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Juan Carlos Pérez Jiménez

La mirada del suicida


El enigma y el estigma
Primera edición: 2011.

© Juan Carlos Pérez Jiménez, 2011.


© Plaza y Valdés Editores

Director de la Colección Hispanica Legenda: Vicente Serrano Marín.


Comité asesor internacional: Carmen Caffarel Serra, Félix Duque Pajuelo, Hans Ulrich
Gumbrecht, Vicente Luis Mora, Javier Roiz Parra y Juan Urrutia Elejalde.

Derechos exclusivos de edición reservados para Plaza y Valdés Editores.


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ISBN: 978-84-92751-
D. L.:

Diseño de cubierta: Usual: Diseño gráfico y web

Ilustración de portada: Sarah Charlesworth, Stills, 1981

Impresión:
Índice

INTRODUCCIÓN .................................................................. 9

CAPÍTULO I. ANATOMÍA DEL SUICIDIO ............................. 19


El suicidio mítico ........................................................... 20
El suicidio bíblico .......................................................... 24
La vida tediosa................................................................ 31
El mal inglés ................................................................... 36
El suicidio romántico ..................................................... 44
El suicidio patológico..................................................... 51
Otras miradas ................................................................. 60
El cementerio de los suicidas ......................................... 63

CAPÍTULO II. UN MILLÓN DE VIDAS .................................. 71


Los supervivientes .......................................................... 74
Negar la realidad ............................................................ 83
El horror de las cifras ..................................................... 89
Constelaciones de causas ............................................... 95
La geografía del suicidio ................................................ 99
Suicidio y salud política ................................................. 105
Suicidio colectivo ........................................................... 111
Homofobia mortal ......................................................... 118

CAPÍTULO III. UN PACTO DE SILENCIO ............................ 123


El efecto Werther ........................................................... 126
El factor de contagio ...................................................... 132
Introducción
El suicidio no es noticia................................................. 139
Una información responsable ....................................... 145
Romper el silencio ......................................................... 151
El suicidio mediático ..................................................... 157
El último tabú ................................................................ 163

CAPÍTULO IV. EL DOLOR INVISIBLE .................................. 169


El imperio de la serotonina ........................................... 175
El remedio equivocado .................................................. 182
Situaciones límite ........................................................... 191
La píldora de Drion ....................................................... 196
Signos de alerta .............................................................. 206
¿Qué hacer?.................................................................... 210
Un problema de todos ................................................... 219
N
unca un problema tan grave recibió tan poca aten-
ción. El suicidio se cobra más vidas que los acci-
dentes de coche en todo el mundo y el número de
casos ha aumentado un 60% en los últimos cincuenta años.
El sentimiento de sorpresa generalizado que se observa
cuando alguien averigua estos datos revela el nivel de se-
cuestro al que está sometida esta información. El grado de
desconocimiento público sobre el suicidio es solo compa-
rable a la importancia de la cuestión. Un millón de suicidios
al año. Esa única cifra debería hacer saltar todas las alarmas
y convertir el suicidio y la salud mental en prioridad abso-
luta para los gobiernos de todos los países. Porque, además,
cada suicidio supone una devastación emocional, y a veces
también social y económica, para una media de seis familia-
res o amigos cercanos, cuyos dramas arrancan en el mo-
mento en que el suicida decide poner fin a su sufrimiento
quitándose la vida, por lo que la cifra de afectados rondaría
los siete millones de personas al año. Y la tendencia sigue
aumentando.
Todos somos conscientes de que estamos expuestos a
la casuística de un accidente de tráfico, que la estadística
nos puede convocar cualquier día a formar parte de las lis-
tas de fallecidos en carretera. Ante esa posibilidad, toma-
mos medidas, procuramos ser precavidos y las instituciones

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JUAN CARLOS PÉREZ JIMÉNEZ INTRODUCCIÓN

nos recuerdan, de formas a veces brutal, el peligro al que salud mental y el bienestar emocional de nuestra sociedad
nos exponemos, para que el mensaje cale e intentemos evi- para conseguir algo al respecto.
tarlo por todos los medios. Somos conscientes del riesgo Porque el suicidio se estigmatiza como una disfun-
que supone conducir un coche, pero no lo somos tanto del ción, un exabrupto del comportamiento humano sobre el
peligro que supone conducirnos a nosotros mismos. He- que solo sabemos sentir compasión o repulsión. Pero se ha-
mos asumido que las ventajas de los desplazamientos en ce inevitable atender un problema que ya ha alcanzado
automóvil exijan esa cifra, pero, por el contrario, en lo que proporciones escalofriantes. No podemos apartar la vista
se refiere al suicidio, ni siquiera estamos advertidos de que por mucho más tiempo de una realidad que demanda una
el tránsito por la vida se cobra un peaje tan alto. Nadie nos atención plena y un abordaje frontal. Las cifras del suicidio
proporciona una mínima formación ni se requiere un carnet revelan la precariedad de nuestra salud mental como colec-
de circulación o un seguro obligatorio para deambular por tividad con una contundencia demoledora. Y si son un mi-
el mundo, nadie se preocupa de si nos manejamos por la vi- llón las personas que cada año traspasan el umbral de su-
da ebrios o drogados, si nuestra tasa de alcohol en sangre frimiento humanamente soportable no podemos dejar de
puede ponernos en peligro a nosotros o a otros. No esta- preguntarnos por el estado emocional de todos aquellos
mos obligados a llevar cinturón alguno que nos proteja en que padecen afecciones psíquicas más o menos graves, pero
caso de impacto, ninguna campaña publicitaria nos advierte que no llegan a dar el paso de quitarse la vida. El número de
de los peligros que acechan, ni siquiera se nos informa de suicidas es solo la parte visible del iceberg de las afecciones
las bajas que a diario se cobra esta forma de muerte. Frente emocionales colectivas, un problema de salud pública de
al puntual dato que cada lunes hace recuento de los falleci- primera magnitud que nuestra sociedad no parece saber
dos en carretera durante el fin de semana, una cifra incluso abordar.
más alta de muertos a manos propias permanece en el más Entre las contradictorias ideas que surgen al plantear
profundo de los olvidos. Se supone que se trata de evitar una reflexión sobre el suicidio se encuentra, por una parte,
una posible conducta imitativa, pero la estrategia del silen- la que nos lleva a admitirlo como un derecho del individuo.
cio no está funcionando. Ocultar unas cifras que resultan Somos muchos los que compartimos la convicción de que
estremecedoras no evita la epidemia. Algo está mal enfoca- debe existir un reducto último de libertad personal —sean
do a la hora de abordar la dimensión que debe ocupar el cuales sean las circunstancias vitales— en el cual un ser hu-
problema del sufrimiento humano capaz de llevar a un in- mano pueda decidir siempre si desea o no vivir y la creencia
dividuo a quitarse la vida. La coartada de que no se co- de que esa voluntad del implicado sobre su propia muerte
menta para que la idea no se extienda aún más parece de un debe ser inalienable. Por otra parte, no podemos evitar re-
paternalismo demasiado endeble a estas alturas de la histo- pudiarlo porque el concepto de suicidio entra en conflicto
ria de la Humanidad. Habremos de empezar por sobrepo- con la propia esencia de la vida y genera una aversión au-
nernos al rechazo que de entrada nos provoca el suicidio, tomática como aberración contra natura. El suicidio de
así como al rechazo del que somos objeto por parte de los cualquier ser humano provoca un sentimiento profundo y
suicidas, si queremos abordar con realismo el estado de la visceral de rechazo y llega a desatar un discurso cargado de

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JUAN CARLOS PÉREZ JIMÉNEZ INTRODUCCIÓN

reproches hacia quienes optan por librarse del sufrimiento entender un acto tan radical es precisamente lo que nos
cotidiano de una manera que algunos consideran cobarde y mantiene vivos. El descrédito que supone para valores
otros cargada de un valor inhumano. Limitarnos solo a esta esenciales como el vínculo, el amor, el interés por el otro o
última visión condenatoria del suicidio nos evitaría tener la responsabilidad hacia los demás es tajante e incontesta-
que pensar en un problema que, por cercano y frecuente, ble. El suicidio no es solo una forma de morir, es una acu-
provoca el escalofrío de la sordidez convertida en cotidia- sación. Y en la incapacidad para replicar con la que nos deja
nidad. Pero estamos obligados a dejar de pensar que el tabú el suicida radica la clave de la potencia de su acto. El de-
del suicidio se fundamenta en la fuerza de una supuesta ley samparo es absoluto en tanto que se plantean preguntas que
universal e innata, que impide atentar contra la propia vida. jamás obtendrán respuesta. Al rechazo que provoca el
Esa ley no tiene vigencia, puesto que se transgrede nada cuestionamiento de lo social se suma la extrema perplejidad
menos que un millón de veces al año. El verdadero tabú en del ámbito más cercano a la víctima y autor. La violencia
el que debemos reparar reside en la férrea ley del silencio dirigida hacia los demás es tan fuerte como la infligida so-
que la sociedad se ha impuesto a sí misma, el pacto colecti- bre sí mismo. Y ese proceso resulta extremadamente difícil
vo para mirar hacia otro lado, investido de respeto o de de digerir para quienes deben al mismo tiempo hacer el
desprecio, pero que en definitiva esquiva la mirada del sui- duelo y encajar la agresión.
cida y de sus familiares como cómplices indirectos o sospe- Los ojos del suicida captan la imagen de un mundo
chosos de estar afectados por el mismo mal. La cuestión despiadado, que le ha arrollado sin inmutarse. El que va a
pendiente que se pone sobre la mesa es la necesidad que te- morir por su propia mano mira a la cara a la muerte y nada
nemos de afrontar los abismos del alma humana, el requi- detiene su incomprensible iniciativa porque absolutamente
sito urgente de normalizar el tratamiento de la salud mental nada le reconforta. El suicida denuncia con su gesto todas
como hemos sabido hacer con la salud del cuerpo y que, las soledades, los abusos, la incomprensión, las injusticias y
por algún motivo, preferimos ignorar. la violencia que quedarán sin resolver para siempre. Sus
Se intuye de entrada que la angustia y la desazón que ojos han visto lo que duele vivir. Igual que petrifica la vi-
provoca el suicidio van más allá del dolor por la pérdida de sión de Medusa, los ojos del suicida en el momento de mo-
una vida. Porque el desafío que plantea el suicida a los valo- rir nos congelarían el alma de tal modo que no podríamos
res sobre los que nos fundamentamos es tan hondo que, al sostenerle la mirada. En ellos se confunde la desesperación
luto y la pérdida, se les suma el cuestionamiento de la exis- terminal con el reproche a un mundo que le ha vencido y,
tencia. Ese interrogante sobre el verdadero valor de la vida como único recurso, devuelve la agresión extendiéndola a
resulta tan incómodo y es tan difícil de afrontar que su los demás a través de su propio cuerpo. La mirada del sui-
ocultación se convierte en una de las razones del secretismo cida ya comunica en vida su mensaje de angustia, como re-
y el tabú que rodean al suicidio. La incógnita que se despeja coge en sus últimas palabras un hombre de 49 años, que es-
en el acto de elegir la propia muerte atribuye tan poco valor cribió esta nota antes de dispararse una bala en la cabeza:
a la vida que su lógica desborda los límites de la razón entre «Estoy sentado solo. Ahora, por fin, libre del tormento
los que nos manejamos. Nuestra humana incapacidad para mental que he estado experimentando. Esto no debería ser

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una sorpresa. Mis ojos han hablado durante mucho, mucho parecido al sati, el suicidio ritual de las viudas en India, que
tiempo de esta angustia que siento. El rechazo, los fracasos se inmolan arrojándose a la pira funeraria de sus esposos
y las frustraciones me abruman. No hay manera de salir de para quemarse vivas. En aquel caso, el incendio se lo pro-
este infierno. Adiós, amor. Perdóname».1 No soportamos vocó ella de dentro a fuera, sin público y sin un motivo so-
esa mirada saturada de sufrimiento y nuestra reacción natu- cial evidente que sugiriera la mínima explicación a una vio-
ral es apartar la vista. Pero se hace imprescindible elevar la lencia voluntaria de tal calibre. La conmoción ante aquella
cuota de humanidad con la que nos tratamos unos a otros y noticia aún me dura. Imagino, porque yo también los he vi-
a nosotros mismos, y hacernos cargo de los niveles de pa- vido, los sentimientos de tristeza, abandono e incompren-
decimiento psíquico que genera vivir. Y el primer paso con- sión que invadirían a sus hijos y a su marido y que se ins-
siste en mirarnos a los ojos. talarían en ellos para toda la vida.
Recuerdo el primer caso de suicidio del que tuve no- Por ellos, por todos los familiares y todas las víctimas
ticia, cuando tenía unos doce años. La víctima fue una ami- de la menos deseable de las muertes —la muerte deseada—,
ga de la familia, una mujer guapa, de 40 años escasos y ma- y a modo de manifiesto, me gustaría que esta lectura sirvie-
dre de dos hijas pequeñas y un hijo aún menor. Casada con ra en alguna medida para elevar la conciencia sobre esta
un comerciante trabajador y amable, ella se dedicaba a la alarmante realidad, para hacer llegar el mensaje de que el
casa y a cuidar de sus niños. Un día de verano supe que ha- suicidio nos incumbe a todos. Ya sea porque nuestra propia
bía ingerido la cantidad suficiente de lejía como para pro- vida nos enfrente a él, ya porque alguien a quien queremos
vocarle la muerte. El suicidio por ingesta de un producto nos coloque en la tesitura de lamentar su muerte, o porque
cáustico (en latín, causticum, «que quema») suele ser largo es un hecho demostrado que a nuestro alrededor se padecen
y angustioso. Provoca un dolor intenso y agudo en la boca sus consecuencias ante el desconocimiento general. Es no-
y todo el tracto digestivo, que se acompaña de vómitos ali- toria la incapacidad para ofrecer consuelo de un mundo que
menticios al principio y luego hemorrágicos con restos de no entiende el suicidio y que solo sabe procesarlo en forma
la mucosa destruida. Debido a que suelen desprenderse ga- de escándalo secreto. Pero resulta prioritario mirarlo de
ses, estos ocasionan eructos que aumentan el dolor. Los frente e identificar a ese enemigo solapado que nos asalta en
vómitos, los eructos y los intentos de deglución originan tal medio de la indefensión absoluta. Debemos rebelarnos ante
estado de sufrimiento que puede producirse un colapso la idea de vivir inermes y pasivos ante esta realidad ominosa
cardiocirculatorio con bajada de la tensión arterial y pulso de la que nadie quiere hablar.
cardiaco rápido y débil con resultado final de muerte. Aun-
que yo desconocía entonces estos terribles detalles físicos,
me resultó evidente que se trataba de una de las peores
formas imaginables de morir. Ahora lo relaciono con algo
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1 Recogida en Edwin S. Schneidman, The Suicidal Mind,


!"
Nueva York y Oxford: Oxford University Press, 1996, p. 15.

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