.
Pero, sobre todo, el deseo de exagerar también muestra una lucha contra un
pensamiento reprimido (que no es ético lo que se hizo) y una emoción reprimida
(culpa). Esta lucha lleva a sobreactuar la racionalización (como un engañador que
da más argumentos para poder engañar y realiza más hechos a ese solo fin) y
marca una conducta ofrecida al altar de luchar para que lo reprimido no se
conscientice: la llamada formación reactiva (Freud, 1923)
Un hombre que tiene fuertes deseos homosexuales, pero los ve como anti-hazañas
inadmisibles que romperían la historia que gusta de contarse a sí mismo sobre lo
“es” (el yo como contenido), puede, en principio, auto-engañarse y “reprimir” estos
deseos para no asumirlos; pero luego, en un intento de asegurar el éxito del auto-
engaño, asumirse como un “homofóbico”, y luego, para mejorar aún más la escena,
afiliarse a un grupo de homofóbicos que practican el hostigamiento a los gays. Cada
una de estas conductas es un hecho que introduce en la escena para poder
maximizar el éxito del proceso de auto-engaño. En realidad, es lo mismo que hablar
de defensas como la proyección o la formación reactiva –es hablar del mismo
hecho, pero visto desde diferentes ángulos– ya que son “defensas” para proteger la
auto-imagen y evitar que lo reprimido retorne a la consciencia.
Sin embargo, del experimento Adams y colegas (1996) es interesante también otro
elemento: la falta de auto-reporte del deseo sexual que mostraron los hombres
homofóbicos. Si el deseo sexual –como lo demostraron los cambios fisiológicos que
verificó la tecnología- estaba presente, pero no llegaba la consciencia, ¿dónde
estaba?
Una reciente línea de investigación se interesa por las diferencias entre hombres y
mujeres en su excitación sexual, manifestada fisiológicamente en sus genitales,
comparada con el auto-reporte que de ella se hacen las personas. En realidad
miden excitación versus consciencia de excitación. Utilizan tecnología para medir la
reacción fisiológica genital y los exponen a videos de contenidos sexuales y a videos
sin impacto sexual. En ambos géneros los estímulos provocan un efecto y, mientras
que los videos que no tienen contenidos pornográficos no causan reacciones
sexuales fisiológicas, en hombres y mujeres el contenido sexual se plasma en la
consiguiente reacción sexual del cuerpo que la tecnología luego puede medir. Pero
lo que estos experimentos verifican son, sobre todo, las discordancias entre la
excitación sexual fisiológica y el auto-reporte subjetivo de dicha excitación. Chivers
y colegas hicieron una extensa revisión de estas investigaciones, y concluyen que
hay una significativa diferencia estadística entre el auto-reporte que se hacen los
hombres y el que se hacen las mujeres respecto de su excitación sexual, siendo
que en las mujeres se verifica un patrón de discordancia (Chivers y colegas, 2010)
Laan y colegas (2006) han encontrado algo más interesante aún. Usando
resonancia magnética cerebral durante los experimentos, observaron que las
mujeres, durante la exposición de los videos eróticos, encendían áreas cerebrales
asociadas con la inhibición emocional, a pesar de que no habían recibido la
instrucción de inhibir el deseo sexual (Laan y colegas, 2006.) ¿No es dicho
fenómeno cerebral la represión del deseo?
¿Cuáles son entonces las teorías para explicar esta marcada diferencia entre
hombres y mujeres respecto de la consciencia de deseo sexual? Una línea de
investigadores lo explica en que, según sostienen, se debería a que la reacción
genital femenina sería una respuesta automática fisiológica y, por lo tanto, se
produciría aunque no se haya producido verdadera excitación a nivel subjetivo.
(Laan, 1994, Chivers, 2005). Antes que proponer –como aquí sostengo- que en
ambos géneros la excitación se produce de igual manera, pero que las mujeres –
por razones de imposiciones culturales machistas (si alguien quiere superyoicas)
que presentan a la “mujer aceptable” como menos ávida de sexo- tienen más
tendencia a reprimirla, los autores prefieren, en cambio, como una teoría rival,
postular una diferencia biológica intrínseca.
Al decir de Lakatos (1983) una teoría científica debe poder explicar el éxito de la
teoría rival y arrojar un exceso de contenido empírico. En este caso, la teoría del
inconsciente y de la represión explica el éxito de su rival: la diferencia estadística se
debería a la mayor tendencia que tienen las mujeres a reprimir y no aceptar su
rápido deseo sexual ante un video pornográfico, porque esa conducta suele ser vista
como anti-hazaña (quita orgullo y prestigio social) debido a que, culturalmente (si
alguien quiere, en una sociedad “patriarcal”), no se espera que las mujeres tengan
esas reacciones de rápido deseo sexual. Sin embargo, la teoría del inconsciente no
solo explica esta diferencia estadística, sino que también, en un exceso de
contenido empírico, puede ir a lo que su rival no puede explicar: a) la falta de
consciencia del deseo sexual que demuestran los hombres heterosexuales
homofóbicos cuando se les presenta un video pornográfico homosexual
(experimento de Adams y colegas,1996); y b) la falta de auto-reporte de su ansiedad
real que muestran quienes tienen un estilo represivo de afrontamiento (al respecto
Derakshan [1999] afirma que los represivos su auto-engañan cuando reprimen su
ansiedad).
La auto-compasión nos conduce de nuevo a las mentiras por prestigio social y a las
mentiras por orgullo, y también a la “vulnerabilidad a las anti-hazañas” como
concepto clave de la salud mental. La auto-compasión aparece como su coherente
remedio a estas mentiras y eso es lo sugestivo. Con las mentiras sobre hazañas y
anti-hazañas al otro, solemos crear un “yo social” que es la versión de nosotros que
le queremos “mostrar” al otro que somos. El “yo social” es el superhéroe lleno de
hazañas y sin anti-hazañas que aparece cuando estamos muy preocupados por
dejar una imagen aceptable. Así aparece una diferencia entre el “yo social” (lo que
le contamos al otro que somos, con una porción de mentira de grandeza y de
ocultamiento de vergüenzas) y el “yo íntimo” (lo que nos contamos a nosotros
mismos que somos, un poco más auténtico), pero, a los fines de sentir más orgullo,
hay mentira también aquí. Y, por eso, está el “yo inconsciente”, donde queda todo
aquello que no solo no queremos mostrar de nosotros, sino que ni siquiera podemos
aceptar, el sótano de lo oculto, nuestra parte oscura: lo que no queremos ver de
nosotros. ¿Qué pasa con la compasión? La compasión, desde este enfoque, puede
ser entendida como el amor aun en la anti-hazaña, el amor aun en el defecto.
Cuando aprendemos a amar compasivamente al otro, se desvanece el “yo social”
porque ya no es necesario que nos mienta ni que finja, y se forman relaciones más
auténticas. Cuando aprendemos a amarnos compasivamente a nosotros mismos,
también la mentira cae y deja de ser necesaria. Por eso, la auto-compasión expande
la consciencia porque al romper capas de auto-engaño permite a avanzar hacia la
consciencia plena. La compasión es la clave del mindfulness: una tecnología
psicológica oriental para expandir la consciencia y centrarla en el presente.
Lo importante de todo esto es que auto-engaño, auto-compasión, y consciencia
plena se ven vinculados, y el concepto de inconsciente –visto como producto del
auto-engaño y de limitación de la consciencia, limitación de la consciencia de
nuestros deseos, de nuestros recuerdos, de nuestras metas- puede contribuir a dar
respuesta teórica a la importancia que tiene actualmente para la psicología científica
el estudio de la auto-compasión… y eso también es un signo de su vigencia.
Por eso, se deberían hacer nuevos experimentos que refuten la teoría propuesta o
consoliden su superioridad respecto a las teorías rivales. Para evitar los auto-
engaños (o los sesgos si alguien prefiere), es mejor que los experimentos los realice
una persona distinta de quien sostiene la teoría.
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